politica ayacuchana colonia y republica

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CAPÍTULO IV: EL SIGLO XIX Y LA PRIMERA MITAD DEL XX (VERSIÓN PRELIMINAR) 1. La crisis de la Independencia Las luchas por la independencia ocasionaron la polarización política entre Huanta, Huamanga y Cangallo. Lejos de enfrentar unido la coyuntura el anti- guo espacio ayacuchano se disgregó protagonizando enconadas luchas. En- tre éstas destacaron los violentos conflictos al interior de los dos grupos étni- cos más representativos de la región: los blancos (criollos y mestizos) y los indígenas. En 1780 la rebelión de Túpac Amaru no suscitó apoyo masivo en Ayacucho. Sólo hubo un intento aislado: el del indígena Pablo Challco, quien quiso sub- levar a los indígenas de Chungui ofreciendo la eliminación del tributo y la co- ronación de Túpac Amaru como Rey del Perú. Lo único que logró fue hacer- se arrestar por las autoridades españolas. Al contrario, en Huanta los campesinos fueron movilizados hacia el Cusco para combatir las tropas tupacamaristas, mientras que el Cabildo de Hua- manga decidía apoyar a sus pares del Cusco y rechazar a Túpac Amaru. Más bien, la ocasión fue oportunamente aprovechada por los artesanos y pequeños comerciantes de la ciudad para mostrar su oposición a los aristó- cratas y criollos huamanguinos. Como bien dice el historiador francés Patrick Husson, con la rebelión de Túpac Amaru se iniciaba una etapa de agitación política y social en Huamanga, que culminaría al iniciarse la República con la sublevación de los campesinos huantinos. En 1805 los indígenas de Tiquihua (Huanta) se amotinaron contra el cura de su localidad, exigiendo la eliminación de los repartos mercantiles. En 1809 estallaron en Huamanga violentas manifestaciones de apoyo a la sublevación de La Paz. Años después, en 1812, hubo un intento de rebelión en Cangallo que fue combatido oportunamente por los españoles gracias a la delación de un cura. En 1814 estalló en Cusco la sublevación de los hermanos Angulo y del cura- ca Mateo García Pumacahua. Inmediatamente, los rebeldes enviaron tres expediciones militares hacia La Paz, Arequipa y Huamanga; esta última es- taba bajo el mando de un comité integrado por tres personas: el rioplatense Hurtado de Mendoza, el cura José Gabriel Béjar y el criollo Mariano Angulo, uno de los hermanos líderes de la rebelión. Al conocerse la proximidad de los cuzqueños, en Huamanga los españoles empezaron a reclutar milicianos para detener el avance de los rebeldes. Pero, también se movilizaron fuerzas a favor de los rebeldes. Algunos artesanos, pequeños comerciantes y vende- dores del mercado fueron encabezados por Buenaventura Fernández de la Cueva o Munive, más conocida como “Ccalla Maqui”, a favor de los cuzque- 1

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CAPÍTULO IV: EL SIGLO XIX Y LA PRIMERA MITAD DEL XX (VERSIÓN PRELIMINAR)

1. La crisis de la Independencia Las luchas por la independencia ocasionaron la polarización política entre Huanta, Huamanga y Cangallo. Lejos de enfrentar unido la coyuntura el anti-guo espacio ayacuchano se disgregó protagonizando enconadas luchas. En-tre éstas destacaron los violentos conflictos al interior de los dos grupos étni-cos más representativos de la región: los blancos (criollos y mestizos) y los indígenas.

En 1780 la rebelión de Túpac Amaru no suscitó apoyo masivo en Ayacucho. Sólo hubo un intento aislado: el del indígena Pablo Challco, quien quiso sub-levar a los indígenas de Chungui ofreciendo la eliminación del tributo y la co-ronación de Túpac Amaru como Rey del Perú. Lo único que logró fue hacer-se arrestar por las autoridades españolas. Al contrario, en Huanta los campesinos fueron movilizados hacia el Cusco para combatir las tropas tupacamaristas, mientras que el Cabildo de Hua-manga decidía apoyar a sus pares del Cusco y rechazar a Túpac Amaru. Más bien, la ocasión fue oportunamente aprovechada por los artesanos y pequeños comerciantes de la ciudad para mostrar su oposición a los aristó-cratas y criollos huamanguinos. Como bien dice el historiador francés Patrick Husson, con la rebelión de Túpac Amaru se iniciaba una etapa de agitación política y social en Huamanga, que culminaría al iniciarse la República con la sublevación de los campesinos huantinos.

En 1805 los indígenas de Tiquihua (Huanta) se amotinaron contra el cura de su localidad, exigiendo la eliminación de los repartos mercantiles. En 1809 estallaron en Huamanga violentas manifestaciones de apoyo a la sublevación de La Paz. Años después, en 1812, hubo un intento de rebelión en Cangallo que fue combatido oportunamente por los españoles gracias a la delación de un cura. En 1814 estalló en Cusco la sublevación de los hermanos Angulo y del cura-ca Mateo García Pumacahua. Inmediatamente, los rebeldes enviaron tres expediciones militares hacia La Paz, Arequipa y Huamanga; esta última es-taba bajo el mando de un comité integrado por tres personas: el rioplatense Hurtado de Mendoza, el cura José Gabriel Béjar y el criollo Mariano Angulo, uno de los hermanos líderes de la rebelión. Al conocerse la proximidad de los cuzqueños, en Huamanga los españoles empezaron a reclutar milicianos para detener el avance de los rebeldes. Pero, también se movilizaron fuerzas a favor de los rebeldes. Algunos artesanos, pequeños comerciantes y vende-dores del mercado fueron encabezados por Buenaventura Fernández de la Cueva o Munive, más conocida como “Ccalla Maqui”, a favor de los cuzque-

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ños, produciendo la huida de las autoridades españolas primero a Huanta y luego a Lima. Las tropas de Mendoza entraron a Huamanga el 20 de sep-tiembre de 1814 sin encontrar resistencia alguna y con el apoyo de los “mo-rochucos”. El Virrey Abascal envió al Regimiento Talavera, a cargo del Comandante Vicente Gonzales, que en Huanta reforzó sus filas con 500 hombres del hacendado Pedro José Lazón. Ambos ejércitos se enfrentaron en los campos de Huamanguilla y Macachacra y en las cercanías de Huanta, entre el 25 de septiembre y el 2 de octubre, siendo los cuzqueños derrotados. Los españo-les retornaron a Huamanga, detuvieron a los que habían colaborado con los rebeldes y restablecieron a sus autoridades.

De este modo, se agudizaron las tensiones entre criollos, mestizos e indíge-nas. Los primeros apoyaron a los españoles, mientras que los artesanos y pequeños comerciantes mestizos secundaron a los rebeldes, en franca opo-sición a los primeros, quienes controlaban el poder en Huamanga. De otro lado, en el transcurso de la sublevación, los campesinos de Huanta auxiliaron a los realistas, mientras que los “morochucos” de Cangallo optaron por com-batir al lado de los rebeldes. Así, los pueblos del Norte de Huamanga polari-zaban sus actitudes políticas: Huanta se volvía realista, mientras que Canga-llo se convertía en patriota. Huamanga quedaba en una situación de ambi-güedad.

Al conocerse la noticia del desembarco de las Expedición Libertadora del Sur en las costas de Ica, el patriotismo revivió en Huamanga. San Martín envió una expedición a la Sierra Central bajo el mando de Antonio Álvarez de Are-nales con el objetivo claro de aislar Lima. Arenales, secundado por los “mo-rochucos” de Cangallo, entró a Huamanga el 31 de octubre de 1820, siendo apoyado por los sectores populares y proclamando la independencia en los primeros días de noviembre del mencionado año. Posteriormente, se dirigió a Huanta, donde también fue recibido por la población y de ahí partió a Jauja. A los pocos días aparecieron las tropas realistas del General Mariano Rica-fort. Éste ocupó militarmente Huamanga entre 1820 y 1824. No sólo resta-bleció el orden colonial, además reprimió duramente a los “morochucos” en Chupascunca e incendió el pueblo de Cangallo.

Durante esta etapa se agudizaron las diferencias entre el Norte y el Centro de la Intendencia de Huamanga. Por un lado, Huanta se mantuvo en calma y lealtad, no sufriendo represión alguna; al contrario, en 1821 fue recompensa-da por el virrey La Serna con el título de “Fiel e Invicta Villa de Huanta” más un escudo colonial. Por otro lado, Cangallo soportó los peores castigos por parte de los españoles: el pueblo fue nuevamente incendiado por Carratalá el 17 de diciembre de 1821 y los morochucos fueron duramente combatidos y perseguidos. Empero, éstos continuaron hostilizando a los españoles en la

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llanura de Secchapampa, Chiara, Pomaqocha y Chuschi. Las hostilidades de estos campesinos no se detuvieron ni con el apresamiento y ejecución de uno de sus principales líderes, Basilio Auqui, en 1822.

Casi al mismo tiempo, en Lima San Martín dejaba el gobierno, se instalaba un Congreso Constituyente y ante el fracaso de las dos Campañas de Inter-medios y de la presidencia de Riva Agüero, se convocaba a Bolívar para que ordenase el país e iniciase la campaña final. El libertador se instaló en Lima y desde ahí avanzó hacia el Sur, derrotando a los realistas en la llanura de Ju-nín el 6 de agosto de 1824. A continuación, Bolívar viajó a Lima a reasumir el poder político y el ejército patriota bajo el mano de Antonio José de Sucre se dirigió al encuentro de los realistas. Por su parte, los españoles estaban co-mandados directamente por el virrey La Serna, quien venía de Cusco. Ambos ejércitos se divisaron en Andahuaylas y marcharon siguiendo el curso inverti-do del río Pampas. Estaban casi a la vista. Tuvieron un primer encuentro en Corpahuaico, donde los patriotas perdieron 200 hombres y un cañón. Llega-ron a Quinua donde los realistas ocuparon el cerro Condorcunca y los patrio-tas, la llanura de Ayacucho. Éstos sumaban 5,700 soldados y 1 cañón, mien-tras que los españoles sumaban 9,000 hombres y 11 cañones.

La mañana del 9 de diciembre de 1824 se inició la batalla. Las fuerzas espa-ñolas de Valdez atacaron el flanco que dirigía La Mar con la intención de co-locarse en la retaguardia del ejército patriota. Sin embargo, éstas pudieron ser contenidas por los soldados peruanos que estaban en la división de La Mar. Entonces, el grueso del ejército español cometió el error de bajar hacia la pampa en vez de esperar el ataque de los patriotas. Éstos detuvieron la maniobra realista con la decisiva intervención de las fuerzas del general co-lombiano Córdova. En las filas realistas se produjo una separación muy grande de sus cuerpos. El ataque había sido tan acelerado que el virrey que-dó al descubierto y fue capturado por la caballería patriota al mando de Cór-dova. Entre los caballo patriotas destacaban los equinos de los morochucos, de pequeña alzada muy hábiles para subir alturas. Estos caballos jugaron un gran papel en toda la campaña final de la independencia. De ese modo, invir-tiendo los sucesos de Cajamarca, en esta ocasión los caballos ayudaron a los patriotas a detener al último virrey español. En la tarde, los españoles habían sido derrotados y la batalla había culmina-do con el trágico saldo de 1,400 soldados realistas muertos contra 300 patrio-tas. La división peruana de La Mar persiguió a los dispersos intentando cap-turar a los últimos realistas. El Virrey firmó una capitulación que generosa-mente ofrecieron los patriotas. En ella se permitía que los españoles salgan del país llevándose sus fortunas.

En estos últimos tramos de la campaña final nuevamente se polarizó la inter-vención de los huamanguinos. Los campesinos huantinos se movilizaron al

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lado de las tropas realistas, mientras que los “morochucos” cangallinos apo-yaron a los patriotas.

¿Por qué ocurrió esta polarización social y étnica durante las guerras de la independencia? ¿Por qué Huanta se inclinó más hacia el bando realista mientras que Cangallo se quedaba con los patriotas? Para responder estas preguntas hay que examinar la economía y la dinámica social de estos pri-meros años turbulentos de la etapa republicana. 1.1 María Parado de Bellido

La heroína ayacuchana de la independencia nació en Paras, Cangallo. Aun-que no se conoce su partida de nacimiento, los documentos y evidencias in-dican que nació alrededor de 1770, siendo sus padres Fernando Parado, criollo de ascendencia alto peruana, y Jacinta Jayo, posiblemente indígena. Ambos padres eran vecinos y propietarios de tierras en el pueblo de Paras. La heroína tenía unos cincuenta años de edad cuando fue fusilada.

María Parado pasó su infancia en su pueblo natal; desde la tierna infancia aprendió tanto el quechua como el castellano. A la edad de 15 años contrajo matrimonio con Mariano Bellido, mestizo y vinculado al Alto Perú. Bellido era arriero y estaba dedicado al comercio de la cochinilla entre Huamanga, Cuz-co y La Paz; en algún momento de su vida fue también agente de correos. Fruto de este matrimonio nacieron siete hijos: Gregoria, Andrea, Mariano, Tomás, María, Leandra y Bartola.

En la partida de bautismo de su hijo Tomás se puede leer una confirmación de su nacimiento en Paras:

“Tomás Bellido.- Español - En el pueblo de San Juan de Pa-ras, en nueve días del mes de abril de mil ochocientos y dos años; yo el doctor Tomás de Ubiliuz, Párroco de esta Doctrina, bauticé, puse óleo y crisma a Tomás de dos días, hijo legítimo de Mariano Bellido y de María Parado, españoles de este mismo pueblo, fue su padrino don Manuel Ascencio del Pino, a quien le advertí el parentesco espiritual, que contrajo y la obligación de enseñar la doctrina cristiana a su ahijado, siendo testigos Romualdo Cusipoma y para que conste lo firmé en di-cho día y mes y año. Doctor Tomás Ubilluz”

De igual modo se puede leer en un documento notarial de compra venta de una casa:

“En Huamanga, a los cinco días de septiembre de mil ochocientos ca-torce años, nosotros los esposos Mariano Bellido y María Parado natu-

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rales y vecinos del pueblo de Paras, residentes en esta ciudad, como ponemos de manifiesto recibimos ochenta pesos en aras de una com-pra venta de una casa y canchón, que tenemos en el pueblo de Paras en el sitio de Cuchquima, la escritura respectiva perfeccionaremos en el mes de diciembre… el comprador José Licas, será como dueño y señor,….., que es una propiedad nuestra legítimamente adquirida por haber recibido uno de los contratantes en herencia especial de don Anselmo Jayo, abuelo de la segunda de los contratantes, sin que esta pertenencia esté incluida en la donación de herencia dada a Jacinta Jayo, madre de María Parado, que es una de las vendedoras. Para mayor seguridad afianzamos con nuestros bienes especialmente con vacunos y firmamos ante los testigos.

Estos documentos revelan que María Parado había nacido en Paras, que se sentía española, es decir, integrante de la sociedad occidental y diferenciada del mundo indígena. Asimismo, los documentos confirman que los esposos Bellido eran dueños de algunas propiedades urbanas y que poseían ganado. Esta vida que podría ser muy común se vio profundamente alterada a causa de las luchas por la independencia. El general José de San Martín desembarcó en Paracas el 20 de septiembre de 1820 dando inicio a los acontecimientos que llevaron a la independencia del Perú. Poco después, el 6 de octubre una columna dirigida por el general Juan Antonio Álvarez de Arenales ocupó Ica iniciando una marcha hacia la sierra. Esa columna tomó Huamanga el 31 de octubre, sorprendiendo a los realistas que se estaban reconcentrando en Tarma. En ese momento, en to-dos los pueblos de la región se alistaron montoneros patriotas que se suma-ron a la lucha. En Tarma fue famoso el líder guerrillero Francisco de Paula Otero, quien logró derrotar a los realistas y abrir las puertas del Mantaro al ejército de Arenales. Así, el 5 de diciembre, los patriotas capturaron Cerro de Pasco, donde estaban asentadas las minas de plata más importantes de aquellos días. En Cerro fueron capturados más de 300 prisioneros realistas, entre los cuales se encontraba el entonces coronel Andrés de Santa Cruz, quien a partir de ese momento adhirió al bando patriota. Arenales siguió has-ta Huanuco que capturó el 12 de diciembre. A partir de ese momento se re-plegó. En efecto, los realistas habían retrocedido, pero estaban lejos de haber sido vencidos. El coronel realista Mariano Ricafort salió de Arequipa liderando una columna que se dirigió a Andahuaylas y de ahí a Huamanga. En el camino fue atacado por guerrilleros indígenas que se habían organizado galvaniza-dos por el paso de la columna de Arenales. El 2 de diciembre de 1820, mien-tras Arenales se aprestaba a derrotar a los realistas en Cerro de Pasco, en Cangallo la suerte era inversa. Los morochucos fueron derrotados y Ricafort incendió Cangallo por primera vez. Luego, capturó Huamanga y siguió hacia el Mantaro. Ricafort iba deshaciendo lo avanzado por Arenales.

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Los realistas enfrentaban una crisis interna muy severa. Finalmente una junta de jefes solicitó la renuncia del virrey Pezuela. Este fue el primer golpe de estado de nuestra historia y se produjo antes de la independencia. El 29 de enero de 1821 los oficiales españoles nombraron virrey a José de la Serna, quien sería el último de los gobernantes españoles del Perú. En la sierra cen-tral se reorganizaron los mandos realistas y asumió el general José Carrata-lá, que sería tristemente célebre por su crueldad y firmeza. La Serna decidió abandonar Lima y reconcentrarse en la sierra. El virrey se asentó en el Cuzco, habiendo llevado consigo la casa de la moneda y la im-prenta oficial. Los realistas optaron por fortalecer sus tropas en las alturas y alejarse del clima de intrigas que envolvía a la capital virreinal. Ya habían fracasado las conversaciones de Punchauca y los españoles tenían claro dos puntos: primero, que la lucha sería definitiva y; segundo, que debían confiar exclusivamente en sus propias fuerzas, porque no recibirían ayuda de la me-trópoli. En las alturas de Ayacucho se había formado una montonera patriota enca-bezada por Cayetano Quiróz, quien tenía bastante apoyo entre los morochu-cos. En esta montonera estaba alistado el hijo de María Parado, Tomás. Asimismo, su esposo, Mariano Bellido, colaboraba con esta fuerza, sin estar completamente integrado a ella. Los guerrilleros de Quiróz hostilizaban constantemente a las tropas de Carra-talá, hasta que el jefe realista decidió acabar con esa pesadilla. Poco des-pués de proclamada la independencia en Lima, Carratalá se presentó en Cangallo y lanzó una proclama, instando al pueblo a retornar a la causa del Rey y amenazando con confiscar bienes y dejar en la ruina total a quienes siguieran las “acciones aventureras” de los patriotas. A continuación hubo un choque armado y los realistas incendiaron Cangallo completamente el 17 de diciembre de 1821, prohibiendo cualquier futura reconstrucción, por ser “un nido de ladrones, asesinos y toda clase de delincuentes”, según rezaba el cartel que mandó colocar sobre las cenizas aún humeantes. Carratalá se trasladó al sur de Ayacucho y sembró el terror en Lucanas, Pa-rinacochas y Paucar del Sara Sara. De retorno a Huamanga, en vez de hallar un territorio pacificado, nuevamente fue hostilizado por Quiroz y los suyos. Cerca de Paras, Carratalá enfrentó a la montonera y obtuvo una victoria de-cisiva porque cayó en combate la esposa del líder montonero. Gravemente desmoralizado, Quiroz buscó las alturas de Lucanas para luego bajar a la costa, donde fue finalmente derrotado y hecho prisionero, habiendo sido fusi-lado en Ica el 5 de mayo de 1822. Poco antes, en confusas circunstancias, cayó en manos de los realistas una carta que contenía información precisa sobre el movimiento de las tropas de

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Carratalá. Aunque la carta no estaba firmada, el alto mando realista empren-dió un trabajo de inteligencia que le permitió determinar que la autora era María Parado y que el destinatario era su esposo Mariano Bellido. Según algunas versiones, el tenor de la carta habría sido el siguiente:

“Mañana marcha la fuerza de esta ciudad a tomar la que existe allá y a otras personas que defienden la libertad. Avísalo al señor Quiroz y tra-ta de huir inmediatamente a Huancavelica donde nuestras primas las Negretes; porque si te sucediera alguna desgracia que Dios no lo permita...”

El 20 de marzo de 1822 fue apresada María Parado en su casa en Huaman-ga. Al día siguiente fue interrogada y se le exigió que diera los nombres de sus informantes y también de la persona que había escrito la carta. Como se negó a delatar, fue condenada a muerte en un juicio sumario. A continuación, fue paseada por las cuatro esquinas de la Plaza de Armas de Huamanga, en cada una de ellas se repitió la sentencia y fue conminada a hablar. Por últi-mo, fue ejecutada en la plazuela del Arco, habiéndose mantenido altiva y ne-gándose a delatar hasta el fin; según el cura que la asistió llevaba puesto un sombrero de paja; su casa fue incendiada y sembrada de sal, “por ser madri-guera de traidores y espías”, según decía la sentencia de la Corte Marcial. Su cadáver habría sido trasladado por personas amigas a la capilla de Chi-quinquirá y sepultado allí. En la historia peruana, María Parado representa el compromiso de la mujer con la causa patriota y su heroísmo fundamenta la fuerza de las convicciones y la entereza para no delatar a otras personas. 2. El advenimiento de la república peruana Después de la batalla de Ayacucho, la ciudad de Huamanga cambió de nom-bre y pasó a llamarse Ayacucho, por Decreto de Bolívar del 15 de febrero de 1825 y en homenaje al lugar donde se realizó la batalla del 9 de diciembre de 1824. Además, la antigua Intendencia de Huamanga se convirtió en el Depar-tamento de Ayacucho, dividido en 6 provincias con sus respectivas subpre-fecturas: Huanta, Huamanga, Cangallo, Andahuaylas, Parinacochas y Luca-nas. Como se habrá notado, Andahuaylas aún estaba bajo la jurisdicción de Ayacucho y no existían las provincias de La Mar, Víctor Fajardo y Vilcashua-mán. Andahuaylas pasó a formar parte de Apurímac al crearse este depar-tamento en 1873. Las provincias de La Mar, Víctor Fajardo y Vilcashuamán fueron creadas en 1861, 1910 y 1984 respectivamente. Durante la República el departamento de Ayacucho cayó en una situación de mediterraneidad o enclaustramiento territorial, debido a que al interior de este espacio no se consolidó una especialización productiva e integración a los mercados, a diferencia de lo que sucedía con otros departamentos del país.

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Así, mientras que Junín se especializaba en la explotación de minerales y la ganadería y Arequipa, en el comercio de lanas, en Ayacucho no se instaló una producción agropecuaria o industria poderosa. Asimismo, Ayacucho ca-reció de un intensivo comercio, como veremos a continuación. Después de la independencia y hasta mediados del siglo XIX (1850) la eco-nomía de Ayacucho dependió de la producción de las haciendas, de la gana-dería y del comercio de tejidos y artesanías.

2.1 Haciendas Durante el siglo XIX se mantuvo la propiedad de la tierra en manos de las antiguas familias terratenientes y también continuó con la misma dinámica colonial el trabajo de los indígenas para la producción de bienes agrícolas. La herencia colonial era muy fuerte, aunque empezaban a registrarse algunas modificaciones. Para empezar, en Ayacucho no ocurrió la expansión de la gran propiedad latifundista o la concentración de grandes extensiones de tierras en pocas manos. Las haciendas republicanas de la región fueron pequeñas y media-nas. Las únicas dos grandes propiedades eran las de Chupas, cerca de la ciudad de Ayacucho, distribuidas entre dos hacendados: don Domingo Joyo, quien tenía 150 fanegadas de terreno, y don Gaspar Carrillo de Albornoz, el Marqués de Feria y Valdelirios, con 100 fanegadas de terreno. En segundo lugar, la mayor cantidad de haciendas se concentraba al Norte y en el centro del departamento: en Huanta, Huamanga, Cangallo y Andahuay-las, mientras que unas pocas estaban al Sur en Lucanas y Parinacochas. Esta área siempre fue un refugio de las comunidades campesinas. Luego, las haciendas estaban distribuidas en los diversos pisos ecológicos, especializándose en la producción de un determinado bien. Así, las hacien-das de los valles de Huanta, Ayacucho y del Pampas, ubicadas en la región Quechua entre los 2,300 y 3,500 metros de altitud, se dedicaban al cultivo de trigo, maíz, azúcar, hortalizas y frutales. Éstas eran las propiedades más ren-tables, ya que podían producir varias veces al año al contar con irrigación proveniente de los ríos Huarpa, Cachi, Torobamba y Pampas. Las haciendas ubicadas en las regiones Suni y Puna, por encima de los 4,000 m.s.n.m. pro-ducían papa, oca y mashua y se dedican a la ganadería. Son tierras de se-cano, irrigadas solamente con las lluvias y con presencia constante de pastos e ichu. Están también las haciendas del valle del río Apurímac, frecuente-mente denominadas las “montañas” de Huanta y Anco”, entre los 500 y los 2,300 metros de altitud, destinadas al cultivo de la coca. Estos cocales tam-bién eran productivos y rentables: la coca es un arbusto cuya hoja se cose-cha varias veces al año y es siempre solicitada en cualquier mina, hacienda o

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comunidad para el consumo de los trabajadores campesinos, el estableci-miento de relaciones de reciprocidad o los ritos andinos. El 80 % de los productos de las haciendas se destinaba al consumo de sus trabajadores y administradores. Así, la producción era principalmente para el autoconsumo. El resto se enviaba para el comercio y abastecimiento de Aya-cucho y de pueblos como Huanta, Cangallo o Lucanas. La excepción lo cons-tituían el azúcar, la lana y la coca. El azúcar servía como insumo para la ela-boración de aguardiente. La lana se enviaba a los telares y servía para la confección de telas y bayetas. La coca se comercializaba en Huancayo y Huancavelica. Estos eran los productos altamente comerciales. Las haciendas eran propiedad de señores criollos, por ejemplo el menciona-do Marqués de Feria y Valdelirios, que residían en la ciudad de Ayacucho. Empero, en Huanta y Anco los mestizos y campesinos eran también propie-tarios de tierras, especialmente de aquellas ubicadas en las “montañas” don-de se cultivaba la coca. Estas anteriormente recibieron el nombre de “tierras realengas” porque eran propiedad de la Corona española en tanto nadie las había demandado. Sin embargo, a fines de la etapa colonial más de 700 es-pañoles, mestizos e indios se habían apropiado de ellas. Frente a esta situa-ción, a la Corona española no lo quedó otra alternativa que legalizar la “priva-tización” de estos terrenos, concediendo en 1816 la propiedad de las “tierras montañosas” a todos aquellos que la descubran y la exploten. La Iglesia igualmente poseía haciendas porque durante la colonia había acumulado tierras y porque además actuaba como una institución financiera que prestaba dinero a cambio de la hipoteca de alguna propiedad. Los secto-res eclesiásticos que controlaban las tierras eran las órdenes religiosas (mer-cedarios, dominicos, franciscanos, agustinos) y el clero secular. Sin embargo, con el dispositivo de Bolívar de 1826 que suprimía las órdenes religiosas y los conventos, estas tierras pasaron a manos de la Beneficencia o fueron apropiadas por los curas de las iglesias rurales. Como consecuencia de las guerras por la independencia buena parte de las haciendas se hallaban arruinadas y en crisis. Los ejércitos realista y patriota, a su paso por Ayacucho, necesitaron de alimentos, caballos y forraje; solu-cionaron sus necesidades apropiándose de los bienes de las haciendas u obligando a los hacendados a entregar víveres y dinero. Si éste se negaba, era deportado y su propiedad, confiscada. Esto ocurrió con el mencionado don Gaspar Carrillo de Albornoz, el Marqués de Feria y Valdelirios, a quien se le expropió su hacienda de Chupas por no colaborar con los patriotas. Ba-jo estas circunstancias, es lógico suponer que la crisis de las haciendas oca-sionó escasez de alimentos, incremento del precio de los bienes agrícolas y desabastecimiento.

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2.2 Industria Como vimos en el capítulo anterior, la producción de telas burdas y bayetas en la colonia estuvo a cargo de obrajes o empresas manufactureras. Durante la República estas empresas se hallaban en crisis y abandono debido a tres factores importantes: primero, la falta de mercados donde pueda colocarse el producto; segundo, la dura competencia propiciada por la importación de tex-tiles ingleses, más baratos; tercero, la ausencia de dinero necesario para la producción. Empero, en Ayacucho se continuó produciendo telas y bayetas, esta vez a cargo de telares o chorrillos familiares; es decir, manufacturas más pequeñas que funcionaban en los barrios de la ciudad o en algunas comunidades como Pacaycasa. En ellas trabajaba el tejedor con toda su familia: eran empresas familiares. Estos telares, en ocasiones llamados “chorrillos”, fueron muy importantes porque reemplazaron los viejos obrajes, produjeron una cantidad impresio-nante de telas y bayetas (hacia 1809 se habían producido alrededor de 700 mil varas de tela) y propiciaron la aparición de un circuito comercial que se extendía más allá de las fronteras del departamento. Además de telas, en los barrios de la ciudad de Ayacucho se confeccionaban también bienes derivados del cuero como badanas, suelas, zapatos y co-rreas que eran comercializados en mercados lejanos como Cerro de Pasco. Nuevamente, esta producción estaba a cargo de artesanos que trabajaban en un taller con los integrantes de su familia. 2.3 Comercio El aguardiente, la coca, las telas, las bayetas y la artesanía se comercializa-ban fuera del departamento de Ayacucho, en diferentes mercados. Así, la coca se vendía en Huancayo y Huancavelica, al norte de Ayacucho. Las telas y bayetas se colocaron primero en Cerro de Pasco y Lima y luego en Copia-pó (Chile), Huánuco, Tarma y Jauja. El aguardiente se vendía en Ica y los bienes de cuero en Cerro de Pasco. De este modo, los mestizos o campesi-nos productores de estos bienes participaban de un dinámico circuito comer-cial que se entretejía con todos estos lugares. La cantidad de bienes que se comerciaban era impresionante. Según el his-toriador Jaime Urrutia entre 1801 y 1818 se exportaron a Lima un total de 1’745,129 varas de tejido y a Cerro de Pasco, 1’062,245 varas. Como ocurrió en la colonia, los encargados de recoger el producto del taller o hacienda, transportarlo y finalmente comercializarlo en Cerro de Pasco, Huancayo o Lima eran los arrieros, quienes se relacionaban con agentes

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comerciales. Empero, los productores además aprovecharon de las ferias para negociar sus bienes. Estas se realizaban en el interior del departamento o en las zonas vecinas como corolario de la celebración de una festividad religiosa importante. Las siguientes eran las ferias más importantes de Aya-cucho: primero, la de Cocharcas que se realizaba en Andahuaylas en sep-tiembre durante la fiesta de la Natividad de la Virgen; segundo, la de Huay-llay, en Lircay (Huancavelica) que se realizaba también en septiembre en la fiesta de la Exaltación de la Cruz y tercero, la de Chapi, entre Parinacochas y Arequipa, que se realiza en enero el Día de Reyes. A estas ferias acudían peregrinos, comerciantes y arrieros y en ellas se ofertaban vino de Ica, mer-cancías de Lima y azúcar de la Costa Norte, junto con telas de Ayacucho, suelas de San Juan Bautista y aguardiente de Andahuaylas. Con las guerras por la independencia este circuito se perturbó. La presencia de las tropas realista y patriota en Junín y Ayacucho ocasionó la interrupción de las transacciones mercantiles entre Ayacucho, Huancayo, Lima y Cerro de Pasco. Con el comercio interrumpido, los mercados de consumo empezaron a solicitar bienes producidos en otros sitios: telas de Lima, coca de Huánuco, aguardiente de Ica, perjudicando seriamente a campesinos y mestizos pro-ductores de coca, artesanos tejedores y talabarteros de Ayacucho. 2.4 Vida social Según los pocos datos demográficos existentes para el siglo XIX, en Ayacu-cho había 116,016 habitantes en 1826; 130,070 pobladores en 1850; 142,215 en 1876 y 302,469 habitantes en 1896. Comparando estas cifras, se llega a la conclusión de que el movimiento demográfico del departamento se habría mantenido en situación estacionaria, presentando una tasa anual de crecimiento de sólo 0.1 % entre 1826 y 1850 y 0.3-0.8 % entre 1850 y 1876, por debajo de la tasa de crecimiento de la población peruana que era de 1.38 % durante estos mismos años. La aparición recurrente de epidemias de tifus y viruela que ocasionaban estragos en los pueblos y villas, la poco existencia de población joven y la fuerte presencia de viudos y viudas habrían ocasio-nado este estancamiento del crecimiento demográfico. Las cifras recién em-piezan a aumentar entre 1876 y 1896, cuando la tasa de crecimiento alcanza el 2.6 % anual. Esta tasa parece demasiado alta y lleva a desconfiar de la última cifra. En 1876 en el departamento vivían 18,427 “blancos” (el 13% del total de la población), 102,827 campesinos andinos (el 72 %), 20,607 mestizos (el 14 %) y 43 asiáticos (0.03 %). Así, encontramos que la primera mayoría y por mucho era la gran masa de población campesina indígena. El 62.8 % de es-tos campesinos habitaba en las provincias de Huanta, Huamanga, Cangallo y Andahuaylas, donde también se encontraban las haciendas más importantes del departamento. Otro grupo de población importante era el de los mestizos, que también se concentraba en el norte del departamento. El historiador Pa-

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trick Husson observa que en la provincia de Huamanga se contaba aproxi-madamente un criollo por indio; en Huanta un criollo y un mestizo por tres indios y en Cangallo un criollo y un mestizo por ocho indios. La sociedad ayacuchana estaba, pues, compuesta por estos tres grupos ét-nicos y era muy estratificada. En la colonia eran los aristócratas los que en-cabezaban la jerarquía social. Se trataba de los nobles que poseían una mi-na, una hacienda o un obraje. Empero, al momento de la independencia, ellos prácticamente habían sido borrados del mapa. Primero, porque sus mi-nas, haciendas y obrajes estaban en crisis, sin generar la ganancia que ne-cesitaban para su sobrevivencia. Segundo, debido a la presencia de los ejér-citos realista y patriota que los arruinó económicamente. Además, muchos se exiliaron para escapar de la independencia. Según una lista que registra a los individuos que emigraron de Ayacucho durante esta época, entre los exilia-dos se encuentran el ya mencionado don Gaspar Carrillo de Albornoz, Mar-qués de Feria y Valdelirios; doña Francisca Brianda Cabrera (la heredera del Marqués de Mozobamba y del Pozo); el obispo don Pedro Gutiérrez Cos (quien, por su fidelidad al Rey de España, fue premiado con el Obispado de Cuba); y los grandes comerciantes Nicolás Olano y Pedro Zorraquín. En reemplazo de este grupo social, apareció un sector de burócratas com-puesto por aquellos que ocupaban los puestos públicos y eran autoridades del Estado republicano. Se trata del Prefecto, Subprefectos de las provincias, Gobernadores y Tenientes de Gobernador de los pueblos y caseríos. Se tra-taba de criollos o militares que habían pactado con los caudillos que gober-naban el país. Como eran autoridades, se encargaban básicamente de dirigir la tropa que estaba acantonada en Ayacucho y de cobrar el tributo a los campesinos. Este tributo, si bien había sido suprimido en 1821, fue restable-cido en 1826 bajo el nombre de “contribución indígena” y se mantuvo hasta 1854. Era cobrado en dos ocasiones: en junio, en la fiesta de San Juan Bau-tista y en diciembre en Navidad y generaba jugosos ingresos. Al ser respon-sable del cobro y administración de los tributos, la burocracia se orientó a la apropiación particular de la renta y no a la generación de ganancia sobre una base productiva. Son precisamente los mestizos y campesinos los que se dedican a la gene-ración de ganancia al poseer ganado, producir coca o elaborar tejidos y arte-sanías. Como señalamos anteriormente, fueron los primeros, como artesa-nos y tejedores de los barrios de la ciudad de Ayacucho, que participaron de la producción y comercio regional. Más nunca llegaron a controlar el poder político (es decir, nunca llegaron a ser Prefectos o Subprefectos) a pesar de que contaban con poder económico. Con respecto a los segundos, hay que destacar en párrafo aparte la actuación protagónica de los dos grupos de campesinos más importantes de Ayacucho en estos primeros años de la Re-pública: los pobladores de la zona altoandina de Huanta, los mal llamados “iquichanos” y los “morochucos” de Cangallo.

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3. Morochucos e iquichanos Llamamos comúnmente “morochucos” a los campesinos de la provincia de Cangallo, quienes participaron activamente en las guerras de la independen-cia como vimos anteriormente: primero entre 1814 y 1815 apoyando las fuer-zas rebeldes de Hurtado de Mendoza, Béjar y Angulo y luego entre 1820 y 1822 combatiendo duramente contra las tropas españolas de Ricafort y Ca-rratalá. Por tal motivo recibieron la más dura represión por parte de los realis-tas: sus líderes como Basilio Auqui fueron cruelmente ejecutados y el pueblo de Cangallo fue incendiado hasta en dos oportunidades. Estos campesinos se dedicaban a la ganadería y al comercio de carne y la-nas. Comercializaban sus productos con Huamanga y Lucanas. Además habían formado comunidades campesinas que se manejaban de manera au-tónoma ya que poseían recursos y dinero generados por la ganadería. La presencia de las fuerzas realistas en Huamanga y Cangallo ocasionaba perjuicios en su economía y autonomía. En efecto, los españoles, interesa-dos en mantener el orden y reprimir a los patriotas, se apropiaban constan-temente del ganado y sus recursos, deteriorando aún más la economía cam-pesina que ya se encontraba fuertemente afectada. Además, exigían el pago de tributos y los campesinos ya no querían seguir pagando impuestos a la Corona. Por ello apoyaron a las tropas patriotas y en los primeros años de la República consiguieron la tan demandada exoneración tributaria y un reco-nocimiento adicional como “patriotas” de parte de los primeros gobiernos re-publicanos. Distinta fue la experiencia de los campesinos de Huanta. Ellos, comúnmente conocidos como “iquichanos”, se sublevaron entre 1826 y 1828 contra la re-cientemente fundada República del Perú. Esta sublevación tuvo su centro de operaciones en la hacienda de Luis Pampa (hoy conocida como comunidad de Uchuraccay) el cuartel general de los rebeldes y en poco tiempo se irradió hacia los pueblos de Challhuamayo, Huayllay, Secce, Marccaraccay, Huay-chao, Ccarhuahurán, Cancaillo, Cunya, Ninaquiro y otros ubicados en las punas de Huanta, por encima de los 3,500 metros de altitud. La rebelión estuvo dirigida por Antonio Navala Huachaca, un arriero que no sabía leer ni escribir y decía haber sido nombrado General por el virrey La Serna. Contó con la participación protagónica de campesinos y mestizos co-mo Tadeo Choque, Pascual Arancibia y Esteban Meneses; además, junto al líder campesino hubo españoles que habían peleado en la batalla de Ayacu-cho como Nicolás Soregui, Juan Fernández, Francisco Garay y también es-tuvieron curas leales a la Corona española como Francisco Pacheco.

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Ya en 1825, durante el gobierno de Bolívar, estos “iquichanos” se habían in-subordinado al saquear las haciendas de la zona y apoderarse del diezmo o impuesto que consistía en el 10 % del valor de la producción agraria. Con este dinero se dedicaron a financiar la rebelión. Mientras tanto, el Gobierno envió tropas al lugar, las que fracasaron en su intento de someter a los re-beldes. Al año siguiente, los campesinos rebeldes proclamaron fidelidad al Rey de España, Fernando VII, y anunciaron la pronta restauración del gobierno es-pañol en el Perú. La mañana del 12 de noviembre de 1827 en número de 3 mil invadieron Huanta, reduciendo a más de 150 soldados patriotas e incen-diando el Municipio. Días después, atacaron Ayacucho por Mollepata y Que-brada Honda, siendo batidos en las puertas de la ciudad por las fuerzas de resistencia comandadas por el prefecto Domingo Tristán y auxiliadas por numerosos morochucos de Huamanga y Cangallo. Los atacantes, según el relato del prefecto Tristán, después del enfrentamiento “se dispersaron i echaron a correr despavoridos, aprovechando los barrancos i montes para salvarse”, resultando 300 “iquichanos” muertos y 64 prisioneros. Inmediatamente después, el gobierno del presidente La Mar envió tropas a las alturas de Huanta para someter a los rebeldes. Fueron siete meses de continuos enfrentamientos en los que las fuerzas represoras saquearon e incendiaron los pueblos comprometidos en la sublevación, capturando a al-gunos de los líderes rebeldes, entre los que se encontraban Soregui, Garay, Fernández y los curas Navarro y Pacheco. Sin embargo, la represión no ayu-dó en mucho, puesto que en 1830 nuevamente Huachaca fue visto en Huan-ta y Carhuahurán en actitud levantisca. Huachaca cobró fama por no haber sido sometido y su figura creció con los años, porque se alineó con Orbegoso y se incluyó en las luchas entre facciones republicanas. Cesó en su fidelidad al Rey, pero no dejó nunca de lado su actitud levantisca. En los siguientes años, pese a haber sido derrotados, los campesinos de Huanta siguieron manteniendo la rebeldía, pero a favor de los caudillos que enarbolaban posturas liberales. En efecto, en 1834 tomaron partido a favor del presidente Luis José de Orbegoso (quien era identificado con el bando liberal de Luna Pizarro y González Vigil) en la guerra civil que sostenía contra las fuerzas del caudillo cuzqueño y líder militar de los conservadores, Agustín Gamarra. En alianza con los vecinos “notables” de Huanta, armaron un ejér-cito de 4 mil individuos bajo la dirección del hacendado José Urbina, con el cual en marzo de 1834 ocuparon la ciudad de Ayacucho y derrotaron total-mente a las fuerzas de Gamarra, permitiendo que Orbegoso retornase a la Presidencia de la Republica. Posteriormente, entre 1836 y 1839, apoyaron al líder de la Confederación Perú-Boliviana Andrés de Santa Cruz (quien tam-bién era defensor de las ideas liberales) y combatieron nuevamente contra las fuerzas de Gamarra.

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¿Por qué estos campesinos se levantaron contra la joven República entre 1826 y 1827? Como señalamos anteriormente, ellos participaban activamen-te de la producción y comercio de coca con Huancayo y Huancavelica, con-siguiendo ventajas económicas y políticas, como la propiedad de las tierras donde se cultivaba la coca. Estas ventajas se perdieron con la ruina del co-mercio de la coca precisamente en los años de la independencia. Empero, además de dirigir sus armas contra la joven República, estos “iqui-chanos” se negaron durante largos años a pagar la “contribución indígena” aduciendo que habían sido fuertemente perjudicados por las guerras de la independencia. Es más, durante la sublevación y en los años siguientes con-trolaron un “pseudo-Estado” en las punas de Huanta; es decir, un micro Es-tado dentro del Estado peruano. Así, Huachaca se dedico a la administración de los diezmos confiscados, a impartir justicia y a disponer de mano de obra para la refacción de puentes y caminos. 4. El guano Hacia 1840 el Perú empezó a exportar guano. El guano era un poderoso fer-tilizante natural depositado por las aves en las islas del litoral y utilizado por los países europeos para la agricultura intensiva. La más importante reserva de guano estaba en las islas de Chincha, frente a las costas de Ica. El Perú fue el único país del mundo que exportaba guano. Estas ventas ge-neraron una avalancha de dinero a favor del Estado peruano, que era el úni-co propietario del fertilizante. Estas ganancias fueron invertidas en la expan-sión de la burocracia civil y militar; en la modernización de las haciendas cos-teras, exportadoras de azúcar y algodón; y en la construcción de una red fe-rroviaria. Asimismo, se montó un proceso denominado consolidación de la deuda interna, a través del cual se trasladó a la elite una parte de la ganancia extraordinaria generada por el guano. Aunque el proceso terminó en despilfa-rro y corrupción. Según los cálculos de algunos economistas e historiadores, entre 1854 y 1869 se llegó a exportar 6’697,431 toneladas de guano y hacia 1861 los ingresos producidos por este fertilizante sumaban más de 16 millo-nes de pesos. Tanta cantidad de dinero alentó el consumo de los pobladores urbanos de Lima, Ica y Pisco. En ese entonces se importó mercadería de Europa y Esta-dos Unidos. Pero, determinados bienes no eran exclusivamente traídos del extranjero y al contrario, eran producidos en el interior del país. Es el caso del trigo que provenía de las haciendas de Huamanga, Cangallo y Andahuay-las y del ganado y lana que venía de las comunidades campesinas de Luca-nas y Parinacochas. Trigo, carne y lanas eran comercializados y obtenían buenos precios en la costa central. Como bien resume el historiador Poncia-no del Pino, “se constata (...) el ingreso de nuevos capitales provenientes del

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negocio del guano, que darán impulso al crecimiento económico de la re-gión”. Este nuevo circuito comercial modificó el panorama económico y político de Ayacucho. Para empezar se produjo un desarrollo desigual en el departa-mento: la acumulación de dinero benefició a las comunidades y terratenien-tes de Lucanas y Parinacochas. Ambas provincias se desvincularon del norte del departamento. En el sur surgió una ciudad-eje que articulaba los territo-rios de Lucanas, Parinacochas y Andahuaylas; esta ciudad era Coracora, la capital de Parinacochas, que en esta época adquirió una dinámica vida pro-pia, con una elite provincial que proclamaba su identidad para con la mítica tribu de los Rukanas (que había poblado el Sur de Ayacucho antes de la conquista española) y demandaba la creación de un nuevo departamento con las tres provincias ya mencionadas. Luego, un nuevo grupo social entró en escena y adquirió poder político. Se trató de los terratenientes del trigo, quienes se acercaron a las posturas libe-rales, proclamando ideas de modernización y progreso que los llevó a enfren-tarse con los burócratas civiles y militares que controlaban el poder. Uno de estos hacendados fue Domingo Cáceres Oré, propietario de las tierras de Occechipa y Huayno, en Ocros, un liberal que era “compadre político y espi-ritual” del Libertador Ramón Castilla. Él apoyó la revolución liberal de 1854 entregando dinero y forraje a las tropas de Castilla y hasta confiando en el libertador la tutela y el destino de uno de sus hijos, quien más adelante haría una exitosa carrera militar: el joven Andrés A. Cáceres Dorregaray. Además, con el dinero obtenido por la venta de todos estos bienes en la ciu-dad de Ayacucho se realizaron algunas obras públicas importantes: en 1857 se instaló el alumbrado público a gas; en 1862 se habilitó el paseo de La Alameda; en 1866 se inició la construcción del arco conmemorativo a la bata-lla de Ayacucho, ubicado en la esquina de la Iglesia de San Francisco de Asís; este mismo año se concluyó la pileta del Pascualito, ubicada en la Pla-za Mayor y en 1870 se pavimentó con lozas de piedra la Plaza Mayor y la calle de La Compañía, hoy primera cuadra del Jr. 28 de Julio. Empero, la llegada del dinero del guano ocasionó también la aparición de los caudillos provinciales o “gamonales”. Los “gamonales” o caciques provincia-les eran los hombres fuertes que se erigían como mediadores entre el Estado y las sociedades provinciales. Podían ser hacendados, funcionarios públicos, comerciantes importantes, jefes militares o combinar estas condiciones. Eran una suerte de pequeños monarcas de provincia que controlaban la vida polí-tica y social de sus localidades, gracias a la red de clientes que conseguían y porque eran designados como subprefectos, jueces o alcaldes. Al respecto, conocemos el caso de la norteña provincia de Huanta. Aquí, los terratenientes, al sentirse desplazados por los aristócratas de Lima que se

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beneficiaban de los ingresos del guano, decidieron realizar alguna medidas para recuperar su prestigio de “aristócratas” provincianos y afianzar su poder político local. El guano había beneficiado sobre todo a la elite limeña; los pro-vincianos buscaron una parte de los beneficios y se sublevaron apoyando a un líder conservador como Vivanco. Pero, la rebelión no era conservadora solamente, tenía también un contenido descentralista. Así, para hacerse oír y sentir, en 1856 la elite huantina estuvo contra el go-bierno liberal y centralista de Castilla. En una acción conjunta y sorpresiva, atacaron la pequeña guarnición militar de Huanta, elaborando un acta en la que reconocían la autoridad de Vivanco. Inmediatamente fueron vencidos por la división pacificadora del Centro, compuesta por 2,200 soldados y coman-dada por el general Pedro Diez Canseco. Tras ser derrotados por las fuerzas pacificadoras del gobierno, los gamona-les huantinos no se quedaron tranquilos. Entonces empezaron a apropiarse de las tierras de la provincia, peleando entre ellos por un poco más de pro-piedad. Así, terminaron formando dos grupos de poder que buscaban mono-polizar los puestos públicos y que se enfrentaron en auténticas guerras civi-les provincianas entre 1860 y 1882, durante el período de elecciones o a propósito de algún pronunciamiento militar. Los líderes de ambas facciones fueron el gamonal Miguel Lazón, hacendado de Huayllay (Luricocha) y Are-quipa (Acón), elegido como diputado civilista en 1876, y el abogado Salomé Arias, elegido diputado en 1870. Al iniciar la década de 1870 las reservas de guano estaban agotadas y el dinero se había escurrido. El Perú ingresó a una etapa de apremio económi-co que alcanzó su punto máximo el 5 de abril de 1879 cuando Chile nos de-clara la guerra. 5. La Guerra del Pacífico Declarada la guerra, las primeras acciones se realizaron en el mar, frente a las costas de Atacama y lejos del territorio ayacuchano. Por tal motivo, para los ayacuchanos la guerra era un problema lejano. Sólo decidieron enviar batallones (“2 de mayo”, “9 de diciembre”, “21 de diciembre”, “Cazadores de la muerte” y “Libres de Huanta”) a la capital entre 1879 y 1881 con más de mil efectivos, más un poco de dinero que pudo ser recogido por las Municipa-lidades de Huamanga y Huanta. Empero, cuando el ejército chileno empezó a ocupar territorio peruano, la guerra tocó las puertas del departamento. Ocupada Lima, el dictador Nicolás de Piérola estableció en Ayacucho en 1881 la Asamblea Nacional, donde fue ratificado como Presidente de la República. En dicho año Andrés A. Cáceres también empezó a organizar la resistencia de la Breña, con el concurso de guerrilleros campesinos del valle del Mantaro, Huancavelica y Huanta. Para

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el “Brujo de los Andes” Huamanga era la despensa o centro de abastecimien-to y reorganización en caso de retirada. Esto ocurrió precisamente en febrero de 1822, cuando Cáceres se trasladó a Ayacucho con sus tropas luego de enfrentarse con las fuerzas del chileno Estalisnao del Canto. Al llegar, tuvo que librar una escaramuza en el cerro Acuchimay con el coronel Arnaldo Panizo, quien se negaba a subordinarse. Sometido Panizo, Cáceres reorganizó sus tropas durante tres meses, luego de los cuales partió a la Sierra Central con 1,500 efectivos. Aquí derrotó a los chilenos en Marcavalle, Pucará y Concepción. Luego, decidió trasladarse a la Sierra Norte, donde fue derrotado en Huamachuco el 10 de julio de 1883. De aquí se dirigió nuevamente hacia Ayacucho y Andahuaylas, para formar un nuevo ejército, siendo perseguido por las tropas comandadas por Martiniano Urriola. A su paso por Huanta, Urriola fue hostilizado por los hacendados y campesi-nos caceristas, dirigidos por el terrateniente Miguel Lazón. Los chilenos in-gresaron a Ayacucho el 1 de octubre de 1883 sin encontrar oposición alguna. Se quedaron en la capital del departamento hasta el 12 de noviembre, cuan-do emprendieron la retirada hacia el norte ante la proximidad de las tropas caceristas de Andahuaylas. En su huida nuevamente fueron atacados por los campesinos huantinos. La presencia de las tropas chilenas ocasionó la polarización de la sociedad ayacuchana y la reaparición de tensiones en cada uno de los grupos sociales existentes. Fueron los campesinos de Huancavelica y Huanta los que comba-tieron contra los invasores en alianza con un grupo de hacendados partida-rios de Cáceres, mientras que los campesinos de Huamanga y Cangallo no opusieron resistencia a la entrada de los chilenos. ¿Por qué estas diferentes actitudes? Estos alineamientos parecen inversos a los de la Independencia, cuando Cangallo fue patriota y Huanta realista.

En Huanta la alianza entre campesinos y hacendados pro-caceristas posibili-tó que los primeros tuvieron poder político, participación en la vida pública y acceso garantizado a los recursos agrícolas que necesitaban para su subsis-tencia, no sólo durante los años del conflicto, sino también tiempo después, mientras los caceristas ocupasen el gobierno. De este modo pudieron ser movilizados para integrar las tropas de la resistencia y enfrentar a los chile-nos. Esto no ocurrió en Huamanga, donde los campesinos, constantemente enfrentados con los terratenientes, no establecieron alianzas con éstos, prefi-riendo mantenerse al margen del conflicto. Es más, inclusive desobedecieron las órdenes de las autoridades que les obligaban a participar de la defensa nacional. Además, en el grupo de los terratenientes aparecieron conductas diversas cuando las tropas chilenas ingresaban al territorio ayacuchano. Los de Huan-

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ta se colocaron al frente de la resistencia porque eran partidarios de Cáceres. En cambio, los de Huamanga sólo apoyaron temporalmente a la resistencia por temor a la venganza de los campesinos que los veían como colaborado-res de los chilenos. En efecto, cuando aparecieron los invasores, prefirieron no resistir para así salvaguardar sus propiedades. Terminada la guerra, la economía nacional se hallaba destruida. Empero, en Ayacucho las haciendas y los talleres artesanales continuaban produciendo, ya que no habían sido tocados por los invasores y podían comercializar sus productos con los departamentos vecinos (Junín e Ica) afectados por el con-flicto. Esta situación benefició principalmente a hacendados y comerciantes de Huamanga y Cangallo hasta los últimos años del siglo XIX, cuando la economía peruana mostró los primeros indicios de recuperación. La guerra ocasionó también la aparición de una nuevo poder local. Los hacendados mestizos que habían apoyado la resistencia ocuparon los princi-pales cargos estatales, al verse beneficiados políticamente por el ascenso al poder de Cáceres y por tener por aliados a los campesinos. Esto ocurrió principalmente en Huanta, donde los seguidores de Lazón se convirtieron en los poderosos caudillos provincianos que manejaban el poder y perseguían a punta de bala a sus contrincantes políticos: Feliciano Urbina y los partidarios de Nicolás de Piérola. Así, en las elecciones de 1890 se desató el conflicto entre estos dos grupos de terratenientes. En el enfrentamiento, Miguel Lazón fue asesinado por los partidarios de Urbina. Entonces los campesinos aliados del primero ocuparon Huanta, asesinando a Urbina y a todos aquellos que habían sido acusados por el asesinato de Lazón. La hegemonía de los caceristas duró hasta 1895, el año de la derrota de Cá-ceres por la revolución encabezada por Piérola. En estas circunstancias, los campesinos aliados con el líder cacerista Miguel Elías Lazón, hijo del ante-rior, atacaron Huanta, destituyendo y asesinando a las autoridades que habí-an sido nombradas por el gobierno de Piérola y protestando por el impuesto grabado a la sal. El gobierno de Piérola había introducido un nuevo impuesto que afectaba sobre todo a la población campesina y fue percibido como la reintroducción de la contribución indígena colonial. Producida la sublevación campesina, el gobierno envió una expedición pacificadora que reprimió du-ramente a Huanta y persiguió a los caceristas. ¿Por qué se levantaron los campesinos? Con el triunfo de Piérola los caceris-tas habían sido desplazados del poder; por tal motivo, los campesinos perdí-an a estratégicos aliados que les permitían tener poder y participar de las decisiones políticas de la provincia. Lo habían hecho desde 1883 y no esta-ban dispuestos a perder completamente su cuota de poder. 5.1 Andrés Avelino Cáceres

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Infancia y juventud

Nació Cáceres en Ayacucho, según unos (como el historiador Alberto Tauro del Pino) el 10 de noviembre de 1836 y según otros (como el historiador Jor-ge Guillermo Leguía y la hija del héroe, Zoila Aurora Cáceres) el 4 de febrero de 1833. Fueron sus padres el hacendado Domingo Cáceres Oré, propietario de las tierras de Occechipa y Huayno (ubicadas cerca del pueblo de Ocros, en la quebrada del río Pampas) y la dama Justa Dorregaray Cueva (descen-diente de los curacas Apo Alaya del valle del Mantaro).

Se sabe muy poco de su infancia. Ésta seguramente trascurrió entre la ciu-dad de Ayacucho, el pueblo de Ocros y las haciendas paternas. Estudió en el Colegio de Ciencias de San Ramón de Ayacucho los cursos de Gramática y Retórica, Latín, Matemáticas y Filosofía y en 1853 fue examinado en la Uni-versidad de San Cristóbal de Huamanga. Carrera militar

En 1854 contra el gobierno de Echenique estalló la insurrección liberal de Castilla, que en Ayacucho fue apoyada por los hacendados que cultivaban trigo, coca, vid y comerciaban ganado y lanas. Uno de ellos fue Domingo Cá-ceres, quien consintió que su hijo Andrés se alistase en el Batallón “Ayacu-cho” con el grado de Subteniente y bajo las órdenes del general Fermín del Castillo. Con su batallón, marchó sobre Lima y el 5 de enero de 1855 comba-tió de la batalla de La Palma, en la que los castillistas derrotaron a Echeni-que, siendo levemente herido en el pie. Instalado el gobierno de Castilla, fue ascendido al grado de Teniente, cuando se convocaba a la Convención Na-cional y se promulgaba la Constitución Liberal de 1856. Sin embargo, estalló en noviembre de este último año la rebelión conservadora de Arequipa lide-rada por el general Manuel Ignacio de Vivanco, que contó con el apoyo de la Armada Peruana.

Después de una larga campaña en el norte y sur del Perú, las tropas de Cas-tilla marcharon sobre Arequipa. Cáceres nuevamente combatió a su lado, ba-jo las órdenes del General Miguel de San Román y con el grado de Capitán. Participó de la toma de Arequipa el 6 y 7 de mayo de 1858, siendo gravemen-te herido por una bala que penetró por el ojo izquierdo y salió por la oreja; fue auxiliado oportunamente por sus compañeros de armas.

Tras participar en el conflicto con Ecuador, fue nombrado por el presidente Castilla en 1862 como ayudante de la legación peruana en Francia. Cáceres aprovechó su permanencia en París para someterse a una intervención qui-rúrgica y así borrar las huellas de su herida en la cara y a la vez estudiar en la Escuela Militar de Saint Cyr. En Europa observó atentamente la formación de las modernas naciones europeas del siglo XIX y especialmente la presen-

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cia protagónica de los sectores populares en el movimiento de unificación italiana o en la lucha contra el Imperio Otomano, que ocasionaron cambios en la táctica y estrategia militares. Así, el joven militar ayacuchano aprehen-dió toda una experiencia que le sirvió años después, durante la campaña de la Breña. A su regreso al Perú, fue puesto al mando de una Compañía del Batallón “Pichincha” acantonado en Huancayo, con el encargo de incrementar el nú-mero de efectivos militares. Tras cumplir satisfactoriamente su misión, fue ascendido a la clase de Sargento Mayor. En esta época estalló la guerra con España. Cáceres apoyó la sublevación de Mariano Ignacio Prado y luego combatió en el Callao el 2 de mayo de 1866 en el fuerte “Ayacucho” al man-do de 46 soldados y 30 voluntarios, siendo ascendido al grado de Teniente Coronel Graduado. Pasada la guerra con España, el teniente coronel Cáceres fue agregado a la plana mayor del batallón “Punyan Nº 10” y al cabo de dos meses pasó a gua-recer la ciudad de Ayacucho como jefe del batallón “Cajamarca Nº 12”. Re-tornó a Lima en 1868, durante el régimen de Pedro Diez Canseco. Decide entonces alejarse del Ejército y residir por un tiempo en sus propiedades de la quebrada del Pampas. Con la elección de Manuel Pardo como presidente en 1872, retornó al Ejército como subjefe del “Zepita”, convirtiéndolo en un batallón disciplinado y militarmente preparado con el que combatió en 1874 y 1876 la insurrección de Piérola. Luego, fue nombrado Prefecto del Cuzco en 1877, dos años antes del estallido de la guerra con Chile. Para entonces ya había ascendido al grado de Coronel. La guerra Iniciada la Guerra del Pacífico, Cáceres se trasladó a Iquique para integrar con el “Zepita” la Segunda División del Ejército. Al producirse el desembarco de los chilenos en Pisagua, las tropas peruanas, acantonadas en Iquique, decidieron marchar hacia el norte, para encontrarse con las fuerzas bolivia-nas comandadas por Hilarión Daza que debían partir de Tacna. Sin embargo, los bolivianos dieron marcha atrás, abandonando la operación. El ejército nacional sufrió una primera derrota de envergadura en la batalla del cerro de San Francisco del 19 de noviembre de 1879, con el trágico saldo de 200 sol-dados muertos. Tras emprender la retirada hacia Arica, el ejército del Sur llegó al pueblo de Tarapacá, donde fueron sorpresivamente atacadas en la mañana del 27 de noviembre de 1879 por 4,000 soldados chilenos que venían a rematar a un ejército peruano derrotado y en retirada. Los soldados peruanos del “Zepita” y “Dos de Mayo” empezaron a subir los cerros, deteniendo el avance de los enemigos hasta lograr su retirada desordenada, mientras que el resto de fuerzas peruanas, al mando de Bolognesi, combatieron en el pueblo mismo

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de Tarapacá y también se impusieron sobre los chilenos. En el pueblo de Tarapacá el policía arequipeño Mariano de los Santos capturó la bandera de un regimiento chileno, los suavos. Al final de la jornada, las tropas chilenas fueron derrotadas y dispersadas con el auxilio del Batallón Iquique (coman-dado por Alfonso Ugarte) y las tropas acantonadas en Pachica.

El 18 de diciembre de 1879 el ejército peruano llegó a Arica después de una sacrificada marcha de retirada. Las tropas de Cáceres y el ejército aliado continuaron la marcha hacia Tacna, mientras que 15,000 soldados chilenos muy bien equipados desembarcaban en Ilo y ocuparon Moquegua. Ambas fuerzas se encontraron en el cerro de Intiorco, en las afueras de Tacna. En la madrugada del 26 de mayo de 1880 los chilenos atacaron a un ejército pe-ruano boliviano que combatió con ardor bajo el mando del Presidente de Bo-livia, Narciso Campero. En esa oportunidad, los bolivianos se sacrificaron en defensa del Perú, aunque los aliados fueron prácticamente eliminados.

Tras adueñarse del Sur, los chilenos desembarcaron una división de su ejér-cito en Pisco, luego, el grueso de su ejército puso pie en tierra en la caleta de Curayacu, entre Chilca y Lurín y atacaron las líneas de defensa de Lima. Después de intensos combates, las defensas peruanas quedaron completa-mente destruidas. Cáceres y comandaba el centro del ejército nacional en San Juan. Luego de la derrota, se replegó y ocupó el ala derecha en Miraflo-res. Esa tarde estuvo muy cerca de la victoria y producida la catástrofe, logró huir no obstante haber sido herido en la pierna derecha.

El 17 de enero las tropas chilenas ingresaron a Lima. Cáceres, sin tropas que mandar y herido, tuvo que ser escondido primero en la celda del Superior de los Jesuitas y luego en la casa de su amigo Gregorio Real, donde también vivía el embajador del Brasil, para evitar el arresto de los chilenos. Ya recu-perado, se dirigió a Chilca y luego a Jauja, donde se entrevistó con Piérola, fue designado como Jefe Superior Político y Militar de los Departamentos del Centro y fue ascendido al grado de General. Aquí, organizó el primer ejército de la resistencia, consiguiendo guerreros, pertrechos, víveres y uniformes. Su objetivo era una guerra de desgaste aprovechando la autonomía política y económica que tenía el valle del Mantaro para prolongar la guerra y obtener de Chile una tratado de paz en mejores condiciones. Resistencia nacional Para doblegar a Cáceres, los chilenos enviaron al valle del Mantaro varías expediciones. Una primera estuvo al mando del teniente coronel Ambrosio Letelier, quien, al no encontrarlo, cometió desmanes contra las poblaciones indefensas. Otra segunda expedición estuvo al mando del Coronel Estanislao del Canto y fue derrotada por las tropas de la resistencia primero el 5 de fe-brero de 1882 en Pucará, luego el 8 de julio del mismo año en Marcavalle y

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al día siguiente en Concepción, siendo obligada a abandonar la sierra cen-tral. Mientras tanto, el hacendado cajamarquino Miguel Iglesias lanzó el Manifies-to de Montán, mediante el cual anunciaba que ya había llegado el momento de pactar la paz aún cuando ello implicara la cesión territorial. Los chilenos rápidamente convirtieron a Iglesias en Presidente para pactar un tratado y se propusieron doblegar a Cáceres. Para ello enviaron nuevamente a la sierra central tres expediciones comandadas por los coroneles León García, Esta-nislao del Canto y Marco Aurelio Arraigada. Ante la proximidad de estas tro-pas, Cáceres decidió marchar al norte, a encontrarse con las fuerzas del Co-ronel Isaac Recavarren que se hallaban en Huaraz. Los chilenos empezaron a perseguirlo por Cerro de Pasco y Huánuco. Para burlar estas fuerzas, Cá-ceres primero traspuso la cordillera andina del Norte y luego se dirigió a Huamachuco, donde el 10 de julio de 1883 fue finalmente derrotado por las tropas enemigas. Tras la derrota de Huamachuco, Cáceres formó un nuevo ejército de 1,500 hombres en Jauja, Ayacucho y Andahuaylas. Mientras tanto, el Perú firmó con Chile el Tratado de paz de Ancón, a través del cual cedía a favor del país sureño el territorio de Tarapacá a perpetuidad y las provincias de Tacna y Arica por 10 años y se comprometía además, a pagar una indemnización por la guerra. Cáceres, convertido en héroe de la resistencia, entonces descono-ció el gobierno de Iglesias e inició una guerra civil que duró hasta diciembre de 1885, cuando el autor del Manifiesto de Montán tuvo que aceptar su de-rrota y salir de Lima. Un gobierno provisional llamó a elecciones y Cáceres se convirtió en el nuevo Presidente de la República en 1886. El gobierno del país

Durante su primer mandato, Cáceres organizó la descentralización fiscal del país: cada departamento cobraría sus impuestos y organizaría su gasto, aunque de acuerdo a una ley general de presupuesto sancionada por el Congreso. Para cobrar los impuestos, se tuvo que reimplantar la “contribu-ción personal” o tributo de los campesinos. Con esta medida Cáceres alejó el apoyo campesino que había obtenido durante la campaña de la Breña. Su gobierno además, arregló el problema de la deuda con el controvertido “Contrato Grace”. Mediante éste, el Perú entregaba a sus acreedores ingle-ses los ferrocarriles por 66 años, más tierras en la amazonía, la navegación en el lago Titicaca y una cuota anual de 88 mil libras esterlinas durante 33 años a cambio de la extinción de la deuda. Este contrato fue muy controverti-do y la oposición en el Congreso tuvo que ser eliminada para poder aprobar-lo. El autoritarismo ganó al régimen.

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Empero, Cáceres pretendió perpetuarse en el poder creando una red de clientes y allegados. En 1890 dejó el mando a su colaborador cercano, el general Remigio Morales Bermúdez, quien falleció en 1894 antes de culminar su mandato. Cáceres se presentó a las elecciones y se convirtió nuevamente en Presidente de la República. Su segundo mandato fue duramente cuestio-nado por Piérola, además que su figura perdía todo tipo de respaldo popular. Piérola inició una guerra civil que obtuvo apoyo masivo de la población civil y despojó a Cáceres del poder en marzo de 1895. Último años

Entre 1895 y 1899 Cáceres vivió en Buenos Aires. Luego residió en Tacna y París. Desde 1905 cumplió funciones diplomáticas en Italia, España y Ale-mania. Regresó al Perú en 1914 y en los siguientes años se convirtió en una personalidad gravitante de la política nacional como figura señera y patrióti-ca. En 1920, durante el gobierno de Augusto B. Leguía fue honrado con el grado de Mariscal del Perú. Cáceres estuvo casado con Antonia Moreno, con quien tuvo tres hijas: Zoila Aurora, Lucila Hortensia y Rosita Amelia. El héroe de la Breña dejó de existir en Ancón, el 10 de octubre de 1923. 5. Las vivanderas de Huamanga A lo largo del siglo XIX buena parte de la actividad económica de la ciudad de Huamanga se concentró en su producción artesanal y en el activo comer-cio de estos productos hacia las minas del centro. Por ello, artesanos y co-merciantes fueron figuras esenciales de la sociedad y sus gremios fueron actores de pleno derecho de la vida política local. En todas estas institucio-nes había una extendida participación femenina entre sus afiliados, como por ejemplo entre los panaderos, carniceros, chocolateros etc. Asimismo, había un gremio enteramente femenino que, desde hace más de 150 años y hasta hoy, mantiene una presencia regular y constante en la vida de la ciudad: son las vivanderas del mercado de Huamanga. Vivandera es el nombre de las mujeres dedicadas a vender en el mercado de Huamanga. No importa el producto, el nombre de vivandera identifica a una mujer vendiendo en el mercado. Durante el siglo XIX, normalmente eran mestizas residentes de los barrios de Carmen Alto y San Juan Bautista, don-de convivían con los otros gremios artesanales de la ciudad. Ellas participa-ban como esposas o madres de multitud de oficios urbanos y del arrieraje. Gracias a ello, la sociedad popular huamanguina era muy densa y articulaba a pequeños productores normalmente de procedencia mestiza. Tanto los hombres como las mujeres de este sector social estaban acostumbrados al

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trabajo manual y gozaban de relativa autonomía económica, porque si bien no eran ricos, dependían exclusivamente de sí mismos para labrarse su po-sición. Desde la fundación de la ciudad en 1540, el mercado de abastos había esta-do situado en la plaza de Huamanga. Allí se mantuvo hasta 1888, cuando fue trasladado a la plazuela de Santa Clara, donde luego se construyó el merca-do central, obra a cargo de la Sociedad Anónima Departamental, una institu-ción económica formada sobre la base de capitales locales. El nuevo merca-do de abastos, que funciona hasta nuestros días, entró en funciones hace poco más de cien años, en 1905. Las vivanderas adquirían productos de pan llevar en las haciendas y chacras que rodeaban a Huamanga. Ellas monopolizaban la venta de víveres y ali-mentos preparados y no había autoridad que regulara los precios. La munici-palidad había perdido presencia desde el gobierno de los Borbones en el si-glo XVIII y los desórdenes republicanos no le habían permitido recuperar la capacidad regulatoria que había tenido al comienzo de la colonia. El prefecto era la nueva figura dominante como representante directo del Poder Ejecuti-vo. Pero, la inestabilidad en el cargo hacia que si bien era una figura muy influyente, careciera de amplios poderes frente a la vida económica de la ciu-dad. Así, la política no regía en el mercado sino la oferta y demanda. Cada giro del negocio dentro del mercado tenía su propia organización. Por ello, habían carniceras, verduleras, fruteras, chicheras, vendedoras de comi-da preparada, etc. A su vez, cada uno de estos gremios contaba con su res-pectiva madrina o alcaldesa, nombres que adquirieron sus dirigentas. Ellas estaban en obligación de defender a sus agremiadas frente a las autoridades y negociar los arbitrios municipales. A la vez, estas dirigentas habían obteni-do beneficios colectivos, como por ejemplo, el trato preferencial en el acopio de productos de pan llevar. El número de alcaldesas llegó a 27, revelando que hasta las vendedoras de productos específicos estaban organizadas. Así, se encuentran madrinas de vendedoras de coles y de ajíes, entre otras. Entre las vivanderas, las carnice-ras gozaban de prestigio particular y capacidad de conducción del conjunto del mercado, gracias a su poder económico y su influencia en la vida de la ciudad. La venta de carne era uno de los negocios que significaba mayor movimiento de capital. Era la conexión entre la ciudad y su entorno ganade-ro. Las vivanderas lideraron muchos movimientos sociales, destacando las pro-testas contra los arbitrios municipales. Asimismo, aparecen numerosos con-flictos similares entre las carniceras y los administradores de su cisa. Otro aspecto de la protesta de las vivanderas fue el tema de la moneda y el billete fiscal, porque no querían aceptar situaciones en las que las transacciones les

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fueran perjudiciales. Cada vez que hubo inestabilidad monetaria, las vivande-ras supieron defenderse a través de la movilización. Las primeras huelgas de Huamanga fueron protagonizadas por estas mujeres. Las vivanderas de Huamanga escapan completamente a los estereotipos de encierro en la vida doméstica que circulan profusamente para la mujer lati-noamericana del siglo XIX. Participaban de la vida económica y por consi-guiente de los espacios públicos. Disponían de libertad y sabían hacerse oír. Precisamente por ello, circulaba en la ciudad un prejuicio negativo contra es-tas mujeres. Se las tildaba de mal educadas y groseras. Eran acusadas de poseer un espíritu levantisco y de ser innecesariamente desafiantes. Este prejuicio negativo era fruto de la mala imagen que tenía entre la sociedad machista de aquellos años una actitud tan libre y autónoma como exhibían las vivanderas. Interesa subrayar que en sus memoriales de protesta siempre resaltaban su condición de mujeres. Asimismo, estos escritos realizan una conexión entre lo femenino y la manutención. Ellas se describen como responsables de la alimentación de la prole familiar. Pero, no solamente de la propia, porque gracias a su condición de vendedoras del mercado, estas mujeres se asu-men como responsables por la nutrición de toda la ciudad. 6. Las carreteras Al iniciarse el siglo XX la economía ayacuchana ingresó en una situación de crisis ocasionada por la desarticulación del espacio regional y el agotamiento de la producción de las haciendas.

En efecto, al construirse las carreteras La Mejorada-Ayacucho en 1924 y Nazca-Puquio en 1926 se perdió definitivamente la unidad del territorio de-partamental. Las provincias de Lucanas y Parinacochas empezaron a rela-cionarse de manera más estrecha con Ica y el Norte de Arequipa, mientras que Huanta se vinculaba con Huancayo y el departamento de Junín. Las ca-rreteras, lejos de conferirle unidad orgánica al departamento, lo desarticula-ron. Con la construcción de las carreteras también se trajo mercadería de Lima, la Costa Norte o Huancayo, como el azúcar, los tejidos y la carne, que eran más baratos de los que se producían en Ayacucho. Los perjudicados fueron los hacendados y artesanos locales, quienes ya no tenían mercado donde colocar sus productos.

La carretera más importante, la vía La Mejorada-Ayacucho, fue construida durante el oncenio de Leguía (1919-1930), contando con el trabajo de los campesinos, quienes fueron movilizados a través del sistema de la conscrip-ción vial. La conscripción vial obligaba a los varones mayores de 18 años a

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trabajar en las carreteras; a cambio recibían un simple jornal. De este modo los campesinos concurrieron a las obras. Con el dinero ganado por su trabajo compraron los productos que llegaban a Ayacucho precisamente a través de las carreteras que construían. Así, los campesinos eran introducidos en una economía monetaria y animados a consumir en el mercado. Los más perjudicados con la conscripción vial fueron los hacendados, porque se quedaron sin mano de obra para el trabajo de sus haciendas. Por ello, se convirtieron en los enemigos políticos de Leguía, oponiéndose a la reelección del presidente en 1924 y 1929 y posteriormente formando la sección depar-tamental del Partido Aprista. Por el contrario, los campesinos aprovecharon la situación para relacionarse con el régimen de Leguía, dejando de lado la intermediación política que había sido ejercida por los terratenientes. Es más, en 1923 en la provincia de La Mar se sublevaron contra el principal terrateniente de la zona, Albino Aña-ños, el propietario de la hacienda Patibamba. Enardecidos y armados, llega-ron a atacar la propiedad y derrotar a los defensores del hacendado. La si-tuación sólo fue controlada por la presencia del Prefecto en el lugar y la in-termediación ejercida por el Estado, que fue aceptada por los rebeldes. 7. Intelectuales Durante el Oncenio de Leguía la sociedad ayacuchana sufrió otra modifica-ción, al aparecer un grupo de profesionales (médicos, abogados, profesores y funcionarios del Estado) quienes se dedicaron al estudio de la historia, la arqueología y el folklore ayacuchanos. Para ello utilizaron las teorías que en ese entonces estaban en boga en Europa (el positivismo, el evolucionismo y el telurismo) y propiciaron la formación de centros e instituciones de difusión cultural. Entre estos intelectuales se hallaban el senador por Ayacucho Pío Max Medina (autor de un conjunto de artículos sobre los Pocras y de una Monografía de Ayacucho); el alcalde Manuel Jesús Pozo (autor del libro “His-toria de Huamanga, época colonial”); el abogado Juan José del Pino (autor del texto “Las sublevaciones indígenas de Huanta”); la escritora Rosa Escar-cena; el antropólogo Víctor Navarro del Águila (autor de la tesis “Las tribus de Ancku Wallock”), el folklorista Manuel E. Bustamante y los sacerdotes Narci-so Gavilán y Fidel Olivas Escudero. Estos escritores estudiaron y publicaron sobre el pasado de Ayacucho en dos momentos claves: primero, alrededor de 1924, cuando se celebró el centena-rio de la batalla de Ayacucho, y posteriormente a partir de 1934, cuando se fundó el Centro Cultural Ayacucho. Efectivamente, hacia 1920 los intelectuales formaron un comité para celebrar el centenario de la memorable batalla. Aprovechando el nombramiento de Pío Max Medina como ministro de Leguía, solicitaron al gobierno la construc-

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ción de obras públicas en Ayacucho. Por su lado, organizaron actividades culturales para celebrar tan magno acontecimiento. Pensaban aprovechar las circunstancias para sacar a Ayacucho del olvido y la postergación. Al final se logró muy poco. El gobierno de Leguía sólo se dedicó a construir la carretera y encargó a la Compañía norteamericana “The Foundation Company” para que instalase el agua potable, construyese el monumento a Sucre y refaccio-nase algunas casonas coloniales. Los intelectuales, por su parte, se dedica-ron a escribir sobre las etapas colonial y republicana. En sus obras la ciudad de Ayacucho aparecía como una creación hispana que no había sufrido transformación alguna luego de la independencia. También, la colonia fue interpretada como la mejor etapa de la historia del departamento, mientras que la República asomaba como un período de involución y retroceso. Posteriormente, en la década de 1930, estos intelectuales propiciaron la creación del Centro Cultural Ayacucho y la publicación de “Huamanga”, la revista que apareció en 1934 y estuvo en circulación hasta 1965, alcanzando la impresionante cifra de cien números publicados. En esta ocasión, el interés de los intelectuales se trasladó hacia el pasado prehispánico, específicamen-te al estudio de los primeros pobladores de Ayacucho (los Chancas y los “Po-cras”) para construir una identidad regional que uniese a los ayacuchanos y los diferenciase de limeños y cuzqueños. Según estos intelectuales, el espa-cio regional se había formado en los tiempos prehispánicos con la aparición de las míticas tribus de los Chancas y Pocras en Huancavelica, Ayacucho y Andahuaylas. Estos pobladores prehispánicos se habrían enfrentado a los incas del Cusco, siendo derrotados más no vencidos ni mucho menos exter-minados. Sus descendientes “espirituales” serían precisamente los intelectua-les ayacuchanos, quienes portarían en la sangre las características espiritua-les de aquella mítica tribu pre-incaica: valor, bravura y orgullo. De este modo, los intelectuales ayacuchanos se inventaron una tradición his-tórica, que fue instrumental para sostener un discurso político sobre la región. Ellos, al portar la herencia “espiritual” de los primeros pobladores de Ayacu-cho, se imaginaban como muy diferentes de los campesinos del departamen-to y se colocaban por encima del resto de la sociedad. Su liderazgo sobre los indígenas de carne y hueso de su propio tiempo se justificaba por su descen-dencia directa de las míticas tribus que habían poblado el Ayacucho prehis-pánico. Así, según esta propuesta: los señores mistis eran los descendientes de los padres fundadores prehispánicos y los campesinos eran la eterna ma-no de obra. 7. Bibliografía ÁLVAREZ, Gervasio 1944 “Guía histórica, cronológica, política y eclesiástica del departamento

de Ayacucho para el año 1847”. Ayacucho: Imprenta González. BONILLA, Heraclio

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Guía Pedagógica

I. PREGUNTAS:

1. ¿Cómo fue la participación de Ayacucho en la independencia del Pe-rú?

2. ¿Quiénes fueron los morochucos y los iquichanos? 3. ¿Qué cambios trajo el advenimiento del régimen republicano en la es-

tructura socioeconómica de Ayacucho? 4. ¿Quién era el prefecto republicano y cuál era la base de su poder? 5. ¿Cómo afectó la economía del guano a la región ayacuchana? 6. ¿Cómo se manifestaron las diferencias internas de la región durante la

guerra con Chile? 7. ¿Cómo se manifestaron las diferencias internas regionales durante el

conflicto de la sal en el segundo gobierno de Nicolás de Piérola? 8. ¿Fueron los terratenientes una clase social, porqué carecieron de

homogeneidad? 9. ¿Quiénes fueron los intelectuales ayacuchanos?

II. ACTIVIDADES:

1. Establezca y reseñe los hitos históricos de Ayacucho durante el perío-do republicano

2. Elabore una hipótesis para explicar el papel activo y la movilización de las vivanderas de Huamanga

3. Describa la batalla de Ayacucho y precise el papel de las fuerzas pa-triotas peruanas

4. Dramatice con sus alumnos la vida y el fusilamiento de María Parado de Bellido

5. Ubique en el mapa las carreteras construidas por el gobierno de Au-gusto B. Leguía

6. Comente en clase las primeras fotografías de Ayacucho y puntualice en el mercado de la Plaza de Armas.

III. APRENDIZAJE En este capítulo hemos estudiado el proceso de independencia en la región ayacuchana y la diversidad de las posturas que hubo a su interior: Cangallo con los patriotas e Iquicha con los realistas, por ejemplo; se ha resaltado a personajes heroicos como María Parado de Bellido, así como las lentas mo-dificaciones en la estructura económica, social y política de la región; luego se ha visto el impacto de la economía del guano en la producción agrícola y ganadera; la crisis de la guerra con Chile y nuevamente la emergencia de las diferencias internas en Ayacucho; finalmente, se ha visto el caso de las vi-vanderas y su papel activo para movese en los espacios públicos, su poder económico y su influencia política en Huamanga; el impacto de las vías de

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comunicación, como la carretera que se construyó durante el gobierno de Leguía, y el desarrollo de una élite intelectual que interpretó y ofreció visiones sobre la historia de Ayacucho. IV. GLOSARIO: Capitulación: Convenio en que se estipula la rendición de un ejército, plaza o punto fortificado. Montonera: Grupo o pelotón de gente que en medios rurales intervenía como fuerza irregular en las guerras civiles de los países suramericanos del siglo XIX. Positivismo: Sistema filosófico que admite únicamente el método experimen-tal e identifica existencia con esencia. Badana: Piel curtida de carnero u oveja, considerada de segunda calidad con respecto al vacuno. Caudillo: Quien conducía a la gente a la guerra y el poder Liberalismo: Grupo político que proclamó la autonomía del estado con res-pecto a la religión. Posteriormente, se extendió el concepto a la defensa del libre mercado y del sistema democrático de gobierno.

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