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Es el país que mejor funciona de Europa. Crece, no tiene paro, su deuda es mínima y está en cabeza de las clasificaciones sobre desarrollo humano. Es una sociedad que ha reconciliado el individualismo de sus habitantes con una idea de proyecto en común. Y ha triunfado. El petróleo ha hecho el resto. El atentado del mes de julio indica que la integración de la inmigración es su asignatura pendiente. Así es la potencia más silenciosa. Por JESÚS RODRÍGUEZ Fotografía de ALFREDO CÁLIZ NORUEGA El manual de la buena vida EL MOTOR DEL PAÍS. La familia Olsen posa en Stavanger, la capital del petróleo. Noruega es uno de los países europeos con más ventajas sociales para ser padres. como ocurre siempre en la arquitectura nórdica; alzada sobre el mar; inmersa en un inmaculado parque de adoquines sembrado de violetas en el que cuando surge un despistado rayo de sol brota una marea de bebés y pensio- nistas en atuendo deportivo; con nueve si- glos de historia, la catedral luterana de Sta- vanger, en la costa suroeste de Noruega, está considerada la más antigua del país. Su inte- rior, mudo, pulcro, sobrio, sin imágenes, en el que las viejas tablas del suelo crujen bajo los pasos de los eles, es el mejor reejo del frugal estilo escandinavo de interpretar la vida, donde el lujo y el alarde son un pecado cívico y moral. El negro y el gris son los colo- res de este país: de su cielo gran parte del año; del salvaje mar del Norte; de la discreta ropa de su gente; de las rancheras suecas y alemanas; de las calles de Oslo. El negro y el gris mimetizan a los noruegos con su entor- no, los uniformizan y hacen que sea difícil detectar la diferencia de clases. “No pienses que eres especial”, rezaba la losofía iguali- tarista del país. Este centenario templo de Stavanger en- cierra otra metáfora del alma de Noruega. No tiene rígidos bancos corridos de madera 36 EL PAÍS SEMANAL

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Es el país que mejor funciona de Europa. Crece, no tiene paro, su deuda

es mínima y está en cabeza de las clasificaciones sobre desarrollo humano.

Es una sociedad que ha reconciliado el individualismo de sus habitantes

con una idea de proyecto en común. Y ha triunfado. El petróleo ha hecho

el resto. El atentado del mes de julio indica que la integración de la

inmigración es su asignatura pendiente. Así es la potencia más silenciosa.

Por JESÚS RODRÍGUEZ Fotografía de ALFREDO CÁLIZ

NORUEGAEl manual de la buena vida

EL MOTOR DEL PAÍS.La familia Olsen posa en Stavanger, la capital del petróleo. Noruega es uno de los países europeos con más ventajas sociales para ser padres.

Sencilla en su complejidad como ocurre siempre en la arquitectura nórdica; alzada sobre el mar; inmersa en un inmaculado parque de adoquines sembrado de violetas en el que cuando surge un despistado rayo de sol brota una marea de bebés y pensio-nistas en atuendo deportivo; con nueve si-glos de historia, la catedral luterana de Sta-vanger, en la costa suroeste de Noruega, está considerada la más antigua del país. Su inte-rior, mudo, pulcro, sobrio, sin imágenes, en el que las viejas tablas del suelo crujen bajo los pasos de los % eles, es el mejor re& ejo del frugal estilo escandinavo de interpretar la

vida, donde el lujo y el alarde son un pecado cívico y moral. El negro y el gris son los colo-res de este país: de su cielo gran parte del año; del salvaje mar del Norte; de la discreta ropa de su gente; de las rancheras suecas y alemanas; de las calles de Oslo. El negro y el gris mimetizan a los noruegos con su entor-no, los uniformizan y hacen que sea difícil detectar la diferencia de clases. “No pienses que eres especial”, rezaba la % losofía iguali-tarista del país.

Este centenario templo de Stavanger en-cierra otra metáfora del alma de Noruega. No tiene rígidos bancos corridos de madera

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Es el país que mejor funciona de Europa. Crece, no tiene paro, su deuda

es mínima y está en cabeza de las clasificaciones sobre desarrollo humano.

Es una sociedad que ha reconciliado el individualismo de sus habitantes

con una idea de proyecto en común. Y ha triunfado. El petróleo ha hecho

el resto. El atentado del mes de julio indica que la integración de la

inmigración es su asignatura pendiente. Así es la potencia más silenciosa.

Por JESÚS RODRÍGUEZ Fotografía de ALFREDO CÁLIZ

NORUEGAEl manual de la buena vida

EL MOTOR DEL PAÍS.La familia Olsen posa en Stavanger, la capital del petróleo. Noruega es uno de los países europeos con más ventajas sociales para ser padres.

Sencilla en su complejidad como ocurre siempre en la arquitectura nórdica; alzada sobre el mar; inmersa en un inmaculado parque de adoquines sembrado de violetas en el que cuando surge un despistado rayo de sol brota una marea de bebés y pensio-nistas en atuendo deportivo; con nueve si-glos de historia, la catedral luterana de Sta-vanger, en la costa suroeste de Noruega, está considerada la más antigua del país. Su inte-rior, mudo, pulcro, sobrio, sin imágenes, en el que las viejas tablas del suelo crujen bajo los pasos de los % eles, es el mejor re& ejo del frugal estilo escandinavo de interpretar la

vida, donde el lujo y el alarde son un pecado cívico y moral. El negro y el gris son los colo-res de este país: de su cielo gran parte del año; del salvaje mar del Norte; de la discreta ropa de su gente; de las rancheras suecas y alemanas; de las calles de Oslo. El negro y el gris mimetizan a los noruegos con su entor-no, los uniformizan y hacen que sea difícil detectar la diferencia de clases. “No pienses que eres especial”, rezaba la % losofía iguali-tarista del país.

Este centenario templo de Stavanger en-cierra otra metáfora del alma de Noruega. No tiene rígidos bancos corridos de madera

36 EL PAÍS SEMANAL

831 Noruega.indd 36-37 19/10/2011 19:57:26

ben generosos préstamos del Estado para matricularse en las mejores universidades del mundo. El Estado controla hasta el con-sumo de alcohol, cuyo monopolio ostenta a través de la red de tiendas Vinmonopolet, únicos comercios en Noruega donde se pueden comprar licores de más de 4,75 gra-dos a un precio hasta tres veces más caro que en España. Una de las a% ciones favori-tas de los noruegos es saquear de bebidas alcohólicas y cartones de cigarrillos los ana-queles de las tiendas libres de impuestos de los aeropuertos en cuanto salen de su país. Una botella de whisky es un regalo siempre bien recibido en un hogar noruego. Sus an-

fitriones le acogerán descalzos, risueños, rodeados de niños, con una tarta casera y expresándose en un inglés perfecto.

Al mismo tiempo que el sueño igualita-rio del Estado de bienestar, acuñado tras la II Guerra Mundial y que ha estructurado desde entonces la convivencia en Europa (con partidos democristianos o socialdemó-cratas en el poder) se pone en cuestión ante el avance del neoliberalismo y por la crisis % nanciera, Noruega, una de las inventoras del sistema del bienestar, lucha por conti-nuar en esa dirección; está en su ADN; nave-

ga por libre, como hace mil años, cuando sus antepasados vikingos se lanzaban al mar a tumba abierta en sus drakkar hacia Reino Unido, América (aún sin descubrir) y Bizan-cio. Noruega no ceja. Representa una equi-librada mezcla de capitalismo y colectivis-mo. De mercado y plani% cación, idealismo y realismo, neutralidad y afán de in* uencia, ingenuidad y estrategia. La cuestión es dar para recibir. “Soy generoso con mis impues-tos porque el Estado es generoso conmigo”. Un contrato entre la comunidad y el indivi-duo que dura hasta la muerte. “Somos ciu-dadanos libres e iguales en la misma direc-ción”, me dirá un sindicalista. En Noruega

tiene más responsabi-lidad el que más tiene. Y no es difícil saber quién es. La información sobre los ingresos de cada ciu-dadano es pública a tra-vés de Internet.

Noruega camina dis-creta y sin aspavientos

por esa tercera vía que le ha convertido en una potencia silenciosa; un próspero Estado ni emergente ni emergido que ocupa desde hace 30 años la primera posición en el Índi-ce de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Sus niveles de desempleo son anec-dóticos; su renta por habitante, la mayor del planeta; su crecimiento, tras tres ejercicios titubeantes, se acercará este año al 3%; su deuda soberana es la más sólida del planeta, y tiene una completa paridad de género por ley tanto en el sector público como en el pri-vado. Arnie Hole, directora general de In-

38 EL PAÍS SEMANAL NORUEGA. EL MANUAL DE LA BUENA VIDA 39EL PAÍS SEMANALNORUEGA. EL MANUAL DE LA BUENA VIDA

fancia, Igualdad e Inclusión Social, nos con% rma que su ministerio tiene un presu-puesto de 5.000 millones de euros (mil euros por habitante) “más que la suma de los ministerios de Pesca, Agricultura y Cul-tura juntos”. El Estado de bienestar llega hasta el diseño y la arquitectura, que, según regula el Gobierno, debe “elegir soluciones ecológicas y energéticamente sostenibles, ser de buena calidad, promovida por el co-nocimiento y la competencia y visible inter-nacionalmente”. El Estado se reserva el pa -pel de “salvaguardar el entorno cultural y velar por la herencia arquitectónica”. Es una declaración de principios. Cuando pregun-to a Andreas Vaa Bermann, arquitecto y di-rector de la Fundación para la Promoción de la Arquitectura Nórdica, cuál es el objeti-vo del diseño en este país, contesta como un relámpago: “Mejorar la vida de la gente”.

Noruega no se parece a nada; tampoco al resto de los Estados nórdicos, bajo cuyo yugo transcurrió parte de su historia. Los no- ruegos aún arrastran cierto complejo de in-ferioridad hacia sus vecinos. Aliviado en las últimas décadas por el bálsamo de los pe-trodólares. Hasta los años setenta, Noruega era el hermanito pequeño de Escandinavia. Unos campesinos aislados. “Lo que más de-seaba un noruego era tener un Volvo con un chófer sueco”, explica una profesora de la capital. “En parte lo hemos logrado; todos los camareros de Oslo son suecos; cobran más que en su país (no menos de 2.000 euros), y son más mundanos que nosotros”.

Los noruegos no fueron tan cosmopoli-

tas como los daneses ni tuvieron la tradi-ción industrial y militar de los suecos; no tuvieron colonias ni participaron en gue-rras. En torno a esas pací% cas señas de iden-tidad, Noruega iría acuñando una marca-país de Estado frío, % able y e% caz. Gracias a esa imagen ha conseguido una in* uencia internacional superior a su peso real. No-ruega se ha convertido en el donante más generoso en cooperación internacional y un e% caz actor en la resolución de con* ic-tos internacionales, como ocurrió en 1993 con los Acuerdos de Oslo, entre Arafat y Ra-bin con Bill Clinton de testigo, que se nego-ciaron en secreto en la sede del FAFO, un think tank socialdemócrata. O, más recien-temente, con la ex primera ministra laboris-ta Gro Harlem Brundtland, muy activa en el proceso de paz del País Vasco.

Noruega ha seguido siempre su camino. En los mismos días en que estallaban los to-talitarismos en Europa a comienzos del si-glo XX, abolía la pena de muerte y se conver-tía en la sede del Nobel de la Paz. El primer rey del nuevo Estado, Haakon VII, exigió an-tes de ocupar el trono un referéndum para que el pueblo dijera si le quería; ganó; cuan-do tuvo que nombrar en los años veinte un primer ministro de izquierdas, pro% rió una frase que su pueblo recuerda con orgullo:

“Soy también el rey de los comunistas”.El mar se convirtió pronto en su motor

industrial gracias a la pesca y el transporte marítimo, unido a la generación de electrici-dad debido al gran caudal de agua dulce del país. Los noruegos se especializaron en di-señar barcos capaces de afrontar las peores

condiciones y en la construcción de obras públicas. Viajar por la irregular y bellísima geografía del país supone atravesar de cenas de estilizados puentes inmersos en la natu-raleza, túneles interminables y navegar en so% sticados ferries sólidos como rompehie-los. Ese dominio de la ingeniería le resultaría esencial cuando descubriera petróleo como embrión para desarrollar una industria na-cional y no echarse en los brazos de las mul-tinacionales. Hoy, Noruega, además de cru-do, exporta conocimiento e innovación.

Su camino ha sido diferente al del resto de los países nórdicos. Para empezar, los noruegos optaron en dos referendos, en los años setenta y noventa, por dar la espalda a la Unión Europea (a la que sí pertenecen Finlandia, Suecia y Dinamarca). Ellos dicen que fue para salvaguardar sus cuotas de pes-ca y agricultura; lo que realmente querían defender era una soberanía nacional que no habían conseguido hasta zafarse en 1905 de Suecia en un pulso que ganaron sin pegar un tiro. Noruega es un pueblo viejo, pero un Estado joven. Empapado de romanticismo nacionalista. Celoso de sus tradiciones. A la primera de cambio, sus habitantes se lanzan a la calle ataviados con trajes regionales y la bandera nacional ondean do en la mano.

Dentro de esa línea de rea% rmación na-cional, los noruegos han defendido con ar-dor su modelo de sociedad frente a las insti-tuciones europeas. Están, pero no están. No son miembros de la Unión Europea, pero forman parte del Espacio Económico Euro-peo. Han vuelto a poner en valor su particu-

EL MINISTERIO DE IGUALDAD TIENE UN PRESUPUESTO DE 1.000 EUROS POR HABITANTEGENTE DE OSLO. A la izquierda, Kjetil Trædal Thorsen, de 53 años, arquitecto y socio de Snøhetta, el gran estudio arquitectónico noruego. Thorsen cree que el diseño nórdico se basa en la naturaleza y debe estar al servicio de todos. En el centro, Terry Trang y Marit Uiberg, él es vietnamita y ella noruega y trabajan en la peluquería White. A la derecha, Arnie Hole, directora general de Igualdad, en el comedor del ministerio en Oslo.

LA INFORMACIÓN SOBRE LOS INGRESOS DE CADA CIUDADANO ES PÚBLICA

como en las iglesias católicas donde los de-votos se amontonan codo con codo. Aquí cada % el ocupa una amplia e idéntica silla individual de asiento mullido con un peque-ño espacio para que descanse el breviario sin molestar al vecino. Cada silla es una isla. No hay contacto físico entre los devotos. Si la vista desciende un poco, se percibe que todas están unidas con abrazaderas metáli-cas. Cada silla ocupa su propio espacio, pero es imposible separarla de su % la.

Juntos, pero no revueltos. Así son los no -ruegos. Un pueblo que, más allá de la rique-za que le proporciona el mar, sus bosques y el petróleo, ha basado su éxito eco nómico y social en reconciliar su individualismo, he-rencia de un pasado de pescadores y cam-pesinos aislados en cabañas de madera y en contacto íntimo con una naturaleza bella y dura; pobres, libres, puritanos y autosufi-cientes, con el extremo opuesto: con un pro-fundo sentido comunitario que apuesta por el bien de todos, la igualdad, la solidaridad y, sobre todo, la con% anza en el Estado niñera, que se ocupa sin grietas aparentes del bie-nestar de sus ciudadanos a través de las más generosas y antidiscriminatorias prestacio-nes sociales del planeta. Al tiempo, regula extensas parcelas de la vida de los noruegos (su educación, salud, pensiones, relaciones laborales y distribución de la riqueza) sin que a nadie parezca molestarle.

En Noruega, el servicio militar es obli-gatorio, y el 95% de las escuelas, públicas. El IVA alcanza el 25%. El petróleo es de propie-dad estatal. Y los buenos estudiantes reci-

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ben generosos préstamos del Estado para matricularse en las mejores universidades del mundo. El Estado controla hasta el con-sumo de alcohol, cuyo monopolio ostenta a través de la red de tiendas Vinmonopolet, únicos comercios en Noruega donde se pueden comprar licores de más de 4,75 gra-dos a un precio hasta tres veces más caro que en España. Una de las a% ciones favori-tas de los noruegos es saquear de bebidas alcohólicas y cartones de cigarrillos los ana-queles de las tiendas libres de impuestos de los aeropuertos en cuanto salen de su país. Una botella de whisky es un regalo siempre bien recibido en un hogar noruego. Sus an-

fitriones le acogerán descalzos, risueños, rodeados de niños, con una tarta casera y expresándose en un inglés perfecto.

Al mismo tiempo que el sueño igualita-rio del Estado de bienestar, acuñado tras la II Guerra Mundial y que ha estructurado desde entonces la convivencia en Europa (con partidos democristianos o socialdemó-cratas en el poder) se pone en cuestión ante el avance del neoliberalismo y por la crisis % nanciera, Noruega, una de las inventoras del sistema del bienestar, lucha por conti-nuar en esa dirección; está en su ADN; nave-

ga por libre, como hace mil años, cuando sus antepasados vikingos se lanzaban al mar a tumba abierta en sus drakkar hacia Reino Unido, América (aún sin descubrir) y Bizan-cio. Noruega no ceja. Representa una equi-librada mezcla de capitalismo y colectivis-mo. De mercado y plani% cación, idealismo y realismo, neutralidad y afán de in* uencia, ingenuidad y estrategia. La cuestión es dar para recibir. “Soy generoso con mis impues-tos porque el Estado es generoso conmigo”. Un contrato entre la comunidad y el indivi-duo que dura hasta la muerte. “Somos ciu-dadanos libres e iguales en la misma direc-ción”, me dirá un sindicalista. En Noruega

tiene más responsabi-lidad el que más tiene. Y no es difícil saber quién es. La información sobre los ingresos de cada ciu-dadano es pública a tra-vés de Internet.

Noruega camina dis-creta y sin aspavientos

por esa tercera vía que le ha convertido en una potencia silenciosa; un próspero Estado ni emergente ni emergido que ocupa desde hace 30 años la primera posición en el Índi-ce de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Sus niveles de desempleo son anec-dóticos; su renta por habitante, la mayor del planeta; su crecimiento, tras tres ejercicios titubeantes, se acercará este año al 3%; su deuda soberana es la más sólida del planeta, y tiene una completa paridad de género por ley tanto en el sector público como en el pri-vado. Arnie Hole, directora general de In-

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fancia, Igualdad e Inclusión Social, nos con% rma que su ministerio tiene un presu-puesto de 5.000 millones de euros (mil euros por habitante) “más que la suma de los ministerios de Pesca, Agricultura y Cul-tura juntos”. El Estado de bienestar llega hasta el diseño y la arquitectura, que, según regula el Gobierno, debe “elegir soluciones ecológicas y energéticamente sostenibles, ser de buena calidad, promovida por el co-nocimiento y la competencia y visible inter-nacionalmente”. El Estado se reserva el pa -pel de “salvaguardar el entorno cultural y velar por la herencia arquitectónica”. Es una declaración de principios. Cuando pregun-to a Andreas Vaa Bermann, arquitecto y di-rector de la Fundación para la Promoción de la Arquitectura Nórdica, cuál es el objeti-vo del diseño en este país, contesta como un relámpago: “Mejorar la vida de la gente”.

Noruega no se parece a nada; tampoco al resto de los Estados nórdicos, bajo cuyo yugo transcurrió parte de su historia. Los no- ruegos aún arrastran cierto complejo de in-ferioridad hacia sus vecinos. Aliviado en las últimas décadas por el bálsamo de los pe-trodólares. Hasta los años setenta, Noruega era el hermanito pequeño de Escandinavia. Unos campesinos aislados. “Lo que más de-seaba un noruego era tener un Volvo con un chófer sueco”, explica una profesora de la capital. “En parte lo hemos logrado; todos los camareros de Oslo son suecos; cobran más que en su país (no menos de 2.000 euros), y son más mundanos que nosotros”.

Los noruegos no fueron tan cosmopoli-

tas como los daneses ni tuvieron la tradi-ción industrial y militar de los suecos; no tuvieron colonias ni participaron en gue-rras. En torno a esas pací% cas señas de iden-tidad, Noruega iría acuñando una marca-país de Estado frío, % able y e% caz. Gracias a esa imagen ha conseguido una in* uencia internacional superior a su peso real. No-ruega se ha convertido en el donante más generoso en cooperación internacional y un e% caz actor en la resolución de con* ic-tos internacionales, como ocurrió en 1993 con los Acuerdos de Oslo, entre Arafat y Ra-bin con Bill Clinton de testigo, que se nego-ciaron en secreto en la sede del FAFO, un think tank socialdemócrata. O, más recien-temente, con la ex primera ministra laboris-ta Gro Harlem Brundtland, muy activa en el proceso de paz del País Vasco.

Noruega ha seguido siempre su camino. En los mismos días en que estallaban los to-talitarismos en Europa a comienzos del si-glo XX, abolía la pena de muerte y se conver-tía en la sede del Nobel de la Paz. El primer rey del nuevo Estado, Haakon VII, exigió an-tes de ocupar el trono un referéndum para que el pueblo dijera si le quería; ganó; cuan-do tuvo que nombrar en los años veinte un primer ministro de izquierdas, pro% rió una frase que su pueblo recuerda con orgullo:

“Soy también el rey de los comunistas”.El mar se convirtió pronto en su motor

industrial gracias a la pesca y el transporte marítimo, unido a la generación de electrici-dad debido al gran caudal de agua dulce del país. Los noruegos se especializaron en di-señar barcos capaces de afrontar las peores

condiciones y en la construcción de obras públicas. Viajar por la irregular y bellísima geografía del país supone atravesar de cenas de estilizados puentes inmersos en la natu-raleza, túneles interminables y navegar en so% sticados ferries sólidos como rompehie-los. Ese dominio de la ingeniería le resultaría esencial cuando descubriera petróleo como embrión para desarrollar una industria na-cional y no echarse en los brazos de las mul-tinacionales. Hoy, Noruega, además de cru-do, exporta conocimiento e innovación.

Su camino ha sido diferente al del resto de los países nórdicos. Para empezar, los noruegos optaron en dos referendos, en los años setenta y noventa, por dar la espalda a la Unión Europea (a la que sí pertenecen Finlandia, Suecia y Dinamarca). Ellos dicen que fue para salvaguardar sus cuotas de pes-ca y agricultura; lo que realmente querían defender era una soberanía nacional que no habían conseguido hasta zafarse en 1905 de Suecia en un pulso que ganaron sin pegar un tiro. Noruega es un pueblo viejo, pero un Estado joven. Empapado de romanticismo nacionalista. Celoso de sus tradiciones. A la primera de cambio, sus habitantes se lanzan a la calle ataviados con trajes regionales y la bandera nacional ondean do en la mano.

Dentro de esa línea de rea% rmación na-cional, los noruegos han defendido con ar-dor su modelo de sociedad frente a las insti-tuciones europeas. Están, pero no están. No son miembros de la Unión Europea, pero forman parte del Espacio Económico Euro-peo. Han vuelto a poner en valor su particu-

EL MINISTERIO DE IGUALDAD TIENE UN PRESUPUESTO DE 1.000 EUROS POR HABITANTEGENTE DE OSLO. A la izquierda, Kjetil Trædal Thorsen, de 53 años, arquitecto y socio de Snøhetta, el gran estudio arquitectónico noruego. Thorsen cree que el diseño nórdico se basa en la naturaleza y debe estar al servicio de todos. En el centro, Terry Trang y Marit Uiberg, él es vietnamita y ella noruega y trabajan en la peluquería White. A la derecha, Arnie Hole, directora general de Igualdad, en el comedor del ministerio en Oslo.

LA INFORMACIÓN SOBRE LOS INGRESOS DE CADA CIUDADANO ES PÚBLICA

como en las iglesias católicas donde los de-votos se amontonan codo con codo. Aquí cada % el ocupa una amplia e idéntica silla individual de asiento mullido con un peque-ño espacio para que descanse el breviario sin molestar al vecino. Cada silla es una isla. No hay contacto físico entre los devotos. Si la vista desciende un poco, se percibe que todas están unidas con abrazaderas metáli-cas. Cada silla ocupa su propio espacio, pero es imposible separarla de su % la.

Juntos, pero no revueltos. Así son los no -ruegos. Un pueblo que, más allá de la rique-za que le proporciona el mar, sus bosques y el petróleo, ha basado su éxito eco nómico y social en reconciliar su individualismo, he-rencia de un pasado de pescadores y cam-pesinos aislados en cabañas de madera y en contacto íntimo con una naturaleza bella y dura; pobres, libres, puritanos y autosufi-cientes, con el extremo opuesto: con un pro-fundo sentido comunitario que apuesta por el bien de todos, la igualdad, la solidaridad y, sobre todo, la con% anza en el Estado niñera, que se ocupa sin grietas aparentes del bie-nestar de sus ciudadanos a través de las más generosas y antidiscriminatorias prestacio-nes sociales del planeta. Al tiempo, regula extensas parcelas de la vida de los noruegos (su educación, salud, pensiones, relaciones laborales y distribución de la riqueza) sin que a nadie parezca molestarle.

En Noruega, el servicio militar es obli-gatorio, y el 95% de las escuelas, públicas. El IVA alcanza el 25%. El petróleo es de propie-dad estatal. Y los buenos estudiantes reci-

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lar visión de la sociedad y ese camino les ha mantenido a salvo de la recesión y los ester-tores del Estado de bienestar. La riqueza petrolera que engrasa toda la economía del país les hace rea# rmarse en esa tercera vía; les proporciona 200.000 empleos y la mitad de sus exportaciones. Y un papel global: No-ruega ya es el segundo exportador de gas y el tercero de crudo a nivel planetario.

No quieren cambiar. No lograron hacer-lo los nazis a lo largo de una cruel invasión y administración del país durante cinco años

a través del gobierno de un noruego títere (que hoy ningún noruego quiere recordar); ni los soviéticos, que les liberaron de Hitler para retirar a continuación su ejército sin exi- gir nada a cambio. Noruega, que tiene fron-tera con Rusia, fue el único Estado que Sta-lin no absorbió tras ocuparlo militarmente. Sin embargo, en 1948, un Gobierno de iz-quierdas anclaba la seguridad de Noruega a Occidente ingresando en la OTAN. Demos-traban que su especialidad era navegar por aguas turbulentas. “Estar en la OTAN era

una cuestión de subsistencia como país”, explica un diplomático. “Teníamos a la URSS sobre nuestras cabezas y necesitába-mos sentirnos seguros y dedicarnos a re-construir el país, que estaba destrozado tras la guerra y con un 30% de desempleo. Está-bamos con Estados Unidos en la Alianza, pero al tiempo nos negábamos a que la Es-paña de Franco entrara en la ONU. Tenía-mos una economía muy regulada y dirigida por el Estado. Éramos muy rojos”.

Noruega representa un modelo irrepeti-

40 EL PAÍS SEMANAL NORUEGA. EL MANUAL DE LA BUENA VIDA

ble de sociedad nacido del aislamiento de una población escasa (cinco millones en un territorio con un tamaño de más de la mitad del de España) y homogénea en raza, cultu-ra, religión y forma de vida (en los años se-tenta, un 94% de los ciudadanos eran de origen noruego, y un 86%, de religión pro-testante), cohesionada a través de un pasa-do de opresión por parte de sus vecinos y con una gran riqueza en recursos naturales. Con ese escenario uniforme y la omnipre-sencia del Estado, que regulaba las relacio-

41EL PAÍS SEMANALNORUEGA. EL MANUAL DE LA BUENA VIDA

LA RIQUEZA PETROLERA QUE ENGRASA TODA LA ECONOMÍA LES REAFIRMA EN SU MODELO SOCIALSEÑAS DE IDENTIDAD. A la izquierda, el parque de Vigeland, en Oslo. En esta página, arriba, la catedral de Stavanger; a su derecha, una calle de Oslo. Abajo, la sede del Partido Laborista en la capital y sala de lectura en la Casa de la Literatura de Oslo.

831 Noruega.indd 40-41 19/10/2011 20:08:50

lar visión de la sociedad y ese camino les ha mantenido a salvo de la recesión y los ester-tores del Estado de bienestar. La riqueza petrolera que engrasa toda la economía del país les hace rea# rmarse en esa tercera vía; les proporciona 200.000 empleos y la mitad de sus exportaciones. Y un papel global: No-ruega ya es el segundo exportador de gas y el tercero de crudo a nivel planetario.

No quieren cambiar. No lograron hacer-lo los nazis a lo largo de una cruel invasión y administración del país durante cinco años

a través del gobierno de un noruego títere (que hoy ningún noruego quiere recordar); ni los soviéticos, que les liberaron de Hitler para retirar a continuación su ejército sin exi- gir nada a cambio. Noruega, que tiene fron-tera con Rusia, fue el único Estado que Sta-lin no absorbió tras ocuparlo militarmente. Sin embargo, en 1948, un Gobierno de iz-quierdas anclaba la seguridad de Noruega a Occidente ingresando en la OTAN. Demos-traban que su especialidad era navegar por aguas turbulentas. “Estar en la OTAN era

una cuestión de subsistencia como país”, explica un diplomático. “Teníamos a la URSS sobre nuestras cabezas y necesitába-mos sentirnos seguros y dedicarnos a re-construir el país, que estaba destrozado tras la guerra y con un 30% de desempleo. Está-bamos con Estados Unidos en la Alianza, pero al tiempo nos negábamos a que la Es-paña de Franco entrara en la ONU. Tenía-mos una economía muy regulada y dirigida por el Estado. Éramos muy rojos”.

Noruega representa un modelo irrepeti-

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ble de sociedad nacido del aislamiento de una población escasa (cinco millones en un territorio con un tamaño de más de la mitad del de España) y homogénea en raza, cultu-ra, religión y forma de vida (en los años se-tenta, un 94% de los ciudadanos eran de origen noruego, y un 86%, de religión pro-testante), cohesionada a través de un pasa-do de opresión por parte de sus vecinos y con una gran riqueza en recursos naturales. Con ese escenario uniforme y la omnipre-sencia del Estado, que regulaba las relacio-

41EL PAÍS SEMANALNORUEGA. EL MANUAL DE LA BUENA VIDA

LA RIQUEZA PETROLERA QUE ENGRASA TODA LA ECONOMÍA LES REAFIRMA EN SU MODELO SOCIALSEÑAS DE IDENTIDAD. A la izquierda, el parque de Vigeland, en Oslo. En esta página, arriba, la catedral de Stavanger; a su derecha, una calle de Oslo. Abajo, la sede del Partido Laborista en la capital y sala de lectura en la Casa de la Literatura de Oslo.

831 Noruega.indd 40-41 19/10/2011 20:08:50

HACIA DELANTE. En esta página, una imagen en el barrio bohemio de Torggata. A la derecha, arriba, el urbanista Kristoffer Olsen; abajo, los directivos de la Fundación de la Arquitectura y el Diseño Nórdico, Pia Bodahl y Andreas Vaa Bermann.

NO QUIEREN CAMBIAR, NOLO LOGRARON NI LOS NAZIS DURANTE LA OCUPACIÓN

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HACIA DELANTE. En esta página, una imagen en el barrio bohemio de Torggata. A la derecha, arriba, el urbanista Kristoffer Olsen; abajo, los directivos de la Fundación de la Arquitectura y el Diseño Nórdico, Pia Bodahl y Andreas Vaa Bermann.

NO QUIEREN CAMBIAR, NOLO LOGRARON NI LOS NAZIS DURANTE LA OCUPACIÓN

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nes laborales y se aseguraba de que antes que una ley llegara al Parlamento hubiera consenso entre las fuerzas políticas, el pro-greso no se hizo esperar. El modelo funcionó en Noruega mucho antes de encontrar pe-tróleo. El problema llegaría a partir de los noventa con la avalancha de inmigrantes que iba a desequilibrar esa e# ciente socie-dad monocolor. Hoy, con un 12% de pobla-ción de origen extranjero, la tradicional con-# anza del noruego hacia sus vecinos se ha comenzado a agrietar; las formaciones xe-

nófobas, a crecer (como en el resto de países nórdicos), y el Estado de bienestar, a sufrir conmociones que no estaban previstas.

La iglesia luterana (la o# cial en este país) hizo también su aportación a ese cóctel so-cial que hoy se etiqueta como modelo norue-go: su sentido frugal e igualitario de la vida inspirado en el trabajo duro y la responsabi-lidad. La comunidad protestante asumía un doble papel de solidaridad y de control del individuo. Una función que después adop-

taría el Estado. La ética del trabajo tiene mu-cho que ver con el milagro noruego. Sus ha-bitantes son profundamente competitivos, trabajan desde jóvenes y vuelan pronto del hogar paterno; a cambio, saben que cuentan con el colchón del Estado si vienen mal da-das. Los noruegos se necesitan. Todos deben trabajar. Todos tienen que ganar mucho di-nero, pagar muchos impuestos y gastar mu-cho (en un país donde una cerveza cuesta diez euros). El pleno empleo es la espina dorsal del modelo. Trabajas y pagas impues-

44 EL PAÍS SEMANAL NORUEGA. EL MANUAL DE LA BUENA VIDA

tos para costear la educación de los jóvenes y las pensiones de los viejos, al igual que esos viejos # nanciaron con sus impuestos tu edu-cación y esos jóvenes pagarán tus pensiones en el futuro. El sistema se basa en el empleo y la con# anza. Los noruegos se consideran ciudadanos iguales que marchan en la mis-ma dirección. Sin distinción entre hombres y mujeres. Todos deben trabajar desde jóve-nes: hombres, mujeres e inmigrantes. Ganar lo mismo. Y pagar impuestos. Lo con# rma la directora general de Igualdad, Arnie Hole:

45EL PAÍS SEMANALNORUEGA. EL MANUAL DE LA BUENA VIDA

EL MODELO NORUEGO FUNCIONÓ MUCHO ANTES DE QUE ENCONTRARAN PETRÓLEOPOLÍTICO Y SOCIAL. A la izquierda, el ministro de Finanzas, Sigbjørn Johnsen, en su despacho afectado por el atentado de julio. A la derecha, el sociólogo Jon Erik Dolvik, en su despacho del FOFA, donde se negociaron los Acuerdos de Oslo.

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nes laborales y se aseguraba de que antes que una ley llegara al Parlamento hubiera consenso entre las fuerzas políticas, el pro-greso no se hizo esperar. El modelo funcionó en Noruega mucho antes de encontrar pe-tróleo. El problema llegaría a partir de los noventa con la avalancha de inmigrantes que iba a desequilibrar esa e# ciente socie-dad monocolor. Hoy, con un 12% de pobla-ción de origen extranjero, la tradicional con-# anza del noruego hacia sus vecinos se ha comenzado a agrietar; las formaciones xe-

nófobas, a crecer (como en el resto de países nórdicos), y el Estado de bienestar, a sufrir conmociones que no estaban previstas.

La iglesia luterana (la o# cial en este país) hizo también su aportación a ese cóctel so-cial que hoy se etiqueta como modelo norue-go: su sentido frugal e igualitario de la vida inspirado en el trabajo duro y la responsabi-lidad. La comunidad protestante asumía un doble papel de solidaridad y de control del individuo. Una función que después adop-

taría el Estado. La ética del trabajo tiene mu-cho que ver con el milagro noruego. Sus ha-bitantes son profundamente competitivos, trabajan desde jóvenes y vuelan pronto del hogar paterno; a cambio, saben que cuentan con el colchón del Estado si vienen mal da-das. Los noruegos se necesitan. Todos deben trabajar. Todos tienen que ganar mucho di-nero, pagar muchos impuestos y gastar mu-cho (en un país donde una cerveza cuesta diez euros). El pleno empleo es la espina dorsal del modelo. Trabajas y pagas impues-

44 EL PAÍS SEMANAL NORUEGA. EL MANUAL DE LA BUENA VIDA

tos para costear la educación de los jóvenes y las pensiones de los viejos, al igual que esos viejos # nanciaron con sus impuestos tu edu-cación y esos jóvenes pagarán tus pensiones en el futuro. El sistema se basa en el empleo y la con# anza. Los noruegos se consideran ciudadanos iguales que marchan en la mis-ma dirección. Sin distinción entre hombres y mujeres. Todos deben trabajar desde jóve-nes: hombres, mujeres e inmigrantes. Ganar lo mismo. Y pagar impuestos. Lo con# rma la directora general de Igualdad, Arnie Hole:

45EL PAÍS SEMANALNORUEGA. EL MANUAL DE LA BUENA VIDA

EL MODELO NORUEGO FUNCIONÓ MUCHO ANTES DE QUE ENCONTRARAN PETRÓLEOPOLÍTICO Y SOCIAL. A la izquierda, el ministro de Finanzas, Sigbjørn Johnsen, en su despacho afectado por el atentado de julio. A la derecha, el sociólogo Jon Erik Dolvik, en su despacho del FOFA, donde se negociaron los Acuerdos de Oslo.

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46 EL PAÍS SEMANAL NORUEGA. EL MANUAL DE LA BUENA VIDA

“La igualdad tiene un componente moral, pero el principal motivo es económico. Una economía moderna y competitiva necesita las mejores cabezas y manos sin mirar de qué raza o sexo son. No podemos permitir-nos el lujo de perder los mejores talentos. Y no se trata solo de $ jar cuotas, estas deben ir acompañadas de políticas sociales para re-conciliar el trabajo y la vida familiar. Tene-mos que apoyar a las mujeres; si no, el desa-fío por alcanzar las posiciones más altas de su profesión será todavía demasiado alto para ellas y los niños no nacerán. Y los niños deben nacer porque son una inversión de futuro. Ninguna mujer en Noruega debe ser forzada a elegir entre su familia y su carrera. Ese es aquí un valor básico. Hemos creado 10.000 guarderías; las mujeres pueden coger un año de permiso maternal con el 80% del sueldo (o 10 meses con el 100%), y los hom-bres, 12 semanas. Hemos conseguido que el 80% de las mujeres trabajen y, al mismo tiempo, que el 82% tengan hijos menores de 10 años. Ese es nuestro futuro”.

A partir de esos elementos, los noruegos han construido una sociedad donde la dis-tancia que separa a los ricos de los pobres es pequeña. Están convencidos de que la des-igualdad es corrosiva y corrompe a las socie-dades. Algunos dicen que Noruega es el úl-timo Estado socialista de Europa. La sede del Partido Laborista, inspirador del modelo noruego desde los años treinta, en el núme-ro 2 de la Youngstorget de Oslo, parece con-$ rmarlo con su estilo arquitectónico limí-trofe con el realismo soviético. Como en Noruega casi todo encierra una paradoja, en

el entorno de la simbólica sede de la izquier-da noruega se da cita la juventud dorada noruega en los restaurantes de moda.

¿Es Noruega el último Estado socialista de Europa? Ante la pregunta, el ministro de Finanzas, el laborista Sigbjørn Johnsen, son-ríe y pasa a otro tema. Al $ nal de la entrevis-ta, su director de comunicación pone las cosas en su sitio con gesto helado: “Socialis-tas, sí, pero democráticos”.

Recorriendo los pasillos art nouveau del edi$ cio del Gobierno hasta llegar a la o$ -cina de Johnsen, las ventanas del ministerio aparecen rotas y cubiertas por placas de contrachapado. Las puertas están fuera de sus marcos. La del despacho del ministro tiene un boquete en el centro. Todo el barrio gubernamental se encuentra en las mismas condiciones. Cercado y en obras. Atravesa-do por andamios. Estamos en la zona cero de Oslo. Los destrozos son resultado de la bomba colocada por el ultraderechista An-ders Breivik el pasado 22 de julio; a conse-cuencia de la explosión, fallecieron ocho personas; a continuación, Breivik acabó a tiros con la vida de 69 jóvenes simpatizantes del Partido Laborista en la isla de Utøya. Su-ponía la mayor conmoción sufrida por este país desde la II Guerra Mundial. Hoy, sin embargo, los ciudadanos parecen decididos a olvidar la tragedia; algunos claveles mar-chitos sujetos a las vallas son el único rastro de aquellos terribles días de julio. Los no-ruegos están decididos a no variar su estilo de vida. En el barrio, la presencia policial es mínima y es posible acceder a algunos edi$ -

cios o$ ciales sin pasar por un arco de segu-ridad. Se pueden pasar días en Oslo sin cru-zarse con un policía. El ministro de Finanzas conjura la tragedia terrorista a$ rmando que los cimientos de la sociedad noruega siguen siendo el diálogo y el consenso. “Nadie va a acabar con eso. No vamos a cambiar. No va-mos a quedarnos en casa. Ha sido un hecho terrible, pero aislado”. Es la misma respues-ta orgullosa que darán la mayoría de los no-ruegos a los que interrogo sobre las conse-cuencias del atentado del ultraderechista Breivik: “¡No vamos a cambiar!”. Si se le pre-gunta al ministro si lleva escolta, responde con un guiño: “A veces sí y a veces no…”.

Hasta el 23 de diciembre de 1969 Norue-ga creció gracias al sudor de sus ciudadanos. Ese día encontraron petróleo. Nadie lo es-peraba. Lo llamaron “El regalo de Navidad del 69”. Dos años más tarde comenzaba la producción. Los noruegos no sabían nada de petróleo. Aprendieron. La gestión de su riqueza petrolera es considerada un éxito económico y social. En tres décadas, Norue-ga se ha convertido en un país petrolero que da empleo a 200.000 personas, con una tec-nología avanzada y que opera en cuarenta países del mundo. En Noruega, la riqueza del oro negro ha alcanzado a toda la socie-dad. Lo con$ rma el sociólogo Jon Eric Dol-vik: “Integrar en la economía doméstica noruega la economía del petróleo; lograr que repercutiera positivamente en la gente corriente y, al tiempo, fuera un negocio glo-bal, ha sido para nosotros un logro brutal; el petróleo se ha convertido en una gran fuer-za productiva, en una bendición”.

El objetivo del Estado noruego ha sido obtener el máximo valor económico del sector en su conjunto en comparación con lo que podría obtener por la simple venta del gas y el petróleo. Nada más descubrir crudo, el Gobierno noruego redactó los diez mandamientos del sector, que decían que el petróleo era propiedad de los noruegos; que el Gobierno tendría el control y la ges-tión de las operaciones; que el país nece-sitaba crear una industria propia; que el sector debía ser respetuoso con el medio ambiente y que ese descubrimiento debía proporcionar a Noruega un papel eminente en política exterior. Los mandamientos se han cumplido.

Noruega podía ha-berse convertido en un Estado holgazán, co-rrupto y opaco que so-bornara a sus ciudada-nos con bajos impuestos para comprar su silen-cio ante el despilfarro, el nepotismo y la falta de transparencia estata-les en la gestión de los ingresos del oro ne-gro, como había ocurrido en otros países productores, como las monarquías del Gol-fo, Irán, el Irak de Sadam, la Libia de Gada$ , la Venezuela de Chávez o la Rusia de Putin. Noruega eligió su camino. En cuanto los pe-trodólares comenzaron a / uir a $ nales de los ochenta, un Gobierno laborista creó el Fondo Gubernamental de Pensiones (más conocido como Fondo del Petróleo), donde serían depositados los ingresos y bene$ cios públicos del petróleo para ser invertidos en

los mercados de todo el mundo (según un riguroso esquema ético de inversiones que proscribe a las empresas tabaqueras, nu-cleares, armamentistas y que emplean a po-blación infantil). Con los bene$ cios del fon-do se pagarían las pensiones de los noruegos cuando el petróleo dejara de / uir. Solo un 4% de los bene$ cios podría ir cada año a las arcas públicas para equilibrar el presupues-to del Estado. El resto, a la hucha común pensando en el Estado de bienestar de las generaciones venideras. “Eso es sostenibili-dad real”, a$ rma un alto funcionario.

El edi$ cio del Banco de Noruega, el en-voltorio de hormigón y cristal que aloja el

Fondo del Petróleo, es el más bunkerizado de este país. Enfrente se encuentra el restau-rante en el que trabajaba de camarera Mette-Marit Tjessem antes de convertirse en prin-cesa. Para acceder al Fondo del Petróleo hay que atravesar un estrecho control de armas a través de una so$ sticada y claustrofóbica cápsula; en una sala de contratación con el aire frenético de Wall Street, Dag Dyrdal, di-rector de Estrategia, explica que el noruego es el primer fondo de pensiones público del mundo con 400.000 millones de euros en activos; tiene inversiones en 10.000 compa-

ñías y oficinas en Nueva York, Shanghái, Londres y Singapur. “Somos transparentes, $ ables y miramos el mundo a largo plazo. Este fondo es el resultado de una sociedad democrática, abierta y responsable. Pensa-mos en perspectivas más largas que una le-gislatura. Esto no es de un partido o de otro”. Lo con$ rma el ministro John sen: “El día que el petróleo decline, habremos sido capaces de construir algo para reemplazarlo”.

Kårstø, la mayor planta de procesamien-to y distribución de gas natural del mundo, situada en un entorno paradisiaco en la cos-ta oeste del país y propiedad de la empresa pública Statoil, esceni$ ca el poderío norue-go. Un ingeniero de la compañía disfruta mostrándonos una bruñida tubería de un metro de diámetro que transporta gas a 12 millones de hogares en Alemania. “Ellos nos invadieron en la guerra y ahora nosotros les invadimos de forma pací$ ca. Somos un so-cio fiable, un país estable; todos quieren nuestro gas; compárenos con la rusa Gaz-prom o la argelina Sonatrach…”.

Noruega se hizo muy rica. Y comenzó a atraer inmigración. Los noruegos, que ha-bían emigrado históricamente, sobre todo a Estados Unidos, se convirtieron de la noche a la mañana en un país de acogida. Cuando se inició el boom del petróleo había en No-ruega un 1,3% de inmigrantes; en 2000, un 5,5%; en 2009, un 8,8%. Este año, en torno al 13%. Primero fueron los nórdicos; luego, los latino americanos; más tarde, los balcánicos y centroeuropeos. Los últimos en llegar fue-ron los paquistaníes, iraquíes, somalíes y

EN LA ‘ZONA CERO’ DE OSLO, LOS GRANDES DESTROZOS

DEL ATENTADO SON VISIBLESLA RIQUEZA EN LA NATURALEZA. A la izquierda, la planta de gas natural de

Kårstø, situada al oeste del país. Noruega es el segundo exportador mundial de gas. En el centro, una clásica cabaña de vacaciones al suroeste del país; a la derecha, un salmón de Bremnes Seashore, una ‘granja’ en los

fi ordos. La acuicultura ya proporciona más ingresos que la pesca.

EL FONDO PÚBLICO DEL PETRÓLEO TIENE 400.000

MILLONES DE EUROS

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“La igualdad tiene un componente moral, pero el principal motivo es económico. Una economía moderna y competitiva necesita las mejores cabezas y manos sin mirar de qué raza o sexo son. No podemos permitir-nos el lujo de perder los mejores talentos. Y no se trata solo de $ jar cuotas, estas deben ir acompañadas de políticas sociales para re-conciliar el trabajo y la vida familiar. Tene-mos que apoyar a las mujeres; si no, el desa-fío por alcanzar las posiciones más altas de su profesión será todavía demasiado alto para ellas y los niños no nacerán. Y los niños deben nacer porque son una inversión de futuro. Ninguna mujer en Noruega debe ser forzada a elegir entre su familia y su carrera. Ese es aquí un valor básico. Hemos creado 10.000 guarderías; las mujeres pueden coger un año de permiso maternal con el 80% del sueldo (o 10 meses con el 100%), y los hom-bres, 12 semanas. Hemos conseguido que el 80% de las mujeres trabajen y, al mismo tiempo, que el 82% tengan hijos menores de 10 años. Ese es nuestro futuro”.

A partir de esos elementos, los noruegos han construido una sociedad donde la dis-tancia que separa a los ricos de los pobres es pequeña. Están convencidos de que la des-igualdad es corrosiva y corrompe a las socie-dades. Algunos dicen que Noruega es el úl-timo Estado socialista de Europa. La sede del Partido Laborista, inspirador del modelo noruego desde los años treinta, en el núme-ro 2 de la Youngstorget de Oslo, parece con-$ rmarlo con su estilo arquitectónico limí-trofe con el realismo soviético. Como en Noruega casi todo encierra una paradoja, en

el entorno de la simbólica sede de la izquier-da noruega se da cita la juventud dorada noruega en los restaurantes de moda.

¿Es Noruega el último Estado socialista de Europa? Ante la pregunta, el ministro de Finanzas, el laborista Sigbjørn Johnsen, son-ríe y pasa a otro tema. Al $ nal de la entrevis-ta, su director de comunicación pone las cosas en su sitio con gesto helado: “Socialis-tas, sí, pero democráticos”.

Recorriendo los pasillos art nouveau del edi$ cio del Gobierno hasta llegar a la o$ -cina de Johnsen, las ventanas del ministerio aparecen rotas y cubiertas por placas de contrachapado. Las puertas están fuera de sus marcos. La del despacho del ministro tiene un boquete en el centro. Todo el barrio gubernamental se encuentra en las mismas condiciones. Cercado y en obras. Atravesa-do por andamios. Estamos en la zona cero de Oslo. Los destrozos son resultado de la bomba colocada por el ultraderechista An-ders Breivik el pasado 22 de julio; a conse-cuencia de la explosión, fallecieron ocho personas; a continuación, Breivik acabó a tiros con la vida de 69 jóvenes simpatizantes del Partido Laborista en la isla de Utøya. Su-ponía la mayor conmoción sufrida por este país desde la II Guerra Mundial. Hoy, sin embargo, los ciudadanos parecen decididos a olvidar la tragedia; algunos claveles mar-chitos sujetos a las vallas son el único rastro de aquellos terribles días de julio. Los no-ruegos están decididos a no variar su estilo de vida. En el barrio, la presencia policial es mínima y es posible acceder a algunos edi$ -

cios o$ ciales sin pasar por un arco de segu-ridad. Se pueden pasar días en Oslo sin cru-zarse con un policía. El ministro de Finanzas conjura la tragedia terrorista a$ rmando que los cimientos de la sociedad noruega siguen siendo el diálogo y el consenso. “Nadie va a acabar con eso. No vamos a cambiar. No va-mos a quedarnos en casa. Ha sido un hecho terrible, pero aislado”. Es la misma respues-ta orgullosa que darán la mayoría de los no-ruegos a los que interrogo sobre las conse-cuencias del atentado del ultraderechista Breivik: “¡No vamos a cambiar!”. Si se le pre-gunta al ministro si lleva escolta, responde con un guiño: “A veces sí y a veces no…”.

Hasta el 23 de diciembre de 1969 Norue-ga creció gracias al sudor de sus ciudadanos. Ese día encontraron petróleo. Nadie lo es-peraba. Lo llamaron “El regalo de Navidad del 69”. Dos años más tarde comenzaba la producción. Los noruegos no sabían nada de petróleo. Aprendieron. La gestión de su riqueza petrolera es considerada un éxito económico y social. En tres décadas, Norue-ga se ha convertido en un país petrolero que da empleo a 200.000 personas, con una tec-nología avanzada y que opera en cuarenta países del mundo. En Noruega, la riqueza del oro negro ha alcanzado a toda la socie-dad. Lo con$ rma el sociólogo Jon Eric Dol-vik: “Integrar en la economía doméstica noruega la economía del petróleo; lograr que repercutiera positivamente en la gente corriente y, al tiempo, fuera un negocio glo-bal, ha sido para nosotros un logro brutal; el petróleo se ha convertido en una gran fuer-za productiva, en una bendición”.

El objetivo del Estado noruego ha sido obtener el máximo valor económico del sector en su conjunto en comparación con lo que podría obtener por la simple venta del gas y el petróleo. Nada más descubrir crudo, el Gobierno noruego redactó los diez mandamientos del sector, que decían que el petróleo era propiedad de los noruegos; que el Gobierno tendría el control y la ges-tión de las operaciones; que el país nece-sitaba crear una industria propia; que el sector debía ser respetuoso con el medio ambiente y que ese descubrimiento debía proporcionar a Noruega un papel eminente en política exterior. Los mandamientos se han cumplido.

Noruega podía ha-berse convertido en un Estado holgazán, co-rrupto y opaco que so-bornara a sus ciudada-nos con bajos impuestos para comprar su silen-cio ante el despilfarro, el nepotismo y la falta de transparencia estata-les en la gestión de los ingresos del oro ne-gro, como había ocurrido en otros países productores, como las monarquías del Gol-fo, Irán, el Irak de Sadam, la Libia de Gada$ , la Venezuela de Chávez o la Rusia de Putin. Noruega eligió su camino. En cuanto los pe-trodólares comenzaron a / uir a $ nales de los ochenta, un Gobierno laborista creó el Fondo Gubernamental de Pensiones (más conocido como Fondo del Petróleo), donde serían depositados los ingresos y bene$ cios públicos del petróleo para ser invertidos en

los mercados de todo el mundo (según un riguroso esquema ético de inversiones que proscribe a las empresas tabaqueras, nu-cleares, armamentistas y que emplean a po-blación infantil). Con los bene$ cios del fon-do se pagarían las pensiones de los noruegos cuando el petróleo dejara de / uir. Solo un 4% de los bene$ cios podría ir cada año a las arcas públicas para equilibrar el presupues-to del Estado. El resto, a la hucha común pensando en el Estado de bienestar de las generaciones venideras. “Eso es sostenibili-dad real”, a$ rma un alto funcionario.

El edi$ cio del Banco de Noruega, el en-voltorio de hormigón y cristal que aloja el

Fondo del Petróleo, es el más bunkerizado de este país. Enfrente se encuentra el restau-rante en el que trabajaba de camarera Mette-Marit Tjessem antes de convertirse en prin-cesa. Para acceder al Fondo del Petróleo hay que atravesar un estrecho control de armas a través de una so$ sticada y claustrofóbica cápsula; en una sala de contratación con el aire frenético de Wall Street, Dag Dyrdal, di-rector de Estrategia, explica que el noruego es el primer fondo de pensiones público del mundo con 400.000 millones de euros en activos; tiene inversiones en 10.000 compa-

ñías y oficinas en Nueva York, Shanghái, Londres y Singapur. “Somos transparentes, $ ables y miramos el mundo a largo plazo. Este fondo es el resultado de una sociedad democrática, abierta y responsable. Pensa-mos en perspectivas más largas que una le-gislatura. Esto no es de un partido o de otro”. Lo con$ rma el ministro John sen: “El día que el petróleo decline, habremos sido capaces de construir algo para reemplazarlo”.

Kårstø, la mayor planta de procesamien-to y distribución de gas natural del mundo, situada en un entorno paradisiaco en la cos-ta oeste del país y propiedad de la empresa pública Statoil, esceni$ ca el poderío norue-go. Un ingeniero de la compañía disfruta mostrándonos una bruñida tubería de un metro de diámetro que transporta gas a 12 millones de hogares en Alemania. “Ellos nos invadieron en la guerra y ahora nosotros les invadimos de forma pací$ ca. Somos un so-cio fiable, un país estable; todos quieren nuestro gas; compárenos con la rusa Gaz-prom o la argelina Sonatrach…”.

Noruega se hizo muy rica. Y comenzó a atraer inmigración. Los noruegos, que ha-bían emigrado históricamente, sobre todo a Estados Unidos, se convirtieron de la noche a la mañana en un país de acogida. Cuando se inició el boom del petróleo había en No-ruega un 1,3% de inmigrantes; en 2000, un 5,5%; en 2009, un 8,8%. Este año, en torno al 13%. Primero fueron los nórdicos; luego, los latino americanos; más tarde, los balcánicos y centroeuropeos. Los últimos en llegar fue-ron los paquistaníes, iraquíes, somalíes y

EN LA ‘ZONA CERO’ DE OSLO, LOS GRANDES DESTROZOS

DEL ATENTADO SON VISIBLESLA RIQUEZA EN LA NATURALEZA. A la izquierda, la planta de gas natural de

Kårstø, situada al oeste del país. Noruega es el segundo exportador mundial de gas. En el centro, una clásica cabaña de vacaciones al suroeste del país; a la derecha, un salmón de Bremnes Seashore, una ‘granja’ en los

fi ordos. La acuicultura ya proporciona más ingresos que la pesca.

EL FONDO PÚBLICO DEL PETRÓLEO TIENE 400.000

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afganos. Con sus velos, chilabas, mezquitas y tradiciones. 200.000 personas de religión musulmana viven en Noruega. Un cambio que es evidente en el viejo barrio de Gron-land, en Oslo, una ciudad en la que el 28% de los habitantes ya son de origen extranjero. Un shock de diversidad que nadie esperaba en este país uniforme que está suponiendo, según el sociólogo Jon Eric Dolvik, “el mayor reto al que nos hemos enfrentado. Necesita-mos a los inmigrantes como fuerza de traba-jo porque nuestra sociedad está cada vez más envejecida y, al mismo tiempo, aunque somos igualitaristas, nos cuesta aceptar comportamientos distintos a los nuestros. No somos una sociedad inclusiva; no es un problema religioso, sino cultural. Nos gusta como somos y no queremos cambiar. Tene-mos miedo; nos ha ido muy bien y no sabe-mos si podremos mantener nuestro modelo con esa nueva población. Es urgente que integremos a la segunda generación de in-migrantes que han nacido aquí; que se for-men y consigan buenos empleos. Deben trabajar y pagar impuestos para que conti-núe el Estado de bienestar. Somos interde-pendientes. Nos necesitamos”.

La llegada del tsunami multicultural iba a tener una consecuencia inmediata en am-plios sectores de la clase trabajadora norue-ga que habían votado tradicionalmente a la izquierda: iban a perder la con& anza en el Estado. Por primera vez en su historia, cien-tos de miles de ciudadanos noruegos pensa-ron que esos inmigrantes que se cobijaban bajo el paraguas social noruego, que eran albergados en viviendas públicas, recibían 1.200 euros al mes por asistir a las clases de

introducción en la lengua y cultura noruega y otros 700 por cada hijo, que se bene& cia-ban de sus guarderías, educación y sanidad, se estaban aprovechando de su generosidad.

“Hasta ese momento, los noruegos éramos solidarios. Con la llegada de los inmigrantes, se empezó a extender la idea de que pagába-mos mucho para que se bene& ciaran esos extranjeros que no venían a trabajar, sino a vivir del cuento”, explica una profesora uni-versitaria. El resultado fue el rápido creci-miento, a partir de 1997, del Partido del Pro-greso, una formación en la que se mezclan el ultraliberalismo con el nacionalismo y la xe-nofobia y que comenzó a hablar en sus míti-nes de “una islamización silenciosa de No-

ruega” a la que “había que poner freno”. El Partido del Progreso apostaba por un mo-delo noruego solo para los noruegos. Una sociedad a dos velocidades. Obtendría en las elecciones de 2009 un 23% de los votos, con-virtiéndose en la segunda formación política tras los laboristas. La olla comenzaba a her-vir. Anders Breivik, el asesino del 22 de julio, militó en ese partido. Tras el atentado, el Partido del Progreso perdería 10 puntos en las elecciones locales del pasado mes de sep-tiembre, lo que parece que anticipa su de-cadencia. En cualquier caso, los líderes de

opinión noruegos intentan conjurar la in-quietante sombra del Partido del Progreso resaltando con displicencia la fortaleza del sistema noruego y resaltando que el Partido del Progreso “es democrático, y si quiere te-ner expectativas de gobernar debe estar den-tro del sistema y asumir sus responsabilida-des”. “No vamos a cambiar”, repiten. Es su obsesión. En Noruega se detecta incluso un alivio generalizado por que el asesino del 22 de julio fuera un noruego y no un inmigrante musulmán. Lo con& rma un profesor en Oslo:

“Dentro de la tragedia, tenemos que agrade-cer al destino que el terrorista fuera alguien de aquí y no un paquistaní de Al Qaeda. Si hubiera ocurrido eso, el sistema noruego, que se basa en la con& anza, hubiera saltado por los aires. La sociedad se hubiera partido en dos. Al pensar que ha sido un noruego solo, loco, aislado, y que algo así no va a vol-ver a pasarnos, y que, por tanto, no vamos a colocar un policía en cada esquina, estamos poniendo a buen recaudo nuestro modelo con vistas al futuro. Pero, lo queramos o no, la inmigración es la patata caliente del mode-lo noruego. Y tendremos que solucionarlo”.

Tras rememorar la tragedia, los malos augurios se disipan sumergiéndose en la portentosa naturaleza de Noruega. Los fiordos, los bosques, el mar. Noruega es uno de los últimos territorios vírgenes de Europa, dotado de una belleza salvaje, donde el hombre ha logrado vivir en armo-nía con su entorno. Para el arquitecto Kje til

Thorsen, “en el diseño nórdico, la naturaleza es la fuente de inspira-ción”. Thorsen es uno de los socios fundadores del estudio Snøhetta, al que da nombre la mon-taña más emblemática del país y que está en la

cumbre de la arquitectura global. Kjetil proyectó la nueva Ópera de Oslo como un enorme glaciar surgiendo del & ordo. Ya es el edi& cio más emblemático de esa nueva Noruega que se enfrenta a retos diferentes sin perder de vista la tercera vía que le ha conducido al éxito. “Es un edi& cio demo-crático. ¿Por qué? Lo explico: hemos logra-do que la cubierta de algo tan elitista como un palacio de la ópera sea pisada cada día por miles de ciudadanos. No es un edi& cio para los amantes de la ópera; es un edi& cio para todos. Ese es el modelo de país”. P

NUNCA MÁS. Los noruegos quieren olvidar la tragedia del atentado de julio. En la imagen, un homenaje en las calles de Oslo con las fotografías de los jóvenes asesinados en Utøya.

EL ULTRA PARTIDO DEL PROGRESO OBTUVO EN 2009 EL 23% DE LOS VOTOS

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