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Revista destiempos n° 28 I Enero- Febrero 2011 I Publicación bimestral I Página100 PAISAJE Y MUJER ANDALUCES EN EL ROMANTICISMO, PROTOTIPOS DE LA IDENTIDAD NACIONAL PARA LOS VIAJEROS DECIMONÓNICOS: IRVING Y FORD. David Caballero Mariscal Universidad de Granada INTRODUCCIÓN esde el siglo XVIII, época ilustrada por antonomasia y en la que la razón se alzaba en esa especie de “antesala” por la que todas las disciplinas debían pasar para ser consideradas como lícitas (Kant, KRV), la idea del viaje y el interés por otros espacios se había tornado en una tónica relativamente frecuente respecto de España. Si bien lo curioso procede del cambio de tendencia, puesto que la época de la colonización hispánica de las colonias de ultramar, España era la viajera por antonomasia. No obstante, y aunque la idea del viajero y sus crónicas es muy antigua, parece que el siglo de las luces se convierte en un momento propicio para redescubrir el paisaje español y las diversidades de la cultura que este espacio ofrece. Pero esta situación se ve totalmente poten-ciada con la llegada de la época romántica. En efecto, parece que el momento propicio para el desarrollo de una actividad viajera acompañada de las crónicas oportunas se da cita desde los albores del XIX. España, y como representante absoluta de su identidad más recóndita, Andalucía, va despertando un interés entre intelectuales y pensadores extranjeros que conlleva la inevitable visita a la región para ratificar o desmontar, según el caso, los posibles mitos que surgen a propósito de la tan mencionada “realidad nacional”. La llegada de viajeros extranjeros al país, procedentes tanto de Europa como de América, responde al interés suscitado por la cultura y las tradiciones, que demarcan la identidad genuina de sus habitantes. En el caso de Andalucía, la mayor parte de los viajeros quedarán sorprendidos D

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PAISAJE Y MUJER ANDALUCES EN EL ROMANTICISMO, PROTOTIPOS DE LA IDENTIDAD NACIONAL PARA LOS

VIAJEROS DECIMONÓNICOS: IRVING Y FORD.

David Caballero Mariscal Universidad de Granada

INTRODUCCIÓN

esde el siglo XVIII, época ilustrada por antonomasia y en la que la razón se

alzaba en esa especie de “antesala” por la que todas las disciplinas debían

pasar para ser consideradas como lícitas (Kant, KRV), la idea del viaje y el

interés por otros espacios se había tornado en una tónica relativamente

frecuente respecto de España. Si bien lo curioso procede del cambio de

tendencia, puesto que la época de la colonización hispánica de las colonias

de ultramar, España era la viajera por antonomasia. No obstante, y

aunque la idea del viajero y sus crónicas es muy antigua, parece que el

siglo de las luces se convierte en un momento propicio para redescubrir el

paisaje español y las diversidades de la cultura que este espacio ofrece.

Pero esta situación se ve totalmente poten-ciada con la llegada de la época

romántica. En efecto, parece que el momento propicio para el desarrollo de

una actividad viajera acompañada de las crónicas oportunas se da cita

desde los albores del XIX. España, y como representante absoluta de su

identidad más recóndita, Andalucía, va despertando un interés entre

intelectuales y pensadores extranjeros que conlleva la inevitable visita a la

región para ratificar o desmontar, según el caso, los posibles mitos que

surgen a propósito de la tan mencionada “realidad nacional”.

La llegada de viajeros extranjeros al país, procedentes tanto de

Europa como de América, responde al interés suscitado por la cultura y

las tradiciones, que demarcan la identidad genuina de sus habitantes. En

el caso de Andalucía, la mayor parte de los viajeros quedarán sorprendidos

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por la riqueza y diversidad de la región, y al mismo tiempo, frustrados por

el cambio de realidades que los llevan a pensar en que la diversidad

esconde un trasfondo de atraso respecto a las naciones de las que pro-

ceden. Ninguno de ellos pondrá en tela de juicio las maravillas que cada

una de las ciudades o los paisajes esconde. Pero al mismo tiempo, será

inevitable el surgimiento de mitos arraigados, cuyas consecuencias siguen

estando en parte vigentes en al actualidad, y la visión de contraste entre

las maravillas del pasado andaluz, cuya gloria se tenía en consideración

más allá de las fronteras del mítico-histórico Al-Andalus, y que en la

actualidad han dado paso a la desidia y la indiferencia.

Muchos son los viajeros que han pasado por la región y han dado

testimonio escrito de las situaciones vividas y lo observado en primera

instancia. Pero en este caso nos centraremos en dos: Washington Irving y

Richard Ford. Ambos fueron partícipes de la realidad andaluza del mo-

mento y además, de “primer mano” puesto que se introdujeron de lleno en

la sociedad y cultura del momento para comprender mejor aquello a lo que

se enfrentaban. Y sin duda, los dos supieron descubrir en el interior de

Andalucía aspectos que no esperaban y elementos con los que no

contaban. Pero hemos de tener en cuenta que mientras que Irving toma el

marco de referencia de la Alhambra para componer relatos de tipo

romántico que incluyen aspectos históricos, sociales y culturales, Ford

profundiza en elementos más pragmáticos y decididamente útiles para el

viajero, reafirmando una cierta “vocación” positivista.

Tomaremos como referencia dos elementos primordiales y que sirven

de prototipo del “romántico” para entender las posturas, en ocasiones, di-

vergente: el paisaje y la mujer. Ambos en relación de integración o de

contigüidad forman un todo que conlleva una mejor comprensión de la

posición ideológico-cultural de cada uno de ellos.

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1. Consideraciones previas

Mujer y paisaje constituyen dos realidades prioritarias en los escritores

románticos, al tiempo que suponen recursos constantes para la compren-

sión de sus creaciones y motivaciones de inspiración.

Hemos de tener en cuenta la concepción de ambas realidades prefe-

rentes para el romántico, puesto que las impresiones que procedan del

exterior estarán, en gran medida, filtradas por sus percepciones subje-

tivas. Pero al mismo tiempo, en el caso de los viajeros románticos en nues-

tro país, los crecientes tópicos desarrollados a lo largo de la historia se

verán acrecentados, trasformados o simplemente matizados por las pro-

yecciones literarias que muestren quienes en primera persona han sido

partícipes de la realidad que se pretende reflejar.

Independientemente de que los escritores-viajeros se acerquen a

España desde el intento sincero de ser objetivos y tratando de absorber

informaciones desde un presunto desconocimiento, son muchos los prejui-

cios que traen al acercarse al país. De hecho, muchas de las motivaciones

que les han llevado a viajar proceden del peso de la opinión y del deseo de

participar de ese “microcosmos” cargado de magia del que tanto han oído

hablar.

Ante todo esto que hemos mencionado, cabría plantearse primera-

mente qué importancia tiene para el romántico en general el paisaje y

cuáles son las implicaciones que posee la mujer como representante de un

espacio y de una idiosincrasia concreta.

El paisaje supone para el romántico la proyección de la subjetividad

y un medio de expresión de sentimientos. De esta manera, el giro subje-

tivista se concretará en el consuelo que encuentra el autor al comprobar

cómo se siente identificación entre el medio y su interior. Pero ésta parece

darse de forma casi bilateral, puesto que parece la naturaleza la que es

capaz de comprender toda vivencia interna del romántico y mover sus ele-

mentos a placer del escritor, en una especie de “empatía” extrema de

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consecuencia. Pero, por otro lado, y dado la inclinación de artistas y pen-

sadores de este periodo por indagar en la propia identidad nacional y

reivindicar todo aquello que supone originalidad y diferenciación de todas

las demás realidades, el paisaje en el romanticismo sirve de vehículo para

entender mejor un pueblo, una nación, una región. Y además, es el medio

adecuado y eficaz para investigar sobre todos esos aspectos olvidados que

a su vez suponen la puesta en relieve de la auténtica “gloria” de un lugar.

Por ello, paisaje se identifica y al mismo tiempo es testigo del acontecer

diacrónico de una nación. Y tiene en su esencia toda las maravillas que las

personas, pueblos y acontecimientos han dejado impresas en su proceso

de evolución. Así, la cultura se reflejará en todos esos elementos propios

de una nación como lengua, tradiciones específicas de cantos, literatura

popular y fiestas. Pero todos éstos, a su vez, se hallan integrados en un

medio natural que los ha determinado y condicionado.

Por su parte, la mujer para el autor romántico representa una fuente

de inspiración primordial, y un aspecto base de su temática. Existe plena

identificación entre mujer, arte y belleza, tal y como nos manifestó Bécquer

en su teoría de la inspiración. Por tanto, y concretando en el caso espe-

cífico de los viajeros del siglo XIX, la figura femenina representa otro

paradigma básico para la comprensión de la identidad propia de España,

siempre teniendo en consideración que, en el caso de la mujer andaluza

ésta presentará una serie de características específicas que imprimirán

una identidad específica (Hernández Pacheco, 1995). En cualquier caso, ha

de tenerse en consideración que el escritor romántico aplica también el

filtro de la subjetividad a la mujer, aportando una profunda idealización.

Además, puede que se convierta también en un personaje-tipo o repre-

sentativo, paradigma absoluto. Por otro lado, hemos de comprender la

integración de la mujer en el paisaje. Ambas forman parte de un todo, a

modo de pertenencia mutua e indisoluble. La mujer está absorbida por la

naturaleza en la que se halla integrada. Tiene una serie de cualidades que

no son sino producto de los condicionantes impuestos por el medio, a mo-

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do de determinismo irremediable. Como veremos, las representantes

femeninas románticas dentro del ámbito español en general y andaluz en

particular son pasionales, llenas de vida, cargadas de iniciativa y rebosan-

tes de cualidades. Poseen un encanto que arrastra al observador,

enamorándolo hasta extremos recónditos. Al igual que la naturaleza, se

comprende la explosión de temperamento que surge del choque con ciertas

realidades. La naturaleza, el paisaje responde ante el curso de los aconte-

cimientos interiores del autor, o por las circunstancias que éste quiere

expresar. De igual modo, la mujer cambia su estado de humor y su actitud

ante las relaciones en consonancia con su vida interior y con la interacción

con el medio.

Por último hemos de entender la búsqueda de formas de evasión por

parte del romántico. Ante el inconformismo que produce la adecuación a la

realidad, éste opta por el refugio en épocas pasadas y lugares exóticos. Así,

y dados los prototipos desarrollados a propósito de España desde el siglo

XVIII, ésta representa la conciliación entre ambas cosas. Por un lado,

debido a su pasado y al rigor de su desarrollo histórico, muchos son los

factores que han intervenido para que una mirada sobre la realidad

nacional hispana suponga la evocación constante de su pasado y de la rica

aportación de las culturas que han contribuido a su actual identidad. Por

otra parte, ha de ponerse en relieve que el pasado andaluz está ligado, en

términos generales y en relación con marcados tópicos y estereotipos, a lo

exótico y orientalista. Así, debido a la necesidad de adentrarse en lo desco-

nocido y explorar nuevos aspectos motivadores de realidades insólitas, el

viajero romántico se inmiscuye en el contexto del paisaje andaluz para dar

salida a sus necesidades diversas, alentadas por el peso de tradiciones,

leyendas y costumbre que vienen a confirmar los prototipos ya estableci-

dos (Núñez, 2001). Esta perspectiva especial la podremos encontrar, como

indicaremos posteriormente, en Washington Irving, que conjuga casi todos

los elementos expresados, combinando la audacia de la documentación

con la vivencia personal y directa. No obstante todos los viajeros del siglo

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XIX hallarán en el paisaje andaluz diversos elementos dignos de análisis,

si bien cada uno de ellos contribuirá de muy diversa forma a la cons-

trucción de una imagen específica en consonancia con su experiencia

empírica, intereses específicos, aplicación de los patrones preconcebidos

con anterioridad a la contemplación más directa, e impresión subjetiva.

En el caso de los dos autores que vamos a considerar, hemos de

contemplar que, aunque casi coetáneos tanto en sus viajes como en sus

experiencias vitales, responden a motivaciones distintas y persiguen objeti-

vos en ocasiones totalmente divergentes. Aunque la huella del subjetivismo

se halle en cada momento, es cierto que la intención de Irving puede

tildarse de más cercana a lo literario. Por otro lado, Ford parece que

resulta más analítico a la hora de arrostrar tanto paisaje como cultura y

tradiciones. Es más, parece que éste último, en términos genéricos, se deja

llevar más por impresiones específicas que despiertan tanto interés como

sorpresa, y a veces, incluso incomprensión. En cambio, Irving magnifica la

importancia del paisaje y de todo lo que éste conlleva, abandonándose a la

experiencia de lo mítico y tratando de trasladar al lector a un espacio

mágico que nada tiene que envidiar a los universos orientales de las

milenarias leyendas antiguas. No obstante un elemento parece subyacer a

la perspectiva de ambos: la fascinación por el mundo que aparece ante

ellos, que interpela y arranca sensaciones completamente desconocidas. El

encuentro con el mundo de raíces diversas supone una experiencia que

puede generar todo, menos indiferencia.

2. Paisaje andaluz, sinécdoque de la realidad española

Hemos de considerar una perspectiva muy común a lo largo del siglo XIX

entre viajeros y estudiosos de la realidad española, y que en parte posee

un fundamento específico y generalizado: la identificación del paisaje

español con el andaluz. Es por ello que consideramos la visión de todo el

conjunto desde una especie de “sinécdoque”, en la que el todo se incluye

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sólo en una parte o se identifica con ésta. Sería como una metonimia de la

realidad en la que la por cercanía, relación o inclusión, se identifican

realidades en contacto. En este caso, y dado el interés que despierta la

región andaluza en el contexto tanto de viajeros españoles como

extranjeros, parece volcarse todo el interés de éstos en una porción de

España, puede que muy representativa, pero parcial dentro de la globali-

dad de un rico escenario de diversidades. No obstante, este rico entramado

de mundos en contacto contribuirá a distribuir prototipos y arraigar imá-

genes muy específicas con las que se tendrá que convivir posteriormente.

2.1. La búsqueda y el encuentro de lo exótico: los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving.

Washington Irving será uno de los primeros viajeros americanos en llegar a

nuestro país con el afán de indagar en todas esas realidades de las que

había sido partícipe en la distancia y de modo diferido (García-Montón y

García-Romeral, 2000, p. 263-267). Permaneció en nuestro país por

periodo de tres años y consiguió de esta forma contactar y conocer la

realidad nacional española en profundidad, especialmente, la andaluza,

puesto que la mayor parte del tiempo estuvo en esta región. Su inves-

tigación, fundad no sólo en una proyección literaria, sino también en un

afán cientifista de carácter antropológico y cultural, no se basó exclusi-

vamente en la observación empírica. Es más, Irving llevó a término una

labor de documentación, en espacios tales como los Archivos de Indias

sevillanos, e investigación sociohistórica ejemplares. No obstante, se dis-

tancia de la posición tradicional del viajero romántico, ya que su obra,

como hemos mencionado, no encarna el ideal tradicional de relatos de

viajes, documental, empírico y pragmático. Es más, el autor norteameri-

cano llevará a término la redacción de unas leyendas en las que combina a

la perfección la ficción y la realidad. Si bien no podemos obviar el

conocimiento bien documentado de la vida de Andalucía, de su historia y

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de los aspectos más relevantes de su cultura, hemos de destacar, no

obstante, una clara vocación por parte de Irving hacia el mundo de lo

exótico, lo mítico, e incluso lo legendario. Este hecho se manifestará

claramente en su obra más renombrada, Cuentos de la Alhambra, que des-

de su publicación en 1831 ha tenido una gran trascendencia,

contribuyendo a crear una imagen de Granada, Andalucía, y por exten-

sión, España, que quizá aún perdura hasta nuestros días (García-Montón

y García-Romeral, p. 265). No obstante, y a pesar de la tendencia marca-

damente literaria del escritor romántico, su contacto con la sociedad

granadina del momento, tanto en sus niveles más altos, como en sus

estratos más populares, lo condujeron a comprender con acierto la

sociedad andaluza del XIX, y este hecho se refleja en su narrativa.

La inclinación por la valoración de lo exótico se hace latente en la

narrativa del autor norteamericano. Por supuesto, la nueva sensibilidad

romántica, tal y como indicábamos en el capítulos anterior, toma

importancia y muestra su eco en los visitantes extranjeros (Serrano, 1993,

p. 3). Para Irving, a priori, la visita a nuestro país suponía la llegada a un

universo lejano e insólito. Una vez se sitúa en escena, aún todavía la

resulta más rebosante de sorpresas y novedades, pues, tal y como nos

manifiesta el propio escritor, “la más miserable posada está tan llena de

aventuras como un catillo encantado (Irving, 2005, p. 34).

Pero vamos a tratar de desmenuzar los aspectos más destacados de

la realidad paisajística presentes en los relatos del viajero y escritor

norteamericano. Primeramente, y antes de proceder a su serie de cuentos,

contextualiza y sitúa con precisión la escena en la que van a tener lugar

los acontecimientos narrativos. No sólo describirá la Alhambra y su en-

torno; Irving queda tan maravillado ante las vivencias que tiene que

describe muy brevemente parte de su viaje desde Sevilla hasta la ciudad

de la Alhambra. En este fatigado, aunque interesante trayecto, Irving

descubre muchos elementos desconocidos para él del paisaje, la cultura y

la sociedad española. Algunos aspectos le resultan sorprendentes. En

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otros, el papel del prejuicio y de los estereotipos estará vigente antes de

emitir cualquier descripción u opinión. De cualquier modo, Irvig parece

que el primer aspecto que destaca es la sobriedad del territorio español,

muy en consonancia con el ideal romántico perfecto de austeridad y

misterio:

Un país áspero y melancólico, de escarpadas montañas y despro-

vistas llanuras de árboles, de indescriptible aislamiento y aridez

que participan del salvaje y solitario carácter de África (Irving, p.

29).

Otro aspecto muy interesante a tener en consideración es la identificación

del sur peninsular, y por extensión, de toda España, con África. El tópico

de que “África empieza en los Pirineos” (Dumas, 1989) difundido por

autores europeos del momento como Dumas, toma bastante fuerza en este

momento. Y dada la tendencia orientalista de los viajeros románticos por la

búsqueda de ese pasado exótico y fascinante para Andalucía.

A pesar de la sobriedad del paisaje peninsular, como bien destaca el

autor al referirse a Castilla y sus inmensas llanuras, no obstante ha de

tenerse en cuenta que ofrece contraste y elementos sorpresivos. Todo ello

se conjuga para la perfecta comprensión del carácter personal del hombre

español, sobrio, hospitalario y amistoso, aunque bastante austero en

expresividad y en sus formas. Esta visión tan cargada de estereotipos, no

obstante, conjuga aspectos positivos y negativos, pero que confieren al

habitante de estas insólitas tierras una idiosincrasia única en el mundo.

Uno de los elementos que causa más sensación en Irving es la

montaña abrupta que compone la sierra andaluza, en especial, la sierra

granadina. Tras los paisajes monótonos a los que hacíamos mención

anteriormente, se alzan montañas majestuosas que no dejan sino de sor-

prender al visitante, pero que siguen dando cuenta del carácter particular

de sus habitantes. Los caminos causan fascinación y al mismo tiempo,

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estupor. Y frente a la posible falta de vegetación y cultivos de los campos

castellanos y las campiñas andaluzas, se alzan las montañas intrabéticas,

llenas de vida, y en las que incluso una piedra o el más recóndito de los

rincones es capaz de hacer brotar una semilla.

Para generar mayor expectación, y dado el carácter mítico de

algunos lugares andaluces, Irving comienza su viaje en Sevilla y describe

su recorrido hasta la llegada a la Alhambra, donde desarrollará su activi-

dad narrativa. En este camino, son diversos los tópicos que se hacen

presentes y vienen a ratificar toda la preconcepción ideada en la mente y

pensamiento del autor. Primeramente, a la peligrosidad del medio rural

andaluz, se añaden otros factores que parecen formar parte intrínseca de

la identidad de este “microcosmos”. De un lado, la presencia de bandoleros

y asaltantes perdidos por los campos andaluces, se convierte en una

constante que manifiesta la identidad más profunda de los andaluces. El

misterio, el riesgo, la improvisación son notas constantes en los entresijos

del paisaje regional específico al que estamos haciendo mención. Esto da

espacio a numerosos tópicos que se proyectarán en el futuro y que perma-

necerán anclados en la memoria colectiva de los norteamericanos,

constituyendo a fortalecer clichés muy arraigados.

Otro de los factores que contribuirán a fortalecer una imagen

particular, y en relación directa con su paisaje, es el toro. Muy relacionado

con todos los iconos que se relacionan con el país, y muy particularmente,

con Andalucía, éste parece ser un elemento conocido ya por el escritor, y

que causa expectación y al mismo tiempo, estupor profundo:

También otras veces, al cruzar por un angosto valle, se ve uno

sorprendido por un ronco mugido; y pronto divísase por encima

del prado una vacada de toros andaluces destinados a ser

lidiados en una plaza (p. 33).

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En cualquier caso, las posadas en lugares insólitos, en las que se impro-

visa la fiesta y el vino acompaña a sus moradores, creando rápidos nexos

de fraternidad, sorprenden al viajero. Pero le hacen evocar esos otros

componentes de la rica realidad española en general y andaluza en

particular. Así, en paisaje hace evocar no sólo las andanzas quijotescas

por los campos de Castilla (en este caso, en relación de sinécdoque entre

Andalucía y el resto del país, tal y como partíamos al principio de este

capítulo), sino las glorias del pasado árabe de Al-Andalus, y el papel de

Isabel la Católica en la reconquista de las tierras que formaban el antiguo

Reino de Granada.

A llegar al espacio del recinto de la Alhambra el escritor norteame-

ricano se hace eco de las descripciones minuciosas del espacio, mostrando

tanto su encanto natural como los rigores del paso del tiempo y la

decadente situación actual. Se marca con exactitud esa tendencia orienta-

lista tan marcada en los viajeros románticos por España, valoración de lo

exótico, relación con la nueva sensibilidad romántica que había acaparado

el pensamiento del viajero del XIX (Serrano, 1993). Hemos de poner en

relieve que el afán orientalista no es algo nuevo introducido por Irving, y

que tiene su única génesis en los románticos decimonónicos. En siglos

anteriores la atracción hacia Oriente fue una realidad manifiesta en

algunos viajeros. Esta se manifestó en el interés comercial y en las venta-

jas que podía reportar el contacto con culturas y realidades insólitas. En el

caso de España, a pesar de la posible cercanía y de la relevancia del país

en la historia, la percepción externa se situaba en la de una tierra exótica,

remota y llena de misterios por descubrir. De esta manera, el viajero no se

podía sino dejar seducir por estas tierras, sus gentes y cultura.

Por otro lado, este presunto “exotismo” hace relacionar directamente

con el pasado medieval. Como ya mencionábamos, la búsqueda de formas

de evasión se lleva a cabo por parte de los románticos también en las

épocas pasadas. En este caso, la condición gloriosa de los antiguos pobla-

dores del sur de la Península se hace patente en las narraciones. Todas se

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sitúan en el marco del monumento más representativo de esta cultura. Y

esto nada tiene que ver con el actual estado de la Alhambra, sumida en la

ruina y cuyos habitantes, “los hijos de la Alhambra”, tal y como los tilda el

autor, pertenecen al estrato social más bajo (Irving, p. 70). Este contraste

es algo sorpresivo para el escritor, quien no deja de contemplar con

pesimismo y cierta resignación el estado actual de una “maravilla” perdida

en el tiempo.

Respecto de los relatos hemos de comprender con precisión la

importancia del paisaje como elemento constituyente. Es el marco en el

que tendrá lugar cada una de las narraciones. Pero toma una importancia

crucial, puesto que, aunque como sabemos, la Alhambra es producto di-

recto de la genialidad arquitectónica nazarí, también es cierto que la

concepción árabe se fundó en la necesidad de continuar en el interior la

naturaleza, creando un continuum preciso. De ahí la preponderancia del

jardín, el agua en cada rincón o la apertura al paisaje. Así, la Alhambra se

sitúa en una ladera rodeada de ríos y llena de bosques. De fondo, Sierra

Nevada se alza con todo su esplendor. Y los jardines llevan a cabo una

labor silenciosa de permanencia paisajística. Todos estos elementos son

una constante en los relatos del viajero americano. Y Granada, como ya

sabemos, supone un punto de referencia totalmente necesario para el

conocimiento de la realidad andaluza. En ella se conjugan todos los

aspectos importantes del paisaje que relacionan la cultura española con lo

oriental y exótico, manifestados en todos los detalles, y en toda su grande-

za tal y como Gautier (1920) expresaba al referirse que “el sol poniente

lucía majestuosamente en sus torres de color bermejo a medida que nos

acercábamos y daba un suave tono al paisaje de la vega, un mágico

resplandor lucía sobre el lugar” (p. 41). Como es lógico, muchos de los

cuentos encarnan las temáticas propias del romanticismo. Así, el amor, en

ocasiones platónico e idealizado, se tornará en una constante. Y en este

contexto, el paisaje se volcará en la comprensión del protagonista, quien

encontrará comprensión e identificación en el medio que está a su alrede-

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dor. Tal será el caso de “EL relato del príncipe Ahmed Al Kamel o el

peregrino del amor”, en el que el hijo del monarca vuelve su mirada hacia

el entorno para buscar consuelo:

Pasó el invierno y volvió la primavera con sus galas y su verdor y

con ella el tiempo feliz en que llegaron los pájaros para hacer sus

nidos y empollar sus huevos. De repente empezó a oírse en los

bosques y jardines del Generalife un concierto general de dulce

melodía, que llegó hasta los oídos del príncipe, encerrado aún en

su solitaria torre (p. 143).

Las referencias al paisaje andaluz en general también se hallan intrínseca-

mente ligadas a la misma esencia del relato de Irving. De tal modo, las

alusiones a las diversas serranías, a los montes, a las llanuras o los

paisajes agrestes del interior de la región se convierten en referencias

precisas, a modo de mirada contemplativa a todo aquello que supuso la

grandeza del reino nazarí en el pasado. También es una pequeña estrategia

por parte del escritor para ratificar su vasto conocimiento de la región y de

todos los rincones que la componen.

El ritmo de las estaciones y el paso del tiempo vienen a dar cuenta

de dos aspectos prioritarios: la forma en que tuvieron los árabes medie-

vales andaluces de regir sus principios vitales, gracias al ritmo de los

procesos naturales. Y por otra parte, la observación empírica del medio,

como instrumento que organiza la vida y determina el ritmo del hombre.

Este hecho está ligado a otro aspecto que no puede soslayarse: la

astrología. Sin duda, la naturaleza, el ritmo del año y la noche están en

profunda relación con la observación de las estrellas. La noche es el

espacio propicio para el abandono a la meditación y a escuchar esa otra

voz que sólo el sabio es capaz de comprender. Por un lado, la noche anda-

luza del romanticismo es el momento adecuado para lo sorpresivo y el

encuentro con lo inesperado. Por otro, la noche en la Alhambra es única:

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Algunas veces me salía a medianoche, cuando todo estaba en

silencio, y me paseaba por todo el edificio ¿Quién se figurará tal

como es una noche al resplandor de un luna en este clima y en

este sitio? (p. 68).

La observación de las constelaciones y los astros constituye un hecho

inherente al ser humano, pero que toma fuerza en la cultura musulmana

por la profunda vocación de astrólogos que se deriva de lao grandes hom-

bres sabios del antiguo islam. Esto aparecerá en gran parte de las

leyendas. Así, el “Astrólogo árabe” es capaz de ver en los signos de la

naturaleza y causa respecto y asombro entre todos los que se hallan a su

alrededor. De igual modo, los astros tendrán reservado para el príncipe

Ahmed muchos hechos favorables, en un fatum del que no podrá escapar

por designio prácticamente divino.

En términos generales podemos considerar que la imagen del paisaje

reflejada por Irving en su narrativa contribuyó a conocer muy diversos

aspectos de su geografía, su paisaje, y todo lo que conlleva, esto es, sus

gentes, cultura y tradiciones. No obstante, hemos de entender que a partir

de la difusión de la creación literaria de nuestro autor, aumentó la opinión

acerca de nuestro país en el extranjero, en especial en el contexto anglosa-

jón. Pero ésta estuvo profundamente ligada a la experiencia del viajero y la

proyección de su subjetividad fundada en prototipos y clichés difíciles de

cambiar a lo largo de la historia. Así, como manifiesta Caballero Bonald

(2002), la visión plasmada por estos distintos viajeros románticos de la

primera mitad del siglo XIX contribuyó a la difusión de la “España de

charanga y pandereta” (p. 6). Es verdad que Irving, en primera instancia,

parece centrarse casi exclusivamente en algunos aspectos parciales que

relativizan la riqueza total de una realidad tan amplia y plural. No

obstante, en el curso de un análisis más profundo de sus relatos se puede

comprobar cómo el escritor aumenta su admiración y la diversidad de

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posibilidades que ofrece. La identificación con la realidad africana y el

pasado musulmán glorioso, se une a la sobriedad inicial para ir dando

paso poco a poco a una dimensión más amplia y diversa. De todos modos

Irving manifiesta interés y expectación por la tierra andaluza. Y eso servirá

de estímulo e impulso a otros viajeros para despertar de igual manera la

curiosidad por nuestro país, y en particular por Andalucía.

Irving refleja con decisión el contraste existente entre el pasado

glorioso y la realidad que le es coetánea. Este hecho se comprende con

precisión al acercarnos al paisaje. La sobriedad de éste, sus contrastes y al

fuerza derivada de sus accidentes variados ponen en relieve toda la fuerza

del carácter andaluz, mixtura de muy distintos pueblos que han impregna-

do su huella en las sendas de sus llanuras y montañas.

En el caso específico de la Alhambra, hemos de destacar que en ella

se conjugan los aspectos paisajísticos y urbanos en una armonía y conso-

nancia inverosímiles. De igual modo combina pasado y presente y es capaz

de evocar leyendas que combinan la historia y la ficción con una precisión

exquisita. Y a pesar de la reiteración en los aspectos míticos, hemos de

entender que este conjunto de breves relatos sirve también de

documentación útil para el viajero, puesto que además abre las puertas a

la sugerencia y la imaginación. Irving, al igual que otros viajeros román-

ticos, centra su atención en el monumento nazarí por suponer éste el

elemento más destacado que posee toda la esencia oriental y exótica,

perviviendo aún a pesar del paso del tiempo y de los rigores de la situación

de decadencia en la que se halla sumida la ciudad y la fortaleza árabe en

los albores del siglo XIX (Serrera, 1990).

2.2. Entre la subjetividad y el pragmatismo: las orientaciones de Richard Ford.

El caso de Ford, en su acercamiento a la realidad andaluza, es completa-

mente divergente al de Washington Irving, si bien parece encarnar con

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mayor convencionalidad a la figura del viajero en sus crónicas. Ford, en su

Manual para viajeros por Andalucía y lectores en casa, plasma sus

vivencias pero en forma de crónica que sirva con utilidad a cualquier

viajero que visite estas regiones.

Son varios los aspectos a tener en cuenta en el caso concreto del

británico. Primero, el peso de los estereotipos marcados y los prejuicios

arraigados. Así, la visión de los ingleses sobre España está ligada a clichés

muy relacionados con elementos del pasado. El origen de la leyenda negra

se halla en parte relacionado con los factores históricos. Y en el caso de

Gran Bretaña, los avatares de la historia han conllevado a una continua

fricción entre ésta y nuestro país. Por ello se ha de comprender que Ford

se acerque a Andalucía desde unos marcados estereotipos. Y aunque sus

informaciones objetivas resulten de gran validez y utilidad, no por ello

hemos de dejar de ver la huella de la subjetividad en sus descripciones. De

este modo el viajero emite juicios precisos y cargados de impresiones

personales muy significativas.

Algunos aspectos descriptivos tienen mucha relación con la

perspectiva de Irving en sus Leyendas. Pero la perspectiva cambia total-

mente. Mientras que el norteamericano se dedica a la escritura de relatos

de tono legendario y en los que prevalece la ficción y lo mítico sobre la

realidad, Ford nos presenta crónicas de viajes en forma de rutas precisas

que sirven al lector de información práctica útil, tanto en caso de viaje,

como en el supuesto de que algún lector tuviera interés preciso por

forjarse una idea de la región en su mente desde la distancia. A pesar de la

admiración por la belleza del paisaje, el británico destaca también algunos

aspectos tópicos en tono irónico y algo negativo:

A pesar de la apatía española y de la naturaleza alpina del

terreno. Las cabras y los contrabandistas siguen siendo los

ingenieros de camino de camino, y a pesar de que los rondeños se

parecen quizá a nuestros cabreros galeses por sus tendencias

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caprinas, es cierto que parecen desenvolverse mejor (Ford, 1980,

p. 11).

Mientras trata de que el lector se inmiscuya en los entresijos del paisaje,

Ford va aportando informaciones de tipo histórico y cultural, dando

explicaciones muy detalladas sobre el origen, la evolución y la importancia

del lugar exacto que describe. Así, las descripciones se acompañan datos

geográficos, como la orografía, el clima y los cultivos. También se incluyen

elementos legendarios e informaciones sobre cómo se siente en cada caso

ante la realidad que vive. Existen varios ejes en los que se fundamenta a la

hora de emprender las rutas. Principalmente son Ronda, Málaga, Jerez,

Jaén, Córdoba, Sevilla y Granada. Todos ellos son muy representativos de

la diversidad paisajística de la región, y de igual modo, de la riqueza

humana arraigada en este contexto natural. No obstante, a pesar las

maravillas presuntas que ofrece Andalucía, esto contrasta con la condición

de sus gentes, mezcla de valores y al mismo tiempo, de rudeza y

simplismo. A veces destaca en exceso los valores negativos. Y aunque

admira la decisión de ciertos personajes famosos en el trascurso de la

historia de la región, también es cierto que Ford destaca la nobleza de las

gentes sencillas en detrimento de los gobernantes, únicos culpables de la

degradada situación en la que está la región:

Pero también es cierto que ésta es la única manera posible de

corregir las anomalías de los errores de las aduanas y el

Ministerio de Hacienda; en esta tierra tan mal gobernada las

normas fiscales son tan ingeniosamente absurdas, complicadas e

irritantes que el comerciante honrado y el amigo de la legalidad se

ve incordiado (p. 13).

Respecto al orientalismo y la identificación con África, hemos de destacar

que Ford continúa en la misma línea de puesta en relieve de estas concep-

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ciones. Parece que el papel de los prejuicios ha contribuido a forjar una

idea muy remarcada en la opinión externa de Andalucía, quizá por los

condicionantes de la historia. Pero es cierto que el británico viene a confir-

mar las sospechas que tenían otros viajeros anteriores sobre la naturaleza

del paisaje andaluz, cargado de exotismo, de buen clima en las costas y de

mayor rigor en las montañas.

Lo orientalista también se pone de manifiesto en el valor conferido al

pasado árabe, esplendor cultural sin precedentes que lleva a considerar

que sólo a propósito de la irrupción de los Reyes Católicos en el desarrollo

de la historia, cambia hacia la degeneración y su situación de declive en

los albores del siglo XIX:

Granada, que bajo los moros tenía medio millón de habitantes,

apenas si cuenta ahora con ochenta mil. La fecha de su ruina es

el 2 de enero de 1492, cuando el pendón de Castilla ondeó por

primera vez sobre las torres de la Alhambra (p. 97).

Se pone de manifiesto en este caso los rigores de la “enemistad” hacia la

España del siglo XV en la que su perspectiva a nivel internacional se

transformó radicalmente dando lugar a una proyección imperial que

despertó el recelo y los mitos más oscuros entre los todavía inactivos

imperios vecinos (Noya, 2002, p. 59-62).

En el caso específico de Granada y la Alhambra hemos de contrastar

la perspectiva del Irving y el escritor británico. Si bien Irving describe con

cierto detalle la situación espacial del monumento nazarí de forma breve y

se centra en lo literario, a partir de la cual abre la perspectiva al

conocimiento integral del lugar, en el caso de Ford las descripciones son

mucho más detalladas. El británico explica con detalle la disposición de la

fortaleza árabe. Tras describir con detalle cada una de sus estancias, su

utilidad en el contexto de los reinos nazaríes y las historias que circulan

sobre los espacios explicados, también se detiene y pone un cierto interés

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en la visión que tiene la población granadina del lugar, traducida en tono

de indiferencia. Pero Ford, en su tónica de pragmatismo habitual, aplica el

paisaje a la Alhambra de forma muy distinta a Irving. Si éste concebía el

entorno como una continuidad de los espacios naturales, Ford contrasta y

distingue entre los entornos naturales propiamente dichos, y la naturaleza

artificial creada por “la mano del moro” (p. 111) que viene a demostrar la

genialidad de sus iniciativas aunque no es propiamente el entorno

propicio. En sus continuas rutas por toda la geografía andaluza Ford

descubre paisajes insólitos, zonas de costa que ofrecen todo tipo de

cultivos exóticos. Pero frente a esta maravilla de la naturaleza, también se

sitúan otras zonas deprimidas, carentes de interés y que no han producido

ningún eco en el observador. Así sucede con los parajes más desolados del

interior de las provincias de Almería y algunas zonas de Jaén. En ambos

casos hay ausencia de aspectos que llamen la atención, tal y como ocurría

en Irving. Pero es verdad que frente a esos espacios carentes del mínimo

resquicio de emoción, se alzan los picos de Sierra Nevada, donde la

majestuosidad de la nieve se impone con su grandeza. Este “telón de

fondo” de la Alhambra está más consonancia con la importancia del paisa-

je en el contexto del romanticismo. Así, la proyección de los estados de

ánimo y la comprensión del romántico a partir de la naturaleza se ven

expresadas en la noción paisajística del entorno granadino:

La fría sublimidad de estas nieves eternas y silenciosas se siente

de lleno sobre el pináculo mismo de estos montes alpinos, que se

levanta solo, para tener nada en común con nada de lo que le

rodea a sus pies. En esta altura barrida por el viento estéril de

vegetación y la vida cesan (p. 161)

Hay identificación con los elementos naturales, al mismo tiempo que se

sugiere una grandeza por medio de recursos expresivos muy marcados que

engrandecen el marco que describe.

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Ford es otro de los viajeros que hacen referencia precisa a la noche

andaluza y sus encantos. Si bien destaca lo negativo de sus posadas,

espacios que resultan según el propio viajero tan nefastos como sus

pésimos caminos, también es cierto que la noche en las regiones meridio-

nales de Europa presenta una visión del cielo y sus estrellas, única, como

manifiesta el escritor al poner en relieve cómo “ningún diamante” sería

capaz de “relucir jamás como las estrellas vistas aquí a medianoche, a

través de este medio enrarecido, en el hondo firmamento” (p. 161). La

divergencia marcada entre ambos viajeros se cifra en un aspecto marcado:

Irving no sólo se deja llevar por la admiración de la belleza del paisaje en

los rigores nocturnos, sino que le añade el aspecto mítico y casi mágico

que lo entronca con la perspectiva exótica del pasado musulmán. En

cambio, Ford sólo se queda en una línea perceptiva y descriptiva, sin darle

un aspecto central o medular, ni trascender a sus intenciones. En cual-

quier caso hay un hecho a favor de la objetividad del autor británico: las

ilustraciones que lleva a cabo sobre los paisajes y rutas que describe.

Estos escenarios, tanto urbanos como rurales, son presentados a manera

de fotografías para darnos a conocer una realidad externa por medio de lo

visual, tratando de establecer un marco de referencia preciso que deje

menos espacio a la opinión, la subjetividad y la ambigüedad.

Al igual que ocurría en Irving, Ford nos presenta Granada, y por

extensión o inclusión, la Alhambra, como un punto de referencia necesario

e ineludible para la comprensión del paisaje andaluz. Y esto debido princi-

palmente a los contrastes ofrecidos por la ciudad, en sus espacios

naturales y en sus paisajes urbanos, muestra evidente del orientalismo

exótico que ofrece la realidad interna de Andalucía, como espacio de

recreación y al mismo tiempo de descubrimiento de nuevas perspectivas.

El británico, gracias a su labor de indagación y al afán por documentar

con ese incipiente carácter positivista del siglo XIX, consigue plasmar en

sus relatos un cuadro de viajes y costumbres muy ilustrativo y real, col-

mado de datos objetivos y en consonancia con su marcada intencionalidad

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analítica. Gracias a ello aporta una visión general de la realidad paisajís-

tica andaluza, trascendiendo a meras consideraciones subjetivas y

situando su relato a la altura de un importante tratado para viajeros. Per-

mite su lectura un conocimiento directo de la geografía escarpada del

interior de la región, y de los aspectos más significativos de su historia,

costumbres y tradiciones. La documentación del autor es precisa y aunque

se desmarque de sus intenciones en ocasiones por la adherencia a sus

puntos de vista personales y la impresión que le causa la grandeza de la

realidad española y en concreto, el entorno andaluz de Granada. Sierra

Nevada supone también un espacio privilegiado que valora el autor con

ahínco y admiración. Esta diversidad, excepcional creación de la naturale-

za, ha conseguido llevar en su seno una variedad humana que se

manifiesta en costumbres, tradiciones y un carácter que genera en el

visitante extraño admiración, en algunos casos, y desconcierto, en otro.

3. LA MUJER ROMÁNTICA ANDALUZA: ENTRE EL SILENCIO Y LA PASIÓN

Son muchos los factores que hacen evidente la exclusividad del paisaje

andaluz ante la mirada del viajero romántico. Existen elementos múltiples

que nutren esta realidad de vida y la hacen situarse en un punto digno de

análisis tanto en su conjunto como en cada uno de los detalles que

componen el mosaico de diversidad tan variopinto y rico del sur de

España. No obstante, y aunque hemos apuntado algunos ya en páginas

anteriores, hemos de destacar un factor ineludible en el contexto del

romanticismo artístico-literario y es la búsqueda recurrente de la identi-

dad, tanto propia como ajena. De ahí quizá el interés por la otredad en

términos de curiosidad pro el conocimiento y la difusión de una imagen

predeterminada (Díaz Larios, 1989, p. 452). Esta cuestión tiene un aspecto

de interés destacado si nos acercamos al papel de la mujer en el contexto

general del romanticismo andaluz y las imágenes que se arrojan sobre ella

en relación al paisaje.

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La mujer es, como indicábamos, un tema central para los autores

románticos por las connotaciones que su sensibilidad poseen, en contraste

con cualquier otra criatura presente en la naturaleza. Es bien conocido el

papel que juega como agente inspirador y fuente de sentimientos, en

ocasiones muy contradictorios y dispares. Al mismo tiempo, su sensibili-

dad parece tan acusada que quizá posea una exclusividad absoluta a la

hora de captar y percibir todo lo que se forja a su alrededor. Esto parece

que lleva a los escritores románticos a dar una imagen de la mujer en clave

de idealización absoluta. Y en cierta medida es así, pues el personaje feme-

nino tradicionalmente se relaciona con el amor platónico y toda la gama de

emociones extremas que es capaz de arrancar en lo más recóndito del ojo

observador y la mente creativa.

De todos modos, no hemos de perder de vista que la mujer, en este

contexto específico que estamos analizando, no escapa a ciertas valoracio-

nes ya preconcebidas y que suponen toda una proyección de los

estereotipos más difundidos. Así, hay valoraciones específicas sobre el

género femenino que contribuyen a formar una idea global y bastante

unitaria de la identidad española y, en este caso, andaluza, su posterior

exportación al exterior. En este sentido, y siguiendo las indicaciones de

Beatriz Hoster (1998) hemos de destacar algunos tópicos aplicados al roll

femenino en la época romántica y que han dado un salto universal para

ser comprendidos como la esencia misma del país. Primeramente, la

autora señala la inseparabilidad general del binomio “mujer-Andalucía”

(p.2) a lo largo de la historia de la literatura. Pero es en el romanticismo, a

propósito de tópicos legendarios como Carmen, donde se forjan todos los

ingredientes para el logro de una perspectiva quizá parcial, pero bastante

unitaria y completa. Así, esta mujer se torna en el prototipo femenino de

Andalucía en el exterior y combina todos los elementos que conforman su

esencia con tal maestría que no deja indiferente al viajero. La contribución

de diversos artistas, algunos externos al ámbito anglosajón, ha sido

prioritaria y medular para la difusión de esta realidad. Así, la Carmen de

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mito y leyenda es una especie de embajadora oficial de la mujer a nivel

cultural y sociológico, por encarnar aspectos dispares que reúnen multitud

de facetas. Es la fémina que ha resultado de la interacción histórico-étnica

que Andalucía ha vivido en su historia, en la que los pueblos más

sublimes y variados han contribuido con la impresión de su esencia. Pero

es, además, la mujer de ojos negros y rasgos orientales que proyectan el

exotismo anhelado por el viajero romántico. Asimismo, su explosión de

sentimientos deja entrever el carácter marcadamente pasional, al igual que

el propio paisaje andaluz, lleno de recónditos espacios inesperados que en

pocas leguas contrasta sobremanera. Pero una de las notas más represen-

tativas de su naturaleza intrínseca es la capacidad de seducción decidida.

Arrostra las dificultades y los rigores sociales y al mismo tiempo arrastra

al hombre a sus pasiones, creando un hechizo sin precedentes que condi-

ciona al que ha sucumbido a los encantos de su belleza hacia la perdición

y las extremas consecuencias. Por ello es una combinación de exotismo y

maravilla, buenos sentimientos y las más terribles pasiones.

Por todo lo que hemos mencionado, y tal y como apuntábamos,

existe una clara relación entre mujer y paisaje. Son realidades difícilmente

separables. Al igual que ocurre en la novela venezolana Doña Bárbara, de

Rómulo Gallegos, hay una evidente correlación entre la vorágine y la

mujer, que encarna todo el salvajismo y exotismo seductor en un mundo

que está por conquistar y causa sensaciones únicas; pero que al mismo

tiempo hay que conocer y compartir sólo en la justa medida por el peligro

de que arrastre a la perdición. Y aunque el caso de este ejemplo de la

novela de la tierra pueda considerarse bastante extremo, no obstante,

resulta parecido en el caso de las imágenes proyectadas por viajeros del

XIX, que admiran la belleza en ocasiones, y en otras contemplan la figura

femenina desde la desconfianza y el estupor.

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3 .1. Proyecciones de la mujer en Irving y Ford: entre la justificación de la belleza y los límites del carácter.

Richard Ford, en su tónica constante de mostrar posturas analíticas y

objetivas, resulta en el presentación de la mujer, muy esquemático y

reduccionista. Así, y aunque el peso del encanto femenino le haga manifes-

tar algún pequeño “cumplido” hacia ella, lo general es que se mantenga

firme en sus propósitos y no trascienda a otras intenciones informativas.

Pero hemos de distinguir el efecto que produce en él la mujer andaluza

según su espacio concreto, esto es, en relación con la ciudad de la que

procede y el espacio con el que se relaciona. Así, la mujer sevillana parece

para el viajero británico de mayor interés y gracias. A sus rasgos

personales, combinación de elementos bellos únicos, se añade una simpa-

tía y carácter afable. Por el contrario, la mujer granadina es más proclive a

la inexpresividad y la indiferencia. Produce en el viajero menor afinidad y

no conduce a la pasión que pueda esperarse:

Las mujeres granadinas son inferiores tanto en su modo de andar

como de hablar; les falta el verdadero meneo y gracias aunque se

asegura allí que las granadinas son muy finas (Ford, p. 108)

Hemos de tener presentes, de todos modos, el papel de los prejuicios y las

impresiones subjetivas del autor. Parece que en su recorrido por la

geografía andaluza no le resulta de igual agrado la ciudad de Sevilla,

rebosante de iniciativas, vida y esplendor, que Granada, a la que el viajero

observa desde la decepción de haber encontrado una realidad en decaden-

cia que nada tiene que ver con lo que él esperó por la riqueza histórica que

se le atribuye a la ciudad de la Alhambra. En términos generales, y

aunque es bastante austero y limitado a la hora de plantear una

caracterización exacta de la mujer en su contexto, hemos de comprender

que a Ford, la Andalucía romántica lo sedujo de una manera intensa. Y

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este aspecto también ha de tenerse presente a la hora de atender a la

mujer. Puede que adopte posturas a veces muy escuetas y algo distantes,

pero los pocos rasgos que refleje referidos a la fémina dejan entrever su

carácter puro y único, proyección de una idiosincrasia desconocida para el

autor que demarcan su genuinidad de raza exclusiva. Otra postura, en

cambio, es la adoptada por Irving en los Cuentos de la Alhambra. En éstos

la mujer sí adquiere un protagonismo intenso, acorde con su ya

mencionada vocación orientalista y en consonancia con los paisajes tanto

urbanos como agrestes.

En primera instancia se presenta el personaje femenino demarcado

dentro del contexto particular que le es coetáneo, lleno tanto de prejuicios

como de observaciones directas que contribuyen abiertamente a acrecen-

tar la imagen de tono folclórico de la mujer andaluza:

Pero de las muchachas presentes ninguna podía compararse con

la linda hija de mi posadero, Pepita, que había desaparecido de

pronto para hacerse el tocado que el caso requería: se adornó su

cabeza con rosas, y se lució danzando en bolero con un bizarro

soldado (Irving, pp. 35,36)

No sólo no pone el autor en duda la valía de la mujer en su belleza externa,

sino que además destaca y pone en relieve las capacidades de

improvisación y el arte intrínseco que le es inherente, causando expecta-

ción y maravilla. Pero debido al arraigo cultural, la belleza femenina única

de las andaluzas está condicionada por el peso de las tradiciones, y los

condicionantes del sufrimiento que la hace padecer. Es el reflejo positivo

de la pasión que le es propia y la impulsa a perseverar en la existencia a

pesar de la falta de las dificultades:

Hallábase al frente de él una joven y hermosa viuda andaluza,

cuya adornada basquiña de seda negra con franjas de abalorios

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dejaba ver los encantos de sus graciosas formas y de sus

torneados y flexibles miembros. Su andar era firme y delicado;

sus ojos, negros y llenos de fuego; y la coquetería de su porte, y

los variados adornos de su persona indicaban que estaba acos-

tumbrada a que la admirasen (p. 40).

Podemos deducir varios aspectos que parecen al autor destacables en la

figura femenina y hacen de ésta en el contexto de Andalucía alguien único

y genuino, distinto del resto y colmado de características especiales. Así, a

la belleza y el porte especial se unen otros factores como la consciencia de

su belleza y la función específica que tiene de servir para que los

observadores la admiren. No obstante, y como vemos en este caso especí-

fico de la joven y bella viuda, el peso de la tradición resulta un lastre

irrenunciable y la ata a condicionantes de los que no puede deshacerse.

Esta descripción específica nos sirve de marco referencia para enten-

der la importancia de la mujer en Irving, ocupando ésta un espacio central

de su literatura y en consonancia con el paisaje en el que se sitúa. Por otro

lado, sirve de contraste con la imagen parcial, analítica y reducida que nos

ofrece Richard Ford. Y es que la finalidad de ambos, aunque pueda presu-

mirse de ser similar, difiere. Irving, tal y como apuntábamos, se recrea en

universos literarios que aportan datos de interés al lector, y reflejan su

experiencia de viajero en Andalucía. Pero en su afán por presentar

escenarios literarios en los que recrearse, no niega la época en la que se

inscribe su producción y la influencia de temas, tópicos y visiones de la

realidad. Por ello nos presenta auténticamente diversas facetas de la

mujer, esto es, mil caras femeninas en sus cuentos. Todas hacen gala de

ese pasado orientalista de raíz árabe que parece presente todavía en la

mujer granadina del XIX. Pero algunas facetas se realzan más que otras a

la hora de la verdad, dependiendo del relato, el tema específico o el

desarrollo de los acontecimientos literarios en cada momento.

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Quizá el cuento que lleva por título “El peregrino de amor”, cuyo

protagonista es el príncipe mítico Ahmed Al Kamel, sea el de temática ro-

mántica más destacada. Así, el príncipe busca el amor. Pero éste resulta

una utopía sin límites porque no está totalmente idealizado. El amor

platónico romántico, encarnado en la mujer, y de una belleza sin límites

que cautiva y hasta hace perder la razón, se representa en un cuadro,

cuya protagonista es la “musa” que despierta los sentimientos más profun-

dos en el corazón del joven noble. Es ilusión que no llegará a hacerse

realidad. Pero al mismo tiempo es realidad porque condiciona la vida del

ya atormentado príncipe. Referido a la mujer andaluza en general nos

puede pensar en el simbolismo aplicado a dos realidades. De un lado, la

mujer en sí, inalcanzable y algo idealizada para los ojos del observador

anglosajón, que queda maravillado, pero que sabe que nunca podrá formar

parte de este entresijo de múltiples elementos culturales y étnicos que

suponen para él el sur de España. Por otro, hemos de interpretar este he-

cho también desde la distancia que existe entre el recuerdo de la mujer

árabe que pobló Andalucía en épocas pasadas, de la que sólo queda un

leve reducto que nada tiene que ver con la gloria del Medievo, y de ahí que

aparezca en un lienzo evocador en siglos anteriores. Y en integración con el

paisaje hemos de ver también su relación, de pertenencia o de analogía. El

paisaje, agreste y hermoso, seduce con su belleza natural. Es único y bajo

los atuendos de sus elementos diversos esconde encantos que están aún

por descubrir. No obstante, en la actualidad, y debido a la falta de valora-

ción por parte de sus propios “naturales”, ha quedado reducido a un

esquema de lo que fue.

Otra de las múltiples facetas de la mujer que nos describe Irving es

la referida a su carácter pasional. La “Leyenda del legado del moro” nos da

cuenta de ello, aunque en este caso, situada ya la historia en un contexto

cristiano que manifiesta sus herencias del pasado árabe:

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Y gritaba y lloraba la mujer, y se destrozaba las manos, y, des-

garrándose el pecho exclamaba: ¡Cuán desgraciada soy! ¿Qué va

a ser de mí? ¡Mi casa robada y saqueada por alguaciles y

escribanos! (p. 178).

Como decíamos en páginas anteriores, uno de los rasgos atribuidos tradi-

cionalmente a la mujer, prototipo y tópico muy extendido, era el de su

carácter pasional y expresivo. En este caso se pone en relieve de forma

muy precisa y acertada, añadiéndole además ese tono de misterio que se

atribuye a los espacios de Andalucía, donde cualquier rincón puede estar

lleno de sorpresas y cambiar radicalmente la vida de sus habitantes. Tal es

el caso de los protagonistas de este cuento, y en especial, de la mujer, que

verá cambiada su vida por el curso de los acontecimientos y sin haberlo

buscado directamente. En el fondo, el “legado” del que se nos habla tam-

bién posee una gran carga simbólica. Así, el tesoro encontrado no es otro

sino toda la riqueza cultural que los árabes regalaron a Andalucía con su

estancia en ella durante varios siglos, y que se manifiesta en sus ciudades,

gentes, tradiciones y cultura en general. Y de esta tradición de influencias

tampoco escapa por supuesto la mujer.

La admiración de Irving por la mujer no conoce límites. De esta

forma, cualquier espacio es propicio y lícito para encontrar una mujer y

llevar un análisis exhaustivo de sus características. Pero ésta es también

víctima de las circunstancias en las que vive y por ello lleva el autor se

compadece de su suerte. Existen múltiples rasgos culturales casi

inverosímiles para el autor a los que éste no es capaz de hacer frente con

objetividad y que vienen a sacrificar todo el encanto que tiene el marco

geográfico-cultural de la “Andalucía profunda”:

Vi la procesión de una novicia que iba a tomar el hábito, y

noté varias circunstancias que me despertaron una gran

simpatía por la suerte de la tierna joven que iba a ser

enterrada viva en una tumba. Me cercioré a mi satisfacción

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de que la joven era hermosa, y que a juzgar por la palidez de

sus mejillas, era una víctima más bien que profesa

voluntaria. Un hombre alto y de fruncido ceño iba junto a la

novicia en la procesión; era sin duda el tiránico padre, que

por fanatismo o sórdida avaricia le había compelido a este

sacrificio (p. 84).

Irving concibe en los entresijos de Andalucía un determinismo inevitable

que marca la vida de sus habitantes y los conduce, en ocasiones, sin

desearlo, a destinos no elegidos pero a los que no se podrá renunciar bajo

ningún pretexto. Es el caso de la bella religiosa, avocada a un mundo de

encierro del que no podrá huir, y que ahogará una juventud a favor de los

intereses paternos, presentados en este caso por el viajero, en clave de

egoísmo y apología personal. En realidad la visión subjetiva del americano

se encuentra latente y patente al mismo tiempo, como signo inequívoco de

una incipiente sociedad capitalista de mentalidad positivista que hunde

sus raíces en valores muy divergentes de los que él mismo observa en sus

viajes por esta región. Pero no que de verdad nos interesa en este contexto

es ver cómo el personaje femenino está integrado en el paisaje, formando

un todo absoluto al modo de mosaico de piezas que se apoyan entre sí. El

escenario del Albaizín granadino sirve de contexto urbano-natural para el

desarrollo de algunas pequeñas historias. Junto a la Alhambra y el

Generalife, supone en espacio de la ciudad que conjuga todos los aspectos

más destacados de la visión romántica de este lugar: pasado árabe

reflejado en calles y edificios, jardines y fuentes, las montañas de fondo, y

la gran fortaleza nazarí de fondo, observadora eterna de todo lo que

acontece y punto estratégico desde el que se llega a todos los rincones de

la ciudad y su entorno.

Por último hemos de ver una última perspectiva femenina que

Irving contempla con gran acierto y decisión. Se trata del perfil de las

“grandes mujeres” que han estado alrededor de la Alhambra. Primeramen-

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te, y al margen de todas las consideraciones, hemos de tener en cuenta el

papel de Ayxa, la madre de Boabdil, mítica y recordada por las palabras

crudas que lanzó a su hijo tras la pérdida de la ciudad en 1492, pero que

en este caso es alabada por su valor y por la relevancia de su actuación en

el contexto de la historia de la región:

Ayxa la Horra, la virtuosa madre de Boabdil, que había sido en

otro tiempo adorada favorita de aquel tirano, fue también blanco

de sus sospechas. La encerró con su hijo en la Torre de Comares,

y hubiera sacrificado en su furia a Boabdil si su madre no le

hubiera descolgado de la torre cierta noche, valiéndose de su

ceñidor y de los de sus esclavas, con lo que quedó en condiciones

de huir a Guadix (p. 79).

Frente a prejuicios que pudieran derivarse de estereotipos marcados

contra la presencia árabe en la Península, en este caso, en relación con la

mujer y su influencia en el desarrollo de la historia, Irving realza el valor,

la decisión y la defensa de la honorabilidad por parte de Ayxa, situándola

en un status al que otras no podrán llegar, incluida su “rival”, esto es,

Isabel la Católica, a quien también menciona, y que en cierta medida

supone la contrapartida de valores respecto de la “reina mora”. De todo

esto podemos deducir el interés y la visión particular del viajero americano

respecto a la cultura española-andaluza y sobre qué aspectos pone más

interés para resaltar e incluso celebrar. Así, y aunque se realce que los

paisajes urbanos y naturales de Andalucía, incluyendo en ellos todo lo que

atañe a sus gentes, cultura y tradiciones, y conciba éstos como el cúmulo

de circunstancias que se han dado lugar en esta región convirtiéndola en

lo que es en la actualidad, no obstante, el pasado árabe quizá es el factor

que parece poner más en relieve todo lo grande y magnífico de su

idiosincrasia. La actualidad no pasa, al igual que ocurría en Ford, quien

también hace mención directa a este periodo y al papel de la Reina

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Católica en la historia de Andalucía, sino por una decadencia que esconde

glorias pasadas y se abre a un futuro incierto. La puesta en relieve de la

famosa leyenda amarilla (Noya, 2002, pp. 45,46 ,57) parece forjarse de

forma decidida y casi definitiva en las proyecciones que se hacen de la

región andaluza por parte de los viajeros románticos.

Conclusiones

Muchos viajeros románticos contribuyeron, como ya hemos mencionado, a

crear una imagen de Andalucía llena de prototipos y algunos prejuicios.

Ésta contribuyó a algunas circunstancias de interés. En primer lugar, a

crear visión de esta región, en ocasiones, olvidada y relegada a un segundo

plano en el contexto de lugares de interés europeos. En segundo lugar

conllevaron una cierta generalización de España por la puesta en relieve de

algunos aspectos parciales que no hacían sino contribuir a un inevitable

reduccionismo. Pero es indudable que por generaciones las “paginas”

redactadas por estos viajeros y escritores decimonónicos fueron el único

referente para conocer las costumbres, historias y tradiciones de nuestro

país.

El paisaje, observado desde una óptica de estupor y al mismo

tiempo, desde marcados filtros románticos que no contribuyeron sino a

potenciar algunos prototipos ya traídos por los viajeros, se tornó en la

realidad más inmediata para comprender, valorar e incluso amar la

realidad andaluza. Y es que la búsqueda de pequeños paraísos orientales,

como marcos propicios para la escritura o para la proyección de una

realidad ya esperada, sirvió de excusa para la recreación y alimentación de

ideas ya presentes en el pensamiento de los viajeros. No obstante hemos

de poner en relieve las notas de novedad que éstos incluyen en sus

“crónicas” que ponen de manifiesto que la Andalucía que han viso con sus

propios ojos supera con creces todas sus expectativas. De todos modos

también se encuentran decepciones en las posturas analíticas de los

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escritores. Algunas vienen a alimentar las pequeñas heridas históricas que

se derivan de las posturas antagónicas existentes entre los países de

origen y el nuestro. Otras, quizá nacen de la incomprensión de algunas

costumbres y tradiciones por el abismo cultural que se alza entre una

orilla y otra del Atlántico.

Las proyecciones que ofrecen ambos viajeros resultan bastante

divergentes. Irving “litera” sus imágenes de Andalucía. Compone breves

relatos que ensalzan las glorias pasadas de los antiguos moradores de la

región, marcando la diferencia entre lo que aconteció en épocas pasadas y

la decadencia del momento actual. Ford también distingue la brecha

abierta ante él por lo que la historia relata y lo que él encuentra. Pero se

aleja de su coetáneo americano por tratar de plasmar una crónica de viajes

en sentido literal que no hace sino presentar datos objetivos que puedan

ayudar a un posible viajero extranjero en la región. La presentación del

paisaje en ambos, por tanto, difiere sobremanera. Ford trata de

“fotografiar” lo que ve, si bien no renuncia a juicios y opiniones. Irving se

deja seducir por los distintos paisajes rurales y urbanos, y tras la

impresión que éstos le causan, proyecta imágenes con cierto lirismo y aire

de misterio.

Respecto a la mujer, ambos consideran el tema y lo integran dentro

de la realidad paisajística a la que hacen mención. Pero mientras que Ford,

en su tendencia marca objetiva, trata el tema como uno más, sin recrearse

en ella, y sin darle más importancia de la que desea, Irving lo convierte en

un tema central y elemento de cohesión para la comprensión del paisaje,

cultura y tradiciones.

La perspectiva de ambos autores servirá para comprender muchas

de las ideas que se difundirán sobre nuestro país en épocas posteriores y

que acapararán no sólo el siglo XIX, sino gran parte del XX.

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