pequeña ecologia de los estudios literarios

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Traducción de LAURA FÓLICA JEAN-MARIE SCHAEFFER PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS ¿Por qué y cómo estudiar la literatura? FONDO DE CULTURA ECONOMICA MÉXICO - ARGENTINA - BRASIL - COLOMBIA - CHILE - ESPAÑA ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA - GUATEMALA - PERÜ - VENEZUELA

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Sobre la crisis de la literatura y los estudios literarios

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Page 1: Pequeña ecologia de los estudios literarios

Traducción de LAURA FÓLICA

JEAN-MARIE SCHAEFFER

PEQUEÑA ECOLOGÍA

DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS

¿Por qué y cómo estudiar la literatura?

FONDO DE CULTURA ECONOMICA MÉXICO - ARGENTINA - BRASIL - COLOMBIA - CHILE - ESPAÑA

ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA - GUATEMALA - PERÜ - VENEZUELA

Page 2: Pequeña ecologia de los estudios literarios

Primera edición en francés, 2011

Primera edición en español, 2013

Schacffer, Jean-Maric

Pequeña ecología de los esludios literarios : ¿por que y

cómo estudiar la literatura^ . - la ed. - Buenos Aires : Fondo

de Cultura Económica, 2013.

128 p. ; 21x14 cm. - (Lengua y estudios literarios)

Traducido por: Laura Fólica

ISBN 978-950-557-969-3

1. Estudios Literarios. 1. Fólica, Liura, trad. 11, Titulo

CDD 801.95

Armado de tapa: Juan Pablo Fernández

Foto de solapa; colección del autor

Titulo original: Pcíitf ccolo^it: des eludes liüénnies. Pounjuot et eomment

etiídiei- la ¡illcraturc^

ISBN de la edición original: 978-2-36280-001-6

& 2011, Thierry Marchaisse

Publicado por acuerdo con la Agencia Literaria Pierre Astier Associés

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

D.R. © 2013, FONDO DE CIILTL'R.-\A DE ARGENTINA, S.A.

El Salvador 5665; C1414BQE Buenos Aires, Argentina

[email protected] / www.fce.com.ar

Carr Picacho Ajusco 227; 14738 México D.F

ISBN: 978-950-557-969-3

Comentarios y sugerencias: [email protected]

Foiocopiar libros está penado por la ley

l'rohibida su reproducción total o parcial por cualquier

medio de impresión o digital, en forma idéntica, extractada

0 modificada, en español o en cualquier otro idioma,

sm autorización expresa de la editorial.

IMPRESO EN ARGENTIN.A - PRINTED ¡N ARGENTINA

1 lecho el depósito que marca la ley 11.723

índice

Advertencia 9

I. ¿Criiis de ¡a literatura o crisis de ¡os estudios literarios? 13

II. Pequeña ecología de las ciencias humanas 21 III. Los dos modelos de estudios literarios 39 IV. Descripción y normatividad 53 V. Descripción, comprensión y explicación: un enfoque

filosófico 61 VI. Intencionalidad y texto 83 VII. Para una nueva ecología cultural: algunas modestas

proposiciones 103

índice de nombres 123 \

��/

/ / ÍNDICE • 7

Page 3: Pequeña ecologia de los estudios literarios

Advertencia

VIVIMOS en una época a la que le agradan los lamentos. El subtí-tulo de mi reflexión parece indicar que me propongo entonar la misma canción: un anuncio mortuorio de los estudios literarios y de su objeto -la literatura-condenados al declive en un mundo que, según nos dicen, se vuelve cada vez más hostil a la cultura en general y a la literatura en particular.

A decir verdad, esta queja no es propia de nuestra época: forma parte de los ejercicios obligados de nuestras Humanidades desde hace lustros. Sin embargo, que sea una figura recurrente no la descalifica como tal. El siglo xx europeo ha conocido al menos dos regímenes políticos, el nazismo y el comunismo, que se tradujeron en una derelicción cultural asombrosa. Pero pre-cisamente estas dos formas de régimen totalitario no han tenido nada que ver con las sociedades occidentales actuales, y esto debería hacernos sospechar de entrada cuando se las acusa del mismo crimen. ¿Realmente es posible discernir en nuestras so-ciedades los signos de semejante derelicción? No lo creo. Desde luego que las vías actuales de la cultura humanista ya no son sin duda (únicamente) las de la educación clásica. Pero otras formas han aparecido, y merecen que les acordemos el mismo crédito, y la misma indulgencia, que a las antiguas, que además tampoco quedan excluidas.

En particular, nada indica que el futuro de la hteratura esté amenazado, aun si el lugar relativo que ocupa en la vida cultural . seguramente no es el mismo que hace algunas generaciones. Esto se debe al hecho de que otros soportes, como el cine, aseguran ahora y en adelante una parte de sus funciones sociales anterio-res. Pero, en cifras absolutas, nunca se han leído más obras lite-rarias como en nuestros días. Y nada indica que los lectores con-temporáneos sean menos exigentes y sensibles que los lectores del pasado. \

ADVERTENCIA • 9

Page 4: Pequeña ecologia de los estudios literarios

Entonces, ¿por qué esta constatación de una crisis? Mi hipó-tesis es que la supuesta crisis de la literatura esconde una crisis más real, la de nuestra representación erudita de "La Literatura" (\cremos además que este término está en el centro del problema). En síntesis, si acaso hay crisis, se trata más bien de una crisis de los estudios literarios. Triple crisis, en realidad, que afecta a la vez la transmisión de los valores literarios, el estudio cognitivo de los hechos literarios y la formación de los estudiantes de literatura. De hecho, habria que decir más bien que se trata de un nuevo acceso de crisis, puesto que los estudios literarios tienen la extraña particularidad de presentar un perí'il histórico ciclotímico, que hace pensar en un síndrome maníaco-depresivo: períodos de exal-tación cognitiva irreílexiva se alternan con periodos de pesimismo escéptico tan poco justificados como los primeros. Esta oscilación permanente entre dos extremos nos impide medir los importan-tes progresos en el conocimiento de los hechos literarios, en es-pecial, desde comienzos del siglo xix. Y estos progresos no tienen que ver exclusivamente con una acumulación de nuevos saberes eruditos (lo que tampoco está mal), sino también con una pro-fundización de nuestro conocimiento. Así comprendemos mejor que nuestros antecesores la importancia de la creatividad verbal -y entonces también de la literatura, que es una de las regiones de esta creatividad- en la vida de los hombres y de las sociedades.

Partiendo de esta doble constatación y adoptando un punto de vista sin duda más filosófico cjuc literario, este opúsculo se propone un doble objetivo: remontar a las raices del carácter históricamente recurrente de la crisis de los estudios literarios, pero también mostrar que el pesimismo cogninvo al que parece conducir esta situación no está en absoluto justificado. Es evidente que son dos empresas que no podríamos desarrollar en algunas páginas, pero espero al menos convencer al lector de la impor-tancia real de su apuesta. Ésta supera por mucho la pregunta por el desuno de los estudios literarios. Si admitimos, en efecto, que lo que llamamos "literatura", aquí y hoy constituye, bajo otras figuras, una importante realidad de la vida de todos los hombres, de todas las sociedades humanas, entonces el destino de los es-

10 < PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS

tudios literarios es de suma importancia para el conjunto del campo de las ciencias humanas y sociales; y una mejor compren-sión de los hechos Hterarios contribuye justamente al conoci-miento de lo que somos y de lo que podemos ser.'

' Este texto, nacido de una conferencia pronunciada en 2005, ha evolucio-

nado mucho desde entonces, pero conserva las marcas de su origen relacionado

con un pedido externo. Si tiene -tal como espero- menos defectos que en un

comienzo, esto es posible gracias a loana Vultur, quien me llevó a revaluar los

apones fundamentales de la hermenéutica filosófica. También les debo mucho

a Esteban Buch y a Nathalie Heinich, que me ayoidaron a aclarar la distinción

entre descripción y normatividad, a Marielle Macé, que me abrió los ojos sobre

el estatus de la lectura como experiencia propia, a Philippe Roussin y a Annick

Louis, con quienes discutí mi visión sobre los estudios literarios, asi como a

Thierry Marchaisse, que releyó el manuscrito como filósofo. Por desgracia, los

defectos y puntos flojos que ailn subsisten quedan bajo mi entera responsabilidad.

ADVERTENCIA • 11

Page 5: Pequeña ecologia de los estudios literarios

I. ¿Crisis de la literatura o crisis de los estudios literarios?

QUE EL FUTURO de la literatura no esté actualmente amenazado, contrariamente a lo que indica una leyenda tenaz, es una hipó-tesis que puede valerse de una sencilla constatación: nunca antes en la historia de la humanidad se ha leído tanto como hoy La pri-mera razón es que nunca ha habido una proporción tan grande de la humanidad que supiera leer y escribir. Esto vale primero para Francia y Europa. El hecho de que subsistan algunas bol-sas de analfabetismo en las sociedades francesa y europea, o que haya algunos rebrotes localizados de iletrismo, no alcanza para hacer olvidar que la tasa de alfabetización de las generaciones actuales es por lejos superior a aquella de finales del siglo xix. La constatación incluso es mucho más válida a nivel mundial: desde mediados del siglo xx, el desarrollo del acceso a lo escrito ha sido exponencial en todas partes del mundo.

La expansión actual de Internet se inscribe en esta progre-sión. Tiene a la vez un efecto y una causa: un efecto, porque el dommio de la herramienta de información en línea presupo-ne que uno sepa leer y escribir; una causa, en la medida en que el acceso técnico a Internet es en sí mismo un catalizador para el manejo de la lectura y de lo escrito. Esta eminente virtud cultural de un avance en un comienzo tecnológico (e incluso puramen-te militar), por más que se oponga a las evidencias tecnófobas, no es menos real. De ahí proviene una primera confusión que conviene evitar. Pues si la lectura y lo escrito no ocupan el mismo lugar en la vida cultural que hace algunas generaciones atrás, esto no significa que ocupen un lugar menor. Se han desplazado y este desplazamiento es indisociable de lo que, lejos de ser un declive de lo escrito, corresponde a un poderoso ascenso.

¿CRISIS DE LA LITERATURA o CRISIS DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS' • 13

Page 6: Pequeña ecologia de los estudios literarios

Desde luego que las prácticas literarias han competido desde el comienzo del siglo xx con otros soportes y oirás formas artísti-cas. En ese sentido, el cine constituye hoy el soporte principal de la creación ficcional. Pero esto no significa que el cine haya redu-cido la importancia de la ficción fiteraria. La invención del cinc más bien ha extendido el dominio de la creación ficcional como tal: globalmente "consumimos" muchas más ficciones que lo que se hacía en el siglo xix. El hecho de que la mayoría de estas ficcio-nes sean de orden cinematográfico no significa, pues, que la ficción literaria haya disminuido su importancia, ni desde el punto de vasta cuantitativo ni, por supuesto, desde el punto de vista cuali-tativo. Se puede constatar algo parecido a propósito de la poesía. A menudo se oyen quejas de que la poesía ha perdido público. Sin embargo, a mi entender, ningún estudio cuantitativo \aene a co-rroborar esta afirmación, e incluso todo hace pensar lo contrario. Al menos si se acepta la idea de que la canción, que es una de las formas más antiguas y más universales de la poesía, y también, desde el invento del registro sonoro, su forma más prolífica, tiene que ver absolutamente con la poesía y entonces, con la literatura. Como lo obser\'aba Paul Zumthor, si bien a veces aceptamos re-conocer (es cieno que de la boca para afuera) la importancia de las tradiciones orales en las "civilizaciones arcaicas" y en las "cul-turas marginales", nos resulta, en cambio, "dificil convencernos de que éstas también impregnan nuestra propia cultura".' Y al decir esto, Zumthor pensaba justamente en las canciones, señalando a su vez como motivo central del desconocimiento en el que están inmersas: nuestra "noción de literatura" como práctica destinada "a la búsqueda de su propia identidad" y que plantea "irrecusable-mente un 'absoluto literario"'.^

Sin embargo, quienes se lamentan por la decadencia de la cultura literaria -y al mismo tiempo, a veces, la decadencia de

' Paul Zumthor, ¡nlroduction ¿i la pocsic órale. París, Scuil, 1983, p. 10 [trad.

csp.: Introducción a la poesía oral, trad. de María Concepción García Lomas, Ma-

dnd.Taurus, 1991].

' Ibid., p. 25,

14 ^ PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS

la cultura a secas- no por eso niegan que haya un aumento glo-bal de las prácticas de lectura y escritura. Sostienen más bien que este desarrollo "guiado" por la tecnología y la "masificación", lejos de beneficiar a la Hteratura, la traiciona. Según esta visión, los nuevos lectores no leen la "verdadera" literatura, sino ersatz, que no son más que manifestaciones de la incultura de masas que caracterizaría a las sociedades contemporáneas. En lugar de leer a Joyce o Musil, leen besl sellers superficiales y estereotipados; en lugar de leer y aprender de memoria los versos de Ronsard o Mallarmé, escuchan y aprenden de memoria las canciones que les pasan todo el tiempo la radio o la televisión.

Por desgracia, no hay dudas de que la incultura acecha cual-quier sociedad. Pero se necesita una buena dosis de mala fe para sostener que la forma de democracia social y política en la que ciertos pueblos tienen la suerte de vivir (y de la que también nosotros, pueblos europeos, formamos parte) favorece la in-cultura. De nuevo aquí la comparación con la experiencia de los regímenes totalitarios, o incluso "simplemente" autorita-rios, debería inducir a contenernos. En cambio, sí es cierto que la dinámica de democratización, que caracteriza a nuestras sociedades desde el siglo xix, no ha cesado de reconfigurar las relaciones entre la alta cultura y la cultura vernácula. Con el correr del tiempo, éstas se han vuelto tan permeables la una de la otra, y en ambos senados, que, cuando uno se pregunta so-bre las modalidades de creación de la cultura, y no sólo sobre las de su transmisión, tal distinción se vuelve inservible, si es que alguna vez sirvió, para describir correctamente las prácticas en cuestión. Cultura erudita y cultura vernácula no dejan de alimentarse mutuamente.

Esto vale también para la literatura. En efecto, se tiende a reducir la "cultura Hteraria" a una de las representaciones ins-tituidas, según la cual "La Literatura" aparece como una realidad autónoma y cerrada sobre sí misma. Esta visión canónica ha sido implementada por el modeló educativo segregacionista del siglo xix y continúa dando sobrada forma a nuestras represen-taciones actuales de la hteratura. Ahora bien, convendría parrir

¿CRISIS DE LA LITERATURA o CRISIS DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS? • 1

Page 7: Pequeña ecologia de los estudios literarios

de una concepción más generosa de lo literario según la cual esto responde, en primerisimo lugar, a un uso específico de los textos: su uso estético. A decir verdad, incluso esta concepción ampliada no es del todo conveniente, por razones que veremos más adelante, pero permite al menos una clasificación más cohe-rente desde el punto de vista descriptivo. Quizá se me objete que esta clase, definida funcionalmente (por el uso), reagrupa ele-mentos heterogéneos en términos de éxito, ambición, profun-didad, poder de verdad, etc. Pero precisamente ahí es donde se sitúa la ventaja de la concepción no segregacionista, al menos por tres razones.

Pnmero, y esto alcanzaria para preferirla a la definición se-gregacionista, este enfoque pone entre paréntesis los valores li-terarios propios de quien realiza la investigación. Está claro que no niega que la literatura sea un hecho de valor -cosa que es in-trínsecamente-, pero, desde un punto de vista descnptivo, el ob-jeto pertinente es el campo en el que estos valores se construyen y entran en conflicto. Es poco probable que la limitación de este campo al del valor estético acabe teniendo la última palabra en el asunto, pero más allá de lo que ocurra con su validación empírica, la concepción no segregacionista se ubica al menos en un terreno de vahdación o refutación, cosa que no sucede con la concepción segregacionista.

En segundo lugar, cuando se adopta una perspectiva nor-mativa sobre la literatura (o sea la de un usuario segregacionista), esta misma sólo tiene sentido si se la formula parriendo de una delimitación no segregacionista de lo Hterario. En efecto, que el "gusto" literario pueda cuUivarse es algo presupuesto por la pro-pia lógica de la normatividad: una norma no tiene senrido más que si uno puede alejarse de o acercarse a ella. Pero si acaso existiera una diferencia de naturaleza entre la cultura literaria

J caidita y las formas más vernáculas, dejaría de entenderse cómo un individuo puede pasar de unas a otra en su etapa formativa, a no ser por algún misterioso acto de conversión. Concretamente: si se plantea una ruptura ontológica entre el vasto campo de la literatura de "entretenimiento" y la literatura "seria", no se entiende

1 b < PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS

Cómo un niño pasa de sus lecturas infantiles a sus lecturas de la adultez.

Por último, una concepción segregacionista de lo literario es incapaz de explicar cómo ciertas obras, consideradas al co-mienzo como fuera del campo de la literatura "seria", terminan forzando sus puertas con el paso del tiempo Qulio Verne, Kari May o Dashiell Hammett, para nombrar sólo a algunos autores).

En síntesis, sólo si se identifica la cultura literaria con su delimitación segregacionista es que se puede hablar de crisis de la literatura. Pues los llorones y otros declinólogos seguramente tienen razón en un punto: si se entiende por "Literatura" la re-presentación de los hechos literarios que fue una pieza estratégica del modelo educativo de las Humanidades -por lo tanto, del estudio de las lenguas clásicas, la filología, la filosofia, la historia del arte y la literatura-, tal como se instituyó a lo largo del si-glo XIX, entonces sí, ésta ha emprendido la retirada. E incluso cabe agregar que tal situación no data de ayer: "La Literatura" está en crisis al menos desde el comienzo del siglo xx, bajo el triple empuje del desarrollo de las ciencias sociales, la propia acción de la creación literana y la evolución general de la historia y la cul-tura. Pero lo que sobre todo hay que ver bien aquí es que, si existe una cnsis, en tal caso, se trata primero de la crisis de los esíudios, y no de las prácticas literarias. Esto se debe al hecho de que la representación segregacionista de "La Literatura" continúa fun- ' dando, en gran parte, la autolegitimación de los estudios literarios.

En efecto, es fácil admirir que los estudios hterarios están en crisis. Lo prueba, entre otras cosas, la pérdida de crédito social de la orientación literaria en los liceos. Es posible lamen-tarse por ello, pero es un gesto vano, puesto que esta situación no es más que la traducción mecánica del desfase existente entre la orientación literaria y la sociedad, tanto en términos de com-petencias profesionales como de atracrivo cultural. Esto no nene nada de sorprendente: después de todo, el modelo $obre el que se basa dicha orientación fue establecido en el mgrco de una sociedad mucho más jerarquizada que la nuestra, incluyendo el campo de las conductas estéticas. Desde ya que es lamentable

¿CRISIS DE LA LITERATURA o CRISIS DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS? • 17

Page 8: Pequeña ecologia de los estudios literarios

que los estudios literarios nos digan tan poco sobre esta cuestión,^ sobre la invención histórica de su objeto y de su discurso de autolegitimación, puesto que "La Literatura" es, en primer lugar, una noción escolar que justamente se implanta y mantiene a través del sistema educativo.

y En todo caso, la sociedad que instituyó "La Literatura" no es más la nuestra. La cultura de lo escrito era en ella un bien relativamente escaso, a menudo un privilegio y a veces una oportunidad de promoción social. Hoy ya no es más así, y hay que ser ingenuo para pensar que esto no tiene consecuencias en el nivel de la transmisión cultural y, sobre todo, de la deli-mitación de la cultura literaria. En resumen, estoy convencido de que si los estudios literarios están en problemas, no es porque su objeto se vea amenazado por la explosión de la incultura, sino más banalmente porque confunden su objeto con una de sus institucionalizaciones pasadas.

Para ser más preciso, los estudios literarios están en crisis porque son incapaces de hacer el duelo de ese pasado, lo que no significa hacer el duelo de las obras del pasado -estas obras sólo l^iden vivir, incluso en la Escuela, por poco que se les acondicione un espacio habitable-, sino el de su propio pasado, por lo tanto,

^ el de su propia tradición erudita e institucional. A veces se tiene la impresión de que este pasado -"La Literatura"- continúa siendo muchísimo mas entrañable para algunos que la realidad a la que corresponde, es decir, la creación y los usos de las obras de ayer y de hoy sean éstas importantes o no, exitosas o no, presentes en la memoria común o caídas en el olvido. Ahora bien, todas estas obras son las que han contribuido a trazar el contorno de los hechos literarios, incluyendo el de "La Literatura", siempre que estemos de acuerdo en admitir que un canon se define tanto por lo que excluye como por lo que incluye. Dicho de otro modo, la crisis está ligada directamente a un cuesrionamiento de la !e-gxnmxáaá de los estudios literarios. Entonces, ¿para qué sir\'en

' Dejo fuera la obra clásica de Antoine Compagnon, La ImsKmc Républíqiic

(ifs Lfííres. De Hauhcn á Prousí. Paris, Seuil, 1983.

18 ^ PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS

ahora estos estudios si su supuesto objeto -"La Literatura"- se desarticula como visión global de los hechos literarios y de su lugar en la cultura contemporánea? Pero la crisis también tiene una dimensión epistemológica, puesto que la desaparición de "La Literatura" muestra precisamente el carácter normado y nor-mativo de dicha noción, tratada hasta ahora, con una ingenuidad a N'eces desconcertante, como un hecho empírico, e incluso como un dato evidente. Al mismo tiempo, ya no se puede postergar más la cuestión del estatus epistemológico de los estudios lite-rarios: puesto que si éstos no descnben ninguna naturaleza y no son más que la construcción de una norma, entonces, ¿cómo hay que concebidos y qué se puede esperar de ellos?

¿CRISIS DE LA LITERATURA o CRISIS DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS? • 19

Page 9: Pequeña ecologia de los estudios literarios

II. Pequeña ecología de las ciencias humanas

PARA HACERSE una idea más clara de la situación actual, es indis-pensable situar los estudios literarios en el marco más general de las ciencias humanas. Puesto que las dificultades con las que se topa nuestra disciplina están presentes, en buena parte, en la mayoría de las otras ciencias.

Helga Nowotny es socióloga del conocimiento, pero también dirige actualmente el European Research Council (ERC), dato que resulta interesante para mi propósito.' Ella se ha preguntado, hace algunos años, sobre las dificultades recurrentes que sufre la inte-gración de las ciencias humanas en los programas, los marcos metodológicos y los procesos de evaluación de la investigación a nivel europeo.^ El diagnóstico de Nowotny se centra sobre todo en las Humanidades, pero como lo muestran los trabajos de Tony Becher en los que ella se inspira, resulta válido para la mayoría de las ciencias humanas. Y si bien las dificultades en cuestión revisten una gravedad particular a nivel de la política de la inves-tigación europea -sobre todo porque ésta afronta directamente la diversidad (sin entrar en este tema) de las tradiciones nacionales en las disciplinas de las ciencias humanas-, sería un error ver allí la simple traducción de la obsesión tecnócrata de las estructuras

��' El ERG es el organismo europeo de financiamiento de la investigación. Su

objetivo es apoyar las investigaciones innovadoras para hacer entrar a la Unión

Europea en la era de la "economía del conocimiento". Dado que dispone de

importantes medios financieros y que concede sus fondos a través de un pro-

cedimiento internacional de revisión por pares, este organismo ambiciona

estructurar, en un futuro cercano, lo esencial de la investigación europea d^

punta en todas las disciplinas.

^ Helga Nowotny, "Humanities in European Research", en ivmpost, núm. 89

verano de 2005, pp. 28-31.

PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LAS CIENCIAS HUMANAS •

1 1

i

Page 10: Pequeña ecologia de los estudios literarios

europeas de investigación. Una dificultad real es la que está en cuestión, y es a la que se enfrenta cualquier evaluación del alcance cognitivo de los proyectos de estudios en las ciencias humanas. Esto queda demostrado por el hecho de que los trabajos clásicos de Becher se retrotraen, al menos en sus primeras formulaciones, a más de veinte años atrás y fueron realizados en un marco que no estaba para nada relacionado con las polilicas europeas.'

Los trabajos de Becher son conocidos sobre todo porque, siguiendo un objetivo heuristico, comparan la vida de la inves-tigación con la vida tribal. Según el, las diferentes disciplinas científicas pueden ser concebidas como tribus que ocupan cada una un territorio propio. Cada disciplina defiende su "patria" contra los asaltantes del exterior, y algunas de ellas tratan de invadir y de colonizar los territorios vecinos. Según Becher, y es lo que me interesa aquí, estas tribus científicas se dividen en vanos tipos y no siguen la misma política cognitiva. Por un lado, está lo que él denomina las "puré sciences" (y que denominaré "las ciencias" a secas), por el otro, las "puré humamlies and social sciences" (y que denominaré "las ciencias humanas").

Para Becher, como para Novv'otny, lo que caracteriza la in-vestigación científica es la existencia de un territorio fuertemente interconectado y con gran densidad demográfica. Esto hace su-bir el precio de las tierras -la inversión para entrar en la comu-nidad de científicos- y genera una competencia permanente y, al mismo tiempo, una maximización del control cognitivo cru-zado. Para seguir con la metáfora ecológica y demográfica; la investigación científica se desarrolla en un espacio urbano en donde los cambios locales van teniendo cada vez más repercu-siones en gran parte del territorio.

La ecología de las ciencias humanas es muy diferente: ocupan un territorio mayormente rural, con un habitat disperso entre

^ Tony Becher y Paul Trowicr, Acadennc Trihcs and Tcrriíories. InteUcctuai

Enquiry and thc Culture oj Disciplines. 2" cd., Londres, Open University Press,

2001 Itrad. esp.: Tribu.'; territorios académicos. La inda¡^ación intelectual y las

culturas de las disciplinas, trad. de Andrea Menegotto, Barcelona, Gedisa, 2001].

22 < PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS

múltiples valles y colinas aisladas unas de otras. Por eso, las es-trategias de autodefensa y de autoafirmación difieren fuertemente de las adoptadas en las ciencias. El proceso que se ofrece aquí de forma muy natural no se basa en exacerbar la competencia cog-nitiva ni tampoco el control cruzado, smo en recurrir a maniobras de compartimentación, de aislamiento. Esto no significa que no haya competencia, sino que la competencia interindividual es menos importante que la competencia entre grupos. Se traduce de manera esencial en la creación y la desaparición, la ampliación y el deterioro de nichos ecológicos sumamente singularizados y que forman grupos aislados. Dicho de otro modo, las ciencias humanas, a las que, no obstante, se les reprocha bastante a me-nudo su "individualismo", obedecen mayoritariamente al prin-cipio de selección de grupo y no al de la selección individual, que prevalece en las ciencias.

Por otra parte, debido a razones contingentes pero que pue-den juzgarse como desafortunadas, el nacimiento de las ciencias humanas coincidió con la formación de las naciones y de los nacionalismos, por lo tanto, con el declive del cosmopolitismo, que caracterizaba el espacio científico europeo desde la Edad / Media. En su lugar, se asistió al nacimiento de las tradiciones científicas fuertemente individualizadas por naciones. Este vuelco fue demasiado tardío como para ejercer una inñuencia notoria en el desarrollo de las ciencias. Desde hacía tiempo que sus in-vestigaciones eran transnacionales, y especialmente su campo ya estaba unificado a través de la existencia de un sólido consenso en torno a los criterios de validación cognitiva y metodológica. Seria erróneo reducir dicho consenso a una simple convención social. Su establecimiento progresivo fue, antes que nada, el co-rrelato de la dinámica interna de un enfoque singular: aquel que hace de la reproductibilidad intersubjetiva de las pruebas y expe-riencias la piedra de toque de la validación. Dicho de otro modo, las ciencias se fundan sobre un acuerdo relativo al ripo de rela-ciones que un discurso debe mantener con el objeto de estudio, relaciones que han de poder reproducirse por fuera de la esfera subjetiva de su autor, y que admiten la sanción de los hechos

PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LAS CIENCIAS HUMANAS • 23

i

Page 11: Pequeña ecologia de los estudios literarios

resullames de la interacción con los otros sujetos, así como con

el mundo. No es posible sobrestimar las consecuencias de la existencia

de esta restricción de "falsabilidad",'' de este principio de realidad, para el perfil epistémico de un discurso. Y se cometeria un error si se subestimaran las consecuencias de su ausencia, como lo muestra el destino de la filosofia en los siglos xix y xx. Cuando, a su turno, la filosofia cayó en el torbellino del desarrollo de los Estados nación, todavía no había alcanzado un consenso meto-dológico y criteriológico, a pesar de las esperanzas de Kant. Sus consecuencias son conocidas y se sienten aún hoy. Desde el comienzo del siglo xix, se han instalado tradiciones filosóficas nacionales con un desarrollo centripeto acelerado: una evolución

/cuya consecuencia más espectacular ha sido el gran cisma, en el siglo XX, entre la filosofía continental y la filosofía angloamericana. Resulta revelador que en las "ramas técnicas" de la filosofia, en donde existía un consenso de validación, esta evolución nacional centripeta haya sido mucho más débil: lo prueban el campo de la lógica y también, aunque en menor medida, los de la episte-mología y de la filosofia de las ciencias.

A su vez, el destino del mainstrcam de las ciencias humanas ha sido diferente del de las ciencias y la filosofía, debido al menos a dos monvos. Primero, las ciencias humanas, incluyendo los es-tudios literanos, siempre han aceptado someterse a un equivalente del principio de validación empírico-teórico de las ciencias. Incluso precisamente en este punto -el de la falsabilidad empírica, "posi-tiva"- se han querido distinguir de la filosofia. Sin embargo, esta férrea voluntad de distinguirse de la filosofia es lo que orientó paradójicamente a las ciencias humanas nacientes en la lógica de un desarrollo nacional. Tan sencillamente porque ellas nacieron en una época -alrededor de fines del siglo xix- en que las tradi-ciones filosóficas ya tenían perfiles nacionales fuertemente singu-

La fahaklkiad distingue, según Karl Popper, los enunciados o más gene-

ralmente las teorias cientiñco-empiricas. Una teoría es falsable sólo si implica

la negación de al menos un enunciado de observación posible.

24 < PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS

lanzados. Distinguirse de la filosofia significaba, entonces, distin-guirse de una forma nacional de filosofia y, al mismo riempo, definirse implícitamente en relación con una filosofia nacional. El perfil disciplinario positivo de las jóvenes disciplinas se vio, pues, marcado de entrada por esas mismas especificidades nacionales.

Así, las ciencias humanas han estado divididas durante mucho tiempo entre tradiciones nacionales que, desde ya, no se ignoraban, pero sólo alcanzaban un intercambio bajo la forma de la polémica o de la asimilación de la tradición extranjera a la tradición nativa, y no como transacciones interindividuales en el interior de una tradición epistemológica común. Esta compartimentación ha sido panicularmente fuerte en los estudios literarios; lo que expUca las diferencias nacionales tan marcadas que los caracterizan, aún hoy. Basta con pensar en el lugar central de la hermenéutica y de la estilística en Alemania, de la retórica y de la historia literaria en Francia,^ o incluso de la crítica de los autores en Gran Bretaña. Sólo la filología ha escapado, en parte, a esta división. Y esto se debe a la vez a su tecnicidad, a las fuertes restricciones vinculadas con su objeto empírico, pero también al hecho de que su objeto de estudio principal en el siglo xix -la Hteratura antigua- no era muy central en la construcción de las identidades culturales na-cionales. En cambio, el proyecto romántico, pero también goethiano, , e incluso, hasta cierto punto, hegeHano, de un comparatismo •/ generalizado (al menos acotado al marco europeo) fue abortado enseguida. Y ese proyecto ambicioso, que había sido concebido en un principio como verdadero horizonte de los estudios litera-rios y que pretendía ser el complementó de una filología reconfi-gurada en su dimensión hermenéutica, se derrumbó precisamente bajo el rompiente de las concepciones holísticas de las "literaturas nacionales". Puesto que concebir, por ejemplo, la literatura inglesa como un todo (bolos) equivaldría a aislarla de las otras, por lo j' tanto, a volver progresivamente todas literaturas inconmensurables entre si. El hecho de que aún hoy la literatura comparada siga

' Sobre la tradición francesa, véase Antoine Compagnon, La Troisiéme R¿-

publiquc des Leltres. De Flauberi á Pwusl, Paris, Seuil, 1983, pp. 23-54. \

PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LAS CIENCIAS HUMANAS • 2

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siendo una disciplina marginal y a menudo epistemológicamenie afeclada (cuando debería ser la reina de las disciplinas literanas si éstas se interesaran realmente en los hechos literarios en su diversidad y en su unidad) es un signo elocuente de la incapacidad de los estudios literarios para establecer la diferencia entre su objeto de estudio -los hechos literarios- y las diversas construc-ciones nacionales de "La Literatura".

Desde luego que los estudios literanos han conocido intercam-bios fructíferos entre tradiciones nacionales durante el siglo .\.\i\-ro esto ocurnó en períodos y para movimicnios de investiga-ción que intentaban precisamente desarrollar un ideal de vali-dación empírico "universalista", y que al mismo tiempo se defi-nían contra las tradiciones nacionales dominantes. Esto vale para el formalismo ruso o el estructuralismo chcco, para la fenome-nología de Román Ingarden, la escuela morfológica alemana," la hermenéutica de Gadamer o de Ricoeur, asi como también la de Szondi o Bollack y Wismann, la estilística de Bally, Spitzer )• sus alumnos, al igual que para el estructuralismo, la semiótica, la teoría de la recepción o la crítica genética (y aquí no hago nías que nombrar algunas escuelas que han realizado importantes contribuciones a nuestro conocimiento de la literatura, dejando de lado las grandes personalidades aisladas como Bajtín, Frye, Hamburger y tantos otros). De manera más general, esto vale también para los ripos de investigaciones literarias realizadas en sinergia con las ciencias del lenguaje, la antropología, la socio-logía, o incluso la psicología. Pero, desde el punto de vista ins-litucional, estas onentaciones han sido siempre bastante mino-ntarias, y sobre todo bastante intermitentes, como para poder

Poco conocida en Francia, la escuela morfológica alemana, corriente crítica

del segundo tercio del siglo xx, se abocó al estudio de las formas y los géneros

literarios. El enfoque morfológico ve en la evolución de las formas literarias el

resultado de una morfogénesis. Más precisamente, según esta escuela, la apa-

rente diversidad de formas literarias puede reunirse genéticamente en un ar-

quetipo comiín del que ellas constituirían sus concretizaciones. De hecho, el

enfoque morfológico se remonta a Goethe, y también ejerció mucha influencia

en Rusia, como lo prueba Lc¡ morjologia dd cuento, de Vladimir Propp.

constituirse en un verdadero programa transgeneracional, no sujeto a un "paradigma" teórico especifico. Ahora bien, sólo un programa semejante, abierto desde el punto de vista metodoló-gico y partidario de "procedimientos de contrastación" recono-cidos por todos los invesrigadores del mismo campo, podría garantizar un desarrollo acumulativo de los conocimientos.

Por desgracia, la evolución de los estudios literarios hace pensar, aún hoy. en el desarrollo de una "agricultura de corte y quema", tal como destacabaJean-Claude Passeron a propósito de las ciencias humanas y sociales en general.' Y a su vez, aunque la paradoja es sólo aparente, algunas de sus investigaciones fueron / vaciadas de su dinamismo cognitivo por el propio éxito alcanzado. ^ En Francia, otros ejemplos de esto son el análisis estructural -el estudio de los procedimientos literarios, por ejemplo, de las téc-nicas narrativas, de las formas de intriga, etc.- y la estilística. Una vez introducidas bajo la forma de herramientas analíticas en el secundario, tendieron a fosilizarse como medios de control de los conocimientos (apuntando al final a los sacrosantos concursos nacionales), al tiempo que perdieron su energía como herramienta de conocimiento. De ahí la acusación, difundida actualmente, según la cual el análisis estructural seria responsable de la deplo-rable situación de la enseñanza de la literatura en colegios y liceos.

Esta acusación es injusta. Primero hay que señalar que cual-quier método de análisis literario puede ser instrumentalizado de ese modo, y en general, con las mejores intenciones del mundo. Por otra parte, otras disciplinas han tenido evoluciones del mismo tipo, como lo prueba la "bourbakización"'^ de las matemáticas ele-

' Jean-Claude Passeron, Le Raisonnemcnt sociologique, Paris, Albin Michel, 2006, p. 553 [trad. esp.: El razonamiento sociológico, trad. de José Luis Moreno Pestaña, Madrid, Siglo xxi, 2011].

" El término deriva de Bourbaki, matemático imaginario; tras este nombre

se escondía un grupo de matemáticos, formado en los años treinta por impulso

de André Weil. El grupo Bourbaki evolucionó renovándose constantemente a

lo largo de las generaciones. Produjo una presentación coherente de las mate-

máticas, basada en la noción de estructura, en una serie de obras tituladas

Elementos de matemática.

26 < PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LAS CIENCIAS HUMANAS • 27

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mentales -especificidad francesa- que plantea el estudio de las ma-temáticas comenzando por sus estructuras más abstractas. Lo menos que se puede decir es que semejante método pedagógico deja perplejos a los docentes de matemáticas de los demás países europeos, aun si Francia quizá le deba la excelencia de sus ma-temáticas superiores. Entonces es probable que la suerte del análisis estructural no sea más que un efecto particular de nues-tro modelo educativo general, cuyo principal defecto es bien conocido por todos: un carácter a la vez unificado y fuertemente piramidal (sobre todo a nivel del secundario), que no llega a conciliar la formación de un gran ntlmero con la selección pre-coz de competencias especializadas. Mientras este double bind. esta doble exigencia contradictoria, siga orientando el estable-cimiento de programas, tendremos efectos similares. Cabe seña-lar que la gravedad en cuestión supera por mucho el campo de estudio de la literatura.

Sin embargo, no estoy desconociendo en absoluto que existan problemas específicos de la enseñanza literaria. ¿Cómo no pregun-tarse, sobre todo, por el papel del proceso analítico en los estable-cimientos secundarios? En primer lugar, existe un problema de método. Para poder manejar con eficacia y por lo tanto, de manera creativa, las herramientas del análisis estructural -o de cualquier otro análisis técnico-, ya hay que tener adquirida una gran ex-periencia en la lectura literaria. Evidentemente esto no ocurre con los estudiantes de colegio y de liceo. En segundo lugar y más fundamentalmente, existe un problema que concierne al objetivo de la enseñanza de la literatura en el nivel primario y secundario. ¿Conviene enseñar el conocimiento de la literatura? ¿O no seria más conveniente activar primero la escritura "literaria", como modo particular de acceso a lo real? Los programas escolares han optado, en general, por el primer objerivo.

Es posible lamentarse por esta decisión, puesto que las obras literarias, cualesquiera sean sus formas, son un formidable medio para el desarrollo cognitivo, emotivo, ético. Ellas operan estos prodigios incluso en el nivel de la lectura común, siempre que se trate de una lectura atenta. Promover la lectura y enriquecerla

28 ^ PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS

deberia ser uno de los dos objetivos primordiales de un curso de literatura dirigido a adolescentes, es decir, a individuos que están construyendo su identidad." El otro objerivo, igual de primordial, habria de ser el conocimiento activo del arte litera-rio y, de forma más general, del arte de escribir.'" En efecto, la práctica de un arte no sólo permite comprender mejor su fun-cionamiento, sino también penetrar más profundamente en él. Así, no cabe duda de que la práctica de la escritura lírica ayuda a desarrollar una sensibilidad más fina para la poesía y sus ri-quezas. Nos ayuda especialmente a desarrollar el ripo de aten-ción multifocal -o "polifónica", retomando el término de Román Ingarden- indispensable para acceder a la complejidad cognitiva y emotiva de la poesía. El caso del arte del relato es todavía más i ilustraüvo. Desarrollar nuestra capacidad de contar(nos) equivale a cultivar una fuente cognitiva que es indispensable en todos los humanos, puesto que nuestra identidad personal se construye en buena parte bajo la forma de una configuración narrativa."

De una forma más amplia, la escritura en el sentido de la construcción de un espacio representacional organizado por exigencias endógenas y distanciado de las interacciones en riempo real de la vida vivida, constituye una de las vías más fructíferas a través de las cuales un individuo adquiere su identidad (que es indisociablemente social e individual). Así se ha podido mostrar que el simple hecho de comprometerse en un proceso de escritura

' Véase Tzvetan Todorov, La Laiéralure en perú, Paris, Flammarion, 2007

Itrad. esp.: La liíeratiica enpehgro, trad. de Noemí Sobregués Arias, Barcelona,

Gala.xia Gutenberg-Circulo de Lectores, 20091, con quien no puedo más que

adherir en su critica a la enseñanza de la literatura en los liceos y los colegios.

'̂^ Eric Donald Hirsch ya había señalado este punto, observando que "de-

beríamos enseñar la composición con tanta seriedad y energía como enseñamos

los grandes libros y las grandes obras de arte" (Eric Donald Hirsch, The Aims

of Interprctation, Chicago, University of Chicago Press, 1976, p. 144).

" Véase Paul Ricoeur, Temps et réát, 3 vols., Paris, Seuil, 1983-1985 [trad. esp.: liempoy narración, 3 vols., México, Siglo xxi, 1995-1996). Los estudios actuales en psicología cognitiva confirman de manera brillante el trabajo fun- , dador de Ricoeur. 1

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de tipo distanciado es capaz de transformar la identidad social y existencial del individuo que lo lleva adelante; más allá de cuál sea, por otra parte, el estatus institucional y pragmático de su creación, y antes de cualquier electo previsto del lado de los lectores.'^ Desde esta perspectiva, la literatura no es, en realidad, más que un subconjunto particularmente visible de un campo mayor, el de la escritura; y sus efectos caracterizan en parte el conjunto de las prácticas de escritura, tengan éstas una intención estética o no. Los estudios literarios reconocen, por lo demás, este papel de la escritura en la aculiuración de los individuos, es decir, en su acceso a un Yo socialmente situado, y al mismo tiempo, en la transformación de las representaciones socialmente compartidas (o impuestas). En especial, cuando subrayan que el escritor es tanto, o más, producto de sus obras como origen de las mismas. Sin embargo, no solemos extraer de esto muchas conclusiones, ni de orden práctico para la enseñanza de la lite-ratura, ni tampoco epistemológico para el estudio de la hteratura.

Se objetará que las prácticas de escritura están muy presentes en la enseñanza, ya que los alumnos suelen concentrarse en la realización del comcntano compuesto y la disertación. Pero ni el uno ni la otra conciernen a la escritura en el sentido que nos

, interesa aqui, porque ninguno de los dos ejercicios enlaza la es-critura con la vida vivida (o imaginada) del individuo. Ahí donde la esentura crea un distanciamiento, que es mediación de sí mismo a sí mismo, el comentario compuesto y la disertación exigen poner entre paréntesis la individualidad singular para acceder a una universalidad (supuesta), cuyos cntenos son impuestos pre-viamente por reglas de juego inmutables. Estos ejercicios están

/ hechos para premiar el virtuosismo en el manejo de ciertas reglas y la bnllantez de las argumentaciones, no para valorizar el acto de escritura y su propia capacidad de transformación existencial y social. Por lo tanto, no parece que el veredicto deba mantenerse:

Respecto de esta cuestión central, véase el importante trabajo de Christian

Jouhaud, Dinah Ribard y Nicolás Scbiapira, Hisíoíre, LItíéraíurt-, Témoignage,

Paris, Gallimard, col. Folio Histoire Inédit, 2009.

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en nuestras escuelas se reemplazan, demasiado temprana y ma-sivamente, las prácticas de la lectura común y la redacción, na-rrativa o de otro ripo, por las de la disertación científica (seudo-cientlfica en realidad) y del comentario de texto. Al mismo tiempo, las potencialidades cognitivas propias de la escritura (ficcional o no) no son explotadas como podrían y deberían serlo.

Vemos bien que lo que está en juego aquí no es el anáfisis estructural -o cualquier otro Upo de análisis-, sino el uso que conviene hacer de la escritura literaria en el contexto escolar. Los trabajos de análisis estructural atañen a los estudios literanos con-cebidos como investigación cognitiva sobre los hechos literarios. Su objetivo no es "activar" las obras (para ello alcanza con la lectura común, bien guiada y completada por el docente), sino describir, comprender y eventualmente, explicar los hechos literarios, entre los que figura también la lectura común (generalmente ignorada, e incluso negada, por los literatos). Se trata de una confusión entre dos maneras de interesarse en la literatura como hecho de escritura; confusión que está en el centro de los problemas que presentan los estudios literarios y sobre la que volveré con frecuencia.

Tal vez sea necesario aclarar otro posible malentendido. Puesto que no estoy sosteniendo en absoluto que un buen co-nocimiento de las herramientas analíticas -ya sean o no estruc-turales- resulte inúril para el docenle. Al contrario, éstas son una ventaja importante por la ayuda que brindan a los alumnos. Así, a través de una lectura más atenta y una práctica de escritura más reOexiva, los estudiantes pueden sacar mayor provecho y placer de los textos que leen y desarrollar aún más sus propias competencias. Entonces, este conocimiento es ciertamente útil para el docente, porque le permite despejar y clarificar por sí mismo aspectos del texto que permanecerían implícitos en una lectura ordinaria. Pero no porque algo esté implícito es que pro-duzca menos efectos; en ese senrido, me parece que la tarea del

Para una defensa e ilustración de la lectura "dificil" como ganancia de conocimiento y placer, véase Michel Charles, ¡ntroduction á l'étude des textes, Paris, Seuil, 1995.

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docente consiste en llamar la atención de sus alumnos sobre estos efectos y acceder, pues, a sus causas de manera consciente. Ahora bien, esto no podría hacerse a través de la transmisión de definiciones abstractas, sino tínicamente trayendo de alguna manera lo implícito "delante de nuestros ojos", a través de lo que Wittgenstein denominó "una enseñanza ostensiva" Qimweisendes Lehren):'

Es tiempo de volver al problema del que hemos partido: las estrategias de aislamiento gracias a las que las ciencias humanas intentan evitar la competencia entre teorías. Más allá del aisla-miento de las tradiciones nacionales, que acabamos de ver, ellas cultivan además otros dos tipos de estrategia, hoy más que nunca ñorecientes y que no parecen destinadas a desaparecer en un

/ futuro cercano. Se trata del aislamiento interdisciphnario y de la segregación intradisciplinaria.

Son conocidas las dificultades para establecer una real mícr-disciplinariedad en el campo de las ciencias humanas, sobre todo cuando comparten los mismos objetos de estudio. Cada disci-plina construye su casita, o su pequeño poblado, y trata de insta-larse ahí minimizando los contactos con las disciplinas situadas en los valles próximos. Cada una cultiva su jardín, desarrolla su idiolecto y se interesa esencialmente en su autorreproducción. Esta relicencia frente a la permeabilidad interdisciplinaria crece cuando se pasa de las ciencias sociales, que están cerca de las ciencias por su objeto, como la geografia, o por su formalización, como la economía o la lingüística, a las ciencias humanas y sobre todo a las Humanidades." Desde ya que, incluso en el campo de las Humanidades, la situación no es uniforme. Así, la filosofia ana-lítica angloamericana se ha cerrado menos sobre sí misma que,

Ludwig Vv'iiigenslcin, Rcchcrchcs phúosopluqufs, traducción francesa co-

lectiva, París, Gallimard, col. Bibliothéque de Philosophie, 2004, § 6, p. 30

Itrad. esp.: lnvf.';(ii;aciom.'S/ilo.';ó/ica.<. 2" ed., trad. de Alfonso García Suárcz y

C. C. Ulises Moulines, Barcelona, Critica, 2008].

" Recordamos que por Hunianidadcs se entiende tradicionalmenie el estudio

de la filosofia combinada con el de la lengua y la literatura griegas y latinas.

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por ejemplo, la fenomenología husserliana, al menos la del se-gundo Husserl, y la hermenéutica heideggeriana; ambas inten-taron establecer un cordón sanitario en torno a la interrogación filosófica, declarada inconmensurable desde un enfoque "posi-tivo", "científico" o "naturalista".'^

En el caso de los estudios literarios, esta rericencia frente al enfoque interdisciplinario es particularmente perjudicial no sólo y porque el objeto sobre el que pretenden fundar su legitimidad, a saber, "La Literatura", tiene un estatus como mínimo discutible, sino también, y sobre todo, porque los objetos reales que esconde esta denominación línica dan cuenta de niveles de generalidad y de modos de ser diversos, y no podrían entonces aprehenderse lodos de la misma manera. "La tragedia francesa" agrupa un conjunto de textos que se reúnen, en líneas generales, por una serie de rasgos formales y temáticos comunes. Sin embargo, esta comunidad no está fundada en reglas impuestas por la lengua francesa, ni en restricciones psicológicas, ni tampoco en ninguna restricción puramente interna de naturaleza textual, si acaso fuera posible imaginar restricciones de este tipo. Sencillamente es el resultado de un proceso normativo de orden social. Enton-ces, cuesta ver cómo podría decirse algo pertinente por fuera de una perspectiva de historia social: la de la Francia del siglo xvii. Tomemos otro ejemplo, el verso de cinco pies, llamado "verso yámbico". Se trata de una técnica de versificación y de una forma ^ de verso utilizadas en varias lenguas y en distintas épocas. Su estudio concierne tanto un análisis compararivo formal (sus re-glas se realizan de forma diferente en latín, inglés y alemán), como un análisis histórico (que nos muestra cómo el modelo del verso yámbico ha pasado de una tradición poética y de una lengua a la otra), pero también abarca investigaciones propia-mente lingüísticas (que nos enseñan qué relaciones mantienen los principios cuanritarivos o acentuales que caracterizan el yambo con la estructura rítmica y acentual de las lenguas que lo adoptan). l

" Véase más adelante, p. 65. \

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Page 16: Pequeña ecologia de los estudios literarios

Del mismo modo, ¿cómo es posible estudiar de forma em-píricamente perrinente la ficción literaria sin tener en cuenta que ésta descansa en una competencia psicológica compartida de forma universal, mientras que su realidad cultural no es una, sino múltiple?'' En efecto, muchos estudios lo prueban: todos los niños del mundo desarrollan la competencia del "hacer como si". Pero también es cierto que algunas culturas no explotan esta competencia como una forma de creación verbal particular y que, allí donde da lugar a una forma de creación verbal socialmente sancionada, sus fronteras cambian con la historia. Para compren-der qué es la ficción, debemos adoptar un enfoque plundiscipli-nano. Podriamos muhiplicar los casos: casi todos los objetos li-terarios realmente importantes exigen un enfoque que multiplique los ángulos de visión Va de suyo que no hay que confundir esta interdisciplinariedad verdadera, que da cuenta, antes que nada, de una lógica pluridisciplinar (en la que hay que hacer conver-

/

ger pacientemente distintas competencias con sus respecrivas exigencias), con la importación salvaje de conceptos o de mo-delos tomados prestados de otras disciplinas, como lo hacen a veces los estudios literarios.

Las ciencias humanas practican, por último, un tercer tipo de segregacionismo: aquél, inírcjdisciplinario, entre corrientes. Cada escuela delimita su propio nicho tratando de entrar lo menos posible en contacto con los otros, a no ser que deba de-fender su coto privado. Esta actitud acaba en una situación que conocemos bastante bien: dispersión de investigaciones y ten-dencia generalizada al intercambio endogámico, en el interior de una escuela o de una orientación determinada. Como lo des-taca Novv'otny:

A fin de evitar vivir demasiado cerca de sus vecinos, los investiga-dores pueden fácilmente emigrar e instalarse en un valle adyacente. Entonces es fácil evitar la competencia c interrumpir la comu-nicación. El estilo de vida rural alimenta un individualismo dife-

" Véanse más adelante, pp. 105-109.

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rente del estilo de vida urbana. Tiene tendencia a volverse auto-complaciente y es evidente que el precio a pagar por el sistema es elevado: la fragmentación y un bajo índice de crecimiento.

Aquí lo que está enjuego no sólo es una dinámica social un poco particular. Becher ha mostrado que la distinción entre las "cien-cias" y las "ciencias humanas y sociales" opone, de hecho, dos perfiles epistémicos diferentes, y esto en varios niveles. Las cien-cias son acumulativas, en el sentido en que determinan un au-mento de conocimientos, mientras que las ciencias humanas son "reiterantes", en el sentido en que proceden por reformulaciones; / asimismo, la aproximación de las primeras es fundamentalmente atomísrica, oponiéndose al holismo de las segundas. Las ciencias son unlversalizantes, las ciencias humanas son particularizantes; los trabajos de las primeras son "impersonales", mientras que la investigación en las segundas resulta siempre sumamente per-sonalizada. Las ciencias son axiológicamente neutras, mientras que las ciencias humanas suelen ser normarivas; las primeras tienden a plantearse criterios precisos y comparados respecto de la verificación y la obsolescencia de los conocimientos, en tanto que la discusión sobre estos dos puntos reina en las segun-das. Finalmente, si las ciencias se basan, en reglas generales (es decir, por fuera de periodos de renovación de los paradigmas fundamentales), en un consenso sobre las preguntas pertinentes, no ocurre lo mismo en las ciencias humanas, en donde suele fallar un acuerdo de este ripo." Como vemos, las diferencias son cruciales y conciernen el propio núcleo de la empresa de cono-cimiento. Es cierto que las oposiciones que Becher construye son algo esquemáticas. Así, la oposición un poco rígida entre acumulatividad y reformulaciones no da cuenta de las innegables

'"Véase Tony Becher y Paul Trowler, Academic Tribes and Terrilories, op. cií., p. 28.

Véase también J>Tki Loima, "Academic Cultures and Developing Manage-ment in Higher Education", enjyrki Loima (ed.), Theoria et praxis, vol. 1, Helsinki, Viikki TTS Publications, 2004.

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(

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formas de acumulatividad que existen en las ciencias humanas,^" incluido también el campo de los estudios literarios. Pero el panorama global se adecúa bastante a la realidad.

Hablar de crisis de las Humanidades y de las ciencias huma-nas puede parecer demasiado fuerte, pero hay crisis y crisis. En este caso, el estado que acabo de describir ha sido endémico a lo largo de toda la historia de las ciencias humanas. La única cosa verdaderamente nueva, en el presente, es que las transfor-maciones internacionales en la investigación, y la creación de un marco de referencia europeo para su organización y finan-ciación, han sacado a la luz los problemas ante la opinión pública. Estas transformaciones se manifiestan, en especial, en la intro-ducción de una distinción mucho más explícita que antes entre la docencia y la investigación, entra la transmisión de los cono-cimientos (y los valores) y la producción de conocimientos. Es evidente que esta distinción ya operaba en los hechos: transmi-rir conocimientos o valores no es lo mismo que producir nuevos conocimientos; aun cuando la misma persona puede hacer am-bas cosas a la vez y aun cuando la producción de conocimientos nuevos implica la adquisición previa de conocimientos produ-cidos o transmitidos por nuestros predecesores. Pero la genera-lización del acceso a la enseñanza superior ha cambiado radical-mente la situación. Puesto que si bien una relativa indistinción entre transmisión y producción de conocimientos aún era posi-ble en el pasado, cuando una ínfima parte de las nuevas gene-raciones accedía a este tipo de enseñanza, esto ya no ocurre hoy en día. Entonces, la racionalización, tan a menudo deplorada, de la investigación pública no es más que un efecto colateral de la democratización de saberes, producto de la generalización del

Para una discusión más precisa, véanse Bernard Walliser (ed.), La Ciimu-

lativUé du savoir en sciences sociales, París, EHESS, 2009, y sobre todo, el articulo

de Jacques Revel, "Le pied du diable. Sur les formes de cumulativité en histoire"

(pp. 86-110) El texto de Revel constituye un excelente punto de partida para

una reflexión renovada sobre la metodología de la "historia literaria", que

demasiado a menudo no es ni histórica ni literaria.

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acceso a los estudios superiores. Quien quiera acceder a uno dificilmente no quiera lo otro.

Antes de la generalización del acceso a los estudios superio-res, ciertamente se podía partir del principio de que una parte considerable (si no mayoritaria) de quienes accedían se volcarían, llegado el momento, al camino de la producción de conocimien-tos nuevos. Pero esto ya no funciona así en el panorama actual. Salvo que se consienta un derroche financiero y sobre todo hu-mano injustificable, tenemos que aceptar de aquí en más la clara distinción entre las dos tareas o funciones. Ahora bien, esto tiene sus consecuencias. En especial significa que no podemos seguir desestimando la pregunta por la naturaleza, los objetivos y las funciones de la invesügación en el campo de las ciencias huma-nas y por lo tanto, del de los estudios hterarios, ni evitar tomar una posición sobre sus implicaciones políticas. En ese sentido, la crisis de las ciencias humanas es algo positivo, ya que es una crisis adolescente. Y la crisis de la adolescencia inaugura (en general) el pasaje a la edad adulta.

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��

Page 18: Pequeña ecologia de los estudios literarios

III. Los dos modelos de estudios literarios

¿POR QUÉ ese pasaje a la vida adulta es particularmente doloroso en el campo de los estudios literarios? ¿Por qué los estudios li-terarios vu'en el momento de crisis actual como el anuncio del fin de las Humanidades y no como una crisis de la adolescencia?

No podriamos responder estas preguntas alegando una falta de rigor constitutivo de los estudios literarios. En los ámbitos y los estilos de investigación de lo más variados, la disciplina cuenta con numerosos trabajos individuales (y a veces incluso colectivos) de un gran rigor cognirivo y metodológico, que no tienen nada que envidiar al de las ciencias sociales más cercanas a las ciencias. Sobre cierta cantidad de cuesriones importantes, nosotros sabemos / más que las generaciones antenores, lo que prueba la existencia / local de un verdadero progreso cognirivo. En cambio, más que en las otras disciplinas relativas a las ciencias humanas, estos progresos reales no se han cristalizado en una base de conoci-mientos comparudos, un state o/the art aceptado por el conjunto de la comunidad. Los estudios literarios parecen incapaces de hacer fructificar su "capital" cognitivo bajo la forma de un depó- y sito a largo plazo. Los conocimientos están allí, y algunos desde hace mucho tiempo, pero pocos se toman el trabajo de recogerlos. De ahí proviene la impresión de que la disciplina esté estancada.

Como es poco probable que esto tenga que ver con una in-capacidad generalizada para reconocer un conocimiento como tal, debe de existir una causa estructural para esta situación tan parúcular. Tratemos de encontraria volviendo a la constatación de partida de nuestra refiexión: la indecisión de los estudios lite-rarios en cuanto a la actitud a adoptar ante el derrumbe de "La Literatura". Llevada a su núcleo real, la crisis de "La Literatura" efectivamente no es otra cosa más que -recordémoslo— el derrumbe

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de ese objeto, imaginario de par en par, que los estudios literarios han construido para legitimar su propia existencia. Ahora bien, este derrumbe ha dado lugar a dos reacciones muy distintas, que dan cuenta de dos concepciones divergentes de los desafíos y ob-jetivos del estudio de los "hechos literarios", en el sentido volun-tanamente abierto e impreciso que hemos tratado más arriba.

Algunos piensan que la tarea específica de los estudios litera-nos reside en la construcción de una representación social normada de los hechos Hterarios. Si se adopta tal perspectiva, la pretensión descriptiva de "La Literatura" es un error de categorización y la crisis actual es el resultado de este error. Seria la resaca después de la intoxicación (por la "teoria"). Por lo tanto, hay que analizar csie error y, sobre todo, concentrarse en la construcción de una concepción diferente de lo literario, que sea capaz de proponer una visión alternariva a esa otra que ya no despierta adhesión. Muchas orientaciones actuales de los estudios literarios eligen esta opción, en especial, los estudios feministas, poscoloniales, los cul-tural studies, etc. A diferencia de una opinión todavía dominante (al menos en Francia), no creo que estas orientaciones carezcan de perrinencia. En efecto, proponer una norma nueva implica

también cambios a nivel de la base descriptiva, por lo tanto, del Corpus de obras: toda norma está en correlación con una descrip-ción. Y cambiar la base descriptiva abre un nuevo campo de in-terrogantes, al tiempo que pone en evidencia el mecanismo, hasta ahora invisible, de los paradigmas anteriores. Pero también es cierto que la onentación principal de estos nuevos modos de en-foque es muy normafiva, ya que se trata de oponer un contracanon

^ (o un canon más "justo") al llamado canon "humanista". Por eso, tampoco sorprende que sus métodos de análisis sigan siendo fun-damentalmente los mismos que los del enfoque que rechazan: a grandes líneas, una lectura critica que combina el cióse reading y la interpretación sintomática,' a menudo en sus variantes decons-tructivas o foucauliianas.

' El dose reading es una técnica de microanálisis formal y hermenéutico de

los textos literarios. Originalmente desarrollado por los críticos ingleses Ivor

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Sin lugar a dudas, esta vía consutuye una posible respuesta a la crisis de legitimidad social de los estudios literarios, pero en absoluto a su crisis epistemológica. A propósito de esto, lo pro-blemático no es el contenido de la norma, sino el propio hecho de que el objeto de estudio haya sido instituido por medio de una norma. Más precisamente, el problema es que esta norma, lejos de ser reconocida como tal, haya sido "naturaHzada": como si "La Literatura" hubiese sido una especie natural, que los es-tudios literarios se habrían limitado a descubrir e inventariar, cuando en realidad la construyeron.

Para formular el problema de otro modo: si la crisis del modelo segregacionista de los estudios Hterarios se traduce en una crisis de los estudios literarios a secas, ¿acaso no es porque éstos han sido incapaces de distinguir entre la norma y el hecho en su interpretación de la situación? Una respuesta afirmativa a esta pregunta habilitaría otra salida de la crisis. Puesto que en lugar de "volver a normar" a diestra y siniestra, sería mejor tomar muy en serio la distinción entre las dos opciones (normarivo versus descriptivo), es decir, reconocer por dónde pisamos.

Entiéndaseme bien: el hecho de que nos encontremos ante dos opciones que hay que distinguir no implica que el futuro de los estudios literarios se libre entre opciones mutuamente ex-cluyentes. Podria ser que la función social de los estudios lite-rarios vuelva inoperante esta estrategia binaria. De hecho, como ya se habrá sospechado leyendo las páginas anteriores, mi hipó-tesis es la siguiente: los estudios Hterarios tal como los conocemos y practicamos llenan estatutañamente dos funciones diferentes, ambas igual de legítimas y sin duda indispensables. Por consi-guiente, no se podría eliminar una en provecho de la otra. En

Armstrong Richards y William Empson, se asocia sobre todo al New Criíicism

que se impuso a mediados del siglo xx en Estados Umdos. Se trata de un

analisís por muestreo, y por eso sigue siendo una herramienta indispensable

en especial para los estudios comparativos. La lectura o la interpretación sin-

tomática interroga los textos desde el punto de vista de lo que expresan (de

connicnvo, e incluso de incoherente) a espaldas de sus autores

LOS DOS MODELOS DE ESTUDIOS LITERARIOS •41

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cambio, impona distinguirlas y sacar las conclusiones que se desprenden de la distinción.

La primera función es una misión de reproducción y de promoción de los valores culturales que la sociedad, o sus acto-res dominantes, piensan que hay que promover y desarrollar. Desde esta perspectiva, estudiar la literatura y, más generalmente, las artes es participar en un proyecto normativista. Como la Escuela es uno de los lugares centrales en donde las sociedades modernas reproducen sus valores culturales canónicos, es normal que este enfoque sea el que alU se privilegie. Por supuesto, esto imphca que no se estudiarán, o a lo sumo se criticarán como síntomas de un estado no deseable, las obras, géneros, prácticas, etc., juzgadas dctícientes desde el punto de vista de esos valores. Cuando estu-diamos así las obras literanas, el objetivo último de nuestro trabajo es la promoción de los valores que consideramos que deben ser defendidos, o eventualmente la crírica de aquellos que hallamos dudosos o secundarios. Estudiar así un objeto literario equivale a construir o deconstruir valores, aproximación c\uc implica una visión de lo que la literatura debe ser o no debe ser. Esta visión normativista suele permanecer implícita -y hasta invisible- desde el momento en que se la identifica con la "naturaleza" del objeto estudiado. Tampoco tiene una función estructurante para la de-limitación de este objeto.

La característica central de una empresa de este ripo reside -me parece- en la relación particular que mantiene con sus objetos. En ese sentido, "estudiar" una obra literaria es partici-par en el despliegue (o en la construcción histórica) del objeto que, por otro lado, se estudia. Un trabajo así se hace desde el interior del objeto estudiado, lo afecta a cambio y quiere afec-tado: dicho de otro modo, el estudio transforma aquí su objeto en la medida en que lo va estudiando: se halla a favor de la autoconstrucción reflexiva del dominio estudiado, definido como objeto social normado. En términos lógicos, se trata de una re-lación "autorreferencial". La autorreferencialidad es un fenómeno que afecta algunos enunciados. Por regla general, un discurso es "heterorreferencial": se relaciona con objetos disuntos de sí

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mismo o de su autor. Pero puede ocurrir que un acto discursivo haga referencia a sí mismo, como la frase autorreferencial: "Esta frase está escrita en español". Enuncia algo (del orden de lo ver-dadero) en relación con sí misma. Este fenómeno de autorrefe-rencialidad no se observa sólo en la lengua. John Searle ha de-mostrado de este modo que todas las realidades insritucionales <^ tienen un componente autorreferencial.^ Por ejemplo, la moneda existe sólo si la gente que la utiliza "cree en ella": el trozo de papel se conviene en un billete de banco únicamente porque existe una comunidad humana que lo considera así. En esas si-tuaciones, la creencia "crea" el objeto sobre el que descansa; cosa que no ocurre evidentemente en las creencias heterorrefe-renctales. De hecho, la autorreferencialidad está en el funda-mento de la dinámica cultural como tal, en la medida en que / una cultura se transforma tomándose ella misma como objeto, a través de un proceso a veces calificado de autopoiérico. "La Literatura", al igual que los diversos contracánones que han seguido a su derrumbe, es (era) una realidad de este tipo, y elegir el enfoque normativo de los hechos literarios significa inscribirse en dicha dinámica autorreferencial.

Me permito insisrir en que esta manera de practicar el es-tudió de los hechos de cultura y, en especial, de los hechos h-terarios es una empresa no sólo respetable, sino socialmente indispensable, al menos si se quiere que los logros culturales se transmitan de una generación a la otra y se desarrollen. La cultura, sobre todo arristica y estética, no evoluciona por autone-plicación; ésta se reproduce y se desarrolla únicamente por una y transmisión social encarnada de forma individual. La práctica ^ crítica y programática autorrefiexiva juega un papel importan-te, a veces indispensable, en esta dinámica. Falta precisar otro \

' Véase John R. Searle, The Construction oJSocial Reality. Harmondsworth,

Penguin Group, 1995. Este libro fue traducido al francés por Claudine Tierce-

lin, bajo el titulo La Construction de la réalité sociale, Paris, Gallimard, 1998

Itrad. esp.: La construcción de la realidad social, trad. de Antoni Doménech

Barcelona, Paidós, 1997].

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punto: que una investigación autorreferencial se inscriba en una perspectiva normativa, que quiera promover algunos tipos de objetos, o de propiedades, no excluye en absoluto que re-curra, por otra parte, a procedimientos analíticos o descriptivos. Pero esta dimensión descriptiva siempre estará más o menos sesgada por el hecho de que la definición extensional del do-minio está determinada por una norma de evaluación planteada con anterioridad.

No se trata, pues, de negar la propia legirimidad de la misión social de la enseñanza de los hechos literarios, como ideal cul-tural deseable, pero es importante no confundir tal misión con el estudio descriptivo de las reafidades literanas, de las que "La Literatura" y los diferentes contracánones que se le oponen sólo consrituyen uno de sus aspectos.

Llegamos aquí a la segunda función de los estudios literarios: su función estrictamente cognitiva. Querer conocer las realidades literarias implica que uno acepta comprometerse con un proyecto descriptivista. La intención no es poner las herramientas descrip-tivas al servicio del desarrollo de un ideal cultural dado, sino tratar el programa descriptivo como el objetivo propio de la in-vestigación. En otros términos, se trata de identificar de la manera más neutra posible los hechos pertinentes para una determinada problemática, comprenderios y describirios de la forma más ade-cuada posible, y eventualmente proponer explicaciones. Enton-ces, hay que poner entre paréntesis la cuestión del valor de las prácticas estudiadas (en relación con otras prácticas), al igual que la jerarquización comparada de los productos de estas prácticas según una norma aportada por el invesrigador. En cambio, por supuesto que resultan pertinentes la comprensión, la descripción y la explicación de las prácticas de evaluación inherentes al objeto estudiado. Ni bien una realidad comporta una regularidad nor-mativa -tal como ocurre con las prácticas literarias-, va de suyo que la descripción y el análisis de los mecanismos de evaluación y de jerarquización forman parte de la descnpción de esta reali-dad. Cuando nos comprometemos con esta forma de estudio de una realidad cultural, no debemos endosar o rechazar los valores

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que ésta ilustra, sino describirla a partir de una perspecuva axio-lógicamente neutra, según la cual los valores instaurados por esta / realidad forman parte del objeto de estudio.^

La dualidad funcional que acabo de exponer no es específica de los estudios hterarios: todas las disciplinas que se ocupan de las anes (en el sentido general del término) y, de forma más amplia, del conjuntó de las Humanidades se hallan en la misma situación. Esta dualidad es constitutiva de su estatus, por lo que seria inútil querer reducirla. Asimismo, no sería pertinente cri-ticar una orientación para defender otra. Pero, a riesgo de repe-tirme, sigo diciendo que es indispensable, en cambio, no con-fundirlas: si a la crisis de legitimidad actual de los estudios literarios se le suma una crisis epistemológica, esto se debe prin- / cipalmente -como ya lo he indicado- a nuestra incapacidad / recurrente para encontrar una sahda a este dilema estatutario, que nos obliga a asegurar a la vez dos misiones que divergen fuertemente en sus presupuestos, objetivos, medios y resultados.

Para mostrar el efecto nefasto de la confusión de ambas aproximaciones, deberia bastar con un único ejemplo. Tomaré el caso de la obra clásica, pero siempre actual, de Wellek y Warren, Teoria literaria.'* Se trata de un libro que desempeñó un papel muy importante en la difusión del paradigma estructuralista-formalista, por lo tanto, en todo lo que se suele presentar como un programa descriptivista. Wellek y Warren introducen una disrinción muy marcada entre teoria literaria y critica. Se podria pensar que lo que promueven bajo el término de "teoria literaria" pretende ser un enfoque descriptivo de los hechos hterarios, y que "la crítica" reenvía al enfoque evaluativo. Sin embargo, las cosas son mucho más complicadas y a decir verdad, más confusas.

^ Para aclarar esta cuestión, no puedo dejar de mencionar los trabajos de

Nathalie Heinich. Véase especialmente Nathalie Heinich, La Sociolo^e de Van,

Paris, ha Découverte, 2004 Itrad. esp.: La sociología del arte, trad. de Enrique

Millán, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003].

' Rene Wellek y Austin Warren, La Théorie littéraire, París, Seuil, 1971 [trad.

esp.: Teoria liíeraria, trad. de José Maria Gimeno Capella, Madrid, Gredos, 1966].

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(

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Cuando introducen estos dos términos, los usan para dis-tinguir entre el estudio de los principios, las categorías y los criterios de la literatura, por un lado, y el estudio de las obras, por el otro.' En ese momento, lo que les interesa no es la oposi-ción entre descripción y evaluación, sino entre estudio de orien-tación general y análisis particularizante. La crítica parecería designar, en ellos, el estudio descriprivo de las obras como dis-tinto de una teoria general, también ella descriptiva. Esta inter-pretación se torna mucho más plausible al ver que los 17 pnme-ros capítulos de su obra conciernen, en efecto, a un estudio descriptivo de los principios y categorías literarias y poéticas.

El comienzo del capítulo 18, dedicado a la cuestión de la evaluación de las obras, parece inscribirse en esta perspectiva. El capítulo se abre con una distinción entre, por un lado, la apreciación de la literatura como tal por la humanidad en gene-ral (¿por qué los hombres conceden importancia a la literatura?) y, por el otro, la evaluación de las obras por parte de la critica.* Esta distinción da cuenta de un metaanálisis de los discursos evaluarivos. Tiene, pues, una pretensión descriptiva. Por consi-guiente, era de esperar que el resto del capítulo estuviera con-sagrado a un doble estudio (descriptivo): el de los factores que hacen que el comiln de los mortales conceda un valor positivo a la literatura, y el de la evaluación critica, o sea, el análisis de los actos de enjuiciamiento que realizan los especialistas. El se-gundo párrafo parece confirmar esta hipótesis. Wellek y Warren exponen las dificultades que plantea el estudio descriptivo del valor que los hombres suelen otorgar a los tipos de construccio-nes discursivas de las que nuestra noción de literatura constituye una de sus figuras históncas. En resumen, las preguntas que se hacen tendrían que ver con una antropología del hecho literario.

Pero, cuando nuestros autores abordan el problema del dis-curso critico, parece que están discutiendo, en reahdad, otro tipo de problemática: para ellos, ya no se trata de describir normas,

' Rene Wellek y Austin Warren, La Théorie httéraire, op. cií., p. 55.

" ¡bid., p. 336.

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sino de establecerías. Aquí tampoco hay que confundirse. Lo cen-tral no es el hecho de que pasan de una visión descriptiva a una visión normativa, ya que ellos mismos indican que van de una a otra. El problema es que pretenden deducir esta visión normativa de la "naturaleza" misma de la hteratura, por lo tanto, de un jui-cio descriptivo: en este caso, de su propia descripción de los hechos literarios. Para ello introducen como hipótesis auxiliar un principio que busca funcionar como una norma de raciona-lidad epistémica. Este principio es enunciado, en un comienzo, del siguiente modo: "Hay que valorar, apreciar la literatura por ser lo que es".'' Esta formulación, al menos en la traducción es-pañola, resulta ambigua. En efecto, este comienzo de frase podria leerse como enunciando una norma epistémica general que equi-valdria a la fórmula: "Sólo se puede apreciar una cosa determinada SI se identifica correctamente dicha cosa". En otros términos, se podría concebir que sencillamente es un principio que permite no considerar las evaluaciones que resultan de una mala identi-ficación del objeto evaluado. Un principio de este upo se jusrifi-caria además a la perfección: pensemos, por ejemplo, en alguien que evaluara (falsamente) las ficciones como relatos históricos. Pero, en realidad, la continuación de la frase muestra que ésta no es la función del principio enunciado. Puesto que Wellek y Wa-rren siguen diciendo: "Su valor literario es el que debe fundar y evaluar la evaluación que se hará de él".^ Cabe destacar la tauto-logía, uno de los tantos indicios de la confusión entre enfoque descriptivo y enfoque normativo: el valor literario es el que debe fundar la evaluación de la hteratura.

La confusión que nos ocupa se debe al hecho de que Wellek y Warren piensan que el valor hterario debe ser valorizado, por-que en este valor se realiza la naturaleza de la literatura. Aquí nos hallamos en el marco de una ontología aristotéhca de los artefactos, que distingue entre naturaleza en potencia y natura-leza en acto: "Hay necesariamente una estrecha correlación entre

' íhid.

8 ¡bid. l

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la naturaleza, la función y la evaluación de la literatura. [...] Su naturaleza es en potencia lo que su función es en acto. Es lo que puede hacer; puede y debe hacer lo que es".' Aristóteles defendía exactamente la misma concepción a propósito de la tragedia. En la Poética, justifica su jerarquía evaluativa (con Eurípides en el primer lugar) haciendo referencia a lo "propio" (idios) del género, eso "propio" que corresponde a su naturaleza (physis)}° La única diferencia es que Aristóteles se sirve de este esquema conceptual no sólo para evaluar las obras individuales (una tragedia indivi-dual es tanto más lograda si se adecúa a la naturaleza de la tra-gedia como género), sino también para desarrollar una concep-ción finalista de la evolución histórica del género, que lo conduce a sostener que la tragedia se fijó históricamente "una vez que alcanzó su propia naturaleza"."

¿Pero en qué reside esta naturaleza propia -literaria pues- de una obra? La respuesta viene a partir del párrafo siguiente: "Lo que determina que una obra de arte sea o no sea de naturaleza literaria no son los elementos que la componen, sino cómo éstos se ensam-blan y con qué función".'^ En una nota, los autores precisan que este empleo del término "literario" constituye un "criterio cualitativo" (es decir, un criterio de identidad) y no un criterio honorífico (la "gran" literatura opuesta a la "menor"). He aquí un truco que consiste en una identificación (abusiva) entre naturaleza y fianción, o más bien, en una internalización de la función que no es tratada más como un hecho relacional establecido entre la obra y sus receptores, sino como una propiedad interna de la obra misma. Es posible demostrarlo si se observa con más detalle la estructura del argumento propuesto.

" Rene Wellek y Austin Warren. La Thcorii; Utléraire, op. at.. pp. 336 y 337.

Aristóteles, La PoéUque, trad. fr. de Rosel>'ne Dupont-Roc yjean Lallot,

Paris. Seuil, col. Poétique, 1980, 1452b 34 y 1449a 15 Itrad. esp.: Poética ele

Aristóteles, trad. de Agustín García Yebra, Madrid, Gredos, 2010]. Aristóteles

emplea también los términos de "principio" iarkhé, 1450a 39) y de "fin" (¡elo.'i,

1450a 22) para designar esta naturaleza propia de la tragedia

" Ibid., 1449a 13-15,

Rene Wellek y Austin Warren, La Théone httéra\rc. op. at., p. 337.

48�� PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS

Siguiendo a nuestros autores, la naturaleza de la obra lite-raria residiría en la manera en que se ensamblan los elementos que la componen. Descansaria, entonces, en su estructuración, y en su forma, para emplear un término más corriente. Advirtamos que, desde un punto de vista ontológico, esta afirmación es problemática, puesto que cuesta ver cómo los elementos que se reúnen en la composición no forman también parte de las propiedades que definen su identidad: ¿qué sería una estructura sin elementos reunidos? ¿Qué seria una forma sin contenido? Ahora, ¿en qué reside la función de la obra? En su funciona-miento literario, responden Wellek y Warren. En otros términos, su función reside en su funcionamiento de acuerdo con su propia naturaleza, la cual, recordémoslo, reside en el hecho de "ser" una obra literaria. De ahí se desprende que la función ya no es inducida a partir de ciertos usos empíricos comprobados: la intención del autor, la eventual intencionalidad colecriva de orden institucional, las modalidades de la recepción, ya sean colectivas o individuadas, etc. Ésta se internaliza, de modo que la propia obra deviene el soporte de una función interna que se confunde con su naturaleza, la cual, a su vez, se identifica con su forma.

Dos cosas nos mueven a la reflexión. Por un lado, existe un riesgo de circularidad entre la determinación de la naturaleza de la obra y la determinación de su función: la naturaleza de la obra / literaria es la de adecuarse a su función que es la de adecuarse a su naturaleza. Por otro lado, la definición de Wellek y Warren da cuenta de un sesgo formalista, ya que "la naturaleza de la literatura" reside, según ellos, en la disposición de los elementos y no en los elementos mismos. De ahí la imposibilidad de separar el método de un análisis fonTial -un método que en principio es descriptivo-del ideal formalista, que es la norma en nombre de la cual un lector que tiene preferencias formalistas separa lo que corresponde a su definición honorifica de la literatura de lo que ella excluye. Personalmente, el ideal formalista me conviene a la perfección. Pero se trata de una norma estética y no de la descripción de una realidad empírica. Puesto que, al igual que todo acto discur-

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sivo, una obra literaria es una estructura verbal intencional, que comunica un "contenido" a través de una organización verbal individuada. La función estética que completa eventualmente este discurso (ya sea querida o no por su autor) no podria ejer-cerse mcás que activándolo como acto de comunicación, en re-sumen, como un "contenido" que nos es comunicado.

Dicho esto, lo más importante, en este caso, no es el sesgo formalista, sino la confusión entre descripción y norma. Y el hecho de que, más allá de cuál sea la norma a la que uno adhiere, cuando se adopta una orientación descnpriva, estas mismas nor-mas forman parte del objeto que hay que describir, por lo que no deben delimitarlo previamente.

El provecho y el placer que los humanos obtienen de la li-teratura son muy diferentes según las obras y según los lectores. Y esto no viene de ayer. Así es que, contrariamente a lo que a veces se oye decir, el interés suscitado por el juego de la forma no es en absoluto un epifenómeno reciente y lamentable que se de-beria a la influencia nefasta de los estudios "estructuralistas" o "formalistas". En todas las épocas y en todas las sociedades, ha habido autores y lectores sensibles a la literatura como juego for-mal. Que el análisis estructural llame la atención sobre las propie-dades formales no es algo para lamentar, a no ser que se piense que la inteligencia y el placer de las formas son incompatibles con la atención acordada a la significación, lo cual seria una afirmación absurda. Pero en todas las épocas y en todas las sociedades, tam-bién ha habido autores y lectores sensibles especialmente al "fondo". Esta sensibilidad ha dado nacimiento a otro tipo de normas, y -otra vez en contra de una afirmación recurrente- es-tas normas son igual de compatibles que el ideal formalista para abordarla obra en el marco de una relación estérica.'^ Por úlrimo, la mayoria de los autores y lectores siempre han sido sensibles a ambas dimensiones, al "mundo de la obra" -para retomar una expresión de Paul Ricoeur- concebido como resultado de un de-

~^ cir puesto en forma.

Véanse más adelante, pp. 109-114.

50 ^ PEQUEÑA ECOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS LITERARIOS

De nuevo, no hay nada que objetar a la combinación de en-foques evaluativos y descriptivos. Puesto que si la mayoría de nuestros compromisos con los hechos culturales están axiológi-camente orientados, es igual de cierto que la mayoría de estas orientaciones axiológicas se deben, entre otras causas, a las pro-piedades (intencionales) de estos hechos. Pero espero que se vea mejor por qué conviene distinguir las dos actitudes presentes en esta combinación, pues las propiedades poseídas por un ob-jeto nunca son la causa suficiente para su evaluación, a no ser que se olvide que la evaluación es una propiedad relacional y no una propiedad interna de los objetos. En el caso de Wellek y Warren, las propiedades descubiertas a través de los procedi-mientos del análisis formal son ciertamente propiedades efecti-vas de las obras literarias y, dicho al pasar, de muchos escritos no literarios. Pero, para poder deducir un criterio de idenrifica-ción de una supuesta "naturaleza" hteraria, ya se debe de haber formulado (tácitamente) un juicio de preferencia sobre las pro-piedades valorizadas. Y desde entonces, la supuesta determina-ción de la "naturaleza" de la literatura, lejos de estar "dada" de antemano, queda determinada con posterioridad, a partir de tal criterio axiológico.

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IV Descripción y normatividac.

PERO SUPONIENDO que sea deseable, ¿es posible un enfoque des-criptivo de los hechos literarios? La respuesta inmediata que viene a la mente es que debe de ser muy posible porque éste existe, al menos de forma intermitente, desde la Poética y la Reíónca de Anstóteles hasta las investigaciones actuales. Tal como he señalado antes, este tipo de enfoque se desarrolló en especial en el siglo xx, a través de los trabajos sobre poética desde el formalismo ruso hasta aquellos del anáUsis estructural y más allá, pero también, desde una perspectiva interdisciplinaria, se rela-cionó con la hngiiística, la historia, la sociología, la antropología o incluso la filosofía (desde la fenomenología literaria de Ingarden hasta los trabajos inspirados por la filosofía cognitiva de la mente).

Se objetará que la mayoria de estas investigaciones, empe-zando por la refiexión aristotéhca, mezclan, en reahdad, descrip-ción y normatividad, y que no se disringuen, pues, de la primera vía que acabo de describir a no ser por el hecho de que desco-nocen su propio estatus. Una posible respuesta a esta objeción es que conviene distinguir entre el ideal y la reahdad. Así como el ideal de cualquier ciencia es la verdad absoluta, aunque la mayoría de las proposiciones científicas no alcancen ese estatus, el hecho de que la actitud de neutralidad axiológica se reaUce rara vez (o casi nunca) de forma plena no implica que uno no pueda (incluso que no deba) concentrarse en desarrollarla. Por otra parte, los mejores trabajos contemporáneos que se inscriben en la perspectiva descriptivista -por ejemplo, y para nombrar tan sólo dos, la teoria de la ficción de Káte Hamburger y la poé-nca general de Gérard Genette- no están más lejos de este ideal de neutrahdad axiológica que los mejores trabajos llevados a cabo en el marco de otras disciplinas de las ciencias humanas. -

Pero esta respuesta, aunque justa, sería un poco limitada. Puesto que la verdadera objeción contra el descriptivismo es una

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objeción de principios: creer en la existencia o en la posibilidad de una vía descriptiva equivale a mostrar una ingenuidad per-turbadora, mientras que las mentes más brillantes en epistemo-logía y filosofia de las ciencias han deconstruido "la ilusión des-criptivista" ya desde hace tiempo. En síntesis, la propia idea de un enfoque puramente descriptivista seria un sinsentido. Efec-tivamente, cualquier descripción, según nos dicen, al estar inserta en un contexto normativo, no podria tener descripción "pura". El rumor ha provocado incluso que la validación de esta refuta-ción del ideal descriptivista se estableciera de forma definitiva y ya no pudiera impugnarse. En suma, el proyecto descriptivista daría cuenta de una concepción ingenua, ya superada, del co-nocimiento. ¿Pero esto es realmente así? Para responder a esta pregunta, tenemos que abandonar el terreno propiamente lite-rario y pasar al de la argumentación filosófica.

Formulada como tesis absolutamente universal, la refutación del ideal descriptivista se refuta ella misma. En efecto, una de dos. O bien la aserción según la cual no existe proposición que se pueda calificar de descriptiva es verdadera, y en ese caso al menos hay una que sí es descripriva, a saber, aciuella que establece que no existen proposiciones descriptivas, lo que a su vez la vuelve falsa. O bien se admite que la tesis se aplica también a la propo-sición que enuncia dicha tesis, y en tal caso, esta última no es verdadera y al mismo riempo no puede aseverar la falsedad de la tesis adversa: aquella según la cual es posible separar y distinguir las dos. No se puede tener el oro y el moro.

Por eso es que casi nadie formula la ob)eción bajo esta forma absoluta. La mayoria de los defensores de la tesis de la imposi-bilidad de una separación entre hecho y valor admiten que exis-ten, por supuesto, algunos enunciados que cumplen una función descriptiva sin componente normativo. Asi, lodo el mundo está de acuerdo en que, por ejemplo. "Proust nació en 1872" es un enunciado puramente descriptivo, 'factual", aunque falso (ya c|ue Proust nació en 1871). Pero enseguida se añade que no se está discutiendo sobre enunciados individuales básicos de este upo, sino sobre estructuras discursivas globales en las que estos enun-

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ciados se integran. Tal vez existan enunciados descriptivos "pu-ros", pero no podrían existir discursos puramente descriptivos. En ese sentido, Hilary Putnam admite que existen enunciados, o más bien usos de enunciados, que pueden calificarse correcta-mente de "descriptivos". En cambio, la idea según la cual el dis-curso científico se caracterizaría por el hecho de ser puramente descriptivo le parece ilusoría.'

En general, los antidescriptivistas identifican la posición descriprivista con la posición de Hume, en la medida en que se le adjudica a Hume la tesis según la cual es posible, e incluso necesario, distinguir entre hecho y valor. Hume afirma con ma-yor precisión: (a) que las proposiciones descriptivas son entera-mente diferentes ("entirely dijjerent") de las proposiciones nor-mativas, y (b) que ninguna proposición normativa puede ser deducida de una proposición descriptiva, dicho de otro modo, que no existe lazo lógico que permita pasar de la una a la otra.'^ En consecuencia, la cuesrión de la disrinción entre descriptividad y normatividad solía parecer inseparable del problema heredado de Hume: ¿acaso es o no posible deducir de manera válida una conclusión evaluativa o normativa de premisas puramente des-criptivistas? No queda muy claro que éste sea el problema crucial. Pero antes de plantear esta pregunta, primero hay que ponerse de acuerdo sobre lo que el descriptivismo afirma efectivamente y en especial, sobre aquello que no afirma.

' Véase Hilary Putnam, FaiUValeur: la fin d'un dogme et autres essais 12002),

trad. fr. de Marjorie Caveribére, París, LÉcIat, 2004 Itrad. esp.: El desplome de

la dicotomía hecho/valor y otros ensayos, trad. de Francesc Forn i Argimon,

Barcelona, Paidós, 2004]. En realidad, la posición de Putnam es ambigua. No

se opone tanto a la distinción entre hecho y valor, sino más bien a la tenden-

cia a hacer de ésta una dicotomía. También parece que su blanco principal no

es el discurso científico, sino el relativismo moral.

• David Hume, Treatise oj Human Nalure, Nueva York, Prometheus Books, 1992, III, 1, I, p. 469 Itrad. esp.: Tratado de la naturaleza humana, trad. de Félix Duque, Madrid, Tecnos, 20051. Para una traducción francesa reciente del Traite de la nalure humaine, véase la de Philippe Saltel, Jean-Pierre Clero y Philippe Baranger, en tres volilmenes, publicada por Garnier-Flammarion, 1999.

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A veces nos gusta creer que quienes defienden la existencia de una distinción sólida entre descriptividad y normatividad sostendrían que una proposición es siempre o bien descriptiva o bien normativa, y que no existirían, entonces, enunciados compuestos. En realidad, defender la hipótesis de una diferencia entre descriptividad y normatividad no implica negar la existen-cia de enunciados compuestos. Un enunciado puede perfecta-mente tener, a la vez, un componente descriptivo y un compo-nente evaluativo. Como lo ha mostrado Gérard Genette, tal es el caso de los juicios estéticos, por lo tanto, de una parte nada desdeñable de las proposiciones formuladas en el marco de los estudios literarios.^ De hecho, una misma frase (sentence) puede tener, según las enunciaciones (uíterances), una función o bien descnptiva o bien evaluativa. Por ejemplo, "Jean-Mane es estúpido" puede querer decir en algunas circunstancias: "Más allá de que la estupidez sea algo bueno o malo, a Jean-Marie se lo puede des-cribir veridicamente como estúpido". Pero en otros contextos (por ejemplo, cuando alguien me pregunta: "¿Te agradaJean-Mane?"), puede querer decir: "Jean-Mane es estúpido y eso es un defecto". Esta proposición comporta entonces a la vez, si es posible gene-ralizar el análisis de los predicados estéticos que propone Genette, un componente descriptivo (la identificación de las propiedades mentales que definen la estupidez) y un componente evaluativo (la estupidez es una cualidad negativa).

También se afirma, a veces, que seria imposible admitir la diferencia entre hecho y valor sin negar que una proposición descriptiva pueda/uncionar como medio retórico para que se acepten valores. Ahora bien, muchos enunciados descriptivos funcionan de este modo. El filósofo J. J. C. Smart ha destacado así que el acto de alabar (o sancionar) puede realizarse muy bien a través de frases descriprivas. Smart da un ejemplo deliciosa-mente anticuado: en lugar de decir que una mujer es bella y, de

' Véase Gérard Genette, UCEuvrc de l'art u. La relation csthctiquc. Paris. Seuil,

1997 Itrad. esp.: La obradelartc ii. La relación estética, trad. de Carlos Manzano,

Barcelona, Lumen, 2000].

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ese modo, usar un predicado evaluativo, la podemos describir del siguiente modo: "Sus mejillas son como rosas, sus ojos, como estrellas".'' Asimismo, sabemos que si se quiere convencer a al-guien de ir a ver una película, en ocasiones resulta más eficaz decir: "Es una película de amor (o una película de horror)", o incluso: "X dijo que esta película era increíblemente bella", en lugar de decir: "Esta película es muy bella". Para inducir la adhe-sión a un valor, en efecto, en muchos casos resulta más eficaz servirse de un juicio factual en lugar de introducir directamente un juicio de valor. Pero este hecho nene que ver con efectos per-locutivos, por lo tanto, con los efectos psicológicos de los actos de lenguaje, y no con su estatus ilocutivo.' En loS ejemplos que acabo de dar, el estatus ilocutivo de los enunciados es bien des-criptivo (describen una realidad, aunque más no sea recurriendo a comparaciones, como en el caso del ejemplo de Smart), pero su efecto psicológico radica en inducir al auditorio a adoptar una actitud favorable respecto de la persona o de la obra descripta. Y el hecho de que el locutor puede usar intencionalmente un enun-ciado de estatus ilocutivo descriptivo porque cree (tenga o no razón) que tal enunciado será más eficaz que un enunciado eva-luativo no modifica el estatus ilocutivo de su enunciado.

Sostener que existe una diferencia entre hecho y valor tampoco exige afirmar que, en el primer ámbito, podemos alcanzar la cer-teza absoluta y que, en el segundo, cualquier consenso resulta

' Véanse John Jamieson Carswell Smart. "Free-Will, Praise and Blame", en

Mind, vol. 70, núm. 279, julio de 1961, p. 403; "Ruth Anna Putnam and the

Fact-Value Distinction", en Philosophy, vol. 74, núm. 289,Julio de 1999, p. 435.

' La distinción entre perlocución e ilocución proviene de Austin. Searle la

retoma para distinguir dos dimensiones de los actos de lenguaje. La dimensión

ilocutiva de un enunciado reúne todas sus determinaciones intralingüísticas;

la dimensión perlocutiva corresponde a sus efectos pragmáticos. Véanse John

Langshaw Austin, Quand diré, c'est Jaire, trad. fr. de Gilíes Lañe, París, Seuil,

1970 [trad. esp.: Cómo hacer cosas con palabras, trad. de Genaro Garrió y

Eduardo Rabossi, Barcelona, Paidós, 2003]; John R. Searle, Sens et expression.

Etudes de théorie des actes de langage, trad. fr. de Joélle Proust, París, Minuit,

1979, pp. 39-70.

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imposible. Para criticar la distinción de Hume, Hilary Putnam señala que quienes la apoyan son víctimas de una visión dicotómica que separa el pensamiento en dos ámbitos; el de los "hechos" que pueden establecerse más allá de cualquier controversia ("established beyond controversy") y el de los valores, objeto de irremediable desacuerdo ("hopeless disagreement").^ Pero es posible defender el dualismo entre hecho y valor, o entre discurso descriptivo y dis-curso evaluativo, pensando, por otra parte, que la mayoria de los hechos quizá nos resulten siempre inaccesibles y que, respecto de los restantes, nuestro conocimiento nunca será más que probable. Un descriptivista puede ser un escéptico; precisamente como lo era el joven Hume. Igualmente es posible defender la distinción entre hecho y valor, sosteniendo que el consenso es regla en el ámbito del valor La disnnción entre hecho y valor es independiente de la cuesrión de la certeza y del consenso.

Asimismo, adoptar una actitud descriptiva no impide en ^absoluto dar cuenta del elemento eventualmente normarivo de

las realidades que uno se propone describir. En una situación así, el estatus normativo forma parte del hecho estudiado y, como tal, puede y debe entrar en la descripción. En ese senrido, a veces, se dice que no se podria desarrollar una estética descriptiva ya que el campo de la estérica es intrínsecamente un hecho de valor; cualquier obra de arte riene una pretensión de vahdación y esta pretensión forma parte de su identidad o de su ser. Dicho de otro modo, una obra de arte tendria un estatus cercano al de ciertos actos de lenguaje, por ejemplo, las promesas, cuyas reglas cons-rituyentes implican un componente normado y normativo. De hecho, el enfoque descriptivista no desconoce para nada que una obra de arte es, como todos los productos humanos y muchas cosas no humanas, una realidad constitutivamente normada. Simplemente, un descnptivista cree que csia dimensión evaluativa

' Hilary Putnam, Reason, Truth and History. Cambridge, Cambridge Uni-

versity Press, 1981, p. 71. Traducción francesa: Raison, vérité et histoire. Paris,

Minuit, 1984 Itrad. esp.: Razón, verdad ehistoria, trad. deJ. M. Esteban Cloquell,

Madrid, Tecnos, 1988).

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se vincula con los usuarios, es decir, parte de la hipótesis de que los predicados que expresan valores son predicados relaciónales y no predicados objetuales. En el campo de los estudios literarios, el descriptivista se halla así en la misma situación que el filósofo que describe los actos de lenguaje: cuando debe describir un acto de lenguaje normativo, riene necesariamente que describirlo en su estatus normativo, dando cuenta de su lógica normativa. Pero esto no significa que su descripción sea a su tumo normariva. Por lo tanto, admitir que las obras hterarias son siempre objetos eva-luados (positiva o negativamente) no implica la imposibilidad de adoptar una actitud descriptiva para estudiarlas. El valor también es un hecho, y puede y debe ser estudiado como tal desde una perspectiva descriptiva.

El ideal descriptivista tampoco implica que la elección de la acritud descriptiva, o la elección de los objetos que se estu-diarán, no pueda ser la expresión o la consecuencia de los valo-res a los que se adhiere. Ruth Anna Putnam creyó objetar a la tesis de Hume que, como justamente intereses humanos incitan a los científicos a investigar, y especialmente a elegir un objeto en lugar de otro, la empresa cienrifica como tal está saturada de valores. PeroJ. J. C. Smart le respondió, con mucha agudeza, que la decisión de un cienrifico de estudiar las ecuaciones de Maxwell (en lugar de otra cosa) puede derivarse de un posicionamiento axiológico, pero esto no hace que las ecuaciones en cuesrión impliquen un juicio de valor. Que tales juicios sean causalmente responsables de la elección de los hechos que decidimos descri-bir no transforma nuestras descripciones de los hechos en juicios de valor. ̂

El defensor del ideal descriptivista reconoce, por supuesto, que su programa de investigación está sometido a normas "epis-témicas", como la verdad, la falsabihdad, la posibihdad de un control intersubjetivo y justamente, la neutralidad axiológica. Y admite a esta última con tanto más gusto cuanto que un discurso

' John Jamieson Carswell Smart, "Ruth Anna Putnam and the Fact-Value Distinction", op. cit., p. 432.

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descriptivo, para él, sólo tiene éxito si cumple con las condicio-nes enunciadas por tales normas. Si quiero describir la realidad como es, es necesario que mi discurso se deje guiar por la "norma de lo verdadero", retomando la expresión de Pascal Engel, pero también por la de la "neutralidad axiológica". El descriptivista no afirma que lo real nos es dado: considera que la descripcitín es una construcción humana, un conjunto de representaciones constreñidas por la norma de lo verdadero, en otras palabras, un conjunto de enunciados cuyos autores reconocen que una de las condiciones para su éxito radica en la satisfacción de esa norma. En cambio, sostiene que estas aserciones apuntan a afir-mar únicamenle lo que son los objetos a los que se refieren, y no lo que deberían ser. Su discurso está muy normado, puesto que está sujeto a reglas episiémicas, pero entre ellas figura precisa-

( mente la neutralidad axiológica, que le prohibe formular juicios de valor sobre los objetos denotados por su discurso. Que haya filósofos que confunden estos dos problemas da que pensar.

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V Descripción, comprensión y explicación: un enfoque filosófico

SIN EMBARGO, hay que reconocer que los argumentos anteriores no resuelven la objeción más difundida en contra de la posibi-lidad de una orientación descriptivista en el campo de los estu-dios literarios. Pues esta objeción no se basa en un antidescrip-rivismo de principios, más bien destaca la especificidad de los <C objetos de estudio de las ciencias humanas. Esta especificidad reside en el hecho de que los objetos estudiados por estas cien-cias no son "hechos brutos",' como lo son los acontecimientos o procesos fisicos que estudian las ciencias naturales. Más pre-cisamente, su propia identidad no reside en los acontecimientos o en los procesos fisicos en los que éstos se encarnan, sino en aquello de lo que "se sirven", aquello a lo que reenvían, la sig-nificación a la que apuntan, etc. Dicho de otro modo, para co-nocerlos no es nada útil describirlos (indicando sus caracteris-ticas fisicas),.es necesario comprenderlos. Por ejemplo, si escribo: "Hoy es un lindo día, ¿no es cierto?", y alguien quiere aclarar la naturaleza de lo que acabo de producir, no le servirá de nada analizar el papel, estudiar la composición química de la tinta o calcular cuánta unta he usado. Tampoco le servirá de mucho medir el largo total de las marcas de tinta, o la distancia entre dos marcas, o incluso contar la canridad de marcas, dar cuenta de su dibujo por medio de ecuaciones, etc. Deberá tomar con-

' La noción de hecho bruto fue introducida por Gertrude Elizabeth Margare!

Anscombe ("On Brute Facts", en Analysis, voL 18, núm. 3, 1958). Searle la

retoma a partir de Les Actes de langage, Paris, Hermann, 1972 [trad. esp.: Los

actos de habla. 5" ed., trad. de Luis Valdés Villanueva, Madrid, Cátedra, 2001].

Allí opone los hechos brutos a los hechos intencionales, partición ontológica

que desempeñará un papel crucial en el conjunto de sus trabajos posteriores,

sobre todo en La construcción de la realidad social.

DESCRIPCIÓN, COMPRENSIÓN Y EXPLICACIÓN: UN ENFOQUE FILOSÓFICO • 61