palmer, l.r. introduccion al latin

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Page 1: Palmer, L.R. Introduccion Al Latin

Introducción al latín

L. R. Palmer

Page 2: Palmer, L.R. Introduccion Al Latin

La presente obra es una de las más sugestivas y pedagógicas historias del latín e imagen ideal del manual universitario de la disciplina. El própósito del autor, profesor de filología compara­da en la Universidad de Oxfod, ha sido «compendiar para los estudiantes de lenguas clásicas, para los colegas que trabajan otros campos de estudio y para todos a quienes puedan interesar, los resultados alcanzados por la investigación en torno a la histo­ria de la lengua latina desde la Edad del Bronce hasta la caída del Imperio Romano. N o se ha dado por supuesto conocimiento alguno previo de los principios y métodos de la filología compa­rada, reservándose tales cuestiones al examen de los varios pro­blemas a los que afectan. M i intención ha sido exponer la com- munis opinio en los casos en que existe, y, en caso contrario, plantear con la mayor claridad posible los datos y los diversos puntos de vista que se han formulado; con todo, no he sido siempre capaz de ocultar el hecho de que tengo opiniones pro­pias». Para mantener el volumen del libro y su coste dentro de unos límites razonables, ha sido necesaria una estricta selección de temas, y, en este sentido, el autor, manteniendo la clásica división de fonética, morfología y sintaxis, ha preparado una síntesis de gramática histórico-comparada particularmente ágil y eficaz. La obra se completa con una antología de textos latinos arcaicos y con exhaustivos índices de materias y palabras.

Letras e Ideas

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L. R. Palmer

INTRODUCCIÓN AL LATÍN

EDITORIAL ARIEL, S. A.BARCELONA

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Título original: The Latín langitage

Presentación, traducción y notas deJ u a n J osé M orálejo y J osé L uis M oralejo

1.a edición 1974: Editorial Planeta, S. A. 1.a edición en Editorial Ariel

(Col. Letras e Ideas): octubre 1984

2 .a edición: marzo 1988

© Faber & Faber, Londres

Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo y propiedad de la traducción:

© 1984 y 1988: Editorial Ariel, S. A. Córcega, 270 - 08008 Barcelona

ISBN: 84-344-8378-5

Depósito legal: B. 6.629 - 3988

Impreso en España

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico,

mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

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NOTA A LA 2.' EDICIÓN

Aunque en las Notas de los Traductores y en la Bibliografía se han introducido algunas modificaciones puntuales — especialmente en lo quese refiere a obras que han tenido ulteriores ediciones actualizadas__ seha dejado para mejor ocasión la revisión de uno y otro apartado a la luz de la abundante bibliografía reciente.

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PRESENTACIÓN

El libro The Latín language ha sido la más personal contribuí ción de L. R. Palmer, profesor de filología comparada en la Univer­sidad de Oxford, a la colección “The Great Languages” por él diri­gida y editada en Londres por Paber & Faber. Recordemos que en la misma serie publicó W. J. Entwistle su volumen dedicado a las actuales lenguas hispánicas.

La idea primera de esta traducción —que aparece por circuns­tancias varias con más retraso del razonable— descansaba sobre la impresión especialmente grata que la primera parte de la obra nos había causado. Nos parecía una de las más sugestivas y pedagógicas historias del latín jamás escritas, e imagen ideal del manual univer­sitario de la disciplina. Al término de su trabajo permanece esa idea en la mente de los traductores, que, por otra parte, no niegan la excesiva concisión y convencionalidad de los capítulos que Palmer consagra a la gramática del latín propiamente dicha.

Nos hemos tropezado a lo largo del trabajo con no pocas dificul­tades. La mayoría de ellas derivaban de un carácter de la obra que el lector advertirá desde sus primeras páginas: se trata, en grado extremo, de un libro inglés escrito para ingleses. Este marcado eso- terismo, que lingüísticamente se acercaba a menudo a los confines del slang, nos ha obligado en no pocos pasajes a traducciones de carácter amplio, preferibles siempre a literalismos que exigen una cadena interminable de escolios y aclaraciones. Por lo que se refiere a los símiles e ilustraciones, que, como es natural, toma el autor de su lengua materna, hemos adoptado una praxis ecléctica, realizando la correspondiente traslación al castellano en los casos en que pare­cía necesario y posible. Para la traducción de la terminología hemos procurado tener muy en cuenta la establecida ya por estudiosos es­pañoles. En cuanto a las abreviaturas de carácter técnico, también hemos procurado ceñirnos a la ya considerable tradición de los es­tudios lingüísticos escritos en castellano; no creemos haber emplea-

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do ninguna desconocida para las personas relacionadas con el mun­do de la filología.

El profesor Antonio Prieto, codirector de la colección que acoge esta versión española, quería que los traductores añadieran a este texto algo de su propia cosecha. Aunque vendimiando a manos lle­nas en ajena viña, lo han intentado en las Notas de los traductores que lo acompañan, y que situamos al final del texto (pp. 337 y ss.), dada la extensión de algunas de ellas. Tales anotaciones no están proyectadas ni elaboradas según un criterio uniforme. Responden, en gran medida, a las particulares aficiones o experiencias de sus autores dentro del campo de los estudios clásicos, y, desde luego, a la idea de dejar constancia del mucho y buen trabajo realizado por investigadores españoles en estas parcelas del saber.

Parecidas tendencias nos han guiado en la tarea de actualizar y complementar la Bibliografía — muy sumaria— aducida por Pal­mer. Tampoco nuestra contribución pretende, ni mucho menos, ex- haustividad alguna. Nos ha parecido útil mantener el Apéndice de textos latinos arcaicos que incluye la edición inglesa del libro; puede, en efecto, ahorrar eventuales peregrinaciones a los reperto­rios usuales.

Y pasemos al capítulo de gratitudes. Nada tiene de simbólico, y se corresponde en gran medida con el de las dificultades registra­das a lo largo del trabajo de esta versión.

Para el esclarecimiento de ciertos puntos oscuros ha sido funda­mental la información y el consejo prestado por los profesores J. C. White, Pujáis y Lorenzo, de la Universidad Complutense de Madrid, y por la señorita J. Benton, de la Universidad Vanderbilt en Madrid.

El profesor Mariner, de la Universidad Complutense, ha tenido la amabilidad de leer el original de las Notas de los traductores, y de mejorarlas con su crítica y orientación.

Queremos dejar también constancia del apoyo y buena acogida prestados por Editorial Planeta y, concretamente, por el profesor Prieto.

Reconocidas estas deudas, sólo nos queda reivindicar para no­sotros, de modo exclusivo y solidario, la responsabilidad de esta ver­sión.

Juan José Moralejo José Luis Moralejo

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PREFACIO

En este libro, uno más en una serie que no está dirigida en prin­cipio a los especialistas, he intentado compendiar para los estudian­tes de lenguas clásicas, para los colegas que trabajan otros campos de estudio y para todos a quienes puedan interesar, los resultados alcanzados por la investigación en torno a la historia de la lenguai latina desde la Edad del Bronce hasta la caída del Imperio Romano. No se ha dado por supuesto conocimiento alguno previo de los prin­cipios y métodos de la filología comparada, reservándose tales cues­tiones al examen de los varios problemas a los que afectan. Mi in­tención ha sido exponer la eommunis opinio en los casos en que existe, y, en caso contrario, plantear con la mayor claridad posible los datos y los diversos puntos de vista que se han formulado; con todo, no he sido siempre capaz de ocultar el hecho de que tengo opi­niones propias.

Para mantener el volumen del libro y su coste dentro de unos limites razonables ha sido necesaria una estricta selección de temas. Esta exigencia ha sido especialmente imperiosa en el capitulo de sintaxis, que ha tenido que estructurarse como un comentario com­pendioso de las gramáticas escolares de serie. Las circunstancias han dado lugar a ciertas infracciones de la ortodoxia, que espero harán más cómodo el empleo del libro. Así, por lo que mira a los textos latinos arcaicos, he preferido referirme a los Remains of Oíd Latín de E. H. Warmington que a repertorios menos accesibles. No he logrado conciliarme la aprobación de todos mis amables críti­cos con relación al empleo del signo v para la u consonántica, pero se trata de una distinción útil desde el punto de vista filológico• y no he tenido reparo en seguir el ejemplo del manual de Leumann~ Hofmann. Las cantidades vocálicas sólo se han notado en los casos en que resultaban relevantes para el problema en cuestión.

Me he beneficiado del saber y consejo de muchos amigos y colegas inmediatos. Debo estar particularmente agradecido a Mr. J. Crow, al Prof. W. D. Elcoclc, al Prof. D. M. Jones, a Mr. S. A. Handforth,

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al Prof. W. S. Maguiness, a Mr. A. F. Wells y al Prof. E. C. Wood- cock, que han leído parcial o totalmente las pruebas, y que han corregido numerosos defectos de fondo y de forma. Debo además un reconocimiento al estamento de los estudiosos en general. El dejar constancia detallada de mis deudas no resultaba practicable en una obra de esta naturaleza. He intentado remediar un poco la laguna en la bibliografía, pero ésta tiene la finalidad específica de ayudar a dar con él camino a quienes deseen proseguir sus estudios en este campo. Como relación de mis dependencias resulta del todo insufi­ciente, y de manera general me veo obligado a aplicar al autor de esta obra las famosas palabras de Linio: si in tanta scriptorum turba mea fama in obscuro sit, nobilitate ac magnitudine eorum qui no- mini officient meo consoler.

L. R. PALMER

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PRIMERA PARTE

Esbozo de una historia de la lengua latina

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Capítulo primero

EL LATIN Y LAS DEMÁS LENGUAS INDOEUROPEAS

His constitutis rebus, nactus idoneam ad navigandum tempesta- tem III fere vigilia solvit equitesque in ulteriorem portum progredi et navis conscendere et se sequi iussit. a quibus cum paulo tardius esset administratum, ipse hora diei oirciter li li cum primis navi- bus Britanniam attigit atque ibi in ómnibus collibus expósitas hos- tium copias armatas couspexit. (César, De bello gallico, 4, 23, 1-2.)

Este pasaje, en el que el gran político y estilista Julio César des­cribe el primer asalto del poder armado de Roma a nuestra isla, ha representado para muchas generaciones de ingleses el primer golpe e impacto de la auténtica lengua latina. Un británico letrado y pa­triota que se encontrara entre los expectantes guerreros sobre las colinas del Kent se hubiera preguntado con asombro lógico qué clase de gente eran aquellos invasores y de dónde venían. Menos de cien años después un rey británico fue llevado a la capital de los invasores, y allí Tácito certificó en él un hablar de tal dignidad, una retórica tan acabada y un latín tan impecable como para ganarle estimación y un cautiverio honorable. En la ciudad de sus vence­dores pudo haber leído en Livio el orgulloso relato de los orígenes legendarios de Roma y de su ascenso a la grandeza del Imperio. Su actual descendiente, bien que animado por el pensamiento de que estudia en el país de Carataco, tiene que acercarse con humildad a la empresa de rastrear, aunque sea de modo esquemático, la historia de la lengua que aquellos romanos dieron a una tan gran parte del mundo occidental.

Recibe el nombre de latín porque en un principio es simplemen­te uno de los dialectos hablados por los latinos, un grupo de tribus emparentadas que ocupaban el territorio del Lacio, y en el que Roma mantenía una posición predominante (véase capítulo III). El historiador de la lengua latina tendrá que ocuparse en primer

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lugar de las sucesivas formas de la lengua tal como se nos aparece en una serie de textos que —para lo que nos interesa— alcanzan desde la caída del Imperio hasta los más antiguos documentos con­servados. Hay que añadir inmediatamente que la lengua latina con­cebida así tiene poca historia: ciertos cambios fonéticos, morfoló­gicos, sintácticos y semánticos que han sido fiel y diligentemente registrados. Pero hay una casi absoluta ausencia de textos anterio­res al s. m a. C. En Plauto, cuyas comedias nos obsequian con el primer volumen considerable de latinidad, la lengua de los romanos aparece en una forma que difiere muy poco del latín de la Edad de Oro. No hay una documentación que tenga para el historiador del latín la significación que tiene el Beowulf para el estudioso del in­glés. Dado, pues, que el estudio histórico de los monumentos de la lengua latina se nos acaba en un punto muy alejado incluso de la legendaria fundación de la ciudad en el 753 a. C., se hace preciso recurrir a otro método, el método comparativo, acerca del cual se imponen unas palabras previas.

Las lenguas son en esencia sistemas de signos vocales que los seres humanos emplean para comunicarse unos con otros. Esas ex­presiones o complejos fónicos producidos por el hablante provocan en el oyente ciertas respuestas; a esto lo llamamos comprensión. Pero no cualquier oyente puede comprender; porque la comprensión de una lengua requiere un largo y trabajoso adiestramiento en el uso de ese sistema concreto de signos. Este adiestramiento, el “aprender a hablar”, viene exigido por un hecho que es de importancia funda­mental para la ciencia del lenguaje: no existe conexión natural o necesaria entre los signos fónicos y los significados que comportan. El carácter arbitrario de la atribución de significados a los signos fónicos tiene una importante consecuencia teórica. Si dos — o más— grupos de hombres emplean signos fónicos idénticos o semejantes, debemos tener por muy poco probable que esta similitud se deba al azar o a invención independiente. Cuanto más arbitraria es la conexión entre sonido y significado y mayor la trascendencia de las semejanzas entre los sistemas comparados, menor es el grado de probabilidad de que el parecido sea accidental. En el caso de siste­mas de signos tan arbitrarios y complejos como las lenguas, toda semejanza significativa debe llevarnos a la conclusión de que los dos sistemas están unidos históricamente, es decir, a afirmar o bien que uno ha nacido del otro, o bien que ambos descienden de un an­tepasado común. En alemán, por ejemplo, signos como Mann, Gras, Hand, etc., aparecen casi con el mismo significado que en inglés man, grass, hand, etc., y la hipótesis de creación independiente es infinitamente menos probable que la de una conexión histórica. Las semejanzas de vocabulario y estructura gramatical son tales que so­

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lamente pueden explicarse postulando un común antepasado del que ambos derivan. Ahora nos proponemos aplicar este método com­parativo a descubrir posibles parientes de la lengua latina, con la esperanza de que ello nos capacitará para seguir su historia re­montando la época del más antiguo testimonio escrito existente.

Los DIALECTOS ITÁLICOS: OSCO-UMBRO

Entre las inscripciones de la antigua Italia se encuentran las es­critas en la llamada lengua osea. Osci, antiguo *Opsci, fue el nom­bre que los romanos dieron a los habitantes de Campania que los griegos llamaron ’OtukoL Pero la lengua hablada por las tribus samnitas con las que más tarde Roma entró en conflicto evolucio­nó hasta ser más o menos igual a la de los oscos. Así llegaron los romanos a designar este grupo de dialectos con el nombre de la tribu en que lo encontraron por vez primera, al igual que los fran­ceses usan el nombre tribal Alemanni para designar la lengua que los ingleses llamamos Germán: por ejemplo, Livio en su relato de la guerra contra los samnitas (10, 20, 8) escribe: “gnaros Oscae lin- guae exploratum quid agatur mittit”.

Las inscripciones escritas en oseo se encuentran en aquellas par­tes de Italia que estuvieron ocupadas por tribus samnitas: Samnium, Campania, Apulia, Lucarna y Bruttium. La lengua osea fue introduci­da también en Messana cuando ésta ifue tomada por los “mamerti- nos”, los mercenarios campanos reclutados por Agatooles. Las ins­cripciones, que cubren un período de unos cinco siglos desde las más antiguas leyendas de monedas hasta los graffiti de Pompeya escritos después del primer terremoto en el año 63, están redactadas en varios alfabetos. La mayoría muestran el alfabeto oseo, derivado del griego calcidico a través del etrusco. Pero el texto más extenso, la Tabula Bantina, una plancha de bronce encontrada en Bantia en 1793 y que contiene reglamentos municipales, está escrita en alfa­beto latino,-mientras que en inscripciones de Italia meridional se utiliza un alfabeto griego. El oseo fue la lengua principal de la Italia central hasta su sometimiento por los romanos, y se mantuvo en uso en documentos oficiales hasta la Guerra Social de 90-89 a. C. El hecho de que las inscripciones muestren pocas variantes dialec­tales a pesar de lo amplio del área en que se utilizó sugiere que en este oseo oficial tenemos una lengua común regularizada.

Estrechamente relacionada con la osea está la lengua llamada umbra. Su único documento extenso son las famosas Tabulae Igu- vinae. Descubiertas en 1444 en Gubbio (antigua Iguvium), en Um­bría, estas nueve tablas de bronce — dos de las cuales se han per­

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dido después de su descubrimiento— contienen las actas de una fratría religiosa semejante a la romana de los Arvales Fratres (véanse pp. 72 s.). Escritos parte en alfabeto latino y parte en el umbro nativo — derivado como el oseo de un alfabeto griego occi­dental a través del etrusco— , los textos se alinean desde aproxi­madamente el 400 al 90 a. C. Además de por estas tablas, la lengua umbra nos es conocida por otras pocas y magras inscripciones, pero hay testimonios de que los umbros en alguna época ocuparon un área que se extendía hasta la costa occidental. Al oseo y al umbro podemos añadir algún pequeño testimonio de los dialectos de tribus menores de Italia central que han sido algunas veces agrupados có­modamente bajo la denominación de “sabélicos”. Se incluyen aquí los dialectos de los Paeligni, los Marrucini y los Vestini, todos los cuales se asemejan estrechamente al oseo. El dialecto de los Volsci, conocido solamente por una corta inscripción de la ciudad de Veli- trae, parece ocupar una posición intermedia entre oseo y umbro.

Los llamados “dialectos itálicos” indudablemente muestran mu­chas semejanzas con el latín, pero es difícil precisar el grado exacto de parentesco. Los estudiosos no han decidido si se los debe consi­derar como dialectos diferentes de una y la misma lengua, la “itá­lica”, o como dos lenguas separadas. Ésta es en gran medida una discusión sobre términos que carecen de precisión científica alguna. Una lengua es un sistema de signos vocales usado por una comuni­dad dada de seres humanos. Cualquier persona que hace un uso inteligible de este sistema se convierte ipso facto, al menos por el tiempo en que lo usa, en miembro de esta comunidad lingüística. Este factor de inteligibilidad puede ser utilizado para alcanzar una definición aproximada de dialecto. Dentro de un sistema dado pue­den presentarse variantes locales y personales, pero en la medida en que la inteligibilidad no se vea seriamente afectada se entiende que tales variantes no implican la desaparición de la calidad de miembro de la comunidad lingüística. Esas formas locales e indivi­duales de expresión son consideradas solamente como subvariantes del sistema usado en toda el área. El término “dialecto” implica así a la vez diferencia y semejanza, sentido de exclusividad y, sin em­bargo, de solidaridad. Allí donde el sentido de solidaridad lingüis­tica es roto por la organización en estados políticamente separados, los hablantes tienden a dignificar su propia variedad de habla con el nombre de “lengua”. Así, noruegos, suecos y daneses son absolu­tamente capaces de conversar entre ellos usando cada uno su “len­gua”, aunque por la prueba de la inteligibilidad todas ellas podían ser consideradas como dialectos de la lengua “escandinava”. Queda por añadir que la inteligibilidad constituye solamente un medio tos­co aunque eficaz de distinguir entre lengua y dialecto. El límite

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puede variar con el tempo del habla y de una frase a otra. Por otra parte, en una serie de dialectos hablados sobre un área dada pueden ser mutuamente inteligibles los geográficamente contiguos, mientras que no superan esta prueba los que ocupan las posiciones extremas. La diferencia real entre los dos términos es que “lengua” es un tér­mino absoluto, mientras que “dialecto” plantea el problema de la relación: dialecto = variante de x.

Si ahora aplicamos esta prueba al latín y los dialectos itálicos, y comparamos un texto umbro con su traducción latina, p. ej.:

I A 7 ss.: pusveres Treplanes tref sif kumiaf feitu Trebe Xuvie ukriper Fisiu, tutaper Ikuvina = post portam Trebulanam tris sues grávidas facito Trebo luvio pro arce Fisia pro civitate Iguvina,

a la primera ojeada resultará evidente que las dos lenguas son mu­tuamente ininteligibles. Se ha calculado que de un sesenta a un se­tenta por ciento de las palabras contenidas en las Tablas Iguvinas son extrañas al latín, mientras que para el griego sólo del diez al quince por ciento de las palabras que aparecen en las Leyes gorti- tinias cretenses no se encuentran en ático. A estas diferencias de vocabulario decisivas debemos añadir divergencias significativas de fonética y morfología.

Fonética

1. Las consonantes labiovelares (véanse pp. 227 s.) reciben tra­tamiento diferente: así, al latín quis y vivus corresponde el oseo con pis y bivus.

2. Las oclusivas aspiradas ides.1 (véanse pp. 228 s.) aparecen en latín como b y d en posición medial, en “itálico” como f: tibí, me­dia = u. tefe, o. mefiaí.

3. kt y pt del latín aparecen en osco-umbro como ht y ft\ Oc­tavias, scriptae = o. Uhtavius, o. scriftas.

4. La síncopa de vocales breves en sílabas mediales (véase p. 213) es más pronunciada que en latín: agito = o. actué, hortus = o. húrz.

5. á final > ó en “ itálico” : vid = o. viú, atrd = u, atru.

Morfología

En la primera y segunda declinaciones el osco-umbro tiene las desinencias originarias de nom. pl. -ás, -os (véase p. 243), que el latín

1. ide(s). = indoeuropeo(s) o indoeuropea(s).

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ha sustituido por las formas pronominales -di (-ae) y -oi ( - i ) . En los temas en consonante el oseo presenta la declinación originaria -és, que el latín ha sustituido por -és (véanse pp. 245 s.). En el gen. sg. de los temas en -o- y en consonante el latín tiene -i e -is respecti­vamente, mientras que el osco-umbro tiene -eis en ambas declina­ciones. También la conjugación del verbo presenta divergencias de consideración. El fut. -bo característico del latín es desconocido del osco-umbro, que ha formado su tiempo de futuro a partir de una antigua formación de subjuntivo: p. ej. deivast = iurabit, ferest = feret. El inf. pres. act. del itálico termina en -om : o. ezum, u. erorn = esse. El fut. perf. presenta el formante -us: u. benust = venerit.

A la vista de estas grandes diferencias entre el latín por un lado y el osco-umbro por el otro, es indudable que deberíamos recono­cerlos como lenguas separadas. El grado de ininteligibilidad es mu­cho mayor, por ejemplo, que el que hay entre italiano y español. Pero, como hemos dicho, el uso de los términos “dialecto” y “len­gua” es asunto de precisión, y estudiosos como A. Meillet, que con­sidera al latín y al osco-umbro como dialectos diferentes del “itá­lico”, basan sus conclusiones sobre ciertas semejanzas importan­tes que hemos de examinar ahora.

Fonética (véanse pp. 211 s.)

En ambos grupos: (1) ide. a se convierte en a, (2 ) eu > om , (3) r y l > or, ol, (4) tji y M > em, en, (5) las aspiradas sonoras bh, dh, gh, pasan a fricativas sordas, (6) s intervocálica se sonoriza, (7) t-t > ss, (8) palabras del tipo silábico p— q# > q»— q» (p. ej. * penque > quinqué), y (9) -t se convierte en -d.

Al valorar estos testimonios debemos recordar una vez más el principio fundamental de la lingüística comparada: que para es­tablecer un parentesco se necesita la existencia de semejanzas de tal naturaleza que excluyan la posibilidad de desarrollo independiente. En apariencia, el postulado de una “unidad itálica” exclusiva a par­tir de la cual se habrían desarrollado el latín y el osco-umbro ven­dría exigido por el establecimiento de semejanzas sorprendentes, que estas lenguas comparten con exclusión de otras lenguas empa­rentadas de manera más distante. Ahora bien: (1) representa un desarrollo compartido por todas las lenguas ides. excepto el sáns­crito, (5) ha ocurrido separadamente en griego helenístico, (6) es un fenómeno muy corriente sin significación para la cuestión del parentesco, (7) se ha dado en germánico y céltico, (8) es también un rasgo del céltico. Una vez eliminados estos rasgos, queda el tes­timonio fonético como base poco segura para una hipótesis de pa-

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xentesco, porque se ha observado con frecuencia que lenguas en proximidad geográfica muestran semejanzas de estructura fonética y fonológica aunque no estén emparentadas. Así, Sapir ha señalado que cierto número de lenguas indias no emparentadas de la costa del Pacífico, en América del Norte, desde California hasta el sur de Alaska, “tienen en común muchos rasgos importantes y distin­tivos”. En la anterior enumeración el cambio de eu a ou se da no sólo en latín y osco-umbro, sino también en véneto y mesápico. El cambio r, l > or, ol es también un rasgo del véneto y del ilirio. Tales semejanzas pueden, por tanto, ser producto de la contigüidad más que del parentesco y no tener entonces fuerza lógica para la cuestión de una unidad itálica.

De mayor importancia son las semejanzas de morfología, por­que es infrecuente que una lengua importe de otra mecanismos de declinación y conjugación. Pues bien, tanto en latín como en osco- umbro el abl. en -d, que en ide. quedó limitado a los temas en -o- ( “segunda declinación”), fue extendido a otros tipos, p. ej. lat. prai- dad, o. toutad, lat. loucarid, o. slaagid ( = fine), lat. castud, etc. La misma desinencia también aparece en los adverbios que por su for­ma son antiguos instrumentales en -é; por ej. lat. facilumed, o. am- prufid (= improbe). La formación del dat. sg. de los pronombres personales es también sorprendentemente similar en ambos grupos: lat. are. mihei, u. mehe, lat. are. tibei, u. tefe, lat. are. sibei, o. sífei. Pasando ahora al sistema verbal, nos encontramos con que los tipos de conjugación son los mismos en ambos grupos: es decir, que los verbos se organizan en las cuatro conjugaciones que nos son fami­liares por las gramáticas latinas. Además, el o. fufans = erant sugie­re que el osco-umbro había creado un imperf. ind. del tipo repre­sentado por el lat. amabam (véase p. 270). La formación del imperf. subj. es también idéntica: foret = o. fusíd ( *fu-sé-d ). En este mis­mo sentido se creó un sistema de pasiva característico (véanse pp. 264 s.) a partir de elementos presentes en el más antiguo ide.: así saeratur = o. sakarater. Se observan también semejanzas en la formación del supino (u. anzeriatu = observatum) y del gerundivo (sacrandae = o. sakrannas). Finalmente podemos mencionar la fu­sión del aor. y del perf. ides. en un único “perfecto”, y la fusión de los modos originarios subj. y opt. en las formas de subjuntivo del latín y del osco-umbro.

Semejanzas de tal alcance en la reorganización de los sistemas nominal y verbal ponen al latín en relación más estrecha con los dialectos itálicos que con cualesquiera otras lenguas ides., aunque en un artículo reciente D. M. Jones ha argumentado que los hechos encajan mejor “dentro de un esquema de relaciones del ide. occi­dental (véase infra) que en el desarrollo de un itálico común uni­

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forme”. La interpretación de esta relación más estrecha en tér­minos históricos es, sin embargo, discutida.

La hipótesis más simple que podría dar cuenta de los hechos ob­servados es suponer que en algún momento en el pasado existió una comunidad “itálica” en cuyo seno se desarrollaron los rasgos comu­nes que hemos observado en el latín y los dialectos itálicos, y que las muy importantes diferencias son producto del desarrollo inde­pendiente tras la ruptura de esta comunidad lingüística. Pero un profesor alemán, A. Walde, en un trabajo sobre la relación entre itálico y céltico que tendremos ocasión de discutir más adelante, mantiene que las semejanzas entre latín y osco-umbro son un fe­nómeno de convergencia, el reflejo lingüístico de contactos entre los dos grupos en un período comparativamente reciente en Italia mis­ma. La escuela italiana de lingüistas apoya esta hipótesis con va­riaciones secundarias de énfasis. Así, Devoto sostiene que las diver­gencias entre latín y osco-umbro son antiguas y que las semejanzas se desarrollaron en fecha relativamente tardía, cuando los proto- latinos se habían establecido ya en el Latlum. Del siglo vm en ade­lante — fundación de Roma y presencia de una tribu sabina sobre una de las colinas— se establecieron relaciones que desembocaron en un intercambio de elementos lingüísticos entre los protolatinos y los osco-umbros; es esta etapa de aproximación progresiva la que debería ser llamada “período itálico”. Devoto sostiene que esto no debe entenderse en un sentido genealógico que implique la identidad en época anterior de los dos sistemas lingüísticos. A todo ello pue­de objetarse que la contigüidad geográfica y los contactos sociales y culturales entre pueblos que hablan lenguas diferentes pueden desembocar en semejanzas del sistema fonológico y en intercambio de préstamos de palabras, pero que las peculiaridades estructurales fundamentales, tales como los tipos de tiempo, modo y formación de los casos, no son fácilmente transferibles. Las evoluciones lin­güísticas deben ser reconducidas en última instancia a actos de ha­bla, que son esencialmente hábitos sociales, y hábitos sociales tales como los testimoniados en los subjuntivos y similares son transferi­bles de un grupo de seres humanos a otro solamente bajo condi­ciones tales de intimidad lingüística que comporten una “comunidad lingüística”. Una institución osea como el “figón” puede llegar a ser algo arraigado en la vida romana, y llevar consigo la palabra osea popina; pero ¿bajo qué condiciones de habla podemos imaginarnos el intercambio de un gerundivo, un supino o un imperfecto de sub­juntivo entre hablantes que, en esta hipótesis de convergencia, se entendían mutuamente todavía menos que los del latín y osco-um­bro documentados históricamente? Los conceptos de “intercambio lingüístico”, “esquemas mentales comunes”, “convergencia” y simi­

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 21lares, con los que opera Devoto, están demasiado alejados de los hechos del habla real. Los hechos lingüísticos exigen la suposición en una época y en un lugar de una forma de sociedad que abarque a representantes de ambos grupos itálicos mayores, esto es, a los antepasados lingüísticos de los hablantes del latín y de los del osco- umbro. Pero esta necesidad no implica una “unidad itálica” que abarque a todos los protolatinos y protoitálicos. Como hipótesis mí­nima podría bastar con suponer que un grupo de invasores osco- umbros se fusionó con los protola.tinos, y que fue este injerto de una población extraña en el tronco latino el que produjo las seme­janzas entre latín y osco-umbro que han sido punto de partida de esta discusión. Las leyendas sobre los orígenes de Boma — Tito Tacio y el rapto de las mujeres sabinas— parecen implicar algunos hechos históricos como los que hemos postulado (los elementos sa­binos en latín serán discutidos en pp. 47 s.), y el testimonio de los dialectos no romanos del Lacio apunta en la misma dirección (véase capítulo III). Queda por decir que esta conclusión concuerda en lo principal con la de Devoto, porque excluye una comunidad “itálica” existente antes de la invasión de la península apenina por los ante­pasados de los dos grupos de tribus. Las semejanzas más estrechas reunidas bajo el rótulo de “itálico”, estamos de acuerdo en que se desarrollaron sobre suelo italiano. Todo lo que hemos sugerido es que el concepto de convergencia exige traducción a los hechos del habla real y a los condicionamientos de la sociedad humana que éstos implican.

La teoría ítalo-céltica y la “civilización del Noroeste”

Llevando ahora nuestra atención mucho más lejos, podemos de­cir en pocas palabras que el método comparativo ha determinado que el latín pertenece a un grupo de lenguas que se extiende desde la India, en el este, hasta las lenguas céltica y germánica, en el oeste. En estas lenguas se han detectado semejanzas de estructura y de vocabulario fundamental tan notables que excluyen toda otra explicación que la de que descienden de un antepasado común, que es conocido como indoeuropeo. Esta suposición de una lengua madre más o menos uniforme para dar cuenta de las semejanzas detecta­das en el grupo de lenguas emparentadas debe implicar además la existencia en una época dada de un grupo de hablantes de la mis­ma: el pueblo indoeuropeo. Por otra parte, el análisis del fondo de palabras comunes ha permitido a los estudiosos trazar una ima­gen de algunos rasgos de su civilización. As!, parecen haber tenido familiaridad con el cobre y su laboreo; practicaron una agricultura

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al menos primitiva, y domesticaron algunos animales, como la vaca y la oveja; adoraron a un dios del cielo luminoso y tuvieron una sociedad organizada patriarcalmente. Sin embargo, no hemos de imaginarios como una comunidad política estrechamente coheren­te con una lengua uniforme: más probablemente fueron un agre­gado indefinido de tribus seminómadas, asentadas por algún tiempo para cultivar el suelo y puestas de nuevo en movimiento cuando el suelo quedaba agotado por sus primitivos métodos de cultivo, y que tal vez se reunían de cuando en cuando para celebrar los ritos religiosos comunes. Una “sociedad” tal mostraría inevitablemente diferencias dialectales. Además, durante el largo periodo de migra­ciones que con el tiempo los llevaron a los muy diseminados asen­tamientos en que aparecen en tiempos históricos, algunas tribus pueden haber establecido relaciones más estrechas por períodos limitados, o bien con miembros de diferentes tribus pueden haberse formado bandas de nómadas. Por ello hemos de contar con la po­sibilidad de que entre la época originaria ide. y la aparición de los pueblos separados en sus hábitats históricos mediaran otras “uni­dades” de duración e intensidad variables. Estas comunidades po­drían haberse reflejado en la lengua, y el cometido del lingüista es tratar de detectar por medio del análisis tales afinidades dialecta­les más estrechas dentro del grupo más grande. Tal análisis ha revelado cierto número de peculiaridades que “itálico” y céltico comparten con exclusión de las otras lenguas emparentadas. Enu­meraremos los hechos antes de discutir su significación, porque su interpretación es todavía muy disputada.

Fonética

1. Las labiovelares ides.2 (qu, p«, guh) muestran igual tratamien­to en itálico y céltico, convirtiéndose en labiales en británico y osco- umbro, y en velares en latín y gaélico (por ejemplo el interrogativo ide. q’Hs, etc., aparece en irl. como cia, en lat. como quis, en gal. como pwy, en o. como pis). Se ha sugerido que estos hechos son reflejos de un pasado parentesco dialectal en un grupo italo-céltico; que en una época prehistórica los antepasados lingüísticos de celtas e itálicos vivieron en estrecha proximidad, y que, así agrupados, el pueblo prebritánico compartió con los presabélicos este cambio q» > p. Más tarde el grupo entero se dividiría y “re-haría”, para formar el prebritánico y el pregaélico el céltico común, y el “pre­latino” y el presabélico el itálico común, siguiendo caminos sepa­

2. Véanse pp. 227 s. Las lenguas eéltioas difieren solamente en el trata­miento de gu.

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 23rados desde entonces en adelante céltico e itálico. Esta hipótesis queda invalidada por un simple hecho: en todas las lenguas celtas la p - ide. originaria ha desaparecido (p. ej. irl. én “pájaro”, gal. edn < *pet-n, cf. lat. penna, etc.): esto significa que el cambio qu > p en brit. debe de haber tenido lugar después del periodo co­mún céltico y por ello ocurrido independientemente del cambio si­milar en osco-umbro. En cualquier caso, un cambio similar se ha dado en eólico, en el que las labiovelares también aparecen como labiales (p. ej. * penque > Tré Tte). Por tanto, el fenómeno no es prue­ba concluyente de parentesco más estrecho.

2. Más peculiar, y consecuentemente de mayor significación como prueba de relación, es el cambio ocurrido en palabras cuya primera sílaba comienza con una labial y la segunda con una labio- velar: en esas palabras la asimilación se ha dado tanto en Itálico como en céltico,3 p— qu > q*— q»: p. ej. ide. * penque “cinco” > ital.- célt. *quenq»e, airl. cóic, agal. pimp, lat. quinqué, o.-u. * pompe (cf. púmperiaís “quincuriis”) .

Morfología

1. El gen. sg. de los temas en -o - acaba en -i : irl. maqi “del hijo”, galo Segomari, lat. domini. Aunque en sánscrito (véanse pp. 243 s.) se han encontrado huellas de un caso adverbial en -i, ello no disminuye la significación de este fenómeno. Su incorpo­ración a la declinación regular en sustitución del gen. originario en -osyo es una innovación común a céltico y latin (el osco-umbro ha hecho la sustitución con -eis procedente de los temas en -i - de la tercera declinación), pero compartida también por el véneto y el mesápico, dialecto ilirio (véanse pp. 49 s.).

2. Las formas impersonales del verbo en osco-umbro y céltico están caracterizadas por -r : p. ej. u. ferar “llévese”, gal. gweler “ve”, irl. herir “lleva”. Esta -r es también marca del deponente y de la pasiva en ambos grupos: p. ej. lat. sequor, sequitur, irl. sechur, sechithir. Se han encontrado estas desinencias -r en otras lenguas ides., por ejemplo tocario, hetita y frigio, y el testimonio de dichas lenguas sugiere que la desinencia -r aparecía originariamente sólo en el sg. y en la 3.a p. pl. del presente. También aquí encontramos un significativo desarrollo común de un rasgo heredado.

3. Los verbos del tipo ama-re, mané-re en latín forman su futuro con un elemento -b - (amabo, monebo), derivado de la raíz ide. bhu “ser” (véase p. 271); la formación es en realidad un tiem- 3

3. Véase p. 226.

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po perifrástico con el significado de “he de amar”, etc. El mismo tipo se encuentra en céltico, p. ej. irl. léicjea “dejaré”. Aun cuando es difícil reducir las formas atestiguadas a un único prototipo, pa­rece ineludible concluir que el germen del futuro en -5- existía en los dialectos de los que se derivaron latín e irlandés. Innovación no­table, es testimonio significativo de una relación estrecha otrora de itálico y céltico.

4. En ide. e l subjuntivo [ N o t a 1 ]4 se formó a partir de varios temas temporales por adición o alargamiento de la vocal temática e/o: p. ej. en griego homérico ind. ípsv subj. íopev, o ind. Xóopev subj. Xúw|i£v. Pero en céltico el modo subjuntivo es independiente del tema temporal y se forma añadiendo -a o -s a la raíz: p. ej. irl. Sera (ber “llevar”), tiasu (tiag “ir”). Los mismos tipos aparecen en itálico (véase p. 277): p. ej. lat. are. advenat con el subjuntivo for­mado sobre la raíz ven- y no sobre el tema de presente veni-, y faxo, capso con -s- añadida a las raíces fac- y cap-, distintas de los temas de presente faci- y capí-. Este rasgo morfológico, que se en­cuentra solamente en itálico y céltico entre las lenguas ides., podría resultar prueba concluyente de parentesco íntimo. Pero el hecho de que el subjuntivo sea independiente de los temas temporales y pueda incluso formarse de una raíz diferente (p. ej. fuam como subj. de sum) concuerda con los rasgos más arcaicos del sistema verbal ide., en el que no habla conjugación propiamente hablando, sino que cada tiempo existía independientemente de los otros. Es posible por ello que los subjuntivos en á sean arcaísmos, elimina­dos en las otras lenguas ides. y conservados solamente en itálico y céltico. Si adoptamos este punto de vista, estos subjuntivos tienen menor fuerza probatoria de parentesco, porque, como se apuntó más arriba, los arcaísmos pueden sobrevivir independientemente en las diversas lenguas.

5. En la comparación de adjetivos, itálico y céltico muestran también concordancias que los vinculan estrechamente. En ide.4 5 el comparativo se formaba (1) añadiendo el sufijo -iós a la raíz, p. ej. ser. nava- “nuevo”, náv-yas “más nuevo”; (2) con el sufijo -tero, que tenía función “de contraste” o “separativa”, asi en laevus: dexter, magister: minister, etc. Tanto el latín como el irlandés han desarrollado y regularizado el primer procedimiento (p. ej. lat. sé­nior, irl. siniu). También en el superlativo podemos distinguir dos

4. La indicación N ota, seguida de un número y entre corchetes, remite a las N otas de los traductores (pp. 337 ss.). (IV. de los t.)

5, Es probable que el indoeuropeo no poseyera un verdadero “comparativo”, sino que los derivados en -ios, -ison, tuvieran un valor muy aproximado al del Inglés biggish, sizish, que tienen función “relativa” en cuanto opuestos al sig­nificado “absoluto” del llamado positivo (véanse pp. 253 s.).

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tipos: (1) sufijo -t°mo (lat. ultimus, intimus), cuya función origina­ria fue quizá señalar el “punto extremo de un continuo espacial” 6, y (2) el tipo en -is-to (ing. sweetest, gr. fj&iaxoq), que como los nú­meros ordinales (p. ej. ing. first, al. zwanzigste, gr. npwxot;, etc.) indicaba el miembro que culmina o completa una totalidad. Este segundo tipo no se encuentra en italo-céltico, que sin embargo tie­ne, además del tipo (1), una forma compleja en -s°mo, que no se da en ninguna otra parte: lat. maximus, o. nessimas (= proximae), airl. nessam, gal. nesaf.

Vocabulario

El análisis del vocabulario revela que hay también cierto nú­mero de palabras exclusivas del itálico y del céltico. Por ejemplo, los verbos cano y loquor tienen correspondientes exactos en irl.: caraira y -tluchur. Entre los términos de agricultura, la raíz que en­contramos en lat. metere “segar” aparece en otro lado con este sig­nificado solamente en céltico, p. ej. gal. medí; asimismo seges “mies” corresponde al gal. heu “sembrar”. Para las partes del cuerpo po­demos anotar las ecuaciones cülus = irl. cúl, dorsum = irl. druim, pectus = irl. hucht, t&lus = irl. sál. Podemos añadir los nombres pulvis = gal. ulw, harina = irl. ganem, térra = irl. tír, avunculus = gal. ewythr, saeculum = gal. hoedl; y los adjetivos vastus = irl. jota, trux = irl. trú, grossus = irl. bras, mitis = irl. móith, vates “bardo, vate”, aunque relacionado con palabras germánicas como aing. wñp “canto, poema”, encuentra correspondencia exacta en irl. fáith “poe­ta”. Este acervo de testimonios podría parecer capaz de establecer un argumento fuerte y suficiente en favor de la existencia en un tiempo de una comunidad que abarcara a los antepasados lingüís­ticos de los pueblos latino (itálico) y celta. Pero antes de admitir tal cosa hemos de advertir que hay elementos (1) comunes a cél­tico y germánico, (2) comunes a itálico y germánico, (3) comunes a los tres, y (4) que las palabras pertenecientes a este último grupo se encuentran con frecuencia también en balto-eslavo. ■ Esto ha llevado a los teóricos a hablar de un grupo “occidental” de lenguas indoeuropeas que incluye céltico, germánico, itálico y balto-eslavo,. pero excluye el griego. Ordenemos estos testimonios antes de pro­ceder a valorarlos.

6. Véase p. 254.

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26 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

Céltico y germánico

airl. oeth = gót. aips (ing. oath), airl. orbe = gót. arbi (al. Erbe), gal. rhydd = gót. freís (ing. free), airl. rün “secreto” = gót. runa, airl. luaide = aing. liad (ing. lead), etc. A éstos hemos de añadir un amplio número de préstamos que se han hecho estos dos grupos de lenguas, como gót. reiks de la palabra célt. rix.

Itálico y germánico

Se han aducido los testimonios siguientes:1. La evolución t-t > -s-s; pero también se encuentra en céltico

(véase infra).2. La sonorización de fricativas sordas intervocálicas (p. ej. lat.

aedes de una raíz ide. *aidh- que aparece también en gr. aí0co) se da en los dos grupos; pero es una evolución fonética que fácilmente pudo tener lugar de manera independiente, y que esto fue así lo sugiere el hecho de que en itálico el cambio esté limitado al latín. Por consiguiente, de esta semejanza no puede extraerse conclusión alguna sobre parentesco.

3. El aoristo y el perfecto ides. se han unido para formar un único tiempo pretérito (véanse pp. 272 s.).

4. En ambos grupos (y en céltico) el paradigma del verbo “ser” está formado por dos raíces, es- y bhu-: lat. est, fuit, ing. is, be, etc., irl. is, biuu, etc.

5. El perf. nóvi se corresponde por su formación con el aing. cneow. Pero esta -u aparece en germánico también en el pres. cnü- wan, y el origen del perf. en -u - en latín es cuestión tan ardua (véan­se pp. 273 s.) que esta ecuación es una base demasiado insegura para la construcción de teorías sobre parentesco.

6. Las formas de perfecto con vocal radical alargada del tipo de sédimus se encuentran también en germánico, cf. gót. sétum. Debe advertirse, sin embargo, que en gótico la vocal larga se limita al plural, de modo que las formas de singular sedi, etc., del latín podrían ser consideradas igualaciones analógicas (véanse pp. 272 s.) .

7. El demostrativo lat. is, ea, id = gót. is, ija, ita.8. A todo esto podemos añadir numerosas correspondencias en

el vocabulario. Por ejemplo, muchas ecuaciones de verbos están limitadas a itálico y germánico: dücere = gót. tiuhan (ing. tug); clamare = aaa.7 hlamón; tacére = gót. pahan; silére = gót. ana-silan. 7

7. Antiguo alto alemán.

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Además, ambos grupos comparten en exclusiva términos de agricul­tura como jar = anor. barr (ing. barley), sulcus “surco” = aing. sulh “arado”; y además haedus = gót. gaits (ing. goat), ulmus = ing. elm, annus = gót. apns, “año”.

Vocabulario occidental

Se ha señalado con frecuencia que céltico, itálico, germánico —y a veces balto-eslavo— tienen en común palabras que no aparecen en griego, armenio e indo-iranio. Estas palabras son tan numerosas y parte tan fundamental del vocabulario que las coincidencias, así se argumenta, no pueden deberse al azar, sino que reflejan un perío­do común de civilización, llamado “la civilización del Noroeste”.

Entre estas palabras encontramos los adjetivos para “verdadero” (virus, irl. fir, aaa. wár = aesl. vira “fe, confianza”), “ciego” (cae- cus), “liso” (gláber); los nombres de vegetales corilus “avellano”, flós “flor”, salix “sauce”, ulmus, irl. lem “olmo”; los términos zooló­gicos porcus “lechón, cebón” (no “cerdo doméstico” por oposición a sus “cerdo salvaje, jabalí”, como se ha dicho a menudo), merula “mirlo”, natrix “culebra de agua”, piscis “pez”; términos de agricul­tura (objetos y trabajos): gránum, faba, sero “sembrar”, scabo “ras­car”, seco “cortar, segar”, sügo “chupar, mamar”, molo “moler” (ide. común en el sentido de “machacar, aplastar”) , lira “surco”; términos sociológicos: cüvis, hostis, homo (que contiene la raíz *ghem/ghom especializada para significar “ser humano”, como en gót. guma, irl. duine, lit. zmu6), vas “fianza, garantía”; palabras varias: verbum “palabra” (gót. y aprus.), nidus, en el significado especializado de “nido”, mare, vinco, ferio, cüdo “golpear, forjar”, emo “tomar, comprar”.

Los hechos, seleccionados y dispuestos así, parecerían sostener firmemente las conclusiones que en ellos suelen basarse: que los pueblos que más tarde hablaron las lenguas itálicas después de la ruptura de la comunidad indoeuropea se asentaron o permanecie­ron en Europa y por algún tiempo compartieron una civilización común con los antepasados lingüísticos de los celtas, germanos y balto-eslavos. Pero existen otros hechos que podrían hacernos du­dar. Entre esas palabras occidentales encontramos, por ejemplo, la muy importante teutá “pueblo” (o. tonto = lat. civitas, u. tota, irl. tuath, gót. piuda “nación”) ; y esta palabra falta en latín. Otro tanto ocurre con la palabra occidental para “casa” ejemplificada en irl. treb, lit. trobá, ing. thorp, que aparece en itálico en o. trííbúm, u. tremnu, pero está ausente del latín, porque es muy dudoso que trabs “viga” esté relacionada con estas palabras. Por otfo lado,

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en domus el latín ha conservado un nombre ide. general que no se encuentra en céltico, germánico o báltico. Tales ejemplos subrayan lo peligroso que es el basar conclusiones sobre parentesco en se­mejanzas o diferencias de vocabulario. En cada lengua la desapari­ción de palabras depende de una variedad de factores cuya interac­ción es tan compleja que la ausencia de una palabra concreta o palabras en una lengua puede muy bien ser accidental. Por ejemplo, ignis “fuego” tiene parientes en ser. agnís y también en balto-eslavo; pero la palabra falta en osco-umbro, donde, sin embargo, u. pir en­cuentra sus parientes en gr. -itup, ing. fire, y también en hetita, ar­menio y tocario. También en este caso el latín ha perdido una anti­gua palabra ide. y roto así un vínculo incluso con sus más próximos parientes entre los dialectos itálicos. Igual sucede con la palabra para “agua”, que el latín designa con agua, y que tiene parientes solamente en germánico (gót. ahwa “río”) y posiblemente en céltico. Solamente en un sentido distinto de “ola” conserva el latín en la palabra unda la antigua palabra ide. ampliamente atestiguada en to­das partes, p. ej. u. utur, ing. water, gr. 58 cop, etc. De las dos pala­bras ides. para “hombre, varón” (1) *uiro, (2) *ner, el latín no ha conservado la segunda (excepto en los nombres propios sabinos Ñero,8 Nerio), que, sin embargo, está representada en o. níír, u. nerj (acus. pl.). airl. nert, gr. áviíp, ser. nár-, etc. Estos ejemplos podrían multiplicarse, pero lo dicho será suficiente para ilustrar el peligro de los argumentos ex silentio en materia de vocabulario. Cada, palabra tiene su propia historia, y el tipo de semejanzas entre lenguas cambia de una palabra a otra. Así, térra se encuentra en céltico e itálico, pero el germánico earth tiene un pariente en gr. epocq y célt. ert. Seria fácil, en realidad, componer una lista de pa­labras latinas que el griego comparte con exclusión de una u otra lengua del llamado “grupo occidental”. Por ejemplo, entre las par­tes del cuerpo cutis tiene correspondencias en gr. kútoc;, en germá­nico (ing. hide) y en báltico (aprus. keuto); inguen “ingle” tiene correspondencia exacta en gr. á8r|v, con parientes también en ger­mánico (anor. 0kTcr); nefrundinés, asimismo, tiene parientes sola­mente en gr. veqjpót; y germánico (al. Mere)-, con peliis podemos igualar iréXAoc y aisl. e ing. fell; penis se relaciona con el gr. néoq y ser. pasas; para pugnus “puño” se citan gr. nú^, Ttoypr|; iecur, una palabra de un tipo morfológico muy antiguo, se encuentra en griego (ijmxp), lituano (jaknos) e indo-iranio, pero falta en las lenguas oc­cidentales céltica y germánica; germánico y báltico carecen asimismo de la palabra para “hueso”, lat. os, gr. óotéov, ser. ásthi, het. hastdi, •etc. Algunos términos agrícolas y zoológicos revelan un patrón común: 8

8. Según Suetonio, Tiberius, I, 2, Ñero — fortis ac strenuus.

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 29agnus encuentra un correspondiente exacto solamente en gr. ápvóq (ambos < * ágenos), presuponiendo las formas célticas una o- ori­ginaria (irl. uan, gal. oen) y las e s la va s ó- o á- (jagng); pullus está relacionado con gr. ticoXoc;, con las p a la b ra s germánicas representa­das por ing. foal y con el arm. ul; la palabra para “huevo”, óvum, tiene un elemento -u - que aparece solamente en dór. ¿SFeov ( y en iranio), mientras germánico y eslavo no presentan huellas de esa -u - interior (p. ej. al. Ei < *aiya); gldns tiene congéneres en griego (|3ócXccvoc;), balto-eslavo y armenio (kalin); virus “zumo venenoso de una planta” está emparentado con airl. fi, gr. Fiót; y ser. visám; en este grupo podemos incluir los nombres termen, terminus “mo­jón”, emparentado con gr. xéppa, y vallus “estaca”, del que se aduce un único pariente, el gr. fjXoc; (eól. FáXXoi), Podemos añadir a éstos los verbos carpo “coger, arrancar”, emparentado con gr. Kapitóc;; con palabras germánicas, de las que escogemos ing. Harvest, y con pala­bras balto-eslavas, como lit. kerpu; lego “coger, reunir”, del que solamente en griego (Xéyco, etc.) y en albanés se citan parientes; otro verbo técnico semejante, glubo “yo pelo”, tiene su correspon­dencia exacta en gr. yXótjioc; y en palabras germánicas tales como ing. cleave (aing. cléofan, aaa. klioban, anor. kljüfa); sarpo “podar” tiene una raíz serp que aparece en gr. opTir]£, “brote, renuevo”, en aesl. srüpü “podadera” y let. sirpis. También creo puede ser incluido con razón aquí como un término de labores agrícolas: emparenta­do con crésco, se lo ha relacionado con arm. serem “yo procreo”, sermn “sementera” y además con lit. seriú “alimentar” y gr. áKÓpsaa, Kópoq “saciar”, “saciedad”. Finalmente, la palabra para “oso”, ursus, puede reforzar la cautela en torno a los argumenta ex silentio en materia de vocabulario: emparentada con gr. dpKxoq, ser. fksas, arm. arj y airl. art, se encuentra ausente del germánico y del balto-eslavo, en los que ha sido reemplazada por nuevas palabras, quizá por ra­zones de tabú.

Dentro del vocabulario sociológico podemos advertir que la pa­labra vieus puede invocar parientes en germánico (p. ej. gót. weihs “pueblo”), gr. FoiKoq, ser. vésás, y en balto-eslavo (p. ej. abúlg. visi “pueblo”), mientras que en céltico no existe salvo en préstamos latinos como irl. fich. El griego es también miembro del grupo que tiene parientes de nurus “nuera” (ser. snusá, arm. nu, abúlg. snücha, aaa. snur, gr. vuóc;). ianitrices “esposas de hermanos” está igualmen­te representada en gr. EíváTepeq, junto con ser. yátar-, arm. ner, alit. jénté, aesl. j<¡try; pero los miembros importantes del grupo occi­dental carecen de dicha palabra, como les ocurre con la palabra para “hermana del esposo1’, glós, que también tiene un pariente en gr. yocXooq y esl. sülüva, ruso sólva). Importa señalar, además, en

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conexión con esto, que líber “libre” tiene su única correspondencia exacta en gr. éAeúOepoq, aunque es posible una relación más remota con aaa. liuti “gente” (al. Leute), etc.

El latín también comparte con el griego —a veces en régimen de exclusividad— importantes términos religiosos y rituales. Por ejem­plo, libare encuentra parientes inmediatos sólo en el importante grupo gr. Asífko, Aoifli'i, etc., aunque puede rastrearse una conexión más distante con el lit. lieti “derramar”; lat. spondeo “hacer una promesa solemne”, que probablemente hacía referencia en otro tiem­po a la ceremonia religiosa que acompañaba a la promesa, es la for­ma causativo-iterativa de la raíz que aparece en gr. crn:év5<n “hacer una libación”; la antigüedad de esta palabra puede juzgarse por el hecho de que también aparece en het. Sipanti “él hace una libación”. Otro término del vocabulario religioso es vovéo, vótum: como pue­de verse por el u. vufetes (lat. “votis”), la palabra puede ser recon­ducida a la forma radical *uog^h, a la que pertenecen véd. vüghát “sacrificio, realización de una promesa” y además gr. eoxopai “yo suplico”, templum “el espacio delimitado por el augur” no tiene pariente más íntimo que gr. Tépsvcx; “recinto sagrado”, de la raíz *tem “cortar”, nemus “bosque sagrado” se asemeja más estrecha­mente en forma y en significado a gr. vépoc;, aunque el carácter re­ligioso de la palabra está señalado más fuertemente en los repre­sentantes célticos, irl. nemed “santuario”, galo vepryrov9. Por otra parte, el céltico no forma parte del grupo que presenta términos religiosos que se corresponden con el lat. daps “comida sacrificial”; el grupo incluye al germánico (aisl. tafn “animal destinado al sacri­ficio”), arm. tawn, y posiblemente gr. beíuvov.

Podemos redondear la prueba con un variado grupo de palabras en que coinciden latín y griego con exclusión de una o más lenguas del grupo occidental, jama (también itálico) tiene correspondencia exacta solamente en gr. <|>r|pq (dór. (papa) ; el único pariente seguro de frigus es el gr. ptyoq. Entre los verbos, ango = gr. áyx<n; la raíz el “ir” aparece en amb-ul-are, ex-ul, en gr. éABeív y en airl. lod “yo fui”; el tema de presente eo, iré se encuentra en griego, lituano e indo-iranio, pero no en germánico ni en céltico; jugio, fugare tienen parientes en griego y lituano; iubeo, en griego, balto-eslavo e indo- iranio; mereo está emparentado con gr. pépoq, peípopca, etc., y la raíz se encuentra en el galo Ro-Smerta, nombre de una diosa, así

9. K. L aroche, Histoire de la racine NEM en gree anclen, p. 259: “Le celto- germanique nemeto- forme en face du grec-latin nemes- un groupe en apparen- ce homogéne.” Sin embargo, señala que el estudio de la onomástica proporciona datos a favor de la existencia de un tema en -s en céltico, hecho que subraya los rasgos de la argumentación ex silentio.

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 31como en el het. mar-k “partir” (una víctima); los parientes más pró­ximos de perleulum, peñtus < (ex)perior se encuentran en gr. ustpa, etc., aunque también el germánico presenta derivados como aaa. fára “peligro”; el importante verbo dó, da, existente en griego, balto- eslavo, armenio e indo-iranio, falta en céltico y en germánico; para iacio sólo encontramos un pariente en gr. tqpi, fjKtx; salió tampoco tiene correspondencia exacta más que en gr. ÓcXXo ai.

Pasando a los adjetivos, el pariente más próximo del lat. brevis es el gr. Ppa/ót;, si bien en gótico y en avéstico hallamos derivados; cavus suele ponerse en ecuación con gr. KoiXoq (* koFiXo<;) y con irl. cüa ( *kouio); sólo en gr. be itepóc; hallamos el sufijo que indica "un miembro de un par en contraste” unido a la raíz que significa “de­recho” y que aparece en dexter; también para scaevus proporciona el griego con aKaiFóq el único paralelo perfecto, mientras que laevus se corresponde exactamente con gr. XcaFóq y aesl. lévü; paucus, al igual que paullus y pauper, contiene la raíz *pau que encontramos en gr. uaupoq y en gót. fawai “poco”; lévis “suave” se iguala con gr. Xsíoq. Podemos terminar la lista con el pronombre ambo, que se corresponde exactamente con gr. ócpq>co.

El testimonio presentado en los párrafos precedentes tiene como finalidad impugnar las tesis de la participación del latín en una ci­vilización del noroeste de Europa de la que habría que excluir al griego. Nuestra posición es que tales tesis pueden no ser más que rebuscados argumenta ex silentio que se apoyan en la pérdida for­tuita por el griego de muchas de esas- palabras “occidentales” des­pués de la entrada en la península balcánica de los pueblos greco- parlantes. Como contraargumento hemos aducido un número importante de palabras que el griego comparte con el latín con ex­clusión de algunas o todas las demás lenguas occidentales. Es pre­ciso insistir en que, al obrar así, nuestra intención ha sido puramente destructiva. Las coincidencias greco-latinas se deben probablemen­te a la conservación independiente de elementos del más antiguo vocabulario ide. No implican necesariamente un parentesco especial entre griego y latín que lleve a postular una unidad “italo-greca” prehistórica. ’

Afinidades ítalo-grecas

Una unidad de esta clase ha sido defendida por cierto número de estudiosos que llaman la atención sobre las semejanzas siguientes:

1. En ambas lenguas el acento de palabra no puede ir más allá de la tercera sílaba a contar desde la final — la antepenúltima—, mientras que en indoeuropeo el acento era absolutamente libre.

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32 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

Ahora bien, las condiciones varían de una a otra lengua, y en todo caso el sistema de acentuación del latín clásico es un fenómeno re­lativamente reciente, ya que en el latín prehistórico había un fuerte acento de intensidad sobre la primera sílaba de la palabra (véanse pp. 212 s.). [N ota 2.]

2. En ambas lenguas las oclusivas sonoras aspiradas se hacen sordas (p. ej. bh > ph). Ahora bien, este fenómeno, aun admitiendo que esté verdaderamente comprobado — es hipotético para el itálico primitivo— , es tan común en fonética que podría haberse producido independientemente, al igual que en griego postclásico las aspiradas sordas se hacen fricativas, llegando a ser así <j)épco y /ero {<*bheró) más o menos idénticos en su pronunciación.

3. Dignos de mayor crédito son ciertos rasgos comunes en el terreno de la morfología. Así, el nom. pl. de los temas en -o- termi­naba originariamente en -ós, forma que todavía mantenían indo- iranio, germánico y osco-umbro. Sin embargo, tanto el latín como el griego la sustituyeron por -oi, que caracterizaba a los demostra­tivos (véase p. 244).

En ambas lenguas, asimismo, el nom. pl. originario de los temas en -a-, que era en -as (p. ej. o. aasas = arae), fue reemplazado por -ai según el -oi de la segunda declinación. Este contagio por contac­to de los nombres por los demostrativos que los preceden es, sin embargo, un fenómeno corriente, y la coincidencia de latín y griego descansa probablemente sobre desarrollos independientes. Volve­mos a encontrarlo en la desinencia del gen. pl. de los temas en -a-. En indoeuropeo la desinencia era óm < á-dm. En cambio, la forma correspondiente del demostrativo femenino era *tásóm (cf. lat. is-tarum, gr. Tá(o)cov), y esta desinencia fue llevada a los nombres femeninos correspondientes (regin-arum, 0eé(o)<3v).

En ambas lenguas encontramos una interacción semejante entre los nombres en -a - y los en -o- en el ac. pl. En ide. aparecía como -á-ns y -o-ns, pero en el primero probablemente desapareció la -re­produciendo la desigualdad -as, -ores. Tanto el latín como el griego restablecieron la simetría reintroduciendo -ares en la primera decli­nación; luego, en latín y en la mayoría de los dialectos griegos (ad­viértase, sin embargo, cret. tovc; áÁEuGspovq, etc.), -re- desapareció con alargamiento compensatorio de la vocal precedente, de modo que la desinencia de vi-ás, etc., pasó a ser idéntica con la de ri|iác;, etc.

También en el verbo encontramos un ejemplo de desarrollo in­dependiente que produce una coincidencia engañosa. El “imperativo futuro” se formaba por adición del ablativo del demostrativo -tód al tema del imperativo —p. ej. datód, gr. 5ótw(5)— . Estas formas servían para cualquier persona y número, pero tanto el griego como

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el latín han creado formas para la 3.a p. pl., de modo que ferunto se asemeja estrechamente a (pEpóvra (véase p. 276).

4. De las semejanzas de los vocabularios heredados hemos tra­tado ya, pero además entre ambas lenguas se han originado “isoglo­sas” (véase p. 40) por préstamos culturales de la civilización medi­terránea con la que una y otra entraron en contacto (véanse pp. 64 ss. sobre cornus, porrum, malva, vaccinium, ervum, etc.). Estas iso­glosas no tienen, por supuesto, relación alguna con la cuestión de una unidad prehistórica italo-greca.

Para resumir podemos decir que las diferencias entre griego y latín pesan más que las semejanzas, debidas en buena medida a desarrollos paralelos y a préstamos independientes de lenguas me­diterráneas desconocidas.10 11

Las coincidencias entre latín y griego debidas a la conservación , de elementos antiguos de la lengua madre ide. no pueden, por des­

contado, utilizarse como prueba de un parentesco particular en el período que siguió a la desmembración de la unidad ide. Si su nú­mero parece relativamente amplio, hay que atribuirlo a los hechos accidentales que nos han proporcionado una cantidad apreciable de textos francamente antiguos tanto para el latín como para el griego. Si tuviéramos textos de fecha similar para el céltico y el germánico,11 el esquema de relaciones presentaría, sin lugar a dudas, un aspecto muy diferente.

F e n ó m e n o s m a r g in a l e s

En los párrafos inmediatamente precedentes hemos venido con­siderando algunas características compartidas con una o más len­guas occidentales, grupo de dialectos del que cabe razonablemente suponer que habría quedado en estrecha proximidad geográfica des­pués de la ruptura de la unidad ide., desarrollando así rasgos comu­nes. Pero, aparte de éstos, los estudiosos han detectado en itálico y céltico otros rasgos que son compartidos por lenguas del otro extremo del mundo ide., y que faltan en cambio en las lenguas in­

10. La Influencia directa del griego sobre el latín será tratada en el pró­ximo capitulo.

11. El galo o céltico continental nos es conocido solamente por algunas breves Inscripciones y por palabras citadas por autores latinos y griegos. El testimonio más antiguo para el gaélico son las inscripciones ogámicas, que datan del siglo v d. C. El germánico hace su primera aparición en las inscrip­ciones rúnicas del siglo m d. C„ y su primer texto importante es la traducción gótica de la Biblia por Ulfilas, obispo del siglo iv d. C. En cuanto al báltico, los documentos más antiguos — la traducción del catecismo de Lutero— datan so­lamente del siglo xvi.

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34 INTRODUCCIÓN AL LATIN

termedias. En otras palabras: tenemos que introducir una clasifi­cación nueva, la de caracteres “periféricos” como opuesta a la de “centrales”. También en este caso será lo mejor enumerar los he­chos antes de proceder a discutir su significación y las conclusiones que legítimamente puedan extraerse de ellos.

1. El latín presenta una forma de tercera persona del plural del perfecto de indicativo, tipo dix-ére, que carece de la característica -nt que observamos en dicunt, dicébant, dixérunt, dixerant, etc. Pues bien, desinencias semejantes con -r se encuentran en hetita ( -i r ) y en tocario (-ar, -are), en tanto que en indo-iranio el per­fecto y el optativo tienen su tercera persona de plural caracteri­zada también por -r (para detalles véase p. 275). Tales desinencias no se encuentran en las “lenguas centrales” como el griego, ger­mánico, báltico o eslavo, que, por consiguiente, deben haberlas eliminado en época prehistórica.

El latín conserva otras dos peculiaridades del perfecto que pue­den remontarse al período más arcaico del indoeuropeo.

2. El tipo corriente de perfecto [N ota 3] en -v -, como amüvit, docuit, etc., se considera como desarrollado a partir de formas como nóvi, que tiene una característica - v - que aparece también en ser. jajñau “él ha conocido”, así como en el arm. cnaw “él ha nacido”. Lo notable es que esta -v - aparecía originariamente sólo en la pri­mera y tercera personas del singular: así toe. prakwñ = * precaví, mientras que el hetita presenta formas de pretérito en -un para la primera persona del singular, donde aparece la desinencia -n unida a la característica -u -. También en este caso se ha llegado a la con­clusión de que se trata de un tipo antiguo del que sólo quedan res­tos en lenguas “marginales”, como indo-iranio, tocario, hetita, ar­menio y quizá céltico, habiendo formado con él el latín su tipo más característico de perfecto. Debemos advertir, sin embargo, que en sánscrito la desinencia -u aparece sólo en perfectos reduplicados como paprdu “yo he llenado” (ide. *plé “llenar”), mientras que en latín ningún perfecto en -v - aparece caracterizado también por re­duplicación (véanse pp. 273 s.).

3. La otra peculiaridad flexional del perfecto latino que presen­ta paralelo en otras lenguas es el elemento -is - [N ota 4] que apare­ce precediendo a las desinencias de segunda persona: dixisti, dixis- tis. También en hetita el pretérito muestra a veces una -s- ante las desinencias que comienzan con -í-, pero no ante las que empiezan por vocal; en tocario y védico se han observado hechos similares. La conclusión es que también aquí ha conservado el latín un rasgo arcaico del sistema de conjugación ide. que aparece, además, sola­mente en lenguas periféricas. Este elemento -is-, sin embargo, apa­rece también en todos los demás tiempos y modos del perfecto

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latino (álxero, dlxeram, dlxisse), asi como, indirectamente en la nueva desinencia de la tercera persona del plural dlxérunt, que ha sustituido a dlxére (para detalles véanse pp. 274 s.), y muchos es­tudiosos hacen remontar estas formaciones del perfecto latino a un originario aoristo en -s- (véase p. 275).

4. Se ha detectado todavía otro rasgo “periférico” en el hecho de que mientras otras lenguas ide. tienen una forma específica de femenino para los participios de presente y de perfecto, el latín tie­ne una única forma común, p. ej. feréns. Dado que tampoco el he- tita hace distinción entre masculino y femenino y lo mismo ocurre en armenio, otra lengua “periférica”, se ha concluido que el indo­europeo no completó el proceso de distinción formal de género en tales palabras hasta después de la separación de las gentes que fue­ron los antepasados lingüísticos de los hablantes de lenguas peri­féricas. Sin embargo, esto sólo se puede defender olvidando o re­chazando la explicación alternativa de que en este caso el desarrollo formal del latín ha borrado una distinción de género originariamente indoeuropea. Para el hetita, la más reciente gramática digna de ver­dadero crédito12 afirma: “El hetita distingue dos géneros, el genus commune (masculino-femenino, género personal), que comprende los antiguos masculino y femenino, y el genus neutrum.” Además, en este caso se olvida el testimonio de otras lenguas periféricas: por ejemplo, formaciones de femenino como satl, participio de presente sánscrito de es “ser”, llevan en sí todas las señales de una verdade­ra antigüedad. Con todo, la forma Correspondiente más cercana que encontramos en gcccrocc ( < :,>esnti3) del griego, una de las len­guas llamadas “centrales”. Resulta difícil conciliar este tipo de he­chos con el postulado de la separación más antigua del indo-iranio — como lengua periférica— del cuerpo principal de la lengua madre ide. (para otros rasgos comunes del griego y el indo-iranio, tales como el aumento y la partícula prohibitiva, véase p. 41).

5. Los estudiosos han pretendido detectar también en el voca­bulario latino elementos marginales semejantes, compartidos sola­mente con el céltico y las lenguas del extremo oriental del mundo ide. En particular se ha prestado atención a palabras de las esferas de la religión y el derecho. La palabra réx “rey” aparece en céltico, p. ej. irl. rí, fem. rígain, galo Dumno-rix (también como préstamo céltico en germánico, p. ej. ing. bishop-ric) , en el occidente y, ade­más, solamente en indo-iranio: ser. rajan-, fem. r&jñi. Muchos po­nen en ecuación flamen “sacerdote” con ser. brahmán, si bien la -a - del latín presenta dificultades; otros derivan la palabra latina de *bhlad-(s)men y citan como parientes el gót. blotan “adorar” y

12. J. F h i e d r i c h , Hethiíisches Elementarbuch, I, 14.

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36 INTRODUCCIÓN AL LATIN

el anor. blót “ofrenda, víctima”. También se ha puesto en relación iüs con ser. y oh “ ¡salve!” y avést. yaoé-dadditi “purifica”. A la for­ma originaria reconstruible *yevos o *yovos se le da el significado primitivo de “fórmula religiosa que tiene fuerza de ley”. Por ello iüdex significa “el que pronuncia la fórmula sagrada”, y ius turare “pronunciar la fórmula sagrada”. El término ha sido secularizado, naturalmente, en latín, de modo que Servio comenta a propósito de Virgilio (Georg., I, 269): “ad religionem fas, ad homines iura pertinent”. Palabra de la misma esfera es léx “ley”, término que de­signa las disposiciones particulares cuyo conjunto constituye el iüs. Quienes defienden la teoría “marginal” igualan léx con el véd. rájani (locativo) “bajo la ley” y el avést. razan- “ley religiosa”. Ahora bien, estas palabras indo-iranias tienen mejor conexión con la raíz reg “estirar, enderezar, regir”, y léx se relaciona o bien con el verbo lego “coger, escoger”, que, sin embargo, deja sin explicar el desarrollo semántico, o bien con la raíz *legh “yacer, tender”, que aparece en el ing. law “ley, derecho” (aing. lagu). De mayor probabilidad goza la ecuación de otra palabra religioso-legal, crédo, con el ser. srád- dadhüti, compuesto de un nombre radical *kred y el verbo *dhé “poner, hacer”, compuesto que vuelve a aparecer en el avést. zrazdá “creer”. El nombre *kred, argumentan los defensores de esta teoría, indicaba en otro tiempo el poder mágico de un objeto, y la expresión verbal compuesta *kred-dhé significarla por consiguiente “poner poder mágico dentro de una persona o cosa”, operación de la que resultaría el sentimiento de fe o confianza. Pero en este caso, como en el de tus, el empleo es profano y material, al igual que el del nombre correspondiente fidés. Catón, por ejemplo, aconseja vilicus credat nemini “que el casero no preste a nadie”. Decir que el sig­nificado religioso que aparece en indo-iranio es el originario es, por tanto, una presunción, y se podría sugerir con no menos probabili­dad que *kred en un primer momento significara algo así como “prenda” depositada en manos de otra persona, creando y simbo­lizando así la relación de fe y confianza, una acción que puede apli­carse también a las transacciones con los dioses, quizá sobre la base del do ut des. Otro término legal que muestra una distribución “marginal” semejante es res. Encontramos una correspondencia exacta en el véd. rdm (acus.), que significa “riqueza”. También en galés medio raí tiene el significado de “riqueza”, “propiedad”. En latín el significado originario de “propiedad” aparece todavía cla­ro en expresiones como res familiaris.

Parece evidente que tales concordancias entre lenguas situadas en polos opuestos del mundo ide. excluyen la posibilidad de que se tra­te de innovaciones comunes de esas lenguas. Las semejanzas sólo pueden explicarse suponiendo que las lenguas en cuestión han con­

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 37servado rasgos antiguos de la lengua madre. Que tal conservación se deba a la posición “marginal” de estas lenguas es una tesis más dudosa y que implica una cuestión de metodología digna de discu­sión, sobre todo porque se ha hecho un uso acrítico del principio de marginalitá, especialmente por la escuela italiana de la “neo- lingtiistica”. El principio en cuestión procede de los estudios de geo­grafía dialectal. En un mapa dialectal, por ejemplo el de los términos galorrománicos para designar a la “yegua”, vemos que la forma estándar francesa jument se extiende sobre la mayor parte de la Francia central y septentrional; cavalla, forma intrusa proceden­te de Italia, ocupa una región compacta en el sur, mientras que la antigua palabra, equa, se encuentra sólo en el Macizo Central y en unos pocos lugares aislados de los Pirineos y los Alpes, Se ha con­servado, por tanto, en áreas marginales y aisladas. Son tales mapas los que han llevado a los lingüistas a formular el principio de que las áreas marginales tienden a ser arcaicas. Pero hemos de tener presente que en la mayoría de los países en que se han llevado a cabo estudios de geografía lingüística del tipo referido encontramos un cúmulo de comunidades locales organizadas en un estado na­cional en el que los dialectos están expuestos al influjo de una len­gua uniformada que penetra en todas partes, irradiándose desde un centro cultural y administrativo. Es esencial comprender que el impacto de la lengua uniformada sobre el hablante de un dialecto produce un fenómeno de bilingüismo: el que habla dialecto entien­de, por lo menos, la lengua uniformada. Si su comunidad está, ais­lada, el hablante en cuestión tiene menos contacto con los de la lengua uniformada y está por ello menos expuesto a innovaciones procedentes de esa fuente. También es verdad, naturalmente, que se ve privado de la influencia protectora y conservadora de la lengua uniformada. Pero lo fundamental en geografía lingüística es que un área lingüística dada es el campo donde actúan fuerzas lingüísticas sociales, que operan porque el habla es un proceso mimético. Así, pueden operar (a ) donde hay inteligibilidad mutua, y (b ) donde la contigüidad geográfica y los medios de comunicación aseguran el necesario contacto entre hablante y oyente. Si ahora volvemos a las interrelaciones de las lenguas indoeuropeas, nos encontramos con que desde su base caen fuera de los principios de la geografía dia­lectal. ¿Con referencia a qué centro de Innovación puede ser lla­mado el sánscrito área marginal o área central? Podemos pregun­tar: central ¿respecto de cuál?, marginal ¿respecto de cuál? En el segundo milenio antes de Cristo, indo-iranio, hetita, griego, latín, cél­tico, etc., existían en regiones geográficamente muy distantes. Pues bien: ¿dónde estaba el estado organizado? ¿Dónde estaba la lengua uniformada basada en la solidaridad de una clase dominante?- ¿Dón­

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de la carrera política abierta al hombre que poseía el don de la palabra? ¿Dónde, luego, el bilingüismo en continua expansión, el contacto de hombre con hombre, que es el único que hace posible la cadena ininterrumpida de procesos miméticos subyacentes a la difusión de determinadas formas lingüísticas a partir de un centro de innovación? Algunos ejemplos escogidos de entre las palabras ya estudiadas dejará bien claro lo inadmisible que resulta la aplicación de los conceptos de la geografía dialectal a una serie totalmente dis­tinta de hechos lingüísticos. (1) agua se ha dicho que es más arcaico que (2) ü5cop porque el segundo se encuentra en el área central, es decir, innovadora, según se muestra en el cuadro siguiente:

germ. lat. o.-u. gr. het. indo-iran.

(1)(2)

gót. ahva, etc. gót. wato,

watins

agua Cunda) utur G5cop matar udnafi,

(gen.)

Según esta teoría, el latín es más marginal que el umbro. Pero la concordancia de germánico, hetita e indo-iranio, junto con el muy arcaico tipo de declinación documentado en gót. watins, het. mete­rías, ser. udnas, demuestra por encima de toda duda razonable que esta palabra pertenece al más antiguo fondo indoeuropeo. Queda por añadir que el céltico, en la periferia occidental extrema, ha in­troducido en su lugar una palabra nueva: irl. dobur, gal. dwfr, bret. dour, que aparece también en el topónimo germánico Uerno-dubrwm “agua de aliso”. También se dice que ignis es más antiguo que pur porque el segundo se encuentra en un área central, es decir, inno­vadora, con la siguiente distribución:

germ. lat. O.-U. balto-esl. gr. indo-iran.

(1)(2) fire

ignispir

lit. ugnisnup

agnih

Esta vez el germánico es menos “marginal” que el latín, y, al igual que en el caso anterior, el umbro forma grupo con el griego para compartir una palabra cuya presencia en tocarlo (puwar “fue­go”) demuestra que pertenece al fondo más antiguo. Una vez más el céltico — ¡marginal y arcaico!— sigue un camino propio: irl. ten “fuego”, gal. tdn, bret. tan, palabra que se ha puesto en relación con avést. tafnah “calor”. La cuestión no precisa más discusión.

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Quedará ahora claro que los conceptos fundamentales de la “lin­güistica de las áreas” —centro de innovación, marginalidad y simi­lares— , derivados como son en buena medida del estudio del com­portamiento de dialectos en estados organizados centralmente y en los que un conjunto dado de fuerzas sociales gobierna la difusión imitativa de los datos lingüísticos, no tienen validez si se los aplica a una serie totalmente diferente de hechos lingüísticos, a saber, las interrelacíones de lenguas mutuamente ininteligibles diseminadas por inmensas extensiones geográficas.

Los métodos y principios de la geografía lingüística son aplica­bles en sentido estricto solamente a material sincrónico reunido dentro de un sistema de dialectos dotado de estrecha coherencia. Para permitir la aplicación de tales principios a los dialectos ide. tendríamos primeramente que reducir el material disponible, ates­tiguado en fechas muy divergentes y bajo diferentes circunstancias, a una base sincrónica. Tendríamos, por ejemplo, que reconstruir primero el céltico de hacia el 2000 a. C. y situarlo en la posición geográfica que ocupaba por esa fecha, y hacer lo mismo con todos los demás- grandes grupos ide. Ya hemos apuntado lo difíciles y dis­cutibles que serían tales reconstrucciones, por lo fragmentario del material disponible. En particular deben tratarse con la mayor pre­caución las concordancias y discordancias de vocabulario entre las lenguas ides. Las lenguas renuevan fácilmente, por múltiples inci­dentes lingüísticos e históricos, su vocabulario heredado. Tanto es así que sólo para una pequeña parte del léxico de las lenguas ides. se han establecido conexiones etimológicas razonablemente seguras, y, en la realidad, muy pocas palabras están representadas en todas las ramas de la familia ide. Los casos de supervivencia de palabras par­ticulares podrían registrarse por medio de fichas perforadas que podrían entonces ser clasificadas por una máquina computadora — ¡aunque el diámetro de las perforaciones tendría que ser variable para representar los diferentes grados de credibilidad de la etimo­logía!— . De este modo se obtendrían estadísticas de las diferentes interrelaciones, de las cuales hemos discutido ya algunas, y una vez que quedara aclarada satisfactoriamente la cuestión de la significa­ción de las estadísticas, seria posible una interpretación más con­vincente de los hechos de vocabulario. Entretanto puede dudarse de que en el caso de réx, léx y similares tengamos elementos de un vo­cabulario arcaico conservado solamente por grupos desgajados en época temprana de la masa principal de la nación ide. y desapare­cido en la parte “central” del dominio. Tenemos que preguntarnos, por ejemplo: ¿en qué fecha apareció en griego la palabra extraña paaiXeúi;, y a qué palabra reemplazó? Si reemplazó a réx en el se­gundo milenio antes de Cristo, después de que los griegos entraran

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40 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

en Grecia, la innovación no tiene nada que ver con la posición “cen­tral” del griego entre las lenguas ide. Es un hecho totalmente para­lelo con el de la sustitución de los nombres del “agua” y el “fuego” en el “marginal” céltico y la sustitución del nombre antiguo del “caballo” equus, etc., por un derivado *hrossan “el saltador, corre­dor” en germánico occidental (la palabra antigua sobrevive en aing. eoh, gót. aíhwa, aaa. ehu). La pérdida de réx en griego pudo muy bien ser un simple accidente de vocabulario acaecido en época tardía y no más significativo que la supervivencia de los no menos impor­tantes términos religiosos oTtévSco, Xeípco, xé^evoc;, etc. (véase supra).

La misma crítica puede aplicarse a otros intentos de determi­nar las afinidades dialectales del latín. Se ha señalado, por ejemplo que ciertos grupos de lenguas ide. tienden a confundir o y o: ide. *októ(u) “ocho”, gót. ahtau, lit. aStuoni, ser. astáu. Esta tendencia, que aparece en indo-iranio, balto-eslavo, albanés y germánico, no se encuentra en céltico, itálico y griego, y se la considera como una “isoglosa” importante para dividir en grupos los dialectos ide. El término “isoglosa”, tomado a los geógrafos lingüísticos, es em­pleado habitualmente por los lingüistas para indicar un rasgo común compartido por cierto número de lenguas o dialectos. También en este caso será conveniente considerar las implicaciones del término antes de aplicarlo sin sentido crítico a un cuerpo de material total­mente diferente. Sobre el mapa lingüístico que señala las varian­tes dialectales de un rasgo lingüístico dado se traza una línea que une las localidades que presentan un rasgo común. Ac­tuamos así porque la contigüidad geográfica y los hechos conocidos de la historia política y social nos autorizan a concluir que los fe­nómenos separados están enlazados por cadenas de procesos mi- méticos. La línea, la isoglosa, es una expresión de tal conexión. Pero el aplicar el término “isoglosa” a semejanzas detectadas en lenguas ampliamente dispersas y mutuamente ininteligibles pretende ignorar uno de los escalones de la argumentación, a saber: que las seme­janzas en cuestión sean de tal categoría que excluyan la posibilidad de desarrollo independiente y exijan la suposición de una comunica­ción e imitación lingüísticas en algún período de la historia. Una breve reconsideración del cambio o > a es suficiente para hacer saltar el engaño que subyace al empleo del término “isoglosa” en este caso. Es un cambio fonético relativamente secundario, que ha vuelto a producirse en época más reciente en algunos dialectos del inglés (strop y strap son dobletes dialectales), así como en algunas variedades del inglés americano moderno. El proceso es, por tanto, de tal naturaleza que tenemos que dar una respuesta afirmativa a la pregunta que el comparatista debe formular constantemente: ¿puede tratarse de algo accidental? Siendo esto así, hay que des­

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pojar al paso de o a a de la importancia que se le había dado en la discusión de las relaciones dialectales indoeuropeas, y sería más prudente evitar en absoluto el empleo del término “isoglosa” con ■sus implicaciones de “conexión por cadenas de procesos miméticos”.

Quizá de mayor importancia como criterio de interrelación sea el cambio provocado por la yuxtaposición de dos oclusivas dentales en palabras como *vid-tos, donde el tratamiento latino vlsus (< víssus) recuerda el del germ. wissan (< ide. wid-tan), en con­traste con el gr. (F)iaxóc;. Este resultado -ss- se encuenta en itáli­co, céltico y germánico, -sí- en griego, eslavo e iranio. Es este último hecho el que debilita la significación del ienómeno, porque el ind. sattá difiere del íntimamente emparentado irán, hastó (ambos < ide. *sed-to-, cf. lat. sessus), y ello sugiere que el desarrollo es relativa­mente reciente en iranio e independiente del cambio similar regis­trado en griego y en eslavo. Se ha supuesto que en ide. primitivo - t - t - habría dado -tst-, combinación fonética que se habría simpli­ficado según un número limitado de posibilidades, pero de modo independiente, en las lenguas particulares. Esto no resulta irrazo­nable, y, si es verdad, tampoco este fenómeno puede ser contem­plado como una “isoglosa” que implique “conexión por cadenas de procesos miméticos” y, en consecuencia, como índice de relación dialectal.

Más firmemente establecida está la isoglosa relativa al trata­miento de las oclusivas guturales indoeuropeas, que en una serie de lenguas aparecen como fricativas. El ejemplo que se suele citar habitualmente es el nombre del número “cien”. La gutural aparece inalterada en lat. centum, irl. ceí, gr. ¿ r o c t ó v (gót. hund ha quedado oscurecido por la acción de la ley de Grimm), en tanto que irán. satam, ind. gatam, aesl. süto, lit. áiñitas, presentan todos ellos una fricativa sorda. El fenómeno del que esta palabra sirve como ejem­plo típico suele emplearse para dividir las lenguas indoeuropeas en dos grandes grupos: el grupo centum, que comprende el céltico, germánico, itálico, griego, hetita y tocario, y el grupo satam, inte­grado por albanés, balto-eslavo, armenio e indo-iranio. Es legítimo preguntarse si el hecho tiene una importancia tan cardinal, dado que esta división está cruzada por otras isoglosas. Por ejemplo, el empleo del aumento para caracterizar tiempos pasados se encuentra en griego, armenio e indo-iranio (S-cpeps, arm. e-ber, ind. á^bharat) , grupo que también coincide en su uso de la partícula prohibitiva mé: gr. pp, arm. mi, indo-iran. md.

Podemos resumir ahora las conclusiones sugeridas por el pre­cedente examen de los datos por lo que mira a las afinidades del latín. Poco queda del “dogma” de que el latín desciende de uno de los dialectos centum que formó grupo con el germánico, el.céltico y

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el “itálico”, y con el balto-eslavo, del grupo satdm, en un período de civilización común de la que no participó el griego, entró en una comunidad lingüística prehistórica con el céltico, y formó más tar­de con los “dialectos itálicos” un “itálico común”, del que salió el latín por diferenciación.13 Lo que hemos establecido es que el latín es una lengua indoeuropea con un complejo esquema de relaciones, que muestra puntos de semejanza, variables de un detalle a otro, con la mayoría de las otras lenguas indo-europeas. Hemos impug­nado pocos de los hechos de semejanza comúnmente aceptados. Lo que sí nos hemos arriesgado a postular es el relativo peso de tales hechos en el cálculo de las “interrelaciones”, así como a denunciar la conversión de esos puntos de coincidencia lingüística observados en hipótesis acerca de comunidades prehistóricas o “naciones”. Lo complicados que pueden ser los hechos históricos que dejan su huella en la lengua podemos percibirlo a través del ejemplo del in­glés, que desde cierto punto de vista es la lengua de los “norman­dos afrancesados re-germanizados”. No postulamos una unidad germano-románica para explicar las considerables semejanzas que existen entre el inglés y el francés. Por lo mismo, los rasgos comu­nes del latín y el “itálico” no implican necesariamente que existiera en un tiempo un “itálico común” del que surgieran por diferencia­ción latín y osco-umbro. Como se ha indicado ya, la hipótesis mí­nima exigida para explicar las semejanzas observadas entre los dos grupos es la fusión de un grupo hablante del “itálico” con los pro- tolatinos. Los datos no lingüísticos que sostienen este mínimo de hipótesis serán examinados en el capítulo siguiente. Por último, he­mos afirmado que la marginalitd, es una Sondergóttin que no puede exigir culto fuera del campo de sus funciones peculiares en la geo­grafía lingüística de los estados con organización central, e incluso ahí no está totalmente libre de la sospecha de ser una falsa diosa.14

13. La última edición [N ota 5] de la Esquisse de Meillet (1948) todavía contiene la afirmación de que “le vieil italo-celtique et l’italique constituent des paliers entre l’indo-européen commun et le latin” (p. 127).

14. Este punto será discutido en la segunda edición de mi An introduction to modern linguistics (Paber & Paber).

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C a p ít u l o II

LOS PROTOLATINOS EN ITALIA

En el capítulo precedente nos hemos ocupado de los rasgos de la lengua latina para los que podemos detectar semejanzas en otras lenguas ides. Tales semejanzas sugerían ciertas conclusiones acerca de los orígenes remotos del latín en un dialecto ide. Pero el latín tal como aparece en los textos, aun en los más antiguos, tiene una individualidad tan acusada que debe ser contemplado como una len­gua aparte incluso con relación a sus más inmediatos vecinos, los dialectos “itálicos” oseo y umbro. Esta transformación tan radical de un dialecto ide. occidental debió tener lugar, sin duda alguna, después de la entrada de los “protolatinos” en la península apeni- na. El latín es, en realidad, el resultado lingüístico de las múltiples experiencias históricas de esos protolatinos en su nuevo ambiente mediterráneo. Por eso nuestra tarea inmediata ha de ser la de ras­trear tan lejos como sea posible el curso y etapas de la ruta que llevó a este pueblo indoeuropeo a sus asentamientos de época his­tórica en el Lacio y luego separar los varios ingredientes que se mezclaron con los elementos indoeuropeos heredados para formar esa amalgama que es el latín.

El fondo léxico común a latinos, celtas y germanos que hemos examinado en el capítulo anterior debe reflejar la participación en una común unidad cultural. Ello implica que los antepasados lin­güísticos de estos tres grupos vivieran en otro tiempo en una pro­ximidad geográfica más o menos estrecha. Así los datos sugieren al comparatista que la lengua latina fue llevada a Italia por invasores procedentes de la Europa central u occidental. El lingüista, sin más ayudas, no puede dar mayor precisión al cuadro. Pero un movimien­to de pueblos de tal importancia histórica es susceptible de reflejar­se en los restos de cultura material que es cometido de la arqueolo­gía el examinar. Es por tanto al arqueólogo a quien hemos de dirigir primariamente nuestras preguntas acerca de las etapas de la

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ruta seguida por los protolatinos hacia el sur, en busca del Lacio, donde, .los hallamos al iniciarse la época histórica. Al menos pode­mos proporcionar al arqueólogo una precisión importante: el nom­bre latino del “bronce”, aes, es indoeuropeo común, en tanto que ferrum “hierro” no tiene correspondencias, ni siquiera entre las lenguas occidentales más estrechamente emparentadas con el latín. Esto significa, ante todo, que podemos desechar los asentamientos neolíticos de Italia como posibles pretendientes al título de proto­latinos.

El uso del bronce fue introducido en Italia, según modelos me­diterráneos orientales, en una fecha relativamente tardía, proce­dente de culturas de la Europa central. El proceso parece haber co­menzado con la infiltración de gentes lacustres llegadas de Suiza que, poco antes del año 2000 a. C., crearon poblados edificados sobre pilotes en la región de los lagos del noroeste de Italia. Sin embargo, este desarrollo no fue de gran significación 1 en la historia de la península como conjunto, y es en los poblados llamados de terra­mara hallados a ambos lados del Po donde muchos estudiosos han buscado los orígenes de la indoeuropeización de Italia. La terramara — “tierra negra”, nombre local dado a los agregados de restos pro­cedentes de esos asentamientos— ha sido descrita como “una espe­cie de vivienda lacustre sin lago”. El poblado característico ha sido definido como trapezoidal por su forma y cerrado por un terraplén y un foso. El ritual fúnebre representa una divergencia con relación a la inhumación practicada en la Italia neolítica. Los cadáveres eran quemados y las cenizas puestas en urnas que eran luego deposi­tadas en cementerios alzados también sobre pilotes, fuera del pobla­do. El uso del caballo está atestiguado por la presencia de bocados perforados, invención que aparece por vez primera en Europa en la cultura de Tószeg, de Hungría occidental. Una autoridad ha decla­rado recientemente que “la cerámica, el rito de incineración y el caballo, factor fundamental, pueden considerarse más significativos en esta región que en cualquier otra”.1 2 La peculiaridad de la cons­trucción sobre pilotes se explica por la hipótesis de que las terre- mare sean obra de invasores procedentes de Hungría occidental, practicantes del rito funerario de los “campos de urnas”, quienes se habrían fusionado con habitantes de chozas y poblaciones lacus­tres en torno al 1500 a. C. Otra particularidad a la que tenemos que aludir ahora es que en la terramara de Castellazzo di Fontanellato el poblado está dispuesto de manera que' las dos calles principales

1. Algunos estudiosos atribuyen las habitaciones sobre pilotes a una pobla­ción indígena mediterránea.

2. C. P. C. Hawkes, The prehistoric foundations of Europe, p. 342, obra de la que soy ampliamente deudor.

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se entrecruzan en ángulo recto, y las secundarias, paralelas a ellas, subdividen el poblado en secciones rectangulares. No tardaron los estudiosos en darse cuenta de las sorprendentes semejanzas que ello presentaba con la disposición de un campamento legionario romano, con su fossa y su vallum y la intersección regular de sus calles principales, el cardo y el decumanus. Se han encontrado otras analogías con prácticas romanas en el templum rodeado por una zanja apoyada en el costado este de la terramara, así como en el pe­queño foso que se encuentra a veces al pie del terraplén que rodea el asentamiento. También los romanos señalaban con un surco los límites del templo — el empleo de un arado de bronce es índice de lo antiguo de la ceremonia— , y también se señalaban así los límites de la propia ciudad. Además es esta cultura “que habita sobre pi­lotes” la que parece dar una explicación verosímil de un nombre latino de sacerdote. El puente sobre el foso que daba paso a un poblado de este tipo era un lugar vulnerable que requería una pro­tección mágica no menos que la puerta de entrada del tipo más usual de vivienda humana. Así fue como la expresión “constructor de puentes”, pontifex, se especializó para designar al sacerdote que dirigía las ceremonias mágicas que eran acompañamiento esencial de la construcción del puente.

Esta seductora hipótesis que podría hacer remontar a los pro- tolatinos, a través de las terremare, a la cultura de los campos de urnas de la Europa central, está, por desgracia, abierta a una serie de objeciones. Según la teoría de Pigorini, el pueblo de las terre­mare se puso en marcha hacia el sur al final de la Edad del Bronce y posteriormente ocupó toda Italia; serían, de hecho, los antepasa­dos de las tribus hablantes de lenguas itálicas. Pero si esto fuese verdad, esperaríamos que apareciesen las terremare características al sur del valle del Po en una serie cronológicamente escalonada. Ahora bien, no existen en Italia terremare fuera del valle del Po. Todavía peor; la terramara “típica” con su semejanza al campa­mento legionario es una generalización de la primera que se descu­brió, y que ha resultado caso único, pues las descubiertas más tar­de presentan variaciones tanto de disposición como de forma. El llamado vallum no puede ser más que una solución local y ocasio­nal del problema de las inundaciones.

Otra objeción se presenta si nos volvemos a la historia arqueoló­gica del Lacio. El Lacio y el solar de Roma estuvieron ocupados en tiempos neolíticos sólo esporádicamente, si es que realmente lo estuvieron, y los primeros testimonios de un asentamiento consi­derable datan de la Edad del Hierro. Esta cultura de la Edad del Hierro está estrechamente relacionada con la de Etruria y con la de la Italia septentrional llamada de Vilanova. Lo que resulta en­

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tonces vital para la teoría que hace proceder a los latinos de los terramarícolas es que los datos arqueológicos acrediten una relación entre las culturas de las terremare de la Edad del Bronce y de Vi- lanova de la Edad del Hierro. Ahora bien, no se ha aducido prueba convincente de tal vinculación, y algunos estudiosos dignos de cré­dito consideran actualmente a los vilanovianos como bandas de in­vasores recientes procedentes de los Sudetes y Hungría, algunos de los cuales se habrían asentado en la región de Bolonia mientras otros habrían avanzado hasta Etruria y el Lacio, llegando hasta los Montes Albanos. Al igual que sus predecesores de las terremare, quemaban a sus muertos; y éste es también el rito fúnebre que se encuentra en los más antiguos cementerios de la Edad del Hierro hallados en el Foro Romano. Sin embargo, este sencillo cuadro se oscurece por el hecho de que en tal lugar se han hallado también tumbas en que el cuerpo aparece inhumado. Estas tumbas son de fecha más reciente, si bien parece que un intervalo de tiempo no largo habría separado la llegada de estos dos grupos distintos al solar de Roma. El cuadro se repite en los poblados de los Montes Albanos, donde las tumbas de cremación son incluso más antiguas que las del Foro, lo que concuerda con la leyenda de la fundación de Roma por pobladores procedentes de Alba Longa. Pero si igua­lamos a los vilanovianos, que practicaban la incineración, con los protolatinos, ¿cuál era el pueblo que practicaba la inhumación y se unió a ellos tempranamente en el territorio del Lacio? Se ha seña­lado que también en la Grecia “geométrica” se observa esta in­novación del rito de inhumación, así como en el área danubiano- balcánica, donde se ha atribuido a la influencia de los pueblos jinetes traco-cimerios. Así, la aparición en Italia de un pueblo que practica la inhumación encontraría lugar en un movimiento más amplio que recibiría su empuje del este. Entre los resultados de esta influencia oriental que se ha sugerido figurarían la intensifica­ción de la cría del caballo, de la práctica de la equitación, y la introducción del hierro. Que estas innovaciones fueron relativamen­te tardías parece indicarlo la prohibición ritual romana del hierro y del uso del caballo. La relación con el oriente está también apun­tada por la etimología más probable sugerida para la palabra latina ferrum. Se la ha hecho derivar de *bhersom o *fersom y puesto en relación con las palabras semíticas barsel (hebreo-fenicio), parzld. (siríaco), parzilla (asirio), que posiblemente fueron a su vez toma­das de alguna lengua asiática desconocida. Volviendo a Italia, pode­mos ahora advertir en primer lugar que las tumbas de incineración (pozzi) se encuentran en la Italia septentrional y central, pero no en el sur; mientras que las de inhumación (fosse), en el sur hasta Ca­labria, pero no más al norte de Populonia. Si ahora añadimos el

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 47testimonio de la lingüística, observamos que los dialectos osco- umbros rodean al grupo latino-íalisco y lo separan de la Italia del norte. Así, resulta difícil resistir a la tentación de concluir que los hablantes del osco-umbro representan una oleada algo más re­ciente de invasores, inhumantes, cuya ausencia del norte de Italia apunta a una invasión a través del Adriático más que por la ruta continental del norte. Y puede ocurrir muy bien que las leyendas acerca de la fusión de las tribus latinas y sabinas en los primeros años de la ciudad sean una supervivencia en la memoria popular de los acontecimientos que se reflejan en los testimonios arqueológicos.

No falta testimonio de la contribución de los dialectos itálicos y del “sabino” en particular a la formación de la lengua latina. Te­nemos en primer lugar el de los propios escritores romanos de que curis (= hasta, Ovidio, Fastl, 2, 477), dirus ( = malas, Servio, Aen., 3, 235), cascas (= vetas, Varrón, L. L„ 7, 28), februum (ibíd., 6, 13) eran palabras sabinas. A éstas podemos añadir, basándonos en cri­terios fonéticos, palabras que presentan una medial frente a la -b - netamente romana:3 bufa, bufó, forfex, inferas, rufas, serófa, vafer. El origen dialectal de la última palabra citada está indicado también por su supervivencia solamente en algunos dialectos de la Italia moderna. Igualmente el ital. bifolco debe remontarse a una antigua forma dialectal *bufulcus con la misma divergencia foné­tica con respecto al romano puro bubulcus. Por otra parte, ide. daba v inicial en latín, pero b en los demás dialectos itálicos (véan­se pp. 227 s.). Así, bós « *g»6us) y botulus se revelan como intru­sos dialectales que han desplazado a los resultados esperados *vós, *votulus. ide. qv da en latín qu- pero p - en “itálico”, dato que señala a lupus, popa, poplna (rom. coquina) y nefrundines (Festo, 342, 35) como elementos dialectales no latinos del vocabulario. Pasando a las consonantes aspiradas, gh > h en latín (véase p. 229), pero cierto número de dialectos del Lacio presentan / en lugar de h: / ir cus, fédus (haedus), faséna (haréna). (La consideración de fel y fénum como restos sabinos descansa sobre etimologías dudosas.)

El sabino se caracterizaba, además, por la conservación de -s- intervocálica, que en latín pasó a - r - (ausum = aurum, faséna = haréna). Por ello hay al menos una presunción de origen sabino para palabras latinas como caesar, caseus, etc. El diferente trata­miento de los diptongos descubre otra serie de palabras de posible origen sabino. Así, de ou, au y ai originarios, los resultados latinos ü, au, ae contrastan con los sabinos 5, 5, é, respectivamente. Según esto, hemos podido registrar como sabinas palabras como robus, róbigó, lótus (forma opuesta a la netamente romana lautus), olla

3. Véanse pp. 229 ss.

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( = aul(l)a), lévir (< *daivér, cf. 5ocf|p, “hermano del marido”). Esta última palabra proporciona, además, otro criterio fonético: la l- en lugar de la d - que sería de esperar en latín. Este fenómeno se ob­serva también en lingua por dingua, lacrima por dacruma, en oleo frente a odor y solium frente a sedére.

Queda por añadir que para la mayor parte de los casos examina­dos en el párrafo precedente no podemos alcanzar más que “una presunción de origen sabino”. Las palabras catalogadas pueden ha­ber entrado en el latín en fechas muy distintas; y muchas de las características que hemos empleado como criterios eran comparti­das por los dialectos rurales del Lacio, de modo que las palabras examinadas pueden igualmente ser muy bien de origen latino rústi­co (véase infra). Además, tenemos un conocimiento limitado de las peculiaridades del dialecto sabino que puedan diferenciarlo del gru­po osco-umbro. De hecho, los pocos restos conservados de este dialecto muestran que llegó a estar tan influido por el latín desde fecha muy temprana que su misma clasificación con el grupo osco- umbro es objeto de dudas. Sin embargo, que tal es la clasificación correcta parece probable al examinar nombres sabinos como Pom- pilius (que presenta la p - propia del osco-umbro en lugar de la qu- latina) y Clausus (por Claudius, con asibilación no latina de -di­ejemplificada también en basus = badius “castaño-pardo”). El nom­bre Sabini resume todo el problema. Al igual que Sabellus ( *Safno- los) y Samnium ( *Safniom) contiene la raíz Saf; se supone que ellos se llamaban a sí mismos Safini, mientras que la forma de su nom­bre que nos es familiar por los autores latinos incluye la variante fonética -b - típicamente romana que ya hemos examinado. A pesar de lo menguado de los testimonios, se han hecho intentos de ras­trear en latín no sólo una moda “sabinizante”, sino incluso una “reacción antisabina”. Ello no pasa de ser una sugestiva especu­lación.

Podemos intentar ahora establecer un balance provisional. Pa­rece que la lengua indoeuropea que conocemos en época histórica como latín .es una amalgama de dos lenguas ide. introducidas en el Lacio hacia el año 1000 a. C. por grupos de invasores que se habrían abierto camino desde la Europa central por diferentes rutas. Estos grupos hablaban, sin duda, lenguas muy diferenciadas antes de en­trar separadamente en Italia, pero se produjo una aproximación como consecuencia de su contigüidad y fusión en su asentamiento en el Lacio y en Roma en particular. Es esta complicada serie de acontecimientos que subyacen a las afinidades lingüísticas lo que los comparatistas han proyectado hacia un pasado más o menos remoto como período del “itálico común”.

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Ilirio

Hemos de completar ahora nuestro cuadro con una breve rese­ña de otros invasores indoeuropeos de Italia y examinar las contri­buciones que han hecho a la lengua latina. Además de la que pode­mos definir como la invasión protolatina de incineradores a través de la región septentrional y de la invasión un poco más tardía de osco-umbros inhumantes a través del Adriático, los arqueólogos registran la entrada de un tercer pueblo que muestra influencias orientales claras y cuya llegada trajo consigo un conocimiento de la equitación propiamente dicha — como opuesta al empleo del ca­ballo como animal de tiro— y la intensificación de la cria caballar.4 5 El punto máximo de esta “orientalización” se produce en la segunda mitad del siglo \nn a. C. La contrapartida lingüística de este testi­monio arqueológico viene dada por los restos, localizados en la costa oriental de Italia, de los dialectos que se clasifican como “ilirios”. La base de las afinidades ilíricas de estos dialectos consiste en un amplio número de nombres de lugar y de personas o tribus. Así, a los Iapyges se los equipara con los lapydes de la Iliria septentrional; a los Calabri, con la tribu iliria de los raXáppioi. A los Poediculi se los pone en conexión con HolbiKov, en el Nórico; a los Apuli, con Apulum, en Dacia. Es en las antiguas Apulia y Calabria donde encon­tramos la más densa aglomeración de tales nombres ilirios, habién­dose atribuido a tal fuente más de la mitad de los nombres de ani­males, lugares, ríos, montes y tribus de la región. Tenemos como ejemplos Brundisium,5 cuyo puerto es descrito por Estrabón como semejante a la cornamenta de un ciervo. De ahí el nombre de la ciudad, pues en Hesiquio y en otros textos encontramos la glosa ppév5ov'£Xoc(pov, y una forma de la palabra parece sobrevivir en el albanés bri-ni “cuerno”; Salapia y Salapitanl se ponen en relación con los ilirios Selepitañi y contienen las palabras sal “sal” y ap “agua”; Odruntum (Otranto) contiene la palabra mesápica odra “agua” (cf. übcop, etc.). Partiendo de este foco de Apulia y Calabria, los ilirios parecen haber alcanzado Lucania y el ager Bruttius, en cuya onomástica se han detectado importantes elementos ilirios: por ejemplo Amantia y el hidrónimo Apsias (de gran semejanza con el ilir. apsus). Además, Crotona fue fundada en territorio del que se decía que había estado antes en posesión de los Iapyges. Testimo­nios similares no faltan tampoco en Sicilia, donde, por ejemplo, Se-

4. Véase J. W ie s n e r , Die Welt ais Geschichte, V III, 1942, pp. 197 ss.5. Otros nombres de ciudades derivados por un sufijo similar de nombres

de animales son Ulcisia (Panonia) < ule “lobo” y Tarvisium (Treviso) < tarito “toro”. Véase B e r t o l d i , Colonizzazioni, p. 167.

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gesta y Egesta contienen el característico sufijo ilirio en -est- (el. Teveot-ivoi y Iadest-ini en los Balcanes). Por otra parte, parece no haber huellas ilirias en el Samnio ni en Campania. Así pues, el testi­monio lingüístico apoya el de los autores antiguos sobre el origen ilirio de algunas tribus de la antigua Italia (por ejemplo los daunos, los peucetios, los pelignos y los liburnos). El testimonio directo de la lengua “mesápica” o “yapigia” consiste en unas doscientas ins­cripciones, la mayoría de las cuales son epitafios que contienen so­lamente nombres propios, de entre los que muchos se encuentran también en la región véneta (véase infra). Entre sus rasgos grama­ticales podemos señalar para los nombres el genitivo de singular en -ihi y el dativo de plural en -bas ( logetibas); el sistema verbal pre­senta formas de voz media pero no aumento, y se conservan los modos subjuntivo y optativo. Puntos importantes de fonética son el cambio ide. o > a, como en germánico, y los resultados b y d de bh y dh. Es objeto de cierta controversia si el ilirio fue una lengua centum o satam, aunque la balanza de posibilidades parece incli­narse del lado de centum. Lo apoya, además, el hecho de que en ili­rio las labiovelares dan labiales como resultado.

Se ha localizado en latín un pequeño grupo de palabras ilirias (es decir, mesápicas); son: blatea “pantano” (ilir. balta), deda “no­driza” (cf. gr. TÍ]0r|), paró “pequeño barco” (procedente del mesapio a través del griego del sur de Italia napcbv), gandeia (con el sufijo ilirio -eia, palabra relacionada con la góndola veneciana, que des­ciende en última instancia del véneto, a través del Iat. vulgar *gon~ dula), y hóreia “barquilla de pesca”. La importancia del caballo está atestiguada por el préstamo mannus “caballejo” (ilir. manda-), palabra que está también en el nombre del dios mesapio Menzana, identificado con Júpiter, y al que se sacrificaban caballos vivos (cf. además Virgilio, Aen., 7, 691: Messapus equum domitor). Pare­ce verosímil que los ilirios actuaran como intermediarios en la trans­misión a Italia de ciertos elementos léxicos y culturales griegos. El mismo nombre de Graeci, se ha pensado, podría haber sido el nom­bre ilirio para designar a una tribu griega con la que habrían tenido contacto en el norte del Epiro. La confusa forma latina del nombre de Odiseo, Ulixes, puede también encontrar aquí su explicación. (En relación con esto podemos recordar que se ha sostenido que las leyendas relativas a Eneas llegaron a Italia y a Roma por mediación de los ilirios.) Igualmente lancea “lanza disparada con una correa”, palabra de origen céltico en última instancia, no puede entrar en ecuación directa con gr. Lóyxr|, y su semejanza difícilmente podría ser accidental. El paso de o a o sería explicable si la palabra hubiera pasado al latín a través del ilirio. De este modo también se puede establecer una relación etimológica entre gr. ©cópod; y lat. Iñríca, si

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bien esta última tiene mayor probabilidad de conexión con lorum. La diferencia fonética entre lat. ballaena y gr. (páXXoavoc ha sido también explicada postulando un intermediario mesápico. Finalmen­te, tenemos que recordar que de las regiones ilirias de la Italia oriental llegaron a Roma los poetas Ennio, su sobrino Pacuvio y Ho­racio. Teniendo esto presente vale la pena señalar que lama, “pan­tano”, palabra atestiguada solamente en Ennio y Horacio, aparece como componente de nombres de lugar en las áreas ilíricas de Italia.

VÉNETO

En la cabecera del Adriático encontramos testimonios de otro pueblo, los vénetos, cuya lengua y cultura muestran estrechas seme­janzas con las de las tribus ilirias que acabamos de estudiar. Famo­sos en la cría caballar, sacrificaban a su diosa Reitia imágenes de caballos. Al igual que los tracios, rendían culto al héroe Diomedes, al que sacrificaban caballos blancos. Las botas altas que usaban se atribuyen también a influencia tracia. La incineración con subsi­guiente enterramiento en urnas está atestiguado en esta cultura a partir del siglo ix, y se ha formulado la hipótesis de que este pue­blo llegara del nordeste bajo la presión de los traco-cimerios. Los estudios onomásticos han revelado huellas de los vénetos en una zona que alcanza hasta Liguria (ladatinus, Crixia, Segesta) e incluso el Lacio, donde los Venetulani (Plinio, N. H., 3, 69) son los habitantes de *Venetulum, topónimo que significa “lugar de los vénetos”, como Tusculum es “lugar de los túseos (etruscos)”. De modo paralelo Carventum ha sido puesto en conexión con el ilirio caravantis ( *kar- vant- “rocoso”), en tanto que Praeneste muestra el bien conocido sufijo -est-.

Las afinidades de la lengua véneta son objeto de cierta polémica. Los nombres propios son una base insegura para el establecimiento de parentescos lingüísticos, y, de hecho, el véneto importó elemen­tos de su onomástica del céltico (p. ej. Verkonzara), del ilirio (qohiios) y del latín (Appioi). Las monografías recientes concuer- dan en que el véneto presenta muchos puntos de coincidencia con el latín. Las oclusivas aspiradas bh y dh se convierten en } en posi­ción inicial y en b, d, respectivamente, en posición intervocálica, exactamente como en latín. Por otra parte, en el tratamiento de la gutural aspirada gh el véneto coincide con el ilirio, y lo mismo ocu­rre con las sonantes nasales ip, n (> am, an, mientras que en latín están representadas por em, en). Las sonantes líquidas r y l, en cam­bio, presentan los mismos resultados en véneto, ilirio y latín O or,

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ol). No conocemos gran cosa del sistema morfológico. En el nombre presenta el véneto el dativo plural en -cpos, -bos, que aparece tam­bién en céltico, itálico, ilirio e indo-iranio. Los temas en -o tienen el genitivo de singular en característica compartida con latino- falisco, céltico e ilirio. En el sistema verbal encontramos un aoris­to en -ío (zonasto = donavit) que recuerda al del indo-iranio y del griego (M5oto) . 6 En el vocabulario es más sorprendente la afinidad con el latín. Así, el nombre de la diosa Lomera corresponde al lat. Libera, y el término que significa “libre” ha adquirido en ambas lenguas el sentido especial de “hijos” {louzeroqos — liberis). Los verbos latinos donare y faxo están exactamente construidos como vén. zonasto y vhaxsQo, mientras que la diosa antes mencionada, Reitia, tiene un epíteto éahnate-i que, interpretado como “sana­dora”, encuentra su única explicación etimológica en el lat. sanare. Pero otra serie de “isoglosas” une al véneto con el germánico. Qui­zá lo más llamativo es que en ambas lenguas el acusativo singular del pronombre personal de primera persona haya tomado del no­minativo una consonante gutural: así eyo, mey,o — gót. ifc, mili (tam­bién het. uk, ammuk). El pronombre de identidad también presen­ta un estrecho parecido en ambas lenguas: vén. sselboi sselboi = sibi ipsi; cf. aaa. der selb seibo. También en el vocabulario hay un punto importante de semejanza: si a-hsu está correctamente inter­pretado como “Kermes”, puede entonces ser pariente del germ. ansu- “divinidad”. Que los vénetos estuvieron en otro tiempo en estrecha proximidad geográfica de los germanos parece sugerirlo la mención de unos Venedi en la región del Vístula por autores antiguos. El conflicto de testimonios aconseja entonces admitir pro­visionalmente el veredicto de una reciente autoridad que sostiene que el véneto es una rama independiente del indoeuropeo estrecha­mente relacionada con el latín y el ilirio y con puntos de contacto con germánico, céltico e incluso balto-eslavo.

Sí CULO E " it á l ic o o c c id e n t a l”

El examen del ilirio nos lleva ahora a la consideración de la len­gua sicula, cuyos testimonios consisten en algunas inscripciones y un número considerable de glosas, así como nombres personales y de lugar. Si bien es cierto que los estudiosos están de acuerdo en que esta lengua era indoeuropea — la forma verbal esti excluye cualquier duda a este respecto— , sus afinidades próximas son objeto de cier-

6. En zonas-to se ha añadido la desinencia personal a una forma de preté­rito caracterizada por -s. El profesor T. Bunpw llama mi atención sobre formas similares del hetita: na-ié-ta “él dirigió”.

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ta polémica. Las conexiones con el ilirio que sugieren los testimo­nios onomásticos (p. ej. -nt~ en Agrigentum, SspyévTiov) están apo­yadas por las referencias de Hesiquio a la existencia de sículos en Dalmacia (cf. Plinio, 3, 141). Sin embargo, el necesario movimien­to de pueblos desde los Balcanes hasta Sicilia a través de Italia se ve contradicho por el testimonio de la arqueología, pues si bien se han descubierto restos sículos en el Bruttium, es claro que tal cul­tura llegó de Sicilia a través de los estrechos. Más peso tiene el testimonio de una más estrecha afinidad del siculo con el itálico. Según algunos autores antiguos (Varrón y Favorino), los sículos es­tuvieron en un tiempo asentados por toda la península hasta la Ga­lla Cisalpina, y tal afirmación está apoyada por la amplia difusión de ciertos nombres personales y de lugar (p. ej. Sicilinum). Algunos de­talles del testimonio lingüístico parecen apuntar en la misma direc­ción. Así, el propio nombre de Sieull tiene el mismo formante que otros gentilicios primitivos de tribus indoeuropeas de Italia (cf. Ru- tull). Las glosas — por no entrar en las inscripciones, cuya inter­pretación es cuestión de conjetura en la que los estudiosos discre­pan ampliamente— sugieren una conexión particularmente estrecha con el latín: dppívvr] “carne” cf. lat. arvina; Kájmoq “hipódromo” cf. campus; xécrivoq cf. catinus, catillus; dos “don” cf. dos; Aouxé'uoc;, un rey de los sículos, cf. dux; yéXa (= itáxvr]) cf. gelu; t o x t ó v i o v ,

ucaráva, cf. patina. Un grupo semánticamente bien definido es el formado por las palabras referentes a monedas y pesos: poítov = mutuum, vooppoq = nummus, Xíxpcx cf. libra (ambos procedentes de *liQra), óyxtoc = uncía. El siculo Xénopiq, aunque tiene origen ibérico, fue relacionado por Varrón con el lat. lepus, con un comen­tario que tiene cierta relación con el presente problema.

lepus quo,d Siculi quídam Graeci dicunt Xénopiv. A Roma quod ortiSiculi, ut annales veteres nostri dicunt, fortasse hiñe illue tuleruntet hic reliquerunt id nomen. (L. L., 5, 101).

Esta afirmación de que los sículos estuvieron en un tiempo asenta­dos en el Lacio está apoyada por el hecho de que los sicanos figura­ban entre las treinta tribus que se reunían anualmente para el cul­to de Júpiter Latiaris en el Monte Albano.

Pues bien, si un pueblo originario del Lacio hubiera emigrado a Sicilia, deberíamos razonablemente esperar encontrar algunas hue­llas de su paso por, y quizá asentamiento en, el territorio interme­dio. De hecho algunos estudiosos7 han tratado de establecer la existencia de un grupo “itálico occidental” de dialectos que abar-

7. D evoto, Storia, pp. 56 ss.

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caria al latín, ausonio, enotrio y sículo. Antes de la invasión de los samnitas a mediados del siglo v, Campania estaba habitada por los Opici, de cuya lengua se afirma que difería de la osea en puntos im­portantes. Así, el topónimo Liternum, en gr. AEuxepvo-, parece ser un derivado de la raíz *leudh, y en oseo daría Louferno. El “ópico” presenta, además, la forma sum como el latín, mientras que el oseo tiene sim. TJn importante criterio fonético vuelve a alinear al “ópi­co” con el latín frente al oseo: en posición intervocálica presenta oclusivas sonoras donde el osco-umbro presenta fricativas sordas. Así, los nombres Stabiae y Allibae aparecen en las formas Stafia y Allifae en el período samnita. De modo paralelo la palabra medi­terránea teba “colina” se encuentra más tarde en la Campania samnita en la forma tifa. Por otra parte, el “ópico” se une al sículo al representar una antigua dh por t en contraste con el resultado latino d/b: Liternum. Los ausonios, situados al norte de los ópicos, son incluidos también en este grupo “itálico occidental”, pero sin otro apoyo que el nombre de tribu Rutuli, que explicado etimológi­camente como “los rojos” vendría a revelar la misma particulari­dad fonética (dh > t) que el “ópico”. Por lo que se refiere a los eno- trios de Lucania, el único testimonio lingüístico aducido es también un nombre, en este caso de lugar, Ager Teuranus, que según pare­ce conserva el antiguo diptongo eu, distinguiéndose así del “itálico” general en que pasó a ou.

Por consiguiente, las bases sobre las que se ha erigido la hi­pótesis del “itálico occidental” son de lo más endeble, y su inter­pretación no ha estado al margen de la polémica. Algunos estudio­sos consideran Rutuli ilirio y Aeóxspvoi egeo. Es desde luego una hipótesis plausible el que el sículo Aíxr|v signifique “montaña ardien­te” y contenga la raíz ide. aidh, pero la morfología de la forma re­construida, *aidhena, permanece confusa. Y no pueden bastar topó­nimos preindoeuropeos como Tebae para hacer surgir nuevos dialectos itálicos. El siculo está relativamente mucho mejor docu­mentado, y sin embargo incluso en su caso los testimonios resultan equívocos. De hecho se ha afirmado que “la semejanza (entre sículo y latín) es demasiado pronunciada, hasta el punto que sería difícil rechazar la pretensión de contemplar como meros préstamos todas las palabras sículas que tan fácilmente pueden ponerse en conexión con formas griegas o latinas”. Nos encontramos aquí otra vez con una ya conocida cuestión de método; la común posesión de elemen­tos de vocabulario, especialmente de los referentes a realidades de cultura, intercambio y comercio, no implica necesariamente relación genética. Las semejanzas y diferencias entre libra y Mxpa pueden, de hecho, explicarse por hipótesis varias de contactos culturales directos o indirectos. Igualmente, los términos comunes para pesos

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y medidas (por ejemplo quincunx aparece como “calco” en el grie­go siciliota Ttevxóyiaov, en tanto que xexpac; se explica como trans­formación de xexpcK; bajo la influencia de quadrans) pueden ser simples reflejos de tempranas relaciones comerciales entre Roma, Italia meridional y Sicilia. Se ha apuntado, por cierto, que bajo la dominación etrusca de Roma habría tenido lugar una sistematiza­ción de los pesos y medidas, con influencia sobre los otros esta­dos de Italia como consecuencia del prestigio de la Roma etrusca, según parece indicar, por ejemplo, el uso de letras y abreviaturas latinas en las monedas de la Italia central y meridional. Podemos recordar al respecto el empleo en inglés de la abreviatura Ib. para “libra de peso” y del signo £ para “libra esterlina”, con todo lo que significan en relación con las influencias italianas en la vida comer­cial y financiera de Gran Bretaña. Tampoco el testimonio de las glosas sículas corre mejor suerte en manos de los críticos de la teoría “itálica occidental”, áppíwrj es declarado “hiperlatino”; kóc- xivoq, préstamo latino, mientras que lat. látex y patina resultan prés­tamos del griego al latín. Pasando a otras palabras citadas a menu­do como prueba de la vinculación sículo-latina, KápKccpov y KÚptxov no están directamente atribuidos al sículo, y en cualquier caso pue­den igualmente bien ser préstamos latinos. Una crítica de tal efica­cia puede aplicarse a todos los argumentos aducidos en favor del “itálico occidental”, de modo que nada queda sino el simple hecho de que el sículo era una lengua indoeuropea.

E t r u s c o

De mucho mayor importancia para el historiador del latín que los pobladores del suelo italiano a que acabamos de referirnos fue un pueblo nuevo que hizo su aparición en Italia durante el siglo vm a. C. Traspasaría los límites de este libro el entrar en la discusión de los orígenes de los etruscos. Baste con decir que las dos tesis principales mantenidas en la antigüedad al respecto, a saber:(1) que habían llegado de Lidia bajo el mando de Tirreno (Heródo- to), y (2) que eran autóctonos a pesar de diferir de todos los demás pueblos de Italia en lengua y costumbres (Dionisio de Halicarnaso), encuentran aún hoy defensores. Cierto es que la primera tesis está apoyada por hechos como el de que los propios etruscos creían ser lidios llegados por mar a Italia; que la cronología de los testimonios arqueológicos indica la aparición en Toscana durante el siglo vin de una nueva civilización que gradualmente se fue expandiendo de norte a sur y desde la costa hacia el interior, sin llegar a Bolonia hasta un par de siglos después de su aparición primera; que sus

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costumbres matriarcales — evidentes, por ejemplo, en la de escribir los matronímicos sobre las lápidas sepulcrales— encuentran co­rrespondencia en Lidia, y qué la importancia y la técnica de su arte adivinatoria recuerdan las de Babilonia. Lo que está fuera de duda es que hacia el último cuarto del siglo vi el imperio etrusco se ex­tendía desde las colinas de las faldas de los Alpes hasta Campania ■—donde fracasaron en su intento de someter a Cumas— y desde Córcega al Adriático. De un interés más inmediato para el tema que nos ocupa es que estaban establecidos en Falerii ya en la segunda mitad del siglo vn, y que a continuación se hicieron dueños de una buena parte del Lacio, incluida Roma, donde su dominación duró un siglo y medio, estando documentada su presencia, por ejemplo, por el topónimo Tusculum y el vicus Tuscus en la propia Roma.

De decisiva importancia en materia de planificación urbanística, ■de organización política, religión y vida cultural superior, la domi­nación etrusca dejó en la lengua latina una huella sorprendentemen­te escasa,8 aun en las esferas donde su influencia sobre las institu­ciones y usos romanos es más visible, pues los más importantes funcionarios religiosos y políticos son designados con términos la­tinos. Sin embargo, la íntima fusión a que se llegó entre las aristo­cracias etrusca y romana se revela en la onomástica personal. En el lado romano el sistema indoeuropeo de un nombre compuesto único (tipo Hipparchus) fue sustituido por la costumbre etrusca de usar praenamen, nomen ( gentile) y cognomen, siendo muchos de los nom­bres mismos de origen etrusco. Entre ellos podemos citar en particu­lar los en -na, -erna, -enna, -inna, como Vibenna, Caecina, Mastar- na, Perperna, Velina; cf. los etruscos Porsenna, Por sirva. Otro grupo importante está representado por los nombres en -o correspon­dientes a formas etruscas en -u; entre ellos están los apodos fami­liares Cato, Cicero, Piso y Varro. Muchos nombres gentilicios lati­nos en -a tienen un origen similar. El etrusco empleaba ese sufijo para derivar cognomina y gentilicia de praenomina, como vclya del praenomen velyp; cf. lat. Casca: Cascus. Si ahora recordamos el hecho de que muchas localidades reciben su nombre del de familias (Tarquinii, Falerii, Vei, Corioli, etc.) y que muchos nombres en -a son empleados como gentilicia, cognomina y topónimos (Atella, Sora, Acenna, etc.), y que, además, muchos paralelos etruscos nos capa­citan para extraer de la serie Romaeus Romatius rumate rumaQe el nombre básico de familia ruma, es difícil resistir a la conclusión de que también la ciudad de Roma, como Acenna y demás, derive

8. Cí. H . H. S c u l l a r d : “Roma nunca fue en sentido real una ciudad etrus­ca; simplemente tuvo que soportar la dominación de un pequeño número de poderosas familias” (A history of the Román World 753-146 B. C., p. 37).

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su nombre del de una antigua familia etrusca. Esta conclusión re­cibe mayor vigor del examen del nombre de uno de los míticos fundadores de Roma: Rémus. Recordemos ante todo que la tradi­ción da a la habitatio Remi el nombre de Remema; y el lugar “ubi Remus de urbe condenda fuerat auspicatus” se llamaba Remora (cf. Ennio: “certabant, urbem Romam Remoramve vocarent”). Aho­ra bien, Remona (gr. 'Pepcóviov) es el “asentamiento” de los *remu o r.emne, como Tap/úviov es la ciudad de los taryu o taryna, y Remora muestra un sufijo en -r frecuente en etrusco. Así, Remo, el antepasado epónimo de los remne etruscos, acaba revelándose etrusco no menos que el nombre de la ciudad a la que la historia negó su nombre. Conviene subrayar que no hay paralelos lingüísti­cos que pudieran apoyar la hipótesis de que Remus se hubiera for­mado a partir de Roma por “falsa analogía”. Es posible también que al menos tres de las siete colinas de Roma recibieran sus nombres de los de familias etruscas. Para el mons Palatinas tenemos la serie de nombres etruscos Palla, Palanius, Palinius, etc. (cf. Sulla, Sullanius, Sullatius; Volca, Volcanius, Volcatius; Bulla, Bullanius, Bullatius). El origen etrusco del nombre del mons Velius es claro por el grupo vel, velni, velus, velie, Velenius, Vellenius, Velianius. Para el mons Caelius tenemos el nombre etrusco caile vipinas (cf. el nombre M. Caelius Tuscus). Aparte de estos casos, también es posible que el nombre del valle situado entre las colinas Viminal y Esquilma, la Subura, esté relacionado con los nombres etruscos Zupre, supri.

La importancia de la contribución etrusca a la organización po­lítica de Roma está atestiguada por el hecho de que las tres más antiguas centurias de equites llevan nombres etruscos: Ramnes, Tities, Luceres (“omnia haec vocabula Tusca”, Varrón, L. L., 5, 55), siendo, además, probable el origen etrusco de tres de las tribus “rústicas” : Lemonia, Pupinia y Voltinia. También se ha atribuido, y con motivos de credibilidad, origen etrusco a los nombres dados a los equites en la época monárquica: flexuntes (también flexuntae), céleres (para cuya formación cf. Luceres) y trossuli. Criterios mor­fológicos y semánticos sugieren también que satelles “guardaespal­das” es un préstamo etrusco: la institución de la guardia de eorps fue introducida en Roma por nobles etruscos, asociándola la tradi­ción con Tarquinio el Soberbio en particular. Otros dos términos mi­litares sin etimología ide. muestran similares características mor­fológicas: miles, militis y veles, vélitis, el segundo atribuido ya a los etruscos por autores antiguos. Aparte estos casos, el etrusco hizo una contribución notablemente escasa al vocabulario latino. La lista que sigue está fundamentalmente constituida por palabras que indi­can cosas sin gran importancia; entre ellas son de notar los térmi­nos de teatro .y de otras diversiones: cacula “sirviente de un militar”

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(etr. *cace, *cacla); caerimonia (posiblemente de un *caerimo, pala­bra que en su formación recuerda a lucumo; tal vez tuvieran razón los autores antiguos que la hacían derivar del nombre de la ciudad etrusca de Caere); crumlna (cf. gr. ypu[iéa, véase infra); cupencus “sacerdote de Hércules” (etr. cepen “sacerdote”; pero palabra sabi­na según Servio); fala “andamiaje”; fenestra (etr. *fnestra); genísta “hiniesta”; hister, histrio (“hister Tusco verbo ludio vocabatur”, Li- vio, 7, 2, 1); lanista “entrenador de gladiadores”; laniéna “puesto de carnicero”; lepista “vaso para beber”; rabula “abogado picapleitos” (etr. rapli); satura “sermo” < satir “hablar, decir”; servus (cf. los nombres etruscos Serui, Serue); spurius (cf. spurcus “impuro” y el nombre Spurinna); sübula (“subulo dictus, quod ita dicunt tibicines Tusci”, Varrón, L. L., 7, 35). A estos ejemplos podemos añadir los nombres de divinidades Angerona (del etr. ancaru “diosa de la muer­te”) y Libitina “diosa de los muertos”, “pompa fúnebre”, “féretro”, etc. (cf. etr. lupuce = mortuus est [? ]), y dos derivados de nombres de ese tipo: aprllis (etr. apru(n) del gr. ‘Atppcb, forma abreviada de ’A<t>po5ÍTr|) y autumnus (del etr. autu, cf. lat. Autíus), con un ex­tendido sufijo egeo-anatolio que vemos también en Picumnus, Ver- tumnus, así como en topónimos prehelénicos como Aíau^vog, Aápup- va, etc. Queda añadir que estos préstamos contenían elementos formales tales como sufijos que fueron adaptados a su nuevo am­biente y añadidos también a palabras puramente latinas. Entre tales híbridos etrusco-latinos podemos mencionar lev-enna, soci~ennus, doss-ennus (personaje de lá farsa atelana; nombre basado en dos- sus, forma vulgar de dorsum) , fav-issa (Javea + el conocido sufijo etrusco que vemos, por ejemplo, en mantissa “contrapeso”, “pico”) .

Aparte de estas contribuciones procedentes de su propia lengua, la influencia de los etruscos puede verse también en las transforma­ciones que hicieron experimentar a préstamos griegos entrados en el latín. Estos casos será mejor examinarlos en el marco general de la contribución griega a la primitiva civilización itálica.

Griego

Todo a lo largo de su historia la civilización y la lengua de los romanos estuvieron profundamente influidas por los griegos. Ten­dremos ocasión en los capítulos siguientes de examinar las suce­sivas etapas. Por el momento vamos a ocuparnos del más arcaico sustrato de elementos griegos en el latín. Fue en el siglo vra cuando los griegos comenzaron su colonización de la Italia meridional y Si­cilia. Es curioso que el primer asentamiento, sin duda precedido por relaciones comerciales, fue el más alejado de la tierra patria:

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 59Cumas, fundada hacia el 750 a. C. por colonos procedentes de Caléis, ciudad de Eubea. Pronto siguieron otras colonias calcidias, como Naxos, Zancle y Rhegion. Estos colonos llevaban consigo un dialecto del grupo jónico-ático. Siracusa, en cambio, fue fundada por co­rintios; Gela, por cretenses y rodios, hablantes todos ellos de dia­lectos dóricos. En la costa oriental de Italia la colonización empezó por obra de las ciudades de la Acaya, en la costa norte del Pelopo- neso, siendo Síbaris la primera colonia, seguida más tarde por Cro- tona. Tarento, por su parte, fue el único esfuerzo colonial de Espar­ta en estas zonas, y según la tradición los colonos eran elementos predorios de la población de Laconia, expulsados de ella. Estas ciu­dades griegas, con su energía sin límites y superior cultura, tenían mucho que ofrecer a los restantes pobladores de Italia, y su influen­cia es patente no sólo en las artes de la civilización material, sino también en la religión, el mito y la lengua. En particular, el testimo­nio del arte etrusco revela que muchas figuras del panteón y la mi­tología griegas resultaban familiares a los etruscos ya por el año 600 a. C. Por otra parte, se ha afirmado que “en ningún caso se pue­de demostrar que se haya producido un contacto inmediato entre Roma y Grecia o una colonia griega”.9 Fue, por tanto, a través de intermediarios no romanos como los elementos de la cultura grie­ga y sus correspondientes nombres llegaron a los romanos en esta época primitiva.

La aplicación de ciertos criterios filológicos a las palabras de re­ferencia nos capacitará para esbozar —aunque sea rudimentaria­mente— distinciones de cronología y dialectos. En primer lugar, el grupo jónico-ático se distingue de los otros dialectos griegos por el paso de 5 a i] (pdipp > pí|Trlp)- Esto quiere decir que los préstamos que en latín presenten a (p. ej. mácina < [ictx°;v“ ) tienen que proce­der de los dialectos dóricos de Italia. Otro índice muy útil de carác­ter cronológico es el proporcionado por el tratamiento de la digam­ma (F, pronunciada como la w inglesa). Este sonido desapareció en jónico-ático en una época anterior a las primeras inscripciones; en ciertos dialectos dóricos resistió más tiempo, pero aun en ese gru­po se perdió el sonido empezando por la posición intervocálica. En consecuencia hay que asignar una fecha temprana a la entrada de palabras como Achlvi (< ’AxoaFoí) y oliva (< éXa(Fa).

El tratamiento de las vocales y diptongos interiores en los prés­tamos nos proporciona más datos de tipo cronológico, dado que ta­les sonidos se vieron sometidos en latín a un proceso de debilita­miento, según parece, lo más temprano, en el siglo iv (aunque sobre este punto véanse pp. 220 ss.). Según esto, préstamos como camera

9. Altheim, History of Román religión, p. 149.

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(Kocuápoc), phalerae (<paXápa), trutina (tpuráva), mácina (payéa/oc), balíneum, balneum (|3aXav£Íov), talentum (TáXavxov), Tarentum (Tdc- pccvxa), etc., tienen que haber entrado en la lengua antes de que los cambios fonéticos indicados dejaran de operarse, y resultan por ello claramente distinguibles de los préstamos de época posterior como cerasus (introducido por Lúculo en el 76 a. C.), que no pre­sentan el fenómeno indicado. Podemos suponer también que las palabras griegas cuya forma latina denuncia influencia etrusca per­tenecen al período de la dominación etrusca sobre el Lacio. Esta mediación es denunciada por una incertidumbre en la adaptación de las consonantes oclusivas, patente, por ejemplo, en amurca (ápópya, con un cambio en la vocal interior comparable al de alumnos < *alomnos), gobernare (Kopepvñv), Agrigentum ("AKpa- yoc<;); o también por alteraciones de la cantidad, como en créplda (KpiyrúSa). Aquí, como en los préstamos directos del etrusco, el úni­co testimonio de la intervención etrusca es a menudo circunstan­cial. Así, sporta es obvio que representa gr. cmopíba. La prueba de la mediación etrusca está en la sustitución de d por t y de u por o, que volvemos a encontrar en cotoneum < ku&cí>viov. De modo simi­lar se deriva gruma de yvcoqoc (cf. Memrun < Méqvcov), triumpus [N ota 6] de 0p(ap|3oc; y catamítus de ravoq-r|5q<;. En el caso de cisterna (kIoxt]) y lanterna (Xoc(iTtxf|p) nos encontramos con adición de un sufijo etrusco bien conocido que denuncia el camino por el que estas palabras llegaron al latín. Con éstas podemos comparar créterra = Kpiyrrjpa. En el caso de gutturnium o cuturnium “vas quo in sacrificiis vinum fundebatur”, tanto la fonética como la mor­fología indican que el gr. koúGgóviov sufrió una primera distorsión por obra de hablantes etruscos antes de llegar a Roma. En el caso de esta palabra conviene además fijarse en su esfera semántica, puesto que muchos términos referentes a cerámica y utillaje les llegaron a los romanos de los etruscos. En esta línea es también po­sible que tanto urna como urceus tengan una lejana conexión con el gr. fjpxn- Otro grupo semántico que podemos reseñar aquí es el constituido por palabras referentes a las representaciones teatrales. Hemos visto ya que hister e histrio derivan del etrusco, y es pro­bable que persona sea una palabra etrusca en la que se ha añadido el sufijo -dna a la palabra cpersw, probable deformación etrusca del gr. 'rtpóacouov. También la palabra scéna puede haber llegado por el mismo camino, pues solemos encontrarla escrita scaena, y que el etrusco transcribía a veces d por ae se ve en Colaina (por raXava) y laena, prenda de vestir, si es que es un préstamo del lat. lana. Otros ejemplos confirmatorios de este fenómeno son Saeturnus, Aescula- pius (AlaicXamóc;) (ejemplo de la sustitución inversa tenemos en era-

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 61pula por KpocmáXcc). paelex por ttocXXcxkt'] resulta más complicado, dado que la palabra puede pertenecer al fondo mediterráneo. Lo mismo puede ocurrir con caupo, cuyo significado corresponde exac­tamente al del gr. Kcmr)Xó<;, y en el que la sustitución de a por au su­geriría mediación etrusca. La diferencia de sufijo, sin embargo, ex­cluye al griego como lengua prestamista, y pudo ocurrir muy bien que tanto griego como etrusco tomaran la palabra del vocabulario mediterráneo autóctono, habiéndola recibido del segundo el latín. Una interesante cuestión se ha suscitado en torno al posible origen de elementum en un gr. *elepanta “letra de marfil”, caso en el que el cambio de p en m sería una contribución etrusca, de la que tene­mos un paralelo, al menos parcial, en el prenestino Melerpanta por BEXXEpo(¡)óvTr|c;. Hay todavía otra palabra latina que muestra una si­milar afinidad con el griego: se ha hecho derivar forma de popc¡)f| por medio de un etr. *morma, con sustitución de <p por m (la disi­milación de m-m en f-m tiene paralelo en fórmica: púppr|£„ y for- mido: poppó). Por último, veamos un índice lingüístico del papel representado por Etruria incluso en la formación de las leyendas romanas: el cognomen del Horacio defensor del puente, Cocles “el tuerto”, no es más que la forma etrusquizada de KókXcoi)j, otra vez con o por u.

C é lt ic o

El imperio etrusco, debilitado en su centro por disensiones inter­nas, recibió su golpe de muerte a manos de un nuevo grupo de inva­sores indoeuropeos. Los celtas, partiendo de su asentamiento en torno al curso alto del Rin y del Danubio, habían atravesado el pri­mero de dichos ríos en una fecha no anterior al 900 a. C. en direc­ción a lo que más tarde se llamaría la Galia. La invasión céltica de Italia, sin embargo, no tuvo lugar a través de los Alpes occidentales (así, Livio, 5, 33 ss.), sino por el Brennero y partiendo del Alto Rin hacia fines del siglo v a. C. En Italia se apoderaron de la llanura sep­tentrional comprendida entre los Apeninos y los Alpes, donde los restos por ellos dejados se superponen a los de la civilización etrus- ca. Hicieron retroceder a etruscos y umbros y enviaron expediciones de pillaje por toda la península, llegando a saquear la propia Roma en el 390 a. C. No parecen haber establecido asentamientos perma­nentes en parte alguna de Italia, excepto en la región conocida como Galia Cisalpina, y aun en ella fueron fácilmente absorbidos por las poblaciones circundantes, de modo que el galo dejó de hablarse en Italia hacia el 150 a. C. (Polibio, 2, 35, 4). Esta inestabilidad lingüís­tica, unida a su ignorancia del arte de escribir, puede explicar el

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hecho de que únicamente tres inscripciones escritas en galo se hayan encontrado en Italia, y sólo una en la Galia Cisalpina. Los galos, hablantes de la variedad del céltico conocida como céltico continen­tal, que se distingue ínter alia por presentar p como resultado de ide. q», aportaron al latín cierto número de palabras procedentes de los siguientes principales campos semánticos:

Equitación y manejo de carros: benna “carro de dos ruedas con caja de mimbre”, carpentum “coche de dos ruedas cubierto”, carrus “carro de cuatro ruedas”, cisium “vehículo ligero de dos ruedas”, covinnus “carro de guerra con guadañas en las ruedas”, essedum “carro de guerra”, petorritum “carruaje de cuatro ruedas”, reda “coche de viaje”, verédus “caballo” (del híbrido bajo latino para- verédus derivan el al. Pferd y esp. palafrén). mannus está atestigua­do por Consencio como préstamo galo, pero es más probablemente ilirio (véase supra, p. 50, y Ernout-Meillet, s. «.).

Milicia: cateia “(especie de) boomerang”, gaesum “jabalina”, lan­cea (véase supra), parma “escudo ligero”, sparus “venablo”, cater­va = legio aparece citado a menudo como préstamo galo al latín (Isidoro, Or., 9, 3, 46), pero puede ser palabra originariamente latina perteneciente a la misma familia que cassis y caterva.

Vestido: birrus “capa con capucha”, bracae “bragas, calzones” (palabra tomada por los celtas al germánico), sagus, sagum “túnica, sayo”.

Varios: alauda “alondra”, betulla “abedul”, bulga “zurrón” (em­parentado con la palabra germánica de la que procede en inglés belly). De particular interés es ambactus “siervo”, palabra emplea­da por Ennio. Emparentada con el galés amaeth “siervo”, la palabra se abrió camino en el germánico, y es del gót. andbahti (=al. Amt) de donde derivan fr. ambassade, etc.

L e p ó n t ic o

En el territorio galo de la Italia septentrional, cerca de Bellinzo- na, se han descubierto huellas de un pueblo misterioso que practi­caba el rito de inhumación; los yacimientos han proporcionado ins­cripciones escritas en la lengua llamada “lepóntica”. Esta lengua, indoeuropea sin duda alguna, pertenece al grupo eentum y al igual que el galo hizo pasar ide. q# a p (si es que la enclítica -pe es real­mente equivalente a lat. que). Como el céltico y el latín, forma el genitivo de singular de los temas en -o- en -i. Otra sorprendente peculiaridad es que el nominativo de singular de los temas en -re­termina en -u, lo mismo que en galo. Se ha afirmado además que de unos setenta nombres propios conocidos, al menos cincuenta

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tienen correspondencia en galo. Por otra parte, muchos topónimos de la región presentan el sufijo -asco, -asea. Esto sugiere, por lo menos, un sustrato lígur (véase infra), pero por la época de estas inscripciones (siglo n a. C. en adelante) toda esa parte de Italia había sido invadida por los galos, de modo que algunos estudiosos autorizados mantienen que el “lepóntico” debe considerarse como dialecto céltico. Otros ponen mayor énfasis en los caracteres no- célticos (por ejemplo, la pretendida conservación de p - inicial en pala “lauda fúnebre” (?) y las diferencias en el sistema de nombres personales), clasificando esta lengua como celto-lígur. Mas esta diferencia entre las dos concepciones parece ser de simple én­fasis, dado que ambas están de acuerdo en atribuir las inscripcio­nes lepónticas a un pueblo céltico asentado en lo que originalmen­te sería territorio “lígur”.

L íg u r

Entre los antiguos pueblos del Mediterráneo occidental encon­tramos al de los figures. Si eran autóctonos o una tribu más de invasores ide., es un debatido problema que debemos considerar brevemente. En época histórica aparecen como un típico pueblo “re­liquia”, habitando tierras pobres e inaccesibles, a las que se habían visto confinados por la presión de pueblos más poderosos. Pero es seguro, por el testimonio combinado de los autores antiguos y de los topónimos, que en un tiempo se extendieron por un área mucho ma­yor de la Europa occidental, llegando hasta la llanura del Po y por el sur hasta Etruria y, según algunos autores, incluso hasta Roma y el Lacio. Esta área se corresponde a grandes rasgos con la distri­bución de los topónimos formados con el sufijo -se - (por ejemplo los hidrónimos Vinelasca, Tulelasca, Neviasca, etc.). También tene­mos noticias de figures en Córcega; incluso de los siculos se ha afir­mado que eran figures empujados a Sicilia por umbros y pelasgos. Tanto en Sicilia como en Liguria encontramos los topónimos Entel- la, Eryx y Segesta. La lengua de los figures ha sido descrita como indoeuropea “por encima de toda duda”,10 con base en que las pa­labras figures como asía, Xepppu; “gazapo, conejo”, saliunca “vale­riana” son todas indoeuropeas, y en que muchos de los topónimos también lo son: por ejemplo el río Porco-bera “que lleva salmones”, el monte Berigiema “que lleva nieve”, la ciudad de Bormiae “fuen­tes calientes”, todos los cuales son restos de un dialecto ide. que por el testimonio fonético no puede ser considerado ni itálico ni

10. W hatmough, Foundations, p. 129.

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64 INTRODUCCIÓN AL LATIN

céltico. Esta tesis de que el lígur sea una lengua indoeuropea choca con el testimonio de la arqueología, pues implica una invasión, se­gún puede presumirse, procedente de la zona de los lagos de Italia, de la que no hay huellas en las culturas prehistóricas de la región. Esto nos hace volvernos a la hipótesis de que el lígur fuera hablado por los descendientes de los habitantes neolíticos de la región. Que de hecho los lígures fueron los ocupantes primitivos de su hábitat histórico parecen indicarlo las relaciones lingüísticas con el sículo que ya hemos examinado. Asi las cosas, se ha afirmado con no menor seguridad que el lígur es no-indoeuropeo (H. Krahe), y que el ca­rácter ide. de algunos de los topónimos ha de explicarse por la hi­pótesis de que un pueblo ide. se hubiera superpuesto en un momen­to dado a la población neolítica. La polémica parece resolverse en una discusión de definición y cronología. Quienes defienden el carác­ter indoeuropeo del lígur admitirían seguramente que ello implica una invasión y sometimiento de la población preexistente, de la que, por otra parte, se supone que habría emigrado desde África del norte a Italia a través de España y Francia (OCD,11 “Ligurians”) • La cuestión ahora es a quiénes hay que asignar el nombre de “lí­gures”, y luego en qué fecha llegó el pueblo al que tenemos que atribuir las palabras y topónimos indoeuropeos admitidos por am­bos bandos. Dejaremos la cuestión de lado con unas palabras de prudencia. La interpretación de los topónimos prehistóricos es en gran medida un dominio de la conjetura. Lo incierta que resulta podemos verlo por un ejemplo clave. El orónimo Berigiema mencio­nado en la Sententia Minuciorum ha sido analizado, según hemos visto, como Beri-giema “que lleva nieve” (bher 4- *gheiem). Esto im­plicaría que el pueblo que hubiera puesto este nombre hablara una lengua centum, pero quedando su pertenencia al grupo itálico ex­cluida por su tratamiento de la oclusiva aspirada (bh > b ). Ahora bien, toda esta construcción cae por su base si, como ha sugerido un estudioso digno de crédito, tenemos que analizar la palabra como Berig-iema.

E l s u st r a t o m e d it e r r á n e o

Desde los lígures dirigimos ahora nuestra atención a las contri­buciones lingüísticas debidas a los pueblos mediterráneos autócto­nos en cuya tierra se establecieron los protolatinos. Aquí nos encon­tramos en seguida con una dificultad metodológica, dado que tenemos poco o ningún conocimiento directo de las lenguas pre­

11. Oxford Classical Dictionary.

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 65indoeuropeas de Italia. No es suficiente mirar a todas las palabras latinas sin etimología ide. como preindoeuropeas. Las corresponden­cias en otras lenguas pueden haberse perdido, o haberse transfor­mado la palabra latina por las incontables fuerzas innovadoras que actúan en toda lengua, sin que podamos ignorar tampoco la posi­bilidad del préstamo de lenguas desconocidas con anterioridad a la invasión de Italia por los protolatinos, ni la de la creación inde­pendiente. Es posible, sin embargo, alcanzar una aceptable certeza en algunas clases de palabras. Se ha observado que las palabras de sustrato que significan rasgos topográficos y animales y plantas indígenas son particularmente resistentes en todas partes. Además, tales palabras trascienden las fronteras lingüísticas, y su carácter no ide. se descubre a menudo por el hecho de que, a pesar de apare­cer en formas semejantes, no se las puede reducir a una forma origi­naria común. Un ejemplo bastante elemental lo ofrece la palabra que designa al metal “plomo”. Las variantes que presenta en las for­mas dialectales griegas (qóXupSoq, póXipSoq, póXipoq, póXipoq) son de por sí indicio de préstamo cultural. En lat. plumbum el pareci­do, aunque vago, es inequívoco12. En los casos más favorables las palabras indígenas presentan también rasgos morfológicos peculia­res que dejan fuera de toda duda razonable su procedencia. Esto es verdad, por ejemplo, de la palabra vaccinium. La palabra griega correspondiente es úáiuvBoq. Nos encontramos ante un parecido ge­neral en la parte radical de la palabra, pero las diferencias son tales que excluyen el préstamo en cualquiera de las dos direcciones. Ade­más, la palabra griega tiene el sufijo -iv0o- que aparece en muchos topónimos y nombres de objetos de cultura (p. ej. Kópiv0oq, áoá- (itv0ot; “bañera”) atribuidos a la población prehelénica del Egeo. Por tanto, vaccinium puede atribuirse con un grado claro de cer­teza al sustrato mediterráneo. En esta categoría de nombres botáni­cos podemos incluir menta (gr. (iív0r|), viola (Fíov), lilium (Xeípiov), cupressus (K o v á p ic r a o c ; con el sufijo egeo - a e r o - que se encuentra también en topónimos), laurus (las variantes griegas muestran la señal de la procedencia foránea: Sáqjvr], S o c u k o v , bcxúyya, Xá<pvr]), ficus ( a o K o q , t ü k o v , arm. thüz), citrus ( x é & p o c ; ) .

Si bien es indudable que estas palabras resultan en última ins­tancia reductibles a una fuente mediterránea común, queda también en claro que no hay justificación para postular una uniformidad lingüística en la forma de una “lengua mediterránea” antes de la

12. p lum bum h a s id o r a z o n a b le m e n te a t r ib u id o a l ib é r ico y p u e sto e n r e ­la c ió n c o n e l v a sc u e n c e berun. U n a p a l a b r a “ c o lo n ia l” c o m o é s t a p u e d e t o m a r a sp e c to s d i fe re n te s en la s le n g u a s q u e la im p o r ta n .

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66 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

llegada de las diversas tribus indoeuropeas.13 En el nombre de la “rosa”, por ejemplo, hay una aceptable semejanza entre gr. FpóSov y el irán, wrdi (persa gul) que aparece como préstamo en el arm. vard. En lat. rosa la consonante interior resulta desconcertante e implica una fuente intermedia en la que -d - se hubiera asibilado.14 Otro rasgo singular es que la -s- intervocálica se haya mantenido al margen del rotacismo normal en las palabras latinas (véase p. 231).

Ha habido tentativas, especialmente por parte de estudiosos ita­lianos, de aislar los caracteres de las lenguas mediterráneas. Así, partiendo de la alternancia de consonantes que aparece, por ejem­plo, en Padus : Patavium : Bodincus o Bergomum : Pergamum, se han hecho deducciones acerca de la naturaleza de las consonantes oclusivas mediterráneas. Pero la frecuente aparición en otros luga­res de tales alternancias (por ejemplo, en los dialectos germánicos: Beet/bed, Ding/thing/ting) debe imponer precaución a tales vuelos de la fantasía. Por lo que se refiere al vocabulario, los dialectos mo­dernos, especialmente los de las regiones alpinas, han sido tamiza­dos en busca de palabras preide., y los estudiosos han llegado a ais­lar una serie completa referente a particulares del terreno que re­sultan de una semejanza sorprendente en su estructura fonética. Así, ganda “escombro”, alba “roca”, balsa “pantano”, gana “arroyo”, etc. Se las ha comparado con palabras etruscas como lada “mujer” y se ha sacado la conclusión de que las formaciones de este tipo eran predominantes en las lenguas mediterráneas. Éste es un ori­gen aceptable para palabras latinas como baca “baya”, “uva” pues, como hemos visto más arriba, las palabras relacionadas con la viti­cultura suelen ser de origen mediterráneo. Varrón (L. L., 7, 87) nos dice “vinum in Hispania baca”, y es tentador recordar aquí el nom­bre del dios del vino BáK/o^.

Métodos similares se han empleado en los intentos de dar ma­yor precisión a la noción de las áreas dialectales mediterráneas. Así se ha aislado un sufijo mediterráneo occidental -i t - partiendo de determinativos de lugar como Gaditanas, Iliberritanus, Panormita- nus, etc. Sufijos sardos en -arr-, -err-, -u rr- se han encontrado en “formas ligeramente divergentes” en topónimos de Sicilia como

13. Según K rahe (Indogermanisierung, pp. 32 ss.), se deben distinguir dos áreas lingüísticas preindoeuropeas en Italia. Italia central y meridional, y Sici­lia, sobre la base de los topónimos característicos en -ss- (Tylessos en el Brut- tium, Krimissa en la Italia meridional, Telmessos en Sicilia), en -v0- (Kokyn- thus en el Bruttium), etc., pertenecen al área egeo-anatolia. Krahe pone esto en conexión con las afirmaciones de los autores antiguos (como Dionisio de Halicamaso, I, 23) acerca de la presencia de “pelasgos” en varias partes de la Italia central y meridional. Un pueblo preindoeuropeo del Mediterráneo oc­cidental eran los “figures” (véase supra).

14. Asibilación de d tuvo lugar en oseo y mesapio.

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"YKKocpoc, "IvSapa, Amápa, y tras habérselos puesto en relación con el lat. suburra han sugerido la adscripción de las palabras la­tinas arcaicas acerra “naveta para incienso” y vacerra “pilar, poste” a una fuente mediterránea occidental.

Partiendo de los confusos y fragmentarios testimonios que he­mos examinado en las páginas precedentes, podemos intentar aho­ra el esbozo de los movimientos masivos de pueblos que llevaron a la indoeuropeización de la península apenina y compendiar las múl­tiples influencias que conformaron la historia primitiva de los lati­nos y su lengua en su nuevo asentamiento. Los primeros invasores hablantes de una lengua indoeuropea y procedentes de la Europa central fueron los antepasados de los sículos. Los segundos en llegar fueron los protolatinos, seguidos por los hablantes de los “dialectos itálicos”. Sobre estos pueblos cayeron las varias tribus de invaso­res ilirios, quienes tal vez produjeron el empuje que arrojó a los protolatinos de su asentamiento en el valle del Po hacia su solar histórico en el Lacio. Una vez que se mezclaron en su nuevo empla­zamiento con un pueblo del grupo osco-umbro, tuvieron que sopor­tar una nueva fuerza organizativa y civilizadora en forma de domi­nación etrusca. Hasta dónde llegó durante el período de supremacía etrusca este amalgamamiento de pueblos en el camino conjunto ha­cia una nueva unidad puede adivinarse, según vimos ya, por el estu­dio de los nombres de persona. Sobre esto ha escrito Krahe (Indo- germanisierung, pp. 58 ss.):

dentro del sistema de los tres nombres un etrusco puede llevar nom­bres latinos o umbros o ilirios, o bien un latino puede tener un nombre etrusco o ilirio, un ilirio un nombre oseo o céltico o etrusco, etc. Puede ocurrir también, aunque raramente, que cada uno de los tres nombres, praenomen, nomen y cognomen, pertenezca a una len­gua distinta. Esto deja ver muy claramente que estaba comenzando un proceso de fusión a la mayor escala, que acabó a la postre por completarse.

Por último, fue bajo la tutela etrusca como los romanos comen­zaron el aprendizaje de las “artes y disciplinas” dé la Grecia que iba a durar todo a lo largo de su historia cultural.

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C a p ít u l o III

LOS DIALECTOS LATINOS Y LOS PRIMEROS TEXTOS

Hemos examinado hasta aquí los testimonios que se refieren a la prehistoria de la lengua latina y llegado a la conclusión provisio­nal de que los protolatinos eran una tribu indoeuropea con origen en la Europa central que penetró en Italia hacia el final del segundo milenio antes de Cristo. Llegados al Lacio hacia el siglo x a. C., los latinos se asentaron formando comunidades rurales dispersas o populi que se unieron en confederaciones de vinculación poco es­tricta. La propia Roma tuvo origen en un synoecismus de pueblos latinos incinerantes y sabinos inhumantes. En el terreno político es­tos diversos populi latinos se aliaron en términos de igualdad, esta­do de cosas que se prolongó, con excepción del período de domina­ción etrusca, hasta el siglo iv, en que Roma se impuso gradualmente sobre sus hermanos más débiles, acabando por reducirlos en el 338 a la condición de aliados sometidos. Fue esta supremacía política de Roma la que llevó gradualmente al desplazamiento de los dialectos del Lacio por obra del latín de Roma. Sin embargo, que el romano era en un principio simplemente uno más de los numerosos patois latinos resulta evidente por el testimonio de las primeras inscrip­ciones en lengua latina.

Por ejemplo, entre las inscripciones encontradas en el territorio de Falerii (Civitá Castellana) hay una en la que se lee foied vino pipa)o era carefo = hodie vinurn bibam eras carebo. Tenemos ejem­plificada aquí una peculiaridad fonética que distinguía al latín de Roma de los dialectos rurales y también de los demás dialectos itáli­cos, a saber, el paso de - bh- a -b - entre vocales, frente a la -/- rüstica. Un desarrollo paralelo afectó a la -dh- originaria, -d - en Roma fren­te a -/- falisca, si es que efiles está correctamente interpretado como aedilis. A pesar de su coincidencia en este punto con el osco-umbro, el falisco era un dialecto de tipo latino, pues en él aparece qu como resultado de *q«, que en osco-umbro se convirtió en p (véase supra).

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 69Otros puntos de fonética que distinguen al falisco del latín son su tratamiento de los diptongos (ai > é, como en pretod = praetor; ou > ó, como en loferta1 = liberta) ; y la caída de consonantes fina­les: cra(s), zenatuo(s), sta(t), mate(r). En la morfología podemos destacar el dativo singular de la segunda declinación en -oi (zextoi), la desinencia secundaria de tercera persona de singular -d (douiad = det), el futuro en (carefo, pipafo) y el perfecto reduplicado fifi- ked = finxit (?). Se ha hablado mucho de un supuesto genitivo en -osio de la segunda declinación. Pero el único ejemplo aducido es un kaisiosio1 2 que está abierto a la sospecha de ser una ditografía, mientras que hay muchos ejemplos seguros del genitivo latino nor­mal en -i. Hemos reservado para el final un punto interesante de fonética: la oscilación entre / y h en inicial de palabra: hileo y filea, haba = lat. faba, pero foied = hodie. Este fenómeno se encuentra también en sabino y en etrusco, lo cual sugiere que en el falisco podemos tener una lingua latina in bocea toscana. En todo caso el mismo fenómeno aparece también en el dialecto latino de Preneste (Palestrina), donde se han detectado otras influencias etruscas.

De Preneste procede el más antiguo texto latino conocido. En una fíbula que data del siglo vi a. C. están escritas en caracteres griegos las palabras: Manios : med : vhe : vhaked : numasioi = Ma­nías me fecit Numerio. Volvemos a encontrar aquí el dativo en -oi y otro perfecto reduplicado, fefaced, en lugar del heredado fécit conservado en el latín de Roma. Reaparece en las formas oseas fefacust, fefakid, hecho que quizá puede explicarse por la posición geográfica de Preneste en la frontera lingüística entre latín y oseo. Tanto fefaced como Numasioi presentan plenamente conservadas sus vocales interiores. Mas es posible que en una época tan tempra­na tampoco el latín de Roma hubiera experimentado su caracterís­tico debilitamiento de vocales átonas (véanse pp. 220 s.). Otro rasgo del prenestino es el paso de i a e ante vocal (comea, fileai) y en síla­ba interior abierta ( Orcevio = Orcivius; el. Varrón, R. R., 1, 2, 14: “rustid etiam quoque viam veham appellant et vellam non villam”) . Por otra parte, en sílaba cerrada ante r, e pasó a i (Mirqurios, el. stircus en Lucania y también oseo amiricatud — immercato). Así, el lat. firmus frente a ferme puede ser forma dialectal, y un similar origen dialectal puede atribuirse razonablemente a hircus.

En el tratamiento de los diptongos el prenestino, como otros dialectos rústicos, difería del romano. En posición final -di > á (dat. Fortuna, primocenia); ai > é (Esculapio); ei > e (Hercole); oi > 5 (coraveron = curaverunt); eu > ou > 5 (Poloces < rioXuSeó-

1. Sobre esta palabra, véase p. 220.2. Cf., sin embargo, eco quto Ievotenosio, “yo soy el k ó Gcov de I . ” (V e t t e r

en “Glotta”, 1939, 163 ss.).

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70 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

kt]c) j au > ó (Flotia). AI igual que en falisco, s se pierde en final de palabra (nationu = nationis), pero se conserva ante consonantes na­sales, posición en la que se perdía en romano (losna ~ luna < *louks- ná). En cuanto a morfología, podemos mencionar los nominativos de plural en -es de la segunda declinación (magistere(s)), formación que se encuentra también en otros lugares, como Tíbur, capua y Falerii. Otro fenómeno general en latín no romano es el genitivo singular en -us (-o s ) ejemplificado en nationu(s). También en el vocabulario tenemos algún testimonio de que los dialectos rurales diferían del de Boma. Así, sobre la palabra nefrendes escribe Festo: “sunt qui ne- frendes testículos dici putent, quos Lanuvini appellant nebrundines, Orraeci vsppoúc, Praenestini nefrones”. Tenemos aquí un término dia­lectal para “riñones” emparentado con el alemán Niere, en tanto que el latín romano empleaba renes. Las variantes fonéticas nefrones, ne- frundines, nebrundines, que presentan -/- y -b - respectivamente, son dignas de mención. Otra palabra antigua conservada en latín rústico pero perdida en el dialecto de Roma es la prenestina tongitio, nombre verbal del verbo tongeo, emparentado con el inglés think. Sobre ella escribe Festo: “tongere nosse est, nam Praenestini tongitionem di- cunt notionem”. También el oseo presenta una palabra de esa raíz en tanginom “sententiam”.

Aparte de las prenestinas y faliscas, las inscripciones latinas “ar­caicas” de otras localidades presentan otras acusadas diferencias respecto al latín de Boma, además de las ya mencionadas incidental­mente. Será conveniente un resumen de las más importantes.

Entre las cuestiones de fonética podemos mencionar el paso de d a r ante labial, como en arvorsum y arfuisse (cf. volseo arpatitu = affundito y marso apur finem). Por ello arbiter puede ser palabra dialectal. La violenta síncopa de vocales átonas ejemplificada en formas como lubs por lubé(n)s, dedront por dederunt y cedre por caedere es sólo aparente, porque en muchos casos los signos conso­nánticos pueden tener valor silábico: b ----- be, d = de y c = ce. El tratamiento dialectal de los diptongos se refleja en la declinación de los nombres, por ejemplo en los dativos de singular Locina y Diane (ambos < di), Marte (é < ei), etc.

En la primera declinación el nominativo de plural mantiene con frecuencia la antigua desinencia -as (matronas, quas), mientras el dativo de plural aparece una vez en la forma -as (< ais: devas Cor- ñiscas). Sobre el genitivo de singular en -aes (Aquiliaes) véase p. 242. Entre las particularidades dialectales de la segunda declina­ción, el pretendido plural en -ós aparece solamente en nombres gentilicios precedido de dos praenomina y que indican hijos del mis­mo padre. Por eso las formas en -o(s) pueden interpretarse como de singular. En el verbo, como desinencia media de la segunda per­

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sona de singular, aparece frecuentemente - ms en lugar de la del latín clásico -is: spatiarus. En el deda(nt) de CIL I2 379 tenemos una for­ma reduplicada de do como en umbro. Puede verse la influencia del oseo en las formas de imperfecto fundatid, proiecitad, parentatid de Luceria (Apulia), acerca de las cuales véase p. 276.

Del latín de la propia Roma no tenemos más que algunos vis­lumbres desesperantemente insuficientes hasta fines del siglo ni, en que los textos se hacen más abundantes. [ N o t a 7.] La inscripción más antigua es la escrita sobre un cipo mutilado encontrado en 1899 bajo una piedra negra que era considerada como indicadora de la tumba de Rómulo. Sobre este cipo, que data del siglo v aproximada­mente, está escrito verticalmente en bustrófedon un texto (n.° 3) cuya evidente antigüedad e importancia para la historia del latín ha excitado el ingenio de los estudiosos. Ha recibido interpretacio­nes varias, como la de reglamentación referente a los privilegios del rex sacrórum, ley de Tarquinio Prisco compuesta en saturnios, ley de Tarquinio el Soberbio concerniente al botín de guerra, etc. De las palabras de la parte conservada del texto parece haber acuerdo en que guoi = qul, sacros = sacer, recei = regí, iouxmenta = iümenta, iouestod = iüstó. Esto añade poco al conocimiento del latín que no habíamos adquirido todavía por la reconstrucción. No menos des­concertante resulta la inscripción escrita sobre una vasija de tres compartimientos encontrada en 1880 en el valle situado entre el Quirinal y el Viminal (n.° 2). En la primera línea es posible desci­frar las palabras deiuos, qoi, med, mitat, cosmis, víreo, siet, pero el sentido del conjunto todavía se nos escapa. En la segunda línea nada es seguro. Las tres primeras palabras de la tercera línea due­ños med feced significan evidentemente Bonus me fecit. En fin, si bien los testimonios primitivos añaden pocos datos positivos a nues­tro conocimiento del primitivo latín, sí permiten concluir que entre los siglos v y in a. C. el latín cambió tan drásticamente que los estudiosos ya no pueden comprender los textos de época anterior. Es probable que los propios romanos se vieran en la misma dificul­tad,3 a juzgar por el Carmen Arvale incluido en las actas de los ri­tos de los Fratres Arvales correspondientes al año 218 d. C. Nos encontramos ante un texto ritual con origen en un período muy

3. Esto está expresamente atestiguado por Polibio (3, 22, 3) al hablar del tratado hecho entre Roma y Cartago al año siguiente de la expulsión de los reyes: “Más adelante doy una traducción tan precisa como puedo. Pues hay una diferencia tan grande entre el dialecto hablado por los romanos de hoy y la lengua antigua, que algunas partes a duras penas pueden elucidarse aun des­pués de un cuidadoso estudio por las personas más inteligentes” (véase T e n n e y F r a n k , An economic survey of ancient Rome, I , pp. 6 -7 . [ N o t a 8 .]

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72 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

remoto que, transmitido a través de generaciones sucesivas de fun­cionarios religiosos, se había convertido en puro galimatías para quienes lo recitaban. Este texto (n.° 4) ha recibido reciente inter­pretación de manos de E. Norden, quien lo traduce así:

(1) Salud, ayudadnos, Lares (tres veces).(2) No permitáis que la peste o la catástrofe caigan sobre el pueblo.(3) Sáciate, fiero Marte; salta sobre el umbral y quédate ahí en pie.(4) llamad por turno a todos los Semones.(5) Salud, ayúdanos, Marte.(6) triumpe. [N ota 9.]

El himno se cantaba en una ceremonia que tenía lugar en el lí­mite (limen empleado en sentido metafórico, cf. postliminium) del ager Romanus. Se implora en primer lugar la ayuda de los Lares (que son los agri custodes, cf. Tibulo, 1, 1, 9). Luego Marte, que no es sólo el fiero dios de la guerra, sino también el protector de las co­sechas, la casa y las instalaciones rurales, es requerido para que ocupe su lugar sobre el “umbral” y proteja a la tierra de las cala­midades. Los Semones son un grupo de divinidades del que poco se sabe, pero Norden sugiere que se trata de potencias divinas, agentes ejecutores, por decirlo así, de los dioses supremos: “Los Semones, manifestaciones de los poderes que protegen al pueblo, prestarán su colaboración.” Puntos de interés lingüís­tico son la interpretación de enos como é (partícula aseverativa como gr. fj) más nos; el retrúecano lue{m) rue(m) ( rúes en lugar del posterior ruina; del mismo grupo semántico podemos citar labes, strügés, tabes); sins aparece probablemente por sirias; fu es un imperativo de la raíz *bhu, de la que salió una parte tan consi­derable de la conjugación del verbo “ser”; berber es una forma re­duplicada de un tema demostrativo que aparece también en la fórmula augural ullaber arbos (Varrón, L. L., 7, 8; véase p. 73), alter­nen parece ser una forma de locativo empleada adverbialmente con el sentido de “por turno, alternativamente”, advocapit es una forma apocopada de advocapite, futuro empleado como imperativo. Es evi­dente que en este documento tenemos un texto latino de extrema antigüedad, si bien con algunas modernizaciones superficiales (así, pleoris por pleoses) y posibles corrupciones. Pertenece a una anti­quísima ceremonia situada en el corazón de la religiosidad oficial romana. Con todo, Norden ha aducido pruebas de peso que indican que incluso un documento tan antiguo de la latinidad romana debe mucho en contenido, estructura y formulación a modelos griegos.

La influencia griega se deja ver también en otro documento fe- chable en el siglo v a. C.: las X II Tablas. Con ellas pasamos a una fuente de información sobre la latinidad primitiva aún más turbia:

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 73para nuestro examen de las X II Tablas no tenemos testimonio epi­gráfico de primera mano. Hayan sido o no destruidas las tablas de bronce originales en el saqueo de Roma del 390 a. C., desde luego “al final de la República no existía ningún texto autorizado” 4. Nuestro conocimiento del texto de las Tablas procede de citas o paráfrasis de autores a partir del siglo i a. C., especialmente Cicerón y los ju­ristas. Los propios romanos creían que cuando los patricios fueron obligados por la presión de los plebeyos a consentir en redactar un código jurídico, se había enviado una embajada a Atenas para es­tudiar la legislación de Solón, y que después de su regreso los de- cemviri habían redactado el código, que habría sido inscrito sobre diez tablas de bronce y fijado en la plaza del mercado (450 a. C.). Las semejanzas de contexto y formulación con los primitivos códi­gos legales griegos, por ejemplo el de Gortina (Creta), hace vero­símil que este origen legendario contenga un núcleo de verdad. El origen griego de este documento fundamental del derecho romano explicaría por qué una palabra tan central del vocabulario legal como lat. poena es un préstamo griego (tioivt|) . La enorme importancia de las X II Tablas con relación al desarrollo de la lengua literaria de los romanos puede valorarse por la observación de Cicerón {De leg., 2, 4, 9): “a parvis enim, Quinte, didicimus si in ius vocat atque eius- modi alias leges nominare”. La significación del hecho de que un texto que los escolares romanos se aprendían de memoria estuviera basado en modelos griegos será estudiada más a fondo en nuestro capítulo acerca del desarrollo de la lengua literaria. Los rasgos lingüísticos arcaicos de los textos que los accidentes de la tradición nos han conservado serán examinados en la segunda parte de este volumen. Para ejemplos véase el Apéndice.

Entre los textos primitivos conservados en los escritos de auto­res romanos posteriores hay otros cuya evidente antigüedad los hace particularmente valiosos para nuestro conocimiento del latín pre­literario. Entre ellos está la fórmula augural conservada en Varrón, L. L., 7, 8. Tales fórmulas se habían hecho en gran medida ininteli­gibles a los romanos de siglos posteriores y fueron objeto de inter­pretación y controversia por parte de gramáticos y lexicógrafos, se­gún se ve por el comentario de Varrón: “quod addit templa ut sint tesca, aiunt sancta esse qui glossas scripserunt. Id est falsum nam.. Damos un texto de la fórmula esencialmente acorde con la restaura­ción e interpretación de Ñor den (véase, sin embargo, la crítica de K. Latte, “Philologus”, XCVII, 1948, pp. 143 ss.):

4. Jolowicz, Historical introduction to Román law, p. 106.

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templa tescaque m(eae) fines Ita sunto quoad ego easte lingua nuncupauero ollaner arbos quirquir est quam me sentio dixisse templum tescumque m(ea) f(inis) esto in sinistrum ollaber arbos quirquir est quod me sentio dixisse templum tescumque m(ea) í(inis) esto <in> dextrum ínter ea conregione conspicione cortumione utique eas rectissime sensi.

El augur está ocupado en señalar el templum dentro del que se han de observar las señales. Ante él está una porción de suelo consi­derada de carácter sobrenatural (cf. Accio, 557 W .: “quis tu es mor- talis qui in deserta et tesca te apportes loca”, y Varrón, L. L., 7, 10: ‘‘loca quaedam agrestia, quod alicuius dei sunt”) . En la primera par­te de la fórmula el augur escoge dos árboles, a derecha e izquierda, y proclama que cada uno de ellos es templum tescumque. templum tiene aquí el significado de “límite”, en tanto que tescum subraya que se trata de terreno sagrado. Virgilio parece hacerse eco de esta frase augural en su limina laurusque (Aen., 3, 91), Las dos últimas líneas están mutiladas y oscuras. Varrón parafraseó su sentido en los términos “dentro de ellos están delimitadas las regiones en las que los ojos han de observar”. Los tres nombres abstractos en -io pue­den ser activos como obsidio o pasivos como regio, dicto, etc. El pre­fijo core- en compuestos verbales tiene valor perfectivo (p. ej. cono­ceré). Al mismo grupo semántico pertenece condicio de la extendida raíz ide. *deik/dik que significa “señalar, indicar”. Así, condicio significaba en un principio “la acción de señalar” o bien “al terreno señalado”. Aparecía originariamente en contextos referentes al arre­glo de disputas territoriales (cf. aequae condiciones), de modo que en ciertos contextos condiciones es sinónimo de pax, otra palabra re­ferente al señalamiento de lindes5 ( *pag “clavar”, cf. pala “estaca”). Así, conregio, etc., pueden significar el espacio comprendido entre ciertos límites trazados por el acto físico de trazar líneas (conregio), utilizando la vista (conspicio), y por una operación mental (cortu- mio). inter tiene aquí su más antiguo significado. Es la forma sepa­rativa de in caracterizada por el sufijo -ter (véase p. 254). Como in, podía en origen ir con ablativo locativo. La fórmula tal como se nos aparece está incompleta y sin duda terminaba con una invocación a la divinidad en la linea de la fórmula citada por Livio, 1, 18, 9: “uti tu (luppiter) signa nobis certa adclarassis inter eos fines quos feci”. Puntos lingüísticos de interés, aparte el arcaísmo técnico tes- quom, son los demostrativos easte — istas, ollaner y ollaber (para

5. Para la semántica de las palabras que designan al “hito” véase mi The Indo-european origins of Oreek justice (“Trans. Philol. Soc”, 1950).

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 75-ner cf. osco-umbro ner = sinister y gr. váp-repoi = inferí, sinistri; para - ber cf. el reduplicado berber visto más arriba), quirquir = ubicumque con una formación adverbial con -r similar a la del ing. where, there, lit. kur, y lat. quór, cúr (véase p. 281).

Entre otras fórmulas religiosas conservadas por autores poste­riores podemos citar las plegarias incluidas en las instrucciones que Catón da a los agricultores (De agr. culi., 132, 1, y 134, 3). Los ritos descritos pertenecen al estrato más antiguo de la religión romana, y entre las plegarias las más llamativas por su fraseología son las dirigidas a luppiter Dapalis y a Jano al hacer la ofrenda de una strues, de un fertum o de vino. Por ejemplo “postea laño vinum dato sic: «lañe pater uti te strue ommovenda bonas preces precatüs sum, eiusdem rei ergo macte vino inferió esto.» postea lovi sic: «luppiter, macte isto ferto esto, macte vino inferió esto.»”. No puede dudarse de que tenemos aquí “antiguas plegarias romanas in­discutiblemente genuinas, sacadas de los libros de los pontífices y conservadas en su estado original palabra por palabra” 6. Un térmi­no técnico que recurre constantemente en estas oraciones es la misteriosa palabra macte. El significado del término, sin duda de gran antigüedad, era sólo vagamente comprendido incluso en la épo­ca republicana y degeneró en una simple exclamación de congratu­lación: macte virtute “ ¡bravo!”. La etimología popular conectó mac­te, mactus con magnus y se lo explicó como magis auctus. Esta explicación goza todavía hoy de cierto predicamento, considerándose mactus como participio de un verbo *mago. Sin embargo, la serie mactus, mactare, magmentum puesta en paralelo con aptus, aptare, ammentum de apio sugiere un verbo básico *macio. Otros parale­los morfológicos como lacio de lax, opio de ops hacen verosímil que *macio se encuentre conectado de modo similar con un nombre *max cuyo diminutivo sería macula “mancha”. El significado de “rociar, asperjar” que así se elucidaría para macio, mactus, mactare, como verbos aplicados a un acto ritual concreto está confirmado por los contextos en que estas palabras están atestiguadas. Por ejemplo Servio escribe sobre Aen., 9, 641:

Macte, magis aucte, adfecte gloria. Et est sermo tractus a sacris: quotiens enim aut tus aut vinum super victimam fundebatur, di- cebant “mactus est taurus vino vel ture”.

No hay nada de sorprendente en la evolución semántica de una pala­bra que denotaba originariamente un acto ritual especial hacia los sentidos más generales de “sacrificar”, “dar culto”, “consagrar”. De los muchos ejemplos disponibles de numerosas lenguas baste con mencionar uno latino: immolare, originariamente “espolvorear ha-

6. Ward Fowler, Religious experience of the Román people, p. 182.

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riña sobre la víctima”. Pero tal vez el paralelo más sorprendente lo proporciona la palabra ing. bless “consagrar”, “bendecir”, que pue­de emplearse en algunos contextos para traducir macte y mactare. bless se remonta al germ. *blódisójan (véase OED,7 s. v.), derivado de *blódo “sangre”. Significando en origen “rociar con sangre del sacrificio”, evolucionó tanto su sentido que en la época de la con­versión inglesa fue escogido para traducir el lat. benedlcere con todas sus asociaciones de “venerar, alabar a Dios, invocar bendicio­nes, bendecir a una divinidad”, etc. A la vista del uso de macte en ritos dirigidos a Jano, las observaciones del OED sobre el significado original del aing. bloedsian son de particular interés:

Significado original (prob.) hacer “sagrado” o “santo” con sangre; consagrar por medio de algún rito sacrifical que se celebraba para hacer una cosa inviolable por el uso profano de los hombres y la influencia perniciosa de hombres o demonios (la aspersión con san­gre del dintel y las jam bas de la puerta, Exod., X II , 23, para hacer­los santos para el Señor e inviolables para el Ángel Exterminador, era al parecer el tipo de idea expresado por bloedsian en los tiem­pos precristianos).

( ... i

Hay pues acuerdo general en que la aspersión ceremonial descrita como mactare era algo así como un rito que transfería a la víctima de la esfera de lo profano a la de lo sagrado. Así, Varrón describe a un cerdo que recibe tal tratamiento como mola mactatus (Men., 2, Bue.) “rociado con harina (que consagra)”.

Es ahora el momento de pasar de estos escasos restos del latín arcaico a averiguar cómo el latín de Roma fue reemplazando gra­dualmente a los demás patois de Lacio. Este proceso lingüístico fue, como todos, reflejo y consecuencia de hechos políticos y sociales. Hacia mediados del siglo v a. C. el pueblo sabélico de las montañas comenzó a descender a las llanuras. La tradición sostiene que el Capitolio fue ocupado por los sabinos y Tusculum por los ecuos. A la vista de este peligro el pueblo de Roma y las demás comunidades latinas se vieron forzadas a una cooperación político-militar en la que Roma fue asumiendo gradualmente el papel preponderante. Las amenazas de los diversos enemigos pi’ovocaron la alianza con los latinos de 358-354, con los ecuos de Tíbur y Preneste en 354-350 y con los faliscos en 343-339. A la postre estalló el conflicto entre Roma y sus aliados, y hacia el 335 los latinos se encontraban ya bajo con­trol romano; sus ciudades quedaron reducidas a la condición de municipia; su territorio, bajo la supervisión de colonias romanas. Ahora bien, la consolidación romana no se produjo por la vía de la 7

7. Oxford English Dictionary.

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supresión, sino de la absorción. Durante este período vemos a fami­lias de origen no romano desempeñando papeles prominentes en los asuntos de Roma. La anexión del Lacio abrió el consulado a las fa­milias nobles de las comunidades conquistadas, y Cayo Marcio Rú­tilo, el primer dictador plebeyo, era de origen volsco. Fue sin duda este aflujo y absorción de elementos no romanos por el Estado ro­mano el que transformó el dialecto de Roma en un latín metropo­litano, algo así como el inglés estándar, que, si bien es básicamente el dialecto de las clases educadas y comerciantes de Londres, surgió de la fusión de elementos procedentes de muchos dialectos distin­tos. Típicas consecuencias de este proceso son los dobletes dialec­tales como whole y hale, skirt y shirt, fox pero vixen, raid y road, etc.; en la morfología, la desinencia de la tercera persona de singu­lar -s, que reemplazó a -th sólo a partir de los siglos xvi-xvii, es de origen septentrional, como lo son los pronombres they, them, their. Del mismo modo el latín metropolitano tomó palabras y formas de las zonas rurales. Éstas se revelan como intrusas por sus divergen­cias fonéticas. El diptongo ou evolucionó a ü en romano, a ó en cier­tos dialectos rurales. Por tanto robus y róbigo (< *reudh-) han de considerarse intrusos rústicos en la metrópoli. A estas palabras po­demos añadir, por el mismo rasgo, ópilio (en lugar del urbano üpi- lio < *ovi-pilio). Se dice que domos era una forma rústica del ge­nitivo de singular de domus empleada por Augusto en lugar de domüs (< *domous). El desarrollo dialectal au > ó señala como rústicas a palabras como clódus, coda, codex, lótus, lotium, lómen- tum, olla, ollula, plóstrarius, plóstellum, (urbano plaustrum), etc. En relación con el paso rústico de ae a é podemos citar a Varrón, L. L., 5, 97: “in Latino rure edus qui in urbe ut in multis A addito haedus”. Ciertos dialectos rurales se distinguían del romano por la ausencia del rotacismo, que hacia pasar la -s - intervocálica a -r - (flós, flóris). A tales dialectos tenemos tal vez que atribuir palabras latinas como adasia (“ovis vetula recentis partus”), caseus, y nombres propios como Caesar, Valesius, etc. casa, si realmente deriva de *qatia, tiene que provenir de un dialecto que asibilara la t ante i, cf. "o. Bansae = Bantiae, marso Martses “Martiis”. En todo caso la -s- intervocálica no es romana. De modo similar, la intervocálica frente a b o d urbanas denuncia como intrusos dialectales a las siguientes palabras: rüfus ( < *reudhos, forma dialectal correspon­diente al rom. rüber < *rudhros), scrofa, vafer (también vaber). Por último, la forma fonética de furnus (cf. fomax) y ursus (esperaría­mos *orsus, véase p. 224) sugiere que estas palabras vienen de dia­lectos en que o pasó a u ante -r - en sílaba cerrada.

Que la Roma primitiva era esencialmente una comunidad de agri­cultores resulta evidente por el testimonio de la religiosidad bficial

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romana, que, como se ha dicho, es la adaptación de un culto agríco­la, así como del primitivo derecho romano, que refleja los intereses y conflictos propios de los labradores. En un sugestivo trabajo J. Marouzeau ha señalado que la visión del mundo propia del labra­dor persiste en muchas palabras, metáforas y proverbios romanos. Así, pecunia refleja la valoración de la riqueza en términos gana­deros, según observó ya Cicerón, “tum erat res in pecore... ex quo pecuniosi... vocabantur”. De ahí que el locuples sea el que tiene “su parcela (locus) llena”. También emolumentum es probablemen­te en origen un término agrícola, el que designaba la cantidad de harina procedente de moler (molere) una cantidad dada de grano. (Sin embargo, la conexión que se ha supuesto entre el término ar­caico adoria “gloria militar en cuanto recompensa” y ador, adoris “una especie de grano, espelta” debe ser rechazada.) También laetus era una palabra rural que significaba “lozano, rico, productivo”, empleada para referirse a tierras y mieses (“quid faciat laetas sege- tes”, Virg., G., 1,1; “ager laetus”, Catón, Agr., 61, 2), así como a ani­males (“glande sues laeti redeunt”, Virg., G., 2, 520). Este sentido tan concreto se ve claramente en los derivados laetare “abonar” y lae- tamen “estiércol, abono”. En la lengua de los augurios un laetum augurium era el que presagiaba abundancia y prosperidad; de ahí el significado de “alegre, gozoso”. De modo paralelo, félix significa­ba originariamente “lo que produce mieses” (los derivados en -le-, -de-, -üc-, etc., son especialmente característicos del vocabulario rústico) y pasó luego a emplearse metafóricamente con el valor de “feliz, favorecido por los dioses, propicio”, almus, derivado de olere, muestra una evolución semántica similar: se emplea con ager, térra, vitis, etc., y también con referencia a diosas conectadas con la ferti­lidad, Ceres, Maya, Venus, probus deriva de *pro-bhuos y significa­ba “lo que crece en debida forma”, por ejemplo “probae... fruges suapte natura enitent” (Accio, Trag., 199 s. W.) Luego se empleó con un sentido metafórico moral. Una evolución similar se observa en frugí, dativo de frux, que se empleaba en expresiones del tipo esse jrugi borne “ser capaz de dar buen fruto”. Se aplicó luego la ex­presión a personas con sentido moral, y en cierto momento bonae /rugí se abrevió en jrugi, que pasó a funcionar como adjetivo indecli­nable. luxus y luzuria parecen haberse referido en un principio al crecimiento incontrolado y desordenado de la vegetación: “luxuriem segetum teñera depascit in herba” (Virg., G., 1, 112). Se ha estable­cido una plausible conexión de estas palabras con el adjetivo luxus “dislocado, desplazado” (para el cambio de significado véase gr. ÁeÁuytapévac; “afeminado”), pero otros autores consideran luxus como derivado de un desiderativo que contenía la forma alargada de la raíz que se ve en luo (cf. fluxus, laxus). También pauper era

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 79un término agrícola que se aplicaba tanto para animales como para tierras con el significado de “poco productivo”. De las faenas agrí­colas provienen delirare, literalmente “apartarse del surco” (lira), de donde “salirse del camino”, “estar loco”, y praevaricari, forma de­rivada de varus “patizambo”. En las faenas de labranza significaba “hacer un surco torcido” (“arator praevaricatur”, Plinio, N. H., 18, 179) y pasó a emplearse en la lengua del foro para referirse al abo­gado que actúa en connivencia con la parte contraria. El mundo de intereses del ganadero resulta evidente en el término subigere “poner a la hembra bajo el macho” o “poner al buey bajo el yugo”, fénus “interés” fue derivado por los antiguos de la misma raíz que félix. Se contemplaba al capital como productor de frutos: “fenus... a fetu quasi a fetura quadam pecuniae parientis atque increseentis” (Varrón, ap. Gelio, 16, 12, 7); cf. gr. tóko?. Del atar a los animales proceden los términos impediré y expedire. Un animal cojo era pec- cus, de donde el derivado peccare (“solve senescentem mature sanus equum, ne peccet ad extremum ridendus et ilia ducat”, Hor., Ep. 1,1, 8). incohare es literalmente “unir al cohum”, una parte del yugo. stimulare e instigare significan “espolear con el aguijón”, egregias y eximius significan ambos “una res escogida del rebaño, selecta” ( “eximium inde dici coeptum quod in sacrificiis optimum pecus e grege eximebatur”, P. F„ 72, 3). Por otra parte, contumax se aplica­ba en principio a los animales indomables, díscolos. Una noción si­milar subyace en calcitro (“equum mordacem, calcitronem”, Varrón, Men., 479). En la lengua del derecho encontramos el término rivalis, derivado de rivus “arroyo”, que adquirid significación metafórica en las disputas sobre derechos de aguas, según se ve por Digesto, 43, 20, 1: “si ínter rivales, i. e. qui per eundem rivum aquam ducunt, sit contentio de usu...”. El término legal stipulari tiene su origen en la rotura simbólica de una paja (stipula) que se hacía al concluir un contrato. El forum, la plaza del mercado romana, el centro de la vida pública, tiene un nombre que designaba en un principio al vallado que rodeaba la granja. También cohors era un término ru­ral que designaba en origen el patio, corral o cercado donde se guar­daban ganados, aves, aperos, etc. [ N o ta 10] (“cohortes sunfc villarum íntra maceriam spatia”, Non., 83, 11). La palabra fue luego aplicada por este pueblo de labradores-soldados a una parte del campamento y después a la unidad acampada en ella, de modo que vino a signifi­car técnicamente una subdivisión de una legión. Una cohorte com­prendía tres manipuli. Estas unidades también derivaban sus nom­bres del vocabulario rústico. Literalmente “puñado, manojo”, ma- nipulus, designaba técnicamente los haces que el segador tomaba en su mano y ataba luego juntos por medio de algunos tallos entrelaza­dos (manípulos obligare, vincire, etc.). El manipulus llevaba como

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enseña un haz de heno, y así llegó la palabra a ser el nombre de la unidad misma (cf. el calco semántico griego aireípa “algo a lo que se da vueltas, que se ata”). Por último podemos mencionar el término militar agmen, que era “algo que se llevaba hacia adelante: un rebaño o manada”. Una figura tan drástica como podría ocurrír- sele a un campesino es la ejemplificada por tribulare trihulatio, de­rivados de tribulum, trillo provisto de afilados dientes. Que también aerumna debe haber tenido alguna vez un significado material es evidente por la observación de Pesto sobre el diminutivo aerumnu- la: “aerumnulas Plautus reíert furcillas quibus religatas sarcinas viatores gerebant..., itaque aerumnae labores onerosos significant”, P. F., 22, 13. La palabra es tal vez de origen etrusco, según sugiere el sufijo -umn- (véase p. 58). La noción subyacente de “carga” se ve todavía en los ejemplos más antiguos: aerumnas (erre, gerere (Ennio). También promulgare es un pintoresco término rural em­pleado originariamente para la operación de “sacar la leche de la ubre”. También verbos comunes como eernere y putare eran térmi­nos agrícolas que designaban, respectivamente, las labores de la “criba” y la “poda” (putare es en realidad un derivado de putus “limpio, puro”), propagare es “plantar un esqueje o vástago” (pro­pago).

Marouzeau llama también la atención sobre el gran número de ex­presiones proverbiales latinas que se refieren a la vida del campo en sus diversos aspectos. Pero la significación del hecho es proble­mática, ya que lo mismo ocurre en cási todas las lenguas. Expresio­nes como “recoger el heno mientras hay sol” (“aprovechar la opor­tunidad”) salen fácilmente de los labios del inglés más hecho a la vida de ciudad. Además, dado que el desarrollo de la industria es relativamente reciente y que la mayoría del género humano se ha sustentado desde la época neolítica por medio de la agricultura y actividades afines, es inevitable que todas las lenguas sean eminen­temente langues de paysans.

Tal era, pues, la lengua de la Roma primitiva, una lengua llevada a Italia por.un pueblo indoeuropeo que tras largo errar acabó por asentarse en el Lacio. Allí se mezcló con la lengua de un pueblo indoeuropeo distinto, y empezó su lenta marcha hacia una posición de significación mundial bajo la tutoría de Etruria y de Grecia. Con el incremento del poder de Roma y su acceso a la supremacía polí­tica de Italia recibió y absorbió a emigrantes procedentes del Lacio y luego de toda la península, incluida Magna Grecia. No fue sim­plemente la aristocracia dominante la que se vio así incrementada. Por lo menos desde el siglo vi Roma se había convertido en “la más rica ciudad de Italia al norte de la Magna Grecia”, atrayendo y reci­biendo a inmigrantes, entre ellos a “un numeroso grupo de artesanos,

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artistas y constructores griegos” 8. Recientemente un estudioso dig­no de crédito ha defendido con razones de peso que la finalidad de las reformas servianas era la de aprovechar esta masa de resi­dentes no ciudadanos para las necesidades militares del Estado ro­mano (H. Last, J. R. S., XXXV, 1945, 33 s.). El influjo de estos ele­mentos nuevos no podía por menos que dejar consecuencias lin­güísticas. En los barrios populares de la gran metrópoli, la lengua, sin la disciplina de una norma literaria, experimentó un desarrollo exuberante y desenfrenado. Nuestra tarea ahora debe ser la de in­tentar formarnos un juicio de esta lengua hablada de los primeros tiempos de la República.

8. Cf. C ic e r ó n , De rep., 2, 19, 34: “non tenuis quidam e Graecia rivulus in hanc urbem sed abundantlssimus amnis illarum disciplinarum et artium”. Cicerón cita como ejemplo a Demarato de Corinto (segunda mitad del si­glo v i i a. C.).

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C a p ít u l o IV

EL LATÍN COLOQUIAL: PLAUTO Y TERENCIO

Está en la naturaleza de las cosas el que, en la carencia de apa­ratos de grabación fonográfica, no pueda darse conocimiento direc­to alguno de la forma hablada de cualquier lengua no contemporá­nea. A lo más que podemos aspirar es a extraer rasgos coloquiales de los documentos escritos accesibles a nosotros. Este análisis re­quiere un conjunto de criterios que nos capaciten para señalar como “coloquiales” determinados fenómenos. La lengua hablada se dife­rencia de la escrita, ante todo, por la mayor intimidad del contacto entre hablante y oyente. El “toma y daca” del diálogo aumenta la tensión emocional, que se manifiesta en interjecciones, exclamacio­nes, energía, exageración, insistencia y constante interrupción. La rapidez y espontaneidad de la conversación reduce el elemento de reflexión. Las frases no se organizan en estructuras lógicas consis­tentes por sí mismas, sino que el contenido significativo se comuni­ca a saltos, con paréntesis, reflexiones secundarias y los cambios de construcción que los gramáticos catalogan como anacolutos, conta­minaciones, etc. Lo más importante quizá es el hecho de que la con­versación se desarrolla en un contexto situacional ya dado que fre­cuentemente hace innecesaria y redundante la referencia lingüística pormenorizada y explícita. De ahí que la lengua coloquial se carac­terice por su capacidad de alusión directa, por sus elementos deíc­ticos, abreviación, elipsis y aposiopesis. J. B. Hofmann ha aplicado estos criterios al estudio de la lengua de los comediógrafos roma­nos y de las cartas de Cicerón y ha reafirmado la opinión general de que tales documentos reflejan el latín hablado de su tiempo. Vamos ahora a analizar esta tesis.

A primera vista la abundancia de interjecciones apoya la opinión expresada: vae tergo meo!, heu me miserum!, heus tu!, hem!, etc.; muchas de ellas proceden del griego: attatae, babae, eugepae. Una in­terjección puede incluso aparecer introduciendo una pregunta: “eho

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an dormit Sceledrus intus?” {Mil., 822). Son frecuentes los acusa­tivos exclamativos: lepidum senem, facetum puerum, bono sub- promo et promo céllam creditam; estos acusativos aparecen a menu­do unidos a interjecciones: en ecastor hominem periurium; edepol senem Demaenetum lepidum fuisse nobis, etc. En relación con esto podemos mencionar los ruegos e imprecaciones abreviadas como ita me Hercules (iuvet), el infinitivus indignantis del tipo perii, hoc ser- vum meum facere esse ausum (“ ¡estoy perdido; que mi propio esclavo se haya atrevido a hacer esto!”); asi como frases exclamativas en general: “ut adsimulabat Sauream med esse quam facete!” (Asin., 581).

La tensión emocional del habla popular aparece también clara en repeticiones del tipo abi abi aperite aperite; ut voles ut tibi lube- bit; así como en la constante insistencia sobre la atención del oyen­te: tu, frater ubi ubi est; tun, Sceledre, hic, scelerum caput. Este em­pleo “prostáctico” del pronombre personal de segunda persona lleva en ocasiones a claros desajustes sintácticos: “tu, si te di amant, agere tuam rem occasiost” {Poen., 659); “sed tu, qui pro tam corrup­to dicis caussam filio, eademne erat haec disciplina tibi? (Bacch., 420 s.); tenemos casos aún más notables, como “eamus, tu, in ius” (Truc., 840), que se ha tratado de explicar, un poco retorcidamente, como contaminación de eamus ambo in ius e i tu mecum in ius. El lenguaje coloquial hace un uso mucho más libre de los pronombres personales y demostrativos que el latín escrito. Ejemplos típicos son: “quia si illa inventa est quam ille amat, recte valet” (Bacch., 192); “pallam illam quam tibi dudum dedit, mihi eam redde”. Este is “anafórico” puede incluso referirse a la persona a quien se dirige el hablante: “tu autem quae pro capite argentum mihi iam iamque semper numeras, ea pacisci modo seis” (Pseud., 225 s .); “quid illum ierre vis, qui tibi quoi divitiae domi maxumae sunt, is nummum nullum habes?” (Ep., 329 s.). Tal redundancia expresiva, producto de la ansiedad del hablante por remachar lo que quiere decir, es parti­cularmente frecuente en los superlativos: primumdum omnium “an­tes de todo”; hominem omnium minimi pretii; perditissimus ego sum omnium in térra; quantum est hominum optumorum optume, etc. Los comparativos dobles son en no menor medida rasgos del habla popular: “nihil invenies magis hoc certo certius” (Capt., 644); “ini- miciorem nunc utrum credam magis” (Bacch., 500); “magis maiores nugas” (Mere., 55). Plauto abunda, además, en ejemplos de la ten­dencia general a reforzar las expresiones negativas: “ñeque ego hau committam” (Bacch., 1037); “nec te aleator nullus est sapientior” (Rud., 359); “ñeque id haud immerito tuo” (Men., 371). A menudo se da a la negación una forma más plena: así, nullus aparece empleado por reore en expresiones del tipo “is nullus venit” (Asin., 408)? por ne

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en “tu nullus adfueris” (Bacch., 90); haud quisquam sustituye al más incoloro nemo. íntimamente relacionado con estos fenómenos está el uso pleonástico de los pronombres que significan “alguien, algo” en expresiones negativas: “ne quid significem quippiam mulierculis” (Rud., 896); “ne dum quispiam... imprudentis aliquis immutaverit” (Mil., 431); “nisi quid ego mei simile aliquid contra consilium paro” (Vid., 67). En realidad el pleonasmo es un recurso tan connatural a la retórica popular que podemos contentarnos con unos pocos ejem­plos tomados al azar: ambo... dúo; ídem unum; par ídem; repente... súbito; continuo... protinam; ómnibus universis; rursum recipimus; exire foras.

Es en el vocabulario donde el afán de impresionar, convencer y dominar al oyente produce más fuertes efectos, y es en él donde resulta más evidente el tono coloquial de Plauto. Palabras incoloras como dico encuentran sustitutos más evocadores como narro, fa- bulor, memoro, o, en el imperativo, cedo “ ¡desembucha!”. En lugar de miser sum encontramos vivo miser, por benevolens est, benevo- lens vivit. Los usuales bonus, bene ceden paso a bellus, pulchre, lepidus, lautus; minutas y granáis suenan mejor que parvas y mag­nas. Una rica variedad de expresiones se pone al servicio de la no­ción de “muy, mucho” : admodum, nimis, oppido, solide, probe, stre- nue, etc. Resulta más claro el sabor coloquial de expresiones como “verum, si frugist, usque admutilabit probe” (“pero si sabe su oficio lo esquilará hasta desollarlo”, Capt., 269); “epityra estur insanum bene” (Mil, 24). Abundan en Plauto pintorescos giros de jerga como “me... decet curamque adhibere ut praeolat mihi quod tu velis” (“me conviene estar atento para olerme de antemano lo que tú quieres”, Mil., 40); “ea demoritur te” (“ella se muere por ti”, Mil., 970); “mulierem nimi’ lepida forma ducit” (“se lleva una mujer francamente guapa”, Mil., 870); “sed ecqua ancillast illi? est prime cata” (“pero ¿tiene ella criada? Sí, y es una astuta de primera”, Mil., 794; cf. “fabula prime proba”, Nevio, Com., 1); “tum igitur ego deruncinatus, deartuatus sum miser” (“entonces, pobre de mi, me veo desollado y descoyuntado”, Capt., 641).

El último de los ejemplos propuestos presenta un recurso predi­lecto del lenguaje popular: la sustitución de los verbos simples por compuestos, dotados de mayor fuerza expresiva. Ejemplos con el prefijo de- son deascio, deamo, delacero, deludifico, derogito, deluc- to, etc. Este prefijo sirve también para dar intensidad a otras partes de la oración: derepente, desabito, etc. Tal vez el grupo más nu­meroso de compuestos expresivos es el de los formados con el pre­fijo con-, de los que comedo, que acabó por desplazar al verbo sim­ple edo, puede servir como ejemplo típico; otros son condeceo, consilesco, commereo, commisceo, commonstro, comperco. compre-

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cor, concaleo, condolesco, confodio, confulgeo, etc. Los compuestos con ad- son menos frecuentes: adcredo, adformido, adlaudo, admo- deror. También aparece este prefijo reforzando otras partes de la oración: apprime, approbe, adaeque.

También la sufijación desempeña un papel en la tarea de dar mayor volumen y fuerza a los verbos simples. Así, fodico, frico y vellico hacen las veces de fodio, frió y vello. Mas lo específicamen­te característico del habla popular es la sustitución de los verbos simples por sus correspondientes formas frecuentativas, proceso que se perpetuó todo a lo largo de la historia del latín hasta la época de las lenguas románicas. Plauto abunda en verbos como essito, fugito, sciscito, dudo, minitor, quaerito, negito, dormito, loquitor. Sin embargo, son los diminutivos la clase más importante de pala­bras con carga emocional. Tales formaciones no indican simplemen­te pequeñez como en catillus, un catinus pequeño, naturalmente, sino que, con las connotaciones añadidas de “querido”, “pobrecillo” y similares, expresan toda una serie de actitudes emocionales: ter­nura y espíritu juguetón, jocosidad, familiaridad y desprecio. Una muliercula no es una mujer pequeña, sino una mujerzuela, y se em­plea generalmente con referencia a una cortesana. Cuando Hegión en los Captivi dice: “ibo intro atque intus subducam ratiunculam” (v. 192), el sabor de la expresión viene a ser como el de la moderna “una miaja de cuenta”. En el Miles gloriosus el tono astuto e insi­nuante de Lurción cuando es sometido a interrogatorio por Pales- trión resulta evidente en el diminutivo que emplea: “sed in celia erat paullum nimi’ loculi lubrici” (“un lugarcillo un poquito dema­siado resbaladizo”, v. 852).

La familiaridad no sin mezcla de desprecio es clara en “quis haec est muliercula et ille gravastellus qui venit?” (“¿quién es esta mu­jerzuela y aquel vejete que allí viene?”, Epid., 620). La escena de la subasta burlesca del stichus proporciona algunos ejemplos del uso eufemistico de los diminutivos, ya que algunos de los artículos que se ofrecen a la venta son “cavillationes adsentatiunculas ac peiiera- tiunculas parasíticas” (w . 228 s.). Mas es, naturalmente, en la len­gua del amor donde los diminutivos encuentran un empleo más sim­pático y profuso como expresiones de cariño: mi animule, mea melilla, meus ocellus, meum corculum, melculum, verculum, o cor- pusculum malacum, mea uxorcula, edepol papillam bellulam, belle belliatula. Un ejemplo francamente exagerado es el que nos ofrece la tan citada carta de amor del Pseudolus (64 ss.):

nunc nostri amores, mores, consuetudines, iocu’, ludus, sermo, suavisaviatio, compressiones artae amantum corporum,

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teneris labellis molles morsiunculae, nostrorum orgiorum... —iunculae, papülarum horridularum oppressiunculae...

El mismo estilo de parodia aparece en Asinaria, 666 ss.:dic me igitur tuom passerculum, gallinam, coturnicem, agnellum, haedillum me tuom dic esse vel vitellum, prehende auriculis, compara labella cum labellis.

Debe notarse que las formaciones de diminutivo no se encuentran solamente en los nombres, sino también en los adjetivos (vetulus, dicaculus, primulo diluculo, minutulus, etc.), adverbios (pausillatim, pauxillisper, etc.), y especialmente comparativos (plusculum, am- pliuscule, liquidiusculus, maiusculus, nitidiuscule, tardiuscula). In­cluso encontramos el derivado verbal missiculare (Epid., 132), con el que podemos comparar pensiculo (Gelio y Apuleyo).

Vamos a cerrar esta rápida ojeada a los caracteres coloquiales del latín plautino con la consideración de algunos fenómenos que reflejan la rapidez y espontaneidad del diálogo. Se requiere la aten­ción del oyente por medio de frases introductorias como quid ais?, quid vis?, viden?, scin?, quid tu? El discurso continúa luego en frases cortas desconectadas, sin marcas explícitas de subordinación: nunc quid vis? id volo noscere; dic mihi, quid lubet; cf. “sed volo scire, eodem consilio quod intus meditati sumus gerimus rem?” (Mil., 612). Tales yuxtaposiciones son las que han dado origen al empleo no clási­co del indicativo en interrogaciones indirectas: “scio iam quid vis di- cere” (Mil., 36). Estas construcciones paratácticas abundan en Plau- to (véase Sintaxis, p. 324); “sed taceam, optumum est” (“me callaré, es lo mejor”, Epid., 59); “iam faxo hic erit” (Mil., 463); “adeamus appellemus” (Mil, 420); “ibo... visam” (“iré y veré”, Bacch., 235); “hoccine si miles sciat, credo hercle has sustollat aedis totas” (Mil, 309); “hercle opinor, ea videtur” (“pardiez que me parece que es ella”, Mil, 417). Cualquier tipo de subordinación lógica puede estar implicado en tales yuxtaposiciones; consecutiva como en “tan­tas divitias habet, nescit quid faciat, auro” (“tiene tantas riquezas que no sabe qué hacer con su oro”, Bacch., 333); “nam nimi’ calebat, amburebat gutturem” (Mil., 835); “sed me excepit: nihili fació quid illis faciat ceteris” (Mil., 168). En el ejemplo que sigue la interroga­ción equivale a una oración condicional, expresándose la apódosis por medio de una frase deíctica yuxtapuesta: “opu’ne erit tibi ad- vocato tristi, iracundo? ecce me!” (Mil, 663).

La expresión coloquial está a menudo interrumpida por parén­tesis: “nam vigilante Venere si veniant eae, ita sunt turpes, credo ecastor Venerem ipsam e fano fugent” (“pues si vinieran estando

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Venus despierta, tan feas son, por Cástor, que serían capaces, creo, de hacer escapar del templo a la misma Venus” Poen., 322 s.). Tales paréntesis son especialmente frecuentes con expresiones de corte­sía (“sed, amabo, advortite animum”, Mil., 382) o modestia (opinor, credo, etc.). El paréntesis plenamente explicativo parece más raro en Plauto que en Terencio, de quien toma Hofmann la mayoría de sus ejemplos: “dictum hoc ínter nos fuit (ex te adeo ortumst) ne tu curares meum neve ego tuom?” (Ad., 796 ss.); “minis viginti tu illam emisti (quae res tibi vortat male): argenti tantum dabitur” {Ad., 191); “nimium Ínter vos, Demea, ac (non quia adens praesens dico hoc) pernimium interest” {Ad., 392). También es un hecho fre­cuente en el habla coloquial el que el hablante complete el esquema de una frase y desarrolle luego una serie de ideas secundarias. Te­nemos este tipo de adiciones en “ait... sese illum amare, meum erum, Athenis qui fuit” (“dice que está enamorada de él, de mi amo, el que estuvo en Atenas”, Plauto, Mil., 127); “dedi mercatori quoidam qui ad illum deferat, meum erum, qui Athenis fuerat, qui hanc ama- verat” (“se la di (la carta) a un mercader para que se la entregase a él, a mi amo, el que había estado en Atenas, que se había enamo­rado de ésta”, Mil., 131 ss.). Los dos ejemplos propuestos pertene­cen, desde luego, al cuasi-prólogo de la comedia en cuestión (Acto II, Escena 1.a), pero pueden servir como muestra de un procedimiento típico de la exposición oral. Estas adiciones de consideraciones sub­siguientes dan lugar a un coloquialismo sintáctico especialmente fre­cuente: el acusativo proléptico. Frases como “viden tu hunc quam inimico vultu intuitur?” {Capt., 557) llevan de modo natural a cons­trucciones del tipo “qui noverit me quis ego sum” {M il, 925); “dic modo hominem qui sit” {Bacch., 555).

La espontaneidad del habla conversacional, al dejar poco tiem­po a la reflexión o corrección, lleva, como hemos visto, a las ilogici- dades y dislocaciones sintácticas que los gramáticos llaman anaco­lutos. Una lengua puede ofrecer varias alternativas para la expre­sión de una significación dada. En el curso de la frase el hablante puede olvidar la construcción con la que ha comenzado y pasar a otra distinta. Por este camino aparece la contaminación, fenómeno muy común en el habla cotidiana. Por ejemplo, en “triduom non interest aetatis uter maior siet” {Bacch., 461) el hablante ha mezcla­do dos modos de expresión: “no hay ni una diferencia de tres días entre sus edades” y “no se podría decir cuál de los dos es el mayor”. De modo similar “ut edormiscam hanc crapulam quam potavi praeter animi quam libuit sententiam” (“para poder dormir esta borrachera que cogí bebiendo contra mi voluntad”, Rud., 586) resulta ser una fusión de praeter animi sententiam y praeter quam libuit. Un tipo especialmente frecuente de anacoluto sintáctico es el ocasionado por

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el afán del hablante por fijar desde el comienzo la atención sobre lo que en el momento le interesa. Y lo logra aludiéndolo al princi­pio de la frase, a la que luego hace derivar hacia otra construcción. De ahí derivan anacolutos del tipo denominado nominativus pen- dens: “nam unum conclave, concubinae quod dedit miles... in eo conclavi ego perfodi parietem” (Mil., 140); “plerique homines, quos quom nil referí pudet, ubi pudendum est, ibi eos deserit pudor” (Epid., 166). A veces una oración sustantiva introducida por quod se encuentra en la misma posición de neutralidad sintáctica: “istuc quod das consilium mihi, te cum illa verba facere de ista re volo” (Mil., 1114), que podemos traducir por una expresión coloquial que comience por “en cuanto al consejo que me das...”; cf. “quod apud nos fallaciarum sex situmst, certo scio, oppidum quodvis videtur posse expugnari dolis” (“con lo que hay de trampas en nosotros seis, estoy seguro de que cualquier ciudad puede ser tomada con engaño”, Mil., 1156 s.). En ambos ejemplos el tema central de la ora­ción pendens es recogido luego en la construcción: de ista re, dolis.

Queda, pues, claro que a primera vista hay pruebas de peso para concluir provisionalmente que las comedias de Plauto representan una lengua efectivamente hablada, y parece razonable suponer que ésa era la lengua coloquial de su tiempo. Podemos ahora pasar re­vista a sus principales características. La primera impresión es la de la abrumadora fecundidad de su vocabulario, la ubertas sermonis Plautini que hizo famoso al autor en la antigüedad y llevó a opinar a Varrón que “in argumentis Caecilius poscit palmam, in ethesin Te- rentius, in sermonibus Plautus” (Sat. Men., 399 B.). Derecho, reli­gión, milicia, intriga y amor, vicio y virtud, lujo y relajo, adulación y denuesto: en todos estos temas se explaya plauto con estruendosa alegría y agresiva vitalidad. Según se ve, un inagotable flujo de pa­labras griegas siguió prestando su colaboración. Entre los términos náuticos observamos prora, nauta, nautea, nauclerus, celox (Ki Xr) transformado por asociación con velox), carina (si es que realmente procede de Kocpú'ívoq), lembus, siega “cubierta”, exanclare (dvrXeiv). Conviene añadir aquí algunas otras palabras del léxico náutico no atestiguadas de hecho en Plauto: aplustra (pl.), palabra que se en­cuentra en poesía a partir de Ennio (= ócfXaaxov), campsare “do­blar, rodear (un cabo, etc.)” (Ká(n|xxi) y pausarías “patrón (de reme­ros”), es decir, el que da la señal de parar (iraóaai). Los negocios y finanzas están representados en Plauto por danista, logista, trapes- sita, symbólum, syngraphus, exagoga “exportación”, etc.; la medici­na, por glaucuma; la educación y enseñanza, por paedagogus, sylla- ba, etc.; la técnica, por architectus, ballista, maehaera, pessulus (irácr- oaXog). La palabra contus (kovcoq) no aparece en Plauto, pero su existencia está garantizada por el verbo coloquial percontor, que

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probablemente tuvo en otro tiempo el sentido de “sondear o probar con una vara”. La influencia griega sobre la organización de la vida ciudadana es evidente en préstamos como -platea, del que proceden esp. plaza, fr. e ingl. place, etc., y macellum “mercado de abastos”. También en el dominio de la zoología aportó el griego muchos tér­minos : “edepol haec quidem bellulast. :: pithecium haec est prae illa et ■ spinturnicium” (Mil., 989). Otros son cantherius, balanus — un marisco— , ballaena, concha, narita (vq pí-tRc;), scomber. Particular­mente numerosas son las palabras que designan a recipientes de vino y objetos del ajuar doméstico: ampulla, batioca (patiánq), cadus, cantharus, cyathus, gaulus, lagona (Ááyuvoc,), patina, scyphus, cista, culleus (KoXeóq), marsuppium, etc. De particular interés es la pala­bra clatri “enrejado” (Catón), que puede remontarse a un dórico KXa0pa y es probablemente un préstamo muy antiguo. Plauto pre­senta un derivado en “ñeque fenstra nisi clatrata” (“ni ventana si no es enrejada”, Mil., 379). Pero es en la esfera del placer, lujo, disi­pación y libertinaje donde más especialmente Grecia prestó su con­tribución a la vida y la lengua de Roma. Que las mujeres romanas miraban a las griegas como las nuestras a las francesas en materia de modas es evidente por pasajes como:

quid istae quae vestei quotannis nomina inveniunt nova? tunicam rallam, tunicam spissam, linteolum caesicium, indusiatam, patagiatam, caltulam aut crocotulam, subparum aut subnimium, ricam, basilicum aut exoticum, cumatile aut plumatile, carinum aut cerinum. (Epid., 229 ss.).

De cumatile comenta Nonio: “cumatilis aut marinus aut caeru- leus; a graeco tractum, quasi fluctuum similis; fluctus enim graece Kóparoc dieuntur”. Podemos citar también los nombres de artesanos del lujo registrados en Aulularia, 508 ss.: phyrgio, patagiarii, mwro- batharii, diabathrarii, molocinarii, strophiarii, zonarii, thylacistae, corcotarii. También los adornos y cosméticos toman sus nombres del griego: spinter (acpiyKTqp “brazalete”), fucus “rouge”, cincinnus “bucle” y schoenus, “perfume barato” (cf. Varrón, L. L„ 7, 64: “schoenicolae ab schoeno, nugatorio ungüento”) . Por último podemos dar ejemplos de los adjetivos y adverbios de buen tono equivalentes a nuestros chic, soigné, etc.:

eugae, eugae! exornatu's basilice. tiara ornatum lepida condecorat schema.tum hanc hospitam autem crepidula ut graphice decet! {Pers., 462 ss.)

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La influencia griega se deja ver también en el campo del depor­te (palaestra, discus, athletice, pancratice) y en el del teatro (scaena, choragium; en lugar de ¡bis! los romanos gritaban itá\iv), y hasta la palabra que significa “alegre” es griega: hilarus. Pero una influen­cia menos inocente del griego es la que se observa en sycophanta, parasitus, moechus, moechisso, comissor (iccopóc co); y hasta qué punto los romanos miraban a los griegos como a sus maestros en el libertinaje puede verse en el sentido atribuido a las palabras graecor, pergraecor, congraeco, bien ilustrado en el pasaje siguien­te: “aurum... quod dem scortis quodque in lustris comedim eon- graecem” (“dinero para gastármelo en cortesanas y en comilonas y juergas en lugares de mala nota”, Bacch., 743).

Algunos de estos préstamos pueden deberse, por supuesto, a los originales griegos que Plauto seguía. Así exenterare aparece cuatro veces en el Epidicus, pero en ningún otro lugar ni en Plauto ni en Terencio. Ahora bien, aun siendo correcta la hipótesis de que esta palabra es un calco de á^Evespí^stv, ningún autor cómico emplearía una palabra totalmente incomprensible para su auditorio. Pudo muy bien ocurrir que los públicos romanos encontraran el griego irre­sistiblemente cómico, como el francés en general o la palabra ale­mana que designa al número cinco se lo parecen a los asiduos de los music-halls ingleses. Sin embargo, no puede dudarse de la ca­pacidad del auditorio romano para comprender algo de griego, aun­que fuera superficialmente. Esto está implícito en los juegos de pa­labras griegas en que Plauto se complace con frecuencia: “quis istic est? :: Charinus :: euge iam x«piv toúxo tcokS ” (Pseud., 712); “quis igitur vocare? :: Diceae nomen est :: iniuria’s, falsum nomen possi- dere, Philocomasium, postulas; abiKoq es tu, non Socala, et meo ero facis iniuriam” {Mil., 436 ss.). Debe tenerse por cierto que la mayo­ría de los numerosos préstamos griegos que encontramos en el latín de esta época no fueron introducidos por las clases cultas. Sin duda muchos de ellos fueron recogidos por la plebe romana en su estre­cho contacto con los griegos que se habían asentado en la urbe, y pasaron a formar parte integrante del habla cotidiana de los estra­tos más bajos de la población. Esto está firmemente apoyado por el hecho de que en las comedias de Plauto las palabras y expresio­nes griegas aparecen predominantemente en los parlamentos pro­nunciados por esclavos y personajes de condición popular.

Otro indicio en este sentido es el uso frecuente del griego en términos y expresiones de jerga: morus, bardus (ppa5ú<;), blennus, logi (equivalente a fabulae), graphicus servus “esclavo agudo, inte­ligente”; “benene usque valuit? :: pancratice atque athletice” (“¿se ha mantenido bien de salud? :: como un campeón de lucha libre, atléticamente”, Bacch., 248). massa (gr. (la^a, “pastel de cebada”

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 91luego (LXX) “bulto, masa”) aparece usado en una frase sorpren­dentemente moderna: “argenti montes, non massas” (“montañas de dinero, no montones”, Mil., 1065). harpago, adaptación de áp-riáyri, designa en argot al “robalotodo”. En “aeternum tibi dapinabo vic- tum, si vera autumas” (“te proporcionaré eterno banquete, si dices la verdad”, Capt., 897), dapino = Somocvácú, si bien su significado la­tino puede haber sido influido por una falsa asociación con daps. La palabra vulgar ícóAmpot; “golpe en la cara”, “bofetada”, que está atestiguada desde Epicarmo, el cómico siciliano, como nombre pro­pio, entró también en el latín, plauto presenta la forma transcrita colaphus, pero por el verbo derivado percolopare de Petronio es evi­dente que la lengua hablada poseía una forma *colopus. Esta forma vulgar es el origen del esp. golpe, it. colpo, fr. coup. Por último, y como una prueba más de la capacidad del bajo pueblo de Roma para recoger incluso las palabras griegas más curiosas, podemos citar a Livio, 27, 11: “quos androgynos vulgus ut pleraque faciliore ad duplicanda verba Graeco sermone appellat”. Incluso un sufijo verbal de uso muy común en griego fue trasplantado al latín y se hizo pro­ductivo : malacissare, cyathissare, purpurissare, etc., están modelados sobre préstamos griegos en -í£co, adaptándose £ al sistema fonemá- tico latino en la forma -ss - (cf. massa < pa¿)a). A través de patris- sare “imitar al padre” (si bien es cierto que un narpiái;» con este sentido está atestiguado por Pólux), graecissare, drachumissare, co~ missari (Kcopóc Eiv), etc., puede verse con qué independencia se de­sarrolló en latín el sufijo.

En la estructura gramatical hay pocas diferencias entre la lengua de Plauto y el latín clásico. Algunos de sus usos sintácticos fueron evitados en época posterior: el acusativo con utor, las preposicio­nes ex e in con nombres de ciudades, el indicativo en interrogativas indirectas, el infinitivo con valor final; todos ellos provocarían de­sazón pero no radical incompatibilidad en un purista. Por lo que mira a la morfología, destacan algunas divergencias con respecto a lo que será la norma clásica: encontramos un vocativo puere, el ge­nitivo de singular de la cuarta declinación es por lo regular del tipo senati, el locativo de la quinta declinación aparece en la forma die (die crastini), y no hace Plauto la distinción clásica entre el ablati­vo singular en -e para participios y en -i para adjetivos (malevolen­te). Los pronombres presentan formas como ipsus, eumpse, eampse, eapse, nominativos de plural como hisce, illisce, el ablativo singular aüqui, qui (interrogativo, relativo e indefinido). En el verbo pode­mos destacar los imperativos face, dice, el perfecto tetuli, subjun­tivos y optativos de aoristo [ N o t a 11] como faxo, capso, faxim, dixis, induxis, así como el infinitivo pasivo en -ier (adducier). Pertenecen a la tercera conjugación algunos verbos que luego pasan a la se­

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gunda: olére, fervére, Intuor. Los verbos impersonales tienen un per­fecto pasivo: puditum est, miseritum est, pertaesum est.1 Algunos verbos deponentes clásicos aparecen en activa: arbitro. Se encuentran algunas formas perifrásticas: carens fui, sis sciens, audiens sum, etc. Entre los adverbios también se dan arcaísmos: antid hac, antehoc (Plauto no usa antea), interdius. Podemos añadir el prefijo verbal indo: indaudio, indo-tueri, indupedio.

En la pronunciación vor- todavía no había pasado a ver- [ N ota 12] (la forma vert- en lugar de vort- se decía introducida por Esci- pión Africano, cf. Quintiliano, I, 7, 25); las vocales largas en sílaba final se mantenían tales: dicat, dicét, audít, dicar, matér, oratór; la -s final tras vocal breve se pronunciaba débilmente y carecía de va­lor prosódico (sabemos por Cicerón, Or., 48, 161, que tal tipo de pronunciación era mirado como subrustieum en sus tiempos); la -d final se pronunciaba todavía en méd, téd, y la v intervocálica se eliminaba en palabras como obliscor, dinus, controrsia, aunculus.

Algunas de estas divergencias con respecto a la norma clásica pueden ejemplificarse por inscripciones de la misma época. Así, el Senatus Consultum de Bacchanalibus de 186 a. C. (Apéndice, n.° 8) presenta arvorsum, sed, figier, gnoscier, y la construcción perifrástica scientes esetis (cf. sis sciens ya visto). Podría considerarse esto como una confirmación de que Plauto utilizó en sus comedias la len­gua hablada de su época. Pero la observación más atenta de los arcaísmos usados por Plauto debe detenernos: muchos de ellos es­tán relegados al final del verso. Por ejemplo, los infinitivos en -ier aparecen de modo casi invariable en tal posición (unos 168 ejem­plos) o en final del hemistiquio (6). Una mayor libertad se observa en los cántica. Más o menos lo mismo puede decirse de los subjun­tivos fuam y fuas y de los optativos duim y duis, que aparecen sólo al final de los senarios, interduim y creduis, por su parte, figuran solamente al final de los metros más largos, antidhac aparece un total de nueve veces en Plauto y siempre en final de verso. Tales res­tricciones en los rasgos arcaicos podrían apuntar a que la lengua de la comedia sea, al menos en cierta medida, algo estilizado y arti­ficial; esto desmentirla nuestra conclusión provisional de que es un reflejo de la lengua hablada de la época.

H. Haffter, en un detenido estudio de una pequeña selección de fenómenos, ha demostrado que hay, en efecto, una clara diferencia entre la lengua de los senarios y la de los metros más largos. Así, la figura etymologica, que aun en la correspondencia de Cicerón aparece empleada en pasajes de especial intensidad emocional (“cura

I. puditum est también en Cié., Pro Flaco., 22, 52; pertaesum en Ció., .Ep. ad Q. fr. 1, 2, 4.

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ut valeas meque ames amore illo tuo singulari”, Ad fam., 15, 20, 3), aparece con mayor frecuencia en los metros largos que en los sena­rios yámbicos. Y en los casos en que se registra en senarios se re­vela claramente como recurso estilístico estudiado, indicador de una especial emotividad; de denuesto en “pulmoneum... velim vomitum vomas” (Ruó.., 511), de burla en “calidum prandisti prandium” {Roen., 759), de alegría en “opsonabo opsonium” (S t ic h 440), de patitos en “aequo mendicus atque ille opulentissimus censetur censu ad Acche- runtem mortuos” (Trin., 493 s.). El recurso coadyuva, naturalmen­te, al propósito fundamental de los múltiples efectos cómicos plau- tinos y por ello aparece casi invariablemente en los parlamentos de los principales caracteres cómicos: el esclavo, el parásito y figuras similares. Los senarios difieren también de los demás metros en su empleo de otros recursos de estilo característicos de la literatura latina primitiva. De ellos se hablará a lo largo del capítulo siguien­te. Para nuestros fines actuales bastará con unos pocos ejemplos ilustrativos.

De primaria importancia es el estilo hinchado o rimbombante [N ota 13] que se logra por la suma de varios recursos. El más ele­mental de ellos es la acumulación de sinónimos: “spes opes auxilia- que a me segregant spernuntque se” (Capí., 517); “ut celem patrem, Pistoclere, tua flagitia aut damna aut desidiabula?” (B a c c h 375); “vos amo, vos volo, vos peto atque obsecro” (Cure., 148);2 “stulti stolidi, fatui fungí, bardi blenni, buccones” (Bacch., 1088). Igual di­ferencia de estilos entre senarios y metros largos se da en Terencio. En Phormio, 458, aparece utilizada en una despedida la fórmula con­vencional “numquid nos vis?”. En cambio, en el septenario trocaico v. 563 encontramos una forma “hinchada” : “num quid est quod ope­ra mea vobis opu’ sit?”. También Plauto es rico en tales expresiones rimbombantes. Por ejemplo, una variante del sencillo opportune advenís es “optuma opportunitate ambo advenistis” (Mere., 964), con la que podemos comparar “te expecto: oppido opportune te obtulisti mi obviam” (Ter., Ad., 322). La fórmula de cortesía di dent quae velis se hincha para dar “di tibi omnes omnia optata offerant” (Capt., 355). Estos ejemplos ilustran además otro recurso estilís­tico muy socorrido: las asonancias de diversos tipos. Las frases aliteradas eran, desde luego, un rasgo de la más antigua latinidad, según puede verse por frases de carácter proverbial (plaustrum per- culi “he hecho volcar el carro”, “estoy perdido”, Ep., 592; iam ipse cautor captust, Ep., 359), así como por ejemplos provenientes de las

2. Aún más rebuscado resulta el “pro deum popularium omnium adulescen- tium postulo obsecro oro ploro atque imploro fidem” de Cecilio, Com., 21.

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otras lenguas itálicas (véase el capítulo siguiente). Ejemplos de estos fenómenos pueden recogerse a manos llenas de casi todas las páginas de Plauto. Particularmente frecuentes son los pares de palabras aliterados, a menudo en asíndeton: “cibatus commeatusque”, “vic- tu et vita”, “nec vola nec vestigium”, “oleum et operam perdere”, “vivus videns”, “impetritum inauguratumst”, “vivit valet”, “obliga obsigna”, “se adplicant adglutinant”, “complicandis componendis”, “labitur liquitur”, etc. Es muy corriente también la aparición de tricóla con aliteración (tipo veni vidi v id ): “exitium, excidium, exle- cebra” (Bacch., 944); “screanti, siccae, semisomnae” (Cure., 115); “retines, revocas, rogitas” (Mere., 114); “compellare et complecti et contrectare” (Mil., 1052); “supersit, suppetat, superstitet” (Pers., 331). Como ejemplo de tricolon que muestra la “ley de los miembros crecientes” (véase el capítulo siguiente) podemos citar “fac fidele, sis fidelis, cave fidem fluxam geras” (Capt., 439). No son infrecuentes los efectos de rima:

ñeque ut hiñe abeam, ñeque ut hunc adeam scio, timore torpeo.(Truc., 824.)

pol magi’ metuo ne defuerit mihi in monendo oratio. :: pol quoque metuo lusciniolae ne defuerit cantio. (Bacch., 37 s.)

teneris labellis molles morsiunculae, nostrorum orgiorum... —iunculae,papillarum horridularum oppressiunculae. (Pseud., 67 ss.)

nemo illum quaerit qui optumus et carissiunust: illum conducunt potius qui vilissumust. (Pseud., 805 s.)

La rebuscada estilización de la lengua de plauto se manifiesta claramente en la lectura de una página cualquiera elegida al azar:

líber captivos avi’ ferae consimilis est:semel fugiendi si .data est occasiosatis est, numquam postilla possis prendere. ::omnes profecto liberi lubentiussumu’ quam servimus. (Capt., 116 ss.)

nunc ego omnino occidi,nunc ego ínter sacrum saxumque sto. (Capt., 616 s.)

inicite huic manicas* mastigiae. ::quid hoc est negoti? quid ego deliqui? :: rogas,sator sartorque scelerum et messor maxume? (Capt., 659 ss.)

Como ejemplo de la rebuscada estilización de los metros largos y los cántica podemos citar:

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haec est. estne ita ut tibi dixi? aspecta et contempla Epidice: usque ab unguiculo ad capillum summumst festivissuma. estne consimilis quasi quom signum pictum pulchre aspexeris? e tuis verbis meum futurum corium pulchrum praedicas, quem Apelles ac Zeuxis dúo pingent pigmentis ulmeis. (Ep., 622 ss.)

Illic hiñe abiit, mihi rem summam credidit cibariam. di immortales, iam ut ego eolios praetruncabo tegoribus! quanta pernis pestis veniet, quanta labes larido, quanta sumini apsumedo, quanta callo calamitas, quanta laniis lassitudo, quanta porcinariis. (Capí, 901 ss.)

Vemos ahora cuán profundamente tenemos que modificar nues­tra primera conclusión. La lengua de Plauto contiene indudablemen­te numerosos elementos coloquiales, pero no constituyen sino uno de los muchos ingredientes con los que Plauto modeló una lengua rebuscada y artificial en alto grado. Calando con igual libertad en la lengua del derecho, de la religión y de la tragedia de su tiempo y, además, con los rasgos coloquiales que hemos registrado, logró el tono picante adecuado al género cómico. La lengua de Plauto, aun la de los senarios, está muy lejos del habla cotidiana de la época de Aníbal. A través de unos pocos ejemplos finales podemos obser­var cuán inextricablemente mezcló lo coloquial y lo estilizado. En la expresión lepida memoratui (B a c c h 62) el adjetivo coloquial lepi- dus aparece usado con el dativo de un supino, construcción franca­mente rara y arcaica. En “magistron quemquam discipulum minita- rier” (“ ¡que un discípulo se atreva a amenazar a su maestro!” Bacch., 152), la construcción y el empleo del verbo frecuentativo son coloquiales; la desinencia del infinitivo pasivo, arcaica. En Poen., 308: “eho tu, vin tu facinus facere lepidum et festivom?”, el tono coloquial es inequívoco (obsérvese la exclamación, el tu repetido, los adjetivos lepidus y festivus), y sin embargo el verso contiene una figura etymologica. Como ilustración final podemos aducir el diver­tido pasaje de la escena inicial3 de la Casina en que Olimpión incre­pa a Calino:

quid facies? :: concludere in fenstram firmiter, unde auscultare possis quom ego illam ausculer: quom mihi illa dicet “mi animule, mi Olympio,

3. Señala Haffter que en las escenas iniciales la lengua está con frecuen­cia más estilizada que en otros pasajes, siempre dentro de ios senarios yám­bicos. Por ejemplo:

saepe ego res multas tibi mandavi, Milphio,dubias, egenas, inopiosas consili,quas tu sapienter docte et cordate et catemihi reddidisti opiparas opera tua. (Poen., 129 ss.)

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mea vita, mea mellilla, mea festivitas, sine tuos oculos deosculer, voluptas mea, sine amabo ted amari, meu’ festus dies, meu’ pullus passer, mea columba, mi lepüs”. quom mihi haec dicentur dicta, tum tu, furcifer, quasi mus in medio parieti vorsabere. nunc ne tu te mihi respondere postules abeo intro. taedet tui sermonis. (Cas., 132 ss.)

Las comedias de Terencio, cuya vida literaria comienza unas dos generaciones después de Plauto, nos introducen en un mundo lin­güístico más tranquilo y reposado. Han desaparecido la exuberancia, la vis cómica y el vigor de las bulliciosas y picarescas comedias de Plauto. Los efectos de Terencio son más sutiles: reserva, reticencia y autocontrol caracterizan su estilo. A estas diferencias se les ha dado una interpretación social. Según algunos estudiosos correspon­den a diferencias de clase. Plauto refleja el habla de los estratos más bajos de la población, mientras que Terencio emplea el lenguaje de la sociedad refinada: el círculo ilustrado de los Escipiones. Por lo que se refiere a Plauto, hemos visto ya cuán lejos de la verdad está esta tesis. Nos queda por descubrir ahora el resultado de la aplica­ción de los mismos criterios y métodos de análisis a la lengua de Terencio.

En pronunciación y gramática, como era de esperar, la lengua ha realizado ciertos progresos hacia la norma clásica. Se ha consuma­do el cambio fonético ejemplificado en votare > vetare, vortere > vertere (véase supra). [N ota 14.] Terencio evita, o emplea más ra­ramente, ciertas formas gramaticales que aparecen libremente en Plauto: las formas metaplásticas como fervére, olere, etc., son más raras; nunca usa dice o duce; tetuli, que es normal en Plauto, apa­rece sólo dos veces en Terencio. Las formas de optativo en -ssim, tan frecuentes en Plauto, son empleadas por Terencio como recurso deliberadamente arcaizante en pasajes con reminiscencias de la len­gua del derecho, faxim y faxo sobreviven, pero en frases estereoti­padas. Terencio es más arcaico que Plauto en un aspecto: en la segunda persona del singular pasiva usa normalmente las formas más breves en -re, en tanto que Plauto presenta nueve ejemplos de -ris, que Cicerón prefiere en el presente de indicativo para evitar la confusión con el imperativo. Entre las formas no clásicas de la len­gua de Terencio podemos anotar, resumiendo, ipsus (también ipse), hisce (también hi), el dativo de singular femenino solae, algunas for­mas activas como luctare, altercare, imperfectos del tipo insanibat, y, por último, ciertos arcaísmos confinados al final de las unidades métricas (verso o hemistiquio): -ier, siem, attigo, lace, duint, etc.

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Que Terencio utilizó un lenguaje más restringido y refinado re­sulta evidente de la consideración de ciertas categorías de palabras que hemos señalado antes como típicas del habla coloquial. Son utilizados con mayor economía y como indicadores de carácter los términos de denuesto o invectiva. Hay menos verbos frecuentativos, menos diminutivos, menos compuestos con ad-, con-, de- (véase supra), y la mayoría de los que él introdujo fueron luego incorpora­dos a la lengua literaria. También en sus pasajes dialogados se es­fuerza Terencio por lograr una más estrecha aproximación al habla natural. Se ha hecho ver por Haffter, por ejemplo, que Terencio pre­fiere las interjecciones primarias como hem, au, vah, etc., a las se­cundarias hercle, age, etc., y que con más frecuencia que en Plauto constituyen de por sí una expresión completa:

ecquid spei porrost? :: nescio :: ah! (Phorm., 474.)

Geta! :: hem! :: quid egisti! (Ibíd., 682.)

una omnis nos aut scire aut nescire hoc volo :: ah! :: quid est?(Ibíd., 809.)

di obsecro vos, estne hic Stilpo? :: non :: negas? concede hiñe a foribus paulum istorsum, sodes, Sophrona. ne me istoc posthac nomine appellassis :: Quid, non, obsecro, es quem semper te esse dictitasti? :: st! (Ibid., 740 ss.)

Esta última exclamación en Plauto aparece invariablemente seguida de un imperativo: st! tace; st! abi. El pasaje ilustra, además, otra peculiaridad de la fidelidad de Terencio al uso coloquial: con mu­cho mayor frecuencia que Plauto permite Terencio que aparezca un non aislado en una respuesta negativa, supliéndose por la pre­gunta precedente el verbo que lo apoya. Éste es tan sólo un ejemplo de la realidad de que en Terencio hay un más estrecho ensamblaje entre los parlamentos de las partes dialogadas; los personajes se bastan, como en el habla normal, con el mínimo de palabras, ya que el sentido se completa por el contexto situacional. La agilidad que así se logra puede apreciarse por unos pocos ejemplos:

quid ago? dic, Hegio :; ego? Cratinum censeo si tibi videtur :: dic, Cratine :: mene vis? :: te. (Ibíd., 447 ss.)

salve, Geta! ::venire salvom volup est :: credo :: quid agitur?multa advenienti, ut fit, nova hic? :: compluria. ::ita. De Antiphone audistin quae facta? :: omnia (Ibíd., 609 ss.)

quid istuc negotíst? :: iamne operuit ostium? :: iam. (Phorm,., 816.)

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98 INTRODUCCIÓN AL LATIN

Por último:quaeso quid narras? :: quin tu mi argentum cedo.:: immo vero uxorem tu cedo :: in ius ambula.:: enim vero si porro esse odiosi pergitis...:: quid facies? :; egone? vos me indotatis modopatrocinan fortasse arbitramini:etiam dotatis soleo :: quid id nostra? :: nihil.hic quandam noram quoius vir uxorem... :: hem :: quid est?Lemni habuit aliam, :: nullu’ sum :: ex qua flliamsuscepit. (Ibíd., 935 ss.)

También encontramos aquí ejemplificado el uso natural de la inte­rrupción que distingue, una vez más, a Terencio de Plauto, quien hace de ella un uso sorprendentemente reducido. Plauto tiende, en efecto, a hacer de cada locución una entidad independiente. Tam­bién en este aspecto Terencio reproduce con mayor fidelidad las condiciones del habla real:

si quis me quaeret rufu’... :: praestost, desine. (Ibíd., 51.) cedo, quid portas, obsecro? atque id, si potes, verbo expedí.:: faciam :: eloquere :: modo apud portum... :: meumne? ::

[intellexti :: occidi :: hem! (Ibíd., 197 ss.)

Por último, Terencio, aunque menos vulgar y vigoroso que Plauto, todavía hace uso abundante de palabras y giros expresivos de ca­rácter coloquial. Por ejemplo, de una sola comedia, el Phormio, re­cogemos conraditur (40), ibi continuo (101), non sum apud me (204), garrís (210), deputare (246); las respuestas afirmativas admodum, sic, oppido (315 ss.); tennitur (330), atque adeo quid mea? “Y, ade­más, ¿qué me importa?” (389), cedo “dime” (398), dicam... impin- gam (439), numquid patri subolet? “¿Es que mi padre se huele algo?” (474); los sinónimos para “ ¡tonterías!” hariolare, fabulae, logi (492 s.); commodum “ahora mismo” (614), facessat “ ¡que se largue!” (635), effuttiretis “charlataneaseis” (746), dilapidat “echa a perder (nuestro dinero)” (897), quid id nostra? “¿qué nos importa eso a nosotros?” (940), ogganniat “que (le) machaque (los oídos)” (1030). No hay duda, pues, de que Terencio emplea un notable cau­dal coloquial que, podemos suponer, refleja el uso de su tiempo. Por supuesto, no es susceptible de prueba el que tal fuera el modo co­rriente de hablar en el “Círculo de los Escipiones”. En cualquier caso, el mayor refinamiento y reticencia de Terencio puede considerarse como característico del habla de la clase elevada. Pero las diferencias entre Plauto y Terencio pueden reflejar en igual medida diferencias de técnica literaria. Porque la lengua de Terencio, aunque menos pródiga y descomedida en su empleo de elementos ornamentales,

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está muy alejada del habla cotidiana, incluso de la más educada y culta. El análisis de unos cuantos pasajes lo hará evidente.

La aliteración aparece incluso en pasajes yámbicos de colorido coloquial:

abi sis, insciens:quoius tu fidem in pecunia perspexeris, verere verba ei credere? (Phorm., 59 ss.)

persuasumst homini: factumst: ventumst: vincimur: duxit. :: quid narras? :: hoc quod audis :: o Geta! quid te futurumst? :: nescio hercle :: unum hoc scio, quod íors feret feremus aequo animo. (Ibíd., 135 ss.)

(Adviértanse el asíndeton y el homoioteleuton de la primera línea.)

quin quod estíerundum fers? tuis dignum factis feceris, ut amici Ínter nos simus? (Ibid., 429 ss.)

ñeque mi in conspectum prodit ut saltem sciam quid de ea re dicat quidve sit sententiae. (Ibíd., 443 s.)

tum plusculasupellectile opus est; opus est sumptu ad nuptias. (Ibíd., 665 s.)

Este último pasaje, cuidadosamente adornado con aliteración, anáfora y quiasmo, podemos compararlo con este otro:

qui saepe propter invidiam adimunt divitiaut propter misericordiam addunt pauperi? (Ibid., 276 s.)

que contiene paralelismo de cláusulas, asonancia y homoioteleuton. Los pasajes en versos largos muestran, como era de esperar, una mayor profusión de ornamentación estilística. Bastarán unos breves ejemplos:

at non cotidiana cura haec angeret animum :: audio.:: dum expecto quam mox veniat qui adimat hanc mihi consuetu-

[dinem.:: aliis quia defit quod amant aegrest; tibi quia superest dolet:

amore abundas, Antipho.nam tua quidem hercle certo vita haec expetenda optandaque est.

(Ibid., 160 ss.)

En este pasaje advertimos, al lado de la cuidada aliteración, la “con­geries” del final con homoioteleuton.

“retiñere amare amittere” (175), “deserta egens ignota” (751), “orat confitetur purgat” (1035) pueden servir como ejemplos de

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tricolon en asíndeton. El tricolon con anáfora, aliteración y “miem­bros crecientes” lo tenemos ejemplificado en “eius me miseret, ei nunc timeo, is nunc me retinet” (188). Como ilustración final de or­namentación estudiada y rebuscada podemos citar:

di tibí omnes id quod es dignus duint!:: ego te compluris advorsum ingenium meum mensis tuli pollicitantem et nil ferentem, flentem; nune contra omnia haec repperi qui det ñeque lacrumet: da locum melioribus. (Ibíd., 519 ss.)

Estos ejemplos bastan para mostrar claramente que Terencio empleó los mismos recursos estilísticos convencionales de la lengua literaria arcaica (véase el capítulo siguiente) que hemos observado en Plauto. Aunque sus efectos son más sutiles, su arte más recatado, la lengua de Terencio está muy lejos del habla natural, aun de la de cualquier círculo refinado. En realidad, incluso se han planteado dudas a la afirmación de la vita de que Terencio fue amigo íntimo de Escipión el Africano y de Lelio, en tanto que Jachmann ha exte­riorizado la sospecha de que el correcto y puro hablar atribuido por Cicerón a Escipión y Lelio puede ser simplemente una inferencia a partir de los usos lingüísticos de Terencio, quien —según suele apun­tarse— habría creado personalmente esta latinidad urbana en un esfuerzo por desarrollar un equivalente latino de la insinuante y re­catada áoTEtóTqq de Menandro, con sus variados y sutiles efectos de carácter. En Plauto, en cambio, tenemos la lengua de la comedia musical o de la ópera bufa. Sobre las excelencias del estilo de Te­rencio y su éxito al captar los efectos de la Comedia Nueva griega, un crítico de otra lengua, muy alejado de él en el tiempo y el es­pacio, no puede hacer cosa mejor que reproducir los testimonios antiguos atribuidos por Suetonio ( Vita Ter.) a dos grandes maestros del latín: Cicerón y César:

Cicero in Limone hactenus laudat:“tu quoque, qui solus lecto sermone, Terenti, conversum expressumque Latina voce Menandrum in médium nobis sedatis vocibus effers quiddam come loquens atque omnia dulcía dicens”.

item C. Caesar:“tu quoque, tu in summis, o dimidiate Menander, poneris, et mérito, puri sermonis amator. lenibus atque utinam scriptis adiuncta foret vis cómica ut aequato virtus polleret honore

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cum Graecis neve hac despectus parte iaceres. unum hoc m aeeror ac doleo tibí deesse, Terenti”.

Que también algunos de sus contemporáneos le censuraron esta fal­ta de fuerza y vigor aparece claro en el prólogo del Phormio (4 s . ):

qui ita dictitat, quas antehac fecifc tabulas, tenui esse oratione et scriptura levi.

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C a p ít u l o V

EL DESARROLLO DE LA LENGUA LITERARIA

A. P o esía

La lengua, instrumento de comunicación del hombre con sus semejantes, se crea, transforma y perfecciona en respuesta a las múltiples y siempre cambiantes exigencias de la sociedad y del contorno en que se encuentra situada. Así, la historia de una lengua es, ni más ni menos, la historia de una cultura. De la significación de lo griego en el desarrollo de la primitiva civilización romana mucho se ha dicho ya en los capítulos precedentes. Al pasar ahora al estudio del desarrollo del latín literario esta influencia resulta abrumadora. [N ota 15.] Del crisol de la historia había surgido una nación de soldados-agricultores, recios y disciplinados, hombres des­tinados a ser los señores de Italia y del mundo mediterráneo. Las ciudades y estados helenísticos y helenizados fueron cayendo uno a uno ante un poder cuya energía no residía en el número ni en la fuerza corporal, ni en la riqueza o la astucia, sino en una disciplinada unidad y en la práctica del tus armorum. Pero el propio Vegecio, que así diagnosticaba las causas de la grandeza de Roma, reconocía la supremacía griega en las artes de la civilización: “Graecorum ar- tibus prudentiaque nos vinci nemo dubitavit” (De re militari, I, 1).

Y no era más que la pura verdad: en la época del triunfo de Roma sobre las florecientes ciudades de la Magna Grecia en la pri­mera mitad del siglo n i a. C., a pesar del grado de riqueza y poder por ella alcanzado, no había todavía una literatura nacional romana digna de tal nombre. La revelación de los tesoros culturales acumu­lados por el pueblo más dotado del orbe a lo largo de una dilatada y fecunda historia tuvo un efecto abrumador. El conquistador ro­mano se sometió al derrotado. Ansiosos de que Roma pudiera parangonarse en cultura con los griegos, los generales victoriosos, juntamente con estatuas y pinturas, trajeron de sus campañas filó-

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sofos y profesores de retórica para educar a sus hijos. Ejemplo típico del celo filohelénico en el seno de la aristocracia romana es Emilio Paulo, quien en 168 a. C. aplastó a Perseo de Macedonia en PicLna: como botín por su victoria no exigió sino la biblioteca del rey. Y es que la literatura romana es justamente, al menos en sus inicios, la historia de un expolio; el mayor motivo de orgullo de un autor era el ser el primero en poner mano al pillaje. Cierto que el fuego central del genio esencial romano ardió invariablemente bajo esta masa superpuesta de material ajeno, y con el correr del tiempo había de estallar en una llama que igualó en esplendor a la más brillante de los griegos. Mas el historiador de la lengua, aunque sea también un amante de Virgilio, tiene que dar el debido énfasis al hecho de que todos los géneros literarios latinos, con la excepción de la sátira (“satira tota nostra est” es todo lo que puede proclamar Quintiliano), debieron su forma y mucho de su contenido a la pra­xis y la teoría griegas. Así, debemos volvernos ante todo a la lite­ratura griega para alcanzar a comprender el progreso del latín li­terario.

El estudiante de literatura griega descubre en seguida que tiene que aprender no una lengua, sino varios dialectos. Esto es conse­cuencia del formalismo de la literatura griega, de la indiscutida con­vención que establecía como apropiada para cada género una forma particular de lengua. Así, la épica homérica fue el producto de una tradición poética que, surgida entre hablantes del dialecto eólico, había pasado, en el transcurso del tiempo, a manos de bardos cuyo dialecto nativo era el jónico. Así, en la dicción poética de los poe­mas homéricos se halla integrado un caudal de palabras y giros de períodos cronológicamente diversos y de distintos dialectos. El dia­lecto épico es un producto artificial alejado del habla normal de sus creadores. Pero la convención dejó establecido de una vez para siempre que todo autor épico hasta el final del mundo griego em­pleara ese dialecto. Por su parte, la lírica coral se desarrolló entre los dorios, y así el dorio se convirtió en el dialecto propio de este género con independencia del dialecto nativo del escritor. Por esto el drama ateniense cambia bruscamente de dialecto cuando pasa del diálogo en yambos a la lírica coral. El mismo principio es váli­do en cierta medida para la prosa. Fueron los jonios los primeros en escribir historia, ciencia y medicina: por ello el jonio es la lengua aceptada de la prosa científica, como por ejemplo el Corpus hipo- crático, y el ateniense Tucídides procura dar a la lengua de su his­toria cierto colorido jonio.

En resumen, tales eran las convenciones lingüísticas de la litera­tura griega. Más antes de entregarnos al estudio de los autores ro­manos y su emulación de los modelos griegos tenemos que recordar

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otro hecho. En la época en que los romanos iniciaron su aprendizaje literario, la literatura griega había traspuesto ya su cénit. Los ro­manos se toparon con el mundo helenístico, el de los sucesores de Alejandro, y la poesía helenística era creación de círculos de poetas- estudiosos altamente cultivados, con un excesivo interés por las técnicas literarias, y que tenían a. gala la oscuridad y la alusión eru­dita; que embellecían sus obras con palabras extrañas, las “glos- sae”, raras gemas arrancadas de antiguos aderezos. El doctus poeta se mantiene firme, incansable en sus tentativas por desenterrar nue­vo material para su poesía. En lo lingüístico siente debilidad por las antigüedades raras.

Fue durante este período de la historia de la literatura griega cuando Roma comenzó su aprendizaje en el arte de escribir.

initium quoque eius (scil. grammaticae) mediocre extitit, siquidem antiquissimi doctorum, qui ídem et poetae et semigraeci erant (Li- vium et Ennium dico, quos utraque lingua domi forisque docuisse adnotatum est) nihil amplius quam Graecos interpretabantur, aut siquid ipsi Latine composuissent praelegebant. (Suet., Gram., I.)

La sensibilidad griega con respecto a la lengua de los diversos géneros literarios se transparenta en la más antigua literatura ro­mana, que se inicia con la traducción de la Odisea en versos satur­nios por Livio Andrónico, un nativo de Tarento que fue llevado como esclavo a Roma en 242 a. C. y allí adoptado por la gens Livia. Subsisten pocos fragmentos de su obra, pero un agudo análisis de E. Fraenkel (R.-E ., Suppl., V, 603 s.) ha dejado en claro que las convenciones de la poesía helenística con su distinción de géneros prevalecieron en ella. Así, la frase diva Monetas filia (fr. 30) “la Musa” contiene el genitivo arcaico en -as que en latín clásico so­brevivió sólo en pater familias. Era ya un arcaísmo en tiempo de Andrónico, pues en otros lugares usa -ai, como hace también el arcaizante Senatus Consultum de Bacchanalibus. Lo que es signifi­cativo es que de los genitivos en -as citados por Prisciano (I, 198 s.), tres proceden de la Odisea de Andrónico, dos del Bellum Poenicum de Nevio y uno de los Armales de Ennio, es decir, todos pertenecen al género épico; Prisciano no cita ninguno como procedente de las tragedias de estos poetas, a pesar de estar familiarizado con ellas. Otros rasgos extraños a la dicción trágica que pueden detectarse en los fragmentos de Andrónico son filie (vocativo), dextrabus, dusmo (= dumó), homónem, fitum est, plurales de tercera persona del tipo nequinont, y el adverbio quamde. Fraenkel concluye:

una y otra vez puede verse cómo Livio se esfuerza, valiéndose de formas altamente arcaicas, por conferir dignidad y carácter distan­

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 105te a su épica, distante no sólo de la lengua cotidiana, sino también del estilo de los géneros poéticos menos augustos... Todos sus sucesores se adhirieron al mismo principio. A la lengua de la épica romana le estuvo reservado desde el principio el privilegio de una solemnidad más elevada incluso que la de la tragedia, por no men­cionar los otros géneros poéticos.

Debe advertirse, sin embargo, que todos los géneros poéticos ro­manos, tragedia e incluso sátira, hacen uso de arcaísmos como in­grediente de su dicción. La épica es diferente en grado, no en es­pecie.

En su búsqueda de colorido arcaico los poetas se sirvieron de formas desusadas de la declinación y la conjugación, así como de palabras periclitadas, procedentes de sus amplias calas en la lengua de la religión y en la del derecho. El material puede clasificarse ade­cuadamente bajo las rúbricas de morfología y vocabulario. Al es­tablecer tales inventarios debemos tener en cuenta, naturalmente, que “arcaísmo” es un término relativo. Muchas de las formas de la poesía primitiva que parecían arcaicas a los autores del perío­do clásico eran formas contemporáneas para los poetas que las emplearon. Entre éstas están diferencias de género como caelus (m.) o lapides (f .), particularidades referentes a la declinación como exer- citi, speres, o a la conjugación, como fodantes, horitur, resonunt, etc., que fueron eliminadas en el proceso de normalización que discuti­remos más adelante. Y no debemos olvidar la imitación de los pre­decesores que la antigua teoría recomendaba al poeta. Así, los poetas posteriores a Ehnio pueden usar una forma o una palabra no qua arcaísmo, sino simplemente porque aparecía en Ennio. Esta cues­tión de los “ennianismos” nos ocupará más adelante en el estudio de la lengua de Virgilio. Hechas estas aclaraciones previas podemos registrar entre los más importantes arcaísmos morfológicos de la primitiva dicción poética latina: en la declinación de los nombres, el genitivo singular en -di, genitivos plurales en -um (p. ej. factum ); en los pronombres y demostrativos, ipsus, olli, y el dativo-ablativo quis; adverbios del tipo superbiter, aequiter, rarenter, concorditer y contemptim, iuxtim, visceratim, etc. En el sistema verbal los fenó­menos más importantes son los infinitivos pasivos en -ier, los im­perfectos de la cuarta conjugación en -ibat, temas desiderativos en -ss- como en prohibessis, los perfectos en -érunt (forma que persis­tía en la lengua coloquial, pero que resultaba arcaísmo en poesía ’) y -ere en lugar de -érunt. Finalmente podemos mencionar formas como iuas y superescit. Pero no era sólo por medio de sonidos y formas como se lograba el colorido apropiado. Los géneros poéticos 1

1. Sobre los términos “arcaico”, “poético” y “coloquial” véase capítulo VI.

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se distinguían también por el vocabulario que se les permitía. La praxis griega en este punto había sido analizada y formulada por Aristóteles. Haciendo una distinción fundamental entre palabras de uso corriente (Kópia ovopara) y las que resultaban extrañas al mis­mo (to S.EVIKÓ;), había establecido que el tono superior de la expre­sión literaria depende de un uso moderado de las tales ^evikcc, que elevan la dicción por encima del lugar común (tcxheivóv) . Entre los modos de expresión poco comunes había señalado él las “glossae” (palabras extrañas o raras) como particularmente indicadas para el género épico, aunque le permitía también hacer uso de palabras compuestas, primariamente dominio del ditirambo, y de la metáfora, que es un carácter específicamente distintivo del verso yámbico. De hecho la “glosa” fue un rasgo específico de la épica griega en la for­ma madura en que aparece en los poemas, homéricos. Esto fue, como hemos visto, una consecuencia de la historia de la poesía épica, por­que Homero es la culminación de una tradición poética de siglos que había preservado formas y palabras que ya no eran habituales en la lengua hablada contemporánea del poeta. Homero impuso su autoridad sobre toda la poesía griega subsiguiente y proporcionó una cantera inagotable de materiales poéticos. Ninguna fuente de ri­queza comparable se ofrecía a los pioneros de la literatura romana; en cualquier caso, pocas huellas quedan de las fuentes en que los poetas arcaicos calaron buscando palabras de sabor antiguo. El his­toriador del latín tiene que lamentar no menos que Cicerón la pér­dida de los antiguos carmina:

atque utinam exstarent illa carmina, quae multis saeculis ante suam aetatem in epulis esse cantitata a singulis convivís de clarorum virorum laudibus in Originibus scriptum reliquit Cato. (Brutus, 75.)

Ennio se refiere también a sus predecesores que escribieron en me­tro saturnio. Fue sin duda esa poesía tradicional la que proveyó a Andrónico y a sus sucesores de numerosas palabras características de la dicción poética, tales como Camena, celsus, amnis (una anti­gua palabra “italo-céltica” relacionada con el ing. “Avon”) , aerumna (posiblemente de origen etrusco), anguis (= serpens), artus {— mem- brum), letum ( = mors), tellus (= térra), umeo y umor y verbos arcaicos tales como defit, infit, claret, clueo; además, numerosos términos religiosos como los verbos adolere, parentare, mactare, opi- tulare, libare; los nombres nemus, flamen, vates, epulo, polubrum, eclutrum, sagmen, lituus, libum, tesca, y los adjetivos almus, castus, dirus (posiblemente de origen sabino), augustas, obscenas, tutula- tus, solemnis. Las majestuosas fórmulas del derecho fueron, no menos que las de la religión, fuente de palabras inusitadas. Un pa­

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saje de Varrón (L. L., 7, 42) resulta esclarecedor en este punto. Co­mentando el “Olli respondit suavis sonus Egeriai” de Ennio escribe:

“Olli” valet dictum. “illi” ab “olla” et “olio”, quod alterum comitiis cum recitatur a praeoone dioitur “olla centuria” non “illa”; alterum apparet in funeribus indictivis quo dicitur: “Ollus leto datus est.”

Tenemos aquí una clara indicación de las fórmulas legales y religio­sas como fuentes paralelas de la dicción poética.

También las palabras dialectales fueron aceptadas en la dicción poética de acuerdo con la teoría y práctica griegas. A propósito del verso veteres Casmenas cascam rem voto profarier, Varrón (7, 28) comenta: “primum cascum signiflcat vetus; secundo eius origo Sa­bina, quae usque radices in Oscam linguam egit”. Semejante es su comentario a catus en el pasaje de Ennio iam cata signa ferae soni- tum daré voce parabant: “cata acuta: hoc enim verbo dicunt Sabini”. Es posible también que cohum, del que se nos dice que los poetas lo usaron por caelum, sea un doblete dialectal de cavum. Otras “glo­sas” extranjeras son meddix y famul (ambos oscos) ambactus (galo), sibyna (ilirio) y rumpia (tracio).

Como no podía ser menos, el contingente mayor en este punto lo proporcionó el griego, aunque la poesía latina elevada fue mucho más reservada que la comedia y la lengua popular en la admisión de palabras griegas. Así, incluso a Musa le fue negada la entrada por Livio Andrónico, que puso en su lugar Camena, la palabra indí­gena para designar a una “diosa de los manantiales y las aguas” — aunque en último término era de origen etrusco, si hemos de creer a Macrobio— . Nevio, por su parte, echó mano de una perífra­sis para traducir Mouaai: “novem Iovis concordes filiae sórores” (B. P., fr. 1). Sólo Ennio tiene la osadía de permitir a las extranje­ras musas pisar el suelo del Olimpo latino: “Musae quae pedibus magnum pulsatis Olympum” (A., 1 W .). Ennio dio entrada a otras palabras griegas como bradys, cfiarta, coma, lychnus, pero su senti­miento de incomodidad en relación con tal proceder resulta eviden­te en su empleo de aer: “vento quem perhibent Graium genus aera lingua” (A., 152 W .); sus sucesores se mostraron parcos en el uso del griego, como en el de toda clase de “glosas” foráneas. En esto también fueron discípulos dóciles de los griegos, quienes sabían que el empleo desmedido de este recurso estilístico acabaría paran­do en |iccp|3ocpiapóq.

La devoción de Ennio a sus modelos griegos le llevó a cometer algunos errores de prueba que, sin embargo, no tuvieron efecto algu­no en la poesía subsiguiente. Aristóteles incluyó entre las “glossae” ciertas distorsiones de palabras, entre ellas las formas apocopadas. En parte esta teoría descansaba sobre un defecto de comprensión.

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Homero había conservado una antigua forma 5S, que a los ojos de las generaciones posteriores parecía una forma abreviada de &ñpa. Sobre la aparente autoridad de Homero, Euforión había aventurado f]A por fjXaq. Con tales modelos a la vista, Ennio se atrevió a escribir cael por caelum (Spur., 34 W.), do por domus (ibíd., 35) y gau por gaudium (ibíd., 33). Semejante es su falso uso de la tmesis. Éste era también un rasgo arcaico de la dicción homérica del que Ennio pudo hacerse legítimo eco con su de me hortatur. Pero monstruos como cere... brum (“saxo cere-comminuit-brum”, Spur., 13 W.) ha­cían violencia a la lengua. Con todo, eminentes abogados han defen­dido la inocencia de Ennio con respecto a esta culpa. Otra aberración que conoció corta vida fue el uso enniano de la terminación casual épica en -oeo en Mettoeoque Fufetíoeo (A., 139 W .). En este punto advierte Quintiliano (I, 5, 12): “Ennius poético iure defenditur”. Como hemos visto ya, hay ciertos indicios de que esta terminación casual puede haber existido en latín dialectal.

No fue sólo en cuestiones generales de teoría y convenciones literarias donde los griegos ejercieron su influencia en la formación de la lengua literaria latina. El hecho de que una parte tan grande de la poesía arcaica latina sea no sólo imitación, sino incluso tra­ducción literal del griego, significa que de modo constante el griego permaneció al lado de su pupilo. Esto puede ejemplificarse con el verso con el que puede decirse que comenzó la literatura latina,

vinun mihi, Camena, insece versutum (Od., 1),

traducción de ávbpcx pot íwette, Mouctcc, itoXóxpoitov, Od., 1, 1, donde Andrónico ha traducido el arcaico ews-te por una “glosa” equivalente sacada de no sabemos qué fuente (difícilmente podría haberse él anticipado a los hallazgos de la moderna filología que ve en estas dos palabras una identidad etimológica (< *en-seq^e)). La última palabra del original griego tipifica un problema que puso a prueba los recursos del traductor e imitador latino. El griego conservaba aún en pleno vigor su poder de crear palabras compuestas que usa­ba libremente en poesía, especialmente epítetos ornamentales. El latín, sin embargo, había perdido en gran medida esta posibilidad heredada. Así, el versutus de Andrónico representa un modo idio- mático de traducir el compuesto griego itoXórpo-rtoc;. En ocasiones un tipo derivacional indígena se mostraba adecuado para sostener la carga impuesta por el griego. Esto puede decirse, por ejemplo, de los adjetivos en -ósus, que proporcionaban equivalentes adecua­dos para los numerosos epítetos ornamentales griegos en itoXu- y -óeu;. Valgan como ejemplos jrondosus (Ennio), fragosus, labeosus (Lucr.), piscosus, lacrimosus, squamosus, spumosus, etc. La equiva­

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 109lencia de tales palabras a compuestos está puesta de relieve por la acuñación ciceroniana de squamiger y spumifer frente a los dos últi­mos ejemplos, igual que encontró en aestifer un equivalente del mé­tricamente imposible aestuosus. aestifer es aceptado por Lucrecio y Virgilio. Al lado de squamosus, Virgilio acuñó otro sustituto, squa- meus, que puede además servir para tipificar otro sufijo latino esti­mulado por la presión del griego y especialmente favorecido por los poetas del hexámetro a causa de su conveniente conformación mé­trica (véase infra). Pero en conjunto los recursos del latín resulta­ban inadecuados para recoger la inmensa variedad de los com­puestos griegos. El propio Andrónico, cuando no consigue atinar plenamente, se contenta con los sucedáneos más aproximados: así, Xa^Kfipsi (5oupt) aparece simplemente como celeris (hasta), que imi­ta el sonido sin recoger el significado. Pero los poetas posteriores, conscientes de que los compuestos ornamentales eran un rasgo esen­cial del estilo épico, se vieron empujados al empleo de un procedi­miento ajeno al genio de su lengua. El quinquertio de Andrónico por 7tévToc0\oc; había nacido muerto, pero los poetas trágicos hicie­ron gala de la más desabrida audacia. Nada en la épica puede rivalizar con el bien conocido “Nerei repandirostrum incurvicervi- cum pecus” de Pacuvio (fr. 352 W.) (cf. áyKUÁoxeíXr|c; Kuprocúxrjv). Andrónico se había contentado con simum pecus. En general, las palabras compuestas estaban limitadas a irnos cuantos tipos bien definidos. Para el silvícola de Nevio había amplio precedente en pa­labras como agrícola. Pero su creación arquitenens fue el prototipo de una clase destinada a jugar un importante papel en la dicción de la épica romana: suaviloquens, altitonans, omnipotens, sapientipo- tens, velivolans, etc. Similar a éste es el tipo ejemplificado por sua- visonus, que aparece en un fragmento trágico de Nevio, aunque quizá Livio puede reclamar la prioridad en esta clase con el odori- sequus que se le atribuye. En la poesía subsiguiente hay una cantidad abundante de tales compuestos con un tema verbal como segunda parte: altisonus (Ennio, etc.), laetificus (Ennio, etc.), largificus (Lucr.), velivolus (Ennio, etc.), horrisonus (Lucr., etc.), montivagus (Lucr.), frugiparus (Lucr.), etc. En las obras de Nevio encontramos otros tres prototipos que tuvieron gran importancia en la posterior creación de compuestos poéticos: 1

1. frondifer: cf. üulcifer, frugifer, flammifer, etc. (Ennio), aestifer, florifer, glandifer, etc. (Lucr.).

2. tyrsiger: cf. armiger (Accio), barbiger, corniger (Lucr.), laniger, naviger, saetiger, squamiger (Lucr.), etc.

3. bicorpor: cf. bipes (Nevio, Trag.), bilinguis (Ennio), trifax (En­nio), biiugus (Lucr.), tripectorus (Lucr.), etc.

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Aparte éstos, hay pocos tipos productivos. Los compuestos for­mados por dos temas nominales como dentefabres, levisomnus, mult- angulus, omnimodus, etc., son mucho más raros. Entre ellos cabe destacar los compuestos en -pes, alipes (Lucr.), sonipes (Accio), ca- prires (Lucr.), levijes (Cic.), mollipes (Cic.). Entre los que encontra­ron aceptación general podemos mencionar magnanimus, grandaevus y primaevus.

Así, si bien los poetas romanos lucharon pacientemente con una lengua recalcitrante para producir los compuestos poéticos exigidos por las leyes del género, en muchos casos tuvieron que aceptar la derrota y, o bien ignoraron los compuestos griegos, o bien lds tra­dujeron por medio de perífrasis: Tocvócpu Aoc; aparece como (cupres~ si stant) rectis foliis (Ennio), TtoXú[iox0o(; como magni (fórmica) laboris (Hor.), sóppocx; como late fusa (Cic.), GeoupoTtécúv como fi- denti noce (Cic.).

El griego ejerció además otra influencia decisiva en la forma de la lengua literaria latina cuando Ennio rompió con el hábito de sus antecesores, y en lugar del metro indígena, el saturnio, empleó para sus Anuales un metro griego, el hexámetro. El latín es pobre en palabras dactilicas, que vienen exigidas por este metro, y Ennio echó mano de recursos varios para evitar palabras de conformación rít­

mica impracticable. Así, por imperare, intuetur, Invoíans empleó

induperare, indotuetur, induvolans, con un prefijo indo que aparece en las X II Tablas, pero que resultaba ya desusado en la época de Plauto. Este recurso pareció demasiado extravagante a los poetas posteriores, que resolvieron el problema planteado por palabras como imperare empleando la forma frecuentativa: impérítdre. Esta imposición métrica explica también el uso de plurales poéticos como gaudia, otia y de dobletes fonéticos del tipo vincula frente a vinclis. En otros casos se echó mano de recursos morfológicos como los genitivos plurales “arcaicos” parentum, cadentum, agrestum, etc., o el infinitivo de perfecto en lugar del de presente (continuisse por continere), si bien este uso tenía también raíces en la sintaxis más arcaica. La búsqueda de series dactilicas es también evidente en la preferencia dada a ciertos tipos de derivación: Lucrecio sustituyó magnitudo y differentia por maximitas y differitas. Los neutros en -men dan en el plural un dáctilo muy práctico (fragmina), y ello puede explicar la preferencia de los poetas por este tipo de forma­ción, que era un rasgo de la lengua arcaica (Ps.-Servio, A., 10, 306: fragmina: antigüe dictum). Sin embargo, aun haciendo justicia a Gre­cia como nodriza de la literatura romana, la simple lectura de algunas líneas de su período de vigorosa adolescencia proclama la

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esencial latinidad de su lengua. No es solamente el vocabulario el que es predominantemente latino, excepción hecha del pequeño por­centaje de “glossae” admitidas en obsequio a las leyes de la poesía. Los recursos de estilo son palmariamente no-griegos. Esto aparece claro de modo inmediato si contrastamos un pasaje de Ennio con el correspondiente griego que traduce:

& poi Ttfji 6rj toi (¡jpévsc; oíx°v0’ fjiQ tó uápoq nep e k \ e* éu’ ávépÓTiouc;;

Quo vobis mentes rectae quae stare solebant ante hac dementes sese flexere viai? (A., 194-5 W.)

Vemos aquí ejemplificada esa afición al juego de palabras (mentes- -dementes) y a la asonancia, especialmente a la aliteración, que es­taba profundamente arraigada en el solar latino, a juzgar por pro­verbios como mense Mato malae nubunt y por carmina religiosos como “utique tu fruges frumenta viñeta virgultaque grandire bene- que evenire siris pastores pecuaque salva servassis” (véase infra). De hecho, la aparición de pares de palabras aliterados de carácter similar en textos itálicos (por ejemplo, en la plegaria umbra: “iovie hostatu anhostatu tursitu tremitu hondu holtu ninctu nepitu sonitu savitu preplotatu previlatu”) muestra que la aliteración y la asonan­cia eran recursos endémicos entre los pueblos de la península. Ejem­plos de esta clase abundan en Ennio:

Haec ecfatus pater, germana, repente recessit nec sese dedit in conspectum corde cupitus quamqüam multa manus ad caeli caerula templa tendebam lacrumans et blanda voce vocabam. (A., 44-7 W.),

pasaje en el que debe notarse, además, la figura etymologica. En ocasiones la aliteración es llevada hasta el exceso, como en el bien conocido

O Tite tute Tati tibi tanta, tyranne, tulisti! (A., 108 W.)

También vemos plenamente desarrollados en Ennio los recursos re­tóricos del homoioteleuton (Romani... Campani), la paronomasia (explebant... replebant), la antitesis y la isocolia (véase el apartado dedicado a la prosa), que para lo sucesivo dejaron su impronta en la lengua poética de los romanos. Los pasajes siguientes se comentan por sí solos:

nec mi aurum poseo nec mi pretium dederitis nec cauponantes bellum sed belligerantes ferro non auro, vitam cernamus utrique; vosne velit an me regnare era, quidve ferat Fors

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virtute experiamur. et hoc simul aooipe dictum: quorum virtuti belli fortuna pepercit, eorundem libertati me parcere certum est.dono, ducite, doque volentibus cum magnis dis, (A., 186 ss. W.)

pellitur e medio sapientia, vi geritur .res,spernitur orator bonus, horridus miles amatur;haud doctis dictis certantes, sed maledictismiscent Ínter sese inimicitiam agitantes;non ex iure manum consertum, sed magis ferrorem repetunt regnumque petunt, vadunt solida vi, (A., 263 ss. W.)

Pasajes como éstos revelan a Ennio como el creador de la lengua de la épica romana. De lo que Virgilio debe a Ennio hablaremos más adelante. La influencia de Ennio sobre Lucrecio fue tan grande que P. Skutsch ha llegado a escribir: “Podemos decir que, aparte divergencias en la construcción de los períodos y diferencias de tema, nada puede dar una idea mejor del estilo enniano que un cuidadoso análisis lingüístico de Lucrecio.”

En su lengua, el De rerum natura se nos aparece en gran medida inmune al movimiento de reforma de los “urbanizadores”, cuya obra de purificación y uniformación se revela en los rígidos cánones gra­maticales de los autores clásicos. En la imprecisión de su gramática, y a pesar de la distancia temporal, Lucrecio está más cerca de En­nio y Plauto que de los puristas augústeos. En él hallamos en gran medida las mismas variaciones de género (finís m. y f.), declina­ción (sanguen, sanguis, etc.), conjugación (sonere), sintaxis (p. ej. cum causal con indicativo), que son características de la literatura latina arcaica. Ahora bien, esta incertidumbre gramatical difícilmen­te podríamos etiquetarla como “arcaísmo”. Lucrecio no era un poeta alejandrino afanosamente empeñado en la búsqueda de efectos ver­bales con que lograr los aplausos de los preciosistas de salón. Fa­nático racionalista que ardía en deseos de salvar a los espíritus de la religión, usó la lengua de su tiempo como el instrumento más eficaz y claro de exposición, sin desdeñar ocasionalmente el colo- quialismo (p. ej. belle, lepidus). Pero el poeta latino tiene que someterse a las leyes del género. Naturalmente tiene que crear for­mas aptas para el hexámetro (p. ej. indugredi, discrepitant, inopi, disposta, disque supatis, seque gregari). Incluso en sus neologismos (y su tema le obligaba a abundantes innovaciones — “nec me animi fallit Graiorum obscura reperta difficile inlustrare Latinis versibus esse, multa novis verbis praesertim cum sit agendum propter eges- tatem linguae et rerum novitatem”, I, 136 ss.), Lucrecio usa los mol­des tradicionales: p. ej; adverbios como moderatim y compuestos como falcifer. También en sus recursos de estilo Lucrecio se alinea

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con los poetas arcaicos. De la “congeries”, acumulación de sinónimos que Ennio había llevado al absurdo con su “maerentes flentes la- crumantes commiserantes” (Spur., 40 W.), Lucrecio ofrece innume­rables ejemplos: “inane vacansque” (I, 334), “ofAcere atque obsta­re” (337), “saepta et clausa” (354), “seiunctum secretumque” (431), “levis exiguusque” (435), “seiungi seque gregari” (452), “speciem ac formam” (4, 52), “duplici geminoque” (274), “monstra ac portenta” (590). Aliteración sostenida la tenemos en I, 250-64, un pasaje que ejemplifica también el uso del epíteto ornamental fijo, cláusulas equilibradas marcadas por el homoioteleuton y la anáfora. El verbo virescunt, que está atestiguado aquí por vez primera, puede servir para ilustrar la afición de los poetas a los verbos en -esco.

Fue en su empleo de los arcaísmos y “glossae” donde Lucrecio, aun conformándose a la convención y a lo que era peculiar del gé­nero, reveló lo que podía lograr un poeta de genio. Una simple lista de estos elementos de su dicción colocaría a Lucrecio al lado del dotado poeta amateur que fue Cicerón, su contemporáneo: geniti­vos en -ai y en -um, infinitivos en -ier, verbo simple por el com­puesto, etc. Pero es especialmente en su uso de los recursos tradi­cionales de la dicción poética donde Lucrecio revela al poeta de genio. Cuando su fuego se abre paso a través del material de la filo­sofía natural que sobre él se acumula, el arcaísmo y la glosa bri­llan con una luz supraterrenal. De entre sus muchos pasajes de in­superable valor poético tendremos que contentarnos con considerar aquel (I, 80 ss.) en que Lucrecio recoge el exquisito pathos de uno de los textos más conmovedores de la poesía griega: el coro de Ifigenia del Agamenón. El análisis lo dañará menos si lo hacemos antes de leerlo, scelerosa es una formación arcaica en -osus (cf. su- pra) en lugar del más usual sceleratus, y está combinado en “con­geries” con impía. Otros arcaísmos son los genitivos en -ai, la anás­trofe de propter, el adjetivo tremibundus. Como “glosas” podemos considerar las formas Iphianassai, Danaum, Hymenaeo. El tema mismo hace inevitable la presencia de antiguos términos rituales: Ínfula, ministros, casta, hostia, mactatu, felix fautusque. Por último, podemos notar un grecismo sintáctico, el “calco” prima virorum. Sin embargo, la presencia de estos ornamentos de género en un pa­saje que debe mucho de sus magníficas cualidades pictóricas a la inspiración griega no daña a su esencial latinidad. Puede servir para ejemplificar en todas sus fases el progreso realizado por los roma­nos en el camino de creación de una lengua poética eficaz.

Illud in his rebus vereor, ne forte rearis impía te rationis inire elementa viamque indugredi sceleris. quod contra saepius illa religio peperit scelerosa atque impía facta.

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Aulide quo pacto Triviai virginis aram Iphianassai turparunt sanguine foede ductores Danaum delecti, prim a virorum, cui simul infula virgíneos circumdata comptus ex utraque pari m alarum parte profusast, et maestum simul ante aras adstare parentem sensit, et hunc propter ferrum celare ministros, aspectuque suo lacrimas effundere civis, muta metu terram genibus summisa petebat: nec miserae prodesse in tali tempore quibat quod patrio princeps donarat nomine regem: nam sublata virum manibus tremibundaque ad aras deductast, non ut sollemni more sacrorum perfecto posset claro comitari Hymenaeo,

■ sed casta inceste, nubendi tempore in ipso, hostia concideret mactatu maesta parentis, exitus ut classi felix faustusque daretur. tantum relligio potuit suadere malorum.

Hemos rastreado hasta aquí algunas de las líneas principales de desarrollo de la lengua de la épica romana. Antes de ocuparnos del más grande maestro del género hemos de pasar brevemente revista a los esfuerzos realizados para crear un estilo apropiado para la tragedia. Hemos visto ya que Andrónico y Nevio habían dado en­trada en la épica a ciertos arcaísmos demasiado alejados de la len­gua ordinaria para poder emplearse en la tragedia. En general puede decirse, sin embargo, que las diferencias lingüísticas y estilísticas en­tre la épica y la tragedia son meramente graduales y no cualitativas, y que se desarrolló una lengua estilizada uniforme de la poesía eleva­da en oposición a las de la comedia y la prosa. Los arcaísmos, las pa­labras “poéticas” y compuestas distinguen a la lengua de la tragedia no menos que a la de la épica. La tragedia hizo tal vez un uso más parco de tales recursos, pero lo fragmentario de la tradición dra­mática y épica arcaica hace imposible establecer estadísticas segu­ras. Con todo, los compuestos más audaces están atestiguados en la tragedia (cf. supra). También los trágicos proporcionan rico mate­rial ejamplificador de los recursos de estilo que abundan en la épica: aliteración, asonancia, asíndeton, tricóla y, finalmente, la “congeries”, la acumulación de sinónimos, rasgo tan típico de los antiguos car­mina y fórmulas legales de los romanos. Bastarán algunos ejemplos:

1. Aliteración (a menudo con juego de palabras y figura etymo- logica) :

quin ut quisque est meritus praesens pretium pro factis ferat.(Nevio, Trag., 13 W.)

laetus sum laudari me abs te, pater, a laudato viro. (Ibid., 17 W.)

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Salmacida spolia sine sudore et sangulne. (Ennio, Trag., 22 W.)

constitit credo Scamander, arbores vento vacant. (Ibíd., 197 W.)

(En el último ejemplo nótese el lugar prominente dado a los verbos, un recurso favorito de Virgilio);

Interea lociflucti flacciscunt, silescunt venti, mollitur mare. (Pacuvio, 82-3 W.)

cui manus materno sordet sparsa sanguine. (Accio, 12 W.)

2. Tricolon en asíndeton:Podemos comparar con

Urit populatur vastat. (Nevlo, Carm., 32 W.)

ibid quid agat secum cogitat curat putat. (Ennio, Trag., 349 W.)

constitit cognovit sensit, conlocat sese in locumcelsum; hiñe manibus rapere raudus saxeum grande et grave.

(Accio, Trag., 424-5 W.)

miseret lacrimarum luctuum orbitudinis. (Ibíd., 54 W.)

3. El “estilo rimbombante” :

ne illa mei feri ingeni atque animi acrem acrimoniam.(Nevio, Trag., 49 W.)

more antiquo audibo atque auris tibi contra utendas dabo.(Ennio, Trag., 324 W.)

id ego aecum ac ius fecisse expedibo atque eloquar. (Ibíd., 154 W.)

pacem Ínter se conciliant, conferunt concordiam. (Ibíd., 372 W.)

...ne horum dividae et discordiae dissipent et disturbent tantas et tam opimas civium divitias. (Accio, 590-2 W.)

Tales son las características generales de la lengua poética pre- augústea. Pero antes de que Virgilio pusiera mano a la tarea de ele­var la poesía romana a sus más altas cimas, una reacción se alzó contra los hábitos e ideales arcaizantes profesados por la escuela enniana. La “escuela moderna”, la de los poetae novi, trasplantó a Roma la polémica de los antiguos y los modernos que en un tiempo dividiera a los literatos de Alejandría cuando Calimaco rechazó el poema épico largo, tal como lo practicaba Apolonio Rodio, y pro­clamó que un libro grande era un ¡ráya kcxkóv. De esta nueva escue­

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la, capitaneada por el gramático y crítico P. Valerio Catón, fue Catulo el más dotado representante. Tampoco estos poetas querían oír hablar de épica larga — Cicerón escribe acerca de Ennio: “O poe­tara egregium! quamquam ab his cantoribus Euphorionis contem- nitur”— , y se consagraron a géneros de menor alcance que daban ocasión a los más exquisitos refinamientos de forma, lengua y me­tro. Fue en este último aspecto, que cae fuera de la finalidad del presente libro, donde sus reformas resultaron más palpables. Hay un punto de prosodia que merece mención por su interés lingüístico. Los novi prohibieron la anulación de -s final, que la poesía anterior había admitido (Cic-., Or., 161: “eorum verborum quorum eaedem erant postremae duae litterae quae sunt in optimus, postremam lit- teram detrahebant, nisi vocalis insequebatur. ita non erat ea offen- sio in versibus quam nunc fugiunt poetae novi”). Esto no era más que un ejemplo de su aversión general por los arcaísmos que, iden­tificados con la rusticitas, antítesis de la elegancia moderna y de la urbanitas, querían eliminar los novi de la lengua de la poesía, pero este empeño estuvo en buena parte contrarrestado por las leyes que un poeta alejandrino profeso tenía que admitir. La obligada mime­sis de los predecesores vino a significar que mucho de lo que podrían rechazar como arcaísmo fue admitido como tradición poética. Así, tampoco Catulo rehúye arcaísmos morfológicos como alis, alid, Troiu- genum, amantum, tetuli, face, citarier, deposivit, lavit, recepso, quis, quicum, uberttm, miseritus, o palabras arcaicas como autumant, grates ago, oppido, nasse, illa tempestóte = illo tempore, cupiens — cupidus, apisci, anotare (en un plegaria, 67, 2), postilla. También en el uso de compuestos Catulo es fiel a la práctica de sus predece­sores. En el poema Peleo y Tetis, que pertenece al género épico, hallamos, por ejemplo, letifer, corniger, caelicola, y raucisonus, ve- ridicus etc. Pero en los demás poemas acuña compuestos que van más allá de estos tipos bien establecidos y rivaliza con sus modelos alejandrinos aventurándose a crear pinnipes, plumipes y silvicultrix. También los ornamentos de estilo son de tipo tradicional, si bien observa un mayor discernimiento en el empleo de la aliteración, que, en general, reserva para efectos especiales:

Thesea cedentem celeri cum classe tuetur. (64, 53.)

plangebant aliae proceris tympana palmisaut tereti tenuis tinnitus aere ciebant. (Ibíd., 261-2.)

Otros ejemplos (“frigoraque et famen”, 28, 5; libenter... laetus”, 31, 4; “satur supinus” —nótese el asíndeton— , 32, 10) son probable­mente pares de palabras establecidos ya de antiguo en la conversa­ción ordinaria. Encontramos también un recurso de estilo digno de

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particular mención en vista de su importancia en la praxis de Virgi­lio: si en un verso aparecen dos nombres y uno de ellos ha de ser calificado por un adjetivo, para lograr un equilibrio se dota al otro nombre de un epíteto. Además, en tales grupos de palabras se adop­ta un orden altamente artificial, en el que los adjetivos se disponen en paralelo o forman un quiasmo:

a b A Binrita ventosae linquens prom íssa procellae. (64, 59.)

pero

non flavo retinens subtilem vértice mitram,non contecta levi velatum pectus amictunon tereti strophio lactentis viñeta papillas. (Ibíd., 63 ss.),

donde la disposición es diferente en las tres líneas sucesivas: (1) abÁB, (2) abBA, (3) aAbB. Finalmente, veamos un ejemplo de la disposición quiástica: “ausi sunt vada salsa cita decurrere puppi” (64, 6) = AabB.

Ahora que hemos esbozado las líneas maestras del desarrollo gradual del instrumento de expresión poética que los romanos for­jaron con materiales indígenas bajo la guía de los griegos, es el mo­mento de pasar a Virgilio. Poeta romano formado en la tradición alejandrina, pagó a sus predecesores el tributo de la imitación. La majestad de su tema y las leyes del género prescribían una lengua de colorido y ornamentación ennianos. El fondo virgiliano de pala­bras “poéticas” básicas es el de sus predecesores (ales, almus, aequor, amnis, arbusta, caelestes, coma, ensis, genetrix, letum, mortales, pro­les, etc.), con su marcada preferencia por los verbos simples (linquo, temno, sido, suesco). Las innovaciones de Virgilio están también fun­didas en el molde tradicional: adjetivos en -eus (arbóreas, frondeus, fumeus, funereus); en -alis, -ilis (armentalis, crinalis, flexilis, glaciar- lis, sutilis); en -bilis (enarrabilis, immedicabilis, ineluctabilis); en -osas (onerosas, nimbosas, undosas, montosas); verbos incoativos en - esco (abolesco, crebresco, inardesco); frecuentativos (conveclo, domito, hebeto, inserto); nombres de agente en -tor, -trix (funda- tor, latrator, pugnator); neutros en -men ( gestamen, libamen, luc- tamen). Pero la exquisita sensibilidad de Virgilio no pudo ignorar lo que se había logrado a través de la investigación y experimenta­ción de los novi. Por otra parte, como poeta cuidadoso en extremo, se veía obligado a rechazar una erudición que resultara opresiva y pedante y destruyera el efecto moral y emocional. Por eso Virgilio, aun permaneciendo fiel a la lengua de sus predecesores en la épica, no se aleja demasiado de las formas del habla contemporánea. Por

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ejemplo, no usa arcaísmos como duona, sos, endo, danunt, escit, ni antiguas formas metaplásticas como caelus, sanguen, flucti, lavere, si bien algunas de ellas fueron rechazadas más por “vulgares” que por arcaicas (véase capítulo VI); no emplea tampoco adverbios del tipo rarenter, disertim y contemptim. Quedan también eliminadas las “glossae” dialectales como cascus, baeto, perbito, que tal vez con­sideraba como “ex ultimis tenebris repetita” (cf. Quintiliano, 8, 3, 27). Es cierto que tenemos ejemplos de genitivo en -di, de olle y quls, de formas verbales en -ier, faxo, fuat, de las partículas ast, ceu, y de pone. Pero estos arcaísmos no están introducidos indiscriminada­mente como tendentes a dar un vago colorido poético. Algunos, na­turalmente, estaban impuestos por las exigencias (lenibat, nutribant, maerentum) o conveniencias (infinitivos en -ier en el quinto pie: aecingier artes) de orden métrico. Otros comparecen en evocaciones deliberadas de los predecesores, como, por ejemplo, en el pasaje de tono lucreciano Aen., 6, 724 ss. con su cuidadosa notación de la es­tructura lógica por medio de las partículas principio... hiñe... ergo, el arcaísmo ollis (usado solamente en esta forma por Lucrecio), la aliteración elaborada (p. ej. “mens agitat molem et magno se cor- pore miscet”), que es especialmente frecuente en final de verso (p. ej. “vitaeque volantum, moribundaque membra, carcere caeco”). Podemos notar además el pleonasmo revisant rursus y los numero­sos ecos de la fraseología lucreciana (enniana): globum lunae, modis miris, volantum por avium.

Ahora bien, imitatio aparte, los arcaísmos de Virgilio aparecen usados con delicado y deliberado artificio. Como en el caso de Lu­crecio, están dictados por el tema. Es digno de notarse, por ejemplo, que la forma fuat aparece en Virgilio solamente en un discurso de Júpiter (A., 10, 108), pasaje que será de interés examinar aquí. Las palabras del pater omnipotens están introducidas por el arcaísmo infit. La escena está caracterizada por una aliteración de intensidad enniana:

... eo dicente deum domus alta silescitet tremefacta solo tellus, silet arduus aether,tum Zephyri posuere, premit placida aequora pontus.

E l parlam en to se abre con un grandioso “d ico lon abu n d an s” :

accipite ergo animis atque haec mea Agite dicta.

El veredicto, que comienza con el majestuoso polisílabo quando- quidem “como quiera que” —nunca usado por Cicerón en sus dis­cursos ni por César— , tiene una estructura binaria equilibrada en­raizada en la lengua de la religión y el derecho:

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 119quandoquidem Ausonios coniungi foedere Teucrishaud licitum, neo vestra oapit discordia ftnern:quae cuique est fortuna hodie, quam quisque seoat spem,Tros Rutulusne fuat, nullo discrimine habebo, seu fatis Italum castra obsidione tenentur sive errore malo Troiae monitisque sinistris,

En la última línea recordamos el dolo malo de las leges sacrae y el sinister de la lengua augural. El arcaísmo fuat encuentra, pues, su lugar en un contexto mayestático en que el padre de los dioses y los hombres aparece sentado en el trono desde el que dicta su justicia. Marouzeau ha llamado la atención sobre una serie de casos en que tales arcaísmos dan color a la lengua hablada por los dioses: quia- nam es usado por Júpiter (10, 6), moerorum por Venus (10, 24), ast por Juno (1, 46). No podría hallarse una ilustración mejor de la afirmación de Quintiliano “verba a vetustate repetita... adferunt ora- tioni maiestatem aliquam” (I, 6, 39).

También la Sibila habla en una lengua que no es de este mundo:

olli sic breviter fata est longaeva sacerdos:Anchisa generate, deum certissima proles.

Todo este pasaje (6, 317-36), que describe la llegada de Eneas a la Éstige, es particularmente rico en colorido arcaico: enim “en ver­dad”, la asonancia inops inhumataque, la anástrofe haec litara cir- cum, la significación arcaica de putans, el locativo animi, y finalmen­te la expresión ductorem classis, que, como una antigua gema en una montura moderna de “glossae”, forma el espléndido verso

Leucaspim et Lyciae ductorem classis Orontem. (334.)

En este pasaje podemos notar, además, las reminiscencias ennianas vada verrunt y vestigia pressit; las expresiones patronímicas Anchi­sa generate y Anchisa satus, propias del estilo épico latino desde Li- vio Andrónico; el grecismo sintáctico (es una “glosa)” iurare nu­men, y finalmente la construcción no latina -que... -que, “calco” acuñado por Ennio como práctico final de hexámetro en la línea de expresiones homéricas como óXíyov te <¡>íáov te , TtóXepoí te pócxoci te, etcétera.

Virgilio recurre también al arcaísmo cuando tiene que evocar la solemnidad de la plegaria (p. ej. alma, nequiquam) :

alma, precor, miserere, potes namque omnia nec te nequiquam lucís Hecate praefecit Avernis. (6, 117-8.)

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La misma base tiene la significación de un detalle aparentemente in­significante: el arcaico atque introduciendo un pasaje que evoca el patitos del cadáver insepulto:

atque lili Misenum in litore sicco ut venere vident indigna morte peremptum. (162 s.)

Estas líneas, con su repetición de Misenum y la “glosa” Aeoliden, marcan el climax de un pasaje rico en colorido y fraseología ennia- nos (p. ej. “caecosque volutat eventus animo secum; vestigia figit; multa ínter sese vario sermone serebant”), en que Virgilio ha pro­digado todos los recursos de su magia verbal:

quo non praestantior alter aere ciere viros Martemque accendere cantu. (164 s.)

sed tum forte cava dum personat aequora concha, demens, et cantu vocat in certamina divos, aemulus exceptum Tritón, si credere dignumst, inter saxa virum spumosa immerserat unda. (171 ss.)

Finalmente,

tum iussa Sibyllae,haud mora, festinant flentes aramque sepulcro congerere arboribus caeloque educere oertant. itur in antíquam silvam, stabula alta ferarum: procumbunt piceae, sonat icta securibus ilex, fraxineaeque trabes cunéis et fissile robur scinditur, advolvunt ingentis montibus omos. (176 ss.)

El resto del episodio de Miseno servirá para ejemplificar otro recurso del arte virgiliano. La “glosa”, según hemos visto, era uno de los recursos tradicionales del género épico, y como tal lo emplea­ron los predecesores de Virgilio al modo de los griegos, si bien Lu­crecio habla sido notablemente más moderado en el uso de este ornamento que Ennio, Cicerón o Catulo. También Virgilio se auto- limita en el empleo de este recurso, cuyo uso excesivo habría llevado al barbarismo (véase p. 107). Al igual que los arcaísmos, la “glosa” queda reservada para efectos especiales. Si, como debe hacerse, ex­cluimos de la definición de “glosa” las palabras que pertenecen al fondo común de la dicción poética (letum, amnis, etc.), podemos no­tar en el pasaje en cuestión los términos augúrales (ob)servare, ag- noscere, optare, laetus, y las rebuscadas expresiones rituales de la escena funeraria con sus “glossae” pyra, en lugar del término indi-

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gena, rogus, y cadus por situla, y finalmente la escansión griega de cráteres.

Sería vano intentar una espectrografía de la música verbal de Virgilio con sus complejas armonías y sus cambiantes esquemas de asonancia. Sin embargo, la estructura y ornamentación retóricas son un capítulo de gran importancia en la. poesía postaugústea y exigen al menos una breve referencia. Durante el último siglo de la República, un completo aprendizaje de la retórica griega había llegado a ser una parte normal de la educación de un romano. En esta escuela aprendieron los romanos la técnica de la prosa artística y la construcción de períodos complejos equilibrados (véase el apar­tado siguiente). La adaptación del período artístico a la poesía del hexámetro no fue el menor de los logros de Virgilio; es un punto en el que dejó muy atrás a sus predecesores. El poeta “arcaico” Lucre­cio y el “neotérico” Catulo habían fracasado ambos en su intento de resolver este problema; sus largos períodos (véase Skutsch, Aus Vergils Frühzeit, p. 65) carecían de armonía y equilibrio internos y consistían en su mayor parte en simples sartas de oraciones subor­dinadas. Ahora bien, Virgilio había aprendido de sus maestros de retórica que la prosa de tensión emocional elevada no exige largos períodos elaborados con las partes subordinadas cuidadosamente conectadas con la idea central, hipotaxis, sino parataxis, con supre­sión de las partículas de conexión lógica. Preguntas retóricas, excla­maciones, oraciones rápidas y breves mutuamente equilibradas, con simetría marcada por recursos como la antítesis, la anáfora, el ho- moioteleuton, el quiasmo..., tales eran los recursos prescritos para la consecución de fuerza, energía e intensidad (beivÓTqt;) en la pro­sa. 2 Fue este estilo el que Virgilio introdujo en la épica romana.

En primer lugar su período raramente excede la longitud de cua­tro hexámetros, el óptimo prescrito por Cicerón (véase el apartado siguiente y cf. Cicerón, Orator, 222). Así, la narración que abre el libro VI de la Eneida empieza con dos períodos, cada uno de los cuales consiste en tres “cola” coordinados (véase el apartado si­guiente) :

sic fatur lacrimans, classique immittit habenas, et tándem Euboicis Cumarum adlabitur oris. obvertunt pelago proras; tum dente tenaci ancora fundabat navis et litora eurvae praetexunt puppes.

Esta sencillez es característica constante del estilo narrativo de Vir­gilio. Pero en el estilo “asiánico” de la prosa patética, la sencillez de

2. Véase W. K roll, “Neue Jahrb.”, 1903, pp. 23 s.

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la estructura sintáctica está compensada por los elaborados artifi­cios retóricos de la “concinnitas” (véase el apartado siguiente), la antítesis, el orden de palabras y la asonancia. También en Virgilio incluso las oraciones simples presentan esa clase de estilización re­tórica. Podemos notar, por ejemplo, el tricolon “de magnitud cre­ciente” :

bella, hórrida bellaet Thybrim multo spumantem sanguine. (6, 86 s.)

El tricolon con anáfora:

ante fores súbito non voltus, non color unus, non comptae mansere comae. (Ibíd., 47 s.)

El kúkXoc; encessas in vota precesque

Tros, ait, Aenea, cessas? (Ibid., 51 s.)

Compáresesocer arma Latinus habeto

impertan sollemne socer. (12, 192 s.)

El “dicolon abundans” en

errantisque déos agitataque numina Troiae (6, 68),

y compárese

omnia praecepi atque animo mecum ante peregi. (Ibid., 105.)

Tales estructuras binarias equilibradas son particularmente carac­terísticas de nuestro autor:

fataque fortunasque virum moresque manusque. (Ibid., 683.)

quos dulcís vitae exsortis et ab ubere raptos abstulit atra dies et funere mersit acerbo. (Ibid., 428 s.)

Compáresequi sibi letum

insontes peperere manu lucemque perosi proiecere animas. (Ibid., 434-6.)

sed revocare gradum superasque evadere ad auras, hoc opus, hic labor est. (Ibid., 128 s.)

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nunc anirais opus, Aenea, nunc pectore firmo. (Ibíd., 2fil.)

(Aeneas) maesto defixus lumina voltu ingreditur | linquens antrum | caecosque volutat eventus animo secum. (Ibíd., 156-8),

donde las dos oraciones principales coordinadas, de catorce sílabas cada una, dan escolta a la frase participial central. A menudo la si­metría está, subrayada por asonancias cuidadosamente dispuestas. Los pasajes que siguen ejemplifican uno de los recursos favoritos de Virgilio: homoioteleuton de palabras colocadas en las posiciones inicial y final de verso:

talibus Aeneas ardentem et torva tuentem lenibat dictis animum lacrimasque ciebat. illa solo flxos oculos aversa tenebat. (6, 467-9.)at regina, nova pugnae conterrita sorteflebat, et ardentem generum moritura tenebat. (12, 54 s.)nec minus interea Misenum in litore Teucri flebant et cineri ingrato suprema ferebant. (6, 212-3.)pars calidos latices et aena undantia flammisexpediunt corpusque lavant frigentis et unguunt. (Ibid., 218-9.)

it tristis ad aethera clamorbellantum iuvenum et duro sub Marte cadentum. (12, 409-10.)

Es, naturalmente, en los discursos donde encontramos los esque­mas estructurales más complejos. El discurso de Palinuro (6, 347 ss.) puede servir como ejemplo. Empieza con un par coordinado de “cola” de igual longitud (“parison”), con el equilibrio marcado por homoio­teleuton:

...ñeque te Phoebi cortina fefellit,dux Anchisiade, nec me deus aequore mersit.

La misma “isocolia” se mantiene y subraya cuidadosamente a lo lar­go del pasaje: p. ej.:

cui datus haerebam custos cursusque regebam. (6, 350.) paulatim adnabam terrae, iam tuta tenebam. (358.) ferro invasisset praedamque ignara putasset. (361.)

En spoliata armis, excussa magistro (por excusso magistro) la cons­trucción está forzada para mantener el paralelismo. Notamos de paso la disposición de adjetivos y nombres (abBA) en:

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tris Notus hibernas immensa per aequora noctes. (355.)

Finalmente, como ha subrayado Norden, todo el discurso tiene una disposición ordenadamente retórica con un breve “prooemium” (... mersit), una “narratio” (namque... in litare venti) y un epílogo, que toma la forma de una “commiseratio” que culmina en dos ver­sos de estudiada aliteración:

da dextram misero et tecum me tolle per undas, sedibus ut saltem placidis in morte quiescam. (370 s.)

En manos de Virgilio el largo proceso de perfeccionamiento de los recursos indígenas bajo la supervisión de la técnica griega alcanzó su cima, y la lengua latina quedó por fin modelada como poderoso y sensible instrumento de poesía elevada.

Si bien no forma parte de nuestra tarea el rastrear la influencia de Virgilio como poeta y pensador — y la poesía romana no iba a mantenerse largo tiempo en estas alturas— , podemos decir que su influencia en la historia subsiguiente de la lengua literaria fue in­mensa. Sufriendo la suerte de los más grandes autores, pasó a con­vertirse en texto escolar, se le aprendió de memoria, se le recitó, se le hizo víctima de la “explication des textes”, se le analizó y, Anal­mente, se le descuartizó para sacar de él ejemplos de las reglas gramaticales. De este modo todo estudioso y todo copista se con­virtió en un virgiliano. Pero nos estamos anticipando, y es el momen­to de rastrear el desarrollo paralelo de la prosa latina artística.

B . L a l e n g u a de l a pr o sa l it e r a r ia

La fuente esencial de toda lengua literaria es la lengua hablada en sus varias formas y modalidades. A partir de ese material bruto, la mayor parte de las sociedades humanas, especialmente tras la in­vención de la escritura, han desarrollado formas particulares de expresión lingüística que, aunque difíciles de definir, podemos cla­sificar como “literarias”. Al rastrear las líneas maestras del desarro­llo de la prosa literaria latina hemos de tener en cuenta algunas consideraciones de importancia. Es normalmente en la, esfera de la religión y en la del derecho donde se dan los primeros pasos que distinguen la expresión literaria formal de la lengua coloquial. Para orientar al hombre en su conducta con respecto a los dioses y a sus semejantes se formulan reglamentaciones. Tales fórmulas religiosas y legales que recogen el mos maiorum, transmitidas de generación en generación, conservan formas arcaicas de expresión. De ahí que

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una lengua literaria que se desarrolle a partir de ellas sea una mez ­cla de lo coloquial y lo arcaico. Consideraremos luego las formas de la expresión persuasiva e impresiva, la retórica natural que la expe­riencia creciente y la autocrítica transformarán en un cuerpo cohe­rente de doctrina. En este punto los romanos son especialmente deudores de los griegos, si bien algunos de sus recursos estilísticos estaban bien enraizados en el suelo itálico. En particular, la insis­tencia en la “claridad” (aoccpriveia) como principal virtud del discurso eficaz significa que las interrelaciones de las partes de un pensa­miento complejo deben hallar explícita expresión lingüistica. De acuerdo con ello, la ingenua yuxtaposición de oraciones simples es gradualmente desarrollada para formar el período complejo con cuidada subordinación de sus partes constituyentes. Finalmente nos enfrentaremos con otro problema constantemente planteado: la cen­tralización del gobierno en los estados organizados, el dominio de una cierta clase, el prestigio de que disfrutan sus hábitos sociales, de los que no es el menos importante el modo de hablar, vienen a dar como resultado el desarrollo e imposición de una lengua estándar. En latín este prejuicio de clase está resumido en la palabra urba- nitas.

Con relación a las primeras etapas del desarrollo de la prosa la­tina estamos aún peor informados que al respecto de la poesía, por lo escaso de la documentación conservada. Tenemos, desde luego, los fragmentos de las X II Tablas citados por los autores posterio­res. Ahora bien, en su mayor parte consisten en ordenanzas desnu­das, sucintas, de la más simple estructura: p. ej. si in ius vocat ito. ni it, antestamino. igitur em capito. Lo más característico de este estilo es que no hay expresión explícita del sujeto del verbo,' que tiene que ser sobreentendido a partir del contexto: “si (un deman­dante) emplaza (a un demandado) ante el tribunal, (el demandado) ha de comparecer. Si no comparece, (el demandante) debe llamar a un testigo. Luego hágalo detener”. Esta peculiaridad sintáctica, como otros muchos puntos de las X II Tablas, tiene su correspondencia en las leyes griegas arcaicas. Así, la ubicua influencia griega se reve­la incluso en los más primitivos y aparentemente más romanos documentos de la lengua latina (véase supra).

Al igual que la poesía, la prosa literaria comienza con traduc­ciones del griego; como testimonio más antiguo conservado de la literatura latina en prosa tenemos los pasajes citados por Lactan- cio de la traducción enniana de la 'lepa ávaypa<pr| de Evémero. Que Lactancio conservó la lengua de Ennio (en los frags. I, III, IV, VI-VIII, X I) sin alteraciones verdaderamente importantes ha sido recientemente reafirmado de modo irrebatible. Sus principales ca­racterísticas aparecen en el pasaje siguiente:

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exim Satumus uxorem duxit Opem. Titán, qui maior natu erat, postulat ut ipse regnaret. ibi Vesta mater eorum et sórores Ceres atque Ops suadent Saturno, uti de regno ne concedat fratri. ibi Titán, qui facie deterior esset quam Satumus, idcirco et quod vide- bat matrem atque sórores suas operam daré uti Satumus regnaret, concessit ei ut is regnaret. itaque pactus est cum Saturno, uti si quid liberum virile secus ei natum esset, ne quid educaret. id eius rei causa fecit, uti ad suos gnatos regnum rediret. tum Saturno filius qui primus natus est, eum necaverunt. deinde posterius nati sunt gemini, Iuppiter atque Iuiio. tum Iunonem Saturno in con- spectum dedere atque Iovem clam abscondunt dantque eum Vestae educandum celantes Saturnum. Ítem Neptunum clam Saturno Ops parit eumque clanculum abscondit. ad eimdem modum tertio partu Ops parit geminos, Plutonem et Glaucam. Pluto Latine est Dis pater, alii Orcum vocant. ibi flliam Glaucam Saturno ostendunt, at fllium Plutonem celant atque abscondunt. (Frag. III (Vahien, p. 223) = Warmington, R. O. L., I, 418, s.)

Puntos particularmente notables en este pasaje son la sencillez de su estructura sintáctica, la naiveté de las conexiones de frase ( exim, ibi, tum, deinde posterius, etc.) y el uso redundante del pronombre anafórico is1.

Si es probable que Ennio recoja fielmente el estilo de los pasa­jes correspondientes de Evémero, quien habría afectado intencio­nalmente el estilo de la primitiva narrativa popular griega, hay que notar también que tales naivetés son característica universal de la narrativa popular, desprovista de ornato. Las hallamos en igual me­dida en el ejemplo del sermo inliberalis citado por el autor de la Rhetorica ad Herennium (4, 11, 16):

“hic tuus servus me pulsavit”, postea dicit hic illi: “considerabo”. post ille convicium fecit et magis magisque praesente multis cla- mavit!

Podemos comparar también un pasaje del analista Calpurnio pisón (citado por Gelio, 7, 9):

Cn. Plavius, patre libertino natus, scriptum faciebat, isque in eo tempore aedili curuli apparebat quo tempore aediles subrogantur, eumque pro tribu aedilem curulem renuntiaverunt;

o el pasaje de un discurso de G. Graco citado por Aulo Gelio, con el comentario de que está en el tono propio de la conversación or­dinaria (10, 3, 5):

3. Véase E. Latjghton, “Eranos”, XLIX, 1951, pp. 35 ss.; E. F rmbnkel, ibíd,, pp. 50 ss.

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hls annis paucis ex Asia missus est, qui per id tempus magistratura non ceperat, homo adulescens pro legato, ¿s in lectica ferehatur. ei obviam bubulcus de plebe Venusina advenit...;

y finalmente un pasaje del manual práctico de agricultura debido a Catón:

alvom si voles deicere superiorem, sumito brassicae quae levissima erit P. lili, inde facito manípulos aequales tres conligatoque. postea ollam statuito cum aqua. ubi occipiet fervere, paulisper demittito unum manipulum. fervere desistet. postea ubi occipiet fervere, pau­lisper demittito ad modum dum quinqué numeres; eximito, item facito alterum manipulum, item tertium. Postea conicito, contundi- to... (De agr., 156, 2.)

Nuestro estudio del progreso de la prosa a partir de formas tan simples de expresión puede empezar por Catón, que se sitúa al final del período arcaico. Pese a todo su fervor antihelénico y a su afirma­ción de que todos los que se dedicaban al estudio de la poesía y asistían a convivía no eran más que unos tunantes (grassatores) , y a su receta para escritores rem teñe verba sequentur, él mismo no estaba del todo incontaminado de las artes de los aborrecidos grie­gos. La base coloquial de su lengua es evidente en ejemplos carac­terísticos como nemo homo, los diminutivos pauculos homines, me- diocriculum exercitum, los adverbios derepente, desabito, nimis = “muy”; futare = saepius fuisse, en is e ibi superfluos, y en los nu­merosos anacolutos de su sintaxis. Debemos contar también aquí los numerosos compuestos verbales, especialmente los en con-, que ya vimos que eran característicos de la lengua coloquial. En un pasaje de Catón (De agr., 129) encontramos confodere, conspargere, combi- bere, comminuere, coaequare. Nótense también los “hipercaracte- rizados” coaddo y dishiasco. Entre sus arcaísmos podemos mencio­nar el pronombre quís (abl. plur.), las formas verbales imposivi, experirus, los infinitivos en -ier. Es posible, desde luego, que algu­nas de éstas fueran formas contemporáneas; pero que Catón usó arcaísmos como un recurso deliberado para proporcionar dignidad y solemnidad a su estilo es evidente; por citar sólo un ejemplo, véase el fragmento del De sumptu que termina: “vide sis quo loco res publica siet uti quod rei publicae bene fecissem, unde gratiam ca- piebam, nunc ídem illud memorare non audeo, ne invidiae siet. ita inductum est male facere impoene, bene facere non impoene licere”. Aquí, junto con el coloquialismo vide sis encontramos la forma siet que Plauto reserva para final de verso, depósito de arcaísmos. Pero al emplear impoene es aún más arcaizante que Plauto, quien usa la forma impune.

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Entre los recursos de estilo de Catón están los que ya nos resul­tan familiares tras nuestro estudio de Plauto y de la lengua poética. El estilo “rimbombante” primitivo quedará suficientemente ejempli­ficado por un pasaje del discurso En defensa de los rodios:

scio solere plerisque hominibus rebus secundis atque prolixis atque prosperis animuni excellere atque superbiam atque ferociam auges- cere atque crescere. (21, 8 s., J.)

Los tradicionales dicola aliterativos en asíndeton aparecen en el dis­curso contra Galba: “multa me dehortata huc prodire: anni aetas vox vires senectus”. Y no faltan ejemplos de aliteración (“asperri- mo atque arduissimo”) y de otras formas de asonancia como el ho- moioteleuton, para cuya consecución no dudó en acuñar palabras nuevas: p. ej. “aestate frígido, hieme formido” (87, 10 J.), y optio- natus en “maiores seorsum atque divorsum pretium paravere bonis atque strenuis: decurionatus, optionatus, hastas donaticas aliosque honores” (39, 3 J.). También fugella en la figura etymologica “fugit... fugella” (45, 6 J.) es un ejemplo del juego de palabras frecuente en este estilo un tanto primitivo: cf. “cognobilior cognitio” (26, 10 J.), “honorem emptitavere, malefacta benefactis non redemptita- vere” (69, 7 J.). Tales recursos de estilo, como hemos visto, eran endémicos en Italia. A éstos tenemos que añadir la influencia de la poesía de Ennio en la prosa primitiva. Encontramos en gran medida los mismos procedimientos de formación de palabras: p. ej. los abs­tractos en -ludo, como en el duritudo de Catón; adjetivos en -bun- dus (“ñeque enim tuburchinabundum et lurchinabundum iam in nobis quisquam ferat, licet Cato sit auctor”, Quintiliano, 1, 6, 42); -osus (disciplinosus, consiliosus, victoriosus son atribuidos a Catón por Gelio, 4, 9, 12); adverbios en -im y -ter (p. ej. pedetemptim, arenter) y verbos frecuentativos en - tare, -itare (emptitare). Sin duda muchas de estas palabras fueron resultado de los procedi­mientos analógicos normales; tales coincidencias de lengua no tie­nen, pues, por qué ser prueba de una deuda de Catón con la lengua de la poesía. Ahora bien, la influencia de Ennio es particularmente clara en “deinde postquam Massiliam praeterimus, inde omnem classem ventus auster lenis fert, mare velis florere videres” (34, 4 ss. J.), y en frases tales como dum se intempesta nox praecipitat, sub tela volantia y el multi mortales del pasaje que sigue, proceden­te del discurso contra Quinto MInucio; en él se verá a qué cimas de pattvos y fuerza logró llegar esta prosa arcaica:

dixit a decem viris parum bene sibi cibaria curata esse. iussit vesti­menta detrahi atque flagro caedi. decem viros Bruttiani verbera- vere. videre multi mortales, auís hanc contumeliam, quis hoc impe-

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rium, quis hanc servitutem ierre potest? nemo hoc rex ausus est facere: eane fieri bonis, bono genere gnatis, boni consulitis? ubi societas, ubi fides maiorum? insignitas iniurias, plagas, verbera, vi- bices, eos dolores atque carnificinas per dedecus atque maximam contumeliam inspectantibus popularibus suis atque multis morta- libus te facere ausum esse! set quantum luctum, quantum gemitum, quid lacrimarum, quantum fletum factum audivi? servi iniurias nimis aegre ferunt. quid illos bono genere natos, magna virtute prae- ditos opinamini animi habuisse atque habituros, dum viverent? (41 J.)

Eran, sin duda, pasajes como éste los que Cicerón tenia en el pensamiento cuando escribía (Brutus, 294): “orationes autem eius ut illis temporibus valde laudo: significant enim formam quandam ingeni, sed admodum impolitam et plañe rudem”. Tal era la lengua de la prosa elevada latina hacia mediados del siglo i i a. C.: una mezcla de la lengua coloquial con las formas arcaicas de los car­mina religiosos y de las fórmulas legales, embellecida con cosméti­cos indígenas, con los lumina de la retórica griega y con las flores de la dicción poética contemporánea. Fue esta curiosa amalgama la que en el curso del siglo siguiente se fue refinando para dar lugar a la lengua de la prosa clásica. El proceso fue esencialmente de selección y exclusión, la persecución de la latinitas bajo la bandera de la urbanitas. El modo en que esta actitud excluyente y puntillosa se desarrolló entre los romanos es difícil de rastrear. Sin duda el rápido crecimiento del proletariado urbano, con la inmigración de gentes que hablaban un latín dialectal o mal asimilado, estimuló el espíritu de superioridad y la conciencia de clase de la aristocra­cia dominante. Desde luego Cicerón, al lamentar la decadencia de la latinidad pura a partir de la época de Escipión, la achaca a la incor­poración de elementos nuevos a la población de la ciudad:

sed omnes tum fere, qui nec extra urbem hanc vixerant ñeque eos aliqua barbaries domestica infuscaverat, recte loquebantur. sed hanc certe rem deteriorem vetustas fecit et Romae en in Graecia. con- fluxerunt enim et Athenas et in hanc urbem multi inquínate lo- quentes ex diversis locis. quo magis expurgandus est sermo... (Brutus, 258.)

La mención del mismo fenómeno en Grecia, donde el movimiento aticista había empezado hacia el 60 a. C., suscita necesariamente la sospecha de que la urbanitas es un ejemplo más del dominio de Grecia sobre la vida y la teoría literarias de Roma, donde los efectos de la purga fueron, por cierto, poderosos y saludables. La “intelli- gentsia” romana, que se mantenía en una posición de consciente

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superioridad sobre la bullente vida de la capital, inició un proceso de £evr]Xaaícc lingüística: la eliminación de lo rústico, lo provincial y lo extranjero (“ñeque solum rusticam asperitatem sed etiam pere­grinan! insolentiam fugere discamus”, De or., 3, 44). De las muchas declaraciones programáticas podemos escoger una debida a Cice­rón. Confiesa en un pasaje la dificultad que experimenta para definir la urbanitas, particularmente en cuestiones de pronunciación:

qui est, inquit, iste tándem urbanitatis color? nescio, inquam; tan- tum esse quendam scio. id tu, Brute, iam intelleges cum in Galliam veneris; audies tum quidem etiam verba quaedam non trita Romae,

, sed haec mutari dediscique possunt. illud est maius, quod in voci- bus nostrorum oratorum retinnit quiddam et resonat urbanius. (Bru- tus, 171.)

En otros lugares da algunas orientaciones en materia de pronuncia­ción, por ejemplo de la -s final.

quin etiam, quod iam subrusticum videtur, olim autem politius, eorum verborum, quorum eaedem erant postremae duae litterae quae sunt in optlmus, postremam litteram detrahebant, nisi vocalis insequebatur. (Orator, 161.)

En otro punto, la aspiración de consonantes, confiesa que su quis­quillosa obstinación acabó por ceder ante el uso popular:

quin ego ipse, cum scirem ita maiores locutos ut nusquam nisi in vocali aspiratione uterentur, loquebar sic ut pulcros, Cetegos, trium- pos, Cartaginem dicerem; aliquando, idque sero, convicio aurium cum extorta mihi veritas esset, usum loquendi populo concessi, scientiam mihi reservavi. (Orator, 160.)

Pero es en el De oratore donde delinea los capítulos fundamentales de la pura latinidad: corrección léxica y morfológica, con la debida atención al número y al género:

ut Latine loquamur non solum videndum est ut et verba efferamus ea quae nemo iure reprehendat, et ea sic et casibus et temporibus et genere et numero conservemus ut ne quid perturbatum ac dis- crepans aut praeposterum sit, sed etiam lingua et spiritus et vocis sonus est ipse moderandus. (De or., 3, 40.)

Será conveniente seguir el desarrollo de la purga purista y el sur­gir del canon clásico ateniéndonos a las rúbricas indicadas.

Hemos tenido ya ocasión de mencionar algunas de las vacilacio­nes morfológicas del latín arcaico, la confusión de género, las for­mas fluctuantes de declinación, conjugación y formación de palabras. Catón podía todavía permitirse emplear los genitivos illi, alii, soli,

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nulli y los dativos femeninos unae, eae, illae. Encontramos, además, clivum por clivus, sagus por sagum. Otras formas no clásicas son los locativos die proximi y el excepcional genitivo plural analógico bovérum (aparecen en otros lugares las formas regerum, lapiderum, nucerum, naverum). Entre las formas verbales, solui y ausi apare­cen en lugar de los “semideponentes” clásicos, en tanto que sus fltur y fiebantur a duras penas pueden citarse sin repugnancia en un libro que pueda caer en las manos de un joven estudiante. Al igual que para iussitur y possitur, puede alegarse como circunstancia atenuante que potestur fue usado por Ennio y Pacuvio.

También en la sintaxis los puristas restringieron la mucho ma­yor libertad de los escritores arcaicos, quienes, por ejemplo, tenían a su disposición en la oratio obliqua no sólo el acusativo con infi­nitivo, sino también quod y ut (p. ej. “narrat ut virgo ab se integra etiam nunc siet”, Terencio, Hec., 145). El indicativo en las interroga­tivas indirectas había sido desde siempre algo usual. En este punto César y Cicerón muestran una curiosa divergencia, pues el primero evita el indicativo absolutamente, mientras que el segundo presenta nada menos que cincuenta y cuatro ejemplos, la mitad de los cua­les aparecen en sus cartas. En el uso de los casos podemos señalar la neutralización temporal por parte de los autores clásicos de la tendencia a reemplazar simples casos por giros preposicionales; p. ej. ad con acusativo en lugar del dativo: ad praetores... honora- riurn dabant (Catón, 64, 1 J.); de con ablativo en lugar del genitivo (“si posset auctio fleri de artibus tuis”, 60, 1 J.); ab con ablativo apa­rece también como sustituto del genitivo.

En todo este proceso de poda y escardado, los puristas romanos debieron de guiarse, en primer lugar, por el sano sentido común lin­güístico. Los oradores y abogados del tipo de Craso, a quien alababa Cicerón por su “Latine loquendi accurata et sine molestia diligens elegantia” (Brutus, 143), rechazaron, sin duda, los arcaísmos y arti- flciosidades de dicción por la sencilla razón práctica de que resulta­ban ineficaces. No menos importante fue la influencia de la teoría retórica griega basada en la sana práctica que insistía en la claridad (ocx(¡>i‘|VEioc), en la logicidad y en la evitación de la ambigüedad como principales virtudes retóricas. Fue, sin lugar a dudas, para conse­guir claridad por lo que los autores romanos tamizaron los múlti­ples recursos de la lengua preclásica en un esfuerzo por alcanzar el ideal del mot juste para cada noción y el de una construcción para expresar cada relación sintáctica. Asi, el simple ablativo de tiempo es el único usado por Cicerón y César, en tanto que los autores anteriores se habían permitido emplear in tempore, etc. También clásica es la impresión de refinamiento que puede producir el abla­tivo instrumental en expresiones como máximo clamore con el apo­

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yo de cum, si bien la preposición aparece ya en autores anteriores. De modo similar, el uso de cum con un simple ablativo modal (cum salute) se convierte en canónico sólo en la prosa clásica. Dos ejemplos más bastarán para ilustrar la tendencia general a eliminar los do­bletes sintácticos. El uso de si en el sentido del ing. whether, intro­duciendo interrogativas indirectas, que es frecuente en latín arcaico y lo fue también sin duda en la lengua coloquial de la época clásica —aparece en las cartas de Cicerón— , es evitado en la prosa clásica, probablemente sobre la base de que a esta conjunción le quedaba reservado el valor del ing. if. De modo similar, la conjunción multi- funcional ut en Cicerón abandona los siguientes valores: “desde que”, “donde”, “cómo” (excepto en la exclamación vides ut, etc.), “como si” = quasi quidem; tampoco emplea Cicerón un simple ut para introducir exclamaciones independientes. 4

Es, sin embargo, en el vocabulario donde la elegantia, la puntillo­sa selectividad del clasicismo, resulta más evidente. Cicerón, ala­bando el buen gusto ateniense, había escrito:

quorum semper fuit prudens sincerumque iudicium, nitoil ut pos- sent nisi incorruptum audire et elegans. eorum religioni cum servi- ret orator, nullum verbum insolens, nullum odiosum ponere aude- bat. (Orator, 25.)

Una palabra insólita y chocante del tipo indicado era, por ejemplo, la preposición af: “insuavissima praepositio est af, quae nunc tan- tum in accepti tabulis manet ac ne his quidem omnium” (Or., 158), o también las palabras compuestas de factura no latina, que Cicerón rechaza: “asperitatemque fugiamus: habeo ego istam perterricrepam itemque versutiloquas malitias” (Or., 164). César, según Gelio (1, 10, 4), había hecho una declaración de principios similar: “ut tamquam scopulum sic fugias inauditum atque insolens verbum”. Cicerón escribió, alabando el exquisito sentido de la lengua que Cé­sar poseía: “sed tamen, Brute, inquit Atticus, de Caesare et ipse ita iudico... illum omnium fere oratorum Latine loqui elegantissime” (Brutus, 232), una sensibilidad que no era mero producto de una domestica consuetudo, sino que estaba basado en la lectura intensiva y el estudio diligente de obras incluso recónditas. Con tales princi­pios los autores clásicos pusieron mano a la tarea de clarificar el enmarañado desarrollo de su lengua literaria heredada. Los auto­res de los textos religiosos y legales, en sus denodados esfuerzos por abarcar toda posible manifestación de la actividad divina y de la inventiva e iniquidad humanas, habían desarrollado fórmulas como:

4. Véase W. K roll, “Glotta”, XX II, 1933, pp. 1 ss.

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neve post hac Ínter sed coniourase neve comvovise neve conspondise neve conpromesise velet neve quisquam fidem ínter sed dedise velet. (Senatus Consultum de Bacchanalibus, 12 s.)

Tales acumulaciones de sinónimos, cuyo nombre técnico es “conge­ries”, habían llegado a ser, como hemos visto, una característica del estilo elevado, y fueron muy empleadas incluso por Cicerón en sus primeras obras hasta que Molón de Rodas puso diques a su juvenil redundancia (“is dedit operam, si modo id consequi potuit, ut nimis redundantis nos et supra fluentis iuvenili quadam dicendi im- punitate et licentia reprimeret et quasi extra ripas diffluentis coerce- ret”, Brutus, 316). De hecho la prosa clásica eliminó, de los compues­tos verbales vistos más arriba que significaban “conspirar”, todos excepto coniurare, si bien añadió conspirare, no incluido en el texto que examinamos. Ahora bien, mientras que los principios teóricos concernientes a la elegantia representaban un cuerpo de doctrina común, sus aplicaciones prácticas dieron resultados que provocan la perplejidad del lector moderno. La evitación de arcaísmos tales 'como topper, oppido, aerumna, autumo no presenta problemas. Todos ellos fueron rechazados por Virgilio como inadecuados inclu­so para la arcaizante lengua de la poesía, probablemente como ex ultimis tenebris repetita. Por otra parte, la aversión de Cicerón — con posterioridad a los primeros discursos— y César por doñee y su preferencia por dum se debieron tal vez al hecho de que la primera de dichas conjunciones resultaba demasiado ruda y novedosa y no estaba aún libre de la sospecha de vulgarismo. En gran medida po­dría decirse lo mismo de quia frente al preferido quod. Arcaísmo y vulgarismo fueron las Escila y Caribdis entre las que los puristas clásicos pasaron en su penosa navegación.

Una similar sensibilidad frente a los valores de una palabra pue­de explicar por qué César prefiere non modo, non solum, al non tantum favorecido por los que completaron su obra, al ser tantum ambiguo. Se ha señalado también que quomodo y quamquam son evitados por César, y en cambio el segundo aparece cuatro veces en el libro VIII del De bello gallico, debido a Hircio. También mues­tra César una preferencia por priusquam frente a antequam y por posteaquam frente a postquam. Diferencias de valor y factores de vulgarismo y urbanidad pueden dar cuenta de muchas de estas suti­lezas; pero, como sugiere Marouzeau en su examen de estos hechos, no debemos ignorar el factor de la elección personal y de los meros hábitos verbales. ¿Por qué César no emplea nunca quando o mox, y omite casi del todo vgitur en favor de quare e itaque? ¿Por qué su preferencia por timeo frente a vereor y metw? La tendencia de una palabra a reaparecer como por hábito una vez activada puede

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observarse en el empleo en César del raro giro e regione no menos de siete veces en el libro VII de la Guerra de las Gallas, mientras que sólo aparece una en todo el resto del corpus.

A pesar de su insistencia teórica en la evitación de inauditum verbum, los escritores latinos no cesan nunca de lamentar la patrii sermonis egestas en comparación con el griego. Realmente mucho quedaba por hacer antes de que el latín pudiera funcionar como ins­trumento adecuado para las actividades intelectuales superiores. Quizá la más grande contribución de Cicerón a la lengua latina lle­gara con su forzado retiro de la política, cuando se dedicó a la tra­ducción de obras filosóficas griegas. Al hacerlo creó en gran medida el vocabulario del pensamiento filosófico abstracto. Veremos más adelante un ejemplo de su actividad en sus varias tentativas por hallar un equivalente latino del tecnicismo retórico griego nEpío&oq. Una carta a Ático (13, 21, 3) nos permite echar otra apasionante ojea­da al taller de Cicerón. El problema planteado era cómo traducir las palabras ÉitÉ/Eiv y éttoxií en su sentido filosófico de “suspensión del juicio”. Cicerón se había decidido por sustinere (Ac., 2, 94), pero Atico le sugería inhibere, que Cicerón aceptó para luego volverse atrás:

volvamos ahora a lo que nos ocupa; tu sugerencia de inhibere, que yo había encontrado muy atrayente, me parece ahora del todo ina­decuada. El término es típicamente náutico. Yo estaba enterado de ello, naturalmente, pero pensaba que los remeros detenían los remos cuando se les ordenaba inhibere. Mas de que esto no es así me enteró ayer cuando una nave se acercaba a mi villa. Porque no detienen los remos (sustinent),^smp que reman de modo distinto. Esto está muy lejos de énoxq. Asimiles, procura ponerlo en mi libro tal como estaba al principio. Díseío a Varrón por si también él lo ha cambiado. Lo más adecuado es seguir a Lucilio cuando es­cribe :

sustineas currum ut bonus saepe agitator equosque.

Y Carnéades siempre compara la guardia de un púgil (itpo|3oXf|) y el frenar del cochero a la ¿Troxi). En cambio la inhibitio de los re­meros implica movimiento, y bien potente, por cierto, pues se trata de hacer girar la nave sobre sí misma.

A través de una prolongada experimentación en la traducción de tér­minos griegos, Cicerón introdujo en el latín muchas palabras nuevas cinctutis non exaudita Cethegis, y al hacerlo forjó el vocabulario fundamental del pensamiento abstracto que se ha convertido en pa­trimonio común de los pueblos del Occidente europeo: p. ej. gua­ntas (itoióTTjq), quantitas (itooó'njq), essentia (oúata), etc.

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Si bien la cuidadosa selección de las palabras representó un fac­tor decisivo para asegurar la claridad de expresión en que los puris­tas clásicos insistían como primera exigencia, fue en su lograda construcción de períodos complejos donde mostraron mayor virtuo­sismo e hicieron mayor contribución al desarrollo de la prosa euro­pea. Se trataba, ante todo, de la superación de las inconsecuencias de construcción, de los inevitables anacolutos, de las “contamina­ciones”, de las “construcciones según el sentido” y faltas de concor­dancia, del nominativus pendens...; en una palabra, de todas las ilogicidades inherentes a la ligereza de la expresión coloquial que ya hemos examinado más arriba. En un segundo plano estaba la orga­nización de las frases coordinadas inconexas en unidades mayores, con cuidada y explícita subordinación de las varias partes consti­tuyentes al pensamiento principal (la sustitución de la parataxis por la hipotaxis será examinada en detalle en el capítulo X ) . El más importante descubrimiento en la búsqueda de la claridad y equili­brio en el período complejo fue el de que el sujeto debía mantenerse inmutado a lo largo de todo él. La pesadez e inseguridad de un pe­ríodo que ignoraba este recurso es evidente en el siguiente pasaje de las Origines de Catón:

nam ita evenit, cum saucius multifariam ibi factus esset, tamen vul- nus capiti nullum evenit, eumque Ínter mortuos defetigatum vulne- ribus atque quod sanguen eius defluxerat cognovere, eum sustulere, isque oonvaluit, saepeque postilla operam rei publicae fortem atque strenuam perhibuit illoque facto quod illos milites subduxit exerci- tum servavit. (19, 9 ss. J.)

En este pasaje el constante cambio de sujeto exige la tediosa repe­tición del anafórico is, eum. Nótese también que el ita evenit intro­ductorio no tiene influencia alguna en las construcciones, y mejor sería que fuera seguido en nuestra puntuación por una coma. Ahora bien, la unidad de sujeto no se podía lograr mientras no se desa­rrollaran las construcciones participiales concertada y absoluta. El adjetivo verbal en -n t- que nosotros conocemos como participio de presente era ya característico de la lengua “común” indoeuropea. En los textos latinos más antiguos se usa casi exclusivamente en funciones nominales. En Catón y en los primitivos analistas, por ejemplo, el participio de presente no tiene la función específicamen­te verbal de regir un objeto en acusativo, y en buena parte puede decirse lo mismo del uso de Plauto. Terencio admite un comple­mento directo, pero, con dos excepciones, sólo cuando el participio está en nominativo. Éste es el empleo predominante en Varrón, si bien presenta ejemplos en que el participio está en acusativo y uno en que está en dativo. Gradualmente el uso se hizo más flexible

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con variaciones de autor a autor —Salustio es notablemente más libre que César— , hasta que Cicerón con su gran virtuosismo usa el participio transitivo en todos los casos posibles. También en abla­tivo absoluto aparecen pocos ejemplos del participio de presente en Plauto y Terencio, aparte aquellos en que tiene función adjetival (p. ej. me praesente, sciente), y hasta Salustio y César no se usa libremente la construcción. Fue este nuevo recurso sintáctico el que hizo posible los períodos tan complejos y, sin embargo, tan coheren­tes y lúcidos que abundan en las páginas de Cicerón.

El período complejo extenso exigía no solamente una disposi­ción lógica que facilitase la comprensión. Hay que tener siempre presente que el estilo de la prosa romana estaba basado en la lengua hablada y que evolucionó con la práctica de la oratoria. Según Ci­cerón, habría sido Marco Emilio Lépido el primer orador latino que logró alcanzar la esbeltez de los griegos en el período artístico:

hoc in oratore Latino primum mihi videtur et levitas apparuisse illa Graecorum et verborum comprensio et iam artifex, ut ita di- eam, stilus. (Brutus, 96.)

Es evidente que las condiciones de la disertación en público imponen Ín ter alia ciertas limitaciones a la longitud de las partes constitu­yentes de un período: hay un máximo de unidad expiratoria. Fueron sin duda consideraciones prácticas de tal índole las que habían lle­vado en Grecia al desarrollo de un estilo en el que el período se fraccionaba en “miembros” ( kcoXoc) y “porciones” (Kópparoc), térmi­nos que Cicerón tradujo por membra e incisa (O r., 211). En térmi­nos ideales el periodo complejo estaba formado por cuatro membra, cada uno de la extensión aproximada de un hexámetro (Or., 222). Ahora bien, el estilo de períodos largos resulta más adecuado al gé­nero histórico y a la oratoria epideíctica (Or., 207); ante los tribu­nales y en el foro debía usárselo sólo de modo restringido, pues de lo contrario resultaría ineficaz, por producir impresión de inautenti­cidad. En la práctica normal de los tribunales la mayor parte del discurso consistirá en períodos organizados en m em bra e incisa. Cicerón cita (Or., 222 s.) un ejemplo de este estilo tomado de Craso (“quin etiam compréhensio et ambitus ille verborum, si sic itepíobov appellari placet, erat apud illum contractus et brevis, et in membra quaedam, quae kcoáoc Graeci vocant, dispertiebat orationem liben- tius”, Brutus, 162):

missos faciant patronos, ipsi prodeant...; cur clandestinis consiliis nos oppugnant? cur de perfugis nostris copias comparant contra nos?

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 137Acerca de este pasaje comenta: “los dos primeros elementos son de los que los griegos llaman Kóppaxa y nosotros inciso,; el tercero es un kcoXov o, como nosotros decimos, membrum, y finalmente sigue un periodo, no largo, sino consistente solamente en «dos versos», es decir, membra” . Tal estilo resulta particularmente eficaz, escribe Ci­cerón, en pasajes dedicados a probar o refutar, y cita un ejemplo de su Pro C. Comelio: “o callidos homines, o rem excogitatam, o ingenia metuenda” (hasta aquí por membra)-, luego con un incisum: “diximus”. Luego nuevamente un membrum: “testis daré volumus”. Finalmente sigue la comprehensio (período) más breve posible, con­sistente en dos membra: “quem, quaeso, nostrum fefellit ita vos esse facturos?” (Or., 225).

Los oradores antiguos emplearon complejos recursos para po­ner de relieve las partes de un parlamento construido incisim y membratim. También en este punto podemos sacar provecho de la lectura del análisis del maestro (Or., 164 ss.) acerca de su propia práctica, cuando da a un período una “definición” de este tipo:

et flniuntur aut compositione ipsa et quasi sua sponte aut quodam genere verborum in quibus ipsis concinnitas inest; quae sive casus habent in exitu similis, sive paribus paria redduntur, sive opponun- tur contraria, suapte natura numerosa sunt, etiamsi nihil est factum de industria.

Continúa Cicerón señalando que Gorgias había sido el primero en buscar la concinnitas por medio de tales recursos, y cita como ejem­plo de su propia obra un pasaje del Pro Milone, 10:

est enim, iudices, haec non scripta sed nata lex, quam non didici- mus, accepimus, legimus, verum ex natura ipsa arripuimus, hausi- mus, expressimus, ad quam non docti sed facti, non instituti sed imbuti sumus.

Otro recurso generador de concinnitas, favorecido por Gorgias y sus sucesores, es la antítesis. También de ella, según él mismo advierte, hizo Cicerón frecuente uso:

nos etiam in hoc genere frequentes, ut illa sunt in quarto Accusatio- nis (= in Verrem, 2, 4, 115): “conferte hanc pacem cum illo bello, huius praetoris adventum cum illius imperatoris victoria, huius co- hortem impuram cum illius exercitu invicto, huius libidines cum illius continentia: ab illo qui cepit conditas, ab hoc qui constituías accepit captas dicetis Syracusas”. (Or., 167.)

Si bien la estudiada teoría que subyace a la elaboración de una prosa latina armónicamente equilibrada es uno de los muchos dones

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de Grecia a la Roma literaria, los recursos empleados tenían raigam­bre itálica. 5 También en este punto podemos ver la influencia de los carmina y de la lengua del derecho. En las plegarias, imprecacio­nes y fórmulas mágicas los concepta verba asumían naturalmente una forma equilibrada en la que la longitud de las unidades estaba limi­tada por la exigencia de claridad, tono mayestático y pausas respi­ratorias. De los muchos ejemplos de plegarias he escogido uno con­servado por Livio, 1, 10, 6 ss. (cf. la fórmula augural examinada en el capítulo III).

Iuppiter Feretrihaec tibi victor Romulus 8 sílabasrex regia arma fero 8 ”templumque his regionibus 9 ”quas modo animo metatus sum 10 ”dedico sedem opimis spoliis 11 ”quae regibus ducibusque hostium caesis 13 ’’me auctorem sequentes posteri ferent 12 ”

Es este estilo el que se remeda, por ejemplo, en Plauto, Asin., 259 ss.

impetratum inauguratumst quovis admittunt aves picus et cornix ab laeva corvos parra ab dextera consiiadent.

El período construido lógicamente con armonía interna y equi­librio de sus partes constituyentes (concinnitas) recibió su perfec­ción última cuando la disposición de las palabras se hizo conforme a un esquema rítmico. Cicerón había establecido (Or., 201) que en la collocatio verborum había que atender a tres cosas: compositio, concinnitas y numeras. En nuestro examen del numeras podemos tomar una vez más como guía a Cicerón, si bien es claro que no da cuenta completa ni siquiera de su propia praxis en cuanto al ritmo. El discurso —mantiene Cicerón (Or., 228)— no debe fluir sin pausa (infinite) como un río, ni detenerse por falta de caudal expiratorio. Al igual que el golpe dado por un púgil diestro, un período rítmica­mente equilibrado tiene mayor impacto. Esto se demuestra quebran­tando el orden de las palabras en un período de buena estructura rítmica:

5. Es conveniente recordar aquí que el “parallelismus membrorum” se con­sidera un rasgo distintivo de la más antigua poesía semítica. J. D. Y oung, (“Jb. f. Kleínas. Forsch”, 1953, pp. 231 ss.) escribe: “Cuando hallamos el pa­ralelismo como rasgo regular de un texto semítico, nos encontramos ante una composición poética.”

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se estropeará todo, como en este pasaje de mi discurso Pro Come­tió: ñeque me divitiae movent, quibus omnis Africanos et Laeliosmulti venalicii mercatorisque superarünt”; cámbialo un poco demodo que tengamos: “multi superarunt mercatores venaliciique”, y todo se habrá echado a perder... Y si se toma una frase informe de algún orador descuidado, y cambiando un poco el orden de las palabras se la reduce a una forma bien encajada, se convertirá en ajustado (aptum) lo que antes era flojo y suelto. Pues bien, tómese del discurso de Graco ante los censores de este pasaje: “abesse nonpotest quin eiusdem hominis sit probos improbare quOmprobos

probet”; cuánto mejor si hubiera dicho así: “quin eiusdem hominissit qui improbos probet probos improbare. (Or. 232 s.; cf. la tra­ducción de A. Tovar, Barcelona, Alma Mater, 1967.)

Tenemos aquí un ejemplo de cláusula trocaica, una de las preferidas por Cicerón para la cadencia de período. Se trata del ditroqueo, una de las cadencias predilectas de la escuela asiánica. “¡Qué exclama­ciones de admiración dejó escapar el auditorio cuando Gayo Carbón

terminó con patris dictum sapiens temeritas fili comprobaviV’ (Or., 214). Ahora bien, es un error recurrir demasiado continuamente a un determinado ritmo. Hay otras cadencias agradables: el crético ( — u —) y su equivalente al peón, en sus formas —\ju u y v o u —, apropiada la primera para los comienzos; la segunda, cadencia fa­vorita de los antiguos. “Yo no la rechazo de modo absoluto pero prefiero otras” (Or., 215). De hecho, el análisis moderno ha demos­trado que esta preferencia se inclinó en favor del crético más tro­queo ( — v — / —w), con sus varias resoluciones posibles, y del do­ble crético, en tanto que el ditroqueo, la cláusula asiánica, perdió para Cicerón parte de su atractivo a medida que su arte y experien­cia se desarrollaron.

El estilo artístico plenamente desarrollado, con sus rasgos típi­cos de coneinnitas y ritmo, no era, por supuesto, apropiado para emplearse en cualquier ocasión. Había que tener presentes los usos propios del género:

nam nec semper nec apud omnis nec contra omnis nec pro ómni­bus nec cum ómnibus eodem modo dicendum arbitror. is erit ergo eloquens qui ad id quodcumque decebit poterit accommodare ora- tionem. (Cicerón, Or., 123.)

El proemio, por ejemplo, debía ser de tono modesto; la narratio, sencilla, y de una claridad que recordara la de la conversación coti­

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diana. También César, a quien Cicerón alaba como ejemplo pre­claro de pura latinidad (“illum omnium fere oratorum Latine loqui elegantissime”, Brutus, 252), adopta estilos diversos. Sus Comenta­rios están escritos en un estilo austero, objetivo, con ciertas pecu­liaridades que recuerdan la lengua oficial de la cancillería (“nudi enim sunt, recti et venusti, omni ornatu orationis tamquam veste detracta”, Brutus, 262). En cambio, en sus discursos “ad hanc ele- gantiam verborum Latinorum... adiungit illa oratoria ornamenta di- cendi” (Brutus, 261). Así ha señalado Norden los recursos retóricos de un fragmento del Anticato de César (p. ej. “putares non ab filis Catonem sed filos a Catone deprehensos”, citado por Plinio, Ep., 3, 12, 3), mientras que Lofstedt ha detectado cláusulas rítmicas en uno del De analogía (Cic., Brutus, 253): “ac si, ut cogitata prae-clare eloqui possent ( - v .------- ), nonnulli studio et usu elaborave-runt ( ----------), cuius te paene principem copiae { — ~ ^ —) atqueinventorem ( -------^ ) bene de nomine ac dignitate populi Romanimeritum esse existumare debemus (— «-> — ): hunc facilem et co-tidianum novisse sermonem ( - — ^) num pro relicto est haben-dum?” ( - ^ — vy-v^); también en la cita “tamquam scopulum sic fugias inauditum atque insolens verbum” ( — ------- ). Nótese tam­bién la “congeries” inauditum atque insolens.

Aun con estas limitaciones y concesiones a la distinción de géne­ros, los ideales estilísticos (elegantia, concinnitas, numerus) de los que Cicerón fue el práctico por excelencia no fueron universalmen­te aceptados. Estaban, por una parte, los descarriados aticistas que creían que un tono tosco y rudo representaba de modo exclusivo el auténtico estilo ático (Or., 28). Todavía peores eran los seguido­res de Tucídides, novum quoddam imperitorum et inauditum genus, que se creían auténticos “Tucídides” tras haber pronunciado unas frases fragmentarias e inconexas:, “sed cum mutila quaedam et hiantia locuti sunt, quae vel sine magistro facere potuerunt, germa­nos se putant esse Thucydidas” (Or., 32). La concisión y la oscuri­dad del historiador ateniense resultaban inapropiadas para la ora­toria. Si bien Cicerón no niega la excelencia de Tucídides como historiador, los discursos de Alcibíades tal como aparecen en Tucí­dides los considera “grandes... verbis, crebri sententiis, compressione rerum breves et ob eam ipsam causam interdum subobscuri” (Bru­tus, 29). Un estilo de esta clase, el polo opuesto del ciceroniano, que buscaba palabras arcaicas y poéticas, comprimido en vez de pleno, que cultivaba deliberadamente la inconcinnitas y rechazaba el nume­rus, fue el acuñado por el historiador Salustio. Los arcaísmos que utiliza son los que ya nos resultan familiares por las páginas prece­dentes: parataxis, períodos torpemente construidos con cambio de sujeto y uso superfluo del anafórico is, combinaciones aliterativas de

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palabras (laetitia atque lascivia, mansuetudine atque misericordia, clades atque calamitas), “tricóla” asindéticos con frecuente alitera­ción (“animus aetas virtus vostra me hortantur”, Cat., 58, 19; “pro pudore pro abstinentia pro virtute audacia largitio avaritia vigebant”, Cat., 3, 3), escasa utilización del participio concertado, supino con complemento directo, etc. En el vocabulario, su profuso empleo de viejas palabras dio lugar al reproche de “priscorum Catonis verborum ineptissimum furem”. Típica de él es la palabra -prosapia (usada en la expresión homo veteris prosapiae), que aparece en Catón, es califi­cada por Cicerón como vetus verbum y condenada por Quintiliano (I, 6, 40), quien la coloca entre las palabras “iam oblitteratis repetita temporibus... et Saliorum carmina vix sacerdotibus suis satis intel- lecta”. A todo esto añadió Salustio los recursos retóricos establecidos que ya hemos examinado: isocolia, homoioteleutón, aliteración, quias- mo, antítesis, etc. Ahora bien, el género histórico imponía otras exi­gencias, Cicerón (Or., 65) lo había clasificado dentro de la oratoria epideíctica, cuya finalidad es el deleitar más que el convencer, con lo que podía permitirse metáforas más libres y disponer las palabras como hacen los pintores con sus varios colores. Quintiliano (10, 1, 31) va más lejos: “est enim próxima poetis et quodam modo carmen solutum; ad memoriam posteritatis et ingenii famam componitur; ideoque et verbis remotioribus et liberioribus figuris narrandi tae- dium evitat”. Para tales efectos propios del género, Celio Antípatro, predecesor de Salustio como autor de monografías históricas a la manera helenística, se había nutrido de Ennio. También la lengua de Salustio sufrió notable influencia de la poesía romana arcaica y en particular de los Anuales de Ennio. Esta influencia es evidente en su sintaxis (p. ej. los genitivos aevi brevis, nuda gignentium, frugum laetus ager), en sus métodos de formación de palabras (necessitudo, vitabundus, harenosus, imperitare, insolescere), en el uso de verbos simples por compuestos y, sobre todo, en su vocabula­rio, que se nutre abundantemente del ya típico “gradus ad Parnas- sum” (aequor, proles, suescere, etc.). Podemos también detectar expresiones aliterativas ennianas como mare magnum (“mar encres­pado”), multi mortales y fortuna fatigat, e incluso cláusulas de he­xámetro, como, por ejemplo, fortia {acta canebat. Hemos de añadir, por último, la concisión tucidídea y la estudiada variedad en las for­mas de expresión: “pars... alii”; “spes amplior quippe victoribus et advorsum eos quos saepe vicerant”; “in suppliciis deorum magni- flci, domi parci, in amicos fideles erant” (C., 9, 2); “audacia in bello, ubi pax evenerat aequitate” (C., 9, 3); “quippe quas honeste habere licebat abuti per turpitudinem properabant” (C., 13, 2).

En este estilo rebuscado y altamente artificial, una de las más originales creaciones de la literatura latina, creyeron durante largo

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tiempo los estudiosos —y la creencia persiste aún— poder detectar abundantes vulgarismos, y se inclinaron así a mirarlo como una es­pecie de “latín democrático” afectado por Salustio, más o menos con el mismo espíritu que indujo a un demagogo de la gens Claudia a hacerse llamar Clodio. Este error de comprensión con respecto a un estilo descrito por los antiguos como seria et severa oratio (Gelio, 17, 18), en el que la nota dominante es la oepvótqt; tucidídea (es decir, alejamiento, majestad), fue producto de un empleo indiscri­minado de los términos “vulgar”, “arcaico” y “poético” (archaismes conserves par le peuple), cuya discusión se hará en el capítulo si­guiente. Con relación a la importancia de Salustio en la historia de la lengua literaria será suficiente recordar las palabras de admira­ción que le dedica Tácito, quizá el más original de los estilistas latinos: “Sallustius... rerum Romanarum florentissimus auctor” (Ann., 3, 30).

Totalmente diferente es el estilo de otro gran maestro de la his­toriografía latina. Livio rechazó explícitamente los principios y prác­ticas del estilo de Salustio y se adhirió a la escuela ciceroniana. Co­pioso y abundante en su expresión (Quintiliano, 10, 1, 32, habla de la Livi lactea ubertas), evita illa Sallustiana brevitas y da a sus perío­dos un máximo de elaboración. Pero la historia no es oratoria, y los períodos de Livio no son del tipo que pretende convencer al oyente en la asamblea o en el tribunal, y que mira a la credibilidad y no a la species expositionis (Quintiliano, loe. cit.). Y asi la lucidez de los complejos períodos de Livio se ve menoscabada por su afición a las construcciones participiales donde Cicerón hubiera preferido ora­ciones subordinadas con su relación lógica claramente marcada por las conjunciones. En general los períodos de Livio son más lentos en su ritmo y más enmarañados en su construcción que los del gran maestro de la prosa clásica. Esto no supone negar su genio como estilista original. La diferencia entre los dos autores no reside tal vez en una mayor o menor capacidad artística, sino que es más bien de función y género: los períodos de Cicerón están dirigidos a ilustrar al oyente; Livio está componiendo un poema en prosa (car­men solutum) para el deleite de un lector.

El género histórico, según hemos visto ya, exige colorido poético. En Livio, como en Salustio, encontramos fraseología y reminis­cencias ennianas: “scutis magis quam gladiis geritur res”, 9, 41, 18, recuerda “vi geritur res”, Ennio, Ann., 263 W. (cf. Salustio, “gladiis res geritur”, Cat., 60, 2); el enniano “bellum aequis manibus nox intempesta, diremit”, Ann., 170 W., se refleja en “aequis manibus

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hesterno die diremistis pugnam”, 27, 13, 5; con la frase aliterativa “plenum sudoris ac sanguinis”, 6, 17, 4, compárese “sine sudore et sanguine”, Ennio, Trag., 22 W. Muchos giros “virgilianos” de Livio deben explicarse por la común dependencia de Ennio, como por ejemplo “vi viam faciunt”, 4, 38, 4, cf. "ñt via vi”, Aen., 2, 494; “ag- men... rapit”, 3, 23, 3, cf. Aen., 12, 450; “iam in partem praedae suae vocatos déos”, 5, 21, 5, cf. Aen., 3, 222 “ipsumque vocamus in partem praedamque lovem”.

Un origen enniano puede sospecharse también en las semejanzas entre Livio y Lucrecio: “in volnus moribunda cecidit”, 1, 58, 11, cf. “omnes plerumque cadunt in volnus”, Lucr., 4, 1049. En general el vocabulario de Livio abunda en palabras y formaciones poéticas estereotipadas (proles, pubes, proceres, etc.; lacrimabundus, etc.). Podemos recordar cómo los historiógrafos helenísticos adornaban su prosa con palabras poéticas como kXocüO^óc;, Xaifióc, áSqpÍToc;, (i vic;, AaiXatp, etc., afectación que provocó la burla de Luciano en su Cómo se escribe la historia. Podemos también observar algunos poetismos de sintaxis que ya nos son familiares (incerti rerum, aeger animi, cetera egregius).

Se ha puesto de relieve hace ya tiempo —por Stacey— que el estilo de Livio no es uniforme a lo largo de toda su obra. La prime­ra década presenta numerosos rasgos arcaicos y poéticos, "mientras que en la tercera y aún más en la cuarta Livio tornó a las formas y normas más estrictas del clasicismo’1. Así, la palabra regimen, de un tipo habitual en la lengua arcaica, aparece cinco veces en Livio: cuatro en la primera década y la quinta en la tercera década y en la expresión aliterativa regimen rerum omnium, con la que podemos comparar el enniano “id meis rebus regimen restitat” (Trag., 231 W.). De modo similar somno revinctus (cf. Ennio, Ann., 4 W. “somno leni placidoque revinctus”) es abandonado por Livio tras dos ejemplos en la primera década. El cambio de estilo aparece nítido en la esta­dística de otros dos fenómenos. En la tercera persona de plural del perfecto de indicativo activo la terminación normal de la prosa, pre­ferida por César y Cicerón, era -érunt, mientras que -ere, como ya hemos visto, resultaba arcaico y poético. Pues bien, es la segunda forma la que predomina en la primera década, especialmente en los seis primeros libros (con el 77 % en el III y el 73 % en el I I ) . En los libros siguientes se produce una constante disminución hasta llegar al XLI, en que sólo hay dos ejemplos de -ere frente a cincuen­ta y ocho de -érunt. Significativa es el alza de la curva en el li­bro XXI, en que el 42 % de -ere es un índice del intenso colorido poético de todo el libro. Por lo que se refiere a los verbos frecuen­tativos, la tabla estadística que sigue habla por sí misma:

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1° Déc. 3.* Déc. 4.° Déc. 5.a Déc.agito 47 25 17 4clamito 14 1 1 2dictito 15 3 — —

imperito 6 4 — —

Lo que subyace a estas indicaciones de un retorno gradual al uso “moderno” es, una vez más, el sentido del “decorum” lingüístico que por encima de todo caracteriza a los escritores antiguos. Del mismo modo que Virgilio hace un uso más pródigo de arcaísmos cuando pasa a temas majestuosos y solemnes, así también Livio al describir los orígenes legendarios del gran estado romano vistió el manto de la poesía (“mihi vetustas res scribenti nescio quo pacto antiquus flt animus”, 43, 13, 2).

Ciertos fenómenos que aparecen en Livio, como también en Sa- lustio, han sido etiquetados como “vulgares”. No deja de ser signifi­cativo el hecho de que se los haya detectado especialmente en los primeros libros (p. ej. los verbos frecuentativos). Vemos que (intro- ducti) ad senatum es reemplazado más tarde por el más correcto ín senatum. La frase participial introducida por sine, p. ej. sine prae- parato commeatu, acaba cediendo el paso a nusquam praeparatis commeatibus. qua... qua en el sentido de partim... partim — que se encuentra en Plauto y en las cartas de Cicerón, pero nunca en César o Salustio— aparece nueve veces en la primera década y sólo en ella. Ahora bien, una interpretación diferente de los hechos es sugerida, por ejemplo, por el comentario de Servio “antique dictum est” al virgiliano ne saevi, Aen., 6, 544. También Livio emplea esta forma no clásica de prohibición: “erit copia pugnandi; ne tímete” (3, 2, 9), y también aquí tenemos que escoger entre “vulgar” y “antique dic­tum”. Parece poco probable que un autor romano de genio, con sensibilidad para las leyes del género y profundo conocimiento de la propiedad de las palabras, hubiera dado paso a vulgarismos pre­cisamente en las partes de su obra en las que — según es evidente y admitido por él mismo— pretende evocar la atmósfera de un pasado remoto y legendario. No es Livio quien yerra — a pesar de la patavi- nitas que Asinio Polión le reprochaba según Quintiliano, 1, 5, 56— , sino nuestras clasificaciones estilísticas del vocabulario (véase el ca­pítulo siguiente acerca del complejo “arcaico-vulgar-poético”) .

C. P o e s ía y p r o s a po st c lá sic a s

Hemos seguido hasta aquí el progreso del latín literario por las sendas de la prosa y de la poesía, sendas que alcanzan sus cimas de

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perfección en la oratoria madura de Cicerón y en la épica de Vir­gilio. Cada una de estas especies de la lengua literaria tenía una na­turaleza distinta, producto de una tradición que insistía en la escrupulosa observancia de las particularidades del género. Estas cumbres que dominan el paisaje literario del latín clásico están uni­das, naturalmente, por cimas intermedias: la prosa histórica se ex­tiende hacia el dominio de la poesía, mientras que la comedia apenas sobresale del nivel del latín cotidiano (“comicorum poetarum, apud quos, nisi quod versiculi sunt, nihil est aliud cotidiani dissimile ser- monis”, Cicerón, Or., 67). Pero en general puede afirmarse que el ideal clásico tal como se manifiesta en la oratoria de Cicerón y en la épica virgiliana trazó una frontera clara entre la lengua de la prosa y la de la poesía.

Este nítido contraste se desdibujó en la literatura postclásica. La poesía invadió la prosa y la retórica se enseñoreó de la poesía. El estilo de Virgilio, con su sofisticada técnica altamente retórica, lleva­ba en sí la semilla de su propia decadencia. En época posterior Ma­crobio alabó a Virgilio por su carácter marcadamente retórico (“fa­cundia Mantuani multiplex et multiformis est et dicendi genus omne complectitur”, Sat., 5, 1, 4), pero esto resultaba peligroso en manos de hombres de menor genio. La poesía no produjo ya una gran figura con posterioridad a Virgilio, cuya influencia perduró indiscu­tida y abrumadora. De Lucano, quizá el más dotado de los poetas épicos postclásicos, escribe Quintiliano (10, 1, 90): “Lucanus ardens et concitatus et sententiis clarissimus et, ut dicam quod sentio, ma- gis oratoribus quam poetis imitandus.” De Estado se ha dicho (W. Kroll) que “sus Silvae son discursos y árpaoste; de circunstan­cias en forma poética, mientras que Juvenal y Persio en algunas de sus sátiras discuten Géoek; generales a la manera de las escuelas de retórica”. Por lo que mira al proceso de viciamiento de la prosa, lo mejor que podemos hacer es resumir el diagnóstico del único gran genio literario que produjo la época postaugústea. En su Dialogus de oratoribus Tácito discute el problema de por qué, mientras las épo­cas anteriores habían sido tan prolíficas en oradores de genio, su propia generación se veía totalmente falta de elocuencia. Marco Apro, uno de los personajes del diálogo, defendiendo el moderno estilo oratorio, apunta que el público — de los tiempos de Cicerón— , por inexperto y poco sofisticado, toleraba y admiraba la acción de un hombre que fuera capaz de hablar durante un día entero utilizan­do todos los trucos del oficio según habían quedado establecidos en los más que áridos tratados de Hermágoras y Ápolodoro (Dial., 19). Sin embargo, en su propia generación, dado que prácticamente to­dos los oyentes tenían un conocimiento al menos superficial del arte en cuestión, el orador tenía que usar de efectos nuevos y cuidarse de

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no provocar la impaciencia de su auditorio. “¿Quién prestarla aten­ción en estos tiempos a los discursos contra Verres?... En nuestros días el juez se adelanta al abogado que actúa y no le hace caso nisi aut cursu argumentorum aut colore sententiarum aut nitore et cultu descriptionum invitatus et corruptus est. Y tanto el común de los presentes como el oyente ocasional que va y viene exigen laetitiam et pulchritudinem orationis.” Estaban, además, los jovenes estudian­tes de oratoria, “puestos en el yunque”, que querían algo que llevarse a casa y sobre lo que escribir a sus pueblos: “referre do- mum aliquid inlustre et dignum memoria volunt; traduntque in vicem ac saepe in colonias ac provincias suas scribunt, sive sensus aliquis arguta et brevi sententia effulsit, sive locus exquisito et poé­tico cultu enituit” (ibíd,, 20). Cicerón — admite— en las obras de sus últimos años se habla aproximado a tal estilo, pero sus primeros discursos revelan no pocos defectos de tipo arcaico, lentitud en el comienzo, excesiva extensión en la narración y descuido en la digre­sión. Sobre todo, no había en ellos “nada que sacar para llevarse a casa” (“nihil excerpere, nihil referre possis”, ibíd., 22).

Colorido poético y frases rápidas rematadas de modo detonante por un epigrama: tales fueron los ideales del nuevo estilo. Séneca había sido en su momento su profeta y su primer gran representan­te. Dando de lado a las puerilidades de los arcaístas que hablaban la lengua de las X II Tablas, afectó una sentenciosa concisión —plus significas quam loqueris— en la que la antítesis venía a ser el efec­to fundamental. El ciceroniano Quintiliano lamenta su influencia so­bre los jóvenes (“si rerum pondera minutissimis sententiis non fre- gisset”, 10, I, 130), influjo de lo más pernicioso por lo altamente atractivos que resultaban sus vicios de estilo (ábundant dulcibus vitiis). También Tácito había puesto en boca de Mésala un elogio de Cicerón: “ex multa eruditione et plurimis artibus et omnium rerum scientia exundat et exuberat illa admirabilis eloquentia” (Dial., 30), y se había referido con desprecio a los que “in paucissi- mos sensus et angustas sententias detrudunt eloquentiam” (ibíd., 32). Ahora bien, es evidente que este ideal ciceroniano se aplicaba sola­mente al género oratorio. En sus obras históricas Tácito llevó a su perfección el estilo comprimido, torturado, epigramático, enrique­cido con un colorido arcaico y poético, que su admirado predecesor Salustio había elaborado. La intensidad y tensión de su pensamien­to encuentran expresión en la deliberada evitación de la concinnitas, en la trabajada “variatio” de expresión de la que todas sus páginas ofrecen ejemplos: minantibus intrepidus, adver sus blandientes in~ corruptus; quídam metu, alii per adulationem; crebris criminationi- bus, aliquando per facetias; Suetonio, cuius adversa pravitati ipsius, prospera ad fortunam referebat; palam laudares, secreta male audie-

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 147bant; vir facundas et pacis artibus, etc. En interés de la brevedad podó sin miramientos toda palabra superflua, logrando una concen­tración de expresión tal vez sólo igualada por Horacio en sus odas. La majestad de su objeto y lo austero de su personalidad se reflejan en la as ivóTriq que los antiguos veían en el estilo de Tucídides. Se logra ésta por el uso de expresiones arcaicas (perduellis, bellum pa­irare) y poéticas, y de construcciones del mismo tipo: los genitivos incertus animi, ambiguus consilii, los simples ablativos de “lugar en dónde” (campo aut litare), el instrumental de agente (desertas suis), etc., y sobre todo por el empleo de palabras poéticas, entre las que podemos citar los verbos simples en lugar de sus com­puestos: apisci, ciere, firmare, flere, piare, quatere, rapere, temnere, y los incoativos ardescere, clarescere, gravescere, notescere, suescere, valescere, etc. Abundan las reminiscencias de los poetas, especial­mente de Virgilio: “colles paulatim rarescunt”, Germ., 30 (cf. “an­gustí rarescent claustra Pelori”, Aen., 3, 411); “quibus cruda ac viri- dis senectus”, Agr., 29 (cf. “sed cruda deo viridisque senectus”, Aen., 6, 304); “vulnera dirigebant”, Hist., 2, 35 (cf. Aen., 10, 140). Sinto­mática resulta la evitación de términos cotidianos que atentarían contra la aepvÓTpq: podemos citar su casi cómico esfuerzo por evi­tar el llamar pala a una pala: “per quae egeritur humus aut excidi- tur caespes”, Ann., 1, 65; la agricultura, la construcción y el comer­cio son aludidos con “ingemere agris, illaborare domibus, suas alie- nasque fortunas spe metuque versare”, Germ., 46. Lofstedt llama la atención sobre la estudiada tendencia de Tácito a apartarse de lo común en la elección entre adjetivo y genitivo. Así escribe (Ann., 1, 7) “per uxorium ambitum et senili adoptione” en lugar del más usual uxoris, senis. En cambio, sustituye los tradicionales bellum ci- vile y virgines Vestales por bellum civium (Hist., 1, 3) y virgines Vestae (Ann., 1, 8 ). Este uso de formas distantes de las de su época nos recuerda su propio epigrama maior e longinquo reverentia. La cualidad poética de su estilo está bien ejemplificada en la siguiente descripción del ataque a la isla de Mona y de la destrucción de sus bosques sagrados (Ann., 14, 30):

stabat pro litore diversa acies, densa armis virisque, intercursan- tibus feminis; in modum Furiarum veste ferali, crinibus deiectis faces praeferebant; Druidae circum, preces diras sublatis ad caelum manibus fundentes, novitate aspectos perculere militem, ut quasi haerentibus membris immobile corpus vulneribus praeberent. dein cohortationibus ducis et se ipsi stimulantes, ne muliebre et fanati- cum agmen pavescerent, inferunt signa sternuntque obvios et igni suo involvunt. praesidium posthac impositum victis excisique luci saevis sup.erstitionibus sacri; nam cruore captivo adolere aras et hominum fibris consulere déos fas habebant.

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Entre otras muchas cosas podemos notar en este pasaje la per­sonificación de acies; los términos poéticos fundentes, pavescerent, fibris (por extis); el uso de adjetivo por genitivo (muliebre agmen, cruore captivo); el arcaísmo adolere aras, y la elaborada aliteración de la última frase.

Hace ya mucho tiempo observó Wólfflin que el estilo maduro de Tácito era el producto de un desarrollo gradual. Así, la formación arcaica claritudo (cf. supra) no aparece en las obras menores, com­parte el terreno con claritas en las Historias (3: 3), y es quince ve­ces más abundante en los Anuales (30: 2). De modo similar, omnia cede gradualmente ante cuneta, essem ante forem, non possum y possum ante nequeo y que o, cresco ante glisco, etc. De los verbos simples citados más arriba notesco y gravesco se encuentran sólo en los Anuales (en otros lugares innotesco, ingravesco). En el cam­po de la sintaxis vemos que apisci se construye con genitivo sólo en los Anuales, donde también hallamos los únicos ejemplos de id aeta- tis, id temporis frente al uso anterior de eo, illo temporis, etc. Otra peculiaridad de los Anuales es la creciente inclinación hacia el abla­tivo absoluto sin sujeto: intellecto, quaesito, proper ato, saepe apud se pensitato, etc. De ello no hay ningún ejemplo en las obras me­nores y sólo tres en el conjunto de las Historias. Otro dato indicador es la anástrofe de la preposición, de la que sólo hay cinco ejemplos en las Historias frente a cincuenta en los Anuales.

Lófstedt ha hecho ver que desde el libro X III de los Anuales en adelante Tácito dio marcha atrás en ciertos aspectos y tornó a mo­dos de expresión más normales. Esto se desprende claramente de la estadística de algunos fenómenos seleccionados. (En la tabla, Anua­les A = libros I-VI, XI, XII; Anuales B = libros XIII-XVI).

Dial. Agr. Germ. Hist. Ann. A. Ann. Bforem 0 4 0 51 62 1essem 10 8 2 17 31 29quis 0 1 0 23 54 7quibus — — — 71 45 50quamquam — — — — 44 6quamvis — — — — 4 11

Estas observaciones no implican un cambio importante en el es­tilo: son meras modificaciones de detalle. Podemos atribuirlas a una sensibilidad literaria más madura que se daba cuenta de que un ex­cesivo arcaísmo impedía, en vez de producirla, la tan deseada osp-VÓTT]<;.

Polarmente opuesto al estilo comprimido de Séneca y de la es­cuela moderna es el que Tácito ataca en el Dialogus (26): “ñeque

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enim oratorius iste, immo hercle ne virilis quidem cultus est, quo plerique temporum nostrorum auctores ita utuntur, lascivia verbo- rum et levitate sententiarum et licentia compositionis histrionales modos exprimant”. También Quintiliano censura la moderna lascivia: “alios recens haec lascivia deliciaeque et omnia ad voluptatem mul- titudinis imperitae composita delectant” (10, 1, 43). Estos estilistas continuaban, naturalmente, la larga tradición del asianismo, que iba a verse reforzada en Roma por la llamada “Segunda Sofística”. De este estilo florido lleno de exuberancia (laetitia) y poeticus cultus, de elaborada simetría y efectos de asonancia, podemos elegir a Apu- leyo como al más distinguido representante. Gran virtuoso, de la lengua, que, de acuerdo con la antigua doctrina, adaptaba su estilo al género, Apuleyo pasa de la relativa sencillez y sobriedad de la Apología a la sofocante frondosidad de las Metamorphoses. En esta obra utiliza todos los recursos que la lengua le ofrece, arcaicos y modernos, coloquiales y solemnes. Un tono de artificiosidad orna­mental en exceso queda establecido desde el principio, en el que nos describe su tierra natal como “glebae felices aeternum libris felicio- ribus conditae, mea vetus prosapia6 est”. La narración de los por­menores de su viaje suena a parodia de la construcción poética stra- ta viarum: “postquam ardua montium et lubrica vallium et roscida cespitum et glebosa camporum <emensus> emersi” (1, 2). Su afición a los tipos abstractos de expresión, tedioso rasgo del “gran estilo”, está ejemplificada en “simul iugi quod insurgimus aspritudinem fa- bularum lepida iucunditas levigabit” (1, 2 ); o combinada en un tri- colon “abundante” : “Aristomene... ne tu fortunarum lubricas amba­ges et instabiles incursiones et reciprocas vicissitudines ignoras” (1, 6). Estos artificios resultan especialmente sabrosos en la descrip­ción de escenas triviales. Así, “vi con mis propios ojos a un malaba­rista tragarse de punta un afiladísimo sable de caballería” se dice “isto gemino obtutu circulatorem aspexi equestrem spatham praea- cutam mucrone infesto devorasse” (1, 4). Sócrates empieza (1, 7) a contar sus penas “imo de pectore cruciabilem suspiritum ducens”, frase de corte virgiliano con un arcaico suspiritus combinado con un adjetivo cruciabilis acuñado, según parece, por Apuleyo. Sus pa­labras están introducidas por el arcaico-poético infit; en la frase “dum voluptatem gladiatorii spectaculi satis famigerabilis consector in has aerumnas incidí”, aerumnas es una palabra convencional ar- caico-poética, mientras que famigerabilis, que usa frecuentemente (es muy típica su conjunción con el desenfadado y coloquial uxorcula, 9, 5), se conoce antes de Apuleyo sólo por una cita del De lingua latina de Varrón. Sócrates da cuenta a la anus scitula de su domui-

6. Sobre prosapia véase p. 141.

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tionis, palabra empleada anteriormente por Accio y Pacuvio. Su modestísimo grabattulus queda pone cardinem (preposición arcaica), y cuando es sacudido por el temblor de su dueño, otra palabra pa- cuviana, succussus, surge de entre los muertos: “grabattulus etiam succussu meo inquietus” (1, 13). Este grabattulus se revela como un poderoso incitador del “tumor” trágico: “iam iam grabattule, in- quam, animo meo carissime, qui mecum tot aerumnas exanclasti, conscius et arbiter quae nocte gesta sunt” (1, 16), donde exanclare es una de las palabras condenadas por Quintiliano como oblitteratis repetita temporibus. La lengua de las picantes y provocativas esce­nas de amor (p. ej. “ipsa linea túnica mundule amicta et russea fas- ceola praenitente altiuscule sub ipsas papillas succinctula illud ciba- rium .vasculum floridis palmulis rotabat in circulum” 2, 7), salpica­da de diminutivos, recuerda el plautino papillarum horridularum oppressiunculae (véase p. 86). Pero lo que mejor caracteriza al esti­lo asiánico es la vaporosa maraña en que mezcla una verbosidad fétida con toda clase de flores retóricas, túmida et pusilla et prae- dulcia, por citar las palabras de la famosa condena de Quintiliano. Bastará un ejemplo: el consejo de la hermana envidiosa (5, 20):

novaculam praeacutam, adpulsu etiam palmulae lenientis éxaspe- ratam, tori qua parte cubare consuesti, latenter absconde lucemam- que concinnem, completam oleo, claro lumine praemicantem, subde aliquo claudentis aululae tegmine, omnique isto apparatu tenacis- sime dissimulato, postquam sulcatos intrahens gressus cubile soli- tum conscenderit iamque porrectus et exordio somni prementis implicitus altum soporem fiare coeperit, toro delapsa nudoque ves­tigio pensilem gradum pullulatim minuens, caecae tenebrae custo­dia liberata lucerna, praeclari tui facinoris opportunitatem de lumi- nis consilio mutuare et ancipiti telo illo audaciter, prius dextra sur- sum elata, nisu quam valido noxii serpentis nodum cervicis et ca- pitis abscide.

Este grado de lascivia, levitas y licentia no gozó de universal apro­bación. Frente a los hombres que, echando mano de irnos atavíos es­tilísticos variopintos y propios de cortesanas, hacían de sus escritos danza y canto (Tácito, Dial., 26), se colocaron los que preferían in­cluso una “toga de paño burdo” (hirta toga). Rechazando los “rizado- res de Mecenas” (calamistros Maecenatis), como Mésala, no cesa­ron de “vetera tantum et antiqua mirari” (Dial., 15). Colocando a Lucilio por encima de Horacio y a Lucrecio por encima de Virgilio, tomaron estos hombres el partido de las palabras velut rubigine in­fecta. Entre los arcaístas podemos citar como ejemplo típico a Fron­tón, quien se queja al respecto de Cicerón de que “in ómnibus eius orationibus paucissima admodum reperias insperata atque inopinata

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verba, quae non nisi cum studio atque vigilia atque multa veterum carminum memoria indagantur”. Tal era el espíritu del tiempo, es­clavo una vez más de una moda literaria griega introducida por el emperador Adriano, quien prefería a Catón antes que a Cicerón y a Ennio antes que a Virgilio.

En esta guerra de las escuelas estilísticas rivales que dominó toda la historia de la prosa postclásica hubo también los inevitables hom­bres de compromiso como Plinio el Joven, quien se contaba entre los admiradores de los antiguos y emulaba a Cicerón, pero no por ello despreció a los talentos de su propia generación. Al tiempo que confiesa su admiración por los verba quaesita et exculta, es capaz de modelar una sententia llena de agudeza.

Con el paso de los siglos el mundo se fue haciendo viejo y em­pezó a soñar con su pasado; la prosa se convirtió en obra de epígonos que exageraban ora las peculiaridades de un modelo, ora las de otro. El empleo de Virgilio como libro de texto y base de la enseñanza gramatical acabó también en la prosa en una dislocación del orden normal de las palabras. La mirada que se volvía hacia el pasado con nostalgia confundió los géneros y los estilos. Todos los armarios y guardarropas de la literatura romana fueron saqueados para vestir estos manierismos literarios, y la envejecida Musa no encontraba nada de incongruente en una cosmética que autorizaba la aplicación simultánea del lápiz de labios y el rimmel. Típico ejemplo de esta completa corrupción del gusto es Sidonio Apolinar, un hombre for­mado en la gramática y retórica tradicionales, que en la Galia de godos y burgundios del siglo v pagó un patético tributo de trabaja­da imitación al esplendor de la Roma moribunda. Con relación al estilo de sus cartas ha señalado W. B. Anderson “la pomposa com­binación de rebuscamiento estilístico con verbosidad «sesquipedal», arcaísmos frontonianos, fantásticos neologismos y cascabeleos ver­bales que hace de su correspondencia un conglomerado irritante para los nervios... El resultado es una reductio ad absurdum de to­dos los recursos de la retórica y una parodia del latín”.

Esta mies llena de cizaña necesitaba una limpieza; el rastrojo ardió en el fuego bárbaro antes de que el campo pudiera volver a fructificar.

Entretanto, la lengua cotidiana, sujeta a las leyes universales del cambio lingüístico, adaptándose a las múltiples exigencias de las situaciones nuevas y las experiencias inéditas, se había ido apartan­do progresivamente de la lengua artificial de la literatura, distorsio­nada desde sus principios por la atracción de una cultura superior y de una lengua distinta. Al estudio de esta corriente subterránea de la lengua viva vamos a dirigir ahora nuestra atención.

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C a p ít u l o V I

EL LATÍN VULGAR [N ota 16]

Al intentar continuar con la historia del latín hablado a partir del punto en que la abandonamos en el capítulo III, nos hallamos ante las mismas dificultades de método. El clasicismo, en su pun­tillosa búsqueda de la urbanitas y la elegantia, había impuesto a la lengua nacional severas restricciones de forma, sintaxis y vocabula­rio. Aún más lejos de los modos ordinarios de expresión estaban el estilo “moderno” de Séneca y sus imitadores y el asianismo de Apuleyo, adornados con arcaísmos y poetismos. Cuando el filólogo aguza su oído intentando captar el habla llana de la vida corriente se encuentra encerrado, por así decirlo, en un perpetuo teatro don­de la lengua está congelada en “poses” estatuarias, o se mueve con los estilizados gestos de un ballet sobre un ornado telón de fondo. Tal es la naturaleza de la gran masa de datos que se ofrece al histo­riador de la lengua latina. Mas fuera de este teatro, en casa, en el “club” y en la calle, la lengua hablada, el más delicado y adaptable instrumento de colaboración del hombre con sus semejantes, cam­bió constantemente, hasta que en el transcurso de los siglos emergió en la multiplicidad de formas de las lenguas romances. De este “latín vulgar”, la lengua que se postula como origen de las modernas ver­náculas, que a su vez han desarrollado formas literarias, sólo pode­mos tener un conocimiento indirecto. Pero antes de proceder al exa­men de las fuentes de las que puede recabarse tal información es preciso esclarecer el concepto mismo de “latín vulgar”.

Toda lengua hablada asume una variedad de formas, aun en los labios de un mismo hablante. El lenguaje, según hemos dicho, es una parcela del comportamiento humano. Nuestros gestos y actitu­des lingüísticas toman formas apropiadas a la ocasión dada: con­vencionales, graves y envaradas en una conferencia; espontáneas, cordiales y llanas en la compañía de nuestros íntimos. Añádanse a esto las diferencias lingüísticas entre las clases sociales, las ilustra-

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 153das, las semicultas y las totalmente incultas. Y aun aquí la frontera cambia constantemente. Incluso dentro de una clase social dada las diferentes generaciones tienen sus particularidades idiomáticas. Los vulgarismos de la calle recogidos por los chicos y adoptados por abuelas joviales dan con el camino que los llevará a los salones refinados. Los vulgarismos de hoy se convertirán en los “familia* risnaos” de mañana. Los demagogos Clodios se granjean popularidad y la evangelización cristiana gana adeptos utilizando para ello la lengua del pueblo. Pero de la lengua no se puede decir que “omnia fatis in peius ruere”. El esnobismo es un factor tan co­rriente en el lenguaje como en las otras facetas del comportamien­to social, y las personas de prestigio se convierten en objeto de imi­tación para sus inferiores. El progreso de la vida política, por su parte, hace cambiar la estructura de la sociedad; una nueva clase dominante surge sin estar lo bastante asimilada como para adoptar las formas del hablar refinado. Éstas son algunas de las múltiples fuerzas universales que actuaron en la gradual transformación del latín. No podemos pretender dotar a un fenómeno tan proteico de un asidero terminológico rígido. Muchos han sido los intentos de definirlo, y sin embargo el “latín vulgar” sigue siendo un pálido espe­jismo. Podemos fijar nuestra atención en puntos particulares de fo­nética, morfología, sintaxis y vocabulario, y detectar en los docu­mentos de que disponemos desviaciones respecto al uso clásico. Luego, remontándonos a partir de las modernas lenguas románicas, postularemos formas primitivas que darán cuenta de los puntos de semejanza. Las coincidencias entre las reconstrucciones y los rasgos no clásicos de los documentos nos capacitará para identificar a los segundos como reflejos del latín hablado. Por este método podemos construir una imagen sintética del “latín vulgar”. Ahora bien, este método es esencialmente atomista, trata separadamente puntos par­ticulares cada uno de los cuales sale a la luz en los documentos en medidas diversas de accidentalidad (cf. infra). No tenemos ningún texto que sea testimonio fiel ni de uno solo siquiera de los estratos lingüísticos simultáneos. El cincel del cantero, la pluma de la monja locuaz, el trozo de yeso que garrapatea en la pared, se apartan de la lengua real y procuran moverse dentro de modelos tradicionales. Sólo a través de sus inadvertencias ocasionales, como sin quererlo, los escritores nos dan indicios de que su lengua usual se desvía de la de la escuela, que emplean a base de esfuerzo. Podríamos decir que hay, en el paisaje muerto del latín literario, áreas sísmicas don­de erupciones ocasionales revelan la intensa actividad subterránea que un día hará surgir un mundo lingüístico nuevo.

Vamos ahora a pasar brevemente revista a algunas de estas áreas. Para el período republicano citaremos en primer lugar el interesan­

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te pasaje del tratado retórico Ad Herennium, 4, 14, en que el autor, al distinguir los niveles de estilo, cita un ejemplo del adtenuatum genus, “id quod ad inflmum et cottidianum sermonem demissum est” :

nam ut forte hic in balneas venit, coepit, postquam perfusus est, defricari. deinde ubi visum est ut in alveum descenderet, ecce tibi iste de traverso “heus”, inquit, “adolescens, pueri tui modo me pul- sarunt, satis facías oportet”. hic qui id aetatis ab ignoto praeter consuetudinem appellatus esset, erubuit. iste clarius eadem et alia dicere coepit. hic “vix tamen”, inquit, “sine me considerare”, tum vero iste clamare voce quae perfacile cuivis rubores eioere potest... conturbatus est adolescens: nec mirum, cui etiam nunc paedagogi lites ad oriculas versarentur imperito huiusmodi conviciorum.

Merece notarse la expresión “ecce tibi de traverso”, que podemos comparar con el “ecce autem de traverso” de Cicerón (Ad Att., 15, 4 A 1), en tanto que el vivaz dativo “simpatético” recurre en “ecce tibi e transverso” (Acad., 2,121). id aetatis nos resulta ya conocido como rasgo de la lengua popular, mientras que el perifrástico dicere coe­pit estaba en camino de convertirse en frecuente sustituto del per­fecto aorístico en latín tardío. Finalmente, oricula es la forma origi­naria que presuponen el Ir. oreille, el it. orecchio y el esp. oreja, en tanto que eicere en el sentido relajado de “sacar” anticipa usos pos­teriores (véase p. 175).

Las farsas atelanas de Pomponio y Novio nos proporcionan otros materiales. Varrón (L. L., 7, 84) advierte: “in Atellanis licet animad- vertere rústicos dicere se adduxisse pro scorto pelliculam”. De los fragmentos conservados podemos citar, además, los futuros vivebo y dicebo, los nombres particulo, manduco “glotón” (acerca de man­ducare en el sentido de “comer”, véase infra), y entre los verbos los incoativos gallulascere (de un diminutivo cjallulus) con el sen­tido de pubesceré, roborascere, y los denominativos sublabrare, prae- lumbare, incoxare “acurrucarse”. Entre las palabras griegas notamos rhetorissare, mientras que dicteria “puyas” es uno de los numerosos híbridos greco-latinos de la lengua vulgar (véase infra). Finalmente, las Atellanae nos proporcionan el que parece ser el más antiguo ejem­plo de sustitución del nominativo por el acusativo en el plural de la primera declinación (véase infra): quot laetitias insperatas modo mi inrepsere in sinum. Lófstedt lo explica como influencia de los dia­lectos itálicos, pero el caso no está totalmente libre de la sospecha de ser una construcción contaminada en la que el primer elemento sea un acusativo de exclamación.

Las cartas de Cicerón, especialmente las dirigidas a sus amigos íntimos como Atico, reflejan la latinidad de la conversación urbana

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en la época final de la República, si bien en una carta a Peto Cicerón se propone usar el “sermo plebeius; verumtamen quid tibi ego vi- deor in epistulis? nonne plebeio sermone agere tecum?” (Ep., 9, 21,1). Sus más pronunciadas características son la elipsis y la concisión. Los lazos que unen a ambos amigos son tan estrechos que una mí­nima señal puede bastar para indicar el sentido deseado. Esto es lo que a veces hace la correspondencia tan difícil de comprender como una parte de una conversación telefónica: p. ej. “itane? nuntiat Bru- tus illum ad bonos viros? EÚocyyéXicd sed ubi eos? nisi forte se sus- pendit” “¿De verdad? ¿Dice Bruto que él (César) (se va unir) a los patriotas? ¡Albricias! Pero ¿dónde los (hallará)? (En ninguna par­te) a no ser que se cuelgue” (Ad Att., 13, 40, 1). La sintaxis muestra en abundancia parataxis y paréntesis, con la usual intercalación de fórmulas de cortesía como amabo te. Conviene notar además el em­pleo coloquial de adjetivos en lugar de adverbios: “ad M. Aelium nullus tu. quidem domum sed sicubi inciderit” “Bajo ningún con­cepto debes acudir tú a él (tocar el asunto), a no ser que te lo en­cuentres por casualidad”. El vocabulario está salpicado de palabras pintorescas y llenas de fuerza: diminutivos (aedificatiuncula, ambu- latiuncula, diecula, vulticulus, bellus, integellus), formas frecuenta­tivas de verbos e híbridos (tocullio “avaro”, de tóko<; “interés”). Un tono de festivo afecto y chispeante argot irradia de pasajes como “hoc litterularum exaravi egrediens e villa... de Atticae febrícula scilicet valde dolui... sed quod scribis «igniculum matutinum yspov- tikó v » yspovxiKcÓTepov est memoriola vacillare... quid ergo opus erat epistula? quid cum coram sumus et garrimus quicquid in buccam?” (Ad Att., 12, 1), en el que podemos advertir ínter alia la forma pri­mitiva de la palabra romance boca (bouche, bocea, etc.).

Mientras que Cicerón refleja el sermo cottidianus de los romanos cultivados, en la conversación del anfitrión y huéspedes de la Cena Trimalchionis de Petronio captamos una vaharada que procede de la cloaca. Hay vulgarismos de pronunciación (copones), los géneros se confunden (fatus, vinus, caélus, librum). Hallamos numerosas faltas de declinación (stips, lovis, bovis, lacte, schemam, diibus). Abunda la confusión de verbos activos y deponentes (exhortavit, to­quis, loquere, ridentur, somniatur), así como la “regularización” de formas verbales (fefellitus sum, vetuo, mavoluit, plovebat, faciatur).

En sintaxis las construcciones “en donde” y “a donde” se confun­den (videbo in publicum), fruniscor se construye con acusativo, el acusativo con infinitivo se ve reemplazado por oraciones completi­vas introducidas por quia (dixi quia mustella comedit, “dije que el gato lo había comido”). El vocabulario es enérgico, basto, a menudo torpe, y está salpicado de palabras griegas e híbridos greco-romanos. El pasaje que sigue servirá como ilustración:

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uxor, inquit, Trimalchionis, Fortunata appellatur, quae nummos mo­cito metitur. et modo modo quid fuit? ignoscet mihi genius tuus, noluisses de manu illius panem accipere. nunc, nec quid nec quare, in caelum abiit et Trimalchionis tapanta est. ad summam, mero meridie si .dixerit illi tenebras esse, credet. ipse nescit quid habeat, adeo saplutus est. sed haec lupatria providet omnia et ubi non pu- tes... familia vero, babae babae, non mehercules puto decumam partem esse quae dominum suum noverit. ad summam quemvis ex istis babaecalis in rutae folium conieiet. (37, 2-10).

“La señora de Trimalción —me repuso— se llama Fortunata, y mide' su dinero por arrobas. Y hace nada nada ¿qué era? Con per­dón de tu cara, no habrías cogido de su mano ni un cacho de pan. Y ahora, sin cómo ni por qué, se subió a las nubes y es el factótum de Trimalción. O séase, en pleno mediodía si le dijera que era no­che cerrada, él se lo creería. Él no sabe lo que tiene, de tan riquísi­mo como es; pero esa zorra tiene los ojos en todas partes, y hasta donde no te figurarías... De sus esclavos, ¡caray!, no creo por Hér­cules que haya ni un diez por ciento que conozca a su amo. O séa­se, a cualquiera de estos cobistas lo podría meter en una hojita de ruda”. (Trad. Díaz y Díaz, ed. Alma Mater, Barcelona, 1968.)

Son de notar: tapanta = ta itávtoc, saplutus = ánÁoinoq. lupatria es un híbrido de lupus y la terminación que encontramos en TtopveÚTpia, etc., y babaecalus “el que dice siempre que sí” es un nombre acu­ñado sobre la exclamación griega |3oc|lai KaXñq “ ¡estupendo!”.

Se ha sugerido que la conversación de Trimalción y sus hués­pedes en la mesa no refleja el sermo plebeius de latinoparlantes nativos. Salonius ha llamado la atención sobre el hecho de que la cena tiene lugar en una ciudad griega, probablemente de la Italia central o meridional, y que la mayoría de los personajes son de ex­tracción griega. Además, las observaciones que hace un hombre educado como Eumolpo no contienen los errores de pronunciación, morfología o sintaxis de los demás hablantes. En consecuencia se inclina Salonius a creer que Petronio satiriza el latín chapurreado de los griegos residentes en la Italia central y meridional. Heraeus, sin embargo, ha mostrado cómo muchos de los vulgarismos de la Cena reaparecen en glosas y otras fuentes del latín vulgar: p. ej. ipsimus “el amo”, “superlativo” de ipse, es la base del italiano me- desimo < *met ipsimus; expudoratus aparece en glosas y es el ante­pasado del italiano spudorato; la forma vetua se corresponde con presentes analógicos similares, vacuo, consuo, conticuo, etc. Si bien no es imposible que solecismos como loquis no sean auténticos vul­garismos —pero cf. sequis, en otro pasaje— , Petronio nos revela efectivamente en la conversación de Trimalción y sus huéspedes algo del sermo plebeius del siglo i d. C.

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Menos variopintos pero no menos valiosos como fuentes del latín vulgar son los escritores de temas técnicos, cuya principal preocupa­ción es transmitir información con pocas pretensiones estilísticas. Tales son las obras de Catón el Viejo, Vitruvio, y en época tardia la Mulomedicina Chironis, traducción del siglo iv de un manual grie­go de veterinaria, el De observatione ciborum de Antimo (siglo vi), el Oribasius Latlnus en sus dos versiones (siglo vi) y la obra de Pa- ladio, dedicada a la agricultura (siglo v ). Estas obras, aparte de sus numerosos vulgarismos fonéticos y gramaticales, nos informan acer­ca de un vocabulario que de hecho quedaba al margen de la clase de temas tratados por la literatura de nivel superior. Una gran par­te de los contenidos son, naturalmente, de interés muy limitado por su grado de especialización, pero a menudo nos dan testimonio de palabras de la lengua cotidiana que sobreviven en las modernas lenguas románicas. Así, el francés poulain y sus equivalentes roman­ces se derivan de pullamen, que está atestiguado tres veces en la Mu­lomedicina Chironis. 1

Ya hemos dicho que ninguno de estos textos, a pesar de su falta de pretensiones, puede postularse como verdadero y fiel espejo de la lengua hablada. Lo mismo cabe decir de la encantadora Peregri- natio Aetheriae, relato de una peregrinación a los Santos Lugares emprendida hacia 400 d. C. por una monja — su nombre está en discusión, aduciéndose los de Aetheria y Egeria con ciertas garan­tías de autenticidad— , oriunda de Galicia o de Aquitania. Mujer de elevado rango social, a la que gentes importantes dispensan grandes atenciones, escribe, sin embargo, en un estilo sencillo y llano, pero no sin ciertas solícitas concesiones a los gramáticos. Se ha señalado, por ejemplo, que nunca usa las formas analíticas del comparativo con magis y plus, que sin duda eran habituales en su tiempo, en tanto que en otra ocasión incurre en un lapsus de expresión de carácter hipercorrecto al emplear equivocadamente el moribundo dativo en lugar del correcto ad con acusativo; ingressus est discipu- lis (por ad discípulos). He aquí un ejemplo típico de su estilo:

nos ergo sabbato sera ingressi sumus montem... ibi ergo mansimus in ea nocte et inde maturius die dominica cum ipso presbytero et monachis, qui ibi commorabantur, coepimus ascender© montes sin- gulos. qui montes cum infinito labore ascenduntur quoniam non eos subís lente et lente per girum, ut dicimus in cochleas, sed to- tum ad directum subís ac si per parietem... verum autem in ipsa summitate nullus commanet; nichil enim est ibi aliud nisi sola ec- clesia et spelunca, ubi fuit sanctus Moyses (3, 1 ss.).

1. N iedermann, “Neue Jahrb.”, XV, 1912, pp. 313 s.

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También importantes como reflejo de los cambios en el latín hablado son las numerosas inscripciones debidas a personas sin cul­tura; entre ellas podemos señalar especialmente; ( 1) las llamadas defixiones, textos imprecatorios escritos en láminas de plomo, obje­tos punzantes de uso mágico y similares, por medio de los cuales los autores esperaban provocar la ruina de sus enemigos; (2 ) los graffiti de Pompeya, y (3) los epitafios de las tumbas de las gentes humildes. Como ejemplo citaremos el grito que brota del corazón de uno que quiere “dar el pucherazo” en las carreras;

adiuro te demon quicunque es et demando tibi ex anc ora ex anc die ex oo momento ut equos prasini et albi crucies occidas, et agi- tatore Clarum et Felice et Primulum et Romanum ocidas collida ñeque spiritum illis lerinquas. (= De 8753, DV 861.)

“Yo te conjuro, demonio, quienquiera que seas, y te pido que a par­tir de esta hora, de este día, de este momento, atormentes y mates a los caballos del (bando) verde y del blanco, y a los conductores Claro y Félix y Prímulo y Romano que los mates y los estrelles y no les dejes aliento vital.”

Dignos de notarse son el cambio de ae en e (demon), el acusativo con ex, en tanto que la última palabra, lerinquas (por relinquas) se ha enredado malamente los pies. 2

Por último podemos mencionar los testimonios explícitos sobre el latín “vulgar” e “incorrecto” debidos a los gramáticos y autores de glosarios: p. ej. en la Appendix Probi, así llamada por hallarse unida a un manuscrito de los Instituía Artium, atribuidos al gra­mático Probo. Estas notas acerca de errores corrientes de pronun­ciación fueron redactadas probablemente en el primer tercio del siglo xv d. C. Muy posteriores son las glosas de Reichenau (siglo viii o ix ), que explican palabras latinas de época anterior en la lengua usual (p. ej. binas = duas et duas; pulcra = bella; oppidis = castellis vel civitatibus; semel = una vice). El enciclopédico Isidoro de Sevi­lla (siglo vn) cita también términos a los que pone la etiqueta vulgo: p. ej. “fimus, id est stercus quod vulgo laetamen vocatur” (17, 2, 3); “caulis... qui vulgo thyrsus dicitur” (cf. tursus “trocho”, préstamo griego del latín vulgar, que ha dejado restos en romance). Ocasional­mente la pronunciación contemporánea es denunciada por una falsa etimología; p. ej. “tónica” (= túnica) vestís antiquissima appellata quia in motu incedentis sonum facit. tonus enim sonus est” (19, 22, 16).

2. Estas metátesis son un fenómeno frecuente en el latín vulgar: p. ej. it. padule < palude, sudicio < sucidus, etc.

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Partiendo de estas fuentes los estudiosos han podido catalogar algunos de los cambios experimentados por el latín durante el pe­ríodo de transición que precedió al surgir de las lenguas romances.

F o n é t ic a

Acentuación

Hay acuerdo general respecto a la naturaleza intensiva del acen­to en latín vulgar, acento que en la mayor parte de los casos inci­día en la misma sílaba que en el latín clásico. Excepciones son los casos que encierran hiatos periclitados como -ie - en palabras del tipo paríétem. La semivocal se consonantizó y el acento se trans­firió a la vocal siguiente, paryétem. Las vocales en silaba penúltima ante grupos consonánticos terminados en -r- atrajeron el acento, de modo que el clásico ténebrae se pronunció tenébrae en latín vul­gar; de modo similar íntegrum pasó a intégru(m).

Vocales

La más importante modificación que experimentó el sistema vo­cálico en latín vulgar fue la eliminación de las distinciones fonológi­cas basadas en la cantidad, que eran un rasgo fundamental del latín clásico (p. ej. miseram/mlseram) . En el latín vulgar todas las vo­cales acentuadas pasaron a ser largas y todas las átonas breves. Que las vocales tónicas originariamente breves se alargaron aparece claro ínter alia por el examen de su tratamiento en romance: asi, el resultado francés, español e italiano de focum muestra diptongación (feu, fuego, fuoco, lat. vulg. focum). De modo similar pede(m) apa­rece como pied, piede. La primera quiebra del antiguo sistema de distinciones basadas esencialmente en la cantidad se produjo cuan­do las vocales largas recibieron una pronunciación más cerrada que sus equivalentes breves: fldus [fidus] pero fides [fides], En con­secuencia, cuando el sistema evolucionó de modo que todas las vo­cales acentuadas pasaron a largas y todas las no acentuadas a bre­ves, las diferencias de cualidad vocálica pasaron a ser la base de las distinciones fonológicas. El nuevo sistema comprendía nueve voca­les de timbre diferente, [e ], [ ?], [i ], [j ], [o ], [ 9 ], [u ], [y ] y [a ], no habiendo distinción de timbre entre d y ü. Todo este sistema se conservó, al menos en las sílabas acentuadas, en partes aisladas del territorio románico (Dacia y algunas zonas dialectales de Cerdeña). En el resto del mismo se introdujo una simplificación consistente en

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160 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

la convergencia de [o] y [y ] y de [e ] e [ j ] (véase infra). Este sis­tema más sencillo fue la base del romance continental occidental. Los tres estadios pueden representarse así:

lat. clás. a é é i i 0 0 ü ü

lat. vulg. primit. a g e í\ /

? <? o\ /

u

rom. cont. occ. a e e i Q o u

Es difícil dar una fecha precisa de la aparición del nuevo sistema. Sucede, en efecto, que las fechas de los primeros testimonios docu­mentales de los cambios particulares de la cantidad vocálica varían de caso a caso. Ahora bien, es verosímil que el sistema haya cam­biado como un todo y que el proceso gradual haya ido afectando simultáneamente a todos los componentes del sistema fonológico. Los cambios expuestos se reflejan en los textos e inscripciones que poseemos a través de las confusiones ortográficas que interpretamos con arreglo al principio de que los símbolos de los sonidos no son intercambiables si no tienen un valor igual o muy semejante. Al hacerlo así debemos tener en cuenta que el alfabeto latino no dis­tinguía de modo general entre vocales largas y breves. En conse­cuencia, un único signo e tenía, en la época que nos interesa, dos valores: [e] de é y [§ ] de é. De modo similar, i podía representar [i ] de l y [e] de i. Esto significa que cuando una persona deficiente­mente instruida se veía frente a la tarea de notar gráficamente su propia pronunciación [e ] podía emplear e o i Encontramos así gra­fías como sebe por síbí, y ficit por fécit. Los ejemplos que siguen de grafía no tradicional en los que se reflejan cambios de pronunciación van agrupados bajo rúbricas que representan los sonidos clásicos (P. ej. e X i) a partir de los que se inició el proceso.

é x iposuiru (= posuerunt), minsíbus (= ménsibus), jilix, crudilitas;sene (= sine), menus (= minus), frecare, elud, elo, semul, enitio,trebuni,

e x aeLa pronunciación abierta de é está atestiguada por la grafía ae, diptongo que había dado [q] (véase infra): baene, maerenti, daeder (= deder(unt)).

ó x üannus = anuos, cognusco, nubis, tonecas = túnicas.norus = nurus, con = cum, alonnus — alumnus; cf. “coluber noncolober", Appendix Probi.

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Una forma como punte por ponte no puede explicarse en pura fonética. Es seguramente analógica, basada en el nominativo p ó (n )s > pus.

También los diptongos experimentaron importantes alteraciones. Ya hemos visto más arriba que en ciertas áreas dialectales rurales ae se había monoptongado en e. Este proceso de monoptongación se hizo general en latín a partir de las sílabas no acentuadas en épo­ca republicana y se extendió a las tónicas en el siglo x d. C. El cam­bio está atestiguado por grafías que intercambian áe y e: baene, daeder(unt), braevis, etc.; que = quae, precepto, etc. También oe pasó a e: penarn por poenam, amenus por amoenus. Por su parte au, a pesar de que ya había monoptongado en o en ciertas áreas dialectales rurales latinas y en los dialectos itálicos de la Italia sep­tentrional y central, se conservó en el latín vulgar; aún hoy sobre­vive en rumano (aur < aurum). En italiano la diferencia entre luogo y oro muestra que el paso de ó a uo tuvo que haberse completado antes dél cambio au > 5. El testimonio del español y del francés apoya la conclusión de que en latín vulgar au se conservó y de que su monoptongación tuvo lugar separadamente en las diversas len­guas romances.

En sílaba no acentuada las vocales tendieron a ser inestables o a desaparecer por completo. La síncopa fue especialmente frecuente en las sílabas que seguían al acento. Muchos de los lemas de la Appendix Probi atestiguan tal fenómeno: speculum non specljtm, vetulus non veclus, tabula non tabla, cf. los ejemplos epigráficos dulcisma, vetrani, Caesri. En sílaba final, si bien había incertidum­bres en el timbre (o X u y e X i), las vocales se conservaron hasta una época muy posterior a la fragmentación del romance común. Queda aludir a los cambios experimentados por i y u en hiato tras consonante. Que tales sonidos tenían ocasionalmente valor conso­nántico aun en latín arcaico es evidente a la vista de la escansión de palabras como dormía, facías, abiete, etc. Esta pronunciación se hizo general en época imperial. El alfabeto no tenía ningún sig­no especial para notar esta [ j ] , pero el cambio está atestiguado por grafías como abalenare, quetus. En posición inicial e intervocálica la [ j ] consonántica se convirtió primero en una espirante con valor de ; y luego dio una africada [d j] o [dg ], sonido que recibe nota­ciones varias como z (Zanuarius, Zoviano), s (Sustus = lustus), di (codiugi = coníugi), gi (congiugi) o simplemente g (Troge = Troiae). Este mismo sonido vino a ser el resultado final de los grupos de, di, ge, gi (véase infra). La u postconsonántica tenía también un valor no silábico en el latín de la poesía (p. ej. quattuor disilábico en Bu­nio), y esta pronunciación esporádica anticipó su generalización en el latín vulgar. También en este caso el valor consonántico está im­

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162 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

plícito en formas de la Appendix Probi (febrarius) y de las ins­cripciones (quattor, lanarius, etc.).

Consonantes

En la modificación del sistema consonantico son de notar como puntos principales:

1. El paso de b intervocálica a una bilabial fricativa [|3], idén­tica en su pronunciación a la v consonantica (de ahí grafías como cuuiculo por cubículo, y las grafías inversas de b por v: unibersis, cibitatis, bixit).

2. La palatalización (yodización). Ante vocal el grupo ti pasó a ty, que a partir del siglo n d. C. se convirtió en ts, según testimonian grafías como Vincentza, sapiensie, tersiu, etc.3 La palatalización de c tuvo lugar mucho más tarde, no habiendo testimonios inequívocos hasta el siglo vx. En el latín clásico este sonido era pronunciado como [k ] oclusiva en todas las posiciones. Ante i, y algo más tarde tam­bién ante i y e, la consonante se palatalizó, y un sonido de transi­ción dio lugar a [k j]. El siguiente estadio que se postula es [t j], que — ál igual que ya vimos antes— pasó a ts, manifestándose la convergencia de ci y ti en las confusiones ortográficas: nuncius, amicicia, tercium, nacione y conditio, solatium. intcitamento parece implicar una pronunciación africada [ts] o [t/ ], pero el tratamiento varía en las distintas partes del territorio románico. Merece notarse que los dialectos más arcaicos del sardo han permanecido inmunes a esta palatalización.

g también se palatalizó ante una vocal anterior, produciendo un sonido que se hizo igual al de i; de ahí las grafías inversas como gi, etc., ya reseñadas. En posición intervocálica, precediendo al acen­to, la fricativa palatal (evidente en septuazinta) fue eliminada: M en­ta, Agríentum, quarranta (= quadraginta). Ante -m este sonido se labializó: fraumenta, sauma, cf. “pegma non peuma” (App. Probi).

3. Las oclusivas sordas intervocálicas se sonorizaron en roman­ce occidental: logus, tridicum, fegit, quodannis. El fenómeno se data a partir del siglo v.

4. La 6 intervocálica pasó a fricativa bilabial, según se ve por la frecuente confusión de b y v: “plebes non plevis, tabes non tavis” (App. Probi).

3. Un fenómeno paralelo es el desarrollo di > Ay > dz, sonido representado por la grafía z (cf. Isidoro: “solent Itali dicere ose pro hodie”): zes - dies, oze = hodie, Ziomedes, etc.

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5. La m final se pronunciaba débilmente ya desde época arcai­ca, y hay numerosos ejemplos epigráficos de su omisión. Según el testimonio románico se perdió en todas las palabras excepto en los monosílabos (de ahí el fr. ríen < rem). La n final resistió más, y su desaparición, que las lenguas romances atestiguan en todas las pa­labras exceptuados los monosílabos, fue seguramente resultado de desarrollos independientes posteriores a la fragmentación del latín vulgar común. La t final había caído también en época temprana en algunas áreas dialectales latinas (capítulo III). El latín vulgar muestra la misma tendencia con diferencias regionales. Ejemplos epigráficos son ama, valia, feoerum.

6. De los fenómenos de grupo merecen mencionarse los que si­guen. Entre los muchos casos de asimilación podemos notar el de -nd - > -nn - (“grundio non grunnio”), que es atribuido por algu­nos a influencia osea, x (es decir es) se asimila en s (s ) (visit = vixit). La equivalencia fonética de x y s (s ) puede verse en grafías inversas (“miles non milex”, App. Probi). La asimilación paralela de ps se encuentra por vez primera en Pompeya en el siglo i (isse por ipse). También esto tiene su paralelo en oseo y umbro. El paso de -rs- a -s (s ) se manifiesta tempranamente en latín dialectal y vulgar (susum, rusum, dossum). En otros grupos consonánticos en que el segundo elemento era una líquida o nasal, la pronunciación se facilitaba por la inserción de una vocal anaptíctica: ineritia, frateres, omines, nu- tirices, etc. Podemos incluir también en este apartado el desarrollo de una vocal protética ante s seguida de oclusiva sorda: ispose = sponsae, iscola = schola, ispeculator, istatuam.

M o r f o l o g ía

Género

El hipotético romance primitivo reconstruido por el análisis y comparación de las lenguas románicas muestra un sistema nominal con sólo dos géneros. El proceso de eliminación del neutro se inició en fecha temprana. Casos de confusión de género han sido examina­dos ya más arriba. En época imperial el proceso se aceleró por la eliminación de la mayoría de las distinciones fonéticas entre mas­culinos y neutros de la segunda declinación. Hallamos así fatus, cae- lus, monimentus, etc. Ahora bien, como suele ocurrir en los perío­dos de transición, la categoría que estaba destinada a desaparecer experimentó ganancias temporales: p. ej. titulum. Sin embargo, la evolución fonética había dejado intacta la más llamativa de las dife­rencias entre los masculinos y los neutros de la segunda declinación:

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164 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

masculino -i, -os, y neutro -a en el nominativo y acusativo de plural. En general en las lenguas romances han prevalecido -i, -ós, pero ha habido en el plural extensiones de -a que conocieron el éxito: dígita (digítus), caso en el que servía de apoyo la coherencia de un grupo de nombres que denotaba partes del cuerpo: bracchia, cubita, ge- nua, etc. En otros casos el plural en -a fue tratado como un singu- gular colectivo y se convirtió en la base de nuevos nombres feme­ninos de la primera declinación: castra, gaudia, ligna, bracchia, ar­menia.

Declinación

La pérdida de -m final, la débil pronunciación de -s en algunas regiones, así como la confusión de u y o y de i y e en sílaba final destruyó en gran medida la base fonética del sistema flexional clá­sico, según puede verse en la tabla que sigue:

L. C. L. V. h. c. h. V. h. C. h. V.

Nom. -á -a -US -o(s) -ís -e(s)

Ac. -am -a(m) -um -ofm) -em -e(m)

Gen. -ae -8 -i -i -Is -e(s)

Dat. -ae -e -6 -0 -I -i

Abl. -á -a -o -0 -e -e

A estas fuerzas perturbadoras podemos añadir la evolución de lo sintáctico, que desde época temprana había creado giros prepo­sicionales como sustitutivos de las simples formas casuales (p. ej. ad con acusativo en lugar del dativo; véase infra). La consecuencia de estos cambios fue que a mediados del siglo vnx las declinaciones latinas se habían quedado reducidas a un sistema de dos casos.

Primera declinación

Estos nombres se vieron incrementados por una tendencia ge­neral hacia una caracterización más clara del género. Así, los feme­ninos en -us depusieron su engañoso atuendo: nura, socra. Hubo incorporaciones similares procedentes de otros tipos: coniuga, sacerda (por sacerdos), nepta, tempesta. Los préstamos neutros griegos en -ma fueron también adscritos a esta clase, como lo fue­

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 165

ron asimismo ciertos nombres griegos de la tercera declinación que los romanos adaptaron a través de la forma del acusativo: hebdó­mada, lampada.

Por lo que mira a la flexión, cabe señalar que el genitivo sin­gular presenta una variedad de formas: -ae o -e, -as, y -a.es o -es (villaes, Quintiliaes, Prisces, sues, secundes, liberates), en las que la -s puede deberse sea a la influencia de la tercera declinación, sea a la de la terminación itálica -as (conservada también en paterfami- lias). Los dativos y ablativos como feminabus, filiabus siguen el ejemplo de deabus, pero han sido eliminados en romance. Un curio­so desarrollo, según parece basado en nombres propios griegos como Psyche, Psychenis, fue el de la declinación Anna: Annanis, mamma: mamrnanis. Algunos masculinos en -a recibieron la misma declina­ción: scriba: *scribanis (> fr. écrivain, esp. escribano).

Segunda declinación

También aquí encontramos una tendencia a una caracterización distintiva del género en los neutros: vas > vasum, os > ossum. A pesar de la eliminación del neutro (véase supra), el plural en -a so­brevivió en la Italia meridional y central y en la Dacia, e incluso fue adoptado por algunos nombres masculinos: fructa, dígita. En la flexión encontramos aberraciones circunstanciales en las formas de dativo y ablativo: diibus, filibus, alumnibus, amicibus.

Tercera declinación

La evolución fonética borró la distinción entre -es e -zs. De ahí las frecuentes confusiones que los gramáticos se esfuerzan en corre­gir: “tabes non tavis”, “suboles non subolis”, “lúes non luis”, “fa- mes non famis” etc. (App. Probi).

El nominativo de singular experimentó frecuentes alteraciones por causas analógicas: ejemplos tempranos son lovis, bovis, lacle. Encontramos luego carnis y stírpis. La Appendix Probi corrige una forma gruís, y suis es utilizado por Prudencio. Tales nominativos establecían un sistema parisilábico. El proceso inverso se ve en las formas orbs y nubs proscritas por la Appendix.

También en esta declinación los neutros pasaron a masculinos (frigorem, pectorem, roborem). Ahora bien, también surgieron nue­vos neutros: cinus por cinis, cineris, y un *pulvus que viene exigido por formas romances como esp. polvo. La nivelación analógica ha­bía afectado ya en época temprana al tipo flexional sanguis, san-

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166 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

guinis y había creado un nominativo sanguen. En época posterior vemos el proceso inverso en el nominativo pollis por pallen. Un nuevo nominativo glandis sustituyó a glans (véase supra) y en­tonces se creó un nuevo tema (glandinis) comparable a lendis, len- dinis.

En el resto de la flexión podemos notar que en el ablativo singu­lar -é prevalece sobre -i, y en el acusativo plural -és sobre -ís. Los genitivos de plural del tipo omniorum, parentaliorum están basados sobre el nom. y ac. omnia, parentalia, en tanto que mensis se mues­tra voluble presentando mensorum o menserum según sufra la atrac­ción de annorum o la de dierum.

Las declinaciones cuarta y quinta fueron absorbidas respectiva­mente por la segunda y la primera. También este proceso había te­nido un temprano origen (senati); en época más tardía las inscrip­ciones presentan frecuentemente formas como pórtico, mano, in­troito, sumptis, spirito, etc. En la quinta declinación los dobletes ya existentes como materies, materia facilitaron la transformación de palabras como glacia, facia, *rabia. spes y res pasaron a la tercera declinación, si bien para spes había también un tema con -n - en los casos oblicuos: spes, spenem (cí. supra, primera declinación).

Adjetivos

También en este apartado hallamos una tendencia a la caracteri­zación distintiva de los géneros. La Appendix Probi, por ejemplo, condena las formas paupera, acrum, tristus, tetrus ( = taeter). For­mas del mismo tipo son gracilus, sublimas, praecoca.

Para la expresión de los grados de comparación el romance uti­liza las formas analíticas con magis o plus según las regiones (véase infra). Los inicios del proceso de sustitución pueden rastrearse has­ta épocas muy antiguas del latín, al estar comparativos y superlati­vos particularmente sujetos a la tendencia popular a la hipercarac- terización: p. ej. magis maiores (Plauto). Tal clase de pleonasmos se hizo crecientemente frecuente en la lengua vulgar de la época tardía, en la que podemos observar formas con doble sufijo como proximior, extremior, pessimissimus, minimissimus, e incluso las combinaciones plus magis y magis plus, magis magisque amplias.

El tipo misérrima se regulariza con la forma miserissima, cf. in- tegrissima. Nótense también iuvenior y pientissimus.

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Pronombres

Merecen subrayarse el uso indiscriminado de hic, Ule e iste, el empleo de ipse como pronombre anafórico en lugar de is, y la re­ducción de tile a la condición de artículo definido y la de unus a la de indefinido, cuius y cui continúan influyendo en la declinación de los demás pronombres: ipsuius, illui (para las formas anteriores véanse pp. 255 s.). Para el dativo singular femenino se encuentran formas como illae e Maei. Los demostrativos se refuerzan con el pre­fijo ecce; de ahí el francés cet < ecce istum. Sobre ipsimus, forma enfática de ipse, véase p. 156.

Los pronombres proporcionan un interesante ejemplo de la cons­tante renovación de los elementos de la lengua. Ya en época pre­histórica el latín había reforzado los demostrativos uniendo dos temas distintos: *ol-se, is-te (véanse pp. 255 s.). Esta tendencia sub­siste en el uso de los escritores tardíos, que combinan los demostra­tivo: is ipse, ipse ille.

Los adverbios y preposiciones participan también de esta tenden­cia hacia formas más plenas. Abundan los compuestos como abante, áb intus, de contra, in ante, etc., y a menudo se los emplea como preposiciones. Preposiciones compuestas son de post, de super, de ínter. También giros preposicionales funcionan como preposiciones: “per girum ipsius colliculi”, “in giro parietes ecclesiae”, “de latus montem”, “de latus casa” (Per. Aeth.).

Verbos

La confusión de deponente y activo continúa: sequis (cf. toquis, Petronio), conarit, deprecebat, miraret; pero doleatur, dubitamur, vetor, obitus sum, iuvantur (modelado sobre auxilior, opitulor). Las formas de pasiva con -r han desaparecido en romance, en el que han sido sustituidas por perífrasis del participio de perfecto con el verbo “ser” (amatur > amatus est), o por expresiones reflexivas. Ambos procedimientos de sustitución están presentes en el latín vulgar. Los giros reflexivos son particularmente frecuentes en la ter­cera persona cuando el sujeto es una cosa, estando la raíz del pro­ceso en personificaciones como “Myrina quae Sebastopolis se vocat” (Plinio, N. H., 5, 121). En ocasiones las construcciones reflexiva y pasiva se contaminan: se extinguitur.

La tendencia a la confusión entre las clases de conjugación del tema de presente continúa actuando (véase supra sobre sonere, to-

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1 6 8 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

nére, fulgére, /e n e re , etc.). Ahora bien, mientras que antes la tercera conjugación había experimentado pérdidas en favor de la segunda, ahora el proceso se invierte y los cambios ejemplificados por lugunt, pendunt, miscére y ridére vinieron a desembocar en la eliminación del tipo en -ere en algunas ramas del romance, si bien fue el triun­fante en Hispania. Adviértase, sin embargo, que la lingüística compa­rativa románica exige postular *sapére (basado en el perfecto sapui) y *cadére. El segundo puede ser debido a la influencia de iacére, pero para este verbo las inscripciones atestiguan iacio y iacis. Éstas podrían, naturalmente, ser variantes fonéticas debidas a la confusión de e e i como en iubis, pero el paso a la cuarta conjugación es evi­dente en doliens, libiens y en florivit, florire, mientras que doleunt parece ser una grafía de doliunt. La cuarta conjugación recibe tam­bién nuevos miembros procedentes de la tercera: disciunt, serpio, *lucire, gemire.

Originariamente las desinencias eran suficientes para indicar la persona, y los pronombres ego, tu, etc., se utilizaban con finalidad enfática. En la lengua popular su empleo se hizo habitual y su fuer­za se debilitó, de modo que acabaron reducidos a la condición de prefijos: faime, tu aimes, il aime.

En las desinencias personales la evolución fonética produjo la pérdida de i en hiato (-io > -o, -iunt > -unt) y la eliminación de diferencias en la pronunciación entre -és e -is o -et e -it en posi­ción átona. La Peregrinatio Aetheriae muestra preferencia por la grafía contiget, benedicet, colliget, prendet. Las correspondientes formas del plural ponent, tendent, vadent, tollent, reponent no pue­den, naturalmente, ser equivalentes fonéticos del correcto -unt. A la vista del hecho de que la segunda conjugación estaba muriendo en el latín vulgar podría pensarse que la preferencia de Eteria era la reacción de la ignorancia solícita ante el tronar del maestro de escuela: “pendent non pendunt”; sin embargo, -ent ha prevalecido en Hispania, y hay notables indicios de que Eteria procedía de Ga­licia.

Pasando a los tiempos, el imperfecto sufrió pocos cambios y ha sobrevivido casi intacto en romance, si bien -iebam > -ebam. Sin em­bargo, las formas en -ibam se mantuvieron también a lo largo de toda, la latinidad.

Los futuros de indicativo latinos fueron en su origen o bien for­mas de subjuntivo (legara), o bien formas compuestas con el verbo “ser” (-bo ) (véanse pp. 271 s.). A través de toda la historia del latín este tiempo se mantuvo fiel a su origen modal (“volitivo”) : por una parte, el futuro de indicativo se usó con valor de imperativo; por otra, el subjuntivo expresaba idea de futuro. También en romance, en el que las antiguas formas de futuro han desaparecido, su lugar

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 169ha sido ocupado por perífrasis de valor modal: (1) facere volo, (2) facere debeo, (3) facere hdbeo. En el latín tardío encontramos amplios testimonios de estos desarrollos: (1) se conserva en ruma­no, (2) aparece en sardo, y (3) en las demás lenguas románicas. Esta última construcción tenía en origen el valor de “tener que” (“vallera nos traversare habebamus”, Per. Aeth., 2, 1), pero los ejemplos de significación simplemente futural son bastante frecuentes en latín tardío. Los tipos clásicos de las distintas conjugaciones se confun­den en ocasiones: con formas de la Atellana como dicebo, vivebo (véase supra) podemos comparar, por ejemplo, inferevit (= infere- bit), en tanto que la segunda declinación hace a menudo su futuro en -am: habeam, lugea(t).

En el perfecto las formas irregulares (“fuertes”) tienden a ser reemplazadas por formas regulares (“débiles”) : asi praestavi apa­rece en lugar de praestiti y sálivi por salui. En el perfecto en -v - las formas contractas [Nota 17] -asti, -astis, -arunt habían sido siempre las preferidas por la lengua popular. Originadas por la pérdida pu­ramente fonética de -«--entre vocales iguales (delevero > delero), el proceso se vio ampliado por influencias analógicas. Así encontra­mos -di (probai, calcai) sobre el modelo de -ii. En la tercera per­sona del singular las inscripciones vulgares atestiguan la forma la- borait (conservada también en antiguo sardo). Pero más numerosos son los ejemplos de -aut (pedicaut, triumphaut, donaut, etc.), forma de la que proceden las terminaciones románicas (ítáfl. amó, amao: para el desarrollo fonético cf. auca < avica) .

De entre los perfectos “fuertes” el tipo reduplicado muestra aún poder expansivo: impendidi, edidit, prandiderit. Estas formas ana­lógicas quedaron circunscritas a temas en dental (modelo credo, credidi); en los demás casos las formas reduplicadas fueron eli­minadas, quedando dedi y steti como únicos supervivientes en ro­mance. El tipo con vocal larga también cede terreno: lexerit aparece por légerit, capui por cépi, etc. Más vigoroso se mostró el tipo en -si, que ganó considerable terreno en el latín tardío y en romance (“en latín vulgar hubo tal vez unas treinta o más formaciones nue­vas”, Grandgent). El tipo en -ui, aunque perdió apoyo en la primera y cuarta conjugaciones, en las que era anómalo, se extendió en la segunda y tercera; este proceso puede detectarse en época temprana (parcuit, Nevio; serui, Ennio). Ejemplos epigráficos son reguit, co- guit, convertuit e incluso fecuit, en tanto que la filología románica postula *bibui, légui, vidui, etc.

Por lo que mira a las inflexiones del perfecto, no hay restos en romance del arcaico -ere, ni de la forma -érunt que predomina en

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170 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

la literatura clásica. Así pues, la forma con vocal breve -érunt que se encuentra en los autores cómicos tiene que haberse mantenido en la lengua popular.

S in t a x is

Examinaremos solamente algunos de los rasgos más impor­tantes.

Uso de los casos

Sobre la evolución hacia un sistema de dos casos véase lo ya di­cho más arriba.

La tendencia que se observa ya desde Plauto a usar giros pre­posicionales en lugar de simples casos recibe nuevo estímulo de la ruina fonética de las formas flexivas (véase p. 164): así, ad con acu­sativo suplantó al dativo (ad eum dicit, ad febricitantes prosunt, etc.). Tras la confusión de las expresiones que significaban “donde” y “a donde” (véase infra p. 180), ad con acusativo hace también ofi­cio de expresión locativa (“fui ad ecclesiam”, Per. Aeth.), si bien ejemplos con nombres de ciudades y países se encuentran ya desde Livio (véase Sintaxis).

De modo similar el simple ablativo es reemplazado por perífra­sis con ex, ab y de, dándose preferencia en la lengua popular a la última de ellas (de navibus egredi, de palatio exit, de marmore fac­ía). Incluso se sustituye de este modo al ablativo instrumental y causal: fatigati de vigiliis, de oculis tangentes crucem, ungeatur... de tilo oleo (Per. Aeth.). in con ablativo de lugar aparece en expre­siones, contrariamente al uso clásico (véase Sintaxis).

De de con ablativo en lugar del genitivo se encuentran ejemplos desde Plauto (dimidium de praeda); en época posterior este uso adquirió tal desarrollo que podía incluso aparecer sin un nombre regente: “ampullam in qua de oleo... continebatur” (Vita Aridii).

En los giros preposicionales había gran confusión entre áblativo y acusativo (ab hortu(m), con quen, cum libertos, ex donationem, pro salutem, pro hoc ipsud, sine lesionem, a monazontes, de hoc ipsud, de carnem; contra ipso loco, venit in civitate sua). Ahora bien, muchos de estos ejemplos tienen una significación meramente orto­gráfica a la vista de la pérdida de -m final.

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El verbo

El perfecto latino clásico tenía dos valores: aoristo (“dije”) y perfecto (“he dicho” ) . 4 La creación de una forma perifrástica para expresar el “estado presente” comenzó tempranamente —“multa hona bene parta habemus”, Plauto— , pero su pleno desarrollo no se alcanzó hasta época tardía: “haec omnia probatura habemus”, Oribasio; “episcopum invitatum habes”, Gregorio de Tours. De las formas no personales del verbo sólo el infinitivo de presente activo y los participios de presente y perfecto quedaron intactos. El supino fue generalmente reemplazado por el infinitivo, si bien ha sobre­vivido en rumano, se mostró más resistente en ciertos giros como dormitum iré, en lugar del cual los autores tardíos utilizaron a me­nudo la variante dormito vadit (cf. “reponent se dormito”, Aeth.). También el gerundio fue reemplazado por el infinitivo, aunque en el ablativo de modo sirvió como sustituto del participio de presente (“redire... dicendo psalmos”, Per. Aeth.), uso cuyo principio puede rastrearse ya en Plauto (véanse pp. 320 s.). El gerundivo aparece en latín tardío como sustituto del participio de futuro pasivo. En un principio era indiferente a la noción de voz (secundus = “el que si­gue” ), y Plauto lo emplea en un sentido que se aproxima al de un participio de futuro activo (“haecine ubi scibit senex, puppis pereun- dast probe”, Epid., 73-4). También en latín de época más tardía hay ejemplos en que un gerundivo como moriendi es equivalente a m ori- turi. Una vez más nos hallamos ante un rasgo típico de una época de transición en la que una forma moribunda da una postrera se­ñal de vida; así, recepturus es usado por recipiendus, y scripturas por scribendas. Finalmente, el gerundivo en nominativo aparece también como sustituto del participio de presente: iubandi sunt “son provechosos” = iuvant, Oribasio. El participio de futuro activo es raro en latín vulgar, pero se usa en giros perifrásticos que susti­tuyen al futuro: redditurus sit (Per. Aeth.). También el participio de presente aparece en perífrasis. En romance sobrevive como adjetivo, usurpada su función participial por el gerundio. El infinitivo de pre­sente pasivo y el infinitivo de perfecto han desaparecido en roman­ce. Que el infinitivo de perfecto era una forma moribunda aparece claro en el hecho de que los escritores tardíos lo usen a menudo como sustituto del presente.

Siguen ahora algunos puntos notables de sintaxis de los modos. El subjuntivo es reemplazado por el indicativo en muchas construc­ciones. Desde época primitiva se encontraba el indicativo en interro­

4. Sobre este punto véase N otas de los traductores, Nota 45.

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gaciones indirectas. Posteriormente se extiende a otras muchas cons­trucciones: en oraciones consecutivas (“ecclesia valde pulchra... ut vere digna est esse domus Dei”, Per. Aeth.); tras cum causal (“cum his omnes tam excelsi sunt”); tras expresiones de duda (“procul dubium est quod... permansit”, Greg. T.). Sin embargo, el subjun­tivo se encuentra a su vez en lugar del indicativo clásico en varios tipos de oración subordinada, y tiende a transformarse en una mera señal de subordinación. Lo hallamos, por ejemplo, tras quod causal (“lulia... fecit quod Ambibolus frater negligendus facere noluerit”, DV 1481); en oraciones temporales introducidas por priusquam, dum, etc. (“tu dum esses ad superos nemo mihi formonsior ulla”, DV 1373). Particularmente característico del latín tardío es el sub­juntivo —si bien hay también ejemplos del indicativo— , en oracio­nes completivas introducidas por quod, quoniam, y quia tras verbos de decir, etc., en lugar del clásico infinitivo con acusativo.

Vocabulario

Antes de considerar las relaciones del vocabulario del latín ha­blado por el pueblo con el de la literatura será conveniente recor­dar una vez más que en latín no había un vocabulario literario uni­forme. El diccionario era como un guardarropa cuyos diversos estan­tes contenían atuendos verbales apropiados para cada ocasión. Lofs- tedt ha señalado que la distinción que se halla en los manuales de sinónimos al antiguo estilo entre portare “llevar una carga pesada o fastidiosa” y el más descolorido ferre no es válida. La distinción es más bien de estilo. El autor del Bellum Africanum, por ejemplo, emplea sarcinas in acervum comportare (69, 2), en tanto que el es­tricto clasicista que es César usa conferre. La misma relación existe entre deportare y devehere, se reportare y se ferre. Así, las lenguas románicas con sus portare, porter, etc., han conservado la palabra que podemos adscribir al genus demissum. Lo mismo ocurre con los sinónimos magnas y granáis: el Bellum Africanum emplea gran­de praesidium, etc., mientras que César prefería magnas, y las len­guas románicas confirman esta distinción (fr. grand, it. grande). No menos iluminadora resulta la relación entre occidere e interficere. El primero de estos verbos, por su obvia conexión etimológica con caedo, tiene un sentido más drástico, “golpear, matar de un golpe”, frente al descolorido y eufemístico interficere, “eliminar”. Es occi­dere el que predomina en Plauto y Terencio, en Petronio, Eteria, la Mulomedicina, Oribasio y las Defixiones, en las que hallamos tam­bién el compuesto reforzado peroccidere (véase infra). Resta añadir

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 173que el romance ha conservado occidere (it. uccidere), pero no Inter- ficere.

Teniendo presente esta distinción esencial de estilo y géneros, podemos afirmar que el fondo básico del vocabulario popular de co­mienzos del Imperio apenas difería del del latín literario. La lengua coloquial se caracteriza, desde luego, por su preferencia por las expresiones drásticas y de colores vivos, que con el cambio de ge­neraciones fueron perdiendo su fuerza y poder enfático. Un niño que primaria y constantemente oiga la expresión “jeta” la usará con toda inocencia como normal. Por este proceso universal de desgas­te lingüístico los verbos incoativos y frecuentativos latinos perdie­ron gradualmente su fuerza original y acabaron sustituyendo a los verbos simples de los que habían derivado. Así, cantare, adiuíare, iactare, pensare, saltare son los únicos que sobreviven en romance: fr. chanter, aider, jeter, penser, sauter.

También de gran importancia con vistas al romance son los in­coativos en -éscere e -tscere (canéscere, viñscere, floréscere, dor- mlscere). Una manifestación más de la constante búsqueda de fuerza expresiva que caracteriza a la lengua popular es su prefe­rencia por las palabras de forma más plena. Según puso de relieve Wackemagel, el imperativo de scire es scito, no sci. Del mismo modo en la Biblia latina esto se usa en lugar de es, y vade asume las fun­ciones de i, mientras que sí hallamos el plural ite y nunca vadite. También en el indicativo vadis, vadit desplazan a is, it, en tanto que en el plural una gramática que registrara solamente las formas de mayor frecuencia conjugaría vadam, vados, vadat, eamus, eatis, va- dant. Muy parecidas observaciones se han hecho acerca del uso del verbo “ir” en otros autores “vulgares” : las formas monosilábicas son evitadas, apareciendo en su lugar las correspondientes de vade- re y ambulare. Del mismo modo diu cede ante expresiones como longo tempore, tot y quot ante tanti y quanti, vir ante homo, etc. El grado de esta aversión hacia las palabras de escaso cuerpo lo revela una interesante observación que ha hecho Lofstedt: el escri­tor médico Teodoro Prisciano ad describir el tratamiento que se ha de aplicar a los pacientes usa normalmente el presente (nutrió, concedo, etc.), pero cuando ha de emplear el verbo “dar” usa el futuro dabo para evitar el monosilábico do. Una importante con­secuencia de esta preferencia por las palabras de mayor volumen fue el predominio que adquirieron los verbos compuestos sobre sus correspondientes simples. Un ejemplo típico es la eliminación de edo (que en cualquier caso sufría el handicap de su conjugación anó­mala edo, és, ést) en favor de comedro, al que originariamente su prefijo daba un valor perfectivo “comer totalmente”. Los que siguen son irnos pocos de los numerosos ejemplos de la preferencia por los

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verbos compuestos que se da en el latín vulgar: pertransire, perexi- re, perconfirmare, disseparare, perdiscoperire, conducere, expandere. En los nombres y adjetivos la preferencia de la lengua popular por las más plenas y expresivas formas diminutivas y sus reflejos en el vocabulario de las lenguas romances han sido ya examinadas. Al­gunos ejemplos son: avicéllus ( oiseau), soliculus (sóleil), genucu- lum (genou), agnellus (agneau), cultellus (couteau), vetulus, redu­cido a vetlus y pronunciado veclus (it. vecchio, fr. vieux, esp. viejo).

El vocabulario del latín vulgar y de las lenguas románicas ofrece otros muchos ejemplos de eliminación de palabras usuales que eran lugares comunes de la lengua refinada en favor de equivalentes de marcados colores procedentes de las jergas. La palabra testa, por ejemplo, “cántaro de barro” se usó en sentido traslaticio por Varrón y Cicerón con el significado de “concha”. Más tarde aparece con el de “calavera” y acabó por convertirse en el término normal para significar “cabeza” (fr. tete, etc.). Un pasaje del escritor de atelanas Pomponio (179) da una pista sobre la clase de contexto (“te voy a partir la mollera”) en que este cambio de significado se produjo: “iam istam calvam colapis comminuissem testatim tibi”, donde tes- tatim = “en pedazos”. De modo similar bucea “mejilla (hinchada) ” (cf. “puls in buccam veniet”, Pomponio) se usa eventualmente con el sentido de “boca” (cf. “quod in buccam venerit scfibito”, Cic., Ad Att., 1, 12, 4); en varios dialectos románicos encontramos descen­dientes de otros equivalentes dotados de similar fuerza: gula, gur- ges, gurga. spatula “pala” se empleó para designar la paletilla del cerdo y de ahí pasó a hacerse habitual para designar la espalda (cf. épaule, etc.). Como casos paralelos de este tipo de generalización de significado en palabras que se referían estrictamente a animales (cf. el empleo en argot alemán de /ressen por essen) podemos citar gamba (del gr. Kcqun'i), que era el término técnico para designar la articulación de la pata trasera del caballo. El significado románi­co de “pierna” (jambe) aparece en una glosa: crura: gambe, tibie (CGIL, V, 495). También perna, en sentido estricto “pierna de cerdo”, aparece en el esp. pierna, port. perna. Expresiones llenas de fuerza se encuentran también en los verbos que se refieren a actividades comunes; p. ej. “hablar” (garriré, garrulare, fabulari, parabolare); otra palabra llena de expresividad perteneciente a este grupo, mutti- re, se basa en muttum (usado en la expresión muttum nullum “¡ni un gruñido!”), que es el antepasado del fr. mot; “buscar” (circare, chercher); “comer” (manducare, pappare, cf. CGL, V, 525, 15: “ut dicamus infantibus papa”, i. e. manduca); “marchar”, “partir” (sa- lire ); “llegar, acercarse” (se pilcare, cf. esp. llegar); “apurar” (ad- densare). mittere y conicere desempeñan las funciones de ponere y

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locare, en tanto que eicere5 llega a significar simplemente “sacar”. Una comadrona instruida en el latín clásico se quedaría sorprendida ante el consejo que le da Sorano; mas su toras eiciat significa sim­plemente “que saque al niño” y no “que lo arroje fuera”.

La búsqueda de fuerza expresiva se refleja también en las expre­siones pleonásticas (véase supra p. 83): par ídem, omnes universi ceteri alii, omne totum, ambo dúo, singulis diebus cottidie, sursum ascenderé, intus penetrare, ante praeparatus, amplius augmentare, e incluso muliebria feminarum. La misma tendencia produce adver­bios, conjunciones y preposiciones dobles: tum deinde, itaque ergo, ergo igitur, deinde postea, paene vix, ita sic, sic taliter, ut quia, nec non etiam et.

Ciertos rasgos característicos del latín tardío mencionados en el análisis que precede, algunos de los cuales sobreviven en roman­ce, están también atestiguados en el latín arcaico, pero están ausen­tes de la lengua de los autores clásicos. Este fenómeno de la “laguna clásica” fue examinado hace ya largo tiempo por F. Marx, fabulari, por ejemplo, según vimos en el capítulo IV, fue usado de modo constante por los autores de la comedia como término coloquial por dicere. Fue evitado por César y Cicerón, pero que permaneció de modo constante en la lengua coloquial parece evidente por el hecho de sobrevivir actualmente en el esp. hablar. Otra palabra española, mozo (port. mogo), deriva de musteus, siendo mustus una palabra rústica que significaba “nuevo, fresco”; Catón la aplica a un joven cordero y Nevio a una muchacha (virgo). Sin embargo, la lengua clásica conoce sólo el mustum sustantivado, “mosto”. Entre las pri­meras palabras griegas que entraron en la lengua popular estaba campsare, término náutico que significaba “doblar un cabo”, etc. (véase p. 88). Aparece en Ennio, pero se pierde de vista hasta re­aparecer muchos siglos después en la Peregrinatio Aetheriae, con un ligero cambio de significado, “cambiar de rumbo”; la evolución semántica es evidentemente “doblar (un cabo, etc.)” > “cambiar de rumbo” (cf. CGL, IV, 227, 38: “deverticulum, ubi camsatur”) . La palabra sobrevive en el it. cansare. Lófstedt, que ha examinado el tema más recientemente, hace notar que el adjetivo canutus se halla en un fragmento de Plauto para reaparecer en el latín tardío en los Acta Andreae et Matthiae y sobrevive en el it. canuto, etc. Minaciae, que es plautino, reaparece en el Liber ad Gregoriam (siglo v) y es el antepasado de fr. menace e it. minacci. La ausencia de tales palabras de los textos clásicos —excepto en la medida en que pueda explicar­se por lo reducido de la gama objetiva cubierta por la literatura clá­sica, que no habría hallado ocasión de emplear ciertas palabras—

5. Véase supra p. 154.

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puede achacarse a su puntillosidad purista en materias lingüísticas, a esa elegantia y evitación de rustidlas que hemos examinado en el capítulo precedente. Y así una pantalla selectiva se interpone entre el observador moderno y la lengua viva. Más tarde se abrieron vanos en esta pantalla, pero nunca fue removida del todo, de modo que gran parte del latín hablado quedó oculto de vistas hasta emerger en las lenguas románicas.

Más difícil de explicar es la aparente paradoja de que muchos “vulgarismos” aparezcan en la lengua de los poetas. El pleonástico nec non et, por ejemplo, es frecuente, especialmente en la lengua vulgar tardía. Hay ejemplos en Varrón, pero es significativo que la expresión aparezca mucho más frecuentemente en el De re rustica que en el De lingua latina, de más elevadas pretensiones estilísticas, Pero hay ejemplos también en Virgilio, Lucano, Estado y en otros poetas. Por otra parte, los singulares colectivos como miles son un giro frecuente en los poetas augústeos y posteriores y en la prosa de colorido poético de Livio y Tácito. En el otro platillo de la balanza podemos poner ejemplos de la Mulomedicina Chironis y de la Pere- grinatio Aetheriae, por citar sólo dos fuentes de la latinidad vulgar. En el uso del dativo podemos observar coincidencias similares de las dos esferas. Dativos adnominales del tipo del miseris velamina nau- tis de Virgilio y del ministros bello, seditioni duces de Tácito son paralelos al satui semen de Catón, y los datos del romance mues­tran que este uso pervivió en la lengua popular. El llamado “dativo simpatético” es también un rasgo característico del latín popular que puede observarse en Plauto, en las partes dialogadas de Petronio y en las fuentes tardías del latín vulgar. Y, sin embargo, es también un giro favorito de los poetas augústeos. Del empleo adverbial del adjetivo predicativo hemos citado ya un ejemplo coloquial de las cartas de Cicerón (nullus tu quidem domum) y está atestiguado todo a lo largo de la historia del latín coloquial desde Plauto (is nullus venit, citus e cunéis exsilit, etc.), hasta ejemplos tardíos como festinus venit. (Vitae Patrum). Pero los poetas proporcionan una serie de ejemplos no menos llamativa: citi... venimus (Livio Andró- nico); solvite vela citi (Virgilio).

La explicación del fenómeno está apuntada por la observación de que el “dativo simpatético” tiene un mayor calor y un carácter más íntimo que la correspondiente construcción con genitivo; la explicación es, en resumen, que las coincidencias de uso en polos estilísticos opuestos tienen raíces psicológicas comunes. Bajo el esti­mulo de la situación personal, el hablante, liberándose de la lógica, moviéndose más en el terreno de la alusión y de la elipsis que en el de la precisión explícita, echa mano de estos modos de expresión llenos de vida y de calor, de colorido y emotividad, que no resultan

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menos apropiados a la poesía. Las expresiones populares fueron sin lugar a duda un artificio consciente en ciertos géneros poéticos (p. ej. uni, culus, verpa, futuere, ñurumí = pecunia en Catulo, y fe­nómenos similares en las Sátiras de Horacio), pero a una poesía tan estudiada en sus técnicas como la de los augústeos no pueden acha­cársele “vulgarismos”, al igual que a la prosa de Tácito con su permanente búsqueda de la oe^vóTrjt;. En nuestros análisis estilísti­cos hemos de prescindir de la oposición “arcaico-poético”. Lo mis­mo cabe decir acerca de la “vulgar-arcaico”. Con frecuencia los dialectos rústicos conservan en el uso común muchos términos de­saparecidos mucho tiempo antes de la lengua estándar. Un jardinero del Cheshire me advirtió una vez que mi tierra exhausta necesitaba “trench-delving” (“ser cavada en surcos”), utilizando una palabra que yo conocía antes solamente por textos poéticos (“the deep- delved earth”). Eran sin duda ejemplos de esta clase los que pro­vocaban la observación de Cicerón: “rustica vox et agrestis quosdam delectat, quo magis antiquitatem si ita sonet, eorum sermo retiñere videatur” (De or., 3, 11, 42). Tales rasgos deben su inclusión en la poesía elevada y en la prosa solemne a esta cualidad de la antiqui­tas. Las leyes de los géneros exigirían la rígida exclusión de todo lo que fuera “rústico” o “vulgar”.

El latín vulgar que hemos someramente caracterizado en el aná­lisis que precede fue llevado por los soldados, administradores, co­lonos y comerciantes romanos a las diversas partes de su creciente Imperio. Sicilia, Cerdeña, Córcega, Dalmacia y las costas orientales y meridionales de España estaban ya sometidas al dominio romano hacia fines del siglo ni a. C., y la expansión continuó hasta que con la conquista de la Dacia por Trajano el Imperio Romano alcanzó su extensión máxima, incluyendo Britannia en el confín de Occidente y los reinos helenísticos en el oriental, con el Rin y el Danubio como frontera norte. El impacto del latín sobre los pueblos indígenas de esta vasta área varió según el grado de civilización por ellos alcan­zado. Hablando en términos generales puede decirse que en las re­giones en que la lengua y civilización griegas hablan echado raíces firmes el latín tuvo escasa penetración (véase infra). En el occidente, en cambio, los nativos sucumbieron ante la cultura y genio orga­nizador de sus nuevos señores no en menor grado que ante su supe­rior técnica militar. La consecuencia fue el desarrollo de una civi­lización que variaba poco de país a país. El latín, la lengua del nuevo pueblo dominador, fue adoptado por las aristocracias nativas y a la postre por todos los elementos de la población, hasta que las len­guas indígenas, excepto en algunos enclaves aislados, acabaron por extinguirse. Este proceso fue sin duda gradual y afectó en primer lugar a las ciudades romanizadas, para extenderse luego a las ..zonas

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rurales. Por otra parte, a pesar de lo rápida que fue la expansión del Imperio, más de trescientos años transcurrieron entre la incor­poración de Cerdeña y la conquista de la Dacia. Durante este período el latín, como todas las lenguas, evolucionó sin detenerse, y es claro que el latín de los colonos del siglo m a. C. difería del de los legiona­rios de César del siglo i a. C. y del de los de Trajano del ix d. C. Si añadimos a esto la enorme variedad de razas, lenguas y culturas de los pueblos sojuzgados y las notables diferencias de la política ro­mana con relación a ellos, el filólogo podría confiadamente esperar toparse con considerables diferencias dialectales en una lengua ex­tendida sobre un área tan vasta y adquirida como lengua extranje­ra por pueblos de sustratos tan diferentes. Pues bien, a pesar de esforzados análisis de los documentos disponibles procedentes de las diversas partes del Imperio, las peculiaridades regionales que se ha logrado establecer no son sino unas pocas y triviales. [N ota 18.] Así, H. F. Muller (A chronology of Vulgar Latín) observa que aun en el período merovingio los barbarismos que de modo creciente desfiguran los documentos escritos son “prácticamente los mismos en toda la Romanía occidental”. Por su parte hace notar Entwistle que “los vulgarismos que aparecen en las inscripciones de España sop los típicamente generales de toda la Romania más que particu­lares de España, y no raramente resultan contrarios a los posteriores hábitos lingüísticos peninsulares” (Spanish language, 51). En el vo­cabulario, es cierto, los pueblos prerromanos hicieron ciertas apor­taciones limitadas al latín hablado en su respectivo territorio. En su mayor parte se refieren, como cabía esperar, a objetos y actividades peculiares de las regiones particulares. Así, ciertas palabras de la religión gálica sobreviven en los dialectos galo-románicos: el valón dühin “gnomo” se remonta a dusius “una especie de demonio”, en tanto que el nombre del bosque sagrado de los druidas, cassanus, sobrevive en el francés chéne. A estos ejemplos pueden añadirse ciertos términos de carpintería como charpente, copean, tonneau; términos topográficos como arpent y borne; las “palabras de muje­res” piéce y bercer. Von Wartburg (Les origines des peuples romains, 50) hace notar también, acerca de los términos rurales, que “la par­te de la terminología que es común a la ciudad y al campo es latina; en cambio, la parte que pertenece exclusivamente al agricultor es gala”. Cita como ejemplos champ, pré, pierre, sable, por una parte, y raie, sillón, caillou, gréve, boue, por la otra. Sobre las escasas pa­labras prerromanas conservadas en español, que incluyen términos de minería y de accidentes topográficos como nava (vasc. naba), vega (vasc. ibaiko), véase Entwistle, Spanish language, 33 ss. La contri­bución germánica fue más considerable, cosa natural dado el impor­tante papel representado por los pueblos germánicos en la historia

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 179del tardo Imperio. La común posesión de muchas de estas palabras por varias lenguas románicas indica que tuvieron que ser tomadas en préstamo durante el período del “latín vulgar”. No sorprende encon­trarse con que muchas de ellas son palabras referentes a la milicia —werra, helm, wardan (= observare), sporo “espuela”— , y nombres del color de los caballos: blank, brun, grisi, falwa. Pero si bien se ha calculado que alrededor de unas cien palabras germánicas habían en­trado en el latín vulgar antes del 400 a. C., sorprendentemente sólo unas pocas están atestiguadas en los autores romanos: burgus (defi­nido como castellum parvulum por Vegecio), bandum “bandera”, uar- gus “vagabundo”, un latinizado deraubare “robar”, algunos términos zoológicos como garita “ganso blanco”, bison, carpa, urus, taxo (adj. taxinus > fr. taisson), y un grupo misceláneo en el que se hallan brado “pemil”, carina “especie de vasija”, /lasca “recipiente de cuero para beber, bota”, harpa “arpa”, hosa “calzones”, etc.

H. F. Muller afirma que los textos escritos reflejan una real uni­formidad de lengua en la Romanía occidental, y atribuye esta ausen­cia de dialectalización a la “colosal obra de colonización y transfor­mación social” llevada a cabo por la Iglesia cristiana entre los siglos v y vm. “Nunca hubo una más completa interpenetración entre los pueblos de estas regiones.” En este punto debemos apostillar que los hechos garantizan la conclusión solamente en lo que se refie­re a las gentes letradas. De hecho es difícil reconciliar la unidad de lengua evidenciada por los textos todo a lo ancho de un área tan vasta con la diferenciación dialectal de las lenguas vivas que el tra­bajo sobre el terreno ha demostrado para todos los casos incluso en los estados más altamente organizados y centralizados. Nos ve­mos así forzados a concluir que la lengua de los documentos latinos vulgares de que disponemos es una koivi'i escrita, una lingua franca empleada con fines administrativos y de comunicación y escrita en todas partes, aunque con concesiones menores al uso popular, por to­das las personas letradas. Así, las únicas fuentes directas que posee­mos para el latín vulgar del tardo Imperio impiden la efectiva obser­vación de las diferencias dialectales que tienen que haber existido siempre y continuarán existiendo. Es sintomático el hecho de que los datos epigráficos de España contradigan los posteriores desarro­llos peninsulares. También es significativo el hecho de que hallemos un fenómeno análogo en la mitad griega del Imperio Romano, don­de también se ha revelado imposible detectar diferencias dialectales en la icoivf| que en los testimonios escritos había suplantado a los numerosos dialectos locales (con una excepción).

En los capítulos precedentes hemos visto amplios testimonios de la poderosa influencia griega en la lengua y la literatura de los ro­manos. Desde la época más antigua los griegos habían penetrado

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y moldeado la civilización itálica. Artesanos griegos y griegos porta­dores de cultura, de alta y baja condición, se habían asentado en Roma y suministraban palabras propias de sus variadas profesiones. Los romanos nobles habían traído pedagogos griegos para formar a sus hijos, que en los años posteriores hacían su gran viaje a Grecia para ser educados como hombres de mundo. Las clases superiores habían llegado a ser bilingües, recibiendo instrucción regular en griego incluso antes que en su propia lengua. Con la expansión y consolidación del Imperio los lazos se hicieron más estrechos, y llegamos a un período de plena simbiosis en que Roma tanto dio como recibió. El resultado es una impresionante serie de desarrollos paralelos en el latín y el griego de este período. Tal vez debamos excluir los fenómenos que son producto de las fuerzas lingüísticas universales, tales como las nivelaciones analógicas en la morfología; la sustitución de las simples formas causales por construcciones preposicionales; la hipercaracterización y el pleonasmo como pos- tremissimus, extremior, y la constante renovación del vocabulario por la preferencia concedida a los modos de expresión provistos de fuerza y de color. Más dudoso es el uso intransitivo de los verbos transitivos que puede observarse en ambas lenguas (avertere y ditocr- tpécpco), mientras que tanto en latín como en griego los moribundos deponentes afectan tener la salud de los activos (véase p. 167 y com­párese éXTrí^saGai). También en griego encontramos borrada la dis­tinción entre las expresiones “donde” y “a donde” (ubi, quo, itou y noi). También resulta paralela la creciente preferencia por las for­mas compuestas de los adverbios y preposiciones (sKiraXoci, bus p avo , áirévocvu, koctévcxvti, £v£kev xápiv; para el latín véase p. 167). Pode­mos mencionar también aquí la preferencia creciente por los modos de expresión abstractos y nominales frente a los concretos y ver­bales. Entre los desarrollos sintácticos comunes están la creación de un futuro perifrástico y el uso de ab y dotó tras el comparativo. Hay comunicación incluso a nivel de sufijos: el gr. - l o a o c , de origen macedonio, aparece en abbatissa, prophetissa, dueissa, y llegó a ser altamente productivo en las lenguas romances. La preposición grie­ga koctóc, usada en frases distributivas (“cata singulos ymnos... ora- tiones dicunt”, Per. Aeth.), aparece también en catunus, calco del gr. Ka0£Í<; (tardío por Micaoroq), y se funde con la expresión original latina quisque unus para formar cascunus, antepasado del it. ciascu- no y fr. chacun. Por su parte rnxpá se combinó con la palabra céltica veredus para formar el tardo latino antecedente del al. Pferd. En el vocabulario se observan fenómenos similares. La literatura latina continuaba dependiendo en gran medida de la traducción e imita­ción de la griega. Sin embargo, las palabras difieren de lengua a len­gua en la extensión de su campo semántico. Así, la palabra inglesa

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 181way, aunque etimológicamente idéntica a al. Weg, tiene aplicaciones que no se dan en la palabra alemana: en inglés puede decirse “a way of life” (“un modo de vida”), pero no Lébensweg en alemán. Ahora bien, en una literatura de traducción la palabra de la lengua reci­piente puede adquirir parte del campo semántico de la palabra ex­tranjera traducida. Ejemplos a menudo citados son los términos técnicos de los gramáticos. Así, itTcoaiq “caída” a partir del sentido particular de “la caída del dado” había llegado a significar en griego un “caso” gramatical. La palabra latina casus, que es una traducción literal, adquirió el mismo significado técnico en la terminología gra­matical romana. De modo semejante punctum adquirió un nuevo significado de <my¡ní, conquirere “discutir” de cto tsív, idoneus “justo y propio” de xprjaTóq, advocare “consolar” de napaRaXeív, crepare “morir” de ipotpl Eiv, en tanto que sera “atardecer” corres­ponde a ótyloc. En la sintaxis ciertas traducciones demasiado litera­les llevan al uso de construcciones que no tenían nada de latinas; p. ej. si percutimus in gladio? (22, 49) por el ira-cá^opev év payaípr); en san Lucas. Que este uso instrumental de in con dativo no es latino está expresamente afirmado por san Agustín en su comentario a la versión del Éxodo de la “Itala” (XVII, 5): “«in qua percussisti» dixit pro eo quod dicimus «de qua percussisti»”. Este último giro es un interesante testimonio del uso corriente en latín vulgar que es continuado por el empleo instrumental de de en francés. Resta añadir que la popularidad de la construcción en griego tardío debe algo a la influencia hebrea.

La uniformidad del latín tardío tal como aparece en las fuentes accesibles, ya lo hemos dicho, difícilmente podría reflejar las varie­dades de la realidad lingüística actual de las diversas partes de la Romanía. Con todo, la postulación por los estudiosos de un más o menos uniforme romance primitivo, lengua madre de las modernas lenguas románicas, plantea necesariamente el interrogante de la fecha en que ocurrió la “quiebra”. Antes de intentar una respuesta será conveniente reflexionar sobre los métodos utilizados en lin­güística histórica. Para establecer un límite cronológico del tipo que nos interesa debemos en primer lugar determinar las características que imprimen a una forma de lengua dada el carácter de “francés” y no de “latín”. Tal clase de definición sólo puede tomar la forma de una lista de puntos concretos de fonética, morfología, sintaxis y vocabulario. En la práctica es difícil definir un dialecto o una lengua salvo in extenso como la suma de sus características. IJna vez de­terminados esos rasgos genéricos, se explora una serie cronológica de textos a fin de establecer el momento en que por vez primera aparecen los fenómenos en cuestión, lo cual nos proporcionará una serie de termini post quos. De hecho nuestro método es atomista, y

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las fechas de primera aparición varían de punto a punto. Esto apa­rece evidente en una reciente discusión de la fecha del protorromance debida a R. A. Hall:

Es perfectamente cierto que sin el latín es imposible fechar el pro­torromance. Pero, tal como se presentan las cosas, debemos colo­carlo en época lo bastante temprana como para incluir la simplifi­cación de ei en i (ca. 150 a. C.), de ae en é (siglo i d. C.) y de la nasalización procedente de n ante s (siglo i a. C.) y la pérdida de h (Catulo o antes). Por otra parte debemos colocarlo en una época lo bastante tardía como para que preceda a la confusión de é e i y de ó y u (siglos i-ii d. C.) y al establecimiento de una nueva serie de fonemas palatales por la confusión de los alófonos palatales de 1c y g ante vocales anteriores con los resultados de la evolución de ki y gi respectivamente. En conjunto, el período final de la República y de comienzos del Imperio (época augústea) es la época más indicada para situar el protorromance. Ciertas probables supervivencias de rasgos documentados en el latín anterior (p. ej. el plautino cuius, -a, -um, adjetivo en ibero-romance; el plautino -nunt de 3.* pl. de los verbos en el it. -no) indicaría que el co­mienzo de nuestro período debería situarse, como muy pronto, en 250-200 a. C. (“Language", XXVI, 1950, 19.)

A l tiempo que algunos de los hechos enumerados pueden conside­rarse abiertos a la duda — es totalmente improbable que las formas arcaicas latinas como danunt tengan algo que ver con la terminación italiana de la 3.“ p. pl.— , las afirmaciones de Hall pueden servir para ejemplificar la clase de conclusiones a las que el método de investi­gación lingüística esencialmente atomista lleva inevitablemente. El no comprender esto ha acarreado tantas discusiones estériles acerca, por ejemplo, de los grados de relación entre lenguas, acerca de la existencia y posición de las fronteras lingüísticas, y, lo que ahora nos importa, acerca de la fecha de la “quiebra” del protorromance en las diversas lenguas románicas. No resulta sorprendente que los cálculos estimativos varíen entre el siglo v y el ix d. C., desde el momento en que los diversos fenómenos escogidos como definidores del “francés” como opuesto al latín tienen distintas fechas de prime­ra aparición. El problema no es diferente del de la distinción entre dialecto y lengua. Una solución de tipo tajante es la que se logra utilizando el criterio de la inteligibilidad (véanse pp. 16 s,). Si echamos mano del mismo criterio para trazar una línea entre el “latín” y las “lenguas románicas”, la respuesta a la pregunta “¿Cuán­do dejó el latín de ser inteligible para las masas iletradas?” nos la da tal vez la experiencia de Carlomagno. En la convicción de que Dios no se sentiría menos complacido por un correcto hablar que por una recta conducta y de que el estudio de la literatura capacitaría al

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clero para penetrar más profundamente en los misterios de los libros sagrados, Carlomagno ordenó una restauración de los estudios. Pronto tuvo que admitir que no se puede comunicar con el pueblo en una lengua que ha dejado de entender hace ya tiempo, ni, por tanto, salvar sus almas. En 813 la legitimación del sermo rusticus dio reconocimiento formal al hecho de la ininteligibilidad. Esta fecha puede servir como límite cronológico adecuado entre el latín y los dialectos galo-románicos. El estudiante no precisará, sin duda, que se le recuerde que el proceso de cambio que fue constantemente ampliando el vacío que separaba la lengua hablada de la escrita duró muchos siglos. Por último, la afirmación de que el “latín vulgar y el medieval son una excrecencia del latín clásico desarrollada por con­diciones sociales diferentes” 6 es cierta sólo si entendemos por “latín vulgar” la koivi escrita vulgarizada que aparece con escasas varia­ciones en las fuentes ya mencionadas. Debe tenerse presente que desde sus comienzos hasta su fin el latín escrito en todas sus for­mas es una lengua artificial.

6. Muller a n d T a y l o r , Chrestomathy of Vulgar Latín, P re fa c e , p . m .

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C a p ít u l o VII

LENGUAS ESPECIALES. EL LATIN CRISTIANO

El lenguaje —ya lo hemos dicho— es una actividad social, y la lengua, un instrumento por cuya mediación el hablante coordina su comportamiento con el de sus semejantes. Este instrumento y su empleo los conoce el hablante por imitación de la sociedad en que ha nacido: primeramente, como es natural, en el círculo de su pro­pia familia; luego, en el de sus compañeros de juego y escuela, y Analmente, en el de los que comparten su vida adulta. Si bien los hábitos fundamentales del lenguaje se establecen en una época tem­prana de la vida, el proceso de adaptación a las múltiples y cam­biantes exigencias de las relaciones sociales no cesa nunca. Por ello los hábitos lingüísticos de un hombre, su lengua, reflejan fielmente las influencias a que ha estado expuesto a lo largo de su vida. Es un producto de la actividad de un grupo. El comportamiento lingüístico varía, naturalmente, de individuo a individuo. Es, en parte, un reflejo de la personalidad singular de cada hablante y, en parte, el resultado de un fracaso en la consecución de una perfección imitativa, porque debemos recordar que el lenguaje es fundamentalmente un proceso mimético. Tales particularidades personales no impiden el funcio­namiento del lenguaje como medio de comunicación. Simplemente se superponen a una fundamental identidad de hábitos que es el requisito indispensable del entendimiento mutuo. Este constituyen­te común de los hábitos lingüísticos de los individuos de una comu­nidad es la lengua de esa comunidad. Una “lengua” es, pues, una abstracción, una especie de fotografía múltiple elaborada por la superposición de innumerables tomas individuales. La imagen va­riará de acuerdo con los individuos escogidos para representar a los “compañeros” del hablante a que antes nos referíamos. Porque cada persona interviene en relaciones sociales de complejidad infinita, que varían desde la intimidad de su propia familia al trato más formal y distante. Su comportamiento social se adapta a esas circuns-

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tancias, y en consecuencia sus actos lingüísticos individuales forman parte de una serie de “lenguas distintas que reflejan diferencias en grado de intimidad, diferencias locales, dialectos, diferencias de po­sición social, etc. Mas, a pesar de todas estas diferencias, podemos reunir un fondo de palabras y expresiones que, junto con la nece­saria maquinaria gramatical, son de uso general entre la mayoría de los miembros de una comunidad dada. Es lo que podemos llamar la “lengua común” . Sin embargo, aun en las más primitivas socie­dades los individuos forman parte de círculos más estrechos y ex- cluyentes: así los sacerdotes, adivinos, magos, médicos, herreros, etc. Tales grupos tienen sus propios intereses esotéricos, un mundo es­pecial de objetos y nociones, y desarrollan la necesaria maquinaria lingüística para comunicarse y coordinar sus actividades peculiares. A una lengua de este tipo, la de una comunidad dentro de una comu­nidad, es a la que llamamos “lengua especial”. En su mayor parte consistirá en un vocabulario especial, pero a veces se hallan también peculiaridades de pronunciación, de forma de las palabras y de sin­taxis (véase infra sobre el latín cristiano). En tanto que especiali­zada y técnica, una lengua de este tipo está caracterizada por una mayor precisión y exclusividad, que pueden llegar a ser estudiadas y deliberadas. No existe, naturalmente, una línea tajante de separa­ción entre la lengua especial y la general de la que es una rama. Un abogado puede ser padre de familia y pasar sus tardes en el café. Allí no se despojará totalmente de sus hábitos lingüísticos peculia­res de cuño legal, y convertido en litigante no profesional entre sus amigos experimentará la tentación de airear su conocimiento del derecho y de su lenguaje. De este modo se produce un constante intercambio entre la lengua general y las especiales, con el consi­guiente enriquecimiento de ambas.

Para designar sus objetos, procesos y nociones peculiares un gru­po de especialistas puede acuñar palabras y expresiones nuevas (neo­logismos) o, lo que es más frecuente, dar un giro a palabras ya exis­tentes en la lengua general (cambio semántico). Así el soldado romano1 designaba los diversos tipos de formación de batalla con las palabras cuneus “cuña”, globus “tropel”, forfex “tenazas”, serra “sierra”, turris “torre”, caput porci “cabeza de cerdo”. Diversos nom­bres de animales se aplicaban a operaciones de asedio: testudo “tortuga”, musculus “mantelete”, arles “ariete”, scorpius “especie de catapulta” , cuniculus, etc. Podemos citar también papilio “tienda de campaña’’. El tono colorista y pintoresco que es característica universal de la lengua de los soldados aparece en noverca “madras­tra”, “terreno áspero en un campamento”, muli Mariani “pértigas

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1. Véase W. H e r a e u s , ALL, 12, 255 ss.

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en forma de horca para transportar bagajes”, turturilla “dicitur locus in castris extra vallum in quo scorta prostant” (CGL, V, 524, 30), tenebrio “gandul”, litterio “chupatintas”, muger “tramposo”, “is qui talis male ludit”, murcus “el que se corta el pulgar para li­brarse del servicio militar”, focaría “mujer del soldado”. El espe­cialista en matar necesita variedad de expresiones para distinguir los diferentes modos de hacerlo. Asi, Servio, comentando Aen., 10, 314, nos dice que hauríre aliquem es “herir por el costado” : “cum a latere quis aliquem adortus gladio occidit”. El eufemismo allevare es expresamente citado por san Agustín como palabra soldadesca (véase infra, pp. 194 s.). Los ejercicios militares o gladiatorios eran llamados battualia, del verbo vulgar battuere, ya examinado. De la forma vulgar de esta palabra, battalia, vienen el fr. bataille, ing. battle, esp. batalla.

De mucho mayor importancia para la historia del latín y también de la civilización occidental fue la lengua desarrollada por otro gru­po excluyente. Las primitivas comunidades cristianas vivieron su vida en condiciones eminentemente indicadas para la creación de una lengua especial. Con una visión nueva que penetró y transformó todo su mundo, viviendo una intensa y altamente organizada vida de comunidad con sus ágapes rituales y comunitarios, repudiando el paganismo tradicional y todas sus obras, replegados sobre sí mismos por las persecuciones, los primeros cristianos se transformaron casi en una sociedad secreta, dando origen a una especie de latín que resultaba en gran medida incomprensible a los extraños. Puesto que con el triunfo del cristianismo ese latín especial llegó a dar su color a la lengua de todo el mundo occidental, debemos indagar las con­diciones en que se desarrolló. La vida de las primeras comunidades cristianas está, sin embargo, envuelta en la oscuridad, y todo lo que podemos hacer es analizar las peculiaridades de la lengua tal como aparecen en los más antiguos documentos del latín cristiano e intentar reconstruir la condiciones sociales que podrían dar cuenta de ellas.

Se ha dicho que el latín se extendió dos veces por el mundo oc­cidental, y en ambas ocasiones transmitiendo un mensaje proceden­te de Grecia. Cicerón había absorbido y dado una expresión latina al helenismo humanístico pagano que es aún hoy en gran medida el armazón de nuestro mundo mental. El latín se impuso en, la Euro­pa occidental por obra de las legiones conquistadoras y de los go­bernadores militares, administradores y comerciantes que llegaron con y tras ellas. Tiene no menos vital importancia el saber que tam­bién el latín cristiano es, y aún en mayor medida, una lengua de traducción del griego. Fue el griego la lengua en la que el mensaje cristiano llegó a los gentiles desde su cuna de palestina. La infinita

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 187flexibilidad del griego no sólo se mostró adecuada para contar en lenguaje llano la conmovedora historia del Salvador y su Pasión, sino que también proporcionó en poco tiempo un rico lenguaje téc­nico a la organización y formulación doctrinal de la Iglesia. El ca­rácter del griego bíblico cae más allá de los fines de este volumen. Baste decir que sustancialmente se trataba del griego “vulgar”, de la lengua común desarrollada durante el Imperio de Alejandro y sus sucesores, no sin las peculiaridades de vocabulario inevitables en una lengua especial que conservaba, además, algunas huellas de sus orígenes hebraicos. En su nueva forma helenizada el cristianismo penetró gradualmente en el mundo occidental, haciendo sus primeros conversos entre los pobladores grecoparlantes de las grandes ciu­dades. Así, Marcos escribió en griego para la comunidad de Roma, y también Pablo compuso en griego su epístola a los romanos. Sobre el carácter de la población griega de Roma ya hemos hablado en los capítulos precedentes. “La koivt) griega era la lengua usual de todos los déracinés, prisioneros de guerra, libertos, pequeños comercian­tes, marinos, y muchos otros hombres que, de origen oriental pero arrancados de sus casas por las guerras o por causas económicas o sociales, se habían establecido en las grandes ciudades y especial­mente en los grandes puertos de Occidente.” 2 Entre estas gentes humildes ganó el cristianismo sus primeros adeptos. El Reino de los cielos había sido prometido a los pobres. Dos hechos son de fun­damental importancia para comprender el latín cristiano: la nueva religión llegó con atuendo griego y a las gentes humildes de los ba­rrios bajos. Naturalmente, se daba un alto grado de bilingüismo en la Roma de este período. La Buena Nueva tuvo que haberse transmi­tido pronto a los latinoparlantes. Sin duda se dieron entre amigos que tenían lenguas maternas diferentes numerosos titubeos y con­fusiones de traducción y exposición. La lengua sería vulgar, salpica­da de tecnicismos griegos y distorsionada por la fuerza del original; porque una traducción adecuada e idiomática es una tarea que re­quiere pericia. Este proceso se refleja en las primitivas versiones la­tinas de la Biblia, exigidas sin duda por el creciente número de conversos que no conocían el griego. Estas versiones se hicieron probablemente de modo fragmentario y sin una dirección u orga­nización central; san Agustín escribe (De doctrina christiana, 2, 11, 16): “ut enim cuique primis fldei temporibus in manus venit codex graecus, et aliquantulum facultatis sibi utriusque linguae habere vi- debatur, ausus est interpretan”. Algunos ejemplos entresacados de las partes supervivientes de estas versiones primitivas — la así lla­mada Itala o mejor Vetus Latina— nos mostrarán sus caracteres

2. Ch. M ohrmann, “Vigiliae Christianae”, I II , 1949, pp. 67 s.

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fundamentales: vulgarismos, literalidad y empleo de préstamos o calcos griegos. Lo pequeño que era ese aliquantulum de griego salta a la vista en una traducción de i5ou ei KaXr| “mira que eres bella” como vide si speciosa, en la que un traductor, de palabra por pala­bra ha confundido eI “si” con el “eres”.3 La versión latina de la Epístola de Bernabé hace una cita del Antiguo Testamento (Is., 58, 8 a), vestimenta tua cito orientar, que resulta incomprensible has­ta que una ojeada al gr. xá Ideará croo xaxú cxvocteXei resuelve el enig­ma: iá|iaToc “remedios” ha sido tomado como ipáxioc “vestidos”. El mismo autor traduce x£LP°T°vío: como suadela malorum, sin duda por haber puesto en relación falsamente la palabra griega con xe'ípcov “peor”. Esta extrema literalidad debe atribuirse sin duda a un sen­tido de reverencia hacia las inspiradas sagradas escrituras, de las que no se podía perder ni una sílaba. Un ejemplo de ello es la tra­ducción de ÚTtspóvcú por super summum. Sin embargo, las prepo­siciones y adverbios compuestos son característicos tanto del latín como del griego de esta época (véase el capitulo precedente); así tmspávco era simplemente una forma reforzada de ovo. Se plan­tea el problema de buscar un equivalente latino para la partícula interrogativa griega ápa; se la traduce como putas, en tanto que dpáyE aparece como putasne: putasne intelligis? (Act., 8, 30). Stummer cita también ejemplos de defectuoso empleo de los géneros gramaticales. En Amos, 6, 2, xác; KpcmcrTocc; é« mxañv xñv paaiXeiñv xoótcúv aparece en una versión primitiva como “quae sunt optimae ex ómnibus regnis eorum”, donde optimae aparece en femenino como en griego a pesar de referirse a un nombre neutro, regnum. Otros ejemplos de literalismo extremo en las versiones latinas primitivas están recogidos por Ch. Mohrmann en un reciente artículo acerca de los orígenes del latín cristiano en Roma.4 La versión latina de la epístola de san Clemente a los corintios se atiene fielmente al orden de las palabras, y la sumisión al texto griego provoca incluso construcciones ajenas a la sintaxis latina en lo que se refiere a la elección de formas casuales. Así pfiXXov ávSpcóuon; cwjjpoai... Ttpoa- Kóipcopev íj x<3 0e<3 aparece traducido como “magis hominibus de- mentibus... offendamus quam Deum”. También en lo sintáctico son numerosos los helenismos: dignari se construye con genitivo como Kaxoc£ioOa0ai; ut con infinitivo establece un paralelismo con <5gxe; qualiter hace un oficio de conjunción correspondiendo a omo<; (“ob- secrationem facientes qualiter... custodiat” = ómaq... SiacpuXá£,r|); ni siquiera el uso sustantivado del participio griego, que en latín se traduce normalmente con una oración de relativo, acobarda al autor

3. Véase P. Stummer, Einführung in die lateinische Bibel, obra de la que m e considero plenamente deudor en este párrafo.

4. “Vigiiiae Christianae”, I I I , 1949, pp. 67 ss.

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del Clemens Latinus: por toüc;... SouXeúovtcxc; se atreve a escribir “eos qui... servientes”.

Muchos de los términos técnicos griegos que denotaban cosas y nociones extrañas al mundo pagano no tenían, naturalmente, correspondientes latinos. En consecuencia fueron simplemente trans- literados y se afincaron de modo definitivo en la lengua de la cris­tiandad latina: anathema, anathematizo, ángelus, apostata, aposto-’ tus, baptisma (baptismum), baptizo, catechumenus, charisma, clerus, diaconus, ecclesia, episcopus, presbyter, etc. Incluso en los casos en que hubiera sido posible encontrar equivalentes, resultaron elimina­dos a causa de asociaciones paganas poco deseables, vates o fatí­dicas no podían desempeñar las funciones de propheta, ni templara o fanum las de ecclesia. Mas no fueron estas palabras técnicas las únicas incorporadas por los autores de las primeras versiones bíbli­cas. Ya fuera por solícita devoción, ya por simple incompetencia, muchas palabras griegas como cckt]5 ícx fueron simplemente transli- teradas (acedía), llegándose a acuñar denominativos como acediari, equivalente de <xkt]6eiv. áyyocpeúeiv aparece como angariare. A algu­nas de estas formas transliteradas se les da a veces el sentido no técnico de sus equivalentes griegos. Así, presbyter se encuentra en lugar de sénior, paradisus por hortus, diabolus por accusator. Sin embargo se trata de aberraciones. Hemos visto cómo el griego inun­daba la lengua de la vida diaria, tanto en su forma cultivada como en la vulgar. Ahora bien, el orgullo nacional expulsó en gran medi­da a los intrusos griegos de la lengua oficial y de la de la prosa lite­raria. Ch. Mohrmann, en un reciente estudio sobre las palabras grie­gas en el latín cristiano, ha señalado que en los préstamos que tomaron los cristianos se mantuvieron fieles a esta tradición del latín literario: “La mayoría de los préstamos léxicos griegos en el latín cristiano son muy antiguos y casi siempre resultado de préstamos vulgares o más bien «preliterarios»... Son residuos del bilingüismo de las primitivas comunidades cristianas, y la mayoría de ellos han sido, por decirlo así, santificados por la memoria de la predicación oral.” Tan firmemente arraigados en el afecto popular, estos tecni­cismos griegos resistieron todos los embates del purismo y fueron a la larga aceptados como patrimonio de la prosa latina artística de los cristianos. Los poetas permanecieron largo tiempo sujetos a las normas excluyentes de la poesía tradicional pagana (véase Mohr­mann, R. E. L., XXV, 1947, pp. 285 s . ): martyr, ángelus, apostólas, episcopus, propheta, etc., hubieran producido ese exceso de “glos- sae” que, en opinión de Aristóteles, lleva al barbarismo. Los prime­ros poetas cristianos utilizan a menudo, en lugar de las palabras citadas, testis, nuntius o minister, missus, antistes y vates (o praeco) dei. Pero gradualmente también la resistencia de los poetas se que­

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bró, y Prudencio ofrece ya ejemplos de la mayoría de los préstamos cristianos del griego.

Aparte de estas palabras técnicas el latín cristiano descartó las trasliteraciones de algunas de las versiones primitivas y recurrió a los mucho más sutiles procedimientos que ya hemos estudiado en la creación del vocabulario filosófico por Cicerón: el fenómeno de la traducción-préstamo o calco, por el que una palabra nativa ad­quiere ciertos significados que corresponden a su equivalente literal en la lengua que proporciona el préstamo. Así, virtutes como equi­valente de ópera! significa a veces “milagros”; cogitans, cogitatus tra­duciendo pEpqxvSv, pépipva, y cppovrlc; llegan a significar “pensa­miento solicito, preocupación”; conspersio toma de <púpapa el sentido de “masa”; dominicum como KupiocKÓv significa “(la Casa) del Señor”; magnalia “grandes obras” = (ísyaXeía; mediator “Cris­to como mediador entre Dios y el hombre” = (!£aÍTr¡<;; mundus ad­quiere el doble sentido de KÓapoq; verbum o sermo la fuerza del intraducibie Xóyoc, con sus dos facetas de “razón” y “palabra”.

Si tales fenómenos característicos del latín cristiano basta­rían en ausencia de otros datos para dejar sentado el hecho de que el mensaje cristiano llegó a Italia en griego, no es menos evidente que fue comunicado ante todo a los pobres y humildes. Los prime­ros misioneros que predicaron el Evangelio en el Occidente latino como los profetas de tiempos antiguos hablaron a sus oyentes en lengua del pueblo (cf. “prophetae communi ac simplici sermone ut ad populum sunt locuti”, Lactancio, Div. inst., 5, 1, 15). La lengua literaria, con su carácter artificial, instrumento de declamaciones de salón que exigía largo entrenamiento y estudio para su correcto manejo, anulaba la sinceridad. Para infundir esperanza y consuelo, para desterrar el mal y disipar las tinieblas, los misioneros usaron la lengua casera de la vida cotidiana. La consecuencia es que una revisión gramatical de la Vetus Latina y la Vulgata supondría en esencia una repetición de lo dicho en el capítulo precedente. En el campo de la formación de palabras hallamos la ya vista preferencia por las palabras de mayor cuerpo (aeramentum, coronamentum, factitamentum, gaudimonium, aegrimonium), abstractos en -tildo (grossitudo, rectitudo, poenitudo), diminutivos (oviculus, agniculus, umerulus, leunculus, aurícula, domuncula — ¡traduciendo oíkoc;!— , iuvencula), etc. Entre los adjetivos hallamos las formaciones de ca­rácter popular en -bilis (acceptabilis, odibilis, reprehensibilis), -osus (linguosus, meticulosus, staturosus) y -bundus (biliabundus, famulabundus). Encontramos también los adverbios en -im y -ter (commixtim, particulatim, duriter, granditer, sinceriter), los verbos denominativos de palabras de la primera declinación (aeruginare, cibare, custodiare, potionare, nutricare, minorare, amaneare, mani-

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 191core = ópSpí^Eiv), formaciones intensivo-frecuentativas (applotare, febricitare). En morfología reaparecen los fenómenos que ya nos son familiares: nom. sg. lampada, retía por rete, ossum, ossuum por os, ossis, tendencia a la eliminación de los neutros (signus, verbus, vinus, etc.); famis, nubis por james, nubes, etc. “Hipercaracteriza- ción” en los grados de comparación (pluriora), y empleo del super­lativo por el positivo (de allí los comparativos infimior, proximior). El sistema verbal está sujeto a los mismos procesos de nivelación analógica (odio, odíbo, odibam, odivi; adviértanse también las for­mas de perfecto accedí, collexl, avertui, sinui, salivi, silevi). Los ver­bos cambian de conjugación (exercére, lugére, florire, fuglre, ser- pire). Se manifiesta también la incertidumbre vulgar en torno a las formas de futuro (augeam, doceam, diligebit, metuebitis, sepettbo). Las formas activas y deponentes se intercambian (admirare, exhor­tare, certari, paeniteñ, taederi, e, inevitablemente, antiguo y moderno, el horrible fieretur). En sintaxis se confunden las expresiones de “donde” y “a donde”, ad y apud se intercambian, el instrumental aparece con de e in, el demostrativo se aproxima al artículo deter­minado y unus al indeterminado. Oraciones completivas introduci­das por quod, guia y quoniam hacen el oficio del infinitivo con acu­sativo clásico, el indicativo se emplea en interrogaciones indirectas, y el ablativo del gerundio desempeña las funciones del participio de presente. En una palabra: tenemos reproducida aquí de modo com­pleto la fisonomía de latín vulgar.

El tono vulgar del latín bíblico reflejaba, ya lo hemos dicho, los hábitos lingüísticos de los primeros conversos latinoparlantes a los que el Evangelio fue predicado. Mas el uso constante de esta lengua en el servicio divino dio una dignidad y santidad nuevas a estas humildes formas lingüísticas, de modo que la lengua de la Bi­blia y la liturgia acabaría por ejercer una profunda influencia inclu­so en la de los cristianos romanos de elevada educación y cultura a lo largo de los siglos. Lo atestigua expresamente san Agustín en el De doctrina christiana, 2, 14, 21:

quam qu am tanta est vis consuetudinis etiam ad discendum , u t qui in Scrip tu ris sanctis q uodam m odo nutriti educatique sunt, m agis alias locutiones m irentur, easque m inus latinas putent quam illas quas in Scrip tu ris d id icerunt ñeque in Latin ae linguae auctoribus reperiun tur.

Los usos vulgares se arraigaron firmemente por su constante repe­tición en la comunicación hablada y, naturalmente, en el canto. Así, san Agustín, a propósito de la forma vulgar de futuro floriet, escribe (De doctr. christ., 2, 13, 20):

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i llu d etiam quod iam au ferre non possu m u s d e o re cantantium p o p u lo ru m : “sup er ipsum autem flo riet sanctiflcatio m ea” n ih il p re ­fecto sententiae detrahlt. aud ito r tam en p e rit io r m allet hoc corrig i, ut non “flo rie t” sed “flo reb it” d iceretur. nec q u idqu am im pedit cor- rectionem n isi consuetudo cantantium .

La misma reverencia por la lengua de las Sagradas Escrituras se observa en todos los escritores latinocristianos. Ch. Mohrmann hace notar que ni siquiera autores cultos o instruidos como Cipriano rechazan los “vulgarismos” tradicionales — mereciendo así el es­carnio dé los paganos, que le pusieron por mote “Coprianus”— . Mi- nucio Félix, que intentaba influir en los círculos cultivados, se esforzó por evitar el choque con su sensibilidad lingüística, y eludió por ello las palabras y giros específicamente cristianos, a excepción de unos pocos términos indispensables como carnalis, vivificare y resurrectio. Más significativa es la actitud de Lactancio, “el Cicerón cristiano”. Incluso él, a pesar de que presumía del clasicismo de su lengua y estilo, no evitó las peculiaridades ya tradicionales del latín cristiano, Por lo que se refiere a san Agustín, escribe la doctora Mohrmann, es preciso hacer una distinción clara entre sus diferen­tes estilos. En su Ciudad de Dios pretendía defender a los cristianos contra las acusaciones paganas de que la nueva religión era respon­sable de las catástrofes que habían afligido al Imperio. Dirigida a círculos paganos obsesionados por el antiguo humanismo, esta obra muestra un grado de perfección y refinamiento literarios superior al de sus sermones, de carácter más popular. Sin embargo, lo que se ha dicho de Lactancio vale también para el De civitate Del Agus­tín echa mano libremente del léxico especial cristiano, e incluso en su sintaxis, en la que muestra un más solícito respeto por el correc­to uso literario, no faltan los típicos cristianismos. Podemos recor­dar por último el procedimiento seguido por san Jerónimo en su revisión de las versiones latinas de la Biblia ya existentes, en la que procuró hacer el mínimo de alteraciones. Al disponerse a empren­der su obra no quiso ignorar la tempestad de protestas que era pre­sumible se levantase contra el hombre que osara interferir en el bien conocido y venerado texto:

quis en im doctus pariter vel indoctus, cum in m anus volum en as- sum pserit et a saliva quam sem el im b ib it v iderit d iscrepare quod lectitat, non statim erum pat in vocem m e fa lsa r iu m m e clam ans esse sacrilegum , q u i audeam a liqu id in veteribus lib ris addere, m utare, corrigere? (Praefatio in evangelistas ad Damasum.)

En general san Jerónimo se mantuvo fiel a los principios estableci­dos, y, a pesar de todos sus esfuerzos por lograr un mayor refina­

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miento lingüístico, su piedad y buen juicio dejaron intactos muchos de los “vulgarismos” de los antiguos textos. Consagrados por siglos de uso en la Iglesia, habían quedado libres de toda sospecha de “avul- garamiento” incluso para los más refinados y cultivados autores cristianos. Fue este sentimiento el que inspiró la orgullosa respues­ta de un Agustín frente al escarnio pagano de los solecismos y bar- barismos de la Sagrada Escritura y de la lengua de los fieles. “Un hombre que pide a Dios que perdone (ut ignoscat) sus pecados no se cuida mucho de si la tercera sílaba de ignoscere se pronuncia larga o breve... ¿Qué es pues el correcto hablar sino observar el uso de los demás confirmado por la autoridad de los hablantes de anta­ño?” (De doctr. christ., 2, 13, 19); “melius in barbarismo nostro vos intellegitis quam in nostra disertitudine vos deserti eritis”, exclama en otro lugar (Serm., 3, 6). Una postura muy parecida de acepta­ción y defensa de los barbarismos había sido ya exteriorizada por Arnobio (Adv. geni., 1. 59) e incluso por el ciceroniano Lactancio; y este encomio de lo vulgar se convirtió en una especie de topos entre los autores cristianos (cf. Gregorio Magno, Ep., 5, 53 a, p. 357, 33 E.-H.). Para lo que ahora nos interesa lo importante es notar que ciertos vulgarismos habían llegado a ser constituyentes casi obliga­torios de una lengua especial cristiana. La conversión de Agustín llevó consigo una conversión lingüística.

La tesis de que el latín de los cristianos constituía una lengua es­pecial (Sondersprache) fue expuesta por vez primera por monseñor J. Schrijnen y mantenida vigorosamente en una serie de estudios por sus discípulos, especialmente por la doctora Mohrmann. Esta escuela pone gran énfasis en el hecho sociológico de que los prime­ros cristianos constituían un grupo social altamente compacto con intereses especiales y una estricta disciplina que afectaba a todos los aspectos de su vida, colocándolos al margen del cuerpo de la sociedad pagana. El resultado fue un sistema coherente de diferen­cias lingüísticas que afectaba no sólo al vocabulario, sino también a la morfología y a la sintaxis e incluso a ciertos fenómenos métri­cos. Que se acuñaran nuevos tecnicismos a medida para ideas, obje­tos e instituciones cristianas era algo que podía esperarse. A los de esta clase los denomina Schrijnen “cristianismos directos”, pero lo que resulta más llamativo es que también se crearon términos especiales cristianos para designar cosas que no eran específica­mente cristianas (“cristianismos indirectos”). Schrijnen y sus discí­pulos han catalogado una serie de usos de esta clase que aparecen exclusivamente en autores cristianos: veraciter, subsequenter, trans- gressor, exspoliatio, aporiari, indeficiens, confortare, supplantatio, honorificare, subintrare, degradare, cohabitare, mortificare, retri- butio, fornicari, prostitutio, operator, negator, etc. El propio, Agustín

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se refiere a una ecclesiastica loquendi consuetudo distintiva que se va implantando entre los cristianos: “hos —se refiere a los márti­res—• multo elegantius, si ecclesiastica loquendi consuetudo patere- tur, nostros «heroas» vocaremus” (De civ. Dei, 10, 21). En otro pa­saje se refiere a la lengua especial de las Escrituras a propósito del significado de “astuto” que sapiens tiene en Gen., 3, 1, y con orgullo enfrenta el uso cristiano al de la lengua secular: “nam quemadmo- dum loquantur auctores mundi quid ad nos?”. Que palabras espe­ciales de este tipo aparecían en la lengua cotidiana de los cristianos parece deducirse de otro pasaje de san Agustín. Agustín comenta (Quaest. hept., 7, 56) el uso de occurrere en el sentido de “matar” en Jueces y Reyes (p. ej. vade, occurre illi):

quod ideo non intellegitur, quia non est consuetudin is apud nos ita dici. sic en im quod m ilitares potestates d icunt: vade, a lleva illum , et significat “occide illu m ”, quis intellegat, n isi qu i illius locution is consuetudinem novit?

El contexto, en este caso, se refiere a los significados peculiares que las palabras pueden tener en círculos especializados — aquí la lengua de los soldados— , que resultan ininteligibles para los que no están familiarizados con el uso (consuetudo). Continúa luego con otro ejemplo. “Solet vulgo apud nos dici: «compendiavit illi», quod est «occidit illum»; et hoc nemo intellegit, nisi qui audire consuevit”. Si vulgo apud nos significa “corrientemente entre nosotros los cris­tianos” —y es difícil interpretarlo de otro modo— , tenemos en este pasaje un testimonio directo de la existencia de una palabra especial cristiana referente a una cosa no específicamente cristiana, en la terminología de Schrijnen un “cristianismo indirecto”. Los principa­les procedimientos seguidos en la creación de estos nuevos términos específicamente cristianos han sido ya apuntados más arriba: prés­tamos (apostatas, etc.), calcos semánticos (lavacrum “bautismo”), neologismos (trinitas, incarnatio, tribulatio, salvatio, univira), y, el más importante, uso de palabras latinas ya existentes con sentidos cristianos nuevos. En estos casos los traductores y expositores mos­traron a menudo gran sensibilidad ante los sutiles matices semán­ticos de las palabras latinas. Ha señalado Lofstedt que de los nume­rosos sinónimos latinos de “rogar” orare fue gradualmente eliminado por rogare, petere, precari, etc., para sobrevivir solamente en unas cuantas frases estereotipadas. Así, orare adquirió un aire remoto y arcaico, una calidad de “glossa” que lo hizo apropiado para designar el acto de rogar humildemente a Dios. De ahí el significado cristiano de orare “rogar”. El sentido peyorativo de saeculum “el mundo pa­gano” tuvo también sus raíces en el latín “secular” : en latín arcaico

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encontramos contextos en que la palabra es usada en un sentido que denota más bien desconfianza y censura como “el mundo mo­derno”, “esta generación”; así, “novi hoc saeculum moribus quibus siet” (Plauto, Trin., 284) y el famoso pasaje de Tácito “nemo illic vitia ridet, nec corrumpere et corrumpi saeculum —“moderno”— voca tur” (Germania, 19, 1). Los romanos experimentaron cierta dificul­tad en la traducción de la importante palabra oco-níp “salvador” . 5 Cicerón había definido el término (In Verrem, 2, 2, 154); “is est nimirum «soter» qui salutem dedit”. En otro lugar acuñó la palabra servator, mientras que en la época imperial encontramos el com­puesto conservator como uno de los títulos de Júpiter. Fue sin duda este olor a pagano lo que movió a los primeros traductores de la Biblia a prescindir de conservator. Usaron en ocasiones el raro salu- taris que en Cicerón (De fin., 3, 20, 66) se aplica a Júpiter, pero acabó por acuñarse un nuevo término a partir de salvare (que ya era un neologismo): salvator. Tertuliano se atrevió a crear salutifi- cator, que nació muerto, salvator no consiguió aprobación inmedia­ta. Arnobio habla de Cristo como sospitator. San Agustín dio de lado a los escrúpulos puristas con su característico sentido común:

Christus, inquit, Jesús, id est Christus Salvator. hoc est enim Latine Jesús, nec quaerant grammatici quam sit Latinum, sed christiani quam verum. salus enim Latinum nomen est. salvare et salvator non fuerunt haec Latina antequam veniret salvator: quando ad La­tinos venit et haec Latina fecit. (Serm., 299, 6.)

También x«piopoc dio lugar a experiencias encaminadas a recoger los múltiples sentidos de esta palabra central del cristianismo: do- num, donatio, munus fueron objeto de prueba; pero a la postre la elección recayó en gratia. Se dio un giro a algunas lenguas especia­les y se rellenaron sus términos con contenido cristiano. Concreta­mente los cristianos, que se consideraban soldados de Cristo, hicie­ron abundante uso de la terminología militar, 6 “vocati sumus ad mi- litiam dei vivi iam tune cum in sacramenti verba respondemus” (Tertuliano, Mart., 30, 1, 9). El sacramentum es el juramento del soldado; los catechumeni son los reclutas (tirocinium, novicioli). Los clérigos son los duces, y su rebaño, el gregarius numerus. El mártir, tras haberse ejercitado en la prisión, cuando ya se ha despo­jado de los animae impedimenta, muere como un valeroso y autén­tico soldado: “huic sacramento militans ab hostibus provocor. par sum illis, nisi illis manus dedero. hoc defendendo depugno in acie,

5. Véase C h . M o h r m a n n , “Vigiliae Christianae”, IV, 1950, pp. 193 ss.6. Sobre este p u n to véase W. J. T e e u w e n , Sprachlicher Bedeutungswandel

bei Tertullian, 1926.

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vulneror, concidor, oecidor” (Scorp., 4: RW. p. 153, 14). El galardón que recibe del Imperator Christus es el donativum vitae aeternae. Podemos recordar, en fin, que paganas era un término despectiva­mente aplicado por el soldado al “paisano”. Usado por los cristia­nos para designar a cuantos no estaban enrolados en el ejército de Cristo, adquirió su sentido moderno de pagano.

Un último ejemplo tomado del repertorio de Teeuwen bastará para ilustrar el fascinante surgir de este mundo mental y espiritual­mente nuevo. Durante las dificultades de los primeros siglos pax sig­nifica para los cristianos no tanto el final de una guerra cuanto la “cesación de la persecución”. Pero tenía otro sentido más profundo, la pax que Cristo dio a sus seguidores, la paz entre el hombre y su Dios que Cristo mediador había establecido. Los fieles eran filii pacis, Cristo mismo es la pax, y los que mueren en la fe in pace dormiunt, expresión que dio lugar a una división semántica de pax: ( 1) “estado del alma después de la muerte”, (2) “lugar de la paz eterna” . Esta paz sólo se otorgaba a los que morían “en la fe”. Así, pax implica también “fe en Cristo”, pero esta fe se confirma en el bautismo que da la pax e inscribe al que lo recibe en la comuni­dad de la Iglesia, en la familia Christi. Así, pax llega a significar “la comunidad de la Iglesia”. La pertenencia a la Iglesia implica la aceptación de la fe ortodoxa, de modo que litterae pacis podía sig­nificar “certificado de ortodoxia”. La pertenencia a la Iglesia implica también participación en el culto comunitario, y en la Iglesia primi­tiva durante la misa los miembros de la congregación se daban unos a otros un osculum sanctum en prenda de su fraternidad. Se le co­noció también como osculum pacis y finalmente como pax. El térmi­no llegó a usarse también fuera del ritual para designar el “beso” intercambiado por cristianos parientes o amigos. Este uso ha sobre­vivido en el airl. póc “beso” y en gaélico esc. póg.

La existencia de un vocabulario especial cristiano queda así de­mostrada sin lugar a duda razonable. Los intentos de aislar hechos correlativos de morfología y sintaxis han resultado menos convin­centes; fenómenos particulares que se han aducido, tales como las construcciones con quia y quod en lugar de infinitivo con acusativo, el indicativo en interrogativas indirectas, el infinitivo de finalidad, el nominativus pendens, etc., tienen todos ellos correspondencia en los textos profanos contemporáneos (véase el capítulo anterior). La aparición de un grupo limitado de vulgarismos, de una constelación de construcciones sintácticas “subestándar”, en otras palabras: de una Gestalt que sólo comparece en esta forma precisa en los docu­mentos cristianos, puede ser aceptada como testimonio positivo en favor de una lengua especial cristiana. Sin embargo, no se ha llegado a tal constatación, y no parece que puedan detectarse diferencias

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importantes de carácter sintáctico entre la prosa latina secular y la cristiana.

El “latín cristiano” no menos que el “latín vulgar” ha dado lugar a discusiones terminológicas. Nos encontramos ante una adaptación particular de la lengua latina a la expresión de “cosas” nuevas — ob­jetos, actos, nociones, formas de organización— , y particularmente a la traducción de los términos griegos ya habilitados para designar estas cosas. No parece necesario decir que el interés de los cris­tianos por estas cosas específicamente cristianas y sus referencias lingüísticas a ellas varía en intensidad y extensión. Los “cristianis­mos” alcanzarán lógicamente su mayor densidad en las Sagradas Escrituras y en los textos litúrgicos. Convertidos en familiares por su constante uso en el servicio divino, lecturas bíblicas, sermones y epístolas pastorales, muchos de estos términos y giros especiales pasaron a la lengua habitual de las comunidades cristianas. Sería vano intentar fijar los diversos grados de concentración y disper­sión, y aún más el fijar etiquetas distintivas. Sin embargo, Schrijnen se ha esforzado en insistir en una distinción entre: ( 1) la lengua vernácula de los primeros cristianos; (2 ) el latín eclesiástico (el usa­do en la Itala y en la Vulgata, en los acta martyrum, decretos concilia­res, epístolas pastorales), y (3) el latín litúrgico. Es difícil alcanzar a ver qué finalidad práctica se persigue con estas minuciosidades terminológicas. Tampoco es preciso demorarse en el problema de si los “cristianismos” establecidos forman simplemente un “aglome­rado” o bien constituyen un sistema “sensiblemente unitario”. Éste es uno más de los seudoproblemas creados por 'la fatal dicotomía saussureana entre “langue” y “parole”. La investigación establece por el estudio particular de detalles individuales que tales y tales hechos son o no peculiares del latín de los cristianos. La suma total de esos hechos constituye el latín cristiano; su presentación siste­mática por obra de los gramáticos es la “lengua” latina cristiana. Que términos referentes a organización aparezcan en los documen­tos administrativos es de esperar, ni debe tampoco producir sor­presa el que términos litúrgicos aparezcan en la liturgia, ni que la frecuencia de términos cristianos sea menor en la lengua cotidiana de los primeros cristianos. Mas esto último, naturalmente, no tenemos posibilidad de estudiarlo.

La existencia de una lengua especial de los cristianos, aun cuando la limitemos provisionalmente a hechos manifiestos de vocabulario, plantea la cuestión de cómo y cuándo llegó a formarse. Basándose en el predominio de los africanos entre los primeros grandes auto­res cristianos y en el hecho de que las más antiguas actas oficiales de los mártires, los acta sanctorum Scillitanorum (a. 180 d. C.), relativas a los cristianos de la ciudad de Scilli, recibieran ya su pri­

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mera redacción en latín, se ha mantenido durante largo tiempo la opinión de que la cuna del latín cristiano había sido la provincia romana de África y de que desde allí se había extendido a Italia y al resto de las provincias latinoparlantes. Esta opinión fue impug­nada por Schrijnen y ha sido recientemente objeto de un artículo informativo de la doctora Mohrmann, quien se plantea la cuestión del desarrollo del latín cristiano ere Roma. Su primera fase, la apa­rición de una lengua especial cristiana hablada, está oculta a nuestra vista, pero es la que condicionó la evolución subsiguiente. Se habría producido —según las lineas esbozadas más arriba (véanse pp. 187 s.)— por un crecimiento gradual de los latinoparlantes en el seno de lo que en un principio había sido una comunidad de cristianos grecoparlantes bilingües. Su número creciente plantearía una exi­gencia perentoria de versiones latinas de las Sagradas Escrituras y obras pastorales. Esto habría ocurrido durante el siglo n. La se­gunda fase de la latinización de la Iglesia romana, el uso del latín en la correspondencia oficial de la Iglesia, puede datarse a partir de mediados del siglo ni, en tanto que la fase tercera y final se habría alcanzado cuando el latín invadid la ciudadela conservadora de la liturgia, acontecimiento que tuvo lugar durante el pontificado del papa Dámaso entre el 360 y el 382.7 De la fase primera y decisiva, como hemos dicho ya, no tenemos datos de primera mano, pero hay algunos textos entre las versiones latinas escritas en Roma que arrojan luz sobre la segunda. La traducción de la epístola de san Clemente a los de Corinto puede datarse con certeza en el siglo ix d. C.; esto la hace probablemente más antigua aún que el más anti­guo documento datado de la cristiandad latina, la passio martyrum Scillitanorum. En el Clemens Latinas hay numerosas citas del anti­guo Testamento en un latín que difiere notablemente del de la propia epístola. Estos especímenes de una Biblia latina muestran el extre­mo literalismo y “avulgaramiento” de las más antiguas versiones. Lo que es más importante es que esta versión difiere considerable­mente del Antiguo Testamento usado por el africano Cipriano. La versión de la epístola muestra los vulgarismos ya conocidos. Pero, aunque literal en grado extremo, es sensible a las sutilezas del grie­go y en conjunto atestigua la existencia de una madura y rica lengua especial cristiana con muchos de los “cristianismos directos” a los que hemos pasado lista más arriba: apostólas, angelas, baptizare, ecclesia, episcopus, etc.; caritas, confiten en el doble sentido de “ala­bar” y “confesar”, gratia, orare, passio, pax, saeculum, etc. Hay cier­tas experiencias que no fueron acogidas por la lengua de los cristia­nos: minister “diácono”, honoratí “jerarcas, clérigos”, scissura

7. Th, K lauser, Miscellanea Mercati, I, 467 ss.

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“cisma”. Tampoco se implantó definitivamente scripíurae para de­signar “las Sagradas Escrituras”. La doctora Mohrmann concluye que en este documento de la comunidad romana del siglo n encontra­mos el mismo proceso de diferenciación lingüística que se ha obser­vado en los documentos cristianos de procedencia africana. Las diferencias entre una y otra lengua carecen de importancia. La “Sondersprache” de la que es espécimen rudimentario tiene ya ca­rácter ecuménico. También el Pastor Hermae, cuyo autor fue pro­bablemente un latinoparlante que vivía en Roma, proporciona datos en favor de la existencia en Roma de términos técnicos latinos relativos a la vida cristiana. Por ejemplo, emplea la expresión oxarícova s/co, y él mismo la explica por medio del griego vr|0 - teúo "ayunar”. Ahora bien, statio como término técnico por lelunium es conocido a partir de Tertuliano y designa un tipo par­ticular de asumo en miércoles y viernes. Asi, el Pastor Hermae ates­tigua la existencia de un término altamente técnico relativo a la organización de la vida cristiana, un “cristianismo directo” pura­mente latino cincuenta años antes de Tertuliano y tal vez treinta antes de la composición de la passio martyrum Scillitanorum. El que hubiera escrito en griego no es menos significativo: una lengua es­pecial latina cristiana estaba surgiendo cuando aún la lengua oficial de la Iglesia seguía siendo el griego.

Sólo hacia la mitad del siglo xii empezamos a encontrar textos cristianos romanos que no son traducciones, sino originalmente compuestos en latín. Las obras del cismático Novaciano, escritor de considerables dotes literarias e inclinado al purismo, muestran los elementos normales del latín cristiano. En una comparación de Novaciano con Tertuliano la doctora Mohrmann señala la indepen­dencia del primero con relación a su predecesor. Prefiere así el más popular incorruptio al incorruptibilitas de Tertuliano. En la traduc­ción de una palabra tan importante como Xóyoq en la Biblia afri­cana se prefirió sermo, mientras que las antiguas versiones europeas empleaban verbum. Esta última palabra aparece en las citas bíbli­cas de Novaciano, si bien en su texto emplea por igual las dos. Cier­tas contribuciones al vocabulario teológico pueden, según parece, deberse a Novaciano; praedestinatio, por ejemplo, se encuentra por vez primera en sus obras.

Las cartas del papa Cornelio, contemporáneo de Novaciano, a Cipriano son más conservadoras en su estructura sintáctica, pero también en ellas — escribe la doctora Mohrmann— “hallamos todo el vocabulario técnico relativo a la organización y la vida de las co­munidades cristianas”; valgan como ejemplos populas y plebs, fra- ternitas, pax (en el sentido de armonía y unidad dentro de la Igle­

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sia), schisma (que reemplaza al primitivo scissura), catholicus, y la serie completa de términos que designan a la jerarquía eclesiástica.

Tenemos finalmente algunas muestras de un tipo más popular de lengua especial cristiana. La Epístola 8 de la correspondencia de Cipriano emana de la comunidad cristiana de Roma y subraya la necesidad de ayudar y redimir a los que han resultado vencidos en ese enfrentamiento con el Adversario que es la persecución. Los vulgarismos son de tipo extremo (“discere poteritis a plures a nobis... quoniam ea omnia... et fecimus et facimus; excubat pro omnes; omnis periculus”, etc.) y también su sintaxis es torpe y descuidada en grado extremo. Podemos por ello suponer que el texto se ciñe de cerca a la lengua corrientemente hablada entre los miembros me­nos cultivados de la comunidad romana. Es interesante notar los términos técnicos papas (acus. papatem), título aplicado a todos los obispos en esta época, subdiaconus, ecclesia, fraternitas, caticu- meni (vulgar por catechumeni), presbyter, communio, saeculum, saecularis. La persecución dio lugar a una terminología propia: es un agón, un certamen, concebido como lucha con el adversarius, uno de los eufemismos populares para designar al Demonio. Los que vencen (vincere, store in fide(m )) reciben la corona de los márti­res. Otros, sin embargo, son victimas de su debilidad (adprehendi infirmitate) y caen (cadere, mere), y hacen el sacrificio pagano (ascenderé). Mas pueden arrepentirse y volver al buen camino y desear ser de nuevo admitidos en el seno de la Iglesia (communio- nem desiderare). Hemos señalado ya en los capítulos precedentes que la lengua popular de los romanos estaba salpicada de palabras griegas. Resulta de interés notar que en este texto romano-cristiano de carácter vulgar encontramos un préstamo griego que no aparece en otro lugar -thlibomeni “los afligidos” y además la expresión zelus dei. A pesar de su brevedad, el texto nos permite echar una ojeada fascinante a la lengua usual entre los cristianos no culti­vados de la Roma del siglo m, lengua rica en términos técnicos y en gran medida incomprensible para los no iniciados; en una pala­bra: una lengua especial.

Podemos ahora resumir brevemente las conclusiones a las que la doctora Mohrmann ha llegado tras su estudio de los textos de la Roma cristiana. El Clemens Latinas, con una lengua ya característi­camente cristiana, impugna la creencia en la prioridad del latín cris­tiano del norte de Africa. Cien años más tarde, las obras de Novacia- no, las epístolas de Cornelio y la epístola del clero romano revelan una lengua especial altamente desarrollada, bastante avanzada en el camino de la madurez que alcanza en san Agustín y san Jerónimo. Lo interesante es la estabilidad de esta lengua especial. A pesar de sus bien distintos niveles estilísticos, los tres grupos de textos de

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 201la Roma del siglo iii tienen un núcleo común: por ejemplo, es sin­tomático que incluso Novaciano con toda su cultura literaria use la construcción quoniam para introducir oraciones completivas. Por otra parte, esta lengua es ecuménica, porque las diferencias entre África y Roma son insignificantes. Una misma lengua, que más tarde aparecería también en España y la Galia, fue forjándose gradual­mente —podemos suponerlo sin miedo a errar— , conforme la histo­ria del Evangelio y los fundamentos de la fe cristiana fueron siendo comunicados por hablantes bilingües a conversos latinos monóglo- tas. Fue sin duda el resultado de un largo proceso, en gran parte oculto a nuestros ojos, de gran complejidad, en el que estuvieron implicadas muchas gentes de distinta capacidad y grado de educa­ción; avanzando por el camino del ensayo y el error, cada palabra y cada giro hubieron de ganarse la aceptación popular. En este sen­tido puede decirse que la nueva lengua cristiana fue creación del pueblo (Mohrmann). Su carácter ecuménico, la relativa uniformi­dad que subyace a las insignificantes diferencias observables en las versiones y escritos procedentes de las diversas provincias, se ori­ginó — como toda uniformidad lingüística— por una intensa inter­comunicación. No debemos ignorar, naturalmente, la fundamental unidad de cultura y lengua que abarcaba a la parte latinoparlante del Imperio Romano. Este medio favoreció la uniformidad en la reacción del latín ante las nuevas ideas cristianas. Sin embargo, el desarrollo y mantenimiento de un latín cristiano universal se debió en gran medida al constante ir y venir de representantes de las di­ferentes Iglesias y al intercambio de ideas a través de los contactos personales y — factor que no es el menos importante— de la co­rrespondencia. La epístola, se ha dicho, es una forma característica de la literatura cristiana.

Queda ahora bastante claro que el latín hablado por la comuni­dad cristiana de Roma no fue recibido como un don del norte de África. Esta tesis tenía en cualquier caso escasas posibilidades a priori. Cuesta trabajo creer que los cristianos latinoparlantes de Roma se hubieran visto privados del normal mecanismo humano del intercambio lingüístico, con su adaptabilidad a las nuevas ideas y situaciones, y se hubieran quedado en una muda impotencia para aprender, discutir y transmitir la Buena nueva en latín hasta que África del norte les quitara el sello de los labios. Tertuliano, en par­ticular, ha sido destronado por Schrijnen y sus discípulos y despo­jado de su título honorífico de “padre del latín cristiano” : “Tertu­liano no fue ni el padre del latín eclesiástico ni del primitivo latín cristiano” (Schrijnen).

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El juicio de Norden sobre Tertuliano es bien conocido. 8 Fue un hijo de su tiempo, un representante del movimiento asiánico, que duraba ya entonces más de medio milenio. Su espíritu apasionado e impetuoso hizo violencia al latín. En concreto, este autor bilin­güe importó tantos helenismos de vocabulario y de construcción que a duras penas se le puede comprender sin conocer el griego. Un es­tudio más detenido de la obra de Tertuliano ha mostrado que este juicio estaba distorsionado por el hecho de haberse ceñido Norden a una demasiado estrecha selección de textos. Especialmente se ha exageradora densidad de los grecismos. En cambio, la caracteriza­ción de su estilo como estigma del asianismo sigue siendo válida. Encontramos en Tertuliano todos los recursos del estilo “moderno” que analizamos en el capítulo V: concisión, agudeza, antítesis, asín­deton, simetría y, sobre todo, los efectos de asonancia que asumirán gran importancia en la prosa cristiana ilustrada. Algunos ejemplos se comentan por sí mismos: “sordent silent stupent cuneta”; “mu- lorum et milvorum carnes et corpora”; “corrupti tam vitio valetu- dinis quam senio sepulturae”; “iustitia rarescit, iniquitas increbres- cit, bonarum omnium disciplinarum cura torpescit” (tricolon de “magnitud creciente” y homoioteleuton), y, finalmente, un magnífico ejemplo de la estructura del período asiánico con parison, anáfora, homoioteleuton, etc. (véase Hoppe, 9 p. 141):

omnia iam pervia omnia nota omnia negotiosa

solitudines famosas retro fundí amoenissimi oblitteraverunt,silvas arva domuerunt feras pécora fugaverunt

harenae seruntur saxa panduntur

paludes eliquanturtantae urbes quantae non casae quondam.

iam nec insulae horrent nec scopuli terrent ubique domus ubique populus ubique respubiiea ubique vita.

(De An., 30: p. 350, 2 R.)

Fue en el manejo del vocabulario donde Tertuliano mostró ma­yor genio y también capricho. “Es y seguirá siendo un enigma de

8. Die antike Kunstprosa, II, 608 s.9. Syntax und Stil des Tertullian (Leipzig, 1903).

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difícil solución — escribe Hoppe— la forma en que Tertuliano llegó a alterar completamente el significado ordinario y común de muchas palabras.” Schríjnen impugnó la primacía de Tertuliano y mantuvo que su lengua presupone la existencia de una considerable actividad lingüística que habría forjado ya el vocabulario distintivo del latín cristiano. Que algunas palabras aparezcan por vez primera en Ter­tuliano no prueba que las creara él. Sin embargo, no se puede negar el audaz virtuosismo de Tertuliano al domar y distorsionar las pa­labras para expresar la tempestuosa y casi demoníaca intensidad de su voluntad de dominio. Si, con schrijnen, le negamos toda par­ticipación en la creación de la lengua vernácula cristiana, seguirá todavía siendo cierto que Tertuliano fue el primero en utilizar el latín cristianizado en obras literarias de altos vuelos. Su decisiva contribución a la polémica y teología cristianas cae fuera del alcan­ce de esta obra. Mas no se puede negar su influencia decisiva en el latín cristiano como lengua de literatura. Para los historiadores de la lengua es y seguirá siendo la primera y principal fuente de cono­cimiento del latín cristiano (Teeuwen). El “padre del latín cristiano”, en el sentido de Schrijnen, no puede haberlo sido. ¿Diremos más bien que tomó entre sus manos a un niño que prometía, lo crió y lo dotó de unos recursos que hicieron de él el dueño de un mundo mental y espiritual nuevo?

Con el correr de los siglos la organización de la Iglesia y la vida cristiana progresaron rápidamente. El pensamiento cristiano se hizo más maduro y profundo. Su instrumento de expresión se hizo más sutil y sensible por obra de una serie de escritores bien dotados (Ci­priano, Arnobio, Lactancio, Ambrosio). En Jerónimo y Agustín la lengua de la cristiandad latina alcanzó su más alto florecimiento. De la obra de san Jerónimo como revisor y traductor hemos hablado ya. Al tratar de “la lengua” de san Agustín nos enfrentamos con una situación más compleja que en el caso de cicerón. Porque no sólo escribió en géneros de niveles estilísticos diferentes; hay que añadir la complicación que supone el que, tras un completo aprendizaje de la retórica tradicional de las escuelas paganas, se viera obligado, después de su conversión, a aprender el nuevo latín que era preci­so emplear con los cristianos: “nec illa sane praetereo quae cate- chumenus iam, licet relicta spe quam terrenam gerebam, sed adhuc saecularium litterarum inflatus consuetudine scripsi” (Retract. prol., 3). Esta consuetudo secular domina todavía en sus primeros diálo­gos, que son completamente ciceronianos en su estructura de perío­do, vocabulario e incluso en las cláusulas. Pero después de su con­versión y bautismo tuvo lugar un cambio. No deja de tener importancia para el desarrollo de su estilo el que en Ep., 24, tras su ordenación, pidiera al obispo Valerio licencia para dedicarse a

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estudiar la Biblia. Este acontecimiento señala tal vez el punto de inflexión de su evolución, o, por mejor decirlo, conversión, estilística. A partir de entonces Agustín abandonó la inlecebra suaviloquentiae y adquirió gradualmente la ecclesiastica consuetudo — esto se ve ya en lo muy diferente de la lengua y estilo del De vera religione, escri­to en 389— , hasta alcanzar la plena maestría en las obras escritas después de su entronización. Pero incluso en estas obras podemos hablar en cierto modo de una “ley de los géneros”, porque Agustín adaptó su estilo a la condición de sus destinatarios. El carácter más literario y pagano del De emítate Dei ya lo hemos explicado. Sus Confesiones, aunque estilizadas, son de un tono más llano en su estructura y difieren de aquella obra de modo notable en los re­cursos utilizados para marcar las cadencias de los períodos (véase infra). Sin embargo, es en sus sermones donde más se acerca a la lengua popular, porque son en esencia conversaciones amistosas. Los sermones populares de san Agustín respiran una estrecha inti­midad entre la congregación y el predicador sensible a cada reac­ción y ansioso de hacerse entender incluso por los más torpes (tar- diores) de los fieles. Sobre las características generales de este tipo de lengua podemos decir, resumiendo, que encarna y ejemplifica todos los signos distintivos del latín cristiano con sus cristianismos directos e indirectos. Las contribuciones nuevas que san Agustín hizo se conformaron a las tendencias generales del latín cristiano y tardío.

Hay, sin embargo, aspectos lingüísticos de su conversión que me­recen comentario. Hemos advertido ya más arriba que las primeras obras, de carácter ciceroniano, se mantuvieron fieles, en cuanto a las cadencias, a los recursos de la retórica pagana. El nuevo estilo de Agustín, el cristiano, está caracterizado no sólo por el abandono de los cánones clásicos en el vocabulario, en la sintaxis y en la estruc­tura del período, sino que también evita las cláusulas ciceronianas y en su lugar hace uso de los recursos estilísticos de carácter más popular que hemos observado como endémicos en Italia y que ha­bían estado presentes en la infancia de la prosa latina: frases cor­tas equilibradas, en paralelo o en antítesis, con los ornatos primi­tivos de la sonancia, la aliteración y la rima. Tales son los que halla­mos en las más populares de las obras de san Agustín, sus cartas y sus sermones (Glaser, “Wiener Studien”, XLVI, 193 ss.), y en menor medida en el De emítate Dei. De las epistulae cita Glaser, Inter alia (137, 10):

“quid autem non m irum Deus facit in ómnibus creaturae motibus, nisi consuetudine cotidiana viluissent? denique quam multa usitata calcantur, quae considerata stupentur! sicut ipsa vis seminum, quos números habet, quam vivaces quam efficaces, quam laten-

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 205ter potentes, quam in parvo magna molientes, quis adeat animo, quis promat eloquio?”

Cf. 173, 2, 3, lín. 5 ss.:

“nam si ea in me reprehenderis, quae reprehendenda non sunt, te laedis magis quam me, quod absit a moribus et sancto proposito tuo, ut hoc facías volúntate laedendi, culpans in me aliquid dente maledico, quod mente verídica seis non esse culpandum. ac per hoc aut benivolo corde argües, etiam si caret delicio quod arguen- dum putas, aut paterno affectu mulceas quem adicere nequeas. potest enim fleri ut tibí aliud videatur quam veritas habet, dum tamen abs te aliud non flat quam caritas habet”.

Abundan los ejemplos en los sermones, p. ej., 316, 1, 1:

“quidquid videtis quia flt per memoriam Stephani, in nomine Christi flt, ut Christus commendetur,

Christus adoretur Ohristus expectetur,

iudex vivorum et mortuorum, et ab eis qui illum diligunt ad dexteram stetur. quando enim venerit, stabunt ad dexteram, stabunt ad sinistram. beati qui ad dexteram, miseri qui ad sinistram".

Pero es en los sermones más formales, dedicados a las grandes oca­siones del año cristiano, donde estos recursos de la retórica popular están elevados a la categoría de una nueva forma artística. Como ejemplo podemos citar un pasaje del Sermo 199 in epiphania domini:

“ipse enim natus ex matre,de coelo terrae novum sidus ostendit,qui natus ex Patrecoelum terramque formavit.eo nascente lux nova est in stella revelata,quo moriente lux antiqua est in solé velata.eo nascente superi novo honore claruerunt,quo moriente inferí novo timore tremuerunt,quo resurgente discipuli novo amore exarserunt,quo ascendente coeli novo obsequio patuerunt.celebremus ergo devota solemnitate et hunc diem,quo cognitum Christum Magi ex gentibus adoraverunt,sicut celebravimus illum diem,quo natum Christum pastores ex Iudaea viderunt.

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206 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

ipse en im D orainus Deus noster elegit A postó los ex lu d a e a pastores, p e r quos congregaret sa lvandos etiam ex gentibus peccato res” .

Cuán profundamente estaban arraigados en la antigua tradición romana esta clase de efectos estilísticos puede verse por una sim­ple cita de Ennio: 10

haec om nia v id i in flam m ari P riam o v i v itam evitariIov is a ra m sanguine tu rpari. (Trag., 106-8 W .)

Hemos seguido hasta aquí la adaptación y “conversión” del latín popular en instrumento de expresión de ese mundo nuevo que es el cristianismo. Fue primero la lengua especial de.pequeños grupos estrictamente organizados y apartados del resto de la sociedad. Tales grupos, sin embargo, tienen contactos con el mundo exterior, y a través de tales contactos las palabras pasan de la lengua especial al uso común. Los cristianos, a pesar de su espíritu excluyente, no lograron separarse totalmente del mundo pagano. Tertuliano escri­bió en su A pología :

non sine fo ro , non sine m acello, non sine balneis, tabern is, officin is,stabu lis, nundin is vestris ceterisque com m erciis cohabitam us hoc saeculum . nav igam us et nos vobiscum et m ilitam us et ru sticam ur et m ercatus p ro in de m iscem us, artes, operas nostras pu b licam u s usu i vestro. (Cap . 42.)

P o r v ía d e este t ra to , d e e s to s c o n tac to s co n e l m u n d o p a g a n o , p u e ­d e e s p e ra r s e e n c o n t ra r p a la b r a s y g iro s q u e se c o n v ie rte n en p a t r i ­m o n io c o m ú n d e t o d a la c o m u n id a d lin g ü ís t ic a . A g u s t ín e x a g e ra t a l v ez c u a n d o d ic e q u e to d o e l m u n d o e m p le a la p a la b r a natales en su sen t id o c r is t ia n o d e “ p re t io sa e m a r ty ru m m o rte s ” :

quis enim hodie, non d icam in hac nostra civitate, sed p lañe per A fr icam tofcam transm arinasque regiones, non christianus solum , sed paganus aut Iu daeu s aut etiam haereticus poterit inveniri qui non nobiscum dicat natalem m artyris Cypriani? (Serm., 310, 1, 2.)

S in e m b a rg o , ta le s p r é s t a m o s s o n m u y ra ro s . E l e s tu d io d e la le n g u a

d e u n a u t o r n o c r is t ia n o c o m o A m m ia n o M a rc e lin o h a m o s t r a d o q u e ,

10. Cf. también el conjuro para males de los pies citado por Varrón, R. R„ 1, 2, 27:

ego tui memini medere meis pedibus térra pestem teneto salus hic maneto in meis pedibus.

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ESBOZO DE UNA HISTORIA DE LA LENGUA LATINA 207

si bien conoce expresiones cristianas, sólo unas pocas, por no decir ninguna, pertenecen a su vocabulario normal. Cuando tiene ocasión de emplear tales términos al tratar temas cristianos añade habitual­mente un comentario del tipo ut christiani appellant. No fue por es­tos caminos por los que el latín común se cristianizó. Lo que ocurrió no fue que un grupo altamente compacto con intereses especiales hi­ciera pasar su moneda lingüística a la circulación general. El grupo fue admitiendo de modo constante nuevos adeptos, y los conversos fueron instruidos en la lengua especial. El grano de mostaza creció hasta formar un árbol poderoso. Tertuliano puede ya proclamar con orgullo (Apol., 37, 4) “hesterni sumus et orbem iam et vestra omnia implevimus, urbes, Ínsulas, castella, municipia, conciliabula, cas­tra ipsa, tribus, decurias, palatium, senatum, forum. sola vobis reliquimus templa”. Al final ni siquiera los templos se les dejaron. El grupo absorbió a la entera comunidad, y su lengua especial se convirtió, en la koivt| del mundo occidental. Es el latín medieval.

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SEGUNDA PARTE

Gramática histórico-comparada

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C a p ít u l o VIIIF O N É T I C A

En los capítulos siguientes haremos uso constante de fórmulas como “*p indoeuropea pasa a / en germánico”. Será bueno empezar explicando qué significan tales fórmulas.

Al rastrear la historia de los sonidos de una lengua el filólogo emplea dos métodos. En primer lugar estudia las variantes que adopta una palabra registradas en una serie de textos dispuestos en orden cronológico. Por ejemplo, podemos remontar el fr. pére al lat. patrem. Pero cuando ha llegado a los textos más antiguos disponibles, el método histórico cede el paso al comparativo. El mé­todo comparativo se basa sobre el axioma primario lingüístico de que la relación entre sonido y significado es arbitraria. Con esto queremos decir que no hay en la naturaleza psicofísica del hombre nada que provoque, por ejemplo, la pronunciación instintiva del complejo fónico “hierba” ante la observación de esa realidad botá­nica. Usamos ese signo fónico con esa referencia porque hemos imi­tado a los miembros más viejos de la comunidad de hablantes en que hemos nacido, porque hablar es un proceso esencialmente mi- mético. Si luego observamos que en otra comunidad de hablantes, digamos la francesa, el signo fónico herbe es usado con el mismo significado, concluimos que es altamente improbable que tal asig­nación arbitraria de sentido al sonido ocurriera por vía independiente en ambas comunidades. Cuanto mayor es el número de tales coin­cidencias, mayor se hace la improbabilidad. Cuando observamos que esp. hierba, vaca, leche, buey, campo, etc., se corresponden con fr. herbe, vache lait, boeuf, champ, etc., hemos de concluir que debe haber alguna conexión histórica entre los dos sistemas. Con otras palabras: si podemos seguir los eslabones del proceso mimético a través de sucesivas generaciones, llegamos finalmente a alguna for­ma de comunidad de lengua entre los antepasados lingüísticos de los franceses y españoles que explica las semejanzas observadas entre estas dos lenguas. Del mismo modo, lat. pater se iguala con

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212 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

una serie de palabras en las lenguas emparentadas, o. patir, gr. nocrr|p, ser. pitar-, gót. fadar. En una serie completa de tales ecua­ciones evidentes por sí mismas se observará que p en latín corres­ponde a p en muchas otras lenguas, p. ej. en griego, sánscrito, balto- eslavo, etc., mientras en las palabras correspondientes de lenguas germánicas aparece una /. Dado que tal paralelismo en la estructu­ra fónica de palabras con significado similar no podría ser fortuita en mayor medida que lo sería la identidad absoluta, concluiremos que esas palabras germánicas también descienden, a través de diver­sos procesos miméticos, de la misma lengua madre común. La re­construcción de las palabras y formas de esta lengua madre es tam­bién asunto de probabilidad. Las consonantes de la palabra para “padre” aparecen en la mayoría de las 'lenguas como p-t-r, y así podemos atribuirlas con cierto grado de probabilidad a la lengua madre. Las vocales son más difíciles de fijar, pero los estudiosos coinciden en representar la forma ide. como *pstér. Debe tenerse presente que esto no es más que una fórmula útil para expresar la incómoda ecuación

lat. pater = gr. raxTrjp = ser. pitár- = gót. fadar = airl. athir, etc.

Igualmente el paralelismo observado en los sonidos integrantes de la serie de correspondencias puede ser resumido cómodamente por el historiador de la lengua latina con fórmulas como “ide. *p > lat. p”, mejor que con el engorroso lat. p = gr. p = ser. p = germ. / = célt. cero. Debe insistirse en que las formas reconstrui­das ides. no tienen existencia más que como fórmulas convenientes a los paralelismos observados. Son meros sumarios de parentescos. Por ello no será objeción válida a una forma reconstruida tal como *stZ’uHró- el decir que jamás órgano vocal humano alguno pro­nunció tal serie de sonidos. No se pretende tal existencia fonética para la fórmula. No obstante, hay sonidos que, con distintos grados de probabilidad, podemos asignar a la lengua madre ide., y es útil a efectos de exposición y referencia usar una fórmula tipo ide. *p > lat. p en vez de emplear en cada ocasión la ecuación completa de la que la fórmula es un compendio.

Vocales

Acento

El tratamiento de las vocales ides. en latín varía según el tipo de sílaba en que se encuentran. Están muy influidas por el acento.

Acento es la prominencia dada por diversos medios a una sílaba de una palabra sobre otras de la misma palabra o expresión. Dicha

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 213

prominencia puede conseguirse pronunciándola con un tono más elevado (tono o acento musical) o por una expulsión más tuerte del aire (acento de intensidad o expiratorio). En unas lenguas el acento puede recaer sobre cualquier sílaba de la palabra, y el acento se llama “libre”. En otras recae regularmente sobre una determinada sílaba, y recibe entonces el nombre de “fijo”. El acento primitivo ide. era musical libre, pero ese sistema no existía ya en latín clásico, en el que el acento carga sobre la penúltima sílaba si ésta es larga y sobre la antepenúltima si la penúltima es breve. Por ello debemos pronunciar dúclmus pero ducémus (para las excepciones véase p. 222). Sin embargo, los estudiosos están divididos en lo que res­pecta a sus opiniones sobre la naturaleza del acento latino, y hemos de revisar brevemente los datos. Tenemos en primer lugar el testi­monio directo de los gramáticos latinos, que, al describir el acento de su lengua, utilizan una terminología que sugiere distinciones de tono más que de intensidad. Así, Varrón contrasta el tono de un sonido, su altitudo, con su cantidad, longitudo: p. ej. “cum pars ver- bi aut in grave deprimitur aut sublimatur in acutum” (L. L., 210, 10-16, GS.). Semejante testimonio podría parecer poner fuera de duda que el latín clásico tenía un acento musical. La práctica de los poetas clásicos, que basaban su versificación en la cantidad de las sílabas olvidando el acento, se considera como una prueba indirec­ta. Ésta es la opinión mantenida por la mayoría de los lingüistas franceses, que creen que el acento tonal o musical se mantuvo hasta el siglo iv d. C.

Pero fuera de Francia los estudiosos se inclinan a poner en tela de juicio la credibilidad de los gramáticos romanos. En los estudios gramaticales, como en otros muchos campos, los romanos fueron imitadores serviles de los griegos. Las mismas palabras accentus, gravis y acutus son “calcos” de los términos griegos upoauBta, papsta y óSeícc. Por ello, se advierte, deberíamos cuidarnos de aceptar des­cripciones del acento latino que están metidas a la .fuerza en una terminología científica proyectada para describir una lengua de tipo diferente. Interesa advertir, además, que los gramáticos griegos si­guieron hablando de ópelcc y papeía mucho después de que el acento griego hubiese pasado de ser musical a ser de intensidad. Por tanto puede resultar más seguro ignorar tan sospechoso testimonio y con­fiar en deducciones sacadas de hechos que podamos observar por nosotros mismos. De la mayor importancia es el fenómeno de la síncopa, la eliminación de vocales átonas, ya que es generalmente un acompañante de un fuerte acento de intensidad. Topónimos ingleses como Qódmanchester y Wávendon, que se pronuncian [gAmsta] y [wondan], proporcionan ejemplos clarísimos. En irlan­dés antiguo, también, préstamos latinos como philosophus y aposto-

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214 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

lus aparecen en la forma sincopada felsub y apstal. 1 Síncopas seme­jantes se dieron en todos los períodos del latín (véase infra): p. ej. auceps < *avicaps, offitina < *opificina (cf. opifex), undecim < *unodecem, etc. Cuando las vocales de las sílabas no iniciales no se perdieron absolutamente por síncopa, sufrieron debilitamiento de varios tipos: p. ej. afficio < *ad-facio. Más abajo se hablará con detalle de estos cambios, por el momento baste con advertir que la síncopa o debilitamiento nunca afectan a la vocal de la primera sílaba en palabras tónicas. Estos hechos sugieren la conclusión de que el latín tuvo en algún momento un acento de intensidad sobre la sílaba inicial y que fue éste el que produjo síncopas como aetas < *aevitas y debilitamientos como occido < *obcado. La ley de la pe­núltima sílaba del latín clásico refleja un cambio posterior de hábitos que restringió el acento según las condiciones arriba fijadas. Adviér­tase que en las palabras de cuatro o más sílabas había un acento secundario: aédificávit, témpesthtem. Prueban esto: (1) el hecho de que en italiano se produzca la geminación de la consonante siguien­te (p. ej. scellerato = scéleratus), y (2) el hecho de que tal acento se­cundario cuente como pleno en versificación (p. ej. en el saturnio1 2 dédet témpestatibus || aíde méretod y en cuarto pie de un pentá­metro díláni | antür ó|pés; véase infra). Una enclítica adelanta el acento a la última sílaba de la palabra a la que está unida: vidés-ne, egó-ne. Con síncopa de la vocal final tenemos la pronunciación vidén, egón. Que el acento del latín primitivo caía sobre la primera sílaba está confirmado por el testimonio del osco-umbro, donde la síncopa es más violenta que en latín y afecta a todas las sílabas excepto a la primera. La métrica plautina también implica que la primitiva acen­tuación persistiera todavía en algunas palabras: las que tenían laestructura rítmica ^ ^ ^ a (p. ej. facillüs, múliérém, sequimim) se acentuaban en la primera sílaba. En otros aspectos la prosodia plau­tina muestra que la ley de la penúltima estaba operándo ya en su época. Que el acento era todavía de intensidad viene sugerido por la persistencia de la síncopa en la sílaba inmediata siguiente al acento, p. ej. aud&cter < audáciter, sinistra < *slnlstera. Prueba también la existencia del acento de intensidad la ley de abreviación yámbica (brevis brevians) según la cual la sílaba larga en una sucesión yám­bica se abrevia si el acento la sigue o precede inmediatamente: p. ej. modo > modo, rriihi > mlhi, bené > béné, etc.

Que el acento latino difería en el período clásico del acento mu­sical del griego clásico viene indicado por las diferentes prácticas

1. L indsay, Latín language, p. 170.2. Sin embargo hay mucha inseguridad en cuanto a la base métrica de

la medida saturnia. [N ota 19.1

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 215

métricas introducidas por los poetas romanos en los metros que imitaron de modelos griegos. Plauto y Terencio tienden a armoni­zar el idus del verso con el acento de la palabra, mientras en griego el acento de palabra no desempeña papel alguno. Lo mismo ocurre en el hexámetro compuesto por Ennio, contemporáneo de Plauto. Aquí hemos de introducir una advertencia sobre el ritmo en general. El ritmo surge de la recurrencia regular de impresiones sensoriales. Una rigidez demasiado grande en el tipo recurrente, sin embargo, produce pronto cansancio, y agrado las variaciones en el ritmo bá­sico. Pero la peculiar tensión entre variaciones y tipo básico queda destruida si tales variaciones son tan frecuentes o tan complicadas que .el sentido del ritmo fundamental se pierde.

Por consiguiente, al oyente ha de recordársele a intervalos este ritmo básico, y tales recordatorios son muy oportunos en el final de las estructuras rítmicas complejas, en las cadencias. Por ejemplo, el hexámetro siempre terminaba en - Pues bien, se hahecho ver que mientras los poetas romanos no aseguraban la coin­cidencia de idus y acento en los primeros cuatro pies del hexáme­tro, dicha armonía aparece en los dos últimos pies, elevándose la proporción de casos positivos desde un 92,8 % en Ennio a más del 99 % en Virgilio. [ N o t a 20.] Para el pentámetro se han observado hechos similares, por lo cual se ha sostenido recientemente que “el ritmo buscado por Tibulo, Propercio, Ovidio y Marcial para la se­gunda mitad del pentámetro contiene una marcada concordancia idus-acento en el cuarto pie y un conflicto idus-acento en la según-

i f 4 í

da parte del quinto pie” : 3 p. ej. unde mo\vetur &\mor, donde la intención obvia es sentar firmemente el ritmo dactilico al comienzo de la segunda mitad del pentámetro, pero evitar el ritmo pobre dis­poniendo un choque en el siguiente pie. De todo ello resulta que al menos un principio de variación rítmica usado por los poetas roma­nos fue la interacción del idus de verso y acento de palabra, con vuelta a la coincidencia en la parte cadencial del verso donde era deseable marcar claramente el ritmo básico. En griego no encontra­mos nada similar hasta los coliambos de Babrio ■—que siempre pone un acento sobre la penúltima sílaba— , y por entonces el acento grie­go había pasado de musical a de intensidad. Es difícil, pues, resistir a la conclusión de que esta diferencia de práctica métrica implica un acento latino diferente del griego musical, a despecho del uso común de términos técnicos que implican acento musical. Esto no excluye la posibilidad de que la sílaba acentuada latina fuese pro­nunciada con un tono más elevado que la átona, pero éste es un ras­go secundario del acento intensivo al igual que en inglés.

. 3. G. A. W ilk in so n , “Class. Qu.”, XLII, 1948, p. 74.

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216 INTRODUCCIÓN AL LATIN

Para el período posterior al 300 d. C, hay acuerdo general entre los estudiosos en que el latín se caracterizaba por tener acento de intensidad. Para ello contamos con el testimonio de gramáticos como Pompeyo (siglo v d. C .): “ergo illa syllaba quae accentum habet plus sonat” (V, 126 K .). También la síncopa es un dato más que nos pro­porciona testimonio inequívoco: domina > domna (de aquí it. donna y esp. dueña), oculum > oclu (it. occhio, esp. ojo).

Vocales

El sistema fonológico ide. comprendía las vocales a, e, o, i, u, que podían ser largas o breves, y las combinaciones en diptongo de las tres primeras con las semivocales o sonantes i, u, r, l, m, n. El tra­tamiento de estos sonidos heredados en latín varía según el tipo de sílaba en que aparecen. Los examinaremos bajo los tres epígrafes (1) sílaba inicial, (2) silaba medial, (3) sílaba final.

Sílabas iniciales

En el latín más antiguo, como hemos visto, estas vocales esta­ban acentuadas, y por ello se mantienen con regular constancia.a aciés = gr. dcxpóq. 4

ago = gr. óyoa.ager = gr. áypóq, ser. ájras, ing. acre, álius = gr. áXKoq.

d müter = gr. dór. páxqp, ser. matar-, fráter = gr. cppátnP- fama = gr. dór. <¡>ápoc.

e ego = gr. áyeb. genus = gr. yévoq. est = gr. ¿creí.

1. Ante una nasal velar [q] e > i: tinguo — réyyco, quinqué < Apenque (con vocal alargada por analogía con quintus). Obsérvese que gn se pronunciaba [rjn]: por ello dignus de *dec-nos, cf. dec-et.

2. La proximidad del sonido u producía el cambio de e a o: p. ej. nonos = vé(F)oq, novem — (év)véFoc; socer = (o)FsKupóc;, cf. ser. gnáguras, soror < *suesór, cf. al. Schwester; somnus < *suepnos, cf. ser. svápnas, anor. svefn; coquo < *quequo (véase p. 226), bonus <

4. El griego conserva las vocales ides. con un alto grado de fidelidad; por ello nos bastará con citar las palabras griegas correspondientes. Adviértase que el signo == significa “emparentado con” y no “idéntico a”.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 217

lat. are. dueños. Esta tendencia debe haber persistido hasta !a época de los primeros contactos de Roma con Grecia si, como parece pro­bable, ovare deriva del grito ritual griego de las bacantes.

3. e pasa a o ante velar [1] (véase infra). Esto explica la vocal de volo, etc., en cuanto opuesto a velim, velle: además téngase en cuenta solvo < *se-luo, oliva < *elaiuá. Este cambio fue frenado por una consonante palatal precedente: así tenemos scelus, gelu, etc., pero holus < más antiguo helus.

fé m in a = gr. 0r]-Xfj, etc.fé c it = gr. e-0r|-KE.p lén u s = gr. uÁ.r|-pT]c;.octd = gr. óktcÍ).ov is = gr. 8(F)ig.p o tis = gr. itóaig, ser. pátis .

1. o > u ante nasal velar [q] y ante [m ]: uncus = óyKoq; un- guis, el. Svuí;; umbo, cf. óp<paXóq; huno, lat. are. honc < *hom-ce (pero repárese en longus, gót. laggs).

2 . o > u ante [ U + consonante: sulcus — o A k o <;, vult, pero volo (véase infra), culpa, lat. are. colpa, multa, lat. are. molla.

3. ou > au en sílaba que precede al acento: cavíre, cf. ko( F ) éco, favissae, pero fóvea, lavare, cf. Xó(F)co.

4. uo- > ue- ante r, s y t, cambio que tuvo lugar hacia mediados del siglo n a. C.: vorsus, voster, vortex, voto > versus, vester, vertex, veto. [N ota 21.]

5. En algunas palabras de posible origen dialectal aparece u en lugar de o ante r en sílaba cerrada (cf. i en lugar de e, p. 69): ursus por *orsos (cf. apic-rog, ser. rksas); furnus pero fornax.

d ón u m - gr. 5<S-pov. o d o r = gr. ¿bicóc;.(g )n d tu s = gr. yveoróe;.

1. También aquí encontramos la vocal cerrada en ü ante una r, en für cf. gr. <pcüp y cür, lat. are. quór. Esto puede deberse al influjo de la consonante labial o labiovelar precedente, pero se ha apuntado que für es un préstamo antiguo del griego a través del etrusco (véa­se p. 60).

2. du > au en oetávus, paralelo al cambio óu > áu; pero se trata de un ejemplo aislado incluido aquí por comodidad.

Este sonido ide. viene exigido por la necesidad de dar razón de ecuaciones como p á te r = gr. irar^p = ser. piú; status = gr. am- xóq = ser. sth itás. Resulta de esto que la representación-latina

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218 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

es á, como en todas las lenguas ides. excepto el indo-iranio. [N ota 22.]

i > i video = gr. (F )iSeív, ing. wit, ser. vidmá “sabemos”.*dix, dícis, dicare = gr. b Í K - q .

1. i > e ante la r procedente de s intervocálica (véase p. 231): *si-só > sero; cinís, cíneris < *cinises.

x > i vis = gr. (F)íq.vivus = ser. jivás < *gHu- (véase p. 228). virus = gr. (F)Tóq < {*uisos) .

u > u mvenis = ser. yúvan-,iugurn = gr. fyyóv, ser. yugám, gót. juk (ing. yoke). ruber = gr. é-po0pót;, ser. rudhirds.

1 1. Entre l y una labial u pasó a i, presumiblemente a travésde [ül: lubet > libet (cf. más adelante sobre oi). [N ota 23.]

ü > ü mus = gr. puq, aaa. müs, “ratón”. sus = gr. 5q, aaa. sü, “cerda”. fúmus ~ gr. 0üpóq, ser. dhümás.

Diptongos

ai > ai en lat. are. > ae a principios del siglo ii a. C. aedes (lat. are. aidilis) — gr. cci0co, ser. édhas. laevus = gr. Xai(F)óq; scaevus = gr. aKai(F)óq.

ei En las inscripciones de fecha temprana este sonido está dife­renciado claramente de i heredada, pero pasó a i hacia mediados del siglo i i a. C. El estadio intermedio de é cerrada aparece en grafías tales como devos, vecos, y esta pronunciación al parecer se mantuvo en ciertos dialectos rústicos. Por ejemplo vella por villa es atribuido a los rustid por Varrón, R. R., 1, 2, 14. lat. are. deico = gr. SsÍKVupi, etc.

fido = gr. HEÍ0CO (*q>E(0co), etc. it = gr. el-ai, ser. éti, lit. eíti.

■oi Se conservó en latín arcaico, pero por la época de Plauto, si hemos de juzgar por su juego de palabras con Lydus y ludus ( < laidos), se había monoptongado en ü. Hubo evidentemente un estadio intermedio oe que se continuó en grafías arcaicas como las que encontramos, por ejemplo, en las Leyes de Cicerón (coerari, etc.).

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 219

lat. are. oino, lat. clás. ünus = gr. oíví| “el as (en los dados)” gót. ains, etc.

lat. are. comoinem, lat. clás. commünis = airl. máin, móin < *molnl-.

lat. are. coiravit, pelig. coisatens = cúrávérunt.lat. are. sudor = ser. svédas, aaa. sweiz “sudor” < *swoid.

1. En sílabas iniciales, detrás de u, oi pasó a ei en latín arcaica por disimilación, y ei luego se convirtió en i (véase ei):

vidi — (F)oí5oc, ser. véda, etc.vteus = (F) oikoc;, etc.; vínum = (F) oivoc;, etc.2. El mismo cambio se da después de l ante una consonante labial

en liquit, si esta forma procede de *leloiq“et, lo que es inseguro. la i podría ser importada del compuesto relíquit, donde i es resultado normal de oi en sílaba medial (véase infra).

3. La grafía antigua se conservó en ciertas palabras pertenecientes a las esferas conservadoras del derecho y la religión; poena (gr. noi- ví|) pero pünio, foedus (lat. are. foidere), moenia (pero mürus, lat. are. moiros, moerus —emparentado con ing. mere en mere-stone, “mo­jón”—); Poeni pero Pünicus (gr. (Dolvikec;) .

au Se mantiene sin cambio.auris, aus-culto = lit. ausis, gót. ausó. augeo, augur, etc. = gr. .aüt,co, gót. aukan. paucus = gr. itocSpoc;.

1. au en latín representa también avi- sincopado; auceps < *avi- caps; naufragas < *návifragos.

2. En el habla dialectal y popular au > ó: p. ej. olla, plostrum, etc. Publio Clodio por razones políticas adoptó la pronunciación vulgar de su nombre gentilicio Claudius. La reacción contra ó como signo de vulgaridad produjo el hiperurbanismo piando, como se deduce del compuesto explódo, porque expiando hubiera dado explúdo (véa­se p. 222). Se cuenta de Vespasiano que, censurado por su pronuncia­ción vulgar plóstra, se dirigió a su corrector llamándole Flaurus en vez de Fldrus.

eu > ou en muchas lenguas de Italia antigua incluyendo el latín (p. 18). ou se mantuvo en latín arcaico pero pasó a ü en el clá­sico (el ejemplo más antiguo en el siglo ra a. C .). lat. are. abdoucit, lat. clás. düeit — gót. tiuhan < *deuk. lat. are. Loucilios, lat. clás. Lücius, lücem — gr. áeokóc;, gót.

liuhap < *leuk.Uro = gr. eOco < *euso.

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2 2 0 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

1. En latino-falisco entre l y consonante labial ou se disimiló en oi. Por ejemplo Heudhro- “libre” (cf. gr. ¿-ÁeuS-Epóc;) > *loufro- (p. 229 sobre -dh > f) en latín arcaico. Éste luego se disimiló en *loifro- (cf. fal. loifirtato). En lat. are. este sonido pasó a e¿ (leiber) y de aquí a i (líber, véase p. 218). Este cambio es un tipo de disimi­lación análogo al de u entre l y una consonante labial (véase supra,p. 218).

iou > ou en latín arcaico, de donde > ü.lat. are. loucom, lúcus = aaa. Idh “claro de bosque”, ing. lea,

lit. laúkas.noutrix, nütríx < antiguo femenino *noutrl < raíz *sneu.

En general podemos decir que la tendencia del latín es a asi­milar el primer elemento de los diptongos al segundo, si bien en condiciones específicas domina el primer elemento (p. ej. oi > ei).

Además de los diptongos breves el indoeuropeo tenía una serie de diptongos largos, que se conservaron mejor que en nin­guna otra lengua en indo-iranio. Ya en indoeuropeo primitivo, sin embargo, se perdió el segundo elemento en ciertas posicio­nes: p. ej. ante una -m (*gvóus pero acusativo *g*óm). En latín estos sonidos son distinguibles de los correspondientes diptongos breves solamente en posición final: ante consonantes se han abre­viado, pero ante vocales la serie con i dejó caer este sonido, de modo que di > á, di > ó.

ei res = ser. ras, gen. sg. rayás < Veis. ou duó = ser. dva, dvdu < *d(u)uóu.

oció = ser. astdu, gót. ahtau < *oktdu.

Sílabas no iniciales [N o ta 2 4 ]En sílabas no iniciales, como hemos visto más arriba, las voca­

les breves y diptongos breves experimentaron alteraciones que dife­rían según la silaba terminase en vocal o consonante: *ád-fa-cio, *ád-fac-tos > af-fi-cio, af-fee-tus. En virtud de esto, los hechos pue­den resumirse bajo los epígrafes de (1) sílabas abiertas y (2 ) ce­rradas. ~

Sílabas abiertas. Todas las vocales breves pasaron a .i. a jacio: conficio; codo: occido; ratus: irritus; mácina < *mácdná

(gr. dór. TOXxavóc). ¡e sedeo: obsideo; medius: dimidius; lego: colligo, etc. o (st)locus: ilico < in stlocó (véase p. 233); novitás, cf. gr.

VE(F)ÓTaq; hospitem < *hostipotem.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 2 2 1

i video: invideo; cito: incito; rigo: irrigo.u caput: capitis; cornu: corniger; manus: manica.

1. Ante l el tratamiento varía según que dicho sonido tenga un timbre palatal (l exilis) o velar (l pinguis). Ante l palatal (es decir, seguida por i) la vocal breve aparece comoj, ante i velar (es decir, seguida por e, a, o, u) como u: p. ej. sédalo*<* sédalo; exilium: em­baís; familia: famulus; similis: simulare. Lo mismo los préstamos griegos; scutula < oicut<5cX5; crápula < KpamáXd; paenula < <pca- vóXt)(;. Obsérvese que o aparece tras v o una vocal: parvolus, filiólas, viola.

2. La evolución progresiva hacia i se detuvo en el estadio inter­medio e ante r, consonante que en muchas lenguas tiene el efecto de atraer a las vocales vecinap: cinis: cíneris; genus: generis; Falis- ci: Falerii; daré: reddere; camera < Kapócpa. Ante r se conservó la o; memoria, pectoris, temporis, etc. ~ “ ** 3, Ante labiales la vocal aparece diversamente como i o u, siendo al parecer [y] la pronunciación real: “medius est quidam u et i lit- terae sonus. non enim óptimum dicimus aut optumum” (Quintiliano, I, 4, 8 ). [N ota 25.] Es difícil ignorar este testimonio de un gramático experto, pero es posible que grafías persistentes como incipio pero occupo, regimentúm pero documentara, reflejen diferencias reales de pronunciación,”"es decir, i tras i, e y a,“pero o jia s o y m en la sílaba precedente.

Sílabas cerradasa > e, y o > u; e, i y u permanecen inalteradas.a aptus: ineptas; castas: incestas; annus: biennis; arma: inermis;

parco: peperci; damno: condemno; gr. t ó c á o c v t o v : talentum.

1. Ante [q] esta e, al igual que e acentuada, pasa a i: jrango: confringo; tango: contingo.

2. Ante [1] velar (véase supra) esta *e > u: calco: inculco; salsas: insulsas.

e sessus: obsessus.

1. Ante l velar, e > u: percello: perculsus < *per-celsos.

o onustas < *onostos; euntis < *eiontes; alumnus < *álomnos; secundas < *seq»ondos; industrias < *endostruos; gr. ápópyr) > amurca (este préstamo entró a través del etrusco).

1. Después de u, o se mantuvo hasta el siglo i d. C. Por ello las grafías clásicas fueron fruontur, sequontur, etc.

a *düctos: adductus, etc.

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222 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

Diptongos

ei y ou experimentaron los mismos cambios que en sílaba inicial, es decir, se mantuvieron en latín arcaico y luego > i y ü: p. ej. feido: confido; douco: addüco.ai > ei en latín arcaico y luego > i: ineeideretis < *encaid-; aestimo:

existimo; aequos: iniquos; gr. éAatFa: oliva, au > ü, posiblemente vía ou: fraudo: lat. are. defrüdo; claudo: in-

eludo, audio: oboedio no ha sido explicado satisfactoriamente. Puede ser simplemente una pronunciación arcaizante de *obüdio en la lengua jurídica.

oi El único ejemplo es pomérium < *postmoiriom.

Vocales y diptongos en silabas finales

Sílabas abiertasa se ha conservado claramente en ita, aliuta (cf. itidem). En opi­

nión de algunos estudiosos, estas formas se produjeron por abre­viación yámbica de *itá, *utá (véase sin embargo p. 281).

e se mantiene: age, domine.0 > e : sequere < *sequeso, cf. gr. etceo. Respecto a ille véase “Pro­

nombres”, p. 255.1 y e : more, mari-a; *anti (gr. ócvrí) > ante. Los ablativos pede,

etc., son en su origen locativos correspondientes a ito5í, etc., en griego.

En ciertas partículas y formas de pronunciación rápida la vocal breve se ha perdido en algún caso: quin < qui-ne, sin < sine, vidén < vidésne, ain < ais-ne. Esto es lo que ha originado excepciones apa­rentes a las leyes de acentuación: vidés-ne > vidén.

La i final se perdió en las desinencias primarias del verbo: tre- monti y tremunt, *sonti > sunt, *es-ti > est (pero véase p. 263 so­bre ess).

Sílabas cerradasa y e: artifex < * -fax, rémex < *-ags, cornicen < *-can, princeps,

auceps < *-caps.e se mantiene: auspex, senex, nómen (con e n < n ), deeem (con

em < 1n).

1. Ante -s y 4, e y i en el siglo iii a. C.: por ello agis < *ages(i), agit < *aget(i); cf. los genitivos de lat. are., Cereres, etc., y el per­fecto dedet.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 223

i se ha mantenido en ovis, lapis < *lapid-s, salix, etc. El diferente tratamiento que vemos en iüdex < *iouz-diks, comes < *comit-s se debe probablemente a la analogía de formas como auspicem: auspex; artificem: artifex.

u no cambió: manus, manum, etc.o > u en aliud, istud. Ante -s y -m se mantuvo en la t. a r e .: ma­

ntos, Luciom, etc., pero > u en época clásica, excepto cuando iba precedida de v, u: por ello dominus pero parvos, exiguos, etc.

1. El desarrollo diferente, de hospes < *hostipots, se debe tam­bién a analogía de artificem: artifex, etc.

Diptongos

Para los diptongos largos véase p. 220. Los diptongos breves ex­perimentaron los mismos cambios que en sílabas mediales.

-ai, -ei y -oi todos > lat. are. -ez > lat. clás. -i. Para ejemplos véanse las desinencias casuales en “Morfología”. Las vocales largas en sílabas Anales se conservaron por lo general, pero en latín clásico se produjo la abreviación ante -m, -t y -nt, y en las palabras poli­sílabas también ante -r y -l. Por ello tenemos dücás, dücés, etc., pero dücám, dücár, dücát, dücém, dúcént, dücét. A éstos hemos de aña­dir los numerosos ejemplos de abreviación yámbica como équá, bóna, ego, etc. Pero este fenómeno fue tanto extendido como res­tringido por influencias analógicas. Así, plauto tiene los esperados roga, cavé, aunque más tarde encontramos rógá, cavé. En modo, béné se ven abreviaciones regulares, pero ergó y contra no pueden, desde luego, deberse a la acción de esa ley. Sobre el alargamiento de vocales ante ciertos grupos consonánticos véase p. 232.

L as s o n a n t e s

Ciertos tipos de sonidos, según el contexto fonético en que se hallen, funcionan como vocales o consonantes, es decir, como centro silábico o no. Tales eran en ide. las sonantes i (i ), u (u ), r (r ), 1(1), m (m ), n (n ).i (sobre i véase supra) en posición inicial se conservó en latín:

p. ej. iugum: gr. ¿pyóv, ser. yugám, ing. yoke; iecur: gr. rjTtorp, ser. yakrt. Entre vocales i se perdió: p. ej. tres < *treies, cí. ser. tráyas; moneo < *mone-ió.Tras consonantes i vocalizó en i.medius = o. mefiai, gr. péa(a)oq, ser. mádhyas < *medhios.

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224 in t r o d u c c ió n a l l a t ín

alius = o. alio-, gr. aXkoq < *alios. venio < *gvmip (véase p. 228).

1. -di-, -gir, -si- > -ii- que se escribió i, p. ej. maius (pronuncia­do maiius) < *mag-ios; peius (pronunciado peims) < * pedios. Para quoius < *quosio-s véase p. 256. Se dice que Cicerón prefería las gra­fías con ii en tales palabras (Quintiliano, I, 4, 11).

2. Iovis < *dieues todavía se escribe Diovis en lat. are.

u se conservó en posición inicial ante vocales y entre vocales: vídi = gr. (F)oí5a, ser. véda, etc. vicus = gr. (F) oiKoq, etc. novem = ser. nava, etc. novos = gr. vé(F)oq, ser. navas, ing. new. ovis — gr. 6 (F) ig, etc.

1. Entre vocales iguales u desapareció y las vocales se contra­jeron: sis < sívis, Idtrina < lavatrina, ditias < divitias. Pero -vi- fue restaurado con frecuencia por la analogia.

2. u se conservó tras k, s: equos = ser. áévas, etc. < * ekuos; suávís — ser. svádús, ing. sweet, etc. < *suadui-s.

3. u se vocalizó tras t medial: qwattuor = ser. catvüras, gal. pedwaf < *quetudres (véase p. 260).

4. u se perdió tras las labiales p y /: aperio < *ap-uerió; forés — aesl. dvíri, ing. door < *dhuer-/dhnor-.

5. u entraba en combinación con d (p. 227), gh (p. 230) y guh (p. 230').

6. u se perdió ante u y, excepto en posición inicial, ante o: somnus < *suopnos *suepnos (p. 232); parum < parvom; deorsum < devorsum; soror < *suesóf (véase infra).

Sobre colo, curtí, cur, véase p. 228.

r r consonántica se mantiene.ruber = gr. é-puQpóc;, ing. red (p. 229). fero = gr. <f>épco, ing. bear (p. 229).

1. Cuando la vocal que le seguía se perdía por síncopa, la r se hacía silábica, y está representada en latín por -er: p. ej. íer = rpíq (tris > trs > ters > ter); cf. certus < *kritos, testis < *terstis < *tri-stis (cf. o. tristaamentud = testamento); ager < *agros (gr. óypóe;); acer < * acris; agellus < * agrios < *agrolos.

r La sonante ide. r (para distinguirla de la r que deviene sonante secundariamente en latín) está representada en latín como or: fors = ser. bh^tis < *bhrtis. mors — ser. mrtis < *mrtis.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 225poseo = ser. prcchami “yo pregunto”, al. forschen < *porc-scó < *P(k-skó.En una sílaba final -or > -ur: iecur: ser. yakrt < *ieq*x~t (p. 228).

I se mantiene en latín.linquo = gr. Áetrao, ing. leave < *leiqv (p. 228).lego = gr. Áéyco, etc. < *leg.in-clutus = gr. káuxóc;, ser. érutás, < *klutós.

I en latín aparece como ol:mollis = gr. á-pcxÁ6-úvco, ser. mrdús < *molduis < *mldu-,

m se mantiene.müter = gr. páxr|p, ing. mother, etc. ndmen = gr. ovopoc, ser. fiama, ing. ñame, domus = gr. Bó ioq, etc.

m > lat. em.decem = gr. Békcx, ser. dáéa < *dekm. septem = gr. éirrá, ser. saptá < *septm.centum (en por em por asimilación a la t siguiente) = gr. í -koctóv, ser. satám < *(d)kmtom.

La m final tenía una pronunciación relajada y era poco más que una nasalización de la vocal precedente: de aquí las grafías oino, aíde, duonoro, etc., en latín arcaico.

n se mantiene:novem, novus (p. 216). genus = gr. yévoq, ing. kin, etc. < *genos.

ii > lat. en:tentus — gr. xaxóp, ser. tatas < *tntós.Sobre novem por *noven < *neun, véase p. 260.

Ante s, n latina desaparecida en sílabas finales con alargamien­to de la vocal precedente: p. ej. servós, mensas, reges < *servons, *mensdns, *reg~ns. En las sílabas mediales la n se mantuvo más tiempo (ménsis, ánser, etc.), pero la misma tendencia a su pérdida se mantuvo a lo largo de la historia del latín, de tal manera que las lenguas románicas no presentan ejemplos de n ante s. Grafías como cosol, cesor, etc., aparecen en fecha tempra­na, y esa “n muda” fue introducida erróneamente con frecuen­cia, por ejemplo en thensaurus, formonsus, etc.

Cuando se perdía por síncopa la vocal siguiente, al igual que r se hacía silábica la n, y esa # está representada por en o in: p. ej. Sabellus < *Safn(o)los; sigillum (< sig'tilom < *signolom); cf. pugil- lus < *pugno-los, pastillus < ‘’pastnilos (pañis deriva de *pastnis).

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226 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

L as c o n s o n a n t e s

Los fonemas consonánticos ides. comprendían una rica variedad de oclusivas, sordas (p, t, k, q y q»), sonoras (b, d, g, g y gv), con los correspondientes sonidos aspirados (ph, etc., y bh, etc.). La úni­ca fricativa era la s (sonora z en ciertos contextos fónicos). [ N o t a 26.]

El latín no distingue entre la serie palatal y la velar ni entre as­piradas sordas y sonoras. Del sistema mencionado, el latín conservó generalmente p, t, k, (q ), q», y 6 , d, g, (g ), afectando los cambios importantes a las labiovelares sonoras y a las oclusivas aspiradas.

Sordas SonorasSordas

aspiradasSonorasaspiradas

Labiales P b ph bh

Dentales t d th dh

Palatales k g kh gh

Velares g g qh g h

Labiovelares qu g« quh guh

Fricativas s Z — —

p pater = gr. iraní p, etc. potis = gr. itóaig, ser. pátis. septem = gr. éirtá, etc. clepere = gr. kAétttm, etc.

1. En posición inicial la p se asimila cuando la sílaba siguiente oomienza con una labiovelar: *pequó > *quequd > *quoquó > coquó; *penque > *quenque > quinqué (l larga según quintus).

b Se han fijado pocas ecuaciones que presenten este sonido. trabs = o. trílbúm “domum”, lit. trobá “casa”, ing. thorp. dé-bi­lis = ser. balám “fuerza”.

t Véase tres, pater, est, septem, tego, etc. 1

1. ti > el: p. ej. pdelom < *pótlom; saeclom < *saltlom; ex­anclare < dcvrXeiv. También aparecen formas secundarias con una vocal anaptíctica: poculum, saeculum, etc.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 227

2. Tras consonante la t final se perdió: lac < *lact.3. Tras vocal -t final > -d: p. ej. feced, etc. (véase p. 263).

tí domus = gr. óópoc;, etc.ddnum, daré = gr. 5<3pov, etc. edo = gr. e&co, ing. eat, etc.cord-is = gr. KocpSía, Kpcxbír), ing. heart < *1cerd/krd.

1. En algunas formas dialectales se observa alternancia de tí y l: lingua x dingua; lacruma x dacruma; oleo x odor; sedeo x solium (véase p. 48).

2. du > b-: p. ej. bonus, bellum, lat. are. dueños, duellum.3. Tras vocales largas la d final se perdió: sé por sed, ablativo

en -6 por -ód (p. 244).4. Tras consonante la d final se perdió: p. ej. cor < *cord.

k Véase centum, decem, vicus, dico (lat. are. deico = gr. 8eík-vo(ju) i etcétera.

q Esta oclusiva velar ide. viene exigida por la necesidad de dar cuenta de ecuaciones en las que las lenguas satem (p. 41) pre­sentan una gutural oclusiva k, no la fricativa s, etc., y que en otras ecuaciones corresponde a la k no satem: p. ej. crúor = gr. Kpéocc;, ser. kravís < *qreu9s. Las lenguas no satem no distin­guen entre la serie palatal (k, etc.) y la velar (q, etc.).

g (g)nósco = gr. yi-yvcoaxo, ser. jñá-, etc., < *gnó. genus = gr. yévoc, ing. kin, ser. jánas < *genos. ago - gr. dyeo, ser. ájámi < *agó.augeo = gr. a Oteo, gót. auka, ser. ójas- “fuerza” < *aug.

g Esta oclusiva velar viene exigida al igual que q por ecuaciones como la siguiente, donde g satem se corresponde con g no satem: tego = gr. oxé-yoq, lit. stógas, “techo” < *steg.

Las oclusivas labiovelares

Estos sonidos que se postulan para el indoeuropeo eran proba­blemente oclusivas velares articuladas con un avance simultáneo de los labios (“redondeamiento labial”). En griego aparecen, según el contexto, como dentales (t, 5, 0 ), labiales (n, p, <¡>) y palatales (k, y, y). En las lenguas satem no se las distingue de las velares sen­cillas. En los “dialectos itálicos” estos sonidos están representados por labiales (para intrusiones en el latín véase p. 47). q» se mantiene en latín:

quis = o. pis, gr. fíq, ser. kás < *qH-,quod = o. po, gr. uou, itóGev, itoS-aitóc;, etc. < *qvo~.

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228 INTRODUCCIÓN AL LATIN

quattuor = o. petora, gr. dór. -céTopEq, ser. catváras (véase p. 260). sequor = gr. gitopai, ser. sácate < *seqn. linquo, llqui, gr. Xeíitco, ser. ri-ná-kti < *leiq».

1. El elemento labial se pierde:a) Ante u y o: secundus < *sequondos; iecur < *íequor <

*ieg«r-í (p. 225); colo < *quolo < “quelo (p. 216) < *qvel. Obsérve­se el contraste de incola con inquilinus.

b) Ante i ide.: socius < *soquios; lacio < HaqHó (cf. laqueus).c) Ante otra consonante: coctus (cf. coquoj; relictas (cf. lin­

quo); cf. nec y ac, que son las formas de ñeque y atque ante con­sonante.

d) Ante s: vóx < *uóqus (cf. gr. (F)éiroc;).2. En ciertos grupos de consonantes complejos -qu- se perdió:

quintas < *quinqutos (con alargamiento de la vocal ante -r¡kt como en sanctus, iünctus, etc.), tormentum < *torqumentum.

g» En inicial ante vocal y en posición intervocálica > v:venio = u. benust “venerit”, o. kumbened = “convenit”, gr. paíveo,

ser. gam-, gót. qiman < *g»mió-, vivus = o. bivus “vivi”, ser. jivás < *gHuo~. veril = u. berus “veribus”, gót. qairu, airl. bir < *g*eru. fivo (lat. are. por figo) = lit. dygti < *dhig%. lat. clás. figo ha

sido rehecho a partir del perfecto fixi. nüdus = gót. naqaps, ing. jiaked, irl. nocht. La palabra latina

tiene la raíz nogv con un sufljo'édo: *nog*-edos > * nove- dos > nüdus.

1. Después de una nasal velar [q]'g# se mantiene: inguen = gr. ábrjv < *#gven; unguen, unguo = u. umtu, “unguito”, ser. anákti, airl. imb, “manteca < *e/ong#-.

2. Ante r y l, g» perdió el elemento labial: gravis = gr. ftapóq, gót. kaurus, “pesado”, ser. gurús, ser. < *gvjgu-.

Cf. gratas = o. brateis “gratiae”, ser. gürtás, lit. girtas < *g«raíós. gláns, glandis y gr. páXavoq son de la misma raíz con un sufijo dife­rente; la d de la palabra latina se encuentra en eslavo zelqdi: < *gUelo/guleo.

Las oclusivas aspiradas

En la época prehistórica en latín y en los “dialectos itálicos” las oclusivas sonoras aspiradas se hicieron sordas y luego pasaron a espirantes sordas, excepto tras s, posición en la que perdieron la aspiración y se hicieron oclusivas sordas: b h > f, d h > * Q > f ,

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 229

g h > *x > h. Estos sonidos se conservaron en lo esencial en los dia­lectos itálicos, pero en latín urbano el tratamiento varió según el contexto fónico.bh En posición inicial > f:

fero = gr. <¡>épco, ser. bhárámi, ing. bear < *bher. flós = sabino Flusare “Florali”, ing. blossom < *bhlo-s. fama : gr. dór. epápá < *bhá.ful = gr. <¡>0-voa, ser. a-bhút “él fue”, gal. bum i “yo fui” < *bhu. fráter = gr. <¡>paTqp, ser. bhr&tar-, ing. brother < *bhrdtér.

1. Se encuentran formas dialectales con h por f: haba (faba), horda “vaca preñada” (cf. fordus < fero).

En posición medial la espirante se sonorizó y luego pasó a b oclusiva sonora:nébula = gr. véipoq, ve<|>éXq, ser. nábhas, al. Nebel < *nebh. orbus = gr. óp<j)ocvó(; < *orbh. ambo = gr. ¿ ípc jx ».

dh (> *0 ) > / que se mantiene en posición inicial: féci = gr. M-0r)-Ka, ser, adhüt < *dhé.fémina, fecundas = gr. n 0f¡vr], 0f¡Xuq, ser. dhátrí “nodriza” <

"dhé “amamantar”.fümus = gr. 0opóq, ser. dhümds < *dhümos. jingo, figulus = o. feihúss “muros”, gr. teíxoq, ser. dehas <

*dheigh (cf. p. 230).

Obsérvese que en griego y en sánscrito la primera de dos aspi­radas que comienzan sílabas adyacentes pierde la aspiración (ley de Grassmann).

En posición medial esta espirante se sonorizó también y pasó a d oolusiva sonora: aedes = gr. ocí0co, ser. edhas < *aidh.medias = o. mefiaí “mediae”, gr. p.éa(a)oq (por *pe0¿oq), ser.

mádhyas < *medhios.fldo = gr. Tts(0co (por *<peí0co, otro ejemplo de la ley de Grass­

mann) < *bheidh.

1. p interior procedente de dh pasó a b en determinadas con diciones.

a) Ante y tras r: p, ej. glaber = ing. glad, al. glatt, “liso”, pero originariamente “claro, brillante”, lit. glodüs “liso” < *ghladh-ro-, verbum = u. verfale, ing. word < *uerdh-. barba — ing. beard, aesl, brada < -bhardhá, que normalmente debía dar lat. farba, pero la primera consonante ha sido asimilada a la b siguiente. Para líber véase p. 220.

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230 INTRODUCCIÓN AL LATIN

b) Ante -1-. Así el sufijo de instrumento -dhlo (gr. -9\o-) apare­ce como -blo- (-bulo-) en latín: stabulum < *sta-dhlom, cf. al. Stadel; fábula < *bhá-dhlá.

c) Tras u: úber= gr. o59ccp, ser. udhar, ing. udder < *üdh. rüber — gr. t-puBpóq, ser. rudhirás, ing. red < *rudhro-.

(Adviértase que el dialectal rüfus procede de *roudho-: cf. al. rot, gót. raups, lit. raudas, robus es otra variante dialectal).

iubeo: = gr. úo-pívr), ser. yudh-, “lucha" < *ieudh/iudh. El sig­nificado originario de la raíz parece haber sido “mover, sacudir, tem­blar”, etc. iubeo es un causativo = “poner en movimiento”.

gh > *x, y luego ante y entre vocales > h:(h)anser: < gr. xqv, ser. hamsás, ing. gander, goose < *ghans-, hieras: (him- en bimus < *dui-himo-s) = gr. xíf-ccpoq, X“¿v, ser.

himás < *ghi-em, *ghi-m. Otro grado de alternancia apare­ce en hibernus < *gheimrinos, cf. gr xeipepivóg.

humus, homo = gr. xaPaí> gót. guma < *ghem-, *ghom-. hostis = ing. guest, al. Gast, aesl. gosñ < *ghosti~. veho = gr. (F)oxéopoa, ser. váhati, ing. wagón < *uegh-.

1. gh inicial ante u > f (cf. guh):fundo = gr. x¿Fco, XÓ-T0> gót. giutan < *gheu-, ghu-; ferus — gr. 0r|p, aesl. zvéri < *ghuer-,

2. En interior el grupo -ghu- > -gu- > -v- (cf. el tratamiento de la labiovelar g»): brems — gr. ¡3paxú<; ~< *mreghu-i (la m viene exi­gida por otros miembros de la ecuación no citados aquí).

3. Tras una nasal velar [q] gh > g:fingo = gr. Teixop, ing. dike < *dheigh, *dhi-n-gh; lingo — gr. Xsíxco, ing. lick < *leigh, li-n-gh; ango, angustus — gr. dyx<n, gót. aggwus, al. eng < *angh-.

g»h En inicial > ) :formus = gr. ©sppóp, ser. gharmás < *g^he/orm-, de-fendo = gr. 0dvco, «póvop, ser. han-ti “él golpea”, < *g*hen-.En interior:

a) entre vocales > v: nix, nivem = gr. víqxx, veúpei, aesl. snegü, ing. snow < *sneig«h- snigvh-; voveo = u. vufetes “vo- tis”, gr. Eoxopai < *uog»h-eió; levis < *leg'*hu-i-s.

b ) tras [q ] > g: ninguit “nieva” <*sni-n-g*h; anguis = lit. angis (cf. gr. óqnq, ser. áhis).

c ) Ante r encontramos una huella del tratamiento / en el “arcaico” nefrundines (Festo), prenestino nefroñes, que en lanu- vino aparece como b, nebrundines: cf. gr. vetppóc;, al. Nieve < *negvhro-.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 23]

La aspirada glotal [h ] del latín era un sonido inestable y fue eliminado progresivamente. En posición intervocálica había desaparecido por el siglo m a. C. (p. ej. némo < *nehemo, bímus < 'dui-himos). En consecuencia esta letra se utilizó como un mero recurso ortográfico para marcar la silabación, por ejemplo en la grafía ahénus, donde estaba injustificada eti­mológicamente (< * ates-nos). La aspirada se perdió en ciertos dialectos rurales (p. ej. arena, edus, ircus, olus, etc.). La reacción ignorante contra esa nota de rusticitas produjo hiperurbanismos que inspiraron la burla de Catulo por las hinsidias de Arrio; cf. el comentario de Nigidio (Aulo Gelio, 13, 6, 3) “rusticus fit sermo si aspires perperam”. Una h no etimológica aparece también en humerus, humor y haurio (gr. aííco, etc.).

s Este sonido se mantuvo sin cambios en inicial y en final (véase septem, sus, genus, etc.) y también en interior ante y tras oclu­sivas sordas (sisto, est, vesper, axis) y tras n (ménsis, dnser). En posición intervocálica s se sonorizó en z y luego pasó a r: generis < *genes-es, arborem < *arbos-em, maiórem < *magws-em, flórem < *flds-em (cf. flós, flós-culus). Este cam­bio se completó hacia mediados del siglo iv a. C., pero están atestiguadas formas arcaicas como arbosem, pignosa, lasibus. La s que aparece en palabras puramente latinas (sobre présta­mos y términos dialectales como rosa, casa, véanse pp. 43, 66) es resultado de la reducción de ss tras vocales largas o dip­tongos; p. ej. visus < *vissos < * vid-tos, causa < caussa, quae- so < quaesso.

Ante las sonoras^, u, l, m, n, d, g y tras r y l, s se sonorizó en z, que se convirtió en r ante g (p. ej. mergo, cf. lit. mazgóti), pero ante los otros sonidos citados la z desapareció con alarga­miento compensatorio de la vocal precedente; nidus < *nizdos (ing. nest), quídam < quis-dam, prímus < *pris-mos, aénus < *aies-nos, prélum < *pres-k>m.

sr- inicial > fr- (frígus, cf. gr. fSíyoc; < *srigos); y en inte­rior > -b r - (fünebris < *dhoines-ris, (con)sobraras < *-suesr~ inos; sobre soror < *suesór, véase p. 216).

Fenómenos de grupo

El latín presenta fenómenos fonéticos generales tales como asi­milación, disimilación, sonidos de transición y simplificación de gru­pos complejos, que contribuyen a la economía de esfuerzo articula­torio y a la facilidad de pronunciación. Bastará con citar unos

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232 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

pocos ejemplos en los que dichos procesos han nublado la claridad etimológica.

Asimilación. Las consonantes yuxtapuestas se asimilan con fre­cuencia. Lo más frecuente es que la primera se asimile a la segunda (“asimilación regresiva”), hecho que se observa especialmente bien en el comportamiento de los prefijos verbales: occido < *ob-caedo, attineo < ad-teneo, sufficio < *sub-faeio, differo < dis-fero, etc. Obsérvense además quippe < * quid-pe, topper < *tod-per, annus < *at-nos (gót. apn); somnus < *suep-nos, summus < *sup-mos, sella < *sed~lá, grallae < *grad-s-lae, corolla < *coron-la. En los participios de perfecto, cuando la consonante sonora final de la raíz se hace sorda por asimilación a la -t - del sufijo, la vocal precedente se-alarga: üctus < *ag-tos, léctus < *leg-tos, rictus < *reg-tos. Para la “asimilación progresiva”, en la que prevalece la primera con­sonante del grupo, podemos citar velle < *vel-se, collum < *col- som (cf. al. Hals), torreo < *torseo, ferre < *fer-se, tollo < *tol-no. La asimilación puede afectar también a vocales en sílabas contiguas. Así homo procede de hemó (cf. némo < *ne-hemo). Obsérvese, también, la vocal de la reduplicación en pupugi (lat. are. pepugi), momordi (lat. are. memordi).

Disimilación. La dificultad de pronunciar dos sonidos similares en sucesión rápida puede ser suavizada con el cambio de uno de ellos. Esto es especialmente frecuente en latín con las combinacio­nes r-r, l-l: p. ej. peregrinas pasó en lat. vulg. a pelegrinas (fr. péle- rin), mientras caeruleus < *caeluleus es un adjetivo formado sobre caelum. El efecto de tal disimilación puede verse en el cambio del sufijo ordinario de adjetivos -ális (navalis, mortalis) en -áris cuan­do se añade a nombres que contienen una l: militaris, consularis, lunaris. Igualmente el sufijo de instrumento -lo - aparece como -r o -: speculum, pero fulcrum, flagrum. Otros ejemplos de disimilación son carmen < *can-men, germen < *gen-men, meridié < medi­dle (forma que todavía se conservaba sobre un reloj de sol en Pre- neste según Varrón, L. L., 6, 4). En algunos casos la disimilación puede conducir a la pérdida de uno de los sonidos en conflicto: agrestis < *agrestris (cf. silvestris). A veces puede perderse una sílaba entera: p. ej. nutriz < *nútri-trix.

Sonidos de transición. La pronunciación puede facilitarse pol­la inclusión de sonidos entre los miembros de ciertos grupos. Tal ocurre con la vocal anaptíctica en dracama < *dracmá, poculum < poclom, mina < mna (gr. p.va). En otros casos puede aparecer una consonante, como en ing. Thom-p-son: cf. sum-p-si, dem-p-si, sum-p-tus, exemplum < *exem-lom. Nótese además la pronuncia­ción vulgar autum-p-nus, som-p-nus, etc. Ya en indoeuropeo pare­ce haberse desarrollado una consonante de transición entre dos

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g r a m á t ic a HISTÓRICO-COMPARADA 233

oclusivas dentales contiguas: *t-t, *d-t > -t st~, -dst-, etc., combi­nación de sonidos que aparece en latín (y germánico) como ss: p. ej. messis < *metstis (cf. meto), passus < "patHos (patior), quas- sus < *qiiatstos (quatio). Esta ss se simplificó tras vocal larga o diptongo: vlsus < *mssos < * vid-tos, cásus < cüssus < cüd-tus. Entre ss y una r siguiente se desarrolló una - t - de transición (cf. ing. sister) en rástrum < *rássrom < *rád-trom.

Por último podemos citar algunos ejemplos de simplificación de grupos complejos, arsi < *ard-si; fulsi < *fulg-si; testis < *ters- tis < tristis (p. 224); tostus < *tors-tos; ultus < *ulctos (ulciscor); tormentum < *torq^mentum; iümentum < lat. are. iouxmentnm; séviri < *sexviri; luna < *loucsna; cena (lat. are. cesna) < *cersm (cf. o. kerssnals “cenis”); llico < in stloco; poseo < *porc-scó < *prk-skó; pruína < *prusuina (cf. ser. prusvd “escarcha”, aaa. frío- san, ing. freese). [N ota 27J

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C a p ít u l o IX

M O R F O L O G I A

Nociones preliminares

Desinencia, tema, miz

El análisis de una palabra latina como déditícius revela la exis­tencia en ella de los componentes que siguen. Podemos notar ante todo que el final de la palabra aparece con formas diferentes ( -m, -i, -ó, etc.) según el papel que la misma desempeña en la cons­trucción de la frase. Estas partes de la palabra dotadas de función sintáctica se llaman desinencias; el sistema completo de las desi­nencias de un nombre constituye su declinación. Lo que queda de la palabra tras separar la desinencia se llama tema: dediticio-, La comparación con otras palabras como empticius, missicius, etc., revela la existencia de otro componente, que se ha añadido a los temas de participio pasivo dedit-, empt-, miss-, A este elemento -icio se le llama sufijo. Mas el análisis puede aún continuar. Si com­paramos lo que nos queda, dédit-, con dedo, dedere, por una parte, y con la serie dict-, duct-, por la otra, aparece otro elemento signifi­cativo, -í-, sufijo que caracteriza al participio pasivo latino. Si lo separamos nos queda dédi-, elemento constante de un grupo de formas que se refieren de modos diversos al hecho de “entregar”. Pero nuestro análisis no ha terminado todavía: el verbo dedo, se­gún el testimonio de dé-pono, dé-duco, dé-doceo, etc., lleva un pre­fijo dé-. Nos quedamos así con do, que es el elemento constante de una constelación de palabras todas conectadas con el hecho de “dar” : dd-no-m, donare, dónatus, donativos, dos, daré, datos, etc. Este ele­mento, unidad funcional elemental de la palabra latina e indoeuro­pea, se llama raíz, i^sp jbues, la palabra latina puede contener tres clases de unidades morfológicas o “morfemas” : la raíz, uno o va­rios afijos (prefijos y sufijos), que se unen a la raíz para formar el

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 235

tema, y, por último, la desinencia, que indica la función sintáctica del todo que forma la palabra.

Alternancias vocálicas (ablaut)

Sin duda no ha escapado a la atención del lector el hecho de qufe la raíz misma experimenta modificaciones: do frente a da. Es­tamos ante un ejemplo complejo de un fenómeno muy extendido conocido con el nombre de alternancia vocálica o ablaut (apofonía), es decir, la variación de la vocal de la raíz — sobre el fenómeno en sufijos y desinencias véase infra— , empleada como recurso morfo­lógico. Ejemplos de este mecanismo son los llamados verbos fuer­tes del inglés o el alemán: sing, sang, sung; singen sang, gesungen. El griego, que atestigua con gran nitidez el sistema original indo­europeo representado por los ejemplos citados, nos indica que de­bemos distinguir tres grados de alternancia: (1) con la vocal e,(2) con la vocal o, (3) sin vocal. Se les conoce con los nombres de “grado e”, “grado o” y “grado cero”, respectivamente. Un ejemplo típico en el que aparecen los tres grados es ( 1) yévo<;, (2) yóvo<;,(3) yi-yv-opoa. Si la raíz contiene un diptongo, es decir, si la e vaseguida de una de las sonantes i, u, r, l, m, n, en el grado cero, al desaparecer la vocal, la sonante asume función silábica si la sigue una consonante: (1) áeíttco, (2) ÁÉÁonra, (3) áitt-eív; (1) p.évo<;, (2) [ié-[iov-a-, (3) pé-pa-pEV (*m e-m n-m en ). dó: da ejemplifica una serie más compleja de alternancias, en la que la raíz en grado pleno no contiene una vocal breve ni un diptongo, sino una vocal larga, que en el grado cero no desaparece, sino que muestra una forma reducida. Esto, en principio, no difiere del comportamiento de los diptongos, que dejan también su sonante como resto en el grado cero. Hemos advertido hace un momento que el diptongo en en la raíz men deja como resto -n - (sobre el resultado de este sonido indoeuropeo en latín y en las demás lenguas véase p. 225). Si ahora dirigimos nuestra atención a una raíz con vocal larga, por ejemplo stá (“estar en pie”), encontramos en el adjetivo verbal en -to, que normalmente presenta el grado cero (véase infra), la siguiente serie de formas en latín, griego y sánscrito, respectivamente: status, oxaTÓq, sthitás. Observamos aquí la ecuación a = a = i que se re­monta a un *a indoeuropeo (véase p. 217). [ N ota 28.] Así, la al­ternancia de la raíz puede representarse como *std: *sta. De modo paralelo el lat. dó: da nos lleva a postular *dó: y féci: fücio noslleva a postular *dhé: *dhs.

Mas todo esto no es sino un elemental esquema simbólico. Su­pongamos que el a del grado cero es el residuo de un diptongo, del

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236 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

mismo modo que i, u, r, l, m, n son, respectivamente, los residuos de ei, eu, er, el, em, en. En otras palabras: representemos el sonido indoeuropeo desconocido que aparece como é en latín y en otras lenguas emparentadas no como *é, sino como *ea. Entonces, el grado cero con pérdida del elemento principal será a y la relación de féci con jacio podrá remontarse al indoeuropeo *dhea: *dha. Del mismo modo, para stá: sta podemos postular *stad: *sta, y para dd: da, *dod: *da. Ahora bien, si buscamos un completo paralelis­mo con Xe'ntco, Xh ie Iv , etc., y que aparezca e en el primer grado, todo lo que tenemos que hacer es sustituir *ea, *oa, *os por *ea„ *ea¡, *ea3, respectivamente. Estos tres diptongos indoeuropeos quedan defini­dos como los sonidos desconocidos que dan cuenta, respectivamen­te, de la presencia de é, d, ó en las palabras examinadas. Este aná­lisis puramente teórico, que lleva a la postulación de una nueva serie de sonantes, at, ae, a3 (“laringales”), se ha visto parcialmente confirmado por el testimonio del hetita, lengua en la que un fonema que se transcribe como h corresponde a veces a las laringales indo­europeas postuladas. Nótese también que la a¡¡ de sta ¡tos, grado cero de steas (= stá), proporciona una explicación de la aspirada que aparece en el sánscrito sthitas. Este ejemplo sugiere que la la­ringal indoeuropea a¡¡ que se postula tenía una naturaleza fonética capaz de provocar la aspiración de una oclusiva dental sorda pre­cedente en sánscrito.

Gracias a este análisis de las aparentemente aberrantes raíces con vocal larga como resultado de diptongos podemos ahora resu­mir de modo sencillo y con validez general el fenómeno de las alter­nancias vocálicas de la raíz indoeuropea. La raíz puede presentar tres grados: un grado e, un grado o y un grado cero. En las raíces que contienen un diptongo el segundo elemento (la sonante) queda como residuo en el grado cero.

En latín las alternancias originales han quedado muy oscureci­das por los cambios fonéticos y analógicos. Como ejemplos pueden servir pendo: pondus; lego: toga (grados e y o ); es-t: sunt; ed-o: d-ens; gemís: gi-gn-o (grado e y grado cero). Veremos otros en el análisis de los nombres y los verbos.

Tras haber establecido los principales mecanismos morfológicos del indoeuropeo podemos estudiar los procesos de sufijación por medio de los cuales se construyen temas nominales a partir de raí­ces o de otros temas. Adoptaremos en este punto la acertada clasi­ficación funcional propuesta por M. Leumann. 1

1. “Museum Helveticum”, 1, 1944, pp. 129 ss.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 237

F ormación de los nombres

El sufijo puede ser “cero” : son los llamados “nombres raíces”, como dux (düc-s), lux, páx (pác-s), pés, vóx, ós, etc. Los nombres raíces o radicales constituyen a menudo el segundo elemento de nombres compuestos: iüdex < *ious-dic-s, opifex < *opi-fac-s, auceps < * avi-cap-s, etc.

A. Sustantivos derivados de sustantivos

1. Diminutivos en -lo, -la ( -ulus, -culus, -ellus, -cellus, etc.): filiolus, foculus, homunculus, diecula; asellus, gemellus; ocellus, agellus, puella; corólla, etc.

2. Peyorativos en -astro-: filiaster.

3. Femeninos:a) - (t r ) - i c - : genetrix, victrix.b ) -ina-: regina, gallina, libertina.

4. Colectivos;a) -to -: arbustum, arboretum.b ) -élá -: clientela, parentela.c) -dtu -: senatus, equitatus.

5. Nombres abstractos:a) -ia: militia.b ) -ina: medicina, doctrina.c) -tü t-: virtus, iuventus.d) -dtu-: principatus.

6. Nombres de personas derivados de nombres de cosas:a) -ó y -ió: praedo, restio (también de abstractos: ludio,

lucrio).b ) -n o -: dominus.c) -ario-: balnearias.d) -tór-: vinitor.

7. Nombres de lugares:a) -ina: figlina.b ) -ario-: granarium.

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238 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

B. Nombres derivados de verbos

1. Abstractos verbales:a) -t i -: morti-s (para la forma del nominativo singular,

véase infra).b ) -ti-ón -: actio.c) -tu -: cantus.d) -tura: cultura, pictura.e) -io -: imperium.f ) -ié -: species.g) - 6r~: timor.

2. Instrumentos:a) -tro -: aratrum, feretrum.b ) -culo-: gubernaculum.c) -ero -: sepulcrum.d) -bu lo -: stabulum.e) -bro-, -brü -: lavabrum; dolabra, latebra.

3. Producto o resultado de la acción:a) -men, -mentó-: semen, carmen; fundamentum, vesti-

mentum.b ) -n o -: donum, lignum, signum.

4. Agente: -tor -: victor (sobre los derivados femeninos en -trie-, véase supra).

5. Lugares: -torio-: dormitorium, conditorium.

O. Nombres derivados de adjetivos

1. Abstractos:a) -id: superbia, audacia.b ) -tá t-: dignitas.c ) -itid, -itiés: laetitia, malitia; planities.d) -tüdin-: magnitudo, turpitudo.e) -mónia: acrimonia.

D. Adjetivos derivados de adjetivos

1. Diminutivos (véase supra): aureolus; tenellus; minusculus.2. Peyorativos (véase supra): calvaster, surdaster.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 239

3. Elativos (comparativos y superlativos, véase infra).

4. Derivados del participio en - t o - :

a ) -ivo~ : captivus, emptivus.b ) - I c io - : dediticius, empticius.c ) - i l i - : textilis, fictilis .

E. Adjetivos derivados de sustantivos

1. De nombres referentes a personas y animales:a) -io -: patrias.b ) -icio-: patricius, aedilicius, tribunicius.c) -ino -: divinus, bovinas, equinas.d) -ico -: civicus, hosticus, poplicus.

2. De nombres referentes a cosas:a) -ali-: annalis, navalis (pero también regalis).b ) -ario-: argentarius, ferrarías.

3. Adjetivos de lugar:a) -ano-: urbanas, paganas, oppidanus.b ) -tico-: rusticus, aquaticus.c) -tili-: aquatilis.d) -stri-: campestris, palustris; agrestis (con disimilación

de -r - ).e) -énsi-: forensis, atriensis.f ) -tim o-: maritimus, finítimas.g) -áti-: cuias (cf. optimates, nostrates).

4. Adjetivos de tiempo:a) -tivo -: tempestivas, primitivus.b ) Podemos incluir en este apartado los adjetivos deriva­

dos de adverbios de tiempo: eras-tinas, hodie-rnus, noctu-rnus.

5. Adjetivos que indican materia:a) e -yo -: aureus, argénteas, a'éneus.b ) -icio-: caementicius.c) -n o -: salignus, ilignus.d) sufijo griego -ino -: prasinus.

6. Adjetivos que significan “provisto de”, “en posesión de” :a) -oso -: aquosus, herbosas, morbosas.b ) -alentó-: lutulentus, virulentus.

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240 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

c) -to -: barbatus, hastatus.d) -ido-: herbidus, fumidus.

F. Adjetivos derivados de verbos

1. Participios y adjetivos verbales activos:a) -n t-: amant-, regent-, etc.b ) -turo-: amaturus, etc.c) -de -: edax, bibax, rapax.d) -uto-: crédulas, péndulas, bibulus.e) -bundo-: ridibundus, vagabundus.f ) -ido -: de verbos en -ere: calidus, aridus, nitidus, tímidas.

2. Participios y adjetivos verbales pasivos:a) -to -: amatus, etc.b) -ndo-: amandus, etc.c) -bilí-, -lis: amabilis; facilis, habilis.d) -u o -: arvos, pascuas caeduud, praecipuus, exiguas, ir-

riguus.e) -n o -: plenas.t) -aneo-: praeliganeus, supervacaneus, consentaneus.

3. Adjetivos instrumentales y locales en -torio-: deversorius,cubitorius, sudatorius.

Esta descripción sistemática funcional nada dice acerca del ori­gen e historia de los sufijos. Muchos de ellos son heredados del indo­europeo: así, el de los diminutivos en -lo -; el de agente en -tdr-; los de abstractos verbales -ti - y -tu -; el de los deverbativos mascu­linos en -os ( - 6r - ); *-tro-, *-tlo-, *-dhro- y *-dhlo-, de valor ins­trumental; el tan extendido de los adjetivos-en -yo-, el de los parti­cipios verbales en -to-, -no-, -nt-, etc. Otros, en cambio, son combinaciones o formas reforzadas de sufijos heredados: -tór-io-, -tü-din-, -tü -t-, -tá -t-, -tü-ra-, -ti-ón -; -culo- combina un antiguo sufijo de diminituvo * -q o - con -lo-.

Otras formas alargadas de los sufijos heredados se han creado por un falso análisis que separó una parte del tema nominal para unirla al sufijo: así, farrágin-eus ( < fárrago) se divide erróneamente en farr-ágineus, y en tal forma aparece el sufijo en ole-dgineus. De modo similar -no - aparece también como -ano-, -ino-, y -uno-, for­mas que llevan una vocal perteneciente en origen a los temas nomi­nales. Un caso parecido tenemos en nocturnas, derivado de un tema en r/n *noctur (cf. gr. vÓKtcop, vóKtEpoq) por medio del sufijo -no-.

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g r a m á t ic a h is t ó r ic o -c o m p a r a d a 241La palabra se analizó erróneamente como noctu-rnus, y de ahí se extrajo un sufijo -rno- que vemos émpleado en otros adjetivos que indican tiempo, como diurnus, hoáiernus, y modérnus (Casiodoro) de modo “ahora mismo”. Otro proceso bastante frecuente que me­rece consideración es el que podemos llamar de desplazamiento relacional en un grupo de palabras. Así, a partir de iudex se crea el nombre iudicium, que es una sustantivación de un adjetivo en -ius. También a partir de iudex se crea el verbo denominativo indi­care. Históricamente no hay conexión directa entre iudicium y indi­care, pero el hablante no conoce la historia y en su mente establece una relación entre el nombre y el verbo. De este modo -ium se con­virtió en sufijo deverbativo: desiderium, delirium, imperium.

Por último, conviene advertir que los sufijos ganan terreno a causa de la infección entre palabras estrechamente asociadas en contextos estereotipados. Para ilustrar este proceso podemos tor­nar al primer ejemplo citado, déditicius. El sufijo -icio- se originó probablemente en la palabra novicius, que puede interpretarse como derivado en -io - de una forma *novix. Aparece luego en empticius y se extendió en la lengua del derecho para designar a personas allegadas por conductos diversos: adoptaticius, adscripticius, con- ducticius, déditicius. Se aplicaron también estos adjetivos a cosas adquiridas y en la lengua del comercio llegaron a emplearse en la descripción adjetival de diversos tipos de bienes, por ejemplo pañis depsticius. En última instancia, pues, la historia de un sufijo es la suma de las historias formales de todas las palabras en que aparece, materia que excedería con mucho los estrechos límites de este capítulo.

Las cia ses de declinación y las desinencias casuales

El indoeuropeo distinguía ocho casos: nominativo, vocativo, acu­sativo, genitivo, dativo, ablativo, locativo e instrumental-sociativo (sobre sus valores véase el capítulo siguiente). Este sistema se sim­plificó en las diversas lenguas descendientes por diferentes procesos de fusión que se conocen con el nombre de “sincretismo”. Así, el griego fundió genitivo y ablativo y, por otra parte, dativo, locativo e instrumental. El ablativo latino reúne las funciones del ablativo original, las del instrumental-sociativo y las del locativo, si bien sobreviven algunas formas de locativo con su valor originario. La discusión de los detalles queda reservada para el examen del esquema de las olases flexivas.

Por “clase de declinación” o simplemente “declinación” enten­demos un grupo de nombres que tienen una flexión similar.. El tipo

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242 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

de flexión en indoeuropeo variaba según el tipo de tema; podemos constatar la existencia de temas en á, -o (alternante con e) -el/i, -eu/u, -i, -ü, -éu, áu, y en consonantes diversas. Esta multiplicidad de clases flexionales fue reorganizada por el latín en las cinco “de­clinaciones” de las gramáticas tradicionales.

Los temas en - á

Singular:Nominativo * -á : 2 gr. ycópoc, etc. En latín la vocal se abrevió a

partir de las palabras yámbicas: rota, toga > rota, toga (brevis brevians), generalizándose luego a toda esta clase flexiva.

Acusativo * -m : gr. /«pav, ser. aevám. En latín las vocales largas se abreviaron de modo regular ante -m final (p. 222), de donde réginam, etc.

Vocativo *-&: gr. vújj.tpd, probablemente ide. a.Genitivo *-ás: gr. )(S>paq, u. tutos, etc. Esta terminación se con­

serva en lat. are. escás, viás, etc., y en la fórmula estereotipada (pater) familias. Fue reemplazada, sin embargo, por -ai (pictai, Virgilio) modelada sobre el genitivo en -i de los temas en -o (véase infra). Es probable que el proceso se iniciara en contextos en que un adjetivo en -o estuviera combinado con un nombre masculino de tema en -a : *boni agrícolas > boni agricolái. -aes (Aquiliaes, etc.) es una combinación de -ae y -ás.

Dativo *-& + -ei > *-ái: gr. yáipai. Esta forma se conserva en lat. are. Menervai, Fortunai, etc. En itálico la -i final caía ante vocal inicial, de donde lat. are. matuta. La terminación usual -ae (para el desarrollo fonético véase p. 222) se remonta a la forma anteconso- nántica generalizada. Nótense las formas dialectales como Fortune, etc. (véase p. 68).

Ablativo. En indoeuropeo era idéntico al genitivo, al igual que en el gr. xápaq. En itálico se creó una desinencia -ád analógica de - 6d (véase infra). La -d final se perdió en torno al 200 a. C., de don­de la terminación clásica -á. En latín arcaico tenemos sententiad, praidad, etc.

Locativo. * -í añadida al tema dio lugar al lat. are. Romüi, etc., que evolucionó de manera regular a Romae. Nótese que las termi­naciones de genitivo, dativo y locativo de esta declinación, idénticas en la época clásica, eran distintas en origen: *-ás, *-áei, *-aí.

2. Las formas con asterisco representan las terminaciones indoeuropeas.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 243plural:

Nominativo *-ás < *-á + es: ser. agvds, o. scriftas, aasas “arae”. Es tal vez esta terminación la que se conserva en el laetitias inspe- ratas de Pomponio (pero véase p. 154). La forma matrona, de Pisau- rum (Pesaro), muestra la pérdida “rústica” de -s final (véase p. 130). Sin embargo, ya en el latín arcaico encontramos -ai (tabelai), forma debida a la influencia del -oi de los temas en -o (véase infra).

Acusativo *-ás < *á + ns: ser. agvds. En itálico -ns fue restau­rado por analogía y -ans en latín pasó regularmente a -as. Con el solo testimonio del latín no podría haberse detectado el estadio intermedio, pero -ss del oseo (víass) y -/ del umbro (vitlaf) atesti­guan -ns. El griego muestra un desarrollo similar: cret. Tipocvc;.

Genitivo *-5m < *d -6m. Tanto el griego como el latín reempla­zaron esta terminación por -sóm, procedente del pronombre demos­trativo (ser. tásám, gr. uácov, lat. is-tárum, con rotacismo de la -s- intervocálica; cf. o. egmasum); de ahí dearum, etc.

Dativo y ablativo. Las desinencias originarias -bhos (galo Napau- au«x(Jo) o -bhyos (ser. agvabhyas) fueron reemplazadas en itálico por una terminación nueva: -ais (o. lcerssnaís) basada en el -oís de los temas en -o (véase infra). Para el desarrollo fonético latino -ais > -eis > -is véase p. 223. Ejemplos latinos arcaicos de los gra­dos intermedios son soveis = suis y nuges = nugts. En ciertos nom­bres se reconstruyó la oposición masculino-femenino utilizando la terminación -bus de las otras declinaciones: deabus, filiábus. Estas formas tuvieron cierto éxito en la lengua vulgar: feminabus, etc.

Los masculinos de la flexión en -a se declinan igual que los fe­meninos, pero aparece una -s en ciertos nombres compuestos: hos- ticapas, paricidas.

Los temas en -o

Singular:Nominativo *~s. Sobre -os > -us véase p. 223: dominus.Vocativo. Muestra el tema puro con el grado e de alternancia:

domine; cf. gr. &5eA<}>e .Acusativo *-m. Sobre -om > -um véase p. 223: dominum; cf.

gr. 5ouÁov.Genitivo *-o -syo: gr. limoio, ser. agvasya. En céltico y en itálico

esta terminación fue reemplazada por una -i de origen oscuro. Ad­viértase que ésta no está unida a la vocal temática -o-, pues el latín arcaico distingue perfectamente entre una -i originaria y el dip­tongo -ei: Latini (genitivo singular), pero virei (nominativo de plu­ral) . Por tanto, la -i no procede de -oi; es un sufijo de derivación

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244 INTRODUCCIÓN AL LATIN

que tiene la misma entidad que el elemento -o formador del tema. Se lo ha puesto en conexión con un sufijo adverbial -i que tiene el sánscrito (véase p. 292) y también con la -i empleada para formar femeninos (rég-i-na). [Nota 29.] En su origen puede haber sido un sufijo formador de adjetivos dotado de un significado general de “perteneciente a, conectado con”. Ello concordaría con el uso sin­táctico del genitivo como caso adjetival. Los denominativos mascu­linos del tipo rathi “conductor de carro” y los femeninos como rüjñi, lat. regí-na, representan otras especializaciones del mismo sufijo. 3

Dativo *-oi < **o + ei: gr. timoi. La o se abrevió en itálico cuando 2a palabra siguiente empezaba por consonante. Un ejemplo latino arcaico es Numasioi = Numerió. Ante vocal la -i se perdió, y fue -ó la terminación que se generalizó en latín.

Ablativo * -6d: ser. agvüd. Se conserva todavía en lat. are. Gnai- vod, poplicod, etc. Para la pérdida de la -d véase p. 227.

Locativo * -o + i. Cf. gr. olkoi. El oseo, sin embargo, presenta -ei: lúvTcei “en el bosque”. Lat. -ei (Delei) e -i (domi, belli) pueden remontarse tanto a -oi como a -ei. Esta forma casual sobrevive en latín sólo de modo esporádico, habiendo sido suplantada por la del ablativo.

Plural:Nominativo *-ós < **o + es: ser. agvás, o. Núvlanús = “Nolani’L

En latín esta terminación fue reemplazada por -oi bajo el influjo de los demostrativos, desarrollo paralelo al del griego. Sobre el desarrollo fonético oi > oe (poploe, canto de los salios) > ei (ser- vei, etc.) > e (ploirume) > i (serví, etc.) véase p. 223. En textos dialectales aparecen formas alargadas -eis, -es, -is, con -s tomada de la tercera declinación: leibereis, magistres, duomvires, ministris.

Acusativo *-o -ns: cret. ÉXeó0Epovq. Sobre el desarrollo fonético latino -ons > -ús véase p. 225.

Genitivo *-óm < **o 4- dm. Se conserva en latín arcaico con la regular abreviación de ó ante m, Romanom, etc. Este tipo de formas eran aún frecuentes en la época arcaica (verbum, inimieum, Plauto), y se mantienen en la fraseología conservadora de la reli­gión y el derecho: deum, triumvirum, nummum, etc. La termina­ción normal -órum se creó analógicamente sobre -árum de los temas en -á (véase supra).

Dativo y ablativo. La terminación latina se remonta a la del ins­trumental indoeuropeo en - 6is: gr. ítrnoiq, ser. agvüis, etc. El dip­

3. Véase T. Burrow, T h e Sanskrit language.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 245

tongo original se ve todavía en el pelígno suois cnatois. Festo cita una forma arcaica privicloes. Grados del mismo proceso fonético son -eis (castréis), -és (prenestino sueque = suisque) y finalmente el -is del latín clásico.

Los nombres neutros de tema en -o presentan la antigua desi­nencia -m de nominativo y acusativo de singular. En el plural la terminación -a se remonta a un colectivo singular femenino en -& (de ahí la construcción griega con verbo en singular). En las pala­bras yámbicas como iügü se produjo la regular abreviación en inga y acabó por generalizarse esta forma de la desinencia.

Los nombres en -io - (-tus) tienen un nominativo de singular dialectal en -is: Caecilis, etc. El vocativo de singular es en i: fili (adviértase que mi remonta a un genitivo enclítico *mei o *moi). Formas posteriores del tipo filie son innovaciones analógicas. En el genitivo -ii se contrajo en -i, pero también en este caso la analo­gía restauró la unidad de la declinación (el primer ejemplo de -ii en un nombre aparece en Propercio). La contracción en el locativo de singular y en el nominativo y dativo de plural no se produjo hasta que -ei hubo pasado a -i. De ahí que en latín arcaico el loca­tivo -iei se distinga claramente del genitivo -i. Lo mismo puede decirse del nominativo de plural -iei y del dativo y ablativo de plu­ral -ieis, en los que la contracción no podía tener lugar mientras no se produjera el paso de ei a i.

La evolución fonética fue responsable de la creación de una se­rie de dobletes en la declinación de la palabra *deiwos. *deiwos y *deiwom daban regularmente * deios, *deiom > deus, deum; pero donde no seguía -o se conservaba la w: deiwi > divi. A partir de cada una de estas variantes se creó un paradigma completo: deus y divus.

Los nombres en -ro -s perdieron por síncopa la -o - y subsiguien­temente -rs > ers > err > er, de donge ager < * agr os, sacer < * sa­cros. El vocativo *-ere perdió la vocal final, pero se la restauró en el habla vulgar; de ahí las formas plautinas como puere, etc.

La tercera declinación

Las terminaciones de la tercera declinación latina son el resul­tado de la fusión de las de los temas en consonante, por una parte, y de los temas en -i, por otra. La tabla que sigue muestra la situa­ción original en indoeuropeo:

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246 INTRODUCCIÓN AL LATIN

Singular: Nom.

temas en -i

*owi-stemas en consonante

duc-sVoc.Acus. *owi-m dúc-ipGen. | Abl. *j *owei-s o *owi-os düc-es o -osDat. *owei-ei o *owi-ei düc-ei

Plural: Nom. *owei-es duc-ésAcus. *owi-ns duc-nsGen. *owi-óm duc-ómDat. í Abl. *owi-bhos duc-bhos

En los temas en -i hay que distinguir entre la declinación de los sustantivos, con acento en la raíz (*ów-i~os) y la propia de los adje­tivos, de sufijo tónico y en grado pleno ( *ow-eí-s). El esquema ex­puesto incorpora formas procedentes de ambas series. Los nombres con -i sufijal juegan un importante papel en el sistema derivacional del indoeuropeo. 4

Temas en consonante (para particularidades de los temas en líqui­da véase infra).

Singular:Nominativo * -s : vox, réx, iudex, etc. Adviértase que la oclusiva

dental final del tema se asimila: pés < *péd-s, ferens < *ferent-s.Acusativo * -m > -em : rég-em, iüdicem, etc.; cf. gr. (púÁocKoc.Genitivo *-es: lat. are. Apolones, Veneres, -es > -is (p. 222). El

grado de alternancia *-os (gr. (púXccKOí;, etc.) se encuentra en textos dialectales, especialmente de Preneste y de la Italia meridional, has­ta la época del Imperio: nominas, regus, Veneras, Diovos.

Dativo: *-ei: lat. are. Apolonei, salutei, virtutei; > clás. -i, cf. p. 223: regí, etc.

Ablativo. El indoeuropeo no poseía una desinencia específica para este caso (salvo en los temas en -o ). La -e del latín puede remon­tarse al locativo en -i (se conserva en el dativo griego: (¡júAocki). En los temas en -i se desarrolló una forma en -id sobre el modelo de - 6d (de donde también -ád, véase supra). Esta terminación -id se encuentra también ocasionalmente en temas consonánticos: opid, coventionid.

Locativo. Algunos nombres tienen formas específicas de locativo caracterizadas por una terminación -i sacada de los temas en -o : rüri, Carthdgini, temperi.

4. Véase T. B u h r o w , T h e Sanskrit language.

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GRAMÁTICA HISTÓBICO-COMPARADA 247Plural:

Nominativo. La desinencia originaria *-és, conservada todavía en oseo (humuns, con caída de é por síncopa, = hominés), fue reem­plazada en latín por -es, que correspondía en propiedad a los temas en -i (véase infra): reges, etc.

Acusativo *-ns (gr. <púÁaKa<; con a < n) en itálico > ens, de donde -es de acuerdo con p. 225: voces, reges, etc.

Genitivo *-óm (gr. (puÁÓKCov) evoluciona regularmente a -óm > um: régum, etc.

Dativo y ablativo *-bhos se añadía en origen directamente a la consonante del tema, como muestra el ser. vág-bhyas, de vác = vox. Esperaríamos, por tanto, *régbus. La - i - de rég-i-bus, etc., es un préstamo de los temas en -i.

El nominativo singular de los nombres neutros era el tema puro: lac < *lact. El testimonio del gr. <|>épovToc y el ser. bharanti sugiere que en el plural la desinencia originaria era -a (p. 217).5 El latín presenta, como era de esperar, -á (nomina), pero este testimonio no puede igualarse directamente con ser. námán-i, dado que conser­vamos restos de un estadio anterior diferente. En efecto, la palabra que significa “treinta”, tñgintü “tres series de diez”, presenta una -a, cf. u. trioper “tres veces” y o. petiro-pert “quater”, donde -o se remonta a una *-d itálica. Debemos concluir, por tanto, que la de­sinencia indoeuropea de neutro plural -a, que habría dado -d en latín, fue sustituida en un primer momento por la -á de los neutros de tema en -o, la cual se habría abreviado luego según hemos vis­to ya.

Alternancias en la declinación

Los temas consonánticos del indoeuropeo muestran a menudo alternancias vocálicas en la silaba final del tema. Podemos distin­guir varios tipos. Algunos temas en oclusiva presentan una vocal larga en el nominativo singular y el grado normal en los demás casos. Ejemplos latinos son pés: peáis, abiés: abiétis, pariés: parié- tis. En general, sin embargo, el latín ha igualado analógicamente los paradigmas: vox: vócis (pero nótese el verbo denominativo vócare).

Los temas polisilábicos en -s de nombres masculinos y femeni­nos presentan una alternancia similar: Cerés: Ceréris, pubes, pubé-

5, Esta ecuación ha sido impugnada por T. Burrow (“Trans. Phil. Soc.” , 1949, p. 46). Los plurales neutros varían considerablemente y pueden ser rela­tivamente recientes. En védico y en hetita aparecen formas con vocal larga (het. widar “aguas” ) y a veces alargadas con -i (la que se ve en het. kururi, ser. namani) . Muy bien pudiera ser que esta -i sea sufljal y paralela al sufijo laringal -H que subyace en la -a de colectivo (< raH). Si este análisis es co­rrecto, * - » debe desaparecer de los manuales.

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248 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

ris, arbós: arbóris. También en este caso es habitual la igualación analógica: honós, honórem, etc. Adviértase que la -s- intervocálica experimentó rotacismo y la -r - resultante se introdujo también en el nominativo: honor, arbor, con la regular abreviación de o en síla­ba final (p. 223). También mulier parece proceder de *mulies, dado que el adjetivo derivado muliebris debe remontarse a *mulies-ris (p. 231), El tema original en -s de estos nombres aparece claro en sus derivados: honestus (con grado e), arbus-tum.

Los temas en -s neutros presentan grado o en el nominativo de singular y grado e en los demás casos; de ahí el tipo *genos: *genes-es > genus: generis. También aquí se produce nivelación analógica: robur, pero aún robus en Catón, y el derivado robus-tus; cf. -julgur, pero lat. are. fulgus (Festo).

Los temas en -n masculinos y femeninos también experimenta­ban alargamiento de la vocal del tema en el nominativo de singular, desapareciendo la nasal ya en indoeuropeo. Los demás casos presen­tan grado normal (gr. (pp-qv, (ppsvót;) o grado cero (gr. ápf|v, ápvóc;). El latín ofrece un solo ejemplo de este último caso: caro: carn-ls. Típicos ejemplos del grado normal son homo: hominis y ordo: ordinls. Pero también en este tipo la nivelación analógica ha anula­do las alternancias vocálicas: sermó: sermdnis, lien: liénis. Por lo que mira a los neutros, el ser. ñama, námnas apunta a una declina­ción original *nóm-n, *nómn-e/os que daría en latín *nómen, *nómnis. nómin-is, etc., suponen *nomenis, con extensión de -en - a toda la declinación.

En los temas en -r el nominativo singular se forma alargando la vocal del tema: gr. uaxríp, pero lat. patér con abreviación regular de la vocal. El grado normal aparecía originariamente en el vocativo y acusativo de singular y en el nominativo de plural (gr. uáxep, -itarÉpa, ávépec;). En los demás casos era de regla el grado cero (gr. Ttocxpóq, etc.). En latín, sin embargo, se generalizó el grado cero ex­cepto en el nominativo: pater, patrem, patris, etc. Los nombres en -tór presentaban también en origen alternancia vocálica, pero la vo­cal larga acabó por generalizarse a todo el paradigma, produciéndo­se además, naturalmente, la regular abreviación en la sílaba final del nominativo de singular.

Temas en -i

Las alternancias vocálicas de la sílaba final del tema (ei: i) pue­den verse en el esquema con que iniciamos el estudio de la tercera declinación.

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g r a m á t ic a h is t ó r ic o -c o m p a r a d a 249

Singular:

Nominativo *-s. La forma esperada aparece en hostis, ovis, etc. En ciertos temas, sin embargo, como monti-, partí-, morti-, ponti-, etc., el nominativo tiene la forma mons, pars, mors, pons, etc. Si ello se debe a causas fonéticas (síncopa) o bien a la influencia de los temas consonánticos, es difícil precisarlo. La síncopa es, desde luego, responsable del paso de los adjetivos en -ri-s como ácris al tipo ácer, forma que en origen servía tanto para el masculino como para el femenino; luego se reconstruyó ácris como forma específica del femenino, púgil, vigil y mugil suelen considerarse temas en -i a pesar de sus genitivos de plural pugilum, vigilum y mugilum. La pérdida de su sílaba final suele explicarse como hecho de analogía según el genitivo pugil-is, etc., o bien como fenómeno dialectal (cf. o. aidil — aidilis). Algunos temas en -i tienen el nominativo de sin­gular en -és (caedés, aedés, james, etc.) que puede provenir de un grado alargado -éi-s. [Nota 30.]

Acusativo. La antigua forma -im se conserva todavía en ciertos nombres de carácter técnico: sitim, tussim, puppim, restim, así como en adverbios del tipo statim y partim. De modo general, sin em­bargo, los temas en -i han adoptado la terminación -em de los te­mas consonánticos.

Genitivo. *-eis daría en latín -is. -is se ha introducido por in­fluencia de los temas consonánticos: partís, etc.

Dativo. *-eiei evolucionó regularmente a -eei > éi, cuya forma anteconsonántica, -éi, constituye la base de la terminación clásica -i : partí, ovi, etc.

Ablativo. También en este caso el latín creó una forma especial en -id sobre la analogía de -ód, -ád: lat. are. loucaríd, clás. partí, etc. Sin embargo, acabó por generalizarse la -é de los temas conso­nánticos. Sobre la introducción de la terminación -id en los temas consonánticos véase supra. Adviértase que en el participio de pre­sente se emplea -é cuando es predominante el valor verbal, e -i cuan­do lo es el adjetival.

Plural:Nominativo. *-ei-és evolucionó regularmente hacia -es: partes,

oves, etc.Acusativo *-i-ns > is, que es la forma regular clásica: partís,

civis, etc. La introducción de la terminación -és, propia de los te­mas consonánticos, comenzó en época temprana, pero el proceso no. se completó hasta la época imperial.

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250 INTRODUCCIÓN AL LATIN

Genitivo *-i-om > -ium: civium, partium, etc.Dativo-ablativo *-i~bhos > -ibus: civibus, partibus.El nominativo-acusativo de los neutros de tema en -i era el tema

puro, pasando a -e la -i final (p. 222) : *mari > mare; *dulci > dulce; *leví > leve. Ciertos adjetivos sustantivados en -ri y en -li presen­tan pérdida de la vocal final: animal, tribunal, exemplar, calcar. El nominativo-acusativo de plural termina en -la, pero en indoeuropeo este caso se formaba por alargamiento de la vocal del tema, tal vez por contracción de *-¿a. Esta terminación sobrevive en tri-gintd. Así pues, la -á del latín (y del griego) puede considerarse tomada de la -á de los temas en -o (véase supra). Que este préstamo se produjo en época muy temprana lo muestra la forma aislada quid, que es en su origen el acusativo plural neutro del tema interrogativo qui-s.

Temas en -u (cuarta declinación)

Las alternancias vocálicas de esta declinación recuerdan las de los temas en -i : *-u -s, *-u -m , *-u -os o *-eu-s, * -(u )u -e i, \_*-üd], *-eu-es, *-u-ns, *-u (u )om , *-u-bhos. Algunos puntos merecen co­mentario especial. El genitivo singular -eu -s evolucionó de manera regular en itálico a -ous y de ahí a lat. -üs: manüs, etc. Se regis­tran ciertas innovaciones analógicas esporádicas: domu-is, senatu-is tienen la terminación correspondiente a los temas consonánticos, en tanto que lat. are. senatuos muestra la desinencia -os ya exami­nada. Encontramos, además, en la lengua vulgar las formas tipo senat-í, etc., con la terminación propia de los temas en -o. El dativo en -ui (lat. are. senatuei) se remonta a * -(u )u -e i, que es la termina­ción indoeuropea, o bien a *-eu-ei, forma del dativo que tiene para­lelos en otras lenguas. El dativo en -ü era en origen un locativo que en indoeuropeo presentaba el tema puro en -eu (o tal vez -éu). El latín creó una forma especial para el ablativo, -ü -d (véase supra): castüd, manú, etc.

Plural:El nominativo *-eues tendría que haber evolucionado a *-uis a

través de *-oues (p. 216). La forma clásica -üs procedería, según algunos estudiosos, de una forma sincopada *-ou-s, que no tiene paralelo en otras clases flexionales. Es más verosímil que en los temas en -u tengamos una interacción de las terminaciones de no­minativo y acusativo de plural basada en la similitud accidental del nominativo en -es y el acusativo en -és de los temas consonánticos (véase supra). -üs debe remontarse, pues, a la terminación del acu­sativo de plural, caso en el que era producto regular de -u-ns. El

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPAR ADA 251

genitivo de plural *manu-óm > manu-óm > manóm > manum: passum, exercitum. La forma disilábica -uum se debe a la analogía con los temas en -i : clvls: civium :: manüs: manuum. En el dativo- ablativo de plural se encuentra en ocasiones la forma esperada en -u-bus (arcubus, quercubus, etc.), pero en general ha triunfado la - i - procedente de los temas en -i: manibus, etc.

En los neutros el nominativo-acusativo de singular -ü (genü) en lugar del esperado *genü puede remontarse a antiguas formas del plural o del dual. En el plural la forma indoeuropea en * - « ha s id o sustituida por -ua, con la -a de los temas en -o que se había con­vertido en terminación característica del neutro plural para el nomi­nativo y el acusativo.

La quinta declinación [N ota 31]

Esta clase flexional latina se formó a base de un grupo hetero­géneo de nombres. Algunos eran abstractos verbales en -ié (alter­nando con - i ) : acié-s, facié-s, macié-s, etc.; otros eran abstractos denominativos con dobletes en -ia (luxuries, etc.). Otros, en cambio, surgieron de temas en diptongo largo, *diéu-m (véase infra sobre luppiter), *réi-m (ser. rá-m, etc.), spés era un antiguo tema en -s (cf. lat. are. spéres y el verbo denominativo spérare). quiés es un antiguo tema en -i *qui-ei~. Hay, además, algunos nombres hete- róclitos: famés, labes. De hecho, pocos nombres de esta declinación tienen el paradigma completo que figura en las gramáticas escola­res. Vemos a la lengua empeñada en la tarea de crear una nueva clase flexiva de temas con vocal larga, pero sólo diés y res presen­tan paradigma completo.

El punto de partida fue el acusativo *diém < *diéu-m (véase in­fra), del cual se forma el nominativo caracterizado por la -s habi­tual: diés.

El genitivo de singular de los temas en -ié - eran originariamente -ié-s, forma conservada ocasionalmente en latín arcaico: rábiés, dié-s. Esta terminación fue reemplazada por la -i de los temas en -o : dié-i (nótense los diversos desarrollos fonéticos, diei, dié, dii). En el dativo de singular *réi-ei > *réi > réi > reí > re (todas las formas que no llevan asterisco están atestiguadas). En el-ablativo encontramos la -d itálica en la forma falisca foied “hodie-’. Ha de­saparecido de modo regular.

Plural:rés, nominativo y acusativo, procede regularmente de *réies y

*rei-ns respectivamente. El genitivo tiene la terminación -rum que

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252 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

ya hemos estudiado: dié-rum. En el dativo y ablativo -bus se une directamente al tema en -é : dié-bus.

Temas en -I y en -ü

Todos los nombres con tema originario en -i pasaron a temas en -i en latín, con la excepción de vl-s, que tiene como acusativo y ablativo regulares m-m y vi, respectivamente (en Varrón aparece el genitivo vl-s ). En el plural tiene flexión de tema en -s, vires, por analogía con otros monosílabos como más: mores; spés: spéres.

süs tiene un genitivo de singular suis, que es el resultado regu­lar de *suues. El resto de su declinación se ha reconstruido sobre un tema consonántico suv-: su-em (en lugar de *sü-m ), etc. Por su-ibus encontramos también sü-bus. La forma sü-bus es probable que no descienda directamente del indoeuropeo *sü-bhos, sino que se deba más bien a la influencia de bü-bus (véase infra).

Temas en diptongo

El indoeuropeo *nüus “nave” pasó en latín a tema en -i ; ndvis.La palabra que designaba al buey, *g'*5us (ser. gáus, gr. dór.

p «0 , había perdido en indoeuropeo el segundo elemento del dip­tongo en el acusativo de singular *g^ó-m: gr. dór. pñv, ser. gá-m. A partir de esta forma se creó un nuevo nominativo bós en osco- umbro, pasando al latín por préstamo (véase p. 47). En los demás casos el tema aparecía así: *g«ow-es, *g^ow-ei, etc., de donde bovis, bovl, etc. La declinación latina se reconstruyó sobre esta forma del tema: bovem, bovés, etc. En el dativo y ablativo de plural bübus continúa *g*ou-bhos; bóbus ha tomado su vocal de los otros casos o bien se trata de una forma dialectal con paso de ou a 5.

*dyéus tiene una historia similar. El segundo elemento del dip­tongo se perdió en el acusativo de singular: *dyé-m (gr. Zfjv, ser. dydm). A partir de él se creó un nuevo nominativo diés (véase su- pra). lu-piter es un antiguo vocativo de *dyeu-poter = gr. ZeO ita- rsp. En los casos oblicuos *dyew-es, etc. > lovis (p. 216 sobre eu > ou). Éste fue el tema que se generalizó, de modo que lovem reempla­zó al original diem, que se había especializado en el significado de “día”.

Algunos nombres irregulares

Existe un grupo muy antiguo de nombres neutros caracterizados por una -r en el nominativo-acusativo de singular y por una -n en

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 253los demás casos. Así, el nombre del “agua” muestra una -r genera­lizada en inglés (water) y en alemán (Wasser), en tanto que apare­ce una -n en el sueco vatn. En gótico la declinación es wato, watins (gen. sg.). El griego tiene 58cop como el umbro utur, en tanto que el sánscrito presenta -n (gen. sg. ud-nás). Este tipo de flexión apa­rece ampliamente documentado en hetita, pero las demás lenguas sólo muestran fragmentos dispersos. El ejemplo latino más claro es fémur, feminis “muslo”, iecur debe haber tenido un genitivo *iectnes (cf. ser. yaknás), pero se le creó uno analógico iecoris, que se entrecruzó con la forma antigua para dar la clásica iecinoris. Lo mismo ocurre con iter, en el que el antiguo *itinis y el analógico *iteris se combinaron para formar itineris, que a su vez dio lugar a un nuevo nominativo itiner.

iuvenis, a pesar de su apariencia, no es un tema en -i, según pue­de verse por su genitivo de plural iuven-um y su derivado iuven-cus. Se trata, en realidad, de un tema en -n : cf. ser. yúvá, yúvánam, yünás. El nominativo latino está rehecho sobre la base del genitivo iuven-is. Lo mismo puede decirse de canis,6 pero en este caso los hechos de flexión son más complicados. Partiendo del gr. kúcov, ser. gvá, lit. Sud podemos reconstruir el nominativo indoeuropeo *ku (u )5 (n ), cuyo genitivo sería *kun-os (gr. kuvóc;, ser. gunás). Por el testimonio del latín se puede suponer un tema con grado re­ducido *ku3n. La evolución fonética habría producido en latín un paradigma"enormemente irregular: *có, *conem, quanis, etc. Se ni­veló en canem, canis, etc., y se creó un nuevo nominativo, canis, como en el caso de iuvenis. Que no es un tema en -i se ve bien claro por su genitivo de plural can-um.

Los ADJETIVOS

Los grados de comparación

Comparativo. Dos son los sufijos empleados por las lenguas indo­europeas para formar el grado comparativo de los adjetivos. Uno es -ios (con un grado alargado -ios y un grado cero -is -), al que puede añadirse otro sufijo e/on (gr. -icov < *-is-ón~). El adjetivo así modificado no significaba en un principio “más...” , sino que el sufijo indicaba que la cualidad designada por la raíz estaba presen­te en un grado indefinido: *mag-ios significaba “grandote”, y a par­tir del contexto surgieron los significados “más bien grande”, “de­masiado grande”, etc. Con el caso propio de la comparación (véase

6. calles en latín arcaico (Varrón, L. L., 7, 32).

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Sintaxis, p. 293), el significado “más bien grande examinado con relación a un determinado modelo” evolucionó a “más grande que”. El sufijo no se unía al tema del positivo, que tenía un valor “abso­luto” : mag-nus “grande” como opuesto a mag-ios “grandote"; cf. nequam: nequior; senex: sénior. En otras palabras: el comparativo se forma con una raíz diferente: bonus: mel-ios. minus no es, pro­piamente hablando, un comparativo, sino un sustantivo neutro *mrnuos del que deriva el verbo denominativo minuere.

El"nominativo presenta grado alargado que, como en el caso de honós, etc., se generalizó a toda la flexión. Como era de esperar, la -s- intervocálica pasó a -r -, extendiéndose analógicamente la inno­vación al nominativo de singular: *maiós, *maiósem, etc. > maior, maiórem. El neutro singular maius es el resultado normal de *maios < *mag-ios (p. 224).

El otro sufijo de comparativo, -tero, estaba en origen adscrito al segundo elemento de pares opuestos: gr. &e ióg: ápta-repóc;. Su valor era contrastativo y separativo. Ello puede verse todavía en el adverbio ínter, que es la forma contrastatívo-separativa de in: inter-ficio “poner aparte, echar de lado”, inter-dico "señalar como excluido”, inter-eo, etc. Este sufijo, que aparece en ing. other, fur- ther, etc., se empleó en latín para caracterizar pares contrastantes: dexter, alter, uter, mater-tera (como opuesto a amita). En algunas palabras aparece combinado con el - is- que acabamos de estudiar: sin-is-ter, mag-is-ter, min-is-ter.

También en el superlativo encontramos dos sufijos de funciones originales distintas, -to - aparece en los numerales ordinales (véase infra), en los que servía para indicar el miembro que completa un grupo dado; tenía una función “completiva” (Benveniste). se com­binó con -is - para dar el sufijo -isto- que aparece, por ejemplo, en ing. sweetest (gr. rjBioxoc;). El latín, sin embargo, prefirió el sufijo -mo (-m ío - en ciertos contornos fónicos), cuyo valor originario — en opinión de Benveniste— era la designación del miembro extremo de un grupo, es decir, tenía en un principio valor de referencia espacial como en summus ( *sup-mo-s) “el que está en el tope”, démus, Ínfi­mas, primus (*pñs-m o-s ). En suprémus, extremas el sufijo se ha añadido a antiguas formas de instrumental (véase infra, adverbios). El sufijo -mo- se combinó con - to- en intimus, ultimas, extimus, optimus.

Otra forma alargada del sufijo es -simus, en la que la s tiene orígenes varios: (1) -t -t emo- > -ssimo- (pessimos < *ped-tem o -); (2) probables formas sincopadas del sufijo -is-. La forma más ca­racterística del sufijo superlativo latino, -is-simo-, surgió de la com­binación de -is - con -semo-. Unido á temas nominales terminados en -r y -l, este sufijo quedó deformado por cambios fonéticos:

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*facil-s.mo-s > facillimus (p. 232 sobre -ls~), *acri-s,mo-s > *acrs-samos > *acers-samos (p. 224) > acérrimas; de modo simi­lar pulcherrimus < *pulchro-semos.

Todavía no se ha dado una explicación totalmente satisfactoria de plus, plürimus. Es evidente que son formas emparentadas con los adjetivos que significan “mucho” en otras lenguas (cf. gr. m>Xú$), los cuales están formados sobre la raíz *'per“ÍteiiaP,l la t rp le -» «s ). El tema comparativo pié-ves-, pli-is que apturecelSr el 'grTT&iiv (acusativo) y en el superlativo itXetoxoc;, proporciona una buena base * piéis-emo- al lat. are. piísima conservado por Festo. Por otra parte, tenemos un sustantivo neutro de la misma raíz, *plewes (gr. homér. itXéoq), que puede ser la base del lat. are. ploiis, de moHo que el^lat. clás. plus no sería en origen más comparativo*que su contrarió «il- nus. El verdadero comparativo *plé-yós püéde éstar en el origen 3ef víeores áeí Carmen. Arpate, si bien la presencia del rotacismo indica que la forma transmitida ha sido parcialmente modérrnzadá!7 Podemos, pues, restaurar el siguiente hipotético estado de cosas: *pléyós- *plé-is-em o- que habría dado en latín pleór- pliHmó-. Luego, el sustantivo neutro plous (frecuentemente emparejado con mvnus) reemplazó al comparativo afectando entonces a la forma del superlativo: de ahí plüs, plttrim tts.Trptoním elB^IEn^Xpúe- de considerarse simplemente como un ejemplo más del socorrido método de afectar arcaísmo sustituyendo la ü clásica por oi (véasep. 218).

LOS PRONOMBRES

Hay que distinguir dos grupos: (1) los temas demostrativos y el relativo-interrogativo-indefinido, y (2) los pronombres personales.

(1) presentan temas en e/o y en a para masculino y femenino, respectivamente, mientras que el neutro singular, nominativo y acu­sativo, termina en -od (> ud ): is-te, is-ta, is-tud. En el genitivo y dativo de singular tienen formas comunes a todos los géneros: -tus e -i, respectivamente.8

En muchas lenguas los demostrativos tienden a asumir formas reforzadas, sea por la combinación de temas diferentes, sea por la adición de partículas deícticas (fenómeno que podemos llamar del “este-de-aquí” , “ese-de-ahí”) . El latín presenta ejemplos de ambos procedimientos, is-tud está compuesto del tema anafórico i - y del demostrativo *tod. ille ha sustituido a un antiguo olle que unía ol

7. También Pesto modernizó *pleisima en piísima.8. Sobre la forma vulgar del femenino illae, etc., véase p. 167.

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256 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

(cf. ul-tra, ól-im ) y el tema -se (véase infra). Las principales par­tículas deícticas que se unen a los temas pronominales son -ce e -i (sobre hic, istuc, etc., véase infra).

La terminación del genitivo singular, -ius [ N o t a 32] (en Plauto es frecuente la escansión éius, lo cual implica una pronunciación eiius confirmada por la grafía e iiv s de las inscripciones, etc.), no tiene paralelo en otras lenguas. En indoeuropeo era e-syo (ser. aspa), y se ha pensado que el latín añadió a esta forma la -s habitual en el genitivo (cf. supra), evolucionando *esyos de manera regular a eiius. Del mismo modo, huius < *gho-syo-s, cuius < *quo-syo-s (cf. ser. kásya). Otros estudiosos pretenden explicar la terminación por cuius, adjetivo en -ios que sobrevive aún en el quoius de Plauto, y que acabaría incorporándose a la flexión (sobre el genitivo como caso adjetival véase infra pp. 289 ss.). Los otros genitivos pronomi­nales serían simples imitaciones de quoius. De quoius analizado como quoi-us se extrajo un tema quoi- que, con la adición de la desinencia típica del dativo, dio lugar a quoiei (así en latín arcaico), que en Plauto aparece como quoii y quoi. Esta última es la forma clásica, no apareciendo cui hasta la época augústea. De los restan­tes casos sólo el genitivo plural exige comentario, -rum debe remon­tarse a las formas femeninas que en indoeuropeo tenían la termi­nación *-á-sóm (ser. tásám). El masculino -órurn es una innovación analógica, puesto que el indoeuropeo tenía *-o i-sóm (ser. tésám, késdm = (is)-tórum, quorum.

hicEl tema es *ghe/o, ghá- (p. 230), al que se añade la partícula -ce.

El masculino singular presenta - i - en Plauto (hic), forma que se rehízo en hice por analogía con el neutro hoce < *hod-ce. El tema en -i aparece también en formas del plural de procedencia epigrá- fiiea: heis, heisce, hisce (Plauto). Aparte de estos casos, el tema apa­rece como ho-, há-, que con la adición de la partícula -ce (frecuen­temente en su forma plena en latín arcaico) da lugar a la bien conocida declinación clásica de este pronombre: *hom-ce, *hdm-ce, *hod-ce > hunc, hanc, hoc(c). Adviértase que el latín arcaico no había introducido todavía la distinción artificiosa entre hae (feme­nino plural < hd-i) y haec (neutro plural < * ha-i-ce). Sobre el genitivo y dativo de singular, véase supra. El ablativo singular es hóc, hdc < *hód-ce, *hdd-ce.

illeUle resulta de una alteración del lat. are. olle (cf. ul-tra, ol-im)

bajo la influencia de is, iste, ipse. olle es una combinación de ol y

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 257se ¡o (véase ínfra). También están atestiguadas formas con desinen­cias adjetivales: ollus, olla. Ocasionalmente se le unen partículas deícticas: illaec, illuc, illunc, etc. El nominativo de plural aparece en Plauto en la forma Misce (cf. heisce, etc., supra). Sobre el geni­tivo y dativo de singular véase lo ya dicho más arriba.

isteEs otro demostrativo compuesto, del que sólo se declina el segun­

do miembro. También puede llevar partículas deícticas: nominativo singular masculino istic, femenino istaec, neutro istuc, etc. El geni­tivo tiene normalmente la terminación -íus (véase supra), pero hay una forma istl (con la terminación propia de los temas en -o ) que aparece en istimodi. El lát. are. istis (Plauto) es probablemente no una forma sincopada de istius, sino isti + -s de genitivo.

i sEste tema, que en indoeuropeo se emplea en correlación con el

pronombre relativo, aparece con alternancia i/ei. El grado cero apa­rece en el nominativo masculino y en el neutro (i~s, i-d ), y el acu­sativo que era de esperar, im, está atestiguado en las X II Tablas. A una forma secundaria del nominativo — grado pleno— se le añadió una partícula -om: *ei-om (cf. ser. ayam), forma que el latín utilizó como acusativo singular masculino, *eiom > eum, y a partir de la cual se creó un nuevo tema *eio-, con un correspondiente femenino *eiá~. En el nominativo plural masculino, por un proceso regular, *eioi > *eiei > ei > l. El disilábico el es una refección analógica sobre eum, etc. También en este pronombre encontramos nomina­tivos de plural en -s : is, eis, eeis e ieis. Las formas de dativo y abla­tivo de plural atestiguadas son los resultados esperados de *eiois, *eiais: eis, is, con las restauraciones disilábicas eeis, ieis, etc. El lat. are. ibus parece el resultado esperable de *ei-bhos (ser. ebhyás). Sobre el genitivo y dativo de singular véase lo ya dicho más arriba.

A este tema se añadió una partícula -em. Un falso análisis del nominativo singular neutro id-em dio lugar a una partícula dem. Añadióse ésta a is, ea, etc., resultando Idem, eddem, etc. Sobre los adverbios ibi, etc., véase infra.

so-, to-E1 indoeuropeo poseía un pronombre demostrativo *so, *sá, *tod,

que dio, ínter alia, el gr. ó, r), tó(5) . Ennio atestigua las formas de acusativo som, sam, sos, sás, que pueden atribuirse a este tema, en tanto que to- aparece en tum, topper (< *tod-per), etc. También si(c ) pertenece a este tema: es una forma de locativo, *sei(cej.

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258 INTRODUCCIÓN AL LATIN

ipseEn las formas arcaicas eumpsum, eampsam tenemos una combi­

nación del tema evo- con som, sam (la p es una consonante de tran­sición, como en sumpsi < sum-si. Es probable que este som, sam sea distinto del que acabamos de estudiar y se remonte al reflexivo *suos. Del acusativo se extrajo un tema -pso -psá que aparece en el "nominativo femenino eapsa, masculino ipsus, etc. Este último sufrió la influencia de iste e ille, y así surgió la flexión normal ipse, ipsa, ipsum. Nótese que la asimilación del neutro ipsud a íllud, etc., no se produce hasta época tardía. Sobre las formas vulgares isse, issa, etc., véase p. 163.

Interrogativo. Indefinido. Relativo

El tema interrogativo-indefinido del indoeuropeo tenía la forma qui- quei, común a los tres géneros: quis, quid. El acusativo que cabía esperar, *quim, tomó la terminación -em de los temas conso­nánticos (véase supra). El instrumental qui se conserva como ad­verbio, en tanto que el nominativo de plural *quei-es dio lugar al qués del Senatus Consultum de Bacchanálibus. El plural neutro quia se conservó como conjunción. El dativo-ablativo de plural quibus se mantuvo como resto de la flexión regular.

En itálico se formó un tema relativo correspondiente quo- qua-. El masculino (quoi > quei > qui) y el femenino (quae) muestran la partícula deíctica -i. quod lleva la -d característica de los neutros. El acusativo quom se conserva sólo como conjunción, habiendo sido reemplazado por quem (cf. supra). Sobre el genitivo (quoius, etc.) y el dativo singular véase lo ya dicho más arriba. Las formas del plural son resultado regular de *quoi, *quai, *qudi, etc. El nomi­nativo de plural quás es dialectal por quae (véase p. 243). Una for­ma secundaria quis en dativo-ablativo de plural continúa *quois, *quais.

Los PRONOMBRES PERSONALES

ego y tu son formas heredadas del indoeuropeo (cf. gr. éyó, t ú ,

oú). Una forma alargada con -om aparece en gr. áycóv, ser. ahám,9 y ésta es la base del lat. egom-et, del que, por un falso análisis, se extrajo un sufijo -met: mihi-met, etc. En el acusativo me y té con­tinúan formas tónicas indoeuropeas (el gr. tiene is, oe átonos). En indoeuropeo las formas enclíticas *moi, *mei, *toi, *tei se emplea­

9. La consonante aspirada sugiere el análisis *egH-om.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 259

ban para el genitivo y locativo. Alargadas por adición de la -s de genitivo, *mei-s, *tei-s formaron la base del lat. are. mis, tis. Las formas clásicas mei y tul están tomadas de los posesivos, mihi y tibí se remontan a *meghei, *tebhei (u. mehe, tele). El sánscrito presen­ta las mismas consonantes en las formas mahyam, tubhyam, pero éstas presuponen ide. *meghi, *tubhi, con adición de una partícula posiblemente emparentada con el -om de *eg-om. El ablativo indo­europeo tenía las formas *méd, átona, y *méd, tónica. El sánscrito conserva la primera (m dt); la segunda aparece en lat. are. méd (cf. téd < *tuéd). No hay que confundir estas formas con las arcaicas del acusativo méd, téd, que llevan una partícula -d de origen oscu­ro. Es difícil creer que se produjera una confusión entre acusativo y ablativo, o que la -d provenga de los pronombres neutros.

Las formas del pronombre reflexivo tienen gran semejanza con las que acabamos de estudiar. sé(d ) < *sué (el gr. e continúa la forma breve átona). El genitivo sui está tomado del adjetivo pose­sivo. sibi < *sebheí con asimilación de e a i y abreviación yámbica, al igual que mihi, tibí. El ablativo sé-d es paralelo a méd y téd.

nos y vos son formas tónicas heredadas que se corresponden con las átonas del sánscrito ñas y vas. nostrum y vestrum son genitivos de plural de noster y vester. nostri y vestri, las formas correspon­dientes del singular, se empleaban específicamente como genitivos “objetivos”, y aparecieron por vez primera en Terencio. El latín rehízo el dativo y ablativo añadiendo la desinencia -bhei a los temas nó-, vó - extraídos de nos y vos. A *nóbhei y *vóbhei se añadió una -s por analogía con la desinencia normal -bus.

Los adjetivos posesivos se formaron por adición de la vocal te­mática -o- a los temas pronominales: *mei-o-s > meus; *teu-o-s (gr. TsFóq) > lat. are. tovos > tuus; *seu-os (gr. éFóq) > sovos (lat. are. dat.-abl. pl. soveis) > suus. En el plural el sufijo contras- tativo -te r (o ) se añadió a las formas breves nos, vos. El lat. are. vos- ter pasó a vester (p. 2 1 7 ) . [ N ota 3 3 .] El vocativo singular masculi­no mi puede remontarse al genitivo enclícito *mei, ya examinado.

Los NUMERALES

Cardinales

Sobre únus < *oino- véase p. 219. La raíz *sem (gr. el<;, qía, ev) aparece en sem-el, sim-plex, sin-guli y sem-per.

duó ( duó por abreviación yámbica) es una forma heredada < ide. *duuo(u). Este numeral tenía en origen las desinencias del dual, según muestran las formas latinas de acusativo plural masculino dúo (Plauto), neutro dúo. Las formas con desinencias de plural.dwds,

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260 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

dwom y duórum, dativo-ablativo duóbus y, además, la serie com­pleta de formas femeninas duae, etc., son innovaciones, pues en ori­gen duó valía tanto para el masculino como para el femenino, ambo es también forma heredada (gr. dipneo).

tres (mase, y fem.) es el resultado regular de *treies (gr. xpeíq, ser. trapas).

La palabra que significa “cuatro” presenta alternancia vocálica con generalización de formas diferentes en los distintos dialectos indoeuropeos. El lat. quattuor se remonta a *q*etuores, con una vo­cal reducida en la primera sílaba y el grado -o- característico del nominativo en la segunda sílaba (cf. gr. dór. teto pee;). El latín ha eliminado la flexión convirtiendo a este numeral en indeclinable. No se ha dado una explicación convincente de la forma quadru- emplea­da en compuestos.

Sobre quinqué < itál. quenq^e < ide. * penque, véase p. 226.sex puede ser resultado tanto de *seks como de *sweks, cf. gr.F^-Sobre septem < *septm (gr. éitróc), véase p. 225.octó < *októ(u) es una forma de dual de una palabra que signi­

ficaba “conjunto de cuatro dedos” (conservado en el avéstico aSti “ancho de cuatro dedos”).

novem procede de *new-n (cf. nonus, ing. nine). La forma que cabria esperar, *noven, se ha transformado bajo la influencia de septem y deeem.

Los numerales de 20 a 90 se derivan de un tema nominal *(d )km ti- que significaba “conjunto de diez”. El dual aparece en vl-gintl, donde vi- (cf. gr. dór. FÍ-kocti) puede estar emparentado con el adverbio sánscrito vi, que significa “aparte”. El resto de los nu­merales del grupo conservan el plural neutro en -á (véanse pp. 245 s.). tri- y qtiadrá- 10 son plurales neutros cuya & se extendió ana­lógicamente a quinqu&gintá, sexágintá, septuágintá, nonügintá. oc- toginta está probablemente en el lugar de un *octudgintá (cf. gr. óySo(F)i!|KovTa), que influyó en la forma de septuágintá.

Sobre centum < * (d)kmtom, véase p. 225.Los numerales de 200 a 900 son simples compuestos de los nu­

merales cardinales de 2 a 9 y centum. Indeclinables en origen, el latín hizo de ellos adjetivos numerales, ducenti, trecenti, sescenti conservaron la c, que se sonorizó en mmgenti, ( *novem-genti) , quin- genti, de donde también el -ingenti de quadringenti, septingenti, octingenti.

El indoeuropeo no parece haber poseído una palabra que signifi­cara “mil”; el lat. mille no tiene correspondencias.

10. La -d no ha recibido explicación.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 261

Ordinales

Los ordinales presentan los sufijos -to - y -m o- que hemos exa­minado en la comparación de adjetivos.

primus < *prís-mo-s, superlativo de prius.secundus es un adjetivo verbal (véase gerundivo), del verbo

sequor: < *seq^ondo-s.tertius < *trityos, a través de *trtyos (p. 224).quartus. La forma original parece haber sido *qHru-tós, con el

grado cero del numeral (cf. o. trutum = quártum). La forma latina puede estar basada en *qtlatwor-tos, con restauración de la forma plena del numeral cardinal y pérdida por haploiogía de la primera dental. El dialecto prenestino conserva la esperada contracción quorta, que el latín transformó luego en quartus por influencia del cardinal.

quintus (< *quinqHos) y sextus presentan el sufijo -to-.septimus y oct&vus (sobre 6v > üv véase p. 217) y decimus son

adjetivos formados por adición de la -o- temática al cardinal. El mismo tipo de formación lo tenemos en *novenos, que debería haber dado regularmente *nünus, pero la ó se conservó por influencia de novem.

El ordinal “vigésimo” se forma por la adición del sufijo - t emo (véase superlativos): *m-kmt-Umo > *vicenssimos (para el cambio t -t > ss véase p. 232) > vicésimus.

Los adjetivos numerales multiplicativos son compuestos cuyo se­gundo elemento es o bien (1) pío- de la raíz pié- “llenar” (duplus, triplus, etc.), o bien (2) píele- de la raíz que significaba “plegar” (sim - plex, dúplex, etc.). De los adverbios correspondientes, semel contie­ne el numeral sem-, pero su sufijo no ha sido explicado, bis ( *duis), ter (*tris ), quater (*q*atrus) llevan una -s adverbial. La termina­ción -iéns que aparece en los demás adverbios de esta clase se ori­ginó probablemente en los derivados pronominales quotiens, iotiens, en los que, basándonos en el testimonio del sánscrito, podemos iden­tificar un sufijo *-in t- > lat. *-ient~. Esta forma, combinada con la -s adverbial que acabamos de examinar, daría lugar a -iéns-.

Los adjetivos numerales distributivos, aparte del aislado singulus { < *sem-gelo), están formados con el sufijo -n - y los adverbios multiplicativos: *duis-noi > bíni, *tris-noi > terni (con ter res­taurado en lugar del resultado fonético esperado *tñni).

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262 INTRODUCCIÓN AL LATIN

El verbo [N ota 34]

Desinencias

Activas. Las desinencias del verbo indoeuropeo se referían pri­mariamente a la persona gramatical, incluyendo en sí la categoría del número (singular y plural). Así, -m, -s, -í representaban la pri­mera, segunda y tercera personas del singular, y -me/o, -te y ~(e/o)nt, las formas correspondientes del plural. En un momento dado de la historia del indoeuropeo se añadió una partícula -i que significaba “aquí y ahora”. De ahí surgió la oposición entre desi­nencias primarias y secundarias con referencia temporal al pre­sente y al pasado, respectivamente: -m i: -m, -t i: -t, -n ti: -nt. La partícula -i, según puede presumirse, sería en origen de empleo potestativo: de hecho no aparece en la primera y segunda personas del plural, y no es seguro que el -si de segunda persona del singu­lar pueda atribuirse al indoeuropeo.

Otra distinción necesaria es la que separa formas verbales te­máticas y atemáticas. En paradigmas como *bhero-mes, *bhere-te, *bhero-nti, etc., el tema que queda tras la supresión de la desinencia termina en vocal -e/o. Es la llamada vocal temática. Otros verbos como *ei-mi, *i-mes, cuyo tema carece de tal vocal, se llaman ate­máticos. Esta distinción aparentemente trivial es de fundamental importancia en la morfología verbal indoeuropea, dado que los dos tipos de verbos se distinguen ínter alia en sus procedimientos de formación de los modos (véase infra). Por lo que mira a las desi­nencias, sin embargo, sólo se distinguen en la primera persona de singular activa: -6 es primario temático y -m i primario atemático.

Medias. El indoeuropeo distinguía dos “voces”. En la “activa” la acción verbal estaba dirigida hacia fuera del sujeto “ergativo” (véase Sintaxis, p. 284). En la “media” la acción se concebía como actuando en o sobre el sujeto: la acción tiene lugar en la persona del sujeto, en interés del sujeto, etc. Así, verto “yo vuelvo” (algo) se opone a vertor “la acción de volver tiene lugar en mí, me vuel­vo”; Tcopí co “proporciono”, Ttopl opcxi “proporciono a mí mismo, me procuro” . Así, las formas medias del verbo, en cuanto que de­notaban Ínter alia las acciones que tenían lugar en la persona del sujeto, se emplearon también para la expresión de la pasiva, que no tenía formas propias en indoeuropeo. Las desinencias de la me­dia se crearon por adición de diversas partículas a las primitivas desinencias personales, y también es probable en este caso que la oposición temporal entre primarias y secundarias fuera un desa­

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 263

rrollo tardío en la historia del indoeuropeo. Las únicas desinencias medias indoeuropeas relevantes para el estudio de las latinas son -so, -to, -nto, que aparecen en griego como desinencias medias se­cundarias de la segunda y tercera personas de singular y de la ter­cera de plural, respectivamente, opuestas a las primarias -sai, -tai, -ntai. El perfecto tenía en el singular una serie de desinencias distintas de las que hemos visto: -a, -tha, -e. Y ahora podemos proceder al estudio de las desinencias verbales del latín.

Primera persona singular. Primaria. La atemática -m i sólo se conserva en sum, donde ha perdido la -i. Con esta excepción, se ha generalizado la -ó temática: eo, fero, amo, moneo. La misma desi­nencia la encontramos en el futuro en *-bho (p. 271). El lat. eró procede de un antiguo subjuntivo *esó (p. 271).

Secundaria. El latín conserva -m : amábam, ferebam, amaveram, etc. Aparece también en las formas de subjuntivo y optativo: amem, regam, siem, etc.

Segunda persona singular. A causa de la caída de -i final no que­da en latín resto de la oposición entre formas primarias y secunda­rias : ducis, amas, eras, amabas, síes, etc. La forma plautina ess suele ponerse en ecuación con el homérico éoaí. Pero hay testimonio de una forma homérica más antigua, sic;, grafía que pretende solamen­te indicar la cantidad larga de la sílaba éa-q. Esta forma más anti­gua recibió una - i por influencia de écrcí: éoaí. El ess plautino pue­de, por tanto, considerarse equivalente de la forma homérica más arcaica. De hecho es dudoso que el indoeuropeo llegara a desarro­llar una forma primaria independiente para la segunda persona de singular, dado que falta en el plural.

Tercera persona singular. El latín arcaico distinguía la -t (< * - t i ) primaria de la -d ( < *-t, p. 227): esed, feced, sied. La misma distin­ción aparece en osco-umbro: fust “erit”, fusid “foret”. En el latín clásico se había generalizado la -t primaria: dedil, fecit, siet, es- set, etc.

Primera persona plural. No hay restos de la desinencia secun­daria *-m o en latín, que ha generalizado *-mos > -mus: ducimus, ducébamus, duximus, etc. Un grado distinto de alternancia, *-me, aparece en el gr. dór. (pépopsc;, etc.

Segunda persona plural. El latín -tis deriva de -*tes, forma en la que se ha añadido la -s de la forma correspondiente del singular al *-te que vemos en gr. (pépstE, etc.

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264 INTRODUCCIÓN AL LATIN

Tercera persona plural. El oseo y el umbro distinguían entre la desinencia primaria ~nt < *-n ti (sent = sunt) y la secundaria -ns < *-n t (deicans = dicant, sins = sint). El latín tiene solamente ~nt, que deriva de la primaria *-n ti generalizada, y de la que el único testimonio directo es el dudoso tremonti del Carmen Sallare (N.° 53). La terminación -nont, muy extendida en la época arcaica (danunt, explénunt, redinunt, nequinunt), no ha sido explicada. Si la -n es un sufijo formador de temas (p. 267), es difícil explicar por qué aparece sólo en esta persona. Es posible que esta desinencia haya surgido de formas dialectales en las que se hubiera perdido la -t final (dedron = dederont). Luego, *dan, * expíen, etc., que no tenían la característica -nt, habrían sido alargados por medio del usual -ont.

Vos medio-pasiva

En itálico y en céltico las desinencias de la voz medio-pasiva es­tán caracterizadas por una -r que falta en sánscrito, griego, ger­mánico, etc. Esta -r puede igualarse, en primer lugar, con la termi­nación que en osco-umbro distingue a la pasiva impersonal: fera-r “debe llevarse”, tipo que se encuentra también en antiguo irlandés. Corresponde en latín a los usos pasivos impersonales como pugna- tur “se lucha”. Así pues, lat. -tur, -ntur, etc., pueden explicarse como combinación de las desinencias medias con la -r de impersonal. La relación de este formante con la - r que en diversidad de funciones aparece en los paradigmas verbales de otras lenguas indoeuropeas (indo-iranio, frigio y armenio, tocario, hetita) no está clara. Efe po­sible que las primitivas formas con -r del itálico y del céltico sean en origen simples nombres verbales que designan la acción.

Primera persona singular. En -o r (lat. are. -ó r ) simplemente se ha añadido la - r a la desinencia primaria temática -ó. En los demás casos se añade directamente al tema verbal: amer, regar, amabar, etcétera.

Segunda persona singular. La terminación latina más antigua del latín es -re, desarrollo regular de la desinencia secundaria me­dia -so (p. 222); por tanto, sequere = gr. eixeo (*seq«e-so), según todas las apariencias. Salvo en el imperativo, se le añadió -s por analogía de la activa *-es: *sequere-s > sequeris. En las formas dialectales del tipo spatiarus, utarus, la -s tiene que haberse aña­dido antes de que -o final pasara a -e.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 265

Tercera persona singular, -tur surgió por la adición de -r a la desinencia secundaria media -to.

Primera persona plural, -mur < secundaria -rao + r.

Segunda persona plural. Las formas en -mini suelen explicarse como nominativos del participio de presente medio empleados en perífrasis como *feromenoi (este) (gr. tpEpópevoí ¿ote). De ahí se habría extraído un sufijo -m ini y se lo habría aplicado a los diver­sos temas verbales: regebámini, etc. Esto resulta muy poco proba­ble, y otros estudiosos relacionan la desinencia con los infinitivos en -menai usados con valor de imperativo. Dado que la forma es idén­tica a la del imperativo, será más oportuno estudiarla en el apar­tado correspondiente al mismo.

Tercera persona plural, -ntur surgió de la adición de -r a la desinencia secundaria media -nto.

Sobre las desinencias del perfecto véanse pp. 274 s. Para el im­perativo véanse pp. 276 s.

F ormación de los temas verbales

Los temas temporales

El estudiante de griego advierte pronto la necesidad de distin­guir tres temas temporales: presente Ásm-, aoristo Ái/rt- y perfecto ÁE-Áoiit- (correspondientes al ing. drívé, dróve, driven, véanse pp. 234 ss.). Aprende luego que estos temas, salvo el indicativo, no tienen valor temporal, sino que se refieren ál tipo de acción (aspec­to); el así llamado tema de presente significa acción continuada (te- ma durativo) , el tema de aoristo (Áut-) significa acción momentánea, y el perfecto (Áe-Xonr-), el estado resultante de una acción. Así, el tema do presemtel^okgiv'signfflc» “estar en el proceso de morir” 6avei'v “expirar” y TeQvávm “estar muerto”. Esta doctrina, la pre- vaiente en las" gramáticas escolares, necesita modificarse sólo en un punto: el tema no tiene valor temporal ni siquiera en el indicati­vo, en el que la única referencia al pasado es la contenida en el aumento y en las desinencias secundarias. Asi, de uno y el mismo tema durativo Xeye/g podemos formar un presente Áéyco y un pasado I-ÁRVo-y. Estas diferentes^ representacionesijíe la acción Verbal, du- rativa, aorísticá y perfecta, por medio de diferentes temas “tempo­rales”, son lo que se conoce con el nombre de aspectos del verbo. La situación del griego refleja la del iridoeuropeoTSm embargo,’ la

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266 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

descripción del valor del tema de “presente” como durativo, opuesto al de aoristo, “momentáneo”, no cubre todos los hechos. En el Fedón de Platón, por ejemplo, los amigos de Sócrates están esperando a la puerta de la cárcel después de ser pronunciada la sentencia de muerte. El guardián les invita a entrar, y “encontramos a Sócrates que acababa de ser liberado de sus grillos”. El verbo que hemos traducido por “encontramos” es KotTaÁoqipávsiv, que significa pro­piamente “coger”, “sorprender”. La acción a la que se refiere es cla­ramente momentánea, y sin embargo Platón emplea la forma dura- tiva KocTeXccypccvopEv. Éste no es sino uno de los muchos ejemplos que sugieren que la diferencia esencial entre los aspectos del “pre­sente” y el “aoristo” no es la de continuidad-momentaneidad, sino más bien la "de que el tema durativo tiene un sentido más directo y lleno de vida: pone el acontecimiento ante los ojos, en pleno de­sarrollo, como un documental cinematográfico. Podemos llamarlo “aspecto del testimonio ocular” o “aspecto d é la presentación”. El aoristo, por su parte, supone una referencia menos viva al aconte­cimiento como a una unidad de la historia. Uno y el mismo aconte­cimiento, aunque sea momentáneo, puede ser presentado como teniendo lugar ante nuestros ojos, KgTEXappóvo iEv “estábamos sor­prendiendo a Sócratgs”, o bien _Kocr¿tá|Íon.£v ‘ encártennos a Sócra­tes”. Del mismo modo, Óv okeiv nos lleva a la préiencia dé ia agonía, éocveiv da cuenta del hecho de la muerte, y t e G v ó v o c i , del estado de muerte.

En latín los tres aspectos del verbo indoeuropeo se redujeron a dos [Nota 35], pues el sistema verbal presenta solamente una opo­sición entre el infectum y el perfectum, reuniendo el segundo "los valores originarios del aoristo y del perfecto. Para cada uno ote estos dos aspectos se desarrolló un sistema completo de tiempos (presente, pasado, futuro): dico, dicam, dicebam: dixi, dixero, dixeram. En consecuencia, nuestra exposición del sistema latino de tiempos debe constar de dos partes: la formación de los temas (1) del infectum y (3) del perfectum. —

Temas del infectum

Parece oportuno comenzar ejemplificando algunos de los prin­cipales mecanismos morfológicos utilizados por el indoeuropeo para Información del tema propio del aspecto progresivo (“deiTeitímo- nío ocular”) . Hemos escogido los más relevantes para el estudio del latín.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 267

I. Temas radicales, que pueden ser: a) atemáticos: *ei-mi; b) te­máticos: *deik-6. El tipo temático presenta alternancias vocá­licas, apareciendo el grado pleno en el singular y el grado cero en el.plural; *eí-mi, * i-m t/6s.

El latín conserva todavía algunos restos del tipo atemático: i-s, i - t (< *ei-s, *e i-ti); volt, vult < *uel-ti; m-s, He la raíz *uei “desear”; es, ést < *ed-s, *ed-ti “comer”; fer-s, fer-t < *bher-s, *bher-ti, sobre es “eres” véase p. 269. Sin embargo, la mayor parte de los temas radicales latinos son del tipo te- mático: düco, dico, etc.

II. Temas con reduplicación. También éstos se dividen en a) ate­máticos y b) temáticos. El tipo a) presenta alternancias como en griego TÍ-Bq-^u: TÍ-Gs-pev, &í-5co- jk: &l-&o-pev. Én el tipo temático reduplicado la raíz* aparece normalmente en el grado cerq: gi-gn-o (raíz *gen), sido < *si-zd-o (raíz *séd), será "< *si-s-5 (raíz *se/sa, cf. sé-vi, sá-tus).

III. Temas con nasal infija: iu-n-go (raíz *yeug/yug), li-n-quo (raíz *leiqu/liqu), scindo, rumpo.

IV. Temas con sufijo nasal: gr. kócji-v-cú, &áK-v-co, lat. cer-n-o ( *Jcrinó), ster-no, si-no (perf. si-vi), pello < *pel-nd, tollo < *tl-nd (cf. perf. tuli).

V. Verbos incoativos en -skd: gr. páaxco, lat. poseo ( < prk, grado cero de prek-sko). Este tipo lo encontramos también con re­duplicación: yi-yvcb-áKw. El lat. gnósco puede proceder tam­bién de una forma reduplicada. La evolución fonética ha en­mascarado disco < *di-dk-sko, con el grado cero de la misma raíz que tenemos en dec-et, doc-eo, etc.

VI. De gran importancia es el sufijo -ye/ygA (1) Puede unirse a una raíz verbal: spec-io (raíz en grado normal), venio (raíz en gra- 3B"cero:.' *g»Tn-y6, cf. gr. paívco). El sufijo puede también aña­dirse a temas de presente ya caracterizados: vinc-io. (2) Con la ayuda de este sufijo se forman verbos a partir de nombres (verbos “denominativos”). En contacto con un tema vocálico la -y- intervocálica se pierde. Según esto podemos distinguir los tipos siguientes:

a) de temas en -á : fugo, fugare < *fugá-yó; b ) de temas en e/o; aíbeo, audeo (de avidus); c) de temas en' i: finio;d) de temas en -m: metuo; e) de temas en consonante: custo­dio. Del tipo denominativo albeo, etc., hay que distinguir (1) los jerbos causativos en -éyó con grado -o- de la raíz, como son moneo, doceo, torreo, etc., y (2 ) los presentes estáticos formados por adición de un sufijo -é (el mismo que se emplea

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268 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

en aoristos pasivos griegos como é-uávn-v) a la raíz verbal: vldére, tacére, lacere (opuesto ai transitivo iac-io), etc.

Estos tipos diversos de formación de temas fueron organizados por el latín en las cuatro conjugaciones bien conocidas por las gra­máticas escolares.

La primera conjugación está formada en buena parte por deno­minativos en -yo del tipo fuga, fugare. Encontramos además algu­nos verbos atemáticos de raíces terminadas en -¿ (larga) : fárl (cf. fátum, gr. dór. (poc-pi). También stáre puede pertenecer a esta clase. Los verbos irregulares de esta conjugación, como domare, sonáre, con perfectos domui, sonui, están formados sobre raíces disilábicas, *domá, *soñá, con el sufijo -ye¡yo. Los grados cero de estas raíces *doma, *sou9 aparecen en el participio en -to (p. 280): domitus, sóñitus.

La segunda conjugación comprende (1) verbos atemáticos de raíces terminadas en é: plére, flére ; (2 ) los denominativos en -y e/yo de temas en ejo; (3) los causativos del tipo moneo, y (4) las for­maciones en -é, en origen intransitivas^ del tipo vidé-re.

La cuarta conjugación integra (1) temas radicales * ( seto, f io ); (2) denominativos de temas en -i_ (finio, vestio), y (3) un grupo de yerbos en que la raíz ha sido alargada por medio del sufijo -l -, que alterna con - i - según un curioso principio 'rítmico.'TNóta~36T] Cos temas formados por una sílaba larga o dos breves llevan - i : audvre, ságlre, vágire, farcire, sarcire, sépéílre, ópérire, üpéríre. Tenemos en cambio lacio, lacere, capio, cápére, fació, facére, fügio, fügére, quátio, quátére (todos con é de l ante - r según p. 221). Nótese que en ferire, saíne, venire la vocal breve va seguida de una sonante. parlo, parere, morior, morí, son excépciónés. La répártición coMór^ me a un principio rítmico claro parece sugerir que la - i de capis, etoT se debe a la abreviación yámbica de capis. Sin embargo es un fenó­meno indoeuropeo : gót. hafja "yo levanto”, ser. kupyati (lat. cupíb). Debemos postular, por tanto, dos formas de este sufijo primario: - i e -i (esta posiblemente resifltadb de { + laringal).

En estas tres conjugaciones las vocales á, é, l, tras la caída de la -y - , intervocálica, se cóntrájérón con la vocal que seguía. Así, *amáye-s, *amüye-t > amás, amát (abreviado en amát en latín clá­sico), y esta forma ama- del téma se generalizó excepto para amó < *amáy-6. Lo mismo ocurrió con los denominativos y causativos dé la segunda conjugación: *moneue-s, etc. > monés, etc. La generalí- zación de esta forma moné- del tema a las demás personas (excep- to moneo < *money-5 ) se vio ayudada por las formas como* vidé-s, vidé-mus, vident, etc., en las que las desinencias sé^unían directamente aí tema vidé-. En la cuarta conjugación audio y audiunt son resul­

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 269

tado normal de audi-5, audl-ont. En las demás personas audis, etc., tenemos formas de desarrollo paralelo a las de la primera y segunda conjugaciones.

La tercera conjugación engloba el resto de los tipos inventaria­dos en las pp. 267 ss.: (1) verbos radicales temáticos, como dicq, ago, etc.; (2 ) los ternas reduplicados: gigno, etc.; (3)’ temas con na­sal infija: rumpo, etc.; (4) temas con sufijo nasal; (5) incoativos en -seo; (6) formaciones con sufijos menos frecuentes y que no he­mos incluido en nuestro inventario: -to (nectó), -do (iéñdo), -so (sufijo desiderativo que tenemos en quaesso^mso; de quaesso se ex­trajo un sufijo -ssé/o que podemos- ver en netesso, íacesso, capesso).

En esta conjugación la vocal temática e/o aparece con el de­bilitamiento en - i - que era de esperar en las sílabas átonas (pá­gina 220) : *-esz, *-eti, *-ete-s > -is, - ti, -itis, *-omos > -imus, *-onti > -unir* ” “ ' ’• ' .

Algunos verbos anómalos

sum. La raíz es “ser” aparecía en origen, como era habitual en los verbos atemáticos, en grado pleno en el singular * es-mi, *es-s, *es-ti, y en grado cero en el plural *s-mos, *s-te, *s-enti. es y est son resultado regular de este sistema. En la segunda persona del plural, estis, aparece un grado pleno debido a la analogía del sin­gular. A s-enti se le dio la terminación temática: s-onii > suñi, y esta*forma influyó sobre la de primera persona dél plural: * somos > sumus; a partir de ésta se creó una nueva forma para la primera persona del singular, sum, que acabó reemplazando a *es-mi.

possum procede del adjetivo pote o potis + sum: lat. are. potisit, potis est. potest procede de la contracción de la forma neútra pote con est.

voló es un antiguo verbo atemático de raíz *wel. La tercera per­sona de singular' volt es resultado regular de ueí-ti (véase p. 217 sobre el > ol). En el plural, *vl-te-s, con el grado cero, dio voliis. La adopción de la terminación temática -ont en la tercera persona del plural cpnstituyó el punto de partida para el desarrollo de las ¿ formas temáticas volumus, volq. vis, podemos recordarlo, está for­mado sobre una raíz diferente, *wei, que vemos también en in-ví-tus. noto y malo son contracciones de ne-volo y mag(i)s-volo, respecti­vamente. En latín arcaico se encuentran las formas no contractas ne vis, ne volt, ma-volo, md.velim.

También fero presenta formas atemáticas: fers, fert, fertis (cf. gr. cpápxs). Podría presumirse que la fuente de las formas temáticas está en la tercera persona del plural ferunt, pero en griego y en

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270 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

sánscrito este verbo, aparte algunas formas aisladas, pertenece al fipo temático'. ‘ " "

edo tiene formas atemáticas: es, ést, ésse, etc., pero fue pasando progresivamente a la clase temática: edúnt, edimus, edo, y en oca­siones edis, edit, edére.

fio. El tema fim se formó añadiendo el sufijo -* ■ al grado cero de la raíz “ser” : Era atemático en origen, pero acabó siguien­do en gran medida la cuarta, conjugación. Nótese, sin embargo, el infinitivo arcaico fiere (véasé infra).

Los tiempos del infectum

Imperfecto. En indoeuropeo para la formación de un tiempo pasado^ bastaba con añadir a un tema durativo las desinencias se­cundarias y (en algunos dialectos) prefijarle una partícula adverbial, el aumento, si bien éste podía omitirse. El latín eliminó este recurso y utilizó un nuevo sufijo de pretérito, -a (que se encuentra también en céltico y en lituano), el cual se añadía a la raíz: *es-á-m > erám (erárn con abreviaciónjie acuerdo con pp. 223 s.). Este sufijo* se aña­dió a "la raíz bhu, y es éste pretérito *bhuam el qué ¿parece en el nuevo pretérito durativo latino (“imperfecto”) , amá-bá-m, morié- bd-m, rege-bd-m, audie-ba-m." El origen dél primer elemento (le esta perífrasis ha dado lugar a discusiones. Es admisible que Jie trate de uñ participio, pues *amans-bhwüm, etc., darla por evolución fonética regular las formas atestiguadas del singular, a partir de íás que se habría extendido ama-, etc., al plural. Otros estudiosos ven en ama-, rege-, etc., formas casuales (tai vez de locativo) de un sustantivo verbal en -a o en -é, legé-bdm = “yo estaba en la ac­ción de leer”. 11. Se ha apuntado también que estas formas pueden derivarse <le la terminación regular del inflmtiyo, -s£ (p. 278): *regesi-bdm > . *regezbdm (con sincopa de la vocal átona) > re- gebam. "™""........ ................~ ' - -....——~ ..*

Én la cuarta conjugación la forma más frecuente del imperfecto es audiébart}, pero el tipo audfbam. aunque menos común, aparece todo a lo largo de la historia del latín. Probablemente se trata de una forma analógica creada sobre el modelo amare: amábam, mo­liere: monébam :: audi-re: aüdibam. Adviértase que se creó una forma paralela de futuro, audibo, que no es menos frecuente que el imperfecto audtbam. ' *

11. Nótese que la misma forma verbal aparece en los compuestos are-fació, putré-fado, etc. ------- ... - » »

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 271

Futuro. El indoeuropeo no poseía ningún futuro de indica­tivo; las„ lenguas descendientes han desarrollado independientemen­te formas especiales con este valor a partir de expresiones de volun­tad,, deseo, probabilidad, etc. Éntre ellas estaba el subjuntivo indo­europeo con su doble función de expresar voluntad y posibilidad (subjuntivo volitivo y prospectivo, véase Sintaxis, pp. 306 ss.). La morfología del subjuntivo será examinada más adelante. Baste por ahora con decir que el latín había desarrollado dos formantes de subjuntivo; (1) -á, (2) -é. El primero siguió empleándose para ex­presar los valores. heredados del subjuntivo (pp. 306 ss.) y el segun­dó se especializó en la expresión del futuro. De ahí la partición de funciones entré las dos series de formas en la tercera y cuarta con- jugaciones: regás, regat, etc., subjuntivo; reges, regét, etc., futuro. En la primera persona del singular el regó dé la segunda serie resul­taba idéntico al presente de indicativo, lo que dio lugar a que el regam de la otra serie asumiera* una*duplicidad de funciones.

En la primera y segunda conjugaciones, sin embargo, la evolu­ción fonética neutralizaba uno u otro de tos subjuntivos indicados. Así, amdy-ds se confundía con el indicativo amás, en tanto que en la segunda declinación ocurría lo mismo con el tipo en -é:jnoney-és. Así, pues, en estas dos conjugaciones sólo los tipos ames y mone-ás, respectivamente, quedaban disponibles para asumir funciones de subjuntivo. El vacio producido se llenó con la creación de un futuro perifrástico en la misma línea que el imperfecto; es una combina­ción de los temas verbales ama-, moné-, con un subjuntivo con vocal breve (p. 277) de la raíz *bhu: *bhwd, *bhwés, etc., que dio lugar a las formas históricas amá-bis, moné-bis. Acerca de la inno­vación analógica audíbo por atidiam véase lo dicho en el apartado precedente. — -

ero, eris, etc., tiene su origen en jun subjuntivo con vocal breve de la raíz *es: *esó, ese-s, ese-ti.

En ciertas lenguas el futuro se ha formado a partir de formas desidgrativas con el sufijo -s - (cf. quaés-só y los futuros griegos tipo Áú-q-co, etc.) Tiste puede ser también el origen de formas latí- ñas como capso, fazo, dixo. En latín arcaico aparecen ocasionalmen­te futuros en -s- también en verbos de tema en -á y en -é. La -s- no experimentó rotacismo y se ía notó por medio de -ss- : amdssó, enicásso, eommonstrüsso. Podemos comparar con estas formas los verbos desiderativos del tipo quaesso, capesso, lacesso,y los “optati­vos” servassint, etc. (P- 277). Adviértase que Élauto emplea a menudo infinitivos en -assere en lugar de las formas de futuro en -turum: “ilíüm confido domümln his diebus me recoñciliassere) fCapL~Í6¿).

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272 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

El perfectum [Nota 37]

Esta parte del verbo latino, con su doble valpr que corresponde a los del aoristo y perfecto indoeuropeos, comprende temas proce­dentes de ambos campos. Los antiguos temas de perfecto aparecen especialmente claros en el tipo con reduplicación (gr. \é-Xom-oc, etc.): ce-cin-l, pe-pul-i, pe-per-i, etc. En estos ejemplos hemos vis­to que la vocal de la reduplicación es e como en indoeuropeo. En algunos verbos, sin embargo, la vocal se ha asimilado a la 'd e la raíz*: momorái (lat. are. memordi), poposci (lat. are. peposci), cucurri (lat. are. cecurri), tutudi (< tundo). En los verbos compuestos en que el acento caía sobre la sílaba inicial la reduplicación podía perder­se por síncopa: cecidí, pero occidi (< *ob-ce-caidi); tetigi, pero contigi; spopondi, pero respondí, rettuli corresponde al arcaico te- tuU, que acabó siendo desplazado por tuli, sacado de las formas compuestas. Distinto del perfecto reduplicado es el tipo latino con vocal alargada en la raíz. El origen de estas formas es vario. Algunas cómo liqui y füg\ suelen considerarse simplemente como "perfectos del primer tipo que han perdido fa reduplicación. Otros, como veni, sedi, légi, edí, tienen correspondencia en pretéritos germánicos : 12 qémurn “vinimos”, sétum “nos sentamos” . Otros descienden de aoristos fuertes originarios: féci (gr. £-6rpc-oc), iéci (fjtca), junto con los que podemos poner jpegi (pango), cépí (capto) y frégi (frango), formados sobre la analogía de los dos primeros. En raíces que co­mienzan con^yocaíja vocal larga puede deberse a la acción de una soñante laringal perdida, con lo que tal clase de formas quedan reducidas al tipo reduplicado: así, por ejemplo, si ém '< ~ *9iem el perfecto reduplicado *9¡e' oiem-ai daría en latín émi. Sin embargo, dentro de la estructura deí sistema latino el grado largo del perfecto en todos los casos que hemos visto se corresponde con el gradonor- mal del presente. La relación similar scápi: scábjo, fodi : fódñ pue­de también ser heredada y haberse extendido a otros verbos** como cávi: caveo, moví: moneo, etc. Nótese que, si bien odi no tiene nin­gún presente que se corresponda con él, la vocal breve aparece en ódium; el perfecto odi puede remontarse a una forma reduplicada de la raíz *3¡¡ed > *od. ■ ~ —

Por último, vidi constituye un caso aparte con correspondencia en-gr. FoIS«, ser. vida; es un perfecto sin reduplicación de ía raiz *wiid. vidi: video puede haber sido eí modelo de las extensiones analógicas deí tipo caví: caveo que acabamos de señalan

12. Nótese, sin embargo, que en germánico la vocal larga caracteriza s o la - mente al plural: sat (sg.): seí«m"~(pl.)".‘""" " ... ......... .... ... ..

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 273

El tipo sigmático dixi se corresponde con los aoristos sigmáticos de otras lenguas, como gr. < *e-déik-s-m. Estos aoristos te ­nían en indoeuropeo grado largo de la raíz en e í singular activo del indicativo y el grado cero en el resto de las formas del indicativo, pero el latín generalizó las formas conÁiÓcáI Tárga7^TTéhemoslíex'i (raíz *wegh), réxi (regó), scripsi (scribo), téxi (tego), flxl (figo, lat. are. flvo) , düxi (düco), etc.

Estos temas pertenecían propiamente a raíces terminadas en oclusiva o en -s : cedo: jcessi, ciando: clausi, nido: rüsi, clépo: clépsi, repo: répsi. El tipo de formación se extendió luego a otras clases de raíces: maneo, mánsi. Nótese que la -¡o- de sñrnpsi, démpsi es un sonido de transición. Se produjeron algunas extensiones ana­lógicas. Así, la raíz de vivo no termina en oclusiva ( < *gHv ), de­biéndose sú perfecto t iii al ejemplo del lat. are, fivo: fixí; ftvó'es el resultado normal de la raíz *dhíg? (véase p. 228). La forma del tema de perfecto sufrió en ocasiones influencias del de presente; así, íumñ lleva el infijo nasal que con propiedadjiólo correspondía al téma"de presente iungo (cf. pingo: pinxi, vincio: vinxi, etc.).

Las formas reducidas del perfecto en -sí^ (dixti, dixern, dixe, misil, accestis, etc.) se deben a la pérdida de una sílaba por hapio- logía.

El tipo de perfecto más característicamente latino es el perfecto en -vi, que no se encuentra en ninguna otra lengua. [ N ota 3 8 .] Que, sin embargo, es de origen antiguo parece deducirse del hecho de que a. menudo presenta un grado de alternancia distinto del del pre- sento: sévi frente a sero ( *si-s-p). La más aceptable dejas teorías sobre su origen es la que supone que al aoristo radical atemáticó * bhü (cf. gr. e-(püv) se le añadió la desinencia -ai del perfecto (véa- se supra).: *bhü-ai > fu (v )-e i. Esta forma habría sido analizada como fu-vei, con lo que -vei se extendería a otros aoristos radica- íes como *gnó, *plé-: gndm, plévi. Subsecuentemente se habría unido a otros temas verbales terminados en vocal larga para dar lugar al tipo regular de perfecto amüvi, finivi, etc. En los temas ter­minados en vocal breve -e-üéi, -a -úei, ■ o-üei > - ui (cf. denuó < * denovo, etc.), de donde el tipo moneo, monui. De modo similar en raíces disilábicas domd/doma, etc., JjdomV/uei > domüí.

Otros estudiosos buscan el origen del perfecto en -v en la -u que aparece én perféctos sánscritos del tipo jajñ&u “gnovi”, papráu “plevi”. Esta explicación resulta menos satisfactoria que la prece­dente, dado que en sánscrito la -u aparece solamente en perfectos reduplicados, mientras que en latín son tipos que se excluyen mu- tüamente; además, no consigue explicar la vocal larga de la raíz de gndm, plevi.

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274 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

Entre vocales iguales -y - desaparecía con subsiguiente con- tracción de las vocales en contacto [ N o t a 39]; así, consuéveram > consuéram, audivisti > audisti. Las formas abreviadas del tema se extendieron a los casos en que la caída de -v - no estaba fonética­mente justificada: amásti, amüsse, etc., délésii, delésse, nóram, noruni.

Los perfectos en -ivi son un caso especial, pues las formas con- tractas suponen siempre -ivi (audistisj y, en cambio, no encontra- mos nunca *audiro, *audirunt, *audiram, correspondientes a ama­ro, amárunt, amáram. Por otra parte, l a r se pierde especialmente ante -e a partir de la época de Tersado: audieram, etc., pero no encontramos las formas correspondientes del tipo *amaero, etc. Por tanto, es preciso buscar una explicación distinta. Puede suponerse que estas formas tuvieron su origen en audii, audiit, que representan un estadio intermedio en el que la -v - se había perdido yá értTTas vocales no se habían contraído todavía. Ahora bien, en Plauto estas formas son escasas, y ías que se encuentran (perieruñi, sierint) son paralelas a las formas del perfecto dei verbo éó: ii'ieram, etc. Y este ii es la forma regular en Plauto, en tanto que ivi es una crea­ción posterior. Por otra parte, la -v - se conserva de manera regu- lar en scivi, sivi, etc. Estos hechos apuntan a ii, ieram, etc!, cómo fuente de los perfectos en -ii. Sobre el modelo de una serie como perit, periit, perieram se habría creado la serie audit, audiit, audieram. " ........ ..* .. f

Las desinencias del perfecto [N ota 4 0 ]El perfecto indoeuropeo era un “tiempo intransitivo” que ex­

presaba un estado persistente en la persona del sujeto (véase supra). Las desinencias del perfecto latino pueden también liacerse remon­tar a las desinencias intransitivas tal como aparecen reflejadas en la voz media del griego y del indo-iranio, asi como en la conjuga­ción en hi- del hetita. . •—

Primera persona singular. En indoeuropeo la terminación era -o jg r . FoíBoc, ser. véda). Lat. - i (are, -ei) se corresponde con la terminación media -é que se encuentra en sánscrito y en eslavo. Supone ide. -ai o -Hai.

I -1 v

Segunda persona singular. La desinencia ide. era -tha (gr. Foía- 9a), con una posible fonna alternante *-thai dehida a ía influencia de la primera persona singular. Esta forma evolucionó regularmente a~-ti: vidis-ti (sobre -is - véase infra).

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g r a m á t ic a h is t ó r ic o -c o m p a r a d a 275

Tercera persona singular. Ide. -e (gr. FoI5e, etc.). En itálico reci­bió como alargamiento la desinencia secundaria -t, que pasó a -d: lat. are. feced. Luego -d fue sustituida por la desinencia prima­ria -t. *

Sin embargo, formas arcaicas como fuveit, redieit (P-lauto msñt, etc.) se remontan a la antigua desinencia intransitiva *-ai, alargada por la desinencia -t normal en la tercera persona singular *-a i-t > -e i-t > -it. ”~ “

Las desinencias de la primera y segunda personas del plural no precisan comentario.

Tercera persona plural. Aparecen tres terminaciones (1) -érunt < *Mjs-ogí, en la que -ont es la desinencia temática primaria (sobre -is - véase infra). (2) -ere conserva restos de la desinencia con -r que se encuentra en nada menos que seis de las familias lingüísticas^ indo­europeas^ (véanse pp. 23 s.). Para lo que ahora nos interesa conviene advertir que -r era la desinencia activa secundaria correspondiente a la primaria -ri que cabía esperar, -ri habría dado en latín -re. for­ma que parece haberse añadido al tema verbal en -é que significa - ba estado (p. 267). (3) -érunt, que puede considerarse contaminación de -érunt y -ere.

En la s e g u n d a persona de singular y en la de plural, así como en la tercera p e rs o n a de plural, aparece un elemento -is-, [ N o t a 41.] Se lo e n c u e n tra también en otras formas del perfecto: amdvis-se, amanero (*amáviso), am&veram ( *amavisam), etc. Se cree que este elemento -is - se originó en aoristos sigmáticos de raíces disilábi­cas: P. ej. *weidi-s-, a partir de los que se habría extendido analó - gicamente a verbos de tipos diferentes. ~ *

Los tiempos del perfecto

El futuro es en su origen un subjuntivo con vocal breve de aoris­tos del tipo que* acabamos de examinar: *weidi-s~o, *weidi-s~es > videro, vlderis, etc. En la tercera persona del plural se adoptó la desinencia del perfecto de subjuntivo (véase infra) para evitar la confusión con el indicativo vidérunt.

En el pretérito del perfecto (pluscuamperfecto) encontramos el mismo morfema -d - que en el imperfecto. Parece que se añadió al tema alargado con -is-, *weidis-á-m > vlderám, o bien puede ser el pluscuamperfecto una creación analógica formada para corres­ponderse con el futurojai ero sobre el modelo de~érorW am ~ '

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276 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

Los modos

Imperativo. En latín se forma el imperativo sólo a partir del tema de presente, con la excepción de memento (< *memntod, cí. gr. [lEpáxco; sobre -tód véase infra). Consiste en el tema puro; es, da, pié (atemáticos), age, lege, rege, etc. (temáticos). Nótese que algunos imperativos de muy frecuente uso han perdido su vocal final: fac, dic, duc. En el plural la desinencia es -te.

Las formas pasivas amare, monére, sequére presentan el re­sultado de la desinencia -so (véase supra p. 264). La desinencia co­rrespondiente del plural, -miní, puede considerarse equivalente al -psvoi de los participios medios griegos, o bien a la terminación -¡lEvai (oó-(iEvai) de infinitivo. No parece haber duda respecto a que -m in- sea idéntico al extendido sufijo -men- que forma nombres y adjetivos verbales (p. ej. los infinitivos griegos como 6ó-jiev; véanse también pp. 278 s.). Una forma temática con el grado reducido -m no- caracteriza a los participios medios del tipo alumnus (véase infra). Parecería así que el sufijo tenía ciertos valores medio-pasivos. Aho­ra bien, una partícula -i/l, posiblemente idéntica a la deíctica, apa­rece en otras lenguas indoeuropeas en formas de imperativo e infi­nitivo. En consecuencia, un imperativo del tipo agimini puede ana­lizarse de modo aceptable como un nombre verbal *age-men refor­zado con la partícula -l (véase infra, sobre el infinitivo pasivo).

El imperativo en -íó (agito, etc.) está en latín arcaico claramente diferenciado del presente: hanc a me accipe atque illi dato (Plauto). Se encuentran formas correspondientes en otras lenguas indoeuro­peas (p, ej. gr. áYÉ-tco), y parece claro que el indoeuropeo tenía una sola forma de este imperativo que se empleaba para la segunda y tercera personas, tanto del singular como del plural. El latín creó una forma distinta para el plural añadiéndole la desinencia típica -te: agito-te, etc., quedando agito reservado a la segunda y tercera per­sonas del singular, -tód (lat. are. statod, licetod, datod, etc.) era en origen el ablativo del demostrativo to-; significaba “a partir de este (momento, etc.)”.

Sobre la base de es-to analizado como est-o se crearon nuevas formas de tercera persona de plural: sunt-od, Jerunto, etc. Sobre las formas dialectales fundatid, parentatid, proiecitad que aparecen en una inscripción de Luceria, véase más abajo el apartado referente al subjuntivo. Las formas pasivas del imperativo de futuro están formadas por adición de la -r característica a -to. La extraña forma en -minó (lat. are. progredimino) tiene, evidentemente, el mismo origen que la en -mini, con una -5 tomada de las formas en -to.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 277

Subjuntivo. [N ota 42.] El subjuntivo latino recoge los valores del subjuntivo y optativo indoeuropeos, (véase Sintaxis) y, morfo­lógicamente considerado, agrupa formas procedentes de ambos. En indoeuropeo existían tres procedimientos de formación del subjun­tivo. En verbos atemáticos se formaba un subjuntivo añadiendo la vocal é/ó: gr. í-pev (indicativo), í-o-psv (subjuntivo). Este tipo con vocal breve subyace en los futuros eró, videro, etc. (véase supra).

El subjuntivo de temas temáticos se formaba por alargamiento de la vocal temática: é/o. En latín se generalizó la -é - : amé-m, ames, amet, amémus, amétis, ament. Según hemos visto ya, este tipo de subjuntivo fue empleado como futuro de indicativo en la tercera y cuarta conjugaciones. La -é - se añadió también al aoristo en -s, dando lugar al morfema -s é - característico del llamado imperfecto de subjuntivo (Sintaxis, p. 307). es-si-m , ama-ré-m, etc. Nótese forera < *bhu-sé-m. -sé - aparece también en el pluscuamperfecto de subjuntivo vidis-sé-m, etc.

El tercer tipo de subjuntivo indoeuropeo afecta a los temas ate­máticos terminados en vocal; en éstos se formaba por alargamiento de la vocal (gr. Súvócroci: Sóv&xoa). Tal vez se pueda hacer remontar a este tipo los subjuntivos en -á - que son típicos del itálico. Algunos estudiosos igualan este sufijo con la -a - de pretérito que ya hemos estudiado. Sin embargo, es difícil comprender cómo un morfema modal, que en esencia expresa una actitud de cara al futuro, puede haber adquirido valor de pretérito. Es interesante observar que en latín arcaico aparecen ejemplos en que la -a - se añadía a la raíz y no al tema de presente: fuat, attigas (de tag-, no tang-), abstulas, advenat, duas.

El optativo indoeuropeo se formaba añadiendo -i a los temas te­máticos (gr. (pépo-i-pi, etc.). El morfema de optativo de los temas atemáticos presentaba alternancia vocálica: -y é - en el singular e en el dual y en el plural. El único resto latino de este tipo es el subjuntivo arcaico de esse: *s-ié- en siem, siés, siet, y *s -i - en simus, sítis, sient. Sin embargo, el paradigma se regularizó por ge­neralización del tema si-; sim, sis, sit. La -i aparece también en las formas de subjuntivo velim, edim, duim,13 creduis, así como en optativos formados sobre aoristos en -s : faxim, jarás, faxit, ausim; curassis, celassis, prohibessis (pp. 271 s.). En este tipo de forma­ciones está el origen del perfecto de subjuntivo: viderim < *wei- dis-í-m. De viderim se sacó un sufijo -eri- que se añadió a todos los tipos de perfecto de subjuntivo: egerim, dixerim, amaverim, etc. El. latín no conserva restos del tipo temático en -oi-,

13. Esta forma tiene como base *dou, forma alargada de la raíz do que en­contramos también en griego.

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278 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

Resta examinar las curiosas formas de imperativo fundatid, pa- rentatid, proiecitad que se encuentran en una inscripción de Lu- ceria. Es evidente que la lengua de esta inscripción refleja una forma dialectal influida por el oseo. En oseo el subjuntivo de los te­mas en -d aparece en la forma -did (á -é -d ) y el del tipo lacio como -idd. parentatid y proiecitad pueden explicarse así aceptablemente como interferencias del imperativo en -tód con los correspondientes subjuntivos yusivos *parentdid, *proiecidd.

Las formas nominales del verbo

El infinitivo. El llamado modo infinitivo no es, estrictamente ha­blando, un modo; en todas las lenguas indoeuropeas procede de for­mas casuales aisladas (principalmente dativo y locativo) de nombres yerbares. Estos nombres verbales'pueden consistir en la pura raíz (*agl, o bien en la raiz con sufijos y alargamientos. Particular Im­portancia tienen los nombres verbales neutros en -i, -s, -r, -n y_lás formas" complejas -wer/wen, -m er/men, en las que los sufijos er/en se añaden a'las raíces alargadas por medio de -w y -ni.

Él infinitivo de presente latino en -se (es-se, *vel-se > velle, *fer~se > ferre) puede interpretarse como locativo singular de un tema en -sj la -i final pasaría regularmente a -e (p. 222). Precedida por la vocal^ temática, la -s experimentaba rotacismo: *age-se > agiere. El latín arcaico ofrece*algunos ejemplos de' caída de la vocal finaíf biber, tanger.

' -se se añadió también al tema de perfecto en -is - para dar lugar ai infinitivo de perfecto en -isse: aíñavisse, dixisse, etc.

Él infinitivo pasivo termina en -i. Algunos estudiosos suponen que procede de -ei, que puede ser la desinencia de dativo de un nombre radical *ag-ei, o bien el locativo de un nombre temático *ago-, cuyo acusátivb aparecería en el infinitivo oseo acum < *ago-m. Contra esta, interpretación está el testimonio de la inscripción de Dueños, cuya forma pacari sugiere que la -i latina es una vocal originaria­mente" larga y no ei producto de un diptongo. Además, la hipótesis expuesta no explica^ satisfactoriamente la especialización de éste caso de un nombre verbal para la expresión de la pasiva. Debemos tener en cuenta, más bien, que una -i larga, como hemos visto ya, caracteriza también a la pasiva de la segunda persona de plural -■rriini. Parecería, pues, más convincente establecer una correspon­dencia entre ambas partículas y su valor medio- pasivo. En los impe­rativos se añadió la -i a un nombre verbal e n .mera; en los infiniti­vos se habría añadido a los nombres raíces ag-, duc-, dic-, etc.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 279

La I puede hacerse provenir de *iH; cf. la jdternancia de i e i en la formación de los temas verbales’ faci- y aüdi- ~ ~ ~ ~ ~~ ~~~~

En las formas arcaicas del infinitivo de* presente pasivo agier, portier, etc., que proporcionaban úna ♦<glóssá,ltl K ^ rañTiflB3Mrr56- trica a los poetas, la terminación -ier suele expjfcarse corriente­mente como -i más la terminación dél infinitivo activo con pér­dida de la vocal final, como en biber y tanger. H. Peder sen sugiere, sin embargo, que nos hallamos ante un sufijo compuesto -i -e r que forma un nombre verbal comparable a los abstractos verbales heti- tás en -é-ar, -iaf,

El infinitivo de futuro. Al examinar la morfología de este infi­nitivo hemos de tener muy presente que en latín arcaico puede apa­recer como una forma invariable -türum sin consideración del gé­nero, caso o número del nombre al que se refiere (“illi polliciti sese facturum omnia”, Catón apud Prisciano; cf. “hanc sibi rem praesi- dio sperant futurum”, Cic., In Verr., 2, 5, 65, 167). En consecuencia, afirman algunos estudiosos, este infinitivo no es idéntico al partici­pio de futuro activo (véase infra), sino que es el producto de la fusión del supino con un infinitivo del verbo “ser”, *esom, que apa­rece en el oseo ezum: *factu-esom > facturum. A partir de su em­pleo con un nombre masculino o neutro en acusativo acabó sintién­dose esta forma invariable como un adjetivo concertado con el nom­bre, dotándosela en consecuencia de la apropiada flexión adjetival. El punto débil de esta explicación reside en el hecho de que en latín no aparece testimonio alguno del tipo de infinitivo oseo de referen­cia. Podría, desde luego, atribuirse al período “itálico”, pero debe recordarse que en el capitulo I nos hemos atrevido a dudar de la existencia de un “itálico común”, fore, que funciona como infinitivo de futuro, es el infinitivo normal latino de la raíz bhu: *bhu-s-i. Sobre los infinitivos de los verbos desiderativos en -ásso véase p. 272.

Sobre la base de los infinitivos de futuro perifrásticos activos como cubitum iré, el latín creó un infinitivo de futuro pasivo del tipo factum iri.

El supino. Los supinos en -tum y -tü son los acusativos y dati­vos (o locativos o ablativos), respectivamente, de los nombres ver­bales en -tus (p. 238). En alguna ocasión se encuentran también for­mas del dativo en -ui: p. ej. memoratui (Plauto).

Los participios. El participio de presente es un adjetivo verbal formado con el sufijo -nt-. Combinado con la vocal temática -o- aparece este sufijo en la forma -ont-. El único ejemplo latino de

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280 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

esta última se encuentra en la flexión de iens: euntem, etc. < *eiontem y en sons, insons, en el que tenemos el participio de presente del verbo “ser” : s-ont-, En el resto de los casos el latín presenta -ent-, que puede proceder tanto de *-ent- como de * -n t-, grado cero este último que aparece en indoeuropeo en la flexión de los temas atemáticos terminados en consonante. Nótese que dens es el participio de presente, con grado cero, de la raíz edo: d-ens.

El participio de perfecto pasivo latino es en su origen un adje­tivo en -to - indiferente a la noción de voz. En indoeuropeo el acen­to iba sobre el sufijo, y la raíz aparecía en grado cero: dic-tós, düc-tós, üs-tós (raíz *eus, como en uro), státós (de std-tós, raíz stü), sütus (*sé). En los adjetivos verbales terminados en -itus la - i - representa el grado cero de las raíces disilábicas del tipo doma/ doms, tacé/tacs: domitus, tacitus. Cuando la raíz terminaba en oclusiva dental, -t -t - y -d -t - pasaban a -ss - (p. 232), simplificado tras vocal larga o diptongo: *claud-tos > claussus > clausus, *fid-tos > fissus, *fod-tos > fossus, sed-tos > sessus.

Si bien -to - se añadía en origen directamente a la raíz, y el ad­jetivo era independiente de los temas temporales, su incorporación a la flexión verbal dio lugar a numerosas interferencias analógicas: así, mansus (perf. mansi), flexus (flexi), sparsus (sparsi), fluxus (fluxi). En combinación con el verbo “ser” formó la conjugación perifrástica del perfecto pasivo: amatus est.

El participio de futuro activo es un adjetivo con el conocido su­fijo -ro - unido al tema del nombre verbal en -tü : futü-ro-s.

El gerundivo. No se ha dado todavía una explicación satisfacto­ria del adjetivo verbal latino en -ndus. El sufijo -d o - aparece, sin embargo, en otros adjetivos verbales como timidus, en el que se ha añadido a un nombre verbal en -i -. El significado del gerundivo era el de “implicado en el hecho de...” . En verbos intransitivos tenía valor intransitivo: oriundas, secundas. En verbos transitivos (agnus caedundus) el significado de “implicado en el sacrificio” podía dar lugar fácilmente a los varios sentidos apropiados a los diferentes contextos: “listo para ser sacrificado”, “que va a ser sacrificado” , “destinado a ser sacrificado”, etc. En la tercera y cuarta conjugacio­nes el sufijo aparece en época arcaica con la forma -andas. Que el paso a -endus se debió a la influencia del participio de presente resulta evidente a partir del hecho de que eundum, que no presenta jamás la forma en -endus, tiene en el participio de presente euntem.

El gerundio consiste en una serie de casos del gerundivo neutro sustantivado (pero véanse pp. 317 s. y p. 336).

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 281

Escasos son los restos que el latín conserva del participio medio en -meno-: fémina, de la raíz *dhé “mamar”, alumnus de *al “nu­trir”. Ya hemos visto las razones que hay para poner en duda la teoria que iguala la desinencia de imperativo medio -mini con la forma plural del participio medio.

I n d e c l in a b l e s

Incluimos en este apartado los adverbios, preposiciones, prefijos y partículas que sirven para señalar o concretar las relaciones sin­tácticas entre las palabras y dan indicaciones de orden local, tem­poral y, eventualmente, lógico. Algunas de éstas son muy antiguas y se resisten al análisis: *en (in), *anti (ante), *op (i) (ob, obs), *apo (ap, ab, abs), *pro (pro), *eks (ex, é), etc. En otros casos es posible la identificación (1) de temas demostrativos: to- en tum, tam, tan-dem, topper, etc.; i- en ita, Ítem, iam, etc.; no- en nam, dd-ni-cum, dd-ni-que; y (2) del tema interrogativo-relativo qui/quo: quid-em, quip-pe, quom, quór, etc.

Muchos de los formantes son específicos de las formaciones adver­biales. mí, por ejemplo, según el testimonio de aliuta, uti-nam, y del correlativo ita, lleva un sufijo -ta que puede proceder de ide. *-fa (cf. ser. iti). Este sufijo se añadió a la raíz *q'*u. A uta se añadió la desinencia de locativo o bien la partícula deíctica -i : de ahí utei, uti < * uta-i. *qm t- podía alargarse por medio de una -s adverbial (o. puz < *qHit-s), forma que da cuenta de uspiam, usquam, usque. La misma raíz *q«u- subyace en (c )ubi (ali-cubi, né-cubi). El testi­monio del osco-umbro (u. puje) y de otras lenguas indoeuropeas muestra que la forma primitiva era *q*u-dhe, que fue alargada por medio de la desinencia de locativo, *q*udhe-i, que daría regularmente (c )ubi (p. 228). ubi ha influido sobre la forma de su correlativo ibi dado que, según el testimonio del ser. iha, cabía esperar *idi < *i-dhe-i. cür, lat. are. quór, contiene un formante adverbial r que aparece también en el ing. where, lit. ku-f.

La gran mayoría de los adverbios son formas casuales nominales fosilizadas. Nominativos son versus y secundus. Acusativos son (1) parum, primum, multum, nimium, magis, minus, plus, etc. (neu­tros); (2) quom, tum, dum, nunc < *num-ce, partim, statim, olim (mase, y fem.). Los adverbios del tipo iam, nam, tam, quom, clam, palam, característicamente latinos, pueden ser acusativos femeninos de i-, no-, to-, etc. Genitivos de tiempo son nox y dius. Ablativos son los de los tipos comunes en -ó (d ), -é (d ) y -á (d ): primo, meritó(d), intro, retro; bene, faciluméd; extrád, infrá. El -tos de

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282 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

intus (gr. évtó<;), penitus, funditus, subtus, etc., es también una antigua terminación de ablativo. Locativos son hle, noctü, temere (“en la oscuridad”), temperi y penes. Estas formas casuales pueden estar combinadas con afijos como -per: parumper, semper, topper ( *tod-per), y -era: quidem (cf. ídem, p. 257). El do- de doñee (lat. are. donicum, donique) es idéntico al ing. to. Hay también adverbios que proceden de grupos de palabras fosilizados: qudré, íntereá, hüetenus, interim, adfatim, scilicet (= scire licet), dumtaxat (taxat es subjuntivo de un aoristo en -s o de una forma desiderativa de la raíz *tag, ta-n-go). El extendido formante adverbial -ter parece ser idéntico al sufijo contrastativo -ter (p. 254). El punto de partida sería aliter, y desde él se habría extendido a palabras de sentido próximo, como pariter, similiter, y luego a otras más alejadas.

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C a p ít u l o X

S I N T A X I S

La sintaxis de una lengua como el latín ha de ocuparse del as­pecto funcional de la morfología (véase el capítulo precedente). Con­templa, en primer lugar, las relaciones entre las palabras en la fra­se tal como están expresadas por las desinencias, es decir, ante todo las funciones de los casos, tiempos, modos, etc. Sin embargo, el estudiante de latín se da cuenta pronto de que no hay una distri­bución clara y tajante de funciones, por ejemplo, entre las varias terminaciones casuales. Al contrario, se encuentra con una multi­plicidad un tanto desconcertante; por ejemplo, dativos de interés, provecho y daño, ético, simpatético y final. Esto se debe a un sen­cillo hecho lingüístico que es esencial tener en cuenta en el estudio analítico e histórico de la sintaxis. Las palabras no existen aislada­mente en la mente del hablante, sino integradas en grupos asociati­vos. Todos los miembros de tales grupos tenderán a una uniformi­dad de comportamiento sintáctico. Así, si impero lleva dativo, también es de suponer que lo lleve su sinónimo iubeo. De hecho, iubeo aparece así construido por Catulo e incluso por Cicerón en una de sus cartas (Ad Att., 9, 13, 2). De modo similar, laedere sigue el ejemplo de nocere y sinere; pati, el de permitió, e impediré (¡en el gramático Varrón!), el de obstare. Así, el desarrollo sintáctico puede compararse al crecimiento gradual del círculo que se va for­mando por el agrupamiento de hongos en torno a un “hongo padre” originario. Estos círculos sintácticos pueden interferirse, .es decir, una palabra puede pertenecer a varios grupos asociativos y par­ticipar en construcciones diferentes. El campo sintáctico de una lengua presenta así ante los ojos del investigador un complejo es­quema de tales círculos. Su cometido es establecer y definir su área e intentar luego seguir marcha atrás su desarrollo hasta el foco original del proceso. En la práctica descubrirá que el “hongo originario” era a su vez miembro de otro círculo, porque el agrupa-

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284 in t r o d u c c ió n a l l a t ín

miento asociativo de las palabras es un fenómeno común a todas las lenguas. Quiere esto decir que el investigador nunca llega, por ejemplo, a dar con la función primitiva de un caso. Lo que encuen­tra es un sistema organizado de círculos. A los efectos de descrip­ción y clasificación el estudioso de la sintaxis arbitrará fórmulas generales que comprendan los usos observados; por ejemplo, “el nombre en dativo designa a la persona (o cosa) implicada en el acontecimiento a que se refiere el verbo”. Esta fórmula no debe confundirse con la “función específica primitiva”, que probable­mente no ha existido nunca. En todas sus épocas una lengua, consi­derada desde el punto de vista sintáctico, consta de grupos asociati­vos (círculos) de uso concreto. En el transcurso de las generaciones los círculos crecen y disminuyen y los esquemas cambian. Delimitar esos círculos y rastrear la historia de su desarrollo son los cometidos fundamentales de la sintaxis descriptiva, histórica y comparativa.

E l n o m b r e

Nominativo [ N o t a 43]

El nominativo es el caso que sirve para “nombrar”; en él la pala­bra es una mera etiqueta, tal como aparece en listas, inventarios, etc. En esta función puede usarse predicativamente “se llamaba «Corvi­no»”, cognomen habuit “Corvinas”; cf. “per valle illa quam dixi ingens” (Per. Aeth.). El nominativo como caso de la designación hace un anuncio previo que concentra la atención sobre el polo temporal de interés, el “sujeto” de la frase. Así, dos nominativos forman un tipo primitivo de frase; uno es el “sujeto”; el otro, el “predicado” : ille servus. Ciertos verbos se emplean para expresar la relación entre el sujeto y el predicado: est, factus est, creatus est, adest (tu mi accusatrix ades), etc. Cuando el centro del interés está ya estable­cido y no necesita referencia explícita, estos nominativos predica­tivos funcionan como exclamaciones: nugae!, fabulae!; con una ex­presión deíctica introductoria: “em tibi anus lepida” (Plauto, Cure., 120).

Muchas veces en la referencia a un acontecimiento la persona o cosa “nombrada” como centro de interés es concebida como inicia­dora de la acción; de ahí la así llamada función “ergativa” del nomi­nativo, que puede representarse así

En las expresiones “designativas”, el primer tipo, encontramos a veces dos nominativos en aposición: homo adulescens, homo ser­vus, mulier meretriz. En tales casos podría decirse que se da pre­

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 285

cisión a un término general vago por medio de una reflexión poste­rior: cf. “nos libertinae sumus, et ego et tua mater”.

En la lengua coloquial, negligente por naturaleza, una vez nom­brado el tema de la conversación a menudo la frase pasa a una cons­trucción diferente. Sobre este nominativus pendens véase p. &8.

Vocativo

El vocativo es el caso de la apelación que trata de llamar la aten­ción del oyente. Asemeja en su función al imperativo del verbo, con el que tiene también un paralelismo morfológico: ambos consisten en el tema puro. En latín tiene una caracterización morfológica pro­pia solamente en la segunda declinación (véase el capítulo preceden­te), y aun en este caso se encuentra con frecuencia el nominativo usado como vocativo, especialmente en poesía. El nombre en voca­tivo está sintácticamente aislado del resto de la frase, e incluso en un principio un adjetivo que lo calificara tomaba la forma del nomi­nativo: “salve, primus omnium” (Plinio, N. H., 7, 117). Pero ya en latín arcaico encontramos un ejemplo de atracción al vocativo, si macte, como parece probable, es el vocativo de mactus (véanse pp. 75 s.). De todos modos este fenómeno es un grecismo de los poe­tas augústeos: “prima dicte mihi, summa dicende Camena... Maece- nas” (Hor., Ep., 1, 1, 1-3). Esta clase de ejemplos son generalmente poéticos, prefiriendo la prosa las expresiones del tipo o tu qui... Atrac­ciones del mismo tipo se dan con el adjetivo predicativo: “quo mo- riture ruis” (Virg., Aen., 10, 811); “tu quoque... miserande iaceres” (ibíd., 10, 324 ss.).

Acusativo

El acusativo presenta una gama de usos que puede definirse de manera general como el fin o término al que tiende o se dirige la acción. La relación se concibe así: —»j. Esto se ve más claramente con verbos de movimiento, dado que el latín conserva el simple acusativo para expresar esta relación en domum, rus, con nombres de ciudades e islas menores, y en algunos otros giros como exse- quias, infitias iré, venum ducere, etc. Más frecuentemente, sin em­bargo, el adverbio auxiliar se ha convertido en la indispensable “preposición” que “rige” al caso. El perfecto de estos verbos de movimiento expresa el estado resultante de la acción, pero la frase preposicional apropiada a los otros “aspectos” (véanse pp. 265 s.) persiste: ad urbem venire > ad urbern venisse, y de ahí por una

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fácil conexión etimológica ad urbem adesse. De este modo la pre­posición ad con acusativo llega a asumir una variedad de funciones locativas: “ubi summus imperator non adest ad exercitum” (Plauto, Amph., 504); “esse ad sororem” (Ter., H. T., 979); “totam hiemem ipse ad exercitum manere decrevit” (César, B. G., 5, 53, 3); “habes hortos ad Tiberim” (Cic., Pro Cael., 36); “mihi... est ad portum ne­gó tium” (Plauto, Mere., 328); “ego ad forum illum conveniam” (id., Mil., 930). Así, ad llega a ser equivalente a apud.

Los verbos compuestos surgieron de la fusión de verbos simples con adverbios que en cierta época habían sido unidades indepen­dientes en la frase. Una vez que esta fusión tuvo lugar, mantenién­dose el acusativo de término, el verbo compuesto apareció como regente de un complemento directo (véase infra): aliquem ad + iré > aliquem adire. Es el fenómeno llamado función transitivizante de los prefijos verbales: accedere, advenire, aggredi, antecederé, circu- mire, incurrere, irrumpere, introire, percurrere, subiré, transmitiere, oppugnare, etc. El grupo se agrandó por influencias analógicas de varios tipos: así, tras egredi, exire esperaríamos ablativo. El acu­sativo puede deberse a la relación con el contrario inire o con expre­siones de sentido similar, como relinquere.

Con ciertos verbos el acusativo de término o fin a que se dirige la acción es una cosa o persona externa: “herir a un ciervo”, “co­mer pan”, “sembrar maíz”. Son acusativos “externos”, que expre­san el objeto directo del verbo. Los estudiosos se inclinan a separar esta clase de empleos del “lativo” de “término” o “finalidad”, pero no hay una gran diferencia entre ellos. El repertorio de los verbos que regían esta clase de acusativos creció en latín de modo cons­tante por las influencias analógicas. Así, amare atrae a su órbita a toda una serie de expresiones sinónimas: “hic te... deperit, ea de- moritur te” (Plauto, Mil., 970), e incluso “amare eum haec perdi- tast” (Cist., 132). A través de procesos similares, cierto nümero de verbos que expresaban estados emocionales llegaron a ser transi­tivos: temor (timeo, metuo, abhorrere), esperanza y expectación (sperare, desperare, manere, expectore, morari),1 alegría y tristeza (laetari, ridere, gaudere, flere, lugere, gemere, dolere, maerere, plorare, fremere, tremere, etc. Los verbos impersonales que de­notan estados emocionales se construyen así: me miseret, pae- nitet, pudet, taedet, piget. Muchos verbos que se construían ori­ginariamente con otros casos (genitivo, dativo o ablativo), a través de interferencias analógicas llegaron a usarse con acusativo: abutor, careo, fungor, supero, indulgeo, servio, curo, studeo, ausculto, etc.

1. El acusativo con morari debe clasificarse aquí al lado de su sinónimo manere: “id modo moratus ut consulem percontaretur” (Livio, 23, 47, 1) es cla­sificado por Ernout y Thomas como acusativo adverbial “interno” (véase infra).

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Por múltiples procesos de este tipo el acusativo extendió su campo de modo gradual hasta que, tras haber tenido en su origen un signi­ficado espacial concreto de “término o fin”, se convirtió en la expre­sión gramatical del complemento del verbo.

Acusativos externos los hallamos en latín arcaico también con nombres verbales: “quid ibi hanc aditio est” (Plauto, Truc., 622); “quid tibi hanc curatiost rem?” (id., Amph., 519). También es anti­guo el acusativo con verbos medios que signifiquen “vestirse” o “des­vestirse” : “quid erat induta?; aspexit virginem ibi stantem in capi- te ostrinum indutam riculam” (Turp., 73); cf. loricam induitur. La parte del cuerpo a que se hace referencia podía aparecer en acusa­tivo (caput velati) con la prenda, etc., o bien en ablativo instrumen­tal; “togae parte velati” (Catón), cf. “succincti corda machaeris” (Ennio). De aquí se tomó un molde originariamente latino para las expresiones poéticas helenizantes del tipo “exuta pedem” (Virg., Aen., 4, 518), “suspensi lóculos” (Hor., Sat., 1, 6, 74), “concussa metu mentem” (Virg., Aen., 12, 468), y del tan discutido “saepes Hyblaeis apibus florem depasta salicti” (id., Buc., 1, 53-54). La construcción acabó extendiéndose también a los adjetivos, dado que exuta pedem llevaba de manera natural a nuda pedem. Con esto llegamos al acu­sativo de relación, categoría en la que convergen otras líneas de de­sarrollo que ahora hemos de rastrear.

En ciertas expresiones el acusativo-objeto no se refiere a algo externo, sino al contenido del verbo, al resultado hacia el que avan­za la acción verbal. Tales usos son clasificados por los gramáticos bajo la rúbrica de acusativo interno, como opuestos a los usos ex­ternos examinados en el párrafo anterior. Como es frecuente en los fenómenos sintácticos, las dos esferas de empleo se interpenetran: “construir una casa”, “encender una lumbre”, “forjar una espada”, “decir una mentira”, “dar un golpe”, etc. Ejemplos latinos son: fa- cinus audere, mendacium dicere, foedus ferire, verbum muttire, la­pides toqui, propino tibi salutem (éste ligado también con el acusati­vo externo con voto, etc.). Un tipo antiguo que se remonta a época indoeuropea es el acusativo de contenido que designa la acción sig­nificada por el verbo: aetatem vivere. Una subvariedad estilística es el “acusativo de figura etimológica”, sacado de la misma raíz que el verbo: vota vovere, donum daré, cenam cenare, dicta dicere, auspicium auspicare. Este tipo de acusativo heredado conoció cier­to desarrollo por influencia griega: el prototipo es el “vicit Olympia” de Ennio.

Ciertos casos de acusativo interno fructificaron y produjeron círculos de empleo lo bastante importantes como para exigir rú­bricas especiales. A partir de expresiones como longam viam iré y noctem pernoctare se desarrollaron los acusativos de extensión re­

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feridos a espacio y a tiempo. A partir del “espacio recorrido” de expresiones como non pederá discedat es fácil la transición a “dis­tancia” con abest, distat, etc. Expresiones temporales paralelas son: “abhinc ducentos annos mortuus est”; y aún con mayor libertad “iam multos annos est quom possideo” (Plauto). También se en­cuentran este tipo de acusativos con adjetivos de medida: panem tris pedes latum, cf. annos octingentos natus. Sobre la intromisión del ablativo de tiempo, tota vita, etc., véase infra.

El neutro singular de los pronombres se usaba con especial liber­tad como acusativo interno: istuc pessume consulis; istuc crucior; si quid erro; si id fallo; “advorte ut quod ego ad te advenio («el fin para el que estoy aquí») intelligas” (Plauto, Epid., 456). Ejemplos como id maeret dan lugar a “id misera maesta est” (id., Rud., 397),’. en que el acusativo es de “relación” (véase supra). En expresiones puramente latinas tales acusativos de relación están limitados a los pronombres neutros: nescio quid tristis est. Este uso se desarrolló con mayor libertad sólo a partir de los poetas augústeos por imita­ción del griego: “qui genus?” (Virg., Aen., 8,114); “maculosus alvum’’ (id., G., 3, 427); “nigra pedes” (Ov., M., 7, 468). Tácito fue el prime­ro que se atrevió a utilizar la expresión en prosa: “clari genus” (Ann., 6, 9); “manum aeger” (Hist., 4, 81).

En latín arcaico también los neutros de ciertos adjetivos funcio­nan como acusativos internos. Plauto, de manera general, se limita;; a los adjetivos de cantidad: multum, nimium, magnum, maxumum.' También en este caso el griego dio impulso a un uso originariamente l latino; abrió el camino Catulo con su dulce ridentem, que traduce el ysXaíoaq Ipé^osv de Safo. La prosa se abstiene de esta licencia hasta la época posterior a Livio. . ’

Los diferentes tipos de acusativo pueden aparecer en una misma frase; así, “quid nunc te litteras doceam” (Cic.). Con los verbos de “enseñar” podemos agrupar sus contrarios, los de “ocultar’?, qué', también llevan dos acusativos: “ut celem patrem tua flagitia” (Plau­to, Bacch,, 375). Los verbos de “hacer”, “pensar” y “llamar” llevan' un acusativo complemento directo y un acusativo predicativo: “is me heredem fecit” (id., Roen., 1070). También aquí en muchos casos el acusativo predicativo expresa el resultado de la acción. En otros los dos acusativos están en aposición: “malam fortunam in aedis te adduxi meas” (id., Rud., 501). Del mismo tipo son los acusativos “del todo y de la parte” : “meretrices... maiorem partem videas valgis saviis” (id., Mil., 93), donde el segundo acusativo es simplemente una reflexión posterior de carácter correctivo: “es decir, la mayor parte de ellas”.

Los acusativos internos y aposicionales quedan a menudo petri­ficados spomo. adverbios. Valgan como ejemplos nimium, plus, muí-

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GRAMÁTICA HISTORICO-COMPARADA

tum; los adverbios del tipo partim, statim, etc. (véase capítulo an­terior); antiguas aposiciones son id genus, omne genus: “corona- menta — omne genus— facito ut serantur” (Catón); “aliquid id genus solitum scribere” (Cic., Ad Att., 13, 12, 3); “in hoc genus praediis” (Varrón, R. R., 1, 16, 4). En este apartado podemos colocar también expresiones temporales del tipo id aetatis: “ego istuc aetatis non amori operam dabam" (Ter., H. T., 110). Finalmente, tenemos los acusativos de exclam ación, que dependen de un verbo elíptico [ N ota 44]: migas! hercle rem gestara bene! artificem probum!

Genitivo

Es difícil encontrar una fórmula que abarque todos los usos del genitivo. Por ello comenzaremos con algunos de los grupos de em­pleo mejor establecidos, y cuya antigüedad parece fuera de duda.

El genitivo posesivo. Su propio nombre da razón del concepto: aedes eri, filius eri, patris amicus, etc. Los adjetivos derivados concu­rren en cierta medida con este tipo de genitivo (erilis filius, Campus Martius, virgo Vestalis, etc.), y algunos estudiosos han mantenido que éste es el uso más antiguo. Sin embargo, el genitivo con sentido pura­mente posesivo es regular incluso en los más antiguos textos latinos, teniendo el adjetivo un sentido más amplio y difuso: “conectado con”. Su esfera de referencia incluye así la del genitivo. Como susti­tuto del genitivo pertenece a un nivel estilístico superior (por ejemplo los “metros largos” plautinos). Los genitivos posesivos pueden usarse predicativamente: “fratris igitur Thais tota est” (Plauto); “agrum numquam siris fleri gnati tui” (id.). La elipsis de un nombre fácilmente sobreentendido explica expresiones como ad Dianae (fanum).

El genitivo partitivo. A partir de “perteneciente a” se da una fácil transición a “parte de”. En este caso el genitivo está con respecto al nombre determinado en una relación del todo a su(s) parte(s). Esto resulta más claro en expresiones de cantidad: granum salís, vini gutta, pañis pondo quattuor, cadus vini, etc. El genitivo partitivo es especialmente frecuente tras pronombres y adjetivos singulares neutros: aliquid, quid, multum, plus (negoti, rei, aetatis, animi, etc.). Comúnmente se trata de genitivos de nombres, pero se encuentran también algunos adjetivos neutros sustantivados: mali y boni pre­dominan en el latín arcaico, pero Cicerón incrementó considerable­mente el número de adjetivos neutros sustantivados empleados en genitivo partitivo. Este uso del genitivo se encuentra también en

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cierta medida en expresiones no cuantitativas. Carácter coloquial tienen los que siguen a adverbios de lugar y tiempo: ubi terrarum, nusquam gentium (de donde también minume gentium). Otros ejem­plos con adjetivos neutros no cuantitativos pertenecen sobre todo a la poesía o prosa poética: “incerto noctis” (Salustio), “sub obscu- rum noctis” (Virg.). El genitivo partitivo es raro tras plurales neu­tros sustantivados; Cicerón escribe “summa pectoris” e “interiora aedium”, pero el uso se extendió por influencia griega: “in infera noctis” (Ennio), “per cava terrae” (Salustio), “strata viarum” (Virg.), “angusta viarum” (Tác.).

Originariamente el partitivo podía funcionar como sujeto, obje­to, etc., de la oración (“algunos de los enemigos” fueron muertos; he bebido “algo de vino”). Hay en el latín arcaico algunos restos de esta clase de usos (“aquae... addito”, Catón), pero acabaron siendo suprimidos por el purismo clásico. Reaparecen en el latín vulgar, donde, reemplazados por de + ablativo, se convirtieron en antece­dente de expresiones románicas como de Veau.

El partitivo se usa con verbos que significan “llenar” o conceptos similares: complere, abundare, etc.; egere, indigere, carere, levare ( “me omnium iam laborum levas”, Plauto, Rud., 247), etc. Los adje­tivos correspondientes tienen la misma construcción: plenus, largus, refertus, onustus, particeps, expers, ieiunus, etc. Desde la firme base latina del genitivo partitivo con expresiones de carencia, privación, etc., Horacio dio el salto al grecismo: “desine mollium tándem que- rellarum” (Carm., 2, 9, 17-18). En origen también potiri (“apode­rarse de”) y los adjetivos correspondientes, compos, impos, llevaban este genitivo, impos animi, compos animi, expers consili y expresio­nes similares llevaron fácilmente a otras expresiones que indicaban azoramiento e incertidumbre: incertus consili e incluso falsus animi (Ter.). Los genitivos adverbiales como desipiebam mentís (Plauto), animi excruciari, animi pendere y similares se integran también na­turalmente en este círculo semántico, y no parece necesario colocar­los aparte como “locativos”. La construcción puramente latina de potiri con genitivo hizo posible a Horacio aventurar regnavit popu- lorum imitando al griego (Carm., 3, 30, 12).

El partitivo se usó en origen también con verbos de comer y beber. Esto llevó de modo natural al “tener hambre de”, “tener sed de”. De este modo podemos tal vez clasificar como partitivos los genitivos con verbos de deseo y sus opuestos (domi cupio, mein fastidis?, studeat tui), e incluso los genitivos con verbos dé recordar y olvidar. Véase, sin embargo, lo que luego diremos sobre el “ge­nitivo de esfera”.

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El genitivo de determinación (genitivo de cualidad). El genitivo posesivo no estaba confinado a la expresión de la posesión física. En nombres de lugar los genitivos posesivos del nombre de la deidad soberana, etc. (lacus Averni, urbs Patavi), dan lugar a los así llama­dos genitivos epexegéticos o aposicionales, entre los que está urbs Romae, ese “coco” de los profesores que aparece a finales de la República. Pero los posesivos se extendieron también a otras rela­ciones en que la noción de posesión se fue debilitando progresiva­mente: corporis candor, adventus hostium, fides clientum, iniusti- tiam lenonum, hasta que en supplicium virgarum las “varas” en ge­nitivo indican simplemente la clase de castigo. Del mismo modo Poenorum bellum es una “guerra de los cartagineses”; si se hace por o contra los cartagineses, hay que deducirlo del contexto. Mas no parece necesario establecer las categorías gramaticales especiales de genitivo “subjetivo” y “objetivo”. De modo similar los partitivos ensancharon su campo: virga lauri puede llevar al “aposiciona!” arbor fici (Livio, etc.).

En ciertas expresiones el partitivo se interfirió con el posesivo para formar un importante círculo, el genitivo de cualidad. La re­lación del todo a la parte se extiende fácilmente a la del género a la especie, la clase al individuo, etc. De modo similar, posesivos como patris filius llevaron a Graeci generis homo. Tal fue el origen del genitivo de cualidad, categoría que en latín arcaico se concentra en gran medida en torno a expresiones de origen y pertenencia, así como de precio,2 medida y similares: “talentum rem... decem”, “vir minimi preti”, “trium litterarum homo” (Plauto). Los únicos ejemplos que en latín arcaico están fuera de este estrecho marco semántico son “homo iracundus, animi perditi” (Plauto, Men., 269) y “tam iners, tam nulli consili sum” (Ter., And., 608). Todavía en Cicerón y en César los genitivos de cualidad están prácticamente limitados a nombres calificados por los adjetivos magnus, tantus, summus, maximus. Más tarde, sin embargo, esta construcción acabó por imponerse a su competidor, el ablativo sociativo (véase infra).

Los genitivos determinativos pueden usarse predicativamen­te: “magni sunt oneris” (Plauto). En ese punto nos topamos con una importante derivación, el genitivo “característico” : “est miserorum ut... invideant bonis” (Plauto); “ea exquirere iniqui pa­tris est” (Ter.). Aquí la contribución del posesivo resulta particu­larmente visible.

El “genitivo de esfera” (genitivo de respecto, referencia). La par­titiva y la posesiva son simplemente dos de un conjunto entrelazado

2. Véase infra acerca del genitivo de rúbrica.

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292 INTRODUCCIÓN A.L LATÍN

de funciones del genitivo que se reúnen bajo el epígrafe de “genitivo de esfera”. Hemos visto cómo el partitivo podía expresar una clase (iuniorum est, “es uno de, pertenece a, los iuniores) y también cómo el posesivo se extendió hasta convertirse en el caso por el que un nombre define a otro. En una frase como ei non fidem habui ar- genti, el genitivo es adnominal y determina a fidem. Pero si la cone­xión adnominal se debilita, es posible, por un “desplazamiento re­lacionar’, interpretar la frase en el sentido de “no tuve confianza en él en lo referente al dinero”. Tal vez el genitivo de referencia na­ció de este modo. Lo que es claro es que está ya firmemente esta­blecido en el latín arcaico, especialmente en contextos legales y ju­diciales, con verbos de acusar, ordenar, condenar; “iniuriarum... induci”; “quem mendaci prendit manifestó”; “probri accusare”; “quarum rerum, litium, causarum condixit pater patratus” (Livio, I, 32, 11), etc. El círculo de estos verbos se amplió gradualmente (in­terrogare, postulare, arcessere, urgere, etc.). Una especie de satélite aislado de este grupo es el genitivo, que a veces se encuentra con credo: "quoii omnium rerum ipsus semper credit” (Plauto, Asin., 459). Otro grupo bien conocido que debe clasificarse en este apar­tado comprende los genitivos con verbos impersonales como paeni- tet, pudet, piget, etc.: facti piget; taedet iui sermonis. Los genitivos exclamativos como mercimoni lepidi! o mercis malae! deben colo­carse también aquí.

El genitivo de rúbrica

Los gramáticos ponen esta etiqueta a un pequeño grupo de ge­nitivos que se encuentran en lo que podemos llamar contextos de “teneduría de libros”: lucri facere, poner algo en el capítulo de “ga­nancias”, “considerar como beneficio” (cf. compendi, dispendi, sumpti facere; aequi bonique facere). Hay que considerar también en este apartado los bien conocidos genitivos en expresiones de evalua­ción: flocci, nauci, nihili, tanti, quanti, pluris, minoris. La mayor par­te de éstos son genitivos en -i, y Wackernagel supuso que este caso en -i era un caso especial de carácter adverbial, conservado en usos similares también en sánscrito, y que en origen nada tenia que ver con el genitivo. Esta teoría ha sido impugnada, y parece más verosí­mil que estos genitivos se hayan desarrollado a partir de los usos que ya hemos examinado, dotis daré “dar en concepto de dote”, difí­cilmente podría separarse de expresiones partitivas del tipo “et dotis quid promiseris” (Plauto, Poen., 1279). También habrían contribuido los genitivos de cualidad como vir minimi preti, que ha de conside­rarse en estrecha relación con homo trium litterarum, dado que el

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g r a m á t ic a h is t ó r ic o -c o m p a r a d a 293

así llamado genitivo de precio no es sino una subvariedad léxica especial del genitivo de cualidad. Así pues, el genitivo de rúbrica — “en concepto de”— ha de incluirse dentro del “genitivo de esfera”.

Podemos intentar ahora una formulación general de la función del genitivo: un nombre en genitivo define y delimita el campo de referencia de otro nombre o de un verbo. En sus empleos adnomi­nales puede representarse así: © ; en sus usos adverbiales, así: @. En época tardía el genitivo empezó a verse reemplazado por nexos preposicionales (ex, de). En su función posesiva sufrió la peligrosa competencia del dativo posesivo, más cálido, lleno de color e íntimo (véase infra). Su mayor pervivencia se dio en las funciones posesi­va, partitiva y cualitativa.

El dativo

El dativo índica que la persona designada está implicada o afec­tada por el acontecimiento o estado de cosas al que el verbo o la expresión verbal se refieren. Esta función se transfirió secundaria­mente a nombres no personales, pero se ha advertido que en latín arcaico sólo una doceava parte de los nombres (y pronombres) en dativo registrados se refieren a cosas. La función del dativo puede representarse así:

Las relaciones así indicadas de modo general por el dativo, en las que una persona (o cosa) puede estar frente a un acontecimien­to o situación, son innumerables. Las que ahora examinaremos son solamente algunos- de los círculos semánticos considerados por los gramáticos lo suficientemente definidos como para exigir rúbricas especiales. Debe tenerse en cuenta que, estrictamente hablando, no son divisiones gramaticales, sino léxicas.

La persona está interesada como beneficiaría o perjudicada (da­tivo de provecho o daño): “tibi aras, tibi occas, tibi seris” (Plauto); “si quid peccat, mihi peccat” (Ter.); “mihi ego video, mihi ego sa- pio” (Plauto); “ego tibi comminuam caput” (Plauto); “saluti ves- trae providere” (Cic.); “pacem exposcere Teucris” (Virg.); “vobis arabitur ager” (Livio). Entre los verbos afectados forman grupos característicos los de dar (do, mando, praebeo, largiri, salvo, sacri­fico(r), fero, etc.) y quitar (demo, adimo, eripio, defendo, deest). Precisamente a este importante campo semántico debe el caso su nombre: dativus, “el caso de dar” (gr. boxita)). Estos dativos de pro­vecho y daño se encuentran a veces en latín con verbos algunos de cuyos equivalentes modernos son transitivos: parco, indulgeo, invi­deo, medicor (éstos también transitivos en latín arcaico), faveo, ignosco, servio, noceo, obsum, consulo, studeo, nubo, etc. El campo

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de estos dativos fue notablemente ampliado por los poetas: “hunc.¡. arcebis grávido pecori” (Virg., G., 3, 154-5).

El latín combina a menudo un dativo de provecho con el verbo “ser” para expresar el hecho de la posesión. En la mayor parte de los ejemplos arcaicos y ciceronianos el sujeto es un nombre abs­tracto. Dado que éste es el caso normal en germánico, es po­sible que este uso restringido constituya una herencia antigua. Sin embargo, ya en el latín arcaico los dativos posesivos se habían extendido a cosas concretas: “est ager... nobis”; “quot digiti tibi sunt?”; “illi... duae fuere flliae”, etc. Por un “desplazamiento rela­ciona!” el valor posesivo pasó a atribuirse a los nombres. El proceso puede verse claramente en el siguiente ejemplo: “quis est homo? :: amicus vobis” (Plauto, Poen., 1213); cf. “quis erat igitur? :: Philo- comasio amator” (id., Mil., 1431). (Sobre los dativos adnominales de finalidad como pábulum ovibus, véase infra.)

El dativo de los pronombres personales se usaba frecuentemen­te en la lengua coloquial para expresar implicación física o emo­cional en la acción: “animus mihi dolet”; “ego tibi comminuam ca- put”; “minatur mihi oculos exurere”; “oculi splendent mihi”; “quoi auro dentes iuncti escunt” (X II Tablas). Es el “dativo simpatético”, uso heredado del indoeuropeo. Desde el punto de vista del significa­do no está lejos del genitivo posesivo, de modo que en latín se pue­de decir “nostris animus augetur” (César), o bien “ea animum eius non augebant” (Cic.). La diferencia entre estos dos modos de expre­sión es solamente de tono. El dativo lleva mayor carga emocional y es preferido por la lengua popular. Así, en Petronio la mayor parte de estos dativos aparecen en los pasajes dialogados de carácter “vul­gar”, y se trata de un uso que sobrevive en romance. El tono más cálido del dativo lo hizo también más idóneo para la expresión poé­tica. La prosa clásica evita esta construcción del dativo con nom­bres, pero César la admite para los pronombres, en lo cual se mues­tra menos puntilloso que Cicerón. La idea de posesión en la lengua popular se expresa también por medio del adjetivo posesivo: “meas mihi ancillas invito me eripis” (Plauto). Estas combinaciones habi­tuales de adjetivo posesivo y dativo simpatético en la tercera perso­na dieron como resultado la construcción suus sibi, empleada inclu­so cuando el pronombre reflexivo resultaba incorrecto: “reddam suom sibi” (Plauto, Trin., 156); “cum suo sibi gnato” (id., Asin, 825); “priusquam tu suum sibi venderes” (Cic., Phitipp., 2, 96).

La persona (o cosa) puede estar implicada sin que ello signifique ventaja ni daño materiales; la relación indicada puede ser del tipo más débil. Con el uso del dativo, especialmente el de la segunda persona de los pronombres, el hablante echa un lazo, por decirlo así, al oyente y lo atrae a la órbita de la acción, se capta su interés y

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simpatía, y le asegura que el acontecimiento le concierne, como en la expresión española “ ¡vaya lío para ti!”. Es el llamado dativo ético, que es predominantemente un rasgo de la lengua coloquial, cálida e íntima: “em ergo hoc tibi” (Plauto); “atque eccum tibi lupum in sermone” (id.), mihi tiene los mismos usos: “quid mihi Celsus agit?” (“¿qué hace Celso que me concierna a mí?”, Hor.). El inte­rés indicado puede ser simplemente el de un observador del acon­tecimiento de referencia. Es el dativas iudicantis: “quasi piséis est amator lenae” (“un amante para una lena es como un pez”, Plauto); “ut me purgarem tibi” (“cómo podría yo justificarme ante ti”, id.); “erit ille mihi semper deus” (Virg.). Este tipo de dativo conoció en época posterior un especial desarrollo en los participios de referen­cia no definida en expresiones de orientación local. Esta construc­ción, tan frecuente en griego, no se encuentra en el latín arcaico ni en Cicerón; el primer ejemplo conocido es “quod est oppidum pri- mum Thessaliae venientibus ab Epiro” (César, B. C., 3, 80). Conviene notar que el latín prefiere la forma del plural, en tanto que el griego la del singular. Esta construcción, a partir de Horacio y especial­mente de Livio, llegó a abarcar también la expresión del punto de vista: “vere aestimanti Aetolium magis bellum fuit” (Livio).

En expresiones que denotan obligación la persona afectada es considerada como agente: “faciendum est tibi” (“algo debe hacerse, y es cometido tuyo”, Plauto). Esta clase de dativos se encuentran, sobre todo, con formas del gerundivo (abeundum est mihi; tibi ca- vendum censeo; virtus nobis est colenda). El uso se extendió luego al participio de perfecto pasivo —“argenti quinquaginta mihi illa emptast minis” (id.), donde la conexión con el dativo de provecho es aún clara; “mihi decretumst remunerare omne aurum” (id.)— , y finalmente a las formas personales del verbo incluido el infectum ( “dissimillimis bestiis communiter cibus quaeritur”, Cic., N. £>., 2, 123). En latín arcaico los dativos construidos con abstractos verba­les (p. ej. “quid tibi hanc dígito tactio est?”, y “quid tibi... hic... clamitatiost?”, Plauto) pueden interpretarse como agentes, pero muestran clara afinidad con la categoría de la “posesión” : “¿qué es ese gritar tuyo aquí?”. Dativos agentes los encontramos también con los adjetivos verbales en -bilis: amico exoptabilem (Lucilio), pero puede también considerarse dativas iudicantis “deseable a los ojos de”, o bien desarrollo analógico del dativo de provecho con utilis, etc. Estas dificultades que aparecen al intentar trazar distinciones claras pueden servir para recordar la esencial unidad funcional del dativo latino.

Estrechamente ligados a los verbos de dar y quitar están los gru­pos semánticos que comprenden las expresiones de llevar y enviar: “hominem alicui adducere” (Plauto); “iussit Euclioni haec mittere”

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(Ter.), etc., así como las de aproximarse y retirarse (occurro, ap- propinquo, cedo). En oraciones con este tipo de verbos el dativo de la persona tiene habitualmente la función de expresar daño o pro­vecho. Sin embargo, cuando este uso se extendió a nombres que indicaban cosas tuvo lugar un desarrollo ulterior: la intervención de la cosa en la acción vino a considerarse como el fin de la acción. Tal es el origen del dativo de finalidad. Entre los usos más antiguos de esta clase están los de los dativos de nombres abstractos en -tus: “receptui canere”; “cibatui offas positas”, tipo de expresión especialmente característico de las lenguas especiales militar y agrícola. Otros ejemplos son: “ager oppositust pignori” (Ter.), “arra- boni daré”, “pecuniam doti daré”, “auxilio venire”, “succurrere”, “mittere”, etc. El dativo de cosa puede combinarse con un dativo personal de provecho: de ahí la construcción castizamente latina “daré alicui pecuniam faenori” (Cic.); cf. “emit eam dono mihi” (Ter.); “Sabinis eunt subsidio”; “res et fortunae tuae mihi maximae curae sunt” (Cic.), etc. Por un desplazamiento relacional en frases como satui semen daré, receptui signum daré, el dativo de finalidad llegó a emplearse adnominalmente: “pabulum ovibus, bubus me- dicamentum” (Catón), “triumviri agris dandis adsignandis”, etc.

El dativo commodi con verbos de movimiento dio lugar a otro círculo: el dativo de dirección. Surgió con dativos personales del tipo “tun mihi huc hostis venis” (Plauto, Sticli., 326). También en este caso la extensión de la construcción a nombres no personales proporcionó la base para una nueva interpretación que fue el ger­men del desarrollo ulterior. El ejemplo más antiguo conocido es la vieja fórmula Quiris teto datus, cf. “me morti dabo” (Plauto, Mere., 476). Desde daré se tendió fácilmente una conexión semántica hasta mittere; de ahí “morti mittere” (Plauto). Ennio se permite escribir “conveniunt... tela tribuno”. Un ejemplo esclarecedor del desarrollo lo proporciona la construcción de dativo con la expresión manus tendere. Los prosistas clásicos se limitan a emplear dativo perso­nal: “Romanis de muro manus tendebant” (César, B. G., 7, 48, 3); cf. “manus diis immortalibus tendere” (Cic.). En el lugar de diis introduce Virgilio cáelo: “cáelo palmas tetendit”. Una vez estable­cida en latín esta posibilidad sintáctica, fue estimulada por la ma­yor libertad del griego en el empleo locativo del dativo final; de ahí el virgiliano “it clamor cáelo”; cf. “facilis descensus Averno”, “pe- lago dona praecipitare”, etc.

Hemos considerado hasta aquí el dativo como expresión del in­terés o implicación en una acción verbal. Los usos examinados se extendieron a los correspondientes adjetivos verbales, que actuaron como focos en torno a los que se fueron agrupando una gran can­tidad de adjetivos latinos que pasaron así a regir dativo. Grupo des­

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tacado lo constituyen los adjetivos que denotan proximidad (pro- pinquus, adfinis, vicinus, etc.), así como los de semejanza (similis, par, aequalis, congruens, aptus, etc.), amistad (amicus, carus, be­névolas, fidus, etc.), y sus opuestos.

El ablativo

El ablativo latino, según hemos visto ya en el capítulo preceden­te, es un caso sincrético que ha asumido las funciones del antiguo ablativo, las del instrumental y las del locativo, por ello nuestro análisis de los usos latinos debe ajustarse a esa misma tripartición.

El ablativo propio. Este caso indica el punto de partida de una acción. Puede representarse así: |->. El simple ablativo se conser­va en nombres de ciudades y de ciertas islas, en las expresiones domo y rure, así como en algunas fórmulas estereotipadas como manumitiere, cedere loco, etc. De manera general, en cambio, se tendió a reforzar el sentido local por medio de preposiciones tales como ab, ex, de, etc. Si éstas se funden con el verbo para formar verbos compuestos, el simple ablativo puede mantenerse: “patria hac ecfugiam”, “oppido eicere”, “portu exire”, “castris producit. exercitum”. Por el contrario, es difícil encontrarlo con verbos sim­ples: “primus cubitu surgat” (Catón); la poesía, naturalmente, lo usó con profusión por su tendencia a librarse de las palabras innece­sarias, que por su propia naturaleza llevan escasa carga emocional

El ablativo se emplea también en expresiones que indican pro­cedencia u origen; “genere quo sim natus”, “sanguen dis oriundum”, “humana matre natus”, etc. También aquí se mantiene el simple ablativo en poesía y en la época arcaica, si bien ya en ésta encontra­mos las preposiciones (“quo de genere natus est”, Plauto) que más tarde serán habituales. El desplazamiento relacional dio lugar a abla­tivos adnominales de origen: “Periphanes Rhodo mercator dives” (id.), “Philocratem ex Alide” (id.); “video ibi hospitem Zacyntho” (id.).

El así llamado ablativo de separación es simplemente una sub- variedad léxica del ablativo propio. Se encuentra con verbos de man­tener lejos, alejar, etc.: “ut te ara arceam” (Pac.); “interdicere igni et aqua”; “abstinere nupta, vidua, virgine”; “anima privabo virum”, etc. Esta clase de ablativos se encuentran también con adjetivos de significado paralelo; “expers metu”; “virginem dote cassam” (Plau­to); “arce et urbe orba sum” (Ennio); “Roma... recentes” (Cic.). cf. “recentem caede locum” (Virg.).

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El ablativo de comparación se desarrolló a partir del ablativo propio expresando el punto con relación al que se juzgaba a otro objeto. En latín arcaico la construcción con ablativo es mucho me­nos frecuente que la de quam, limitándose en la generalidad de los casos a: (1) expresiones negativas o virtualmente negativas de los tipos nihil hoc homine audacius y quis homo est me hominum mi- serior; (2) expresiones del tipo melle dulcior; y (3) expresiones nu­méricas tras plus, minus, etc. En la comparación ordinaria del tipo “Cicerón es más elocuente que César” el ablativo comparativo no se usa en la época arcaica. Aun en los prosistas clásicos la mayor parte de los ejemplos corresponden a expresiones negativas o cuasi- negativas. Los poetas muestran cierta preferencia por el ablativo frente a la un tanto pesada construcción con quam, si bien tampoco en este caso se puede excluir la influencia de los modelos griegos. De todos modos, persiste a todo lo largo de la latinidad la tenden­cia a expresar las comparaciones reales por medio de la construc­ción de quam y a reservar el ablativo de comparación para las expre­siones (elativas> del tipo nive candidior, que en realidad debemos traducir, en un plano de igualdad, por “tan blanco como la nieve”. En la época tardía, cuando ya la evolución fonética había borrado las distinciones casuales, el ablativo de comparación fue desplazado por nexos preposicionales, ab aparece tempranamente: se encuentra tras secundus en Horacio y tras alter en Virgilio. Un ejemplo tem­prano de empleo tras un comparativo es “nec Priamost a te dignior ulla nurus” (Ov., Her., 15, 98). En época posterior, cuando áb se confundió con ad, se la reemplazó por de en los empleos compara­tivos. El primer ejemplo de esta construcción, origen de expresiones romances como plus de, aparece en las Vitae Patrum (siglos iv -v ): “plus facitis de nobis”.

El instrumental-sociativo. Este caso expresa “asociación” : “estar con, llevar con”, etc. Puede simbolizarse así: Esta funciónresulta más visible en los verbos de juntar y mezclar (“tignum iunc- tum aedibus”, X II Tablas; “vinum miscere aqua”) . De “llevar en com­pañía” es fácil la transición a “comparar”, “coincidir” y “discordar” : “oratio verbis discrepat sententiis congruens” (Cic.). “Junto con” lleva naturalmente a “compartiendo con” : “quin sermone suo ali- quem participaverit” (Plauto, Mil., 263); “communicabo semper te mensa mea” (ibid., 51). El ablativo sociativo se emplea también para referirse a la persona o personas en cuya compañía se realiza una acción. El simple ablativo se usa todavía en expresiones milita­res del tipo ómnibus copiis (“exitum est maxuma copia”, Plauto). Desde la época más antigua, sin embargo, se reforzó el ablativo so­

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ciativo con la preposición cum, y ello era de regla en el caso de sus­tantivos personales no acompañados de un adjetivo.

Un caso especial es el ablativo de circunstancia concomitante: Caesare duce, magno comitatu, clamore magno, luna silenti, inimico omine, etc. También aquí tiende a instalarse cum: “magno cum pe- riculo optuma opportunitate advenís” (Plauto). Por medio de un desplazamiento de relaciones, el ablativo de circunstancia acompa­ñante queda ligado a un nombre. De ahí surge el ablativo de cuali­dad: “summa virtute adulescens”; “cano capite atque alba barba miserum me” (id.). Puede usarse predicativamente: “ut tu es gra- dibus grandibus” (id.), “forma lepida et liberali est” (id.). También en este caso encontramos cum ya en el latín arcaico: “quis hic est homo cum conlativo ventre atque oculis herbéis” (id); “probo et ñdeli et ñdo et cum magna fide” (id.).

Los usos instrumentales del ablativo están estrechamente conec­tados con los sociativos; así, “nostro serviré nos sibi censet cibo” (Plauto, Poen., 810) puede interpretarse “cree que somos sus escla­vos, junto con nuestra comida”. Intrínsecamente el instrumental era posible con nombres personales. El latín, sin embargo, tendió a reservar el simple ablativo instrumental para cosas y a expresar los instrumentos personales con per y acusativo: virgis caedere, oculis cernere, senio confectus, maledictis deterrere, etc. Ciertas subvarie­dades léxicas exigen mención particular. Encontramos ablativos ins­trumentales con verbos de llenar, abundar en y similares (amore abundas, frumento affluere, vino scatere, etc.) y con los adjetivos correspondientes (plenus, refertus, fecundus, etc.). El instrumental se encuentra también con verbos de nutrirse y gozar de, como ves- cor; sin embargo, no puede precisarse si esta construcción es here­dada en el caso de los verbos fruor y utor (los más antiguos ejem­plos de acusativo aparecen en Catón). usus est atrajo a su órbita al semánticamente próximo opus est, que estrictamente requeriría un genitivo, potiri se construía en época arcaica con un instrumento, “apoderarse por medio de”. En latín arcaico lleva también acusati­vo (sobre el genitivo véase supra). El instrumental indoeuropeo con fungor no está atestiguado en latín arcaico, en el que este verbo lleva acusativo. La influencia de utor y fruor parece ser la responsa­ble de la reintroducción (por vez primera en ad Herennium) del instrumental con fungor. También al simple ablativo instrumental se fueron añadiendo gradualmente en la latinidad tardía preposicio­nes reforzantes: ab, ex, cum, in, y, sobre todo, de.

Deben clasificarse también como usos instrumentales los abla­tivos locales del “camino por donde” (recta porta invadam, iré pu­blica via, y con elipsis de via, ea, hac, recta, etc.) y los ablativos del precio por el que se adquiere una propiedad (“quantillo argenti te

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300 in t r o d u c c ió n a l l a t ín

conduxit” (Plauto); “tribus nummis locavi”, etc.). Esta zona de uso sufrió cierta mengua por obra de las expresiones genitivales de va­lor (véase supra); tanti, quanti, pluris y minoris se encuentran en expresiones de precio. Por otra parte, un ablativo de valor aparece en latín tardío con el verbo valeo.

Aparece el instrumental con expresiones que significan “superar” (“por medio de”, “en”) : “divitiis superare”; “cave sis te superare siris faciendo bene” (Plauto); “vincere cervom cursu” (id.). A par­tir del instrumental en esta clase de expresiones se desarrolló el ablativo de referencia; “numquam victus est virtutei” (“nunca fue vencido en cuanto a virtus”, CE, 9, 4); “sicut... praestitimus pul- chritudine” (Plauto, Poen., 1193), etc. Este tipo de instrumental se encuentra también con adjetivos comparativos en giros como maior natu, que lleva de modo natural a natu granáis, etc. Una cierta con­tribución a la formación de esta categoría puede deberse a los abla­tivos de cualidad: “nescio ut moribus sient vostrae” (“cómo son de carácter vuestras mujeres”, id., Most., 708) difícilmente podría se­pararse de “antiquis adulescens moribus” (id., Capt., 105). Entre los verbos que indican superioridad e inferioridad y los que indican distancia hay una relación asociativa obvia: “alio intervallo dista­re” (Cic.). Así se formó la base del empleo del ablativo en las ex­presiones de distancia; “milibus passuum sex a Caesaris castris sub monte consedit” (César, B. G., 48, 1); carácter similar tiene el abla­tivo empleado con consisto en B. G., 2, 23, 4. Más tarde este uso se extendió a verbos de movimiento (y alejamiento): “xvn milibus passuum ab urbe secessit” (Plinio, Ep., 2, 17, 2).

El ablativo de modo es una variedad léxica del sociativo de cir­cunstancia acompañante o del instrumental: dolo “con un engaño”, arte, astu, audacia, iniuria, vitio, silentio; “adire blandís verbis”; “cum ea sermonem nec ioco, nec serio habeas” (Plauto). cum se añade frecuentemente al ablativo de modo; “cum clamore, cum in- vidia summa” (id.). En el latín clásico se estableció como norma obligatoria el uso de cum con nombres aislados, en tanto que el nombre calificado por un adjetivo podía prescindir de la preposi­ción. Las transgresiones aparentes de esta regla se deben al hecho de que algunos de los más comunes ablativos de modo se habían petrificado en cuasi-adverbios: arte, modo, casu, etc. Un antiguo recurso estilístico era la determinación de un verbo por un nombre etimológicamente relacionado con él en ablativo de modo: “aequo... censetur censu” (id.); “fugit maxuma fugella” (Catón); “curro cur- riculo” (Plauto), cf. “curriculo sequi”. Estas fórmulas hechas se conservaron en las lenguas especiales, en la lengua popular y en los autores arcaizantes.

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GRAMÁTICA í íISTÓíí ICO-COMPARA DA 301

El ablativo de causa puede remontarse tanto a los usos instru­mentales como al puro ablativo de origen: “is aegritudine emor- tuost” (id.); “amore perire”; “lacrumare gaudio”; “nimis sermone huius ira incendor” (id.). El ablativo de “materia” puede también tener un origen doble. Ejemplos como “cupam materia ulmea... facito” (Catón) y “nescit quid faciat auro” (Plauto) sugieren un origen instrumental. Estos simples instrumentales resultaban com­parativamente raros, y la tendencia clásica a introducir la preposi­ción ex (“statua ex aere facta”) sugiere que, al menos para el Sprachgefühl romano, se trataba de ablativos de origen. El empleo con nombres no materiales, como en “quid eo fecisti puero?” (Plau­to), “de fratre quid fiet?” (Ter.), es coloquial.

El ablativo locativo. Este caso expresa “lugar en donde” y “tiem­po cuando”. Los antiguos ablativos locativos fueron reemplazados en gran medida en el período preliterario por construcciones pre­posicionales con ablativo, manteniéndose el simple ablativo princi­palmente con los nombres de ciudades y algunos otros de significa­do local. Los únicos ejemplos seguros que se encuentran en latín arcaico están limitados a la palabra locus: “homo idem duobus locis ut simul sit” (Plauto). Más tarde parte (Rhet. ad Her.) y regione (César) siguen el ejemplo de loco. Estos y otros nombres calificados por medias, imus y summus agotan el uso clásico en este punto, pero en la prosa postclásica se amplió notablemente el dominio del ablativo local sin acompañamiento alguno. La poesía y la prosa poética se permitieron mayor libertad; así, “densantur campis horrentia tela virorum” (Etimo), cf. “nébula campo quam montibus densior sederat” (Livio). El ablativo acompañado por to­tas se usa para indicar “lugar dentro del que” : “toto me oppido exanimatum quaerere” (Ter.); “omnes festinant intus totis aedibus” (Plauto, Cas., 793). Este uso toca de cerca a los instrumentales del “camino por el que” (véase supra).

El simple ablativo locativo de tiempo es frecuente con nombres de significación temporal: aestate, hieme, primulo, crepúsculo, mane, nocte, tertiis nundinis, etc. El locativo puede indicar también “tiem­po dentro del cual”, si bien ha de notarse que casi todos los ejem­plos se refieren a expresiones negativas o virtualmente negativas: “ñeque edes quicquam ñeque bibes his decem diebus” (Plauto); “anno vix possum eloqui” (id.). Al emplearse la construcción en sentido afirmativo se hacía posible una nueva interpretación: me hoc triduo éxpecta “espérame tres días a partir de ahora”; hoc tri­duo venit “ha venido en tres días a contar desde hoy”, es decir, “hace tres días”. Ejemplos antiguos son “emi istanc anno uxori meae” (id.); “his annis paucis ex Asia missus est” (Gayo Graco).

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302 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

En expresiones negativas como “...ut triduo hoc perpetuo e lecto nequeat surgere” (Ter.) el ablativo puede ser interpretado como si significara extensión de tiempo: “no puede levantarse del lecho du­rante estos tres días”. Al igual que su correspondiente espacial, esta construcción se originó en casos en que el nombre estaba apoyado por el adjetivo totus: “quoi bini custodes semper totis horis occu- bant” (Plauto); “tota perducere vita... foedus amicitiae” (Catulo); cf. “...ut eo tempore omni Neapoli fuerit” (Cic.); “tota nocte con- tinenter ierunt” (César). La construcción fue ganando terreno gra­dualmente hasta que vixit annis... se convirtió en la fórmula predo­minante en los epitafios. Incluso César ofrece ejemplos como “hoc cum esset modo pugnatum continenter horis quinqué” (B. C., 1, 46, 1). Nótese que en este caso el valor durativo está subrayado por continenter (cf. perpetuo en los ejemplos de Terencio citados más arriba).

Los nombres que no tenían significación temporal requerían nor­malmente, incluso en latín arcaico, el apoyo de la preposición in, si bien en Plauto se encuentra tanto nuptiis como in nuptiis. La construcción se propagó gradualmente en la lengua popular a los nombres de significación temporal (in tempore, Ter.) hasta que en latín tardío in nocte, etc., se convirtió en el tipo normal de expre­sión. La preposición aparece también en las expresiones de “tiempo dentro del cual” : “illum confido domum in his diebus me reconci- liassere” (Plauto); cf. “in diebus paucis” (Ter.). La preposición es de regla en el uso clásico para las expresiones distributivas: “ter in anno” (Plauto); “bis in die” (Cic.). Sin embargo, en los autores no clásicos y especialmente en los postclásicos aparece también el tipo bis die, septiens die, etc.

El ablativo absoluto. Esta construcción se originó en frases en las que un nombre en ablativo estaba determinado por un adjetivo, y en particular por un adjetivo verbal. El ablativo podía tener cual­quiera de las funciones ya examinadas. La mayor contribución fue sin duda la del instrumental-sociativo de persona o circunstancia acompañante: “me quidem praesente numquam factumst” (Plau­to); “tute istic (dixisti), etiam astante hoc Sosia” (id.); “Atticus quídam olim navi fracta ad Andrum eiectus est” (Ter.). Sin embar­go, también los ablativos de instrumento, modo, causa, tiempo, cua­lidad, etc., desempeñaron un papel. El nombre puede estar deter­minado por un adjetivo (me vivo) o por otro nombre (me auctore, Caesare duce). De los participios predomina el de perfecto, siendo el de presente relativamente raro en latín arcaico, excepto en fór­mulas fijas, como me praesente y me absenté. En ocasiones encon­tramos construcciones absolutas en las que se ha suprimido el

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 303

sujeto. Tienen éstas cierta afinidad con los ablativos de modo de participios de perfecto sustantivados, tales como mérito, consulto, sortito, etc. auspicato, en Plauto, Pers., 607, es un ablativo de modo: “con (buenos) auspicios”. En Ter., Andr., 807, sin embargo, haud auspicato puede interpretarse como “sin haber tomado los auspi­cios”. El primer ejemplo que no ofrece duda es Cl. Quadr., fr. 12: “impétrate prius a consulibus ut in Gallum pugnare se permitterent”. La construcción es infrecuente en la prosa clásica (nunca se da en César), pero gana terreno con Livio y los autores subsiguientes.

E l ve r b o

Los tiempos

El indoeuropeo, como hemos visto en el capítulo anterior, no ha­bía desarrollado la categoría gramatical de tiempo; los llamados “temas temporales” indicaban diferentes “aspectos” de la acción verbal. El latín, en cambio, desarrolló un sistema gramatical com­pleto de referencias al presente, pasado y futuro en cada uno de sus dos temas aspectuales, indicando también cuidadosamente las relaciones cronológicas entre los acontecimientos escalonados en el tiempo. También ésta fue una innovación latina que el griego no conoce. [ N o ta 45.]

El tema durativo

El presente. El tema de presente indica lo que está producién­dose en el momento en que se habla, aunque la acción haya co­menzado con anterioridad: “iamdudum tacitus te sequor” (Plauto); “triennium iam hiñe abest” (id.). Los acontecimientos pretéritos pueden presentarse como si tuvieran lugar ante los ojos del oyente, supliéndose la referencia temporal por el contexto. Se trata del “pre­sente histórico”, funcionalmente equivalente al perfecto aorístico (véase infra), y que muy raramente ocupa el lugar de un imperfec­to. En época tardía, sin embargo — a partir de Petronio— , se hace un uso más indiscriminado del presente histórico. Es un rasgo ya antiguo de la lengua coloquial muy utilizado por los analistas. Su vivacidad y sencillez lo hicieron también apropiado para la lengua poética, y es particularmente corriente en la lengua del drama, fiján­dose la estructura temporal por medio de perfectos introductorios o a modo de conclusión. El futuro, de modo similar, puede ser no­tado por medio de un presente, especialmente con verbos d§ movi­

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304 INTRODUCCIÓN AL LATIN

miento: “ego hos conveniam; post huc redeo” (Ter.); “mane istic: iam exeo” (Plauto); “in ius voco te :: non eo” (id.); cf. “tuemini, inquit, castra...; ego reliquas portas circumeo et castrorum prae- sidia confirmo” (César, B. C., 3, 94, 5). Tenemos, por último, el así llamado uso “acrónico” del presente (“ahora y siempre”) : “facile omnes quom valemus recta consilia aegrotis damus” (Ter.); “dulce et decorum est pro patria mor!” (Hor.).

El imperfecto. El pretérito del durativo —el imperfecto— no tenia, estrictamente hablando, nada que ver con la duración actual del acontecimiento de referencia, del mismo modo que en caste­llano uno y el mismo acontecimiento puede ser objeto de referen­cia como retazo de la historia (“¿Qué plantaste ayer en el jardín?’.’) o representado como en su desarrollo ante los ojos del oyente (“¿Qué estabas plantando ayer en el jardín?”). Así, el imperfecto, pretérito del aspecto del “testimonio ocular”, se usa primariamen­te en descripciones a las que se quiere infundir vida: “lacrimas ta- citus auscultabat” (Plauto); “ut trepidabat, ut festinabat!” (id.). A partir de esta función básica se desarrolló el uso como expresión de la acción habitual (“optumi quique expectabant a me doctrinam sibi”, id.), y de la acción repetida (“cottidie accusabam”, Ter.; pero nótese el habitual saepe dixi). El uso del imperfecto para expresar tiempo relativo, es decir, acción contemporánea de otra acción, es también un fenómeno secundario. Por otra parte, resulta dudosa la oportunidad de establecer las subcategorías de imperfecto ingre­sivo y conativo. Tienen éstas su origen en las dificultades que pre­senta la traducción a lenguas que no tienen, o han desarrollado de modo distinto, las categorías gramaticales del aspecto. Así, tune dentes mihi cadebant primulum significa propiamente “yo estaba con los dientes cayéndome” (aspecto del “testimonio ocular”). En español traducimos “los dientes empezaban a caérseme” y los gra­máticos catalogan este uso como “ingresivo”. De modo similar, eos captabant significa “estaban en el proceso de cogerlos”. En cas­tellano traducimos “estaban intentando cogerlos”, y los gramáti­cos establecen el apartado titulado “imperfectum de conatu”.

El futuro. El tema empleado para referirse fácticamente a acon­tecimientos futuros se desarrolló, como hemos visto, a partir de antiguos subjuntivos y desiderativos. Podemos todavía observar numerosos restos del antiguo valor modal. El valor prospectivo (véase infra) es evidente en ejemplos como “haec erit bono genere nata”; “dicet aliquis” (Cic.); “si viderit, gnatam non dabit”. Estos futuros prospectivos se emplean en expresiones gnómicas: “virgo atque mulier nulla erit quin sit mala” (Plauto). Abundan también

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMP ARADA 305

los usos voluntativos, especialmente en la lengua coloquial: “tu, miles, apud me cenabis” (id.); “tu cavebis ne me attingas” (id.); “numquam edepol viva me inridebit” (id.); “quae opus sunt domi- nus praebebit” (Catón). A veces este futuro voluntativo alterna con el imperativo: “depsito bene... postea magis depset” (id.).

El tema de perfecto

El perfecto latino [ N o t a 46] asume las funciones del aoristo y del perfecto indoeuropeos. En cuanto aoristo, el perfecto de indi­cativo se refiere a un acontecimiento como a un retazo de la his­toria sin más calificación, prescindiendo de su duración actual (“hae permanserunt aquae dies complures”, César). Puede usarse tam­bién con referencia a cualidades duraderas (“qui proximi Océano fuerunt hi insulis sese occultaverunt”, (id.) y a acciones repetidas (saepe dixi, etc.).

El empleo gnómico aparece ya en Plauto (saepe is cantor captus est), pero este desarrollo original fue estimulado en gran medida por el ejemplo del griego. En la prosa son sus principales expo­nentes Salustio, Séneca y Tácito (“avaritia pecuniae studium habet quam nemo sapiens concupivit”, Salustio).

El “perfecto-presente” indica el estado resultante de una acción. Esto resulta claro en formas antiguas como memini y odi, que tienen exclusivamente significado presente (cf. perii, “soy hombre muer­to”, etc.). A menudo el perfecto indica que la acción ha pasado ya y está cumplida: “actum est, viximus, floruimus”, cf. “vixerunt!” (anunciando la ejecución de los cómplices de la conspiración de Ca- tilina) (Cic.), “fuimus Troes, fuit Ilium” (Virg.). El imaginar como presente un estado futuro confiere viveza a la expresión: “si offen- dero, periisti” (Ter.). Sobre las perífrasis de perfecto véase p. 171.

El pluscuamperfecto, como pretérito del perfecto [N ota 47], indi­ca el estado pasado. En latín, sin embargo, este valor se observa so­lamente en las formas pretéritas de “perfectos-presentes” del tipo odi, memini. En la mayor parte de los casos la función de este tiem­po es expresar la prioridad de un acontecimiento pasado con rela­ción a otro acontecimiento pasado; “alium me fecisti, alius vene- ram” (Plauto). Este escalonamiento en el tiempo no tenía expresión formal en indoeuropeo, e incluso en latín se descuida a menudo: “quam duxit uxorem ex ea natast haec” (id.). El uso del perfecto, incluso con referencia a acontecimientos anteriores, es de regla en la época clásica en oraciones temporales introducidas por postquam, ubi, ut (p. 328). La elipsis de la expresión del terminus ante quem en frases como “fugitivos ille, ut dixeram ante, vendidit” (id.) “non te

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provideram” (id.) fue el punto de partida de un proceso gradual de interferencia en el perfecto por parte del pluscuamperfecto: “eam osculantem hic videras” (id.); “quanti hosce emeras” (id.). Que este uso tenía un tinte coloquial resulta evidente del hecho de que Ci­cerón raramente lo usa a no ser en su correspondencia. Su frecuen­cia creciente en el latín posterior se vio estimulada por la ambigüe­dad fonética de formas como vidit, etc. (recuérdese la pérdida de -í final, véase p. 163).

El futuro perfecto raramenté expresa el estado futuro, salvo como futuro de los perfectos de significación presente: meminero, novero, odero. Se usaba normalmente para indicar prioridad de un acontecimiento futuro con relación a otro acontecimiento futuro, empleo que no precisa ejemplificación. La distinción entre los dos futuros resulta borrosa ya en Plauto, cuyo uso aparece a menudo gobernado por consideraciones métricas; en efecto, las terminacio­nes del futuro perfecto proporcionan una cláusula apropiada al trí­metro y al septenario: "vos tamen cenabitis, / cena ubi erit cocta; ego ruri cenavero” (Plauto, Cas., 780). Como futuro de un tema de aoristo el futurum exactum se opone a veces claramente al futuro del infectum desde un punto de vista aspectual: “hanc miserrimam vitam vel sustentabo vel, quod multo est melius, abiecero” (Cic.). Este uso es coloquial y arcaico. En el período postclásico observa­mos, además, el desarrollo de un empleo deliberativo: “occidi ius- sero?” (“¿mandaré que lo maten?”, Séneca).

Los m o d o s [ N o t a 48]

El subjuntivo

El verbo indoeuropeo, según hemos visto en el capítulo anterior, tenía una serie de recursos morfológicos para expresar diferentes modos de referencia a los acontecimientos. Usando el modo indica­tivo el hablante hacia una referencia objetiva a los hechos, afirman­do que la situación era ésta o esta otra. Los otros modos expresaban diversas actitudes en relación con los acontecimientos o estado de cosas de referencia; el subjuntivo expresaba de modo general (a ) vo­luntad (subjuntivo volitivo) y (b ) probabilidad o expectación (sub­juntivo prospectivo); el optativo indicaba (a) deseo y (b ) contin­gencia (optativo potencial). Según hemos visto ya, estos dos modos se fundieron en latín, por un proceso de sincretismo, en uno solo, el subjuntivo, con características morfológicas derivadas del sub­juntivo y optativo de la lengua madre y numerosas innovaciones particulares. Esta variedad morfológica podría de por sí llevarnos a

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 307

esperar una multiplicidad funcional, y esto es lo que de hecho re­velan los textos más antiguos. Por ello, el intentar establecer la “unidad del subjuntivo latino” y el delinear, por medio de una elec­ción plausible pero arbitraria de ejemplos, una cadena de desarrollo a partir de la “función primitiva”, viene a quedarse en un puro ejercicio de ingenio. Es éste un tipo de investigación propio de los etimólogos, quienes derivan los significados concretos de las pala­bras en los contextos observados de una “Urbedeutung” un tanto vaga de la raíz. Dado el hecho del parentesco con otras lenguas, ta­les como el griego, y las supervivencias morfológicas evidentes del subjuntivo y optativo indoeuropeos, lo más seguro será dar por sentado que algunas de las funciones de estos modos sobrevivieron en el primitivo latín y hacer de estas funciones antiguas la base de nuestro breve y sumario análisis y clasificación, del mismo modo que ordenamos las múltiples funciones del ablativo según el esque­ma de ablativo, locativo e instrumental. La distinción funcional en­tre voluntad y deseo y entre prospectivo y potencial es, desde luego, delicada, y muchos de los ejemplos admiten interpretaciones diver­sas. Conviene recordar que los temas “temporales” no expresaban en origen relaciones de tiempo. Ahora bien, resulta especialmente característico del latín su continuo avance hacia una precisa dife­renciación de las relaciones temporales dentro de los modos.

1. Volitivo (orden, consejo, etc.). La primera persona del plu­ral (eamus, “vayamos”, “tenemos que ir”) es más frecuente que la del singular: ostende: inspiciam “muéstramelo: quiero verlo”, “que lo vea” (Plauto, Poen., 1075); cf. “videam modo mercimonium” (id., Pers., 542); “quod perdundumst properem perdere” (id., Bacch., 1049).

En la segunda persona del singular el subjuntivo es frecuente en latín arcaico como equivalente — ¿tal vez atemperado?— del imperativo. Más tarde este tipo (facías) es coloquial y poético. En Cicerón está prácticamente limitado a la correspondencia (nótese también “isto bono utare dum adsit, cum absit ne requiras”, De sen., 33). La tercera persona es de uso común en todas las épocas. Mucho más rara es la segunda persona del plural: velitis iubeatis Quirites. El tiempo empleado es normalmente el presente; perierint (Plauto, Stich., 385) es el imperativo del “perfecto-presente” perii “estoy perdido”. El perfecto es algo más corriente en la pasiva: “hoc sit nobis dictum” (Cic., De invent., 2, 50). En el latín arcaico estos subjuntivos yusivos están frecuentemente introducidos por ut(i), que en origen significaba “de algún modo” : “proin tu ab eo ut ca- veas tibi” (Plauto, Bacch., 739); “sed uti adserventur) (id., Capt., 115). En esta esfera de empleo encontramos ejemplos del desarrollo sis­

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temático latino de gradaciones temporales. Así, el imperfecto se usa como volitivo del pasado: “si volebas participan, auferres dimi- dium domum” (“debías haber tomado”, id., Truc., 748); cf. Cic., Pro. Ráb. Post., 29. El pluscuamperfecto es más frecuente en latín clásico que el imperfecto: “quid facere debuisti?... rettulisses”, etc. (id., In Verr., 2, 3, 195). Una vez que quedó establecido este uso del pluscuamperfecto, el imperfecto, por oposición, pasó a emplearse para designar la obligación presente.

Para las “prohibiciones” el latín arcaico disponía de los siguien­tes modos de expresión:

I) ne time. Conservó carácter coloquial y poético.II) ne facías (cave facias). También típico de la lengua colo­

quial. El único ejemplo seguro en la prosa clásica es el pasaje del De senectute citado más arriba, caso que ha de explicarse por la cuidadosa concinnitas y el equilibrio quiástico del período. El fre­cuente empleo de este giro en Frontón y Apuleyo puede considerar­se uno más de sus manierismos arcaizantes.

III) ne feceris. Es un tipo raro en la tercera persona del singu­lar, si bien hay un cierto número de ejemplos con nemo: “satui semen... mutuum dederit nemini”. (Catón, Agr., 5, 3). La distinción entre el presente y el perfecto de subjuntivo en prohibiciones puede haber sido en origen de “aspecto” : ne facías “deja de hacer”, ne feceris “que no se te ocurra hacer”; sin embargo, la distinción se habría borrado en gran medida ya en el latín arcaico. El perfecto no conoce un uso amplio en el latín clásico. César lo evita y hay un solo ejemplo en los discursos de Cicerón, si bien es más abundante en las cartas y en las obras filosóficas y retóricas.

IV) El giro característico de la “urbanidad” clásica, noli facere, estaba ya ampliamente desarrollado en latín arcaico.

El subjuntivo en interrogaciones es a menudo difícil de clasifi­car. Así, Ernout y Thomas interpretan “an ego occasionem... amit- terem?” (Ter., Eun., 604-6) como subjuntivo de posibilidad y tradu­cen “pouvais-je laisser échapper l’occasion?”. Sin embargo, las interrogaciones asumen generalmente, por una especie de asimila­ción anticipatoria, la forma de la respuesta esperada, o bien expe­rimentan la influencia de la frase que provoca la interrogación. Esta consideración puede servir de guía a nuestro análisis. Así, eloquar an sileam? espera una respuesta del tipo site (sileas), es decir, una forma de orden o mandato, no una predicción de acontecimientos. Estos subjuntivos, deliberativos, tienen, por tanto, un carácter cla­ramente volitivo. Lo mismo puede decirse de los subjuntivos sus­citados por una orden: “sequere :: quo sequar?” (Plauto, Bacch., 406). La fuerza volitiva inherente al subjuntivo puede ponerse en

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g r a m á t ic a h is t ó r ic o -c o m p a r a d a 309

relieve por un vis intercalado: “redde huc sis :: quid tibi vis red- dam?”. También en esta construcción se usa el imperfecto para tras­poner la acción al pasado: “quid agerem? :: adulescenti morem ges- tum oportuit” (Ter., Adel., 214); “an tu tetigisti has aedis? :: cur non tangerem?” (Plauto, Most., 454). Es muy raro el empleo del pluscuamperfecto con este sentido: “egone ut beneficium accepis- sem contumeliam” “¿debía yo recibir este insulto como un favor?” (Cic., Ad Att., 15, 11, 1). El futuro de indicativo con valor volitivo aparece a menudo en lugar del presente de subjuntivo: “salta sic :: ego saltabo?” (Plauto, Hiera., 198). La respuesta deliberativa a una orden puede tener un tono de indignación y protesta. Ejemplos típicos son: “intus serva :: ego intus servem!” (id., Aid., 81); “meum collum circumplecte :: ten complectatur!” (id., Asín., 696). Encon­tramos este uso también proyectado hacia el pasado; asi, con el imperfecto: “ille daret illi!” (Ter., Phorm., 120); con el perfecto: “ille aedis emerit!” (Plauto, Most., 1026 d).

El matiz de indignación y protesta se desprende del contexto y del tono de la voz y no es inherente al subjuntivo, que, según hemos visto, tiene carácter volitivo. Sin embargo, dado que este tipo de expresión llegó a usarse para hacer frente no sólo a órdenes, sino también a afirmaciones, hay cierta justificación para establecer una subcategoría que podemos designar “subjuntivo de repudio” : “vir ego tuos sim!” (id., Amph., 813); “egon haec patiar aut taceam!” (id., Asin., 810); “tecum fui :: tun mecum fueris!” (id., Amph., 818). De este modo este uso va derivando gradualmente hacia el subjun­tivo de “cita”, el subjuntivo “oblicuo” : “quid fecit? :: quid ille fe- cerit...” “ ¡preguntas qué ha hecho!” (Ter., Ad., 84).

Algunos de los ejemplos citados en este apartado resultan am­biguos. Así “egone ut haec conclusa gestem clanculum? ut celem patrem.., tua flagitia” (Plauto, Bacch., 375) tendría como traducción más lógica “cómo podría yo ocultar tus desaguisados”, es decir, con valor potencial. Del mismo modo “somnium I utine haec ignorare! suom patrem?” (Ter., Phor., 874) podría traducirse “ ¡sueños! ¿cómo podría ella desconocer a su propio padre?” (potencial), o tal vez “a buena hora iba ella a desconocer a su padre!” (repudio).

Otra derivación del subjuntivo volitivo es el empleo con valor permisivo: “ubi illum quaeram gentium? :: dum sine me quaeras, quaeras mea causa vel medio in mari” (“puedes buscarlo en mitad del mar”, Plauto, Epid., 678). El uso concesivo, estrechamente liga­do al precedente (“aunque...”), no se desarrolla plenamente hasta el latín clásico. El ejemplo más antiguo es “sane sint superbi; quid id ad nos attinet” (Catón, p. 25, 4; Jordán). El empleo correlativo del perfecto de subjuntivo con referencia al pasado no se encuentra has­ta Cicerón: “fuerint cupidi, fuerint irati” (“admito que se dejaron

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llevar por la avidez, por la ira...”, Pro Q. Lig., 18). El subjuntivo con­cesivo lleva en su forma negativa rae, señal clara de su carácter vo­litivo.

2. Optativo (deseo). El simple subjuntivo se conserva en algu­nas fórmulas: di te ament, di bene vortant, valeas, salvos sis, etc.; sin embargo, en la mayor parte de los casos las expresiones de de­seo están introducidas por la partícula ut (en latín arcaico) o bien por su forma reforzada uti-nam, qué en origen significaban “de algún modo”. Tal es también el valor de la poco usada forma qui, instrumental del pronombre indefinido: “qui illum di omnes deaeque perdant” (Plauto, Cas., 279). El único ejemplo en latin clásico es “qui illi di irati [sint]” (Cic., Ad Att., 4, 7, 1). si y sic (“de este modo”) se encuentran de modo ocasional, especialmente en poesía, pero la aparición de la segunda de dichas partículas en petronio y en las lenguas romances hace sospechar que se trataba de un uso popular. El tiempo empleado es, en la generalidad de los casos, el presente de subjuntivo. En la primera persona raramente aparece sin utinam, si bien es más frecuente su omisión en imprecaciones: mo- riar, peream. La segunda persona aparece raramente en la prosa clásica. Poco frecuente es el perfecto de subjuntivo, siendo la mayor parte de los ejemplos arcaicos aoristos sigmáticos [Nota 49]: “ita di faxint”, “di te servassint”. Las formas en -r del perfecto de sub­juntivo son, en Plauto, mucho menos frecuentes (“ne di siverint”, Mere., 323). En ocasiones el perfecto es un verdadero “perfecto- presente”: “ut satis contemplata sis” (Ter., H. T., 617). La negación es normalmente ne, utinam. ne; se da también non, pero no en latín arcaico. También en la expresión de deseos encontramos a veces el futuro de indicativo con valor volitivo en lugar del subjuntivo: “dabunt di quae velitis vobis” (Plauto, Asin., 623); “di fortunabunt vostra consilia” (id., Trin., 576). La construcción clásica por la que deseos “irreales” o imposibles se expresan por medio del imperfecto de subjuntivo y, con referencia al pasado, del pluscuamperfecto está ya firmemente establecida en el latín arcaico. Sin embargo, se en­cuentran ejemplos de presente de subjuntivo expresando deseos pre­sentes (“utinam nunc stimulus in manu mihi sit”, Plauto, Asin., 418) y de imperfecto referido a deseos pasados (“utinam te di prius per- derent quam periisti e patria tua”, id., Capt., 537). La expresión de deseos irreales está casi siempre introducida por utinam, siendo la única excepción Catulo, 2, 9.

3. Prospectivo. Este antiguo valor del subjuntivo indoeuropeo ha dejado pocos restos, y algunos estudiosos han negado su existen­cia en latin. La distinción entre “yo creo que va a suceder tal cosa”

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 311

y el potencial “tal cosa podría suceder en circunstancias dadas” es, desde luego, delicada. En la primera persona (“quid ego cesso hos conloqui? sed maneam etiam opinor” (Plauto, Trin. 1135) el modo puede interpretarse sea como volitivo (“prefiero esperar”) o como prospectivo (“creo que voy a esperar”) . Un empleo claramente pros­pectivo es “ubi senex senserit sibi data esse verba, virgis dorsum dispoliet meum” (Plauto, Epid., 92). Sin embargo, en la mayor par­te de los casos el empleo del subjuntivo latino para la afirmación con reservas de un acontecimiento futuro es derivable del antiguo optativo potencial indoeuropeo. Un ejemplo ambiguo es “nec me miserior femina est ñeque ulla videatur magis” (id., Amph., 1060).

4. Potencial (Optativo). Es el modo de la expresión de los acon­tecimientos contingentes: tal cosa ocurriría o podría ocurrir en ta­les circunstancias. En el latín arcaico resulta sorprendente el escaso número de ejemplos que se encuentran sin ir acompañados de una cláusula condicional, siendo en una gran mayoría de los casos la forma velirn o sus compuestos nolim y málim. Esta restricción en el uso, comparada con la mucho mayor libertad observada en el grie­go y el sánscrito, ha llevado a algunos estudiosos (entre ellos Kroll) a derivar los usos potenciales latinos de expresiones de voluntad, deseo y “futuridad”. velim, según esta posición, no es más que una fórmula de cortesía. Y para ser una “fórmula de cortesía” el modo tiene que expresar un matiz significativo distinto al del indicativo como afirmación tajante de un hecho; se trata de la diferencia entre “me gustaría” y “quiero”. La explicación basada en la “fórmula de cortesía” hace realmente admisible en su conjunto la tesis. El que un antiguo uso indoeuropeo haya sobrevivido sólo en algunas fór­mulas más resistentes no supone dificultad teórica alguna, pode­mos recordar que en griego tardío el optativo sobrevió fundamental­mente en fórmulas como xa (p0LCb ( 1 yévoixo. Nuestra exposición, pues, debe tomar la forma de un catálogo del efectivamente redu­cido número de tipos de empleo. No tiene demasiado sentido dis­tinguir entre un potencial del tipo inglés “should/would” y uno del tipo “can”. La distinción no es inherente al modo; viene provocada, simplemente, por la traducción a lenguas que no tienen esas piezas en su maquinaria gramatical. Conviene terminar con las lamenta­ciones tradicionales y con la tiranía de las gramáticas de las dis­tintas lenguas modernas sobre la latina, El potencial, pues, se da:

a) En las formas velim, malim, nolim; ejemplos passim.b ) En la segunda persona impersonal, especialmente con verbos

de conocimiento y percepción: videos, audias, cernas, scias, invenías, censeas, possis, etc.

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312 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

c) La tercera persona de singular es rara en latín arcaico; “id flagitium meum sit” (Plauto, Bacch., 97) va seguido de una oración, de infinitivo que equivale a una prótasis; “quid sit hoc hominis?” (“¿qué clase de hombre puede ser éste?”, id., Amph., 576) es un desa­rrollo del subjuntivo de repudio (cf. “bonus est hic vir ;; hic vir sit bonus?”, Ter., And., 915). Con verbos de decir y creer se citan como los más antiguos algunos ejemplos de Terencio: “roget quis” 3 (Eun., 511); “quis non credat? (And., 489). Sin embargo, en la pro­sa clásica es más frecuente con este sentido el perfecto de subjunti­vo. El primer ejemplo, dixerit aliquis, aparece en Catón, pero fue Cicerón quien desarrolló este empleo, especialmente en sus obras filosóficas y retóricas y en sus cartas, como equivalente latino del optativo griego — conviene notar que César los evita— , primero en expresiones de decir y pensar y luego con otros verbos: “quis eum iure reprehenderit” (De fin., 1, 32). Este uso se extendió a las oraciones subordinadas en la latinidad postclásica (véase infra).

También en el caso del potencial arbitró el latín un medio de expresión del pretérito. El uso del imperfecto de subjuntivo con este valor es raro en Plauto, excepto en oraciones plenamente con­dicionales “scires” (“podías haber sabido”, Plauto, Cure., 331), “quo nunc ibas? :: exsulatum :: quid ibi faceres?” (id., Mere., 884); “mare velis florere videres” (Catón, 34, 4, J.). Este empleo de la segunda persona de singular impersonal es todavía muy escaso en Plauto y sólo a partir de Terencio se hace frecuente. La primera y tercera per­sonas fueron raras en todas las épocas en oraciones independientes; el tipo quis crederet se encuentra por vez primera en Cicerón. Tam­bién fue siempre infrecuente el perfecto con significado de pasado: "non illam vir prior attigerit” (Catón, 67, 20); “hoc dixerit potius Ennius” (Cic., De fin., 2, 41). “Themistocles nihil dixerit...” (id., De off., 1, 75); “qui ambo saltus eum... deduxerint” (Livio, 21, 38, 7). .

Las gradaciones de tiempo se desarrollaron de modo más sis­temático en las oraciones potenciales “irreales” (es decir, que ex­presan algo contrario a los hechos). El indoeuropeo no poseía me­dios específicos para la expresión de la “irrealidad”; el uso del presente, imperfecto y pluscuamperfecto de subjuntivo con los va­lores respectivos de futuro, presente y pasado es una innovación latina que se corresponde con la serie establecida para la expresión

3. Dado que en este caso el sentido es “supongamos que alguien pregunta”, podría considerarse el ejemplo como yusivo. Exactamente igual es “ atqui ali­quis dicat” (“y supongamos que alguno dice” , Ter„ And., 640), con el que po­demos comparar “ vendat aedes vir bonus” (“supongamos que un hombre hon­rado vende una casa” , Cic., De ofj., 3, 54). No deja de ser significativo con vistas a la interpretación yusiva el que el imperativo aparezca con valores similares (véase infra). El empleo que consideramos puede trasponerse también al pasa­do: “diceret «quid feci»” (“supongamos que hubiera dicho...” , Ter., And. 138).

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 313

de los deseos. En un primer momento, según hemos visto, el imper­fecto se usó como pretérito. Su acceso al valor de presente se pro­dujo por un proceso de reorganización en el que sirvió de contra­peso al pluscuamperfecto de subjuntivo, raro en latín arcaico especialmente fuera de oraciones plenamente condicionales (véase infra). Bennet cita sólo dos ejemplos independientes en Plauto y seis en Terencio.

El indicativo “irreal”

En ciertos giros el indicativo aparece usado con valor irreal. Te­nemos en primer lugar los modos retóricos de expresión que preten­den dar vida a la descripción de un acontecimiento presentándolo como presente o como cumplido, previniendo lo aparentemente ine­vitable por medio de circunstancias inesperadas: “praeclare vicera- mus, nisi spoliatum, inermem, fugientem Lepidus recepisset Anto- nium” (Cic., Ad jam., 12, 10, 3); “at ille... ferrum... deferebat in pectus, ni proximi prensam dextram vi attinuissent” (Tác., Ann., 1, 35). Cabe considerar también aquí el “solus eram, si non saevus adesset Amor” de Ovidio (Am., 1, 6, 34).

En otros casos la aparente contradicción inherente al indicativo irreal se explica por el alto grado de precisión del latín, porque cuando existe o ha existido una posibilidad, probabilidad, obliga­ción o conveniencia, la afirmación que a ella se refiera va, con toda lógica, en indicativo: possum “soy capaz”, potui “fui capaz”, “pude”, etc. De ahí el empleo “irreal” del indicativo con verbos como pos­sum, debeo, oportet, en frases como par, satius, melius est y con el gerundivo y el perifrástico futurus fuit “estuvo en condiciones de”. Por otra parte, si la posibilidad depende o ha dependido de una condición incumplida, resulta adecuado que la expresión asuma el colorido “irreal” del subjuntivo. No es preciso decir que esta sutil distinción lógica no se observaba con fidelidad. En la práctica, potui, etc., y potuissem, etc., se intercambiaban, siendo el subjuntivo más frecuente en la prosa clásica: “quid facere potuissem nisi cónsul fuissem?... cónsul esse qui potui nisi eum vitae cursum tenuissem” (Cic.). En el latín arcaico el uso de los tiempos es el lógico: satius est “sería mejor”; satius erat, fuit “habría sido mejor”. Sin embar­go, en la época clásica ya se habla producido el mismo desplaza­miento de referencia temporal que hemos observado en el subjun­tivo “irreal”, satius erat pasó a significar “sería mejor”. Para el pasado, sin embargo, se prefirió el perfecto al pluscuamperfecto, par fuerat, aequum fuerat aparece en Plauto, y potuerat en Terencio, pero aun en la prosa ciceroniana potueram, debueram, oportuerat continuaron siendo raros.

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314 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

El imperativo

Para la distinción entre el imperativo de presente y el de futuro véase “Morfología” (pp. 276 s.).

El imperativo tiene un amplio campo significativo; se emplea para expresar órdenes, mandatos, deseos (bene ambula, “que te vaya bien”), ruegos, etc. Particular interés tiene su empleo para expresar una previsión o suposición: “ausculta, scies” (“escucha y sabrás”, Plauto, Asín., 350); “verbum etiam adde unum: iam in cerebro co- laphos apstrudam tuo” (“di una palabra más y te romperé la ca­beza”, id., Rud., 388); “modo sis veni huc: invenies infortunium” (“ven aquí y lo pasarás mal”, id., Amph., 286); cf. “lacesse: iam vi- debis furentem” (Cic., Tuse., 4, 54). Este empleo del imperativo para expresar una suposición apoya la interpretación de los subjuntivos del tipo aliquis dicat (“supongamos que alguien dice”) como yusivos en lugar de como potenciales (véase supra).

Las formas nominales del verbo

.El infinitivo

Morfológicamente los infinitivos latinos son innovaciones que nada tienen en común con los infinitivos del griego, ni siquiera con los del osco-umbro y el céltico. Por tanto, los numerosos paralelis­mos de uso existentes entre el latín y el griego tienen que deberse a desarrollos independientes. Los infinitivos latinos fueron en origen formas casuales de nombres verbales que se fueron despojando grá¿ dualmente de algunas de sus funciones nominales para ligarse más estrechamente al sistema verbal, adquiriendo en este proceso distin­ciones morfológicas de tiempo y voz. En ciertos empleos latinos resulta todavía claro el carácter nominal: el infinitivo designa sim­plemente la acción significada por la raíz verbal. Esto resulta espe­cialmente claro en el llamado infinitivo histórico, que aparece cuan­do una narración se delinea con pinceladas rápidas y amplias que dejan los detalles de persona y tiempo a merced del contexto. Estas frases nominales son un tipo primitivo de expresión del que ya Plauto hace escaso uso. No deja de ser significativo el hecho de que el infinitivo histórico sea frecuente en los historiadores arcaizantes, Salustio y Tácito, mientras que César tiende a evitarlo. La mayor parte de los ejemplos ciceronianos aparecen en los discursos de la primera época. Entre los más antiguos están: “consonat térra, cla- morem utrimque ecferunt, imperator utrimque Iovi vota suscipere, hortari exercitum” (Plauto, Amph, 229); “circumstabant navem ven-

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GRAMÁTICA HISTORICO-COMPARADA 315

ti, imbres atque procellae frangere malum, ruere antennas, scindere vela” (id., Trin., 836). Este último ejemplo bastaría para refutar la tan repetida afirmación de que el infinitivo histórico nunca tuvo valor aoristico, sino siempre el de imperfecto. De hecho tiene un valor neutro, y el tipo de acción (aspecto) queda determinado por el significado del verbo.

El infinitivo, designando un acontecimiento, puede aparecer como exclamativo o imperativo según el contexto y el tono de la voz: “vae misero mihi: propter meum caput labores homini evenisse” (Plauto, Capt., 945); “huncine hominem te amplexari” (id., Truc., 953). El in­finitivo se usa con valor de imperativo en bastantes lenguas indo­europeas, pero en latín este empleo surgió de manera independien­te a partir de la designación de la acción en tono de mandato. Es un rasgo esencialmente coloquial que no aparece en textos literarios hasta Valerio Flaco: “tu socios adhibere sacris” (3, 412). Abundan los ejemplos en la prosa de los autores vulgares, y el romance ha conservado este uso en prohibiciones. La presencia de esta construc­ción en los escritores eclesiásticos puede ser considerada como uno más de los rasgos vulgares del latín cristiano, si bien no puede ex­cluirse la influencia griega.

La naturaleza sustantiva del infinitivo está puesta claramente de relieve por el uso de pronombres a él referidos: “tuom conferto amare” (Plauto, Cure., 28); “istuc nihil dolere” (Cic., Tuse., 3, 6 , 12); “me hoc ipsum nihil agere et plañe cessare delectat” (id., De or., 2, 24). Este tipo de infinitivo, que resultaba apropiado para traducir el infinitivo griego precedido del artículo, conoció cierta boga en los textos filosóficos. Que tenía un tono coloquial se desprende del hecho de que Cicerón lo emplea —por lo que mira a otra clase de escritos— fundamentalmente en sus cartas; es también frecuente en Petronio. El infinitivo sustantivado puede también ir regido por una preposición. El primer ejemplo se registra en Cicerón: “Ínter opti- me valere et gravissime aegrotare nihil interesse” (De fin., 2, 43). En el latín clásico sus funciones nominales se ampliaron de tal manera que el infinitivo puede incluso aparecer determinado por un geni­tivo (“cuius non dimicare vincere fuit”, Val. Max., 7, 3, 7) y por un adjetivo en lugar de un adverbio (“illud iners quidem, iucundum tamen nihil agere”, Plinio, Ep., 8, 9, 1).

El infinitivo como nombre verbal puede funcionar como sujeto,, predicado u objeto (complemento directo) de un verbo.

Sujeto. “Petere honorem pro flagitio more flt” (Plauto, Trin., 1035); “quos omnes eadem cupere, eadem odisse, eadem metuere in unum coegit” (Salustio, J., 31, 14). En esta función de nominativo el infinitivo aparece las más de las veces como sujeto o compiemen-

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316 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

to de los verbos impersonales decet, libet, licet, oportet, piget, pu- det, etc., y en giros como bonum est, aequom est, difficüe est, etc.

Complemento. “Hic vereri perdidit” (“éste ha perdido la ver­güenza”, Plauto, Bacch., 158); “Gallia duas res persequitur, rem mili- tarem et argute loqui” (Catón, 9, 12 J.); “hoc volo, meam rem agere” (Plauto, Cure., 670). Esta clase de infinitivos aparecían con especial frecuencia como complemento directo de volo, y las influencias analó­gicas extendieron esta construcción a un número creciente de verbos que significaban deseo y esfuerzo —y a sus contrarios— : cupio, stu- deo, cogito, experior, intendó, enitor, quaero, ardeo, etc.; nolo, du- bito, cesso, vereor, omitto, etc. También possum resultó un núcleo importante que extendió su construcción a seto, calleo, valeo, etc. En estas construcciones el infinitivo va normalmente en presente. En la fraseología jurídica se encuentra a veces el perfecto: “neiquis eorum Bacanal habuise velet” (Sen. Cons. de Bacch.).

El infinitivo con verbos de esfuerzo puede remontarse a las fun­ciones casuales originarias del infinitivo. Éste es formalmente, según hemos visto, resultado de la evolución de antiguos dativos o locati­vos, y ambos casos podían expresar finalidad. Este valor aparece claro en la expresión daré bibere, que es frecuente en todos los pe­ríodos, si bien —hecho curioso— la correlativa daré edere, mandu­care no aparece hasta el latín tardío. Los infinitivos con valor de finalidad son especialmente frecuentes en los textos coloquiales y poéticos con verbos de movimiento: “turbare qui huc it” (Plauto, Bacch., 354); “eamus visere” (Ter., Phorm., 102); “venerat aurum petere” (Plauto, Bacch., 631). La prosa clásica evita esta construc­ción, si bien los poetas, a partir de Lucrecio, y los prosistas arcai­zantes la emplean afectadamente como arcaísmo. Sobrevivió en la lengua coloquial y se conserva en romance.

El infinitivo de finalidad se emplea también con los verbos cau­sativos iubeo, cogo, moneo, subigo y otros verbos que signifiquen urgir, persuadir u obligar, si bien la prosa clásica prefirió usar con la mayoría de ellos el subjuntivo yusivo. Es de expresiones como iussit eum manere, en las que originariamente eum era el comple­mento directo de iussit, de donde se cree que surgió la construc­ción de infinitivo con acusativo, a través de un “desplazamiento relacional”: iussit: eum manere, interpretación en la que se consi­dera eum como sujeto del infinitivo. La construcción se extendió paulatinamente al formarse cadenas o “circuios” analógicos (véanse pp. 283 s.) (postulo, dehortor, deceno, etc.). Alguna contribución se debió también a los verbos que llevan doble acusativo: “quanti istuc unum me coquinare perdoces?” (Plauto, Pseud., 874).

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El nominativo con infinitivo tras verbos de lengua y entendi­miento no aparece en latín arcaico. Su introducción en el latín se debe enteramente a la influencia griega. El primer ejemplo cono­cido aparece en Catulo: “phaselus i lie... ait fuisse navium celerri- mus” (4, 1-2). En griego el infinitivo puede determinar también el sentido de un adjetivo (0ésiv apioxoc;). Esta construcción no aparece en Plauto excepto tras participios conectados con el verbo “ser”. Así, “animatust facere” (Truc., 966) es claramente sinónimo de vult, cupit facere, etc. Del mismo modo potens está estrechamente ligado a potest, y consuetus, insolitus, peritus a solet. Así, a través de estos procesos analógicos se proporcionaron unos cimientos indí­genas a un giro más audaz que afectaron especialmente los poetas augústeos imitando al griego. El primer ejemplo helenizante pura­mente adjetival es el “solvere nulli lentus” de Lucilio, en el que pue­de sentirse todavía la influencia de piget.

El infinitivo puede construirse también con nombres. En frases como “nünc adest occasio bene facta cumulare” (Plauto, Capí., 423) el infinitivo complementa a la expresión adest occasio ( = licet). Sin embargo, por un “desplazamiento relacional” llegó a estar regido por el nombre occasio; de ahí ejemplos como “ut haberent facultatem... pugnare” (César, Bell. Afr., 78, 4).

El gerundio y el gerundivo

Como el latín no tenía artículo no podía hacer un uso tan flexi­ble del infinitivo sustantivado como el griego. En su lugar empleó otra forma nominal del verbo que sirvió de caso oblicuo al infiniti­vo: el gerundio. Así, mittere: mittendum, mittendi, mittendo. Todo a lo largo de la latinidad existieron severas restricciones al uso de este nombre verbal, y su empleo ha de ser considerado conjunta­mente con el del morfológicamente similar adjetivo en -ndus. Sig­nificaba éste “capaz de, propenso a, susceptible de, listo para” (ma­tar, morir, surgir, rodar, etc.). En ciertos sentidos es difícilmente dis­tinguible del participio de presente: secundus, oriundus, volvendus. Era en origen un adjetivo indiferente a la noción de voz, y, así, se daba tanto en verbos transitivos como en los intransitivos: pereun~ dus, placendus, caedendus. Sin embargo es, en su significación, pre­dominantemente pasivo, si bien existen algunos ejemplos en que el adjetivo verbal tiene un valor muy próximo al del participio de futuro activo: “puppis pereunda est probe” (Plauto, Epid., 74). El significado de necesidad y obligación fue un desarrollo secundario surgido en ciertos contextos. Así, agnus caedundus significaba “cor­dero apropiado para el sacrificio”, ahora bien, en el empleo predi­

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cativo —agnus est caedundus— , del valor de “es apto para el sacri­ficio” se pasó fácilmente al de “va a ser sacrificado, tiene que ser sacrificado”. En combinación con esse el gerundivo forma tiempos perifrásticos. El neutro se usa frecuentemente con valor impersonal (agendum est) y eventualmente puede llevar un complemento direc­to en acusativo: “agitandumst vigilias” (Plauto, Trin., 859), cons­trucción que se encuentra como arcaísmo en los autores posteriores (Lucrecio, Catulo, Virgilio; una vez en Cicerón). Sobre el gerundivo como participio de futuro pasivo véase supra p. 171.

Por su carácter verbal el gerundio tenía capacidad intrínseca para llevar un complemento directo en acusativo, pero esta posibi­lidad se ejercitó poco en la práctica. César sólo permite al gerundio regir un nombre en acusativo cuando va en genitivo. Cicerón admi­te esta construcción también con gerundio en ablativo. Pero inclu­so en estos casos se daba preferencia a la construcción de gerun­divo, empleándose el gerundio por razones especiales (claridad, énfasis sobre la noción verbal y, tal vez, eufonía). En el latín arcai­co el gerundio se empleaba con mayor profusión que el gerundivo, al que cedió gradualmente el terreno con el correr del tiempo. Hay, sin embargo, restos de una construcción más antigua en la que el nombre no está regido por el gerundio, sino que aparece en apo­sición a él: “lueis das tuendi copiara” (Plauto, Ca.pt., 1008), donde el nombre copia (“oportunidad”) está determinado por dos geniti­vos, lucís y tuendi, siendo el segundo una especie de epexegético, que da mayor precisión a la expresión: “oportunidad de luz, de ver- la”. Si el nombre fuera masculino o neutro (como en operis fruendi causa), cabría interpretar el gerundio como adjetivo verbal concer­tado con el nombre. Algunos estudiosos han sugerido que la cons­trucción de gerundivo se originó de este modo. Puede aducirse en apoyo de esta teoría (1) que el “gerundivo” aparece en latín arcai­co como invariable frente a los pronombres personales, aun cuando éstos se refieran a personas del género femenino: “tui (fem.) viden- di copiast” (Plauto, Truc., 370); (2) que el genitivo del gerundivo tiene en el latín arcaico un campo semántico reducido, encontrán­doselo sobre todo con verbos de percepción y conocimiento, de buscar y obtener. Sin embargo, no puede haber duda respecto a la antigüedad del adjetivo verbal, secundas es tan antiguo que ha quedado totalmente aislado del verbo del que se formó; la cons­trucción de gerundivo es frecuente en las antiguas plegarias que nos ha conservado Catón en su Ce agri cultura: “te hoc ferto om- movendo bonas preces precor” (134, 2), etc. Debe advertirse, sin embargo, que el uso atributivo del gerundivo está prácticamente limitado a los verbos que expresan aprobación o desaprobación: mirandus, expetendus, pudendas, miserandas, amandus, contemnen-

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dus, etc. El uso predicativo tras verbos de dar y tomar, pedir y ofre­cer, y similares está todavía en sus comienzos en Plauto (“quos uten- dos dedi”, Asín., 444) , en tanto que la bien conocida construcción clásica con curo aparece por vez primera en Terencio.

El acusativo del gerundio se emplea solamente con ciertas pre­posiciones: sólo con ad en Plauto, aunque el latín clásico admite también in (no César), en tanto que Cicerón presenta ejemplos con ob en textos jurídicos, giro que aparece por vez primera en Catón. Hay ejemplos esporádicos de otras preposiciones: ante (Virg.), ínter (Ennio), propter (por vez primera en Varrón), circo (postclásico, por vez primera en Quintiliano). La construcción de gerundio se da con nombres ( “canes ad venandum”, Ter., And., 57), con adjetivos (“doctus... ad male faciendum”, Plauto, Epid., 378), y también con verbos (“quo conductus venio :: ad furandum quidem”, id., Pseud., 850). En latín arcaico no hay ningún ejemplo seguro de acusativo del gerundio rigiendo complemento directo. Varrón es el primero en aventurar esta construcción (“ad discernendum vocis verbi figu­ras”, L. L., 9, 42), que en la literatura latina tardía de las traduccio­nes resultó muy indicada para recoger la construcción griega de etq con infinitivo sustantivado por el artículo (ad sanandum eos = etq tó taoOai aüToúc;, san Lucas, 5, 17). El latín clásico, como el arcaico, empleó en este tipo de construcciones el gerundivo (“ad aquam prae- bendam”, Plauto, Amph., 669).

El genitivo del gerundio en latín arcaico es siempre adnominal, y suele depender de un pequeño grupo de nombres abstractos: occasio, tempus, copia, causa, gratia, etc. (“non enim n.unc tibí dor- mitandi ñeque cunctandi copia est”, Plauto, Epid., 162). El latín clásico emplea el genitivo también con algunos nombres que desig­nan agentes personales, tales como auctor, dux, artifex, etc. También ciertos adjetivos rigen el genitivo de estas formas nominales. Co­mienza este uso con cupidus en Terencio —Plauto no ofrece ejem­plo alguno— ; el repertorio se fue extendiendo gradualmente, aun­que no en gran medida hasta la época postclásica.

El genitivo del gerundio y del gerundivo puede indicar también finalidad. El ejemplo que se suele citar como más antiguo es “ne id adsentandi mage quam quo habeam gratum facere existumes” (Ter., Ad., 270), y a la vista de construcciones similares existentes en oseo y umbro suele atribuirse el giro al período “itálico”. Sin embargo, el ejemplo de Terencio no está libre de la sospecha de ser un anacoluto, y dado que la construcción aparece usada con amplitud sólo a partir de Salustio, es más probable que se trate de un desarrollo latino independiente. En res evertendae reipublicae, “cosas que implican la subversión de la república”, el genitivo tiene la función determinante que es normal en él. Usado predicativa­

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mente (res evertendae reipublicae sunt) se aproxima mucho a un valor final como en el “quae res evertendae reipublicae sunt” de Cicerón (In Verr., 2, 132). Una vez establecidas las bases de un geni­tivo de finalidad indigena, se mostró éste equivalente adecuado del genitivo griego del infinitivo sustantivado por el artículo con senti­do final. Salustio lo introdujo en su prosa histórica — adviértase que no lo usan César ni Cicerón— , y fue imitado por Livio, Tácito y otros (“Aegyptum proficiscitur cognoscendae antiquitatis”, Tác., Ann., 2, 59).

El dativo se emplea con valor final con ciertos verbos como stu- deo, operam do (“auscultando operam daré”, Plauto, Amph., 1006) y ciertos adjetivos como natus, optimus, firmus, etc. En este caso el gerundivo predomina sobre el gerundio, que raramente se en­cuentra. Plauto emplea el gerundio con- un complemento directo (“hominem investigando operam... dabo”, Mil., 260), pero en Cice­rón aparece solamente en la fraseología jurídica tradicional (scri- bendo adesse, solvendo non esse); César no presenta ejemplo algu­no. Incluso el gerundivo continuó siendo' relativamente escaso hasta que Livio y Tácito, imitando a los poetas, ampliaron grandemente el número de adjetivos que llevaban esta construcción (intentus, promptus, exiguus, levis, etc.).

El empleo del ablativo en el latín arcaico está prácticamente li­mitado al instrumental, siendo más frecuente el gerundio que el ge­rundivo ("legiones... vi pugnando cepimus”, Plauto, Amph., 414). Con verbos que indican superioridad el instrumental se interfiere con el ablativo de referencia (“mendicum... mendicando vincere”, id,. Bacch., 514, de donde ejemplos más libres como “astu et fallendo callet”, Accio, fr. 475 W ). El valor instrumental es en ocasiones tan leve que el gerundio puede expresar simplemente acción concomi­tante. Ejemplos claros hay pocos en el latín arcaico (“hic expec- tando obdurui”, Plauto, Truc., 916) e incluso en Cicerón. Este empleo no se asentó firmemente hasta Salustio y los escritores del Imperio, y acabó por funcionar como equivalente del participio de presente: “novi cónsules populando usque ad moenia pervenerunt” (L iv io , 8, 17, 1); “exturbabant agris, captivos s e rv o s appellando” (Tác., Ann., 14, 31, 2). En la lengua coloquial ganó terreno este uso, y funcionan­do como participio es el único modo en que el gerundio ha sobre­vivido en las lenguas romances.

El ablativo del gerundio y del gerundivo puede ir regido por pre­posiciones. Las más frecuentes son in y de, empleadas por Plauto y admitidas por César. Cicerón usa también ex, pro (éstas también en Plauto) y ab, que aparece por primera vez en Catón. El gerun­dio en este caso lleva frecuentemente un complemento directo en el latín arcaico, pero el latín clásico muestra mayor reserva. Los

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poetas, Salustio y Tácito son menos estrictos y en el latin tardío se llega a la plena libertad. Es muy poco frecuente que un ablativo de gerundio con preposición lleve complemento directo. El primer ejemplo es el “in supponendo ova” de Varrón (R. R., 3, 9, 12).

Los supinos

Los supinos son restos de abstractos verbales en -tus (véase p. 279). El supino “activo” (primero) es el acusativo empleado para expresar fln o intención de la acción, especialmente tras verbos de movimiento: “comissatum ibo” (Plauto, Most., 317); “abiit ambu- latum” (id., Mil, 251). A partir de los verbos que significaban “en­viar” y similares se tendió fácilmente una conexión analógica con el grupo “dar”, “tomar”, que formó así un segundo foco de empleo: “nuptum... daret” (id., Aul., 27); “nuptum conlocet” (id., Trin., 735); “coctum ego, non vapulatum, dudum conductus fui” (id., Aul., 457). Estos usos persisten en los autores arcaizantes, pero los puristas clásicos se muestran más reservados; Cicerón apenas se aventura más allá de expresiones comunes como cubitum iré, que se conservó también en la lengua hablada hasta la tarda latinidad. Este supino en el latín arcaico puede llevar un complemento directo (“it peti- tum... gratiam”, Plauto, Aul., 247), y no faltan ejemplos en los autores posteriores, incluidos César y Cicerón. Con el verbo eo el supino forma una conjugación perifrástica que proporciona el infi­nitivo de futuro pasivo en -tum iri, rellenando así una laguna del sis­tema verbal latino; era, sin embargo, una forma relativamente rara.

La morfología del llamado supino segundo (“pasivo”) es ambi­gua (véase p. 279). Ciertos empleos corresponden claramente al abla­tivo: “primus cubitu surgat” (Catón, Agr., 5, 5); “ita dictu opus est” (Ter., H. T., 941). Otros, en cambio, se explican mejor como dativos: “hoc mihi factust optumum” (Plauto, Aul., 582); “dictu fa- cilius” (Ter., Phor., 300). No deja de ser significativa la forma -tui que aparece una vez en Plauto: “istaec lepida sunt memoratui” (Bacch., 62). De todos modos es posible interpretar la forma en -tu como ablativo de referencia.

Los participios

Los participios son partes de la oración que “participan” a un tiempo de la naturaleza del verbo y de la del nombre. La denomina­ción, por tanto, sería estrictamente aplicable también a las formas nominales ya examinadas. Sin embargo, se la emplea específicamen­

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te con referencia a una serie de adjetivos verbales más estrecha­mente ligados al sistema verbal de la conjugación. De los partici­pios indoeuropeos sólo el de presente activo sobrevivió en latín, y aun éste con escasas funciones verbales en la época arcaica. Para el perfecto el latín, como el oseo y el umbro, utilizó como participio el adjetivo verbal en -ío-, pero no llegó a poseer una forma activa correlativa. El participio de futuro en -turus es una creación latina (véase p. 280).

El participio de presente. En el latín arcaico estaba práctica­mente limitado a funciones adjetivales, apareciendo sobre todo en nominativo: vigilans “despierto”, maerens “dolido”, sedens “senta­do”, sapiens, intellegens, cupiens, etc. Esta situación se mantiene todo a lo largo de la latinidad coloquial, y en romance los partici­pios de presente sobreviven sólo como adjetivos. Sobre el desarro­llo gradual de las construcciones participiales en la lengua literaria véase p. 135.

Estos adjetivos pueden emplearse sustantivalmente, pero este uso es raro en el nominativo singular hasta la época de Séneca. Ejem­plos tempranos son: “quot amans (“un amante”) exemplis ludiflce- tur” (Plauto, Truc., 26); “stulto intellegens quid ínter est” (Ter., Eun., 232). Como adjetivos se emplean también predicativamente con esse en una especie de conjugación perifrástica que pone el acento sobre el aspecto durativo: “tu ut sis sciens” (Plauto, Poen., 1038); cf, “utei scientes esetis” (Sen. Cons. de Bacch.); “te carens dum hic fui” (Plauto, Capt., 925).

Como adjetivo, el “participio de presente” en un principio des­cribía simplemente las circunstancias en que el sujeto —y menos frecuentemente el complemento— del verbo principal se hallaba. Como tal no hacia referencia explícita al tiempo ni a relación lógica alguna, que debía deducirse del contexto. En la mayor parte de los casos se refiere a un acontecimiento o estado simultáneo, aunque ocasionalmente, especialmente con verbos de llegar y partir, el par­ticipio hace referencia al pasado: “puerum servos surpuit eumque hiñe profugiens vendidit” (Plauto, Capt., 8 s.). Ejemplos de este tipo se encuentran también en Cicerón y Salustio, si bien el partici­pio de presente no se uso libremente en este sentido hasta Livio y, ya más, desde Tácito. En el latín tardío se reveló como un buen sustituto del participio de perfecto activo que el latín no poseía. En ciertos contextos se hace necesario suponer una referencia de tipo futuro-final: “dicto me emit audientem, haud imperatorem sibi” (Plauto, Men., 444); “missitare supplicantis legatos” (Salustio, Jug., 31, 1). Otras relaciones lógicas (causal, modal, concesiva, con­dicional, etc.) quedaron sin expresión en el latín arcaico. Hasta la

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época clásica no encontramos el participio de presente acompaña­do de partículas como quamquam, etsi, ut, etc., desarrollo del que no se puede excluir la influencia de modelos griegos como k o c í t t e p , <£>c;,

ÜT8, etc.El participio de futuro se desarrolló a partir de un adjetivo que

significaba “apto para, que va a, que está a punto de”. En latín ar­caico sólo se lo encuentra con esse, formando un futuro perifrástico: “quid nunc es facturus” (Plauto, Bacch., 716); “immortalis est, vivit vícturaque est” (id., Trin., 55). La liberación del participio de fu­turo de esta estrecha asociación con esse y su empleo atributivo como adjetivo fueron el resultado de un largo y lento proceso. To­davía Cicerón emplea en ese modo solamente futurus y venturus (una vez); la emancipación fue en gran medida obra de Virgilio y Ovidio, por lo que mira a la poesía, y de Livio, para la prosa. El ejemplo más antiguo de empleo predicativo es de Gayo Graco (“qui prodeunt dissuasuri”) , si bien el texto no está libre de sospecha. Si­gue luego Cicerón con “Servilius adest de te sententiam laturus” (In Verr., 2, 1, 56). La libertad de uso aumenta con Virgilio y Livio.

El participio de perfecto. Los adjetivos verbales en -to - denotan cualidades o estados duraderos: tacitus, doctus, scitus. Por ello fue­ron atraídos a la órbita del perfecto. En origen eran indiferentes a la noción de voz y ello puede verse todavía en formas “activas” como potus, pransus, cenatus, adultus, nupta, iuratus, lautus, etc. Este ad­jetivo verbal tampoco se refería en origen a acontecimientos pasa­dos. La referencia al presente es frecuente en el caso de los verbos deponentes: “qui complexus cum Alcumena cubat” (Plauto, Amph., 290). Ahora bien, el estado presente implica acontecimientos pasa­dos, y el sistema latino del perfecto tenía este doble valor de refe­rencia. Fue así como el participio de perfecto llegó a usarse prefe­rentemente para referirse a acontecimientos que habían tenido lugar con anterioridad al significado por el verbo principal: “acceptae bene... eximus” (Plauto, Cas., 855). Ciertos ejemplos tienen un valor temporal ambiguo debido a la naturaleza de la acción verbal; así, en “coactus legibus eam uxorem ducet” (Ter., And., 780) la coerción legal es una circunstancia concomitante con la acción principal. A partir de ejemplos de este tipo conoció el valor indicado un cierto desarrollo en el latín del Imperio, de modo que el participio de per­fecto llegó a convertirse en sustituto del participio de presente pa­sivo que el latín no tenia: “quo saepe modo obsessi in obsidentes eruperunt” (Livio, 9, 4, 9); “servum sub furca caesum medio egerat circo” (id., 2, 36, 1); “prae se actam praedam ostentantes” (id., 23, 1, 6).

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Al igual que los participios de presente y de futuro, el adjetivo en -to - se combina con esse para formar un tiempo perifrástico: el perfecto pasivo del tipo ille est oneratus. En acusativo se lo em­plea predicativamente con verbos de carácter vario, especialmente causativos: “missum fació Teresiam senem” (Plauto, Amph., 1145); “tam frictum ego illum reddam” (id., Bacch., 767); “factum et cura- tum dabo” (id., Cas., 439). habere aparece frecuentemente acompa­ñado del participio en una expresión que supone toda su plenitud semántica: “abstrusam habebam” (“la mantenía escondida”, plau­to, Mere., 360); “domitos habere... oculos” (id., Mil., 564). En otras ocasiones estos giros resultan prácticamente equivalentes al perfec­to-presente: “hasce aedis conductas habet” (id., Cist., 319). Sobre la sustitución del perfecto-presente por esta perífrasis en romance, véanse pp. 171 s.

La oración compleja

La oración compleja es un desarrollo relativamente reciente en la historia lingüística. En un estadio primitivo no había sino mera yuxtaposición de frases independientes, sin indicación explícita de su relación lógica. Esta simple yuxtaposición es conocida por los gramáticos con el nombre de parataxis: Está bien; que venga. En un período de este tipo la ausencia de pausa entre las dos partes es sufi­ciente para hacer del complejo un todo fundido e indicar la subor­dinación de la segunda parte a la primera. Será conveniente, sin embargo, emplear el término parataxis también para referirse a las frases en que no existe conjunción como indicador explícito de su­bordinación. Quedan en latín numerosos restos de este mecanismo primitivo de la parataxis sintáctica. En velim facias, por ejemplo, simplemente se yuxtaponen un subjuntivo potencial, velim, y un facías yusivo; cf. fac fidelis sis; sine amet; laceas oportet; licet abeas; servos iube hunc ad me ferant. Ahora bien, los yusivos y optativos iban frecuentemente acompañados por un ut(i) adverbial, que en origen significaba “de algún modo” (en ocasiones también por qui, instrumental “por algún medio” : efficite qui detur tibí “haced que se te dé por algún medio”). Esta partícula uti, al convertirse en habitual, perdió su pleno sentido y se redujo a la conjunción ut, que acabó por “regir” al subjuntivo. Este caso puede servir como ejemplo que resume el desarrollo de las oraciones subordinadas en latín. Se sigue de esto que en un tiempo los modos de tales oraciones tuvieron las mismas funciones que hemos examinado al tratar de las oraciones independientes. [Nota 50.] Así, en las interrogaciones indirectas el latin arcaico mantiene aún en gran medida la distin-

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ción entre el subjuntivo deliberativo y el indicativo (real). En mu­chas situaciones, sin embargo, ambos modos de expresión resultaban posibles, y se fue así a una gradual neutralización de la distinción. La asociación de la interrogación subordinante con el subjuntivo — originalmente deliberativo— se hizo habitual, de modo que el pro­nombre interrogativo introductorio pasó a “regir” el subjuntivo, proceso análogo al de la evolución de los adverbios originariamente independientes hacia preposiciones “regentes” de casos. A este fe­nómeno lo llamaremos “habituación”. Con el transcurso del tiempo estas habituaciones dieron lugar a series de conjunciones semánti­camente equivalentes con construcciones diferentes: quamquam con indicativo y quamvis con el subjuntivo “concesivo”. Sin embar­go, las expresiones semánticamente equivalentes tienden a asimilar­se, y así quamquam cedió en ocasiones a la influencia de quamvis y de otras conjunciones concesivas y llegó a “regir” subjuntivo. Las mismas tendencias actuaron en los demás tipos de oraciones subordinadas hasta que los valores originalmente distintivos del subjuntivo se neutralizaron y se convirtió en simple modo de la subordinación; de ahí sus nombres latinos de subiunctivus y coniun- ctivus. Al seguir las líneas maestras de esta evolución empezaremos con algunos casos claros ( 1) de subjuntivo volitivo-optativo, y (2 ) de subjuntivo prospectivo-potencial. Luego, teniendo en cuenta los fe­nómenos de habituación y rección, será conveniente estudiar los valores de las diversas conjugaciones y examinar sus interacciones bajo la rúbrica de “equivalencia funcional”.

Subjuntivo volitivo

El subjuntivo yusivo se observa con la mayor claridad, natural­mente, en las órdenes indirectas. Se lo encuentra no sólo con verbos de ordenar, sino también con los de aconsejar, rogar, permitir, pro­yectar, y otras expresiones verbales relacionadas: “lex est ut orbae nubant” (Ter.); “optumum est ut loces” (Plauto); “opus est ut la- vem” (id.); “fac Amphitruonem ut abigas” (Id.); “feci ut fierent” (Ter.); “venit in mentem mihi argentum ut petam” (Plauto). La ne­gación es ne, como en las correspondientes construcciones indepen­dientes (en ocasiones también ut ne).

Muy próximo al subjuntivo yusivo con verbos de proyectar y procurar (efficto ut, curo ut, etc.) está el subjuntivo de las expre­siones de finalidad. Suelen ir éstas introducidas por ut (n e ): “me praemisit ut haec nuntiem” (Plauto); “sérvate istum... ne quoquam pedem referat” (id.).

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El subjuntivo de las oraciones consecutivas tiene orígenes diver­sos. Asi, en “ut mentiar nullius patrimonium tanti fació” (Petronio) se ve todavía el que hemos llamado subjuntivo de repudio: “¡decir yo una mentira!”. Por otra parte, un yusivo con efficio ut se exten­dió de modo natural al perfecto ita effectum est ut..., expresión equivalente a varias otras, como evenit ut, accidit ut: “evenit ut praeda onustus cederem” (Plauto). Con verbos de querer y procu­rar, especialmente si van acompañados de un correlativo, es difícil distinguir entre finalidad y consecuencia: “sic in timorem dabo ut teneat”, donde el subjuntivo puede ser volitivo o tal vez prospectivo. En “ita te ornatum amittam ut te non noveris” (Plauto) el subjun­tivo es potencial. Fue en contextos como éste en los que se estable­ció el hábito de construir ut con subjuntivo para extenderse luego incluso a la expresión de una consecuencia actual. Esta habituación se produjo en latín en época anterior a la de los primeros textos, de modo que el latín histórico ya no podía hacer la distinción, posi­ble en griego, entre consecuencia actual y potencial.

El subjuntivo yusivo podía emplearse en sentido estipulativo: “veniat quando volt atque ita: ne mihi sit mora” (“que venga cuan­do quiera con esta condición: que no me haga esperar”, Plauto); cf. “duae condiciones sunt: vel ut aurum perdas vel ut amator pe- rierit” (id.). Estrechamente relacionados con los usos estipulativos (“con tal que”) están los concesivos (“aunque”) del subjuntivo vo- litivo-optativo. Este tipo se encuentra aún con poca frecuencia en latín arcaico en oraciones subordinadas (“licet laudem Fortunam: tamen ut ne Salutem culpem”, Plauto, y “sint sane superbi: quid id ad nos attinet”, Catón, son aún claramente paratácticos); la conjun­ción “factótum” ut no introduce oraciones concesivas hasta Teren- cio: “iam in hac re, ut taceam, quoivis facile scitu est”.

El subjuntivo optativo

Este valor se percibe claramente en frases como las que siguen: “eveniant volo tibi quae optas”; “ut ille te videat volo”; “quaeso ut. tua sors effugerit” (Plauto). Es también éste el origen de la cons­trucción con verbos de temor, dado que metuo ne redeat se anali­za fácilmente como “tengo miedo; ¡qué no venga!” cf. “metuo ne techinae perierint” (Plauto). Se sigue de ahí que el equivalente la­tino de “temo que no vuelva el maestro” toma la forma “tengo mie­do; ¡que vuelva el maestro!” : metuo ut erus redeat. Ésta es la for­ma normal en latín arcaico: “vereor ut placari possit” (Ter.).; cf. “id pavés ne ducas: tu autem ut ducas” (“tú tienes miedo de casar­

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te; tú, en cambio, de no casarte”, id.). Cicerón, sin embargo, prefiere ne non a ut.

El subjuntivo en ciertas prótasis de períodos condicionales es también optativo en su origen. Ello puede verse en ejemplos para­tácticos como el siguiente: “virum me natam vellem: ego ostende- rem” (“hubiera yo nacido hombre: ya les enseñaría...”, Ter.). Otros casos pueden remontarse al empleo del yusivo en hipótesis (véase p. 312): “prosit obsit, nil vident nisi quod lubet”. A estas suposicio­nes y deseos servía de partícula introductoria el locativo del demos­trativo so-, es decir, s i(c ): “sic: gladium quis apud te sana mente deposuerit, repetat insaniens, reddere peccatum sit” (“tomemos este caso:. supongamos que un hombre lia depositado... supongamos que lo reclama... sería un error...”, Cic.); cf. “meam rem non cures: sic recte facías” (Plauto), y la antigua fórmula citada por Livio (10, 19, 17): “Bellona, si hodie nobis victoriam duis, ast ego templum tibi vqveo”. Otras prótasis son derivables de subjuntivos prospec- tivo-potenciales; así, “si sapias, eas ac decumbas domi” (Plauto) se resuelve sencillamente en “así obrarás con prudencia: vete a casa y acuéstate”.

En el latín arcaico, según hemos visto ya, el presente de subjun­tivo podía referirse tanto al futuro como al presente: (futuro) si neget, amittat; si sciat, suscenseat; (presente) si sit domi, dicam tibi; si habeat aurum, faciat; si nunc habeas quod des (Plauto). El imperfecto, por su parte, podía referirse al pasado: “si esset unde fieret, faceremus” (Ter.); “ni vellent, non fieret” (“si no hubieran querido no se hubiera hecho”, Plauto). Hay supervivencias de este estado de cosas incluso en el latín clásico. Sin embargo, la reorga­nización por la que el presente de subjuntivo queda destinado a la referencia al futuro, el imperfecto al presente y el pluscuamperfec­to al pasado había comenzado ya en la época arcaica: “si equos esses, esses indomabilis” (Plauto); “si appellasses, respondisset” (id.).

Fue como consecuencia de esta reorganización de las referencias temporales de los diversos tiempos del subjuntivo como este modo adquirió su nuevo valor “irreal” apto para la expresión de supo­siciones “contrarias a la realidad”. Una serie tan sutil de distincio­nes establecida en el disciplinado marco de la lengua literaria a du­ras penas podía mantenerse viva en el habla popular. Plauto vacila incluso en el seno de una misma frase (“compellarem ni metuam”), y el mismo uso clásico no es tan consistente como indican las gra­máticas escolares, pues el presente de subjuntivo hace a menudo referencia al presente y el imperfecto al pasado: “si ego cuperem ille vel plures [dies] fuisset” (“si yo hubiera querido...”, Cic.). En latín tardío, según ya se ha señalado, el pluscuamperfecto de subjun- tivp suplantó paulatinamente al imperfecto.

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328 INTRODUCCIÓN AL LATIN

Del empleo del indicativo en ciertos tipos de expresiones “poten­ciales” hemos hablado ya (p. 313). Tenemos, además, los numerosos cambios de modo de presentación dentro de una y la misma frase como resultado de las llamadas condicionales mixtas: “ni hebes machaera foret, uno ictu occideras” (Plauto); “praeclare viceramus nisi... fugientem Lepidus recepisset” (Cic.), “perieramus si magis- tratus esset” (Sén.). Esta clase de expresiones se hicieron habitua­les en el latín tardío, con el resultado de que el imperfecto y el pluscuamperfecto de indicativo tendieron a suplantar al subjuntivo en las apódosis irreales.

L as - c o n j u n c io n e s

El primer paso en la evolución de las conjunciones se había dado ya en época indoeuropea. En frases como he visto a los pastores: ellos estaban apacentando sus rebaños, este ellos “reasuntivo” se ex­presaba por medio del pronombre “anafórico” *¿- (lat. is), a partir del cual se había formado un tema relativo *yo- (gr. og). En latín, sin embargo, había abandonado esta forma del relativo y, como el germánico, formó una serie nueva a partir del tema interrogativo- indeflnido qui-, quo-, etc. (véanse pp. 258 s.). A partir de este tema interrogativo-relativo se formaron la mayor parte de las conjuncio­nes latinas: quod, quia, quam, quando, quoniam, quom (cum), quam- vis, quamquam, ubi, ut (para la morfología de las dos últimas véase p. 281). La oración de relativo representaba dentro de las subordi­nadas el tipo más libre de conexión, siendo poco más que el tipo coordinado “y éstos...”. Consecuentemente los modos y tiempos de estas subordinadas tenían en origen los mismos valores que en fra­ses plenamente independientes. De ahí que encontremos oraciones de relativo consecutivas, adversativas, causales y condicionales. Pi­ñales, con un subjuntivo volitivo, son las que corresponden al bien conocido modelo legatos miserunt qui pacem peterent: “gubernato- rem arcessat qui nobiscum prandeat” (Plauto); “perfodi parietem qua commeatus esset” (id.); “eme lanam unde pallium conñciatur” (id.). Debe notarse, sin embargo, que muchos de los ejemplos que a menudo se colocan en este apartado son susceptibles de una inter­pretación diferente: “eam [rem] narrabo und’ tu pergrande lucrum facias” es una oración “genérica” (véase infra) en la que el modo mejor de traducir el subjuntivo sería “puedes sacar” (potencial), más bien que “procura sacar” (yusivo).

El subjuntivo de las llamadas oraciones de relativo “genéricas”, que se suele clasificar entre los usos “consecutivos”, es claramente

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potencial en su origen: “consilium dederim quod laudetis”; “ecquis est qui possit”; “quid est quod me velis”; “pauci sunt qui certi sient”; “mihi adsunt testes qui adsentiant”; “conclave dedit quo nemo infer- ret pedem”; “numquam hominem conveni unde abierim lubentius”; “nihil est quo me recipiam” (todos de Plauto).

El subjuntivo de las oraciones causales de relativo puede haberse desarrollado a partir de los usos descriptivos (genéricos): “ego in- scitus [sum] qui postulem”; “sanus tu non es qui furem me voces”; “ego stultior qui credam”; “ebriast quae compellet me”, etc. (Plau­to). Sin embargo, en muchos de estos ejemplos podemos captar un tono de protesta que recuerda al subjuntivo “de repudio” (véase p. 309): “ ¡estás loco: llamarme a mí ladrón!”. En este tipo de ex­presiones el uso fluctúa tanto en el latín arcaico como en el clásico: “sed sumne ego stultus qui rem curo publicam” (Plauto); “nos qui- dem contemnendi qui actorem odimus” (Cic.). Estas oraciones de relativo pueden estar precedidas por quippe, que fue en origen una interrogación de tipo interjectivo *quid pe? “¿por qué?”, según se ve todavía en: “a te quidem apte. quippe? habes enim a rhetori- bus” (Cic., De fin., 4, 7). En latín arcaico quippe qui se construye con indicativo en la mayor parte de los casos, pero el subjuntivo es de regla en el latín clásico. Un ejemplo que muestra todavía con claridad el carácter interjeccional de quippe es “«Convivía cum pa- tre non inibat»: quippe qui ne in oppidum quidem nisi perraro ve- niret” (“... ¿cómo podría él que...”, Cic., Rose. Am., 18, 52).

Nos quedan ahora por estudiar las conjunciones surgidas del tema del relativo-interrogativo.

quod, quia

Las diversas funciones asumidas por quod en la sintaxis latina provienen de frases relativas en las que el neutro singular del pro­nombre relativo funcionaba como sujeto o complemento directo. Así, en “quod male feci, crucior” (Plauto), aunque quod es clara­mente el objeto interno de feci y un id correlativo podía suplirse fácilmente con crucior, la frase se desliza sin esfuerzo hacia una in­terpretación causal, “porque he hecho mal”. Lo mismo ocurre con el genérico “quid sit id quod sollicitere ad hunc modum?” (Ter.), “¿cuál es la razón por la que...”. Tal fue el origen de quod como conjunción causal. La distinción de modos, que ha de explicarse como en las demás oraciones de relativo (véase supra), se neutrali­zó en época tardía.

A partir de otros contextos en que el valor relativo de quod está todavía claro (“gnatus quod se assimulat laetum, id dicis”, Plauto; “adde huc quod caelestum pater prodigium misit”, Accio; “mitte id

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quod scio”, Ter.; “istuc times quod ille operam amico dat”, id.), llegó a emplearse quod para introducir oraciones completivas con verbos de entendimiento, lengua, sentido, etc.: “scio iam filius quod amet”, Plauto, Asín., 52. En “id iam lucrum est quod vivís” la ora­ción de relativo es equivalente a “el hecho de que estés vivo”. En “ego quod mala sum, matris opera mala sum” (Plauto), “en cuanto al hecho de que...” pasa imperceptiblemente a “si yo soy mala...”. El similar “quod dicat allatam epistulam” “en cuanto a lo que dice...” (id., Asín., 761) equivale en su contexto a “aunque”. Por medio de múltiples procesos de este tipo quod acabó por convertirse con el paso del tiempo en conjunción universal, en un signo desvaído de subordinación como nuestro que.

quia es en origen el plural neutro del interrogativo: cf. quianam “¿por qué?”. Adquirió valor de conjunción causal a partir de su empleo en interrogaciones interjeccionales: “discrucior animi. quia? abeundumst” “mi ánimo está atormentado. ¿Por qué? Tengo que partir” (cf. el origen del fr. car a partir de un quare ínterjeccional). En el latín arcaico quia es más frecuente como conjunción causal que quod, que, sin embargo, es preferido por los autores clásicos. De todos modos quia volvió a ganar popularidad en el latín tardío. quia es paralelo a quod también en otras funciones: “at nos pudet quia cum catenis sumus” (Plauto), “nos da vergüenza estar con cadenas”, cf. “istuc acerbumst quia ero carendumst” (id.), “id doles quia non colunt” (id.). El empleo de quia como introductor de ora­ciones completivas con verbos de entendimiento, lengua y sentido surge en época mucho más tardía que el correspondiente de quod: no se lo encuentra hasta la época de Petronio.

cum (quom)

Esta conjunción era en su origen el acusativo de singular mascu­lino del tema del relativo, según puede verse todavía en expresiones correlativas como tum... cum, eo tempore cum. También desarrolló una serie de valores (causal, concesivo) al margen del originario, que era el temporal; pero en Plauto lleva siempre indicativo sea cual sea su valor. La construcción con indicativo se mantuvo hasta la época clásica con cum temporal cuando éste era claramente rela­tivo (ya con un antecedente expreso como tum, etc., ya sin é l), in­cluidas oraciones de conexión relativa tan laxa como las llamadas de cum inversum y las del tipo cum interea: “plus triginta annis natus sum quom interea loci numquam quicquam facinus feci peius” (Plauto, Men., 446-7). El subjuntivo empezó a usarse en contextos causales y concesivos. El origen de su irrupción en las oraciones cir­cunstanciales del tipo “cuando” está sumido en la oscuridad, si bien

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 331

merece cierto crédito la teoría de que el subjuntivo de estas ora­ciones es análogo al de las oraciones genéricas de relativo: “en un tiempo en que...” como opuesto a “en el tiempo en que...”. El pri­mer ejemplo aparece en Terencio: “magistratus quom ibi adesset, occeptast agi” (“una vez que apareció el magistrado...”, Eun., 22), y hacia el final de la República ya estaba establecido el canon clásico según el cual el cum “cuando” lleva imperfecto o pluscuamperfecto de subjuntivo, salvo cuando es claramente relativo. Sin embargo, se encuentran excepciones a esta regla aun en los principales autores: “accepit agrum temporibus eis cum iacerent pretia” (Cic., Q. Rose., 33); “ñeque enim, si tibi tum cum peteres consulatum studui, nunc cum Murenam ipsum petas adiutor eodem pacto esse debeo” (id., Mur., 3, 8 ); “fuit antea tempus cum Germanos Galli virtute supera- rent” (César). El análisis puede entrever aquí un sentido genérico; el hecho es que en las construcciones de cum, como en todas las de­más, el subjuntivo de subordinación fue invadiendo el terreno del indicativo real y que incluso en la época clásica el uso es fluctuante.

áum

Aunque la etimología de esta conjunción es oscura, su sentido ori­ginal parece haber sido el de “un momento” (posiblemente conecta­do con durare); así, manedum “espera un momento”, ínterdum, “a veces”, “entre dos momentos”, nondum “aún no, no es el momento”. A partir de este valor amplió su campo para significar “mientras” y “hasta que”. No deja de ser curioso que el ing. till (“hasta que”) derive también de una palabra que, en germánico, significaba “tiem­po”. El “mientras”, “durante el tiempo que” puramente temporal no precisa de amplio comentario. Puede suponerse que se originó en usos correlativos como “sie virgo, dum intacta manet, dum cara suis est” (Catulo). En expresiones del tipo “durante el tiempo en que tal acontecimiento estaba teniendo lugar ocurrió tal cosa” se empleaba un presente durativo atemporal en la oración de dum, aunque ésta se refiriera al pasado. Sin embargo, el imperfecto, que es más lógico, aparece una vez en un discurso de la primera época de Cicerón (Rose. Am., 32, 91), y se hace más frecuente en los autores posteriores. La equivalencia funcional de dum con el cum histori- cum acabó por llevarlo a la construcción con subjuntivo, especial­mente en Livio y prosistas posteriores.

También encontramos oraciones finales introducidas por dum. Este valor puede haberse originado en yuxtaposiciones como mane dum: scribam “espera un momento, voy a escribir”, desde donde era fácil el tránsito al sentido final: “espera a (para) que,escriba”.

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332 INTRODUCCIÓN AL LATIN

Este valor se encuentra ya a partir de la época arcaica: “observavit dum dormitarent canes” (Plauto): “opperiar erum dum veniat” (id.).

Finalmente, encontramos dum con subjuntivo estipulativo en el sentido de “con tal que, mientras” : oderint dum metuant “que me odien con tal que me teman”. Tenemos ejemplos desde el latín ar­caico: “me etiam vende dum saturum vendas” (Plauto); “quid mea refert dum mihi recte serviant” (id.). Una conjunción de valor simi­lar. es modo = “con la condición de que” : “scies modo ut tacere possis” (Ter.). Ambas conjunciones pueden aparecer combinadas: “absit dum modo laude parta domum recipiat se” (Plauto).

El sentido “terminativo” de dum, “hasta que”, correspondía más propiamente a doñee. En latín arcaico esta conjunción se emplea raramente con subjuntivo, y los puristas clásicos tienden a evitarla totalmente. Los prosistas augústeos y los posteriores, sin embargo, muestran preferencia por doñee frente a dum y lo emplean con sub­juntivo. La parcial equivalencia funcional con dum llevó al empleo de doñee con el sentido de “en la medida en que” (Lucrecio, augús­teos y poesía y prosa posteriores). El modo empleado para la signi­ficación de este valor fue el indicativo. Sobre el subjuntivo iterativo véase infra.

quam (tamquam, quasi, priusquam, antequam)

quam es un caso del tema interrogativo-relativo que significa “de qué modo”, “hasta qué grado”. Como relativo se le empleaba junto con su correlativo tam, sacado de un tema demostrativo: “tana ille apud nos servit quam ego apud te servio” (Plauto). Luego llegó a omitirse el tam antecedente: “non pisces expeto quam tui ser monis sum indigens” (Plauto). Estando coordinados los dos miembros de la comparación, quam “regía”, como era natural, el mismo modo que su antecedente: “tam duim quam perduim”.

tam... quam acabó formando una única conjunción: tamquam, especializada en la introducción de comparaciones supuestas, “como si...”. En los ejemplos más antiguos el subjuntivo es claramente yu­sivo: “inde tamquam restim tractes facito”; “facito tamquam faex fiat” (Catón). Con este valor, tamquam competía con quasi (= quam si), siendo usado el primero por Cicerón, pero no por César. A par­tir del significado “como si” tamquam (y menos frecuentemente quasi) desarrolló un valor causal en la expresión del pretexto con verbos de acusar, sostener y temer. E primer ejemplo aparece en Livio: “plus ira... valebat quia non ut hostibus modo sed tamquam indomitae et insociabili genti suscensebat” (37, 1, 4).

En una frase como hic tam beatus est quam ille el sentido de tam beatus podía igualmente expresarse por medio de non beatior.

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 333

Puede presumirse que íue por medio de la sustitución por expresio­nes equivalentes (“contaminación”) — a partir de expresiones nega­tivas— como llegó a emplearse con comparativos el quam (“como”) ilógico. Sea cual sea su origen, se trata de un uso bien establecido en el latín arcaico con comparativos tanto de adjetivos como de adverbios: “hau magis cupis quam ego te cupio”; “citius abeunt quam in cursu rotula circumvortitur” (Plauto). También aquí apa­rece el mismo modo en los dos miembros de la comparación. Ejem­plos de subjuntivo son: “plus viderem quam deceret”; “hercle aufu- gerim potius quam redeam”; “dem potius aurum quam illum corrumpi sinam” (Plauto). Sin embargo, podemos identificar un “círculo de empleo” : el grupo semántico que incluye al verbo malo ( < magis volo), en el que entran los verbos calificados por el ad­verbio potius. En dependencia de un verbo de voluntad como malo resultaba justo y apropiado el empleo de un subjuntivo volitivo: “ta- ceas malo quam tacere dicas” (Plauto, Pseud., 209). Este tipo de construcción se extendió luego a los demás miembros del “círculo” : “quid mihi melius est quam opperiar erum?”; “mussitabo potius quam inteream”; “inopem optavit potius eum relinquere quam com­mostrare” (Plauto). En otros ejemplos es fácil identificar el subjun­tivo de “repudio” : “nam hercle ego quam illam anum inridere me ut sinam: satius mihi quovis exitio interire” (id., Cist., 662-3).

Una vez que quam hubo adquirido por su asociación con los comparativos el significado de “que”, llegó a emplearse también sin comparativo; así, por ejemplo, con statuo, certum est y expresiones equivalentes. Un ejemplo extremo es “... quin vidua vivam quam tuos mores perferam”, “... por qué no vivir viuda (antes que) sopor­tar tu modo de proceder” (Plauto, Men., 726), que equivale a “pre­fiero ser viuda que...”. Fue a partir de oraciones de este tipo, en las que el subjuntivo estaba plenamente motivado, como por “habi­tuación” penetró dicho modo en las oraciones comparativas con quam, en las que no estaba justificado.

priusquam es simplemente un caso de construcción de quam tras un adverbio comparativo (antequam aparece por vez primera en Catón y Terencio, y Cicerón lo prefiere a priusquam, que, sin embar­go, obtiene el favor de César). En consecuencia, el empleo de los mo­dos se somete a los principios ya examinados en el apartado prece­dente. Que el subjuntivo, en los casos en que se registra, tiene ori­gen volitivo se desprende del hecho de que en latín arcaico, aparte ejemplos de atracción y “oblicuos”, se lo encuentra solamente tras expresiones de voluntad: “dicamus censeo priusquam abeamus” (Plauto); “haec facito antequam incipias” (Catón); “prius resicato quam ad arborem ponas” (id.). Una excepción aparente, “animam

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omittunt priusquam loco demigrent” (Plauto), está estrechamente ligada a las construcciones de potius quam, que hemos examinado hace un momento. Así pues, no parece haber base para considerar estos subjuntivos como eventuales o prospectivos. La “habituación” comenzó en época temprana (frecuentemente e incluso en el latín clásico se encuentra ya el subjuntivo con un valor puramente tem­poral); el subjuntivo se convirtió en la construcción regular en el latín tardío.

quamqúam, quamvis

Hemos examinado ya el empleo de subjuntivo con sentido con­cesivo. En el latín arcaico, sin embargo, la conjunción concesiva más frecuente es quamquam (= “sin embargo”, “del modo que sea”, “en la medida que sea”, en su origen) y se construye con indicativo como en el latín clásico: “inde observabo... quamquam hic manere me erus sese iusserat” (Platón), quamvis en época arcaica está todavía estrechamente ligado a algún adjetivo o adverbio: “audacter quam­vis dicito” (id.); “locus hic... quamvis súbito venias, semper líber est” (id., Bacch., 82). El primer ejemplo sin relación con adjetivo ni adverbio aparece en Cicerón: “quamvis res mihi non placeat tamen... pugnare non potero” (ln Ven., 2, 3, 209), pero la conjunción es aún evitada por César y Livio. También licet es poco frecuente como conjunción concesiva hasta la época de Marcial y Juvenal y los pro­sistas posteriores. La equivalencia funcional de quamvis y quamquam dio lugar a fluctuaciones en el empleo de los modos, construyéndose a veces quamvis con indicativo (postclásico) y quamquam con sub­juntivo (por primera vez en Nepote).

quominus y quin

En el latín arcaico los verbos de prevenir iban complementados por un subjuntivo voluntativo introducido por ne. La conjunción típicamente clásica, quominus, es empleada muy raramente por Plau­to. La preferencia clásica por quominus complementando a verbos de prevenir fue tal vez un recurso conscientemente empleado en interés de la aoccjnívEioc para evitar el recargamiento producido por la repetición de ne (véase p. 131 sobre este aspecto del purismo). Se trata de un caso especial de empleo del instrumental quo con com­parativos en oraciones relativas de valor final: “id ea faciam gratia quo ille eam facilius ducat” (Plauto); “si sensero hodie quicquam in his te nuptiis fallaciae conari quo fiant minus...” (Ter.). Tras expresiones negativas de prevención el latín clásico solía emplear la conjunción quin. Se originó a partir del instrumental del interro­

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GRAMÁTICA HISTÓRICO-COMPARADA 335

gativo: qui rae, “¿cómo no?”. Podía introducir interrogaciones inde­pendientes de tono impaciente que tenían valor de imperativo (quin tu taces? “¿por qué no te callas?”) ; podía introducir también impe­rativos (quin audi) y subjuntivos deliberativos (quin rogem?). Que el empleo de quin con expresiones de prevención se originó en ora­ciones deliberativas dependientes se ve claro en ejemplos como: “quin loquar, numquam me potes deterrere” (Plauto); “quid causae est quin proficiscar” (Ter.); cf. “quid obstat quor non fiant” (id.). Las oraciones de quin resultaban apropiadas también para otras ex­presiones distintas de las de prevención, especialmente negativas de duda (haud dubiurn est quin...). El dominio de estas expresiones negativas se fue extendiendo por procesos analógicos hasta perderse el sentido original de quin: “numquam egredior quin conspicer” “nunca salgo sin ser visto” (Plauto); cf. “nec recedit loco quin sta- tim rem gerat” (id.); “nullum adhuc intermisi diem quin aliquid ad te litterarum darem” (“no he dejado pasar ni un día sin ponerte unas letras”, Cic.). En época posterior se abandonó el canon clásico y quin pasó a emplearse también con expresiones positivas de pre­vención y similares.

El subjuntivo en la oratio obliqua

En las páginas precedentes hemos examinado los empleos y orí­genes del subjuntivo en oraciones subordinadas de mandato, inte­rrogación, pretexto, etc. A partir de esas bases, por procesos de ana­logía y atracción, el subjuntivo llegó a emplearse en todas las oraciones subordinadas que referían palabras ajenas introducidas por verbos de decir, preguntar, ordenar, etc. Se trata de un uso regular en latín clásico, siendo su principal excepción lo que pue­de considerarse como anotación aclaratoria del autor que no esta­ba presente cuando las palabras referidas fueron pronunciadas: “per exploratores certior factus est ex ea parte vici quam Gallis con- cesserat omnes noctu discessisse” (César).

El subjuntivo iterativo

El latín no tenía en origen procedimiento modal alguno para ex­presar la repetición. En saepe dixit el hecho de la repetición es sig­nificado por el adverbio, no por el modo ni el tiempo del verbo. Del mismo modo, en frases como “ut quisque acciderat eum necabam” (Plauto) el pluscuamperfecto, como expresión del estado pasado, indica la prioridad del primer acontecimiento sobre el segundo, in­

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336 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

eticándose la repetición por medio de quisque. Gramaticalmente el pluscuamperfecto en cuestión no es distinto del que tenemos en “iam ut me conlocaverat, ventus exoritur” (Plauto), que se refiere a una acción singular. En el latín clásico, sin embargo, el pluscuam­perfecto de indicativo con cum, ubi y ut, probablemente a partir de expresiones que contuvieran alguna indicación explícita de iteración, como, por ejemplo, quisque, poseía la función específica de significar acontecimientos repetidos: “Messanam ut quisque nostrum venerat, haec visere solebat” (Cic.); “hostes ubi... conspexerant, adoriebantur” (César).

En la prosa augústea observamos una especialización similar del pluscuamperfecto de subjuntivo. Es difícil remontarse a los orígenes de este uso. El pluscuamperfecto de subjuntivo con cum hace refe­rencia en ciertos contextos a acontecimientos repetidos, incluso en la prosa clásica: “cum cohortes ex acie procucurrissent, Numidae ef- fugiebant” (César). Ahora bien, en este caso, como en el de los plus-' cuamperfectos de indicativo que acabamos de examinar, el signifi­cado iterativo no es un valor inherente al pluscuamperfecto de subjuntivo, sino que más bien se desprende del contexto. Sin em­bargo, una vez que ubi fue atraído a la órbita de cum y llegó a em­plearse con subjuntivo (el primer ejemplo en el vulgar Bell. Afr., 78, 4), el latín llegó a poseer dos construcciones: ubi vidit y ubi vidisset. La segunda se especializó de Livio en adelante en la función iterativa. No resulta descabellado suponer que este uso fuera en sus orígenes un artificio literario consciente de autores que echaron mano de lo que era un doblete sintáctico de carácter vulgar para arbitrar un equivalente latino del optativo griego en oraciones ite­rativas de pasado. No existió en latín un doblete de esta clase para los tiempos primarios, y ésta puede ser la razón por la que en tales tiempos no encontramos un subjuntivo iterativo.

Addendum

Gerundio y gerundivo

En hetita el genitivo del gerundio desempeña el papel de gerun­divo, y en ocasiones ese genitivo aparece tratado como adjetivo, dotado de las correspondientes formas del plural (H. Pedersen, Hit- titisch, p. 149). Pedersen encuentra un desarrollo similar en balto- eslavo. A la vista de este gerundivo “invariable” (pp. 317 s.) es probable que el gerundivo latino deba su origen a una reinterpre­tación del genitivo adnominal del gerundio.

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NO TAS DE LOS TRADUCTORES

1. Este tipo de subjuntivos, común a latín, osco-umbro y céltico, tiene una notable significación para el establecimiento de afinidades, pues se trata de una innovación común dentro del grupo “extremo occi­dental” (véase R. A drados, Evolución, pp. 506 ss, 517 ss, 560 ss, 589 ss, 872),

2. Acerca de este hipotético “acento de intensidad inicial” y sus efec­tos véase la Nota 24.

3. Para el origen de estos perfectos véase la Nota 38.4. Sobre el elemento -is- en el perfecto latino véase la Nota 41.

5. De la Esquisse de Meillet hay edición posterior (6.a, 1952), con bi­bliografía reunida por J. Perrot.

6. Que lat. trium p(h)us proceda del gr. 0píocp|3o<; ha sido puesto en duda, entro otros, por Richter, seguido, con matices, por García Calvo (véase el artículo de este último en “Emérita”, XXV, 1957, esp. pp. 445 ss.). Según estos autores, triumpus habría surgido de la reinterpretación como vocativo de un imperativo triumpe, perteneciente a un verbo *tri-umpere o *tri-iumpere, “saltar tres veces”, cf. ing. up, jump. La hipótesis resul­ta especialmente atrayente en el contexto de la interpretación del Car­men Arvale, que García Calvo intenta en el artículo de referencia.

7. Para intentos recientes de la interpretación de estos documentos del latín protohistórico véase G. B. P ig h i, La lingua latina nei mezzi della sua espressione, I: Storia della lingua latina, Enciclopedia Classica, Turín, S.E.I., 1968, esp. pp. 39 ss.

8. En este sentido tenemos el expreso testimonio de Quintiliano (I, 6, 40): “Saliorum carmina vix sacerdotibus suis satis intellecta.”

9. Una original interpretación del Carmen Arvale ha sido intentada por A. García Calvo en “Emérita”, XXV, 1957, pp. 386448.

10. No se olvide que el gallego actual sigue conservando “corte” y “cortello” (cf. “cortijo”) = “cuadra”, con ese sentido primitivo de “lan- gue de paysans”.

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11. En general se ha tendido a etiquetar estas formas arcaicas del verbo latino con excesiva rigidez. El que en ellas aparezca un elemento -s- no basta para clasificarlas, sin más, como “de aoristo”. Los mor­femas, en especial los más elementales por su masa, no tuvieron una “Urbedeutung” per se; es por oposición, dentro de un sistema, como adquieren un valor. Ténganse en cuenta, además, los drásticos reajustes experimentados por el sistema. Acerca de estas formas sigmáticas en concreto véase R. Adrados, Evolución, pp. 517 ss.

12. Sobre este supuesto “cambio” vor- / ver- véase la Nota 21.

13. Traducimos por “estilo rimbombante” el inglés “padded style”, caracterización que el autor emplea con profusión, especialmente en el capítulo siguiente. Literalmente, “padded” significa “guateado”; traslati­ciamente, aplicado al modo de expresarse, “hinchado”. Opinamos que la traducción “rimbombante” es la más procedente en la mayoría de los contextos donde Palmer emplea “padded”, especialmente en considera­ción al papel que en tal estilo primitivo desempeñan los elementos exter­nos de la expresión, como son la rima, asonancias, aliteraciones, etc.

14. Acerca del supuesto cambio vo- / ve-, véase la Nota 21.

15. A los trabajos sobre la formación del latín literario que cita Pal­mer en su acotación bibliográfica a este capítulo es preciso añadir uno muy importante del ruso J. M. Tronskij, fácilmente accesible ahora en su traducción italiana La formazione della língua letteraria latina, pro­cedente de su Esbozo de historia de la lengua latina, Moscú-Leningrado, 1953, cap. V, pp. 180-222, publicado como apéndice a la traducción ita­liana del Stolz-Debrunner-Schmid (P. Stolz, A. Debrtjnner, W. P. Schmid, Storia della lingua latina, trad. C. Benedikter, introd. y notas A. Traína, Bolonia, Patrón, 1968, pp. 145-194).

16. Al inicio mismo de este capítulo, admirable por tantos conceptos, se hace necesaria la referencia a la obra de uno de los más importantes especialistas actuales en latín vulgar, el finés Veikko Váánánen, y más concretamente a su Introduction au latín vulgaire, París, Klincksieck, 1963, lógicamente ignorado en este libro. Se trata de un manual que viene a sustituir con notable ventaja al antes clásico manual de Grandgent. Hay versión española de M . C a r r ió n , Introducción al latín vulgar, Madrid, Gredos, 1968.

17. Sobre la verdadera naturaleza de estas formas “contractas” véase la Nota 39.

18. Acerca de los esfuerzos realizados hasta la fecha por detectar auténticas diversidades geográficas en el latín tardío, a decir verdad fa­llidos, véase E. L ofstedt, Local variation in Latín, en Late Latín, Oslo, 1959, pp. 39 ss.

19. En efecto, y más que de base métrica conviene hablar de base rítmica, dado que el saturnio, según los enfoques más recientes y fiables,

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no es un verso “métrico”. Intentos como los recogidos aún recientemen­te por Nougaret (Traité de métrique latine classique, 3.a ed., París, Klinck- sieck, 1963, pp. 18 ss.) de “medir” cuantitativamente saturnios, nos pare­cen tan condenados al fracaso como lo estuvieron los de los gramáticos antiguos de los que derivan. Es, a nuestro entender, G. B. Pighi quien ha puesto las cosas en su punto. Para Pighi, que considera la versifica­ción saturnia “verbal no acentuativa de lengua cuantitativa”, “el saturnio está formado por dos hemistiquios, en cada uno de los cuales hay una palabra con función de tesis; la función de arsis está desempeñada en el segundo hemistiquio por una palabra, en el primero más corriente­mente por dos que por una”. De entre los abundantes trabajos de Pighi sobre el tema citaremos solamente su “rapport” Lineamenti di métrica storica delle lingue indoeuropee, en A tti della Accademia delle Scienze deU’Istituto di Bologna. Rendiconti, LUI, 1964-1965, Bolonia, Composi- tori, 1965, esp. pp. 20 ss.; y el apartado correspondiente de su manual La métrica latina,, en La lingua latina nei mezzi della sua espresione, II, Enciclopedia Classica, Turín, S.E.I., 1968, esp. pp. 257 ss.

20. Según puede verse, Palmer se adhiere a la llamada “escuela alemana” —postura adoptada ya también por Lindsay, (cf. Leumann-Hof- mann, I, p. 185)—, que postula la naturaleza intensiva del acento clásico latino. Los argumentos métricos que el autor esgrime en este punto se basan, fundamentalmente, en las investigaciones de su compatriota Wil- lcinson, a quien cita a pie de página. Son, en resumen, una interpretación de ciertas “coincidencias” y “discoincidencias” observadas entre idus, o acento de verso, y acento de palabra, en el sentido de considerarlas algo buscado per se. Ahora bien, conviene advertir al lector no avezado que tales “coincidencias” pueden, en buena parte, ser resultado automático de dos factores de necesidad, Tenemos, por una parte, las rígidas nor­mas lingüísticas que vinculan la colocación del acento clásico a la canti­dad de la penúltima sílaba (“ley de la penúltima”); por otra, las precep­tivas literarias que aconsejaban o vedaban ciertas tipologías verbales (el monosílabo ante pausa rompe la unidad del verso) e imponían deter­minadas pausas. Teniendo en cuenta todo esto, se comprendará fácilmen­te la relatividad de estos argumentos en favor de la naturaleza intensiva del acento clásico latino. Un censo muy completo de la bibliografía exis­tente sobre el tema puede verse en la Métrica latina de Pighi (cf. Nota 19), pp. 679 ss.

21. Este supuesto cambio fonético de vo- a ve- aparece planteado por Palmer en términos demasiado tajantes -—desgraciadamente tan habitua­les— para no hacerlo por principio inadmisible. De modo semejante lo plantean, entre otros, Niedermann (Phonétique, pp. 56 s.) y Bassols (Fo­nética, Tp.) 113). El censo de palabras que suele aducirse como campo y testimonio del pretendido cambio se reduce en esencia a las siguientes: vorto/verto y sus derivados y compuestos (vorsus/versus, advorsus/ad- versus, vortex/vertex, etc.); Vortumnus/Vertumnus; vorro/verro; vos- ter/vester; voto/veto. Según la casi “communis doctrina”, que parece arrancar de Solmsen, vó- habría pasado a ve- a mediados del siglo t i a. C.;

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pero un análisis más detallado de los hechos nos va obligar, al menos, a un gesto de escepticismo ante este “cambio fonético”.

En primer lugar, es claro que la explicación que sirva para dar cuen­ta de la oscilación-tránsito vorto/verto la dará también de toda su fami­lia (advorsus, vorsus, etc.). Pues bien, como han entrevisto ya no pocos estudiosos —cf. Leumann-Hofmann, I, p 47; Ernout, Morphologie, p. 125—, pudo ocurrir muy bien que en el caso de verto lo que en realidad afloró al latín histórico fueran las ruinas de una antigua y regular alternancia vocálica, según el siguiente esquema; pres. verto, perf. vorti (de vorti antiguo, o del grado cero *uxti), partic. perf. vorsus de *vorssus ( < *uort- tos, procedente, a su vez," del grado cero normal en estas formas, cf. domitus). Esta serie tiene un paralelo perfecto en el alemán werden, wurde (.de grado cero), (ge)worden, así como claras correspondencias itálicas; umbro kuvertu “convertito”, pero tráhvorfi “transvorse” (Ernout, op. cit., p. 125). La aparición de “formas inversas” como vorto y verti de­nunciaría, simplemente, el empleo asistemático de los restos de un sis­tema morfológico anterior. En la época clásica se habría generalizado el vocalismo del presente (é) de manera analógica (aversum ya en CIL, Ia, 583, 3, años 133-118 a. C.). En dos palabras: en el caso de vorto/verto y su familia parece que nos hallamos ante hechos de morfología y analogía, no de fonética. A la familia de verto hay que adscribir, además, Vortum- nus/Vertumnus, nombre de un dios relacionado con el cambio de las es­taciones (véase Ernout-Meillet, Dictionnaire). Posiblemente es en su ori­gen el Voltumna o Veltumne etrusco (cf. Varrón, L. L., V, 46); se habría visto atraído a la órbita etimológica de verto por su ya indicada relación con el vertere del año. Acerca del arcaísmo técnico divortium véase Nie- dermann, Phonétique, p. 56.

Respecto a vorro/verro diremos, ante todo, que es en esencia falso el aserto simplista de Niedermann (véase loe. cit.) de que aparece vorre- re, etc., en Plauto, Ennio y Terencio (véanse los correspondientes Indices léxicos). Conviene advertir, además, que a través de formas como su par­ticipio versus —discrepan los gramáticos sobre algunas formas de este verbo—, es fácil que entrara en la órbita analógica de verto (véase Ernout- Meillet), si es que no tenía, como él, alternancias antiguas.

Acerca de voster/vester se puede afirmar que son formas sin relación genética directa entre sí, en ninguno de los dos sentidos posibles, vester es forma heredada, según muestra claramente la comparación con umbro vestra, etc. (véase Leumann-Hofmann, I, p. 284). De ahí que haya que considerar a voster como forma analógica surgida de la proporción nos-noster/vos-vester. No puede afirmarse —como hacen, por ejemplo, Ernout-Meillet—, que voster haya pasado a vester, dado que los testimo­nios romances como esp. vuestro, fr. vótre, it. vostro, acreditan sin lugar a dudas la forma voster (vostrum ) como la verdaderamente viva en época tardía. La desaparición de la forma, en los albores del clasicismo, de la lengua escrita debe interpretarse simplemente como acto de urbanitas purista frente a una forma, sin duda, popular; un caso más de convergen­cia arcaico-vulgar.

Respecto a voto/veto, hay que reconocerlo, no se ha arbitrado hoy por hoy una crítica consistente de la eommunis doctrina del cambio fo­

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nético, ni parece haber bases sólidas para ello. Sí cabe recordar la im­portancia que como condicionantes de los cambios fonéticos tienen en latín las estructuras silábicas (abierta o cerrada). Por esto nos parece en principio arriesgado colocar voto/veto (sílaba abierta) al lado de todos los demás casos examinados (sílaba cerrada).

Otros supuestos testimonios que se han aducido a favor de este “cam­bio fonético” (véase Leumann-Hofmann, I, p. 47) no tienen, en general, vocalismo o a no ser en formas reconstruidas por la comparación, más que sospechosas para quien sepa .de las libérrimas reorganizaciones del vocalismo indoeuropeo llevadas a cabo por muchos de los dialeotos he­rederos. Valga como ejemplo —en el terreno de las alternancias— el de las desinencias griegas -ao y -o<;, de 2.a pers. singular medía secundaria y genitivo singular, respectivamente, frente a las latinas *-se(s) > -re / -ris y -es > -is.

Por último, el testimonio de Quintiliano (I, 7, 25), a más de dos siglos de distancia, acerca del supuesto cambio que habría sido reconocido en la escritura por iniciativa de Escipión Africano el Menor (?, 185-129 a. C.), no es de excesiva confianza para un espíritu crítico moderno dotado de sentido histórico, y que conozca en cuántas otras ocasiones los gramá­ticos latinos han inducido a error a filólogos demasiado literalistas.

Con todo lo dicho sólo queremos dejar en claro que para postular el paso de no- a ve- hacen falta más convincentes testimonios que los hasta ahora aducidos. Tampoco nos atrevemos, desde luego, a negarlo de modo tajante.

22. Acerca de la laringal a (H) véase la nota 28.

23. El cambio lubet > libet (u > i entre l y labial), es, al menos por lo que mira a su causa y contexto, otro de los numerosos “cambios fan­tasma” que solemos hallar en nuestros manuales de fonética histórica latina. En realidad se trata de un caso más de medius sonus (cf. Nota 25), es decir, de timbre vacilante, con tendencia a paso de u a i, de vocal breve en sílaba interior abierta ante consonante labial (optumus/opti- mus). Hemos subrayado interior porque debe recordarse que las formas del impersonal libet se dan casi siempre en palabras fonéticas del tipo quodlibet; ello llevó a que lu- no fuera en realidad una sílaba inicial y no gozara, en consecuencia, de la estabilidad de timbre propia de tales sílabas en latín, produciéndose ante la labial b la normal inseguridad de timbre del medius sonus, así como el casi general paso al timbre i lubido/libido por su evidente relación etimológica con libet lo habría seguido por analogía en sus vicisitudes fonéticas. En cuanto a clupeus/ clipeus, hay que decir que es palabra altamente técnica y de oscuro ori­gen (véase Ernout-Meillet). Así las oosas, no tiene sentido hablar de la l como contexto condicionante ni de “sílaba inicial” (así, entre otros, Bas- sols, Fonética, p. 84).

24. Mucho se podría decir acerca de estas alteraciones de las vocales breves interiores latinas y del modo en que Palmer las presenta. Nos li­mitaremos a un par de aclaraciones fundamentales. Ante todo una ver­

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dadera “nota de traductor”: Palmer, al hablar de estos procesos (p. 219 del texto original inglés) los denomina de “raising”, es decir de “eleva­ción”. Al hablar, en cambio, de los efectos de -r- sobre vocal breve pre­cedente (cf. cinis/cineris) constata de manera general para esta conso­nante un efecto de “lowering” sobre las vocales, es decir, de “abajamien­to” o “abatimiento”. Uno y otro término nos parecen altamente impro­pios, teniendo en cuenta el esquema de localización de las vocales latinas y la naturaleza de los fenómenos a que aquí nos referimos. Por ello, aun a sabiendas de traicionar en cierta medida el pensamiento del autor, hemos preferido una traducción neutra de “raising” o “lowering”, un simple enunciado de los hechos sin enjuiciarlos (en el caso de la -r- es claro que se trata de la atracción al timbre vocálico más cercano a la localización de una -r- latina, apical).

Puede verse, por lo demás, que Palmer acepta la hipótesis tradicional del “acento prehistórico de intensidad inicia)” como explicativa de estas importantes alteraciones de las vocales breves latinas en sílaba no ini­cial, localizadas en las vísperas de su período histórico. Esta hipótesis, excogitada por Dietrich y ampliamente explotada por Vendryes, ha ve­nido siendo aceptada hasta la fecha en la mayoría de los manuales al uso. Las más serias críticas a la “intensidad inicial’’ arrancan ya de Ju- ret y fueron continuadas por Graur y Mariner, entre otros. Del último autor citado nos reconocemos directa y personalmente deudores en lo referente a las notas que siguen. Entre los manuales recientes en los que se intenta una explicación nueva puede verse el de P. Monteil (Éléments de phonétique et morphologie dw latín, París, Nathan, 1970, pp. 91 ss.), quien habla de una “dynamique du mot”. Véase también J. A. Enríquez, Apunte sobre el problema de la apofonía vocálica en latín, en Actas del I I I Congreso Español de Estudios Clásicos, Madrid, 1968, pp. 85-91.

Sin abordar cuestiones que excederían con mucho los límites de esta nota, sí conviene advertir que, sea cual sea la causa de los fenómenos en cuestión, no puede ser única, por ser éstos diversos e incluso contra­dictorios (abertura en *cinisis > cineris; cerramiento en *ad-facio > af- ficio; “adelantamiento” en *caputis > capitis.

De entre las críticas que a la hipótesis tradicional se han dirigido, nos permitimos entresacar las consideraciones siguientes:

1) Si los resultados del cambio difieren tanto según se trate de sílaba medial o final, habrá que atribuir a tal diferencia de condiciones la im­portancia adecuada.

2) Lo mismo cabe decir de las diferencias sílaba abierta-sílaba ce­rrada.

3) En latín, lengua pobre en compuestos, a diferencia del griego, la sílaba inicial posee un “privilegio lexemático”; la final, un “privilegio morfemático” (ideas repetidamente expuestas por Mariner).

4) Lo verdaderamente relevante en el sistema de las vocales latinas no son las aberturas, sino las localizaciones (véase el esquema lineal propuesto por Mariner en su Apéndice de fonemática latina a la Foné­tica de Bassols, pp. 255 ss., frente a l tradicional triángulo de Hellwag). S i no se tiene en cuenta esta realidad, no se valorarán debidamente los

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fenómenos, corriéndose el riesgo de tomar por principal lo que es se­cundario; de ahí que se hable con tanta facilidad de "aberturas” y “cierres”.

25. La cuestión del medius sonus está hoy situada, tras haber pro­vocado abundante bibliografía, en los confines del bizanímismo. Acerca de la cuestión en sí puede verse, por ejemplo, A. Traína, Vnlfabeto e la pronuncia del latino, 2.“ ed., Bolonia, Patrón, 1963, pp. 43 ss. (al final reúne amplia bibliografía). Respecto a la posición de Palmer queremos hacer las precisiones siguientes:

El texto de Quintiliano, I, 4, 8, tal como lo presenta Palmer, es sim­plemente trivial y ha sido profundamente transformado por una genial intuición crítica debida, que sepamos, a Niedermann (véanse sus M. Fabii Quintiliani Institutionis Oratoriae libri primi Capita de Grammatica (I, 4r8), Neuchátel, Griffon, 1947, p. 2). La corrección de Niedermann ha sido apoyada, entre otros, por P. G. Goidanich (Del cosidetto ‘sonus quí­dam. medius u et i’ di Quintiliano, en Atti della Accademia dei Lincei. Rendiconti. Scienze Moral. Stor. Philol., s. VIII, v. V, 1950, pp. 284-296). El texto rectamente enmendado queda así: “non enim sic optimum dici- müs ut opimum", es decir, trata de dejar bien sentada la diferencia en­tre el timbre oscuro o vacilante de la i breve (optimum) y el claro de la i larga; Quintiliano escoge un término adecuado de comparación: a la vocal larga sigue también una labial.

En el manual del propio Niedermann (p. 21), sin embargo, no se llegó a introducir, que sepamos, esta importante corrección del texto.

26. Para una exposición reciente, sintética y clara del consonantismo indoeuropeo véase el trabajo de J. M anessy-Gu itto n en Le langage (En- cyclopédie de la Pléiade, dir. A. Martinet, París, Gallimard, 1968, esp. pp. 1242 ss.).

27. Al término del capítulo que Palmer dedica a la fonética histórica del latín, conviene llamar la atención del lector sobre la ausencia en su estudio de toda referencia a los sonidos latinos desde el punto de vista de la fonología o fonemática. Para suplir esta laguna, realmente importan­te por tratarse del estudio más propiamente lingüístico del sonido, según advertía ya Trubetzkoy, puede verse el Apéndice de fonemática latina deS. Mariner a la Fonética latina de Bassols (Madrid, CSIC, 1962, pp. 249-271).

28. En su Mémoire sur le systéme primitif des voyelles indo-européen- nes (Leipzig, 1879), F. de Saussure puso las bases de la teoría laringal: del estudio de las alternancias vocálicas tipo TÍ0r|(u / tiGe^ev dedujo la exis­tencia en cierto estadio del indoeuropeo de tres “coeficientes sonánticos” cuya naturaleza renunció deliberadamente a describir, atento sólo a la función que tales coeficientes desempeñaban. AI postular estos coeficien­tes, de timbre e, a, o —notados posteriormente como 3 ,, a2, 33, o bien Hi, Hi, H¿—, Saussure suscitó la cuestión que tal vez haya levantado más agrias polémicas en la lingüística indoeuropea y, desde luego, la que más puntos oscuros iluminó y más hizo avanzar la reconstrucción» del

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llamado Indoeuropeo común: todo el vocalismo —sistema originario, pró­tesis vocálica, vocales de apoyo, alternancias—, ciertos hechos del conso­nantismo —oclusivas sordas aspiradas en primer plano— y hechos mor­fológicos clave —teoría de la raíz y los sufijos, ciertas formaciones nominales y verbales— son hoy incomprensibles o sólo parcialmente estudiables, si no se admite la existencia de unos coeficientes o fonemas que se han llamado laringales desde Moller, quien los comparó con las laringales de las lenguas semíticas.

Para ciertos laringalistas —Saussure, Kurilowicz y Benveniste princi­palmente— la descripción fonética de las laringales es innecesaria y su intento incluso perjudicial; interesa de ellas solamente su función, su rendimiento dentro de los modelos de reconstrucción. Para muchos no laringalistas el primer reparo a sus contrarios es precisamente esta ma­nera mecanicista de ver el lenguaje, ese reducirlo a ecuaciones. Otros, en cambio, se han ocupado de conjeturar la naturaleza fonética de las larin­gales, pero escaso ha sido el fruto: se trataba, al parecer, de sonidos continuos o fricativos, posteriores —pero sin que se precise si velares, glotales o faringales—, tal vez sordos o tal vez sonoros según el contexto fónico; se admite por todos que debían ser sonidos muy abiertos, como prueba el que, según contexto, pudieran desempeñar fruición vocálica; en una palabra: eran sonantes.

Tampoco hay unanimidad en cuanto al número de laringales: desde una para Zgusta hasta nueve para Cuny hay un amplio repertorio de teorías. Para Adrados son seis: cada uno de los timbres, e, a, o aparece con un apéndice palatal o labial, es decir, , H¿, f í j y ■

En cuanto a la evolución y efectos de las laringales hemos de advertir que, consecuencia de lo que ya llevamos dicho, no hay acuerdo entre los laringalistas, salvo en lo fundamental: la laringal que precede a la vocal le da su timbre pero no la alarga, la laringal que sigue a la vocal le da su timbre y la alarga, todo ello siempre que vocal y laringal pertenezcan a la misma sílaba. En otros puntos el desacuerdo es grande: vocal de apoyo de la laringal interconsonántica, prótesis vocálica, laringal inicial ante consonante, geminación de laringales, etc.

Ninguna lengua indoeuropea ha conservado las laringales, excepto el hetita, cuya h identificó con 9, Kurilowicz en 1927; y este resto mínimo —y además con incongruencias notables—, unido al enorme rendimiento funcional de lo que puede llamarse “coeficiente”, “laringal” o cualquier otra cosa, es más que suficiente para que resulte incomprensible que se niegue -—como se sigue aún haciendo por lingüistas de prestigio— la “teo­ría laringal”; desde luego muchos de los datos y resultados observados y obtenidos por los laringalistas no encajan en el concepto tradicional (neogramático) de “ley fonética”, pero defender a ultranza tal “ley” —que no es sino mera “tendencia”— equivale a renunciar a una suma grande de esclarecimientos a cambio de la “seguridad” de la doctrina aceptada e indiscutida. A los no laringalistas podría decírseles lo de Vendryes (B S L , 37, 3) a propósito de Benveniste (Origines..., uno de los frutos geniales de la teoría laringal): “Le désastre est moins grand qu’une premiére impression ne ferait croire”.

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Pueden consultarse: P. R. Adrados, Estudios sobre las sonantes y la­ringales indoeuropeas, Madrid, CSXC, 1973a; Evo lución y estructura del verbo indoeuropeo, Madrid, CSIC, 1963. W. W inter (editor), Evidence fo r laryngeals, La Haya, 1965 (especialmente los capítulos The laryngeal theo- ry so jar, de E. P olomé, y Evidence in Italic, de C. Watkins). E. Benveniste, Origines de la fo rm ation des noms en indo-européen, París, 1935. Le Langa- ge (dir. A. Martinet, Encyclopédie de la Pléiade, París, Gallimard, 1968), esp. pp. 1255 ss., de L ’indo-européen, de J. Manessy-Guitton. J. G il , La apofonía en indoeuropeo, en “Estudios Clásicos”, XIV (59), 1970, p. 1 ss. Para aplicaciones serias de la teoría laringal al estudio del latín véanse, como ejemplo, el artículo de J. G il , Los temas nom inales en laringal, en “Emérita”, XXXVII, 1969, pp. 371-409; y P. Monteil, Éléments de phoné- tique et m orphologie du latin, París, Nathan, 1970, esp. pp. 61 ss.

29. Para un status quaestionis del origen del genitivo en -i véanse el artículo de J. Gil, E l genitivo en -í y los orígenes de la declinación temá­tica, en “Emérita”, XXXVI, 1968, esp. pp. 25 ss., y A. M. Devine, The La tin thematic genitive singular, Stanford University, 1970.

30. Afirmar que “algunos temas en -i tienen el nominativo de singu­lar en -és” resulta desacertado tanto desde un punto de vista histórico (pues son nombres de origen distinto) como sincrónico (pues algunos funcionan en la órbita de los temas consonánticos); en todo caso es una “simplificación pedagógica”. El grupo extraño y en recesión de los nom­bres tipo caedés, famés, felés, etc., si bien en época clásica aparece, en su gran mayoría, intensamente integrado por analogía en la flexión de los temas en -i- (de donde nominativos como canis), tienen origen dis­tinto de aquéllos, y seguramente no unitario. La labor de inventario filo­lógico de estos nombres —muchos de ellos relegados en las hablas téc­nicas o rústicas— ha sido objeto de un importante trabajo de A. Ernout en sus Ph ilo log ica I II (París, Klincksieck, 1965, pp. 7-28). Desde un punto de vista más propiamente lingüístico y con horizonte indoeuropeo han sido estudiados, entre otros, por H. Pedersen y Sommer, y muy reciente­mente por J. Gil (Los temas nom inales en laringal, “Emérita”, XXXVII, 1969, pp. 371 ss.).

La explicación que de estos nombres da Palmer es marcadamente tra­dicional: serian temas en -i- con un grado largo -éi- en el nomi­nativo (véase Sommer, p. 371). Fue Pedersen quien abrió el camino a la verdadera explicación histórica de estos nombres en su libro La cinquié- me declinaison latine (Copenhague, 1926). Comparó Pedersen estos nom­bres latinos del tipo vates con los del antiguo indio del tipo pánth&s (“camino” = pons), concluyendo que en su nominativo tenemos simple­mente un grado pleno é, procedente de *-ea (véase la Nota 28), del ele­mento predesinencial. Del grado cero procederían las formas latinas tipo caedis (gen.), caedibus, etc., que acabaron arrastrando a estos nombres a la órbita flexional de los temas en -i-,

J. Gil ha modernizado el análisis de Pedersen según el correspondiente desarrollo de la teoría laringal: nom. -es *< -éH,(s) (su “tipo B I”, véase art. cit., pp. 371, 393), pero postula también la contribución a la forma­

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ción de este grupo de temas en -éi < *-eH\, al lado de los en -é(s). Tal contribución vendría probada por la antigüedad de formas tipo aedium, felium, nubium, etc. Estos temas en -éi son los mismos que, en parte, han formado la quinta declinación.

31. Para estudiar los orígenes de la quinta declinación latina es indis­pensable el manejo de los trabajos de Pedersen y J. Gil citados en la Nota precedente.

32. Para este punto es fundamental el trabajo de A. T ovar, L o s geni­tivos en -lus y la hipercaracterización en la morfología latina, Coimbra, Pac. de Letras, 1947.

33. Sobre voster véase la Nota 21.34. Al iniciar el estudio de la morfología verbal latina es absoluta­

mente necesario que llamemos la atención del lector sobre una obra ca­pital, a la que se ha hecho ya referencia en estas Notas. Se trata del libro de F. R odríguez Adrados, Evolución y estructura del verbo indoeuropeo, Madrid, CSIC, 1983; a la morfosintaxis histórica del verbo latino están especialmente dedicadas las pp. 475-578.

35. Véase en la Nota 45 la crítica de este esquema tiempo-aspecto del verbo latino, hoy inadmisible.

36. La diferencia entre capio (fació, etc.; infinitivo -ére<*-i-se, tipo integrado en la tercera conjugación) y audto (cuarta cohjugamffi, infini­tivo audire) reside, como es evidente, en la cantidad dé la -¿-.“Palmer expone aquí la doctrina que, en esencia, se denomina corrientemente “ley dé Sievers”, basada én* paralelos góticos, y que hace depender la cantidad de la -i- de la de la sílaba o sílabas precedentes. R. Adrados cree hallar una solucióij al problema suponiendo que la d ife rencia de cantidades es fruto simplemente de la diversidad de posibilidades de vocalización dé la laringal H', por él postulada como radical y luego elemento derivador en esta " clase *de tenías, a saber “íP" > i o bien H ‘“ > í. Tal variedad de so- lucioñes se da, según ha hecho' notar' é í proplírAdrados con anterioridad, én la mayoría de las sonantes indoeuropeas (f > ar, ra, ara, etc.). Véase R. Adrados, Evolución..., pp. 480 ss.

37. Sobre los orígenes del perfecto latino véase R. Adrados, Evolu­ción..., pp. 486 ss. ~

38. Su explicación del origen de los perfectos latinos en -v- es, sin duda, una de las más brillantes aportaciones de la teoría laringal. La base sobre la que descansa es mencionada por Palmer, aunque con el escaso entusiasmo que puede verse; la comparación con perfectos^sáns­critos del tipo jajfiáú = gnóvi, sin desinencia. 1$ ahí se cónchiyé~~sin lugar a duda el origen radicaTde la -v- (-U-), “arrancada” a ciertos temas y convertida (gramaticalízadá) én morfema de pretérito.

Como es sabido por los iniciados, A. Martinet postuló que la laringal H- (timbre o ) tenía un apéndice labial semejante al existente en el sonido representado por el dígrafo latineé QV "(q* ó k “j, es decir, H \ , que expli-

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caria ¡a wjJe octavos frente a oció, o la de gnóvi (< *qneH*r) frente a gnosti (véase Nota 39). La extensión por Adrados del apéndice labial a las tres laringales permite explicar la v de todos los perfectos latinos como procedente* de temas en laringal (flavi, sevi, gnomX etcT,“gramát'í- caíizada luego. Véase Adrados, Evolución..., pp. 489 ss.

38. La explicación fonéttco-analóglca que admite Palm er para estas supuestas formas contractas de tipo am asti había sido ob jeto do crítica dentro de ¿a lingüistica tradicional; en efecto, parecía a algunos estudio­sos que el supuesto “ foco de irradiación’^ d e l cambio (deleveram, audi- v isti) no era lo bastante amplio como para provocar uñTtan enérgico “movimiento analógico”. ' . ~ ~ _ _

También en este caso parece que la teoría laringal puede dar una. respuesta adecuada. Las formas “contractas” como gnosti serian tan antiguas, al menos, como las “extensas" del tipo gnovisti. La diferencia entre unas y otras estribaría, simplemente, en el diverso JraSm ien to ex; perimentado por la sonante laringal de lajque -v- de gnovisti procede (véase Nota precedente), según el contexto fónico y ías posibilidades^e realización (véase R. Adrados, Evolución..., pp. 492 ss.).

40. Pa ra una reconstrucción moderna y laringalista de las desinencias del perfecto indoeuropeo véase R. Adrados, Evolución..., pp. 481 ss.

41. Este elemento -is- del perfecto latino tiene documentadas co­rrespondencias en otras lenguas indoeuropeas: het. is, aind. is, gr. *es- / is-, o.-u. -us. Para R. Adrados es el resultado del encuentro de una larin­gal —radical o gramaticalizada— con el formante -s- de aoristos, fu­turos, subjuntivos y perfectos latinos, etc., es decir, un doblete fonético de la simple -s-. Para R. Adrados este hallazgo representa, después de la explicación de los perfectos en -v-, la más importante contribu­ción de la teoría laringal a la reconstrucción y explicación del verbo indo­europeo. Véase R. Adrados, Evolución..., p. 523.

42. Para la formación de los subjuntivos latinos véase R. Adrados, Evolución..., pp. 506 ss. (temas con vocal larga) y 517 ss. (temas con s o r < s).

43. Acerca de las diversas teorías sobre el nominativo y su crítica trata L. Rubio , Introducción a la s in t a x is estructural del latín, Barcelona, Ariel, 1982, pp. 130 s.

44. La consideración “elíptica” del acusativo exclamativo, es decir, como dependiente de un “verbo sobreentendido”, está hoy superada. En tales situaciones es el objeto —no propiamente gramatical— de algo extra­lingüístico: la atención que sobre él se quiere llamar. Esto es fácilmente comprensible al nivel relajado de la sintaxis impresivo-expresiva. Véase Rubio (op. cit., Nota 43), pp. 130 s.

45. Como es bien sabido, fue G. Curtius quien a mediados del pasado siglo “descubrió” en el verbo griego y latino la categoría del “aspecto”, entendida como grado de desarrollo en que la acción verbal se contem­pla (iniciación, duración, terminación, indeterminación), y representada

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por los morfemas, que hasta entonces eran considerados como portado­res de nociones de “tiempo”. En el “descubrimiento”, que realmente lo fue para el verbo griego, tuvo gran importancia la comparación con las categorías del verbo eslavo.

Por lo que mira al latín, puede decirse que la búsqueda de un sime- trismo con el griego y con lo que se suponía “estadio primitivo común” (en su primera parte presente ya en las equívocas disquisiciones de los antiguos gramáticos romanos), llevó a consecuencias nefastas para la verdad científica. A ello contribuyó no poco la tentadora simetría mor­fológica que nos presenta al verbo latino tajantemente reorganizado en dos temas: infectum y perfectum. Se pretendió ver en esta oposición for­mal el reflejo de un paralelo sistema de significaciones: la oposición as­pectual “acción no terminada”/“acción terminada” (Meillet), o bien “va­lor aorístico” (terminativo)/“valor continuativo” (presente) (autores ale­manes). Dentro de cada tema aspectual se habría establecido la triple gradación temporal pasado/presente/futuro. A esquemas de este tipo se refiere Palmer, según puede verse. El más característico es el de Mei­llet (véase Esquisse, p. 21), del que podemos presentar un espécimen reducido según el modelo siguiente (indicativo):

Naturalmente, los restos individuales de estadios anteriores y los he­lenismos de imitación contribuían notablemente a mantener en pie el edificio: vixerunt, “han terminado de vivir” = “han muerto”.

Pero el “sistema” no ha podido resistir a la larga la prueba de fuego del empirismo sobre los textos, al menos sin formar un capítulo de “ex­cepciones” mayor que el de “casos normales”. Véase, por ejemplo, el modo más que prudente en que manejan esquemas de esta clase segui­dores de Meillet como Ernout y Thomas (Syntaxe latine, 2.“ ed,, París, Klincksieck, pp. 215 ss.).

Era necesaria una afirmación tan tajante como la reciente de R. Adra­dos: “No hay aspecto en el verbo latino, en la oposición presente/preté- rito, que se refiere exclusivamente al tiempo; lo hay únicamente entre el pretérito perfecto y el imperfecto” (Evolución..., p. 534).

La oposición amavi/amabam es una oposición no durativo/durativo, siendo amabam el término marcado de la oposición. Ésta es la única oposi­ción sistemática de aspecto que se da en el verbo latino (oposiciones no sistemáticas pueden establecerse por otros procedimientos, como la prefi­jación: fació/pérfido ; pero caen fuera del dominio morfosintáctico, preci­samente por su asistematismo). En cuanto a las oposiciones amavi, ama- bam/amaveram y amabo/amavero (esta última bastante diluida en latín histórico), hay que decir que responden a la noción de “tiempo relativo”, es decir de anterioridad dentro de los campos generales del pasado y fu­turo, respectivamente; no son en modo alguno aspectuales, amaveram y

presentepasadofuturo

infectumamoamabamamabo

perfectumamaviamaveramamavero

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NOTAS DE LOS TRADUCTORES 349

amavero, por decirlo así, dividen en dos los campos del pasado y del futu­ro globalmente abarcados por las formas que se les oponen respectivamen­te; no son “perfectos de pasado y de futuro”. Terminaremos insistiendo en nuestra deuda al magisterio público de R. Adrados (Evolución..., pp. 533 ss.) y al personal de S. Mariner.

46. Sobre el verdadero valor del “perfecto” latino véase la Nota 45; en realidad es simplemente un pasado o un anterior a presente.

47. Sobre el verdadero valor del “pluscuamperfecto” latino, en rea­lidad un pretérito anterior, véase la Nota 45.

48. Como era de esperar teniendo en cuenta las fuentes que el autor emplea, nos encontramos aquí con un tratamiento confuso y poco satis­factorio del problema de los modos latinos. Este tipo de descripciones, según ha hecho notar L. Rubio, suelen adolecer de un desenfoque espe­cialmente patente en dos síntomas; en primer lugar, confusión de térmi­nos; luego, un confesado pesimismo respecto a la posibilidad de llegar a una comprensión verdaderamente científica de la cuestión de los modos, y especialmente de ese “bugbear” de los estudiosos —por emplear términos que el propio Palmer aduce en otro lugar— que es el llamado modo sub­juntivo latino. El atomismo, la falta de sentido del sistema y la sincro­nía han venido siendo el vicio radical del enfoque puramente historicista de este y de tantos otros problemas lingüísticos.

Entendemos que sólo el enfoque estructural —más concretamente funcional según la vertiente martinetiana de la Escuela de Praga— ha dado una respuesta coherente al interrogante planteado por la categoría “modo” en latín. Y han sido tres españoles, Mariner, García Calvo y L. Rubio, quienes, en orden cronológico, han contribuido en mayor me­dida a la elaboración de esta respuesta. Las líneas que siguen pretenden una apurada síntesis de su doctrina, sobre la base de los trabajos que reseñamos al final de esta Nota, y a los que no haremos referencias con­cretas, en la medida de lo posible, a lo largo de la misma. El lector in­teresado en el tema deberá, desde luego, acudir directamente a esas fuentes.

Como ha señalado muy acertadamente L. Rubio, los intentos realiza­dos hasta la fecha para un estudio científico de los modos latinos han seguido un método “que pretende describir todas las posibles bazas del juego, desentendiéndose de las reglas del juego en sí”. Este desquicia­miento se manifiesta, verbigracia, en la oonfusión .de términos a que al principio nos referíamos. Tomando como ejemplo la exposición del pro­pio Palmer, vemos que “divide” el subjuntivo en “volitivo” (“yusivo”, “deliberativo”, “de repudio” —indignantis—), “optativo”, “potencial” (“op­tativo"), etc. Una “clasificación” de este tipo —sabemos muy bien que el autor no pretende establecer departamentos estancos— no difiere mu­cho, con todo, de una que dividiera a los hombres en altos, sanos y es­pañoles; o bien, volviendo al símil del juego, de una baraja española en la que se hubieran mezclado naipes franceses. Es, preciso, pues, dividir lo menos posible, en términos verdaderamente opuestos morfológica y se­mánticamente, y según los niveles de comunicación.

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El estudio de los modos latinos ha de tener en cuenta, entre otros, los siguientes principios básicos:

1) “La no identidad de las oposiciones morfológicas que se interfie­ren” (Ruipérez-Mariner), es decir, que si dentro del llamado modo sub­juntivo se llega a detectar dos verdaderos modos (potencial e irreal), deja de tener sentido hablar de “modo subjuntivo”. Este principio tiene, naturalmente, un alcance mucho más amplio que el ejemplo propuesto.

2) La base filológica para el estudio del problema han de ser los textos en que los modos y, concretamente, las formas .del subjuntivo son fruto de empleo deliberado, libres de toda sospecha de automatismo. De ahí que se deba partir de empleos no subordinados (lo que no excluye que en usos subordinados se den auténticos valores modales).

3) Es preciso distinguir entre “nivel .de forma verbal” y “nivel de frase” (Rubio, sobre una idea “bühleriana” de García Calvo). A saber, amarem es una forma que va modalmente marcada por un morfema que indica irrealidad, sin necesidad de aditamentos; ahora bien, según el contexto en que vaya y el valor modal de tal contexto, indicado por una determinada curva melódica —de afirmación, interrogación, exclamación, orden, etc.—, recibe, o, mejor, contribuye a formar, una significación “suprasegmental” o “modalidad”. Adelantemos, a título de ejemplo, que realidad/irrealidad/posíbilidad son conceptos significados al nivel de la forma verbal (modos), y se significan por ciertos morfemas (lego, “cero”; legam, -a-, legerem, -re -); en cambio, conceptos como afirmación, interroga­ción, duda, orden, deseo, etc., se mueven en el ámbito de la modalidad de frase y forman signo lingüístico con el correspondiente “prosodema supra­segmental”. Son categorías, las de una y otra serie, que se interfieren; no son, pues, idénticas. Se ha comparado con acierto esta interferencia a la de las redes de meridianos y paralelos.

Pasemos ahora a la consideración concreta del “nivel de la forma ver­bal” o nivel de los “modos” propiamente dichos. A este nivel nos move­mos entre significados del tipo realidad/posibilidad/irrealidad, y unos morfemas verbales que indican sistemáticamente tales valores; am o/

amem/amarem. Ha sido S. Mariner quien en su luminoso artículo de "Emérita”, XXV (1957), ha esclarecido esta zona del problema, al nivel sincrónico del latín clásico. Desmonta Mariner como modo el “subjun­tivo” —su propio nombre es una invitación a descalificarlo como tal— en dos modos: potencial (amen, am averim ) e irreal (amarem, amavis- sem ), dentro de los cuales se tiende a establecer una oposición temporal presente/pasado (en el potencial parecen menos sitemáticos los hechos en este punto). En realidad la gramática tradicional de las oraciones con­dicionales habían entrevisto de lejos el quid de la cuestión. El bloque irreal/potencial, sobre la nota básica de la subjetividad, se opondría como término marcado al indicativo, modo de la objetividad. Dentro del bloque, el irreal sería el término marcado de la oposición. El “superblo- que” de estos tres modos se opondría, como término no marcado, al imperativo, modo exclusivo de la actuación (orden, mandato). El es­

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NOTAS DE LOS TRADUCTORES 351

quema básico de Mariner, que precisa, como se verá, de ciertos retoques es, pues, el siguiente:

IMPERATIVOIRREAL / POTENCIAL

INDICATIVOEn el cual los términos no marcados —los que pueden también “apare­cer por el otro”— ocupan los lugares inferiores y de la derecha del lector.

A nivel sintáctico, el de las modalidades de frase, el estudio debe par­tir del importante artículo publicado por A. García Calvo en “Emérita”, XXVII (1960), quien sienta las bases teóricas a las que ya hemos hecho referencia marginal. Es mérito de García Calvo la introducción del con­cepto de “modalidad de frase”, significación suprasegmental notada por la entonación o curva melódica. Con base última en el esquema funcional de Bühler, distingue García Calvo dos niveles distintos de modalidad: a) impresíva (órdenes, deseos, exclamaciones, etc.); b) lógica o declara­tiva, que se subdivide en afirmativa e interrogativa. Se ve ahora claro, según ya insinuamos al principio, a dónde tienen que ir a parar ciertos “naipes” que nada hacen, sino confundir, en el nivel de los verdaderos “modos”; nos referimos a “optativo”, “yusivo”, “deliberativo”, y concep­tos por el estilo. Cierto es que García Calvo creía agotar el problema global con su solución, que no es sino la mitad de la verdadera, aunque tan importante, desde luego, como la otra mitad, la “invención” de Mari­ner. El problema global de los modos se presenta, pues, cómo un juego de dos barajas combinadas, no confundidas.

La necesaria síntesis de uno y otro hallazgo ha sido obra de L. Rubio, quien tuvo el mérito de observar la perpendicularidad existente entre uno y otro eje, es decir, la “no identidad" de oposiciones tipo aflrmación/de- seo con las del tipo real-irreal. Quiere esto decir, claro está, que empleos de carácter yusivo los puede haber —como de hecho los hay— también en indicativo; como los hay afirmativos en el irreal o interrogativos en el potencial; y sígase la combinación hasta el limite de lo posible.

Rubio ha perfeccionado, además, el esquema de Mariner, teniendo en cuenta la autocrítica de aquél y las acotaciones de R. Adrados al artículo de “Emérita” XXV. El imperativo quedaría aún más al margen, como “modo” exclusivo de la impresividad y, por tanto, como un “modo en sentido amplio”. Rubio insiste en su elementalidad morfológica —com­parable sólo a la del caso vocativo—, que cuadra muy bien a un nivel “no lógico” de la comunicación lingüistica. El infinitivo, excluido en un principio del esquema de Mariner, representa un extremo de no carac­terización, pues puede aparecer por todos los demás modos y con todas las modalidades. Debe colocarse, por tanto, en la base misma del es­quema.

En resumen, pues, los modos del latín clásico son: infinitivo (valor neutro), indicativo (realidad), potencial e irreal, cada uno de los cuales puede emplearse en modalidad impresiva (órdenes, deseos, etc.) o bien

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lógica (afirmación o interrogación). Queda aparte el imperativo, “modo exclusivamente impresivo”.

Ni que decirse tiene que el estudio de los modos en la subordinación ha de basarse en el de los usos libres. Los valores modales están todavía muy claros en ciertas subordinadas. El subjuntivo de subordinación no es, claro está, modo, sino pura marca externa de subalternación lógica, sin conexión con la verdadera significación.

La doctrina que hemos intentado resumir aquí procede, fundamental­mente, de las siguientes fuentes: S. Mariner, “Emérita” XXV, 1957, pp. 449- 486, y XXXIII, 1965, pp. 47 ss.; A. García Calvo, “Emérita”, XXVII, 1960, pp. 1-47; F. R. Adrados, Evolución..., pp. 542 ss.; L. Rubio, op. cit. en nota 43, pp. 234 ss. (sobre el cual hay una crítica reciente de Ch. Touratier en Revue des Études Latines, LV, 1977, pp. 394 ss., quien atribuye al sub­juntivo valor potencial y volitivo, actualizables según contexto, y niega valor modal al “irreal”, quizá no sin razón).

Sobre el estudio de los modos en griego y latín en el período 1903- 1966 ha publicado un densísimo “rapport” en el periódico “Lustrum” (11/1966, pp. 173-349; 13/1968, pp. 404-511) el profesor de la Universidad de Bolonia G. Calboli. Se trata de un trabajo clave que recoge exhausti­vamente lo realizado en ese período, con importantes sugerencias crí­ticas.

49. Sobre estos “aoristos sigmáticos” véase la Nota 11 y la bibliogra­fía allí reseñada.

50. El estudio de los modos en la oración compleja es problema pen­diente del esclarecimiento de los modos de empleo independiente. Véase la Nota 48.

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BIBLIOGRAFÍA

(N. T.: Hemos procurado actualizar y ampliar la Bibliografía confec­cionada por el autor, sin afán alguno de exhaustividad, desde luego. Nuestra atención se ha dirigido particularmente a la obra de estudio­sos españoles. Nuestras adiciones van entre paréntesis,)

Como bibliografía general de obras sobre la lengua latina puede uti­lizarse :

3. Cousin, Bibliographie de la langue latine. 1880-1948, París, 1951. (De las publicaciones referentes al mundo clásico .da cuenta anualmente “L’Année Philologique”; véase también V. 3. Herrero, Introducción al estudio de la filología latina, Madrid, Gredos, 1965.)

Historia de la lengua ^

A. Meillet, Esquisse d’une histoire de la langue latine (6.“ ed., 1952).P. Kretschmer, “Die Sprache” en Gercke y Norden, Einleitung in die

Altertumswissenschaft, 3* ed., 1923 (véase también Introducción a la lingüistica griega y latina, trad. M. F. Galiano y S. F. Ramírez, Madrid, CSIC, 1946).

(F. Stolz - A. Debrunner - W. P. Schmid, Storia della lingua latina, trad. Be- nedikter-Traina, Bolonia, Patrón, 1968.)

G. Devoto, Storia della lingua di Roma, 2.” ed., 1944.J. Cousin, Evolution et structure de la langue latine, 1944.(G. B. Pighi, Storia della lingua latina, en La lingua latina nei mezzi della

sua espressione, t. I, Enciclopedia Classica, Turín, S.E.I., 1968.)

CAPÍTULO PRIMERO

Un interesante examen de las afinidades del latín es el articulo deD. M. Jones The relation of Latín to Osco-Vmbrian, “Transactions of the Philological Society”, 1950. Puede remitirse al estudioso a este artículo para las más importantes referencias bibliográficas. Véase también el trabajo de síntesis de M. Lejeune, La position du latín sur le domaine indo-européen, en Memorial des études latines, 1943, pp. 7 ss.

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354 in t r o d u c c ió n a l l a t ín

OSCO-UMBROC. D. Buck, A grammar of Osean and Umbrian, Boston, 2.* ed., 1928. (A. Montenegro, Oseo y umbro, Madrid, CSIC, 1949.)(A. Emout, Le dialecte ombrien, París, Klincksieck, 1961.)

CAPITULO II

Una guía útil para la arqueología prehistórica de Italia y sus rela­ciones con los datos lingüísticos es:

J. Whatmough, The foundation of Román Italy (Manuales de Arqueología de Methuen), 1937 (con amplia bibliografía).Más moderno:

Handbuch der Archaologie, 4." parte, 1950 (en el Handbuch der Alter- tumswissenschaft, VI, 2, 1).Para trabajos más recientes véanse los artículos de P. Matz en “Neue

Jahrbücher für Antike und deutsche Bildung”, 1938, pp. 285 ss„ y 1939, pp. 32 ss., y en “Klio”, XXXIII, 1940, pp. 140 ss., y de J. Wiesner en “Die Welt ais Geschichte”, VIII, 1942, pp. 197 ss.

Las invasiones indoeuropeas de Italia

H. Krahe, Die Indogermanisierung Griechenlands und Italiens, Heidelberg, 1949.

Lenguas no itálicas de l a I t a l i a a n t i g u a (aparte el griego)

R. S. Conway, S. E. Johnson, J. Whatmough, The Prae-Italic dialects of Italy, Harvard U. P., 1933.

H. Krahe, Das Venetische, Heidelberg, 1950.M. S. Beeler, The Venetic language, Univ. of California, 1949.

Etrusco

E. Piesel, Etruskisch (= Geschichte der Indogermanischen Sprachwissen- schaft, v. 4), Berlín, 1931.

M. Renard, Initiation á l’etruscologie, 2.‘ ed., Bruselas, 1943 (con breve bibliografía).

A. Ernout, Les éléments étrusques du vocabulaire latín, en BSL, 1929, pp. 82 ss.

W. Schulze, Zur Geschichte der lateinischen Eigennamen, Berlín, 1904.

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BIBLIOGRAFÍA 355

Corpus inscriptionum etruscarum, Leipzig, 1893.

(Véanse además:M. Pallottino, Etruscologia, 5." ed., Milán, Hoepli, 1963.

— Testimonia linguae Etruscae, Florencia, 1954. A, J. Pflfflg, Die etruskische Sprache, Graz, 1969.)

Griego

B. Friedmann, Die ionischen und attischen Würter im Altlatein, Helsinki, 1937.

O. Weise, Die griechischen Worter in der lateinischen Sprache, Leipzig, 1882.

G. Pasquali, Preistoria della poesía romana, Florencia, 1936.(J. Marouzeau, Oree et latín, deux fois parents, en Anales del Instituto

de Literaturas Clásicas, t. I, Buenos Aires, 1939.)

CAPÍTULO III

A. Ernout, Les éléments dialectaux de vocabulaire latín, París, 1909.— Le parler de Préneste d'aprés les inscriptions, en MSL, XIII, pp. 283 ss.

— Recueil de textes latins archaiques, nueva edición, París, 1966.E. Stolte, Der faliskische Dialekt, Munich, 1926.(G. Giacomelli, La lingua falisca, Florencia, Olschld, 1963.)E. Norden, Aus altrómischen Priesterbüchern, Lund, 1939.

CAPITULO IV

J. B. Hofmann, El latín familiar, trad. J. Corominas, Madrid, CSIC, 1958.H. Haffter, Untersuchungen zur altlateinischen Dichtersprache, Berlín, 1934. E. Fraenkel, Plautinisches im Plautus, Berlín, 1922.W. Jachmann, Artículo sobre Terencio en Pauly-Wissowa, Realenzyclopa-

die, ser. II, v. A. 1, pp. 643 ss.

CAPÍTULO V

M. Leumann, Die lateinische Dichtersprache, “Museum Helveticum”, IV, 1947, pp. 116 ss. (= Kleine Schriften, pp. 131-156).

A. Cordier, Études sur le vocabulaire épique dans l’Énéide, París, 1939.E. Norden, Die antike Kunstprosa, 3.* ed., Leipzig, 1915-1918.

— Comentario a Virgilio, Eneida VI, 3.“ ed., 1934.

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356 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

W. Kroll, Die Entwicklung der lateinischen Schriftsaprache, “Glotta”, XXII, 1933, pp. 1 ss.

— Artículo sobre la lengua de Salustio, “Glotta”, XV, 1927, pp. 280 ss. J. Marouzeau, Quelques uspects de la formation du latín littéraire, París,

1948.— Traité de stylistique latine, 2." ed., París, 1946.— Pour mieux comprendre les textes latins, “Revue de Philologie”, XLV, 1921, pp. 149 ss.

R. Till, Die Sprache Catos (— “Philologus” Suppl. Band XXVIII, 2), 1935. (J. M. Tronskij: trabajo citado en Notas de los traductores, Nota 15.)S. P. Bonner, Román declamation, Liverpool, 1949 (especialmente el ca­

pítulo VIII, acerca de la influencia declamatoria en la literatura de inicios del Imperio).

A. W. de Groot, La prose métrique des anciens, París, 1937.

CAPÍTULO VI

C. H. Grandgent, Latín vulgar, reimpr., Madrid, CSIC, 1953.W. A. Baehrens, Skizze der lateinischen Volkssprache ( = Neue Wege zur

Antike, II, 45-66).(M. C. Díaz y Díaz, Antología del latín vulgar, 2.“ ed., Madrid, Gredos, 1962.)(Ch. Mohrmann, Latín vulgaire, Latín des chrétiens, Latín médiéval, París,

Klincksieck, 1955.)M. Niedermann, über einige Quellen unserer Kenntniss des spateren Vul-

garlateinischen, “Neue Jahrb. f. d. klass. Altertumswissenschaft”, XV, 1912, pp. 313 ss.

E. Lofstedt, Spatlateinische und romanische Sprachentwicklung, “Syntac- tica”, II, pp. 373 ss. (con una lista de las obras más importantes sobre latín vulgar).

— Philologischer Kommentar zur Peregrinatio Aetheriae, Uppsala, 1911.( — Late Latín, Oslo, 1959.)P. Marx, Die Beziehungen des Altlateins zum Spatlatein, “Neue Jahrb.”,

XXIII, 1909, pp. 434 ss.H. F. Muller-P. Taylor, A chrestomathy of Vulgar Latín, Boston, 1932.G. Rohlfs, Sermo vulgaris latinus, Halle, 1951.(V. Váánanen, Introduction au latín vulgaire, París, Klincksieck, 1963;

trad. esp. M. Carrión, Introducción al latín vulgar, Madrid, Gredos, 1968.)

CAPITULO VII

J. Schrijnen, Charakteristik des altchristlichen Lateins, Nimega, 1932.Para una revisión crítica de la obra de Schrijnen y su escuela:

J. de Ghellinck, Latín chrétien ou langue latine des chrétiens, “Les Études • Classiques”, VIII, 1939, 449 ss.

Page 353: Palmer, L.R. Introduccion Al Latin

BIBLIOGRAFÍA 357

Oh. Mohrmann: artículos en “Vigiliae Chrlstianae”, I, 1947, pp. 1 ss.; II, 1948, pp. 89 ss., 163 ss.; III, 1949, pp. 67 ss.; IV, 1950, pp. 193 ss. (Véanse sus Études sur le la tín des chrétiens, vols. I-III, Roma, 1961- 1965, que recopilan trabajos anteriores.)

( — Véase el trabajo citado para el capítulo anterior.)(E. Lofstedt: Véase el trabajo citado para el capítulo anterior.)

Traducciones latinas de la B iblia

F. Stummer, E in führung in die lateinische B ibel, 1928.H. F. D. Sparks, The La t ín B ib le, en H. W. Robinson, The B ib le in its

Ancient and Eng lish versíons, Oxford, 1940.H. Rbnsch, Ita la und Vulgata, 1875.W. E. Platen-H. J. White, A gram m ar o f the Vulgate, Oxford, 1926.

SEGUNDA PARTE

La obra clásica de referencia para la gramática histérico-comparativa del latín es:Leumann-Hofmann-Szantyr, Lateinische Grammatik, vol. I: Lat. Laut- und

Formenlehre (Leumann), edición renovada, Munich, Beck, 1977; vol. II: Syntax und Stilistik (Hofmann-Szantyr), nueva edición, Munich, Beck, 1965.

W. Lindsay, The latín language, Oxford, 1894.Gramática descriptiva;

R. Kühner, Ausführliche G ram m atik der late in ischen Sprache, 2.a ed. de la Syntax por G. Stegmann, Hannover, 1912-1914.

Diccionarios etimológicos

A. Emout-A. Meillet, D ictionna ire étymologique de la langue latine, 4.a ed.,2.a reimpr. aum. y corr., París, Klincksieck, 1967.

Walde-Hofmann, ‘hateinisches etymologisches W ürterbuch, 3.a ed., Heídel- berg, 1930-1956.

Manuales

A. Meillet-J. Vendryes, Tra ité de gram m aire comparée des langues cías- siques, 2.a ed., 1948.

C. D. Buck, Com parative gram m ar o f G reek and Latín , Chicago, 1948.E. Kieckers, H isto rische lateinische G ram m atik, I-II, 1930-1931.W. Lindsay, A short h is to rica l La t ín grammar, 2.a ed., Oxford, 1915.

F onética

R. G. Kent, The sounds o f Latín , 3.a ed., Baltimore, 1945.M. Niedermann, Phonétique h istorique du latín, 4.a ed., París, 1959.

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358 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

(M. Bassols de Climent, Fonética latina, con un Apéndice sobre fonemá- tica latina por S. Mariner Bigorra, Madrid, CSIC, 1962.)

(P. Monteil, Éléments de phonétique et m orphologie du latín, París, Nathan, 1970.)

(F. Sommer, Handhuch der lateinischen Laut- und Formenlehre, 2." y 3." ed., Heidelberg, 1914; reimpr. 1948. Nueva ed. en curso a cargo de R. Pfister, de la que ya ha aparecido el vol. I [Einleitung und Lautlekre] en 1977.)

Morfología

R. G. Kent, The forras o f Latín , Baltimore, 1946.A. Ernout, M orpho log ie h istorique du latín, 3.* ed., París, 1953. (Véanse,

además, los manuales de Monteil y Sommer citados en el apartado precedente, así como las obras indicadas en las Notas de los traduc­tores.)

(P. Monteil, op„ cit. en Fonética.)

S intaxis

A. Ernout-F. Thomas, Syntaxe latine, 2.a ed., París, 1959.W. Kroll, La sintaxis c ientífica y la enseñanza del latín, trad. A. Pariente,

Madrid, 1935.C. E. Bennet, Syntax o f Early Latín, I-II, Boston, 1910-1914.E. Lofstedt, Syntactica, X, 2.“ ed., Lund, 1942; II, 1933.J. Wackernagel, Vorlesungen über Syntax, I-II, Basilea, 1926-1928.(M. Bassols de Climent, Sintaxis h istórica de la lengua latina, t. I y II, 1;

Barcelona, CSIC, 1945-1948.)( — Sintaxis latina, I-II, Madrid, CSIC, 1956, reimpr. 1963.)(L. Rubio, Introducción a la sintaxis estructural del latín, Barcelona, Ariel,

1982.)(A. Tovar, G ram ática h istórica latina: Sintaxis, Madrid, 1946. Ténganse

muy en cuenta, además, los trabajos citados en las correspondientes Notas de los traductores.)

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A P É N D I C E

T E X T O S L A T IN O S A R C A IC O S

A. EPIGRÁFICOS

1. CIL I .2 3. E 1. Fíbula de Preneste, c. 600 a. C.Manios med vhe vhaked Numasioi

2- CIL 1.a 4. E 3. Escrita sobre un vaso de tres compartimientos encon­trado en el Quirinal. Siglo vi (?).

louesat deiuos qoi med mitat, nei ted endo cosmis uirco sied | asted noisi ope toitesiai paoari uois. |dueños med feeed en manom einom dze noine med maao statod

3. CIL I .2 1. E 2. Cipo hallado en el Foro Romano, c. 500 a. C.quoi ho il...]

sakros ; es- ed sorl[...][. . . ]la [. ]la s regel : ig [..J1.. .1 eúam quos; re [.. .][ . . . ]m : kalato- rem ; hai[...l1.. .]lód ; iouxmen-ta : kapia ; dotaul...] m : ite ; r l [. . . l —[...ím : quoi ha uelod ; ’ nequ[...]

od: iouestod

loiuquiod

4. CIL I .2 2. E 146. Himno de los Fratres Arvales según las Actas del año 218 d. C. Véanse pp. 71 s.

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360 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

enos Lases iuuate,[e]nos Lases iuuate, enos Lases iuuate.neue luae rué Marma sins incurrere in pleores, neue lúe rué Marmar [si]ns incurrere in pleorls, neue lúe rué Marmar sers incurrere in pleoris. satur furere Mars, limen [sal]i, sta berber, satur fu, fere Mars, limen sali, sta berber, satur fu, fere Mars, limen sa[l]i, s [t ]a berber.[sem]unis alternei aduocapit conotos, semunis alternei aduocapit conotos, simunis alternlei] aduocapit [conctlos. enos Marmor iuuato, enos Marmor iuuato, enos Marmor iuuato.

-triumpe triumpe triumpe triumCpe triiumpe

5. CIL I a 366. E 64. Spoleto.honce loucom | ne qu(i)s uiolatod | ñeque exuehito ñeque | exferto

quod louci || siet, ñeque cedito, | nesei quo die res deina I anua flet. eod die, | quod rei dinai cau(s)a | [f]iat, sine dolo cedre || Hiicetod. sei quis | uiolasit, Ioue bouid | piaclum datod. | sei quis scies | uiolasit dolo malo, || Iouei bouid piaclum | datod et a. CCC | moltai suntod. | eius piacli | moltaique dicator[ei] || exactio est[od]

6. CIL I .2 401. E 91. Luceria.in hoce loucarid stircus | ne [qu]is fundatid neue cadauer | proiecitad

neue parentatid. | sei quis aruorsu hac faxit, [in ] ium || quis uolet pro ioudicatod n. [L ] | manum iniect[i]o estod. seiue | mac[i]steratus uolet moltare, | [lijcetod

7. CIL 1.a 361. Boma.Iunone Loucinai | Diouis castud facitud

8. CIL V 581. E 126. Placa ,de bronce del 186 a. C. que contiene una copia del Senatus Consultum de Bacchanalibus.

[Q.] Marcius L. f., S. Postumius L. f. eos. senatum consoluerunt n. Octob. apud eadem | Duelonai. se. arf. M. Claudi. M. f., L. Valeri. P. f.,Q. Minuci. C. f.

de Bacanalibus quei foideratei | esent, ita exdeicendum censuere: ‘neiquis eorum <B>acanal habuíse úelet. sei ques | esent, quei sibe,

deicerent necesus ese Bacanal habere, eeis utei ad pr. urbanum |l Romam uenirent, deque eeis rebus, ubei eorum u<e>r<b>a audita esent utei senatus | noster decemeret, dum ne minus senatoribus C adesent, [quom e]a res cosoleretur. | Bacas uir nequis adiese uelet ceiuis Roma- nus neue nominus Latini neue socium | quisquam, nisei pr. urbanum adiesent, isque [d ]e senatuos sententiad, dum ne | minus senatoribus C adesent, quom ea res cosoleretur, iousisent. ce[n]suere. ||

sacerdos nequis uir eset. magister ñeque uir ñeque mulier quisquam eset. | neue pecuniam quisquam eorum comoinetm h]abuise ue[l]et.

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TEXTOS LATINOS ARCAICOS 361

neue magistratura, | neue pro magistratu<d>, ñeque uirum [ñeque muljierem quiquam fecise uelet. | neue posthac ínter sed conioura[se neu]e comuoulse neue conspondise | neue conpromesise uelet, neue quisquam fldem ínter sed dedise uelet. || sacra in <o>quoltod ne quis- quam fecise uelet. neue in poplicod neue in | preiuatod neue exstrad in'bem sacra quisquam fecise uelet, nisei | pr. urbanmn adieset, isque de senatus sententiad, dum ne minus | senatoribus C adesent, quom ea res cosoleretur, iousisent. censuere. |

homines plous V oinuorsei uirei atque mulieres sacra ne quisquam | fecise uelet, neue inter ibei uirei plous duobus, mulieribus plous tribus arfuise uelent, nisei de pr. urbani senatuosque sententiad, utei suprad scriptum est.’

haice utei in couentionid exdeicatis ne minus trinum | noundinum, senatuosque sententiam utei scientes esetis, — eorum | sen ten tía ita fuit: ‘sei ques esent, quei aruorsum ead fecisent, quam suprad || scriptum est, eeis rem caputalem faciendam censuere’ —atque utei | hoce in tabolam ahenam incelderetis, ita senatus aiquom censuit, | uteique eam flgier ioubeatis, ubei facilumed gnoscier potisit. atque | utei ea Bacanalia, sei qua sunt, exstrad quam sei quid ibei sacri est, | ita utei suprad scriptum est, in diebus X, quibus uobeis tabelai datai || erunt, faciatis utei dismota sient. in agro Teurano

9. C IL 1.a 614. E 125. Alcalá de los Gazules (Cádiz), 189 a. C.L. Aimilius L. f. inpeirator decreiuit, | utei quei Hastensium seruei |

in turri Lascutana habitarent, | leiberei essent. agrum oppidumqu., | quod ea tempestate posedisent, | item possidere habereque | iousit, dum poplus senatusque | Romanus uellet. act. in castréis | a. d. X II k. Pebr.

10. CIL 1.a 586. E 127.L. Cornelius Cn. f. pr. sen. cons. a. d. III nonas Maias sub aede

Kastorus. I ser. adf. A. Manlius A. f., Sex. Iulius [...], L. FostumiusS. f. |

quod Teiburtes u(erba) f(ecistis) quibusque de rebus uos purgauistis, ea senatus | animum aduortit ita utei aequom fuit— nosque ea ita audiueramus, || ut uos deixsistis uobeis nontiata esse— : ea nos animum nostrum | non indoucebamus ita facta esse, propterea quod scibamus, | eo uos mérito nostro faeere non potuisse, ñeque uos dignos esse, | quei ea faceretis, ñeque id uobeis ñeque rei poplicae uostrae | oitile esse faeere. et postquam uostra uerba senatus audiuit, |j tanto magis animum nostrum indoucimus (ita utei ante | arbitrabamur), de eieis rebus ai' uobeis peccatum non esse. [ quonque de eieis rebus senatuei purgati estis, credimus, uosque | animum uostrum indoucere oportet, item uos populo j Romano purgatos fore

11. C IL V 25. E 147. Inscripción de la columna rostrata de C. Duilius, restaurada o compuesta en época de Augusto o de Claudio.

... [Secest]ano[sque ................. op-][sidione]d exemet lecione[sque Cartaciniensis omnis] [ma]ximosque macistr[a]tos l[uei palam post dies] £n]ouem castréis exfociont, Macel[amque opidom]

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362 INTRODUCCIÓN AL LATIN

[pluenandod cepet. enque eodem maclistratud bene][r]em nauebos marid consol primos c[eset copiasque][cllasesque nauales primos ornauet pa[rauetque], cumque eis nauebos ciaseis Poenicas omnfis, Ítem m a-][xlumas copias Cartaciniensis praesentetd Hanibaled] dictatored ollorlom in altod marid pucntandod uicet] tulique nauelis cepejt cum socieis septer[esmom I quin-] [queresm]osque triresmosque ñauéis X IX X , merset X II I ],[aurolm captom: n u m e iQ )® (D ^ C IO TarcénJtom captom praeda: numei © I [...][omne] captom aes [...]

( © ( © . ( © ( © ( ^ ( © © ) ( © ( © ( © ( © ( © ( © l •.. pri-][mos qu]oque naualed praedad poplom [donauet pri-1 [mosqueí Cartacini[ens]is [incelnuos d[uxit in][triumpod...] eis [... ] captt...]

12. C IL 1.a 6. 7. E 13. Sarcófago de L. Cornelio Escipión Barbado, cónsulen el 298 a. C.

IX. Cornelilo Cn. f. Scipio |Cornelius Lucius Scipio Barbatus Gnaiuod patre | prognatus, fortis uir sapiensque, quoius forma uirtutei parisuma | fuit, consol, censor, aidilis quei fuit apud uos,Taurasia, Cisauna | Samnio cepit,subigit omne Loucanam opsidesque abdoucit

13. C IL I." 8 y 9. E 14. Sarcófago del cónsul del 259 a. C.L. Cornelio L. f. Scipio | aidiles, cosol, cesor

hone oino ploirume cosentiont Rtomane] duonoro optumo fuise uiro,Luciom Scipione. filios Barbati consol, censor, aidilis hic fuet a[pud uosl. hec cepit Corsica Aleriaque urbe, dedet Tempestatebus aide meretoíd]

14. C IL 1.a 10. E 15. Sarcófago de un augur del 180 a. C,quei ápice insigne Dialtis fllaminis gesistei, | mors perfe[cit] tua ut essent omnia j breuia, honos, fama uirtusque, | gloria atque íngenium. quibus sel | in longa licu[i]set tibe utier uita, | facile facteis superases gloriam | maiorum. qua re lubens te in gremiu, | Scipio, recip[i]t Terra, Publi, | prognatum Publio, Corneli

15. C IL I a 11. E 16. Posiblemente del sarcófago del hermano de Cneo Escipión Hispano (véase n.° 16).

L. Cornelius Cn. f. Cn. n. Scipio.magna sapientia | multasque uirtutes aetate quom parua | posidet hoe saxsum. quoiei uita defecit, non | honos, honore,

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TEXTOS LATINOS ARCAICOS 363

is hic situs, quei nunquam | uictus est uirtutei. annos gnatus (uiginti) is | l[oc]eis mandatus, ne quairatis honore | quei minus s it mandatul s]

16. CIL I.2 15. E 18. Sarcófago de Cneo Escipión, pretor peregrino en 139 a. C.

Cn. Cornelius Cn. f. Scipio Hispanus | pr., aid. cur., q., tr. m il. II, X uir si. iudik., | Xuir sacr. fac. |

uirtutes generis m iéis moribus accumulaui, progeniem genui, facta patris petiei. maiorum optenui laudem, u t sibei m e esse creatum

laetentur: stirpem nobilitauit honor

17. CIL I." 1861. E 134. Amiterno.Protogenes Cloul(i) ¡ suauei heicei situst J mimus, plouruma que ¡ fecit populo soueis || gaudia nuges

18. CIL 1.a 1211. E 133. Roma.hospes quod deico, paullum est, asta ac pellege. heic est sepulcrum hau pulcrum pulcrai feminae. nom en parentes nom inarunt Claudiam. suom mareitum corde deilexit souo. gnatos dúos creauit, horunc alterum in térra linquit, alium sub térra locat. sermone lepido, tum autem incessu commodo. domum seruauit. lanam fecit, dixi. abei

19. CIL 1.a 1202. E 135. Roma.hoc est factum monumentum I Maarco Caicilio. | hospes, gratum est, quom apud | m eas restitistei seedes: bene rem geras et ualeas, | dormías sine qura

20. CIL I .2 1600. E 92. Capua.Pesceniaes | C. 1. Laudicaes | ossa heic sita sunt

21. CIL I .2 1249. E 93. Roma.Aquilliaes C. 1. Tertiae | C. Aquillius | Sosander 1.

22. CIL I .2 37. E 24. Roma.M. Mindios L. fl„ | P. Condetios Va. fi. | aidiles uicesma parti ¡

Apolones dederi23. CIL I r 59. E 22. Preneste.

Apolonle C. Q.?] | M etilio [C. f.? l ¡ m agistere | coraueron. j C. Anicio l.(?) st|riando | [ ,..]

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364 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

24. CIL 1.a 975. E 121. Trastevere.deuas | Com iscas | sacrum

25. CIL V 376. E 73. Pisaurum (Pesaro).Cesula | Atilia | donu j da Diane

26. CIL V 42. E 29. Nemi.Poublilia Turpilia Cn. uxor | hoce seignum pro Cn. filiod | D ianai donum dedit

27. CIL 1.a 610. Nemi, 202-200 a. C.C. Aurilius C. f. | praitor | iterum didit, | eisdim consl || probauit

28. CIL V 48. E 31. Tusculum.M. Fourio C. f. tribunos | [m ilita ire de praidad Fortune dedet

29. CIL 1.a 60. E 34. Preneste.Orceuia Numeri (uxor) j nationu cratia | Fortuna, Diouo fileia |

primocenia, || donom dedi

30. CIL I a 980. E 123. Trastevere.Forte Fotrtunai] | uiolaries, | rosaries, | coronarles. || [m ]ac[istres]

coe[rauere]

31. CIL I a 394. E 86.T. Vetio | duno | didet | Hercio |¡ lou io | brat. | data

32. CIL V 30. E 21. Roma.M. C. Pomplio No(ui) í(ilii) | dedron | Hercole

33. CIL I a 62. E 37. Preneste.L. Gemenio L. f. Felt[.] I Hercole dono | dat lubs merto | pro sed sueq. || ede leigibus | ara Salutus

34. CIL I r 1531. E 128. Sora, c. 150 a. C.M. P. Vertuleieis C. f.quod re sua di[f]eidens asper | afleictaparens tim ens | héic uouít, uoto hoc | solutfo][de]cuma íacta | poloucta leibereis lube|tes donu danunt | Hercolei maxsume | mereto. semol te | orant, se [u]oti crebro | condemnes

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TEXTOS LATINOS ARCAICOS 365

35. CIL 1.a 626. E 129. Rom a.L. Mummi L. f. eos.duct(u) | auspicio imperioque | eius Achaia capt(a),Corinto | deleto Romam redieit | triumphans. ob hasce | res bene.gestas quod | in bello uouerat, | hanc aedem et signu | Herculis Victoris |

Imperator dedicat

36. CIL 1.a 632. E 130. R ea te (R ie ti) .sánete,de decuma, Víctor, tibei Lucius Munius donum moribus antiqueis pro usura hoc daré sese uisum animo suo perfecit, tua pace rogans te cogendei dissoluendei tu u t facilia faxseis, pérfidas decumam ut faciat uerae rationis, proque hoc atque aliéis donis des digna merent.

37. CIL Ir 360. E 61. N orba.F. Rutilius M. f. | Iunonei Loucina | dedit meretod | Diouos castud

38. CIL 1.a 378. E 75. P isa u ru m (P esa ro ).Iunone rec(inai) | m atrona J Pisaurese | dono dedrot

39. CIL I a 364. E. 62. Falerii.Iouei Iunonei Mineruai | Falesce, quei in Sardinia sunt, | donum

dederunt. m agistreis | L. Latrius K . f., C. Salu[e]na Voltai f. coiraue-rontgonlegium quod est aciptum aetatei aged[ai],

opiparum a[d ] ueitam quolundam festosque dies, quei soueis aastutieis opidque Volgani

gondecorant sai[pi]sum e comuiuia loidosque, ququei huc dederulnt ilnperatoribus summeis,

utei sesed lubentCes b eln e iouent optantis

40. CIL Ir 49. E 32. T u scu lu m .M. Pourio C. f. tribimos | militare de praidad Maurte dedet

41. CIL V 379. E 76.M atre | M atuta | dono dedro | matrona ¡| M’. Curia, | Pola Liuia

deda

42. CIL I a 365. E 63. F a lerü .Menerua sacru. | [L]a(rs) Cotena, La(rtis) f„ pretod de | zenatuo

sententiad uootum | dedet, cuando datu rected || cuncaptum

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366 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

43. CIL r- 675. E 94. Capua, 108 a. C.N. Pumidius Q. f. M. Cottius M. f.M. Eppilius M. f.C. Antracius C. f. L. Sempronius L. f. P. Cicereius C. f.

M. Raecius Q. f.N. Arrius M, f.L. Heioleius P. f. C. Tuceius C, f. Q. Vibius M. f.M. Valerius L, f.

heisce magistreis Venerus louiae murum | aedificandum coirauerunt ped. CC l X X et | loidos fecerunt Ser. Sulpicio M. Aurelio cois.]

44. CIL I." 383. E 78. Firmum Picenum.L. Terentio L. f., | C. Aprufenio C. f„ | L. Turpilio C. f., I M. Albani

L. f„ j| T. Munatio T. f. | quaistores | aire moltaticod | dederont

45. CIL I.- 1511. Cora.M. M Utlius M. L, L. Turpilius L. f. duomuires de senatus | sentetn]-

tia aedem faciendam eoerauerunt eisdemque probauere

46. CIL I.” 1529. E. 132. Aletri. E ntre e l 130 y e l 90 a. C.L. Betilienus L. í. Vaarus | haec quae infera scripta | sont de senatu

sententia | facienda coirauit: sem itas || in oppido omnis, porticum qua | in areem eitur, campum ubei | ludunt, horologium, macelum, | basili- cam calecandam, seedes, | [llacu m balinearium, lacum ad || [plortam , aquam in opidum adqu. | arduom pedes CCCX l . fornicesq. | fecit, fístulas soledas fecit. | ob hasce res censorem fecere bis, | senatus filio stipendia mereta || ese iousit, populusque statuam | donauit Censorino

47. CIL I.5 1722. A eclan um . É p oca d e C icerón.C. Quinctius C. f. Valg. patrón, munic., | M. Magi. Min. f . Surus, A.

Patlacius Q. f., | IlIIu ir., d(e) s(enatus) s(ententia) portas, turréis moiros | turreisque aequas qum moiro || faciundum eoerauerunt

48. CIL I.2 1471. E 58. P ren este .M. Saufeius M. f. Rutilus, | C. Saufeius C. f. F lacus | q. I culinam f(aciendam) d(e) s(enatus) s(ententia) c(uraverunt), eisdem|q. loeum

emerunt de | L. Tondeio L. f. publicum. | est longu p. CX j, VIIIS, | latum af muro ad | L. Tondei uorsu p. XVI

49. CIL I.3 638. E 131. F o ru m P o p illii (L u can ia ), 132 a. C.uiam fecei ab Regio ad Capuam, et | in ea uia ponteis omneis, m ilia­rios | tabelariosque poseiuei. hince sunt | Nouceriam m eilia « -I , Capuam

X XCIIII, || Muranum J, X IIII, Cosentiam CXXIII, | Valentiam C i X X X I.], | ad fretum ad | statuam CCX XX K .], | Regium CCXXXVII. | suma af Capua Regium m eilia CCCXXK.]. | et eidem praetor in j Sicilia fugiteiuos Italicorum | conquaeisiuei redideique | hom ines BCCCCXVII. eidemque | primus fecei, u t de agro poplico | aratoribus cederent paastores. | forum aedisque poplicas heic fecei

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TEXTOS LATINOS ARCAICOS 367

50. C1L I." 584. E 138. Cercanías de Génova, 117 a. C.Q. M. Minucieis Q. f. Rufeis de controuorsieis ínter | Genuateis et

Veiturios in re praesente cognouerunt et coram ínter eos controuosias composeiuerunt, | et, qua iege agrum possiderent et qua finéis fierent, dlxserunt. eos finéis facere terminosque statul iuserunt; | ubei ea facta essent, Romam coram uenire iouserunt. Romae coram sententiam ex senati consulto dlxerunt eidib. || Decemb. L. Caecilio Q. f. Q. Muucio Q. f. eos.—qua ager priuatus casteli Vituriorum est, quem agrum eos uendere heredemque | sequi licet, is ager uectlgal. nei siet.—Langatium finéis agri priuati: ab riuo infimo, qui oritur ab fontei in Mannicelo ad flouium | Edem; ibi terminus stat. inde flouio suso uorsum in flouium Lemurim. inde flouio Lemuri susum usque ad riuom Comberane(am). j inde riuo Comberanea susum usque ad comualem Caeptiemam; ibi termina dúo stant circum mam Postumiam. ex eis terminis recta | regione in riuo Vendupale. ex riuo Vindupale in flouium Neuiascam. inde dorsum fluío Neuiasca in flouium Prbcoberam. inde || flouio Proco- beram deorsum usque ad riuom Vinelascam infumum; ibei terminus stat. inde sursum riuo recto Vinelesca; | ibei terminus stat propter uiam Postumiam. inde alter trans uiam Postumiam terminus stat. ex eo termino, quei stat I trans uiam Postumiam, recta regione in fontem in Manicelum. inde deorsum riuo, quei oritur ab fonte en Manicelo | ad terminum, quei stat ad flouium Edem.—agri poplici quod Langenses posident, hisce finís uidentur esse: ubi comfluont | Edus et Procobera, ibei terminus stat. inde Ede flouio sursuorsum in montem Lemurino Snfumo; ibei terminus || stat. inde sursumuorsum iugo recto monte Lemurino; ibei termin(u)s stat. inde susum iugo recto Lemurino; ibi terminus ¡ stat in monte pro cauo. inde sursum iugo recto in montem Lemurinum summum; ibi terminus stat. inde sursum iugo | recto in castelum, quei uocitatust Alianus; ibei terminus stat. inde sursum iugo recto in montem Iouentionem; ibi terminus | stat, inde sursum iugo recto in montem Apeninum, quei uocatur Boplo; ibei terminus stat. inde Apeninum iugo recto | in montem Tuledonem; ibei terminus stat. inde deorsum iugo recto in flouium Veraglascam in montem Berigie- mam |j infumo; ibi terminus stat. inde sursum iugo recto in montem Prenicum; ibi terminus stat. inde dorsum iugo recto in | flouium Tuielascam; ibi terminus stat. inde sursum iugo recto Blustiemeio in montem Claxelum; ibi terminus stat. inde | deorsum in fontem Lebrie- melum; ibi terminus stat. inde recto riuo Eniseca in flouium Porco- beram; ibi terminus stat. | inde deorsum in flouiom Porcoberam, ubei conflouont floui Edus et Porcobera; ibi terminus stat.—quem agrum poplicum | iudicamus esse, eum agrum castelanós Langenses Veiturios po[si]dere fruique uidetur oportere. pro eo agro uectigal Langenses || Veituris in poplicum Genuam dent in anos singulos uicCtoriatos) n(umos) CCCC. sei Langenses eam pequniam non dabunt ñeque satis | facient arbitratuu Genuatlum, quod per Genuenses m otrla non fiat, quo setius eam pequniam acipiant: tum quod in eo agro | natum erit frumenti partem uicensumam, uini partem sextam Langenses in popli- cum Genuam daré debento | in annos singólos.—quei intra eos finéis agrum posedet Genuas aut Viturius, quei eorum posedeit k. Sextil. Li Caicilio | Q. Muucio eos., eos ita posidere colereque liceat. e<i>s que. posidebunt, uectigal Langenslbus pro portione dent ita , uti ceteri j| Langenses, qui eorum in eo agro agrum posidebunt fruenturque. praeter ea in eo agro ni quis posideto nisi de maiore parte | Langensium

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.368 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

Veiturlorum sententia, dum ne alium intro m itat n isi Genuatem aut Veiturium colendi causa, quei eorum de maiore parte | Langensium Veiturium sententia ita non parebit, is eum agrum nei habeto niue fruimino,—quei | ager compascuos erit, in eo agro quo minus pecus [p]ascere Genuates Veituriosque liceat ita, utei in cetero agro | Genuati compascuo, niquis prohibeto, niue quis uim faoito, neiue prohibeto, quomin s ex eo agro ligna materiamque || sumant utanturque.— uectigal anni primi k. Ianuaris secundis Veturis Langenses in poplicum Genuam daré | debento. quod ante k. Ianuar. primas Langenses íructi sunt eruntque, uectigal inuitei daré nei debento.— | prata quae fuerunt proxuma faenisicei L. Caecilio Q. Muucio eos. in agro poplico, quem Vituries Langenses | posident et quem Odiates et quem Dectunines et quem Cauaturineis et quem Mentouines posident, ea prata | inuitis Langensibus et Odiatibus et Dectiminebus et Cauaturines et Men­touines, quem quisque eorum agrum || posidebit, inuiteis eis niquis sicet niue pascat niue fruatur. sei Langenses aut Odiates aut Dectunines aut Cauaturines | aut Mentouines m alen t.in eo agro a lia p rata inm it- tere, defendere, sicare, id uti facere liceat, dum ne ampliorem | modum pratorum habeant, quam proxuma aestate habuerunt fructique sunt.

Vituries, que controuorsias | Genuensium ob iniourias iudicati aut damnati sunt, sei quis in uinculeis ob eas res est, eos omneis | soluei, mittei leiber(are)ique Genuenses uidetur oportere ante eidus Sextilis primas.—sei quoi de ea re || iniquom uidebitur esse, ad nos adeant primo quoque die et ab ómnibus controuersis et hono. publ. li. | — leg(ati) Moco Meticanio Meticoni f., Plaucus Peliani. Pelioni f.

51. CIL I.” 1831. E 81. Cliternia.uia inferior | priuatast | T. Vmbreni C. t , | precario itur, || pecus

plostru | niquis agat

B. PROCEDENTES DE FUENTES LITERARIAS

52. Del De lingua latina de Varrón.(i) 5. 97. Hircus, quod Sabini flreus; quod illic fedus, in Latió rure hedus,

qui in urbe ut in multis A addito haedus.(ii) 5. 101. Lepus, quod Siculi, ut Aeolis quidam Graeci, dicunt Xéitopiv:

a Roma quod orti Siculi, ut anuales veteres nostri dicunt, fortasse hiñe illue tulerunt et hic reliquerunt id nomen.(iii) 5. 159. Vicus Cyprius a cypro, quod ibi Sabini cives additi consederunt, qui a bono omine id appelarunt: nam cyprum Sabine bonum.

(iv) 5. 173. In argento nummi, id ab Siculis.(v) 6. 2. Sic, inqúam, consuetudo nostra multa declinavit a vetere, ut ab

solu solum, ab Loebeso Liberum, ab Lasibus Lares.(vi) 6. 4. Meridies ab eo quod medius dies. D antiqui, non R in hoc dicebant,

ut Praeneste incisum in solario vidi.(vii) 6. 13. Februm Sabini purgamentum, et id in sacris nostris verbum non

ignotum.cviii) 6. 28. Idus ab eo quod Tusci Itus, vel potius quod Sabini Idus dicunt.

(ix) 6. 68. Vicina horum quiritare, iubilare. Quintare dicitur is qui Quiritum fldem clamans inplorat. Quirites a Curensibus; ab his cum Tatio rege

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t e x t o s l a t in o s a r c a ic o s 369

in societatem venerunt civitatis. Ut quiritare urbanorum, sic jubilare rustioorum: Itaque hos imitans Aprissius ait:

lo buceo!—Quis me iubilat?Vicinus tuus antiquus.

(x) 6. 86. Nunc primum ponam de Censoriis Tabulis:Ubi noctu in templum censor auspicaverit atque de cáelo nuntium

erit, praeconi sic imperato ut viras vocet: ‘Quod bonum fortunatum felix salutareque siet populo Romano Quiritibus reique publicae populi Romanl Quiritium mihique collegaeque meo, fidei magistratuique nos tro: omnes Quirites pedites armatos, privatosque, curatores omnimn tribuum, s i quis pro se sive pro altero rationem dari volet, voca inlicium huc ad me.’

87. Praeco in templo primum vocat, postea de moeris item vocat. Ubi lucet, censores scribae magistratus murra unguentisque unguentur. Ubi praetores tribunique plebei quique inlicium vocati sunt venerunt, censores Ínter se sortiuntur, uter lustrum íaciat. Ubi templum factum est, post tum conventionem habet qui lustrum conditurus est.

88. In Commentariis Consularibus scriptum sic inveni:Qui exercitum imperaturus erit, accenso dicito: ‘C. Calpurni, voca

inlicium omnes Quirites huc ad me.’ Accensus dicit sic: ‘Omnes Qui­rites, inlicium vos ite huc ad iudices.’ ‘C. Calpurni’, eos. dicit, ‘voca ad conventionem omnes Quirites huc ad me.’ Accensus dicit sic: ‘Omnes Quirites, ite ad conventionem huc ad iudices.’ Dein cónsul eloquitur ad exercitum: ‘Impero qua convenit ad comitia centuriata.’

(xi) 7. 29. Idem ostendit quod oppidum vocatur Casinum (hoc enim ab Sabinis orti Samnites tenuerunt) et nostri etiam nunc Forum Vetus appellant. Item significat in Atellanis aliquot Pappum, senem quod Osci casnar appellant.

(xii) 7. 42. Olli valet dictum illi ab olla et olio, quod alterum comitiis cum recitatur a praecone dicitur olla centuria, non illa ; alterum apparet in funeribus indictivis, quo dicitur

Ollus leto datüs est.

53. El C a rm e n S a lta re .

a divum empta cante! divum deo supplicate! b quome tonas, Leucesie prae tet tremonti

quot ibe tet e nubi deiscunt tonare c cozeulodorieso. omnia vero adpatula coemisse. ian cusianes duonus

ceruses. dunus Ianusve vet pom melios eum recum a = Varrón, L. L., 7, 27. Para em pta propuso Bergk ern pa = “in

patrem”.b = TTerencio Scauro, G . L., vil, 28. c = Varrón, L. L„ 7, 26.

54. Catón, A g r., 141.Mars pater, te precor quaesoque uti síes volens propitius mihi domo familiaeque nostrae, quoius rei ergo agrum terram fundumque meum suovitaurilia circumagi iussi, uti tu morbos visos invisosque, viduer- tatem vastitudinemque, calamitates intemperiasque prohibessis defen- das averruncesque. utique tu fruges, frumenta, viñeta virgultaque grandire beneque evenire siris, pastores pecuaque salva servassis duis- que bonam salutem valetudínemque mihi domo familiaeque nostrae: harumee rerum ergo, fundi terrae agrique mei lustrandi lustrique

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370 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

faciendi ergo, sicuti dixi, macte hisce suovitaurilibus lactentibus inmo- landis esto: Mars pater, eiusdem rei ergo macte hisce suovitaurilibus lactentibus esto!

55. Fragmentos de las leges regiae.(i) Pellex aram Iunonis ne tangito. S i tagit, Iunoni crinibus demissis agnum

feminam caedito.(ii) (a) Si hominem f ulmén lo vis occisit, ne supra genua tollito.

( b ) Homo si fulmine occisus est, ei iusta nulla fieri oportet.(iii) Si qui(s) hominem liberum dolo sciens morti duit, paricidas esto.(iv) Si quisquam aliuta faxit, ipsos Iovi sacer esto.(v) Si parentem puer verberit ast olle plorassit paren<s>, puer divis paren-

tum sacer esto.

56. Fragmentos de las XII Tablas. E 114 ss.

(i) 1. Si in ius vocat, ito. Ni it, antestamino: igitur em capito. 2. S i calvi- tur pedemve struit, manum endo iacito. 3. S i morbus aevitasve vitium escit, [qui in ius vocabit] iumentum dato: si nolet, arceram ne sternito.

(ii) Adsiduo vindex adsiduos esto; proletario [iam civi] quis volet vindex esto.

(iii) Rem ubi pacunt orato. 2. Ni pacunt, in comitio aut in foro ante meridiem caussam coiciunto, cum peroranto ambo praesentes. 3. Post meridiem praesenti litem addicito. 4. Si ambo praesentes, sol occasus suprema tempestas esto.

(iv) Morbus sonticus... aut status dies cum hoste... quid horum fuit vi­tium iudici arbitrove reove, eo dies diffensus esto.

(v) Cui testimonium defuerit, is tertiis diebus ob portum obvagulatum ito.(vi) Aeris confessi rebusque iure iudicatis triginta dies iusti sunto.

2. Post deinde manus iniectio esto. In ius ducito. 3. Ni iudicatum facit aut quis endo eo in iure vindicit, secum ducito. Vincito aut ñervo aut compedibus. XV pondo ne minore aut si volet maiore vincito. 4. S i volet, suo vivito. Ni suo vivit, tqui eum vinctum habebit,] libras farris endo dies dato. S i volet, plus dato.

(vii) Tertiis nundinis partís secanto. si plus minusve secuerunt, se fraude esto.

(viii) Adversus hostem aeterna auctoritas esto.(ix) Si pater filium ter venumdavit (?) filius a patre liber esto.(x) uti legassit super pecunia tutelave suae rei, ita ius esto.

(xi) si intestato moritur, cui heres nec escit, adgnatus proximus familiam habeto. si adgnatus nec escit, gentiles familiam habento.

(xii) vias muniunto: ni sam deiapidassint, qua volet, iumenta agito.(xiii) qui malum carmen incantassit. occentassit.(xiv) si membrum rupsit, ni cum eo pacit, talio esto.

si iniuriam alteri faxsit, viginti quinqué aeris poenae sunto.(xv) si nox furtum faxsit, si im occisit, iure eaesus esto.

(xvi) si adorat furto quod nec manifestum erit, duplione damnum decidito.(xvii) patronus si clienti fraudem fecerit, sacer esto.

(xviii) qui se sierit testarier libripensve fuerit, ni testimonium fariatur, inpro- bus intestabilisque esto.

(xix) si telum manu fugit magis quam iecit, caries subidtur>.(xx) neve aurum addito, a t cui auro dentes iuncti escunt, ast im cum illo

sepeliet uretve, se fraude esto.(xxi) si servus fui'tum faxit noxiamve noxit.

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ÍNDICE DE MATERIAS

-a , temas en, 242 ablativo, 299 ss.— absoluto, 302— causa, 301— comparativo, 298— circunstancia concomitante, 299— cualidad, 299— expresiones distributivas, 302— instrumental, 299— instrumental-sociativo, 298— locativo, 301— modo, 300— precio, 299— procedencia u origen, 297— propio, 297— referencia, 300— separación, 297— tiempo, 301ablativos de origen (adnominales),

297abreviación yámbica, 214, 222 absoluto, valor del positivo en la

comparación de adjetivos, 253 abstractos, 238 abstractos, nombres, 237 abstractos verbales, 238 —en -ti- y - t u - , 240 acento, 212 ss.— expiratorio, 213— intensidad, 213— musical, 213— secundario, 214 acentuación, 159 acrónico, presente, 304 activa, 262activos y deponentes, verbos, 155 acusativo, 285— doble, 288— exclamativo, 289— extensión, 287

— e x te rn o , 286— f ig u ra e t im o ló g ic a , 287— con in fin it iv o , 316— in te rn o , 287, 288— lo ca l, 285— p re d ic a t iv o , 288— r e la c ió n , 287, 288— d e l to d o y de la parte, 288 a c u sa t iv o s exclamativos, 83 a d ic ió n , 87a d je t iv o s de lugar, 239 adnominales, dativos, 176 adverbios, 288 agentes en -tor, 238 Agustín, san, 203aliteración, 94, 99, 111, 113, 114, 116,

118, 124, 128 aliterativos, pares, 128 alternancias (ablaut), 235— declinación, 247— grados, 267 Ammiano Marcelino, 206 anacoluto, 87 anáfora, 99, 113anafórico, pronombre, 83, 328 anafórico, tema, 256 antítesis, 111, 137 aoristo, 265, 272— tema, 266 apódosis irreales, 332 Appendix Probi, 158, 161, 166 apud, alternando con ad, 286 Apuleyo, 149arcaísmos, 105, 116, 118, 127 arcaístas, 146 asiánico, estilo, 121 asianismo, 149, 202 asimilación, 231 asíndeton, 99 asonancia, 111

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372 INTRODUCCIÓN AL LATIN

aspecto, “testimonio ocular”, 266 aspecto verbal, 303— durativo, 303 aspectos del verbo, 265 Atellana, 154 atemáticos, verbos, 262 aticistas, 140 aumento, 270 augural, fórmula, 73

Bernabé, Epístola de, 188 Bíblico, griego, 187 bilingüismo, 187, 189 binaria, estructura, 118 bronce, uso del, 44

caballo, 44 calco, 188, 190— semántico, 190 Calpumio Pisón, 126 Carlomagno, 182 Carmen Arvale, 71 carmina, 106, 111, 138 Catón, 127— P. Valerio, 116 causal, relativo, 329 causativos, verbos, 267 Celio Antípatro, 141 céltico, 20, 61 ss.— y germánico, 26 César, 133, 140 Cicerón, cartas, 154 científica, prosa, 103 civilización del Noroeste, 27 claridad (oocipiívEta), 125 clasicismo, 152cláusula, 139 cola, 121 colectivos, 237 colectivos, singulares, 176 coloquial, 82 coloquialismo, 112 collocatio, 138 comparación, 253— de adjetivos, 24 comparativo, método, 14, 211 comparativos dobles, 75 compleja, oración, 324 compositio, 138compuestas, preposiciones, 188 compuesto, 108 compuestos, 97, 109, 114 compuestos, verbos, 172 concepta verba, 138 concesivas, 334

concinnitas, 122, 138, 139, 140 condicionales mixtas, 328 congeries, 99, 133 conjunciones, 328 consecutivas, 326 consonante, temas en, 246, 247 contaminación, 333 contaminaciones, 87 convergencia, 20 cremación, 46 cristianismos, 192 cuarta conjugación, 268 cum, 330 s.— con indicativo en Plauto, 330— inversum, 330— temporal, 330— dactilicas, formas, 110— dactilicas, palabras, 110

dativo, 283, 293— adnominal, 294, 296— agente, 295— dirección, 296— ético, 294 s.— finalidad, 296— posesivo, 294— de provecho o daño, 293— simpatético, 294 dativus iudicantis, 295 daunos, 50declinaciones, 241 ss. deícticas, partículas, 256 8eivÓTr|q, 121 democrático”, “latín, 142 demostrativos, 255 denominativos, verbos, 267 desiderativo, sufijo, 269 desiderativos en -asso, 271 desinencia, 234 desinencias, 262— casuales, 241 s.— primarias, 262— secundarias, 262, 270— verbales, 262 ss. desplazamiento relaclonal, 241, 317 deverbativo, sufijo, 241 deverbativos en -os, 240 dialecto, 16dialectales, palabras, 107 “dicolon abundans”, 118 diminutivos, 85, 97, 155, 174, 237, 238— en -lo, 240 diptongo, temas en, 252 disimilación, 232 dobletes fonéticos, 110

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ÍNDICE DE MATERIAS 373

Doce Tablas, 73, 125 dum, 331 ss.— en oraciones finales, 331— con subjuntivo estipulativo, 332— sentido terminativo, 332 durativo, tema, 265

elativos, 239elegantia, 132, 133, 152, 176 Emilio Paulo, 103 ennianismos, 105 Ennio, 111, 125, 128, 141— fraseología, 142— reminiscencias, 119 épico, dialecto, 103 ergativo, 262 esnobismo, 153 especial, lengua, 185 Estacio, 145 estándar, lengua, 125estilo “rimbombante”, 93, 115 etrusco, 55 ss.etsi, con participio de presente, 322 s. Euforión, 108expresivos, compuestos, 84

falisco, 68 s. falso análisis, 240 femeninos, 237 figura etymologica, 92 filohelenismo, 103 finales, oraciones, 325 finalidad y consecuencia, 325 s. Fratres Anales, 16 frecuentativos, 173— verbos, 85, 97 Frontón, 150 fuerza expresiva, 175 futuro, 271— en -b, 23— en -bo, 271— en expresiones gnómicas, 304— indicativo, 303— participio, 323--------empleo predicativo, 323— perfecto, 275, 306— prospectivo, 304— empleos volitivos, 305, 308 en deseos, 310

gaélico, 33 galas, palabras, 178 galo, 33genéricas, oraciones de relativo, 329 géneros poéticos, 105 s.

genitivo, 289— cualidad, 291— determinación, 291— esfera, 291— epexegético, 291— finalidad, 319— función del, 293— objetivo, 291— partitivo, 289— posesivo, 289— de precio, 292 s.— respecto, referencia, 291— rúbrica, 292— subjetivo, 291— plurales arcaicos, 110 geografía lingüistica, 37, 38 germánicas, palabras, 179 gerundio:— ablativo, 320— acusativo, 319— dativo, 320— genitivo, 319— sintaxis, 320 gerundivo, 280— antigüedad, 318— uso atributivo, 318— origen, 317— como partic. fut. act., 318 glosas de Reichenau, 158 glossae, 104, 106, 107, 113, 118, 120 Gortina, leyes de, 17Gortina, tablas de, 73 Graco, Gayo, 126 grecismo, 284, 290 grecismos, 188 griega, influencia, 179, 317 griegas, palabras, 88, 107 griego, en jerga, 90 griego y latín, desarrollos paralelos,

180griegos, préstamos léxicos, 90, 188

habituación, 325, 326, 334 helenística, poesía, 104 helenizantes, expresiones poéticas,

287hexámetro, 110, 215 hipercaracterización, 166, 180, 191 histórico, infinitivo, 314 histórico, método, 211 Hofmann, 82homoioteleuton, 99, 111, 113, 123, 128

-i, temas en, 245, 248 ictus y acento, 215

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374 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

ilirio, 49 ss. imitación, 105 imitatio, 118 imperativo:— en hipótesis, 314— sintaxis, 314 —■ en -fo, 276 imperfecto, 270, 304— de acción habitual, 304— de conato, 304— en descripciones vivas, 304— ingresivo, 304— de subjuntivo, 277 impersonales, formas del verbo, 23 impersonales, verbos con dativo, 286 incoativos, 173, 269incoativos, verbos, 267 indeclinables, 281 indefinido, pronombre, 258 indicativo, en interrogativas indirec­

tas, 86indicativo irreal, 313 indoeuropea, civilización, 21 indoeuropeo, 21 infectum, 266— temas del, 266 infinitivo, 278— complemento, 316— exclamativo, 315— de finalidad, 316— futuro, 279— futuro pasivo, 280— griego con el articulo, 315— naturaleza nominal, 315— con nombres, 317— sintaxis, 314— sujeto, 315 infinitivos en -assere, 271 infinitivus indignantis, 83 inhumación, 46 instrumentos, 238 interjecciones, 82, 97 interrogativas indirectas, 324 interrogativo, pronombre, 258 interrupción, 98Isidoro de Sevilla, san, 158isocolia, 111, 123isoglosa, 40Itala, 187 s.itálico, 16itálico común, 48— y germánico, 26 —• occidental, 52 ss. itálico, periodo, 20

ítalo-céltica, teoría, 22 ss. ítalo-griegas, afinidades, 31 ss.

Jerónimo, san, 192 juegos de palabras, 111

lafoiovelares, 22 Lactancio, 192 “langues de paysans”, 80 laringales, 236 “lascivia”, 150 lativo, 287 lengua, 16, 184 lenguaje, 184Lépido, Marco Emilio, 136 lepóntico, 62 s.ley de los miembros crecientes, 94,

100liburnos, 50 lígur, 63 ss. lírica coral, 103literalismo de las primeras traduc­

ciones latinas, 188 Livio, 142Livio Andrónico, 104 locativo, ablativo, 301 s.— ablativo de tiempo, 302 Lucano, 145Lucrecio, 112 lugar, nombre de, 237

marginales, fenómenos, 33 ss. “marginalitá”, 37material, adjetivos de significación,

239media, voz, 262 medio-pasiva, voz, 264 mediterráneo, sustrato, 64 ss. mesápico, 49militar, terminología, 195 Minucio Félix, 192 moderna”, “escuela, 115 modos, 276, 306 ss.Mulomedicina Chiranis, 157, Í76

nasal infija, 267, 269 nasal, sufijo, 267, 269 negativas, expresiones, 83 nombres, formación, 236 ss. nombres de personas derivados de

nombres de cosas, 237 nominativo, función ergativa, 284— en exclamaciones, 284— con infinitivo, 317 ■— sintaxis, 284

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ÍNDICE DE MATERIAS 375

nominativos en aposición, 284nominativus pendens, 285Novaciano, 201“novi”, 115, 117Novio, 154numerales, 259numerus, 138

-o, temas en, 243 ogámicas, inscripciones, 33 onomástica personal, 56 optativo indoeuropeo, 277 órdenes indirectas, 325 ordinales, 261 oseo, 15osco-umbro, 15 ss.

Paladio, 157 paralelismo, 99paratácticas, construcciones, 86 parataxis, 324, 327

, paréntesis, 87 “parison”, 123 paronomasia, 111 participio:— futuro activo, 280— perfecto pasivo, 280 —• transitivo, 135 participios, 279, 321 partitivos, 289 pasiva en -r, 167 patavinitas, 144 patronímicas, expresiones, 119 pelignos, 50pentámetro, 215 penúltima, ley de la, 213 Peregrinatio Aetheriae, 157, 168, 176 perfecto, 265, 305— desinencias, 274 •— gnómico, 305— indoeuropeo, 274— infinitivo por el de presente, 110— en -vi-, 273 s.— participio, 323 perfectum, 266, 272— tiempos del, 275 periférico, 34perifrástica, conjugación, 323 perifrástico, futuro, 180, 323— perfecto, 171, 324 período, 121personales, pronombres, 258 Petronio, 155 peucetios, 50 peyorativos, 236, 237

Plauto, 14 pleonasmo, 84, 180 pleonásticas, expresiones, 175 pleonástico, uso de los pronombres,

84plurales poéticos, 110 pluscuamperfecto, 275, 305— indicativo, 228— subjuntivo por imperfecto de sub­

juntivo, 327poetae novi, 115 Pomponio, 154 potencial, 326— optativo, 311prefijos verbales, efecto transitivi-

zante, 286 Preneste, 69 presente histórico, 303— participio, 135, 279------- como partic. perf. activo, 322--------referencia al pasado, 322--------sintaxis, 322— tema de, 265— tiempo, 303 primera conjugación, 268 proléptico, acusativo, 87 pronombres, 255 ss.“prostáctico”, empleo del pronombre,

83protorromance, fragmentación, 182 Prudencio, 190

quam, 281— tras comparativos, 333 quamquam, con indicativo, 325— con participio presente, 323 quamvis, con subjuntivo concesivo,

325quinta declinación, 251

-r, desinencias en, 275 raíz, 234— verbos temáticos, 269 reconstruidas, formas, 211 redundancia, 83 reduplicación, 267, 272 reduplicados, temas, 269 regionales, particularidades, 177 relación (genética), 19 relativo, oración de, 328— pronombre, 258 religión, 106 repetición, 83repudio, subjuntivo de, 309, 329

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376 INTRODUCCION AL LATIN

rima, efectos de, 94 romances, dialectos, 182

Babélicos, dialectos, 16 Salustio, 140 s. sátira, 103 saturnio, 214 Schrijnen, J., 193 segunda conjugación, 268 Segunda Sofistica, 149 Séneca, 146 sículo, 52 ss.Sidonio Apolinar, 151 sigmático, aoristo, 273 simetría, 123 síncopa, 70, 213, 249 sincretismo, 241 sintaxis, 283 ss. soldados, lengua de los, 185 subjuntivo, 24, 277 ss., 306— concesivo, 326— oraciones condicionales, 327— deliberativo, 308— en deseos, 306, 310— estipulativo, 326— indoeuropeo, 271— imperfecto, 308--------deliberativo del pasado, 308--------potencial del pasado, 312--------referido al pasado, 327--------deseos irreales o imposibles,

310— interrogativas, 308— irreal, 312, 327— iterativo, 335— oblicuo, 309— optativo, 306, 326 ss.— en oratio obliqua, 335— perfecto, 309--------prohibiciones, 308--------empleo permisivo del volitivo,

309— pluscuamperfecto, 308, 310— — deliberativo del pasado, 308— potencial, 324 optativo, 306— presente, 327— prohibiciones, 308— prospectivo, 271, 307, 310 potencial, 327— referencia al pasado, 310— de repudio, 310, 312, 326— tiempos, 327— con vocal breve, 277— volitivo, 271, 306 ss.

--------del pasado, 308— yusivo, 307, 325 subjuntivos en -a, 277 sufijo, 234Suiza, habitantes de los lagos de, 44 superlativo, 254 supinos, 279, 321

Tabula Baritina, 15 Tabulae Iguvinae, 15 Tácito, 146 tema, 234temas en -i y -a, 252— radicales, 267— verbales, 265 temáticos, verbos, 262 temor, verbos de, 326 temporales, adjetivos, 239— temas, 265 tiempos, 303— del infectum, 270 tercera conjugación, 269— declinación, 245 Terencio, 96— palabras coloquiales, 98 terramara, 44 Tertuliano, 201 ss. tmesis, 108Tószeg, cultura de, 44 trágico, estilo, 114 transición, sonidos de, 231 tricóla, 141— con aliteración, 94 tricolon, 100, 122— en asíndeton, 115 Tucidides, 103

-u, temas en, 250 umbro, 15, 17uniformidad del latín tardío, 181 unidad del sujeto, 135 “unidades”, 22urbanitas, 117, 125, 129, 130, 152 urnas, campos de, 44— cultura de, 45ut, con participio presente, 323— con subjuntivo, 326

variatio, 146 vascuence, 178 Vegecio, 102 véneto, 51 ss.Venetulani, 51Villanova, cultura de, 45, 46 Virgilio, 117 ss., 151

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ÍNDICE DE MATERIAS 377

Vita Aridii, 170 vocales, 212 ss„ 216 ss.— alternancias, 235 vocativo, 285— atracción al, 285 volitivo, subjuntivo, 325 ss. voz, 262vulgar, latín, 152 ss.--------adjetivos, 166------- adverbios, 167------- casos, 170------- consonantes, 162--------declinación, 164■------- diferencias dialectales, 179------- futuro, 168— — género, 163--------gerundio, 171------- gerundivo, 171

--------modos, 171--------preposiciones, 167------- pronombres, 167--------sintaxis, 170------- supino, 171------- vocabulario, 172-------- vocales, 159vulgar-arcaico, 177 vulgar-poético, 177 vulgarismos, 144, 176, 193— en latín cristiano, 190

Walde, A., 20 Warmington, E. H., 126

yusivo, 324, 325— en hipótesis, 327

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INDICE DE PALABRAS

abbatissa, 180 abdoucit, 219 abies, abietis, 247 abstulas, 277ac, 228 -ac-, 240 acediari, 189 acer, 224, 249 acerra, 67 acerrimus, 255 Achivi, 59 acies, 216, 251 actus, 232ad, 286 adasia, 77 adfatim, 282 adolere, 106 adoptaticius, 241 adoria, 78 adscripticius, 241 advenat, 277 advocapit, 72 advocare, 181 aedes, 218, 229, 249 aediles, 218 aenus, 231aer, 107aerumna, 80, 106aes, 44Aesculapius, 60 aestiíer, 109 aetas, 214 agellus, 224 ager, 216, 224, 245 Ager Teuranus, 54 agier, 279 agimini, 276 agito, 276

aginen, 80 agnus, 29 ago, 216, 227 agrestis, 232 Agrigentum, 53, 60 ahenus, 231 aide, 225 ain, 222 AÍTvp, 54 alauda, 62 alba, 66 albeo, 267 -all-, 239 alicubi, 281 aliter, 282 aliud, 221 alius, 216, 224 aliuta, 222, 281 Allibae, 54 almus, 78, 106 alter, 254 alterne!, 72 alumnus, 221, 276,

281amabam, 270 Amantia, 49 amaram, 274 amaro, 274 amarunt, 274 amasso, 271 amaverlm, 277 ambactus, 62, 107 ambo, 229 ambulare, 30 amnis, 106 ampulla, 89 amurca, 60, 221 androgynos, 91

-aneo-, 240 angariare, 189 Angerona, 58 ango, 30, 230 anguis, 106, 230 angustus, 230 animal, 250 annus, 27, 232 -ano, 239 -ano-, 240 anser, 225, 231 ante, 222, 281 antidhac, 92 ap, ab, abs, 281 aperlo, 224 aperire, 268 aplustra, 88 Apolonei, 246 Apolones, 246 aprilis, 58 Apsias, 49 aqua, 28, 38 Aquiliaes, 70 arbiter, 70arbor, 248 arborem, 231arbos, 248 arbosem, 231 arbustum, 248 architectus, 88 aríuisse, 70 -ario-, 237, 239 arsi, 233 artifex, -222 artus, 106 arvina, 53 arvorsum, 70, 92 asia, 63

-astro-, 237 athletice, 90 -ati-, 239 atque, 228 attigas, 277 -atu-, 237 auceps, 214, 219,

222audeo, 267 audibam, 270 audibo, 271 audiebam, 270 audieram, 274 audire, 268 augeo, 219, 227 augur, 219 augustus, 106 auris, 219 aus-culto, 219 ausim, 277 auspex, 222 ausum, 47 autumnus, 58 autumpnus, 232 avunculus, 25

babaecalus, 156 baca, 66 balanus, 89 balineum, 60 ballaena, 51, 89 ballista, 88 balneum, 60 balsa, 66 barba, 229 bardus, 90 basilice, 89 basus, 48

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380 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

batioca, 90 bene, 223, 281 benna, 62 berber, 72 Berigiema, 63, 64 betulla, 62 biber, 278, 279 biennis, 221 bifolco, 47 -bilí-, 240 bimus, 231 blni, 261 birrus, 62 bis, 261 bison, 179 blatea, 50 blennus, 90 bobus, 252 bonus, 216, 227 Bormiae, 63 bos, 47, 252 botulus, 47 -bra, 238 bracae, 62 brado, 179 bradys, 107 brevis, 31, 230 ‘brevis brevians’,

214, 242 -bro-, 238 Brundisium, 49 bubulcus, 47 bubus, 252 bucea, 155 bufa, 47 bufo, 47 bulga, 62 -bulo-, 238 -bundo-, 240 burgus, 179

cacula, 57 cadus, 89 Caecilis, 245 caecus, 27 caedes, 249 caedundus, 280 cael, 108 caelus, 163 caerimonia, 58 caeruleus, 232 caesar, 47 Caesar, 77 Calaina, 60

calcar, 250 calcitro, 79 Camena, 106 Camena, 107 camera, 59, 221 campsare, 88 campus, 53 canis, 253 canna, 179 cano, 25 cantharus, 89 cantherius, 89 capere, 268 capesso, 269, 271 capso, 271 cardo, 45 carefo, 69 carmen, 232 caro, carnis, 248 carpa, 179 carpentum, 62 carpo, 29 carrus, 62 Carthagini, 246 Carventum, 51 casa, 77, 230 cascunus, 180 cascus, 47 caseus, 47, 77 cassis, 62 castud, 250 castus, 106 casus, 181, 233 catamitus, 60 catechumeni, 195 cateia, 62 catena, 62 caterva, 62 catillus, 53 catinus, 53 catunus, 180 caupo, 61 causa, 234 cave, 223 cávere, 217 cavi, 272 cavus, 31 cecidi, 272 cecurri, 272 cedre, 70 celassis, 277 celox, 88 celsus, 106 cena, 233

centum, 225, 260 cepi, 272 cerasus, 60 Cereres, 222 Ceres, Cereris, 247 cernere, 80 cerno, 267 certus, 224 cesor, 225 cessi, 273 charta, 107 chiasmus, 92 choragium, 90 cincinnus, 89 einis, 218 cislum, 62 cista, 89 cisterna, 60 citrus, 65 civis, 27 clam, 281 clamare, 26 claret, 106 clatrata, 89 clatri, 89 claudo, 222 clausi, 273 Clausus, 48 clausus, 280 clepere, 226 clepsi, 273 clodus, 77 clueo, 106 cnatois, 245 Cocles, 61 coctus, 228 coda, 77 codex, 77 coerari, 218 cogitatus, 190 cohors, 79 cohum, 107 coiravit, 219 coisatens, 219 colaphus, 91 colligo, 220 collum, 232 colo, 228 coma, 107 comissari, 91 comissor, 90 commonstrasso,

271communis, 219

comoinem, 219 compendiare, 194 concha, 89 condemno, 221 condicio, 74 conducticius, 241 conea, 69 conficio, 220 confringo, 221 congraeco, 90 conquirere, 181 conregio, 74 consobrinus, 231 conspersio, 190 eonspicio, 74 consularis, 232 eontigi, 272 contingo, 221 contumax, 79 contus, 88 copones, 155 coquo, 216, 226 cor, 227 coraveron, 69 corcotarii, 89 cordis, 227 corilus, 27 cornicen, 222 comiger, 221 cornus, 33 corolla, 232 cortumio, 74 cosol, 225 cotoneum, 60 coventionid, 246 covinnus, 62 crápula, 61, 221 crastinus, 239 credo, 36 creduis, 92, 277 creo, 29 crepare, 181 crepida, 60 creterra, 60 Crixia, 51 -ero-, 238 erumina, 58 eruor, 227 cubi, 281 cubitum iré, 279 cucurri, 272 cudo, 27 cuius, 256 culleus, 89

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ÍNDICE DE PALABRAS 381

-culo-, 238 culpa, 217 culus, 25 cumatile, 89 cupencus, 58 cupio, 268 cupressus, 65 cur, 217 curassis, 277 curis, 47 custodio, 267 cutis, 28 cuturnium, 60 cyathissare, 91 cyathus, 89

da, 276dacruma, 48, 227 danista, 88 danunt, 264 dapino, 91 daps, 30 datod, 276 deabus, 243 debills, 226 decem, 225 decet, 267 decimus, 261 decumanus, 45 deda. 50 dedant, 71 dedet, 222 deditlclus, 241 dedron, 264 dedront, 70 defendo, 230 defit, 106 defrudo, 222 deico, 218 delirare, 79 dempsi, 232, 273 demus, 254 dens, 236, 280 detnuo, 273 deorsum, 224 depsticius, 241 deraubare, 179 deus, 245 devas, 70 devos, 218 dexter, 31, 254

, dextrabus, 104 diabathrarii, 89 Diane, 70

dic, 276 dicare, 218 dicls, 218 dicteria, 154 dictus, 280 dies, 251 dignus, 216 dimidius, 220 dingua, 48, 227 Diovos, 246 dirus, 47, 106 disco, 267 discus, 90 ditias, 224 dius, 281 divus, 245 dixe, 273 dixem, 273 dixerim, 277 dixi, 273 dixo, 271 dixti, 273 do, daré, 31 doceo, 267 documentan, 221 domare, 268 dominicum, 190 domitus, 268, 280 domos, 77 domui, 273 domuis, 250 domum, 285 domus, 28, 225 donare, 52 donativum, 196 doñee, 282 donicum, 281 donique, 281 donum, 217 dorsum, 25 dos, 53dossennus, 58 douco, 222 douiad, 69 drachumissare, 91 dracuma, 232 duas, 277 duc, 276 ducenti, 260 ducere, 26 duces, 195 ducissa, 180 ductus, 280 dueños, 71, 227

duim, 92, 277 duis, 92 dulce, 250 dum, 281 dumtaxat, 282 dúo, 220, 260 duomvires, 244 duonoro, 225 dúplex, 261 duplus, 261 dusmo, 104 dux, 53 duxi, 273

eampsam, 258 eapsa, 258 easte, 74 eclutrum, 106 edi, 272 edim, 277 edo, 227 eeis, 257 egerim, 277 Egesta, 50 ego, 216 egomet, 258 egreglus, 79 eicere, 154, 175 eis, 257 eius, 256 -ela, 237 elementan, 61 emi, 272 emo, 27emolumentan, 78 empticius, 241 enicasso, 271 enos, 72 -ensi-, 239 epulo, 106 equos, 224 eram, 270 -ere, 275 ergo, 223 ero, 263 ero, eris, 271 ervum, 33 es, 276 es, ést, 267 escás, 242 Esculapio, 69 esed, 263 ess, 222, 263 essedum, 62

est, 216 eum, 257 eumpsum, 258 euntem, 280 euntis, 221 exagoga, 88 exanclare, 88 exemplar, 250 exemplum, 232 exenterare, 90 exilium, 221 eximius, 79 existimo, 222 expedire, 79 experior, 31 explenunt, 264 expudoratus, 156 exsequias, 285 extimus, 254 extrad, 281 extremus, 254 exul, 30 exulans, 221 e-yo, 239

faba, 27 fabula, 230 fac, 276 facere, 268 facies, 251 facillimus, 255 facilumed, 281 facturum, 279 fala, 58 Falerii, 221 Falisci, 221 fama, 30, 216, 229 fames, 249 familia, 221 famul, 107 famulus, 221 far, 27 farcire, 268 farragineus, 240 fasena, 47 fatus, 163 fav-issa, 58 favissae, 217 faxim, 277faxis, 277faxit, 277 faxo, 52, 271 feced, 263, 275 feci, 229, Í72

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382 INTRODUCCIÓN AL LATIN

íeoit, 217 iecundus, 229 fedus, 47 íefaced, 69 íeido, 222 fel, 47 felix, 79femina, 217, 229,

281feminabus, 243 fémur, femlnis,

253fenestra, 58 fenum, 47 fenus, 79 ferens, 35 ferio, 27 ferire, 268 fero, 224, 229, 269 ferre, 232, 278 ferrum, 44, 46 fers, fert, 267 ferunto, 276 ferus, 230 ficus, 65 fides, 36 fido, 218, 229 fifiked, 69 figier, 92 figo, 228 figulus, 229 fili, 245 filiabus, 243 filie, 245 filiolus, 221 fingo, 229, 230 finio, 267, 268 fio, 268 fircus, 47 firmus, 69 fissus, 280 fitum est, 104 fivo, 228, 273 fixi, 273 flagrum, 232 flamen, 35, 106 flasea, 179 Aere, 268 flexuntes, 57 flexus, 280 florem, 231 flos, 27, 229 fluxus, 280 fodi, 272

foedus, 219 foied, 69 fore, 279 forem, 277 fores, 224 forfex, 47 forma, 61 fórmica, 61 formido, 61 formonsus, 225 formus, 230 fors, 224 Fortuna, 69 Fortune, 242 forum, 79 fossa, 45 fosse, 46 fossus, 280 fovea, 217 frater, 216, 229 fregl, 272 frigus, 30, 231 frugi, 78 fruniscor, 155 fu, 72 fuam, 92fuas, 92fuat, 118, 277 fucus, 89 fugare, 30 fugere, 268 fugi, 272 fuglo, 30fugo, fugare, 267 fui, 229 fulcrum, 232fulgur, 248fulgus, 248 fulsi, 233 fumus, 218, 229 fundatid, 71, 276,

278funditus, 282 fundo, 230 funebris, 231 fur, 217 furnus, 77, 217 futuros, 280 fuvel, 273 fuveit, 275

gaesum, 62 gallulascere, 154 ganda, 66

gandeia, 50 ganta, 179 gau, 108 gaulus, 89 gava, 66 gelu, 53, 217 genista, 58 genu, 251 genus, 216, 225, 227 germanos, 140 germen, 232 gigno, 236, 267 glaber, 27, 229 glans, 29, 228 glaucuma, 88 glos, 29 glubo, 29 gnaivod, 244 gnoscier, 92 gnosco, 227, 267 (g)notus, 217 gnovi, 273 Graeci, 50 graecissare, 91 graecor, 90 grallae, 232 granum, 27 graphicus servus,

90gratia, 195 gratus, 228 gravis, 228 gregarius nume­

ras, 195 grossus, 25 gruma, 60 gubernare, 60 gutturnium, 60

haba, 69, 229 hactenus, 282 hae, 256 haee, 256 haedus, 27 harena, 25 harpa, 179 harpago, 91 haurio, 231 heis, 256 heisce, 256 Hercole, 69 hibernus, 230 hic, 256, 282 hice, 256

biems, 230 hileo, 69 hinsidias, 231 hircus, 69 hisce, 256 hister, 60 hister, histrio, 58 histrio, 60 hoce, 256 hodiernus, 239, 241 homo, 27, 230, 248 homonem, 104 honestus, 248honor, 248honos, 254 horda, 229 horeia, 50 hosa, 179 hospes, 223 hospltem, 220 hosticapas, 243 hostis, 27, 230 huius, 256 humeras, 231 humor, 231 humus, 230 hunc, 217

-ia, 237, 238 ¡acere, 268 iacio, 31 Iadatinus, 51 iam, 281 ianitrices, 29 ¡bus, 257 -icio-, 239 -Icio-, 239 -ico-, 239 Ídem, 257, 282 -ido-, 240 idoneus, 181 ieci, 272 iecinoris, 253 iecoris, 253 iecur, 28, 223, 225,

228ieis, 257 -íes, 238 ignis, 28 ilico, 220, 233 -ilis, 239 illaec, 257 lile, 256 illisce, 257

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illuc, 257 illunc, 257im, 257 impediré, 79in, 281 -ina, 237 ineeideretis, 222 ineestus, 221 incipio, 221 incisa, 136 ineludo, 222 in-clutus, 225 incohare, 79 incola, 228 incoxare, 154 inculco, 221 indo, 110 induperare, 110 industrius, 221 ineptus,. 221 inermis, 221 inferus, 47 infimus, 254 infit, 106, 118 infltias iré, 285 infra, 281 inguen, 28, 228 iniquos, 222 -ino-, 239, 240 inquilinus, 228 insons, 280 instigare, 79 insulsus, 221 Ínter, 74, 254 interdico, 254 interduim, 92 interea, 282 intereo, 254 interficio, 254 interim, 282 intimus, 254 intro, 281 intus, 282 invictus, 269 -io-, 237, 238 iouxmenta, 71 iouestod, 71 Xovis, 224, 252 ipse, 256, 258 ipsimus, 156 ipsud, 258 ipsus, 258iré, 30 irritus, 220

ÍNDICE DE

is, 257 Is, 267 issa, 258 isse, 258 -issimo-, 254 istarum, 243 iste, 257 istimodi, 257 istorum, 256 istud, 223it, 218ita, 222, 281 Ítem, 281 iter, 253 iteris, 253 -itia, 238 itineris, 253 itinis, 253 iubeo, 30, 230, 283 iudex, 36, 223 iugum, 218, 223 iumentum, 233 iunctus, 228 iungo, 267 iunxi, 273 ius, 36iuvenis, 218, 253 -ivus, 239

Kaisiosio, 69 K O lV Í| , 187 “KÚKXoq”, 122

-ia, 237 lac, 247lacesso, 269, 271 lacio, 75, 228 lacrima, 48 lada, 66 laedere, 283 laena, 60 laetamen, 78 laetare, 78 laetus, 78 laevus, 31, 218 lagona, 89 lama, 51 lancea, 50, 62 laniena, 58 lanista, 58 lanterna, 60 lapis, 223 laqueus, 228 lasibus, 231

PALABRAS

látex, 55 latrina, 224 lavare, 217 lectus, 232 legi, 272 lego, 29, 225 leiber, 220 leibereis, 244 lembus, 88 Lemonia, 57 lepista, 58 lepus, 53 letum, 106 lev-enna, 58levir, 48levis, 230 lex, 36libare, 30, 106 liber, 229 libet, 218 Libitina, 58 libra, 53 libum, 106 licetod, 276 lien, 248 lilium, 65 lingo, 230 lingua, 48 linquo, 225, 228,

267liqui, 272 liquit, 219 lira, 27 -lis, 240 Litemum, 54 lituus, 106 -lo-, 237 Locina, 70 locuples, 78 loferta, 69 logi, 90 logista, 88 loifirtato, 220 lomentum, 77 longus, 217 loquor, 25 loriea, 50 losna, 70 lotium, 77 lotus, 47, 77 loucarid, 249 Loucilios, 219 loucom, 220 Louzera, 52

383

lubet, 218 lubs, 70 Luceres, 57 lue(m), 72 luna, 233 lunaris, 232 lupatria, 156 lupus, 47 luxuria, 78 luxuries, 251 luxus, 78 lychnus, 107

macellum, 89 machaera, 88 macies, 251 macina, 60, 220 mactare, 106 macte, 75, 285 macula, 75 magis, 281 magister, 254 magistere(s), 70 magistres, 244 magnalia, 190 magnus, 254 maiorem, 231 maius, 224 malacissare, 91 malo, 269 malva, 33 manducare, 154 manduco, 154 manica, 221 manipulus, 79 mannus, 50, 62 mansi, 273 mansus, 280 mantissa, 58 mare, 27, 222, 250 marsuppium, 89 massa, 90 mater, 216, 225 matertera, 254 matrona, 243 matronas, 70 matuta, 242 mavelim, 269 mavolo, 269 med, 259 meddix, 107 mediator, 190 medius, 223, 229 mei, 259

Page 379: Palmer, L.R. Introduccion Al Latin

384 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

Melerpanta, 61 membra, 136 memento, 276 memini, 305 memoratui, 279 memordi, 272 -man, 238 mensis, 226 menta, 65 -mentó-, 238 mereo, 30 mergo, 231 meridie, 232 mérito, 281 merula, 27 messis, 233 metere, 25 metuo, 267 meus, 259 mi, 259 mihi, 259 miles, 57 militaris, 232 mille, 260 mina, 232 minister, 254 ministris, 244 minuere, 254 minus, 254, 281 Mirqurios, 69 mis, 259 misti, 273 mitis, 25 modernus, 241 modo, 223 moeehisso, 90 moechus, 90 moenia, 219 moiros, 219 mollis, 225 molo, 27 molocinarii, 89 momordi, 232, 272 monebam, 270 moneo, 223, 267,

268-monia, 238 monimentus, 163 mons, 249 mons Caelius, 57 mons Palatinus, 57 mons Velius, 57 morí, 268 mors, 224, 249

morus, 90 moví, 272 mugil, 249 mulier, 248 multa, 217 multum, 281 mundus, 190 murobatharii, 89 murus, 219 mus, 218 mutuum, 53

nam, 281 narita, 89 natrix, 27 hauclerus, 88 naufragus, 219 nautea, 88 nauta, 88 navis, 252 -ndo-, 240 nebrundines, 70,

230nébula, 229 nec, 228nec non et..., 176 necubi, 281 nefrendes, 70 nefrones, 230 nefrundines, 28,

47, 230nemo, 231, 232 nemus, 30, 106 nequam, 254 ñeque, 228 nequinont, 104, 264 ne vis, 269 ne volt, 269 nidus, 27, 231 nimium, 281 ninguit, 230 nivem, 230 nix, 230-no-, 237, 238, 239,

240noetu, 282 nocturnus, 2 3 9,

240, 241 nolo, 269 nomen, 225, 248 nominus, 246 nonaginta, 260 nongenti, 260 nonus, 261

nos, 259 nostri, 259 nostrum, 259 noutrix, 220 novem, 216, 224,

225, 260 novicioli, 195 novicius, 241 novitas, 220 novos, 216, 224 novus, 225 nox, 281 -nt-, 240 nudus, 228 nuges, 243 Numásioi, 69 nummus, 53 nunc, 281 nurus, 29 nutrix, 232

-o, 237 ob, obs, 281 oboedio, 222 obscenus, 106 obsideo, 220 occidi, 272 occido, 220 occupo, 221 occurrere, 194 ocior, 217 octavus, 217, 261 octingenti, 260 octo, 217, 220. 260 octoginta, 260 odi, 272, 305 odium, 272 odor, 48, 227 Odruntum, 49 officina, 214 oino, 219, 225 ole-agineus, 240 oleo, 48, 227 olim, 256, 281 oliva, 59, 217, 222 olla, 47, 77, 219 ollaber, 74 ollaner, 74 olle, 256 ollula, 77 ollus, olla, 257 onustus, 221 operire, 268 opid, 246

opilio, 77 opio, 75 opitulare, 106 optimus, 254 -or-, 238 orare, 194 orbus, 229 ordo, 248 orieula, 154 oriundus, 280 os, 28 -oso-, 239 -osus, 108 ovare, 217 ovis, 217, 223, 224 ovum, 29

pacari, 278 paedagogus, 88 paelex, 61 paenula, 221 paganus, 195 pala, 63 palaestra, 90 palam, 281 pancratice, 90 pañis, 225 parasitus, 90 parentare, 106 parantatid, 71, 276,

278parere, 268 paricidas, 243 paries, parietis,

247parma, 62 paro, 50 pars, 249 particulo, 154 partim, 249, 281 parum, 224, 281 parumper, 282 parvolus, 221 passus, 233 pastillus, 225 patagiarii, 89 pater, 226, 248 paterfamilias, 242 patina, 53, 55, 89 paucus, 31, 219 pauper, 78 pausarius, 88 pax, 74, 195 peccare, 79

Page 380: Palmer, L.R. Introduccion Al Latin

peccus, 79 pectus, 25 pecunia, 78 pegi, 272 peius, 224 pelegrinus, 232 pelliculam, 154 pellis, 28 pello, 267 penes, 282 penis, 28 penitus, 282 peperci, 221 peposci, 272 percolopare, 91 percontor, 88 perculsus, 221 pergraecor, 90 periculum, 31 perierunt, 274 perii, 305 peritus, 31 persona, 60 pessimos, 254 pessulus, 88 petesso, 269 petorritum, 62 phalerae, 60 phyrgio, 89 pictai, 242 pignosa, 231 pinxi, 273 pipafo, 69 piscis, 27 platea, 89 plaudo, 219 pie, 276 plenus, 217 pleores, 255 pleoris, 72 plere, 268 plevi, 273 piísima, 255 ploirume, 244, 255 plostellum, 77 plostrarius, 77 plostrum, 219 plous, 255 plumbum, 65 plurimus, 255 plus, 255, 281 poculum, 232 poena, 73, 219 Poeni, 219

ÍNDICE DE

Poloces, 69 polubrum, 106 pomerium, 222 Fompilius, 48 pondus, 236 pons, 249 pontifex, 45 popa, 47 popina, 47 poplicod, 244 poploe, 244 poposci, 272 Porco-bera, 63 porcus, 27 porrum, 33 poseo, 225, 233, 267 possum, 269 potis, 217, 226 pozzi, 46 praelumbare, 154 Praeneste, 51 praevaricari, 79 praidad, 242 prelum, 231 pretod, 69 primo, 281 primocenia, 69 primum, 281 primus, 231, 254,

261priusquam, 333 privicloes, 245 pro, 281 probus, 78 progredimino, 276 prohibessis, 277 proiecitad, 71, 276,

278promulgare, 80 propagare, 80 propbetissa, 180 prora, 88 prosapia, 141 pruína, 233 pubesceré, 154 púgil, 249 pugillus, 225 pugnatur, 264 pugnus, 28 pulcherrimus, 255 pullamen, 157 pullus, 29 pulvis, 25 punctum, 181

PALABRAS

Punicus, 219 punió, 219 Pupinia, 57 puppim, 249 pupugl, 232 purpurissare, 91 putare, 80

-qo-, 240 quadra-, 260 quadrans, 55 quadringenti, 260 quaeso, 231 quaesso, 269, 271 quam (tamquam,

q u a s i, prius- quam, a n t e - quam), 332 ss.

quamde, 104 quamquam, quam-

vis, 334 quare, 282 quartus, 261 quas, 258 quasi, 332 quassus, 233 quater, 261 quatere, 268 quattuor, 224, 228,

260ques, 258 qui, quo, 281 qui (instrumen­

tal), 310quia, 155, 250, 258 quianam, 330 quibus, 258 quídam, 231 quidem, 281 quies, 251 quin, 222, 334 quincunx, 55 quingenti, 260 quinquaginta, 260 quinqué, 216, 226,

260quinquertio, 109 quintus, 228, 261 quippe, 232, 281,

329"quippe qui, 329 quirquir, 75 quis, 227,* 258 quod, 227

385

quod, quia, 329 ss. quoi, 71 quoiei, 256 quoius, 224, 256 quom, 258, 281 quominus, 334 quor, 217, 281 quorta, 261 quorum, 256 quotiens, 261

rabula, 58 Ramnes, 57 rasi, 273 rastrum, 233 recei, 71 rectus, 232 reda, 62 redieit, 275 redinunt, 264 regebam. 270 regimentum, 221 regina, 244 regus, 246 relictus, 228 remex, 222 Remus, 57 renes, 70 repsi, 273 res, 36, 220, 251 restim, 249 retro, 281 rettuli, 272 rex, 35 rexi, 273 rhetorissare, 154 rivalis, 79 robigo, 47, 77 roborascere, 154robur, 248robus, 47, 77, 248 robustus, 248 roga, 223 Roma, 56 Romai, 242rosa, 66, 231 ruber, 218, 224, 230 rue(m), 72 rufus, 47, 77, 230 rumpia, 107 rumpo, 267 ruri, 246 rus, 285 Rutuli, 54

Page 381: Palmer, L.R. Introduccion Al Latin

386 INTRODUCCIÓN AL LATÍN

Sabellus, 225 Sabini, 48 sacer, 245 sacramentum, 195 sacros, 71 saeculum, 25, 194 Saetumus, 60 sagire, 268 sagmen, 106 sagus, sagum, 62 Salapia, 49 Salapitanl, 49 salió, 31 sallre, 268 saliunca, 63 salix, 47, 223 salutei, 246 salvator, 195 saín, 257 sanctus, 228 sapiens, 194 saplutus, 156 sarcire, 268 sarpo, 29 sas, 257 satelles, 57 satura, 58 satus, 267, 280 scabi, 272 scabo, 27 scaena, 90 scaevus, 31, 218 scelus, 217 scena, 60 schoenus, 89 scientes esetis, 92 scilicet, 282 scindo, 267 scio, 268 scomber, 89 scripsi, 273 scrofa, 47 scutula, 221 scyphus, 89 se, 227 seco, 27seeundus, 221, 228,

261, 280, 281 sed, 92, 259 sedeo, 227 sedere, 48 sedi, 272 sedulo, 221 seges, 25

Segesta, 50, 51 sella, 232 semel, 259, 261 semper, 259, 282 senati, 250 senatuei, 250 senatuis, 250 senatuos, 250 senex, 254 sententiad, 242 sepelire, 268 septem, 225, 226,

260septimus, 261 septingenti, 260 septuaginta, 260 sequere, 222, 264,

276sequor, 228 sera, 181 sermo, 199, 248 sero, 27, 218, 267 sescenti, 260 sessus, 280 sevi, 273 seviri, 233 sex, 260 sexaginta, 260 si, 327 sibi, 259 sibyna, 107 sic, 257 Sicilinum. 53 Siculi, 53 sido, 267 sied, 283 siem, 277 sierint, 274sies, 277siet, 277 sigillum. 225 similis, 221 similiter, 282 simplex, 259. 261 simulare, 221 -simus, 254sin, 222 singuli, 259 singulus, 261 sinister, 254 sino, 267 sins, 72 sis, 224 sitim, 249

socer, 216 sociennus, 58 socius, 228 soiemnis, 106 solium, 48, 227 solvo, 217 som, 257somnus, 216, 224,

232sompnus. 232 sonare, 268 sonitus, 268 sons, 280 soror, 216, 224 sos, 257 soveis, 243 sovos, 259 sparus, 62 sparsus, 280 spatiarus, 71, 264 specio, 267 speculum, 232 speres, 251 spes, 251 spinter, 89 spondeo, 30 spopondi, 272 sporta, 60 spumifer, 109 spurcus, 58 spurius, 58 squamiger, 109 Stabiae, 54 stabulum, 230 stare, 268 statim, 249, 281 statio, 199 statod, 276 statos, 280 status, 235 stega, 88 stemo, 267 stimulare, 79 stipulari, 79 stircus, 69 -stri-, 239 strophiarii, 89 suavis, 224 subigere, 79 sublabrare, 154 subtus, 282 subula, 58 Subura, 57 sudor, 219

sueque, 245 sugo, 27 sulcus, 27, 217 sum, 263, 269 summus, 232, 254 sumpsi, 232, 273 sumptos, 232 suntod, 276 supremus, 254 SUS, 27, 218, 252 suus, 259 suus sibi. 294 sycophanta, 90 syllaba, 88 symbolum. 88 syngraphus, 88

tacere, 26, 268 tacitus, 280 talentum, 60, 22; talus, 25

' tam, 281 tamquam, 332 tándem, 281 tanger, 278. 279 tapanta. 156 -tat-, 238 taxo, 179 teba, 54 ted, 259 tego, 227 tellus, 106 temere, 282 tempere, 282 temperi, 246 templum, 30 tentus, 225 ter, 261termen, terminus,

29terni, 261 térra, 25, 28 tertius, 261 tesca, 106 tescum, 74 testis, 224, 233 tetuli, 272 texi, 273 thensaurus, 225 thylacistae, 89 -ti-, 238 tibi, 259 -tico-, 239 -tili-, 239

Page 382: Palmer, L.R. Introduccion Al Latin

Í N D I C E DE PALABRAS 387

timidus, 280 -tura, 238 uter, 254 viden, 222-timo-, 239 -turo-, 240 utinam, 281, 310 video, 218tinguo, 216 tursus, 158 videram, 275-ti-on-, 238 Tusculum, 51 vaocinium, 33, 65 videre, 268tirooinium, 195 tussim, 249 vaoerra, 67 viderim, 277tis, 259 -tut-, 237 valer, 47 vidi, 219, 224, 272Tities, 57 tutudi, 272 vagire, 268-tivo-, 239 tutulatus, 106 Valesius, 77 vidissem, 277

-to-, 237, 240 tuus, 259 vallum, 45 vidisti, 274

tooullio, 155 vallus, 29 vigil, 249toga, 236 uargus, 179 vas, 27 viginti, 260tollo, 232, 267 uber, 230 vastus, 25 vincio, 267tongitio, 70 ubi, 281 vates, 25, 106 vinco, 27topper, 232, 257, -ulento-, 239 vecos, 218 vinxi, 273

281, 282 Ulixes, 50 veho, 230 viola, 65, 221-tor-, 237, 238 ullaber, 72 veles, 57 vires, 252-torio-, 238 uimus, 27 velim, 277 virtutei, 246tormentum, 228, -ulo-, 240 vella, 218 virtutes, 190

233 ultimus, 254 velle, 232, 278 virus, 29, 218torreo, 232, 267 ultra, 256 Veneres, 246 vis, 218, 252, 267,tostus, 233 ultus, 233 Veneras, 246 269totiens, 261 umbo, 217 veni, 272 viso, 269trabs, 27, 226 umeo, 106 venio, 224, 228, 267 visus, 231, 233trapessita, 88 unoia, 53 venire, 268 vivus, 218, 228treoenti, 260 uncus, 217 venum ducere, 285 vixi, 273tremonti, 222, 264 unda, 28 ver-, 92 volo, 217, 269tres, 223, 260 undecim, 214 verbum, 27, 199, Volt, 267tri-, 261 unguen, 228 229 Voltinia, 57tribulum, 79 unguis, 217 veredus, 62tribunal, 250 unus, 219, 259 versus, ■ 281 vor-, 92

-trie-, 238 -uo-, 240 versutus, 108 vorsus, 217triginta, 247, 250 urceus, 60 vert-, 92 vort-, 92triplus, 261 urna, 60 veru, 228 vortex, 217triumpus, 60 uro, 219 verus, 27 vortier, 279-tro-, 238 ursus, 29, 217 vester, 259 vos, 259trossuli, 57 urus, 179 vestio, 268 voster, 217, 259trutina, 60 uspiam, 281 vestri, 259 voto, 217trux, 25 usquam, 281 vestrum, 259 voveo, 30, 230-tu-, 238 usque, 281 vetuo, 156 vox, 228-tudin-, 238 ustus, 280 vexi, 273 vult, 267tui, 259 uta, 281 vias, 242tuli, 272 utarus, 264 vicesimus, 261 zextoi, 69tum, 257, 281 utei, 281 vicus, 29, 219, 224 zonarii, 89

Page 383: Palmer, L.R. Introduccion Al Latin

ÍNDICE

Nota a la 2." edición.......................................................................... 5Presentación........................................................................................ 7Prefacio.................................................................................. 9

P r im e r a parte

Esbozo de una historia de la lengua latina

Capítulo I. El latín y las demás lenguas indoeuropeas . 13Capítulo II. Los protolatinos en I t a l i a ..................................... 43Capítulo III. Los dialectos latinos y los primeros textos . . 68Capítulo IV. El latín coloquial; Plauto y Terencio . . . 82Capítulo V. El desarrollo de la lengua literaria . . . . 102Capítulo VI. El latín v u l g a r ............................................................. 152Capítulo VII. Lenguas especiales. El latín cristiano . . 184

Segunda parte

Gramática histérico-comparada

Capítulo VIII. Fonética........................................................................... 211Capítulo IX. Morfología.......................................................................... 234Capítulo X. S i n t a x i s ........................................................................... 283

Notas de los traductores............................................................................337

Bibliografía.................................................................................................. 353

Apéndice: Textos latinos arcaicos.............................................................359

Indice de m a te r ia s ............................................ ....... 371

Indice de p a la b r a s ...................................................................................379

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Impreso en el mes de marzo de 1988 en Talleres Gráficos HUROPE, S. A.

Recaredo, 2 08005 Barcelona