oh héroe
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Parodia del tono de las grandes tragedias griegas en menos de quinientas palabrasTRANSCRIPT
Un relato escrito también para el concurso Teseo III —que gané con otro micro, “Por
quien suspiran las olas”—. En este caso, intenté hacer una parodia de los clásicos, de
ese tono trágico que imprimían los griegos en sus tragedias y odas… y salió lo
siguiente, a ver si os gusta:
¡OH, HÉROE!
Alzó la mirada hacia el horizonte. El mar intensamente azul se tornaba lentamente en un
inmenso océano de sangre, besado por los últimos rayos del sol que desaparecía
engullido por la fina línea que separaba el reino del agua y el del cielo.
—Escóndete, Apolo —susurró con los ojos fijos en el carro solar—. Oculta tu
luz, y deja que sea la manta plateada de tu hermana la que cubra la vergüenza de la
injusticia cometida en nombre de una diosa celosa… Báñate en los brazos de tu tío, y
olvida que fue él, en su enamoramiento, quien atrajo la desgracia. No se lo digas, Apolo
—suplicó—. Deja que Poseidón ignore a Medusa como debería haberla ignorado
aquella tarde…
Levantó los brazos, mirando sin ver la línea recta del horizonte. —Oh, Medusa
—murmuró—, atroz destino te aguardaba, la más bella de las sacerdotisas de la diosa
celosa… Guárdate, Medusa, de los dioses. Pues crueles son en su infinito poder, y más
crueles las Moiras, que decretaron que sufrieras la pasión del mar y la furia de aquélla
que se dice La Más Sabia entre las diosas. Que ya no te fuera posible, desgraciada, ver
esta luz sagrada de la antorcha del sol. Que tu destino aciago, desgraciada, ningún
amigo lo llorase.
Bajó la mirada hacia el suelo. La arena amarillenta se adhería a sus pies
descalzos, jugando entre sus dedos, rascando suavemente su empeine, abrasando las
plantas con el fuego que Apolo había puesto en ella. El dolor ascendía en oleadas por
sus piernas.
— ¡Medusa, ay, Medusa! —gritó—. ¡Crueles los dioses, cruel el destino! ¡Ah,
desgraciada, cuya única afrenta fue ser hermosa, amada por las olas y la espuma! ¡Ah,
desgraciada, odiada por los dioses y los hombres, temida por los muertos y los vivos!
¿Quién te librará de ese tormento, si nadie osa acercarse a ti para matarte? ¿Quién, oh,
Medusa, alzará la espada, segando tu maldita cabeza y tu vida con golpe certero?
¿Habrás de ser tú quien lo haga? ¿No estás suficientemente maldita, que quieres atraer
además hacia ti la maldición que cae sobre quienes mueren por su propia mano?
Sacudió la cabeza, entristecido. —Aguarda, ¡Oh, Medusa! Aguarda, pues ya
llega el héroe que sabrá vengar tanta muerte como la injusticia cometida contigo ha
provocado. Aguarda a tu héroe, Medusa, y reza a Ares porque no vacile su mano, y sepa
acabar con tu vida maldita por Palas, pues…
—Vale, sí, has matado a ese bicho a la primera —gruñó María, sardónica—. Lo
has dejado seco con la pala. No se le mueve ni un tentaculito. ¿Quieres hacer el maldito
favor de estarte quieto para que el ATS te ponga la pomada, Juan…?
Juan dejó caer los brazos a los lados del cuerpo y suspiró, desalentado.
—Tienes el alma plana, mujer —murmuró. E, ignorando el bufido impaciente de
María, se obligó a sonreír al joven que salía de la caseta de la Cruz Roja con un tubo de
crema en la mano.