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Portada de la primera edición de Hojas de hierba, Nueva York,1855.

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Portada de la primera edición de Hojas de hierba, Nueva York,1855.

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WALT WHITMAN,EL POETA ‘PIEL ROJA’

por Manuel Rivas

Sin caer en la rutinaria taxidermia de establecer generaciones literarias por el criterio cronológico, tan parecido e inevitable como el viejo siste-ma de “quinta” de reclutamiento militar, el crítico Philip Rahv estable-ció una contraposición mucho más interesante al distinguir dos tipos de escritores en el período fundacional de la literatura norteamericana. Por un lado, el “rostro pálido”. Por el otro, “el piel roja”.

Es un “nombramiento” que lo dice (casi) todo. Sobre la forma de escribir y, a la vez, sobre la forma de estar en el mundo. En el polé-mico ensayo de Rahv, publicado en 1939, se apuntan algunos trazos. El escritor “rostro pálido” buscaría un “refinado” distanciamiento de la realidad. En cuanto al “piel roja”, entregaría lo mejor de sí mismo «al dar expresión a la vitalidad y las aspiraciones de la gente». Y Rahv no duda en señalar a Walt Whitman en la vanguardia “piel roja”, junto a Mark Twain o Melville. Al modo de la Internacional Situacionista, podríamos hablar de una “psicogeografía” de Whitman, un territo-rio literario, en el que la deriva “piel roja” se reactiva en el presente, abriendo nuevos pasos, ensanchando la mirada, socavando la línea de riesgo, empujándonos en el acantilado. Porque la clave, el código de barras, con perdón, de esta poesía indomable es aprender a volar. Remontar el vuelo. E ir más allá. Siempre, más allá. Un vuelo que no consume sino que produce un tiempo nuevo.

Un Nuevo Mundo, proclama Whitman. Y cada vez que lo dice el mundo y lo nuevo, esa conexión tan antigua, parecen fundar una visión.

Walt Whitman escribe siempre en vilo. Escribe entre labios. Lo que eso significa: las palabras se yerguen insurgentes, dejan de tiritar en las heladas imperiosas, recuperan los enseres del sentido, reviven en los fuelles de las fraguas, en calderas de vapor, en las lanzaderas de

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«CADA HOJA ES UN MILAGRO»: LA NATURALEZA EN WALT WHITMAN

por Eduardo Moga

1. Vida y poesía

El 5 de marzo de 1842, Walt Whitman era un periodista de 22 años, in-quieto y pobre, que vivía en Nueva York y que intentaba abrirse paso en el mundo de las letras. Para ello, y para poder comer, colaboraba con muchas publicaciones periódicas de la ciudad. Sin apenas formación —a los 11 años había dejado la escuela (en la que un maestro, entre cuyas virtudes no se contaba la perspicacia, le había augurado el fra-caso porque era gandul y pobre) y, para procurarse una educación, se había pasado la adolescencia visitando museos, teatros y bibliotecas, participando en sociedades de debate y asistiendo a conferencias—, había trabajado como chico de los recados de un bufete de abogados, cajista e impresor, maestro itinerante y, finalmente, periodista. Había escrito diecinueve poemas que obedecían a los esquemas formales y temáticos de la literatura inglesa desde el Romanticismo, publicados, en su mayoría, en los periódicos para los que trabajaba —sobre todo, en el Long Island Democrat—, y un puñado de relatos que habían visto la luz, igualmente, en la prensa. A finales de ese año, en noviembre, publicaría su primera novela, Franklin Evans, el borracho,1 una diatriba contra una de las plagas de la época, el alcoholismo —del que habían sido víctimas tanto su padre como algunos de sus hermanos, y del que él no había estado lejos en sus desgraciados años de maestro rural—, que el propio Whitman consideraba «una auténtica porquería» y que

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Grabado de Walt Whitman realizado por Samuel Hollyer a partir de un dague-rrotipo perdido de Gabriel Harrison. Imagen incluida en la primera edición de Hojas de hierba.

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¡Mar! A ti me abandono también. Adivino lo que quieres decir.Contemplo desde la playa tus dedos como garfios, que me reclaman.Creo que no quieres marcharte sin haberme tocado.Pasemos un rato juntos: yo me desnudo; tú aléjame pronto de la costa,arrópame con suavidad, méceme en tu entresueño undoso,salpícame de amorosa humedad: yo te recompensaré.

Mar de fondo, bravío,mar de respiraciones profundas, convulsas,mar salmuera de la vida, mar de las tumbas aún por cavar, pero

siempre dispuestas,rugiente moldeador de tormentas, mar delicado y caprichoso,soy un todo contigo y, como tú, de una fase y de todas las fases.Participo del influjo y el reflujo, ensalzo el odio y la conciliación,ensalzo a los amantes y a cuantos duermen en brazos de otros.(…)

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Creo que una hoja de hierba no es menor que el camino recorrido por las estrellas,

y que la hormiga es asimismo perfecta, como un grano de arena o el huevo del chochín,

y que la rana arbórea es una obra maestra para los encumbrados,y que la zarzamora podría engalanar los salones del cielo,y que la articulación más insignificante de mi mano ridiculiza a todas

las máquinas,y que la vaca que rumia, cabizbaja, supera a cualquier estatua,y que un ratón es un milagro tan grande como para hacer dudar a

sextillones de infieles.

Y encuentro que en mí se incorporan el gneis, el carbón, los largos filamentos del musgo, frutas, granos y raíces comestibles,

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y que me recubre, entero, un estucado de cuadrúpedos y pájaros,y que he tenido buenas razones para distanciarme de lo que he

dejado atrás,pero que puedo recuperar cuando desee.

En vano la timidez o la prisa,en vano las rocas plutónicas despiden su antiguo calor cuando me

acerco,en vano se oculta el mastodonte tras el polvo de sus huesos,en vano los objetos se alejan muchas leguas y adoptan múltiples formas,en vano se asienta el océano en sus fosas y se esconden los monstruos

en las profundidades,en vano el buitre elige por morada el cielo,en vano repta la serpiente por entre la enredadera y los troncos,en vano se interna el alce en lo más espeso del bosque,en vano enfila el alca al norte, lejos, hacia el Labrador.Yo la sigo, deprisa, y trepo hasta el nido, en la hendidura del acantilado.

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Creo que podría vivir con los animales: son tan plácidos e independientes;no me canso de mirarlos.

No se inquietan por su condición, ni se quejan de ella;no se desvelan de noche y lloran por sus pecados;no me exasperan con discusiones sobre sus deberes para con Dios;ninguno está descontento; a ninguno lo perturba el desvarío de

poseer cosas;ninguno se postra ante nadie, ni ante los demás de su especie que

vivieron hace milenios;ninguno, en ningún lugar, es respetable o desgraciado.

Así revelan el parentesco que tienen conmigo, y yo lo acepto.Me traen señales de mí mismo, y acreditan abiertamente que las poseen.

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Me pregunto dónde las habrán conseguido.¿Acaso he transitado yo por ahí hace tiempo y, en un descuido, se

me han caído?

Avanzaba entonces y ahora y siempre,reuniendo y enseñando más, siempre y muy deprisa,infinito y omnígeno, un semejante entre ellos,y, sin excluir a ninguno de quienes se acerquen para recordarme,elijo uno al que estime y me voy con él, como con un hermano.

La gigantesca belleza de un semental, lozano y sensible a mis caricias:de frente alta y ancha testuz,miembros lustrosos y ágiles, cola que barre el suelo,ojos rebosantes de una chispeante malicia, y orejas flexibles,

finamente dibujadas.

Se le dilatan los ollares al sentir el abrazo de mis talones.Los bien torneados miembros se estremecen de placer cuando echamos

a correr y volvemos.

No te monto más que un minuto y luego te dejo, semental.¿Para qué necesito tus pasos, si yo galopo más deprisa?De pie, y hasta sentado, corro más que tú.

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¡Espacio y Tiempo! Ahora veo que es cierto lo que imaginé,lo que imaginé tendido en la hierba,lo que imaginé tumbado, solo, en la cama,y también al pasear por la playa, a la pálida luz de las estrellas,

por la mañana.

Me abandonan las amarras y los lastres; me acodo en islotes marinos,bordeo cordilleras, abarco continentes con las palmas de las manos;camino con mi visión.

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¡Cuánto tiempo nos han engañado a los dos!

¡Cuánto tiempo nos han engañado a los dos!Transmutados, escapamos ahora, deprisa, como escapa la Naturaleza.Somos la Naturaleza. Hemos estado ausentes mucho tiempo, pero

hemos vuelto:nos convertimos en plantas, troncos, follaje, raíces, corteza;nos acomodamos en la tierra: somos rocas,somos robles, crecemos, uno al lado del otro, en los claros del bosque,pastamos, somos dos en el seno de las manadas salvajes, tan

espontáneas como cualesquiera;somos dos peces nadando juntos en el mar;somos lo que las flores de la acacia: derramamos fragancias en los

caminos por la mañana y por la tarde;somos también la grosera tizne de las bestias, de las plantas, de los

minerales;somos dos halcones rapaces: volamos, escrutando la tierra;somos dos soles resplandecientes, y los que encontramos el equilibrio,

órbicos y estelares, somos como dos cometas;merodeamos, cuadrúpedos, por la espesura, enseñando los colmillos,

y saltamos sobre la presa;somos dos nubes por el cielo, al amanecer y al atardecer;somos mares que confluyen, somos dos de esas olas alegres que se

entrelazan y se empapan mutuamente;somos lo que la atmósfera: transparentes, receptivos, permeables,

impermeables;somos nieve, lluvia, frío, oscuridad, somos todo lo que el globo

produce y todas sus influencias;hemos descrito círculos y más círculos hasta llegar a casa los dos,

de nuevo;lo hemos invalidado todo, excepto la libertad y nuestra alegría.

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Canto de lo universal

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Ven, dijo la Musa,dedícame un canto que ningún poeta haya entonado todavía,cántame lo universal.

En esta espaciosa tierra nuestra,entre tantísima vulgaridad, entre la escoria,contenida y a salvo en su centro, en su corazón,anida la semilla de la perfección.

Todas las vidas participan de ella, en alguna medida;nadie nace sin que ella nazca: oculta o al descubierto, la semilla espera.

2

¡Mira! Descuella la ciencia, con su mirada inquisitiva;domina la moderno, como desde una cumbre;dicta mandatos sucesivos y absolutos.

Pero, de nuevo, ¡mira!: el alma supera a la ciencia.Por ella la historia, como la piel de un fruto, se ha acumulado en el

globo.Por ella miríadas de estrellas giran en el espacio.

Describiendo trayectorias en espiral, con largos desvíos(como un navío que virase y virase en el mar),por ella fluye lo parcial en lo permanentey por ella tiende lo real a lo ideal.Por ella la evolución mística,y la justificación no solo del bien, sino también de lo que llamamos el

mal.

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De sus máscaras, las que sean,del enorme tronco podrido, de la astucia y la maña y el llanto,surgirán la salud y la alegría, la alegría universal.

De la masa, lo mórbido y lo somero,de la mayoría perversa, de los diversos e innumerables fraudes de

los hombres y los estados,eléctrico, antiséptico todavía, adhiriéndose a todo, bañándolo todo,solo el bien es universal.

3

Por sobre la maleza de la enfermedad y el sufrimientoun pájaro vuela libre, eternamente,en lo alto, por el aire más puro, más feliz.

De la más tenebrosa nube de la imperfecciónsurge siempre, como una saeta, un rayo de luz perfecta,un relumbre de la gloria celestial.

Como una disonancia de la moda y la costumbre,del enloquecedor guirigay babélico, de las orgías ensordecedoras,sosegando los intervalos, se oye apenas una melodía,y en alguna playa remota suena el coro final.

Oh, benditos ojos, corazones dichososque ven, que conocen el hilo sutil que nos guíapor el imponente laberinto.

4

Y tú, América,para la culminación del proyecto, para pensarlo y hacerlo realidad,para esto (y no para ti) has llegado.