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    LAS ELECCIONES PAPALESDos mil aos de historia

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    AMBROGIO M. PIAZZONI

    LAS ELECCIONES PAPALESDos mil aos de historia

    DESCLE DE BROUWER

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    Ttulo original: Storia delle Elezioni Pontificie 2003 Edizioni Piemme, Casale Monferrrato, Italia

    Traduccin: Xabier Pikaza

    Revisin: Natalia lvarez

    EDITORIAL DESCLE DE BROUWER, S.A., 2005Henao, 6 - 48009 [email protected]

    Queda prohibida, salvo excepcin prevista en la ley, cualquier forma de reproduccin,distribucin, comunicacin pblica y transformacin de esta obra sin contar con laautorizacin de los titulares de propiedad intelectual. La infraccin de los derechosmencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270y sgts. del Cdigo Penal). El Centro Espaol de Derechos Reprogrficos(www.cedro.org)vela por el respeto de los citados derechos.

    Impreso en Espaa - Printed in SpainISBN: 84-330-1959-7Depsito Legal: BI-Impresin: RGM, S.A. - Bilbao

    http://www.edesclee.com/mailto:%[email protected]://www.cedro.org/http://www.cedro.org/mailto:%[email protected]://www.edesclee.com/
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    A Maria Giovanna,

    Davide,Maria Francesca,

    Guido

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    NDICE

    INTRODUCCIN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

    1. EL PAPA ESCONDIDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

    2. EMPERADORES Y REYES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

    3. EL PAPADO AMPLA SUS HORIZONTES . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77

    4. NUEVOS EMPERADORES Y NUEVOS SEORES . . . . . . . . . . 101

    5. LA LIBERTAD DE LA IGLESIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 3

    6. EL NACIMIENTO DEL CNCLAVE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 9

    7. LOS PAPAS EN AVIN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18 9

    8. CISMA, CNCLAVE Y CONCILIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20 1

    9. LOS PAPAS DEL RENACIMIENTO, PROTESTANTISMOY REFORMA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217

    10. EL PAPADO BAJO VETO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24 1

    11. LA REVOLUCIN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25 9

    12. DE LA RESTAURACIN A LA INFALIBILIDAD . . . . . . . . . . . . 273

    13. EL PAPADO SIN REINO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 1

    14. EL PAPA UNIVERSAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31 5

    BIBLIOGRAFA RAZONADA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35 3

    LISTA CRONOLGICA DE PAPAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 379

    NDICE DE DOCUMENTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 387

    NDICE ONOMSTICO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38 9

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    A peticin del editor, he mantenido a pie de pgina slo aquellas notas que resul-taban indispensables. Salvo raras excepciones, esas notas se limitan a indicar la fuen-te de la que proviene una determinada cita. Al final del volumen, he ofrecido unaamplia bibliografa razonada con indicaciones que podrn ser tiles para un estudioms profundo de los temas tratados.

    Por su misma naturaleza, sea de un modo directo o indirecto, un libro comoste debe mucho a muy diversas personas, a las que no puedo citar. A pesar deello, debo recordar con un agradecimiento especial a todos aquellos que han que-rido aconsejarme, corrigiendo de manera generosa el libro, tras haber ledo conpaciencia el manuscrito: Su Eminencia el Cardenal Jorge M. Meja, Bibliotecariode la Santa Iglesia Romana; don Rafael Farina, Prefecto de la Biblioteca Apostlica

    Vaticana; el doctor Paolo Vian, Scriptor Latinusde la misma Biblioteca; el doctorDiego Manetti de las Ediciones Piemme. Debo un agradecimiento particular a ladoctora Andreina Rita, que me ha ayudado a establecer con rigor el aparato biblio-grfico. Doy gracias, en fin, a mi esposa que ha sido tambin mi primera lectora,que me ha animado siempre y que, lo mismo que mis hijos, ha soportado bonda-dosamente el tiempo que he debido robar a la familia para escribir este libro.Slo me queda dar gracias a todos los lectores, con el deseo de que puedan com-partir la aventura de una historia que resulta de verdad muy interesante.

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    INTRODUCCIN

    Nuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam! (Os anuncio una granalegra: Tenemos Papa!). Gran parte de los lectores han escuchado pro-bablemente estas palabras que un prelado anciano, elprotodicono entrelos cardenales, pronuncia solemnemente en Roma, desde la balconadaexterna de la Baslica de San Pedro, para notificar el nombre del nuevojefe o cabeza de la Iglesia catlica romana. Estas palabras las recogendecenas de veces todos los noticiarios del mundo en los das de elec-cin papal y las repiten los servicios periodsticos ms o menos profun-dos que medios de comunicacin dedican luego al que ha sido elegidocomo nuevo papa.

    Aunque quiz no hayan visto el humo blanco, todos han odohablar tambin de la existencia del rito de la fumata bianca ohumare-da blanca (que indica que el papa ya ha sido elegido). Esta expresin haentrado en el lenguaje comn y se emplea incluso en las informacionessobre sesiones parlamentarias y en artculos de crnica sobre reunionespolticas de importancia, para indicar que algn problema significativoha sido bien resuelto. El mismo trmino cnclave llega a emplearsealgunas veces para indicar una reunin ms o menos secreta de perso-nas poderosas que deben tomar decisiones sobre asuntos fundamentales.

    Cuando un papa muere, televisiones y peridicos se esfuerzan porexplicar aquello que suceder despus, y lo harn con una precisin quedepende de la atencin que los periodistas hayan prestado a los foliosque suelen distribuir las agencias informativas del Vaticano. As, losperiodistas explicarn la forma en que los cardenales quedarn ence-rrados en cnclave, palabra que significa precisamente cerrado con lla-ve; hablarn de la forma en que se desarrollar la eleccin del nuevo

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    cabeza de la Iglesia, sucesor de San Pedro; de la manera en que se anun-ciar su eleccin; cmo se vestir el elegido; qu nombre escoger, etc.Algunos periodistas se arriesgarn incluso a trazar previsiones que rara-mente suelen cumplirse sobre quin ser el nuevo papa; otros discuti-rn el carcter extrao y, al mismo tiempo, extraordinario de una insti-tucin electoral como sta, que constituye el ejemplo ms antiguo, anen uso, de la forma en que se origina una monarqua, la monarqua elec-tiva del papado, que existe desde hace veinte siglos y que constituye la

    ms antigua de las instituciones existentes, que se dispone a superar eltiempo que duraron los faraones egipcios y los emperadores chinos.Sern pocos, sin embargo, los que recordarn que la eleccin del

    papa no se ha realizado siempre en la forma actual, es decir, con uncnclave y con todas las normas que ahora lo regulan. Para hablar conprecisin, debemos indicar que las reglas actuales resultan muy recien-tes, pues se remontan a la Constitucin Apostlica Universi dominici gre-gis, promulgada por Juan Pablo II el 22 de febrero de 1996, que no hapodido aplicarse todava a ninguna eleccin papal. Las normas anterio-res, promulgadas por Pablo VI el ao 1975, se utilizaron slo para doselecciones, la de Juan Pablo I y la de Juan Pablo II, que tuvieron lugar elao 1978. Antes de eso, los pontfices haban intervenido decenas deveces para fijar la legislacin sobre la eleccin de los papas. Ms an, sivamos hacia atrs, hasta llegar al primer cnclave, no habremos reco-rrido ni siquiera la mitad de la vida del papado; de hecho, en los pri-meros doce siglos de historia de la Iglesia no exista cnclave y, sinembargo, se elegan papas, algunas veces de un modo turbulento, otrasveces sin oposicin de tipo alguno.

    Desde siempre, y todava en la actualidad, se puede elegir papa acualquier varn que est bautizado. Sin embargo, el cuerpo electoral,es decir, el conjunto de aquellos que tienen el derecho de elegir al papase ha modificado mucho con el paso del tiempo; tambin se han modi-ficado de un modo notable los procedimientos para la eleccin. Hanexistido elecciones por aclamacin de todo el pueblo cristiano deRoma; otras se han dejado en manos de la votacin de un par de car-denales; han existido elecciones impuestas por algn emperador pode-roso y elecciones en las que el grupo de electores ha escogido con abso-luta libertad; hay papas que han sido elegidos por unanimidad y huboperodos en los que giraban por Europa, el mismo tiempo, dos, tres eincluso cuatro papas o antipapas (el nombre papa o antipapa se lesatribua conforme a las diversas opiniones sobre su validez).

    LAS ELECCIONES PAPALES12

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    Este libro pretende recorrer con cuidado la historia de las eleccionespapales, el acto ms sublime, el ms sagrado, el ms venerable quepueda realizarse sobre el mundo, como escribi hace ciento cincuentaaos Cayetano Moroni, un erudito que merece todo nuestro respeto.Este es un acto en el que los creyentes descubren la intervencin espe-cfica, misteriosa pero real, del Espritu Santo. Por el contrario, los no-creyentes piensan que las elecciones de los papas se pueden interpretarcon los mismos principios y mtodos con los que se explican la suce-

    sin de los presidentes de una sociedad multinacional o la eleccin delos diversos polticos.En realidad, cada eleccin papal acaba influyendo, de manera ms

    o menos significativa, en la vida de los hombres, an de aquellos queignoran quin es el papa actual o que no saben exactamente lo que sig-nifica ser papa. Ms an, la eleccin del papa influye incluso en la vidade aquellos que no tienen ni quieren tener ningn tipo de relacin conla Iglesia catlica o en la vida de aquellos que consideran o exigen quese considere al papa como un jefe de estado o un jefe religioso seme-jante a otros muchos.

    La historia de las elecciones papales nos permitir comprender tam-bin lo que el papa ha sido en el pasado y lo que es actualmente: la for-ma y medida en que la iglesia se encuentra en relacin con el mundoque la rodea, la manera en que influye en ese mundo o ese mundo influ-ye en ella, etc. Esta es una historia siempre imprevisible: de las casi tres-cientas elecciones pontificias, entre legtimas e ilegtimas, menos de unadocena han concluido con los resultados que la mayora haba previstode antemano. Pero, sobre todo, esta es una historia que resulta muchasveces enrevesada como una novela policaca, dramtica como una tra-gedia, divertida como una comedia, fascinante como un poema, intere-sante como una narracin de viajes, apasionante como una novela deaventuras.

    Sea como fuere, esta es una historia que merece la pena leer.

    INTRODUCCIN 13

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    EL PAPA ESCONDIDO

    En el da diecisis antes de las calendas de agosto del ao 1959, enel primer ao de su pontificado, el Sumo Pontfice Juan XXII hizo colo-car a la entrada de laBiblioteca Vaticanala estatua de Hiplito, eclesis-tico doctsimo. As reza la lpida colocada bajo la estatua que hoy aco-ge desde su trono a quien se dirige a estudiar en una de las bibliotecasms prestigiosas del mundo. El grupo de mrmol representa a un escri-tor que est sentado sobre un escabel donde aparece inscrita en griego

    una lista de los escritos atribuidos a Hiplito, un famoso presbteroromano de los primeros decenios del siglo III. A causa del lugar dondese hallaba y por la lista de libros que inclua, se crey durante muchotiempo que aquella estatua representaba de verdad al personaje del quehablamos, el nico antipapa por emplear una expresin del medioe-vo tardo a quien se venera como santo. Estudios ms recientes hanmostrado, sin embargo, que la estatua que vemos constituye en realidadel fruto de una composicin de orgenes distintos y de pocas diversas:la parte inferior del cuerpo proviene de una estatua femenina del sigloII, el busto y la cabeza se aadieron en el siglo XVI y los nombres delos libros fueron grabados sobre un escabel del siglo III1.

    1. La estatua, a la que faltaba la parte superior, se encontr el ao 1551 en el reasuperior del cementerio de Hiplito, junto a la va Tiburtina. Fue restaurada porPirro Ligorio y ha sido colocada en varios lugares, entre ellos, en el MuseoLateranense y, por fin, en el atrio de la Biblioteca Apostlica Vaticana. Cf. L.MICHELINI TOCCI, La statue du bon Aristide, en Studi offerti a Giovanni Incisa della

    Rocchetta, (Miscellanea della Societ Romana di Storia Patria), 23, Roma 1973, pp.337-353. G. BOVINI, La statua di S. Ippolito del Museo Lateranense, enBullettino dellaCommissione archeologica del Governatorato di Roma 68 (1940), pp. 19-128; M.GUARDUCCI, La statua di SantIppolito in Vaticano, enAtti della Pontificia Academia

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    El motivo por el que he citado este dato para comenzar la narracinde la historia de las elecciones papales es el hecho de que en la lista delas obras del citado Hiplito de Roma2 se encuentra un ttulo que serefiere a un libro que proviene aproximadamente del ao 215 y que setitulaTradicin apostlica, un texto que durante muchos siglos se cono-ca slo de un modo fragmentario, pero que ahora ha sido finalmentereconstruido3. En ese libro (la Tradicin apostlica) se describen algunascostumbres litrgicas y, sobre todo, se describe la estructura de la Iglesia

    cristiana, al comienzo del siglo III, a partir de los obispos, de su elec-cin y de su consagracin posterior. La primera indicacin que aqueltexto ofrece es que se ordene obispo a aquel que ha sido elegido portodo el pueblo; pero el resultado de esa eleccin constituye slo el pri-mer paso de un proceso ms amplio: es necesario que otros obisposimpongan las manos sobre aquel que ha sido previamente elegido,con el consentimiento de todos. Despus se describe la ceremoniadurante la cual la nica tarea que se le asigna al pueblo, que haba rea-lizado ya la eleccin, es la de estar presente y orar en el silencio del pro-pio corazn, a fin de que el Espritu Santo descienda sobre el nuevoobispo.

    LAS ELECCIONES PAPALES16

    Romana di Archeologia. Rendiconti 47 (1976), pp. 163-190; d., La Statua diSantIppolito e la sua provenienza, enNuove ricerche su Hiplito, (Studia EphemeridisAugustinianum 30), Roma 1989 pp. 61-74; d, San Pietro e SantIppolito: storia di sta-tue famose in Vaticano, Roma 1991.

    2. No slo la estatua, sino tambin la persona de Hiplito sigue siendo hasta en laactualidad muy discutida. Conforme a la opinin de algunos eruditos, la expresinHiplito de Roma implicara la identificacin errnea (propuesta por primeravez en el siglo XIX) de dos personas distintas: un telogo oriental, llamadoHiplito, que actuaba en Roma entre el siglo II y III, y un contemporneo suyo,de nombre desconocido, que sera el autor de varias obras, entre las cuales seencuentra laRefutacin de todas las herejas y quiz la misma Tradicin apostlica. Lacuestin sigue siendo discutida. Una presentacin objetiva de los datos ya segurosy de los problemas relacionados con ellos la ofrece E. PRINZIVALLI, Ippolito, anti-

    papa, santo, en Enciclopedia dei Papi, Roma 2000, pp. 246-257.3 . B. BOTTE, La Tradition apostolique de saint Hippolyte. Essai de reconstitution,

    (Liturgiewissenschaftliche Quellen und Forschungen, 39), Mnster 1963; la quin-ta edicin de la obra ha sido preparada por Z. Gerhards y S. Feldbecker, Mnster1989; traduccin italiana: IPPOLITO, Tradizione apostolica, preparada por E. Peretto,Roma 1996 (Collana di testi patristici, 133). Los eruditos vienen diciendo desdehace tiempo que el ttulo que hallamos en el escabel de la estatua (donde se leeSobre los carismas tradicin apostlica, aunque algunos encuentran all dos ttulos dis-tintos: Sobre los carismas y Tradicin apostlica) se refiere a esta obra de Hiplito,pero hoy se tiende a sostener que ese texto no se refiere a Hiplito.

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    Ignacio de Antioqua, Clemente de Roma haba escrito una carta diri-gida a los cristianos de Corinto, de un modo ms preciso a la iglesiade Dios peregrina en Corinto, de parte de la iglesia de Dios peregri-na en Roma. El autor de esta carta parece presentarse en ella como elportavoz de una estructura colegial, que gobierna en conjunto sobre lacomunidad de Roma, ms que un obispo como aquellos que se descri-ben en las cartas de Ignacio. Por otra parte, la existencia de un colegiopresbiteral en el vrtice de la iglesia romana, todava en los primeros

    aos del siglo II, parece hallarse igualmente confirmada por indicacio-nes que encontramos tambin en otros textos5.La Carta de Clemente resulta particularmente significativa no slo

    porque presenta el testimonio precioso de una fase del desarrollo de lacomunidad romana, sino porque nos ofrece el testimonio de una situa-cin del todo especial de la iglesia de Roma respecto de las otras. Elmotivo de la carta haba sido los desrdenes provocados por algunosfieles de la iglesia de Corinto que se haban rebelado contra los presb-teros de esa comunidad y los haban destituido de un modo arbitrario.Las palabras de Clemente invitaban a la concordia, condenaban laambicin y la presuncin de algunos individuos particulares y les exhor-

    taban a someterse a los jefes eclesisticos, llamados obispos y diconosy en otros lugares presbteros, instituidos por los apstoles y por sussucesores. Pues bien, el aspecto ms digno de atencin es el hecho deque la iglesia de Roma intervenga para suscitar la paz al interior de laiglesia de Corinto, sin haber sido requerida en modo alguno para ello.La iglesia de Roma se manifestaba con autoridad afirmando, por ejem-plo, que ella haba escrito bajo la gua del Espritu Santo y exhor-tando a los corintios a no desobedecer a las palabras dichas por Diospor medio de nosotros6. Aunque a partir de este texto, cuyo lenguajepuede interpretarse en la lnea del gnero de la correccin fraterna, nopuede deducirse una superioridad formal, capaz de obligar jurdica-

    LAS ELECCIONES PAPALES18

    5. Por ejemplo, un pasaje del Pastor de Hermas (Vis. III, 9, 7-10) supone que el grupodirigente de la iglesia romana lo forma un colegio de presbteros. En esa misma lnea,la carta que Ignacio de Antioqua dirige a los cristianos de Roma no se puede aludira la existencia de un obispo (pues en Roma no exista todava un obispo).

    6. A. Jaubert (ed.), pitre aux Corinthiens(Sources chrtiennes, 167), Paris 1971, pp.63 y 59. Trad. italiana, E. Peretto (ed.), Lettera ai Corinzi, Scritti delle origini cris-tiane 23, Bologna 1999, con introduccin, versin y comentario. Trad. Castellanaen D. Ruiz Bueno, Padres Apostlicos, BAC, Madrid 1950 y en J.J. Ayn (ed.),CLEMENTE DEROMA. Carta a los Corintios, Fuentes Patrsticas 4, Madrid 1994.

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    mente a la comunidad de los hermanos (de Corinto), resultan singula-res su tono, su contenido y sus circunstancias. No parece posible queotras comunidades pudieran haberse expresado en la forma en que lohace la comunidad de Roma, en sus relaciones con una iglesia impor-tante como era la de Corinto, que se gloriaba de sus orgenes apostli-cos, pues se encontraba directamente ligada a san Pablo.

    La Carta a los Corintios goz inmediatamente de una autoridad enor-me, de manera que, por algn tiempo, la iglesia de Siria la incluy entre

    los libros cannicos, siendo tambin introducida en el mismo CodexAlexandrinusde la Biblia. Pero, sobre todo, resulta importante destacaraqu la forma en que la iglesia de Roma, a la que vemos expresndoseen aquella carta a los Corintios, recibi muy pronto unas muestras espe-ciales de respeto. Hemos recordado ya a Ignacio de Antioqua quien, ensus cartas, fue exhortando a las diversas comunidades cristianas a quemantuvieran la unidad, en especial con el obispo; de esa forma amo-nesta y pone en guardia a las iglesias en contra de las herejas. Pues bien,al referirse a la iglesia de Roma, Ignacio no se permite elevar ningunacrtica, sino que expresa solamente elogios. En este caso, Ignacio no setoma la libertad de impartir enseanzas, porque la iglesia de Roma ha

    instruido a los otros. El encabezamiento de saludos de su Carta a losRomanosofrece una serie extraordinaria de testimonios de respeto haciaaquella iglesia que, entre otras cosas, preside en la caridad7. La inter-pretacin de esta frase (la iglesia de Roma preside en la caridad) resul-ta muy discutida entre los especialistas; pero implica sin duda una posi-cin de preeminencia de la iglesia de Roma, aunque esa preeminenciano pueda precisarse por ahora de un modo exacto.

    El ser primera en la caridad no se refera de hecho slo a la extra-ordinaria obra de asistencia material y de sustento espiritual que lacomunidad de Roma ofreca desde el principio tambin a las otras igle-sias. De manera cada vez ms amplia se le reconoci a la comunidad deRoma aquella funcin autorizada de arbitraje y de reconciliacin que enla carta de Clemente aparece como algo que se ejerce de un modo pac-fico, es decir, sin que existan controversias por ello. Algunos deceniosms tarde, hacia el 170, el obispo Dionisio de Corinto reconoce ala comunidad romana la funcin de exhortacin y gua espiritual, como

    EL PAPA ESCONDIDO 19

    7. IGNACIO DE ANTIOQUA, Carta a los Romanos, encabezamiento de saludo. En I Padriapostolici, o.c., p. 120.

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    algo que ella ha venido realizando desde el comienzo, mientras que elmismo Dionisio dirige amonestaciones y crticas incluso speras en con-tra de otras iglesias hermanas8.

    Al final del siglo II se haba difundido ya, por tanto, la consideracinde que la iglesia romana gozaba de una importancia particular, de tiporeligioso y espiritual. Para comprender el origen de este dato hay quetener en cuenta un factor de importancia capital: haba sido precisa-mente en Roma donde Pedro y Pablo haban predicado y haban ofre-

    cido su testimonio hasta la muerte. La memoria de su martirio se con-servaba muy viva en esa comunidad y de alguna forma la acreditabacomo una comunidad que se hallaba fundada sobre dos personas quehaban gozado del mayor relieve en los escritos del Nuevo Testamento9.

    De un modo ms concreto se le reconoca a Pedro una posicinespecial. Jess mismo le haba escogido de entre los doce y le haba con-fiado una preeminencia dentro del crculo de los apstoles, como que-daba claro en los evangelios y en otros escritos del Nuevo Testamento10.El significado exacto del primado de Pedro y la forma en que deba serejercido ser objeto de una reflexin que se desarrollar a lo largo de lossiglos, como iremos viendo, pero el hecho de que ese primado deriva-

    ba directamente de Cristo es algo que aceptaron desde el principiotodas las comunidades cristianas. El detalle de que gran parte de los tex-tos relacionados con Pedro hayan sido redactados slo despus de sumuerte, como hoy suponen muchos, sirve slo para indicar el intersconstante que la iglesia primitiva sinti por su persona y su funcin. En

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    8. As lo indica el testimonio de Eusebio de Cesarea, Historia ecclesiastica, IV, 23Edicin del texto a cargo de E. Schwartz, Eusebius Werke, II, 1. Die Kirchengeschichte,en Die Griechischen christilichen Schrifsteller Leipzig 1903. Traducciones italianas:sigue siendo ptima la de G. Del Ton, con texto griego y notas, EUSEBIO DI CESAREA. Storia eclesiastica e i Martiri della Palestina, Roma, Parigi, Tournai, NewYork 1964; vase tambin la edicin preparada por F. Migliore, S. Boris y G. LoCastro, Roma, 2001, 2 vol. (en Collana di testi patristici, 158-159). Traduccin cas-

    tellana en Historia Eclesistica I-II, en Ediciones Clie, Terrasa 1998-1999 y en laBAC, Madrid 2002.

    9. Cf. Pietro e Paolo. Il loro rapporto con Roma nelle testimonianze antiche, XXIX Incontrodi studiosi dellantichit cristiana (Roma 4-6 de mayo de 2000), en StudiaEphemeridis Augustinianum74, Roma 2001.

    10. Los textos que se toman ms a menudo en consideracin son Mt 16, 13-16, Lc 23,31-2 y Jn 21, 15-17. Pero a ellos se aaden otros textos particulares, como el hechode que Pedro ocupe siempre el primer puesto en el elenco de los discpulos o elhecho de que haya ofrecido el primer testimonio de la resurreccin segn 1 Cor15, 5.

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    la actualidad, incluso aquellos que como los miembros de las comuni-dades cristianas no catlicas dudan que aquel encargo de Jess a Pedropueda configurarse como un ministerio permanente y pueda transmi-tirse a lo largo del tiempo aceptan que fue el mismo Jess el que se loconcedi a Pedro. Por tanto, fundada sobre Pedro y Pablo, la iglesiaromana custodiaba su mensaje de un modo totalmente singular. Otrasiglesias como Antioqua, Filipos, feso, Corinto o Tesalnica habansido fundadas sobre la predicacin indudable de los apstoles. Tambin

    ellas eran sedes apostlicas, a las que se les reconoca la cualidad espe-cial de ser depositarias del mensaje evanglico originario. Pero Romaposea entre todas una importancia particular, difcilmente igualable.

    En las comunidades cristianas, la necesidad de precisar aquella queera la verdadera doctrina evanglica surgi bastante pronto, porque lareflexin sobre algunos puntos particulares conduca a la bsqueda deuna aclaracin doctrinal de la que pudiese derivarse despus una praxissacramental. Existen huellas de esto desde los tiempos ms antiguos, enlos Hechos de los Apstoles y en bastantes cartas de Pablo. En diversoslugares surgieron doctrinas discutibles y consideradas errneas, defini-das ya en el Nuevo Testamento comoherejas, y la respuesta a las pre-guntas sobre la verdadera enseanza de Jess se fue buscando de lamanera ms directa posible en la predicacin de sus discpulos, puesslo esa predicacin poda considerarse como fuente y prueba segurade la ortodoxia. De esa manera se volva necesaria la reconstruccin dela lista de responsables, dirigentes de las diversas iglesias, para descubrirsi es que exista o no exista una transmisin ininterrumpida de la ense-aza de un obispo a su sucesor. Nacieron las primeras listas episcopa-les, que respondan, por tanto, a una necesidad de carcter doctrinal msque histrico y, en ese sentido, ellas se distinguen de los diversos elen-cos cronolgicos que existan por entonces, como las tablas de los cn-sules de Roma o la serie de emperadores romanos o la secuencia de losdiscpulos de las escuelas filosficas.

    En los ltimos decenios del siglo II se dieron nuevos impulsos a estabsqueda de continuidad en el mbito de las discusiones contra el gnos-ticismo, una doctrina que entre otras cosas pretenda la existencia deuna comprensin ms alta de la verdadera fe, que slo resultaba acce-sible a algunos y que era transmitida por medio de tradiciones secretas.Precisamente, para responder a estas teoras y para exponer la sanadoctrina, tal como fue propuesta por los apstoles, un cristiano, lla-mado Hegesipo, de origen oriental, visit diversas comunidades y lleg

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    es uno de los pasajes ms discutidos de la primitiva literatura cristianay ha sido objeto de innumerables estudios e interpretaciones que siguenan abiertos y que son en algn sentido irresolubles, por la falta del ori-ginal griego, dado que slo se conserva la traduccin latina. Se discutesobre todo su valor para demostrar el primado de la iglesia romana,siendo difcil decidir si, como se propugna por la parte catlica, en estecontexto se est refiriendo slo a Roma o, de un modo general, a cual-quier iglesia de origen apostlico o a la Iglesia universal, concebida

    como conjunto de todas las iglesias.Para los fines de nuestra historia, sigue siendo bsico el hecho deque, a continuacin, Ireneo pone la lista de los obispos de Roma, talcomo la presentaban documentos conservados in loco y tal como laconocan tambin las comunidades de la Galia, que no haban sido fun-dadas por Roma, sino por cristianos provenientes del Oriente.

    Eusebio de Cesarea, en su Historia eclesistica, retom y actualizms tarde la misma lista, actualizndola hasta el pontificado de Mar-celino, en los aos 296-304. Eusebio retiene y confirma los dos nom-bres de Pedro y Pablo en los orgenes de la iglesia de Roma, propo-niendo despus a Lino como el primero de sus sucesores. Resulta nota-

    ble la tentativa que Eusebio realiz de establecer una cronologa en lalista de la serie de nombres de obispos, a quienes coloc por primeravez al lado de los emperadores romanos, contemporneos suyos, mos-trando as un nuevo tipo de orientacin, que ya no era slo doctrinalcomo en caso de Hegesipo e Ireneo. Ahora se trataba de una aproxi-macin histrica, que viene a presentarse como expresin de una situa-cin cultural diferente, que haca necesaria una reintepretacin de lahistoria, que fuese capaz de dar razn de la actividad del cristianismoque, en la poca de Eusebio, se haba convertido en una de las grandesreligiones del imperio romano13.

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    13. Eusebio de Cesarea est considerado como uno de los historiadores ms eminen-tes de la antigedad cristiana. Su Historia eclesistica apareci en siete libros, antesde la persecucin de Diocleciano (el 305), pero los importantes acontecimientosposteriores le impulsaron a retomar la redaccin de la obra, que fue continuada has-ta alcanzar diez libros, llegando hasta el momento de la victoria de Constantinosobre Licinio (324). A pesar de hallarse dominada por una intencin apologtica(la victoria del cristianismo sobre el estado pagano es la mejor prueba de su origendivino) la obra tiene muchsimo valor por la cantidad y calidad de los materialesque recoge.

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    Un paso posterior en esta direccin lo cumpli el as llamado Cro-ngrafo romano del 354, un texto complejo donde, al lado del calendariocivil, de los fastos consulares, de las tablas pascuales, de una lista de losprefectos de Roma y de una crnica universal, se conserva la DepositioEpiscoporum, un elenco del lugar donde estn sepultados los obispos deRoma, del ao 255 al 352 y sobre todo la lista completa de los papas,hasta Liberio (352-366). Este elenco, que por el nombre del ltimo papasuele llamarse tambin Catlogo liberiano, pone en primer lugar slo a

    Pedro y presenta despus el orden de sus sucesores, indicando lasfechas del pontificado de cada uno.

    Obviamente, y de un modo especial para los datos que se ofrecenhasta el final del siglo II, aqu se ofrecen unas dataciones aproximadasy poco exactas, que han sido enriquecidas sucesivamente con datosbiogrficos incluidos, por ejemplo, en las Vidas recogidas en el LiberPontificalis14, dataciones que de hecho no tienen la posibilidad de serverificados de un modo preciso. Por tanto, mientras que aquello que latradicin ha conservado sobre la lista y los nombres de los primerospapas puede retenerse en sustancia como algo que est bien fundado,lo que dice en relacin con los aos de su pontificado debe considerar-

    se como fruto de reconstrucciones posteriores. Segn eso, aunque seanverosmiles y relativamente probables, las fechas de los pontificadosms antiguos deben tomarse como necesariamente aproximativas, demanera que no podemos alcanzar certeza sobre ellas.

    Los primeros guas de la iglesia de Roma despus del martirio dePedro y Pablo fueron Lino15, Anacleto16 y Clemente, el autor de la cle-bre carta, de la que ya hemos hablado. Es poco lo que en relacin conellos se puede afirmar sobre la manera en que vinieron a convertirse enresponsables de la comunidad y es poco tambin lo que se puede afir-mar sobre su funcin exacta, pues en aquella poca no se hallaba an

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    14. De ese texto, que es fundamental para el conocimiento de la historia de la comu-nidad cristiana de Roma y de sus obispos, cuya primera redaccin se remonta alsiglo VI, me ocupar extensamente en el prximo captulo (cf. cap. II, nota 21 ycontexto).

    15. Ireneo de Lyon lo identifica con el personaje del crculo paulino citado en 2 Tim4, 21.

    16. As Ireneo y Eusebio. El Catlogo liberiano cita dos personas distintas, de nombreCleto y Anacleto, que se habran sucedido; en contra de eso, el Liber pontificalispone a un Cleto despus de Lino y a un Anacleto ms tarde. La confusin sobrelos nombres y grafas es un indicio de la falta de informaciones precisas.

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    bien definido el as llamado episcopado monrquico. De todas formas,resulta interesante lo que dice de ellos Ireneo de Lyon: el primer Linorecibi su funcin de parte de los apstoles; de Anacleto afirma quesucedi a Lino y de Clemente que obtuvo el episcopado. Los treseran discpulos directos de los apstoles. Este es un dato que se ponede relieve para mostrar la seguridad de la tradicin que ellos represen-taban trasmitiendo el mensaje evanglico.

    En el curso del siglo II, cuando tambin en la iglesia de Roma se fue

    desarrollando el episcopado monrquico, que ya se haba formado enotras comunidades, la sucesin de los obispos de Roma debi realizar-se conforme a procedimientos que eran iguales a los que se adoptabanpara todos los restantes obispos, procedimientos que estn descritos,como hemos visto, en la Tradicin apostlica.

    Segn eso, en el principio, tambin en Roma, el obispo era elegidopor todo el pueblo. Esto significa que lo elegan todos los cristianos dela comunidad. No se sabe cmo se desarrollaba en concreto la formaen que el pueblo cristiano indicaba su preferencia o escoga a un candi-dato, de manera que, a falta de otras fuentes, todo intento de ofrecer unadescripcin ms precisa de ello no podr ser ms que una mera hip-tesis. Lo cierto es que, una vez recogido el consenso unnime? de lacomunidad, aquel que haba sido elegido deba ser consagrado obispoa travs de la imposicin de manos de otros obispos y, ms en con-creto, de los obispos de las iglesias vecinas que deban estar de acuerdoentre ellos. En esta fase sacramental, el conjunto de la comunidadestaba llamada a participar en la ceremonia solamente a travs de laasistencia y la oracin.

    Durante mucho tiempo, aquello que hoy llamaramos el procedi-miento para la eleccin del papa permaneci configurado de esa forma,sin ninguna diferencia respecto a la consagracin de los obispos deotras dicesis.

    Sin embargo, aquello que continu precisndose y tomando formade un modo progresivo fue la posicin de la iglesia de Roma y, por tan-to, de sus obispos, en relacin con las otras comunidades cristianas.Aquella situacin especial, que hemos visto emerger ya en el testimo-nio de los padres apostlicos como preeminencia en la caridad, fuereforzndose poco a poco, encontrando un campo de expresin parti-cular en el terreno de los conflictos doctrinales, a travs de los cuales elcristianismo iba madurando y definiendo sus propias caractersticas.Las discusiones sobre la fecha de la Pascua, que en Roma se celebraba

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    siempre en domingo, mientras que en las comunidades orientales secelebraba conforme al uso judo el da 14 del mes de Nisn o, mstarde, las controversias sobre la eventualidad de un segundo bautismopara quien hubiera recibido el primero en una comunidad que se juz-gaba no ortodoxa, se resolvieron, quiz despus de largas controversias,de la forma propuesta por la iglesia de Roma.

    La autoridad que ejerca la iglesia de Roma se fundaba sobre su pro-pia tradicin apostlica, que vena a presentarse como ms segura y

    cierta que otras tradiciones que surgan en un lado o en otro, en lasdiversas iglesias, y que a veces se presentaban como tradiciones quehaban brotado de la predicacin de algn apstol. Resulta conocida,por ejemplo, la historia de Policarpo de Esmirna, uno de los obisposms prestigiosos de la poca, que fue incluso discpulo de Juan. EstePolicarpo lleg a Roma durante el pontificado de Aniceto (157?168?),enviado por su misma comunidad, para regular la cuestin de la obser-vancia pascual. Aunque por el momento el episodio concluy con elconsentimiento de Aniceto para celebrar la Pascua conforme al usooriental, resulta significativo el hecho de que haya sido Policarpo el quevino a Roma y no Aniceto el que fue a Esmirna. Pues bien, algunosdecenios ms tarde, el papa Vctor (186?197) resolvi la cuestin qui-z de manera demasiado enrgica, como le reproch Ireneo de Lyon,imponiendo el uso romano para la celebracin de la Pascua, amena-zando con excluir de la comunin, no slo con Roma, sino tambin contodas las restantes iglesias, a aquellas comunidades que no hubiesenadecuado sus tradiciones locales.

    No se olvide que Roma era tambin la capital del Imperio, lugar deatraccin para cualquiera que buscase una situacin favorable para lapropagacin de las propias ideas. Fue tambin all donde tuvieron lugardiversas tentativas de implantar movimientos filosfico-religiosos comolos de tipo gnstico de Valentn que fue el concurrente de Po I, en elmomento de la eleccin de este ltimo como obispo de Roma, y de sucontemporneo Marcin, que fund su propia iglesia, destinada adurar por algunos siglos, como antagonista de aquella que ya exista.

    Fue precisamente a partir y como consecuencia de este debate enmaterias teolgicas, en los momentos de crisis ms aguda en relacincon las diversas formas de gnosticismo, que llegaron a amenazar la mis-ma supervivencia de la Iglesia apostlica, cuando la comunidad roma-na se consolid dando vida a una realidad eclesial en la que se fue defi-niendo progresivamente la funcin del obispo, en su dimensin monr-

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    quica. Este proceso no se limitaba a consolidar mejor la institucin enun sentido jerrquico, sino que el mandatario ms alto de la iglesia deRoma vino a convertirse en el representante y, sobre todo, en el guar-din de la tradicin apostlica que precisamente all se encontraba con-firmada por la serie ininterrumpida de sus obispos. En los casos de dis-puta doctrinal, en los momentos de enfrentamiento, ya no se apel deun modo general a lo que pensaba o deca la comunidad romana, sinoa aquello que haba hecho o dicho su obispo, a quien se le reconoci el

    ejercicio de una autoridad especial, incluso en relacin con las otrasiglesias, hacia las cuales deba mostrar una solicitud especial, de ordenmaterial, pero sobre todo espiritual y doctrinal.

    La eleccin del obispo de Roma, que, como hemos visto, se reali-zaba con modalidades electivas que implicaban a toda la comunidad,lo mismo que suceda en las otras iglesias, no parece haber dado ori-gen a tensiones especiales hasta el comienzo del siglo III. Fue entoncescuando tuvo lugar la primera amenaza seria de separacin interna enla comunin, en el momento en que la eleccin del obispo Calixto(218-222) no fue aceptada por Hiplito, el personaje a quien la tradi-cin quera ver representado en la estatua que hoy se encuentra en elingreso de la Biblioteca Vaticana, como hemos indicado al comienzo deesta historia.

    Los protagonistas representaban dos corrientes diversas de la iglesiade Roma. Hiplito se haba convertido en breve tiempo en un presb-tero lleno de autoridad y era quiz el hombre de cultura ms refinadade la comunidad cristiana de Roma en aquel tiempo. Escriba en grie-go, de temas diversos y con amplitud. En el campo teolgico, sostenala doctrina discutida del Logos (sin descender a detalles, dir slo queesa doctrina constitua slo una de las varias aproximaciones posibles altema de la persona de Cristo, una tema que seguir estando a lo largode los siglos en el centro del debate entre los telogos). En el campodisciplinar perteneca al grupo ms intransigente y rigorista de aquellosque juzgaban que la iglesia deba convertirse en la comunidad de lossantos. Calixto era en cambio un esclavo liberado, que se haba con-vertido en colaborador del papa Ceferino (198?217?) y en el hbiladministrador de un cementerio sobre la va Apia, cementerio que hoyconserva su nombre, despus de haber llevado una vida azarosa cuyosparticulares, entre ellos la mala administracin de unos negocios, la par-ticipacin en enfrentamientos, su condena y liberacin, nos han sidotransmitidos a travs de los escritos de sus adversarios, de manera que

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    podemos sospechar que han sido objeto de exageraciones y amaos. Suposicin teolgica era menos innovadora que la de Hiplito y en elaspecto disciplinar sostena, con escndalo de los rigoristas, que debaofrecerse una posibilidad de reconciliacin a aquellos que hubiesen ca-do en pecado despus de haber recibido el bautismo, pues la Iglesia erauna casa en la que caban tanto los santos como los pecadores.

    Cuando Calixto fue elegido obispo de Roma, Hiplito se neg a acep-tar aquella decisin de la comunidad y as, ponindose a la cabeza de un

    grupo minoritario, se convirti, segn la tradicin, en el primer antipapa,es decir, papa ilegtimo, que recuerda la historia. Esta es, al menos, lareconstruccin ms probable de los hechos, aunque la discusin entre losestudiosos sigue todava abierta, tanto sobre la figura de Hiplito comosobre el hecho de que haya existido una eleccin suya como antipapa.Lo cierto es, por lo menos, que Hiplito se opuso sistemticamente a lapostura de Calixto, acusndole de errores doctrinales, en realidad inexis-tentes, y de un comportamiento laxista en el campo de la disciplina.Hiplito acusaba a Calixto de readmitir en la comunidad a los converti-dos de sectas cismticas, sin una adecuada penitencia, le acusaba de acep-tar el matrimonio entre mujeres de una clase elevada y hombres de con-dicin ms humilde, cosa que estaba prohibida por la ley romana, y deordenar presbteros a hombres que se haban casado ms de una vez; leacusaba, en fin, de ofrecer el perdn de un modo indiscriminado.

    La contraposicin no era slo personal. En Roma se formaron doscomunidades cristianas rivales, una oficial, guiada por Calixto, y otradisidente, que se apoyaba en Hiplito. Eran expresiones de dos modosradicalmente distintos de entender la Iglesia y el contraste que ellasreflejaban entre posiciones radicales y moderadas, entre el deseo decrear una comunidad perfecta de puros, que no se dejaban manchar porel mundo, y el deseo de adaptarse a las condiciones concretas impues-tas por la misma expansin del cristianismo, volver a aflorar ms deuna vez en los decenios siguientes.

    No se trataba de una cuestin puramente personal, como vino amostrarse, por otro lado con claridad, cuando una vez muerto Calixto,la divisin continu y la comunidad disidente se neg a reconocer a losobispos siguientes: Urbano (222-230) y Ponciano (230-235). Mientrastanto, las cosas fueron cambiando tambin en el campo poltico. Lapoca de los emperadores de la familia de los Severos, durante la cualla organizacin del Estado haba mostrado graves seales de crisis ins-titucional, econmica y social, pero que haba ofrecido largos aos de

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    tolerancia y paz religiosa, termin bruscamente con la muerte violentade Alejandro Severo, a quien mataron en Germania en el curso de unarebelin militar, en la primavera del 235. Con el nuevo emperador,Maximino el Tracio, cambi bruscamente la poltica romana y, comohaba pasado otras veces, esto supuso sobre el plano religioso una ofen-siva anticristiana. En la capital del Imperio quedaron arrestados los dosjefes de las comunidades, Ponciano e Hiplito, y ambos fueron conde-nados ad metalla, es decir, a trabajos forzados en las minas de Cerdea.

    La pena de deportacin duraba normalmente toda la vida. Movido pro-bablemente por esta perspectiva, en el momento de su alejamiento deRoma, Ponciano renunci de manera formal a su cargo e invit a lacomunidad a elegir un sucesor en su lugar. Esta fue la primera abdica-cin papal y sucedi en lunes 28 de septiembre del 235, fecha que ofre-ce tambin el primer dato biogrfico de la historia del papado que pue-de registrarse con precisin y no partiendo de deducciones17.

    Afectados por las crueles condiciones de la vida en prisin, Poncianoe Hiplito murieron a breve distancia uno del otro. Tuvieron, sin em-bargo, tiempo para reconciliarse, no se sabe si en la crcel de Roma osi en Cerdea, y el disidente Hiplito renunci a su pretensin de ser

    obispo de Roma, pidiendo a sus seguidores que pusieran fin a su sepa-racin de la comunidad, cosa que sucedi con la eleccin, ya sin di-visiones, de Antero, que slo fue obispo durante algunos meses, en elinvierno del 235-236.

    El tema de la deportacin de los dos exponentes principales de lacomunidad cristiana de Roma exige que tratemos un tema que, aunqueno est directamente ligado a la historia de la eleccin de los papas,constituye una clave de lectura para comprender mejor el desarrollo dela Iglesia en los primeros siglos. Se trata de la cuestin de las persecu-ciones y, ms en general, de las relaciones de la Iglesia con el poder civily, en particular, con el poder imperial.

    Dejando a un lado la imagen apologtica tradicional, segn la cualel paganismo habra perseguido de manera sistemtica a unos cristianosconcebidos permanentemente como mrtires, la historiografa de losltimos decenios ha desarrollado un anlisis ms preciso, con posturasmenos sistemticas, mostrando que hubo condiciones muy diferencia-

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    17. La fuente de ese dato es el Catlogo liberiano. Otros datos aparentemente segurosde la historia primitiva del papado son en realidad slo fruto de deducciones, aun-que puedan ser fiables.

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    das, segn los tiempos y lugares. Sin duda, las situaciones en la que sedesarroll la primera organizacin de la Iglesia cristiana fueron radical-mente dramticas, en un contexto en el que la conflictividad latentepoda convertirse en una oposicin abierta; pero el cuadro de conjuntose puede describir, sin embargo, como una alternancia de momentos depersecucin violenta y momentos de tolerancia relativa.

    Bsicamente, el origen de la dificultad se encontraba dentro del mis-mo cristianismo, que debera esperar todava mucho tiempo para ofre-

    cer soluciones nuevas a aquella antinomia estructural entre ciudadanaterrena y ciudadana celestial, antinomia que estuvo en el centro deldebate de las primitivas generaciones cristianas. En general, desde unaperspectiva religiosa, las posturas del mundo pagano resultaban menosradicales, pues ese mundo se hallaba habituado a la presencia simult-nea, ms o menos sincretista, de diversas creencias, de numerossimasdivinidades, de tradiciones muy variadas, ninguna de las cuales podaostentar la pretensin de exclusividad. Desde la perspectiva del poderimperial, lo que importaba era que todos los habitantes del Imperioreconocieran su pertenencia leal a ese Imperio, se encontraran poltica-mente integrados en l y respetasen de hecho sus leyes. Esa unidad delimperio no iba en contra de la multiplicacin de sus cultos.

    Pero el cristianismo exiga que sus creyentes tuvieran una fe queimpeda, por ejemplo, que se considerara al emperador como unadivinidad y que no poda admitir el culto idoltrico, que se hallaba amenudo vinculado de forma inseparable al ejercicio de las funcionespblicas. Cada vez que el poder civil exiga que los ciudadanos, y portanto tambin los cristianos, manifestaran de una forma explcita supropia adhesin a los ideales del Estado, incluso a travs de formascultuales (de culto), esto poda suscitar fcilmente reacciones derechazo en aquellos que tenan el convencimiento de que esos ges-tos de culto implicaban una grave infidelidad contra el mensaje delevangelio. Cuando las condiciones que hacan posible la coexistenciade los cristianos con el orden vigente se deterioraban ellas podan con-vertirse en ocasin de martirio, y la misma fe cristiana ofreci a muchosla fuerza de afrontar el martirio, sacrificndolo todo, incluso la propiavida. Esto sucedi repetidamente y de un modo especial cuando erams urgente la necesidad que tena el poder civil de manifestar de for-ma pblica su propia autoridad, comenzando por la persecucin deNern, en la que en la que fueron ajusticiados Pedro y Pablo. Tras l,todava Domiciano, en el siglo I, y despus Trajano, Marco Aurelio y

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    Septimio Severo en el siglo II, trazaron unos caminos polticos quecondujeron a momentos de opresin para los cristianos.

    Los motivos que estaban al origen de cada una de las persecucioneshay que buscarlos cada vez en la situacin poltica concreta delmomento y en la actitud de los diversos emperadores. En algunas cir-cunstancias, los cristianos suscitaron las iras de la opinin pblica, apa-reciendo como causantes de dificultades que en realidad tenan sus ra-ces en otros lugares. Pero en la mayora de los casos la sospecha o inclu-

    so la hostilidad en relacin con los cristianos naca del hecho de que lanueva religin vena a considerarse como un elemento peligroso dedesestabilizacin. Algunas opciones de vida de los cristianos, que nocompartan muchos de los comportamientos diarios de los dems y quea menudo rechazaban por cuestin de conciencia las responsabilidadescvicas o las obligaciones militares, podran interpretarse como extra-ezas. El mensaje del amor fraterno o de la igualdad entre todos loshombres, libres o esclavos, ricos o pobres, tena carcter destructor yestaba destinado a modificar incluso las relaciones sociales. La mismaidea de persona, entendida como centro de derechos morales, cargadacon la dignidad que deriva de la paternidad de Dios y de la fraternidadfundada en Jess, amenazaba con romper los fundamentos de la mismaestructura de la sociedad del imperio romano.

    En un plano cultural, algunos escritores paganos ms agudos, comoLuciano de Samosata o Celso y ms tarde Porfirio, reaccionaron con-tra el cristianismo, intentando defender las religiones tradicionales delImperio Romano, poniendo de relieve la funcin que esas religioneshaban tenido y que todava tenan en la conservacin de la grandezadel Estado. En el campo cristiano se difundi el gnero de la literaturaapologtica, que pretenda exponer de forma racional y cientfica lasargumentaciones de la nueva religin de Jess, presentando a veces susuperioridad sobre el plano filosfico, demostrando en otros casoslas verdades especficas del mensaje cristiano, como la unidad de Dios,y poniendo tambin de relieve en otras ocasiones aquellos principios orazones que habran podido suscitar una convivencia pacfica entre elcristianismo y el Imperio.

    Sobre un plano poltico y social, se haba dado un nuevo momentode aguda actividad anticristiana en los primeros decenios del siglo III,con la persecucin ya recordada de Maximino el Tracio, que haba lle-vado a la muerte del papa Ponciano en Cerdea. Sucedi a ese papaFabin (236-250), sobre cuya eleccin se nos ha transmitido el relato de

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    un acontecimiento prodigioso. Mientras la comunidad se hallaba unidapara elegir a su nuevo obispo, una paloma se pos encima de Fabin,un hombre en quien nadie haba pensado; y este hecho fue considera-do como una indicacin divina18.

    Tras la muerte del emperador Maximino, la poltica de tolerancia reli-giosa de sus sucesores, Gordiano III y Felipe el rabe permiti que Fabinarticulara mejor la estructura de la iglesia romana. Debemos considerartambin como indicacin de la estabilidad y autoconciencia alcanzada

    por la comunidad cristiana de Roma el hecho de que entonces comen-zaran a registrarse exactamente y a conservarse en archivo las fechas dela eleccin y de la muerte de los obispos de Roma. Al papa Fabin se leatribuye tambin la divisin de la ciudad en siete zonas (zonas que, sinembargo, no fueron trazadas sobre las catorce regiones administrativas deAugusto), cada una de ellas con un dicono responsable, ayudado porvarios colaboradores. En aquellos aos el obispo de Roma lleg incluso agozar quiz de un cierto crdito en la corte imperial, como lo indica elhecho de que logr trasladar a la ciudad, para sepultarlos en dos cemen-terios distintos, los cuerpos de Ponciano e Hiplito, cosa que habitual-mente no se conceda a los cadveres de los deportados.

    Su actividad fue interrumpida bruscamente el ao 250, cuando elnuevo emperador Decio apoy una oleada tradicionalista radical, quecondujo a una nueva persecucin anticristiana, de la que el mismoFabin fue una de las primeras vctimas.

    A lo largo de un ao no se eligi ningn sucesor y durante ese tiem-po la comunidad, muchos de cuyos miembros se encontraban en la cr-cel, fue gobernada colegialmente por un grupo de personas, entre las quedestacaba la figura de Novaciano, un buen literato, que fue el primer te-logo que escribi en Roma en lengua latina19. Al atenuarse las tensiones,la iglesia de Roma eligi finalmente a su propio obispo, escogiendo al

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    18. La narracin aparece en EUSEBIO, Historia Eclesistica, en o.c., VI, 29, 2-4.19. Aquellos que escriban teologa en Roma a lo largo del siglo II y a principios del

    siglo III (como Clemente, Hermas, Justino, Cayo e Hiplito) se expresaban en grie-go y esta era tambin la lengua oficial de la iglesia de Roma, tanto en la predica-cin como en la liturgia. Sin embargo, a mediados del siglo II, la mayora de los fie-les hablaba latn; a finales de ese siglo las cartas de los papas comenzaron tambina redactarse en latn; por fin, a mediados del siglo III, precisamente con Novaciano,que fue el autor de un De Trinitateen prosa rtmica, tambin en Roma empez aescribirse la teologa en lengua latina. Los comienzos de la teologa en latn han debuscarse en frica, donde actuaban Tertuliano, Minucio Flix y Cipriano.

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    presbtero Cornelio (251-253) y no a Novaciano, que aspiraba al cargo.Desilusionado y convencido de que se trataba de una eleccin equivo-cada, ste se hizo consagrar por tres obispos de Italia meridional, con-virtindose as en el segundo antipapa. De esa forma se reprodujo unasituacin de divisin semejante a la que haba existido tres decenios atrs,cuando Hiplito se haba opuesto a la mayora de la comunidad.

    Tambin en este caso, la divisin profunda fue la que se dio entre unacorriente ms rigorista, guiada por Novaciano que defenda, entre otras

    cosas, la doctrina ya recordada del Logos, y otra que era ms indulgenteen relacin con los as llamados lapsi(cados). Estos eran aquellos nume-rosos cristianos que durante la persecucin de Decio, que haba ofreci-do la posibilidad de salvar la vida a quienes ofrecieran un sacrificio a losdioses tradicionales20, haban abjurado de la propia fe y deseaban ahoraser aceptados de nuevo en la comunidad. La controversia qued supe-rada cuando Cornelio, valindose tambin del apoyo de hombres auto-rizados como Cipriano de Cartago y Dionisio de Alejandra, en las sesio-nes de un snodo en el que participaron cerca de sesenta obispos, logrque se aprobara su poltica a favor de la readmisin de los lapsien laIglesia, despus que hicieran una oportuna penitencia.

    El pontificado de Cornelio concluy con su muerte, acaecida duran-te una nueva y breve persecucin suscitada por el emperador Cayo, quese extendi tambin a los comienzos de la actividad de Lucio (253-254), sucesor de Cornelio. Tras l fue elegido obispo Esteban (254-257),que perteneca a la antigua gens Iulia (casa o familia de los Julios).Esteban tiene una importancia particular para nuestra historia porque,en varias circunstancias, tom decisiones que manifestaron indudable-mente su convencimiento del lugar especial que el obispo de Romaocupaba en la Iglesia.

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    20. Sobre el sacrificio realizado se redactaba un documento adjunto, llamado el libellus(libelo, librito), y hubo personas que lograron conseguir documentos falsos (como si

    hubieran realizado el sacrificio sin hacerlo). Estos ltimos se conocan como los libe-llaticiy su culpa se consideraba menos grave que la culpa de los thurificati, que ha-ban quemado algunos granos de incienso ante el altar pagano, o que la culpa de lossacrificati, que haban ofrecido de hecho un sacrificio ante la imagen de los dioses.De ellos habla repetidamente CIPRIANO en el De lapsis, que ha sido editado en Delapsis and De ecclesiae catholicae unitate(edicin de M. Bvenot, Oxford early ChristianTexts, Oxford 1971 (trad. italiana: E. Gallicet [ed.], CIPRIANO. La chiesa, Letture cris-tiane del primo millennio 161, Milano 1997) y en la Epistula55, 2, editada por G.F.Diercks, Epistolarium, Corpus Christianorum Series Latina 3B-D, Turnholti 1994-1999(trad. italiana de N. Marinangeli [ed.], CIPRIANO. Le Lettere, Alba 1979).

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    Un primer episodio tuvo lugar cuando dos obispos hispanos que, acausa de su comportamiento durante la persecucin de Decio, habansido depuestos por un snodo de obispos de su regin, se dirigieron a l.Esteban decidi reintegrarlos en el cargo. Importa poco el hecho deque, segn Cipriano a quien se debe el relato de los acontecimientos21el papa hubiera sido engaado por la falsa informacin de los interesa-dos. Quedan firmes dos datos significativos: en primer lugar, que losobispos depuestos se dirigieran a Roma, seal de que consideraban que

    esa sede era la apropiada a la que podan apelar contra la decisin delsnodo hispano; en segundo lugar, el hecho de que Esteban haya deci-dido considerar el caso y tomar una decisin pertinente.

    Un segundo acontecimiento resulta an ms sintomtico. El mismoCipriano de Cartago escribi al papa22, para pedirle que depusiera alobispo Marciano de Arls, que segua a Novaciano en la intransigenciahacia los lapsi, y que diera un nuevo jefe para aquella iglesia. Ciprianopeda adems que le informaran de lo sucedido, para saber con quindeba considerarse en comunin. No slo no se pona en duda la com-petencia exclusiva de Roma en las cuestiones de una dicesis de la Galiay su posibilidad de decidir a quin se poda admitir o no en la comu-

    nin de la Iglesia, sino que esa competencia se daba por descontada.Hubo, en fin, una tercera cuestin, ms importante en el aspectoteolgico: era aquella que se refera a la validez o no validez del bautis-mo impartido por herejes. Existan de hecho cristianos que sostenanque era necesario bautizar una segunda vez a aquellos que, habindosehecho cristianos y bautizado en una comunidad hertica, es decir, enuna comunidad que se supona que estaba fuera de la comunin de lasiglesias, quisieran reconciliarse. Otros, en cambio, seguan la opinin deque el bautismo administrado en el nombre de Cristo era vlido siem-pre, an en el caso de que aquel que lo administrara fuera un hereje. Latradicin romana, lo mismo que la de otras comunidades, en Alejandray en Palestina, supona que el bautismo era vlido en todos los casos;segn eso, los herejes arrepentidos venan a ser admitidos en la iglesiasin un nuevo bautismo, sino slo con una ceremonia de imposicin demanos, como signo de perdn. Por el contrario, en frica, lo mismo queen Asia Menor y en Siria, la prctica corriente era la de proceder a unnuevo bautismo. Cipriano de Cartago sostena esta tesis y para afian-

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    21. Cf. CIPRIANO, Epistula67, lugar citado.22. Cf. CIPRIANO, Epistula68, lugar citado.

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    zarla convoc un snodo en el 255 y otro en el ao siguiente. Cuandoquiso presentar en Roma la conclusin de los trabajos, el papa Estebanse neg a ratificarla y sigui manteniendo su prctica, que ya habaexpresado de manera muy decidida escribiendo a las iglesias de AsiaMenor y diciendo que, si esas iglesias seguan manteniendo la prcticade rebautizar a los herejes, la iglesia de Roma no podra mantener lacomunin con ellas.

    Dionisio, obispo de Antioqua, aunque estaba de acuerdo con la

    tradicin romana, invit a Esteban a ser menos duro. Pero la rigidezde las respectivas posturas haca que se corriera el riesgo de llegar auna ruptura. Pero no se lleg a ella, quiz tambin por la muerte delpapa Esteban el 257 y por la ejecucin de Cipriano, el ao siguiente,durante una nueva oleada persecutoria, bajo el emperador Valeriano.Ms tarde, la cuestin teolgica vendra a ser resuelta en la lnea deRoma, reconociendo la validez del bautismo, aunque fuera adminis-trado por herejes.

    Los tres aos del breve pontificado de Esteban significaron, por tan-to, como el lector ha podido bien observar, un momento importantepara el reconocimiento del lugar especial que el obispo de Roma haba

    ya adquirido. Para las iglesias de Hispania, Galia y frica occidental elobispo de Roma representaba la instancia a la que se poda apelar encaso de controversia: y para todas las otras iglesias, Roma representabaal menos una sede con la que resultaba necesario mantenerse en comu-nin. Por otra parte, el hecho de que su obispo tuviera la plena con-ciencia de esta funcin particular lo atestigua tambin una carta deFirmiliano de Cesarea, conservada en la correspondencia de Cipriano;segn esa carta de Firmiliano, Esteban pretenda tener la sucesin dePedro, sobre el cual se haban puesto los fundamentos de la Iglesia23.La expresin, que apela literalmente a las palabras del evangelio Mt 16,18, supone que Esteban ha debido referirse de manera explcita a esepasaje que, en los siglos siguientes vendr a considerarse cada vez conms fuerza como texto decisivo para el primado del papa. Segn eso,por medio de Esteban, se habra enriquecido el reconocimiento dellugar especial de la iglesia de Roma y de su obispo, trascendiendo conmucho su carcter por as decir honorfico y alcanzando una autoridadms vinculante y ms solidamente fundada.

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    23. CIPRIANO, Epistula75, 17, en o.c., afirma.: ... et se successionem Petri tenere con-tendit, super quem fundamenta ecclesiae collocata sunt.

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    La postura de Esteban sobre el bautismo de los herejes fue mante-nida tambin por su sucesor, el griego Sixto II (257-258), que fue ajus-ticiado en el curso de las persecuciones del emperador Valeriano. Esteemperador abandon la poltica de Decio, que quera golpear a laIglesia con una opresin generalizada, pues ella haba dado escasosresultados, ya que muchos apstatas haban retornado despus a la co-munidad. Por eso quiz tambin por motivos econmicos busc msbien la forma de quebrantar la organizacin de la iglesia. Por medio

    del edicto del 257 amenaz con el exilio y en algunos casos con la con-dena a muerte a los jefes de la comunidad y dict la prohibicin del cul-to y la confiscacin de iglesias y cementerios; el ao siguiente, con unnuevo edicto, ampliaba la pena a muerte a los obispos, presbteros y di-conos y prevea tambin la confiscacin de los bienes personales de loscristianos de alta condicin. Esos signos indican que la comunidad, quesegn la indicacin de Eusebio de Cesarea contaba en Roma entretreinta y cincuenta mil fieles24, tena cuantiosas propiedades e incluapersonas que pertenecan a los diversos estratos de la sociedad, demanera que no se circunscriba a los estratos ms pobres.

    Galieno, hijo de Valeriano, restituy a la Iglesia los bienes confisca-

    dos, inaugurando un perodo de paz para la Iglesia, que dur casi cin-cuenta aos. Esto supuso, en Roma igual que en otras partes, la posibi-lidad de una mayor difusin del cristianismo y de un reforzamiento delas estructuras comunitarias, tanto en la prctica litrgica como en laasistencial. Fueron numerosas las ampliaciones de los cementerios, queresultaban particularmente importantes, pues estaban relacionadoscada vez de una forma ms acentuada con el culto de los mrtires queall estaban enterrados.

    No son muchas las informaciones relacionadas con los papas de esemomento, y no sabemos nada especial sobre su nombramiento, cosaque nos hace suponer que se vena realizando del modo habitual, con

    la eleccin por parte de toda la comunidad cristiana y con la consagra-cin por parte de los obispos del entorno. Hay sin embargo dos noti-cias que resultan particularmente interesantes para expresar el prestigio

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    24. EUSEBIO, Historia eclesistica, VI, 43, 11, afirma que en Roma exista un obispo, 46presbteros, 7 diconos, 7 subdiconos, 42 aclitos, 52 exorcistas, lectores y ostia-rios y ms de 1500 viudas y pobres. A partir de estos datos, con la ayuda de pro-yecciones estadsticas, se han venido a deducir las dimensiones de la comunidadcristiana de Roma.

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    que gozaba el obispo de Roma. La primera se relaciona con la inter-vencin oficial del papa Dionisio (259-268) en una controversia teol-gica que haba surgido en la iglesia de Alejandra, cuyo obispo, tambinllamado Dionisio, haba hecho unas afirmaciones sobre la persona deCristo que no eran compartidas por algunos de sus fieles, que habanpresentado el problema en Roma. La segunda se refiere a una causa juz-gada en Antioqua por el emperador Aureliano: se trataba de la propie-dad de los lugares de culto, disputados entre el depuesto Pablo de

    Samosata y el nuevo obispo que haba sido designado. Conforme alrelato de Eusebio de Cesarea, situado ante el enfrentamiento de las dosfacciones en que se haba dividido la comunidad de Antioqua, el empe-rador decidi a favor de aquellos que estaban en comunin epistolarcon los obispos de Roma y de Italia25.

    Las relaciones pacficas que se haban instaurado entre la Iglesia y elImperio sufrieron un brusco cambio el ao 304, cuando Dioclecianocomenz una persecucin que fue ms dura y larga que todas las an-teriores. Entre las primeras vctimas se encontraba tambin el papaMarcelino (296-304), a quien se acus, de manera pstuma, de hallarseentre los traditores, es decir, entre aquellos que haban entregado (tradi-

    to) los libros sagrados, declarando que haba renunciado a la propia fe.Despus de su pontificado, que no se sabe cmo acab (por deposicin,dimisin o muerte), vino un perodo en que las condiciones de opresinfueron tan grandes que impidieron la eleccin de un nuevo obispo. Sloalgunos aos ms tarde, entre el 306 y el 310, fue posible elegir aMarcelo y a Eusebio, que debieron enfrentarse con problemas discipli-nares, relacionados con los lapsi, como ya haba sucedido despus de lapersecucin de Decio. Tras otro perodo de sede vacante de la iglesiade Roma, fue elegido el africano Milcades o Melquades (311-314) ydurante su pontificado sucedi un hecho de importancia capital para lahistoria del cristianismo.

    El ao 313, Constantino, que tras la victoria sobre su rival Majencio,obtenida el ao anterior, imperaba ya sobre la parte occidental delImperio, promulg en Miln un edicto en el que se admita la posibili-dad de profesar pblicamente la religin cristiana que, igual que otrasmuchas, vena a ser considerada como religin lcita. Ya en ocasionesanteriores se haban promulgado procedimientos de tipo ms o menossemejante, el ltimo de los cuales haba sido el as llamado edicto de

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    25. Eusebio, Historia eclesistica, VII, 30, 19, o.c.

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    tolerancia de Galerio, el ao 311. Pero la novedad determinante con-sisti en el hecho de que Constantino, que de all a pocos aos se con-vertira en emperador nico y verdadero seor del estado romano,inaugur una nueva fase en las relaciones con la iglesia. Constantino eraconsciente de que la Iglesia, en continua expansin, representaba ya unade las mayores expresiones religiosas de los ciudadanos del Imperio yque era con mucho la mejor organizada; por eso estaba interesado noslo en consentir su actividad, a fin de obtener su sostn, sino, sobre

    todo, en controlarla de la manera ms directa posible. Abandonando laspolticas de persecucin de algunos de sus predecesores, que se habanmostrado sustancialmente poco eficaces, instaur relaciones de colabo-racin. Aqu se fundan los favores concedidos a los cristianos y a lasjerarquas eclesisticas, las muchas donaciones, entre ellas el palaciode la emperatriz Fausta, sobre la colina del Celio Letrn, que desdeentonces se convertir en la residencia de los obispos de Roma, lo mis-mo que las numerosas facilidades que el emperador concedi a loscristianos para la construccin de los lugares de culto, e igualmentelas fuertes exenciones fiscales.

    Esta nueva situacin, conforme a la cual la Iglesia cristiana se inte-graba en la vida del Imperio, hizo que los cristianos se insertaran en latradicin romana conforme a la cual el emperador, que era jefe delpoder poltico, actuaba tambin como sumo pontfice, esto es, comocabeza de la organizacin religiosa. Este fue, por tanto, un proceso casinatural, proceso en que el emperador, que de hecho poda ya determi-nar la vida de la Iglesia, vino a convertirse tambin de derecho en sucabeza. As por ejemplo se empez a apelar al emperador en contra delas decisiones tomadas por los snodos locales.

    Desde haca tiempo haba aparecido la exigencia de que existierauna instancia de apelacin, por encima de los obispos particulares oreunidos en snodo; y, como el lector bien sabe, la respuesta haba lle-gado a travs del hecho de que el obispo de Roma fuera asumiendo demanera progresiva esa funcin; de ese modo se haba ido configurandocada vez ms el primado del obispo de Roma, no slo como distincinhonorfica sino tambin como primaca de tipo teolgico y disciplinar.Este proceso pareci interrumpirse ahora que se le atribua al empera-dor, que por otra parte tena el poder de hacer respetar sus propias deci-siones, la funcin de juez sobre las diversas partes.

    Muy pronto se vio la forma en que Constantino, solicitado a menu-do por los mismos obispos, entenda su relacin con la Iglesia. En fri-

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    ca se haban creado, por obra del obispo Donato y de sus seguidores,varias comunidades separadas, nacidas como en otras situaciones ante-riores, de las que ya hemos hablado, de las disensiones constantes sobreel tipo de comportamiento disciplinar que se deba seguir en relacincon los lapsi, es decir, con aquellos que despus de las persecucionesrecientes pedan que se les admitiera de nuevo en la comunidad. Loscismticos donatistas, que mientras tanto haban ocupado algunas sedesepiscopales, para hacer valer sus propias opiniones, se dirigieron al

    emperador y no al obispo de Roma, como haba pasado siempre. Paradirimir la controversia, Constantino cre una comisin y nombr comopresidente de ella, al papa Milcades. Este convoc un snodo en el pala-cio de Letrn donde, en octubre del 313, algunos obispos de Italia y deGalia se mostraron contrarios a los donatistas, los cuales no aceptaronel veredicto y recurrieron de nuevo al emperador. Esta vez fue el mis-mo emperador el que convoc otro snodo, que tuvo lugar en Arls, elao siguiente. Esta era una afirmacin inequvoca de que Constantinono juzgaba vinculantes las decisiones sinodales anteriores, por ms queestuvieran avaladas por el obispo de Roma, como aparece de maneraan ms clara por el hecho de que Silvestre (314-335), sucesor deMilcades, no fue ni siquiera invitado a la reunin. En ese contexto,importa poco el hecho de que en Arls se confirmaran las conclusionesdel Snodo de Letrn, en contra de los donatistas. Y, adems, fue des-pus el emperador, y no otras personas, quien impuso el cumplimientode aquellas decisiones, exigiendo a los cismticos que abandonaran lassedes ilcitamente ocupadas.

    De esta manera, de un modo totalmente natural y sin contestacinde ningn tipo, se lleg a reconocer el hecho de que el emperador, yslo l, tena el derecho de convocar incluso un concilio ecumnico, esdecir, un snodo general de todas las iglesias. Esto es lo que sucedi el325 en Nicea, como consecuencia de la controversia arriana.

    Arrio era un presbtero de Alejandra que en torno al ao 320 habasuscitado de nuevo el debate teolgico, nunca del todo apagado, sobrela figura de Jesucristo, retomando la doctrina del Logosque desde hacams de un siglo era causa de discusiones entre aquellos que intentabanencontrar la forma de conciliar la afirmacin de la divinidad absolutadel Hijo de Dios con la afirmacin de la unicidad absoluta de Dios. Ladisputa sali pronto del mbito de la especulacin teolgica y se con-virti en spera polmica y, a menudo, en campo de conflicto abiertoentre aquellosque pensaban, con Arrio, que Cristo era una criatura del

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    seguiran otros papas y que quiz al menos en las intenciones deRoma quera ser un modo de no quedar ligados a las decisiones de losobispos, conservando as la garanta de poder discutirlas. En segundolugar, debemos tener en cuenta que fue el poder imperial el que impusosobre Arrio la pena del exilio y el que hizo que se cumpliera, emplean-do para ello a sus propios funcionarios.

    A pesar de que los padres conciliares hubieran sostenido de hecho lapostura defendida tambin por el Papa y los obispos de Occidente, el

    verdadero cabeza de la iglesia, capaz incluso de imponer una visin teo-lgica, pareci ser ante todo el emperador, y no ciertamente el lejano yausente obispo de Roma, ciudad que, mientras tanto, estaba dejando yade ser la capital y centro poltico del Imperio. La nueva ciudad que deall a poco fundara Constantino con su propio nombre (Constantinopla)y que l mismo definira comoNea Roma, Nueva Roma, en el discursode apertura del Concilio de Nicea, constitua la prolongacin de la anti-gua capital y heredaba sus funciones. La nueva ciudad, dotada inclusoartificialmente de siete colinas, con una arquitectura que imitaba la deRoma, constitua de algn modo una copia nostlgica de la antigua capi-tal. Llamada siempre polis, lo mismo que Roma haba sido la urbsporexcelencia, la nueva ciudad se convirti en la heredera de la antigua capi-tal del Estado y era natural que, en algn sentido, aspirase a sustituirla enla funcin de gua de la Iglesia, como se vio en los decenios siguientes,cuando el patriarca de Constantinopla quiso tener, en las intenciones yen los decretos imperiales, una posicin de preeminencia.

    Tras el Concilio de Nicea, donde la doctrina del Logosse haba difun-dido de manera ms extensa, se desarroll en Oriente uns fuerte reaccinque llev incluso a la condena, por parte de los poderes imperiales, dealgunos exponente antiarrianos. Esta vez las sentencias se pronunciaronsobre la base de motivaciones de orden disciplinar, sin que se pusieranen discusin las conclusiones doctrinales alcanzadas en Nicea y aproba-das ya por el emperador. El poder poltico se haba convertido de hechotambin en un elemento importante y crucial en la vida de la Iglesia; deun modo recproco podemos decir tambin que la iglesia se haba con-vertido en un factor decisivo e influyente de la autoridad civil. La inte-gracin de la Iglesia en el Estado, inaugurada por Constantino, suponaque los jerarcas eclesisticos, disidentes o no, slo conseguan hacer valersus propias razones con el apoyo del emperador; esto significaba, porotra parte, que el poder poltico poda alcanzar sus propias ventajas apo-yando, segn las circunstancias, a una u otra parte de la Iglesia.

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    Una clara demostracin de esto se tuvo cuando, tras la muerte deConstantino, los dos hijos que le sobrevivieron en las luchas por la suce-sin, Constante en Occidente y Constancio en Oriente, apoyaron o fue-ron apoyados por diversas corrientes eclesisticas, con las que compar-tieron polticas distintas.

    Entre las vctimas de la reaccin antinicena de la que el obispo deRoma, en general, el occidente haban permanecido bsicamente ale-jados debemos recordar tambin a Atanasio, obispo de Alejandra,

    exiliado por Constantino, que retorn a su propia sede y que fue denuevo expulsado por Constancio, refugindose en Roma. All encon-tr el favor del nuevo papa Julio (337-352), el cual, en el ao 341, reu-ni un snodo de cerca de cincuenta obispos italianos, que juzgaroninocente a Atanasio con otros exponente antiarrianos. Resulta de graninters la carta que en aquella ocasin envi Julio a los obispos deoriente. En esa carta recordaba forzando un poco los datos que latradicin exiga que las decisiones de mayor importancia fueran some-tidas a la aprobacin del obispo de Roma, en su calidad de sucesor delapstol Pedro. Los orientales ignoraron aquella pretensin de Julio,pero los obispos de occidente la apoyaron de un modo unnime, de tal

    forma que el emperador Constante pens que era oportuno presionarsobre su hermano, que gobernaba en Oriente, a fin de que se reconsi-derara la suerte de los exilados (de los partidarios de Atanasio). Cons-tancio convoc entonces un nuevo concilio ecumnico que se reuniel ao 343 en Srdica o Srdica, hoy Sofa, en Dacia, con el fin dediscutir las cuestiones que parecan haber quedado an sin solucindespus de Nicea. El fracaso sustancial de la reunin, que en realidadsancion la divisin en vez de resolverla, no impidi que en aquellascircunstancias se tomaran algunas decisiones que, pasado el tiempo,seran invocadas por los obispos de Roma. Pues de hecho se recono-ci a los obispos de Roma, en honor del apstol Pedro, el derecho

    de intervenir, como instancia de apelacin, incluso en contra de lassentencias sinodales27. Pero se trat de un reconocimiento que vinoslo del episcopado de Occidente, dividido de hecho (y quiz tambin

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    27. Para los cnones del Concilio de Srdica, cf. C. H. Turner (ed.), Ecclesiae occidenta-lis monumenta iuris antiquissima, I, 2, Oxonii 1939, pp. 442-560. Sobre el canon 3,al que se alude aqu (... ut iterum iudicium renovetur... sanctissimi Petri apostolimemoriam honoremus), cf. tambin P.-P. Joannnou (ed.), Les canons des conciles

    particuliers, Grottaferrata 1962, p. 163.

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    de derecho), del episcopado de Oriente, lo mismo que el Estado sehaba dividido en dos zonas o regiones (de Oriente y Occidente).

    Pocos aos ms tarde, el cambio poltico que sigui al estableci-miento de Constancio como nico emperador (de Oriente y Occidente)suscit un comportamiento distinto y llev al intento de lograr tambinen el campo eclesistico aquella reunificacin que se haba logrado en elcampo civil. Como primer acto de este proyecto, el nuevo soberano ni-co intent que tambin los obispos de Occidente, y en particular el de

    Roma, que era su mximo representante eclesistico, aprobaran la con-dena que algunos aos antes se haba pronunciado en Oriente contraAtanasio de Alejandra. El papa Liberio (352-366), elegido haca pococomo sucesor de Julio, quiso oponerse pidiendo la convocacin de unconcilio. Se celebraron dos, uno en Arls, el ao 353, y otro en Miln, dosaos ms tarde. El emperador obtuvo en ambos la condena de Atanasio,pero Liberio, como era ya costumbre, no haba estado presente en lostrabajos, sino que haba enviado slo a sus representantes. CuandoConstancio intent obligarle a suscribir la condena de Atanasio, el papalo rechaz y por esto fue inmediatamente arrestado y exilado en Tracia.

    La sede del obispo de Roma qued as vacante por la fuerza y elemperador no tuvo escrpulos en intervenir de un modo directo en laeleccin del sucesor, como veremos ms adelante. Esta fue la primeravez. Pero lo que entonces sucedi no era ms que una consecuencia dela nueva vinculacin que Constantino haba introducido en las relacio-nes entre el Imperio y la Iglesia y que sus sucesores mantuvieron. Estenuevo comportamiento, que supone una fase verdaderamente nueva ydistinta en la historia del cristianismo, tuvo de hecho como resultadoinmediato la integracin de la iglesia en la estructura del Estado y estorepercuti tambin de un modo directo en las elecciones de los nuevosobispos de Roma.

    El papa, un apelativo afectuoso que en el lenguaje familiar griego sig-nifica padre, apelativo que se atribuy desde el comienzo del siglo IIIal obispo de Roma, lo mismo que a otros muchos obispos en Oriente yOccidente y que con el paso del tiempo adquiri un significado cadavez ms tcnico, hasta reservarse en Occidente de un modo exclusivoal obispo romano, se haba convertido ya en alguien con quien se debacontar. Aunque el emperador pensara que los papas eran poco impor-tante, de manera que no exigi su participacin en los encuentros en losque se asuman decisiones significativas para la vida de la Iglesia, esemismo emperador pens que era necesario y polticamente rentable

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    intervenir en las elecciones internas de la comunidad cristiana, a fin decontrolar la eleccin de los papas. Despus de siglos en los que el jefede la comunidad cristiana de Roma haba vivido en situacin de preca-riedad y ocultamiento, siendo a menudo objeto de persecucin, se abrapor tanto un captulo nuevo en la historia del cristianismo.

    Recapitulacin cronolgica del captulo

    PAPAS ACONTECIMIENTOS Y DOCUMENTOS

    San Pedro apstol, muerto mrtir en Roma, entreel 64 y el 67.

    San Lino, 6879?San Anacleto o Cleto, 8092?San Clemente, 9299?San Evaristo, 99108?San Alejandro I, 108118?

    San Sixto I, 117126?San Telesforo, 127137?San Higinio, 128142?San Aniceto, 157168?

    San Sotero, 168177?San Eleuterio, 177185?San Vctor, 188217?San Ceferino, 198217?San Calixto I, 218-222San Hiplito, 217235San Ponciano, 21.7.230 28.9.235San Antero, 21.11.235 3.1.236San Fabin, 236 20.1.250San Cornelio ?.3.251 ?.6.253Novaciano, 251 muerto ca. 258San Lucio, 1.6 7.253 5.3.254San Esteban, 1.12.254 2.8.258San Sixto II, 30.8.257 6.8.257

    San Dionisio, 22.7.259 27.12.268San Flix I, 5.1.269 30.12.283San Eutiquiano, 4.1.275 7.12.283San Cayo, 17.12.28322.4.296San Marcelino, 30.6.296 25.10.304San Marcelo I, 306 (307 308) 16.3.308

    (309 310)San Eusebio, 14.4.208 (309 310) 17.8.308

    (309 310)

    LAS ELECCIONES PAPALES44

    97 ca. Carta de Clemente

    110 ca. Ignacio de Antioqua, Carta a losRomanos

    157 ca. Hegesipo en Roma.Policarpo de Esmirna en Roma

    180 ca. Ireneo de Lyon, Contra las Herejas

    215 ca. Hiplito de Roma, La tradicinapostlica

    255, 256 Snodos de Cartago

    303-324 Eusebio de Cesarea, Historia eclesistica

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    San Milcades o Melquades, 2.7.311 10.1.314.

    San Silvestre I, 31.3.314 31.12.335San Marcos, 18.1.336 7.10.336San Julio I, 6.2.337 12.4.352Liberio, 17.5.352 24.9.366

    Flix II, 35522.13.365

    EL PAPA ESCONDIDO 45

    313 Edicto de MilnSnodo de Letrn

    314 Snodo de Arls325 Primer Concilio Ecumnico en Nicea343 Snodo de Srdica353 Snodo de Arls354 Crongrafo romano355 Snodo de Miln

    PAPAS ACONTECIMIENTOS Y DOCUMENTOS

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    EMPERADORES Y REYES

    Comenzamos presentando una primera y tmida tentativa de intro-misin del emperador en el tema de la sucesin sobre la ctedra roma-na y el resultado de ella fue modesto: cuando en el ao 355 Constanciointent deponer al papa Liberio, sustituyndolo por el archidiconoFlix, la mayor parte de la comunidad cristiana de Roma permanecifiel al pontfice y la cuestin qued resuelta por un motn popular queexpuls a Flix de la ciudad. De todas formas, aquella intervencin delemperador constituy el comienzo de un proceso que tendra ms tar-de desarrollos importantes.

    Igualmente tmida, pero tambin cargada de consecuencias, fue unaexpresin que haba utilizado un ao antes (el 354) el papa Liberio, enuna carta dirigida al obispo Eusebio de Vercelli, en la que defina la sededel obispo de Roma como sedes apostlica. Era la primera vez que estaexpresin se utilizaba no de un modo genrico, para todos las iglesiasfundadas por los apstoles, como hasta entonces se haca, sino paraindicar solamente los orgenes que la ctedra romana tena en Pedro1.

    Estos dos temas intervencin del poder civil en la eleccin del obis-

    po de Roma y autoconciencia progresiva del papado constituirncomo las corrientes de un ro, como las lneas entre las que se moverpor siglos la historia de las elecciones papales. Estos dos temas seguirnsiendo bsicos, por lo menos hasta la vigilia del gran movimiento dereforma de la Iglesia que se realizar en el siglo XI. Las relaciones con

    1. Cf. M. Maccarrone (ed.), Il primato del vescovo di Roma nel primo millenio: ricerche e tes-timonianze. Atti del sym