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Poder popular y nación

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Poder popular ynación

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MIGUEL MAZZEO

Poder populary nación

Notas sobre el Bicentenariode la Revolución de Mayo

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Poder popular y naciónNotas sobre el Bicentenario de la Revolución de MayoMiguel Mazzeo

Colección CascotazosEditorial El Colectivo y Ediciones Herramienta, Buenos Aires, Argentina

Arte de tapa: Florencia Vespignani - Alejandra AndreoniDiseño de interior: Gráfica del ParqueCorrección: Graciela Daleo

Editorial El [email protected] - www.editorialelcolectivo.org

Ediciones HerramientaAv. Rivadavia 3772 – 1/B – (C1204AAP), Buenos Aires, ArgentinaTel. (+5411) 4982-4146. [email protected] / www.herramienta.com.ar

ISBN: 978-987-1497-36-2Printed in ArgentinaImpreso en la Argentina, junio de 2011

Copyleft

Esta edición se realiza bajo la licencia de uso creativo compartido o cre-ative commons. Está permitida la copia, distribución, exhibición y uti-lización de la obra bajo las siguientes condiciones:

Atribución: se debe mencionar la fuente (título de la obra, autor/a, edi-torial, año).

No comercial: se permite la utilización de esta obra con fines no comer-ciales.

Mantener estas condiciones para obras derivadas: solo está autorizadoel uso parcial o alterado de esta obra para la creación de obras derivadassiempre que estas condiciones de licencia se mantengan para la obra resul-tante.

Mazzeo, MiguelPoder popular y nación : notas sobre el Bicentenario de la Revolución de Mayo1a ed. - Buenos Aires : El Colectivo : Herramienta, 2011.128 p. ; 20x14 cm.

ISBN 978-987-1497-36-21. Historia Argentina. 2. Bicentenario. I. Título

CDD 982

Fecha de catalogación: 20/04/2011

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7Índice �

Índice

Presentación 9

Prólogo 11

Introducción 15

Capítulo 1Nación, clase y hegemonía. Los frentes del debate 19

Capítulo 2Nación y autodeterminación 41

Capítulo 3Realidades y símbolos del Bicentenario argentino 69

Capítulo 4Sobre el neorrevisionismo 87

Capítulo 5Creencias leves, nueva militancia “evolucionaria”…u otro proyecto: una patria libre, soberanay autónoma 99

Epílogo 115

Bibliografía 121

Sobre el autor 127

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En Nuestra América, a lo largo de las últimas déca-das, un conjunto extenso y variado de organizacionespopulares y movimientos sociales surgieron y se conso-lidaron en oposición al neoliberalismo. Además de tenerun enorme poder de impugnación al sistema dominan-te, supieron delinear los trazos gruesos de una crítica alos paradigmas emancipatorios clásicos del siglo XX. Deeste modo, fueron consolidando un consenso sobre el tipode socialismo al que ya no se aspiraba. Sin embargo, hansido muy pocos (y confusos, y ambiguos) los pasos dadosen pos de trazar un camino común, en dirección al socia-lismo que se quiere construir, y de planear la estrategiapara realizarlo.

Estas carencias políticas hacen que las experienciasnacidas al calor de las luchas en estos años corran seve-ros riesgos de ser fagocitadas por las nuevas gobernabi-lidades reformistas, de sufrir la dispersión de susmilitantes y de retroceder políticamente, retornando alentumecimiento de viejas certezas, al dogmatismo o alpopulismo.

9Presentación �

Colección Cascotazos.Presentación

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En definitiva, estas limitaciones ponen en juego elcapital antisistémico acumulado, con esfuerzo y creati-vidad, por las organizaciones populares y los movimien-tos sociales durante largos años, y afectan la confianzaen sus aptitudes.

La Colección Cascotazos nace con la intención de rea-firmar nuestra confianza en las potencialidades surgidasdel proyecto emancipatorio de los de abajo. Nuestroslibros buscan contrarrestar el desarme político, y se pro-ponen como insumos para delinear, en nuestros debates,una definición positiva de aquel socialismo que busca-mos, y para sugerir algunas estrategias con vistas a suconcreción.

Las obras de la colección abordan un conjunto detemas sobre los que hoy resulta imperioso hacer oír otrasvoces, que rompan con los discursos que instigan a laaceptación de lo existente y que amplíen el horizontepor venir. Queremos hablar donde suele callarse, y emi-tir un grito donde abunda el silencio. No buscamos eri-gir verdades cerradas, sino que nos animamos a tirar laprimera piedra.

Editorial El ColectivoEdiciones Herramienta

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Invocar la nación y la cuestión nacional en espaciosde la militancia popular promueve reacciones dispares,pero nunca indiferencia. Para algunos, esta invocaciónremite a cuestiones ajenas a la agenda de la izquierday certifica una vocación por la conciliación de clases yla adhesión al populismo. En otros, genera un raro fer-vor que oscurece elementos básicos del análisis político,como la vigencia de la lucha de clases.

La nación ha sido, durante décadas, un gran malen-tendido de nuestra militancia popular y el trabajo de Mi-guel Mazzeo aporta a desnudarlo, no por vocación do-cente, sino por cuestiones de oportunidad política. Esemalentendido se ha convertido en uno de los grandes nu-dos (me atrevería a decir: el principal) que entorpeceny limitan las posibilidades de incidencia política y lasperspectivas de intervención revolucionaria.

Mazzeo desbroza este debate buscando el origen deesta incomprensión en las fuentes originales de nuestraizquierda, cometiendo la herejía de atribuir la confusión,entre otras cosas, a una percepción insuficiente del pro-blema por parte de los clásicos, y no tanto a una lectu-ra insuficiente de los clásicos.

11Prólogo �

Prólogo

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Con la misma decisión arremete contra el relato del re-visionismo histórico, desnudando su inconsistencia. Y en-cuentra en aquellos equívocos originales la matriz de jus-tificaciones presentes que permiten adherir “por izquierda”al proyecto kirchnerista.

Al tratar de presentar el problema de la cuestión na-cional y el de la lucha de clases se aparta de quienes “es-cinden la clase y la lucha de clases de la nación” y de quequienes “escinden la nación de la clase y de la lucha declases”. Dice que la clase es “un enjambre de luchas,oposiciones, rebeldías, sueños, experimentos, y tambiénun pasado que se va actualizando permanentemente”,coincidiendo con Ana C. Dinerstein en que “la lucha declases es una lucha sobre las formas políticas, sociales,económicas, culturales, identitarias y organizacionales eny contra el capital como relación social fundamental”;para concluir que “ni la clase ni la nación tienen entidadpor fuera de la relación y por fuera del proceso históricoque las determina. La clase es en la nación y la naciónemerge de la lucha de clases”. Si esto es correcto, redu-cir la nación a su versión capitalista, sería certificar el finde la historia.

Seguir creyendo en la continuidad de la historia y de lalucha de clases reafirma la posibilidad de una nación dise-ñada por el pueblo trabajador y la ubica en un lugar de dis-puta y apropiación.

La mirada de Mazzeo no queda limitada a cuestiones ar-queológicas o semánticas. Se anima a proponer conclusionesy vinculaciones. Afirmando que “el poder burgués no seasienta solamente en el campo de la infraestructura” y que“el poder popular tampoco”, Mazzeo advierte:

La disputa hegemónica contiene necesariamente unadisputa por el significado de la nación y la patria. Si seabandona irresponsablemente este plano, si la fuerzapolítica, organizativa, institucional alternativa no se

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combina con el desarrollo de un poder cultural y sim-bólico capaz de obtener un liderazgo nacional (la nacióncomo proyecto político remite también a un hecho cul-tural), directamente se anula todo horizonte hegemó-nico, toda capacidad contrahegemónica.

No debería sorprendernos entonces la escasa vocaciónde poder de la vieja izquierda (y una buena parte de lanueva). Ni tampoco que esas limitaciones hayan dejadovacíos que facilitaron el resurgimiento de viejos relatosque parecían condenados al cementerio de la historia.

El autor puede advertir, también, que la vocación dedefender el proyecto socialista a partir de experiencias lo-cales o sectoriales que prefiguran la nueva sociedad,como las que en los hechos propusieron el neozapatismomexicano o el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tie-rra (MST) de Brasil en los noventa, parece insuficienteante las posibilidades abiertas por el nuevo mundo multi-polar del siglo XXI, y que se torna imprescindible buscarlas formas de proyectar esas experiencias a dimensionesnacionales, como tránsito indispensable hacia propuestasmas abarcadoras. También percibe los riesgos de confun-dir necesidad con virtud, enamorándonos de la micropo-lítica, de las redes y de la supuesta pureza campesina, ori-ginaria o piquetera.

No menciona este ejemplo el autor, pero creo que—seguramente— lo comparte: las misiones jesuíticas in-sertadas con cierta autonomía en las administracionescoloniales, aun al precio de renegar de sus antiguosdioses, permitieron el desarrollo de sociedades menosopresoras para los pueblos originarios, salvando muchasvidas, rescatando artesanías y tradiciones culturales,formando algunos dirigentes rebeldes. Pero la historia dela liberación de Nuestra América, como proyecto incon-cluso, no es la historia de la proyección política de lasmisiones jesuíticas.

13Prólogo �

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La radicalidad de la generación militante de fines delos noventa, todo el caudal acumulado en experiencia yorganización, el poder popular construido desde lasbases, prefigurando un socialismo libertario, están frentea la alternativa de trascender, asumiendo una nuevaradicalidad que convoca a disputar la nación, o de sacra-lizarse, convirtiéndose en adorno de políticas ajenas,aportando referencias funcionales a demostrar que elcapitalismo también puede contener islas solidarias.

La decisión de afrontar con rigor intelectual los nudosdel debate de la militancia popular ha sido una constan-te en la trayectoria de Mazzeo. Su producción teórica loha convertido en una referencia intelectual en muchospaíses de Nuestra América y, me animaría a decir, es másdifundido y leído en Brasil, Venezuela y Perú, que en laArgentina. Lo que no resulta extraño en un país dondelos celos intelectuales y políticos suelen ser más poten-tes que las vocaciones de poder con una orientación revo-lucionaria.

Al prologar su primer libro, donde nos sugería “vol-ver a Mariategui”, arriesgué que Miguel era un perroverde. Un ejemplar raro de intelectual, que seguramen-te habría de dejar una huella trascendente. Dieciséis añosdespués compruebo con satisfacción que, si bien sueloerrar en mis pronósticos, esta vez no me equivoqué.

Guillermo CiezaFebrero de 2011

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Uno de los mayores impedimentos para el desarro-llo socialista ha sido, y lo continúa siendo, la per-sistente desatención de la cuestión nacional…

István Mészáros

Este trabajo tuvo alguna vez pretensiones de ensa-yo extenso y polícromo.1 Pero los vastos alcances de latemática, y las urgencias del debate político en lamaraña del campo popular argentino, nos han hechoceder a las insinuaciones de los compañeros y las com-pañeras y posponer para otro momento las profundiza-ciones y pulimentos. Por lo tanto, puede que estos textosretacos y macizos que presentamos al/la lector/a nomerezcan otra categoría que la de notas o apuntes; en

15Introducción �

Introducción

1 El punto de partida de este trabajo fue un artículo breve titu-lado: “Pensar la nación. A propósito del Bicentenario de la Revoluciónde Mayo”, publicado en Herramienta 44 (junio de 2010), y en AA.VV,Dossier Bicentenario. La Juntada de la Izquierda Independiente. Facul-tad de Filosofía y Letras: UBA, 2010.

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fin: insumos para un ensayo. En ese caso, aspiramos aque estos textos —aunque más no sea “a la pasada” y“entre bache y bache”— deslicen unas pocas intuicionespolítico-historiográficas útiles para rediscutir la cuestiónnacional y las posibilidades de una historia razonada,militante, consecuentemente crítica, pensada desde lainsubordinación; que aporten algunos indicios respectode las continuidades (interrogativas, no deificadas nipacíficas), y también en torno a las diferencias rotun-das, es decir: las palabras malditas que deben ser pro-nunciadas, las rupturas que deben ser instituidas de caraa la construcción de un proyecto de transformación radi-cal de nuestra sociedad.

Deseamos fervorosamente que estas sean unas notasinmanentemente constitutivas, que contribuyan a deli-near estrategias de resemantización de la nación y dearticulación de las construcciones y las luchas territoria-les con las luchas nacionales. Queremos que estos apun-tes ayuden a repensar lo nacional-popular desde lascoordenadas afines a un proyecto genuinamente eman-cipador, es decir: desde una perspectiva que articule dia-lécticamente lo hegemónico con lo clasista, lo nacionalcon lo anticapitalista. Asimismo, tratamos de adentra-mos en el problema de las vinculaciones (o de las “afi-nidades electivas”) entre la memoria, el presente de lopresente y la expectación o el proyecto.

La cuestión nacional está inserta en la matriz mismade la praxis revolucionaria. Por lo tanto está en estre-cha correspondencia con asuntos vinculados al poder, lasidentidades, los aspectos que cohesionan a las clasessubalternas, oprimidas y explotadas, con su autonomíaorganizacional e institucional, con las líneas políticasestratégicas, con la articulación de las esferas de lo socialy lo político, con los enlaces entre el ser particular y lasideas y objetivos generales, etcétera. Es necesario,

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entonces, trabajar permanentemente en pos de su dilu-cidación, dado que las caracterizaciones erradas condu-cen a la mala praxis, imponen itinerarios que nuestropueblo jamás reconocerá como propios y posicionan enel árido terreno de la antihistoria.

Creemos que el muestrario de problemas vinculadosa la nación y a lo nacional incrementó su visibilidad enlos festejos oficiales del Bicentenario argentino, que —sos-tenemos— funcionaron como momento condensador2 ycomo instancia de revitalización del tema nacional. Unainstancia que además profundizó la exigencia de posicio-namientos explícitos frente al proceso iniciado en 2003.Se trató de un momento adecuado para el establecimien-to de continuidades y para la resignificación de las tra-diciones, como también para que asomara un conjuntode representaciones del futuro (que incluyen a los pro-yectos de nación). Por eso tomamos los festejos oficia-les del Bicentenario argentino como punto de referenciapara nuestra reflexión, porque de alguna manera nosimpusieron esta intervención, aunque —aclaramos— noes nuestro objetivo realizar un análisis minucioso de losmismos. Sencillamente asoman en nuestro relato comomar de fondo.

Nos parece importante destacar que estos textos senutren no solo de lecturas especializadas y teorías elabo-radas, sino también de una praxis militante. Por cierto,esta última opera como el estricto tamiz de las primeras.Fuera cual fuere el asunto tratado, directa o indirecta-mente siempre hablamos de una experiencia (una viven-cia) más o menos inmediata de ese asunto. Asimismo,estos textos pretenden intervenir en un debate dentro del

17Introducción �

2 Lo mismo se puede plantear, aunque en otra escala, en rela-ción con el sepelio del ex presidente Néstor Kirchner, el 27 y el 28de octubre de 2010.

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colectivo político-social-cultural que constituye nuestracircunstancia, el Frente Popular Darío Santillán (FPDS),con el fin de promover la elaboración colectiva y sedimen-tada de algunas definiciones políticas estratégicas y decolaborar con la determinación de sus tareas. Por lo tanto,este trabajo no refleja posicionamientos orgánicos, porlo menos no en el sentido de una “línea oficial” y muchomenos en el de una “línea correcta”. Simplemente dacuenta de un punto de vista más en el marco de esta orga-nización. Tal vez este locus les aporte a nuestras enun-ciaciones algún grado de legitimidad, por lo menos paratodos aquellos y aquellas que persisten en una produc-ción teórica vinculada a las luchas sociales y políticas.

Finalmente, debo agradecer la colaboración de AldoCasas, Guillermo Cieza, Graciela Daleo, Sergio List,Sergio Nicanoff, Fernando Stratta y Mabel Thwaites Rey.Sus enfoques intuitivos, analíticos y/o normativos fueronuna referencia insoslayable para mí. También quieromanifestar mi reconocimiento a los compañeros y com-pañeras de un conjunto extenso y variado de espaciossociales y políticos populares de la Argentina y de NuestraAmérica, cuyos puntos de vista he tenido la posibilidadde conocer, y que han influido de manera determinanteen este trabajo y de mil modos lo han alentado. Comocorresponde, la responsabilidad por el producto final esexclusivamente mía.

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Esa lucha por la desarticulación del antiguo sis-tema hegemónico y la rearticulación de suscomponentes contradictorios en torno a un nuevosistema hegemónico puede ser caracterizada comouna lucha entre la nación burguesa autoritaria y lanación popular democrática. En ese sentido laizquierda socialista y democrática es portadorapotencial de un modelo alternativo de nación.

Leopoldo Mármora

IEste trabajo fue producido en el fragor de polémi-

cas y debates sostenidos en varios frentes, principalmen-te con los lugares comunes —los trillados recetarios—replicados incansablemente por la vieja izquierda, conlos posicionamientos ingenuos y ambiguos de ciertaizquierda dizque heterodoxa y con las reediciones del dis-curso nacional-populista tradicional, auspiciadas direc-ta o indirectamente por el proceso histórico argentino,sobre todo a partir del año 2003.

19Nación, clase y hegemonía �

CCaappííttuulloo 11

Nación, clase y hegemonía.Los frentes del debate

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En los dos primeros casos, nos referimos a los debatesy polémicas con las formulaciones dogmáticas y unidi-mensionales, ya sean clásicas, modernas o posmodernas,subdeterminadoras de la existencia social, negadoras delas dimensiones y los componentes nacional-populares delos proyectos de auto-emancipación y de las luchas quelas clases subalternas y oprimidas y explotadas libran conel fin de dejar de ser clases “subalternizadas”, y paraacabar con las variadas formas de opresión y explotación,para devenir clases hegemónicas y dirigentes.

Es decir, nos remitimos a debates y polémicas conaquellas prescripciones que no reconocen la centralidadde la nación (como idea y como realidad) para los sis-temas de hegemonía y para las prácticas contrahege-mónicas.

En algunos casos, porque no se asume el principiohegemónico como forma posible de la lucha de clases yse pretende fundar la acción revolucionaria en el desplie-gue de las contradicciones sistémicas que, en términosde dos versiones extremas y paradigmáticas, pueden estarcircunscriptas a aspectos materiales y a las modalidadesde la apropiación de plusvalía en el proceso de produc-ción, o a la “fuga biopolítica” o la “conexión rizomáti-ca” (cf. Deleuze, 2002). En las dos versiones, se descuidael plano de la dominación y la subordinación de clase, yasea por poner el énfasis en la explotación económica, opor ponerlo en la diferencia. En las dos versiones predo-mina un sentido ahistórico y abstracto, ajeno a todacoyuntura concreta, a toda mediación subjetiva y a todaslas formas institucionales a través de las cuales se expre-sa el trabajo.

En otros casos, porque, aun asumiendo el principio hegemónico, se lo desvincula de lo nacional. Como si la he-gemonía (y la contrahegemonía) aconteciera en un vacíohistórico.

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Sin lugar a dudas, esta operación se corresponde conlas típicas limitaciones de los partidos y grupos de lavieja izquierda, basados en principios abstractos y enestructuras burocráticas y sectarias, proclives a la rigi-dez doctrinaria, a las perspectivas ideológicas exclusi-vistas y a las palabras que nacen viejas; incapaces, porlo tanto, de establecer una conexión con las praxis y lacultura nacional, popular y democrática, incapaces deenriquecer y dotar esas praxis y esa cultura con pers-pectivas radicales.

Pero también podemos percibir maniobras del mismosigno en muchas organizaciones y en movimientos anti-sistémicos que fueron y son baluartes en la resistenciaal neoliberalismo y en la crítica a las experiencias malo-gradas de los denominados socialismos reales y a todoslos formatos dogmáticos y doctrinarios del socialismo;pero que, a pesar de su arraigo y de sus aptitudes paramanifestarse como poderes populares constituyentes yautodeterminantes, a pesar de su pluralismo ideológico,aún siguen siendo débiles en materia de economía polí-tica y filosofía política (alternativas); es decir: siguen fla-cos de proyecto y de liderazgo políticos, lo que retrasala construcción de un bloque social revolucionario, altiempo que pone en juego su propia existencia.

Ahora bien, algunos sectores de la izquierda dizqueheterodoxa no reconocen estas debilidades, e incluso lasdecodifican como virtudes y antídotos contra el vanguar-dismo, la autocracia, etcétera. Es más: inspirados en unanueva razón relativista, han elaborado teorías de unsofisticado barniz, a partir de esas limitaciones. Teoríasde la resistencia un tanto paradójicas, que parten deldinamismo del caos y de los “flujos de descodificación”que escapan a las “maquinarias binarias estatales” (cf.Deleuze/Guattari, 1997), pero que terminan justifican-do la pasividad. Teorías que irremediablemente conducen,

21Nación, clase y hegemonía �

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tanto en el plano especulativo como en el político, alliberalismo más o menos progresista y que, claro está,conviven a la perfección con el mercado y la democra-cia capitalista. Un ejemplo: el kirchnerismo deleuzia-no de Toni Negri.

Otro ejemplo, en este caso verdaderamente lamen-table, es el de las organizaciones populares de laArgentina que hace algunos años fueron catalogadas comoparadigmas del antivanguardismo, de la construcción desociabilidad alternativa al capitalismo, de la invencióncreativa y de la revolución “aquí y ahora”, y que termi-naron integradas al proyecto populista; un verdaderocementerio para todo aquello que pedantemente se con-cibió como el aporte vernáculo a una supuesta revoluciónteórica de la tradición marxista. De este modo, estos sec-tores ponen el acento en las diferencias y no en las con-tradicciones más rotundas; no reconocen la productividadpolítica (antisistémica) de las combinaciones entre uni-dad y diferencia, entre conciencia de clase y deseo.¿Cómo ejercer una crítica al capital si no se reconoce ala lucha de clases como el punto de partida teórico? Heaquí nuestro segundo frente de debate.

Percibimos entonces que, en dilatadas franjas del ac-tivismo de izquierda de la Argentina, usualmente consi-deradas como “heterodoxas”, “autonomistas”, “basis-tas”, etcétera, no se asume la necesidad de desarrollarla conciencia nacional de las clases subalternas y oprimi-das. Por lo tanto, desde concepciones profundamente an-tidialécticas, desde versiones dispares del economicismo,del corporativismo, del internacionalismo o el “federa-lismo” abstractos, y especialmente desde la “microfilia”,se vienen alimentando la alienación y el desarraigo res-pecto de las tradiciones, la cultura, los sentimientos, losintereses y la vida práctica de las clases subalternas yoprimidas.

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De modo directo e indirecto retomamos viejos deba-tes con aquellas posiciones que partían de las incompa-tibilidades entre socialismo y nación y entre lo nacionaly lo internacional.

En el tercer caso, nos referimos a los debates y polé-micas con una concepción neopopulista1 y folclorizado-ra de lo nacional-popular; una concepción agotadapolíticamente y filosóficamente empobrecida que se havuelto incompatible con la producción de sujetos nacio-nal-populares autónomos y críticos; una concepciónabsolutamente asimilable al horizonte histórico de lasclases dominantes y su proyecto de poder.

Proponemos en esta instancia un debate con aque-llos sectores que sustentan concepciones anacrónicas y/oacotadas del antiimperialismo, al que además concibencomo horizonte y principio articulador. El antiimperia-

23Nación, clase y hegemonía �

1 Utilizamos aquí los términos-conceptos populismo, populista oneopopulista en un sentido crítico, negativo y acotado, identificán-dolo principalmente con lo reformista como proyecto y horizonte, looportunista, lo inconsecuentemente popular y lo proburgués. Lo popu-lista invoca en vano el nombre del pueblo, no favorece su “empode-ramiento”. Diferenciamos entonces lo plebeyo-popular de lopopulista. Consideramos que lo plebeyo-popular es un campo con-tradictorio, no así lo populista, que es una resolución no popular deesa contradicción. No tomamos en cuenta las resignificaciones posi-tivas del populismo porque prácticamente lo confunden con lo popu-lar. No nos centramos en el nivel discursivo, ni en el de las técnicaspolíticas (movilización de masas, liderazgo carismático, etcétera)dado que tienden a homogeneizar bajo una misma categoría reali-dades muy diferentes. Tampoco partimos de la diferenciación entrepopulismo de primera generación, relacionado con los procesos deindustrialización sustitutiva, las migraciones campo-ciudad y las alian-zas desarrollistas del período 1930-1960; y un populismo de segun-da generación, neoliberal (o neopopulismo). Usamos el concepto deneopopulismo para referirnos a las nuevas gobernabilidades posneo-liberales que proponen un retorno ilusorio a las prácticas populistasdel período 1930-1960.

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lismo así entendido, sin un cuestionamiento profundo delpunto de vista del capital, sin una condena a lo medu-lar de la relación de dominación-subordinación estruc-tural, está condenado a servir como revestimiento de unproyecto neodesarrollista o un “programa productivo” (eincluso de cosas peores), y a hacer persistir la fórmulade la liberación nacional y de la democratización comoconsignas huecas, retóricas y por lo tanto inertes. Tan,pero tan huecas, retóricas e inertes que hasta los polí-ticos más arribistas, indigentes en materia de ideas yreaccionarios pueden identificarse con ellas e intentar,con resultados dispares, una retórica aproximada a lonacional-popular. Frente a esta postura proponemos lalucha por la hegemonía nacional-popular como horizon-te contenedor y articulador de los componentes antica-pitalistas y antiimperialistas (un horizonte que ademáslos hace operativos).

Ahora bien, en todos los casos se produce una esci-sión que nos parece desacertada y que está en el núcleodel problema que tratamos. Los primeros, en particularla vieja izquierda, escinden la clase y la lucha de clasesde la nación; los segundos, los neopopulistas, escindenla nación de la clase y la lucha de clases. En general,todos parten de un concepto reduccionista de la clase yde la nación.

Para la vieja izquierda, la clase y la lucha de clasesniega/excluye a la nación, a la lucha de masas y a lossujetos subalternos y oprimidos más extensos, comple-jos y diversos que la “clase obrera” o el “proletariado”.La vieja izquierda olvida, a menudo, que la clase es acti-vidad y empresa histórica, un enjambre de luchas, opo-siciones, rebeldías, deseos, sueños, experimentos; y unpasado que incluye derrotas, frustraciones, tragedias yalguna que otra vivencia de la felicidad; un pasado quese va actualizando permanentemente. En fin: una rea-

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lidad viva y cambiante. Realidad que la izquierda dizqueheterodoxa también suele desconsiderar. En términos deAna C. Dinerstein: “La lucha de clases es una lucha sobrelas formas políticas, sociales, económicas, culturales,identitarias y organizacionales en y contra el capitalcomo relación social fundamental” (Dinerstein, 2005:160); por lo tanto —agregamos—, no se la puede desvin-cular de la nación.

Sin superar los enfoques dualistas que distinguen almarxismo gélido, aquellos que escinden la clase y la luchade clases de la nación tienden a plantear una “separa-ción entre lucha y contradicción, entre lucha y estructu-ra, entre lucha de clases y leyes objetivas de desarrollo,entre política y economía” (Holloway, 2005: 13).

Para los populistas de antes y de ahora, la naciónniega-excluye (o “subsume”) a la clase y la lucha de cla-ses. Ejercen este olvido o esta relativización de la clase ysus luchas porque conciben la contradicción entre lo na-cional y lo antinacional básicamente como una contradic-ción del orden de lo cultural o lo moral. Prima, entonces,en ellos una idea cultural, atávica, telúrica, costumbristay metahistórica de la nación. Paralelamente, tienden a re-alzar los aspectos “místicos” de la autoctonía, cayendo asíen un reduccionismo del sentimiento favorable a lo na-tivo, poniendo el eje en el “amor a la tierra y al pueblo”y en el rechazo a lo “foráneo”. Recurren al giro vernáculoen contextos insoportablemente localistas y construyenrelatos superficiales que combinan la mera descripcióncon cierto paisajismo poético.

Además de esta idea cultural, telúrica, floclórica ymetahistórica de la nación, plantean una definición delo nacional desde lo estatal; es más: en los últimos añoshan asumido desembozadamente que lo nacional debeestar al servicio de lo estatal y no a la inversa, radicali-zando una matriz dirigista y estadolátrica. Aquí también

25Nación, clase y hegemonía �

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cabe identificar un rasgo populista (en absoluto popular).En términos de Michael Lebowitz: “Un Estado que pro-vee los recursos y las soluciones a todos los problemasde la gente no fomenta el desarrollo de las capacidadeshumanas; al contrario, estimula a la gente a adoptar unaactitud pasiva, a esperar que el Estado y los líderes denrespuesta a todos sus problemas” (Lebowitz, 2010: 38).La estadolatría, que implica concebir al Estado con unabsoluto desvinculado de las clases sociales, conlleva elemplazamiento elitista y vanguardista, contiene la cer-teza de que las clases subalternas y oprimidas son “cla-ses complementarias” y sustenta el ideal de sobrecargarde responsabilidad histórica a una burocracia con berre-tines semibonapartistas.

Este emplazamiento neopopulista también se carac-teriza por la falta de una visión totalizadora, por la nocaptación de la densidad de la dependencia (desdibuja-miento de sus determinaciones más profundas, enfoquecentrado solo en algunas regiones de la formación socialargentina,2 etcétera) y por la externalización del análi-sis. Asimismo se distingue por no tener en cuenta el modode relacionarse que tienen las formaciones económico-sociales que provienen de las fases no mundiales de lahistoria. De hecho, amplios sectores del activismo y laintelectualidad siguen presentando al imperialismo comouna fuerza externa no imbricada en las estructuras nacio-nales o, a lo sumo, articulada con la “oligarquía”, sin darcuenta de un fenómeno de larga data: la nacionalizacióndel imperialismo y sus nuevos y cada vez más comple-

26 � Poder popular y nación

2 Ya en los años 60 y 70, unos cuantos exponentes del naciona-lismo popular (incluso del nacionalismo revolucionario) se distinguí-an por lanzar rayos fulminantes contra la oligarquía terrateniente yel imperialismo extranjero al tiempo que mezquinaban las referen-cias al capital monopólico transnacional y sus articulaciones con laburguesía local y la burocracia sindical.

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jos formatos. Siguen planteando que el imperialismo yla oligarquía traban los procesos de industrialización enla periferia, evitan el despliegue de la “voluntad depotencia” de la nación y que la emancipación requierede prerrequisitos materiales y técnicos. De esta mane-ra, continúan alimentando la imagen grosera de unosintereses extranjeros ligados en forma exclusiva al sec-tor agrario-exportador (y, para peor, asignándole lascaracterísticas que dicho sector tenía hace cuarenta añoso más)3 o “financiero”, y libran combates casi retrospec-tivos con fantasmas y espantajos, desatendiendo a la pri-mera línea del capital que se cuela por todos los flancos.El imperialismo, así concebido, se convierte en una ente-lequia, en un concepto de alcances limitados y de unadeliberada vaguedad.

En el marco de este emplazamiento también cabeconsiderar a las proposiciones que anteponen lo nacio-nal a lo clasista, porque consideran que en los países peri-féricos “disminuyen” los antagonismos de clase. Es ciertoque los antagonismos de clase adquieren característicasespecíficas, históricas y nacionales, pero es incorrectoplantear que desaparezcan o se atemperen. Una versiónmás moderna de esta tesis sobre la disminución de losantagonismos de clases en los países atrasados recurre al

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3 El término oligarquía, con la excepción de la derecha liberal-con-servadora, sigue teniendo una presencia tenaz en el lenguaje de unabuena parte del espectro político argentino. No creemos que sea depor sí un término obsoleto (por cierto, puede ser objeto de resignifi-caciones) pero no podemos decir que sus usos más corrientes no lo sean.Por lo general, los sectores, organizaciones y personas que recurren aeste término se refieren a grupos sociales extrapolados de otras eta-pas históricas y a imágenes y modalidades absolutamente ajenas a larealidad. Suelen contraponer sectores oligárquicos: “terratenientesagroganaderos”, “financieros”, “extranjeros”, a otros sectores a los queconsideran no oligárquicos: “industriales”, “nacionales” o simplemen-te “productivos”.

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concepto de “sociedad abigarrada”, del intelectual boli-viano René Zabaleta Mercado (1937-1984); conceptoque, desde nuestro punto de vista, es manipulado arbi-trariamente en esta versión, al punto de deducir de éltareas no socialistas.

Finalmente cabe señalar la adhesión del neopopulis-mo a las concepciones etapistas del proceso histórico y ala industrialización entendida como sinónimo de liberaciónnacional; es decir: a la ideología de la modernización4 yla consolidación estatal. Se retoman algunas definicionesdel nacionalismo popular de los años 60 y 70, incluyendosus versiones más revolucionarias. En particular, aquellaque lo presentaba como un camino alternativo para lamodernización periférica; un camino original que noseguía los esquemas clásicos europeos y que podemos vercomo una especie de radicalización del desarrollo en cri-sis, incluso como una imposible radicalización del nacio-nalismo desarrollista o del desarrollismo nacionalista(sustantivo y adjetivo son perfectamente intercambiablesy no hay una modificación sustancial del sentido).Asimismo, en esta definición, podemos identificar otra ver-sión de la ideología de la modernización que, en lugar deabjurar de la tradición, buscaba asimilarla al desarrollo.

El problema de esta definición, replicada de modoacrítico y como una letanía por el neopopulismo, es que,al no plantearse la posibilidad de ir más allá de la moder-

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4 La categoría de modernización exige adjetivaciones, siempreque se la invoca es necesario aclarar sus alcances y dimensiones. Nosoponemos a toda forma de modernización como modelo formal y euro-céntrico. Cuestionamos toda forma de modernización excluyente que,en Nuestra América, no es otra cosa que el camino para “modernizarla dominación” y profundizar las desigualdades sociales y las injusti-cias, en fin: un tren desbocado que conduce a la destrucción. Somossolidarios con una idea de modernización centrada en los componen-tes más dignificantes para los seres humanos y que, por lo tanto, exigela superación del capitalismo.

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nidad (por supuesto, sin dejar de preservar, profundizary generalizar algunos de sus logros), tiende a reprodu-cir los fundamentos de los esquemas clásicos; por ejem-plo: sostiene el momento irracional y estrictamentecapitalista de la modernidad, lo que constituye una limi-tación a la hora de alimentar una praxis descolonizadoray una alternativa sistémica. De este modo el neopopulis-mo insiste en que las luchas por la “autodeterminaciónnacional” tornan necesaria una subordinación política(que suelen presentar como “alianza”) a la burguesíanacional, diluyendo el contenido de clase de la domina-ción imperialista.

Desde otro aspecto, la concepción etapista se rela-ciona con una estrategia de “acumulación vegetativa”;es decir, una estrategia que supuestamente permitiría enlos países periféricos el cumplimiento gradual (“medidoy armonioso”) de las tareas democráticas y que tolera-ría momentos de revolución nacional-burguesa conduci-da por la propia burguesía o, más específicamente enNuestra América, por sus reemplazos “naturales”: lasFuerzas Armadas (en el caso de la Argentina, estaopción ha perdido el prestigio que alguna vez supotener), la pequeña burguesía progresista, un caudillocarismático con apoyo de masas y el asesoramiento deuna elite político-intelectual preclara, un “gobierno defuncionarios”, y cosas por el estilo. Por cierto, las expe-riencias que siguieron el camino de una “acumulaciónvegetativa” como estrategia para garantizar la transicióna un régimen poscapitalista, fracasaron. No construye-ron soberanía, o lograron avanzar hasta cierto punto paradespués retroceder a pasos agigantados. El nacionalis-mo revolucionario en los 60 y los 70 confió en esa alter-nativa; concibió una transición que, no exenta detensiones y contramarchas, creía ajustada a las propiascondiciones históricas y, por lo tanto, eficaz.

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En líneas generales, en esta tradición no existió unapreocupación por la dualidad de poderes. Se asumía quelos hechos revolucionarios ocurrirían en forma sucesiva.Aparecía como relativamente lógica la transformación dela movilización democrática (nacional, popular, peronis-ta en la Argentina) en revolución socialista. La confianzaen esa estrategia se expresó en la creencia en que el pero-nismo casi en forma espontánea y natural conducía a ins-tancias más elevadas, incluso socialistas. Así, para elnacionalismo revolucionario, el socialismo podía (y debía)brotar de un proceso de masas que daba cuenta de un con-junto de reivindicaciones más gruesas y generales (el pero-nismo). No se atendía a lo que René Zabaleta Mercadodenominaba el momento de la apetencia consciente y másselectiva del sector más avanzado de las masas (cf.Zabaleta Mercado: 1974: 28). Para cerrar esta digresión,cabe señalar que la idea de evolución no era ajena alnacionalismo revolucionario ni al populismo (como tam-poco lo era para algunos sectores de la vieja izquierda).Lo que le permitió a una parte de la generación revolu-cionaria de los años 60 y 70 decodificar la palabra de Perónno tan arbitrariamente como generalmente se supone.

En síntesis: en este caso, lo nacional-popular en claveneopopulista, además de opacar algunas de las injusti-cias más significativas, sirve para tergiversar el locus delo hegemónico-clasista, facilita el alambicado de la pra-xis critico-práctica de las clases subalternas y oprimidaspor parte de la burguesía, y es un factor que conspiracontra toda idea de una hegemonía basada en las clasessubalternas. Toda reedición del etapismo o del evolucio-nismo, toda invocación de la idea de la “acumulaciónvegetativa”, se niegan a pensar en las clases subalter-nas y oprimidas como Estado en potencia y antagónico.

Para que las clases subalternas y oprimidas obtenganun saldo favorable de los procesos revolucionarios, se torna

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necesario el desarrollo de lógicas paralelas más que suce-sivas. Un desarrollo que exige la intolerable promiscuidadde lo viejo con lo nuevo —nunca la convivencia armonio-sa y pacífica— en el marco de un Estado revolucionario depoder popular, que asuma una orientación general antica-pitalista y que tenga a la democracia radical como basa-mento. Una situación que, por otra parte, tornaría fútilla discusión respecto de las “tareas” (burguesas o socia-listas) y simplificaría la cuestión de las alianzas políticas.

Sostenemos que ni la clase ni la nación tienen enti-dad fuera de la relación que las constituye y fuera delproceso histórico que las determina. La clase es en lanación y la nación emerge de la lucha de clases (cf.Mármora, 1986: 93).

En los casos señalados podemos identificar una ten-dencia a imponer razones doctrinarias o planteos idea-listas por encima de la realidad de las clases subalternasy oprimidas. Creemos que entre clase y nación no hay,no puede haber, una relación de externalidad. Y tampo-co concebimos esa relación como unilateral.

II

En forma paralela a estos asuntos, queremos promo-ver un análisis que dé cuenta de las diferencias tajan-tes entre dos opciones:

a) Una política intuitiva, pragmática, relativamentelúcida y con una enorme capacidad de adaptación frentea los procesos históricos mundiales, regionales y naciona-les recientes. Una política idónea para abandonar en lacoyuntura exacta el credo del libre mercado y de la inte-gración al mercado mundial, desplazando la acumulaciónfinanciera como eje del modelo económico, dejandoatrás el programa conservador de reestructuración capi-talista —y las consiguientes siete boletas compartidas con

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Carlos Menem—, para pasar a realizar algunos “pactosinclusivos”, impulsar mecanismos de consenso no coerci-tivos y para recomponer —reivindicando la política des-pués de mucho tiempo5— el vínculo entre el Estado y lasorganizaciones de la sociedad civil popular. Un vínculo que,como veremos, está básicamente orientado a reforzar laheteronomía de esa sociedad civil popular y no precisa-mente su “empoderamiento”. Dicho de otro modo: unapolítica eficaz para la recomposición del bloque depoder y la conformación de una alianza de sectores aca-démicos, sindicales, políticos y económicos; una políticaapta para impulsar una estrategia de recuperación en laposconvertibilidad y para garantizar la reestructuracióndel capital (y sus condiciones de acumulación); una polí-tica que expresa los afanes de la clase dominante de tran-sitar el camino que va de la mera gobernabilidad alproyecto hegemónico, y que requiere la ampliación dela base social y política, para lo cual recurre a referen-cias ideológicas estructurantes “muy caras a la tradicióndel movimiento popular en la Argentina (‘industria’, ‘pro-ducción y trabajo’, ‘burguesía nacional’, ‘nación’, etcé-tera)” (Aspiazu/Schorr, 2010: 228) y también “justiciasocial”, “ciudadanía social” o “pueblo”, entre otras.

b) Un proyecto nacional-popular-democrático (ysocialista), que cree una voluntad colectiva y que plan-tee una nueva hegemonía, la construcción de un nuevobloque histórico y que reconozca en las clases subalter-nas y oprimidas al sujeto de la soberanía y del mando,es decir, un sujeto de poder. Un proyecto que genere uncambio en el carácter de clase del Estado y que rompa

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5 En realidad, la mentada “reivindicación de la política” remi-te a una intervención en la lucha de clases que no se organizó cen-tralmente desde políticas monetarias o financieras, tal como habíasucedido en la década del 90.

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la continuidad de su mando. Un proyecto que abandonelos caminos de la modernización propuestos por el capi-tal —al margen de que se muestren como continuidad,profundización o radicalización del neodesarrollismo—,y que apueste decididamente por una alternativa sisté-mica y orgánica, y por formas de desarrollo endógeno y“desde abajo”. Un proyecto que acreciente la capaci-dad de los subalternos de vetar el proceso de recompo-sición de las condiciones de acumulación, pero quetrascienda esa capacidad. En fin, un proyecto de poderpopular basado en una estrategia independiente y auto-determinada y en mecanismos de legitimidad alternati-vos. Un proyecto imposible de ser cooptado por elpoder y encasillado en los límites del capitalismo.

También consideramos ineludible el análisis del arrai-go y la operatividad reciente del neopopulismo y todolo que él abarca: la revitalización de un horizonte delcapitalismo argentino típico de la segunda posguerramundial; la idea de un modelo de acumulación basadoen el mercado interno y en la industrialización sustitu-tiva; la confianza en el retorno a las estrategias refor-mistas de conciliación de clases, al vínculo vandorista,6

33Nación, clase y hegemonía �

6 Augusto Timoteo Vandor (1923-1969), dirigente sindical argenti-no, jefe de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), el sindicato más impor-tante de la Argentina en la década del 60. La corriente vandorista remitea un tipo sindicalismo pragmático y negociador, centralizado, financia-do por el Estado e integrado al mismo. Está estrechamente asociado alas prácticas antidemocráticas y burocráticas. Hacia mediados de ladécada del 60, en la cúspide de su poder, el vandorismo jugó sin éxitola carta del “peronismo sin Perón”. En general, desde el punto de vistapolítico, el vandorismo como corriente fue (y en parte sigue siendo) elpilar principal de la derecha peronista. Para comprender la naturale-za y las características del vandorismo, dos obras siguen siendo inelu-dibles: ¿Quién mató a Rosendo?, libro de Rodolfo Walsh, y Los traidores,película de Raymundo Gleyzer.

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al Estado populista, al nacionalismo populista y a losterritorios simbólicos de la historiografía revisionista. Enel caso del “ala radical” del neopopulismo, se retoma yse idealiza el horizonte de un capitalismo de Estado, osea: lo que en el siglo XX fue uno de los fundamentosmateriales concretos del nacionalismo revolucionario,ahora es simple expresión de deseo que apenas retrasael desencanto y que logra mantenerse a través de algu-nas facetas —marginales y de baja intensidad— delintervencionismo estatal.

El arraigo y la operatividad de la superestructuraneopopulista, sus capacidades hegemónicas —es decir:las aptitudes de sus representaciones, símbolos, narra-tivas, organizaciones e instituciones para hacer coincidirla reproducción de la burguesía con la reproducción delconjunto social—, pueden percibirse particularmenteentre las clases subalternas, en franjas de las capasmedias y en especial entre los más jóvenes, a pesar delproceso de degradación simbólica, regresión ideológica yparálisis política que promueve.

Por ejemplo, consideramos un signo de esta degra-dación los intentos por confeccionar un corpus ideoló-gico adecuado a un proyecto neodesarrollista partiendode una relectura y una recuperación acrítica del deno-minado “pensamiento nacional” o “pensamiento nacio-nal-popular” y de sus referentes mas destacados. Unaactitud intelectual ajena a toda hermenéutica situada,junto a la absoluta falta de confianza en un proyectode transformación radical, han permitido la reactuali-zación de un pensamiento que, sin dejar de ser partedel acervo cultural e ideológico de nuestro pueblo, haperdido antiguas eficacias políticas de cara a un proyec-to emancipador; pero que, a partir de estas recupera-ciones acríticas, ha ganado capacidad de maniobra enfunción del proyecto de dominación de algunas fraccio-

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nes de las clases dominantes y de un sector reformistade la elite política.

Ese “pensamiento nacional”, resignificado por sec-tores y personajes que no desean una transformaciónradical de la realidad, se despoja de todo “espíritu deescisión” (utilizando un concepto gramsciano), y deja deser apto para que las clases subalternas construyan unacultura propia. Esto es, una cultura escindida y poten-cialmente contrapuesta a la de las clases dominantes.Así, las clases dominantes (algunas fracciones de ellas,por lo menos) se nutren de este “pensamiento nacional”y ensanchan sus perspectivas políticas y culturales,aumentando su capacidad hegemónica. El “pensamien-to nacional” termina configurándose como la visión delmundo de los que impulsan una serie de transformacio-nes progresistas al tiempo que expropian a las clasessubalternas y oprimidas de toda iniciativa histórica. Esdecir, el “pensamiento nacional” se va delineando comola superestructura de una especie de revolución pasivaque, como tal, se caracteriza por privar a las clasessubalternas de sus instrumentos de lucha política y porobstaculizar la constitución de las mismas como clasesautónomas.

En la base de las rehabilitaciones acríticas de este“pensamiento nacional” o “pensamiento nacional-popu-lar”, se encuentra un punto de vista sustancialista, esdecir: la creencia en que las ideas poseen vida propia. Nose toma en cuenta que los seres humanos y las relacio-nes sociales cambian, y que con ellos y con ellas cambianlas ideas. El sustancialismo deshistoriza, porque le impo-ne un molde ideal a la historia. Por su fijismo en materiade conceptos e ideas, hace que estos dejen de pertene-cer a la realidad histórica y pasen a ser parte de lo que,en términos sartreanos, podríamos denominar el campode lo práctico-inerte. Este sustancialismo es funcional al

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neopopulismo y favorece el transformismo y los procesosde alienación ideológica y la absorción de los militantespopulares por parte de las clases dominantes.

La conciencia nacional, como cualquier tipo de con-ciencia, no posee autonomía y por lo tanto es difícilsuponer que goza de una existencia y una historia pro-pias. Así concebida, la conciencia nacional no es más queuna forma de alienación ideológica y de inconciencia, ofalsa conciencia nacional-popular. Una alienación que,tal como ha quedado en evidencia, es práctica (un pro-ceso real y objetivo) y no precisamente metafísica oespiritual.

Por lo tanto, creemos que es necesario relativizar elimpacto y la eficacia que poseen de por sí las estrate-gias de cooptación del Estado puestas en práctica a par-tir del año 2003, y tener presente que las mismasvienen funcionando sobre los recursos más negativos —asimilables por una ideología del poder— de un sustra-to ideológico que no es en absoluto ajeno a la culturapolítica de las clases subalternas en la Argentina y enbuena parte de Nuestra América. En este aspecto, tam-bién cabe la reflexión sobre la inviabilidad estructuralde esas expectativas o, en todo caso, sobre las adapta-ciones de las maleables superestructuras populistas a lasnuevas situaciones históricas y a los actuales requeri-mientos del bloque de poder.

Lo nacional-popular en nuestro país, y en buena partede Nuestra América, históricamente se ha desempeña-do como plafón para políticas diversas y divergentes,como punto de partida para metas y proyectos que,incluso, fueron y son incompatibles. Por cierto, conside-ramos que la matriz nacional-popular desarrolló una for-midable capacidad articulatoria a nivel político,ideológico, cultural y simbólico, a diferencia de lo queocurrió con la vieja izquierda, que produjo una larga

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serie de discursos pequeños y prácticas marginales conescasa o nula capacidad articulatoria, y que incluso sir-vieron para profundizar la dispersión cultural y simbóli-ca de las clases subalternas.

La conciencia nacional-popular prácticamente funcio-na mucho más como “episteme ideológica” que como ide-ología; o mejor, como una estructura simbólica aglutinanteo como “narrativa interna” de las clases subalternas enNuestra América. Pero la conciencia nacional-popularposee aspectos equívocos e indefinidos, sus ejes tiendena ser oscilantes.

La tradición política fundada en esta conciencia fuey es controvertida, se la invoca en función de interesesdivergentes. Es un ámbito ideológico donde puede con-currir lo que carga con proyecciones revolucionarias y loque apenas insinúa reformas moderadas, lo que nutre aun movimiento de masas anticapitalista y lo que puedecaer fácilmente en las trampas ideológicas de la burgue-sía y hasta lo decididamente conservador. Nunca llegó acoagular en una síntesis; sigue siendo punto de encuen-tro, encrucijada, aunque mantuvo inalterada su funcióncomo concepción general (visión del mundo) proveedo-ra de sentido para un conjunto extenso de prácticas.

Lo nacional-popular puede servir para mediatizar laconciencia de clase y puede ser compatible con las ide-ologías reformistas, con los discursos totalizantes (desdearriba) y compulsivamente homogeneizadores; pero nodeja de ser, al mismo tiempo, un componente y, enmuchos casos el punto de partida ineludible, de una con-ciencia anticapitalista de masas. Va de suyo que lasactuales revisiones en clave neopopulista y/o neodesa-rrollista de la tradición nacional-popular están fundadasen sus regiones más ambiguas y cándidas, en sus entron-ques con los fetiches de los que predican la armonía declases.

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IIISostenemos que un proyecto de cambio social radi-

cal en Nuestra América, si aspira a masificarse, debe par-tir de la estación de lo nacional-popular, pero debereactualizar esta tradición en clave revolucionaria ysocialista para que no contribuya al proyecto de articu-lación hegemónica de las clases dominantes.

Creemos que las debilidades ideológicas, políticasy organizativas de las clases subalternas (y del conjun-to del campo popular) y sus limitaciones para producirun movimiento masivo de organización social y políti-ca, unas instituciones sólidas, un nuevo sentido que uni-fique sus vicisitudes, una nueva subjetividad plebeya,un nuevo horizonte de época y una nueva narrativacolectiva a tono con los tiempos posneoliberales, en fin:las limitaciones para alumbrar un proyecto autónomode y para las clases subalternas y oprimidas, abrieronun amplio espacio para la evocación del viejo proyec-to populista, del viejo horizonte nacional-populista y delos viejos pactos del Estado benefactor combinados conla revitalización de los fetiches de la democracia libe-ral (un reflejo conservador al que las clases subalter-nas de Nuestra América están expuestas de manerapermanente). Tal evocación, por otra parte, soslaya ale-vosamente el recuerdo de las limitaciones históricas deese proyecto, ese horizonte y esos pactos. Limitaciones,harto comprobadas, para generar cambios sociales pro-fundos “desde arriba” y para gestar una alternativa de“desarrollo nacional”.

Por diversas determinaciones estructurales e histó-ricas, las organizaciones populares, no supieron, nopudieron (y en algunos casos no quisieron) superar su con-dición serializada y sus falencias organizacionales y ree-laborar y resemantizar la memoria nacional-popular, losviejos referentes culturales y la memoria de las anterio-

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res tradiciones emancipatorias (lo que sigue siendo unatarea pendiente). Esto produjo un vacío ideológico-polí-tico. Para colmo de males, este vacío hace que los cues-tionamientos al hecho neopopulista se caractericen poruna desalentadora pobreza política y teórica.

Asimismo, esta circunstancia alimentó el desconcier-to y la frustración en la militancia popular más crítica yactiva, hija dilecta de 2001; y también produjo un estan-camiento y, en algunos casos, hasta un retroceso, en elproceso de acumulación del capital teórico-discursivo,político y militante “radical” iniciado al calor de los acon-tecimientos del 19 y el 20 de diciembre de 2001. Esa mili-tancia, partiendo de formidables experiencias de luchay formas originales de organización, había comenzado aresignificar viejas palabras y había instituido nuevos ritosy nuevas cosmogonías; pero no consiguió articular unmovimiento político anticapitalista de masas, no logróconfeccionar una agenda política popular y por ende nopudo hacer que una buena parte de la sociedad civilpopular asuma el control efectivo de esas palabras, esosritos y esas cosmogonías. Ese capital simbólico, que detodos modos sigue alumbrando un nuevo imaginariosociopolítico y una visibilidad política independiente delgobierno, aún está lejos de masificarse. En concreto:sobre ese vacío ideológico-político se ha producido unareafirmación de los modos anquilosados de la viejaizquierda y, sobre todo, se han restablecido la operati-vidad del populismo y el prestigio de algunos de sus típi-cos contenidos ideológicos; entre otros, los que impidenuna identificación directa entre el “pueblo” y las clasessubalternas (la clase que vive de su trabajo).

Esta condición parcialmente deshabitada de las cla-ses subalternas y la apelación a mecanismos de consen-so “positivos” —derechos humanos, ampliación de losderechos civiles, crecimiento económico, disminución del

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desempleo, soberanía, etcétera— favorecieron el afian-zamiento como “dispositivo de verdad” y la operativi-dad articulatoria de expectativas sociales dotadas de unhorizonte histórico anacrónico, precarizado, casi espec-tral, pero de indudables afinidades con un reformismomoderado que se mostraba como la respuesta más ade-cuada para recomponer el maltrecho bloque de poder.

De esta situación sacó partido un sector relativamen-te marginal de la elite política, que supo interpretar uncontexto histórico caracterizado por la imposibilidad deintervenir en la lucha de clases, con fines de disciplina-miento social, a través de políticas monetarias y finan-cieras. Esta situación también fue aprovechada por algunasfracciones de las clases dominantes con el fin de ampliarsu base de poder y/o revitalizar una gobernabilidad fati-gada, con la aspiración de consolidar su hegemonía.

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Y sucede que mientras, de un lado, los que profe-samos el socialismo propugnamos lógicamente ycoherentemente la reorganización del país sobrebases socialistas y —constatando que el régimen eco-nómico y político que combatimos se ha converti-do gradualmente en una fuerza de colonización delpaís por los capitalismos imperialistas extranjeros—proclamamos que este es un instante de nuestra his-toria en que no es posible ser nacionalista y revo-lucionario sin ser socialista...

José Carlos Mariátegui

I

La idea de nación tal vez sea una de las más contro-versiales y esquivas. Nunca resultó fácil definir a lanación. Y, para colmo de males, cuando se asume el ries-go y se la define, se suele clausurar el pasado y el futu-ro, propiciando alguna forma de aberración estática. Hasido y es común pensar la nación como una realidadabsoluta, fetichizada y enajenada de la historia y suscategorías.

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Nación y autodeterminación

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La nación es objeto de interminables adjetivaciones.Asimismo posee, como concepto, una historia propia quedelata todo lo que ha sido y todo lo que se ha pretendi-do que fuera. Patricia Funes ha planteado el carácter“indócil y ambivalente del concepto de nación”. Para ella:

La nación es una de esas raras entidades que parececonjugar a un mismo tiempo lo teórico y lo estético, laemoción y la razón, lo orgánico y lo artificial, lo indi-vidual y lo colectivo, lo étnico y lo cívico, las identida-des y las leyes. Probablemente por eso, los relatosnacionales absorben dominantemente metáforas depoetas y literatos, acostumbrados a las artes del oxí-moron (Funes, 2006: 398).1

En extensos sectores de la militancia de izquierda, par-ticularmente en la Argentina, es común advertir dificul-tades un tanto desproporcionadas a la hora concebir unanación no liberal, no unitaria, no burguesa-capitalista yno reducida a la competencia interburguesa y al controlde los mercados. Cuesta ver en la nación algo que no seala consumación histórica del deseo, por parte de la bur-guesía, de disponer libremente de su quinta para succio-nar la sangre de los trabajadores. Por otra parte, resultainnegable que, después de la última dictadura militar enla Argentina (1976-1983), y de más un siglo de prácticasdevastadoras asumidas en nombre del Estado-nación y derelatos militaristas y reaccionarios sobre la nación, dondeesta aparece básicamente como un hecho de fuerza ydominio ejercidos sobre los y las de abajo, se ha tornadodifícil formular una idea sobre la misma no emparentadacon lo más abyecto. Este descrédito también fue abona-

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1 Un oxímoron es una figura lógico-literaria. Se trata de unaexpresión formada por dos términos contradictorios (en latín: una con-tradictio in adjecto).

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do por las ambigüedades típicas del populismo y sus rei-terados ejemplos de retórica nacionalista pobrementecompaginada con los desempeños, pero también por lasdel denominado nacionalismo revolucionario, que supocontradecir, pero también reproducir (al igual que laizquierda tradicional y el marxismo dogmático, aunque enotro sentido) algunas tramas de la ideología burguesa.

Existe, además, en sectores de la vieja izquierdaargentina, toda una cultura política reacia a la idea denación. La nación fue y es una especie de bache en lacultura de la izquierda argentina. En el marco de lascoordenadas impuestas por esa cultura, las lógicas bur-guesas suelen confundirse maquinalmente con las lógi-cas nacionales, a pesar de que en Nuestra América ambaslógicas han manifestado reiteradamente sus incompati-bilidades. Además, estos sectores de la izquierda, enforma simplista, han tendido a asociar la dominaciónnacional a la dominación de clase (directa).

A muchos de los militantes de la vieja izquierda uni-dimensional, muchas veces la dialéctica les quedótrunca y les resultó complicado conjugar lo general conlo concreto, lo internacional con lo nacional. Tendierona concebir la “revolución mundial” y la “salida nacional”como procesos indefectiblemente contrapuestos. Invo-cando el napoleonismo o la simultaneidad de los procesosrevolucionarios. Generalizando situaciones excepciona-les. Obviando las realidades predominantes y lo que elintelectual cubano Fernando Martínez Heredia denominóla “angustia del siglo”, que no es otra cosa que “la nece-sidad de la revolución mundial anticapitalista cuando sevive la realidad de la revolución anticapitalista en unpaís” (Martínez Heredia, 1999: 96-97).2

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2 Martínez Heredia destaca el agravante del caso cubano, dondeademás de vivir esa realidad en “un país”, se vive en un “pequeño país”.

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Los militantes de la vieja izquierda unidimensionalse negaron, fundamentalmente, a pensar las posibles (ynecesarias) articulaciones y mediaciones entre la nacióny el socialismo. Para ellos la nación se correspondíaexclusiva y unilateralmente con lo burgués, la concien-cia nacional era la conciencia del dominador.

Estas dificultades, además de la alienación respec-to de la realidad y la historia de las clases subalternasy oprimidas, se derivaron en buena medida del hecho deno poder ir más allá de los planteos sobre la nación deKarl Marx, Friedrich Engels, Karl Kautsky, V. I. Lenin,Josef Stalin y León Trotski, entre otros. Planteos diver-sos, por cierto, pero que, en líneas generales, no logra-ron exceder una concepción basada exclusivamente enfactores objetivos (a su vez reducidos a lo “material”)y que dejaba de lado a los factores subjetivos. Liberara la nación del chaleco de fuerza de la metafísica y esta-blecer una ligazón con el ascenso y la consolidación delsistema capitalista fue un paso nada desdeñable, peroinsuficiente.

Según Leopoldo Mármora:

En la concepción de Marx y Engels había habido induda-blemente una evolución, pues, para ellos, la nación habíasido primero una tarea democrática en el marco de unarevolución dirigida por la burguesía, y luego se convirtióen un residuo de la revolución democrático burguesainconclusa dentro del marco general de una revoluciónconducida ahora por el proletariado socialista. En esenuevo marco tenían cabida todas las tareas democráti-co-burguesas pendientes. Sin embargo, ninguno de losclásicos del marxismo, ni Marx ni Lenin después dio nuncael paso siguiente, paso este que habría consistido en con-ceptuar a la nación como una característica esencial delsocialismo y un objetivo a largo plazo del mismo(Mármora, 1986: 52).

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La nación, y todo aquello que está en corresponden-cia directa con ella, posiblemente haya sido una de lasproblemáticas más ausentes en el marxismo desde elplano de lo teórico y, a la vez, objeto de simplificacio-nes y planteos reduccionistas.3 Esto condujo irremedia-blemente a no pensar la nación como un elemento, uncontenido, que también podía ser característico delsocialismo y uno de sus posibles horizontes. En concre-to, en este aspecto, las limitaciones de la vieja izquier-da se pueden explicar por su rigidez dogmática y por sufalta de creatividad política a la hora de ir más allá dela “teoría de la extinción del Estado y la política”; unateoría que deja enormes huecos en relación con los pro-cesos de transición, la acción política, y, claro está, lanación. O sea: al no considerar el carácter nacional dela transición a un régimen poscapitalista, al no tener encuenta los elementos anticapitalistas (elementos deinocultable proyección socialista) que pueden contenerlas luchas nacionales y populares, la izquierda no puedepasar el momento ético-político. De este modo se estan-ca en el corporativismo y/o termina persiguiendo victo-rias fraudulentas y —esto va de suyo— subordinándose alos proyectos de las clases dominantes. En otros casosse reduce el problema nacional a una cuestión de tácti-ca. Se invoca a Mao Tse Tung y se lo deshistoriza con elfin de justificar las alianzas más extraviadas, para caer,la mayoría de las veces, en el oportunismo.

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3 Michael Löwy menciona otras temáticas ausentes o tratadas de“manera inadecuada” por el marxismo: “la destrucción del medioambiente por el ‘crecimiento de las fuerzas productivas’, las formasde opresión no clasistas (por ejemplo, de género o étnicas), la impor-tancia de reglas éticas universales y de los derechos del hombre parala acción política, la lucha de las naciones y culturas no europeascontra la dominación occidental…” (las cursivas son nuestras). Cf.Löwy, 2010: 15.

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Entonces, las limitaciones de la vieja izquierda a la horade pensar la nación se pueden derivar de sus fallas y des-cuidos en la elaboración de una teoría del poder político,que fue precisamente lo que la llevó —al decir de PierreRosanvallon— a oscilar permanentemente “entre la pers-pectiva utópica del fin de lo político y las desviaciones tác-ticas de un poder ‘realista’, ya se trate del realismosocialdemócrata o el realismo bolchevique” (Rosanvallon,1979: 26). Vale recordar que Rosanvallon sostenía que“donde la teoría calla la práctica puede ser monstruosa”(ibíd.: 32), dado que esos vacíos tienden a ser colmadoscon altas dosis de voluntarismo. A estas limitaciones hayque agregarles otras que provienen de una empobrecidaconceptualización del Estado y del socialismo.

De este modo, podemos afirmar que la vieja izquier-da fue (y es) reacia 1) a concebir la nación como unhecho cultural o ideológico, o un “hecho de conciencia”,que precede toda objetivación institucional y que cons-tituye un importantísimo frente de lucha (y no una mera“apariencia”); 2) a imaginar la nación como construcciónproductora de sentido de pertenencia a un colectivo tras-cendente; 3) a asumir que las clases subalternas, paradevenir hegemónicas y dominantes, deben componersecomo clases nacionales; 4) a comprender la nacióncomo un artefacto político de primer orden de cara a ladirección intelectual y moral de la sociedad; 5) a reco-nocer que, para las clases subalternas ,el referente delo nacional no es el Estado, sino su propia historia ético-política. Fundamentalmente, y como ya hemos señala-do, la vieja izquierda se aproximó a la categoría denación desvinculándola de la lucha de clases, tal comosuele hacerlo con aquellas categorías que concibe como“económicas” y portadoras de una validez objetiva.

Como no podía ser de otra manera, la palmaria indi-gencia del concepto se transfirió inmediatamente a la

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práctica. Como no concibió otra posibilidad que unanación burguesa, como no descubrió las temporalidadesnacionales alternativas (o sus embriones) puestas demanifiesto en ciertos acontecimientos y procesos prota-gonizados por las clases subalternas y oprimidas, parti-cularmente en el ámbito de Nuestra América, la viejaizquierda reivindicó la enajenación de las clases subal-ternas respecto de la nación, idealizó esa exterioridadporque creía que así las liberaba de la homogeneizanteideología burguesa. Esa izquierda se acorazó y se aislódel sentimiento y las necesidades nacionales; inclusollegó a asumir mitologías antinacionales y alimentó for-mas de autodenigración popular. Esa izquierda no asu-mió las realidades de Nuestra América, nuestrasrepresentaciones y nuestros sueños como la primera esta-ción del trayecto socialista; de esta manera, conspirócontra la posibilidad de gestar orientaciones de masas ydirecciones nacionales para sus luchas, al tiempo quefomentó la proliferación de jefes pequeños y sectas mez-quinas. Se negó a las estrategias aptas para superar supropia desarticulación.

Cabe decir que una parte de la izquierda dizque hete-rodoxa ha venido asumiendo posturas similares, replican-do las mismas taras de la vieja izquierda, pero ahora confundamentos “originales” (aunque sin desechar totalmen-te los fundamentos “antiguos”).

En los “clásicos” del marxismo, la nación, invariable-mente fue pensada como forma y tarea burguesa, comouna realidad determinada unilateralmente por la infra-estructura, aun en los casos en que se le reconocían fun-ciones “progresistas”. Por ejemplo:

� En las explicaciones de Karl Marx (y de FriedrichEngels también) respecto del apoyo activo (aunque noincondicional) que debía prestar la clase obrera a las

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luchas que contribuyeran a la aceleración del régimenburgués y al desarrollo histórico frente a las rémoras reac-cionarias o feudales. Una explicación que, aplicada a larealidad de los países periféricos, llevaría a la justifica-ción del colonialismo y la opresión de los poderosos.

Es evidente que aquí no estamos considerando el puntode vista de Marx y Engels expresado en el Manifiesto comu-nista, donde afirmaban, por ejemplo, que la clase socialque carecía de todo interés nacional era la clase obrera,o que el comunismo era viable empíricamente si se loimplantaba de golpe y al mismo tiempo en todos los pue-blos dominantes. No estamos tomando en cuenta los aná-lisis de Marx respecto del papel supuestamente progresistaque desempeñaba Gran Bretaña en la India, al destruir susistema comunitario rural aldeano y las formas localistas.Estos análisis, a pesar de todos los miramientos respectode sus alcances y perspectivas objetivas, no dejan de con-tener una justificación del colonialismo inglés. Marx con-sideraba que el capitalismo británico, al acabar con estesistema, acababa con las posibilidades reproductivas delfeudalismo asiático y el despotismo.

Tampoco estamos juzgando los análisis de Engels enrelación con la conquista de territorios mexicanos porparte de Estados Unidos. En estos planteos se puede per-cibir una impronta evolucionista que promovía el sacrifi-cio del chico al grande, del débil frente al poderoso;también una matriz economicista que ponía el énfasis enel desarrollo de las fuerzas productivas, y del cual se dedu-cía la cohesión de las clases y los partidos a escala nacio-nal. En efecto, son los pasajes marxistas que menosaportan a dilucidar la cuestión nacional.

Por cierto, los propios Marx y Engels comenzaron acorregir esta posición cuando plantearon el vínculo indi-soluble entre la “cuestión nacional” irlandesa y la “cues-tión social” en Irlanda e Inglaterra (la relación entre la

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libertad en Inglaterra y la opresión en Irlanda), en susenseñanzas respecto de las posibilidades que tenían lasluchas nacionales de desbrozar el camino para las luchassocialistas y, en sus últimos años, particularmente enMarx, su aproximación, bastante cercana, a la noción dedesarrollo desigual.

� En las teorías leninistas sobre la cuestión nacional.En total contradicción con las posiciones de la SegundaInternacional, Lenin estableció como eje político de lacuestión nacional la distinción entre naciones opresorasy naciones oprimidas. De este modo, al identificar ladimensión nacional como dimensión específica de lalucha de clases en determinados países, Lenin se con-virtió en un pionero en la elaboración de la política nacio-nal y la estrategia revolucionaria del proletariado en lospaíses atrasados u oprimidos. Por otro lado, la articula-ción leninista del principio del internacionalismo prole-tario con el principio liberal-burgués del derecho a laautodeterminación de las naciones también constituyóun aporte muy importante. Esa articulación era paraLenin la savia misma de la revolución mundial, porquepermitía la concurrencia de dos procesos: el de las luchassociales en el centro con las luchas de liberación nacio-nal en la periferia.

� El rescate de León Trotski del patriotismo de los opri-midos, o el célebre Programa de transición de 1938 quecontiene consignas nacional-democráticas, y que llevó amuchos trotskistas de Nuestra América a plantear, en rei-teradas circunstancias, la necesidad de construir unanación moderna e independiente, con métodos socialis-tas.4 El jefe del Ejército Rojo, por otro lado, al final de

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4 Cabe recordar que al momento de la fundación de la IIIInternacional Comunista, muy otra era su posición, dado que atabala emancipación de las colonias a la del proletariado de los paísescolonialistas.

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sus días adhirió a la idea de la unidad de Nuestra América,al plantear la necesidad de constituir una confederaciónde Estados socialistas. De esta manera se aproximó al sen-tido bolivariano de la nación.

Más allá de los avances respecto de los postulados ini-ciales, estas distinciones atinadas no bastaron para con-seguir la superación del objetivismo económico o de lodemocrático-burgués como punto de partida para pensarla nación. Costó elaborar un concepto de nación que nofuera meramente negativo, y las elaboraciones más posi-tivas fueron parciales y circunstanciales. De todos modos,el dato fundamental que debemos destacar es que ladominación imperialista fue adquiriendo, a lo largo de lasegunda mitad del siglo XX y en lo poco que va del XXI,características muy diferentes de las que tuvo en la pri-mera parte del siglo XX y a fines del XIX. La cuestión nacio-nal no se puede reducir al hecho de que “la dominaciónextranjera impide el libre desenvolvimiento de las fuer-zas económicas en la periferia”, o a que “lo burgués nacio-nal periférico es progresivo —léase: objetivamenteantiimperialista— por complexión”. Las cosas hace tiem-po que son mucho más enmarañadas. Otra limitación cru-cial de estas fórmulas es que planteaban un círculovirtuoso entre desarrollo económico, independencia nacio-nal y socialismo.

Por supuesto, también, podemos explicarnos las limi-taciones de la izquierda para pensar la nación por el des-conocimiento del aporte de marxistas como Otto Bauer,Franz Mehring, Antonio Gramsci, José Carlos Mariátegui,Nicos Poulantzas, Ernesto Che Guevara, entre muchosotros, quienes, con diversos grados de acierto, dieron lospasos que no lograron dar los clásicos y los dogmáticos, yson por eso una referencia insoslayable para pensar lanación no burguesa y no capitalista. Sobre todo porque

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pusieron el énfasis no tanto en la autodeterminación delas naciones como en los problemas de la constitución inter-na de las mismas.

Muchas circunstancias han contribuido a la omisiónde las dimensiones simbólicas más positivas de la patriay la nación; dimensiones que brotaron a lo largo de lahistoria de Nuestra América al calor de procesos antico-loniales, libertarios y populares.

La Revolución Cubana, por ejemplo, más allá de lasopiniones que existan respecto de sus derivas, como acon-tecimiento histórico aportó nuevos sentidos, ricos y com-plejos, a la cuestión nacional. Lamentablemente, hacelargo rato que una buena parte de la izquierda, sobre todoen Nuestra América, no se detiene a reflexionar sobre laexperiencia del caso más emblemático de revoluciónsocialista de liberación nacional. La Revolución Cubanaconstituye un ejemplo de identidad nacional sustentadaen valores vinculados a la justicia social, la igualdad, ladignidad y una propuesta radical de liberación. Por otraparte, esa relación entre nación-socialismo, entre patriay anticapitalismo, hizo posible el ejercicio de un interna-cionalismo pocas veces tan concreto y paradigmático,principalmente porque se basó en las propias raíces: altasdosis de Simón Bolívar, Bernardo de Monteagudo y de JoséMartí y dosis más bajas de “internacionalismo proletario”.Se trató de un internacionalismo que el Che encarnó mejorque nadie.

Aquí se nos impone una serie de interrogantes. ¿Esposible el cambio social radical en la Argentina, o encualquier país de Nuestra América, sin una asociación delproyecto socialista con las identidades nacionales? ¿Esposible dicho cambio si las clases subalternas y domina-das no desarrollan una voluntad de ostentar la represen-tación de la nación? ¿Qué ocurre cuando lo nacional y losocialista se disocian?

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IIAhora bien, el rechazo de lo nacional también suele

ser una disposición que caracteriza a sectores —igualmen-te extensos— de militantes, en general jóvenes, vincula-dos a una nueva izquierda o izquierda autónoma, dizqueheterodoxa, más o menos cercana a organizaciones y movi-mientos sociales. En este caso, el rechazo de lo nacionalsuele reflejar, no solo la impronta de viejas tradicionesaún no erradicadas, sino también el impacto de la expe-riencia neoliberal y el discurso posmoderno: el economi-cismo, el corporativismo, el cortoplacismo, la falta dereferentes históricos, el culto de la técnica, la reivindi-cación de una condición desterritorializada y de losreductos intersubjetivos en miniatura, la centralidadotorgada a las luchas por la diferencia y el desprecio porla política como síntesis general de toda la actividadsocial, la ausencia de un proyecto de poder (y, lo que espeor, la escasa o nula preocupación por tenerlo) y ciertaorfandad —fruto de un relativo desarraigo y del repudiode las tradiciones culturales nacionales—.

La exaltación de lo social en desmedro de lo político(confinado muchas veces a lo superestructural y a loelectoral), y el consiguiente énfasis puesto en la recrea-ción del socialismo desde lo social, vienen siendo unrasgo distintivo de esta nueva izquierda, pero esta recre-ación —impostergable— resultará inviable sin un proyectopolítico que genere el contexto adecuado para que actúenlos sujetos llamados a jugar esa función: las organizacio-nes populares, los movimientos sociales. De otro modo, elproyecto socialista quedará en las peores manos. Perma-necerá —inviable— como un conjunto de sentencias ycertezas previas a ser ejecutadas por iniciados y especia-listas.

Estas taras políticas inhiben la resolución de unacuestión imprescindible de cara a la formulación de pro-

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yecto de transformación radical: el desarrollo de unaidentidad nacional con capacidad de articular los planosvinculados al poder, la ideología y la cultura; el solar másapto para que arraigue la praxis socialista, un compo-nente imprescindible para una disputa hegemónica. Apartir de lo señalado no es difícil deducir que, en el casode la izquierda dizque heterodoxa, el rechazo de lonacional suele ir acompañado por el repudio de los gran-des relatos históricos (los proyectos políticos los requie-ren) y la fascinación por el minimalismo.

Este minimalismo, o la territorialización concebidacomo práctica insular, el “socialismo en un solo barrio”,o el “grupismo”, fetichizan las particularidades y produ-cen a pequeña escala lo mismo que el socialismo en unsolo país producía a lo grande: burocracias autosatisfechasy doctrinas de la pasividad y el reformismo. El mismo pro-ducto que se deriva de un corporativismo o un gremialis-mo de base cuando es combinado con definicionespolíticas ultraizquierdistas —o principistas o puristas— anivel nacional e internacional. De este modo, el minima-lismo se integra en la lógica del multiculturalismo que,por los menos en ciertos formatos, tiende a consolidarsecomo la nueva visión del mundo del capitalismo global.Este multiculturalismo pone el énfasis en las pequeñasacciones, en las pequeñas historias; concibe a la clase yla nación como categorías abstractas, esencializa unahibridez sin tensiones, no da cuenta de los conflictos sus-tantivos y subsume las alternativas sistémicas en el campode lo diverso.

El minimalismo, un lastre con el que cargan algunasde las mejores experiencias del campo popular en laArgentina, sustenta un pensamiento político localista y unaspraxis del mismo signo. El minimalismo se puede paran-gonar con lo que Gramsci denominaba “pequeña política”;esto es: una política centrada en la cotidianidad y en los

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fragmentos de una estructura preestablecida y que, al evi-tar que la lucha de clases se ponga de manifiesto en laesfera estatal, realiza una enorme contribución a la“gran política” de la clase dominante. Las clases subal-ternas y oprimidas necesitan asumir los horizontes de una“gran política”, único recurso para instalar la lucha de cla-ses en la esfera estatal y para cuestionar las estructuraspreestablecidas.

Para explicarnos esta situación, y sin afanes de jus-tificarla, debemos tener presente que en la Argentina,sobre todo en los últimos años, la clásica retórica nacio-nal-popular se ha utilizado para justificar “políticas deentrega y dominación”. Los intelectuales, dirigentes y fun-cionarios que se asumen como nacionales y populares, sonorgánicos del estatuto de la derrota popular posdictadu-ra. Invocan conceptos del nacionalismo popular, sobre tododespués de que el proceso iniciado en 1983 se despejó desu rutina hacia 2001, pero carecen de la aptitud para con-vertirlos en un programa nacional-popular de y para lasclases subalternas; es decir, un programa nacional-popu-lar con inocultables referencias clasistas. En efecto,quedó demostrado que se puede recurrir a la retóricanacionalista para enmascarar la continuidad de los atro-pellos sociales. El “índex” nacional y popular ya no sofo-ca a las clases dominantes y ha adquirido una versatilidadinédita. Así, por ejemplo, la reivindicación de la gene-ración del 70 y sus luchas puede resultar perfectamentecompatible con la precarización laboral y una inéditatransnacionalización y monopolización de la economíaargentina. Esta realidad, más aún si se le suman los vie-jos prejuicios, refuerza la idea de la nación como meracoartada de las clases dominantes.

Por eso generan dudas el nacionalismo y también,aunque menos, el término pueblo. Porque a través de ellospasan gruesos contrabandos del enemigo (exactamente

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igual que lo que ocurre con la democracia y la libertad,e incluso con el socialismo). Tantas dudas generan, quese torna usual la negación del componente específicamen-te nacional presente en los procesos emancipatorios deNuestra América: desde la Revolución Mexicana a laBolivariana, desde la Revolución Cubana al neozapatismo.Es común ver a jóvenes que se identifican impetuosamen-te con estos procesos, pero que se estremecen cuandose plantea la necesidad de asumir la dimensión nacionalde la lucha popular, y que las políticas “de soberanía”,en Nuestra América, pueden ser la condición para las polí-ticas de autonomía y autodeterminación de las clasessubalternas o de “poder popular”.

Así, no es extraño detectar, en ciertos espacios auto-definidos como “alternativos”, una tendencia a disociar laspraxis orientadas a la construcción de la autonomía de lasclases subalternas y oprimidas, con la indiferencia por modi-ficar las relaciones de fuerzas a escala nacional. Tal diso-ciación de procesos reciamente entrelazados no hace másque hipotecar la autonomía en el corto plazo. Curiosamente,muchos de esos espacios se identifican con el neozapatis-mo mexicano que, como todos sabemos, ha asumido la tareade “reconstruir desde abajo la nación mexicana”, ha hechoostensible su “amor por la patria” y ha planteado, sin eufe-mismos, la necesidad de un “programa nacional”.5

Tanto en la vieja izquierda tradicional como en lanueva izquierda dizque heterodoxa la recusación de lacuestión nacional es reflejo del peso de concepcionesdefensivas y sectoriales, que devienen fácilmente en ais-lacionismo y sectarismo. Es básicamente un signo inequí-voco de su principal falencia: la ausencia de una política

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5 Ver, entre otros documentos: Subcomandante Insurgente Marcos:La tercera estela. Un plan. México, julio de 2003; EZLN, SextaDeclaración de la Selva Lacandona, México, julio de 2005.

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de poder (contrahegemónica y nacional). La preeminen-cia de estas concepciones constituye sin dudas un pro-blema endémico en la izquierda, que se ha expresado yse expresa en las dificultades para articular lo cotidia-no con los propósitos máximos.

Pero ocurre que el principio estructurador del sistemadel capital se basa en articulaciones jerárquicas y conflic-tivas en un plano nacional-internacional. Como ha plante-ado Itsván Mészáros, ni la “unidad global del capital”, niun “gobierno global” son factibles (“El capital no va a com-placernos haciéndole ese favor al trabajo, por la simplerazón de que no puede hacerlo”, Mészáros, 2009: 194).6

Por eso, además de la centralización progresiva del capi-talismo mundial, existe un imperialismo hegemónico a nivelglobal liderado por Estados Unidos, que busca imponersea otros Estados nacionales.

Ocurre que la nación, como “forma”, como modo dela existencia social e histórica, no ha dejado de funcio-nar como espacio concreto de dominio, de dirección dela vida social y de mando; esto es, como el espacio queotorga sentido a la totalidad primaria del capital (y a latotalidad de la lucha de clases).

Ocurre que la nación no ha perdido aún su justifica-ción histórica. Sigue interviniendo a través de expresio-nes culturales, de representaciones colectivas, dereferencias, anhelos, etcétera, como elemento de iden-tificación de las personas en todo el mundo y constitu-ye una forma de construcción social de la realidad. Perolo más importante es que estos elementos de identifi-cación y estas formas de construcción social de la rea-

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6 En la misma línea, Mészáros recuerda que la globalización“sigue produciendo corporaciones gigantes trans-nacionales, pero noverdaderas multi-nacionales” (Mészáros, 2009: 195; las cursivas apa-recen, como negritas, en el original).

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lidad contienen “núcleos de buen sentido”, en términosde Gramsci, o “factores de verdad”, en términos deTheodor Adorno, que pueden resultar asimilables y enalgunos casos imprescindibles para las luchas emancipa-torias.

Ocurre que lo nacional es el horizonte político insos-layable para la proyección del sujeto popular (o subal-terno). De este modo, la nación puede configurarse comocampo revolucionario y núcleo significativo de la socie-dad civil. Como objetivo e idea general, la nación puedecontribuir a dignificar las condiciones de existencia deun conjunto de particulares. “Nación” es una palabra queconserva una interioridad rebelde y montaraz, difícil deamansar. Es una palabra que contiene varios destinos.

Entonces, dialécticamente, podemos pensar-experi-mentar una nación alternativa en la nación burguesa ycontra la nación burguesa. La nación puede ser —al decirde Jean Paul-Sartre— una totalidad que se modifica a símisma ininterrumpidamente: la nación como “revoluciónpermanente” (cf. Sartre, 1995: 47); o simplemente unespacio proyectado de la emancipación y de la construc-ción soberana de las formas de sociabilidad más justas,más humanas, más dignas, más libres. La patria puedeser otros ritos, distintos y enfrentados a los ritos de losexplotadores.

La hegemonía, forma histórica de la lucha de clasesque, entre otras cosas, remite a la capacidad de articu-lar intereses en el plano de lo subjetivo, para construir alas clases en voluntad colectiva y para hacer posible sudesarrollo organizacional e institucional autónomo, siem-pre se basa en una idea de nación (y esto corresponde tantopara las clases dominantes como para las clases subalter-nas). El poder burgués no se asienta solamente en elterreno de la infraestructura. El poder popular tampoco.Las clases subalternas se caracterizan por una condición

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heterogénea sobre la que se genera el consenso pasivo queobtienen las clases dominantes (y el sistema del capital).La nación es clave para superar la atomización que ali-menta el transformismo. La nación es clave para la cons-trucción del hombre y la mujer colectivos.

La constitución de un nuevo bloque histórico, querequiere la construcción de la hegemonía de las clasessubalternas y oprimidas, orientada al reemplazo del sis-tema orgánico del capital por otro sistema orgánico alter-nativo, no puede prescindir de la nación. Es decir, nopuede prescindir de las identidades nacionales, dado queestas expresan las articulaciones entre la infraestructura(la base económica y social) y la superestructura políti-co-ideológica, como momentos del bloque histórico. Ladisputa hegemónica contiene necesariamente una dispu-ta por el significado de la nación y la patria. Si se aban-dona irresponsablemente este plano, si la fuerza política,organizativa, institucional alternativa no se combina conel desarrollo de un poder cultural y simbólico capaz deobtener un liderazgo nacional (la nación como proyectopolítico remite también a un hecho cultural), directamen-te se anula todo horizonte hegemónico, toda capacidadcontrahegemónica.

Como hemos señalado, la carencia de un proyecto depoder por parte de la izquierda y la incapacidad de defi-nir desde un espacio sociopolítico concreto una perspec-tiva social general y ejercer un liderazgo moral eintelectual, es el corolario de esta desidia respecto dela “cuestión nacional” (la encrucijada de la economía,la política y la ideología). Al mismo tiempo, al no consi-derar esta dimensión crucial, al negar lo nacional comomomento dialéctico en el devenir de una comunidad, laizquierda ha conspirado contra el internacionalismo másgenuino y concreto, y por ende menos abstracto y más ale-jado del principio táctico-organizativo; el internacionalis-

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mo que se asienta en hegemonías nacionales subalternas.Más grave aún: la izquierda, al tiempo que desconsidera-ba esta cuestión, recurrió (y recurre) al expediente de la“falta de conciencia de clase” para dar cuenta de los rei-terados casos de alineamiento y la identificación de lasclases subalternas con las clases dominantes nacionales(ni más ni menos que sus explotadores).

En este aspecto coincidimos con la propuesta deMészáros de una dialéctica entre un nacionalismo defen-sivo, que implica una crítica radical al sistema de rela-ciones injustas y asimétricas entre los Estados (y elejercicio de un patriotismo entendido como solidaridadcon el patriotismo de los pueblos oprimidos), y el inter-nacionalismo positivo que apunta al reemplazo del prin-cipio estructurante de los espacios del capital por unaalternativa sistémica basada en la cooperación y en lavoluntad de exceder al capital.7

Por lo tanto, sostenemos que la nación puede (y debe)concebirse como un espacio susceptible de ser apropiadoy rediseñado por las clases subalternas con sus significa-ciones, sentimientos y sueños, con el fin de disputarle alcapital —en el marco de una “lucha nacional”— su senti-do de la totalidad orgánica, su sistema hegemónico. Esaapropiación, ese rediseño, implican una recuperación y laposibilidad de una imposición de las ideas de las clasessubalternas en la misma acción, en el mismo movimien-to de la sociedad civil popular para autoorganizarse. Claroestá, el pánico a esa recuperación anula toda posibilidadde política radical.

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7 Cf. Mészáros, 2009: 428-430. Según Mészáros: “La tendenciadestructiva del capital transnacional no puede ser ni siquiera atem-perada, y mucho menos absolutamente superada, nada más en el nivelinternacional, mediante la acción de gobiernos nacionales en parti-cular” (ibíd.: 430).

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La aversión a pensar desde el campo contradictoriode las tradiciones nacionales, y la repulsión a asumir loscontenidos dilatados, impuros y flexibles de la culturanacional, en pos de conservar la castidad revolucionariay una estética “ultra” y binaria; la confusión de lo ple-beyo-popular con lo populista (un universo ancho y siem-pre ajeno), anula toda posibilidad de resignificarrevolucionariamente esa tradición y esa cultura, al tiem-po que conspira contra todo emplazamiento contrahege-mónico, inhibiendo el desarrollo de las capacidades deliderazgo moral e intelectual sobre las mayorías y limi-tando las posibilidades de conformación de un nuevo blo-que histórico.

Estas fobias a las identificaciones nacionalistas ypatrióticas han conducido a ciertos grupos de izquierdaa renegar de las tradiciones nacionales, de la culturanacional y sus íconos y referentes. Estas aversiones limi-tan sus posibilidades de inventarse una tradición históri-ca; problemática que se pone de manifiesto, por ejemplo,en sus incursiones en el campo historiográfico. Estasrepulsiones castran sus posibilidades de irradiación dis-cursiva, al tiempo que provocan una merma importanteen las defensas ideológicas de las clases subalternas.

La desnacionalización acota el campo de la crítica ysiempre nutre alguna pasividad, algún pragmatismo, algúnindividualismo, algún egoísmo. La figura desnacionaliza-da es siempre apolítica (incluyendo las formas del apoli-ticismo de izquierda) o elitista y sectaria. Por lo tanto, ladesnacionalización es plenamente funcional a la neoco-lonización. Y en las clases subalternas se expresa en auto-estima baja y falta de cohesión.

Asimismo resulta imprescindible, de cara a la trans-formación radical de nuestras sociedades (entiéndase,en sentido anticapitalista), pensar las articulacionesentre la democratización social y la forma estatal-nacio-

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nal. Es más, creemos que las condiciones democráticasradicales y el poder popular solo tienen futuro si lograncoagular en marcos nacionales (y no estamos pensandoprecisamente en “vías nacionales al socialismo”). Lanación sigue siendo necesaria para la unidad política delos explotados, inexcusable como totalidad (conforma-da de abajo hacia arriba) de los momentos interioressubalternos, imprescindible como instancia para lasupervivencia misma de las clases subalternas y oprimi-das y como discurso performativo productor de consen-timiento.

No es casual que algunos grupos que se reconocen enel disímil espectro de la izquierda dizque heterodoxa oautonomista y que, como la vieja izquierda, desdeñanla cuestión nacional, hagan lo propio con la idea de unalucha por amalgamar a las clases subalternas, desesti-mando toda articulación por “externa”, negando anti-dialécticamente la posibilidad de las articulaciones“internas”. De este modo conjugan el universalismo glo-bal y abstracto con el culto a la micropolítica, limitan-do el campo de producción de vínculos intersubjetivosalternativos a los del capital a espacios restringidos eincontaminados. También piensan en esos microespacioscuando impulsan la creación de “comunidades de senti-mientos y sentidos”. El fundamento filosófico del queparten, consciente o inconscientemente, concibe reali-dades planas y no contradictorias, y considera que todauniversalidad es impuesta desde afuera o desde arriba(o las dos cosas juntas), y se niega a reconocerla comomomento inmanente de la sociedad humana.

Por cierto, en Nuestra América, desde Tupac AmaruII en adelante, lo que más intranquilizó a las clases domi-nantes, y lo que más conmovió al poder colonizador oimperialista, fueron los proyectos de dimensión nacio-nal-continental de las clases subalternas, oprimidas y

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explotadas.8 Esos proyectos ponían en evidencia no solola falta de identificación de estas clases con el mundo delos dominadores, sino también la vocación de ir más alláde la resistencia y la insubordinación y de construir unmundo alternativo, autoconstruido y autogobernado, loque implicaba un violento y profundo desplazamientosocial, político y simbólico de las clases dominantes. Estafue la dimensión más radical de las impugnaciones de losde abajo al orden dominante; más, mucho más radical quelas rebeldías con propósitos particularizados. El eje pues-to en la diferencia no solo relega las luchas por la igual-dad a un lugar secundario, hace lo propio con la nación.

La nación es más, mucho más, que una simple media-ción entre las clases y el mundo (y las clases son más,mucho más, que una simple mediación entre el individuoy la sociedad). La nación remite a un proceso de intersub-jetivización que se produce y se reproduce constantemen-te. Entonces, la nación, así concebida, no es un dato dela realidad, una entidad homogénea y fija; es, obviamen-te, un proyecto, un pronóstico colectivo de cara al futu-ro, de cara al mundo del futuro. La nación, imaginada yforjada de este modo, no puede compatibilizarse con louniforme. Por el contrario, al no ser concebida como unaesencia histórica pasiva, comulga con lo plural. Este plu-ralismo instituye un conflicto permanente, de ahí sucarácter emancipador. Por otro lado, la tarea de reapro-piación material y simbólica de espacios “ajenos” para car-garlos de contenidos y valores diferentes, es una prácticacaracterística de las clases subalternas. Cabe plantearla

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8 En relación con esta cuestión, René Zabaleta Mercado decía:“Si [Tomás] Katari fue más sanguinario, extremista y terrible que[Tupac] Amaru, este contenía un proyecto para todos, una utopía nomeramente utópica. El señorío vio en él una sociedad que podía exis-tir, un tipo de independencia nacional que no aceptó ni siquiera anteel advenimiento de Bolívar” (Zabaleta Mercado, 1986: 91).

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entonces respecto de la nación, pero también en relacióncon un conjunto extenso de realidades.

III

Con la denominada globalización neoliberal, se reposi-ciona la cuestión nacional. Esta se expresa, en forma nega-tiva, en los provincialismos, los etnicismos y los culturalismosque promueven el repliegue hacia el interior de identida-des herméticas y antimodernas, en el nacionalismo fascis-ta que alimenta las limpiezas étnicas, o en el nacionalismoque se confunde con el extremismo religioso, con el racis-mo, y la xenofobia. Pero también se expresa en forma posi-tiva cuando la nación —libre de todo racismo implícito, lejosde toda proyección neurótica— remite a la riqueza cultu-ral, identitaria y democrática que se resiste a la universa-lización totalitaria del capitalismo y a sus estrategias dehomogeneización compulsiva y transculturización (globali-zación neocolonial), cuando se asienta en lógicas societa-rias (basamento de alternativas civilizatorias), cuando lossentimientos nacionales se encaminan hacia la autoestimade los de abajo, hacia la defensa de la soberanía y la diver-sidad cultural (lejos de todo culturalismo antimoderno), yhacia una lucha revolucionaria de las clases subalternas.

En efecto, la nación puede ser una alternativa a losnuevos formatos que asume el dominium en la era de laglobalización neoliberal (o posneoliberal).8 Salvo que

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8 Cabe destacar que la nación también sigue siendo una alternativafundamental como freno a las formas más “tradicionales” del impe-rialismo que no han dejado de proliferar junto a las “nuevas” modal-idades impuestas por la globalización neoliberal. Por ejemplo:Estados Unidos sigue invadiendo-ocupando territorios militarmentey sus bases militares no dejan de reproducirse por todo el mundo.Estados Unidos sigue ejerciendo la violencia contra toda barreranacional que impida la expansión de su poderío. Frente a esta real-idad, además de reivindicar a la nación, ¿no habrá que pensar, inclu-so, en la necesidad de una Doctrina de Guerra?

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consideremos, con Negri y Michael Hardt, que, en laactualidad, la única oposición relevante se da entre elcapital y la multitud. Por otra parte, el mundo globali-zado, con su reformulación y profundización de las asi-metrías entre los Estados centrales y periféricos, obligaa pensar en las posibilidades que tienen las identidadesnacionales de asumirse como el resultado de una elec-ción y de una autodefinición frente a lo global.

En el mundo periférico, dos procesos se siguen com-binando: el de la refundación de la nación (en el marcode una lucha antiimperialista) y el de la lucha contra laopresión de clase; dos principios han ratificado su carác-ter indisoluble, es decir, no correlativos sino simultáne-os: el principio descolonizador y el democratizador.Esto plantea una simultaneidad inherente a toda luchapopular genuina. Las luchas por construir poder popularnos enfrentan a las clases y elites dominantes locales yal imperialismo. O sea que, en Nuestra América, no soloes posible, sino que es necesario un nacionalismo (y unasubjetividad antiimperialista) que se articule con el com-ponente anticapitalista e igualitario ¿Acaso existe enNuestra América algo más antinacional que su capitalis-mo? En Nuestra América no solo es posible, sino que esnecesario un nacionalismo que no aspire a un régimende burguesía estatal, o estatal a secas, sino que propi-cie un régimen basado en el poder popular (condición deun gobierno popular) que cree contextos aptos para elflorecimiento de las organizaciones populares y su arti-culación. En fin, un nacionalismo que sea un elementoestructurador de identidades positivas y radicales.

Para avanzar hacia una profunda transformaciónsocial, las manifestaciones de poder constituyente popu-lar, las formas organizativas y las subjetividades emanci-patorias, no pueden ni deben asumir como campo deexpresión a los universos hueros, a los sujetos indiferen-

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ciados y ambiguos. Por el contrario, imperiosamente nece-sitan expresarse en un nuevo bloque histórico; es decirnecesitan encarnarse en unas clases subalternas y opri-midas comprometidas con un proyecto de revoluciónnacional orientada a extinguir el imperialismo, el ordendel capital y el Estado burgués. Las formulaciones anti-nacionales que reivindican esos universos hueros y esossujetos indiferenciados y ambiguos, por lo general, ter-minan aceptando el proyecto nacional de las clases domi-nantes. En los últimos tiempos, el hábito de volar con elmarxismo autonomista italiano (operaismo) y de caminarcon el kirchnerismo, se ha convertido en algo frecuentey para nada insólito.

Partimos entonces de la centralidad del aporte de lasclases subalternas a la hora de definir y construir lanación, confiamos en su capacidad de autodeterminacióny en sus posibilidades de devenir “clase nacional” o “uni-versal concreto”. Reivindicamos una idea de la nación-popular y democrática, hacia atrás y hacia delante y unhorizonte latinoamericano. Y si bien consideramos queesta idea funda una concepción abierta y plural de laidentidad nacional, no exenta de contradicciones e inte-reses heterogéneos, la misma no deja de ser excluyen-te, ya que, de otra manera, sería una utopía hueca.

Porque nuestra idea de nación no coincide con la delas clases dominantes (considerando al conjunto de susfacciones), sino que es antagónica respecto de ella.Nosotros pensamos la unificación alrededor de conceptosdiametralmente opuestos: igualdad sustantiva, poderpopular, etcétera. Nosotros pensamos la unificación desdeotros procedimientos y metodologías: en torno a transac-ciones entre subalternos que excluyen a los dominadoresy explotadores. No se trata de homogeneizar lo asimétri-co. Los “frentes nacionales” nos parecen inviables.Ocupamos polos antagónicos en el pasado y no deseamos

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el mismo futuro. Si, como afirmaba Benedict Anderson,las naciones son “comunidades imaginadas”, la nuestra,de seguro, es muy diferente a la que han imaginado eimpuesto las clases dominantes. Porque las clases domi-nantes locales (integradas al capital transnacional) difí-cilmente puedan desarrollar un interés nacional concretoque se contradiga con sus negocios, sus privilegios, másallá de su eficacia para sostenerlo como ilusión y garan-tizar su reproducción.

Los momentos constitutivos de la nación pueden serpensados a partir de los niveles de autoorganización delas clases subalternas frente al Estado, lo que significaque los momentos de la organización social como naciónestán relacionados con momentos de rebeldía popular ycon la insurgencia de masas.

Está claro que existe un sistema mundial capitalistaque no puede ser transformado mediante la “conquista”del poder por parte de movimientos antisistémicos enEstados nacionales separados. Y que, en el marco de esesistema, los Estados nacionales, aunque respondan a laspresiones populares internas, poseen un espacio depoder estructuralmente acotado. ¿Pero cuál es el empla-zamiento sociopolítico más adecuado para librar la luchacontra el sistema mundial capitalista? El reconocimientodel sistema capitalista mundial como unidad de análisisque entraña una totalidad cuyas partes están en relaciónde interdependencia y subordinación y no de yuxtaposi-ción, aunque acertado, puede conducir a la abstracciónpolítica y la pasividad. Este no ha sido ni es un problemafácil de resolver para los movimientos sociales y políti-cos antisistémicos. No existen recetas al respecto, perocreemos que una alternativa de transición viable nopuede dejar de reconocer la necesaria articulación entrelo local y lo mundial, con el fin de crear un nuevo sistemamundial. Esta praxis articulatoria indefectiblemente

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estará inmersa en un proceso de carácter asincrónico y nolineal. Lo local puede manifestarse en múltiples planos.Uno de esos planos se corresponde con lo nacional. Másespecíficamente: lo nacional-periférico. Entonces, ladimensión nacional juega un papel fundamental comoemplazamiento para una lucha contra el sistema mun-dial capitalista.

A partir de una “desconexión” que no implica fugar-se del sistema mundial, pero sí redefinir las pautas eco-nómicas, sociales, políticas y culturales de cadaEstado-nación gracias a unas relaciones de fuerza inter-nas favorables a las clases subalternas y oprimidas, lanación puede ser punto de partida de la transición, unaretaguardia, una base de operaciones o un ejemploradiante. La nación —una nación concreta— puede ser laplataforma para un frente de naciones que opere en elnivel regional, un frente que además puede poner lími-tes a la subordinación que impulsa el sistema mundial.Su efectividad dependerá en buena medida de que sereconozcan sus limitaciones hasta tanto no se cree unsistema mundial alternativo.

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En vida, a los grandes revolucionarios las clasesopresoras los hacen víctimas de constantes perse-cuciones; combaten sus doctrinas con la perfidiamás salvaje, con el odio más furioso, con la másdesenfrenada campaña de mentiras y calumnias.Después de muertos, se intenta convertirlos en san-tos inofensivos, en canonizarlos, en rodear sus nom-bres de una aureola celestial, con el objeto de'consolar' y engañar a las clases oprimidas, de cas-trar el contenido revolucionario de su doctrina, demellar su filo, de bastardearla.

V. I. Lenin

I

En 1910 el Estado Nacional argentino y la clase domi-nante, cuyo núcleo más dinámico estaba constituido porla burguesía agraria terrateniente de la región pampeana,1propusieron un balance histórico optimista, al tiempo que

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CCaappííttuulloo 33

Realidades y símbolos delBicentenario argentino

1 Partiendo de aportes como los de Milcíades Peña y Jorge A.Sábato, entre otros, le asignamos un carácter multisectorial a la clasedominante argentina del período.

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fijaban una idea y una matriz de nación excluyente, mili-tarista, chauvinista, racista, etnocéntrica, occidental,machista, liberal-conservadora y agro-pastoril. Eran estasuna idea y una matriz que negaban la diversidad socio-cultural y que partían de una concepción dualista ysegregadora —civilización o barbarie— que caló hondo enla cultura argentina.

No debemos olvidar que el Centenario se celebró bajoestado de sitio: signo de la exclusión estatal-nacional detodo un conjunto de referencias simbólicas y prácticasplebeyas. Regían la Ley de Residencia (1902) —que habi-litaba la deportación de los inmigrantes con actividadgremial y política—, y la Ley de Defensa Social (1910) queprofundizó los mecanismos de deportación, al tiempo queinstituía figuras y sanciones que “criminalizaban” los con-flictos sociales, las luchas populares y hasta las mismí-simas ideas contrarias al orden establecido. La Ley deDefensa Social también estableció la pena de muerte.

Fue la época de la “pedagogía de las estatuas” de laque hablaba Ricardo Rojas; una celebración del bronce,pero de un bronce plagado de mensajes abiertamentelegitimadores y de símbolos que hablaban con transpa-rencia de la religión vital profesada por las clases domi-nantes y el Estado. Es decir: los patrones simbólicosnacionales eran abiertamente excluyentes, en buenamedida por la preeminencia de lo estatal en esa concep-ción de la nación.

Esa idea estatal (y reaccionaria) de la nación tendióa considerar la condición subalterna bajo el signo de algu-na extranjería, y estableció un recorte que colocaba afue-ra al otro cultural, concibiéndolo como “agente externo”.La nación argentina se conformó como contraideologíaestatal frente a las clases subalternas y oprimidas. Esamisma idea se reactualizó en las décadas de 1950, 1960y 1970, a partir de la influencia de la Doctrina de la

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Seguridad Nacional, y cada tanto recobra vigor. Por cier-to, el recrudecimiento del racismo y la xenofobia a par-tir de las tomas de tierras en los barrios del sur de laciudad de Buenos Aires, a fines del año del Bicentenario,son un ejemplo de que esta ideología envilecedora sigueobrando como medio de dominación (por vía de la extra-versión) y que forma parte de una cosmovisión muy arrai-gada en las franjas más embotelladas y egoístas de lasclases medias argentinas.

Ese balance de 1910, que sacaba conclusiones deacontecimientos y procesos que partían de 1852, perotambién de mucho antes, logró proyectarse a los años pos-teriores y algunos de sus efectos son aún operantes. Deotra manera sería inexplicable que Marcos Aguinis cuen-te con un público ávido de sus producciones político-lite-rarias, insoportables antologías de los lugares comunes yde los fetiches del liberalismo argentino: derecho de pro-piedad, mercado autorregulado, utopía librecambista,competencia, libertad de prensa (concebida como liber-tad de empresa), inversiones extranjeras, desarrollo, pro-greso, civilización, orden, cultura de elites, república, LaNación, etcétera. Fetiches cuya operatividad se basa enel hecho de ser asimilables a las identidades culturalesconformadas a partir de insumos tales como la frivolidady el prejuicio y la mofa hacia la ideología.

Sin atender al balance del Centenario y a sus proyec-ciones, sin atender a las repeticiones infatigables de unabanalidad homogénea, tampoco podríamos explicarnoslas palabras del presidente de la Sociedad RuralArgentina, Hugo Biolcatti, quien, precisamente en 2010y flanqueado por políticos de derecha como EduardoDuhalde, Mauricio Macri y Francisco de Narváez, propo-nía abiertamente el retorno al modelo de acumulacióndel período 1880-1930, al Estado represivo y al régimenpolítico excluyente del período 1880-1912.

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En 2010, aunque desde el gobierno nacional y desdealgunos sectores del Estado se haya apelado a los senti-mientos nacionales de las clases subalternas y oprimidasy se haya propuesto una idea de nación más inclusiva —que tuvo su correlato en unos festejos del Bicentena-rio relativamente descentralizados, en la apelación a unasimbología y unas representaciones que excedían con cre-ces los horizontes del populismo más ramplón—, no sepuso en discusión una idea no burguesa de lo nacional, osea: no se planteó la posibilidad de una sociedad horizon-tal, de una nación democrática y popular incompatiblecon el capitalismo, con la sociedad estructurada jerárqui-camente y con la nación burguesa.

Si bien no se la celebró abiertamente, no se cuestio-nó la epopeya de la iniciativa privada y el individualis-mo realizador como motor del nacimiento y el desarrollode la nación, uno de los pilares de la ideología de 1910.Al nivel del modelo de acumulación, existe un dato incon-trastable: las similitudes entre modelos basados en la“especialización en actividades asociadas al aprovecha-miento de las ventajas comparativas derivadas de ladotación de recursos naturales” (Aspiazu/Schorr, 2010:246), un tipo de especialización que no se caracterizaprecisamente por su dinamismo a nivel de la economíamundial. Podemos decir entonces que, más allá de laretórica, ni siquiera se puso en juego una idea de naciónburguesa “manufacturera”, “integrada”, “soberana”,etcétera. Mucho menos una idea de nación basada enestrategias de desarrollo endógeno y de base comunita-ria y en formas de soberanía popular directa.

Además —aunque suene a aguafiestas, a refutaciónde leyendas o a simple entercamiento— la “participaciónpopular” estuvo signada en buena medida por identida-des de espectadores y consumidores, por lo tanto puedeafirmarse que la misma ni siquiera transparentó inequí-

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vocamente un recurso gubernamental y sistemático a lamovilización controlada. Más allá de los contenidos delas simbologías y las representaciones, la elite políticaligada al gobierno y sus intelectuales más conspicuossiguen concibiendo a las clases subalternas como merosreceptores de políticas culturales, es decir, como unamasa inerte, pasiva y maleable.

En algún sentido (del orden de lo no aparente), seperpetúa una situación de impotencia y apatía popula-res. Es innegable que continúan operando los procesosde electoralización y clientelización de las clases subal-ternas, sucedáneos de las formas de explotación másdirectas y que afectan la conformación de espacios deintersubjetivación política popular, es decir: lo medularde la política de los 90, pero con otro discurso y con otraestética más piadosa. Pero sucede que la piedad del quedomina nunca puede ser redentora y liberadora.

Tanto en los festejos del Bicentenario como en lasexequias del ex presidente Néstor Kirchner, dos presen-cias fueron muy notorias: por un lado la de la militanciaestatal vinculada a las organizaciones progubernamenta-les (sindicatos, principalmente, pero también organiza-ciones políticas y sociales), por el otro la de unas clasesmedias progresistas semiideologizadas, no encuadradas.

La primera sigue concibiendo al Estado como el lugarde excepción de la política y como la instancia privilegia-da a la hora de determinar lo que es y no es creación cul-tural. Parte de la idea de que los cambios provienen desdearriba; sus concepciones son tan superestructurales comolas que prevalecieron en las décadas del 80 y el 90. Sumilitancia es de “baja intensidad” y tiene poco que vercon el compromiso cotidiano con los procesos de autoe-mancipación y con la creación de instancias de poderpopular y democracia sustantiva. Están asociados más porla conveniencia individual que por la magia derivada del

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hecho de compartir un proyecto colectivo. ¿Con cuántosmilitantes activos no rentados cuenta el kirchnerismo?

Por su parte, las clases medias progresistas semiide-ologizadas también siguen entendiendo la política en laclave peculiar de la década del 90; es decir, en térmi-nos caracterizados por una elipsis del cuerpo, signadospor lógicas superestructurales. Su deseo de participaciónes genuino y valioso, también contiene “núcleos de buensentido” o “factores de verdad”, pero por ahora es muylimitado y reacio a toda forma de integración comuni-taria que contrarreste su dispersión y su hibridez pres-cindente; además, creemos que no deja de combinarsecon el Yo circunferido, el individualismo posesivo, el con-sumismo y la representación política.

En ambos casos estamos muy lejos de una organici-dad preparada para combates significativos, para luchasque modifiquen la correlación de fuerzas sociales.Nosotros consideramos que la política como práctica“estatal” en manos de “profesionales” atenta contra elprogreso, el bienestar, la participación y la libertad delpueblo. Por otra parte, anula la elaboración política espon-tánea y permanente. Pero no hay que olvidar que las limi-taciones que estos sectores presentan en la actualidad noinhiben sus aptitudes para ser hegemonizables —por lomenos, una franja importante de ellos— por un proyectopopular radical.

De este modo, unas realidades materiales, socialesy políticas que en aspectos sustanciales desmienten elabandono de una matriz favorable a los grupos econó-micos más poderosos, o que desmerecen la puesta enmarcha de una estrategia capaz de inculcarle equidad ala economía, conviven con una simbología y unas repre-sentaciones que, en parte, remiten a lo antiimperialis-ta y hasta a lo anticapitalista. Partiendo de algunosplanteos de Héctor Díaz Polanco, y retomando lo aseve-

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rado en páginas anteriores respecto del multiculturalis-mo como visión del mundo del capitalismo global, pode-mos constatar ciertos usos del multiculturalismo quefavorecen el desarrollo de un proceso contradictorio depolitización de la cultura y de despolitización de la eco-nomía (cf. Díaz Polanco, 2005). Esto ha sido en parteposible porque, en forma paralela a la crisis del campopopular, se ha ido deteriorando la validez de la causali-dad. Es decir: se desmoronó toda pretensión de verdadde las ideas fundada en sus condiciones causales.

II

Sin entrar a discutir las motivaciones de fondo, esinnegable que la experiencia kirchnerista ha abierto algu-nas brechas. Por ejemplo, ha realizado un aporte impor-tante al diseño de una política menos alienada, menosabstracta y más autónoma al proponer un Estado menosseparado de la sociedad civil; un Estado que ya no abju-ra de algunas de sus funciones soberanas y no acota per-manentemente, como en los años 80 y 90, el espacio dela política. Con el kirchnerismo las desigualdades socia-les sancionadas por el mercado han dejado de tener uncorrelato exacto en la política. Por primera vez en muchotiempo la democracia es visualizada, sobre todo por sec-tores de la sociedad civil popular, como un sistema decorrección de las desigualdades (lo que no significa quese las esté corrigiendo sustantivamente). El régimen polí-tico ya no es visto exclusivamente como la encarnaciónde la opresión general, como un obstáculo que le impi-de a la sociedad coincidir con ella misma (lo que no sig-nifica que se esté contribuyendo decididamente a talobjetivo).

Es indiscutible que el kirchnerismo ha abandonadociertos dogmas y prácticas neoliberales, ha contradichoel sistema de creencias de la hegemonía neoliberal, ha

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favorecido una ruptura parcial con la Teoría de los DosDemonios, y, sobre todo, ha reinstalado un conjunto deprácticas políticas que van más allá de los intereses inme-diatos de las clases dominantes, rasgo característico detodo Estado burgués pero tan desusado en nuestro paísen las últimas décadas que aportó una elevada cuota deconfusión en sectores de la militancia popular. Ahorabien, no por esto el kirchnerismo deja de ser una expe-riencia que se inserta en la vieja estructura para no modi-ficarla en sus aspectos esenciales. Si abandonó ciertosdogmas y prácticas neoliberales, mantuvo otros y otras.Si contradijo el sistema de creencias de la hegemoníaneoliberal, avanzó mucho más en el terreno discursivoque en el de las realidades crudas. Y cuando los avan-ces fueron concretos, fueron acotados cuantitativa y cua-litativamente.

Partiendo del piso extremadamente bajo que dejó elneoliberalismo desnacionalizador y despolitizador, elkirchnerismo no ha conspirado abiertamente contra elproceso de politización social que tuvo en diciembre de2001 su momento más radiante, al tiempo que lo ha deli-mitado con precisión, inhibiendo la participación crea-dora y autónoma de los trabajadores y el conjunto delas clases subalternas. Es decir: el kirchnerismo se apro-vechó de ese proceso de politización social y lo amplió,pero en un sentido mediado, controlado, adaptado arequerimientos más limitados y “evolucionarios”. La ide-ología neopopulista remozada, con sus maneras vagas deanunciar, con su predilección por las imprecisiones, esplenamente funcional a esta estrategia de politizaciónsocial limitada y participación tutelada ya que contribu-ye a delinear un enemigo antinacional y antipopular (quees, en efecto, enemigo, antinacional y antipopular) sindejar de ser compatible con otros sectores de las clasesdominantes, con la burocracia sindical, etcétera.

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El kirchnerismo ha favorecido un proceso de recons-trucción simbólica de la política, que generó confianzaen las instituciones y en su capacidad para absorber yresolver los conflictos. El kirchnerismo propuso un con-tenido óntico inesperado cuando la sociedad preconiza-ba la dimensión ontológica, instituyó la idea del retornoa un capitalismo nacional, a un Estado soberano, redis-tributivo y radioso. Esta es la mentira metafísica en laque se basan la palabra y la pose oficial y la que les gene-ra tiempo y consenso. En realidad, se ha refundado lailusión populista sostenida en la confianza en que elgobierno buscará consolidar su capacidad de canalizar losantagonismos sociales, recomponer el principio nacional-estatal y organizar desde arriba la sociedad.

El kirchnerismo enarbola banderas progresistas, yhasta toma medidas del mismo signo —es decir, demo-cráticas—, pero sin reformular el modelo de acumulacióny el sistema de dominación que comenzó a consolidarsea partir de la dictadura de 1976. Sus intervenciones noapuntan a modificar radicalmente la estructura social,la estructura de poder, el sujeto. Lo cierto es que, hastaahora, más allá de algunas situaciones tensas, no se hanproducido quiebres sustanciales en los vínculos entreel poder económico y el poder estatal. Más allá de algu-nos gestos, el gobierno no se ha convertido en vasocomunicante de las demandas sociales; no ha dadopasos importantes en pos del manejo estatal de los ser-vicios públicos y los recursos estratégicos; las estructu-ras del clientelismo político no han desaparecido paradar paso a la asociación autónoma, y el sistema políti-co no ha avanzado en acciones que propicien la forta-leza de los actores sociales populares y “de base”. Sucruzada contra la desigualdad social no tiene muchasposibilidades de profundizarse, dado que se conside-ra que la misma no está relacionada con el sistema de

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producción capitalista sino con la “redistribución del ingre-so” (como si la trilogía producción-distribución-consumofuera fácilmente escindible). Sus lógicas no pueden tole-rar que las clases subalternas sean las protagonistas delproceso redistributivo. El pueblo es concebido como obje-to pasivo de las políticas redistributivas. Como sostieneLebowitz:

sin producción para las necesidades sociales no hay pro-piedad social auténtica; sin propiedad social no hay tomade decisiones por parte de los trabajadores orientadasa las necesidades de la sociedad; sin toma de decisio-nes por parte de los trabajadores no hay transformaciónde las personas y de sus necesidades (Lebowitz, 2010:12-13).

Una reestructuración capitalista que no desestimaen lo esencial la herencia aciaga de la valorizaciónfinanciera y el ajuste estructural,2 con todas las fichaspuestas en el tipo de cambio, las commodities y el supe-rávit fiscal; una realidad económica caracterizada porel predominio de sectores vinculados a actividades concarácter exógeno, dependiente de los mercados inter-nacionales (mercados diversificados y en expansión,como nunca antes en la historia argentina), con pode-rosos grupos transnacionales que ejercen un férreo con-trol sobre la producción nacional y que tienden aampliarse financiando sus inversiones con el aumentode los precios internos, cohabita con una retórica

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2 Según Daniel Aspiazu y Martín Schorr, esa herencia consiste en:“a) una estructura fabril desarticulada y trunca, muy orientada hacialas primeras etapas de la transformación manufacturera y con mar-cadas heterogeneidades estructurales y desacoples en los niveles intrae interindustriales, y b) una fuerte redistribución de ingresos en detri-mento de los trabajadores y a favor de las fracciones más concentra-das y transnacionalizadas del capital” (Aspiazu/Schorr, 2010: 287).

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industrialista, productivista y mercado-internista. Elcontrol cada vez mayor de unas pocas grandes empre-sas de capital extranjero integradas en forma comple-ja (y productivamente desarticuladas del mercadointerno) y la consiguiente pérdida de la capacidad nacio-nal para dirigir su política económica y los flujos comer-ciales y financieros (que ocurren en el contexto de laempresa transnacional), conviven con la exaltaciónoficial de la autarquía y el intervencionismo estatal. Unacolosal recomposición de las ganancias empresariales,la precarización laboral en todas sus formas, la profun-dización de la fragmentación de la clase trabajadora,los bajos salarios y la superexplotación transitan enparalelo a las invocaciones oficiales de la justicia socialy la igualdad.

Con las garantías que ofrece un contexto históricoaltamente favorable, el kirchnerismo ha contribuido aconformar una conciencia subjetiva (en particular enámbitos de la militancia popular) que, o bien no perci-be las contradicciones más rotundas (incluso las contra-dicciones de tipo estructural), negando, claro está, unadimensión de la realidad; o bien estiliza conciliadora-mente la realidad. Aunque pueda sonar paradójico, estaestilización conciliadora se nutre de la confrontación conalgunas franjas de la sociedad civil burguesa y con lapolitización (parcial) de la sociedad civil popular, por esoes eficaz. El kirchnerismo se ha caracterizado por recu-perar la subjetividad de las ausencias pero no por res-taurar materialidades, o por restaurarlas en dosishomeopáticas, alimentando así un conjunto de fetichis-mos y cárceles mitológicas. Muchas consignas democrá-ticas terminan vaciadas de contenido y se arrebatanbanderas al movimiento popular, para marchar conellas un corto trecho y detenerse, dar marcha atrás otomar el primer desvío.

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IIILos festejos del Bicentenario argentino transparenta-

ron una estrategia que tiende a la incorporación de las cla-ses subalternas desde lo simbólico, al tiempo que promuevesu suplantación por la vía de la representación, la incor-poración subordinada (por ejemplo: el caso de los traba-jadores desocupados reconvertidos en “piqueteros deoficina pública”) o su exclusión lisa y llana en otros pla-nos: materiales, sociales y políticos, más específicamen-te en lo que hace a la cuestión del poder. Lo que vemoses una simulación de incorporación, una política que pro-mueve las teatralizaciones de hechos y tradiciones anti-coloniales, populares, y hasta socialistas, al tiempo queevita que las mismas se conviertan en una fuerza políticaautónoma y en un conjunto de praxis consecuentes.

Se nos hace difícil dejar de considerar la posibilidadde que el contenido disruptivo de la simbología admitidapor el gobierno no termine siendo conjurado por el con-texto, contradicho por las prácticas e intervenciones queno lo vivifican; que las imágenes de Tupac Amaru II, Joséde San Martín, José Gervasio Artigas, Simón Bolívar,Emiliano Zapata, Eva Perón, Ernesto Che Guevara, SalvadorAllende, etcétera, trivializadas y depotenciadas, devengansuperfluas y decorativas, solo atingentes a los contornosprivados, e inocuas desde el punto de vista social, es decir:que degeneren en folclore, en relictos extravagantes.

Ese panteón de referentes simbólicos, rescatado desdela conciliación de clases o desde la negativa a perjudicarlos intereses de los grupos más concentrados y poderososque actúan en el país, propuesto desde una estrategia quereconduce la potencia de las clases subalternas hacia elreforzamiento de las instituciones caducas, con clasespopulares alejadas de toda responsabilidad de poderpolítico, corre el riesgo de la mistificación, de la religión-opio, de la anulación de los idearios más sublimes.

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Ese panteón, expropiado de toda trascendencia prác-tica, exorcizada su energía subversiva, no sirve paraactualizar, se limita a conmemorar; por lo tanto, sus apti-tudes para conjurar el olvido son escasas. Este es un des-tino complicado de eludir, si tomamos en cuenta que sonsectores de la burguesía y la pequeña burguesía los queles atribuyen (a ese panteón, a esa simbología) su pro-pia lengua, su propia moral, su propio horizonte. Así, esasimbología no solo está muy lejos de ser expresión de lacreatividad popular y del desdoblamiento de las luchasde los oprimidos, sino que se transforma en instrumen-to de legitimación de los poderes opresores.

Cabe tener presente el caso del PRI (PartidoRevolucionario Institucional) mexicano, que supo acom-pañar sus políticas reaccionarias con iconografías ynarrativas radicales, que, vale la pena recordarlo, porsí mismas nunca son capaces de rebelarse. De modo simi-lar, Iraida Vargas-Arenas nos recuerda que el “puntofi-jismo”, en Venezuela, supo manipular identificacionespopulares para asimilarlas a las pautas tradicionales, yde este modo se apropió “de los elementos simbólicospopulares para lograr una aceptación sin reticencias desus líderes políticos y convencer a las clases popularesde que sus presidentes eran como ellos y ellas” (Vargas-Arena, 2007: 141). El decurso del siglo XX, en NuestraAmérica, está plagado de situaciones de uso descontex-tualizado de identificaciones populares con el fin deencubrir contradicciones de clase y las políticas desometimiento al imperialismo y el poder transnacional.En los términos desplegados por Karl Marx y FriedrichEngels en La Sagrada Familia, las “ideas”, no pueden eje-cutar nada; sin hombres y mujeres dispuestos a poneren acción una fuerza práctica, las ideas siempre queda-ron en ridículo cuando aparecieron divorciadas de losintereses concretos (cf. Marx/Engels, 1975).

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Por otra parte, no hay que olvidar que décadas deneoliberalismo nos legaron un desierto cultural, más alláde los oasis reparadores que contrarrestaron la disgrega-ción. Parafraseando al director de cine italiano BernardoBertolucci: en un desierto todo se convierte en espejis-mo y el deseo se confunde con la realidad. En fin, cree-mos que existen condiciones para que esa simbologíaparcialmente revolucionaria puesta en circulación en elBicentenario argentino sea tolerada (aunque a algunos lesmoleste) como preciosidad literaria o floclórica para anu-lar sus posibilidades de devenir fundamento de la nacio-nalidad argentina. En este aspecto, posiblemente tresitinerarios confluyan en una misma encrucijada: a) lasactivaciones maquiavélicas que deliberadamente traba-jan para diluir el potencial subversivo de esa simbología;b) la confianza en los efectos favorables para la gober-nabilidad, post crisis de 2001, de una articulación entreesa simbología (y todo el bagaje setentista y neorevisio-nista) y la recomposición capitalista; y c) las limitacio-nes político-ideológicas de aquellos sectores con visionesy aspiraciones nacional-populares que no procuran diluirel potencial subversivo de esa simbología (ni garantizarla gobernabilidad o la recomposición capitalista), perocuya praxis concreta no contrarresta la asimilabilidad dela misma al poder y al sistema de dominación.

Notamos una profunda escisión, una negación de las“afinidades electivas” de esa simbología. O, si se pre-fiere, dado que a los símbolos el significado no les vienede su propio contenido óntico, podemos hablar de la pro-ducción “oficial” de nuevos actos de fundación, de nue-vas imposiciones y consagraciones que les otorgan nuevossignificados a una figura o un hecho históricos.3 Por lo

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3 Hans-Georg Gadamer decía que los símbolos “no reciben el senti-do de su función desde su propio contenido” y proponía el concepto de

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tanto, el relato histórico oficial, más allá de lo cercanoy apreciado que nos pueda resultar, no da cuenta —comodecía Walter Benjamin— de la histórica preparación dela miseria que embarga a las clases subalternas, y por lotanto no proporciona armas al pueblo para cambiar lasituación actual. La homogeneidad a la que apela la sim-bología patriótica oficial está exhausta y extrapolada. Almismo tiempo, la difusión de esa simbología, tambiénpuede (y debe) considerarse como expresión de la dife-rencia entre poder del Estado y poder de clase y de com-plejidad de las mediaciones entre el Estado y las clasessociales, o entre la “superestructura” y la “base”; aun-que, tal vez, en este caso haya más coincidencia y line-alidad de lo que muchos creen.

Las memorias del nacionalismo revolucionario y delsocialismo revolucionario solo pueden recuperarse desdeuna práctica y una perspectiva anticapitalistas y desdeuna narrativa homóloga al mundo, al continente y al paísde 2010 y no homóloga a las décadas del 60 y el 70. Loque significa, entre otras cosas, que la nación y el antiim-perialismo y el socialismo, para nosotros, son impensa-bles sin formas de autogobierno, sin el desarrollo depoder popular; en fin, son inconcebibles sin el desarro-llo de una democracia que abjure de toda ilusión bur-guesa, son inviables sin la socialización de las funcionesestatales. Indudablemente, el universo teórico y prácti-co del poder popular refiere a una cultura política dife-rente (y superadora) del nacionalismo populista y laizquierda tradicional.

No nos parece estar asistiendo a un proceso de cam-bios sociales significativos, a una “reforma moral e inte-

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“fundación” para hacer referencia al inevitable proceso de adopción deuna función simbólica. Agregaba que el símbolo “sustituye en cuanto querepresenta” y que “cuando el símbolo está ahí, lo simbolizado no está enun grado superior” (Gadamer, 2007: 205-206).

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lectual” o a un despliegue de una “guerra de posiciones”,como han sostenido los más exaltados y los que ponena prueba la elasticidad de los conceptos gramscianos. Nocreemos, como han sostenido los más ingenuos, que lasrepresentaciones desplegadas en los festejos delBicentenario argentino puedan ser consideradas comoexpresión de una “revolución externa” que precedeintervenciones radicales en otros campos.

Es innegable que la difusión oficial contribuyó a masi-ficar un imaginario histórico que presenta elementosimprescindibles de cara a un proyecto popular, radical-mente transformador y que además supo interpelar elidealismo democrático de ciertos sectores de la socie-dad argentina. Ahora bien, que esos elementos dejen deser cotillón, puro pasado o componentes de una ideolo-gía que resiste, y se integren a una concepción del mundoprotohegemónica, sostén de un proyecto popular genui-no y de largo alcance, depende de las fuerzas popula-res, no del gobierno. Los mejores componentes de eseimaginario podrán ganar nuevos contenidos si se convier-ten en instrumentos de lucha, si son “vividos” con pará-metros diferentes a los oficiales.

Por otra parte, debemos tener presente que cuandola nación, al igual que los derechos humanos, la demo-cracia, el pluralismo étnico-cultural, la cuestión ecoló-gica, de género, etcétera, se conciben como “narrativasde reemplazo”, escindidas de toda perspectiva anticapi-talista, pueden funcionar como los mecanismos másefectivos para la dominación. Ahora bien, la perspectivaanticapitalista, si pretende ser algo más que un enun-ciado y una expresión de deseo, no debería conducir a laneutralidad o a la mera negatividad que por lo generalencubren la actitud soberbia y descalificadora haciaaquellos sectores del campo popular que obtienen unaconquista modesta y que experimentan o creen experi-

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mentar un avance. La situación es sumamente complejay creemos que solo se puede resolver en la práctica.¿Cómo colocarse por encima, y no al margen, de la disputaentre el neopopulismo y la versión cruda y dura de neoli-beralismo? ¿Cómo evitar ser funcionales a una restauraciónde la segunda opción sin contribuir a consolidar la pri-mera?

Para las y los que militan en pos de un cambio radi-cal, para las y los que asumen las proyecciones socialis-tas de sus prácticas y sus construcciones siempre es másdifícil contradecir una política que, sin salirse de los lími-tes del sistema, lo ensancha, incorporando parcialmen-te las reivindicaciones y los imaginarios populares. Estasituación obliga a elevar el nivel del debate, porque loque se instala es la posibilidad de ascender un escalónmás en las luchas populares. El problema es que, muchasveces, “no hay con qué” dar el debate, no hay metas cla-ras, no hay confianza y domina una predisposición con-servadora. Entonces, termina arrasando la flexibilidad dela democracia capitalista, que a lo largo de un siglo haprobado —¡e incrementado!— sus competencias para asi-milar, contener y debilitar la presión de los de abajo.Claro, el neoliberalismo en sus versiones más crudas yduras, hizo y hace todo más espontáneo, en particularla resistencia.

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Solo tiene derecho a encender en el pasado la chis-pa de la esperanza aquel historiador traspasado porla idea de que ni siquiera los muertos estarán asalvo del enemigo, si este vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer.

Walter Benjamin

I

Como corriente político-ideológica el nacionalismo quese reconoció como “popular” nació en la década de 1930,delimitándose del nacionalismo de derecha y reacciona-rio, ya sea “republicano”, “filofascista”, “católico”, o sim-plemente “oligárquico”. Como parte de su proceso deconfiguración supo inventarse unos antecedentes y unosprecursores idóneos, asumiendo al radicalismo yrigoyenis-ta como momento precursor, aunque también reconocióprecedentes aún más lejanos y diversos.

El caso más representativo fue el la Fuerza deOrientación Radical de la Joven la Argentina (FORJA),organización político-cultural formada en 1935 por los

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Sobre el neorrevisionismo

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radicales disidentes de la conducción liberal-conserva-dora del la Unión Cívica Radical (UCR), en la que se des-tacaban, entre otros intelectuales, Arturo Jauretche yRaúl Scalabrini Ortiz, aunque en realidad este últimoasumió un compromiso menos orgánico. FORJA, ademásde denunciar la condición semicolonial de la Argentinay el interés de sus clases dominantes en perpetuar ladependencia, creó el terreno para una lectura delperonismo en clave yrigoyenista y antiimperialista (yviceversa).

Más tarde, con el primer peronismo (1945-1955), losanhelos de este nacionalismo “popular” se masificaron yse concretaron en la práctica, por lo menos parcialmen-te. Pero el peronismo en el gobierno no asumió oficialmen-te el revisionismo histórico como visión del pasadonacional. Arturo Jauretche se lamentaba del desacopleentre nacionalismo “popular” y revisionismo histórico.Decía al respecto: “Ni Yrigoyen, ni Perón afrontaron la revi-sión histórica con la decisión que demandaba la integra-ción espiritual de los dos movimientos nacionales…”(Jauretche, 1982: 10).

Recién a partir del golpe gorila de 1955 y de laRevolución Libertadora (fusiladora) que reivindicaba lalínea histórica Mayo-Caseros y que veía en el peronismouna reedición de la barbarie, este nacionalismo comen-zará a delinear su correlato historiográfico: un revisionis-mo histórico “popular”, distinto del revisionismo dederecha que venía desarrollándose desde la década del 30como correlato del nacionalismo del mismo signo. Es enel marco de este revisionismo properonista que se fueronarticulando las corrientes revisionistas “democráticas”,“populares” o “de izquierda”. Porque el revisionismo,como corriente historiográfica, sufrirá un proceso análo-go al del peronismo, es decir, también se le puede corro-borar un “giro a la izquierda”.

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De modo similar, más recientemente, el proyecto neo-populista ha encontrado correspondencias historiográfi-cas en los formatos que denominamos neorrevisionistas.

Convengamos que las orientaciones neorrevisionistaspusieron el guión a la celebración del Bicentenarioargentino, tal como, en general, vienen haciéndolo conlas ilusiones neopopulistas. Las limitaciones de la pro-puesta oficial, en parte, se pueden derivar del nosotrosepistemológico anacrónico de la historiografía revisionis-ta (en sus versiones filopopulistas o de “izquierda nacio-nal”), de sus dificultades para superar la crítica “ética”del imperialismo, de su recorte burgués-populista de lanación, de su modo de ver la realidad a través de esque-mas binarios desfasados y de dicotomías simplificadorasque ocultan realidades complejas, de su adhesión a lossímbolos y rituales no resignificados en función de lasnuevas realidades; en fin: de su incapacidad para posi-cionarse críticamente ante los conflictos actuales, de suincompetencia para totalizar, porque carga con subjeti-vidades necias o frívolas frente a algunas realidades pre-sentes y pasadas.

Las imágenes que el neorrevisionismo y el neopopu-lismo proponen de las clases y elites dominantes son está-ticas y carecen de todo realismo. Un problema que dichascorrientes arrastran desde los años 60 y 70, pero que enlas actuales circunstancias se manifiesta en forma gro-sera, dado que han perdido la fuerza y la capacidad deresistencia y de fantasía de otrora.

El neorrevisionismo, plenamente funcional a la hege-monía cultural burguesa, engarzado perfectamente conel neopopulismo, adquiere prácticamente característicasde relato historiográfico oficial y políticamente correcto,entre otras cosas, porque rescata una memoria históricaautocomplaciente, seductora, épica, que está siempre afavor de lo “popular”, al tiempo que omite la memoria

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histórica (y la actualidad) de la subordinación y de adap-tación a la dominación.

En este sentido, creemos que esas orientaciones neo-rrevisionistas encontraron un marco favorable a partir delconflicto con las corporaciones rurales de 2008. En esecontexto, las orientaciones neorrevisionistas y la ideamisma de la recuperación de un peronismo “auténtico”y “verdadero”, “nacional-popular”, fueron reactivadaspor una ola de “gorilismo” casi extemporánea y por lamovilización de importantes franjas de las capas mediasurbanas y rurales que, en la mayoría de los casos, expo-nían cosmovisiones de una impiedad escalofriante.

Las clásicas representaciones del revisionismo, sus cla-ves dicotómicas: pueblo /oligarquía (y “clases mediasantinacionales”), industria/agricultura, burguesía nacio-nal/oligarquía antinacional, mercado interno/mercadoexterno, nacionalismo/liberalismo, identidad/imitación,creación/reproducción, puro/contaminado, auténtico/inauténtico, etcétera, se reinstalaron con fuerza graciasa la apariencia de claridad que todo maniqueísmo sueleimponer al homogeneizar particularidades y al prescin-dir de las contradicciones categóricas. Así, las clasessubalternas y oprimidas volvían a ser integradas en latrama: pueblo-industria-burguesía nacional-mercadointerno-nacionalismo-identidad-creación-puro-auténtico.

IIPero ¿cuál es la compleja realidad que ocultan tales

representaciones y tales claves dicotómicas? En líneasgenerales, podemos destacar:

1) La diversidad de la clase dominante y sus eleva-dos grados de integración. La relativa unidad deintereses dentro de la clase dominante, la ausen-cia de antagonismos estructurales (entre el sec-

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tor rural y el industrial, entre el productivo y elfinanciero, entre el nacional y el transnacional,etcétera).

2) La inexistencia de una burguesía nacional indus-trialista pujante, poderosa, y las dificultades delgobierno a la hora de “fundarla”. También debe-mos considerar las restricciones estructurales delas elites políticas para convertirse en “portado-ras” de la función social de esa burguesía. Por cier-to, hoy es mucho más difícil que en los años 60 y70 sostener la figura, cada vez más ideológica, deuna burguesía nacionalista. Lo que se ha denomi-nado “capitalismo de amigos” puede verse comoexpresión de los intentos para materializar esafigura.

3) La vulnerabilidad económica de la Argentina,reflejada en la concentración, la extranjerizacióny la profundización de su dependencia respecto delas exportaciones de productos básicos, más alláde la prédica industrialista y mercado-internistadel gobierno.

4) La no modificación por parte del gobierno de laslógicas de fondo. Por el contrario, el gobierno seha dedicado a administrar el ciclo de un modorelativamente “progresista” y tibiamente “redis-tributivo”, sin modificar la estructura económico-social del país. ¿Qué ocurrirá cuando se reviertael ciclo que permite otorgar mínimas mejoras altrabajo sin molestar excesivamente al capital, yel tiempo de la relativa prosperidad llegue a sufin? ¿Qué condiciones presentará la Argentinapostsojera?

Pero esta realidad quedó opacada por un conjuntode formas ideológicas absolutamente inadecuadas para

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la adquisición (por parte de las clases subalternas) de unaconciencia del conflicto raigal; formas que jamás podrí-an ser aptas para resolverlo, dado que se basan en trans-figuraciones del pasado que están al servicio de conflictossuperfluos o de segundo orden. Pero estas formas ideo-lógicas, que no hacían otra cosa que reforzar la certi-dumbre respecto de la intangibilidad del sistema, másallá de una condición tan limitada, lograron atravesar unaparte importante de la sociedad (incluyendo a un sec-tor importante de las clases subalternas y la militanciapopular) otorgándole una “unidad general”.

Esta realidad fue negada por un modo de decir y actuaranquilosado, que se reflejó en producciones, acciones ydiscursos (castrados y ornamentales) que derivaron en elensañamiento con espantajos. Es esta una modalidad quetiende a reemplazar la actividad crítico-práctica por losrituales y por la iconografía (en este caso, la del peronis-mo en sus versiones “setentistas”). De este modo, una por-ción importante del campo popular terminó siendocooptada por actores hegemónicos y compelida a posicio-narse en las pujas interburguesas por la distribución delexcedente. Se consumó de esta manera una intervenciónde esa porción del campo popular en un conflicto internode la clase dominante, en favor de una de las fraccionesen pugna, y relegando las intervenciones que afectabanlos objetivos comunes del poder. El conflicto entre el capi-tal y el Estado por un lado y clases subalternas por el otro,se desplazó a un segundo plano y se favoreció el compro-miso con una parte del Estado en el marco de un conflic-to secundario entre esa parte del Estado y una fraccióndel capital. Se trata de una evidente subordinación a lasimposiciones ideológicas de las clases dominantes, unamuestra cabal de la heteronomía y de la carencia de estra-tegias autorreferenciadas por parte de las clases subal-ternas y oprimidas.

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Las orientaciones neorrevisionistas, con sus clásicossujetos predefinidos y con su idea fetiche de que unEstado (fuerte), controlado por una alianza diversa puedeimponerse a la fracción más poderosa de la clase domi-nante, contribuyó a que el gobierno se arrogue la “posi-ción nacional y popular” frente a la “oligarquía liberal”.

Para la militancia popular será fundamental atendera la dinámica estructural del capital y de los grupos einstituciones más reaccionarios de la Argentina, sinsobredimensionar la coyuntura gubernamental. Será fun-damental no dejarse arrastrar por la falsa dicotomíaentre un bloque liberal agrario-financiero pro-imperia-lista y un supuesto bloque nacional-popular “indus-trial”, “productivo”, etcétera, que supuestamentepromueve la integración de Nuestra América.

Si pretendemos disputar un espacio de interpretaciónde la realidad, resulta indispensable tener en cuenta larealidad que queremos “representar”; esto es: debemosser profundos en el análisis de los hechos, los reales ylos posibles, y contar con principios capaces de sistema-tizar lo empírico y de otorgar significados teóricos.Nuestros análisis políticos y sociales deben considerarcomo organizador principal al “análisis de clases” (librede cualquier tentación reduccionista), que en sentidoestricto es “análisis de la lucha de clases”, y no guiarsepor los efectos de superestructura o por la “espuma dela política”, que genera falsas diferencias o inventa laimportancia de un acontecimiento de segundo orden.

El neorrevisionismo, ganado además por el espectácu-lo y por lo oficial, ha devenido un instrumento de despo-litización, un componente de una ideología no realista nicrítica, y por lo tanto ineficaz para una lucha contrahe-gemónica. El neorrevisionismo resulta incapaz de fomen-tar en las clases subalternas y oprimidas un espíritu deescisión que haga posible la ruptura con la ideología de

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los sectores dominantes, y que permita el desarrollo deuna identidad plebeya (requisitos indispensables para quelas clases subalternas devengan autónomas). El neorrevi-sionismo no aporta a los procesos de catarsis, concebidospor Gramsci como el pasaje de una situación de subordi-nación a una actividad transformadora por parte de las cla-ses subalternas; esto es: como el salto del momentoeconómico-corporativo al ético-político.

El neorrevisionismo nos satura con simbolizaciones dela patria destinadas a ser consumidas sin contradicciones,sin angustias, sin drama y sin compromisos vitales. Desdela televisión, desde el “público”. Por eso, a pesar de quese remitan a situaciones relevantes y a figuras significa-tivas y valiosas, no dejan de ser frívolas y espectrales.

Este neorrevisionismo oficial, que articula “militan-cia” y funcionariado, se combina perfectamente con unmodelo económico-social “hacia afuera” y “hacia arriba”,con la gestión “progresista” de la pobreza, con la acciónestatal tendiente a achicar cualquier espacio de autono-mía de las organizaciones populares, con la burocratiza-ción de los movimientos populares auspiciada por elEstado. A partir de una narración y un arsenal simbólicodecrépitos, el neorrevisionismo oficial busca dotar decierta legitimidad a un Estado deteriorado por años deneoliberalismo crudo y duro.

De este modo, el neorrevisionismo remite también alos ejercicios de nostalgia y a la retórica de los ex mili-tantes revolucionarios de la década del 70, devenidosadministradores de lo dado. Por otro lado, lo invocanaquellos jóvenes, por lo general de las capas medias, querevisten su apetito de funcionarios con mística anacró-nica y artificios plebeyos.

En algunos casos resulta evidente que a estos “mili-tantes” les cuesta renunciar a ese imaginario, porque sumarco de inserción sociopolítica carece de toda capaci-

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dad para producir uno nuevo. Entonces, al pretendercompatibilizarlo con su praxis, lo que logran finalmen-te es desactivar todo componente disruptivo. Se auto-engañan creyendo que la “conciencia estatal” que handesarrollado, a través de sucesivas adaptaciones y opor-tunismos, es “conciencia nacional”, pilar de una “polí-tica nacional”. De hecho, se trata de una concienciarespecto de una política de retoques a un Estado veni-do a menos, un Estado que ha perdido su capacidad deproducir lazo social sólido, un Estado severamente dete-riorado por el mercado que se impone hoy como el lazosocial dominante, es decir, como el foco hegemónico ala hora de irradiar sentido.

Como resulta evidente que no están a la altura de unaconciencia nacional (de hecho, no están ni siquiera en susestadios iniciales), como su conciencia estatal no es másque conciencia del espacio de poder a ocupar en funciónde los acuerdos corporativos, solo les queda, como posi-bilidad épica aparente y como remedo de política popu-lar, reconocerse en el pasado de las identidadeshomogéneas y sólidas; de paso, reivindicando subjetivi-dades políticas anticuadas, se edifican una apariencia decoherencia. Pero no se puede edificar una épica en elterreno de la decadencia.

III

Vale tener presente que, más allá de sus limitaciones,algunas versiones del revisionismo “popular” o de “izquier-da”, en las décadas del 60 y el 70, supieron elaborar unrelato histórico articulado con la política; es decir: un rela-to articulable con las praxis de las clases subalternas. Esasversiones funcionaron como un componente politizador(en sentido radical) de un conjunto de espacios de pro-ducción y reproducción sociales. Salvando el anacronis-mo, dado que se trata de un concepto recurrente en el

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lenguaje político radical actual, podríamos decir que apor-taban a un proceso de “empoderamiento” de las clasessubalternas, al tiempo que funcionaban como universo derepresentaciones de un conjunto de intelectuales que pro-ponían un horizonte estratégico para el conjunto de lasociedad.

Este revisionismo supo de los desplazamientos desdelo específicamente historiográfico y literario hacia lalucha política (una lucha que además cuestionaba loslugares institucionalizados de la política); supo poner encuestión todo el ámbito objetual en el que se afirmaba.Su impulso le venía desde abajo. La clase obrera, el con-junto de las clases subalternas y oprimidas, con susluchas, fueron construyendo una relación crítica con supropia historia y por eso fue una lectura “viva” del pasa-do que proveía de sentido al presente. Fue un compo-nente esencial de la “conciencia vil” de las clasessubalternas. Algunas de sus representaciones tuvieronaptitudes que afectaron a los mecanismos de reproduc-ción del poder. Su lenguaje era el del desgarramiento yla sublevación. Casi toda una generación militante lepuso el cuerpo a la tarea de demostrar la terrenalidadde ese pensamiento (su “realismo” y su “eficacia”) enla práctica.

Hoy, al neorrevisionismo, las incitaciones le vienendesde arriba, y esta es una lectura narcotizante, porqueaporta confusión y perplejidad. Incluso se puede soste-ner que se trata de una lectura directamente atrofiaday moribunda, porque está emparentada con una concien-cia nacional declinante, que no es otra cosa que la burdaextrapolación de una conciencia nacional cristalizada enlos 60-70; una remembranza, con tintes nostálgicos, deviejas correlaciones de fuerzas. Es decir: el neorrevisio-nismo concibe la conciencia nacional en términos está-ticos y se aferra a un tipo de coagulación histórica de esa

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conciencia. Pero una conciencia nacional, para no defor-marse o declinar (por inoperante), tiene que recrearseconstantemente, debe marchar a la par del proceso his-tórico. La dialéctica de la historia jamás se detiene. Lamemoria de las antiguas luchas sirve si colabora con laapertura de un nuevo ciclo de formación de la concien-cia nacional, popular y revolucionaria; si ilumina la pra-xis de los que se proponen rediseñar la nación, el Estadoy la sociedad.

El neorrevisionismo se ha convertido en “concienciaadecuada” al Estado y a la riqueza y al poder (de algu-nos sectores), ha hecho unas menguadas paces con ellos.Su lenguaje es el de la adulación. Funciona como uni-verso de representaciones de aquellos intelectuales queno traspasan el horizonte de una gestión progresista delciclo económico. Por eso se ha convertido en una histo-riografía elitista.

El neorrevisionismo resulta ideológicamente insufi-ciente, a sus razonamientos les faltan nexos fundamen-tales. La sociedad que alimentaba las aristas progresistasy resplandecientes del mito revisionista hace rato quese ha extinguido. La totalidad dialéctica de práctica-teo-ría y práctica-lenguaje, que permitió la difusión masivade esta lectura del pasado en los años 60 y 70, ha cam-biado hace tiempo. La realidad no se le arrima al con-cepto, ni siquiera un poco. Como ahora le resultaimposible demostrar su terrenalidad (y su “realismo” ysu “eficacia”) en la práctica, favorece la enajenación yel desdoblamiento y una concepción de las relaciones depoder como esencialidades eternas. Se cumple la sen-tencia lapidaria de Theodor Adorno, quien planteaba quela única forma de escapar a la historia es hacia el pasa-do (cf. Adorno, 2002).

Cabe, para el neorrevisionismo, lo que Engels plan-teaba respecto del socialismo utópico: una aparición en

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escena extemporánea convierte en absurdo vulgar yesencialmente reaccionario a lo que supo ser progresi-vo en otro contexto (Engels, 1972).

Por todo esto, por sus estructuras narrativas homólo-gas al mundo de hace 40 años y por sus clásicas ambi-güedades, porque no aporta a producir ni identidades niépicas plebeyas; en fin, porque ya no se lo puede aso-ciar a un movimiento crítico-práctico significativo, esdecir: a un conjunto de actividades que cambian a losindividuos y a las relaciones sociales, el neorrevisionis-mo permite las disociaciones que señalábamos y puedeser asumido y “consumido” como narración sobre el pasa-do por sectores políticos e intelectuales moderados y con-servadores, por la burocracia sindical, por el sindicalismoempresario, por punteros y especies similares. Dado queen la actualidad, como relato y como simbología, no ali-menta ni se nutre de identidades y praxis contrahegemó-nicas, no conmueve a la cúpula empresarial, a la patriasubsidiada (aunque, como hemos señalado, a algunos lesmoleste). Sus relatos y simbolizaciones, de cara a un pro-yecto de cambio radical, son hoy un flatus vocis.

Un proyecto político transformador, anticapitalista,revolucionario, requiere de una nueva memoria históri-ca y de una relectura del pasado, requiere de un mitoinasimilable a la ideología de las clases dominantes.

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El proyecto es lo que honra o deshonra los proce-dimientos: donde no hay proyecto no hay mérito.

Simón Rodríguez

Aquel que no está ocupado naciendo, está ocupa-do muriendo.

Bob Dylan

IEn la actualidad, existe una idea pluralista de lo

nacional que busca incluir subordinadamente a las cla-ses subalternas y oprimidas a un orden capitalista tibia-mente reformado. Dicha idea expresa un proyecto depoder que busca ampliar la base social de la consolida-ción hegemónica del período 1976-2001, recurriendo aimaginarios subalternos del período del “empate hege-mónico” (1945-1973) y al reconocimiento de reivindica-ciones muy sentidas por el pueblo argentino, sobre todoen materia de derechos humanos.

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Creencias leves, nueva militancia “evolucionaria”…versus otro proyecto: unapatria libre, soberana

y autónoma

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En efecto, ese afán inclusivo expresa el intento, porparte de algunas fracciones del capital más concentra-do y de algunos sectores de la burocracia estatal (elitespolíticas), de ampliar las bases de su hegemonía o, si seprefiere, de ir más allá de la gobernabilidad y devenirhegemónicas. Asimismo, da cuenta de los requerimien-tos exigidos a la recomposición de la dominación por lacrisis de 2001. Finalmente se corresponde con formasmás originales de dominación, con los métodos más suti-les para conjurar la insubordinación de los de abajo.

Se viene analizando la experiencia kirchnerista desdelos planteos de la derecha más recalcitrante y más necia,desde sus temores atávicos y sus claves paranoicas, sinconsiderar los elementos más “viables” y eficaces parala clase dominante de cara a la socialización ideológicay política de las clases subalternas y oprimidas. Muchomenos habitual es la mirada desde un nosotros queexprese una nueva intersubjetividad, un proyecto pro-pio, una estrategia original de construcción de poderpopular y una transparente vocación anticapitalista.

Un escenario de marcada polarización con la dere-cha, con los defensores de la continuidad del modeloneoliberal en su versión cruda y dura, con los represen-tantes de las identidades políticas abiertamente neoco-loniales basadas en la libre empresa y la antipolítica (quecautiva a una franja de las clases medias), dificulta lacomprensión de la verdadera naturaleza de los gobier-nos levemente reformistas y encubre sus componentesmás retardatarios y antipopulares. Esto permite quenotorios personeros del proyecto de dominación se exhi-ban y se perciban como figuras progresistas.

El hecho de que, desde múltiples espacios de poder,se vengan articulando grados de racionalidad por deba-jo de los estatales (reflejados en las opiniones de la dere-cha, en la de los monopolios mediáticos, etcétera), y que

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en algunos espacios políticos opositores “progresistas”no se perciban diferencias sustanciales, no convierte algobierno en nuestro aliado, aunque, aclaramos, tampo-co es (hoy) nuestro principal enemigo. Esta ilusiónpuede concebirse como consecuencia de una desconfian-za profunda en las potencialidades del campo popular.O como un efecto del desarraigo social de una organi-zación política, de su carácter superestructural e inocuo.Estragos de la soledad, del vacío social y de la afasia,que la pueden llevar tanto al ultrarradicalismo como aun degradado populismo que reformula alianzas con unailusoria burguesía nacional.

Los compañeros y las compañeras que se conformancon poco, los que no aciertan a compaginar el logro delos objetivos inmediatos con las metas más ambiciosas,podrán decir que es mejor esta idea oficial de la naciónque la idea excluyente, la de 1910, la que intentan resu-citar infructuosamente la derecha y el liberalismo argen-tinos que, con Mauricio Macri a la cabeza, han tocado elfondo de la indigencia ideológica, cultural y moral. Enla misma línea podrán decir que es mejor un capitalis-mo reformista que uno salvaje; que es mejor la versiónde la reestructuración capitalista —que mantiene elancho de la brecha de la sociedad dual— que la versiónque pretende ensancharla; que es mejor soja y derechoshumanos que soja y represión. Esto es cierto, por lomenos superficialmente y desde una concepción políti-ca conservadora, liberal, etapista o ingenua. También escierto —rigurosamente cierto— que cuanto más modes-tas son las aspiraciones, menos cosas se consiguen.

Pero lo más discutible es la escasa o nula preocupa-ción por trascender lo dado, como también la tenden-cia a acomodarse en el intersticio de los acontecimientosque no se quiere generar; la negativa a salirse de laentropía burguesa, a abandonar el continuo histórico de

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la modernización excluyente en el que se insertan (cono sin culpas); el ámbito de lucha estrecho y burguésen que deciden moverse, la perspectiva conservadoray convencional que terminan aceptando junto al papelde reproductores pasivos del orden social. De todosmodos: ¿expresa realmente el kirchnerismo un proyec-to de capitalismo nacional y reformista? ¿Es viable talcamino en las actuales condiciones del capitalismoperiférico? ¿Es viable el neodesarrollismo? ¿Se puedeconcebir el capitalismo “neodesarollista” como una“etapa” en dirección a un orden superior?1 ¿Han ser-vido las operaciones mediáticas y comunicacionales delkirchnerismo para contrarrestar el vaciamiento de lasidentidades plebeyas?

También ha sido común, en ciertos sectores militan-tes, un apoyo al gobierno concebido como un atajo. Aalgunos compañeros y a algunas compañeras les parecemás fácil y más eficaz crearle una representación socialal kirchnerismo: introducirle un poco de mística y pro-puesta a un populismo remozado, insertarle un poco dela materia de la epopeya, y no creárselas a una fuerzapolítica popular radicalmente nueva y que esté a la altu-ra del sueño emancipador auténtico. En lugar de forta-lecer la propia organización y de ampliar el campo dela demanda y de presión al Estado, prefieren avalar lapolítica del Estado. Intermitencias del posibilismo queviene de atrás y que ahora aflora en nuevos formatos.Otra forma de aferrarse, en el mejor de los casos, a fic-

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1 En relación con este interrogante, Itsván Mészáros ensayaba unarespuesta. Para él la “noción de desarrollo […] aun en la cúspide dela expansión keynesiana no pudo hacer acercar siquiera un centíme-tro a la alternativa socialista, porque siempre dio por descontadas lasobligadas premisas prácticas del capital como el marco orientador desu propia estrategia, firmemente bajo las restricciones interiorizadasdel ‘camino más fácil’…”. (Mészáros, 2009: 190).

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ciones de corto vuelo como la del “proyecto nacional”y, en el peor de los casos, a las prebendas.

Vale aclarar que la apuesta por una construcciónautónoma, una participación voluntaria guiada por lasorganizaciones populares y un proyecto de cambio radi-cal, no implica negar la existencia de escenarios másfavorables y la apertura de espacios democráticos gene-rados, en buena medida, por las necesidades reproduc-tivas del kirchnerismo.

La actitud expectante, o el apoyo crítico o abiertode algunos sectores del campo popular al gobierno, apa-rece como efecto de la creencia en que todas las opcio-nes posibles al mismo son por derecha, y de que en elmargen izquierdo aguardan el abismo, el delirio o la qui-mera. Por su parte, el progresismo kirchnerista despre-cia toda política radical porque la considera falta derealidad. Está satisfecho con el orden existente y no looculta.

Vive su época dorada la cofradía de los especialistasen cambiar las cosas “desde adentro”, a la que se sumanlos recientemente convencidos en la eficacia de las inter-venciones intestinas. Nosotros, menos crédulos, hacetiempo intuimos que la oposición interior-exterior es unatopología ingenua. No emitimos un juicio moral —lo reser-vamos para otra ocasión— sobre las tácticas de ascensosocial o incluso de supervivencia, pero nos irrita que vora-ces protofuncionarios nos las presenten bajo horizontespolítico-estratégicos, que por otra parte nos involucrancompulsivamente. Nos parece descontextualizada lainvocación de la noción de “necesidad histórica” (pre-ferimos reservarla para ocasiones más definitivas y tras-cendentes), y nos agobian los panegíricos apresurados ytorpes que a veces ocultan alguna infamia.

Nos preocupa, además, la expectativa imprudente deaquellos “progresistas” que creen que su presencia en

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el gobierno es garantía de la combinación de las luchassociales y las prácticas institucionales. A pesar de lo quedigan los activistas de superestructura, los huérfanos demasas, creemos que la mejor forma de debilitar a la bur-guesía sigue siendo a través de la acción de los trabaja-dores, del pueblo y sus organizaciones, y no conburócratas “vanguardistas” agazapados en el Estado.

Es entonces que también persiste el viejo viciopopulista que consiste tanto en buscar sectores de lasclases dominantes que sustenten “políticas nacionales”,como en apostar por las elites políticas que le imprimanal Estado una orientación “nacional”.

Son lamentables la negligencia y la mojigatería demuchos intelectuales y militantes dizque nacionales ypopulares, que no logran percibir las nuevas formas dedominación que lucen formatos de izquierda, nacional-populares, progresistas o reformistas; o que no asumenque, si la nueva gobernabilidad en la Argentina enbuena medida es fruto de las luchas de los movimientosy organizaciones de los de abajo, no por eso deja deconstituirse en una realidad que trabaja para desactivar-los, domesticarlos y succionarles toda la potencia polí-tica; que si existen antagonismos en el interior de lasclases dominantes, éstos no atentan contra su homoge-neidad de fondo y tampoco confieren roles progresistaso virtudes transformadoras a ninguna fracción.2

Lo intolerable, básicamente, es la mediocridad delhorizonte: ¿debemos conformarnos con optar entre elmodelo de acumulación de la fracción diversificada dela burguesía o la versión de acumulación “clásica”, “ren-tística” (y de seguro represiva) de la fracción terrate-

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2 Tanto la vieja izquierda como el nacional-populismo, aunqueen sentidos diferentes, niegan la complejidad de los conflictos socia-les durante la era kirchnerista.

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niente? ¿Debemos resignarnos, definitivamente, a care-cer de un proyecto propio y de una agenda popular anti-capitalista?

IINosotros confiamos en revertir la situación de indi-

gencia ideológica, política e historiográfica de la izquier-da argentina. Estamos convencidos de que nuestra actualimpotencia no es una fatalidad. Existe una gran canti-dad de experiencias que, desde abajo, nos siguen pro-porcionando briznas de esperanza. No nos bajamos dela confrontación hegemónica, porque confiamos plena-mente en las posibilidades de esas manifestaciones depoder popular constituyente.

Nosotros confiamos en que lo nacional-popularencuentre su cauce en una alternativa socialista, únicaposibilidad de conjurar sus elementos negativos, aque-llos que tienden a encubrir la dominación de clase o aadecuarse a la misma; única posibilidad de potenciar suselementos subversivos, aquellos que desbaratan las basesmismas de esa dominación, que remiten a históricasluchas nacionales y populares y que constituyen nuestrasraíces históricas. De esta forma el socialismo se irá deli-neando con los trazos de lo democrático, lo auténtico,lo nuestro. Así, el socialismo será el nombre de la tramacompuesta por todos los filamentos de la argentinidadrevolucionaria. De tal modo, el socialismo podrá ser.

Nosotros queremos trabajar para que las clasessubalternas recuperen la confianza en sí mismas, en susposibilidades de autoemancipación a partir del desarro-llo de sus capacidades de articulación descentrada dediferentes fragmentos y de su idoneidad para poner enpráctica un “buen gobierno desde abajo”. El socialismo,como quehacer nacional e internacional, será heterogé-neo o no será.

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La acción hegemónica solo ha de ser posible si se con-forma una trama que contenga al conjunto de las orga-nizaciones de las clases subalternas. Ninguna organizaciónpor sí sola podrá forzar el pasaje a una acción hegemó-nica y descorporativizada.

Nosotros queremos constituirnos en el sujeto políti-co de nuestro propio desarrollo, en el marco de una dis-puta (con las clases dominantes) por la organización yla dirección de la sociedad; es decir: trabajamos por laconstrucción de un proyecto hegemónico alternativo yunitario de las clases subalternas. Un proyecto que, entreotras cosas, tendrá que contemplar la creación de unafórmula de progreso material y social propia, original y,sobre todo, deberá: a) desarrollar la capacidad para arti-cular componentes democráticos, populares y clasistas;b) homogeneizar de manera no compulsiva un conjuntoextenso de antagonismos; c) fundar la convivencia de lasluchas democráticas en un campo totalizador; d) cons-truir “un pueblo” que sintetice a las masas y las clasessubalternas. Este proceso es inseparable de la formaciónde una nueva conciencia nacional y de clase. La luchahegemónica plantea una dialéctica entre la una y la otra.

Mientras otros conciben a la nación como conjurade los proyectos anticapitalistas y de la rebelión de losde abajo, nosotros reafirmamos el camino del cambiosocial para recrear la nación, el camino del poder popu-lar para ejercer la soberanía nacional, un socialismo deliberación nacional. Por lo pronto debemos trabajar enpos de ir consolidando los que serán sus pedestales: lasorganizaciones populares y los movimientos socialesautónomos, incluyendo un nuevo sindicalismo comba-tivo que asuma una lucha contra la dominación en todossus campos y manifestaciones. Además de estos apo-yos, debemos ser inflexibles respecto de la calidad desus elementos ligantes (la inexcusable argamasa): la

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democracia de base, la solidaridad, la comunidad, y elmito de una patria a construir, en fin, sus fuerzas pro-ductivas asociativas y simbólicas. De esa manera esta-remos en condiciones de delinear una nueva textualidadpara la construcción de una narrativa social de lanación, un nuevo credo para reedificar la sociedad, esdecir: para construir una nación con determinacionessociales fuertes, un camino apto para internacionalizarlas luchas.

Posiblemente algunas situaciones jueguen a nuestrofavor; por ejemplo: las limitaciones de la hegemonía quepueden generar el capitalismo y las clases dominantesen el plano local. Esa hegemonía tiene pocas aptitudespara fundarse en recursos originarios y autárquicos y con-solidarse a largo plazo. Por cierto, consideramos que lacondición subalterna en las últimas décadas tiene másque ver con sus ajustes a la hegemonía del capitalismocentral, con la capacidad de subordinar que viene desa-rrollando el capitalismo mundial imponiendo modos devida idealizados, homogeneizando ideas y percepciones.

A diferencia de la concepción populista de lo nacio-nal-popular, rechazamos todo tipo de acomodamientoreformista y toda forma de integración a la hegemoníacapitalista a través de la participación en un bloque bur-gués (que no puede ser ni nacional ni popular), aposta-mos a las transformaciones desde abajo y no desde loalto, a los principios societales y no a los estatales, alautogobierno del pueblo y no a los liderazgos redento-res y mesiánicos sustitucionistas, ya sean de un personao una organización.

Aquí caben algunas precisiones sobre el caudillismo. El caudillismo ha sido considerado uno de los rasgos

definitorios del populismo y ha servido como un indica-dor crucial para subsumir lo nacional-popular a lo popu-lista. Sin dudas, la tradición nacional-popular concreta

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de Nuestra América participa de una matriz dirigista quepuede naturalizar la escisión entre dirigentes y dirigidos.Esta matriz se expresa en una apología del caudillismo,sin percibir, más allá de cualquier apariencia, el fondoantipopular de este tipo de ejercicio que no hace otracosa que idealizar tanto a seres humanos —consumien-do relaciones patriarcales— como a los modos de repro-ducirse que esas relaciones tenían. La articulacióncaudillista puede aspirar a una unificación de las clasessubalternas, pero para lograrlo recurre a procedimien-tos unilaterales y desde arriba.

Ahora bien, la convocatoria carismática-caudillescatambién aparece como un medio de autodetermina-ción eficaz y enraizada en la cultura política de las ma-sas en Nuestra América. En efecto, la historia y el pre-sente de Nuestra América muestran las potencialidadesemancipatorias de las convocatorias carismáticas (porejemplo: Cuba con Fidel Castro y Venezuela con HugoChávez Frías), al tiempo que reflejan sus debilidades.Por otro lado, debemos tener en cuenta, como bien se-ñalaba Lebowitz, que

los personajes históricos que nos incitan en el cami-no pueden ser muy diferentes en cada caso. Por aquíuna clase obrera, en su mayoría altamente organiza-da (como la de los libros de recetas de los siglos ante-riores); por allá un ejército campesino o un partido devanguardia o un frente de liberación nacional (elec-toral o armado) o rebeldes del ejército, o una alian-za en contra de la pobreza. Existen infinitas realidadesy pueden surgir aún más (Lebowitz, 2010: 30-31).

Más allá de que algunas de las alternativas conside-radas por Lebowitz nos parezcan más factibles en fun-ción de los contextos, y más deseables en función delsaldo magro de muchas experiencias históricas, lo cier-

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to es que no debemos caer jamás en la soberbia de cre-ernos poseedores de una fórmula infalible, ni debemosser tan obtusos como para confiar ciegamente en uncamino exclusivo para construir el socialismo.

El problema es que el principio de la autodetermi-nación de los subalternos y los oprimidos siempre se des-dibuja frente a la exaltación de la figura del caudillo ode un partido de vanguardia (concebidas en los térmi-nos clásicos y constreñidos del marxismo-leninismo). Delmismo modo, estas figuras por sí mismas niegan el pesode las experiencias de las clases subalternas en los pro-cesos de formación de conciencia, o, en el mejor de loscasos, las mediatizan.

En el relato clásico del nacionalismo populista, elcaudillo hacía posible la emergencia de la nación. Lanación aparecía como una esencia que estaba presentedesde la colonia —incluso antes—, pero que había sidocondenada a habitar los subsuelos de la patria. Lanación no podía asomar a la superficie porque un con-junto de agentes antinacionales y antipopulares se loimpedían. Esta situación era desbaratada cuando lanación-pueblo encontraba su caudillo (el “criollo queviene a mandar”).

Por supuesto, debemos contemplar la posibilidad deque el caudillismo, en Nuestra América, inspire las pra-xis revolucionarias, favorezca los procesos de unidadpopular y contrarreste la acción sectaria y divisionis-ta de los partidos de izquierda; que garantice los nive-les de amplitud ideológica necesarios para amalgamarun movimiento emancipatorio. Pero siempre debemostener presente que los procesos de autodeterminaciónmás sólidos son aquellos que aparecen como prolongaciónde la autonomía de las clases subalternas y que hacenposible una multiplicación de los liderazgos. Justamenteporque los liderazgos comprometidos con el socialismo

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son muy importantes para los procesos revolucionarios,porque sirven para unificar y articular a las clases subal-ternas, porque traducen en un proyecto político lasnecesidades populares, no queremos cercenarlos hastareducirlos a una sola persona, por más excepcional queesta sea.

Entonces, teniendo en cuenta que los procesossociales y políticos no se dan en un vacío cultural o his-tórico, y sin dejar de reconocer las funciones progre-sivas que una figura carismática y caudillesca puedallegar a ejercer, debemos trabajar para contrarrestarsus efectos más nocivos y tener presente que se tratade una tara cultural y política, nunca de un óptimo oun atajo.

III

A modo de cierre, podemos decir que nuestro patrio-tismo es, sencillamente, praxis tendiente a que las cla-ses subalternas y oprimidas avancen en el proceso deautoidentificación con los mejores valores de la comu-nidad nacional; valores que tienen que ser el fundamen-to de un orden igualitario. Así, nuestro patriotismo estáen diálogo permanente con lo universal. En términos deMészáros:

No puede existir ningún intercambio global/ interna-cional sustentable […] sin la coalición positiva de lagran variedad de la identificación patriótica del pue-blo con las condiciones de vida reales de su comuni-dad, y viceversa. No puede existir ningún patriotismomerecedor de ese nombre sin la institución exitosa yel fortalecimiento de la patria global/internacional dela humanidad, recíprocamente adaptadora y coopera-tivamente armonizadora, que por sí sola pueda con-ferirle las características definitorias positivas alpropio patriotismo. En este sentido la complementa-

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riedad dialéctica de lo nacional y lo internacional con-tinúa siendo un principio orientador vital de los inter-cambios humanos en el futuro previsible (Mészáros,2009: 439).

Nosotros seguimos apostando a la reinvención colec-tiva de la nación, una nación alternativa a la nación bur-guesa en todas sus versiones, ya sean estas vetustas o“aggiornadas”, ya sea la nación neocolonial o la naciónneopopulista y neodesarrollista. Ubicamos nuestra ideade nación en el lugar que le corresponde a toda idea radi-calmente transformadora: el intersticio entre lo quepuede ser y lo que es. Se trata, en efecto, de una apues-ta por una utopía realista y colectiva. Del mismo modoactuamos frente a la tradición, colocando nuestro empe-ño en la construcción colectiva de un gran relato del pro-ceso popular (proceso de creación y autocreación delsujeto popular); un relato que solo se irá delineando alcalor de las luchas para modificar las relaciones de fuer-zas en la sociedad actual. Solo podremos contribuir aconservar las mejores tradiciones nacionales y popula-res si somos capaces de transformarlas fusionándolas conuna ideología revolucionaria universal. A la inversa, estaideología revolucionaria universal solo será efectiva (yun factor hegemónico) si logra arraigar en la culturanacional y popular.

La construcción de la autonomía material, ideológi-ca y política de las clases subalternas no puede desvin-cularse de la construcción de su autonomía simbólica,del desarrollo de sus fuerzas productivas simbólicas yasociativas, de la producción de un sentido general deldevenir contrapuesto al de las clases dominantes, de laproducción de un devenir histórico autónomo.

La nación alternativa se define a partir de unos obje-tivos tendientes a la integración interna. Esto es: la igual-

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dad sustantiva, el poder popular y la democracia inte-gral son los ejes principales de la lucha nacional.

Un proyecto de nación popular democrática afecta-rá los intereses de los grupos más concentrados y pode-rosos de la Argentina y del mundo, y exigirá, por lo tanto,la profunda politización de las clases subalternas. Paralograr ese fin no alcanza con una politización desde arri-ba, en cuentagotas, y con una movilización controlada,limitada y subordinada al Estado. Abjuramos de la exclu-sividad y la centralidad del Estado a la hora de pensarla política emancipatoria.

Nosotros debemos conciliar la voluntad de poder(mérito indiscutible del nacionalismo popular, en parti-cular en sus formatos revolucionarios) con la superacióndel horizonte estatal; es decir, debemos abocarnos decuerpo entero a la construcción de la autodetermina-ción y la disponibilidad estatal a través de la concen-tración democrática. El estatalismo progresista, el mássincero, no se plantea la liberación-emancipación comoun proceso de autodeterminación interna de las clasessubalternas, he aquí una de sus limitaciones más impor-tantes.

Nosotros estamos lejos del punto de vista del inte-lectual megalómano (oficialista u opositor “de izquier-da”; caduco plagiario, repetidor de arcaísmos o buscadorde novedades radicales) que cree que lo prioritario escambiar los paradigmas y las narrativas para cambiar lassubjetividades, escindiendo el pensamiento de los pro-cesos de masas. Ni las ideas, ni las elites intelectualeshacen la historia. Escindidas de toda praxis, las ideas sonimpotentes. Por otra parte creemos que hay que rom-per definitivamente con la idea que propone represen-tar intereses y sujetos “previos”.

Nosotros seguimos soñando con y militando por unanación y un mundo construidos por nosotros mismos y no

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impuestos por los poderes ajenos (aunque nos tengan encuenta, nos reconozcan como “interlocutores” válidos,nos den un lugar en el ritual y nos repartan estampitascon las imágenes de algunos de nuestros símbolos mássignificativos y queridos).

Lanús Oeste, mayo/diciembre de 2010

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Miguel Mazzeo introduce estos textos con dos adver-tencias que quiero recuperar y destacar a manera de epí-logo.

Nos dice que se trata de “insumos para un ensayo”.Más allá de la modestia posiblemente exagerada delautor, la indicación sugiere que su trabajo deja plante-ada la necesidad de continuados esfuerzos y elaboracio-nes (nuevas afirmaciones, refutaciones e incertidumbres)que ensanchen y extiendan “la picada” que, en un terre-no plagado de confusiones y equívocos, abre este libro.

La otra indicación significativa es que son textos deintervención, insertos en la experiencia, los debates y laelaboración colectiva del Frente Popular Darío Santillán.Cabe explicitar entonces que son insumos para una dis-cusión que nada tiene de “internista”. Por el contrario,la polémica se encara en términos tales que interesan alconjunto de la militancia que se vuelca a las luchas socia-les y políticas con una perspectiva emancipatoria. Siendoopiniones “situadas” y que surgen de una praxis militan-te, no inauguran un monólogo: invitan a una construcciónpolítica colectiva, comprometida y polifónica. Las pocas

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EEPPÍÍLLOOGGOO

Un horizonte emancipatorio, una agenda

de trabajo e investigación, unaapuesta política para el

cambio social

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líneas que siguen no tienen otra pretensión que recogery destacar la oportunidad del envite.

Los frentes (móviles) del debate

Puede decirse que Mazzeo delimita claramente uncampo de confrontaciones teóricas y políticas “a dosbandas”: “con los lugares comunes —los trillados rece-tarios— replicados incansablemente por la vieja izquier-da y con las reediciones del discurso nacional-populistatradicional, auspiciadas directa o indirectamente por elproceso histórico argentino, sobre todo a partir del año2003”.

Las críticas no se pierden en los vericuetos de las for-mulaciones o matices, porque se dirigen directamenteal centro de las discrepancias con quienes, desde laizquierda,

no reconocen la centralidad de la nación (como idea yrealidad) para los sistemas de hegemonía y para lasprácticas contra-hegemónicas” y con aquellos otros queexpresan “una concepción neo-populista y folclorizado-ra de lo nacional-popular [...] absolutamente asimila-ble al horizonte histórico de las clases dominantes y suproyecto de poder.

El contrapunto resulta contundente y efectivo por-que se hace desde una posición claramente alternativa:

Nosotros sostenemos que: ni la clase ni la nación tie-nen entidad por fuera de la relación que las constitu-ye y por fuera del proceso histórico que las determina.La clase es en la nación y la nación emerge de la luchade clases [...] creemos que entre clase y nación no hay,no puede haber, una relación de externalidad. Y tam-poco concebimos esa relación como unilateral.

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Las confrontaciones teóricas y políticas de este tipo,sin embargo, no quedan resueltas de una vez y para siem-pre. Muy por el contrario, son frentes de combate siem-pre en movimiento, con desplazamientos en que setrastocan los terrenos en disputa, los contendientes y lasreglas mismas del combate. Es un combate que se libradentro y fuera de las fronteras de la patria chica, por-que, más que en cualquier otro momento de la historia,la construcción nacional es inseparable de todo lo queestá en juego a nivel de Nuestra América. En este sen-tido, Poder popular y nación representa una formidablecontribución, entre otras razones, porque rechaza explí-citamente la creencia en que lo prioritario sea cambiarparadigmas y narrativas: “Ni las ideas, ni las elites inte-lectuales hacen la historia. Escindidas de toda praxis, lasideas son impotentes. Por otra parte, creemos que hayque romper definitivamente con la idea que proponerepresentar intereses y sujetos ‘previos’”.

Manifiestamente, el libro no se presenta como siviniera a trazar alguna línea de llegada. Propone en cam-bio un nuevo punto de partida, una atalaya desde la cualpuede asumirse una multiplicidad de investigaciones ytareas, a distinto nivel y en diversas direcciones. A títu-lo de simple ilustración quisiera detenerme en una deellas.

Encuentro que una de las notas más importantes ymovilizadoras del libro es la que presenta una sumariarevisión crítica del abordaje de la cuestión nacional porparte del marxismo clásico, desde los “fundadores” hastalas renovaciones introducidas por Lenin o Trotski. Seadvierte que, “más allá de los postulados iniciales, estasdistinciones no alcanzaron para la superación del obje-tivismo económico o lo democrático-burgués como puntode partida para pensar la nación”. En este punto, trasrecoger el importante aporte de Gramsci (y otros), así

117Epílogo �

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como las lecciones de la Revolución Cubana, se conclu-ye con una certera indicación:

La disputa hegemónica contiene necesariamente unadisputa por el significado de la nación y la patria. Si seabandona irresponsablemente este plano, si la fuerzapolítica organizativa, institucional alternativa no secombina con el desarrollo de un poder cultural y sim-bólico capaz de obtener un liderazgo nacional (lanación como proyecto político remite también a unhecho cultural), directamente se anula todo horizontehegemónico, toda capacidad contrahegemónica.

Si esto así, queda planteada la necesidad de refutar,completar, superar “el marxismo dado” desde una reno-vada conceptualización de la cuestión nacional, en gene-ral y específicamente en el caso de nuestro país.

Creo, sin ser especialista en el asunto, que en estabatalla historiográfica de largo aliento se deberán tenermuy presentes las indicaciones de Walter Benjamin: no setrata de “invertir” la historia oficial, como suelen hacer-lo los revisionistas, sino de encarar un repaso crítico dela historia “a contrapelo” para ganarnos el derecho aencender en el pasado la chispa de la esperanza, descu-briendo en el combate de los vencidos del ayer constela-ciones capaces de orientarnos y estimularnos en lasluchas del presente. Ninguna derrota constituye un juiciohistórico inapelable. A una historia reducida al relato posi-tivo de “lo que realmente ocurrió”, siguiendo la flecha ine-xorable del tiempo abstracto y vacío de reloj y calendario,cabe oponer la investigación de los tiempos plenos y dis-cordantes de la lucha de clases, con sus bifurcaciones, losposibles no desarrollados, los valores y símbolos que ani-maron el combate de aquellos que ayer fueron vencidos,pero pueden hoy ser redimidos en nuestros combates delpresente. Es cierto que el enemigo no ha cesado de ven-

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cer, pero también es cierto que el combate de los subal-ternos nunca comienza desde cero.

Y para terminar con esto, aunque no tenga espacioni tiempo para desarrollarlas, quisiera destacar la impor-tancia y urgencia de “descolonizar lo nacional”; por múl-tiples razones, que van desde el desmontaje de variosmitos fundacionales de la historia oficial hasta la incor-poración, con pleno derecho, de las luchas y reivindica-ciones de los pueblos originarios en un genuino proyectonacional y emancipatorio. El empeño por la descoloni-zación del poder y del saber es una de las claves parala integración socialista de Nuestra América.

Lo urgente y lo estratégico

Quiero terminar destacando que las notas que tene-mos entre manos atienden tanto a lo más urgente comoa lo estratégico. Se proponen contribuir a la construc-ción de una fuerza capaz de encarnar un proyecto polí-tico alternativo, tanto a la oposición burguesa de derechacomo al oficialismo. Pero también alternativo a las sim-plificaciones consignistas de la vieja izquierda, que seestrellan contra la realidad política del país. Mazzeoseñala que el gobierno de Néstor Kirchner y CristinaFernández de Kirchner, sobre la base de “una políticaintuitiva, pragmática, relativamente lúcida y con unaenorme capacidad de adaptación respecto de los proce-sos históricos mundiales, regionales y nacionales recien-tes”, se ha revelado capaz de mantener la iniciativa“para la recomposición del bloque de poder”, “garanti-zar la reestructuración del capital (y sus condiciones deacumulación)”. Más aún, dicho gobierno: “expresa losafanes de la clase dominante de transitar el camino queva de la mera gobernabilidad al proyecto hegemónico”.

119Epílogo �

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Urge enfrentar semejante proyecto, con la doble con-vicción de que es posible intentarlo, a condición de nohacerlo en términos meramente coyunturales o tácticos,sino asumiendo las implicancias de una construcción polí-tica contrahegemónica:

Un proyecto nacional-popular-democrático (y socialis-ta), que cree una voluntad colectiva y que plantee unanueva hegemonía, la construcción de un nuevo bloque-histórico y que reconozca en las clases subalternas alsujeto de la soberanía y del mando, es decir, un suje-to de poder [...] un proyecto de poder popular basadoen una estrategia independiente y autodeterminada y enmecanismos de legitimidad alternativos. Un proyectoimposible de ser cooptado por el poder, encasillado enlos límites del capitalismo.

Basta escribirlo para advertir que no se trata de unadefinición ideológica, ni siquiera “programática” en elsentido habitual que la izquierda viene dándole al tér-mino. Lo que se propone es una apuesta política cuyocontenido radical y emancipatorio solo puede desplegar-se con encarnadura popular y proyección nacional,poniendo en juego deseos, valores, símbolos y proyec-tos debatidos y compartidos desde abajo sí, pero recha-zando el culto o la adaptación a la marginalidad:voluntades y cuerpos que construyen poder popular endisputa con el poder de “los de arriba”.

Aldo CasasFebrero de 2011

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Sobre el autor

Miguel Mazzeo. Docente en la Universidad de Buenos Aires(UBA) y en la Universidad de Lanús (UNLa). Participa en espa-cios de formación de distintas organizaciones populares y endiversas cátedras libres en Buenos Aires y en el interior delpaís. Fue coordinador nacional de la Cátedra Libre “Universi-dad y Movimientos Sociales” en la Universidad de La Plata(UNLP), en 2005, y de la cátedra abierta “América Latina” enla Universidad de Mar del Plata (UNMdP), en 2006 y en 2010.Escritor. Autor de varios artículos y libros; entre los últimos sedestacan: ¿Qué (no) hacer? Apuntes para una crítica de losregímenes emancipatorios (Antropofagia, 2005); El Sueño deUna cosa. Introducción al poder popular (El Colectivo / Funda-ción Editorial el perro y la rana [Venezuela], 2007); Invitaciónal descubrimiento, José Carlos Mariátegui y el Socialismo deNuestra América (El Colectivo / Minerva [Lima], 2008); Con-jurar a Babel. Notas para una caracterización de la nuevageneración intelectual argentina (en prensa). Es militante delFrente Popular Darío Santillán (FPDS).

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