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46 Ruta Crítica * Federico Campbell es narrador, ensayista, traductor y periodista. En 1995 obtuvo la beca Guggenheim. Es autor de más de 15 publicaciones. [email protected]x http://federicocampbell.blogspot.com/ E l psicoanalista holandés Douwe Draaisma es au- tor de un libro interesantísimo: Por qué el tiempo vuela cuando nos hacemos mayores (Madrid, Alianza Editorial, 2006). Douwe Draaisma se pregunta por qué recordamos hacia delante y no hacia atrás, cuál es la relación entre el olfato y la memoria, cómo es posible que los olo- res evoquen recuerdos tan tempranos, por qué la ju- ventud es larga y la vejez corta, y cómo es que algunas personas en peligro de muerte cuentan más tarde que vieron pasar ante sí “como en una película” miles de imágenes a toda velocidad que resumían su biografía. Y se pregunta asimismo por qué, más tarde en la vida, al rebasar los cincuenta años, tenemos la sensación de que el paso de los años se acelera. Parece que en esas circunstancias la película em- pieza a correr desde el principio, en un plan de recuento autobiográfico a la velocidad de la luz, porque cree uno que está al borde de su último sus- piro, aunque después no suceda nada malo y uno se siga contando entre los 6 mil millones de terrí- colas que sobrevivimos en este valle de lágrimas. Sucede algo con nuestra percepción subjetiva del tiem- po: a medida en que vamos dejando de ser jóvenes—o mejor dicho: cuando empezamos a envejecer—sentimos que los años pasan más de prisa. No era así en el re- moto pasado de nuestra infancia feliz e irrespon- sable. Tampoco a lo largo de las siguientes dos Federico Campbell* A Rafael Ruiz Harrell, in memoriam Por qué vuela el tiempo cuando nos hacemos viejos La vivencia del tiempo es una cuestión de óptica interna. La memoria ordena nuestras experiencias en el tiempo como un pintor ordena el espacio con perspectiva. Ignacio Castillo Arvayo Natchío. Retrato sin título

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Page 1: Por qué vuela el tiempo cuando nos hacemos viejos qué vuela el tiempo... · vieron pasar ante sí “como en una película” miles de imágenes a toda velocidad que resumían su

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* Federico Campbell es narrador, ensayista, traductor y periodista. En 1995 obtuvo la beca Guggenheim. Es autor de más de 15 publicaciones. [email protected] http://federicocampbell.blogspot.com/

El psicoanalista holandés Douwe Draaisma es au-tor de un libro interesantísimo: Por qué el tiempo

vuela cuando nos hacemos mayores (Madrid, Alianza Editorial, 2006).

Douwe Draaisma se pregunta por qué recordamos hacia delante y no hacia atrás, cuál es la relación entre el olfato y la memoria, cómo es posible que los olo-res evoquen recuerdos tan tempranos, por qué la ju-ventud es larga y la vejez corta, y cómo es que algunas personas en peligro de muerte cuentan más tarde que vieron pasar ante sí “como en una película” miles de imágenes a toda velocidad que resumían su biografía. Y se pregunta asimismo por qué, más tarde en la vida, al rebasar los cincuenta años, tenemos la sensación de que el paso de los años se acelera.

Parece que en esas circunstancias la película em-pieza a correr desde el principio, en un plan de recuento autobiográfico a la velocidad de la luz, porque cree uno que está al borde de su último sus-piro, aunque después no suceda nada malo y uno se siga contando entre los 6 mil millones de terrí-colas que sobrevivimos en este valle de lágrimas. Sucede algo con nuestra percepción subjetiva del tiem-po: a medida en que vamos dejando de ser jóvenes—o mejor dicho: cuando empezamos a envejecer—sentimos que los años pasan más de prisa. No era así en el re-moto pasado de nuestra infancia feliz e irrespon-sable. Tampoco a lo largo de las siguientes dos

Federico Campbell* A Rafael Ruiz Harrell,in memoriam

Por qué vuela el tiempo cuando nos hacemos viejos

La vivencia del tiempo es una cuestión de óptica interna. La memoria ordena nuestras experiencias en el tiempo

como un pintor ordena el espacio con perspectiva.

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Revista Universidad de Sonora

o tres décadas. Tendía uno entonces a pensar que era eterno. Pero al final de cuentas la vida resulta demasiado breve. Ilustra muy bien esta idea el reloj de are-na. Entre más años pasan los granitos se van desgastando y bajan más rápidamente por el orificio, de tal modo que un minuto puede contarse en 37 segundos. Cuanto más viejo sea un reloj de arena, más rá-pido pasará la arena. Así lo percibió Ernst Jünger en El libro del reloj de arena.

Todo esto tiene que ver con las equívocas operaciones de la memoria, especialmente con la memoria autobio-gráfica que es nuestra compañera más íntima. Funciona de manera diferente cuando tenemos cinco años que cuando tenemos quince o sesenta, aunque los cambios son tan lentos que apenas los notamos. Apenas empezamos a recordar hacia los tres o cuatro años; antes lo que hay es una especie de amnesia infantil. La vivencia del tiempo es una cuestión de óptica interna. La memoria ordena nues-tras experiencias en el tiempo como un pintor ordena el espacio con perspectiva. La duración y la velocidad dependen de la intensidad de nuestras percepciones y de las imágenes que tenemos en la memoria.

En estudios recientes sobre el tiem-po y la memoria, se han identificado mecanismos relacionados con la acele-ración de los años. Uno de ellos tiene que ver con el ritmo del reloj biológi-co de cada quien. Por ejemplo, la ve-locidad con la que se cura una herida varía con la edad. La herida de una per-sona de veinte años se cura dos veces más rápido que la de una persona de cuarenta.

Intrigan las deformaciones que surgen en la estimación del tiempo. Marcel Proust reflexiona sobre la lentitud del tiempo que uno pasa en tensa espera. Jorge Luis Borges dice que antes las distancias eran mayores porque el espacio se mide por el tiempo. La memoria está llena de equívo-cos porque el cerebro tiende a recordar lo esencial de las cosas, no los detalles. Uno se inventa a sí mismo en su autobiogra-fía y —por sincero y honesto que quiera ser— siempre dejará cosas afuera, insinua-rá el todo por una o varias de las partes. ¿Quién soy yo para mí mismo? ¿Cómo me veo ahora a los sesenta y cuatro? ¿Ya se me está acabando la película?

Ese tiempo cambiante con la edad del que lo padece no puede medirse como el tiempo objetivo, es decir, con los relojes de casa. El tiempo realmente vivido y experimentado discurre lento cuando nos aburrimos o estamos en pena o enfermos, pero se escurre y se desvanece de manera más rápida cuan-do la estamos pasando bomba. Tiempo lento en el sufrimiento. Tiempo rápido en la alegría.

Draaisma utiliza una metodología cuan-tificadora y, según sus encuestas, por ejem-plo, tiene establecido que hacia la sexta década nuestras asociaciones se clavan predominantemente en la juventud. Cree que a lo largo del tiempo nuestra memoria modifica nuestro pasado, con lo cual su pensamiento embona con la creencia de que toda biografía es una ficción y más lo es una autobiografía. ¿No será que, como el sueño, la vida también es una ficción?

Mientras vamos dejando de ser jóve-nes el tiempo se condensa, se acelera, nos elude. Recordamos mejor las cosas lejanas y más remotas, las de la infancia más temprana, por ejemplo, que las que sucedieron ayer, en una suerte de presbicia de la memoria. Y así va palpitando nuestra memoria auto-biográfica, pintando y despintando nues-tras figuras más queridas, coloreándolas con el afecto caprichoso y discriminatorio al urdir la crónica de nuestros días. Pero la memoria autobiográfica tiene sus le-

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yes y va arreglando el pasado. Nada de lo que nos sucedió antes de los tres años lo recordamos. ¿Por qué? ¿Por qué las humi-llaciones sí tardan en olvidarse? Se recuer-dan muchísimos años y de pronto un día el perdón de la memoria las evapora.

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