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LA PEDAGOGÍA MISIONERA DE FRANCISCO DE ASÍS Y DE MADRE BERNARDA DESAFÍOS PARA NUESTRA PRÁCTICA PEDAGÓGICA 1. Objetivo: Conocer y profundizar la pedagogía de San Francisco de Asís y de la Beata María Bernarda Bütler, para aprender de ellos, dejar que nos comuniquen el Espíritu que les inspiró y así iluminar nuestro actuar y revitalizar la calidad humana, pastoral y profesional de la presencia y trabajo pedagógico que nos debe identificar y animar. 2. Presupuesto: Se dice con propiedad que somos lo que son nuestros pensamientos, que actuamos según lo que pensamos. La espiritualidad que vive una persona, la visión y experiencia que tiene de Dios, del ser humano, de la vida, del mundo y de si misma determinan su modo de pensar, de ser y de actuar. Nadie educa sin saber para qué educa; hay un proyecto de ser humano encerrado en toda acción pedagógica y detrás de toda institución educativa. ¿Qué pensamos del hombre? ¿Cuál es la imagen de persona que está por detrás de mi pensar, hablar y actuar? ¿Cuál es el ideal de ser humano que queremos con nuestra acción pedagógica? 3. ¿Qué entendemos por pedagogía? Históricamente, en la antigua Grecia, se denominaba pedagogo el esclavo que acompañaba, es decir, que llevaba el niño de la mano al lugar donde este recibía instrucción. Allí se quedaba el esclavo escuchando la lección que el maestro le daba al aprendiz y mientras lo regresaba a la casa, le repetía y le ayudaba a retener las enseñanzas recibidas. Así, él mismo iba aprendiendo. Más tarde, pedagogo pasó a indicar el educador y de pedagogo se formó pedagogía para designar la ciencia, el arte de educar y la reflexión sobre el hecho educativo. La pedagogía asume cada día más importancia entre las ciencias humanas. Es el arte-ciencia de conducir al ser humano a su

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LA PEDAGOGÍA MISIONERADE FRANCISCO DE ASÍS Y DE MADRE BERNARDA

DESAFÍOS PARA NUESTRA PRÁCTICA PEDAGÓGICA

1. Objetivo: Conocer y profundizar la pedagogía de San Francisco de Asís y de la Beata María Bernarda Bütler, para aprender de ellos, dejar que nos comuniquen el Espíritu que les inspiró y así iluminar nuestro actuar y revitalizar la calidad humana, pastoral y profesional de la presencia y trabajo pedagógico que nos debe identificar y animar.

2. Presupuesto:Se dice con propiedad que somos lo que son nuestros pensamientos, que actuamos según lo que pensamos. La espiritualidad que vive una persona, la visión y experiencia que tiene de Dios, del ser humano, de la vida, del mundo y de si misma determinan su modo de pensar, de ser y de actuar. Nadie educa sin saber para qué educa; hay un proyecto de ser humano encerrado en toda acción pedagógica y detrás de toda institución educativa. ¿Qué pensamos del hombre? ¿Cuál es la imagen de persona que está por detrás de mi pensar, hablar y actuar? ¿Cuál es el ideal de ser humano que queremos con nuestra acción pedagógica?

3. ¿Qué entendemos por pedagogía? Históricamente, en la antigua Grecia, se denominaba pedagogo el esclavo que acompañaba, es decir, que llevaba el niño de la mano al lugar donde este recibía instrucción. Allí se quedaba el esclavo escuchando la lección que el maestro le daba al aprendiz y mientras lo regresaba a la casa, le repetía y le ayudaba a retener las enseñanzas recibidas. Así, él mismo iba aprendiendo. Más tarde, pedagogo pasó a indicar el educador y de pedagogo se formó pedagogía para designar la ciencia, el arte de educar y la reflexión sobre el hecho educativo.

La pedagogía asume cada día más importancia entre las ciencias humanas. Es el arte-ciencia de conducir al ser humano a su madurez, de presentarle caminos, metas, despertar en él los sentimientos mejores que le pueden dar un sentido más pleno a su vivir, a formarse integralmente y realizarse. También dice respecto a las teorías, a los métodos y a los problemas relativos a la educación y la reflexión sistematizada que establece prácticas, estrategias, con indicadores para programar, realizar y evaluar una acción o un proceso. Hay una pedagogía que fundamenta toda acción que realizamos.

4. Sentido de misión, misionero:Etimológicamente, misión significa envío, enviar. Esto supone alguien que envía, uno/a que se deja enviar y una relación entre ambos de identificación de voluntades y mutua fidelidad personal. De misión adviene misionero, es decir, enviado, anunciador de la Buena Nueva de la salvación. La condición fundamental es que el enviado/a se identifique con la voluntad de quien le envía, que viva pendiente del que le envía y de aquellos a los que ha sido enviado. ¿Qué quiere Dios? ¿Qué necesitan aquellos/as a quienes me envía? son sus interrogantes permanentes.

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Sólo hay un misionero: Jesucristo, el enviado del Padre, el Hijo de Dios encarnado en la realidad humana y una única misión: la de Jesús, para anunciarnos la Buena Nueva, rescatarnos del pecado y concedernos la adopción filial (Cf. Gal 4,5). La misión terrena de Jesucristo empieza en el pesebre y culmina con la entrega redentora de su vida en la Cruz “a fin de que todos los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5,15).

De Jesús recibió la Iglesia su razón de ser, que es esencialmente ser misionera, anunciar la Buena Nueva a todos los pueblos, testimoniarla de modo encarnado en las diversas condiciones históricas y culturales, animada por el Espíritu Santo, ser levadura, sal y luz en el mundo, para que el Reino se realice y el plan salvador de Dios se concretice (Cf. Mt 5,13-16). La Iglesia vive para anunciar a Jesucristo que vino, que viene, que vendrá y entonces, en el retorno con Él a la casa del Padre, habrá culminado toda la misión.

La responsabilidad misionera es, pues, de todos los cristianos, miembros de la Iglesia, por fuerza del Bautismo y de la Confirmación. Es su identidad más profunda. Luego, la pastoral que nosotros realizamos, como familia, como laicos y religiosas, en la educación, salud, catequesis, promoción social, juvenil, etc., es acción misionera, participación específica en la misión evangelizadora de la Iglesia.

En este sentido de misión podemos hablar de carisma misionero y de pedagogía misionera de Francisco de Asís y de Madre Bernarda, haciendo referencia al don que Dios les concedió para, de forma específica, vivir y anunciar el Evangelio en los pasos de Jesucristo, cooperar en la humanización y liberación de toda persona.

5. Fuentes de la pedagogía franciscana

La Encarnación de Jesús es el punto de partida de toda la vida y las opciones de Francisco de Asís. En Jesús, Francisco encuentra a la Trinidad y en Dios a todas las criaturas. Contemplando a Jesús, conoce al Padre, actúa guiado por el Espíritu y de allí su visión de Dios, del mundo, de las personas, de la vida, todo su modo de ser y de actuar. Francisco reconoce que en Jesús todo y todos quedan dentro de la órbita del amor, de la filiación y de la fraternidad. Cada ser humano es un hijo/a de Dios Padre-Madre, un hermano/a y toda la creación es obra de Dios, redimida por Jesús.

Su única escuela y camino de vida es el Evangelio. Comprende que el Evangelio es nuestro Señor Jesucristo, la Palabra de Dios encarnada a quien debemos amar, conocer, seguir y anunciar y, sobre todo, con quien nos hemos de identificar. “El Señor me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio” (Test. 14). Francisco no tiene conocimientos técnicos en materia de pedagogía, pero sí una facultad intuitiva, con la experiencia adquirida y las iluminaciones de la fe, en su práctica pedagógica como fundador y maestro de su Orden religiosa. No se preocupó por escribir un tratado de pedagogía, pero lo que él “vivió, lo propuso en grandes líneas”. Su ejemplo de vida es un itinerario pedagógico siempre actual; su vida, sus gestos y palabras son

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signos y ritos de una pedagogía divino-humana, aprendida directamente de Jesucristo y realizada en la cumbre de la configuración divina.

Francisco es un educador nato. Con sus escritos y su ejemplo deja un itinerario formativo incomparable, una herencia inagotable y siempre actual en el modo de ver, de tratar y de orientar lo humano, una fuente perenne de enseñanzas teóricas y prácticas que forman una escuela pedagógica original y secular. Es un educador de la humanidad; lo demuestra el hecho de que, después de más de 800 años, es escogido como maestro hasta por países no cristianos y pueblos fuera de la cultura occidental.

Por ello hablamos de pedagogía franciscana, como un proceso humano, liberador, con un modo propio de ser, de pensar, de formar, de educar y de relacionarse con Dios, con las personas y todas las criaturas, de reconocer en ellas un hermano/a, un vestigio de Dios, portadoras de dignidad, bondad, libertad y de sentido de vida. Una pedagogía en función de la vida, con el ideal de hombre completo, conformando el pensamiento, el sentimiento, el querer, toda la vida con Cristo y su Evangelio.

6. Líneas maestras de la pedagogía de San Francisco de Asís

La centralidad en Cristo. En el franciscanismo, la educación es vista a la luz del misterio de Cristo. Cristo es el fundamento del cristianismo, de toda la creación, de la historia, de la humanidad y de cada hombre en particular. Es la razón de la vida y de la educación misma: eje del conocimiento, del amor, de las decisiones. El educador, evangelizador, misionero tiene por centro y modelo a la persona de Jesucristo y se esfuerza por imprimir en las personas la forma de vida y la doctrina de Cristo, de tal manera que conformen con Él su vida, acojan y amen a todos como hermanos en Cristo.

Realizar la vida según el Evangelio. Francisco invita a sus hermanos al seguimiento de Cristo, pero es él el primero a colocarse a los pies del Único Maestro. Allí asimila la pedagogía del Evangelio, la vive y enseña a vivirla, lo hace el contenido de sus enseñanzas y su propia pedagogía, con la palabra, el ejemplo y la atención personalizada. Sus seguidores deben sencillamente vivir el Evangelio, revestirse de Cristo que es el Evangelio vivo y repetir en su vida los misterios de Jesús.

El humanismo. De la encarnación de Jesucristo nace el humanismo cristiano que vive Francisco. Por causa de Cristo, modelo de toda humana criatura, la pedagogía franciscana busca ayudar a la persona a ser humana, a realizarse por la libertad, a trabajar, a ser fraterna, a tener más alma, a vivir su dignidad de hijo/a de Dios y hermano/a en Jesús y a respetar todo el universo, creación de Dios. Sincroniza vida y pensamiento, mística y trabajo, contemplación y acción, persona y comunidad.

La formación integral de la persona humana. El eje de toda acción pedagógica franciscana es formar al ser humano integral, hijo de Dios, hermano de los demás y de toda la creación, armonizado, capaz de recorrer su itinerario hacia Dios (ser trascendente), de convivir, de tener un proyecto y sentido de vida, de defender por doquier la vida, la justicia, la libertad y a la paz. La persona, como criatura de Dios, tiene

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su dignidad y valor inalienable y la educación y evangelización deben favorecer su desarrollo integral, su humanización y realización.

La fraternidad. Por Jesús, Francisco descubre que Dios es Padre de todos y que todos los hombres son hermanos. Pasa como un hilo de oro en todas sus acciones y normas el pensamiento evangélico: “Ustedes son todos hermanos” (Mt 23,8). Enseña que no se puede dar testimonio de Dios, que es Trinidad solidaria, sino viviendo como él, en fraternidad y comunión. Francisco sólo es con los otros, es el hermano y, como educador, actúa siempre como “hermano” y “servidor”, renuncia a todo título de guía, maestro y padre. La pedagogía franciscana es pedagogía de la fraternidad caracterizada por el amor, el profundo afecto por los discípulos, considerados no como súbditos, sino hermanos.

La relación con todas las criaturas. Francisco, el peregrino de Dios, encuentra “el Altísimo, omnipotente y buen Señor”, fuente de la Vida de la cual brotan todas las criaturas, humanas o no. Todas son resonancia divina, rostro de Dios, hermanos/as. Entonces ama a Dios amando a toda la creación. Enseña que todo es respetable, porque todos venimos del mismo Padre Dios, tenemos el mismo destino y la misma fuerza divina que nos sostiene y todo, también la materia, fue redimida por la humanización de Cristo. Cada ser tiene significado, sentido y misión y Dios quiere un mundo fraterno y humano. La pedagogía del amor. El amor es la primera y fundamental inspiración pedagógica del franciscanismo. El secreto del estilo pedagógico de Francisco reside en el inmenso amor que nutre por todas las criaturas, particularmente por sus hermanos. Los ama con entrañas maternas de misericordia, envuelve a todos con la ternura de Cristo y recoge las voces de las criaturas, armonizándolas en su Cántico de amor y alabanza. Toda educación pasa por el amor, es obra de una persona que se coloca al servicio del amor. El medio más directo para alcanzar la verdad es siempre amarla.

El espíritu singular de misericordia y de paz. “Quien está constituido en autoridad sobre otros, manifieste y practique tal misericordia como le gustaría recibir” (2CtFi. 42). El espíritu franciscano es de bondad, amabilidad, mansedumbre, cortesía y profunda misericordia, porque es amar y acoger a cada hermano/a como Cristo nos ama, como Dios nos acoge, nos respeta y nos concede todo el bien. Con su peculiar pedagogía, Francisco supera la violencia que serpea en la sociedad, viviendo como hombre de paz, de perdón y misericordia, haciendo resplandecer la paz de Cristo.

El testimonio de vida. De Francisco se afirma que “la fuerza de su testimonio, inmersa en el decurso de los siglos, adviene más de lo que él era que de lo que se esforzaba por decir y enseñar”. Él sabe bien que la virtud es más importante que las palabras y afirma que “según el ejemplo del Señor, es necesario antes hacer y después enseñar; mejor, hacer y enseñar al tiempo” (2Cel. 107). El educador, el misionero deben preceder a sus educandos y evangelizados con la palabra y el ejemplo. Toda enseñanza es válida en la medida del testimonio personal.

La libertad. “Para ser libres nos ha liberado Cristo” (Gl 5,1). Francisco es el hombre despojado y libre. Pedagogía franciscana es formación para la libertad. La persona, sea quien sea, es un valor absoluto, intocable, tiene derecho a ser respetado, porque es imagen

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de Dios, depositaria de libertad. Francisco se libera de todo y enseña que hay que liberarse de la tiranía de las cosas, de las ideologías, del adormecimiento de las conciencias, de la ambición y de la gloria, del dominio y poder que excluyen. Reconoce que es el Espíritu de Dios quien nos muestra siempre la verdad y la verdad libera, por ello dice:“lo que se debe desear por encima de cualquier otra cosa es tener el Espíritu del Señor y su santo modo de actuar” (2Reg 10,8-9).

La alegría y la esperanza. Quien descubre lo esencial en sí y descubre a Dios Padre de todos, que a todos ama y de todos cuida y descubre que tiene hermanos, se simplifica, profundiza, vive la alegría, el gozo, la esperanza. La pedagogía franciscana se reviste de utopía, de esperanza cierta y de perfecta alegría. Enseña a recuperar la alegría, la lúdica, la fiesta de la vida; desarrolla la capacidad de crear lo nuevo y la utopía de la esperanza que es una urgencia para nuestro mundo.

El amor al trabajo. El trabajo, para Francisco, es una fiesta, porque es el modo de estar con las personas, de conseguir qué compartir con los hermanos y de agradecer los dones de Dios. Enseña a recuperar el sentido alegre del trabajo, a formar para el trabajo, la perseverancia, la fortaleza, la persistencia aun en lo difícil; a asumir las dificultades y dolores de la vida; a evitar el ocio y a reconocer la dignidad de todo trabajo humano.

La actitud de minoridad, humildad y pobreza. Es la pedagogía del servicio, del respeto y amor fraterno. Francisco ama verdaderamente a Dios sobre todas las cosas y a los demás como Cristo nos ama y esto lo hace capaz no tanto de oponerse a los errores de su tiempo, sino de superarlos en su persona, en su vida y acción. Supera y enseña a superar la idolatría de la riqueza con la pobreza evangélica; el consumismo, el lujo y la exhibición del vivir social con la sencillez más radical, pero sin repudiar la cortesía y fineza con todos; las discriminaciones sociales, amando, integrando y respetando a todos como a hijos de Dios, hermanos en Cristo, personas humanas.

7. La pedagogía de la Beata Madre María Bernarda Bütler

La excelencia pedagógica de Madre Bernarda está en relación a la unidad que guarda con su vida espiritual. Se puede decir que se trata de una espiritualidad pedagógica y una pedagogía espiritual que brotan de su experiencia de Dios y su vivencia misionera. “Tenía total y sincero interés por cada persona con quien entraba en contacto. De ella se podía esperar siempre un buen consejo como fruto de la acción profunda y operante del Espíritu. Daba respuesta a todo el que se le acercaba en búsqueda de orientación; tenía la palabra oportuna en cada ocasión e infundía paz y serenidad” (Esp. y Misión p. 72).

Madre Bernarda es portadora de una sabiduría pedagógica innata, una gran facultad intuitiva, una experiencia adquirida, iluminada por la fe, fruto y expresión de la contemplación y vivencia espiritual.“En la manera como la Madre Bernarda actuaba había mucha pedagogía, pero este arte no estudiado en libros, procedía de su prudencia natural y tierna sensibilidad para saberse poner en lugar del otro, de su amor amplio, vigilante y generoso. También parece que Dios formaba y ennoblecía la pedagogía de la Madre Bernarda, dándole el conocimiento de los corazones...” (Un alma víctima, p. 195).

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Madre Bernarda sigue a Jesús mirando el ejemplo de Francisco de Asís. Vive y deja en herencia la genuina espiritualidad y pedagogía franciscanas, dándole su tinte personal. Su espiritualidad, como sus enseñanzas pedagógicas, son también la expresión habitual y natural de la contemplación de los misterios de la Trinidad y Encarnación de Jesús.

Así como Dios es misericordioso y Jesús deja el seno de la Trinidad para encarnarse en nuestra realidad y redimirla, ella opta por la vida misionera para ir donde están los hermanos más necesitados y encarnarse allí. Va en actitud de verdadera minoridad, como hermana, igual que Jesús, para encontrar en cada persona un hermano/a, un hijo/a amado/a de Dios Padre-Madre. Va para estar con la gente, se hace una con ellos, respeta su situación y cultura y les anuncia el amor de Dios. Vive, como Jesús, el despojo, la humildad y la voluntad divina. Su testimonio, palabra y acción son enseñanza pedagógica.

8. Líneas maestras de la pedagogía de Madre Bernarda

El Evangelio es su libro de meditación constante y lo asume como norma de vida. En tal forma se configura a Jesús que puede afirmar: “Mi vivir es el Evangelio”. Es decir: “Yo vivo a Jesús, sigo la pedagogía de Jesús, procuro hacer lo que hizo Jesús”. Con el ejemplo de vida, estimula y contagia a vivir el Evangelio como único fundamento y camino pedagógico. “El Evangelio sea no sólo el libro que amen e imiten, sino el camino que recorran, la vida que vivan. La doctrina evangélica es semilla que debe brotar en la vida y muerte diaria y sazonar frutos en la práctica”... (Nov. J. de Dios, p. 43).

Pedagogía de la misericordia. “Como las raíces del roble se agarran a la roca, así se agarra la confianza de la Madre Bernarda a la misericordia divina” (Un alma víctima, p. 186). Tocada por la misericordia de Dios, manifestada en la encarnación de Jesús, se torna para todas las personas un signo de Dios Padre bueno, misericordioso y solícito. Asume la misericordia como directriz y fundamento de su vida espiritual y misionera. Mediante sus enseñanzas, plasma esta impronta en la Congregación y quiere que se caracterice por la vivencia de la misericordia traducida en obras, que este sea el criterio de toda acción pedagógica.

Madre Bernarda demuestra con su vida que sabe lo que es la misericordia. Colocando siempre sus ojos en el Evangelio, muestra continuamente como vivir el mandato de Cristo: “Sean misericordiosos como mi Padre Celestial es misericordioso” (Lc 6, 36). Enseña que vivir la misericordia significa también tener un corazón sincero y compasivo, ofrecer a todos, indistintamente y desde el vivir diario, un amor sin reservas, un trato amable, cercano y cariñoso, un servicio calificado y fraterno. “Trate a la gente benigna y misericordiosamente conforme a lo que hace el manso y bondadoso Corazón de Jesús con los débiles. Ruegue a Dios que le dé su espíritu de amor, entrega, misericordia, paciencia y mansedumbre” (Escr.Par. 49).

La primera biografía de Madre Bernarda relata que “Ella y sus Hermanas atienden a cuantos acuden a la puerta de la casa religiosa para un desahogo, un consejo, un auxilio, un apoyo. Les lavan y curan las llagas y les suministran remedios caseros, como alguna hierba buena para el estómago, una bebida fortificante para el corazón enfermo, o una sopa nutritiva. Nadie se aleja sin recibir una palabra de aliento, una orientación religiosa que

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caía como bálsamo en el alma atribulada. Ayudan al pueblo en todo con solicitud y la práctica de las obras de misericordia. Hospeda en el pequeño convento a ancianas enfermas y abandonadas; las cuida con todo cariño hasta la muerte y les da cristiana sepultura” (Un alma víctima, p. 132).

La educación, medio privilegiado para evangelizar y extender el Reino de Dios. En respuesta a las urgencias de la realidad, Madre Bernarda asume la escuela y la catequesis como medios privilegiados para evangelizar, porque la evangelización humaniza y personaliza el ser humano y garantiza su dimensión trascendental. “Tengan en las escuelas un gran celo por el bien espiritual de las personas. No ahorren esfuerzo alguno para cultivar los sentimientos religiosos, cristianos y afianzarlos con repetidas enseñanzas” (Ct. de Esp. 64).

Con la palabra y el ejemplo, contagia a todos a vivir y anunciar el Evangelio e impregnar toda educación del sentido de Dios. Es decir, a educar evangelizando y a evangelizar educando. “El Evangelio sea el principio, medio y fin de sus instrucciones. La vida de Jesús, su doctrina y ejemplo debe usted esculpir en sus confiados para que éste sea su programa de vida, su estrella polar” (Ct. a las Form.). Hagan lo que esté a su alcance para grabar en los alumnos las máximas del Evangelio” (Ct. de Esp. 64). El conocimiento de la realidad y atención a los “signos de los tiempos”. Enseña que conocer la realidad es el punto de partida para toda la misión. Empieza por escuchar a las personas, pues la escucha es indispensable para el conocimiento y una acción respetuosa. “Tomémonos el tiempo para escuchar y averiguar bien. Seamos responsables”. Hijas de San Francisco, como también las demás educadoras laicas, cuidaos de no destruir la sencillez de la gente del pueblo. Cuidad que la juventud, especialmente la femenina, no pierda la sencillez y el gusto por la vida hogareña” (D. Esp. cuad. 34).

Con una visión abierta, advierte que hay que prestar atención y darle respuesta adecuada a los “signos de los tiempos”, a los desafíos de la realidad, a las necesidades de las personas, a los acontecimientos, que son, a menudo, expresión del querer de Dios. “Dios se hace sentir acá y allá en los acontecimientos naturales y sociales. Ellos deben provocar sensibilidad, conmover, porque son la voz de Dios. No se debe aceptar incondicionalmente y sin discriminación la mentalidad de quienes hoy dominan el mundo. Ellos solicitan reacciones de oposición de palabra y de obra, una posición valiente, con el dinamismo fecundo de los hijos de Dios” (Ct. de Esp. 95). “Crítica es la época en que vivimos y grande como nunca la urgencia de la oración y de la virtud” (Ct. de Esp. 32).

La centralidad en la persona y su formación integral. Enseña la auténtica pedagogía, cuyo centro es la persona y su humanización y promoción integral. “Trabajad en la promoción integral del pueblo según sus necesidades y nuestras posibilidades, con responsabilidad y respeto por cada persona. “Enseñad a vuestros educandos todo lo que es necesario para la vida doméstica, para defenderse en la vida, adquiriendo el espíritu de sencillez, sobriedad y amor al trabajo. Enseñadles cosas útiles y prácticas” (D. Esp. cuad. 5). “Es difícil imaginar cuán débil espiritualmente es la juventud de nuestro tiempo. Vuestro más vivo interés sea la promoción moral e integral de vuestro ambiente” (Ct. de Esp. 46).

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Como verdadera pedagoga, Madre Bernarda enseña a respetar la realidad y diversidad de cada persona. Advierte que no se debe usar la misma medida para todas las personas. Esto es respeto, justicia, reverencia por la individualidad, la libertad y las posibilidades de cada uno. “En la formación, tenga siempre en cuenta la diversidad de carácter y temperamento... Usted sabe que no se puede meter a todo el mundo en el mismo molde” (Ct. a las Form).“Interesaos por los problemas de vuestros encomendados, aconsejad y ayudad” (Ct. de Esp. 19).

La calidad de la enseñanza. La Escuela de las Hermanas es una bendición para todo el pueblo. La Madre Bernarda orienta el trabajo de las demás con útiles enseñanzas de su experiencia de vida y talento pedagógico, con sus oraciones y sacrificios por ellas y por todos los alumnos. Con gusto toma sobre sí los trabajos de la casa para que las Hermanas se puedan dedicar a la preparación de las clases y a aumentar sus conocimientos. Las exhorta a “intensificar sus conocimientos y perfeccionarse en el idioma del país para formar bien a los niños y jóvenes y secundar las exigencias del gobierno”.

Demuestra así el profundo aprecio que tiene por una labor pedagógica y evangelizadora de calidad y como entiende la responsabilidad de quien educa. Quien se dedica a enseñar debe primar por sus calidades humanas, morales, espirituales, intelectuales, pedagógicas y científicas. Insiste en la necesidad de formación y actualización continuas. “Promoveos asiduamente en los mejores principios pedagógicos y no dejéis la costumbre de asistir a las conferencias pedagógicas. Siempre y sin excepción cumplid concienzudamente vuestro deber” (D. Esp. cuad. 9). “No se presenten en las reuniones improvisadamente; lleven ideas y proposiciones maduradas. Tengan espíritu de discernimiento: distingan qué, cuándo y dónde hablar” (Ct. de Esp. 60).

Además, la calidad pedagógica exige llevar a la práctica las enseñanzas. “Cuando dan conferencias... apoyen las enseñanzas en la vida práctica. Sean claras y cortas en su exposición y busquen el verdadero provecho del grupo al cual se dirigen. Interrumpan de cuando en vez para dialogar y asegurarse del modo de asimilación de la doctrina presentada.” (Ct. de Esp. 50).

La pedagogía del amor y acompañamiento. La centralidad en la persona y la calidad pedagógica implican acompañar y amar a cada ser humano, sujeto de su formación. El amor desarrolla las posibilidades, humaniza, estimula lo bueno que hay en cada uno, favorece su crecimiento, lo hace sentirse “hermano/a”. Madre Bernarda no se cansa de presentar a las Hermanas el ejemplo del “Maestro divino, amigo de los niños y educador por excelencia”. Insiste a que “oren por sus alumnos, por sus pacientes, por sus evangelizados” y sean para todos “verdaderas madres”, “ángeles de bondad”, “dedicadas y pacientes”. “Hermanas que trabajáis en la educación de la juventud, tened paciencia, perseverad, orientad, amonestad y por encima de todo, amad y orad. Hermanas enfermeras, de nuevo os digo: sólo el amor abnegado es capaz de sanar y orientar a corazones heridos por el dolor” (Ct. de Esp. 45)

“A vuestros alumnos debéis enseñarles muy bien; animarlos con amor, paciencia, misericordia y mansedumbre incansable. Tened como fundamento de vuestro apostolado educativo la firme convicción de que el amor, la paciencia, el diálogo y la amabilidad alcanzan cien veces más que el rigor” (D. Esp. cuad. 7). “Sed para los alumnos verdaderas

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madres y este amor les despertará nuevas destrezas” (D. Esp. cuad. 3). “Hermanas educadoras, tengan un nuevo interés en formar a sus educandos, comportándose como auténticas madres; sean pacientes y permitan que el amor les sugiera siempre nuevos y eficaces métodos. Continúen, aunque todo les parezca inútil. Y cuando tengan que corregir, cálmense primero, y luego corrijan con amor, paciencia y firmeza equilibrada” (Ct. 13/05/17).”Recordad que vuestra principal tarea consiste en aceptar y amar” (Ct. de Esp. 98)

La formación en la espiritualidad y valores franciscanos. Educar, evangelizar, es llevar a las personas a la experiencia personal de Jesús. Llenar las inteligencias, pero más aún los corazones, con la Verdad y el Bien. Formar para actitudes de misericordia, sencillez, respeto, diálogo, servicio, fraternidad, paz... Estos son, entre otros valores, los que necesita cada persona para reconstruir su dignidad y el tejido de la familia y de la sociedad. “La razón de la actual crisis de valores en el mundo es la ausencia de virtudes inspiradas y basadas en el Evangelio”(Ct. de Esp. 55). “Sed mensajeras de paz y bien; que este mensaje brote vigorosamente de una vivencia íntima, fecundada por las virtudes de la mansedumbre y humildad” (Ct. de Esp. 97).

La opción por los pobres. A ejemplo del total despojo de Cristo en su encarnación, la Madre Bernarda privilegia a los más necesitados; por ellos se hace misionera y vive coherente con esta opción. Su gran amor a los pobres la hace exclamar: “Hijas muy amadas, os suplico e insisto: abrid vuestras casas para atender a la promoción de los pobres y marginados. Anteponed la promoción de los pobres a todo y cualquier otro trabajo. Dedicad siquiera dos horas por día a esta labor. Es Cristo quien sufre en ellos, por esto, amémoslos y sirvámoslos con generosidad” (Ct. de Esp. 44).”La humanidad tiene hambre de amor, no se lo neguéis. Son aún más hambrientos de amor los pobres, los ancianos y postergados en general” (Ct. de Esp. 82).

La importancia educativa del ambiente. El ambiente fraterno, cargado de valores evangélicos, es factor altamente educativo y de desarrollo de la comunidad. Es fruto de la mística que anima a cada miembro de la comunidad que lo conforma, del cultivo de valores, del sentido de fraternidad, de relaciones de respeto, diálogo, verdad, reconciliación, coherencia en las actitudes. Las obras católicas franciscanas son ambientes privilegiados de encuentro para la vida, santuarios de relaciones vitales que humanizan, auténticas comunidades formadoras. “Empeñaos diligentemente por implantar por doquier un ambiente de sincera cordialidad” (Ct. de Esp. 98). “Una escuela donde el amor de benevolencia une los corazones es de verdad un paraíso en la tierra” (D. Esp. cuad.7).

El testimonio personal. Madre Bernarda insiste en el valor altamente pedagógico del testimonio de vida del educador/a para la formación de los estudiantes. Hay que ser para ellos modelos de vida. Precederlos con la palabra y el ejemplo. El primer modo de enseñar la virtud es practicarla. “Formad y fortificad a los jóvenes con vuestro testimonio personal. Los jóvenes tienen buenos ojos y mucha habilidad para comprender e imitar los ejemplos puestos a su alcance” (Ct. de Esp. 10). “Esforzaos por adquirir una personalidad firme, prudente y equilibrada, adornada de caridad y sincera humildad. Deseo y quiero que todas os habituéis a un porte fino, aureolado de bondad. Que os acerquéis y alejéis de quien quiera que sea, con una sonrisa cargada de afabilidad. Jamás se os pierda de vista la tremenda influencia de vuestro comportamiento personal” (Ct. de Esp. 82).

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9. Desafíos para nuestra acción pedagógica franciscana

Somos herederos/as del carisma y pedagogía misionera de Francisco de Asís y Madre Bernarda. No sólo las Hermanas, sino todos los que, de una u otra forma, comparten la misión apostólica de la Congregación. Debemos, pues, Laicos y Hermanas, comprender, encarnar y proyectar estas características a través de nuestro trabajo pedagógico. No se trata de repetir sus acciones, sino, en nuestra realidad, vivir su espíritu, encarnar su pedagogía con criterios sólidos, con calidad humana, profesional y pastoral, de modo que se transparente la vida Trinitaria y su misericordia manifestada en Jesús. Así nuestras obras serán lugares de salvación para todos y tendrán también la indispensable excelencia humana, científica, académica y cultural.

No nos basta, entonces, con ser buenos o excelentes profesionales y trabajadores. Laicos y Hermanas somos llamados a ser testigos de Jesucristo, expresión del Evangelio y de los valores franciscanos; a evangelizar a través de nuestras obras y de todo trabajo pedagógico que ejecutemos; a construir fraternidad, a tener entrañas de misericordia y respeto por cada ser humano, a reverenciar la vida de todo el universo, a crear lo nuevo, a ayudar a la humanización y liberación integral de las personas.

- Como identidad, debemos ejercer nuestra acción pedagógica con el modelo de la Trinidad: Personas iguales, Personas diversas, Personas unidas, comunidad, comunión. Recordar la oración de Jesús: “Lo que quiero, Padre, es que sean uno, como Tú y Yo somos uno, para que el mundo crea que Tú me enviaste” (Jn 16,11). Desarrollar en nuestras obras la igualdad de todos, tratar a todos como hermanos, hijos del único Padre Dios, en la diversidad de sexo, raza, edad, cultura, religión, condición social... promover la reconciliación de las diferencias, construir comunión.

- Partir de la realidad. Este es el primero y fundamental paso para toda acción pedagógica. Observar, escuchar, acoger y comprender el contexto en que vivimos y sus irrenunciables desafíos... ¿En qué realidad y cultura estamos? ¿Qué haría Dios aquí? ¿Qué espera la gente de nuestra misión? ¿Quiénes son los estudiantes qué tengo? ¿De qué necesitan? Por esto, para ser fieles a nuestra misión pedagógica, debemos alimentarnos de la realidad y de las culturas. El texto, para nuestra pedagogía franciscana, ha de ser siempre el contexto de la realidad. Así podemos actuar con coherencia y con aquel compromiso interior que por si mismo hace incisiva nuestra acción exterior. - Interpretar los signos de los tiempos que son un llamado de Dios, no un reclamo, una condenación, un castigo. ¿A qué nos llama? A la liberación de la cultura, a proponer nuevos caminos, inventar el nuevo lenguaje, la nueva manera de ser; a construir el nuevo Reino de Dios, a contrarrestar la corriente desacralizadora de la cultura actual y llevar una imagen creíble, humana, real de Cristo al mundo de hoy. A mostrarle a la gente que Dios es cercano y en Cristo se hace hermano. “El Verbo de Dios se hizo carne” (Jn 1,14), es decir, asume todo, asume la historia. Toda nuestra acción pedagógica es abrir horizontes de sentido, acompañar la historia, estar en el mundo, ayudar a humanizarlo, apuntar a lo nuevo.

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- Pensar la fe con las personas, con los niños y jóvenes. Una fe desde la cultura de ellos. Mostrarles una nueva presencia de Dios a partir de nuestro rostro: de un rostro misericordioso, cordial, dialogante, fraterno, coherente con lo que somos. Esto es lo que ellos van a descubrir y allí es que les mostramos el rostro del Padre de Jesucristo, un Dios misericordioso, tierno, dialogante y cercano en Jesús, y, con esto, podemos ir colocando a las personas por lo menos en el umbral de la fe, darles ganas de esta realidad. No sólo hablar de Dios, sino que las personas hagan experiencia vital a partir de nuestro rostro.

- Actuar evangelizando y evangelizar actuando. Una obra evangelizadora es siempre misionera y este ha de ser el ser y hacer de nuestras obras. Tener por centro de nuestra acción pedagógica a Jesucristo y evangelizar a través de todas las actividades y de todo el ambiente. Hacer que nuestras obras sean un espacio de salvación, una verdadera comunidad educativa, un centro permanente de pastoral, donde todo y todos favorezcan la formación armónica e integral, sin olvidar la dimensión trascendente y lleven a las personas a trazar un proyecto de vida y a tener un sentido para luchar.

- Formar el ser humano integral. Tener a la persona como agente de su formación. Ser maestros, formadores, educadores del ser humano integral y de su dignidad intocable. Nuestras obras deben ser un espacio para cada persona vivir la experiencia de la búsqueda de la realización personal e integral. La finalidad de toda nuestra acción pedagógica es la formación de las personas integralmente, para que sean siempre mejores personas, sigan creciendo, sean felices y comprometidas con un mundo mejor.

- Construir fraternidad que es el centro mismo del ser cristiano y de la pedagogía franciscana. Sólo la fraternidad salva las desigualdades, recompone el plan inicial de Dios, humaniza, acoge y potencia a la persona. Hemos de revisar permanentemente nuestra práctica pedagógica. Ella no puede asentarse en el individualismo y la competencia. Genera una gran confusión enseñar cristianismo y competencia, individualismo y fraternidad, hacer discursos sobre la solidaridad en un marco educativo que prepara para la desenfrenada búsqueda del éxito individual. Hay que enseñar a convivir y a compartir, no a competir, a no dejarse esterilizar por la carrera hacia el éxito individual.

- Promover la vida, la ecología. La pedagogía franciscana tiene un aporte irrenunciable: promover la ecología, la reverencia por la creación. Enseñarle a la gente a cuidar el mundo, el agua, las fuentes, las plantas, el aire, los seres vivos, a reforestar, a tener una visión totalizadora, donde todo y todos somos criaturas, hermanos/as y todos dependemos de todos. Es urgente enseñar que vivimos en un universo que debemos cuidar y que, cualquier daño que hagamos, será condenar la vida de todos en el planeta Tierra. El espíritu franciscano de fraternidad y amor al planeta es un reclamo del mundo de hoy que vive en la agresividad permanente y en la violencia desatada.

- Desarrollar la cultura del ser. Hay que advertir del peligro planetario y de las atrocidades que la “civilización del tener” ha provocado y sigue provocando. No podemos engañar y engañarnos en lo que se refiere a la irracionalidad del consumo, a la injusticia social, a la miseria y la violencia que existe en toda parte. Nuestra acción pedagógica debe mostrar lo que está pasando y, a la vez, promover la “cultura del ser” frente al tener. De la subcultura de la indiferencia y egoísmo, que nos aleja de todo, ofrecer la alternativa franciscana de la presencia, de lo humano, del ser.

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- Educar en valores evangélicos-franciscanos. No procrear el mal enseñándolo como bien. Toda nuestra práctica pedagógica debe presentar el valor supremo del Evangelio, del ser humano y de la vida, la formación de la mente y del corazón, la sencillez, la minoridad, el respeto, el servicio, la fraternidad, la solidaridad, la paz. Son, entre otros, lo que necesita cada persona y toda la gente para humanizarse, reconstruir su dignidad y el tejido de la familia y de la sociedad. Pero la formación en valores sólo vale si las personas los leen encarnados en nosotros concretamente.

- Educar para la responsabilidad y el trabajo y para asumir lo difícil de la vida. Frente a la realidad terrible de desempleo en el país y en el mundo, recordando a la Madre Bernarda que insiste: “Enseñen bien y enseñen cosas útiles para que los alumnos se defiendan en la vida...”, urge enseñar más cosas y a hacer más cosas, educar para una verdadera relación con el trabajo como realización humana, enseñar a aprender, a hacer y a convivir, para que sean más útiles y se puedan defender en la vida. Reforzar el respeto, la solidaridad, el compromiso, la perseverancia, la formación de la voluntad, la calidad académica frente a una sociedad que alimenta la mediocridad y superficialidad.

- Vivir y enseñar el humanismo cristiano-franciscano. Hoy vivimos un humanismo de poder, de dominio y exclusión. El espíritu franciscano es un humanismo que se concentra en la misericordia y la fraternidad, en la comunión, la inclusión, la acogida, el respeto y tiene en Jesús su modelo. De aquí parte nuestro camino pedagógico: humanizar, hacer hombres y mujeres a imagen de Dios, expresivos, comunicativos, buenos como Él, capaces de convivir, de tener sentido de vida, de comprender que la vida es una oportunidad para crecer siempre.

- La pedagogía del diálogo. En nuestra sociedad con más espacios de ruptura y de fractura que de encuentro y de unidad, necesitamos dar cabida a una nueva pedagogía del diálogo, liberadora del ser humano. Ser profetas de la libertad y de la liberación desde el talante franciscano, y no de la normatividad. Promotores de nuevos procesos hacia el futuro. Con el diálogo viene el valor de la acogida, de la inclusión e integración, de la no discriminación de mentalidades, personas, culturas, realidades.

- Vivir la cercanía. Porque creemos y anunciamos a un Dios encarnado, que se acercó, asumió nuestra realidad humana y camina con nosotros, nuestra pedagogía, la de la rectora, del un profesor de matemáticas y de cualquier asignatura, de la recepcionista, del vigilante, de todos en nuestras obras, es la cercanía. Caminar con las personas, con respeto, con escucha. Encontrar a Jesús en cada persona con sus problemas, en el drogadicto, en la niña embarazada, en el alumno rebelde, en los padres de familia... comprender, acompañar, compartir, ser instrumentos de paz.

- Educar para la reconciliación y la paz. En nuestro mundo donde crece la violencia en sus más diversas dimensiones, tenemos la grave responsabilidad de educar para la paz, fundamentalmente desde el corazón, pues si las guerras nacen en el corazón, es allí donde hay que construir la defensa de la paz, enseñar la comprensión humana, la tolerancia, la reconciliación y la actitud de formación permanente. Esta es la vía del Evangelio, y la pedagogía de la paz y del bien siempre nos debe caracterizar.

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- Educar para la verdad. Nuestra sociedad tan desintegrada, de apariencias y de mentiras, es un grito de libertad. Nuestra pedagogía franciscana ha de apuntar siempre a la verdad, a la rectitud de mente y de corazón, como camino de humanización. Mostrar a los niños, jóvenes y adultos que las mentiras, las trampas, las copias a los exámenes y trabajos, el incumplimiento de sus deberes, las permanentes disculpas para no vivir sus responsabilidades son el principio de las corrupciones sociales presentes y futuras. No podemos seguir actuando como se esto fuera poca cosa. No basta que nuestros estudiantes acumulen conocimientos y sean competentes; hemos de formar personalidades autónomas, críticas, correctas, con profundas convicciones éticas.

- La opción por los pobres, característica de Francisco y Bernarda y marca del Evangelio. Crece hoy la pobreza material, intelectual, moral, afectiva, espiritual, social... Y surgen las nuevas pobrezas como la falta de preparación para enfrentar las exigencias de la tecnología actual y la falta de un sentido para vivir. En nuestra pedagogía debemos estar atentos a las pobrezas de nuestros alumnos y sus familias, recuperar la austeridad, liberarnos de lo superfluo, dejarnos afectar por el dolor y la vida de los demás, hundirnos en experiencias de solidaridad, de amor, generar una cultura diversa de la que tenemos.

- Vivir la minoridad, que es la actitud de servicio, el despojo, la kénosis, la encarnación, el modo de colocarnos junto a los demás como hermanos. Es natural en los humanos querer dominar, saber, imponer; nadie quiere ser el último, el servidor. El individualismo lleva siempre a competir. Pero nuestra identidad cristiano-franciscana nos enseña a amar y servir; sin ser menos, hacernos menos, ser hermanos, expandir la energía del Evangelio, la pedagogía del amor-servicio, de la auténtica cercanía y fraternidad. - La pedagogía del amor. Nuestra misión es fundamentalmente permitir que la gente que vive sin amor encuentre en nosotros una acogida de amor, encuentre quien la comprenda y la escuche. Que este mundo que no tiene esperanza, la encuentre en nosotros. Ser personas de encuentro, presencia que crea relaciones de acogida, de confianza, que acepta a la persona y la proyecta para que sea más. El amor cultiva la alegría, educa para la esperanza, despierta las potencialidades del ser. La alegría y el amor desarman y llevan al bien. Jamás alguien que se siente amado y que tiene alegría en el corazón, es violento.

- El testimonio personal como valor fundante de toda acción pedagógica franciscana. El mejor liderazgo es el ejemplo. Lo que transmitimos es válido en la medida de nuestro testimonio personal. Uno no enseña sólo lo que sabe, sino lo que es. Luego, lo importante es ser lo que somos, transparentes, sin querer aparentar, sin la ilusión de que somos perfectos. Tener una pedagogía cercana, encarnada en la realidad, como Cristo, ¿Estamos conscientes de este compromiso? ¿Somos garantía de la fe y educación que presentamos? ¿Cómo estamos ayudando a los alumnos a encontrar el sentido para sus vidas y los valores trascendentes, para que lleguen al sentido último de la vida que es Cristo?

- Preguntémonos siempre: - ¿Tienen nuestros estudiantes o las personas a quienes dirigimos nuestra acción, una

experiencia personal de Dios?

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- ¿Aprenden nuestros alumnos a amar, a respetar al otro, a superar las dificultades, a vivir en alegría, a asumir el sufrimiento, a adquirir compromisos de crecer con los otros, a tener un proyecto de vida, a entender que hacen parte de un plan en que todo les dice respeto?

- ¿Aprenden las personas a valorar su realidad histórica, desde el Evangelio, a descubrirle el sentido y significado más allá de si mismas, en Dios?

- ¿Son nuestras prácticas pedagógicas y nuestra obras misioneras signos transparentes del Reino, o una sombra de si mismas?

Si no es positiva la respuesta estamos perdiendo nuestro tiempo y a lo mejor, estamos equivocados en nuestra pedagogía, dejamos de ser fieles al Evangelio, al carisma que Dios ha concedido al mundo por medio de Francisco y Bernarda. Hemos perdido nuestra identidad franciscana y nuestras obras dejan de ser evangelizadoras y constructoras del Reino de Dios, única razón de su existencia.

Con Madre Bernarda pidamos que “El Señor nos unja y nos sature con el óleo de la gracia, bendiga nuestras acciones, enjugue nuestras lágrimas, mitigue nuestras penas, nos

fortifique en las angustias y Él, como altísimo y santísimo Dios y misericordioso Padre de los cielos, nos haga crecer en confianza”.

Así fortalecidos/as, podamos ser fieles a nuestra identidad, a la vida, a la historia, a las personas con quienes actuamos y a Dios que nos ha llamado y enviado.

Hna. Marinês Burin G. Franciscana Mis. de María Auxiliadora

Hna. Marinês Burin- Religiosa Franciscana Misionera de María Auxiliadora.Licenciada en Pedagogía y en Letras, por la Universidad de Passo Fundo-Brasil. Pos graduada en Lingüística, de la Pontificia Universidad de Porto Alegre-Brasil. Magíster en Filosofía, con énfasis en Espiritualidad Franciscana, de la Pontificia Universidad Antoniana, en Roma. Se desempeñó como profesora, directora y coordinadora en centros educativos. Durante cuatro años fue Asesora de Pastoral Social en la Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil. Actualmente es Consejera General, coordinadora de la dimensión misionera de la Congregación y del Proyecto general de compartir espiritualidad y misión con los Laicos.