"palabras para este encuentro", por fernando baéz

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PALABRAS PARA ESTE ENCUENTRO Por Fernando Báez (*) Dedicado a todos los organizadores Quiero que sepan que estoy con Uds, justo ahora, como lo que verdaderamente soy: un modesto bibliotecario con hondas preocupaciones sociales. Estuve ocho meses al frente de la Biblioteca Nacional de Venezuela en 2008, y fui despedido por un médico veterinario que entonces era Ministro de Cultura, lo que ha sido un honor porque de verdad quería un cambio total, no a medias, y me enfrenté a transnacionales como la IBM y al poder de la bucrocracia, rompí relaciones con la Biblioteca del Congreso del EEUU y me negué a participar en IFLA. Permití que las comunas populares participaran, aunque las élites las despreciaban. Era todo o nada, y gané porque hay algunos que tienen la conciencia de que este cambio tiene que llegar y no lo podrán impedir. A mí pueden haberme atacado, desprestigiado, amenazado de muerte para que callara, se dijo lo peor, pero estoy feliz: estaría triste si supiera que me elogian quienes desprecio. Estaría triste si supiera que tengo que quedarme callado y hacer lo que los privilegiados de siempre les encanta: que todo siga igual mientras hacen política sin calle. Desde entonces, he seguido mi labor de misionero de país en país y todo esto ocurrió progresivamente en mí porque sabía que los libros me conducirían al compromiso ineludible con la memoria. Borges advertía que es imposible escuchar hablar de un radio o un televisor sagrado, pero se sabe de libros considerados sagrados: por ejemplo La Biblia o El Corán. El libro viene a ser para muchas sociedades una manifestación divina de un espíritu superior, como lo pone en evidencia que los hebreos crearon en las sinagogas una habitación llamada Geniza para almacenar los manuscritos o ejemplares con versículos o textos sagrados. Horrorizados por la posibilidad de su destrucción, llegaron a concebir un espacio fantástico en la historia del mundo para enterrar los libros, el primer cementerio de libros, y uno de estos lugares importantes fue la Geniza de El Cairo, que contenía miles de escritos en el alfabeto hebreo. Para saber lo que importan los libros, basta decir que en 56 túneles de las montañas Chiltan en la comunidad islámica de Quetta, en Pakistán, un grupo de sirvientes se desvive hoy por custodiar un camposanto con 70.000 bolsas que resguardan ejemplares dañados del Corán. Estos depósitos son llamados Jabal-E-Noor-Ul-Quran. Mi padre tenía razón cuando decía que las bibliotecas son emboscadas contra la impunidad, contra el dogmatismo, contra la manipulación, contra la desinformación, y ha de ser por eso que han incomodado y siguen estorbando tanto a los poderosos, que las destruyen o las arruinan o, lo que es aún peor, las vuelven inaccesibles. Los represores y fascistas temen las bibliotecas porque son trincheras de la memoria, y la memoria es la base de la lucha por la equidad y la democracia. Las élites sienten pánico ante las alternativas que suponen las bibliotecas como centros de formación popular. Hoy, cuando les mando este mensaje, escucho que los ténicos insisten en la digitalización de los textos y pretenden convertir a los bibliotecarios en administradores atentos de bases de datos y yo pido humildemente que se socialicen los textos y se dignifique la profesión del bibliotecario. Dejen de hablar de tanta tecnología si antes no hablan de dignificar a esos humildes hombres y mujeres que semana a semana rescatan el valor de la memoria. Yo me salvé de ser un delincuente o un indigente porque mi pueblo tenía una pequeña biblioteca pública accesible y desarrollé mi imaginación e identidad y estoy seguro que miles de latinoamericanos han vivido o están viviendo situaciones parecidas. Creo, en resumidas cuentas, que hay que preservar los libros y las bibliotecas, pero sólo porque son el eje de la sed de memoria y el hambre de identidad que une a los pueblos. Viva esta Corriente de Bibliotecarios con compromiso social! Vivan los trabajadores de las Bibliotecas!! (*) Autor de Historia universal de la destrucción de los libros (Sudamericana, 2005)

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Page 1: "Palabras para este encuentro", por Fernando Baéz

PALABRAS PARA ESTE ENCUENTROPor Fernando Báez (*)

Dedicado a todos los organizadores

Quiero que sepan que estoy con Uds, justo ahora, como lo que verdaderamente soy: un modesto bibliotecario con hondas preocupaciones sociales. Estuve ocho meses al frente de la Biblioteca Nacional de Venezuela en 2008, y fui despedido por un médico veterinario que entonces era Ministro de Cultura, lo que ha sido un honor porque de verdad quería un cambio total, no a medias, y me enfrenté a transnacionales como la IBM y al poder de la bucrocracia, rompí relaciones con la Biblioteca del Congreso del EEUU y me negué a participar en IFLA. Permití que las comunas populares participaran, aunque las élites las despreciaban. Era todo o nada, y gané porque hay algunos que tienen la conciencia de que este cambio tiene que llegar y no lo podrán impedir. A mí pueden haberme atacado, desprestigiado, amenazado de muerte para que callara, se dijo lo peor, pero estoy feliz: estaría triste si supiera que me elogian quienes desprecio. Estaría triste si supiera que tengo que quedarme callado y hacer lo que los privilegiados de siempre les encanta: que todo siga igual mientras hacen política sin calle. Desde entonces, he seguido mi labor de misionero de país en país y todo esto ocurrió progresivamente en mí porque sabía que los libros me conducirían al compromiso ineludible con la memoria.

Borges advertía que es imposible escuchar hablar de un radio o un televisor sagrado, pero se sabe de libros considerados sagrados: por ejemplo La Biblia o El Corán. El libro viene a ser para muchas sociedades una manifestación divina de un espíritu superior, como lo pone en evidencia que los hebreos crearon en las sinagogas una habitación llamada Geniza para almacenar los manuscritos o ejemplares con versículos o textos sagrados. Horrorizados por la posibilidad de su destrucción, llegaron a concebir un espacio fantástico en la historia del mundo para enterrar los libros, el primer cementerio de libros, y uno de estos lugares importantes fue la Geniza de El Cairo, que contenía miles de escritos en el alfabeto hebreo.

Para saber lo que importan los libros, basta decir que en 56 túneles de las montañas Chiltan en la comunidad islámica de Quetta, en Pakistán, un grupo de sirvientes se desvive hoy por custodiar un camposanto con 70.000 bolsas que resguardan ejemplares dañados del Corán. Estos depósitos son llamados Jabal-E-Noor-Ul-Quran.

Mi padre tenía razón cuando decía que las bibliotecas son emboscadas contra la impunidad, contra el dogmatismo, contra la manipulación, contra la desinformación, y ha de ser por eso que han incomodado y siguen estorbando tanto a los poderosos, que las destruyen o las arruinan o, lo que es aún peor, las vuelven inaccesibles. Los represores y fascistas temen las bibliotecas porque son trincheras de la memoria, y la memoria es la base de la lucha por la equidad y la democracia. Las élites sienten pánico ante las alternativas que suponen las bibliotecas como centros de formación popular.

Hoy, cuando les mando este mensaje, escucho que los ténicos insisten en la digitalización de los textos y pretenden convertir a los bibliotecarios en administradores atentos de bases de datos y yo pido humildemente que se socialicen los textos y se dignifique la profesión del bibliotecario. Dejen de hablar de tanta tecnología si antes no hablan de dignificar a esos humildes hombres y mujeres que semana a semana rescatan el valor de la memoria. Yo me salvé de ser un delincuente o un indigente porque mi pueblo tenía una pequeña biblioteca pública accesible y desarrollé mi imaginación e identidad y estoy seguro que miles de latinoamericanos han vivido o están viviendo situaciones parecidas. Creo, en resumidas cuentas, que hay que preservar los libros y las bibliotecas, pero sólo porque son el eje de la sed de memoria y el hambre de identidad que une a los pueblos.

Viva esta Corriente de Bibliotecarios con compromiso social!

Vivan los trabajadores de las Bibliotecas!!

(*) Autor de Historia universal de la destrucción de los libros (Sudamericana, 2005)