poesia de la1 - lajiribilla.co.cu · como alma que estaba en pena, ... y el cabo lleno de espanto...

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II L as murallas: una aventura alucinante

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IIL as murallas:

una aventura alucinante

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S i podemos encontrarle a La Habana la poesía de las mu-rallas que formaron parte de su fisonomía, tenemos que agra-decerlo, pues, a don Manuel de Zequeira y Arango, sobre todoporque nos las mostró desde adentro y en toda su extensión yen peculiaridades de sus funciones, enfocadas con deliciosohumor. Lo curioso es que en su poema, que vamos a reprodu-cir, la presencia de las murallas es implícita. Sin embargo, so-mos conducidos a lo largo de ellas, en una alucinantemadrugada batida por los vientos fríos de un norte típico delinvierno habanero, para recorrer sus baluartes en ronda deguardia que, no obstante ser acción rutinaria de cada noche,se singulariza por la fecha en el detallado título de la composi-ción: «La ronda verificada la noche del 15 de enero de 1808.»1

La décima, que ya comenzaba a perfilarse como forma deexpresión artística popular cubana, es el molde estrófico de estepoema, y no otro parece corresponder al espíritu jocoso que loanima. Hay que suponer que la extraordinaria experiencia quese relata, es caricatura de una personal del autor, quien, comose sabe, fue oficial del ejército español.

La regocijada aventura nos permite conocer los lugares de laciudad intramuros donde estaban situados los baluartes y gari-tas desde los cuales se velaba por la seguridad del vecindario,y si eso basta para justificar su inclusión en una muestra de lapoesía de La Habana, se advertirán, por añadidura, los valores

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poéticos sustanciales que la crítica le reconoce. He aquí el queconsidera Fina García-Marruz «el poema más extraño de nues-tro XIX»:2

Yo aquel súbdito obedienteque en grado superlativo,soy militar a lo vivoy esqueleto a lo viviente:

Yo aquel átomo pacienteque de nada se lamenta,describiré la tormentaque con suerte muy contraria,yendo de ronda ordinariasufrí en noche turbulenta.

A las tres de la mañanacon viento septentrionalsalí desde el Principala correr mi tramontana:

Un farol como campanaconducía un granadero,y con el soplo severoque el norte consigo atrajo,andaban como badajoel farol y el farolero.

Con un silencio profundocomo si nadie viviera,seguimos nuestra carreracomo almas del otro mundo:

En el tiempo de un segundollegamos a la Machina,y al mirarnos de bolinala centinela primera,dudando qué cosa fuera,ni aún a hablar se determina.

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No obstante, como concibeque todos íbamos muertos,con trémulos desaciertosgritando nos da el quién vive.

De esta suerte nos recibela guardia llena de espanto,y sospechando entretantode mi vital subsistencia,para afirmar mi existenciatuve que implorar a un Santo.

Después que entregué el marrón,vi sirviendo de tinteroun casco como mortero,y por pluma había un cañón:

Al firmar, sin dilaciónmi pluma luego se excita,y en la espesura infinitaque el cañón tenía en su talla,una rígida metrallaen vez de tinta vomita.

Así que dejé el borrónde mi firma con gran gala,salí de allí como baladespedida de cañón:

Con tal precipitaciónla luz del farol se apura,de suerte que en tal tristurallegué en un decir Jesúshasta el Muelle de la Luzpor teórica conjetura.

Al verme de esta maneraenvié luego a la ordenanzaque encendiera sin tardanzael farol y que volviera:

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Con angustia tan severahallándome solitariosin luz, me fue necesarioen esta lúgubre escena,como alma que estaba en pena,rezar el Santo Rosario.

Quiso Dios que sin tardanzala ordenanza fue y volvió,y así se me recibiócon arreglo a la Ordenanza:

No obstante, con desconfianzael cabo el Santo pedía,y como mi fantasíarezaba llena de espantopor poco en lugar del Santole soplo una letanía.

Desde aquí salí al instantecon un impulso violento,llevando con tanto vientolos honores de volante:

Cual difunto militantea Paula llegué entretanto,y el cabo lleno de espantosin mirar a mi respeto,quiso viéndome esqueletosoplarme en el Campo-Santo.

Viendo yo la tiraníade estos impulsos atroces,procuré con muchas vocesafirmarle que vivía:

Que era Ronda le decíapor templar sus desaciertos,y él con los ojos abiertossiguió tal su trapisonda,

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que por poco va la Rondaa parar entre los muertos.

Luego fui hasta la garitaque de San José se nombra,que teniéndome por sombrala centinela me grita:

El cabo se precipitaa saber quién era yo,y así que me recibiódejé allí la firma mía,que no la reconoceríala pluma que la parió.

Salí desde aquí ligero,con angustia muy creciday para abreviar mi vidafui a parar al Matadero:

Aquí me encontré un tinterorebosando en mazacote,y allí empuñando un garroteque en vez de pluma encontré,sobre una tabla dejéen cada letra un palote.

Con un triste desvaríofui siguiendo mi aventura,y sin tener calenturame iba muriendo de frío.

En este momento impíome acometieron traviesosdos mastines con excesos;pero por fin me dejaron,porque sus dientes no hallaronninguna carne en mis huesos.

Sufriendo un continuo yelo,mi carrera continué,

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y tanto que tropecécon un hueso, y caí al suelo:

La ordenanza con anhelopor ampararme se humilla,pues anduvo tan sencilla,tan ciega y tan torpe aquí,que por levantarme a mí,va y levanta una canilla.

¿Qué, no ves, excomulgado?,le dije muy afligido,que me has dejado tendidosin saber lo que has alzado?

Entonces muy consternadome dijo: señor, confiesoque anduve ignorante en eso,pero yo por no engañarme,siempre procuro inclinarmeal más grande aunque sea un hueso.

Más ardido que una brasacon esta contestación,camino sin dilaciónhasta dar en la Tenaza:

De aquí mi espíritu pasaa Puerta-Nueva de un salto,y con tanto sobresaltola centinela me vio,que a un mismo tiempo me echó¿Quién vive? ¿Qué gente? Haga alto.

Desde este puesto salíy fui a la Puerta de Tierra,en cuyo lugar se encierralo mejor que yo advertí:

Un capitán hallo aquíque extranjero parecía,

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y fue tal la algarabíade su rara explicación,que por pedirme el marrónel macarrón me pedía.

Sufriendo un norte extremadotan airado continué,de manera que lleguéa la Pólvora volado:

Salí al punto y alteradoun perro con mil porfíasse avanza a las barbas mías,pero yo con fieros modoscon mis huesos y mis codoslogré darle mil sangrías.

Pero lo que más alabode tanta desdicha junta,es que en llegando a la Puntade verme se asombra el cabo:

Después de esto luego trabocon el oficial porfías,y él al ver las ansias mías,oyendo tocar campanas,me dice con voces llanas:¿Son por ti esas agonías?

Hijo de tal, que maloscrueles fines me deseas,le dije, antes que tal veasmuela el pronóstico a palos:

Así premio los regaloscon que me quiso obsequiar,y por no darle lugaral juicio que estaba haciendo,me fui al instante temiendoque me mandase a enterrar.

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Siendo del viento juguetesin hallar en nada alivio,tuve que volverme anfibiopara arribar al Boquete:

Por un pantano se metela ordenanza que me guía,que igualmente le seguíaa modo de gusarapo,y el soldado como sapofieros soplos despedía.

De esta suerte continuabapensando yo no sé en quéy por no mentir diréque pienso que ni aun pensaba;

Tan extenuado me hallaba,tan triste y tan macilentocon aquel frío y el viento,fue tal mi debilidadque me hallé sin voluntad,memoria, ni entendimiento.

Llegué a la Contaduríacasi perdido el alientodonde me salió el sargentoa saber qué me afligía:

Una triste alferecíale dije, tengo a mi ladoha ocho años, y asombradono sé si en tono de chanza,me preguntó en confianza:¿Es usted beneficiado?

Sargento, señor bufón,repliqué con amargura,por desgracia o por ventura¿tengo cara de capón?

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Al concluir la expresión,salir quise cual saeta,cuando un soldado con tretaasiéndome por detrás,Ea, dice a los demás,¿de quién es esta baqueta?

Repetirle gritos muchosfue mi confusa respuesta,que si no, a la hora de éstame hallo atacando cartuchos:

La ordenanza y yo, muy duchos,volvimos al Principal,y aquel señor oficialque era un joven matasiete,quiso enviarme al gabinetede la historia natural.

Éstas son de mis desdichaslas noticias y eficacias,que siempre serán desgraciaspor ser de mis labios dichas:

Basten ya las susodichasfatigas de mi quimera,cese mi pluma groseraen su tan cansado estilo,dejando pendiente el hiloal filo de otra tijera.

«La ronda» del soldado cuya extrema delgadez le hace apa-recer «esqueleto a lo viviente», para la agudeza crítica de FinaGarcía-Marruz se desarrolla «en una atmósfera de sueño, deimprevista pesadilla», con «casi kafkianos centinelas» y con ver-sos «de subido surrealismo cubano», mientras que «la décima,floral y ligera, de nuestros cantores silvestres... se ha vuelto enlas manos de Zequeira ... una forma onírica reveladora de todolo absurdo de la carrera elegida y de la vida militar de la colo-

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nia».3 Por su parte, José Lezama Lima considera que «Laronda...» es

uno de los más verídicos momentos que puede ofrecer nues-tra poesía y yo me decidiría a afirmar que si se hiciese unaselección de veinte de nuestros mejores poemas, «La ronda»tendría que ser incluida entre ellos. [...] «La ronda» es unamuestra, impresionante para su época y que aún en la nues-tra despierta sorpresa, de las metamorfosis nocturnas en lasalucinaciones de un poeta que logra paralelizarse con esereto y que avanza en lo invisible y lo sellado.4

Una vez conocidos, gracias a Zequeira, los secretos militares�y misteriosos también� de las murallas de La Habana, esposible que hoy queramos reproducir la ronda de aquella deli-rante noche. Para localizar la ubicación de los baluartes y gari-tas mencionados,5 tendríamos que iniciar el recorrido en elCastillo de la Fuerza, al costado de la Plaza de Armas, posiblepunto Principal de donde se emprendería la ronda. Los tresprimeros baluartes en sucesión son sitios familiares: La Machi-na, frente al muelle del mismo nombre, entre las calles de Sol ySanta Clara; el de Muelle de Luz, en la plaza y calle que lodenomina; y el de Paula, en las inmediaciones del muelle y lacalle, así llamados por la iglesia y hospital existentes en la épo-ca, parte de cuyas ruinas, restauradas, se conservan.

A continuación, la garita de San José, frente al muelle homó-nimo entonces �hoy «de La Coubre»�, donde muere la callede las Damas en la de los Desamparados. Ya en la de Egido,topamos con las reliquias de algunos lienzos de las murallas yubicamos la garita del Matadero al final de la calle deCompostela; la de la Tenaza al final de la calle Picota; y la de lallamada Puerta Nueva donde termina la calle de la Merced.Seguidamente, como los de la ronda, enfrentamos la garita dePuerta de Tierra en el lugar que aún así se nombra, en Egido, alfinal de la calle Muralla. Varias cuadras después, en Monserratey San Juan de Dios, se hallaba el baluarte de la Pólvora, entanto que el de la Punta es de fácil localización (contando conque al fondo del Museo de la Revolución, en la Avenida de lasMisiones, encontramos los restos de un baluarte y parte de las

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murallas). Frente al inicio de la bahía, en zona más penetradapor el mar, estaba el baluarte del Boquete, donde el soldado«tuvo que volverse anfibio» (frente a la calle Tacón). La últimaestación del recorrido, antes del retorno al punto Principal, laContaduría, posiblemente en la Plaza de Armas; allí cesaría lanoche turbulenta, tanto por el estado del tiempo como por lasraras incidencias de «La ronda», ya inscripta en los anales de lasensibilidad y la fantasía de la vieja Habana.

Notas

1 Poesías del coronel D. Manuel de Zequeira y Arango. Segunda edicióncorregida y aumentada por D. Manuel de Zequeira y Caro. La Habana,1852.

2 «Manuel de Zequeira y Arango. (En el bicentenario de su nacimiento)»,por Fina García-Marruz, en su libro Hablar de la poesía. La Habana,Editorial Letras Cubanas, 1986, p. 234.

3 Ibid.4 «Prólogo a una antología», por José Lezama Lima, en Confluencias.

Selección de ensayos. Selección y prólogo de Abel E. Prieto. La Habana,Editorial Letras Cubanas, 1988, p. 110.

5 Datos tomados de La Habana. Apuntes históricos, por Emilio Roig deLeuchsenring; y de La Habana en 1841, por Francisco González del Va-lle. Las murallas se comenzaron a derribar en 1863, por imperativos delprogreso, pero no se eliminaron totalmente hasta los comienzos del pre-sente siglo, ya en la república mediatizada.

IIIL a bahía,

el paseo, el madrigal, la nostalgia

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B ien entrado el siglo XIX, los habaneros tendrían la sensa-ción de vivir en una ciudad escindida en dos mitades, distintauna de la otra: la mitad antigua, intramuros, ceñida por el griscinturón de piedra de las murallas, y la moderna, extramuros,circundada por verde cinturón vegetal, que se alejaba lenta-mente al empuje progresivo de la expansión urbana. Y ambasjunto al mar, que las reflejaba como gigantesco espejo de aguasinquietas. Pero vistas a distancia desde el lado este de la bahía,recobraban la unidad de su conjunto natural, con sugestiva ri-queza de rasgos y colores, tal como la divisó y pintó en 1838 unjoven poeta, José Silverio Jorrín (1816-1897), según fragmentosde esta composición:

LA HABANA VISTA DESDE LA LOMA DE GUANABACOA 1

¡Cuál bella luces, opulenta Habana,desde la árida cumbre de esta loma!¡Cómo se tiñe el sol ahora que asomacon el vivo arrebol de la mañana!

¡Con qué fidelidad su faz retratael azulado mar en sus espejos,

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y cómo la bahía allá a lo lejoscinta semeja de nevada plata!

En derredor, cual guardias avanzadasa las nubes levantan sus cabezasgigantescas e inmobles fortalezasde almenas y cañones coronadas.

Y allá do los remotos horizontesa los cielos alcanzan soberanos,en verde rueda asidos de las manosveo reír tus palmas y tus montes.

La imagen llena de luz queda vibrando en ese movimientode los árboles que ríen y cantan «unidos de las manos», en elpaisaje rural imbricado en la ciudad, donde «grupos de palme-ras se elevaban entre las casas», según testimonio de una ilustrevisitante, Fredrika Bremer.2

Años después de la espléndida visión matutina de Jorrín, otropoeta divisa el mismo paisaje, también desde una loma cerca-na, pero en el crepúsculo, y la emoción lo conduce a recordara la amada. «En una loma de Regla» 3 es el título, con versosque aunque no están a la altura de lo contemplado, ilustransobre la sensibilidad del entorno citadino:

Aquí de una verde lomasentado en la cumbre enhiesta,contemplo de la bahíaflotar las ondas inquietas.Y no muy lejos el Morrocon su farola soberbiaque, divisa de los nautas,en alta torre voltea.

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

El Occidente teñidoen oro y púrpura regia,figura un campo de grana

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bajo un pabellón de perlas.Al rumor de las espumasque el mar en la playa estrella,el batelero cubanoentona sus cantilenas.

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

¡Oh Dios! y en medio a este cuadrofascinador, que me muestracon indefinible encantola madre Naturaleza,no sé qué supremo instintoo qué inspiración secretaun pensamiento arrebatay lo deposita en Lesbia.

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

Los barcos de la bahíase ocultan en las tinieblas,y las aves del crepúsculopor la atmósfera aletean.

Este poeta vuelve a cantar, probablemente desde el mismositio, a «El puerto de La Habana», 4 pues afirma estar «Sentadoaquí sobre la erguida cumbre / de verde loma, cuando el reydel día / a hundirse va con su brillante lumbre / tras los espa-cios de la mar sombría». No hay arrebato amoroso ni la visiónlejana de la bahía y las fortalezas, sino una impresión cercana yobjetiva, resuelta con elegancia, del ritmo comercial del movi-miento portuario habanero y de la presencia laboriosa del hom-bre de mar que rinde viaje:

Óyese de la espléndida bahíael sonoro rumor, que al son del viento,parece el himno funeral que al díaentona el mar con querelloso acento.

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

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Y como cisnes de gentil donairerizándose en un lago transparente,cien barquichuelos a favor del airehinchan la lona y surcan la corriente.

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

¡Ah! ¡Cuánto es bello contemplar las gravesformas que representan sobre el tersoespejo de las olas, tantas navescomo enseñas tremola el universo!

Allí la vida comercial se agitaen incesante actividad: ¡fecundavena cuyo raudal se precipitay en oro el seno de la patria inunda!

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

Se oyen a instantes el lejano acentode la ronca bocina en alto muro,y el rudo grito del patrón, contentode verse ya con su bajel seguro.

Con su bajel, que, rápida cortandoel diáfano cristal la breve quilla,entra en el puerto alegre saludandocon noble salva la habanera orilla.

Ambos textos de Saturnino Martínez (1840-1905) sirvan pararecordar al olvidado poeta de origen asturiano que escogió aCuba como patria de adopción. Fue uno de los editores delprimer periódico obrero publicado en nuestro país, La Aurora(1865-1868), sostenido principalmente por los tabaqueros, acuyo sector él pertenecía.

Otro joven poeta habanero de la misma época, José ZacaríasGonzález del Valle (1820-1851), también quiso sorprender latarde desde un rincón de la ciudad junto al puerto, pero en ellado opuesto desde donde cantaron Jorrín y Martínez. Prefiriócombinar la sensación de la solemne hora vesperal con la

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novedosa impresión de la presencia del progreso, representa-do por una embarcación a vapor. «La Alameda de Paula vista almorir el día» 5 es el título de su soneto:

El vasto mar que su inquietud reprimelo agita apenas con murmullo gratoel aura débil que de rato en ratosopla sobre él, y misterioso gime.

Allá al Oriente do la noche imprimepor la otra orilla su negror ingrato,álzase humilde con sencillo ornatode Regla el templo en actitud sublime.

La corta luz del expirante díala faz le deja en claridad bañada,cual si por ser de Dios noble morada

pusiera en alumbrarle su porfía,mientras a impulso del vapor, aladacruza una nave la gentil bahía.

En aquella época, las tardes de la ciudad no se concebíansin los típicos paseos, donde, como joyas en movibles estuches,en sus carruajes las habaneras de familias pudientes exhibíansu belleza y distinción en desfiles espectaculares que tuvierondistintos escenarios sucesivos al correr de los años de la centu-ria decimonónica. Los cronistas apuntan que se iniciaron en laAlameda de Paula, la primera de la capital, y después se des-plazaron �en la década de los 30� a la restaurada Plaza deArmas, en la que bandas militares ofrecían retretas hasta horasde la noche. Pero posteriormente atrajo la preferencia general,por su amplitud y lucimiento, la que al comienzo se llamó Ala-meda de Extramuros, luego Paseo de Isabel II y en definitivaPaseo del Prado. La Alameda de Tacón, después Avenida deCarlos III, también fue escenario de estos famosos paseos ves-pertinos.

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No hay visitante extranjero de La Habana colonial que noincluya en sus apuntes de viaje este tradicional espectáculo.Uno de ellos, Jacinto de Salas y Quiroga, se asombraba delnúmero de quitrines existente en 1840, y de su rica apariencia:

Realmente son muy curiosos, y llaman la atención del viaje-ro sus riquísimos estribos y demás adornos de bruñida pla-ta, el radio inmenso de sus ruedas de durísima ácana; sutapacete de paño finísimo con que se preservan del sol ode la lluvia los que van dentro, las caras de flexible majagua,el traje curioso del calesero, el breve pero brioso caballo,todo con remates de blanca plata... Cuando a cierta horade la tarde en que el sol ha caído y el calor cesado, echa-dos el fuelle y capacete, se ve discurrir por el hermoso pa-seo a uno de esos ligerísimos carruajes, llevando dos o tresbellas cubanas, de que ve el observador desde el breve ybien calzado pie hasta el rico y abundante cabello, creeque no es posible inventar carruaje más elegante y lindo,en un país en que abunda la hermosura y es necesario de-jar que el viento gire y refresque.6

No anotó el visitante �si lo notó� que el lujo de carruajes yocupantes se asentaba en el horror de la esclavitud. Pero loimportante es que todo lo que antecede sirve de proemio alfragmento que se reproduce de otra composición de JoséZacarías González del Valle; se titula «Las muchachas del Pa-seo», 7 cuyo fino dibujo es tan sugestivo que nos parece la ver-sión poética de uno de los magistrales grabados de Garneray.Da buena idea de este amable aspecto de aquella «opulentaHabana» y del sutil ambiente crepuscular.

La fresca tarde, el débil airecilloque acaricia los rostros, la nacienteluna al ocaso como medio anillo,de paz difunden regalado ambiente.

Por ambas partes ruedan los quitrinesal viento dando plácidos aromas:y en algunos se ven tres serafines,cual un nido de cándidas palomas.

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Aún arde el sol tras nube dilatadacuyo perfil de fúlgido diamantela vista de las damas delicadaofusca y ciega al brillo deslumbrante.

Y el abanico matizado oponen,o con arte mejor, con más encanto,volviendo el blanco cuello se disponena huir del rayo que las hiere tanto.

Mas luego el astro la espaciosa cimadel Príncipe traspone, y pura llama,que deleita más bien que no lastima,por el claro poniente se derrama.

¡Cómo entonces me place ver la filade las que vienen a la luz fronteras,y el arrebol mirar en su tranquilafaz, reflejado en tintas verdaderas!

Cuanta joya las orna expide al aireun rápido esplendor, y tan lucienteslas llevan unas y con tal donaireque astros semejan en sus lindas frentes.

Las que vuelta la espalda, al otro ladorecorren ya sombrías, no parecesino que han sus adornos desterradoo que pronta vejez las entristece,

porque tampoco lucen su atavíoy fresca juventud a los radiantesmatices del ocaso, que hasta en bríono aparentan que son las mismas de antes.

En este giro y repetida vueltasiempre arrastradas por el dócil bruto,

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llega la noche y sus estrellas sueltapor el campo que viste de su luto.

Cintio Vitier �a quien debemos el rescate de este fragmen-to� destaca «el giro y juego de la luz y la sombra» que logra elpoeta, quien «se acerca a los quitrines para precisar escorzos,entra en el tiempo y en la mudanza de la luz que hace radiar losrostros y las joyas de las jóvenes, mientras la franja sombría lasdespoja y envejece para entrar en la noche».

La gentil Habana se nos presenta así en el fino dibujo y ladulce música de sus poetas, los que se sienten parte de ella ydisfrutan de su ambiente acogedor y la cantan como a noviacercana que les sonríe y acaricia a voluntad. Pero en esa épocacolonial también existía La Habana añorada por el cubano des-terrado, que identificaba la capital con el país, y también LaHabana de quien tenía que contemplarla desde el barco que lellevaba al forzado exilio.

En su frío refugio de Madrid, el poeta Francisco Muñoz delMonte (1800-1868) suspira por su ambiente cálido y su entornoparadisíaco de entonces, por su sol que todo lo fecunda y em-bellece («Y en la pálida faz de la habanera / ¿quién pone esoscarbones encendidos, / esos ojos eléctricos y fluidos, / embele-so y tormento del mortal?»), por la pródiga naturaleza tropical, yclama en los estremecidos alejandrinos de su poema «El vera-no en La Habana»: 8:

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

Dejadme entre las cañas del plácido Almendares,bordado de aguinaldos, sombreado de palmares,templar la calentura que siento arder en mí.Dejadme por la siesta burlar el sol radiante,mirando entre las hojas del plátano sonantemecerse los racimos cual ramos de alelí.

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

Dejadme, sí, en la Habana: la tierra de las flores,la tierra del deleite, del fuego y del amor.

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¡Tu sol yo quiero, oh patria! Tus vientos bramadores,tus negros huracanes, tu cielo y tu color!

Es un anhelo desesperado de vida bajo el cielo amoroso dela ciudad lejana, que logra proyectarse finalmente al futuro,aunque sea para morir bajo el suelo de la patria, sueño que nopudo hacer realidad:

La Habana aún es joven. No existe aquí el pasado.Su gloria es el presente, su anhelo el porvenir.¡Poeta de recuerdos! �Tu canto es excusado.¡Poeta de esperanzas! �Tu canto deja oír.Dejadme, sí, dejadme que cante lo presente,que cante lo futuro del suelo por quien sientemi pecho estremecido sus músculos latir.Dejadme, sí, que viva, dejad que muera en Cuba,dejad que cuando mi alma de Dios al trono suba,mi tumba entre palmares se pueda en Cuba abrir.

Los fragmentos transcriptos bastan para percibir su apasio-nada nostalgia en suelo extraño.

Otro es el tono del bayamés José Joaquín Palma (1844-1911). En 1875, hizo escala en La Habana el vapor inglésdonde él abandonaba el país después de haber participadoen la guerra de independencia aún inconclusa, junto al pre-sidente Carlos Manuel de Céspedes, de quien fue ayudante.Viajaba hacia América Central como agente de la Revolu-ción. La visión de la ciudad sin poder pisar su suelo, quedóplasmada en los ágiles octosílabos de su composición «Ha-bana»: 9

Oh! sirena voluptuosade algas y espumas vestida,por los silfos sostenidaen tu lecho de azahar.Con la gasa vaporosate cobijas del ambiente,

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ciñe el trópico tu frente,tus sandalias besa el mar.

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

¡Dulce Habana, ciudad mía!centro de vida y riqueza,en donaire y gentilezaqué ciudad te ha de igualar!He llegado a tu bahíaimpelido por el viento,estoy bebiendo tu alientoy no te puedo abrazar!

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

Es un patriota que lucha contra el dominio colonial españolque tiene su máxima autoridad en La Habana, y es natural queel combatiente por la independencia y la libertad de su patriainflame su verso con el fuego redentor que lo anima y que lehace vislumbrar un futuro de victoria, sueño que sí pudo reali-zar:

¡Habana! en tu seno hermosoque la indignidad devoraen patíbulo afrentosotodo lo augusto se ve.En ti la injusticia llora,y abdica su santo fuerodel tirano torvo y fierobajo el sacrílego pie.

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

Espera, Habana, que el díaya de la justicia avanza,en que armados de venganzatus nobles hijos verás:en que la audaz tiraníaarrojada de tus lares

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cruzará los anchos marespara no volver jamás.

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

¡Adiós, Habana! Se agitala bandera de Inglaterra,vuela el humo, el vapor gritay la nave parte ya.¡Adiós...! Busco en otra tierraaquel estandarte hermosoque tremoló victoriosoen Junín y en Boyacá.

Adiós, reina de Occidente,yo voy buscando anhelanteespacio para la mente,aras para la razón.Si allá en climas extranjerosme postra el hado inconstante,te mandaré los postrerossuspiros del corazón.

Poetas del destierro, cuya poesía romántica expresaba lossentimientos sin voz de muchos combatientes anónimos, transi-dos por la añoranza de la amada patria irredenta, pero conplena conciencia de la justicia de su causa y con la certeza deltriunfo de sus ideales. Otras generaciones de cubanos experi-mentarían después la nostalgia en el exilio, hasta que la reali-dad que fue anhelo de los libertadores, de plena independenciay soberanía de la nación, advino con la aurora revolucionariade enero de 1959.

Pero no nos apresuremos, y mantengámonos en el ámbitoemocional de La Habana finisecular, en su espacio poético pe-culiar, proporcionado entonces �y siempre� por los incon-fundibles atardeceres de esta ciudad del trópico.

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Julián del Casal (1863-1893), habanero cuya poesía es deresonancia universal, que confesó su «impuro amor a las ciuda-des», pero que padeció la noche colonial de su patria junto conotras congojas propias de los espíritus demasiado sensibles, nodedicó poema alguno a lugares determinados de su ciudadnatal. Sin embargo, en muchas de sus composiciones se ad-vierte el ambiente citadino y no faltan alusiones e imágenes fu-gaces, como cuando describe «la bahía, donde los buquesanclados aguardan la hora de partir a lejanos países, donde seciernen bandadas de aves marinas, donde ligeros barquichuelosse deslizan con las velas abiertas y el impulso de los remos,sobre las ondas nacaradas de la mar». Pero en su libro póstumoBustos y rimas (1893) encontramos la excepción: en su poema«Tarde de lluvia», aparecen expresadas visiones y sensaciones

de un atardecer habanero de fines del siglo XIX:

TARDE DE LLUVIA

Bate la lluvia la vidrieray las rejas de los balcones,donde tupida enredaderacuelga sus floridos festones.

Bajo las hojas de los álamosque estremecen los vientos frescospiar se escucha entre sus tábanosa los gorriones picarescos.

Abrillántanse los laureles,y en la arena de los jardinessangran corolas de claveles,nievan pétalos de jazmines.

Al último fulgor del díaque aún el espacio gris clarea,abre su botón la peonía,cierra su cáliz la ninfea.

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Cual los esquifes en la raday reprimiendo sus arranques,duermen los cisnes en bandadasa la margen de los estanques.

Parpadean las rojas llamasde los faroles encendidos,y se difunden por las ramasacres olores de los nidos.

Lejos convoca la campana,dando sus toques funerales,a que levante el alma humanalas oraciones vesperales.

Todo parece que agonizay que se envuelve lo creadoen un sudario de cenizapor la llovizna adiamantado.

Yo creo oír lejanas vocesque surgiendo del infinito,inícianme en extraños gocesfuera del mundo en que me agito.

Notas

1 La Siempreviva. La Habana, 1838, t. I, p. 291. Recogida por Cintio Vitiery Fina García-Marruz en Flor oculta de poesía cubana. La Habana, Edi-torial Arte y Literatura, 1978, p. 93. No se distinguió luego José SilverioJorrín en la poesía, sino en el foro, la política y la docencia.

2 Fredrika Bremer. Cartas desde Cuba. La Habana, Editorial Arte y Litera-tura, 1980. En la primera de sus cartas, la escritora sueca que visitó LaHabana en 1851, cuenta que desde el barco en que llegó, anclado en labahía, divisaba las palmeras entre las casas.

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3 Poesías de Saturnino Martínez. La Habana, Imp. del Tiempo, 1866,p. 17.

4 Ibid., p. 29.5 Parnaso cubano..., por don Antonio López Prieto. La Habana, Editorial

Miguel de Villa [1880], p. 316.6 Jacinto de Salas y Quiroga. Viajes por la isla de Cuba. Citado por Fran-

cisco González del Valle, La Habana en 1841. Municipio de La Habana,1947, p. 69.

7 El Álbum. La Habana, mayo de 1838, t. II, pp. 61-64. Recogida en Floroculta de poesía cubana, ob. cit., p. 94. No fue tampoco el cultivo de lapoesía lo que distingue a J. Z. González del Valle en la cultura cubana.

8 Parnaso cubano, ob. cit., pp. 329-331.9 José Joaquín Palma. Poesías. Antología, introducción y notas por José Ma.

Chacón y Calvo. La Habana. Publicaciones del Ministerio de Educación.Dirección de Cultura, 1951, pp. 145-150.

IVTriple elogio

a la emblemática Fuente de la India

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A irosa, gallarda, acogedora, la Fuente de la India es unadeidad ya consagrada de la mitología habanera, que a lo largode más de siglo y medio ha asistido, desde el mismo sitial pri-vilegiado de la ciudad, a las radicales transformaciones que aésta ha traído el progreso. Cuentan las crónicas que fue erigidaen 1837 por iniciativa del Conde de Villanueva, a quien se acre-dita alguna preocupación por el ornato público. Quiso el go-bernante español que la figura central de la fuente simbolizaraa La Habana, y la idea fue desarrollada con suprema gracia, enmármol de Carrara, por el escultor italiano Guiseppe Gagguini,con la colaboración del arquitecto Tagliafechi, según planos deManuel Pastor, funcionario del gobierno colonial.1

El primitivo emplazamiento de la fuente estuvo cerca del ac-tual, y así se describía su primera ubicación: a la salida de laPuerta de Tierra (Egido entre Monte y Dragones), frente al Cam-po de Marte (ahora Plaza de la Fraternidad Americana) y alprincipio de la Alameda de Extramuros o Paseo de Isabel II (hoyPaseo del Prado).

La poesía inspirada por la Fuente de la India o de la NobleHabana es notable, pero antes de que la disfrutemos, pareceoportuno transcribir la descripción que del hermoso conjuntoescultórico hizo en 1841 el escritor y científico TranquilinoSandalio de Noda.2 El secreto de la poesía de la fuente radica

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en sus atributos alegóricos tanto como en su belleza artísticaformal:

Delante de las puertas de la ciudad de La Habana, cerca dedonde estuvo la estatua del rey Carlos III, al extremo sur delNuevo Prado o Paseo de Extramuros, construido en 1772, yjunto a las verjas y almenadas puertas del Campo de Marte oMilitar, se ve una fuente de mármol que se alza en un pedes-tal cuadrilongo sobre cuyas cuatro esquinas y resaltadaspilastras se apoyan cuatro enormes delfines también de már-mol, cuyas lenguas de bronce sirven de surtidores al aguaque vierten en la concha que rodea el pedestal y rebosándoseaquellas por conductos invisibles, vuelve al interior sin de-rramarse jamás. Encima del todo, sobre una roca artificial,yace sentada una preciosa estatua que representa una ga-llarda joven india mirando hacia el Oriente; corona su cabe-za un turbante de plumas y de las mismas la ciñe una ligeracintura con la cual, y el carcaj lleno de flechas que al hom-bro izquierdo lleva, se conoce que alegóricamente repre-senta la ciudad de La Habana. Las armas de ella venseesculpidas en el escudo que lleva en su diestra, y en la si-niestra sostiene la cornucopia de Amaltea, en la cual en vezde las manzanas y las uvas que generalmente la adornan, elautor, en un rasgo feliz de inventiva, las ha sustituido porfrutas de nuestra tierra, coronadas por una piña. Al frente yla espalda del pedestal [sic] semeja la sillería una puerta dearco, y tiene en medio del claro un surtidor que derrama enla citada concha; alrededor de ésta hay un estrecho arriate,cercado por una fortísima verja de lanzas de hierro, apoya-das en veinte faces, con sus hachas de armas, teniendo porla espalda de la fuente una puerta casi imperceptible, segúnlo bien ajustada de su armadura. Por fuera de la verja hay unandito o ancho paseo circular de mármol blanco, y el todo lorodea una orla de grama de Bahama (agrostis) con dieciséisguardalados de piedra común.

Tres grandes poetas de distintas épocas han dedicado susversos a la Fuente de la India o de la Noble Habana, y es curio-so el hecho de que prefirieran el soneto, quizás por ser la formaestrófica que mejor corresponde a la proporcionada estructuradel monumento habanero.

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Era aún reciente la presencia de la marmórea india en elpaisaje urbano, cuando un joven de humilde cuna y de infortu-nado destino, Gabriel de la Concepción Valdés (1809-1844),bien conocido por el seudónimo de Plácido, se sintió atraídopor ella. Pero es evidente que aquella torturada sensibilidad,enfrentada a los rigores enajenantes de la sociedad colonial, sesentía poco «hecha a los golpes con el hierro duro» de la vida, yenvidiaba la naturaleza del mármol, «sin alma, sin calor, sin sen-timiento», con lo que dejaba algo de sí mismo junto a la estatua.¿Acaso presentiría el poeta mulato que dos años después ha-bría de sufrir prisión, tortura y muerte, víctima de la injusticiasocial de su tiempo?

A LA FUENTE DE LA INDIA HABANA

Mirad La Habana allí color de nieve,gentil indiana de estructura fina,dominando una fuente cristalina,sentada en trono de alabastro breve;

jamás murmura de su suerte aleve,ni se lamenta al sol que la fascina,ni la cruda intemperie la extermina,ni la furiosa tempestad la mueve.

¡Oh beldad! es mayor tu sufrimientoque ese tenaz y dilatado muroque circunda tu hermoso pavimento;

empero tú eres toda mármol puro,sin alma, sin calor, sin sentimiento,hecha a los golpes con el hierro duro.

En su grata y feliz Flor oculta de poesía cubana3 (que reco-gió junto con su inseparable Fina García-Marruz), Cintio Vitierpresentó y tituló el soneto de Plácido, que rescatara de la re-

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vista El Álbum, publicado por Sebastián Alfredo de Moralesen 1882, cuarenta años después de haberlo improvisado elpoeta. Según expuso Morales entonces y transcribe Vitier, elsoneto «tiene el mérito de ser inédito, y hasta hoy sólo ha cir-culado en copias entre las manos de los aficionados a la poe-sía»... «Fue improvisado cálamo currente en 1842, hallándoseel poeta en unión de varios amigos suyos delante de la fuentede mármol que yace enclavada en uno de los extremos delpaseo extramuros de La Habana...» Agrega Vitier que no obs-tante haber Morales dado a conocer este texto en 1882, no loincluyó entre las doscientas diez composiciones inéditas «conque enriqueció la edición de las poesías completas de Pláci-do que prologó y publicó en 1886; ni aparece en ninguna delas posteriores».

Otro alto momento poético de la Fuente de la India ocurriócasi veinte años después de improvisar Plácido su admirablesoneto. Residía ocasionalmente en La Habana en 1860 un jo-ven estudiante, nacido precisamente en 1842 en un cafetal dela Sierra Maestra, cerca de Santiago de Cuba, hijo de domini-cano y francesa. Había hecho la educación primaria y el bachi-llerato en Francia, y aspiraba a estudiar Derecho en laUniversidad de la capital cubana. Sus primeros ejercicios poé-ticos habían sido traducciones al francés de algunos de los poe-mas de su primo hermano José María Heredia y Heredia(1803-1839). Hay que imaginarlo recorriendo, descubriendoLa Habana y seducido por el encanto de la simbólica india. Elsoneto que dedicó entonces a la fuente fue uno de los primerosque escribiera quien años después habría de revelarse como elmás brillante sonetista francés, con su colección Les Trophées.4

El estudiante era José María de Heredia y Girard (1842-1905).El original en francés:

A LA FONTAINE DE LA INDIA

Seul, quand finit le jour auprés de la fontaine,j�aime à m�assesoir, révant à sa douce fraicheur,

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à laisser la pensée échapper de mon coeur,comme les gouttes d�eau de son urne trop pleine.

A la tiéde splendeur de la lune sereine,sous ton blanc vétement que traça le sculpteur,tu sembles t�animer, et ma charmante erreurpréte des traits amis a la forme incertaine.

¡O ma belle Indienne, amante du Soleil,que Colomb éveilla du virginal sommeil,où te berçait le chant des vagues amoureuses,

Cuba, ó mon pays, sous tes palmiers si beaux,qu�il est doux d�ècouter la voix de tes ruisseaux,les murmures d�amour de tes nuits lumineuses!

La Havane, 5 mars 1860.5

Existe esta excelente versión del soneto de Heredia, hechapor Max Henríquez Ureña, considerado el mejor traductor deLos trofeos.6

A LA FUENTE DE LA INDIA

Cuando se acaba el día, solo, junto a la fuentedescanso, mientras sueño con su dulce frescura...Huyen mis pensamientos, tal como el agua purade su colmada urna gotea lentamente.

Bajo el esplendor tibio de la luna silenteanimarse parece la blanca vestiduraque el escultor te impuso; cual amable imposturafinge rasgos amigos tu forma evanescente.

¡Novia del sol, oh india de mis nativos lares!Colón rompió tu sueño de virgen. Al arrullodormías de las olas ardientes y amorosas...

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¡Oh mi país, oh Cuba! ¡Cuán dulce en los palmaresoír de tus arroyos la voz, con el murmullode paz y amor que exhalan tus noches luminosas!

No hay dudas de que en ese instante de exaltación del poetacubano-francés resonaban los ecos del primer Heredia al quedebía su nombre, cuando evocaba en el destierro la voz de losarroyos y las palmas de su patria.

Noventa años después de aquel crepúsculo de marzo enque Heredia y Girard esperó ver la estatua bañada de luna,siendo novia del sol, uno de los poetas representativos de lapoesía cubana correspondiente a la primera mitad de nuestrosiglo, Emilio Ballagas (1908-1954), también cedió a la atrac-ción de la hermosa fuente, y le rindió homenaje con un sonetoantológico:7

FUENTE COLONIAL

No lloréis más, delfines de la fuentesobre la taza gris de piedra vieja.No mojéis más del musgo la madejaoscura, verdinegra y persistente.

Haced de cauda y cauda sonrientela agraciada corola en que el sol dejala última gota de su miel bermejacuando se acuesta herido en el poniente.

Dejad a los golosos pececillosapresurar doradas cabriolaso dibujar efímeros anillos.

Y a las estrellas reflejadas no lasborréis cuando traducen de los grillosel coro en mudas, luminosas violas.

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¿Cuántos otros cantos emocionados habrá inspirado estamaravillosa deidad habanera? ¿Cuántos más les serán dedica-dos en el futuro? En tanto, continuará dueña del viento y de laluz y de la sombra, en el mismo sitio abierto y ruidoso de laciudad, en su sueño de mármol que le hace aparecer indife-rente a la admiración de los poetas y de quienes, sin serlo, ex-perimentan ante ella, en silencio, las mismas emociones.

Notas

1 Francisco González del Valle. La Habana en 1841. Municipio de La Ha-bana, 1947. (Cuadernos de Historia Habanera. Oficina del Historiadorde la Ciudad, No. 37), p. 75.

2 Ibid., p. 76.3 Flor oculta de poesía cubana (siglos XVIII y XIX). Escogida y presentada

por Cintio Vitier y Fina García-Marruz. La Habana, Editorial Arte y Litera-tura, 1978, pp. 97-98.

4 Les Trophées, par José-María de Heredia. París, Alphonse Lemerre, editeur.MDCCCXCIII. (Esta obra le propició a Heredia su ingreso como miem-bro a la Academia Francesa.)

5 Poésies completes de José-María de Heredia... Paris, Librairie AlphonseLemerre, MDCCCCXXIV, p. 221.

6 José-María de Heredia. Los trofeos (sonetos). Discurso preliminar, tra-ducción, notas y apéndices por Max Henríquez Ureña. Santiago de Chi-le, Ediciones Ercilla, 1938, p. 15.

7 Obra poética de Emilio Ballagas. Edición póstuma. Con un ensayo pre-liminar de Cintio Vitier. La Habana, Úcar García, 1955.

VL a Habana antigua

en su evocadora poesía

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L a Habana Vieja, la que fuera «de intramuros», conserva elsecular hechizo de sus fachadas, portales, patios, balcones yplazas donde el pasado ha impreso sus señales indelebles.Calles con visibles huellas de los repetidos pasos del tiempo,piedra y madera gastadas por el roce insistente de los años, ytodo el ambiente iluminado por el solemne resplandor de lahistoria, con su evocador influjo, como un perfume peculiar.Poesía viva que se ofrece inagotable, y que algunos poetas hanpodido expresar fragmentariamente; una poesía envuelta ensorpresa y misterio, sobre todo en la soledad y el silencio de lanoche, cuando los ruidos que se perciben son propicios a lafantasía.

Fue Enrique Hernández Miyares (1859-1914) quien fechó en1891 �aún en la época colonial� este soneto, estampa noc-turna de La Habana antigua:1

CIUDAD DORMIDA

Lentamente resuena en la alta nochela doble campanada del convento,y por el empedrado pavimentoruidoso rueda retardado un coche.

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Por la calle desierta, en el derrochede la quietud y de la calma, el vientojugando arremolina algún fragmentode carta en que el amor firma un reproche.

Un cerrojo oxidado que rechina,un abierto postigo iluminadodenunciador del que abatido vela,

y el eco de la copla clandestinaal grito de agonía entremezcladodel anónimo crimen de plazuela.

El sobrecogedor ambiente nocturno de La Habana colonial quelogró reproducir José Antonio Echeverría en su novela Antonelli,revive en estos versos. Pero muchos años después, en plena épocarepublicana, también se siente impresionado por la evocadoranoche de la ciudad vieja, el colombiano Rafael U. González. De éleste soneto que publicó la revista El Fígaro en 1922:2

DE NOCHE

¡Oh! Calles de La Habana, silenciosas,�Paula, Sol, San Ignacio� la memoriaevoca con nostalgia, la ilusorialeyenda de las épocas gloriosas.

¡Oh! Calles que en las noches rumorosassois recuerdos perdidos en la historiaque marcan como emblemas de su glorialos duelos, por cuestiones amorosas.

Parece que al doblar alguna esquinaalumbrada por débil candilejaque, tenue entre las sombras ilumina,

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se escuchan unas rápidas pisadasy se asoma a un balcón alguna viejaal choque vibrador de dos espadas.

A pesar de algunos versos poco afortunados y de su generalpobreza artística, el legendario ambiente caballeresco que le su-giere el escenario, es logrado por el autor que visitaba la capital.

En contraste, otros dos textos3 reflejan estampas diurnas delmismo ámbito urbano. En el primero, el deambular de la tran-seúnte toma el mismo ritmo del agitado movimiento citadino,bajo el sol estival, hasta un momento preciso en que las callesse ensamblan a la evocación y fabulación sentimentales, másintensas ante la presencia del mar, en la zona del puerto dondelas calles desembocan como ríos tributarios; en el segundo, secanta a un amable rincón de la ciudad. La autora, RosarioSansores, poetisa mexicana de prolongada residencia habaneradurante las décadas de los años 20 y 30, dejó muchas muestrasde su fina sensibilidad en publicaciones de la época. Ambascomposiciones son de 1929, cuando aún los tranvías eran parteambulatoria de La Habana:

LA CIUDAD VIEJA

Bajo este sol que abrasa lo mismo que una hoguera,por la ciudad ambulo, pálida y distraída,pretendiendo aturdirme para olvidar mi vida,porque una larga sombra me persigue ligera.

Doblo por una calle. Tiene estrecha la aceray el tranvía me roza con su fuerte chirrido;esta ciudad antigua con su polvo de olvidome hace evocar la España, loca y aventurera.

Oficios, Amargura, Teniente Rey. La víacomercial con sus voces de ruda algarabíay sus zaguanes amplios de gastadas baldosas.

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Mientras allá a lo lejos abre el mar su esperanzay un marinero evoca, viendo la lontananza,de su novia lejana las pupilas radiosas.

PARQUECITO DEL CRISTO

¡Parquecito del Cristo, sucio y abandonado,con tus bancos de piedra y tus álamos, dondeun enjambre de alegres pajarillos se escondeinundando de trinos el rincón olvidado!

¡Parquecito del Cristo! ¿Cuánto tiempo ha pasadodesde que en las soleadas tardes de primaveravine a tus bancos rotos para hilar mi quimera,húmedas las pupilas y el corazón turbado!

Hoy ¿qué dulce recuerdo me hizo volver? El vientoresbaló por mis sienes con un golpe violento;un sol de invierno a ratos brillaba mortecino,

el gran laurel del centro su desnudez mostraba;nadie en los bancos rotos... y la gente pasabasin sospechar la muerte de mi ensueño divino.

Envuelto en la emoción y la ternura de quienes �expresadopor la poetisa� encontraron, encuentran y encontrarán en élambiente propicio para hilar sus quimeras, se conserva ese ín-timo espacio de la ciudad antigua, cabe la pequeña iglesia delCristo �Teniente Rey y Bernaza�, lugar al que profesó y con-fesó especial preferencia el rendido amante de La Habana quefue Alejo Carpentier.

En el centro de La Habana Vieja, la Catedral y su armoniosaplaza refulgen excepcionalmente en el espíritu. Ese intenso ful-gor de emoción estética y sentimiento de la presencia del pasa-do, se advierte en esta suite de sonetos juveniles de Salvador

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García Agüero (1907-1965), cuya fecunda consagración a lalucha por la independencia, la libertad y el progreso de su pue-blo lo alejaría del cultivo del verso, pero no de su intrínsecacalidad de poeta en actos, con ejecutoria perdurable en nues-tra historia:

ELOGIO DE LA CATEDRAL

I La hora

Una quietud nostálgica y serenadonde flotaran vagas añoranzas,deshojó mil confusas esperanzascomo pétalos mustios de azucenas.

La brisa leve se agitaba llenade una sutil evocación de danzas,y un piano, con un ritmo de romanzas,discretamente sollozó su pena.

La luz del sol se retiraba inquietay sobre un cielo de color violetaensayó en oro su postrer alarde.

Y al presentir el triunfo de la noche,diluyóse en un fúlgido derrochela fugaz pirotecnia de la tarde.

II La Catedral

Evocación de tiempos colonialesla plazuela es un lienzo que se ajustaen la moldura secular y adustade rígidas fachadas y portales.

La Catedral, sin arcos ojivales,yergue al fondo su mole gris y augusta

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luciendo en su arrugada faz vetustaun lunar de polícromos cristales.

De los costados, como un par de brazos,destaca la rudeza de sus trazos,austera y atrevida, cada torre.

Y mientras en la azul melancolíala Catedral se esfuma, se diríaque un estremecimiento la recorre.

III Las campanas

Tal un eco de pompas ya lejanasdespertando pretéritas quimeras,suena en las torres pálidas o austerasla metálica voz de las campanas.

Como un coro de místicas hermanasdan al viento sus notas plañideras,o desatan sus lenguas vocinglerasdesgranando sonoras filigranas.

Cuando las grandes fiestas religiosas,�argentinas, vibrantes, jubilosas�publican sus timbradas alegrías.

Y cuando entonan la oración de muerte,su voz pausada sobre el alma viertehiel de Job y dolor de Jeremías.

IV El recuerdo

Cofre de la romántica memoriaguarda, como un inmenso relicario,secretos de intriga y de rosarioen su pétreo capítulo de historia.

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Sus naves rememoran la ilusoriapalpitación del fausto centenario;y en la quietud solemne del santuarioquedan vestigios de la antigua gloria.

El órgano, preñado de armonías,despierta con sus viejas melodíasel eco entre los mármoles dormido...

Mientras sobre los sueños del pasado,el tiempo, como arácnido obstinado,va colgando la tela del olvido.

V Dedicatoria

Anciana Catedral, reminiscenciade viejas pompas que la mente adora...¡Qué derroche de fuerza evocadorafluye de tu granítica elocuencia!

Ostentas la sublime indiferenciaque te presta tu edad abrumadora;mas yo sé que en secreto tu alma llorabajo su pétreo velo de inconsciencia...

Catedral, en la calma del momento,entre los oros de la tarde, sientomi corazón temblar con tu leyenda,

y en el votivo altar de tus memorias,voy cantando mis rimas laudatoriascon la gentil liturgia de la ofrenda.

(1928)

Años después, en su prosa amable y gentil de «Sucesiva o Lascoordenadas habaneras» �que expresa el espíritu de la ciu-

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dad� José Lezama Lima (en Tratados en La Habana, 1958,p. 300) haría esta lírica evocación de la Catedral:

Lleva el día de hoy una evocación, y así le subrayamos lagloria; pero también una consagración, y decimos el espíritude esa obra que viene para animar de nuevo el símbolo ma-yor. Renacer también de la parroquial mayor, de la Catedralamadísima, que viene para afirmar con las glorias de su ba-rroco severo la perpetuidad de un estilo, la sobreabundanciade sus dones. Mírese el templo barroco de lado, no de fren-te, para captarle el oleaje de la sucesión, dice un buen veedor.Mírese nuestra catedral por su costado. Un alto paredón pro-longa la calidad de su piedra, se trenza después como enuna ola que adquiere cresta, y así se prolonga y se pierde,semejante al espíritu marino, que de cerca le nutre la com-pañía, que lleva el fervor hasta la línea del horizonte.

Otra admirable estampa de un barrio popular de La HabanaVieja trazó, en ágil romance, el español Ángel Lázaro, quienresidió durante varios años en la capital en dos etapas de suvida, la de la juventud y la de la madurez, y dejó muchos testi-monios de amor a su patria adoptiva:

BARRIO DE DESAMPARADOS

Barrio de Desamparadoscon su Alameda de Paula,donde huele por las nochesa caoba recién cortada.Sueña el mar junto a los muellescon la luna fría y blancay al agitarse en su sueñolo aquieta una brisa cálida.Hacia el rincón de un cafétempla un viejo su guitarra,y el corro de bebedoresjunto al mostrador se calla.En la accesoria, en penumbra,

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llena de viejas estampas,con una cama en el fondo,hay una negra sentada.La casa, de añil y rosa,con las tejas arruinadas,tiene una reja y un cañonegro del tiempo y del agua.Venían dos marinerosde pechera negra y blanca;se pintaban en el murosus figuras alargadas.Y allá arriba, en un balcón�el pelo sobre la bata�,de pechos sobre la piedra,una mujer esperaba.Barrio de Desamparados,con sus negras centenariasfumando cigarros purosdebajo de las ventanas.A veces se ven mujeresque van igual que sonámbulas,mientras se enciende la callede acechos y de miradas.Callejones con farolasque apaga la luz del alba,con una sombra en la esquinainmóvil y recortada.Barrio de Desamparados,calles de Luz y de Damas,con rostros y con siseosahogados tras las persianas.Barrio, tú tienes de nochela voz dormida y lejanaque viene de allá, del Surde nuestros pueblos de España.

En La Habana Vieja, la poesía se prolonga en las piedras delas iglesias, palacios y mansiones de la época colonial. Para el

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poeta Regino Pedroso, esas piedras, como las marinas caracolas,«están llenas de rumores. Si acercamos el oído quizás podamosescuchar por sobre la marea de los siglos, los apagados ecosde las sombras que ayer mismo hicieron resonar sus violentasvoces».4 Es fácil encontrar, encuadrados por esas piedras, lospatios que unen los ecos y rumores del tiempo a la luz y losrumores de hoy, para renovar el triunfo de la vida y el milagrode la poesía que llega con cada aurora. De Lorenzo Abella,autor del libro Surcos en el viento (1951) son estos versos:5

PATIO HABANERO

¡Patio de La Habana viejaolvidado en la penumbra!

Un remanso de baldosasespolvoreado de luna,un silencio que transitapor latitudes de músicay una lengua de perfumediciendo palabras húmedas.

Afuera, la inquietud giraen su vórtice de espuma.Es agria la voz del mundoy afila penas la duda.Y aquí la brisa que danzacon la tersa piel desnuda,y aquí la noche, que cantacanciones llenas de luna.Lugar donde la leyendaexprime sus finas uvas.

Patio de La Habana vieja,olvidado en la penumbra,voz de cuento y luz de luna.

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Poesía de los patios habaneros, olvidada en la penumbra...Alguna vez, se alzó una voz en un periódico para pedir que sesacara de su sombra de silencio a esa poesía callada de los pa-tios de La Habana Vieja. Fue receptivo al clamor el Historiador dela Ciudad, Emilio Roig de Leuchsenring, y convocó a un certa-men para premiar la mejor composición dedicada al antiguo Pa-lacio de los Capitanes Generales, entonces Palacio Municipal(hoy Museo de la Ciudad). Consistió el premio en la fundición enuna tarja de bronce del poema seleccionado. Desde 1938,adosada a la pared derecha de los portales interiores del Pala-cio, permanece la tarja con este poema de Ángel Augier (1910):6

AL PATIO DEL PALACIO MUNICIPAL

A la luz de tu sombra conmovidadeja escuchar a tantas voces tuyas.Me quedaré desnudo de silenciocuando me des tu intimidad desnuda.

Los recuerdos que corren por tu sangrete han dejado fragante de ternura,fuerte de eternidad estremeciday el color secular que te circunda.

La nostalgia se sube a tus arcadaspara soñar al sol su ansia madura;mientras las ramas verdes te acaricianen el temblor henchido por la lluvia.

Para las sombras de tus corredoresson mis palabras como sombras mudasque quieren saturarse de tus ecosy saturar tu paz de albas futuras.

Entre las ramas verdes que acarician y acrecientan la bellezadel patio que es hoy del Museo de la Ciudad, hay una esbelta

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yagruma que inspiró a la poetisa Rafaela Chacón Nardi treshermosas décimas. No nos resistimos a reproducir la primerade esta «Yagruma en el patio del Museo de la Ciudad»:

Del patio al azul celesteelevas tu arquitecturaque en su altivez bien procuravirtual obelisco agreste.Yagruma del noroeste,con tu estampa soberanale das a la antigua Habanacorona de fiel verdory gracia y vivo esplendorde pura estirpe cubana.

Allí permanece, en su íntimo recinto, el hermoso patio, con elverde follaje tropical que contrasta con la blancura ceniza delas columnas de piedra, con la recta línea de las palmas realesy con las curvas de las arcadas. El verde follaje sirve de fondo ala severa estatua de Cristóbal Colón. Frente a este antiguo Pala-cio de los Capitanes Generales que alberga hoy al Museo de laCiudad, se levanta �una vez cruzada la ornamental Plaza deArmas�, el Templete. Permítanme reproducir aquí la semblan-za que le dediqué hace ya medio siglo, en el número conme-morativo de un diario habanero (Avance, 12 de octubre de1942):

EL TEMPLETE

Frente al remanso de la Plaza de Armas �siempre deteni-do en la monotonía del paisaje urbano� y de espaldas alas aguas de la bahía �naturaleza sin tiempo desbordadaen incesante actividad creadora� levanta su meditaciónarquitectónica, su presencia secular de este monumentode la tradición habanera que pretende señalar el sitio�¿leyenda patinada de poesía o grave realidad históri-

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ca?� donde los fundadores de la Villa, al trasladarla a estesu asiento definitivo, celebraron la primera misa y el pri-mer cabildo bajo las ramas copiosas de una espléndidaceiba aborigen.Cuentan viejas crónicas que ese espécimen de la vegeta-ción de los trópicos, testigo de ambas ceremonias que sim-bolizaron la consagración de la conquista española�la cruz de la fe divina y el cetro de la autoridad huma-na�, sobrevivió hasta 1753.[...] La desaparición de ceiba tan respetable fue aconteci-miento con todas las características de catástrofe; puestasa discutir las autoridades coloniales sobre el problema,decidieron alzar un pequeño monumento en aquel sagra-do lugar situado en una zona imprecisa entre lo histórico ylo fabuloso. Así fue como en 1754 erigieron allí una pilas-tra triangular de piedra, abrumada de figuras e inscripcio-nes simbólicas. [...]La desidia ciudadana y el aire empapado de salitre fueronmordiendo la emblemática piedra durante años, mientrasuna ceiba superviviente que había sucedido a la primeraagitaba cada vez con más pujanza su fuerza vegetal, comoun reto de la naturaleza eterna a la obra deleznable de loshombres. Éstos aceptaron el tácito desafío, y decidieronplantar en aquel territorio de la tradición habanera algoque al mismo tiempo que el más digno de los relevantessucesos que evocara, fuera capaz de resistir con gallardíalos embates de los siglos y la violenta y húmeda atmósferade la vecina costa.El pequeño templo, es decir, el templete, se inauguró conel ruido de los grandes sucesos, el 19 de marzo de 1828.La orgullosa ceiba que había osado superar el antiguoobelisco, fue eliminada por razones técnicas, restaurándo-se la pilastra y plantándose otra ceiba, para que no per-dieran su peculiaridad ni el paisaje local ni el recuerdohistórico.En el interior del Templete �compuesto, como lo describePezuela, «de un arquitrabe de seis columnas con capitelesdóricos y zócalos áticos»� se conservan dos lienzos en que

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la fantasía del pintor francés Juan Bautista Vermay �discí-pulo de David y amigo de Goya, según sus biógrafos� tra-dujo en plástica imagen los hechos �misa y cabildo� aque se refiere la tradición del lugar, y otro mayor, que llenael testero central, en donde el artista dejó vigoroso testimo-nio del acto de inauguración del Templete, con los persona-jes coloniales y las bellezas habaneras de la época, lograndosituarnos en un solemne ambiente de evocación.Sea historia o leyenda lo que su pétrea presencia simboli-za, el Templete es como un trozo de serena poesía interca-lado en la afiebrada prosa urbana, y reclama el cuidado yel cariño que merece todo lo que corresponde a lo entra-ñable del organismo y el alma de la ciudad.

Hasta aquí, aquella evocación aniversaria.

Como todo monumento que se respete, el Templete es unpoema de sugerente fuerza histórica, y así supo interpretarloAgustín Acosta en el soneto de su libro Los camellos distantes(1936):

EL TEMPLETE

Oro solar la paz del viejo templo dora;hoscas sombras de antaño invaden la cornisa,y evócase en el tedio fastuoso de la horala sencillez remota de la primera misa.

Aquí se alzó gallarda la ceiba primitiva,que esta columna histórica simboliza y reemplaza.Bajo el ramaje próvido la heroica comitivaplantó los transatlánticos pendones de la raza.

Esto tiene una antigua grandeza de aventura;cuenta de locos éxodos, de oceánica locurade carabelas frágiles y de un viejo león.

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Y a través de las olas nos llega con el viento,eterno e implacable como un remordimiento,el ruido de la injusta cadena de Colón.

A pocos pasos del Templete, la Avenida del Puerto nos en-frenta al empañado espejo del canal de la bahía. Desde el murodel achatado malecón que circunda esta parte del litoral, pare-cería que con alargar el brazo podríamos tocar el barco queentra o sale. Más a la derecha, comienza la zona de los muelles,extendidos en sucesión hasta más allá de la Alameda de Paula.Ya poetas de otras épocas vislumbraron a distancia estepeculiarísimo paraje de la ciudad. En etapa posterior, su am-biente marinero fue vivido y cantado con fervor por Federico deIbarzábal (1894-1955), poeta, narrador y periodista de apre-ciable obra. Tomamos esta suite de sonetos de su libro El bal-cón de Julieta (1916):7

LIENZOS MARINOS

I

Dulce visión pretérita de los años primerosungida con el óleo de mi recuerdo fiel:retozos de la escuela, héroes de romanceros,callejas de mi barrio, tiradas a cordel.

Llovía: y terminados los recios aguacerosíbamos hacia el patio a espaldas del bedely echábamos al agua de los lagos charquerosescuadras numerosas de barcos de papel.

Al puerto fuimos poco: un día señalado,con un profesor grave, siempre martirizadopor nuestras travesuras: era el «señor Quintín».

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Y aquel buen hombre sano que nunca se reíaera nuestro gracioso, porque nos parecíael mascarón de proa de un viejo bergantín.

II

Trajín bajo el derroche de luz del mediodía;ir y venir de lanchas; tremenda confusiónde los estibadores y la marineríamanchados por el humo y el polvo del carbón.

Las sosegadas aguas de la febril bahíarompe con sus avances potentes un lanchón;en el muelle hay un vivo rumor de algarabía,incidentes que ocurren entre obrero y patrón.

Hay en la rada, barcos de todas las nacionesque despliegan al aire vistosos pabellones;matrículas exóticas: Marsella, Liverpool...

Un hábil marinero en las gavias maniobra,y el oficial de un buque mira desde la obramuerta, las aguas turbias, de un sospechoso azul.

III

Esta gris alameda, abandonada y sola,tiene la gracia antigua y el sabor colonial;una reminiscencia de la vida españolajunto a los edificios de corte conventual.

¡Alameda de Paula! Blando rumor de ola;brisas entre los álamos, dulzura espiritual;sordo ruido de carros que, en la calleja, violael solemne silencio de la tarde glacial.

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Junto al muelle desierto, pacífico y mojado,la Alameda de Paula duerme en un sosegadosueño, su vieja vida de perpetua inacción.

Como esas viejecitas que tuvieron amores,y que hilan sus recuerdos desde los corredores,sin un deslumbramiento, sin una sensación.

IV

Éste es un barco viejo que zarpó justamenteuna turbia mañana perezosa; y el marlo maltrató tan dura y tan continuamente,que ningún tripulante esperó regresar.

Pero ha llegado al puerto la marinera gente,y teniendo permiso para desembarcar,en las mesas que adornan la taberna de enfrentecon los viejos amigos se han puesto a conversar.

Y relatan los riesgos que corriera el navíobajo la furia loca del huracán bravíoque en el Golfo de México le destrozó el bauprés.

�Es un barco muy viejo pero muy marinero,y las sólidas planchas de su casco de aceroson el timbre de orgullo de un constructor inglés.

V

Amplio puerto habanero y afanoso que sabesdel infinito anhelo de viajar que hay en mí...Viejo puerto sonoro donde entró con sus navesDon Sebastián de Ocampo, procedente de Haití.

Puerto heroico que guarda los recuerdos de gravescomplicaciones hondas con los piratas, y

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sobre el que siempre vuelan las marineras navesremontando del cielo el bruñido turquí.

Tu Castillo del Morro, colonial y sombrío,guarda heroicas leyendas que en las noches de fríoaburridos soldados suelen rememorar.

¡Pétreo faro de O�Donnell! Tu lumínico cascoes fulgor de la espada que a Don Luis de Velascolas tropas de Albemarle no quisieron tomar.

Con ligeros brochazos ha trazado Ibarzábal sugestivos cua-dros del puerto, no exentos de lunares propios de un estroincipiente. Y es significativo que el último soneto del ciclo lodedicara al Morro con evocación de la más antigua hazañade su historia, que en definitiva es parte relevante de la histo-ria de la ciudad. Por algo el Morro �nombre original del pro-montorio rocoso donde fue erigido� habría de conquistarrepresentación emblemática de La Habana y notoriedad uni-versal en ese sentido. Abonan razones de ubicación y estruc-tura inconfundibles, pues «cual la proa de un galeón gigantescoparece cortar audaz las espumosas aguas del Golfo», segúnimagen de Regino Pedroso,8 coincidente con la visión de Jor-ge Mañach (1898-1961), para quien se han equilibrado, en elMorro, dos movimientos: «el ímpetu lírico de ascensión, queinsinúa el faro encendido, y el impulso de proa con que pare-ce cortar las aguas el filo del bastión»; y agrega que en superspectiva habitual, el Morro «es como un símbolo en piedradel espíritu habanero».9

Esa significación y los valores plástico e histórico del castillo�ya consagrados en la mitología citadina�, justifican los nu-merosos poemas a él dedicados, que no siempre logran la su-prema jerarquía artística debida; quizás posean la suficientepara registrar su tolerada presencia en la dispersa poesía a lacapital.

Es posible que para hacer olvidar su primaria visión del Mo-rro en la adolescencia, Federico de Ibarzábal trazara una admi-rable silueta nocturna de la fortaleza-faro y de su alucinante

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contorno marítimo, poblado de rumores, destellos, sombras,imágenes, misterio:

UN FRAGOR DE ARMAS 10

Un fragor de armas viejasse alza en la noche azul de terciopelo.Una voz de consejasfinge venir del estrellado cielo.

Las aguas muertas del canal fulgurany un buque deja en ellas leves rastros.Las ondas del canal se transfigurana la fosforescencia de los astros.

El inquietante brillodel faro miente un ojo en la tinieblay la silueta enorme del castillose recorta en el fondo de la niebla.

El pétreo faro del Morroes en la noche un giganteque luce un alucinantegorro.

Su luz en el mar se pierde,es un fulgor sin enojo,rojo, verde,verde, rojo.

En el ambiente salobrerompe una voz a cantar,y surge la luna sobrela negra extensión del mar.

Esta visión nocturna del Morro es una excepción en el con-junto de composiciones que conocemos sobre el simbólico

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castillo: los demás poetas ofrecen la convencional visión a laluz del día, y es curioso que casi todos hayan preferido en-cuadrar esa imagen en la escueta forma del soneto. El firma-do por Ricardo Alfonso Sarabia �que publicó la revista ElFígaro en 1924�11 presenta varios puntos de particular inte-rés: su impresión de la fortaleza habanera parece ser desdeun barco en el mar, frente a la bahía, y alude al accidenteocurrido por la torpe maniobra que hizo encallar al vapor«San Pablo» frente al Paseo del Prado, y su alusión final a labandera norteamericana en el mástil del Morro hace supo-ner que la experiencia data de la triste época de la ocupa-ción militar de los Estados Unidos, 1898-1902. Se titula «ElMorro»:

El Castillo del Morro en gris ahumadorecorta su silueta en lo infinitoy su sólida base de granitosemeja un viejo bergantín varado.

Hay un fragmento de percal izadoanunciando a la vista un barco. Evitoun accidente más y dejo escritoque monta el malecón �torpe� encallado

el «San Pablo», que ignoro con qué finesen línea recta se dirige al Prado,haciendo alarde de tan brava hazaña;

y del viejo castillo en los confinesflota un moderno pabellón listadodonde flotaba el pabellón de España.

Desde otro ángulo histórico y aludiendo a su esbelta pre-sencia en el paisaje, es contemplada la fortaleza por JoséManuel Carbonell (1880-1968). En su soneto «El Morro»12

�escrito en 1902, año de la constitución de la Repúblicadisminuida�, recuerda con justa indignación la ominosa épo-ca en que el gobierno colonial español aprisionaba entre los

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muros del Castillo a los patriotas que luchaban por la inde-pendencia de Cuba:

Como gigante heráclida de piedraque el colérico mar lame y mordaza,evocando el martirio de una razadel viejo Morro la visión arredra.

Sus paredones húmedos desmedrael Tiempo, fulminando su amenaza,y en los vetustos muros desenlazasu cabellera la ondulante yedra.

Al abrir los sombríos calabozos,como aves asustadas, los sollozosdicen de sus ausentes moradores,

y al bajar los oscuros subterráneossurca el recuerdo piélagos de cráneosy el aire pueblan besos y clamores...

Pero la perseverancia y el heroísmo de varias generacio-nes habían logrado que en el Morro flotara a todos los vien-tos la bandera de la nación cubana, y el orgullo patriótico deesa visión y la de ver reproducidos los colores de la enseñanacional en una nave aérea que volaba sobre la bahía, ins-piró a Sergio La Villa (1891-1930) su soneto «Blasón heroi-co»:13

Crepúsculo de estío. Nubes indescriptibles.Rojo, violeta y nácar sobre el azul del mar.El pensamiento lejos de las cosas visibles;tibio terral, augurio de claridad lunar.

Tarde cubana, tarde de la rada habanera,en que frente a las olas se respira mejor.

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Ondea sobre el Morro la preciada bandera.La Cabaña nos habla de martirio y valor.

En la hora serena, con zumbido lejano,nos anuncia su paso majestuoso hidroplanoque destácase luego sobre el claro turquí...

Un triángulo rojo y una estrella argentadaen sus flancos ostenta. Por los cielos, alada,cruza la escarapela gloriosa del mambí...

En fin, verdadera exaltación lírica existe, también en «El Mo-rro de La Habana» del poeta español Alfonso Camín,14 cuyaadolescencia y juventud transcurrieron en Cuba, de lo que hadejado numerosos testimonios poéticos:

Sultán que guarda el singular tesorode una ciudad, emperatriz de Oriente,que tiene dos luceros en la frentey en las manos un sol de luces de oro.

Con la altivez suprema de un rey morose alza sobre la mar nerviosamente,y al llegar a sus pies, humildementela potencia del mar se vuelve lloro.

La Habana duerme entre la sombra muda,y en tanto, el Morro su riqueza escudacon la actitud de un dios grave y grotesco

que el horizonte sin cesar vigila...¡Tal como un centinela gigantescoque tiene solamente una pupila!

Salvador García Agüero (1907-1965), en uno de los sonetos desu juventud, logró trazar otra bella estampa del Morro habanero,en la cual se unen la imagen plástica y el simbolismo patriótico:

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EL MORRO

Bello, como un David petrificadofrente al Goliath inmenso y clamoroso,yergue el faro su gesto de colosotal un desdén ante el peligro alzado.

Sobre el abrupto pedestal, golpeadopor las olas con ruido fragoroso,finge su luz venablo poderosoen las escamas de un dragón clavado.

En las noches calladas y sombrías,atisba en las norteñas lejaníasla amenaza de un sórdido apetito...

Pero si ve la sombra de una garra,lo mismo que una entraña se desgarrala piedra fiel se partirá en un grito.

(1929)

En fin, también encontramos, en cuanto al Morro, que el yolírico siente que ha asumido la fortaleza y los elementos de laemblemática mole del faro habanero, para enfrentar y vencerlos embates de la vida, y para iluminar su camino, al igual queaquélla vence los embates del mar mientras ilumina en la noc-turna sombra. Es otro soneto del prolífico Alfonso Camín, enquien nuestra ciudad caló tan honda y armoniosamente:

EL MORRO EN LUZ

Como en el puerto de La Habana El Morro,que el mar en vano su peñón socava,yo no pido socorro a la mar brava.Soy el que ofrece sobre el mar socorro.

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Firme ante el tiburón panzudo y zorroque es en la superficie espuma y baba,sus dientes mella cuando en mí los clavay hasta la luz con mi desdén me ahorro.

Firme me encontrará quien me provoca,igual que el mar que ruge contra el muroy cuando ruge más, más se sofoca.

Cuanto más acosado más seguroyo soy El Morro en luz sobre la rocailuminando el horizonte oscuro.

Como epílogo a este breve recorrido por La Habana Vieja,nada mejor que la sugestiva estampa que trazó José JacintoMilanés (1814-1863) de la famosa Plaza de San Francisco. Enágiles trazos el gran poeta logra captar el paisaje y el paisanajede la época y el movimiento de la ciudad colonial, en contrastecon los anteriores testimonios de nuestro siglo:

LA PLAZA DE SAN FRANCISCO

Si yo fuese hombre de genio,describiendo, comenzara,hecho el tintero paletay pincel la pluma basta,la Plaza de San Franciscoen la pintoresca Habana.Pintara el alto conventocon su sombría fachada,que parece un extranjerode seria y ceñuda caraen la divertida escenaque el pueblo a sus pies entabla.Pintara en variada hilera

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las circunvecinas casas:unas, viejas y caídas,otras, mozas y bizarras;unas, ricos almacenesdonde la industria contrata,otras, palacios erguidos,mansión de la aristocracia.Pintara en diversos grupos,papeles de un vasto drama,blancos, negros y mulatosque cruzan, giran y pasan.Unos que solos pasean,otros que en corrillos charlan;uno, director astrosode una carreta parada.Otro oprimiendo los lomosde una yegua vieja y flaca,sobre la cual van tendidasescobas y horquetas largas,cuya punta deja un rastrosobre la tierra empolvada.

Notas

1 Enrique Hernández Miyares. Poesías. La Habana, Academia Nacionalde Artes y Letras, 1916.

2 El Fígaro. La Habana, abril 30, 1922, p. 282.3 Ibid., septiembre, 1929.4 Regino Pedroso. «Palacios coloniales», en Sobre la marea de los siglos

(prosa). La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1987, p. 37.5 El País Gráfico. La Habana, 29 de abril, 1951, p. 19.6 Omar Perdomo. «Medio siglo de un poema en bronce.» Bohemia. La

Habana, mayo 1, 1987, pp. 13-14. V. Ángel Augier. Poesía 1928-1978.La Habana, 1980.

7 Federico de Ibarzábal. El balcón de Julieta. La Habana, 1916.8 Regino Pedroso. «El castillo del Morro», ob. cit., p. 10.

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9 Jorge Mañach. Estampas de San Cristóbal. La Habana, Editorial Minerva,MCMXXVI, p. 15. Estas estampas, no exentas de poesía, ilustran muchosobre la vida habanera de la época.

10 Federico de Ibarzábal. Una ciudad del trópico. La Habana, EditorialHabana, 1919.

11 El Fígaro. La Habana, a. XLI, No. 2, enero 13, 1924, p. 22.12 Anales de la Academia Nacional de Artes y Letras. La Habana, t. V, No.

1-2, enero-junio, 1920, p. 22.13 J. M. Carbonell. Evolución de la cultura cubana. La Habana, 1928, t. V,

«La poesía lírica en Cuba», p. 344.14 Actualidades. La Habana, octubre 2, 1913.15 Fragmento de la primera estrofa de «La mala rabia», en las adiciones al

«Cancionero de Tristán de Morales», de Obras completas de José JacintoMilanés. Edición nacional del centenario, t. I, pp. 201-202. Poesías. LaHabana, Imp. El siglo XX, 1920.

VIEl Malecón:mar, luz y amor

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L a transición del siglo XIX al XX no fue para Cuba sólo deorden cronológico: significó también el inicio de una profundatransformación histórica para el país, y, naturalmente, para la ca-pital, que ya lo era de la República y no de la colonia, la últimaen nuestra América que se independizaba de España, gracias alas heroicas luchas de varias generaciones de patriotas cubanos.Pero la ocupación militar norteamericana �1898-1902� y lallamada Enmienda Platt, determinaron un nuevo tipo de depen-dencia colonial. La situación que creara esa dura realidad eco-nómico-política �liquidada por la Revolución victoriosa en1959� influyó decisivamente en la vida de la nación y, por ex-tensión, en el desarrollo y en el cambio de su fisonomía.

Abierto ante la espléndida línea del litoral, fue el Malecónuno de los factores de esa nueva imagen citadina, «la primera�según Emilio Roig de Leuchsenring� entre las avenidasmodernas de la ciudad, construida durante el período de ocu-pación militar norteamericana, y no con intención de mejorar eltránsito, sino por razones de salubridad y ornato público».1 Suprimer tramo se extendía sólo desde el Castillo de la Punta has-ta la Calzada de Belascoaín.

Agregaba el historiador de la ciudad que

fue una obra que embelleció notablemente a La Habana,además de proporcionar a sus vecinos el mejor lugar de es-

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parcimiento, siempre batido por las frescas brisas marinas[...]; la ciudad ofreció desde muy pronto, a su entrada, unamplio semicírculo bordeado de nuevos edificios y a todahora, especialmente por las noches, un panorama de excep-cional hermosura. Su nombre fue, en un principio, Avenidadel Golfo, pero el público prefirió siempre llamarlo por elgenérico de Malecón. En su comienzo, frente al extremo delPrado, hoy Paseo de Martí, se elevó una pequeña glorieta decemento, de discreto estilo griego, donde se situaba la Ban-da Municipal para ofrecer retretas algunas noches a la se-mana, y el lugar se convirtió en uno de los más frecuentadosde la capital.

Sucesivos gobiernos cubanos prolongaron el Malecón: en1921, hasta la entrada de El Vedado; en 1930, hasta la calle G,y en 1950 hasta el Castillo de la Chorrera; a la inversa, en 1927,desde la Punta hasta el comienzo de los muelles, denominán-dose este tramo Avenida del Puerto.

Durante el período de transición, también se operaron lasnormales transformaciones de los medios de transporte urbanodictadas por el progreso. A las guaguas tiradas por caballossucedieron los tranvías eléctricos y los ómnibus; a los quitrines,volantas y coches de punto, los automóviles, en lento procesode sustitución. Esto fue registrado por Gustavo SánchezGalarraga (1892-1934) en uno de los sonetos de su libro Cro-mos callejeros (1920):2

EL COCHERO

Por la mañana, entre bostezos, se acomodaen el viejo pescante de su coche empolvado;fustiga al caballejo huesoso y desmedrado,y blasfema, si siente que resbala o se enloda.

Antes, sin él no había bautizo, entierro o boda;pero hoy el automóvil lo tiene arrinconado.Le ha vencido el progreso, y solo, y olvidado,hoy ya nadie le alquila, porque «pasó de moda».

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Cuando cae la tarde, democráticamente,escancia en la bodega su copa de aguardiente;y mientras le hacen guiños burlescos las estrellas,pensando en su fracaso, con cruel melancolía,si él «supiera de libros», como Kempis diría:«¡Todas las cosas pasan, y nosotros con ellas...!»

La ventajosa competencia del automóvil con el coche duran-te los primeros años del siglo �esta vez asociado al Malecón ya los paseos y conciertos en su ya desaparecida glorieta�, apa-rece también en este soneto de Federico de Ibarzábal,3 de cuyoingenio ya tenemos antecedentes:

NOCHE HABANERA

La Banda Militar, en la Glorieta,preludia un paso-doble; los carruajesostentan damas de vistosos trajesque prestigian las noches de retreta.

Allá lejos, el mar; la luz inquietadel faro, que atraviesa los brumajes;cruza, envuelta en magníficos encajes,luminosa, la novia del Poeta.

Del Malecón en el pretil, inmóvilmira el pueblo cruzar el automóvil,heraldo del mecánico progreso.

Y al final del concierto, se disuelvela varia multitud, que desenvuelvesu aplauso, restallante como un beso.

Puede considerarse una moderna y sintética versión del poe-ma «Las muchachas del Paseo» (1838), de José Z. González del

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Valle, que ya conocemos, con una distinta ubicación del esce-nario del tradicional paseo de la juventud habanera. Tambiénlo es, con más detalles por más extensa, otra composición, de1912, que logra reproducir el mismo ambiente frívolo de las«noches habaneras» del Malecón, la misma coexistencia delcoche y el automóvil, y la misma tensión sentimental, pero másacentuada. Su autor es Bernardo Jambrina,4 poeta y actor espa-ñol que entonces estuvo vinculado a círculos artísticos de laciudad:

EN EL MALECÓN

El Malecón hervía de bullanga y de ruido,el sol de su viaje cotidiano, rendidose arrebujó en las mantas azulinas del mar,hubo un desfloramiento de rosas en los cielosy las aves lucífugas comenzaron sus vuelosesperando, sus crímenes inultos, celebrar.

Regurgitaba el Prado bellezas y bellezas,provocaban caricias las floridas cabezasy eran tronos las sillas todas del Malecón;sonaba de Beethoven la hermosa Pasionatay yo escuchaba atento la mágica sonataporque era una caricia sobre mi corazón.

¡Cómo quedan grabadas las habaneras noches...!Mareante pasaba la procesión de cochesy a mí me parecía cada coche un altar;esperaba con ansia, escrutador e inmóvil,divisar los tres focos de tu rojo automóvily mirarme en tus ojos y volver a soñar.

El luciente triángulo divisé en lontananzay renació en mi espíritu la perdida esperanza:rápido tu automóvil se acercaba hacia mí,

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se agrandaban sus luces como mis ilusionesy por afinidades y extrañas relacionesla luna surgió espléndida, tal vez en pos de ti.

Cerca de mí pasaste majestuosamente;al intenso prestigio de belleza, la gentetus manos y tu boca y tu cuerpo alabó;la piedad de tus ojos se posó en mi sonrisay dejaste una estrella perfumada en la brisaque llegó hasta mis labios y un beso me dejó.

Ansioso de escucharte fui al lugar de mi gloriaa sentir la caricia de tu voz de victoria,y en tanto que gustaba tu grato conversarse enjoyaban los cielos con las constelacionesy nos daban sus gratas musicalizacionesBeethoven y el undísono majestuoso mar.

Factura y aliento románticos en pleno siglo XX, pero a pesarde su estilo anacrónico, vívida pintura de la época, quizás noexenta de cursilería.

Los dos últimos bardos forman parte del espectáculo quedescriben, están inmersos en él, disfrutan la atmósfera galantey jovial de la festiva costumbre. Pero otro joven poeta, AgustínAcosta (1886-1979), lo contempla y describe a distancia concierta reticencia; su mirada es más abarcadora del escenario,sus personajes y el entorno, para advertir las dos caras de lamedalla, el reverso de la realidad social donde ocurre el rego-cijado desfile. El texto pertenece a su primer libro, Ala (1915):5

EN EL MALECÓN

Tarde de retreta. Tiene el Malecónuna bulliciosa dulzura discreta.La música encanta nuestro corazóncon un emotivo valse de opereta.

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Urde a nuestros ojos inútiles tramasel mar, y embargada nuestra fantasíaen la lejanía de los panoramasurde el panorama de la lejanía...

Por el espejeante carbón del asfaltoruedan los carruajes presurosamente;el sol, temeroso de un lúgubre asalto,se esconde en los rojos mantos de occidente.

Rápido desfile. Los coches se alejancomo en un torneo de altiva elegancia,y al pasar veloces en el aire dejanun acreditado perfume de Francia.

Y como hieráticas figuras inmóviles,concreción augusta de ensueño y de gracia,sobre la locura de los automóvilesvan las damiselas de la aristocracia.

Orgullosamente y en carrera francatriunfan en sus autos Maquiavelo y Creso.Subida de bonos ha habido en la Banca.Y los congresistas no van al Congreso.

Vértigo moderno. Sonoro bullicio.No poder gozarte lamento y deploro,pues en ti se cubre la lepra del viciocon un deslumbrante damasco de oro.

Falso regocijo flota en el ambiente.Aumenta el paseo de los paseantes...y hasta las estrellas coquetonamentebordan en el cielo puntos deslumbrantes.

Una niña ciega mendiga en el Prado.Una vieja gime tendida en el suelo.

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Dos ricas señoras pasan por su lado,los cuerpos gallardos bajo el terciopelo...

Miran a la niña... miran a la ancianay... �«Es falsa miseria... Lo mismo que todas...»dicen... Y se unen a la caravana,hablando de hombres... de fiestas... de modas...

Carlos Martínez Baena, para quien esas tardes no eran sólolas de la fiesta de música y paseo, sino las de ayer, hoy y maña-na, las maravillosas tardes habaneras del Malecón, el lugar «quedisfruta del adorno de puestas de sol únicas en el mundo», se-gún sentenció Alejo Carpentier, publicó el siguiente soneto enla revista Castalia en 1920:6

LAS TARDES DEL MALECÓN

A través de un calado jirón de nube, rosapor el último rayo del sol agonizante,luce Venus su fuego de pulido brillantey la luna su espectro de palidez medrosa.

El crepúsculo acaba. La tarde silenciosa,avanza lentamente, y el manto acariciantede sus velos, extiende sobre el rizo constantede las ondas, que mueren en la orilla rocosa.

Ha expirado la rubia luminaria del díay, mientras que descansa el Morro su grandezasobre la dura margen de la costa bravía,

simulando la sombra de un gigante tendido,la noche, calurosa, descansa su perezasobre la superficie del mar adormecido.

Hasta aquí, sólo hemos asistido a los momentos plácidos deeste lugar, cuando el espíritu es hechizado por la magia del

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crepúsculo. Pero tiene también el Malecón sus momentos nadafelices, en los días de tormenta cuando baten los nortes conviolencia; y es lo que captó en 1929 nuestro inolvidable ManuelNavarro Luna (1894-1966), mientras recordaba su tranquilopuerto de Manzanillo:7

MAR ABIERTO

Ya esto... es otra cosa.Sobre todo, el Mar.Mar abierto.Un Mar agrio, membrudo, mal humorado,agresivo.

Arrojan la basura de la Ciudada sus patios azulesy él, tranquilamente, aguanta.(A todo lo que es fuerte y bravole ocurre, en la entraña, lo mismo.)

Pero, un día, amanece de malas pulgasy, sin que nadie, ni los más atrevidos,puedan arrimárselelevanta sus brazosy, con un tremendo grito de protesta,fractura, a puñetazos, las costillas del Malecón,y le devuelve a la Ciudad su basura.

Y el Malecón tan limpio, tan pulcro siempre,chorrea sangrey se llena de mugre.

Qué distinto, este Mar, de aquel otro,de aquel Golfo de Guacanayabo,de aquella palangana de agua sucia,de aquel charquito

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de basurasin noticiasde la rebeldía.

Es evidente el contraste, en estilo y motivo, con las composi-ciones anteriores. El vanguardismo, en su etapa inicial, permi-tía todas las libertades �hasta los prosaísmos�, en su reaccióncontra la retórica al uso, y el regocijado autor de Surco las apro-vechó entonces con desenfado extremo, para luego evolucio-nar a intenso y genuino lirismo de puro impulso revolucionario.

En días más recientes, otro visitante, en magnífico poema, diotambién sus impresiones del Malecón en dos de sus momentoscaracterísticos: como escenario propicio al amor en la luminosanoche y como teatro de la imponente escena en que el Mar loabraza con sus gigantescas olas, y ya no es la visión de rebeldíaexpresada por Navarro Luna, sino todo lo contrario: los emba-tes del mar son semejantes a los impulsos de los enamorados,que a la vez imitaban sus movimientos... Son versos del poetabúlgaro Liubomir Levchev:8

LA AVENIDA DEL MALECÓN

¡Malecón, Malecón!Avenida rompeolas.Avenida para románticos.Avenida para marineros.Avenida para el amor postrero y primero.En el muro se han posado

aves nocturnas.Y la rocaes su tierna alcoba.¡Oh, Malecón!Collar de plena entregasobre el pecho

de la infinitud estelar.Los hombres están de pie

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de cara al océanoy parecen que son ahorala pedregosa costa.Las mujeres están de piede cara a La Habanay parecen que son ahorael océano mismo.

Nosotros seguimos creyendoen las fórmulas de hoyy decimos que se estrella el océano.Que se estrella la costa,las rocas pecadoras.Y que detrás de nosotros, hombres, nada quedará...

¡Malecón, Malecón!¿Por qué me llamasteen la hora en que una tormentaestá meciendo el Atlánticoy visiones de aguasaltan por encima del rompeolas,bailan por el asfaltoy buscan su recuerdo?Ahora hay peligro. Aquí no hay gente.Ni siquiera pasan automóviles.Ahora el agua y la tierraimitan a los enamorados.

Pero existe también un extenso poema de amor a esta privi-legiada parcela de la ciudad. Se titula Paseo del Malecón, 9 ysu autor, el habanero Oscar Hurtado (1919-1976), confiesa enel prólogo que «los intensos y siempre asombrosos crepúscu-los del Malecón fueron disfrutados por él en lo cotidiano deuna larga época que se prolongó en los calendarios». Selec-cionamos algunos fragmentos de estos salmodiantesendecasílabos libres que tienen más directa referencia coneste bello lugar:

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Una octava más alta habla el cubanodel normal diapasón de su garganta.Pero en el Malecón sólo el mar suena.Esa mar de las olas transparentesnos revela un jardín de piedras finasy un oculto y silente bosque rojoen un fondo crecido de corales.La mirada lo encuentra por momentosa la luz escarlata de su fronda,pero luego lo pierde en medianoche.El olor de la sal y los mariscosse mezcla con el de uvas de caleta.Amantes de la mar y de la pescasuperan este mundo desde un muro.En el lomo de esa ola surge un verdeque no puedo encontrar entre mis páginas.El verde colibrí luce esmeraldas.

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

Voy hacia el Malecón y sus corsarios.Las olas lo recorren cariciosaslimando lentamente el dienteperro.Su muro se atalaya hacia ese caldoque nos nutre con pólipos y salesde calcio en sedimento secular.De esta lluvia tenaz, de estos cadáveresen el fondo del mar depositadosvan surgiendo las islas venturosas.

○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○

El día que decrece suavementeva de nubes henchido y de colores.Collar del Malecón, sus verdes lucesse encienden cuando el sol desapareceen misión de acoger a los vampirosque dan por terminada la alta siesta.

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Ese niño que pasa cabalgandosobre el cuerpo dorado de un delfínsoy yo mismo en las aguas de mi mente.

Los tiempos han cambiado y los paseos de antaño han des-aparecido o han escogido otros escenarios, pero el poema deHurtado incluye una viñeta de los bailes populares del litoral,descritos con gracia que no desaprovecha los modismos de laépoca y donde no falta la referencia a una tradición habaneracomo es el cañonazo de las nueve de la noche:

Es la noche del sábado y la lunalunera de sonar cascabelerave llegar las parejas de danzantes.Van y vienen con ojos entornadosy ondular de caderas epilépticas.

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En la fiesta, Romeo con su Prieta.Este baile del pueblo al aire libreconjura a las parejas sospechosasde buscando el amor echando un pie.Todo aquí es bailar y nada más.Son las nueve y sereno de la noche.Sorpresivo bangán del cañonazo.Las felices parejas de danzantesen sus trajes derraman la cerveza.Baila, baila y disfruta de la vidaen el parque de enfrente a La Cabaña.

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Después de esta singular experiencia poética del Malecón,vale la pena reproducir un ágil boceto del paisaje marino quese divisa desde el hermoso paseo, obra de Federico deIbarzábal:10

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LONTANANZA

Se aleja el barco. Se pierdeen la extensión infinita.Ya es sólo una lucecitaverde.El mar es una lagunaquieta, dormida, serena.Surge entre gasas la lunallena,como una enorme pupilaque atisba desde los cielos,como una maga sibilade mayestáticos velos.Y es, en la plúmbea extensióndel mar, su verde reflejo,como una constelaciónlicuada en un catalejo.

Fascinado también por el irresistible embrujo del crepúsculode este lugar, un fino poeta de origen campesino, José IreneValdés (1911), le dedica estas décimas, que incluyen el paisajemarino y el paisanaje en acción. Aparecen en su libro Glebas(1973):

EN EL MURO DEL MALECÓN

Mi alma es una gran bahíaFAYAD JAMÍS

El mar, de un azul nervioso,toca el alma emocionaday nos lleva la miradaa un horizonte brumoso.Como un gigante en reposose ve un buque soñoliento,

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y un bote, con cargamentode bullicio y falsas prisas,deja una estela de risasque se alarga por el viento.

Pescadores por placeratisban las aguas quietasy forman rápidas grietassus anzuelos al caer.A otros se les puede verenarbolando un chinchorro,y mientras un breve corromira la pesca logradadel sol la postrer miradaenciende el faro del Morro.

Olas violentas, sumisas,se acercan, como si fueranhombros de agua que trajeranuna carga de sonrisas.A distancias imprecisasse ven barcos navegar,y aquí, siguiendo un andarde incitaciones con faldas,hay muchos ojos de espaldasa la belleza del mar.

¡El Malecón de La Habana! Nadie que lo haya visitado a lacaída de la tarde, puede olvidar ese momento, cada día único ydiverso, del que dio su propia visión el español Ángel Lázaro ensu libro Romances de Cuba y otros poemas (La Habana, 1937):

MALECÓN(Apunte)

El mar denso, extendido,veía caer al sol, ya desangrándose;

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el Castillo elevaba su silenciode piedra gris y rosa ante la tarde;

lejos, una goletatendía al aire quieto su velamen

y el cielo iba encendiendo,crepuscular, la pompa de sus mármoles.

En fin, el Malecón en el recuerdo de los niños y adolescentesque, ante la imponente presencia del mar en calma, gustabande lanzar piedras, para verlas abrir en la espesa masa líquidagrietas fugaces cual si fueran provocaciones pueriles al oleaje,mientras en torno la vida de la ciudad transcurre sin cesar, bajoel sol tropical en declive y envuelta en el viento que forma olasde papeles en las aceras. La estampa es de Luis RogelioNogueras (1944-1985), de tan profunda huella en la poesíacubana. Se titula «Poema» (de su libro Las quince mil vidas delcaminante, 1977):

Tarde de inviernoen la que lanzo pequeñas piedras al mar inmenso

y te recuerdo.Los autos pasan veloces silenciosos remotos

por la avenida.El sol es una mancha borrosa en el horizonte

y el cielo tieneel color triste oscuro de un abrigo gastado.El viento arrastracon fuerza papeles por la acera del Malecón.

Pero si el Malecón es una de las peculiaridades más relevantes�y bellas� de La Habana, cuya poesía no cesa de ser expresa-da en esta selección, una de sus singularidades es la presenciade la reliquia colonial que en la intersección de la Calle Marinaalza su pétrea estructura. Allí el Torreón de San Lázaro (alude asu proximidad a esa calle) ha resistido durante innumerables dé-

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cadas los embates de las marejadas y del almanaque con impre-sionante estoicismo. Su desafío del mar y del tiempo en sitio tanestratégico, también ha inspirado a otros. Uno de ellos, JoséVictoriano Betancourt (1813-1875), con sus versos dedicados «AlTorreón de San Lázaro»,11 cuando aún no se le había robado almar espacio para dicho paseo y la vigilante mole centenaria�previsora de la piratería� se asentaba en plena playa. De estepoema son los fragmentos que reproducimos:

De San Lázaro en la playay dominando un estero,sin pabellón ni pedrerose alza un pardo torreón;ya no grita tras del muro¡alerta está! el centinela,y su soledad revelamemorias de maldición.

Sólo la ligera iguanasus viejas almenas cruza,sólo agorera lechuzabusca un nido entre su horror;sólo agreste romerilloallí lozano vegeta,y asoma por ancha grietasu amarilla-blanca flor.

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Alguna vez en noche borrascosasi brama el viento y con furor se estrellaen la negra muralla pavorosadel altivo e inmoble torreón;y rompe el mar sobre las rotas peñasrevueltas ondas con mugir horrible,se oye ese grito espantador, terrible,que pone angustia y miedo al corazón.

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Y el monótono ruido de los remossobre las aguas escuchar se deja,de alguna barca en que veloz se alejaalgún supersticioso pescadormurmurando devotas oraciones,que interrumpe tal vez de tiempo en tiempo,para lanzar horribles maldicionessobre el ave agorera que gritó.

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No ha visto más que un sol puro, abrasante,inundar con su luz el limpio cielo,y un mar azul, inmenso, centellante,y un suelo ornado de eternal verdor;y un pueblo que se agita en torno suyosin tenderle jamás una mirada,y una raza del cielo condenadaa ser objeto de asqueroso horror.

Su misión es de paz, nunca la guerrale hizo temblar con bárbaro tronido,ni con sangre empapada vio la tierra,ni oyó del moribundo el alarido.Sobre él a meditar viene el poetaabandonando la ciudad dormida,y brota un pensamiento de una grieta,donde inmundo reptil tal vez se anida.

A profundas y gratas reflexionesabre su corazón, y lo pasadopenetra por las lóbregas regiones,de la verdad por el fulgor guiado.Y ya se lanza con audace vueloa la región del porvenir oscuro,y rasgar por ventura logra el veloque oculta a los mortales lo futuro.

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Esa concepción poética del entonces joven escritor, que lue-go dejó páginas perdurables sobre las costumbres de su épo-ca, data de 1838, en días sombríos de opresión y esclavitud.Más de cien años después, nada menos que Eliseo Diego (1920-1994) fue atraído también por ese personaje de la mitologíahabanera, y ofreció una bella estampa para lectores infantiles�y adultos�, en sencillas líneas magistrales:

EL TORREÓN DE SAN LÁZARO12

¡Son demonios éstos?Piratas de América

Antaño el Malecónno fue calle ni casas sino monte,y allá en el Torreón,cuando calla el sinsonte,vigilaba un soldado el horizonte.

Azul, azul el mar,como hoy lo ves entonces se veía.Mas otro era el cantarde la resaca fríaentre las rocas hacia el fin del día.

Una nerviosa manoquizás crisparse vieras en la almena,cuando un punto lejanorayase la serenallanura en paz con ágil nieve ajena.

¿Tal vez algún navíoque trae de Cádiz el perfume amado?Puede que sea el sombríoDemonio inglés osado,el que va siempre con la muerte al lado.

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El viejo Torreónsiente que nunca nadie abre su puerta,pero en su corazónla costa está aún desiertay aguarda tenso el grito aquel de ¡alerta!

Como es fácil advertir, la seducción del maravilloso litoral deLa Habana, de su Malecón incomparable, es general, y cadapoeta ha expresado no sólo su propio sentimiento, sino tambiénel de cada persona que acude a contemplar la inquieta inmen-sidad azul y a escuchar la música de las olas y a henchir lospulmones con el aire vigorizador que esparce las espumas...Una nota muy personal es la de nuestro admirado Jesús OrtaRuiz. No en una décima, sino en sugestivas «tercerillas», el IndioNaborí ha cantado su «Habanera».

La Habana es una ventanaal mar. Canta en mis pulmonesel aire azul de La Habana.

Lejos de ella, suelo estarfalto del aire preciso:necesito el mar, mi mar,

mi mar con su Malecón,el azul con el recuerdo,la espuma con la ilusión.

No me lleven al Edén,que si no estoy en La Habana,no sé, no respiro bien.

Ya antes otro poeta hizo referencia al bronco, resonante soni-do, donde se reunía el sentido del tiempo como presencia in-mediata y como tradición histórica: el cañonazo de las nueve,disparado con salvas desde la fortaleza de La Cabaña. El poetaLuis Suardíaz (1936) también captó en sus versos esa peculia-

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ridad citadina que incitaba a comprobar la hora en todos losrelojes:

EL TRUENO DE LAS NUEVE13

Descarga La Habana su cañón.El espacio parece quebrarse y los astros más nítidosse estremecen no obstante su bien resguardada lejanía.Si es verano el sol clausura sus últimas tiendas,si es otoño la noche despliega su danza de pies descalzos,si es primavera la lluvia arde por un instante en la explosión,si es invierno no será la ciudad sino la melancolía quien se azorea las nueve, las veintiuno de la hora military de los comunicados que los barcos componen con su humo

solidarioen los libres dominios del puerto.Cuando este lobo a orillas del mar cierra un ojo y retumba,La Habana ya no es empujada al cautiverio como en los ásperosdías coloniales sino que continúa trenzando sus mágicas alfombrasen las que hace su ronda el viento del Caribe.Y los relojes, aun los semejantes a escarabajos verdes,inclinan sus banderas, porque del viejo lobo emerge el tiempo,rotundo, sustantivo, como es en la fábula real.Con ese aullido de animal vapuleado, los capitanes imperialesdecretaban la muerte de la ciudad, con ese humo de las nueveque soltaba el fantasma del miedo, uno que nada podíacontra el duende criollo, el azogue de la rebelión.Ahora es otra la pieza, otro el artillero que hace estallarese poema de una sola sílaba.La Habana crece a la sombra de su cañón.

Notas

1 Emilio Roig de Leuchsenring. La Habana. Apuntes históricos, t. II. LaHabana, Consejo Regional de Cultura, 1963, p. 159.

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2 Gustavo Sánchez Galarraga. Cromos callejeros. La Habana, s. e., 1920.3 Federico de Ibarzábal. «Noche habanera», en Una ciudad del trópico. La

Habana, 1919.4 Bernardo Jambrina. «En el Malecón», Letras. La Habana, marzo 10, 1912.5 Agustín Acosta. Ala. La Habana, Biblioteca Studium, 1916.6 Carlos Martínez Baena. «Las tardes del Malecón», Castalia. La Habana,

sept. 15, 1920, p. 160.7 Manuel Navarro Luna. «Mar abierto», Revista de Avance, dic. 15, 1929.8 Liubomir Levchev. «La avenida del Malecón», en Poesía. (Traducción de

Desiderio Navarro). Editorial Arte y Literatura, 1978.9 Oscar Hurtado. Paseo del Malecón. La Habana, Ediciones R, 1965.10 Federico de Ibarzábal. «Lontananza», ob. cit.11 José Victoriano Betancourt. «Al Torreón de San Lázaro», La Siempreviva,

t. 7. La Habana, 1938, pp. 31-35.12 Eliseo Diego. «El Torreón de San Lázaro», en Soñar despierto. La Haba-

na, Editorial Gente Nueva, 1988, pp. 20-22.13 Luis Suardíaz. «El trueno de las nueve», en El pueblo en las calles. Direc-

ción Provincial de Cultura. La Habana, 1981.