poetas del 27: antología breve

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1 ANTOLOGÍA INCOMPLETA DEL GRUPO DEL 27 FEDERICO GARCÍA LORCA (Granada 1898 -1936) CANCIÓN PRIMAVERAL Salen los niños alegres De la escuela, Poniendo en el aire tibio Del abril, canciones tiernas. ¡Que alegría tiene el hondo Silencio de la calleja! Un silencio hecho pedazos por risas de plata nueva. Voy camino de la tarde Entre flores de la huerta, Dejando sobre el camino El agua de mi tristeza. En el monte solitario Un cementerio de aldea Parece un campo sembrado Con granos de calaveras. Y han florecido cipreses Como gigantes cabezas Que con órbitas vacías Y verdosas cabelleras Pensativos y dolientes El horizonte contemplan. ¡Abril divino, que vienes Cargado de sol y esencias Llena con nidos de oro Las floridas calaveras! Tomado por Rocío Llames de Libro de poemas (1921) ES VERDAD ¡Ay qué trabajo me cuesta quererte como te quiero! Por tu amor me duele el aire,

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Breve antología de poetas y poemas del grupo del 27.

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Page 1: Poetas del 27: antología breve

1

ANTOLOGÍA INCOMPLETA DEL GRUPO DEL 27

FEDERICO GARCÍA LORCA (Granada 1898 -1936)

CANCIÓN PRIMAVERAL

Salen los niños alegres

De la escuela,

Poniendo en el aire tibio

Del abril, canciones tiernas.

¡Que alegría tiene el hondo

Silencio de la calleja!

Un silencio hecho pedazos

por risas de plata nueva.

Voy camino de la tarde

Entre flores de la huerta,

Dejando sobre el camino

El agua de mi tristeza.

En el monte solitario

Un cementerio de aldea

Parece un campo sembrado

Con granos de calaveras.

Y han florecido cipreses

Como gigantes cabezas

Que con órbitas vacías

Y verdosas cabelleras

Pensativos y dolientes

El horizonte contemplan.

¡Abril divino, que vienes

Cargado de sol y esencias

Llena con nidos de oro

Las floridas calaveras!

Tomado por Rocío Llames de Libro de poemas (1921)

ES VERDAD

¡Ay qué trabajo me cuesta

quererte como te quiero!

Por tu amor me duele el aire,

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el corazón

y el sombrero.

¿Quién me compraría a mí

este cintillo que tengo

y esta tristeza de hilo

blanco, para hacer pañuelos?

¡Ay qué trabajo me cuesta

quererte como te quiero!

CANCIÓN DEL JINETE

Córdoba.

Lejana y sola.

Jaca negra, luna grande,

y aceitunas en mi alforja.

Aunque sepa los caminos

yo nunca llegaré a Córdoba.

Por el llano, por el viento,

jaca negra, luna roja.

La muerte me está mirando

desde las torres de Córdoba.

¡Ay qué camino tan largo!

¡Ay mi jaca valerosa!

¡Ay que la muerte me espera,

antes de llegar a Córdoba!

Córdoba.

Lejana y sola.

Tomados de Canciones (1921-24)

EL PASO DE LA SEGUIRIYA

Entre mariposas negras,

va una muchacha morena

junto a una blanca serpiente

de niebla.

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Tierra de luz,

cielo de tierra.

Va encadenada al temblor

de un ritmo que nunca llega;

tiene el corazón de plata

y un puñal en la diestra.

¿Adónde vas, siguiriya

con un ritmo sin cabeza?

¿Qué luna recogerá

tu dolor de cal y adelfa?

Tierra de luz,

cielo de tierra.

Tomado de “Poema de la seguiriya gitana”, Poema del cante jondo (1921)

ROMANCE SONÁMBULO

A Gloria Giner y Fernando de los Ríos

Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas.

El barco sobre la mar

y el caballo en la montaña.

Con la sombra en la cintura

ella sueña en su baranda

verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata.

Verde que te quiero verde.

Bajo la luna gitana,

las cosas la están mirando

y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.

Grandes estrellas de escarcha,

vienen con el pez de sombra

que abre el camino del alba.

La higuera frota su viento

con la lija de sus ramas,

y el monte, gato garduño,

eriza sus pitas agrias.

¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?

Ella sigue en su baranda,

verde carne, pelo verde,

soñando en la mar amarga.

Compadre, quiero cambiar

mi caballo por su casa,

mi montura por su espejo,

mi cuchillo por su manta.

Compadre, vengo sangrando

desde los puertos de Cabra.

Si yo pudiera, mocito,

este trato se cerraba.

Pero yo ya no soy yo,

ni mi casa es ya mi casa.

Compadre, quiero morir

decentemente en mi cama.

De acero, si puede ser,

con las sábanas de holanda.

¿ No veis la herida que tengo

desde el pecho a la garganta?

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Trescientas rosas morenas

lleva tu pechera blanca.

Tu sangre rezuma y huele

alrededor de tu faja.

Pero yo ya no soy yo.

Ni mi casa es ya mi casa.

Dejadme subir al menos

hasta las altas barandas,

¡Dejadme subir!, dejadme

hasta las altas barandas.

Barandales de la luna

por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres

hacia las altas barandas.

Dejando un rastro de sangre.

Dejando un rastro de lágrimas.

Temblaban en los tejados

farolillos de hojalata.

Mil panderos de cristal,

herían la madrugada.

Verde que te quiero verde,

verde viento, verdes ramas.

Los dos compadres subieron.

El largo viento dejaba

en la boca un raro gusto

de hiel, de menta y de albahaca.

¡Compadre! ¿Dónde está, dime?

¿Dónde está tu niña amarga?

¡Cuántas veces te esperó!

¡Cuántas veces te esperara,

cara fresca, negro pelo,

en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe,

se mecía la gitana.

Verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata.

Un carámbano de luna

la sostiene sobre el agua.

La noche se puso íntima

como una pequeña plaza.

Guardias civiles borrachos

en la puerta golpeaban.

Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas.

El barco sobre la mar.

Y el caballo en la montaña.

Tomado de Romancero gitano (1928)

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LA AURORA

La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de cieno

y un huracán de negras palomas

que chapotean en las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime

por las inmensas escaleras

buscando entre las aristas

nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza posible.

A veces las monedas en enjambres furiosos

taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos

que no habrá paraísos ni amores deshojados;

saben que van al cieno de números y leyes,

a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos

en impúdico reto de ciencia sin raíces.

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

Tomado de “Calles y sueños”, Poeta en Nueva York (1929-30)

GRITO HACIA ROMA

Desde la torre del CryslerBuilding

Manzanas levemente heridas

por los finos espadines de plata,

nubes rasgadas por una mano de coral

que lleva en el dorso una almendra de fuego,

peces de arsénico como tiburones,

tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,

rosas que hieren

y agujas instaladas en los caños de la sangre,

mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos

caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula

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que untan de aceite las lenguas militares

donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma

y escupe carbón machacado

rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,

ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,

ni quien abra los linos del reposo,

ni quien llore por las heridas de los elefantes.

No hay más que un millón de herreros

forjando cadenas para los niños que han de venir.

No hay más que un millón de carpinteros

que hacen ataúdes sin cruz.

No hay más que un gentío de lamentos

que se abren las ropas en espera de la bala.

El hombre que desprecia la paloma debía hablar,

debía gritar desnudo entre las columnas,

y ponerse una inyección para adquirir la lepra

y llorar un llanto tan terrible

que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.

Pero el hombre vestido de blanco

ignora el misterio de la espiga,

ignora el gemido de la parturienta,

ignora que Cristo puede dar agua todavía,

ignora que la moneda quema el beso de prodigio

y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños

una luz maravillosa que viene del monte;

pero lo que llega es una reunión de cloacas

donde gritan las oscuras ninfas del cólera.

Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;

pero debajo de las estatuas no hay amor,

no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.

El amor está en las carnes desgarradas por la sed,

en la choza diminuta que lucha con la inundación;

el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,

en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas

y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas

dirá: amor, amor, amor,

aclamado por millones de moribundos;

dirá: amor, amor, amor,

entre el tisú estremecido de ternura;

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dirá: paz, paz, paz,

entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;

dirá: amor, amor, amor,

hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,

los negros que sacan las escupideras,

los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,

las mujeres ahogadas en aceites minerales,

la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,

ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,

ha de gritar frente a las cúpulas,

ha de gritar loca de fuego,

ha de gritar loca de nieve,

ha de gritar con la cabeza llena de excremento,

ha de gritar como todas las noches juntas,

ha de gritar con voz tan desgarrada

hasta que las ciudades tiemblen como niñas

y rompan las prisiones del aceite y la música,

porque queremos el pan nuestro de cada día,

flor de aliso y perenne ternura desgranada,

porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra

que da sus frutos para todos.

Tomado de “Dos odas”, Poeta en Nueva York (1929-30)

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CASIDA DE LA MANO IMPOSIBLE

Yo no quiero más que una mano,

una mano herida, si es posible.

Yo no quiero más que una mano,

aunque pase mil noches sin lecho.

Sería un pálido lirio de cal,

sería una paloma amarrada a mi corazón,

sería el guardían que en la noche de mi tránsito

prohibiera en absoluto la entrada a la luna.

Yo no quiero más que esa mano

para los diarios aceites y la sábana blanca de mi agonía

Yo no quiero más que esa mano

para tener un ala de mi muerte.

Lo demás todo pasa.

Rubor sin nombre ya, astro perpetuo.

Lo demás es lo otro; viento triste,

mientras las hojas huyen en bandadas.

Tomado de “Casidas”, Diván del Tamarit (1931-34)

GACELA DEL AMOR DESESPERADO

La noche no quiere venir

para que tú no vengas,

ni yo pueda ir.

Pero yo iré,

aunque un sol de alacranes me coma la sien.

Pero tú vendrás

con la lengua quemada por la lluvia de sal.

El día no quiere venir

para que tú no vengas,

ni yo pueda ir.

Pero yo iré

entregando a los sapos mi mordido clavel.

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Pero tú vendrás

por las turbias cloacas de la oscuridad.

Ni la noche ni el día quieren venir

para que por ti muera

y tú mueras por mí.

Tomado por Violeta West de “Gacelas”, Diván del Tamarit (1931-34)

LA SANGRE DERRAMADA (Fragmento inicial)

¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga,

que no quiero ver la sangre

de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

La luna de par en par,

caballo de nubes quietas,

y la plaza gris del sueño

con sauces en las barreras

¡Que no quiero verla¡

Que mi recuerdo se quema.

¡Avisad a los jazmines

con su blancura pequeña!

¡Que no quiero verla!

La vaca del viejo mundo

pasaba su triste lengua

sobre un hocico de sangres

derramadas en la arena,

y los toros de Guisando,

casi muerte y casi piedra,

mugieron como dos siglos

hartos de pisar la tierra.

No.

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¡Que no quiero verla!

Por las gradas sube Ignacio

con toda su muerte a cuestas.

Buscaba el amanecer,

y el amanecer no era.

Busca su perfil seguro,

y el sueño lo desorienta.

Buscaba su hermoso cuerpo

y encontró su sangre abierta.

¡No me digáis que la vea!

No quiero sentir el chorro

cada vez con menos fuerza;

ese chorro que ilumina

los tendidos y se vuelca

sobre la pana y el cuero

de muchedumbre sedienta.

¡Quién me grita que me asome!

¡No me digáis que la vea!

Tomado de “La sangre derramada”, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935)

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SONETO DE LA DULCE QUEJA

Tengo miedo a perder la maravilla

de tus ojos de estatua y el acento

que me pone de noche en la mejilla

la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla

tronco sin ramas, y lo que más siento

es no tener la flor, pulpa o arcilla,

para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,

si eres mi cruz y mi dolor mojado,

si soy el perro de tu señorío.

No me dejes perder lo que he ganado

y decora las aguas de tu río

con hojas de mi Otoño enajenado.

EL AMOR DUERME EN EL PECHO DEL POETA

Tú nunca entenderás lo que te quiero

porque duermes en mí y estás dormido.

Yo te oculto llorando, perseguido

por una voz de penetrante acero.

Norma que agita igual carne y lucero

traspasa ya mi pecho dolorido

y las turbias palabras han mordido

las alas de tu espíritu severo.

Grupo de gente salta en los jardines

esperando tu cuerpo y mi agonía

en caballos de luz y verdes crines.

Pero sigue durmiendo, vida mía.

Oye mi sangre rota en los violines.

¡Mira que nos acechan todavía!

Tomados de Sonetos del amor oscuro (1935-36)

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LUIS CERNUDA (Sevilla, 1902 – México, 1963)

QUISIERA ESTAR SOLO EN EL SUR

Quizá mis lentos ojos no verán más el sur

de ligeros paisajes dormidos en el aire,

con cuerpos a la sombra de ramas como flores

o huyendo en un galope de caballos furiosos.

El sur es un desierto que llora mientras canta,

y esa voz no se extingue como pájaro muerto;

hacia el mar encamina sus deseos amargos

abriendo un eco débil que vive lentamente.

En el sur tan distante quiero estar confundido.

La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;

su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.

Su oscuridad, su luz son bellezas iguales.

Tomado de Un río, un amor (1929)

TE QUIERO

Te lo he dicho con el viento,

jugueteando como animalillo en la arena

o iracundo como órgano impetuoso;

Te lo he dicho con el sol,

que dora desnudos cuerpos juveniles

y sonríe en todas las cosas inocentes;

Te lo he dicho con las nubes,

frentes melancólicas que sostienen el cielo,

tristezas fugitivas;

Te lo he dicho con las plantas,

leves criaturas transparentes

que se cubren de rubor repentino;

Te lo he dicho con el agua,

vida luminosa que vela un fondo de sombra;

te lo he dicho con el miedo,

te lo he dicho con la alegría,

con el hastío, con las terribles palabras.

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Pero así no me basta:

más allá de la vida,

quiero decírtelo con la muerte;

más allá del amor,

quiero decírtelo con el olvido.

SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR LO QUE AMA

Si el hombre pudiera decir lo que ama,

si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo

como una nube en la luz;

si como muros que se derrumban,

para saludar la verdad erguida en medio,

pudiera derrumbar su cuerpo,

dejando sólo la verdad de su amor,

la verdad de sí mismo,

que no se llama gloria, fortuna o ambición,

sino amor o deseo,

yo sería aquel que imaginaba;

aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos

proclama ante los hombres la verdad ignorada,

la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina

por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,

y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu

como leños perdidos que el mar anega o levanta

libremente, con la libertad del amor,

la única libertad que me exalta,

la única libertad porque muero.

Tú justificas mi existencia:

si no te conozco, no he vivido;

si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Tomados de Los placeres prohibidos (1931)

NO DECÍA PALABRAS

No decía palabras,

acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,

porque ignoraba que el deseo es una pregunta

cuya respuesta no existe,

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una hoja cuya rama no existe,

un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,

remonta por las venas

hasta abrirse en la piel,

surtidores de sueño

hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,

una mirada fugaz entre las sombras,

bastan para que el cuerpo se abra en dos,

ávido de recibir en sí mismo

otro cuerpo que sueñe;

mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,

iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza

porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.

Tomado por Rocío Llames de Los placeres prohibidos (1931)

DONDE HABITE EL OLVIDO

Donde habite el olvido,

en los vastos jardines sin aurora;

donde yo sólo sea

memoria de una piedra sepultada entre ortigas

sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje

al cuerpo que designa en brazos de los siglos,

donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,

no esconda como acero

en mi pecho su ala,

sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,

sometiendo a otra vida su vida,

sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,

cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

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donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

disuelto en niebla, ausencia,

ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;

donde habite el olvido.

Tomado de Donde habite el olvido (1932)

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EL JOVEN MARINO (Fragmento inicial)

El mar, y nada más.

Insaciable, insaciable.

Con pie desnudo ibas sobre la olvidadiza arena,

Dulcemente trastornado, como el hombre cuando un placer espera,

Tu cabello seguía la invocación frenética del viento;

Todo tú vuelto apasionado albatros,

A quien su trágico desear brotaba en alas,

Al único maestro respondías:

El mar, única criatura

Que pudiera asumir tu vida poseyéndote [...]

Tomado de Invocaciones (1934-35)

A UN POETA MUERTO (F. G. L.)

Así como en la roca nunca vemos

La clara flor abrirse,

Entre un pueblo hosco y duro

No brilla hermosamente

El fresco y alto ornato de la vida.

Por esto te mataron, porque eras

Verdor en nuestra tierra árida

Y azul en nuestro oscuro aire.

Leve es la parte de la vida

Que como dioses rescatan los poetas.

El odio y destrucción perduran siempre

Sordamente en la entraña

Toda hiel sempiterna del español terrible,

Que acecha lo cimero

Con su piedra en la mano.

Triste sino nacer

Con algún don ilustre

Aquí, donde los hombres

En su miseria sólo saben

El insulto, la mofa, el recelo profundo

Ante aquel que ilumina las palabras opacas

Por el oculto fuego originario.

La sal de nuestro mundo eras,

Vivo estabas como un rayo de sol,

Y ya es tan sólo tu recuerdo

Quien yerra y pasa, acariciando

El muro de los cuerpos

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Con el dejo de las adormideras

Que nuestros predecesores ingirieron

A orillas del olvido.

Si tu ángel acude a la memoria,

Sombras son estos hombres

Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;

La muerte se diría

Más viva que la vida

Porque tú estás con ella,

Pasado el arco de tu vasto imperio,

Poblándola de pájaros y hojas

Con tu gracia y tu juventud incomparables.

Aquí la primavera luce ahora.

Mira los radiantes mancebos

Que vivo tanto amaste

Efímeros pasar junto al fulgor del mar.

Desnudos cuerpos bellos que se llevan

Tras de sí los deseos

Con su exquisita forma, y sólo encierran

Amargo zumo, que no alberga su espíritu

Un destello de amor ni de alto pensamiento.

Igual todo prosigue,

Como entonces, tan mágico,

Que parece imposible

La sombra en que has caído.

Mas un inmenso afán oculto advierte

Que su ignoto aguijón tan sólo puede

Aplacarse en nosotros con la muerte,

Como el afán del agua,

A quien no basta esculpirse en las olas,

Sino perderse anónima

En los limbos del mar.

Pero antes no sabías

La realidad más honda de este mundo:

El odio, el triste odio de los hombres,

Que en ti señalar quiso

Por el acero horrible su victoria,

Con tu angustia postrera

Bajo la luz tranquila de Granada,

Distante entre cipreses y laureles,

Y entre tus propias gentes

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Y por las mismas manos

Que un día servilmente te halagaran.

Para el poeta la muerte es la victoria;

Un viento demoníaco le impulsa por la vida,

Y si una fuerza ciega

Sin comprensión de amor

Transforma por un crimen

A ti, cantor, en héroe,

Contempla en cambio, hermano,

Cómo entre la tristeza y el desdén

Un poder más magnánimo permite a tus amigos

En un rincón pudrirse libremente.

Tenga tu sombra paz,

Busque otros valles,

Un río donde del viento

Se lleve los sonidos entre juncos

Y lirios y el encanto

Tan viejo de las aguas elocuentes,

En donde el eco como la gloria humana ruede,

Como ella de remoto,

Ajeno como ella y tan estéril.

Halle tu gran afán enajenado

El puro amor de un dios adolescente

Entre el verdor de las rosas eternas;

Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,

Tras de tanto dolor y dejamiento,

Con su propia grandeza nos advierte

De alguna mente creadora inmensa,

Que concibe al poeta cual lengua de su gloria

Y luego le consuela a través de la muerte.

UN ESPAÑOL HABLA DE SU TIERRA

Las playas, parameras

Al rubio sol durmiendo,

Los oteros, las vegas

En paz, a solas, lejos;

Los castillos, ermitas

Cortijos y conventos,

La vida con la historia,

Tan dulces al recuerdo,

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Ellos, los vencedores

Caínes sempiternos,

De todo me arrancaron.

Me dejan el destierro.

Una mano divina

Tu tierra alzó en mi cuerpo

y allí la voz dispuso

Que hablase tu silencio.

Contigo solo estaba,

En ti sola creyendo;

Pensar tu nombre ahora

Envenena mis sueños.

Amargos son los días

De la vida, viviendo

Sólo una larga espera

A fuerza de recuerdos.

Un día, tú ya libre

De la mentira de ellos,

Me buscaras. Entonces

¿Qué ha de decir un muerto?

Tomados de Las nubes (1934-1940)

LA POESÍA (fragmento inicial)

En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba

la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante,

mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía

como un cuerpo impalpable, cálido y dorado, cuya alma fuese la música.

¿Era la música? ¿Era lo inusitado? Ambas sensaciones, la de la música y la de lo inusitado, se

unían dejando en mí una huella que el tiempo no ha podido borrar. Entreví entonces la

existencia de una realidad diferente de la percibida a diario, y ya oscuramente sentía cómo no

bastaba a esa otra realidad el ser diferente, sino que algo alado y divino debía acompañarla y

aureolarla, tal el nimbo trémulo que rodea un punto luminoso.

Así, en el sueño inconsciente del alma infantil, apareció ya el poder mágico que consuela la

vida, y desde entonces así lo veo flotar ante mis ojos: tal aquel resplandor vago que yo veía

dibujarse en la oscuridad, sacudiendo con su alma palpitante las notas cristalinas y puras de la

melodía.

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[...]

Tomado de Ocnos (1942)

UNOS CUERPOS SON COMO FLORES

Unos cuerpos son como flores,

otros como puñales,

otros como cintas de agua;

pero todos, temprano o tarde,

serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,

convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un

hombre.

Pero el hombre se agita en todas direcciones,

sueña con libertades, compite con el viento,

hasta que un día la quemadura se borra,

volviendo a ser piedra en el camino de nadie.

Yo, que no soy piedra, sino camino

que cruzan al pasar los pies desnudos

muero de amor por todos ellos;

les doy mi cuerpo para que lo pisen,

aunque les lleve a una ambición o a una nube,

sin que ninguno comprenda

que ambiciones o nubes

no valen un amor que se entrega.

A UN POETA FUTURO

No conozco a los hombres. Años llevo

De buscarles y huirles sin remedio.

¿No les comprendo? ¿O acaso les comprendo

Demasiado? Antes que en estas formas

Evidentes, de brusca carne y hueso,

Súbitamente rotas por un resorte débil

Si alguien apasionado les allega,

Muertos en la leyenda les comprendo

Mejor. Y regreso de ellos a los vivos,

Fortalecido amigo solitario,

Como quien va del manantial latente

Al río que sin pulso desemboca.

Page 21: Poetas del 27: antología breve

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No comprendo a los ríos. Con prisa errante pasan

Desde la fuente al mar, en ocio atareado,

Llenos de su importancia, bien fabril o agrícola;

La fuente, que es promesa, el mar sólo la cumple,

El multiforme mar, incierto y sempiterno.

Como en fuente lejana, en el futuro

Duermen las formas posibles de la vida

En un sueño sin sueños, nulas e inconscientes,

Prontas a reflejar la idea de los dioses.

Y entre los seres que serán un día

Sueñas tu sueño, mi imposible amigo.

No comprendo a los hombres. Mas algo en mí responde

Que te comprendería, lo mismo que comprendo

Los animales, las hojas y las piedras,

Compañeros de siempre silenciosos y fieles.

Todo es cuestión de tiempo en esta vida,

Un tiempo cuyo ritmo no se acuerda,

Por largo y vasto, al otro pobre ritmo

De nuestro tiempo humano corto y débil.

Si el tiempo de los hombres y el tiempo de los dioses

Fuera uno, esta nota que en mí inaugura el ritmo,

Unida con la tuya se acordaría en cadencia,

No callando sin eco entre el mudo auditorio.

Mas no me cuido de ser desconocido

En medio de estos cuerpos casi contemporáneos,

Vivos de modo diferente al de mi cuerpo

De tierra loca que pugna por ser ala

Y alcanzar aquel muro del espacio

Separando mis años de los tuyos futuros.

Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo amigo,

Que otros ojos compartan lo que miran los míos.

Aunque tú no sabrás con cuánto amor hoy busco

Por ese abismo blanco del tiempo venidero

La sombra de tu alma, para aprender de ella

A ordenar mi pasión según nueva medida.

Ahora, cuando me catalogan ya los hombres

Bajo sus clasificaciones y sus fechas,

Disgusto a uno por frío y a los otros por raro,

Y en mi temblor humano hallan reminiscencias

Muertas. Nunca han de comprender que si mi lengua

El mundo cantó un día, fue amor quien la inspiraba.

Yo no podré decirte cuánto llevo luchando

Para que mi palabra no se muera

Page 22: Poetas del 27: antología breve

22

Silenciosa conmigo, y vaya como un eco

A ti, como tormenta que ha pasado

Y un son vago recuerda por el aire tranquilo.

Tú no conocerás cómo domo mi miedo

Para hacer de mi voz, mi valentía,

Dando al olvido inútiles desastres

Que pululan en torno y pisotean

Nuestra vida con estúpido gozo,

La vida que serás y que yo casi he sido.

Porque presiento en este alejamiento humano

Cuán míos habrán de ser los hombres venideros,

Cómo esta soledad será poblada un día,

Aunque sin mí, de camaradas puros a tu imagen.

Si renuncio a la vida es para hallarla luego

Conforme a mi deseo, en tu memoria.

Cuando en hora tardía, aún leyendo

Bajo la lámpara luego me interrumpo

Para escuchar la lluvia, pesada tal borracho

Que orina en la tiniebla helada de la calle,

Algo débil en mí susurra entonces:

Los elementos libres que aprisiona mi cuerpo

¿Fueron sobre la tierra convocados

Por esto sólo? ¿Hay más? Y si lo hay ¿adónde

Hallarlo? No conozco otro mundo si no es este,

Y sin ti es triste a veces. Ámame con nostalgia,

Como a una sombra, como yo he amado

La verdad del poeta bajo nombres ya idos.

Cuando en días venideros, libre el hombre

Del mundo primitivo a que hemos vuelto

De tiniebla y de horror, lleve el destino

Tu mano hacia el volumen donde yazcan

Olvidados mis versos, y lo abras,

Yo sé que sentirás mi voz llegarte,

No de la letra vieja, mas del fondo

Vivo en tu entraña, con un afán sin nombre

Que tú dominarás. Escúchame y comprende.

En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,

Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos

Tendrán razón al fin, y habré vivido.

Tomados de Como quien espera el alba (1941-44)

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EL VIENTO Y EL ALMA

Con tal vehemencia el viento

viene del mar, que sus sones

elementales contagian

el silencio de la noche.

Solo en tu cama le escuchas

insistente en los cristales

tocar, llorando y llamando

como perdido sin nadie.

Mas no es él quien en desvelo

te tiene, sino otra fuerza

de que tu cuerpo es hoy cárcel,

fue viento libre, y recuerda.

Tomado de Vivir sin estar viviendo (1944-49)

CONTIGO

¿Mi tierra?

Mi tierra eres tú.

¿Mi gente?

Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte

para mi están adonde

no estés tú.

¿Y mi vida?

Dime, mi vida,

¿qué es, si no eres tú?

Tomado de Con las horas contadas (1950-1956)

PARA TI, PARA NADIE

Pues no basta el recuerdo,

Cuando aún queda tiempo,

Alguno que se aleja

Vuelve atrás la cabeza,

O aquel que ya se ha ido,

En algo posesivo,

Una carta, un retrato,

Los materiales rasgos

Busca, la fiel presencia

Con realidad terrena,

Y yo, este Luis Cernuda

Incógnito, que dura

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Tan solo un breve espacio

De amor esperanzado,

Antes que el plazo acabe

De vivir, a tu imagen

Tan querida me vuelvo

Aquí, en el pensamiento,

Y aunque tú no has de verlas,

Para hablar con tu ausencia

Estas líneas escribo,

Únicamente para estar contigo.

Tomado de “Poemas para un cuerpo, III”(1957), Con las horas contadas

PEREGRINO

¿Volver? Vuelva el que tenga,

tras largos años, tras un largo viaje,

cansancio del camino y la codicia

de su tierra, su casa, sus amigos,

del amor que al regreso fiel le espere.

Mas, ¿tú?¿Volver? Regresar no piensas,

sino seguir libre adelante,

disponible por siempre, mozo o viejo,

sin hijo que te busque, como a Ulises,

sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses,

fiel hasta el fin del camino y tu vida,

no eches de menos un destino más fácil,

tus pies sobre la tierra antes no hollada,

tus ojos frente a lo antes nunca visto.

LUNA LLENA EN SEMANA SANTA

Denso, suave, el aire

Orea tantas callejas,

Plazuelas, cuya alma

Es la flor del naranjo.

Resuenan cerca, lejos,

Clarines masculinos

Aquí, allí la flauta

Y oboe femeninos.

Mágica por el cielo

La luna fulge, llena

Luna de parasceve.

Azahar, luna, música,

Entrelazados, bañan

La ciudad toda. Y breve

Tu mente la contiene

En sí, como una mano

Amorosa. ¿Nostalgias?

No. Lo que así recreas

Es el tiempo sin tiempo

Del niño, los instintos

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Aprendiendo la vida

Dichosamente, como

La planta nueva aprende

En suelo amigo. Eco

Que, a la doble distancia,

Generoso hoy te vuelve,

En leyenda, a tu origen.

Et in Arcadia ego.

Tomados de Desolación de la quimera (1956-62)

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RAFAEL ALBERTI (Puerto de Santa María, 1902-1999)

MALVA-LUNA-DE-YELO

Las floridas espaldas ya en la nieve,

y los cabellos de marfil al viento.

Agua muerta en la sien, el pensamiento

color halo de luna cuando llueve.

¡Oh qué clamor bajo del seno breve;

qué palma al aire el solitario aliento,

qué témpano cogido al firmamento,

el pie descalzo, que a morir se atreve!

¡Brazos de mar, en cruz, sobre la helada

bandeja de la noche; senos fríos,

de donde surte, yerta, la alborada;

oh piernas como dos celestes ríos,

Malva-luna-de-yelo, amortajada

bajo los mares de los ojos míos!

Tomado de Marinero en tierra (1925)

LA HORRA

Aquí una casa, querida,

sólo con cuatro balcones,

sólo con cuatro cortinas,

sólo con dos corazones

y un espejito, mi vida.

Tomado de La amante (1925)

Page 27: Poetas del 27: antología breve

27

ALGUIEN

Alguien barre

y canta

y barre

(zuecos en la madrugada).

Alguien

dispara las puertas.

¡Qué miedo,

madre!

(¡Ay, los que en andas del viento,

en un velero a estas horas

vayan arando los mares!)

Alguien barre

y canta

y barre.

Algún caballo, alejándose,

imprime su pie en el eco

de la calle.

¡Qué miedo,

madre!

¡Si alguien llamara a la puerta!

¡Si se apareciera padre

con su túnica talar

chorreando!...

¡Qué horror,

madre!

Alguien barre

y canta

y barre.

Tomado de El alba del alhelí (1925-26)

MADRIGAL AL BILLETE DE TRANVÍA

Adonde el viento, impávido, subleva

torres de luz contra la sangre mía,

tú, billete, flor nueva,

cortada en los balcones del tranvía.

Huyes, directa, rectamente liso,

en tu pétalo un nombre y un encuentro

latentes, a ese centro

cerrado y por cortar del compromiso.

Y no arde en ti la rosa, ni en ti priva

el finado clavel, sí la violeta

contemporánea, viva,

del libro que viaja en la chaqueta.

AMARANTA

Rubios, pulidos senos de Amaranta,

por una lengua de lebrel limados.

Pórtico de limones, desviados

por el canal que asciende a tu garganta.

Rojo, un puente de rizos se adelanta

e incendia tus marfiles ondulados.

Muerde, heridor, tus dientes desangrados,

y corvo, en vilo, al viento te levanta.

La soledad, dormida en la espesura,

calza su pie de céfiro y desciende

del olmo al mar de la llanura.

Su cuerpo en sombra, oscuro, se le

enciende,

y gladiadora, como un ascua impura,

entre Amaranta y su amador se tiende.

Tomados de Cal y canto (1926-27)

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CITA TRISTE DE CHARLOT

Mi corbata, mis guantes,

Mis guantes, mi corbata.

La mariposa ignora la muerte de los sastres, la derrota del mar por los escaparates. Mi edad, señores, 900.000 años. ¡Oh!

Era yo un niño cuando los peces no nadaban, cuando las ocas no decían misa ni el caracol embestía al gato. Juguemos al ratón y al gato, señorita.

Lo más triste, caballero, un reloj: las 11, las 12, la 1, las 2.

A las tres en punto morirá un transeúnte. Tú, luna, no te asustes; tú, luna, de los taxis retrasados, luna de hollín de los bomberos.

La ciudad está ardiendo por el cielo, un traje igual al mío se hastía por el campo. Mi edad, de pronto, 25 años.

Es que nieva, que nieva, y mi cuerpo se vuelve choza de madera. Yo te invito al descanso, viento. Muy tarde es ya para cenar estrellas.

Pero podemos bailar, árbol perdido. Un vals para los lobos, para el sueño una gallina sin las uñas del zorro.

Se me ha extraviado el bastón. Es muy triste pensarlo solo por el mundo. ¡Mi bastón!

Mi sombrero, mis puños, mis guantes, mis zapatos.

El hueso que más duele, amor mío, no es el reloj: las 11, las 12, la 1, las 2.

Las 3 en punto. En la farmacia se evapora un cadáver desnudo.

Tomado por Eva Hernández de Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929)

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EL ÁNGEL AVARO

Gentes de las esquinas

de pueblos y naciones que no están en el mapa

comentaban.

—Ese hombre está muerto

y no lo sabe.

Quiere asaltar la banca,

robar nubes, estrellas, cometas de oro,

comprar lo más difícil:

el cielo:

Y ese hombre está muerto.

Temblores subterráneos le sacuden la frente.

Tumbos de tierra desprendida,

ecos desvariados,

sones confusos de piquetas y azadas,

los oídos.

Los ojos,

luces de acetileno,

húmedas, áureas galerías.

El corazón,

explosiones de piedras, júbilos, dinamita.

Sueña con las minas.

EL ÁNGEL BUENO

Vino el que yo quería

el que yo llamaba.

No aquél que barre cielos sin defensas.

luceros sin cabañas,

lunas sin patria,

nieves.

Nieves de esascaídas de unamano,

un nombre,

un sueño,

unafrente.

No aquélque a suscabellos

ató la muerte.

El queyoquería.

Sin arañar los aires,

sin herirhojasni mover cristales.

Aquelque a suscabellos

ató el silencio.

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Para sin lastimarme,

cavar una ribera de luz dulce en mi pecho

y hacerme el alma navegable.

EL ÁNGEL DE LOS NÚMEROS

Vírgenes con escuadras

y compases, velando

lascelestespizarras.

Y el ángel de los números,

pensativo, volando,

del 1 al 2, del 2

al 3, del 3 al 4.

Tizasfrías y esponjas

rayaban y borraban

laluz de los espacios.

Ni sol, luna, niestrellas,

ni el repentinoverde

del rayo y el relámpago,

ni el aire. Sólonieblas.

Vírgenes sin escuadras,

sin compases, llorando.

Y en lasmuertaspizarras,

el ángel de los números,

sin vida, amortajado

sobre el 1 y el 2,

sobre el 3, sobre el 4…

Tomados de Sobre los ángeles (1929)

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PARAÍSO PERDIDO

A través de los siglos, por la nada del mundo, yo, sin sueño, buscándote. . Tras de mí, imperceptible, sin rozarme los hombros, mi ángel muerto, vigía. . ¿Adónde el Paraíso, sombra, tú que has estado? Pregunta con silencio. . Ciudades sin respuesta, ríos sin habla, cumbres sin ecos, mares mudos. . Nadie lo sabe. Hombres fijos, de pie, a la orilla parada de las tumbas, . me ignoran. Aves tristes, cantos petrificados en éxtasis el rumbo, . ciegas. No saben nada. Sin sol, vientos antiguos, inertes, en las leguas por, andar, levantándose calcinados, cayéndose de espaldas, Poco dicen. .

Diluidos, sin forma la verdad que en sí ocultan, huyen de mí los cielos. . Ya en el fin de la Tierra, sobre el último filo, resbalando los ojos, muerta en mí la esperanza, ese pórtico verde busco en las negras simas. . ¡Oh boquete de sombras! ¡Hervidero del mundo! ¡Qué Confusión de siglos! . ¡Atrás, atrás! ¡Qué espanto de tinieblas sin voces! ¡Qué Perdida mi alma! . -Ángel muerto, despierta. ¿Dónde estás? Ilumina con tu rayo el retorno. . Silencio. Más silencio. Inmóviles los pulsos del sinfín de la noche. . ¡Paraíso perdido! Perdido por buscarte, yo, sin luz para siempre.

Tomado por Álvaro Zarzoso y Violeta West de Sobre los ángeles (1929)

ESPANTAPÁJAROS

Ya en mi alma pesaban de tal modo los muertos

futuros que no podían andar ni un solo paso sin que

las piedras revelaran sus entrañas.

¿Qué gritan y defienden esos trajes retorcidos por

las exhalaciones?

Sangran ojos de mulos cruzados de escalofríos.

Se hace imposible el cielo entre tantas tumbas anegadas

de setas corrompidas.

¿Adónde ir con las ansias de los que han de morirse?

La noche se desploma por un exceso de equipaje secreto.

Alabad a la chispa que electrocuta las huestes y los

rebaños.

Page 32: Poetas del 27: antología breve

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Un hombre y una vaca perdidos.

¿Qué nuevas desventuras esperan a las hojas para

este otoño?

Mi alma no puede ya con tanto cargamento sin destino.

El sueño para preservarse de las lluvias intenta una

alquería.

Anteanoche no aullaron ya las lobas.

¿Qué espero rodeado de muertos al filo de una ma-

drugada indecisa?

Tomado de Sermones y moradas (1930)

EL TORO DE LA MUERTE

Negro toro, nostálgico de heridas,

corneándole al agua sus paisajes,

revisándole cartas y equipajes

a los trenes que van a las corridas.

¿Qué sueñas en tus cuernos, qué escondidas

ansias les arrebolan los viajes,

qué sistema de riegos y drenajes

ensayan en la mar tus embestidas?

Nostálgico de un hombre con espada,

de sangre femoral y de gangrena,

ni el mayoral ya puede detenerte.

Corre, toro, a la mar, embiste, nada,

y a un torero de espuma, sal y arena,

ya que intentas herir, dale la muerte.

Tomado de Verte y no verte (1935)

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CUBA DENTRO DE UN PIANO

Cuando mi madre llevaba un sorbete de fresa por sombrero

y el humo de los barcos aún era humo de habanero.

Mulata vuelta bajera.

Cádiz se adormecía entre fandangos y habaneras

y un lorito al piano quería hacer de tenor.

Dime dónde está la flor que el hombre tanto venera.

Mi tío Antonio volvía con su aire de insurrecto.

La Cabaña y el Príncipe sonaban por los patios del Puerto.

(Ya no brilla la Perla azul del mar de las Antillas.

Ya se apagó, se nos ha muerto).

Me encontré con la bella Trinidad.

Cuba se había perdido y ahora era verdad.

Era verdad, no era mentira.

Un cañonero huido llegó cantándolo en guajiras.

La Habana ya se perdió. Tuvo la culpa el

dinero...

Calló, cayó el cañonero.

Pero después, pero ¡ah! después...

fue cuando al SÍ lo hicieron YES.

Tomado de Trece bandas y 48 estrellas (1935) Oígase la versión de Xavier Monsalvatge,

cantada por la soprano Teresa Berganza.

HACE FALTA ESTAR CIEGO

Hace falta estar ciego,

tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio,

cal viva,

arena hirviendo,

para no ver la luz que salta en nuestros actos,

que ilumina por dentro nuestra lengua,

muestra diaria palabra.

Hace falta querer morir sin estela de gloria y alegría,

sin participación en los himnos futuros,

sin recuerdo en los hombres que juzguen el pasado

sombrío de la tierra.

Hace falta querer ya en vida ser pasado,

obstáculo sangriento,

cosa muerta,

seco olvido.

Tomado de De un momento a otro (1937)

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GALOPE

Las tierras, las tierras, las tierras de España,

las grandes, las solas, desiertas llanuras.

Galopa, caballo cuatralbo,

jinete del pueblo,

al sol y a la luna.

¡A galopar,

a galopar,

hasta enterrarlos en el mar!

A corazón suenan, resuenan, resuenan

las tierras de España en las herraduras.

Galopa, jinete del pueblo,

caballo cuatralbo,

caballo de espuma.

¡A galopar,

a galopar,

hasta enterrarlos en el mar!

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;

que es nadie la muerte si va en tu montura.

Galopa, caballo cuatralbo,

jinete del pueblo,

que la tierra es tuya.

¡A galopar,

a galopar,

hasta enterrarlos en el mar!

Tomado de Capital de la Gloria (1938)

LA PALOMA

Se equivocó la paloma.

Se equivocaba.

Por ir al norte fue al sur.

Creyó que el trigo era agua.

Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo;

que la noche, la mañana.

Se equivocaba.

Que las estrellas, rocío;

que la calor, la nevada.

Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa;

que tu corazón, su casa.

Se equivocaba.

(Ella se durmió en la orilla.

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Tú, en la cumbre de una rama.)

MUELLE DEL RELOJ

A través de una niebla caporal de tabaco

miro el río de Francia,

moviendo escombros tristes, arrastrando ruinas

por el pesado verde ricino de sus aguas.

Mis ventanas

ya no dan a los álamos y los ríos de España.

Quiero mojar la mano en tan espeso frío

y parar lo que pasa

por entre ciegas bocas de piedra, dividiendo

subterráneas corrientes de muertos y cloacas.

Mis ventanas

ya no dan a los álamos y los ríos de España.

Miro una lenta piel de toro desollado,

sola, descuartizada,

sosteniendo cadáveres de voces conocidas,

sombra abajo, hacia el mar, hacia una mar sin barcas.

Mis ventanas

ya no dan a los álamos y los ríos de España.

Desgraciada viajera fluvial que de mis ojos

desprendidos arrancas

eso que de sus cuencas desciende como río

cuando el llanto se olvida de rodar como lágrima.

Mis ventanas

ya no dan a los álamos y los ríos de España.

Tomados de Entre el clavel y la espada (1945)

A LA PINTURA

A ti, lino en el campo. A ti, extendida

superficie, a los ojos, en espera.

A ti, imaginación, helor u hoguera,

diseño fiel o llama desceñida.

A ti, línea impensada o concebida.

A ti, pincel heroico, roca o cera,

obediente al estilo o la manera,

dócil a la medida o desmedida.

A ti, forma; color, sonoro empeño

porque la vida ya volumen hable,

sombra entre luz, luz entre sol, oscura.

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A ti, fingida realidad del sueño.

A ti, materia plástica palpable.

A ti, mano, pintor de la Pintura.

Tomado de A la pintura(1948)

RETORNOS DEL AMOR EN LOS ANTIGUOS CALLEJONES

QUEDA siempre la dicha, el infinito

don de poder tornar sobre los pasos

distantes que pusimos en aquellos lugares

que nuestro amor lo mismo que en un sueño

nos fue creando.

Ahora

es el delgado, oscuro laberinto

de una ciudad dormida, un agrietado

corazón es donde un río lame y canta

la silenciosa noche de las piedras.

Había que estrecharse hasta los dos ser uno

para poder entrar en tanto enredo

de esquinas, puertas, patios y balcones.

Nunca el amor llegó más a lo hondo

de los pasados siglos.

Caballeros,

como llamas exangües, como extintos

fuegos fatuos surgían, apagándose.

Me vi de pronto que estrechaba a Débora,

a Judit o a Raquel, la más hermosa,

suelto el cabello, en el brocal del pozo.

¡Amor, amor, amor! Amor tornándose,

nuevo clavel, en fresca flor

de Jericó, o Zulema,

la cautiva en la torre

del arrabal indómito del río.

¿Cómo volver, amor, a la que fuiste?

¿Por dónde la salida, si hasta el aire,

prisionero, gemía por hallarla?

Llantos sinagogales, moribundos

ayes de las desérticas arenas

e insomnes, gregorianos

lamentos en las débiles

luces de las penumbras exclaustradas,

más nos perdían, sin posible oriente,

hasta que al fin los cantos chirriados

de los madrugadores arrieros

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desenredaron nuestro andar, llevándonos

a las fluviales arboledas, donde

ya libres, con el alba,

ennochecimos en un claro sueño.

Tomado de Retornos de lo vivo lejano (1948-52)

POR ENCIMA DEL MAR, DESDE LA ORILLA AMERICANA DEL ATLÁNTICO

¡Si yo hubiera podido, oh Cádiz, a tu vera,

hoy, junto a ti, metido en tus raíces,

hablarte como entonces,

como cuando descalzo por tus verdes orillas

iba a tu mar robándole caracoles y algas!

Bien lo merecería, yo sé que tú lo sabes,

por haberte llevado tantos años conmigo,

por haberte cantado casi todos los días,

llamando siempre Cádiz a todo lo dichoso,

lo luminoso que me aconteciera.

Siénteme cerca, escúchame

igual que si mi nombre, si todo yo tangible,

proyectado en la cal hirviente de tus muros,

sobre tus farallones hundidos o en los huecos

de tus antiguas tumbas o en las olas te hablara.

Hoy tengo muchas cosas, muchas más que decirte.

Yo sé que lo lejano,

sí, que lo más lejano, aunque se llame

Mar de Solís o Río de la Plata,

no hace que los oídos

de tu siempre dispuesto corazón no me oigan.

Por encima del mar voy de nuevo a cantarte.

Tomado de Ora marítima (1953)

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LO QUE DEJÉ POR TI

Dejé por ti mis bosques, mi perdida------------------------------------------

arboleda, mis perros desvelados,--------------------------------------------

mis capitales años desterrados-------------------------------------------------

hasta casi el invierno de la vida.-----------------------------------------------

Dejé un temblor, dejé una sacudida,-------------------------------------------

un resplandor de fuegos no apagados,---------------------------------------

dejé mi sombra en los desesperados---------------------------------------

ojos sangrantes de la despedida.----------------------------------------------

Dejé palomas tristes junto a un río,--------------------------------------------

caballos sobre el sol de las arenas,-----------------------------------------

dejé de oler la mar, dejé de verte.-------------------------------------------

Dejé por ti todo lo que era mío.------------------------------------------------

Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,------------------------------------

tanto como dejé para tenerte.---------------------------------------------------

Tomado por Violeta West de Roma, peligro para caminantes (1968)

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PEDRO SALINAS (Madrid, 1891 – Boston, 1951)

El alma tenías

tan clara y abierta,

que yo nunca pude

entrarme en tu alma.

Busqué los atajos

angostos, los pasos

altos y difíciles...

A tu alma se iba

por caminos anchos.

Preparé alta escala

—soñaba altos muros

guardándote el alma—

pero el alma tuya

estaba sin guarda

de tapial ni cerca.

Te busqué la puerta

estrecha del alma,

pero no tenía,

de franca que era,

entradas tu alma.

¿En dónde empezaba?

¿Acababa, en dónde?

Me quedé por siempre

sentado en las vagas

lindes de tu alma.

Tomado de Presagios (1920-23)

ACUARELA

Con el cielo gris

la copla

triste de Sevilla

se afina, se afina.

En agua sin sol

sombras de naranjos

entierran azahares.

Arriba,

en las altas miras

esperan las niñas

los barcos de oro.

Abajo

aguardan los mozos

que se abran cancelas

a patios sin fondo.

Sin rubor se quedan,

pálidas, las torres.

Desde las orillas

las desesperadas

luces suicidas

al río se lanzan.

Cadáveres lentos

rosa, verde, azul

azul, verde, rosa

se los lleva el agua.

FE MÍA

No me fío de la rosa

de papel,

¡tantas veces que la hice

yo con mis manos!

Ni me fío de la otra

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rosa verdadera,

hija del sol y sazón,

la prometida del viento.

De ti, que nunca te hice,

de ti, que nunca te hicieron,

de ti me fío, redondo

seguro azar.

Tomados de Seguro azar (1929)

UNDERWOOD GIRLS [En inglés, “Las muchachas Underwood”, esto es, las teclas de la máquina de escribir]

Quietas, dormidas están,

las treinta redondas blancas.

Entre todas

sostienen el mundo.

Míralas aquí en su sueño,

como nubes,

redondas, blancas y dentro

destinos de trueno y rayo,

destinos de lluvia lenta,

de nieve, de viento, signos.

Despiértalas,

con contactos saltarines

de dedos rápidos, leves,

como a músicas antiguas.

Ellas suenan otra música:

fantasías de metal

valses duros, al dictado.

Que se alcen desde siglos

todas iguales, distintas

como las olas del mar

y una gran alma secreta.

Que se crean que es la carta,

la fórmula como siempre.

Tú alócate

bien los dedos, y las

raptas y las lanzas,

a las treinta, eternas ninfas

contra el gran mundo vacío,

blanco en blanco.

Por fin a la hazaña pura,

sin palabras sin sentido,

ese, zeda, jota, i...

Tomado de Fábula y signo (1931)

LUZ DE LA NOCHE

Estoy pensando, es de noche,

en el día que hará allí

donde esta noche es de día.

En las sombrillas alegres,

abiertas todas las flores,

contra ese sol, que es la luna

tenue que me alumbra a mí.

Aunque todo está tan quieto,

tan en silencio en lo oscuro,

aquí alrededor,

veo a las gentes veloces

—prisa, trajes claros, risa—

consumiendo sin parar,

a pleno goce, esa luz

de ellos, la que va a ser mía

en cuanto alguien diga allí

«ya es de noche».

La noche donde yo estoy

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ahora,

donde tú estás junto a mí

tan dormida y tan sin sol

en esa

noche y luna del dormir,

que pienso en el otro lado

de tu sueño, donde hay luz

que yo no veo.

Donde es de día y paseas

—te sonríes al dormir—

con esa sonrisa abierta,

tan alegre, tan de flores,

que la noche y yo sentimos

que no puede ser de aquí.

Tomado por Rocío Llames de Fábula y signo (1931)

Para vivir no quiero

islas, palacios, torres.

¡Qué alegría más alta:

vivir en los pronombres!

Quítate ya los trajes,

las señas, los retratos;

yo no te quiero así,

disfrazada de otra,

hija siempre de algo.

Te quiero pura, libre,

irreductible: tú.

Sé que cuando te llame

entre todas las gentes

del mundo,

sólo tú serás tú.

Y cuando me preguntes

quién es el que te llama,

el que te quiere suya,

enterraré los nombres,

los rótulos, la historia.

Iré rompiendo todo

lo que encima me echaron

desde antes de nacer.

Y vuelto ya al anónimo

eterno del desnudo,

de la piedra, del mundo,

te diré:

«Yo te quiero, soy yo».

Versos 429 a 451, La voz a ti debida (1933)

¡Sí, todo con exceso:

la luz, la vida, el mar!

Plural todo, plural,

luces, vidas y mares.

A subir, a ascender

de docenas a cientos,

de cientos a millar,

en una jubilosa

repetición sin fin,

de tu amor, unidad.

Tablas, plumas y máquinas,

todo a multiplicar,

caricia por caricia,

abrazo por volcán.

Hay que cansar los números.

Que cuenten sin parar,

que se embriaguen contando,

y que no sepan ya

cuál de ellos será el último:

¡qué vivir sin final!

Que un gran tropel de ceros

asalte nuestras dichas

esbeltas, al pasar,

y las lleve a su cima.

Que se rompan las cifras,

sin poder calcular

Page 42: Poetas del 27: antología breve

42

ni el tiempo ni los besos.

Y al otro lado ya

de cómputos, de sinos,

entregamos a ciegas

—¡exceso, qué penúltimo!—

a un gran fondo azaroso

que irresistiblemente

está

cantándonos a gritos

fúlgidos de futuro:

«Eso no es nada, aún.

Buscaos bien, hay más.»

Versos 702 a 739, La voz a ti debida (1933)

Qué alegría, vivir

sintiéndose vivido.

Rendirse

a la gran certidumbre, oscuramente,

de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,

me está viviendo.

Que cuando los espejos, los espías,

azogues, almas cortas, aseguran

que estoy aquí, yo, inmóvil,

con los ojos cerrados y los labios,

negándome al amor

de la luz, de la flor y de los nombres,

la verdad trasvisible es que camino

sin mis pasos, con otros,

allá lejos, y allí

estoy besando flores, luces, hablo.

Que hay otro ser por el que miro el mundo

porque me está queriendo con sus ojos.

Que hay otra voz con la que digo cosas

no sospechadas por mi gran silencio;

y es que también me quiere con su voz.

La vida —¡qué transporte ya!—, ignorancia

de lo que son mis actos, que ella hace,

en que ella vive, doble, suya y mía.

Y cuando ella me hable

de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,

recordaré

estrellas que no vi, que ella miraba,

y nieve que nevaba allá en su cielo.

Con la extraña delicia de acordarse

de haber tocado lo que no toqué

sino con esas manos que no alcanzo

a coger con las mías, tan distantes.

Y todo enajenado podrá el cuerpo

descansar quieto, muerto ya. Morirse

Page 43: Poetas del 27: antología breve

43

en la alta confianza

de que este vivir mío no era sólo

mi vivir: era el nuestro. Y que me vive

otro ser por detrás de la no muerte.

Versos 792 a 830, La voz a ti debida (1933)

SALVACIÓN POR EL CUERPO

¿No lo oyes? Sobre el mundo,

eternamente errante

de vendaval, a brisas o a suspiro,

bajo el mundo,

tan poderosamente subterránea

que parece temblor, calor de tierra,

sin cesar, en su angustia desolada,

vuela o se arrastra el ansia de ser cuerpo.

Todo quiere ser cuerpo.

Mariposa, montaña,

ensayos son alternativos

de forma corporal, a un mismo anhelo:

cumplirse en la materia,

evadidas por fin del desolado

sino de almas errantes.

Los espacios vacíos, el gran aire,

esperan siempre, por dejar de serlo,

bultos que los ocupen. Horizontes

vigilan avizores, en los mares,

barcos que desalojen

con su gran tonelaje y con su música

alguna parte del vacío inmenso

que el aire es fatalmente;

y las aves

tienen el aire lleno de memorias.

¡Afán, afán de cuerpo!

Querer vivir es anhelar la carne,

donde se vive y por la que se muere.

Se busca oscuramente sin saberlo

un cuerpo, un cuerpo, un cuerpo.

Nuestro primer hallazgo es el nacer.

Si se nace

con los ojos cerrados, y los puños

rabiosamente voluntarios, es

porque siempre se nace de quererlo.

El cuerpo ya está aquí; pero se ignora,

como al olor de rosa se le olvida

la rosa. Le llevamos

aliado nuestro, se le mira

en los espejos, en las sombras.

Solamente costumbre. Un día

la infatigable sed de ser corpóreo

en nosotros irrumpe,

lo mismo que la luz, necesitada

de posarse en materia para verse

por el revés de sí, verse en su sombra.

Y como el cuerpo más cercano

de todos los del mundo es este nuestro,

nos unimos con él, crédulos, fáciles,

ilusionados de que bastará

a nuestro afán de carne. Nuestro cuerpo

es el cuerpo primero en que vivimos,

y eso se llama juventud a veces.

Sí, es el primero y eran dieciséis

los años de la historia.

Agua fría en la piel,

zumo de mundo inédito en la boca,

locas carreras para nada, y luego,

el cansancio feliz. Tibios presagios

sin rumbo el rostro corren,

disfrazados de ardores sin motivo.

Nos sospechamos nuestros labios, ya.

La primer soledad se siente en ellos.

¡Y qué asombrado es el reconocerse

en estas tentativas de presencia,

nosotros en nosotros, vagabundos

por el cuerpo soltero!

Alegremente fáciles,

se vive así en materia

que nada necesita, si no es ella,

igual que la inicial estrella de la noche,

tan suficientemente solitaria.

Así viven los seres

tiernamente llamados animales:

la gacela

está en bodas recientes con su cuerpo.

Page 44: Poetas del 27: antología breve

44

Pero luego supimos,

lo supimos tú y yo en el mismo día,

que un cuerpo que se busca

cuando se tiene ya y se está cansado

de su repetición y de su pulso,

sólo se encuentra en otro.

¿Con qué buscar los cuerpos?

Con los ojos se buscan, penetrantes,

en la alta madrugada, ese paisaje

del invierno del día, tan nevado;

en el lecho se buscan,

donde estoy solo, donde tú estarás.

La blancura vacía

se puebla de recuerdos no tenidos,

la recorren presagios sonrosados

de aquel rosado bulto que tú eras,

y brota, inmaterial masa de sueño,

tu inventada figura hasta que llegues.

Allí, en la oscura noche,

cuando el silencio lo permite todo

y parece la vida,

el oído en vela escucha

vaga respiración, suspiro en eco,

sospechas del estar un cuerpo aliado.

Porque un cuerpo -lo sabes y lo sé-

sólo está en su pareja.

Ya se encontró: con lentas claridades,

muy despacio.

¡Cómo desembocamos en el nuevo,

cuerpo con cuerpo igual que agua con agua,

corriendo juntos entre orillas

que se llaman los días más felices!

¡Cómo nos encontramos con el nuestro

allí en el otro, por querer huirlo!

Estaba allí esperándose, esperándonos:

un cuerpo es el destino de otro cuerpo.

Y ahora se le conoce, ya, clarísimo.

Después de tantas peregrinaciones,

por temblores, por nubes y por números,

estaba su verdad definitiva.

Traspasamos los límites antiguos.

La vida salta, al fin, sobre su carne,

por un gran soplo corporal henchidas

las nuevas velas:

atrás se cierra un mar y busca otro.

Encarnación final, y jubiloso

nacer, por fin, en dos, en la unidad

radiante de la vida, dos. Derrota

del solitario aquel nacer primero.

Arribo a nuestra carne trascorpórea,

al cuerpo, ya, del alma.

Y se quedan aquí tras el hallazgo

-milagroso final de besos lentos-,

rendidos nuestros bultos y estrechados,

sólo ya como prendas, como señas

de que a dos seres les sirvió esta carne

-por eso está tan trémula de dicha-

para encontrar, al cabo, al otro lado,

su cuerpo, el del amor, último y cierto.

Ese

que inútilmente esperarán las tumbas.

Tomado de Razón de amor (1936)

AMOR, MUNDO EN PELIGRO (Fragmento inicial)

Hay que tener cuidado,

mucho cuidado: el mundo

está muy débil, hoy,

y este día es el punto

más frágil de la vida.

Ni siquiera me atrevo

a pronunciar el nombre,

por si mi voz rompiera

ese encaje sutil

labrado por alternos

Page 45: Poetas del 27: antología breve

45

de sol y luna, rayos,

que es el pecho del aire.

Hay que soñar despacio:

nuestros sueños deciden

como si fueran pasos;

y detrás de ellos quedan

sus huellas, tan marcadas,

que el alma se estremece

al ver cómo ha llenado

la tierra de intenciones

que podrían ser tumbas

de nuestro gran intento.

[...]

Tomado de Largo lamento (1937-39)

Page 46: Poetas del 27: antología breve

46

VARIACIÓN XIV

Salvación por la luz

Los que ya no te ven sueñan en verte

desde sus soterrados soñaderos,

—lindes de tierra por los cuatro lados,

cuna del esqueleto—,

Sed tienen, no en las bocas, ni de agua;

sed de visiones, esas que tu cielo

proyecta —azules tenues— en su frente,

y tú realizas en azul perfecto.

Este afán de mirar es más que mío.

Callado empuje, se le siente, ajeno,

subir desde tinieblas seculares.

Viene a asomarse a estos

ojos con los que miro. ¡Qué sinfín

de muertos que te vieron

me piden la mirada, para verte!...

Al cedérsela gano:

soy mucho más cuando me quiero menos.

Que estos ojos les valgan

a los pobres de luz. No soy su dueño.

¿Por cuánto tiempo —herencia— me los fían?

¿Son más que un miradero

que un cuerpo de hoy ofrece a almas de antes?

Siento a mis padres, siento que su empeño

de no cegar jamás,

es lo que bautizaron con mi nombre.

Soy yo. Y ahora no ven, pero les quedo

para salvar su sombra de la sombra.

Que por mis ojos, suyos, miren ellos;

y todos mis hermanos anteriores,

sepultos por los siglos,

ciegos de muerte: vista les devuelvo.

¡En este hoy mío, cuánto ayer se vive!

Ya somos todos unos en mis ojos,

poblados de antiquísimos regresos.

¡Qué paz, así! Saber que son los hombres,

un mirar que te mira,

con ojos siempre abiertos,

velándote: si un alma se les marcha

nuevas almas acuden a sus cercos.

Ahora, aquí, frente a ti, todo arrobado,

aprendo lo que soy: soy un momento

de esa larga mirada que te ojea,

desde ayer, desde hoy, desde mañana,

paralela del tiempo.

En mis ojos, los últimos,

arde intacto el afán de los primeros,

herencia inagotable, afán sin término,

Page 47: Poetas del 27: antología breve

47

Posado en mí está ahora; va de paso.

Cuando de mí se vuele, allá en mis hijos

—la rama temblorosa que le tiendo—

hará posada. Y en sus ojos, míos,

ya nunca aquí, y aquí, seguiré viéndote.

Una mirada queda, si pasamos.

¡Qué ella, la fidelísima, contemple

tu perdurar, oh Contemplado eterno!

Por venir a mirarla, día a día,

embeleso a embeleso,

tal vez tu eternidad,

vuelta luz, por los ojos se nos entre.

Y de tanto mirarte, nos salvemos.

Tomado de El Contemplado: Tema con variaciones (1946)

CERO (Fragmento inicial) Y esa Nada, ha causado muchos llantos,

Y Nada fue instrumento de la Muerte,

Y Nada vino a ser muerte de tantos.

FRANCISCO DE QUEVEDO

Ya maduró un nuevo cero

que tendrá su devoción.

ANTONIO MACHADO

Invitación al llanto. Esto es un llanto,

ojos, sin fin, llorando,

escombrera adelante, por las ruinas

de innumerables días.

Ruinas que esparce un cero —autor de nadas,

obra del hombre—, un cero, cuando estalla.

Cayó ciega. La soltó,

la soltaron, a seis mil

metros de altura, a las cuatro.

¿Hay ojos que le distingan

a la Tierra sus primores

desde tan alto?

¿Mundo feliz? ¿Tramas, vidas,

que se tejen, se destejen,

mariposas, hombres, tigres,

amándose y desamándose?

No. Geometría. Abstractos

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48

colores sin habitantes,

embuste liso de atlas.

Cientos de dedos del viento

una tras otra pasaban

las hojas

—márgenes de nubes blancas—

de las tierras de la Tierra,

vuelta cuaderno de mapas.

Y a un mapa distante, ¿quién

le tiene lástima? Lástima

de una pompa de jabón

irisada, que se quiebra;

o en la arena de la playa

un crujido, un caracol

roto

sin querer, con la pisada.

Pero esa altura tan alta

que ya no la quieren pájaros,

le ciega al querer su causa

con mil aires transparentes.

Invisibles se le vuelven

al mundo delgadas gracias:

La azucena y sus estambres,

colibríes y sus alas,

las venas que van y vienen,

en tierno azul dibujadas,

por un pecho de doncella.

¿Quién va a quererlas

si no se las ve de cerca?

Él hizo su obligación:

lo que desde veinte esferas

instrumentos ordenaban,

exactamente: soltarla

al momento justo.

Nada.

[...]

EL POEMA

Y ahora, aquí está frente a mí.

Tantas luchas que ha costado,

tantos afanes en vela,

tantos bordes de fracaso

junto a este esplendor sereno

ya son nada, se olvidaron.

Él queda, y en él, el mundo,

la rosa, la piedra, el pájaro,

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49

aquellos , los del principio,

de este final asombrados.

¡Tan claros que se veían,

y aún se podía aclararlos!

Están mejor; una luz

que el sol no sabe, unos rayos

los iluminan, sin noche,

para siempre revelados.

Las claridades de ahora

lucen más que las de mayo.

Si allí estaban, ahora aquí;

a más transparencia alzados.

¡Qué naturales parecen,

qué sencillo el gran milagro!

En esta luz del poema,

todo,

desde el más nocturno beso

al cenital esplendor,

todo está mucho más claro.

Tomado de Todo más claro y otros poemas (1949)

CONFIANZA Mientras haya

alguna ventana abierta,

ojos que vuelven del sueño,

otra mañana que empieza.

Mar con olas trajineras

—mientras haya—

trajinantes de alegrías,

llevándolas y trayéndolas.

Lino para la hilandera,

árboles que se aventuren,

—mientras haya—

y viento para la vela.

Jazmín, clavel, azucena,

donde están, y donde no

en los nombres que los mientan.

Mientras haya

sombras que la sombra niegan,

pruebas de luz, de que es luz

todo el mundo, menos ellas.

Agua como se la quiera

—mientras haya—

voluble por el arroyo,

fidelísima en la alberca.

Tanta fronda en la sauceda,

tanto pájaro en las ramas

—mientras haya—

tanto canto en la oropéndola.

Un mediodía que acepta

serenamente su sino

que la tarde le revela.

Mientras haya

quien entienda la hoja seca,

falsa elegía, preludio

distante a la primavera.

Colores que a sus ausencias

—mientras haya—

siguiendo a la luz se marchan

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50

y siguiéndola regresan.

Diosas que pasan ligeras

pero se dejan un alma

—mientras haya—

señalada con sus huellas.

Memoria que le convenza

a esta tarde que se muere

de que nunca estará muerta.

Mientras haya

trasluces en la tiniebla,

claridades en secreto,

noches que lo son apenas.

Susurros de estrella a estrella

—mientras haya—

Casiopea que pregunta

y Cisne que la contesta.

Tantas palabras que esperan,

invenciones, clareando

—mientras haya—

amanecer de poema.

Mientras haya

lo que hubo ayer, lo que hay hoy,

lo que venga.

Tomado de Confianza (1955)

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VICENTE ALEIXANDRE (Sevilla, 1898 – Madrid, 1984)

NIÑEZ

Giro redondo, gayo,

vertiginoso, suelto,

sobre la arena. Excusas

entre los tiernos fresnos.

Sombras. La piel, despierta.

Ojos -sin mar- risueños.

Verdes sobre la risa.

Frente a la noche, negros.

Iris de voluntades.

Palpitación. bosquejo.

Por entre lonas falsas

una verdad y un sueño.

Fuga por galería,

sin esperar. Diverso

todo el paisaje. sumo,

claro techando, el cielo.

Tomado de Ámbito (1928)

TORO

Esa mentira o casta.

Aquí, mastines, pronto; paloma, vuela; salta, toro,

toro de luna o miel que no despega.

Aquí, pronto; escapad, escapad, sólo quiero,

sólo quiero los bordes de la lucha.

Oh tú, toro hermosísimo, piel sorprendida,

ciega suavidad como un mar hacia adentro,

quietud, caricia, toro, toro de cien poderes,

frente a un bosque parado de espanto al borde.

Toro o mundo que no,

que no muge. Silencio;

vastedad de esta hora. Cuerno o cielo ostentoso,

toro negro que aguanta caricia, seda, mano.

Ternura delicada sobre una piel de mar,

mar brillante y caliente, anca pujante y dulce,

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abandono asombroso del bulto que deshace

sus fuerzas casi cósmicas como leche de estrellas,

Mano inmensa que cubre celeste toro en tierra.

Tomado de Espadas como labios (1932)

SOY EL DESTINO

Sí, te he querido como nunca.

¿Por qué besar tus labios, si se sabe que la muerte está próxima,

si se sabe que amar es sólo olvidar la vida,

cerrar los ojos a lo oscuro presente

para abrirlos a los radiantes límites de un cuerpo?

Yo no quiero leer en los libros una verdad que poco a poco sube como un agua,

renuncio a ese espejo que dondequiera las montañas ofrecen,

pelada roca donde se refleja mi frente

cruzada por unos pájaros cuyo sentido ignoro.

No quiero asomarme a los ríos donde los peces colorados con el rubor de vivir,

embisten a las orillas límites de su anhelo,

ríos de los que unas voces inefables se alzan,

signos que no comprendo echado entre los juncos.

No quiero, no; renuncio a tragar ese polvo, esa tierra dolorosa, esa arena mordida,

esa seguridad de vivir con que la carne comulga

cuando comprende que el mundo y este cuerpo

ruedan como ese signo que el celeste ojo no entiende.

No quiero, no, clamar, alzar la lengua,

proyectarla como esa piedra que se estrella en la frente,

que quiebra los cristales de esos inmensos cielos

tras los que nadie escucha el rumor de la vida.

Quiero vivir, vivir como la hierba dura,

como el cierzo o la nieve, como el carbón vigilante,

como el futuro de un niño que todavía no nace,

como el contacto de los amantes cuando la luna los ignora.

Soy la música que bajo tantos cabellos

hace el mundo en su vuelo misterioso,

pájaro de inocencia que con sangre en las alas

va a morir en un pecho oprimido.

Page 53: Poetas del 27: antología breve

53

Soy el destino que convoca a todos los que aman,

mar único al que vendrán todos los radios amantes

que buscan a su centro, rizados por el círculo

que gira como la rosa rumorosa y total.

Soy el caballo que enciende su crin contra el pelado viento,

soy el león torturado por su propia melena,

la gacela que teme al río indiferente,

el avasallador tigre que despuebla la selva,

el diminuto escarabajo que también brilla en el día.

Nadie puede ignorar la presencia del que vive,

del que en pie en medio de las flechas gritadas

muestra su pecho transparente que no impide mirar,

que nunca será cristal a pesar de su claridad,

porque si acercáis vuestras manos, podréis sentir la sangre.

UNIDAD EN ELLA

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,

rostro amado donde contemplo el mundo,

donde graciosos pájaros se copian fugitivos,

volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,

brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,

cráter que me convoca con su música íntima,

con esa indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,

porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera

no es mío, sino el caliente aliento

que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,

enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,

deja que mire el hondo clamor de tus entrañas

donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,

quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente

que regando encerrada bellos miembros extremos

siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,

como un mar que voló hecho un espejo,

Page 54: Poetas del 27: antología breve

54

como el brillo de un ala,

es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,

un crepitar de la luz vengadora,

luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,

pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

Tomados de La destrucción o el amor (1935)

NACIMIENTO DEL AMOR

¿Cómo nació el amor? Fue ya en otoño.

Maduro el mundo,

no te aguardaba ya. Llegaste alegre,

ligeramente rubia, resbalando en lo blando

del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa

me pareciste aún, sonriente, vívida,

frente a la luna aún niña, prematura en la tarde,

sin luz, graciosa en aires dorados; como tú,

que llegabas sobre el azul, sin beso,

pero con dientes claros, con impaciente amor!

Te miré. La tristeza

se encogía a lo lejos, llena de paños largos,

como un poniente graso que sus ondas retira.

Casi una lluvia fina -¡el cielo azul!- mojaba

tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino

de la luz! Tan dorada te miré que los soles

apenas se atrevían a insistir, a encenderse

por ti, de ti, a darte siempre

su pasión luminosa, ronda tierna

de soles que giraban en torno a ti, astro dulce,

en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso

que empapa luces húmedas, finales, de la tarde,

y vierte, todavía matinal, sus auroras.

Eras tú, amor, destino, final amor luciente,

nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.

Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo,

alma sólo? Ah, tu carne traslúcida besaba

como dos alas tibias,

como el aire que mueve un pecho respirando,

y sentí tus palabras, tu perfume,

y en el alma profunda, clarividente

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diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz,

sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.

En mi alma nacía el día. Brillando

estaba de ti, tu alma en mi estaba.

Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.

Mis sentidos dieron su dorada verdad. Sentí a los pájaros

en mi frente piar, ensordeciendo

mi corazón. Miré por dentro

los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes,

y un vuelo de plumajes de color, de encendidos

presentes me embriagó, mientras todo mi ser a un mediodía,

raudo, loco, creciente se incendiaba

y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos

de amor, de luz, de plenitud, de espuma.

LOS BESOS

Sólo eres tú, continua,

graciosa, quien se entrega,

quien hoy me llama. Toma,

toma el calor, la dicha,

la cerrazón de bocas

selladas. Dulcemente

vivimos. Muere, ríndete.

Sólo los besos reinan:

sol tibio y amarillo,

riente, delicado,

que aquí muere, en las bocas

felices, entre nubes

rompientes, entre azules

dichosos, donde brillan

los besos, las delicias

de la tarde, la cima

de este poniente loco,

quietisimo, que vibra

y muere. -Muere, sorbe

la vida. -Besa. -Beso.

¡Oh mundo así dorado!

Tomados de Sombra del paraíso (1944)

AMANTES ENTERRADOS

Aún tengo

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aquí mis labios sobre los tuyos. Muerta,

acabada, ¡acábate!

¡Oh libertad! Aquí oscuramente apretados,

bajo la tierra, revueltos con las densas raíces,

vivimos, sobevivimos, muertos, ahogados, nunca libres.

Siempre atados de amor, sin amor, muertos,

respirando ese barro cansado, ciegos, torpes,

prolongamos nuestra existencia, hechos ya tierra extinta,

confusa tierra pesada, mientras arriba libres

cantan su matinal libertad vivas hojas,

transcurridoras nubes

y un viento claro que otros labios besa

de los desnudos, puros, exentos amadores.

Tomado de Nacimiento último (1953)

MANO ENTREGADA

Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.

Tu delicada mano silente. A veces cierro

mis ojos y toco leve tu mano, leve toque

que comprueba su forma, que tienta

su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso

insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca

el amor. Oh carne dulce que sí se empapa del amor hermoso.

Es por la piel secreta, secretamente abierta, invisiblemente entreabierta,

por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce;

por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias,

para rodar por ellas en tu escondida sangre,

como otra sangre que sonara oscura, que dulcemente oscura te besara

por dentro, recorriendo despacio como sonido puro

ese cuerpo que ahora resuena mío, mío poblado de mis voces profundas,

oh resonado cuerpo de mi amor, oh poseído cuerpo, oh cuerpo sólo sonido de mi voz

poseyéndole.

Por eso, cuando acaricio tu mano sé que sólo el hueso rehúsa

mi amor -el nunca incandescente hueso del hombre-.

Y que una zona triste de tu ser se rehúsa,

mientras tu carne entera llega un instante lúcido

en que total flamea, por virtud de ese leve contacto de tu mano,

de tu porosa mano suavísima que gime,

tu delicada mano silente, por donde entro

despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,

hasta tus venas hondas totales donde bogo,

donde te pueblo y canto completo entre tu carne.

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57

EN LA PLAZA

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,

sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,

llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No es bueno

quedarse en la orilla

como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.

Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha

de fluir y perderse,

encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,

y le he visto bajar por unas escaleras

y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.

La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.

Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,

con silenciosa humildad, allí él también

transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.

Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,

un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,

su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

Y era el serpear que se movía

como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,

pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.

Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,

con los ojos extraños y la interrogación en la boca,

quieras algo preguntar a tu imagen,

no te busques en el espejo,

en un extinto diálogo en que no te oyes.

Baja, baja despacio y búscate entre los otros.

Allí están todos, y tú entre ellos.

Oh, desnúdate, y fúndete, y reconócete.

Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,

introduce primero sus pies en la espuma,

y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.

Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.

Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.

Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,

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y avanza y levanta espumas, y salta y confía,

y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con los pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.

Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.

¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir

para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

Tomados de Historia del corazón (1954)

ÓLEO («NIÑO DE VALLECAS»)

A veces ser humano es difícil. Se nació casi al borde.

Helo aquí, y casi mira. Desde su estar inmóvil rompe

el aire.

y asoma súbito a este frente: aquí es asombro,

Pues está y os contempla, o más, pide ser visto, y más:

mirado, salvo.

Tiene su pelo mixto, cubriendo desigual la enorme

masa,

y luego, más despacio, la mano de quien aquí lo puso

trazó lenta la frente,

la inerte frente que sería y no fuese,

no era. La hizo despacio como quien traza un mundo

a oscuras, sin iluminación posible,

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piedra en espacios que nació sin vida

para rodar externamente yerta.

Pero esa mano sabia, humana, más despacio lo hizo,

aquí lo puso como materia, y dándole

su calidad con tanto amor que más verdad sería:

sería más luces, y luz daba esa piedra.

La frente muerta dulcemente brilla,

casi riela en la penumbra, y vive.

Y enorme vela sobre unos ojos mudos,

horriblemente dulces, al fondo de su estar, vítreos sin

lágrima.

La pesada cabeza, derribada hacia atrás, mira, no

mira,

pues nada ve. La boca está entreabierta;

sólo por ella alienta, y los bracitos cortos juegan, ríen,

mientras la cara grande muerta, ofrécese.

La mano aquí lo pintó, o acarició

y más: lo respetó, existiendo.

Pues era. Y la mano apenas lo resumió exaltando

su dimensión veraz. Más templó el aire,

lo hizo más verdadero en su oquedad posible

para el ser, como una onda que límites se impone

y dobla suavemente en sus orillas.

Si le miráis le veréis hoy ardiendo

como en húmeda luz, todo él envuelto

en verdad, que es amor, y ahí adelantado, aducido,

pidiendo, suplicando sin voz: pide ser salvo.

Miradle, sí: salvadle. Él fía en el hombre.

Tomado de En un vasto dominio (1962)

EL POETA SE ACUERDA DE SU VIDA

«Vivir, dormir, morir: soñar acaso.»

«Hamlet»

Perdonadme: he dormido.

Y dormir no es vivir. Paz a los hombres.

Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos

vivan.

¿Vivir en ellas? Las palabras mueren.

Bellas son al sonar, mas nunca duran.

Así esta noche clara. Ayer cuando la aurora,

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o cuando el día cumplido estira el rayo

final, y da en tu rostro acaso.

Con un pincel de luz cierra tus ojos.

Duerme.

La noche es larga, pero ya ha pasado.

EL OLVIDO

No es tu final como una copa vana

que hay que apurar. Arroja el casco, y muere.

Por eso lentamente levantas en tu mano

un brillo o una mención, y arden tus dedos,

como una nieve súbita.

Está y no estuvo, pero estuvo y calla.

El frío quema y en tus ojos nace

su memoria. Recordar es osceno,

peor: es triste. Olvidar es morir.

Con dignidad murió. Su sombra cruza.

Tomados de Poemas de la consumación (1968)

EL LAZARILLO Y EL MENDIGO

El Lazarillo ABUELO, ya es inútil. No avanzo más. El día cae y la noche me asusta por esos campos crudos. Tampoco vos sois de fiar. La noche es pícara y guarda a veces un puñal silencioso mientras ríen sus luces. Mi padre era belitre, pero yo no soy hijo de nadie. Nací y abrí los ojos, y la noche reinaba. Ni madre tuve, creo. El Mendigo. Calla. No tientes al demonio: hijo del sol, criatura hermosa que a oscuras busco, y creo. Tú eres hijo de nadie. Vamos: ¡en marcha! El Lazarillo. Río si creéis que marchando yo os sigo. Allí la luna sangrienta hace su signo, y conozco. Hijo del sol, demonio: como queráis. Que él os acorra y guíe. Que yo soy chico, busco otra luz, y a solas

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pienso. Nadie me enseñó nada. Sólo la luz y el cielo, o el agua y esos montes, o esas breñas o abajo, el arenal. Un largo día he vivido. Roí un duro pan. Mamé del suelo. Comí a veces frío sólo cuando vi amanecer en el quicio, y aprendí a estar antes que a ser. Pues, ¿fui? Lo dudo. [...]

Tomado de Diálogos del conocimiento (1974)

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JORGE GUILLÉN (Valladolid, 1893; exiliado en USA; Málaga, 1984)

DESNUDO

Blancos, rosas... Azules casi en veta, retraídos, mentales. Puntos de luz latente dan señales de una sombra secreta. Pero el color, infiel a la penumbra, se consolida en masa. Yacente en el verano de la casa, una forma se alumbra. Claridad aguzada entre perfiles, de tan puros tranquilos que cortan y aniquilan con sus filos las confusiones viles. Desnuda está la carne. Su evidencia se resuelve en reposo. Monotonía justa: prodigioso colmo de la presencia. ¡Plenitud inmediata, sin ambiente, del cuerpo femenino! Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino? ¡Oh absoluto presente! Tomado por Rocío Llames de Cántico (1928-1950).

EL MAR ES UN OLVIDO

El mar es un olvido, una canción, un labio; el mar es un amante, fiel respuesta al deseo. Es como un ruiseñor, y sus aguas son plumas, impulsos que levantan a las frías estrellas. Sus caricias son sueños, entreabren la muerte, son lunas accesibles, son la vida más alta. Sobre espaldas oscuras las olas van gozando.

Tomado por Rocío Llames de “Que van a dar en la mar” (1960), Clamor.

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CONCHA MÉNDEZ (Madrid, 1898 – México, 1986)

JAZZ-BAND

Ritmo cortado.

Luces vibrantes.

Campanas histéricas.

Astro fulminantes.

Erotismos.

Licores rebosantes.

Juegos de niños.

Acordes delirantes.

Jazz-band. Rascacielos.

Diáfanos cristales.

Exóticos murmullos.

Quejido de metales.

Tomado de Inquietudes (1926).

Quisiera tener varias sonrisas de recambio

y un vasto repertorio de modos de expresarme.

O bien con la palabra, o bien con la manera,

buscar el hábil gesto que pudiera escudarme...

Y al igual que en el gesto buscar en la mentira

diferentes disfraces, bien vestir el engaño;

y poder, sin conciencia, ir haciendo a las gentes,

con sutil maniobra, la caricia del daño.

Yo quisiera ¡y no puedo! ser como son los otros,

los que pueblan el mundo y se llaman humanos:

siempre el beso en el labio, ocultando los hechos

y al final... el lavarse tan tranquilos las manos.

Tomado de Lluvias enlazadas, 1939.

ANTONIO MACHADO

Uno de esos instantes que se vive

no se sabe en qué mundo, ni en qué tiempo,

que no se siente el alma y en que apenas

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se siente el existir de nuestro cuerpo,

mi corazón oyó que lo llamaban

desde el umbral en niebla de algún sueño.

Para decirme su mensaje extraño,

aquella voz venida de tan lejos,

que más que voz de sueño parecía,

en su misterio gris, sombra de un eco.

Sentada estaba yo en aquel instante

en un muelle sillón de terciopelo.

Mis brazos se apoyaban en sus braxos

- ¡qué desmayados los sentía luego!-.

Después, atravesando los cristales

de un gran balcón que daba al ancho cielo,

una sombra vi entrar. Tal vez la tarde

al irse, entraba a verme… Yo eso creo…

Tomado de Sombras y sueños, 1944.

PEDRO GARFIAS (Salamanca, 1901; crecido en Sevilla y Córdoba;

Monterrey, México, 1967)

INTERMEDIO: LLANTO SOBRE UNA ISLA

Ahora

Ahora sí que voy a llorar sobre esta gran roca sentado

la cabeza en la bruma y los pies en el agua

y el cigarrillo apagado entre los dedos…

Ahora

Ahora sí que voy a vaciaros ojos míos, corazón mío,

abrir vuestras espitas y vaciaros

sin peligro de inundaciones.

Ahora voy a llorar por vosotros los secos

los que exprimís vuestra congoja como una virgen sus pechos

y por vosotros los extintos

que ya exhaláis vapor de hieles.

Ahora voy a llorar por los que han muerto sin saber por qué

cuyos porqués resuenan todavía

en la tirante bóveda impasible…

Y también por vosotras, lívidas, turbias, desinfladas madres,

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vientres de larga voz que araña los caminos.

Un llanto espeso por los pueblecitos

que ayer triscaban a un sol cándido y jovial

y hoy mugen a las sombras tras las empalizadas.

Y por las multitudes

que pasan sus vigilias escarbando la tierra…

Un llanto viudo por los transeúntes

tan serios en el ataúd de su levita.

Ahora

Ahora voy a llorar mis llantos olvidados

mis llantos retenidos en su frente

como pájaros presos en la liga.

Los llantos subterráneos

los que minan el mundo y lo socavan

los que buscan la flor de la corteza

y el cauce de la luz, los llantos mínimos

y los llantos caudales acudan a mis ojos

y fluyan en corriente sosegadas

a incorporarse al llanto universal.

Sobre esta roca verdinegra

agua y agua a mi alrededor

ahora si voy a llorar a gusto.

Tomado de Primavera en Eaton Hustings: Poema bucólico con intermedios de llanto, 1941.

MANUEL ALTOLAGUIRRE (Málaga, 1905; exiliado en México; Burgos,

1959, en un accidente de coche)

Dicen que soy un ángel

y, peldaño a peldaño,

para alcanzar la luz

tengo que usar las piernas.

Cansado de subir, a veces ruedo

(tal vez serán los pliegues de mi túnica),

pero un ángel rodando no es un ángel

si no tiene el honor de llegar al abismo.

Y lo que yo encontré en mi mayor caída

era blando, brillante;

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recuerdo su perfume,

su malsano deleite.

Desperté y ahora quiero

encontrar la escalera,

para subir sin alas

poco a poco a mi muerte.

Nuevos poemas de las islas invitadas, 1946.

EMILIO PRADOS (Málaga, 1899 – México, 1962)

UNA PALOMA

Palomilla voladora:

vuela

y torna.

¿Dónde vas tan de mañana?

Vuela y torna

¿Adónde vas con el frío

sobre la espalda del río?

¿Adónde vas por la sierra

sobre la flor de la adelfa?

Alta va la paloma

que vuela y torna.

Alta la palomilla,

alta va y sola.

Guirnaldas en la Muerte

teje su pico.

Alta va la paloma

cruzando el río.

Guirnaldas de la Muerte

trae de la guerra.

Cruza la palomilla

sobre la adelfa.

Alta va la paloma,

alta va y sola.

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Sobre el viento, las balas

hieren su sombra.

¿Dónde fue la paloma

que ya no vuelve?

En la curva del río

sangre caliente.

¡Dónde fue la paloma

que ya no torna?

Por las alas prendida

vuela su sombra.

Alta fue la paloma:

alto está el viento.

alta vuela la luna

sobre el silencio...

Palomilla voladora

vuela

y torna.

VENGO HERIDO

Vengo del agua del río

y vengo herido

al agua del mar:

¡Al agua del mar!

Por las aguas de la muerte

bajo sus quebrados puentes.

Por los puentes de la luna,

vengo de noche y a oscuras

al agua del mar:

¡Al gua del mar!

A las aguas de la oliva

donde la guerra se olvida.

A las orillas del sol

donde se olvida el dolor.

Al agua del mar:

¡Al agua del mar!

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A las aguas de mar me iré

y me curaré.

Vengo del agua del río

y vengo herido.

Tomado de Cancionero menor para los combatientes, 1936-38.

ANA MARÍA MARTÍNEZ SAGI (Barcelona, 1907; exiliada en Francia y

USA; Barcelona, 2000)

DESEO

Noche

de insomnio negro.

Sobre un talud de cardos

crispada me recuesto.

En cada pliegue blando

recóndito del lecho:

una espina de miel

un cuchillo de fuego.

Incrustrado

a mi cuerpo

tentáculo feroz

y agresivo: el deseo.

Gritos broncos derriban

murallas de silencio.

Sofocante me absorbe,

la boca que no tengo.

Mordaza de mi mutismo.

Pantera de mi desierto.

Hoguera de mi penumbra.

Abismo de mi tormento.

En un rojo

revuelo

de combates

sin freno

abierta

desmembrada

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me consumo y me pierdo.

En la noche demente

resucitada muero:

con la boca quemada

con los flancos ardiendo.

Lívida madrugada

cortará el aire denso.

Y el rostro que persigo

morirá en el espejo.

Tomado de Inquietudes, 1932.

Venía tu cuerpo moreno

En el agua rosada del río.

Un viento, de pena callada,

Retorcía los grises olivos.

Venía tu cuerpo moreno,

Inmóvil y frío.

El agua, cantando, pasaba

Por tus dedos rígidos.

¡Venías tan pálido,

soldado, en el río!

La boca cerrada, las manos heladas,

La piel como el lirio;

Y una herida roja, en la frente blanca,

Y una luz de aurora, en los ojos limpios…

¡Qué muerte la tuya, soldado del pueblo,

bravo miliciano, corazón amigo;

qué muerte más dulce, cien brazos de agua

ceñidos en torno de tu rostro lívido!

No venías muerto sobre el agua clara;

Sobre el agua clara, venías dormido:

Un clavel granate, en la sien nevada,

Y en los ojos quietos, dos luceros vivos.

¡Qué pálido y frío,

venía tu cuerpo moreno

sobre el agua rosada del río!

Poemas ocasionales durante la guerra (1936-38).

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ERNESTINA DE CHAMPOURCIN (Madrid, 1905; exiliada a México con

Juan José Domenchina; Vitoria, 1999)

I

Y se va marchitando la caja de las rosas;

no tiene quien las saque y las lleve al camino.

Un airón de perfume se nos quiebra en las manos

mientras algo se muere y nace al mismo tiempo.

Se nos frustró la cita con aquella fragancia

de tan pura, invisible, ese ramo de brisa

que apenas huele a nada

y que agavilla en sí todo el amor del mundo.

Hay cosas que no son, pero que siguen siendo

gozo, nostalgia, fronda que nunca hemos plantado,

hermosura secreta que sólo fue latido.

IV

¡Qué lenta es la alegría!

Son tantas las moradas

que apenas la retienen.

No hay tiempo de gozarse en su leve reposo…

Aunque recuerdo algunas que son nido de estrellas.

Nada como esa gloria del júbilo cerrado

que tachona el instante

y en el fondo no importa

el signo negativo

de lo que va a venir.

Él después se nos vierte en jirones de duda.

Mientras llega hay camino para todos los goces

Tomados de “Los encuentros frustrados”, Poesía a través del tiempo, 1991.