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^ O F . DR. R. SARRO BURBANO

PUBLICACiON MEDICA B1OHORM - J. URIACH y CÍA., S. A. - BRUCH, 49. BARCELONA-9. - EDITORIAL ROCAS. - DIRECTOR: DR. MANUEL CARRERAS ROCA.COLABORAN: DR. AGUSTÍN ALBARRAC1N - DR. DELFÍN ABELLA .- PROF. P. LAIN ENTRALGO - PROF. J. LÓPEZ IBOR - DR. A. MARTIN DE PRADOS - DR. CHR1S-TIAN DE NOGALES - DR. ESTEBAN PADROS - DR. SltVERIO PALAFOX - PROF. J. ROF CARBALLO - PROF. RAMÓN SARRO - PROF. MANUEL USANDJZAGA - PROF.LUIS S. GRANJEL - PROF. JOSÉ M.a LÓPEZ PINERO - DR. JUAN RIERA - PROF. DIEGO FERRER - DR. FELIPE CID - DIRECCIÓN GRÁFICA: PLA-NARBONA

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De esta edición se han separado cien ejemplaresnumerados y firmados por el autor.

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PROF. DR. R. SARRO BURBANO

GOETHEY LOS MÉDICOS

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Los médicos somos realistas porque tenemos el deber de serlo. Ante un enfermo —igual da que lo sea en el as-pecto físico que el psíquico— debemos dar un diagnóstico —un apergu— que sirva de punto de partida al tra-tamiento. La compasión o la admiración por el enfermo son, dígase lo que se quiera, actitudes médicas impu-ras que los enfermos conscientes rechazan incluso con irritación. Al médico se le llama para que cure y sólo enla medida en que no consigue lograrlo está justificado e incluso obligado el compadecer y consolar (i).En Medicina, al realismo se le llama clínica. ¿ Qué puede dar de sí una actitud «clínica» ? ¿ Podrá descubrirnosla humanidad de Goethe ?Veamos lo que los médicos han dicho sobre Goethe que pueda interesar para el conocimiento de su personalidad.Los datos más valiosos proceden del psiquíatra Móbius, que en las postrimerías del siglo pasado publica un fa-moso opúsculo «.Sobre lo patológico en Goethe». Aunque sólo fuera por el hecho de que su interpretación abarcael curso total de la vida de Goethe, los expondremos con alguna extensión.Afirma Móbius que la personalidad de Goethe estaba sujeta a una singular periodicidad septenaria. La línea desu vida no progresa de un modo uniforme, sino que presenta una marcha alternante. Fases breves de productivi-dad intensa, de genialidad exuberante van seguidas de otras prolongadas en las que si bien se mantiene el altonivel que siempre le caracteriza, irradian evidentemente menos fulgor.Estos contrastes se hacen más acusados en las últimas décadas de su vida. Es como si un brote de juventud ines-perada se produjera en un árbol reseco y añoso. El último período de exaltación es, según Móbius, el de 1831,a los 81 años. Goethe refiere a Vogel, su médico de cabecera, que su disposición para el trabajo intelectual sóloes comparable a la que gozaba treinta años atrás. En este penúltimo año de su vida consigue lo que tantas ytantas veces había juzgado imposible : terminar el «Fausto» (2).Más impresionante es lo que ocurre siete años atrás, cuando el anciano de 74 años se enamora de una doncellade 19 años, Ulrica, y la hace pedir en matrimonio por el Gran Duque. El prodigioso fruto poético de su fracasoamoroso fue la «Elegía de Maríenbad». En el abismo de su amorosa desesperación, invoca a Werther para decirle

Zum Bleiben ich, zum Scheiden du erkoren,Gingst du voran — und hast nicht viel verloren (3).

Un nuevo salto de siete años nos traslada junto a Mariana de Willemer, la joven poetisa del «Diván oriental deun occidental». Su corazón arde en líricas llamaradas como en sus años juveniles y canta, entre mil cantos, aSuleika.

Sagt es niemand nur den WeisenDen die Menge rasch verhoJinetDas Lebendige will ich preisenDer nach Flammentodt sich sehnet (4).

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(1) Esto no se contradice con el hecho de que la última raíz de la conducta médica base en un «amor de caridad», como dice¿aín. Pero este amor debe expresarse como conocimiento. (Véase Medicina e Historia. Madrid, 1942.)

(2) Precisamente unos 30 años antes, en 1800, escribe refiriéndose al Fausto :

In goldnen Frühlings Sonnen StundenLag ich gebunden an dies GesichtIn holder Dunkelheit der Sinnen.Konnt ich wohl diessen Traum beginnenVollenden nicht.

«En horas soleadas de la dorada primavera — Permanecía fascinado por esta visión — Sumido en la grata oscuridad de lossentidos, — Podía siempre empezar este sueño — pero nunca concluirlo.»

(3) oElegido yo, para quedarme, tú para partir. — Tú me precediste, poco has perdido en ello.»

(4) «A nadie lo digas, salvo a los sabios — Porque la multitud es pronta a la burla. — Quiero ensalzar lo viviente. —Que ansia la muerte de la llama.»

(5) Recientemente, en los trabajos de los heredólogos alemanes sobre Goethe, se pretende cada vez más a atribuir la de-cadencia de la estirpe goethiana a causas ajenas a la misma como los entronques con las familias Vulpius y von Pogwisch (ala que pertenecía Otilia). Así, se intenta desvirtuar el juicio implacable de Móbius : «En la descendencia de Goethe, lo pato-lógico alcanza un grado terrible».

. *

(6) No obstante, no compartimos en modo alguno el juicio de Chamberlain sobre Mobius, calificando su obra en dos tomossobre Goethe como «repugnante». Los genios también pueden y deben ser visitados e investigados por los médicos. Loúnico que debe evitarse cuidadosamente es la transgresión de límites pretendiendo someterlos a categorías médicas, lo cual,si no repugnante, puede resultar ridículo.

Estos versos los canta para Mariana en 1814. En 1807-08, canta para Minna Herzlieb y Silvia de Ziegesar. El via-je a Italia (1788-89), la amistad con Schiller (1794) corresponden también a sendos períodos de exaltación. Auncuando en los años juveniles la diferencia entre los «períodos de fiebre» y los «normales» es menos acusada, pue-de señalarse como expresión de la misma periodicidad el año del «Werther» en 1773 y el del fogoso amor porCatalina Schónkopf a los 18 años, en 1767.Esta singular periocidad psicológica no parece admitir otra explicación que la de una causa biológica análoga ala que presentan ciertas personalidades anormales denominadas ciclotímicas, porque no conservan siempre el mis-mo estado de ánimo, sino que lo varían con periodicidad más o menos regular, oscilando entre los polos deloptimismo y de la melancolía. Ciertamente puede objetarse que el fiat creador está sujeto a la discontinuidad,que la obra necesita un período de incubación y elaboración más o menos silencioso, hasta que brote a la luz deldía. Sólo los dioses crean de súbito, como Júpiter a Minerva, Pero el ritmo septenario de la vida de Goethe tie-ne evidentemente una característica propia que no se registra en otros escritores y que no queda suficientemen-te explicada con análisis psicológicos.Este descubrimiento de Mobius, con ser impresionante, nos da un diagnóstico puramente externo. Nos muestra laorganización psicológica de Goethe, sujeta a violentas alternativas, pero no nos descubre la esencia de lamisma. Vemos a la «entelequia» goethiana manifestarse en toda su magnitud, o bien en un tono relativamentemenor, pero no nos revela su secreto.También se debe a los médicos el análisis psiquiátrico de la familia de Goethe. El padre, «tipo raro» que noejerce profesión. De los cinco hermanos de Goethe, cuatro murieron en la primera infancia ; uno de ellos, quealcanzo los seis años, era mentalmente degenerado. Su única hermana, Cornelia, muere a los 27 años, después depadecer una enfermedad mental de tipo depresivo. En cuanto a los hijos de Goethe, de cinco, sobrevivió Augusto,que fue un alcohólico grave, de fondo degenerativo. En cuanto a sus nietos, según puede verse en las fotografías,evocan vagamente los últimos Austrias españoles. Carecen de vitalidad y de energía y son presa de la tubercu-losis, que pone fin a la estirpe goethiana.Aun cuando la degeneración final pueda atribuirse también al entronque con la familia Vulpius (5), que si cultu-ral y socialmente estaba a cien codos por debajo de la familia Goethe, también era poco estimable biológicamen-te, según se desprende de las investigaciones de los modernos geneálogos alemanes ; en todo caso, es indudableque cuando florare el genio de Goethe, la familia presenta rasgos de degeneración psicopática. Con esto se apor-tan nuevos datos al problema de las relaciones entre genio y locura, pero el apergu de Goethe no lo vamos a en-contrar por este camino. La psiquiatría es una ciencia hecha a la medida de los enfermos, no de los genios. Inclu-so aplicada a hombres normales, propende fatalmente a su empequeñecimiento (6). Lo mismo ocurre, si bien conconsiderables atenuaciones, con las «Caracterologías médicas» (Jung, Kretschmer, Jaensch, etc.). La actitud mé-dica en cuanto va orientada a descubrir lo patológico, es poco fecunda para interpretar la figura de Goethe y, engeneral, de cualquier fenómeno cultural. En el mejor de los casos, descubre un componente, una pieza del mosai-co de la personalidad.

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Goethe, por Bury (1800J.

Biología racial del genio

Emparentado estrechamente con las investigaciones de los psiquíatras por su orientación biológica se hallan lasde los investigadores que estudian la personalidad de Goethe desde el punto de vista racial. En Alemania, las in-vestigaciones de este tipo han gozado de mucho auge y se han aplicado también a los grandes genios. Por estavía se ha descubierto, en primer lugar, que la familia de Goethe procede del cruzamiento de individuos proceden-tes de las más diversas regiones alemanas, especialmente Franconia, Sajonia, Turingia. En segundo lugar, quelas estirpes paterna y materna son sumamente heterogéneas social y culturalmente. La materna es una familiapatricia, superiormente dotada y cultivada a través de varias generaciones. Los antepasados de Goethe por líneamaterna han podido seguirse hasta la décima generación. En las cuatro últimas generaciones, el cabeza de fa-milia fue siempre un jurisconsulto. Más atrás se encuentran teólogos, médicos, profesores y maestros. En la no-vena generación figuran dos hombres de Estado y el pintor Lucas Cranach. En cuanto a la paterna, es una fami-lia campesina que en las últimas generaciones sube rápidamente hasta las capas superiores de la sociedad al con-vertirse en artesana. El impulso ascendente de esta familia no registra pausas. En cada generación se da unsalto decisivo. El antetatarabuelo, campesino ; el tatarabuelo, herrero ; el bisabuelo, sastre ; el abuelo, hotelero ;el padre, consejero imperial ; el hijo, genio.En tercer lugar, desde el punto de vista racial, Goethe es también una síntesis de lo diverso. Analizando los li-neamentos de un rostro y del resto de su morfología, se descubre la presencia de cuatro razas europeas, que tam-bién se reflejan en lo psicológico: la nórdica, la mediterránea, la dinárica y la alpina. Goethe, como la mayoríade genios, es racialmente impuro. Sin la menor duda, no fue un nórdico puro. El padre, en cambio, con sus ojosazules, con su cara y porte estirados, lo fue en mayor grado. Pero Goethe, según nos dice su médico David Veidt,tenía el rostro «de color viril y muy moreno». Sus cabellos eran castaños, más claros que su rostro. Sus ojos,totalmente oscuros. Medía 1,74 ; las piernas relativamente cortas en relación con el tronco. «Igual que Ulises,descrito por Hornero», dice un comentarista. Los sombreros de copa que de él se conservan demuestran que suíndice cefálico era muy alto, de 85 a 86 centímetros. Es decir, una cabeza ancha sin rasgos de «dolicocéfalo ario».La nariz, bien formada, muy grande, casi dinárica.Y en el aspecto psicológico racial, la fórmula de Goethe es mutatis mutandis, como su poesía «West-ostlich»oriental-occidental, es decir, nórdica-meridional. Viene de nórdico la aplicación, la tenacidad, el juicio claro y pre-ciso, el individualismo, el gusto antirretórico (7). Pero para ser un genio nórdico le faltan y le sobran varios ras-gos. Tiene una repugnancia instintiva por la violencia, por la guerra, no le gustan los odios, ni las situacionestrágicas. La única verdadera tragedia que logró escribir fue la de Margarita. En éstos, como en tantos otros as-pectos, se parecía a su madre, que prohibía a sus criados que la informaran sobre los sucesos desagradables,aunque ocurrieran en la calle. Goethe no asistía nunca a entierros por no impresionarse.

(7) «De nada íne he guardado tanto en la vida como de las palabras vacías.»

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GOETHEY LOS MÉDICOS

Si la mayoría de los rasgos antedichos le emparentan con la raza alpina, otros le asemejan a la raza mediterránea.Es fogoso y apasionado como un meridional. Wieland hace el siguiente e ilustrativo comentario sobre Goethe enocasión de haberle leído el «Oberon» mientras aquél posaba ante el pintor May : «Por fortuna, aquel hombre, casisiempre furioso, estaba aquel día del mejor humor y era tan fácil de distraer como una doncella de 16 años». Escuriosa la analogía del juicio que sobre sí mismo emiten el autor del «Werther» y nuestro Lope de Vega : «Hevivido en dos extremos : amar y aborrecer, no tengo término medio», dice el español. «Mi naturaleza oscilabaentre los extremos de la alegría desenfrenada y el malestar melancólico», nos dice el poeta alemán. Ambos sereconocen, pues, extremados y sin «término medio», si bien entre distintos polos.Tampoco la conducta de Goethe con las mujeres y en el amor es de tipo nórdico. Las mujeres desempeñan en suvida un papel excepcional. No podía vivir sin la presencia de la mujer. Incluso en su ancianidad producía másfácilmente si en su proximidad había una mujer que estuviese presente, como una flor en su búcaro. Nada hayen Goethe de comparable a la pasión beethoveniana por la «amada inmortal», menos aún a la frialdad kantiana.Por otra parte, nada tampoco de donjuanismo vanidoso, sino pasión sincera, ardorosa, pero sujeta a la ley deascenso y declinación. El amor de Goethe por las mujeres es «realista» en la medida en que el amor puede serlo.Es un amor que no excluye el conocimiento del verdadero ser de la mujer, antes lo presupone y por ello se concibesea el más grato para ellas, en cuanto lo sienten dirigido hacia sí mismas y no a una ficción.Mas, en Goethe ninguna afirmación deja de tener su contrapeso, hasta tal punto que todo juicio de Goethe o so-bre Goethe que dé la impresión de uniteralidad, no puede ser «goethiano» y debe juzgarse como producto de unconocimiento imperfecto del hombre y de su obra. Así, vemos que también el culto de la mujer tiene algún fríoreverso y le oímos decir a Eckermann —ciertamente en la vejez— : «Las mujeres son bandejas de plata en lasque los hombres depositamos manzanas de oro».En todo caso, Goethe no sólo fue amante perenne de la mujer, que únicamente en forma femenina podía imaginarla perfección y que incluso la salvación eterna de Fausto sólo la concibe por obra de una feminidad celeste, deima inconsciente y maravillosa «mariología», «Das Ewig - Weibliche zieth uns hiñan», sino que en su relacióncon la mujer llegó a participar del ser de la misma. Se reconoce que ningún genio literario se caracterizó por tanprofunda feminidad. La comprensión extraordinaria de la psicología de la mujer resulta así explicable, pues,como decía Empédocles y repetía Goethe, «sólo lo semejante conoce lo semejante». Goethe lloraba fácilmente.Ciertamente, también lloraban los héroes homéricos y en especial Ulises, y en general, en el siglo de «Werther»y de la «Nueva Eloísa», las lágrimas de los hombres corrían con más abundancia que ahora. Pero Goethe llorabacon tanta facilidad como una mujer, si bien por motivos «artísticos», como la lectura de «Hermann y Dorotea»,el recuerdo de «Ingenia», etc. Antes de partir para Roma, escribe a Caroline Herder que durante dos semanas«ha llorado como un niño». También es un rasgo femenino la tendencia a huir que le reprocha Ortega, e inclu-so la tendencia de desplazar y sublimar la emoción erótica de la zona sexual a la zona del «Eros», que en Goethese trocaba en poesía. Es sumamente probable que Goethe fuera menos sexual de lo que se ha supuesto, puestoque es el anhelo, no la posesión erótica, lo más grato a las Musas y lo que suscita sus favores.Si de cuantos datos han aportado o utilizado los psicobiólogos pretendemos sacar una conclusión, veremos fácil-mente lo siguiente : Goethe lleva dentro de sí a las más diversas regiones alemanas, a las más diversas razaseuropeas, al hombre del campo y al de la gran urbe, a la virilidad y a la feminidad, a la naturaleza y a la cultura.Aun cuando algunos de los datos aportados fueron falsos, siempre conservarían un valor por lo menos «simbóli-co», mostrándose cómo en Goethe actuaban las fuerzas más ricas y más diversas. En el fondo, estas interpreta-ciones son afines a la idea tan paracélsica y goethiana del microcosmos.

Pero el apergu no nos lo da ninguna consideración biológica, por interesante que sea. Es en el mundo cultural,no en el natural, donde podemos aspirar a hallar el secreto de la entelequia goethiana.

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Encuentro con Goethe en Viena

Cuando un intelectual alemán se siente desorientado para encontrar la luz, recurre a Goethe. Vamos a imitarlo.Busquemos en Goethe un consejo para abordarle a él mismo. En el comienzo de su opúsculo sobre la «forma delas nubes», leemos : «Al disponernos a exponer cualquier cuestión, es acertado recordar y comunicar a los de-más cómo hemos llegado a ocuparnos precisamente de ella y bajo qué circunstancias nos hemos sentido estimula-dos a consagrarle una atención creciente». Si este consejo resulta acertado para estudiar la forma de las nubes,¿por qué no ha de servir también para penetrar en Goethe, que en esta etapa de nuestro análisis está aún em-parentado y simbolizado con los nebulosos ?Voy a relatar, siguiendo la norma goethiana, cómo conocí a Goethe con la esperanza de que mi minúscula anéc-dota personal pueda* convertirse en concepto y que de lo individual surja lo típico.En mí mismo experimenté cómo las palabras de Goethe, actuando en un momento propicio, pueden cambiar elrumbo de un destino. Fue en el mismo corazón de Europa, en Viena. Había ido allí para estudiar el psicoanáli-sis en contacto directo con Freud. Busqué inmediatamente una habitación en un barrio no demasiado alejado dela Universidad y hallé una apropiada en la calle de Los Nibelungos, en el piso de una anciana viuda de un médicoque había sido consejero áulico del viejo emperador Francisco José. Recuerdo que en la habitación había una pe-queña biblioteca puesta sobre una cómoda, con tallas de estilo germánico, que contenía las obras completas de losgrandes clásicos alemanes : Goethe, Schiller, Herder, Kórner, Kleist, Bürger y algún otro. Recuerdo que lo pri-mero que busqué fue el breve opúsculo sobre la Naturaleza, del cual sabía había influido en un venerable biólogoespañol en la elección de su carrera, pero no pude encontrarlo.En aquel tiempo sólo había leído el «Werther» en español y sabía de memoria el «Erlkónig» : «El rey de losalisios», que me había enseñado mi primera profesora de alemán. Empecé leyendo el «Hermann y Dorotea», paséal primer «Fausto» y me atasqué en el segundo, no sólo por las dificultades del idioma, sino también por eltemor de no ser suficientemente recompensado el esfuerzo ímprobo que representaba su lectura. Lo que más meimpresionó fueron las poesías de contenido «filosófico» y las conversaciones con Eckermann, que habría desea-do tuviesen doble extensión, pues me daban la impresión de la inmediata presencia de Goethe. La influencia quesobre mí ejercía la lectura quedaba reforzada por otras impresiones que recogía del ambiente que me rodeaba. Lashijas de la señora del Consejero —augustas Brunildas—cantaban con excelente voz los Heder de Goethe con me-lodías de Schubert y Wolff.A mi maestro Freud le gustaba citar a Goethe, con el que tenía una relación casi familiar, sus discípulos le imi-taban, mis nuevas amistades médicas parecían haber leído todas sus obras, vi que los novios se regalaban libroscon versos de Goethe a guisa de dedicatoria. Goethe llegó a parecerme la vía mejor y tal vez única para penetraren el alma de la cultura germánica, cualquiera que fuese el sector a que quisiera consagrarme. Este como hechi-zamiento por la obra de Goethe duró hasta un día en que la conciencia imperativa de deberes más urgentes meindujo, con razón o sin ella, a cortarlo de raíz. Volví a Freud con renovado ahínco, puesto que era la única víacientífica que se me ofrecía para abordar el problema de la personalidad en medicina, pero la huella de mis lec-turas goethianas impidió que me convirtiera en psicoanalista acérrimo y «ortodoxo». En aquella época viví in-tensamente a Goethe, no sólo de un modo puramente intelectual, sino con la totalidad de las potencias del alma.Adquirí, proporcionada a las dimensiones de mi propia personalidad, lo que los alemanes llamarían una «viven-cia» de Goethe. Y éste es el único derecho que me reconozco para poder escribir este ensayo.Al reflexionar hoy lo típico y enérgico de aquel individualismo, encuentro, descubro en él dos capas. Primero, elcontacto Goethe-Freud. Segundo, el contacto entre un individuo español y Goethe. Del primero fui principianteespectador ; del segundo, actor. Aunque el apergu lo busquemos en este último, lo que aconteció en el primero nosservirá de introducción al nervio de la cuestión.

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Goethe y el psicoanálisis

Cuando tuve el encuentro con Goethe, estaba identificado con Freud. Veía en él un descubridor de un mundo in-terior, un Newton o un Galileo de una psicología de la personalidad. Estaba persuadido de que gracias al psico-análisis era posible descubrirle a un hombre, enfermo o no, cosas tan esencialísimas sobre él mismo que le posi-bilitaran cambiar de raíz. Había visto o creído ver cómo un alma alcanzada por una interpretación psicoana-lítica efectuaba un movimiento maravilloso desde un vivir inauténtico a un vivir auténtico. Por ello había idoa Viena, pensando que un conocimiento más profundo y directo del psicoanálisis permitiría obtener efectos aúnmás extraordinarios.

No estaba menos entusiasmado por Freud, que lo que Maragall había estado por Goethe ; pero en la medida queprogresaba mi conocimiento de Goethe, la influencia de éste fue aumentando hasta llegar a igualar la de aquél.Dentro de la cabeza del aprendiz de psicoanálisis, los genios representantes de concepciones antagónicas del mun-do entraron en contacto. Pronto se vio que el psicoanálisis sólo precariamente podía subsistir ante Goethe.En efecto, Freud afirmaba que la personalidad humana era producto de impulsos animales, que lo más alto proce-día de lo más bajo, que la sustancia metafísica del hombre eran instintos de raíz sexual. Goethe desmentía estocon su mera existencia, con la extraordinaria floración de su personalidad creadora, pero además lo desmentía filo-sóficamente, conceptuando a la «naturaleza» como manifestación de una fuerza divina, poco importa que ésta fue-ra interpretada helénicamente (hipocráticamente) o con un panteísmo de raíz espinosista (8).Además, mientras Freud veía en los fenómenos psicológicos algo puramente aparencial, un mero ropaje de rea-lidades que había de buscar en «lo inconsciente», Goethe afirmaba : «No debemos buscar por debajo de los fenó-menos ; los fenómenos mismos constituyen la teoría». La infinita variedad de los sueños, de las vidas humanas,de las obras de arte, quedaban reducidas por Freud al juego de dos o tres complejos sometidos a la mecánica pordos únicas fuerzas instintivas ; en cambio, Goethe dejaba al mundo su profusa riqueza.

Por último, si Freud pretendía comprender el hombre normal a partir del enfermo, el adulto a partir del niño, lodiferenciado arrancando de lo indiferenciado, Goethe, en cambio, buscaba el secreto de la vida humana en susformas plenamente evolucionadas : en Prometeo, en Fausto, en Dorotea, en Napoleón o en Carlota. La posibili-dad de conocer la esencia de la personalidad la veía en la estructura completamente desplegada, en el ser comple-to, no en el incompleto e incipiente.Este antagonismo no es tan absoluto como para que hubiera de renegar del psicoanálisis. Creí y sigo creyendoque en el mundo goethiano hay lugar para el psicoanálisis, como lo hay para Mefistófeles y para la noche deWalpurgia. El mundo goethiano perdería su dinamismo si Mefistófeles enmudeciera ; pero la ciencia del hombredebe forjarla Fausto con su superior sabiduría.Que la interpretación que he dado de que Goethe no sería psicoanalista no es una afirmación arbitraria, lo de-muestra la hostilidad que sintió siempre Goethe por las corrientes de su época, cuyo parentesco ideológico conel psicoanálisis es innegable.Así, Goethe fue enemigo de Voltaire y, en general, de todo el enciclopedismo francés, y fue enemigo no menosacérrimo de Newton.La incompatibilidad con el enciclopedismo francés se pone de relieve en Estrasburgo. Goethe se sintió repelido,tanto por el materialismo y ateísmo de D'Alembert y Holbach (9), como por el racionalismo y la ironía de Vol-taire. No porque a Goethe pudiera disgustarle la ironía ni la amplitud de espíritu. Sí, en cambio, debía recha-zar la tendencia a halagar a la multitud con agudezas, si bellas en la forma, superficiales en su contenido ; laausencia de un impulso idealista ; la falta de respeto por las formas sociales tradicionales ; la interpretaciónbanal del curso de la historia. Goethe era demasiado serio y, en el fondo, de un temperamento demasiado reli-gioso para que le hicieran gracia los chistes de Voltaire. Aun cuando fuese un espíritu tan universal como Vol-taire y como él, síntesis de un siglo, era en realidad su antípoda. Si la médula de Voltaire es Mefistófeles, la deGoethe es Fausto.También está emparentado con Mefistófeles, aunque parezca paradójico, el gran genio de Newton, creador de lafísica moderna. Como es sabido, Goethe pasó gran parte de su vida polemizando con Newton con motivo de lateoría de los colores.Cuando Goethe decía que «el árbol de la vida era verde, pero gris toda teoría», sin duda pensaba primordial -mente en la teoría newtoniana de la luz. Newton reducía la luz y los colores a ondulaciones de diversas longi-tudes, y en último término a fórmulas matemáticas. En el mundo de la física newtoniana, los colores carecen derealidad : sólo existe el movimiento de átomos sin cualidades sensibles, que sólo difieren cuantitativamente.Esta visión del mundo inspiró horror a Goethe, que frente a ella defiende un mundo en el que constantementese perciba la palpitación de lo humano. No puede creer que la perfección de la ciencia consista en la deshuma-nización y mecanización del mundo, no puede aceptar que los sentidos nos engañen perpetuamente. Es conocidasu airada réplica a Schopenhauer, al afirmar que el mundo de los objetos es el de nuestras representaciones.«¿Cómo pretendéis que la luz no existe más que en tanto la veis? Todo lo contrario. ¡ Sois vos quien no exis-tiríais si la luz no os viese !»La «acción y pasión de la luz» era lo que interesaba a Goethe. En efecto, para Goethe, no sólo la luz, sino la na-turaleza entera miran al hombre y le hablan en un lenguaje del que le llega un trasunto al poeta. Para Goethe,

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(8) En la interpretación que Goethe daba del arte de los griegos, reflejaba su propia actitud y la que habría adoptado fren-te el psicoanálisis en este punto. En el comentario a la «Vaca de Mirón», dice : aBl sentido y el esfuerzo de los griegosfue divinizar al hombre, no humanizar a la humanidad. Reina allí un teomorfismo, no un antropomorfismo». Que pudieseexistir un zoomorfismo en la interpretación del hombre, no pudo ni imaginarlo.Gundolf, refiriéndose precisamente al psicoanálisis y a la crítica materialista de la historia, transcribe otro texto goethiano,en el que se expresa, en otras palabras, la misma protesta contra la atribución de móviles inferiores a acciones humanas su-periores. Dice Goethe : «E)n nuestro tiempo una acción noble es atribuida al egoísmo, un hecho heroico a la vanidad, unainnegable producción poética a un estado febril, y lo que aún es más extraordinario : cuando aparece algo de máxima exce-lencia es negado tanto tiempo como resulta posible».

(9) En sus memorias «Poesía y Verdad», describe la repugnancia que le produjo el «Systeme de la Nature», de Holbach. «Noconcebíamos cómo un libro de aquella índole pudiera ser peligroso ; nos resultaba tan gris, tan de cementerio, que nos cos-taba tanto resistir su presencia como la de un espectro». En otro lugar la califica de «quintaesencia de decrepitud».

el mundo de las apariencias, lo que para Schopenhauer y, en cierto modo, para Newton era el velo de Maya, erapara él la revelación de lo absoluto.Por esto no quiso nunca ver el mundo con gafas, ni simbólicas ni reales. Goethe buscaba ciertamente la ley delos fenómenos, pero no como Newton, que no vacilaba en sacrificarlos para reducirlos a cálculo, sino a base derespetarlos más aún, incrementándolos hasta llegar al fenómeno cumbre, al «protofenómeno». La ley era para élel tipo, la forma perfecta, concebida, no como idea —la objeción de Schiller y de Hegel—, sino como nuevo fenó-meno, como realidad que se ocultaba en el fondo de los hechos diversos y contingentes* El protofenómeno man-tenía con ellos una relación de participación. Así, su actividad científica se emparentaba con la poética, y si Her-mann y Dorotea son los prototipos de los seres germánicos y Fausto del hombre moderno, la protoplanta, elhueso intermaxilar y la cromática nacen de la misma metamorfosis creadora que, del fenómeno confuso y oscuroasciende al fenómeno originario y engendrador, al protofenómeno.No se desprende de lo dicho que Goethe no pudiera albergar, dentro del ámbito de su personalidad, componentesvoltairianos y newtonianos —sin duda, existían en él—, pero no constituían de ningún modo el centro de ella.En cierto sentido, puede precisarse más y afirmar que Goethe no era un anti-Voltaire o un anti-Freud, sino unsuper-Voltaire y un super-Freud, en tanto lo que de positivo puede haber en ellos queda asimilado potencial oefectivamente en su concepción. Muy distinta, en cambio, es la posición frente a Newton, de máxima y radicalantítesis. Goethe no digerió nunca la física matemática newtoniana.

El imposible apercu

He aquí un hecho en el que Goethe difiere radicalmente de la universalidad de las gentes y que por lo mismopuede servir para caracterizarle y encaminarnos al apergu. Difícilmente es posible imaginar una inteligenciamás poderosa y vasta que la de Goethe ; si rechazó a Newton, no podía ser por dificultad de comprensión. Auncuando Goethe no parece haber estado particularmente dotado para las matemáticas, si hubiese pensado, como Ga-lileo, que la ciencia está escrita en lengua matemática, las habría indudablemente aprendido. Si hubiese creídoque el secreto de la naturaleza lo revela la física matemática, ¿ cómo concebir que su espíritu avidísimo no se ha-bría lanzado con pasión a las matemáticas ?Debe existir un motivo más hondo y decisivo de cerrazón abrupta de Goethe ante Newton y sólo puede estribaren la índole de la misma «entelequia» goethiana. Por instinto de conservación de su propia esencia, éste tenía querechazar con pasión cuanto fuera contrario a la visión del mundo. La enorme intensidad del temperamento poé-tico goethiano impedía se incorporaran a su alma conceptos que en una naturaleza prosaica o débilmente poé-tica habrían podido fácilmente ingresar.

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(10) Recuérdese, en prueba de ello, la impresionante anécdota que relata Eckermann (2-8-1830). Cuando éste fue a visitarleembargado por la emoción que en toda Europa producía la Revolución de Julio —que se interpretaba como la continuaciónde la Revolución Francesa—, Goethe le recibió con una gran exaltación, pronunciando palabras que Bckermann refirió equi-vocadamente a sus propias preocupaciones políticas: «¿Qué piensa usted ahora del gran acontecimiento? El volcán ha en-trado en erupción, todo está en llamas y se espera una discusión a puerta cerrada». En realidad, Goethe se refería a ladiscusión en la Academia de París sobre el método de las ciencias naturales.No obstante, para valorar justamente esta anécdota, debe tenerse en cuenta que Goethe se percató tanto del alcance de laRevolución de Julio, que dijo al Canciller Müller que la consideraba la «prueba más dura a que se había visto sometida sufacultad de pensar en sus últimos años». Es decir, que Goethe no dejaba de intentar la comprensión del nuevo hecho histó-rico. Esto no podía serle fácil, porque, aparte de su a indiferencia política», estaba enraizado en la tradición política, en par-te, del siglo XVIII y, en parte, anterior a él. En este sentido, Goethe da la impresión de un hombre aantiguo».

El cerebro del filisteo puede perfectamente concebir que la fisonomía multiforme del cosmo3, saturada de maticeshumanos, profusamente revestida de luz, de color y de sonidos no sea en realidad más que una «ilusión de lossentidos», una visión subjetiva y antropocéntrica y que la auténtica realidad sea la mecánica de los átomos. Pe-ro Goethe tenía que reaccionar ante la física newtoniana de acuerdo con su «existencia poética». La realidadsólo podía ser para él aquello que hacía palpitar su corazón constantemente impresionable. La física de Goethees, por consiguiente, una física «poética» que describe y analiza el mundo desde su perspectiva humana. Ivamisma actitud que sirve a Goethe para poetizar le sirve para hacer ciencia.Si en tanto que poeta tenía que aferrarse Goethe al mundo de las imágenes cuyo centro es el hombre, vemos quepor su modo de ser poético repudia los aspectos guerreros, político, histórico y trágico de la vida. La ausenciade temperamento bélico es demasiado patente para que necesite nuevas pruebas. En cuanto al aspecto político estambién innegable que no sintió hondamente los grandes acontecimientos políticos de su tiempo. No consiguióapasionarse ni por la Revolución Francesa ni por la guerra de la Independencia alemana, ni por la idea de unReich alemán. No ignoró nunca lo que pasaba en torno suyo, pero si se compara su enorme reacción ante un es-tímulo poético o científico, con la vibración casi nula que le producen los hechos históricos de su época, se reco-nocerá que su órgano para lo político era poco sensible (10).La debilidad de la dimensión histórica de Goethe también es clara. Su interés por Napoleón es de un tipo muydistinto al que despertó en Hegel. Goethe se interesaba por él porque le parecía un ejemplar representativo delo «daitnónico», es decir, de una fuente natural permanente y, por consiguiente, no histórica. En cambio, elNapoleón de Hegel es totalmente distinto, es «el espíritu de la historia a caballo», es pura dialéctica histórica,mero anillo de la cadena de los acontecimientos. El impulso de Goethe va dirigido a la percepción y creaciónde lo suprahistórico, de las líneas esenciales de los seres, de los prototipos humanos. Tasso, Egmont, Her-mann, y Dorotea, Werther, Fausto, Ingenia tienen ciertamente una atmósfera viviente en torno suyo, que cons-tituye la prolongación natural de sus caracteres y sin la cual no serían imaginables, pero los elementos históri-cos son puramente un marco accidental. El mismo Goethe expresó sin ambigüedades su punto de vista a Ecker-mann, al reprochar a Manzoni «un respeto verdaderamente excesivo por lo histórico», añadiendo que si el Egmontreal tuvo doce hijos, el de Clara, que es el poético, no tenía ninguno. La única raíz histórica vigorosa que tienensus personajes es en la propia historia de Goethe, pero precisamente su proceso de elaboración poética contie-ne, como uno de sus momentos esenciales, el paso de lo histórico a lo artístico, de la forma borrosa a la formagenuina y acendrada. Si Goethe hubiese tenido sentido histórico no habría pensado en la posibilidad de reencar-nar lo helénico. Toda su obra está impregnada del sentimiento de que «Alies Vergángliche ist nur ein Gleich-nis», es decir, traducido libremente: «Todo lo perecedero es sólo símbolo». Por esto prefiere la naturaleza —lafísica y la humana— a lo histórico.Tampoco es Goethe un «trágico». Ya hemos dicho que sólo la de Margarita es una verdadera tragedia. Despuésde escribir «Werther», Goethe vivió siempre «cara a la vida» y difícilmente podía escribir tragedias que siempreson «cara a la muerte». Su poesía, más que otra alguna, es riquísima de metáforas, que reflejan la pulsación im-petuosa de la vida. Por doquier encontramos imágenes dinámicas de la vida embriagándose de su propio poder.Nada más lejos del «sentimiento trágico de la vida» tan español; nada tampoco de cansancio romántico de lavida. La seguridad de la inmortalidad de su alma no se basa en una revelación religiosa, sino en el exceso delsentimiento de actividad y de vitalidad espiritual. Por lo mismo, tampoco es ascético; para él, la existencia te-rrena no es una nihilidad, sino una plenitud, y en este sentido, y sólo en éste, se le puede llamar pagano.

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(n) «Dos almas, ¡ay!, se alojan en mi pecho.»

(12) Drum danket Gott, ihr Sohne der Zeit, Dass er die Pole für ewig entzweit.«Agradeced por ello a Dios, vosotros, hijos del tiempo — que haya puesto en discordia eterna a los polos.»

Es, pues, innegable que diversos aspectos esenciales de realidad no entran a formar parte del mundo goethiano.Esta conclusión, que en otro caso parecería pueril, no lo es en el caso de Goethe, pues la impresión de uni-versalidad de su genio es tal, que se suele hablar de él como de un hombre que tuviera altamente desarrolladasabsolutamente todas las potencias humanas. Así, no sería asombroso que todo hombre se encontrase reflejadoen él, puesto que sería el compendio de todas las dimensiones humanas. La superioridad de Goethe consistiríaen ser el hombre más completo que hubiese existido.Mas, cuanto hemos aducido sobre las limitaciones de Goethe prueba que es insostenible la teoría del Goethe«hombre total». Hemos visto que era esencialmente poeta y que le era difícil o imposible adueñarse de algunasotras dimensiones esenciales de la vida. Pues bien, todavía es posible ir más lejos y hablar de limitaciones de lapoesía goethiana, incluso en aquellos sectores más indiscutiblemente suyos. Así, por lo menos, lo ha afirmadoel filósofo Ludwig Klages en su artículo «Observaciones sobre los límites del hombre goethiano». Nos diceque, comparando a Goethe con otros poetas alemanes, principalmente con Hoelderlin, es posible darse cuenta deque su entrega al tema poético no es tan absoluta como en aquéllos. El comportamiento de Goethe como poeta ten-dría analogías con el del Goethe amador que nunca se entregó totalmente. Klages parece imaginar un poeta quefuese pura llama, y Goethe le resultaba demasiado frío y reflexivo para encarnarlo.Pues bien, todas estas limitaciones y otras nuevas que podrían describirse en el aspecto religioso, artístico ypsicológico son bien venidas para encontrar el apergu. Nos reducen su figura, que resultaba inabarcable al con-cebirla universal y a un tiempo la precisan. Las limitaciones se convierten en los contornos de su genio.Y ahora creemos apercibir su genio. Tiene y no tiene razón Klages ; si ser poeta es enajenarse, ser pura y exclu-sivamente entusiasmo dionisíaco, Goethe no es el prototipo del poeta. Pero si se puede ser poeta máximo y aun tiempo reflexión máxima, el poder poético de Goethe es indiscutible. Su diferencia con otros grandes poe-tas no consistiría en una menor vehemencia y «manía» poética, sino en el hecho de que ésta coexistiría con unareflexión sobre la vida, como sólo se da en las mentes filosóficas. En su alma se habría dado plenitud de vivenciay plenitud de reflexión. Influjo de Dionisio e influjo de Apolo. Cuando Goethe-Fausto exclamaba : Zwei Seelenwohnen Ach in mein Brust! (n) , sólo le faltaba conocer el nombre de sus «dos almas», que nosotros, quizá te-merariamente, nos atrevemos a denominar.El secreto del genio goethiano consistiría, en parte, en este hecho de que en su personalidad estuviesen represen-tadas dos fuerzas que sólo excepcionalmente se dan en un mismo hombre con igual intensidad. Si se quiere, po-demos hablar de «doble personalidad», mas sólo como metáfora aclaratoria. Esto es lo que contendría de verdadla teoría de Goethe como síntesis de los más diversos contrarios, nórdicos y meridionales, pagano y cristiano, in-genuo y sentimental (en la acepción de Schiller), intuitivo y discursivo, consciente e inconsciente. Prometeo yFausto, griego y alemán.Estas polaridades serían de significación menos central que la de un doble poder poético y filosófico. El. mismoGoethe reconoció como un bien la polaridad (12).Entre los dos polos de un ser =—nunca en perfecto equilibrio— salta incesante la chispa creadora que unas vecestiene el sello de la pura poesía, otro el de pura sabiduría y las más veces su doble sello. Por esto, sus poesíasson menos intraducibies que las de otros poetas, porque encierran, no sólo el puro movimiento lírico, sino tam-bién concepto. Pero esta unión es indisoluble, como forjada en las profundidades del inconsciente creador deGoethe y expresión de una unidad profunda en la que convergen todas las polaridades e incluso diversificacionesde su ser y desde la cual tanto se poetiza como se filosofa.

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Pues no debe buscarse el aperqu de Goethe en los polos separados, sino en su unión dinámica. En el movimiento,en la metamorfosis ascensional, en el Werden, desde un polo a otro reside el genio específico de Goethe. En suascensión hacia la luz de una superior conciencia de sí mismo y del cosmos no se desarraiga nunca de la vida con-creta y palpitante. Siempre prevalece en el polo «poético». Nunca se da en Goethe «el espíritu como adversa-rio del alma» —empleando la expresión del filósofo Klages—, sino todo lo contrario, «el espíritu como perfeccio-nador de la vida».Se comprende que un hombre así estaba especialmente dotado para la biografía que entraña siempre, no sólo elrelato de una vida, sino reflexión y descubrimiento del sentido último que la informa. Goethe pasa su vida vivién-dola —-incluso dejándose llevar hasta ciertos límites por sus irracionales impulsos— y, al propio tiempo, pug-nando por comprenderla. Es como si un joven poeta y un temperamento filosófico se vieran obligados a recorrerjuntos el camino de la vida y aceptaran esta forzosidad como un superior destino. Goethe no cesó de trabajar so-bre su vida, de ser artífice de ella para elevar más y más alta «la pirámide de su existencia» (13). ¡ Qué dife-rencia con el único genio de la literatura moderna que puede comparársele •.—y que según el propio Goethe eramás grande que él— : con Shakespeare! Casi nada sabemos de él; no tuvo propiamente una biografía. Creósin parar personajes totalmente emancipados de su creador, de una objetividad que nadie ha alcanzado. Encambio, Goethe creó personajes que más o menos son él mismo, son los «fragmentos de una gran confesión»,son su propia vida, que se va simbolizando y objetivando para esclarecerse, para adquirir una mayor concien-cia. Fausto y Mefisto, Tasso, Werther, Ifigenia, Otilia, tienen con su creador una relación estrecha que es in-concebible que guardaran con Shakespeare, Hamlet, Ótelo, El Rey Lear y Falstaff,Así, a través de toda su obra corre el afán de comprender la propia personalidad, no por un prurito de pura psi-cología, sino para desarrollarla y ayudarla a conquistar su forma plena. En este punto confluyen, por fin, Freudy Goethe y, al propio tiempo, una pequeña entelequia hispánica y la augusta entelequia germánica.Goethe nos aparece como el prototipo del hombre que «desde la oscuridad tiende hacia la luz». Por esto se sienteemparentado, no con el olímpico Zeus, sino con los titanes, especialmente con Prometeo. Mas, sólo en su ju-ventud se siente Goethe identificado con Prometeo en una fase de exaltación poética y exclama con «Titanen-Über-muU, es decir, con soberbia soliviantada de titán :

Hast du's nicht alies selbst vollendet,Heilig glühend Herz! (14)

Y apostrofa a Zeus :

Hier sitz'ich, forme MenschenNach meinem Bilde,Ein Geschlecht, das mir gleich sei:Zu leiden, zu weinen,Zu gentes sen und zu frenen sich,Und dein nicht zu achtenWie ichl (15).

Mas, Prometeo es sólo una fase o un impulso en el complejo goethiano. Su contrapeso natural es la teoría delcuádruple Ehrfucht (respeto) del Wilhelm Meister : el respeto a lo que está por encima de nosotros, a lo que estápor debajo, a lo que está a nuestro nivel, y, por último, el respeto a nosotros mismos.La raíz de Goethe no está en Prometeo, como quiere su último biógrafo, el psiquíatra Hildebrandt, sino en susuperación en Fausto, infinitamente menos soberbio e infinitamente más atormentado, que al final de su vida essalvado por el Eterno-femenino :

«Wer immer strebend sich bemühtDen konnen wir erlosen»Und hat an ihm die Liebe garVon oben teilgenommen,Begegnet ihm die selige ScharMit herzlichem Willkommen (16).

Esto sería para mí el homme Goethe, ante quien imagino se inclinó con respeto el titán napoleónida.Mas, esta interpretación simbólica de la personalidad goethiana, vista como un movimiento evolutivo desde unarebeldía contra los dioses hasta un sentido reverencial de la plenitud cósmica, ¿equivale al aperqu que buscába-mos? No es verosímil. Es probable que sobre Goethe sólo se puedan escribir ensayos, que se pueda pedir elaperqu, como ha hecho Ortega, pero no formularlo; en suma, que sólo sea hacedero iniciar la ruta hacia el centropersonal goethiano, pero nunca alcanzarlo. Consolémonos pensando que el mismo Goethe, que consiguió descu-brir el «protofenómeno» de la planta y del animal, no consiguió descubrir el de ese ser esencialmente equívoco,tal vez por virtud de su propia dignidad, que se llama hombre (17).

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(13) «El ansia de impulsar hacia arriba la pirámide de mi existencia prevalece sobre todo lo demás y apenas me permite unmomento de olvido.»

(14) «¡ No lo has hecho todo tú solo, con la llama santa de tu corazón!»

(15) «Hincado en la tierra, formo hombres a imagen mía y de mi propia estirpe, para que sufran y lloren, para que gocende la vida y de sí mismos. ¡ Y que, como yo, no te respeten!»

(16) «Podemos salvar a quien, impulsado por espiritual anhelo, nunca descansó. Y si además el Amor supremo participóen su vida, es recibido, por el angélico coro, con cordial bienvenida.»

(17) No se me oculta que el título de este ensayo, «Goethe entre españoles», expresa más un deseo que una realidad. Enefecto, Goethe, como Lessing, Winckelmann, Herder, se sintió atraído por Italia, no por España. Pero esto no impide queel espíritu goethiano habite entre nosotros y actúe cada vez más en nuestra cultura. Con el tiempo, este trato recíproco iráengendrando una visión española de Goethe, a la que hemos pretendido aportar una modesta contribución. Claro es que el pro-blema Goethe y España exigiría ser tratado a base de un análisis de los caracteres afines y diferenciales entre la mentalidadgermánica y la española. Existen sin duda unos y otros. A primera vista sólo se perciben las diferencias, pero en un planomás hondo se descubren analogías que habían impresionado a hombres como Augusto Guillermo Schlegel, el traductor deCalderón y a G. de Humboldt. El primero habla de la «sangre alemana que, mezclada con la romana, transformada en otramás caliente y exuberante por el influjo del cielo meridional, late todavía en las venas españolas», y el segundo encuentra ennosotros «rasgos de carácter que propenderíamos a llamar nórdicos», que facilitarían la mutua comprensión psicológica.

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