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rio?, ¿cómo cambiarían las cosas si se imitara no a Tiberio, que sólo busca poder, riqueza y honor, sino a Dios, que pide justicia y compasión para los últimos? Para Jesús, el reino de Dios no es un sueño. Es el proyecto que Dios quiere llevar adelante en el mundo. El único obje- tivo que han de tener sus seguidores. ¿Cómo sería la Iglesia si se dedicara sólo a construir la vida tal como la quiere Dios, no como la quieren los amos del mundo? La primera actuación de Jesús es buscar colaboradores para llevar adelante su proyecto. Jesús va “pasando junto al lago de Galilea”. Ha comenzado su camino. No es un rabino sen- tado en su cátedra, que busca alumnos para formar una es- cuela religiosa. Es un profeta itinerante que busca seguido- res para hacer con ellos un recorrido apasionante: vivir abriendo caminos al Reino de Dios. Ser discípulo de Jesús no es tanto aprender doctrinas cuanto seguirle en su proyecto de vida. El que toma la iniciativa es siempre Jesús. Se acerca, fija su mirada en aquellos pescadores y los llama a dar una orienta- ción nueva a su existencia. Sin su intervención no nace nun- ca un verdadero discípulo. Los creyentes hemos de vivir con más fe la presencia viva de Cristo y su mirada sobre cada uno de nosotros. Si no es Él, ¿quién puede dar una orienta- ción nueva a nuestras vidas? Por eso lo más decisivo es escuchar desde dentro su llama- da: “Venid detrás de mí”. No es tarea de un día. Escuchar esta llamada significa despertar la confianza en Jesús, re- avivar nuestra adhesión personal a Él, tener fe en su proyec- to, identificarnos con su programa, reproducir en nosotros sus actitudes y vivir animados por su esperanza en el Reino de Dios. (“El Camino abierto por Jesús”, José Antonio Pagola, 2011) JUVENTUDES MARIANAS VICENCIANAS SECRETARIADO NACIONAL

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rio?, ¿cómo cambiarían las cosas si se imitara no a Tiberio, que sólo busca poder, riqueza y honor, sino a Dios, que pide justicia y compasión para los últimos?

� Para Jesús, el reino de Dios no es un sueño. Es el proyecto que Dios quiere llevar adelante en el mundo. El único obje-tivo que han de tener sus seguidores. ¿Cómo sería la Iglesia si se dedicara sólo a construir la vida tal como la quiere Dios, no como la quieren los amos del mundo?

� La primera actuación de Jesús es buscar colaboradores para llevar adelante su proyecto. Jesús va “pasando junto al lago de Galilea”. Ha comenzado su camino. No es un rabino sen-tado en su cátedra, que busca alumnos para formar una es-cuela religiosa. Es un profeta itinerante que busca seguido-res para hacer con ellos un recorrido apasionante: vivir abriendo caminos al Reino de Dios. Ser discípulo de Jesús no es tanto aprender doctrinas cuanto seguirle en su proyecto de vida.

� El que toma la iniciativa es siempre Jesús. Se acerca, fija su mirada en aquellos pescadores y los llama a dar una orienta-ción nueva a su existencia. Sin su intervención no nace nun-ca un verdadero discípulo. Los creyentes hemos de vivir con más fe la presencia viva de Cristo y su mirada sobre cada uno de nosotros. Si no es Él, ¿quién puede dar una orienta-ción nueva a nuestras vidas?

� Por eso lo más decisivo es escuchar desde dentro su llama-da: “Venid detrás de mí”. No es tarea de un día. Escuchar esta llamada significa despertar la confianza en Jesús, re-avivar nuestra adhesión personal a Él, tener fe en su proyec-to, identificarnos con su programa, reproducir en nosotros sus actitudes y vivir animados por su esperanza en el Reino de Dios.

(“El Camino abierto por Jesús”, José Antonio Pagola, 2011)

JUVENTUDES MARIANAS VICENCIANAS

SECRETARIADO NACIONAL

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Al finalizar la catequesis de este mes, oraremos a partir del texto evangélico de Mc 1,14-20. Nos encontramos con el momento especial en el que Jesús elige a sus discípulos y les pide que lo de-jen todo y le sigan.

Ayudaremos a los Juveniles a interiorizar este texto y a com-partir, libremente, la respuesta que el Señor les da a cada uno en este momento de su vida, especialmente en torno al interrogante planteado en el texto de los Juveniles: “Jesús sigue llamando y… ¿quién sabe? Tal vez te llame a ti…”. ֠ Ayuda para el catequista:

� Jesús no enseñó una doctrina para que sus discípulos la aprendan y difundieran correctamente. Jesús anuncia más bien un “acontecimiento” que pide ser acogido, pues lo pue-de cambiar todo. Él lo está ya experimentando: Dios se está introduciendo en la vida con su fuera salvadora. Hay que hacerle sitio.

� Jesús proclamaba esta Buena Noticia de Dios: “Se ha cumpli-do el plazo. Está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia”. Es un buen resumen del mensaje de Jesús. Se avecina un tiempo nuevo. Dios no quiere dejarnos solos frente a nuestros problemas y desafíos. Quiere construir jun-to a nosotros una vida más humana. Que cambiemos de ma-nera de pensar y actuar y que vivamos creyéndonos esta No-ticia que es la mejor noticia que podíamos escuchar.

� Nos puede sorprender que Jesús nunca explique directamen-te en qué consiste el “Reino de Dios”. Lo que hace es sugerir en parábolas inolvidables cómo actúa Dios y cómo sería la vi-da si hubiera gente que actuara como Él.

� Para Jesús, el Reino de Dios es la vida tal como la quiere construir Dios. Ese era el fuego que llevaba dentro: ¿cómo sería la vida en el Imperio si en Roma reinara Dios y no Tibe-

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comienza el canto de Comunión, el cual debe expresar, por la unión de las voces, la unión espiritual de quienes comulgan, manifestar el gozo del co-razón y hacer más evidente el carácter “comunitario” de la procesión para recibir la Eucaristía. El canto se prolonga mientras se distribuye el Sacra-mento a los fieles. Procúrese que también los cantores puedan comulgar convenientemente. Si no hay canto, la antífona propuesta en el Misal puede ser recitada por un lector o por el sacerdote después de comulgar y antes de distribuir la comunión a los fieles. Terminada la distribución de la Comu-nión, según las circunstancias, el sacerdote y los fieles oran en secreto. Para completar la súplica del pueblo de Dios y para concluir todo el rito de la Comunión, el sacerdote recita la oración después de la Comunión, en la que se imploran los frutos del misterio celebrado. El pueblo hace suya esta ora-ción con la aclamación Amén.

D) RITO DE CONCLUSIÓN

Al rito de conclusión pertenecen:

a) Dar breves avisos, si fuera necesario; b) El saludo y la bendición del sacerdote, que en algunos días y ocasio-

nes se enriquece y se expresa con la oración “sobre el pueblo” o con otra fórmula más solemne;

c) La despedida del pueblo por parte del diácono o del sacerdote, para que cada uno regrese a sus tareas alabando y bendiciendo a Dios.

d) El beso del altar por parte del sacerdote y del diácono y luego la in-clinación profunda al altar por parte del sacerdote, del diácono y de los otros ministros.

Una vez finalizado el análisis del Evangelio los discípulos de Emaús y su paralelismo con los diferentes momentos de la Euca-ristía, el catequista puede hacer una lectura comentada de las páginas 11 a 14 del cuadernillo del Juvenil, donde los catequizan-dos podrán ir comprendiendo toda la importancia y profundidad que encierra el Sacramento de la Eucaristía.

(Papa Francisco, 22-6-2014)

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1.- OBJETIVOS

� Descubrir la utilización del lenguaje simbólico en nuestras relaciones humanas y en nuestra relación con Dios.

� Reconocer los Sacramentos como signos de encuentro con Jesús, con la comunidad, con el prójimo y con nosotros mis-mos.

� Descubrir la necesidad de la fe para comprender el simbolis-mo y para vivir con sentido los Sacramentos.

� Conectar los Sacramentos, en especial la Eucaristía, con nuestra propia vida.

2.- CONTENIDOS

No pretendemos en esta catequesis una introducción teórica a la noción de símbolo, sino una invitación a la vivencia de los símbolos cristianos, en concreto de la eucaristía. No hemos de ol-vidar que una de las tareas de la catequesis es la iniciación al sim-bolismo cristiano, viviendo los sacramentos.

Nuestra vida de cada día está llena de símbolos. Estos símbo-

los también han sido asumidos por el cristianismo como medios pa-ra nuestra comunicación con Dios. Los sacramentos nos inician a la vida y nos muestran una manera cristiana de vivir. Son signos, en este sentido, de una alianza, de una relación con Cristo. Y por otra parte, los sacramentos también son signos de comunión entre to-dos los cristianos.

Todos los grupos humanos utilizan signos para expresarse, pa-ra comunicarse. Estos signos evocan algo que une a todos los hom-bres. Simbolizar significa unir, poner juntos el significado y la rea-lidad. Por eso los amigos se reúnen, hablan, recuerdan y lo cele-bran juntos con signos y gestos, manifestando la alegría y unión entre todos. Los cristianos también tenemos unos signos que nos distinguen y nos recuerdan hechos y acontecimientos muy impor-tantes. La experiencia que tenemos nosotros de Dios es siempre sacramental, es decir, se expresa a través de unos símbolos.

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Los signos y símbolos nos ayudan a asociar ideas y, por lo

tanto, a hacernos comprender más rápidamente su significado. La mente humana es abstracta y procesa los signos y símbolos que también son abstractos, de una forma rápida y sin necesidad de utilizar palabra alguna. Invaden nuestras vidas como, por ejemplo, las señales de tráfico, los números, los colores... Estamos rodeados de señales indicándonos continuamente qué dirección hemos de tomar, dónde hemos de pararnos y si tenemos o no preferencia de paso; incluso podemos utilizar las manos para comunicarnos. Por lo tanto, son un lenguaje internacional.

En esta primera parte vamos a intentar descubrir lo que nos quieren decir los signos y símbolos. Los utilizamos mucho durante el día en casi todos nuestros ámbitos. Nos hablan, y Dios también nos habla a través de ellos. En nuestros tiempos se ha perdido un poco el sentido del símbolo como instrumento importante para re-lacionarnos con los demás y más aún con Dios. Conocer un símbolo, o más bien reconocerlo, significa que descubrimos detrás de la realidad visible lo que Dios nos dice.

El catequista hará ver a los Juveniles que el lenguaje de los signos, en la sociedad, se usa a menudo en todos los ambientes, incluidos los que ellos más frecuentan, y trataremos de mostrarles que tienen varios significados. Les invitará a que vayan diciendo qué significa para ellos cada uno de estos signos, hasta que digan varias interpretaciones de cada uno. Les ayudará a descubrir cómo los significados varían según el entorno.

Aquí dejamos al catequista una posible interpretación de ca-da uno de los signos:

El EURO: simboliza dinero, poder, el interés constante de la sociedad por tener siempre más y por considerar importantes a los que más tienen. Para nosotros de-be simbolizar lo contrario; tenemos que desechar

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preparatorios, con los que se va llevando a los fieles hasta el momento de la Comunión.

� Oración el Señor: en ella se pide el pan de cada día, lo cual para los cristia-nos implica especialmente el pan eucarístico. El sacerdote invita a orar, y todos los fieles, junto con el sacerdote, dicen la oración; el sacerdote solo añade el embolismo y todo el pueblo lo concluye con la doxología. El em-bolismo, que desarrolla la última petición de la oración del Señor, pide para toda la comunidad de los fieles la liberación del poder del mal. La invita-ción, la oración misma, el embolismo y la doxología conclusiva del pueblo, se proclaman cantados o en voz alta.

� Rito de la paz: por él la Iglesia implora para sí misma y para toda la familia humana la paz y la unidad, y los fieles expresan la comunión y la mutua ca-ridad, antes de comulgar con el Sacramento. En cuanto al gesto mismo de entregar la paz, será establecido por las Conferencias Episcopales, de acuerdo a la índole y costumbres de los pueblos. Sin embargo es conve-niente que cada uno dé la paz con sobriedad solamente a los que están más cercanos.

� La fracción del pan: el sacerdote parte el pan eucarístico. Este gesto de la fracción realizado por Cristo en la última Cena, que en los tiempos apostó-licos dio el nombre a toda la acción eucarística, significa que los fieles sien-do muchos, por la Comunión de un solo pan de vida, que es Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, forman un solo cuerpo (1 Cor 10,17). La fracción comienza después del rito de la paz, y debe ser cumpli-da con la debida reverencia; sin embargo no se ha de prolongar innecesaria-mente ni se le dará una importancia exagerada. El sacerdote parte el pan y deja caer una parte del mismo en el cáliz, para significar la unidad del Cuerpo y la Sangre del Señor. El pueblo canta o recita el Cordero de Dios. La invocación acompaña la fracción del pan, por lo cual puede repetirse cuantas veces sea necesario hasta que haya terminado el rito. La última vez se concluye con las Palabras “danos la paz”.

� Comunión: el sacerdote se prepara con una oración en secreto para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Los fieles hacen lo mismo orando en silen-cio. Luego el sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico sobre la pate-na o sobre el cáliz, y los invita al banquete de Cristo; y, juntamente con los fieles, pronuncia el acto de humildad, usando las Palabras evangélicas (“Señor, no soy digno...”). Es muy de desear que los fieles, participen del Cuerpo del Señor con el pan consagrado en esa misma Misa, y en los casos previstos, participen del cáliz. Mientras el sacerdote toma el Sacramento

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a) Acción de gracias (que se expresa principalmente en el Prefacio), en la cual el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da gracias por la obra de la salvación o por algún aspecto par-ticular de la misma, según los diversos días, fiestas o tiempos.

b) Aclamación: con ella toda la comunidad canta el Santo. Esta aclama-ción es proclamada por todo el pueblo junto con el sacerdote.

c) Epíclesis: con ella la Iglesia, por medio de unas invocaciones, implo-ra la fuerza del Espíritu Santo, para que los dones ofrecidos por los fie-les sean consagrados; es decir, se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comu-nión, sea para salvación de quienes van a participar de ella.

d) Narración de la institución y consagración: Palabras y acciones de Jesús por las que se realiza el sacrificio que Él mismo instituyó en la última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y Sangre bajo las especies de pan y vino, y lo dio a sus discípulos como comida y bebida, y les dejó el mandato de perpetuar el misterio.

e) Anámnesis: con ella la Iglesia, cumpliendo el mandato que recibió de Jesús, por medio de los Apóstoles, realiza el memorial del mismo Cristo recordando especialmente su pasión, su gloriosa resurrección y su ascen-sión al cielo.

f) Oblación: por ella, en este memorial la Iglesia, y principalmente la que está aquí y ahora congregada, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia procura que los fieles también aprendan a ofrecerse a sí mismos, se perfeccionen día a día –por mediación de Cristo- en la unión con Dios y entre sí, para que finalmente Dios sea to-do en todos.

g) Intercesiones: por las que se expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, y que la ofrenda se hace por ella misma y por todos sus miembros, vivos y difuntos, que han sido llamados a participar de la redención y de la salvación adquirida por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

h) Doxología final: en ella se expresa la glorificación de Dios, y se con-firma y concluye con la aclamación: Amén del pueblo.

� Rito de la Comunión: como banquete pascual que es la celebración eucarística es un banquete. Conviene que, según el mandato del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos como alimento espiritual por los fieles debidamente preparados. A esto tienden la fracción y los demás ritos 5

esa escala de valores donde los que más tienen más mandan. Nosotros, como vicencianos, creemos en una repartición de la riqueza y siempre nos sentimos más unidos a los más desfavo-recidos y necesitados.

SÍMBOLO DE LA PAZ: formado por un círculo con tres líneas en su interior, una en la parte superior y dos en la inferior en forma de huella de ave, que tuvo su etapa más representativa en la década de los 60. Fue creado en 1958 por el diseñador británico Gerald Holtom para

la campaña de desarme nuclear, aunque después su significado se extendería al sentido más general de “paz” con el que se interpre-ta hoy en día. Holtom se basó en las letras (Nuclear Disarmament)

según el abecedario semáforo en don-de ‘N’ se representaría con ambos bra-zos hacia abajo (uno a un lado y otro al otro) y la ‘D’ con un brazo vertical hacia arriba y otro vertical hacia aba-jo. Desde entonces está de moda y son

muchos, sobre todo mujeres, que lo usan como complementos y estampados en camisetas. Pero, ¿realmente saben lo que signifi-can?

Para nosotros la paz es uno de nuestros objetivos primor-diales, ansiamos la paz en todos los niveles, en el mundo, en nuestro entorno, con nuestros amigos, en nuestra familia y tendríamos, no sólo que buscar la paz entre los nuestros, sino entre todos, evitando los insultos y desprecios…; intentar en-tender a todos y compartir nuestro tiempo con todos, en paz.

El CORAZÓN, signo quizás más conocido por todos, y en todas partes del mundo representa el amor en sí, pero ¿cuántas maneras de interpretar el amor exis-ten? No todos entendemos el amor de la misma ma-

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nera. “Dios es amor” (1 Jn 4,8), por lo que, para nosotros, el amor es la base de todo. Todas nuestras acciones están funda-mentadas en el amor y, como tal, hemos de evitar cualquier sufrimiento a los demás.

El TRÉBOL DE CUATRO HOJAS: las cuatro hojas del trébol tienen su propia simbología particular. Se dice que las cuatro hojas significan fe, espe-ranza, amor y suerte. Otros sostienen que la pri-mer hoja a la izquierda del tallo nos trae fama, la segunda riqueza, la tercera amor y la cuarta sa-lud. En general, este trébol se utiliza para la bue-

na suerte. Es un amuleto que actualmente goza de una gran popu-laridad y se emplea en todas las partes del mundo.

Los cristianos de la Edad Media lo veían como una repre-sentación de la cruz de Cristo y esto, después, lo convirtió en símbolo de buenaventura. Este símbolo también está presente en la arquitectura gótica, simbolizando a los cuatro evangelis-tas, así como el hombre alado o ángel (Mateo), león (Marcos), buey (Lucas) y águila (Juan).

El FUEGO: uno de los cuatro elementos que tuvo alta-res, sacerdotes y sacrificios en muchísimas comunida-des del planeta. Por ejemplo, los romanos lo repre-sentaban bajo la figura de Vulcano en medio de los cíclopes... El significado simbólico antiguo del fuego posee una doble naturaleza: creación e iluminación, por un lado, y destrucción y purificación, por el otro.

En la Biblia, el fuego representa la trascendencia y la santi-dad de Dios: la zarza ardiente en el HOREB y en el SINAI; la co­lumna de fuego en el camino del Éxodo; el Señor desciende en el monte SINAI en medio del fuego (cf. Ex 19,18); la brasa ardiente que purifica los labios de Isaías; el carro de fuego que llevó a Elías; el bautismo en el Espíritu Santo y fuego, anunciado por Juan Bau- 23

3) Por la fracción del pan y por la Comunión, los fieles reciben de un único pan el Cuerpo y de un único cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del mismo Cristo.

� Preparación de los dones: al comienzo de la Liturgia Eucarística se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. En primer lugar se prepara el altar o mesa del Señor, que es el centro de toda la Liturgia Eucarística, y se colocan sobre él el corporal, el purificador, el Mi-sal y el cáliz, si no se ha preparado en la credencia (mesa pequeña que se utiliza para tener los objetos del culto de la Misa). Luego se traen las ofren-das: es de desear que el pan y el vino sean presentados por los fieles; el sa-cerdote los recibe en un lugar adecuado para llevarlos al altar. También se puede recibir dinero u otros dones para los pobres o para la iglesia, traídos por los fieles o recolectados en la iglesia, y que se colocarán en un lugar conveniente, fuera de la mesa eucarística. Acompaña a la procesión en la que se llevan las ofrendas el canto del Ofertorio que se prolonga por lo me-nos hasta que las ofrendas han sido colocadas sobre el altar. El canto siem-pre puede acompañar los ritos del Ofertorio, incluso cuando no hay proce-sión de dones. El sacerdote coloca el pan y el vino sobre el altar, diciendo las fórmulas establecidas. Puede incensar los dones colocados sobre el al-tar, luego la cruz y el altar, para significar que el sacrificio de la Iglesia y su oración suben como incienso hasta la presencia de Dios. Después el sacer-dote, por su sagrado ministerio, y el pueblo, en razón de su dignidad bautis-mal, pueden ser incensados por el diácono o por otro ministro (el sacerdote puede lavarse las manos expresando, por este rito, el deseo de purificación interior).

� Oración sobre las ofrendas: una vez depositadas las ofrendas en el altar y concluidos los ritos correspondientes, con la invitación a orar junto con el sacerdote y la oración sobre las ofrendas, se concluye la preparación de los dones y se prepara la Plegaria Eucarística.

� Plegaria eucarística: ahora comienza el centro y cumbre de toda la cele-bración: la Plegaria Eucarística, es decir, la Plegaria de acción de gracias y de santificación. El sacerdote invita al pueblo a elevar los corazones al Se-ñor en la oración y acción de gracias y lo asocia a la oración que, en nom-bre de toda la comunidad, él dirige a Dios Padre, por Jesucristo en el Espí-ritu Santo. El sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles se una con Cristo en la alabanza de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio. La Plegaria Eucarística exige que todos la escuchen con res-peto y en silencio. Los principales elementos de la Plegaria Eucarística son:

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� Profesión de fe (Credo): el Símbolo o profesión de fe tiene como fin que todo el pueblo congregado responda a la Palabra de Dios anunciada en las lecturas de la Sagrada Escritura y expuesta en la homilía, y a que, al procla-mar la norma de su fe, recuerde y confiese los grandes misterios de la fe, antes de comenzar su celebración en la Eucaristía. El Símbolo también pue-de decirse en celebraciones más solemnes.

� Oración universal: en la oración universal u oración de los fieles, el pue-blo, en cierto modo, responde a la Palabra de Dios recibida con fe y, ejer-ciendo la función de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos. Las intenciones normalmente serán:

a) por las necesidades de la Iglesia; b) por los gobernantes y por la salvación del mundo entero; c) por los que sufren cualquier dificultad; d) por la comunidad local.

Compete al sacerdote celebrante dirigir esta oración desde la sede. Él la in-troduce con una breve monición con la que invita a los fieles a orar, y la termina con la oración conclusiva. Las intenciones que se proponen han de ser sobrias, compuestas con sabia libertad y pocas palabras, y deben expre-sar la súplica de toda la comunidad. Normalmente serán leídas desde el ambón u otro lugar adecuado, por el diácono o un lector. El pueblo, de pie, expresa su súplica con una invocación común después de cada intención, o bien con la oración en silencio.

C) LITURGIA EUCARÍSTICA

En la Última Cena, Jesús instituyó el sacrificio y banquete pascual, por el que el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia, cuando el sacerdote, representando a Cristo el Señor, realiza lo mismo que el Señor hizo y encomendó a sus discípulos que hicieran en memoria de Él.

Cristo tomó el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípu-los, diciendo: “Tomad, comed, bebed; éste es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía”. Por eso, la Iglesia ha ordenado toda la celebración de la Liturgia eucarística con estas partes, que responden a las Palabras y a las acciones de Cristo. En efecto:

1) En la preparación de los dones, se llevan al altar pan, vino y agua, o sea los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.

2) En la Plegaria eucarística se da gracias a Dios por toda la obra de la salvación; y se hace la ofrenda del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

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tista; lenguas de fuego en Pentecostés que simbolizan la venida del Espíritu Santo… Durante la primera parte de la Vigilia Pascual, llamada "lucernario", la fuente de luz es el fuego. Este, además de iluminar quema y, al quemar, purifica. Como el sol por sus rayos, el fuego simboliza la acción fecundante, purificadora e iluminado-ra. Por eso, en la liturgia, los simbolismos de la luz-llama e ilumi-nar-arder se encuentran casi siempre juntos. El Cirio Pascual sim-boliza a Cristo resucitado y reparte su fuego para encender las velas que llevan todos los fieles, significando que Cristo, "Luz del Mundo", ilumina la vida de los hombres con su Resurrección.

STOP es una señal de tráfico reglamentaria. Indi-ca, en las intersecciones, la obligación de detener-se antes de continuar la marcha. Esta forma singu-lar permite ser reconocida en los cruces desde di-ferentes ángulos permitiendo a los distintos usua-rios identificar la prioridad de paso de los demás.

Nosotros, con frecuencia relacionamos esta señal con el Tiempo de Cuaresma, donde tenemos por delante 40 días para detenernos, para pararnos y despojarnos de lo que en realidad no nos permite acercarnos a Jesús. ‘Parar’ significa hacer una reflexión, reconducir los pequeños hábitos de la vida y esfor-zarse con especial interés, no por el mero hecho de cambiar, sino con el objeto de alcanzar la auténtica metamorfosis que supone la verdadera conversión.

El ATRAPASUEÑOS, según la creencia popular, su función consiste en filtrar los sueños de las perso-nas, dejando pasar sólo los sueños y visiones posi-tivas; los sueños que no recuerdas son los que ba-jan lentamente por las plumas. Las pesadillas se quedan atrapadas en la cuenta (piedra) y a la ma-ñana siguiente se queman con la luz del día para que no se cumplan.

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El RAYO es una poderosa descarga natural de electricidad estática, producida durante una tor-menta eléctrica, generando un "pulso electro-magnético". La descarga eléctrica precipitada del rayo es acompañada por la emisión de luz (el relámpago), causada por el paso de corriente eléctrica que ioniza las moléculas de aire, y por el

sonido del trueno, desarrollado por la onda de choque. La electri-cidad (corriente eléctrica) que pasa a través de la atmósfera ca-lienta y expande rápidamente el aire, produciendo el ruido carac-terístico del trueno.

La Biblia nos dice que Jesús vendrá como un relámpago, es decir, no vendrá en secreto sino visible para todos y de repen-te: “Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extre-mo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día” (Lc 17,24; Mt 24,27). El relámpago es símbolo de teofanía (presencia de Dios). El poder de Dios trasciende al hombre y lo llena todo (Ap 11,19). La imagen del relámpago es ya utilizada en el libro de Daniel (Dn 10,6).

Para la segunda parte de esta actividad (pág. 5 del cuaderno del Juvenil), el catequista irá sugiriendo signos, señales y lo que significan. Estamos tan acostumbrados a veces que apenas nos da-mos cuenta del simbolismo que encierran; por ejemplo, siempre identificamos el rojo con tener que parar y el verde con continuar, y no sólo en los semáforos. Todo lo que esté dentro de un triangulo lo identificamos con peligro… Otros ejemplos pueden ser:

� Móvil: durante el día lo tenemos siempre con nosotros, casi no nos separamos de él. Además de servir para ver el Twitter, Fa-cebook y sacarnos fotos, también sirve para acercarnos a aque-llos que están lejos. El móvil también significa los puentes que podemos tender hacia los demás, nuestra capacidad de expre-sarnos y de cuidar a los otros a base de pequeños detalles. Sue-na a locos, pero ¿a qué cambiaría nuestra forma de usar el móvil si lo interpretamos con un signo que nos une y conecta con los demás?

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la Palabra y se la distingue entre las demás lecturas con especiales muestras de honor, sea por parte del ministro delegado para anunciarlo, sea por parte de los fieles que, con sus aclamaciones, reconocen y confiesan la presencia de Cristo que les habla, y escuchan la lectura de pie.

� Salmo responsorial: después de la Primera Lectura sigue el Salmo Respon-sorial, que es parte integral de la Liturgia de la Palabra y de por sí tiene una gran importancia litúrgica y pastoral, por cuanto favorece la meditación de la Palabra de Dios. El Salmo Responsorial será el correspondiente a cada lectura y normalmente se tomará del Leccionario. Es conveniente que el Salmo sea cantado, al menos en lo que se refiere a la respuesta del pueblo. Si no puede ser cantado, se ha de recitar del modo más adecuado para favo-recer la meditación de la Palabra de Dios.

� Aclamación antes de la lectura del Evangelio: después de la lectura que precede inmediatamente al Evangelio, se canta el Aleluya (u otro canto, según lo pide el tiempo litúrgico). Esta aclamación por sí misma constituye un rito por el que la asamblea de los fieles recibe y saluda al Señor que le hablará en el Evangelio y confiesa su fe con el canto. Es cantado por todos de pie, y el versículo por los cantores o por un cantor.

a) el Aleluya se canta en todos los tiempos, excepto en Cuaresma.

b) en el tiempo de Cuaresma, en lugar del Aleluya se canta el versículo antes del Evangelio, presentado en el Leccionario.

c) la Secuencia de Pascua y de Pentecostés se canta después del Aleluya.

Cuando hay sólo una lectura antes del Evangelio:

a) el Aleluya y el versículo antes del Evangelio si no se cantan, pueden omitirse.

� Homilía: la homilía es parte de la Liturgia y se la recomienda encarecida-mente, pues es alimento necesario para la vida cristiana. Conviene que sea una explicación de algún aspecto de las lecturas de la Sagrada Escritura. Normalmente hará la homilía el mismo sacerdote celebrante o éste se la en-comendará a un sacerdote concelebrante, o algunas veces, según las cir-cunstancias, a un diácono, pero nunca a un laico. Los domingos y fiestas de precepto debe haber homilía en todas las Misas que se celebran con asisten-cia del pueblo, y no se la puede omitir, si no es por un motivo grave; los de-más días se recomienda, especialmente en las ferias de Adviento, Cuaresma y tiempo pascual, como también en otras fiestas y ocasiones en que el pue-blo acude en mayor número a la iglesia. Es oportuno guardar un breve mo-mento de silencio después de la homilía.

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el sacerdote o, según las circunstancias, un cantor o cantores, pero es canta-do o por todos juntos, o alternando el pueblo con los cantores, o sólo por los cantores. Si no se canta, lo recitarán todos juntos o alternando en dos coros. Se canta o se recita los domingos, excepto en tiempo de Adviento y de Cuaresma, en las solemnidades y fiestas, y en algunas celebraciones más solemnes.

� Oración colecta: el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, junto con el sacerdote, guardan un breve silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus intenciones y deseos. En-tonces el sacerdote comienza la oración, que suele llamarse “colecta”, por la cual se expresa la naturaleza de la celebración. Conforme a una antigua tradición de la Iglesia, normalmente la oración colecta se dirige a Dios Pa-dre, por Cristo en el Espíritu Santo, y termina con la conclusión trinitaria. El pueblo, uniéndose a la súplica, hace suya la oración con la aclamación Amén.

B) LITURGIA DE LA PALABRA

Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura con los cantos que se inter-calan, constituyen la parte principal de la Liturgia de la Palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal u oración de los fieles la desarrollan y concluyen. En las lecturas, Dios habla a su pueblo y Cristo, por su Palabra, se hace presente en medio de su pueblo. El pueblo hace suya esta Palabra por el silencio y los cantos, y se adhiere a ella por la profesión de fe; y alimentado por ella, ruega en la oración universal por las necesidades de toda la Iglesia y por la salvación de todo el mundo.

� El silencio: la Liturgia de la Palabra será celebrada de tal modo que favo-rezca la meditación, por eso se evitará completamente toda clase de prisa que impida el recogimiento. Conviene que en ella también se den momen-tos breves de silencio, adaptados a la asamblea congregada, en los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, la Palabra de Dios sea acogida en el co-razón, y mediante la oración se prepare la respuesta.

� Lecturas bíblicas: en las lecturas se prepara la mesa de la Palabra de Dios a los fieles y se les abren los tesoros de la Biblia. Por lo cual se debe conser-var la disposición de las lecturas bíblicas que esclarecen la unidad de am-bos Testamentos y de la historia de la salvación; y no está permitido que las lecturas y el salmo responsorial que contienen la Palabra de Dios, sean cambiados por otros textos no bíblicos. Las lecturas se proclamarán siem-pre desde el ambón. La lectura del Evangelio es la cumbre de la Liturgia de

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� Foto: simboliza momentos felices que hemos vivido junto a al-

guien e incluso una experiencia vital que hemos podido tener. Muchas veces guardamos esas fotos porque son importante para nosotros, son signos visibles de nuestro crecimiento.

� Canción: muchas veces sus letras, el momento en que se es-cuchó o con quien se compartió convierten una canción en un signo que nos trasmite algo grande.

El catequista tratará de profundizar en los significados de ca-da señal, signo o símbolo para asegurarnos que están en lo correc-to y que no tienen una idea equivocada.

Por último, el catequista ayudará a los Juveniles a crear el SÍMBOLO DEL GRUPO, haciendo hincapié en la trascendencia del símbolo, es decir, en su profundo significado. Una vez finalizado el trabajo, el catequista ayudará a que los Juveniles sepan distinguir un signo de un símbolo (ver pág. 5 y 6 del cuaderno del Juvenil).

Sirva como formación para el catequista lo que dice el Cate-cismo de la Iglesia Católica con relación a los signos y símbolos (CIC 1145-1152):

� 1145. Una celebración sacramental está tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana, se perfila en los acon-tecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo.

� 1146. Signos del mundo de los hombres. En la vida humana, signos y símbolos ocupan un lugar importante. El hombre, siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y de símbolos materiales. Como ser social, el hombre necesita signos y símbolos para comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo sucede en su relación con Dios.

� 1147. Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él las huellas de su Creador (cf Sb 13,1; Rm 1,19-20; Hch 14,17). La luz y la

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noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad.

� 1148. En cuanto creaturas, estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de expresión de la acción de Dios que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden su culto a Dios. Lo mismo su-cede con los signos y símbolos de la vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su Creador.

� 1149. Las grandes religiones de la humanidad atestiguan, a menudo de forma impresionante, este sentido cósmico y simbólico de los ritos reli-giosos. La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles la dignidad de sig-nos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo.

� 1150. Signos de la Alianza. El pueblo elegido recibe de Dios signos y símbolos distintivos que marcan su vida litúrgica: no son ya solamente celebraciones de ciclos cósmicos y de acontecimientos sociales, sino signos de la Alianza, símbolos de las grandes acciones de Dios en favor de su pueblo. Entre estos signos litúrgicos de la Antigua Alianza se pue-de nombrar la circuncisión, la unción y la consagración de reyes y sa-cerdotes, la imposición de manos, los sacrificios y, sobre todo, la Pas-cua. La Iglesia ve en estos signos una prefiguración de los sacramentos de la Nueva Alianza.

� 1151. Signos asumidos por Cristo. En su predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de la creación para dar a conocer los misterios el Reino de Dios (cf. Lc 8,10). Realiza sus curaciones o subra-ya su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-25). Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Éxodo y a la Pascua (cf Lc 9,31; 22,7-20), porque Él mismo es el sentido de todos esos signos.

� 1152. Signos sacramentales. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo reali-za la santificación a través de los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia no anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y de los símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los tipos y las figuras de la Antigua Alianza, signifi-can y realizan la salvación obra-da por Cristo, y prefiguran y an-ticipan la gloria del cielo.

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A) RITOS INICIALES

Los ritos que preceden a la Liturgia de la Palabra, es decir la entrada, el saludo, el acto penitencial, el Señor, ten piedad, el Gloria y la oración colecta, tienen carácter de introducción y preparación. Su finalidad es hacer que los fie-les reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a escuchar debidamen-te la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía. � Entrada: una vez reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote, comienza

el canto de entrada. La finalidad de este canto es abrir la celebración, fo-mentar la unión de los que se han congregado e introducir los espíritus en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta, y acompañar la procesión del sa-cerdote y los ministros.

� Saludo al altar y al pueblo congregado: el sacerdote -y los diáconos y los ministros, si los hubiere- cuando llegan al presbiterio, saludan al altar con una inclinación profunda. En señal de veneración, el sacerdote besa des-pués el altar; y, según las circunstancias, inciensa la cruz y el altar. Con-cluido el canto de entrada, el sacerdote, de pie ante la sede, se signa junto con toda la asamblea con la señal de la cruz; luego mediante el saludo ma-nifiesta a la comunidad congregada la presencia del Señor. Este saludo (“El Señor esté con vosotros”) y la respuesta del pueblo (“Y con tu espíritu”) hacen patente el misterio de la Iglesia congregada. Después del saludo, el sacerdote o el ministro laico, con brevísimas palabras, puede introducir a los fieles en la Misa del día.

� Acto penitencial: el sacerdote invita al acto penitencial que, después de una breve pausa de silencio, hace toda la comunidad mediante una fórmula de confesión general (“Yo confieso ante Dios todopoderoso”), y que el sacer-dote concluye con la absolución, la cual, sin embargo, carece de la eficacia del sacramento de la Penitencia. El domingo, especialmente durante el tiempo pascual, en lugar del acostumbrado acto penitencial, puede hacerse alguna vez la bendición y aspersión del agua en memoria del bautismo.

� Señor, ten piedad: después del acto penitencial comienza siempre el Señor, ten piedad, a menos que éste ya haya formado parte del mismo acto peni-tencial. Siendo un canto en el que los fieles aclaman al Señor e imploran su misericordia, normalmente será cantado por todos.

� Gloria a Dios: es el himno antiquísimo y venerable por el que la Iglesia congregada en el Espíritu Santo glorifica a Dios Padre y al Cordero, y le su-plica. El texto de este himno no puede ser cambiado por otro. Lo comienza

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A continuación ofrecemos al catequista una explicación deta-llada de cada momento de la Eucaristía a modo de complemento y anexo: � Las partes de la Misa

La Misa se puede decir que consta de dos partes: la Liturgia de la Pala-bra y la Liturgia Eucarística, tan íntimamente unidas, que constituyen un solo acto de culto. En efecto, en la Misa se prepara la mesa tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles se instruyen y alimentan. Otros ritos inician y concluyen la celebración.

TEXTO EVANGÉLICO Lc 24,13-15

MOMENTOS DE LA EUCARISTÍA

“Y mientras estaba a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él de-sapareció de su vista. Comenta-ban: ¿no nos ardía el corazón mientras nos hablaba por el ca-mino y nos explicaba las Escritu-ras?” (vv. 30-32)

Jesús ha aceptado nuestra invita-ción y ahora es el momento de compartir la mesa, lo más impor-tante de la Celebración. El que ha sido invitado es ahora el que invi-ta. El pan y el vino son símbolos de la entrega y el amor infinito hacia nosotros. Es el momento de la Consagración, de la Fracción del Pan y de la Comunión. Entramos en comunión con Jesús.

“Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde en-contraron reunidos a los once con los demás compañeros, que decían: ¡Era verdad: el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! Ellos, por su parte, conta-ron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reco-nocido al partir el pan” (vv. 33-35).

La Eucaristía concluye en una Mi-sión: “id y anunciadlo…”. La comu-nión, esa sagrada intimidad con Jesús, no es el momento final de este camino. Lo hemos reconocido, sí, pero el reconocimiento no es sólo para saborearlo y disfrutarlo nosotros solos ni para mantenerlo en secreto sino para anunciarlo y proclamarlo a todos los pueblos. Es el ENVÍO: “Ite Missa est…” (Id en Misión evangelizadora).

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En esta catequesis nos vamos a centrar en tres Sacramentos. Pa-ra ello vamos hacer tres grupos. Cada grupo profundizará sobre un Sa-cramento a partir de un símbolo concreto. En cada grupo nos ayudará una canción, una cita del Evangelio y una pregunta de reflexión que será la misma para todos los grupos: ¿Qué nos dice Jesús a través de

este Sacramento?

Una vez finalizado el trabajo en grupo, ponemos en común la reflexión y la respuesta a la pregunta planteada.

Dejamos que los grupos vayan exponiendo sus reflexiones aunque facilitamos al catequista las ideas principales que debe re-saltar en cada uno de los Sacramentos.

BAUTISMO

(Jn 3,3-15; Mt 28,18-20; Mc 16,15; Hch 8,35-38)

� Cuando los padres esperan un hijo, desean lo mejor para él. Por eso, le dan todo lo que necesita: alimen-tos, ropa, cariño, etc. Si los padres son cristianos y vi-ven en una comunidad cristiana desean que su hijo par-ticipe también de la misma fe. Así, muchos padres

acercan a sus hijos al bautismo como algo bueno, como el ali-mento o el idioma.

� Cuando unos padres deciden bautizar a su hijo pequeño, signifi-ca que desean educarlo en la fe cristiana. Por eso es muy impor-tante el papel de los padres en el bautismo ya que los niños son bautizaos en la fe de éstos. Los padrinos acompañan a los pa-dres en la tarea de educarlos en la fe.

� Origen: Jesús no sólo fue bautizado por Juan el Bautista en el Jordán, sino que pidió a sus discípulos que bautizaran a todos aquellos que creyeran en él.

� El bautismo puede recibirse de niño o de adulto. Si es de adulto

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se recibe juntamente con la Confirmación y la Eucaristía, como en los primeros siglos.

� El ministro del bautismo puede ser el obispo, el sacerdote o el diácono.

� El momento más importante del rito del bautismo tiene lugar cuando el ministro derrama agua sobre la cabeza de quien es bautizado al tiempo que pronuncia las palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.

� Antes se lleva a cabo la profesión de fe en la que toda la comu-nidad manifiesta su fe y después se realiza la unción con el cris-ma, es decir, con aceite, en la frente del bautizando.

� El agua, sobre todo (que da vida y limpia), y también el aceite (los atletas se untaban con aceite para tener los cuerpos más ágiles) son los dos signos más importantes del bautismo. Los otros símbolos son la señal de la cruz, la colocación de la vesti-dura blanca y la vela.

� Por el bautismo la persona nace a la fe, renace interiormente del agua y del Espíritu, se purifica de sus pecados y del pecado original y se convierte en hijo de Dios y en miembro de la Iglesia con sus derechos y obligaciones. Así pues, cuando una persona se bautiza entra a formar parte de la Iglesia; asume el compro-miso de vivir como hijo de Dios y ser testigo de Jesús, sintiéndo-se hermano de los demás cristianos y de todos los hombres.

PENITENCIA (PERDÓN)

(Lc 7,48-50; Mt 16,19; Jn 20,22-23)

� Dios creó al hombre libre y le dio la potestad de elegir entre el bien y el mal. El hombre comete pe-cado cuando, actuando consciente y libremente, atenta contra el amor de Dios y el amor a sus seme-jantes. Por tanto, para que exista pecado debe haber: conocimiento de lo que se hace, libertad ple-na para realizarlo y algo que atente contra Dios o los hermanos. 17

De camino a Emaús, de camino a la Eucaristía

TEXTO EVANGÉLICO Lc 24,13-15

MOMENTOS DE LA EUCARISTÍA

“Ellos se detuvieron con semblante afligido, y uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no se ha enterado de lo sucedido allí estos días? Él les preguntó: ¿Qué? Y les contestaron: Lo de Jesús Nazareno (…) Entonces Jesús les dijo: ¡Qué necios y torpes para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No tenía que padecer el Mesías todo eso pa-ra entrar en su gloria?” (vv. 13-26)

Llegamos a la Eucaristía con el co-razón roto, por todas aquellas cosas que no hemos hecho bien, por ello, nos sentimos tristes; es el momento de pedir perdón. Éste es un nuevo punto de partida en nuestro camino. Es el Acto Penitencial: “Señor, ten piedad”.

“Y entonces Jesús, les explicó todo lo que se refería a Él, en las Escrituras...” (v. 27)

Entonces ocurre algo nuevo, surge un compañero muy especial, un compa-ñero de camino, que nos comienza a hablar, y sus palabras piden una espe-cial atención. Él nos ha escuchado, ahora somos nosotros los que le escu-chamos a Él, cuyas palabras son su-mamente claras y directas. Es la Li-turgia de la Palabra: “Palabra de Dios”.

“Cerca ya de la aldea adonde se dirigían, él hizo ademán de se-guir adelante: pero ellos le insis-tieron diciendo: “Quédate con nosotros, que se hace tarde y el día va ya de caída”. Y él entró para quedarse” (vv. 28-30)

A medida que escuchamos a nuestro compañero de camino, algo cambia en nuestros corazones, sentimos que una nueva esperanza y una nueva alegría, invade lo más profundo de nuestro ser. Nuestro amigo ha dado un nuevo sentido a la marcha. Es aho-ra cuando nuestro corazón quiere a-brirse a Él, ofreciéndole todo lo que somos y proclamando que creemos en Él: Liturgia de la Eucaristía: Profe-sión de fe, Ofertorio...

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los hombres por puro amor.

� La eucaristía es acción de gracias: La palabra «eucaristía» vie-ne del griego y significa «acción de gracias». La eucaristía es una alabanza al Padre por la obra maravillosa de la salvación.

� La eucaristía es signo de amor y de unidad: El gesto que Jesús hace de partir y repartir el pan debe llevar, necesariamente, a compartir. Así lo entendieron los primeros cristianos. Por eso, un primer nivel necesario para vivir la eucaristía es compartir todo lo que la vida nos ofrece: esperanzas, frustraciones, ale-grías, bienes... Pero hay algo más: quienes comparten el mismo pan de la eucaristía forman un mismo cuerpo.

� El PAN y el VINO simbolizan el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el alimento para los cristianos. Es la máxima expresión del Amor de Jesús por nosotros: dar la vida por los demás. A través del Pan y el Vino recibimos a Jesús en nuestras vidas con el deseo de tenerle cerca de nosotros y caminar con Él.

� La EUCARISTÍA es el sacramento del Amor. Es una fiesta llena de alegría donde damos gracias a Jesús por amarnos y quedarse con nosotros. Una fiesta en la que somos enviados a ser sus testigos y hacer vida su Reino de Amor.

La celebración de la Eucaristía está llena de símbolos, ritos,

palabras y acciones llenos de significado.

A través del texto evangélico de los dis-cípulos de Emaús ire-mos descubriéndolos.

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� Jesús, durante su vida pública, perdonó los pecados a todos

aquellos que se presentaban ante él con fe y con arrepentimien-to. Después de su resurrección concedió a los apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados.

� Quien se acerca a recibir el perdón debe reconocer, ante sí y ante Dios, las faltas cometidas, arrepentirse de lo que se ha hecho mal y hacer propósito de enmienda, es decir, reparar el daño causado.

� Seguidamente viene la confesión personal, que se realiza ante un sacerdote que representa a Cristo y a la Iglesia. El pecado es un mal hecho a Dios y a la comunidad de creyentes, y su confe-sión se hace ante aquel a quien Cristo dio potestad para perdo-nar y representar a la comunidad. El sacerdote, en nombre de Cristo, acoge a quien se siente pecador, como el padre recibe al hijo pródigo que reconoce su culpa y vuelve a la casa paterna.

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� El sacerdote pide a Dios que conceda al penitente el perdón. Luego, traza con su mano la señal de la cruz como signo de perdón mientras dice: “Yo te absuelvo de tus pecados. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Es la abso-lución.

� El cuarto y último paso del sacramento del perdón es la peni-tencia por la que el cristiano, ya perdonado, acepta y se com-promete a realizar aquella buena obra que le propone el sacer-dote como señal de querer convertirse a Dios.

� El sacramento del perdón es la respuesta de la comunidad a la experiencia humana del mal y del arrepentimiento a los que, le-jos de mantener presente el daño cometido, se les ofrece el perdón.

� El sacramento del perdón es uno de los mayores regalos que Jesús nos hace: su misericordia, que nos regala nuevas oportuni-dades para ser mejores personas. Nos acoge con los brazos abiertos y nos regala su amor entrañable y su perdón.

LA EUCARISTÍA

(Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,15-20; 1 Cor 11,23-26)

� Cuando los amigos o la familia tienen algo que ce-lebrar, se reúnen generalmente en tomo a una mesa. Ponen en común el alimento y la bebida y, a medida que la reunión avanza, comunican sus experiencias, comparten sus problemas, recuerdan los momentos pasados juntos.

� En tiempos de Jesús, los judíos se reunían todos los años en la época de primavera para celebrar la Pas-cua. En esa fiesta renovaban los hechos ocurridos

hacía siglos, cuando salieron de Egipto donde estaban sometidos a esclavitud, hacia la tierra prometida. En el marco cronológico de la Pascua, Jesús se reunió con los apóstoles para celebrar la última cena. En esta celebración Jesús realizó una serie de ges-tos que adquirieron un significado profundo: tomó el pan, lo 15

bendijo, lo partió y se lo dio a sus discípulos mientras dice: “Tomad, esto es mi cuerpo”. A continuación tomó una copa de vino, lo bendijo y lo repartió mientras exclama: “Ésta es mi san-gre de la alianza derramada por vosotros”.

� Los gestos que realiza Jesús con el pan y el vino son una antici-pación de lo que va a realizar al día siguiente al entregar su vi-da por todos. El pan repartido es su cuerpo entregado y el vino distribuido es su sangre derramada. Participar del pan y del vino significa compartir los valores y principios de Jesús.

� Desde un punto de vista social la eucaristía expresa la unidad y la fe compartida de los creyentes. Si algo se siente en el co-razón se muestra en comunidad.

� Los primeros cristianos, siguiendo el mandato de Jesús: “Haced esto en memoria mía”, se reunían con frecuencia para celebrar la fracción del pan. Durante los tres primeros siglos las eucaris-tías se celebraban en las casas, quizá por miedo a las persecu-ciones o por ser reducido el número de fieles. Posteriormente, pasaron a celebrarse en las basílicas.

� El rito central de la eucaristía consiste en repetir los mismos gestos que Jesús hizo. El ministro, obispo o sacerdote, toma el pan y el vino y pronuncia las mismas palabras de Jesús en la última cena. De este modo Jesús se hace realmente presente en medio de la comunidad presidida por el ministro.

� Los símbolos más importantes de la eucaristía son el pan de tri-go, el vino de vid y la invocación al Espíritu Santo.

� Los dos grandes momentos que forman la eucaristía son la Litur-gia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. La Liturgia de la Palabra se compone de: lecturas bíblicas, Homilía, Profesión de fe (Credo) y Oración de los fieles (peticiones). La Liturgia Eu-carística se compone de Ofertorio, Prefacios (oraciones), Con-sagración, diferentes aclamaciones e intercesiones, Comunión y Acción de Gracias.

� La eucaristía es un sacrificio: Lo que Jesús hace en la última cena, al partir y repartir el pan, es un gesto profético que cul-minará con el sacrificio de la cruz. Cristo se entrega por todos