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OCASO Y DECADENCIA DEL ABOGADO GENEALOGÍA DEL NUEVO ABOGADO SEGUNDA EDICIÓN ACTUALIZADA

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OCASO Y DECADENCIA

DEL ABOGADOGENEALOGÍA DEL NUEVO ABOGADO

SEGUNDA EDICIÓN ACTUALIZADA

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RODRIGO ARRUBLA CANO

PRÓLOGO DEL PROFESOR

GUSTAVO JARAMILLO ZULUAGA

2008

OCASO Y DECADENCIA

DEL ABOGADOGENEALOGÍA DEL NUEVO ABOGADO

SEGUNDA EDICIÓN ACTUALIZADA

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ANTES QUE EL LIBRO CIENTÍFICO MUERA

El libro científico es un organismo que se basa en un delicado equilibrio. Los elevados costos iniciales (las horas de trabajo que requieren el autor, los redactores, los correctores, los ilustradores) sólo se recuperan si las ventas alcanzan determinado número de ejemplares.La fotocopia, en un primer momento, reduce las ventas y por este motivo contribuye al aumento del precio. En un segundo momento, elimina de raíz la posibilidad económica de producir nuevos libros, sobre todo científicos.De conformidad con la ley colombiana, la fotocopia de un libro (o de parte de éste) protegido por derecho de autor (copyright) es ilícita. Por consiguiente, toda fotocopia que burle la compra de un libro, es delito.La fotocopia no sólo es ilícita, sino que amenaza la supervivencia de un modo de transmitir la ciencia. Quien fotocopia un libro, quien pone a disposición los medios para fotocopiar, quien de cualquier modo fomenta esta práctica, no sólo se alza contra la ley, sino que particularmente se encuentra en la situación de quien recoge una flor de una especie protegida, y tal vez se dispone a coger la última flor de esa especie.

PELIGRO LA FOTOCOPIA MATA EL LIBRO

© Rodrigo Arrubla Cano, 2008. [email protected]© Urgencias Litográficas, 2008.Calle 47 No. 43-37, Medellín, ColombiaTeléfono: 217 03 07

Diseño de cubierta: Alejandro Arrubla Pereira, Diseñador Gráfico contacto:[email protected].

Ilustración Cubierta: Alejandro Arrubla Pereira Mauricio Acevedo Acevedo

Impreso en Urgencias Litográficas, Calle 47 No. 43-37, Medellín, Colombia

Queda prohibida la reproducción parcial o total de este libro, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, por medio de cualquier proceso, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.

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A los abogados suramericanos,a las futuras generaciones de abogados

en el siglo XXI

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PROLOGO

PREFACIO

CAPITULO ILA DECADENCIA EN EL ABOGADO SURAMERICANO

CAPÍTULO IICONCEPCIÓN DEL VIEJO ABOGADO

CAPÍTULO IIIEL VIEJO ABOGADO O EL DESPRECIO POR SÍ MISMO Y POR LA PROFESIÓN

CAPÍTULO IV EL NUEVO ABOGADO FUNDAMENTO DE VIDA

CAPÍTULO VEL NUEVO ABOGADO Y LA GUERRA

CAPÍTULO VILA INTELIGENCIA COMO ESENCIA DEL NUEVO ABOGADO

CAPÍTULO VIILA MEMORIA HISTÓRICA EN LA ABOGACÍA

CAPÍTULO VIIICREDIBILIDAD E IDENTIDAD EN LA ABOGACÍA

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CAPÍTULO IXEL NUEVO ABOGADO Y LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA

CAPÍTULO X LA ABOGACÍA NO HA MUERTO

CAPÍTULO XIEL NUEVO ABOGADO Y EL DINERO

CAPÍTULO XIIEL NUEVO ABOGADO SU EJERCICIO PROFESIONAL E IDENTIDAD

CAPÍTULO XIIIEL VIEJO ABOGADO Y LA ABOGACÍA: NI SOMBRAS

CAPÍTULO XIVEL VIEJO ABOGADO JUEZ, MITO O REALIDAD

CAPÍTULO XVEL VIEJO ABOGADO JUEZ O EL SENTIMIENTO NORMATIVO

CAPÍTULO XVIEL VIEJO ABOGADO JUEZ DENTRO DEL IMPERIO NORMATIVO DE ESTADO

CAPÍTULO XVII¡EN LA LUCHA POR EL DERECHO O LA NADA!

CAPÍTULO XVIIIPRINCIPIOS DEL NUEVO ABOGADO

BIBLIOGRAFIA

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PROLOGO Antes de abordar, no me explico la razón de RODRIGO ARRUBLA CANO en designarme como el aperturador de la 2ª edición de su obra, corregida y aumentada “El Ocaso y Decadencia del Abogado” que viera luz en el año 2004. Tal vez, porque me ha distinguido con su sincera y cálida amistad de la cual me honro, desde la década de los años sesenta, en el febril de las luchas estudiantiles de esa época, cuando cursábamos el bachillerato en el Liceo Antioqueño de la U. de A, como en el trasegar en el camino difícil del derecho humanizado y ejercicio independiente, y el compartir un mismo ideario, en nuestra Corporación Colegio Nacional de Abogados “CONALBOS”, entidad que tuve el honor de presidir, hoy dignamente por él representada; seguramente otra persona mejor lo pudiera hacer, pero mal podría renunciar a tan dignificante encargo. La Obra de RODRIGO ARRUBLA CANO, a juzgar por la interesante bibliografía que la ha inspirado la ha encontrado envuelto en contradicciones que considera él hacerle modificaciones; sin embargo, su esfuerzo perfectible lo veo como un material llamado a servir a las nuevas generaciones como valiosa herramienta de discusión, con una proyección inusitada que despierta en las conciencias la necesidad de reflexión profunda, en cuanto sus escritos no tienen la pretensión de ser dogmas.

En este orden de ideas, el trabajo de RODRIGO ARRUBLA CANO me concita a expresarle sincera gratitud, porque el abogado necesita hacer una reingeniería alrededor de su función social, para que no siga siendo percibido en el imaginario colectivo como un personaje mercantilista, sospechoso de estar forjando sofismas para engañar y salirse con las suyas. Es muy triste, oír opiniones hirientes, como aquella

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que dice: “Los abogados en el sistema capitalista amasan el pan, para sus hijos, con lágrimas de viudas” o, aquella sentencia cargada de ironía “entre abogado te he de ver”.

El título “Ocaso y Decadencia del Abogado”, pareciera alimentado por la desesperanza, pero penetrado en las inquietudes efervescentes del autor, se percibe que su conciencia, se aferra generosamente a la espera de nuevas auroras.

No es usual que un prólogo pueda condensar el cúmulo de inquietudes que se contiene en el libro pero sí, al menos poder decir que su configuración como esfuerzo intelectual del autor nos lleva a concluir que RODRIGO ARRUBLA CANO, como jurista apoyado en el acervo espiritual y moral transmitido por la historia de dos milenios, clama por la formación integral que requieren los nuevos profesionales del derecho, ante las falencias que se observan en noveles togados, desprovistos de impregnación en filosofía, psicología, economía política, historia universal, sociología, antropología, entre otras disciplinas; hacer de la profesión un modus vivendi sin proyección humanística no hace honor ni dignifica.

Ha denunciado el autor la crítica situación del viejo abogado y enunciado, el perfil del nuevo. En su crítica tenaz, señala el pesimismo por la profesión que lo lleva a un estado de letargo por la falta de vivencias esenciales; la ausencia de altos valores entre los que destaca, la falta de solidaridad, de personalidad y voluntad para ejecutar las acciones, la identificación del humanismo con el humanitarismo, la ausencia de comportamientos con acciones que lo lleven a metas de superación, la indiferencia y desconocimiento del derecho internacional humanitario y apatía por lo derechos humanos, la ostentación de poder basado en falsas riquezas, la dicción al alcoholismo y juegos de azar, que lo llevan a su destrucción total, el falso espejismo en los avatares de la justicia, el culto a la norma como algo acabado exento de toda crítica, el manejo de los problemas de la profesión bajo la concepción de una moral hedonista que reduce la vida buena al placer o displacer de los sentidos, impregnada de un individualismo insolidario y consumista que ha convertido a las sociedades modernas en gigantescos agregados de personas aisladas y

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alienadas por una cultura de masas(incomunicación, dictadura de las modas, superficialidad, frivolidad, etc.),contrariando abiertamente la posición de una moral que culmine en principios universalistas de desarrollo moral, solidaridad, justicia social y procedimientos, no entendida la moral como una cuestión de deberes y derechos, sino mas bien, como tarea de toda una comunidad, esforzándose por desarrollar unas excelencias en todos sus miembros para alcanzar solidariamente una vida plena de sentido.

Infiérase del contenido de la obra que un ser humano solo llega a madurar como tal, cuando se identifica con una comunidad concreta, una familia, una vecindad, un colectivo profesional, una ciudad, una nación y porque solo puede adquirir su personalidad con la pertenencia a ella, y solo si desarrolla aquellas virtudes que la comunidad exige, virtudes que constituye la visión que la comunidad tiene respecto a las excelencias humanas.

Es discutible si el derecho es ciencia o arte, pero es inobjetable que el derecho es un producto de una clase política para defender privilegios leoninos de insignificantes minorías en los regímenes capitalistas, que ha permitido a un puñado de congéneres ambiciosos, ostentar el monopolio de más del 90% de la riqueza. Pero cuando el derecho sea el producto social de las mayorías, la redistribución de la riqueza empezaría a ser justa, siendo necesario el consejo de LAO TSE : “Lo que está arriba debe descender y lo que está abajo debe ascender para formar la llanura que se asemeja a la igualdad”.

Jorge Eliécer Gaitán quiso crear el poder popular para que la igualdad no fuera retórica ante la ley, sino ante la vida; esta propuesta a la restauración moral de la república le costó la vida, en la medida en que las oligarquías de Colombia no muy diferentes a las actuales, vieron sus privilegios amenazados y el imperio del norte entendió el peligro de perder una clase dirigente obediente y obsecuente para garantizar los altos estándares de vida en el imperio estadounidense, Imperio éste que proscribió nuestra cátedra bolivariana que enseñaba que el Libertador Simón Bolívar percibió las pérfidas intenciones cuando dijo:

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“Pareciera que la Providencia hubiera señalado a los Estados Unidos de América para colmar de oprobio y de miseria a los pueblos de América Latina en nombre de la libertad”.

Colombia se precia de tener notables juristas, pero sin aclarar que han sido, son y tal vez serán los cómplices de las injusticias sociales y de los privilegios de la clase dominante que hipócritamente se alzan sobre la ignorancia de sus electores populares, traicionados con habilidad mediática para justificar ladinamente el statu quo, es decir la injusticia social.

“El sueño de las escalinatas” del poeta Jorge Zalamea, forma parte de la bibliografía inspiradora de la obra de RODRIGO ARRUBLA CANO y sin lugar a dudas debió estremecer su conciencia y conmover su corazón, al descubrir que la sociedad es manipulada, engañada, anestesiada y castrada para impedirle el derecho a la condición humana digna; y qué decir, de la inspiración de Estanislao Zuleta, citado en la bibliografía, al igual de Carl Sagan, quienes guardadas proporciones fueron y son delatores de camelos para encender la luz de la razón.

Tal vez, la bibliografía tomada por RODRIGO ARRUBLA CANO pudo quedar incompleta al no reflexionar sobre el mensaje libertario y antitiránico de José Maria Vargas Vila, ciudadano del mundo casi olvidado cuando es un venero de inconformidad en sus obras políticas.

La obra de RODRIGO ARRUBLA CANO a no dudarlo es toda una llamada angustiosa, una caldera de reflexiones éticas para el abogado y un clamor de profundidad para que las facultades de derecho de ibero-luzo-américa forjen verdaderos luchadores sociales, creadores de conciencia para contribuir al mejor destino de nuestros pueblos, que independizados de la colonia española cayeron en las garras de una incipiente clase despótica que traicionó el pensamiento de Simón Bolívar, de Simón Rodríguez, de José Martí, Benito Juárez, de Eloy Alfaro, y tantos otros que soñaron, lucharon y murieron por la causa de la libertad, la dignidad, la igualdad y la justicia social cuyas enseñanzas es necesario reivindicarlas como un compromiso histórico de los pueblos y sus genuinos voceros.

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Cuando todo era de todos un ambicioso abusivo, se apropió de lo colectivo sin que fuere eliminado, se hirió de muerte el derecho social y se erigió el privilegio en un para-derecho o mejor un seudo-derecho, para desgracia de los seres humanos. La ambición y codicia ilimitada creó el derecho del monopolio y otras formas de exclusión. La espada legitimó los abusos, los bienes mitrados justificaron el atropello. Los abusadores psicólogos de la propaganda descubrieron que para impedir el ascenso de los pueblos existía la fórmula: “pan- circo y mito”, pero era circo y mito, más que pan.

Aunque son varios los temas que desarrolla la obra, todos tienen como hilo conductor el sello de su formación humanística, jurídica e intelectual de su autor que lo llevan a cuestionar y denunciar las falencias de todo orden que representa al que denomina el viejo abogado, polo opuesto a su formación integral y humanística que debe encarnar el nuevo abogado, para encarar los retos que demanda el aclimatamiento de la solidaridad y defensa de la justicia con equidad social en nuestros hermanos ibero-luxo-americanos.

Ya para finalizar y compartir plenamente lo expresado, El Instituto Internacional de Estudios Bolivarianos, presidido por el jurista colombiano de los Llanos Orientales, Dr. Oscar Augusto Beltrán Figueredo, me sorprendió con su opinión, al decir, que RODRIGO ARRUBLA CANO con su obra “El Ocaso y Decadencia del Abogado”, “estruja la conciencia de los togados y los llena de valor para abandonar la cobardía y replantear la trascendental función social del abogado humanista”.

Villavicencio-Puerta del Llano-Septiembre 30 de 2008.

GUSTAVO JARAMILLO ZULUAGA

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PREFACIO

“El libro debe pedir pluma, tinta y escritorio; pero generalmente son la pluma, la mesa y el escritorio lo que piden el libro. Por eso los libros de hoy son tan poco valiosos”

(F.Nietzche)

Publico la segunda edición de mi obra, la necesidad me obliga pues aún seguimos en la edad medieval de la profesión, estamos anclados a nuestra propia suerte, los enemigos de esta se campean en estrados y barandas de los palacios de justicia, siguen su tarea de aniquilarla, sus actos buscan despreciarla y encadenarla con la complicidad silenciosa del gremio que sigue aún acallado.

La colegiatura para abogados en Colombia es un medio a esta debemos nuestros compromiso, pero falta potencia e impulso vital, aún parece lejana, no hay solidaridad ni defensa de la profesión, los vientos que cruzan son huracanados y tormentosos. He corregido algunos conceptos no esenciales para mejor compresión de los expuesto y he adicionado un capitulo inicial denominado LA DECADENCIA EN EL ABOGADO SURAMERICANO intento así darle claridad sobre lo que constituye en nuestro sentir el contenido filosófico de mundo sobre la precaria y preocupante situación de la profesión, para presentar un sentido completo y mayúsculo al análisis y desarrollo del mensaje y lograr de esta forma una propuesta final sobre principios universales fundamentadores del ejercicio.

Con esta segunda edición pretendo dar un aliento, un impulso de vida a la profesión con el anhelo de ser escuchado, aún sigo escribiendo en el desierto y en la soledad, poco importa si un día muy cercano o lejano no interesa seré oído, los hombres postreros somos sabedores de nuestro destino y estamos sometidos a nuestras propias fuerzas, a quien mas le

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podemos clamar y reclamar sino a las generaciones futuras, de ellas depende seguir la profesión con vida o claudicar en medio de la humillación y el desprecio, mi obra es un anuncio, un grito en silencio lúgubre, el camino esta señalado, existirán hombres prestos a cruzarlo de eso no tengo la menor duda, pues de la destrucción y el aniquilamiento llegaran nuevas formas y esencias.

La profesión sigue postrada pero aún no claudica, y menos mientras existamos hombres prestos a la lucha por el derecho para seguir moviendo las velas en la mejor dirección, no de otra forma habrá horizontes y sentimientos de profesión e impulso.

Los fundamentos de mi obra siguen vigentes en Suramérica, pues he presentado mi teoría única del viejo y el nuevo abogado, absolutamente nadie ha escrito sobre esto, me he tomado el atrevimiento y riesgo de escribir lo que ningún otro abogado en la historia suramericana ha escrito, pues he desnudado tal como debe de ser a la profesión y he entrado en las ultimas fibras de su anatomía, para poder saber con determinación las causas de su decadencia y ocaso, no se si lo he logrado pero lo he hecho con la convicción absoluta de aportar una luz en el oscuro y tenebroso mundo que nos rodea de la profesión.

La vida es corta pero nos dará otra oportunidad de decir lo que aquí enuncio y denuncio, que mas podemos pedir los que clamamos por una nueva profesión sino seguir enjuiciando lo nuestro, los que la conocemos a profundidad en treinta años de ejercicio con un sentimiento esperanzador y profético.

Los principios sobre los cuales he trabajado son el fundamento esencial de toda universalidad y mi obra, estos los he determinado con un absoluto conocimiento de amor por mi profesión y el gremio, así he trazado hacía el futuro el perfil del nuevo abogado el necesario y único para el siglo XXI por lo menos para la existencia de la profesión en un camino de esperanza y poder de voluntad, ausente de decadencias y ocasos.

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Sobre quienes han leído mi obra puedo decir se han quedado meditabundos, iracundos y preocupados pues la han comprendido, otros no salen de su asombro pues no creen en lo escrito y ni siquiera se atreven a conceptuar, sus miradas son cautas, silenciosas, recelosas, inquietas y hasta delirantes, esto me satisface pues los hombres profundos y de espíritus insatisfechos sentimos todo leve movimiento en derredor nuestro sobre una idea expresada, es decir ante la inquietud y el deseo humano esto me es suficiente.

En cuanto el viejo abogado ni mi lee, ni me oye, a lo mejor no le existo, para el todo es igual y quiere desconocer el mundo vació en el cual vive con sus apariencias, mentiras y falsedades las que ha construido ilusoriamente por los tiempos; sabe que son su propia destrucción y decadencia, así que lo dicho en esta obra nada le interesa ni le preocupa todo lo contrario esta obra le muestra su adversidad y ocaso, por lo tanto el tiempo estará siempre de nuestro lado.

El resto lo dirá la historia. La vida me enseño a padecer y sobrevivir los oscuros letargos de la incertidumbre, a ella le entrego postrera mi obra que importa si el abogado no me interpreta hoy, todo en el mundo universal es amor y muerte. Mi obra es un presagio y solo así la entiendo en absoluta convicción.

Agradezco las esperanzadoras palabras de mi amigo el maestro Gustavo Jaramillo Zuluaga, se de su sinceridad, él como muy pocos me ha entendido, al menos me conoce, a lo mejor tantas admiraciones no merezco, pero su sinceridad y amistad es demasía, es un abogado profundo y certero, pues habla con el corazón y la razón como escasos hombres suelen hacerlo, a lo mejor cuarenta años de conocernos pueden ser el indicio de todo nuestro amor a la vida, merece mucho como amigo y persona, pero poco le he retribuido, tal vez mi obra le redima mi admiración, no se si sera suficiente, a lo mejor esperara más.

Medellín, Colombia, 6 de Octubre de 2008.

El autor.

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CAPITULO I

LA DECADENCIA EN EL ABOGADOSURAMERICANO

“Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud. Discípulos de tan perniciosos maestros, las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado, son los más destructores. Por el engaño se nos ha dominado mas que por la fuerza y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es instrumentos ciego de su propia destrucción: la ambición, la intriga abusan de la credulidad y la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil, adoptan como realidades las que son puras ilusiones, toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia…”

(Simón Bolívar, congreso de Angostura 1819)

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Origen histórico del abogado decadente en Suramérica

Dentro de la concepción de decadencia, el abogado suramericano presenta un contexto histórico dentro del cual ha constituido una forma de vivencia en el devenir de su ejercicio como exacta imagen expandida dentro de nuestros países con un perfil siniestro, dependiente, acabado; el dominio de la corona española por mas de trescientos años fue y ha sido un residuo y secuela definitivo para la estructura y fundamento sobre los cuales se edifico nuestra profesión, la conocida hasta nuestros días.

La presencia de la iglesia católica como elemento de la conquista y la colonia que en su momento histórico sirvió como forma de dominio y sometimiento de nuestros aborígenes americanos, no fue solo un medio accesorio de expresión del poder político del imperio español , sino una forma sólida y fortificada de la expresión ideológica con la cual se integró , expandió y ejecutó la dominación y aniquilamiento del aborigen mediante la esclavitud y la destrucción de la cultura indígena existente; fue así como en esta forma se imprimió en nuestro continente americano unos fundamentos políticos con esencia profunda de la religión católica, en consecuencia la educación y formación académica tuvo un origen primigenio de contenido clerical, derivado del poder papal desde la época medieval con una alianza intima entre este y el imperio español.

Fue así como las primeras universidades creadas en Suramérica tuvieron un origen de orden católico y apostólico , donde los estudios del derecho lo eran únicamente vinculados al derecho romano y canónico y donde la fundación, constitución y desarrollo de estas estaba en poder de la iglesia, así nacieron las universidades donde la primera facultad que se constituía era la de los estudios del derecho, aparecieron en esta forma los primeros abogados con un perfil académico de un profundo contenido religioso y medieval donde el idioma imperante era el latín, y donde existía un desconocimiento absoluto por las nuevas formas de políticas y filosóficas que venían rodeando el ámbito del derecho en Europa desde Montesquieu (1689-1755), Voltaire (1694-1778), Rosseau

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(1712-1778), Diderot (1713-1784); en estas universidades de las colonias españolas se dio origen al abogado en el denominado “Reino de la Nueva Granada” formándose en un medio de dominio en todas las esferas de la corona con un aire impregnado de oscurantismo y decadencia.

Los estudios del derecho en nuestra Suramérica se dieron en medio de un ocaso y pobreza ideológica, muy diferente a la revolución filosófica que en la misma época se venía sucediendo en Europa donde se ponía en tela de juicio el poder clerical y papal , por ende aparecían los nuevos conceptos políticos sobre los cuales se iría a formar el nuevo Estado, mientras en el “nuevo mundo” se debatía la existencia del alma en los aborígenes, en Europa se debatía el poder popular de las mayorías y los conceptos de democracia, justicia y libertad; veníamos en esta forma con un atraso académico y universal de trescientos años, consecuencia expresa y determinante de como los estudios del derecho en los dominios españoles de Suramérica eran un salón de guardería frente a las escuelas del derecho en Europa de los años 1600 – 1850, es decir el derecho nuestro se debatía entre los estudios de sacristía y casa cural.

Mientras las primeras universidades en Europa nacieron a principio del siglo XII, en los países suramericanos se dieron en el siglo XVI y XVII, es decir las facultades de jurisprudencia o derecho aparecen quinientos años después en las colonias españolas y portuguesas, con un criterio medieval, secular, monárquico y elitista, esto último se da como consecuencia de poder sólo educarse en estas las familias de abolengo, estirpe y sangre noble.

Bajo estos oscuros presupuestos específicos nació el viejo abogado en Suramérica el mismo que hoy conocemos.

El abogado decadente

En el hombre Suramericano encontramos en consecuencia el viejo abogado, el decadente no identificado por ilusorios conceptos, sino producto de un movimiento dialéctico integrado por formas y esencias

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acabadas, incipiente en sus determinaciones dado por su debilidad de cuna en el medio de una sociedad esclavista y colonialista, donde aparece el cansancio que recorre su mundo sin encontrar ningún ideal, ninguna meta que le parezca digna de movilizar sus energías. Querría la muerte pero esta demasiado cansado para morir, ...prefiere extinguirse pasivamente, apagarse serenamente, ...suavemente.

La decadencia del viejo abogado en su profesión se transforma en asco ante la falsedad y la mentira de toda la interpretación de su mundo y su historia, lo decisivo de este se da en la interpretación del mundo con unos rasgos de entrega, poco importancia por las cosas de su profesión como “nostalgia de la nada”, en consecuencia de su actividad profesional se desprende una autodestrucción , un volverse contra sí, creando un aliento de mediocridad, de mezquindad, de falta de sinceridad; así busca su propia justificación y en otros medios busca sus redentores, este comportamiento decadente se convierte en su falta de metas y de repuestas.

Los valores que adquirió el viejo abogado cuando ahora descubrimos que estos no tienen sentido, nos da ocasión de encontrar el origen mezquino de estos, resultando de una devaluación de su profesión, apareciendo sin impulso vital y hasta sin utilidad; luego la decadencia es el despilfarro de fuerzas, la inseguridad, la falta de oportunidad, la vergüenza de si mismo, siendo esta expresada en una desilusión sobre el devenir de la profesión y su metas.

Estos valores con los cuales ha andado el viejo abogado han sido para proyectar una imagen de su mundo en aras de una utilidad establecidas para su propio y personal dominio humano, pero proyectadas falsamente en la esencia de su ejercicio, y su ingenuidad se da cuando el piensa y se concibe como un todo con sentido, valor, poder, medida. Así se da la impotencia para establecerse como un hombre productivo con metas con las cuales podía ganar, crecer; su potencia de espíritu esta cansada, agotada y sus formas están faltas de crédito y se muestran inadecuadas y todo lo que le refresca, le cura pasa a otro plano bajo diferentes formas morales y políticas.

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OCASO Y DECADENCIA DEL ABOGADO

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Dentro de la decadencia del viejo abogado aparece el pesimismo por la profesión, falto de victorias, fortaleza y poder que le señale formas, no hay vivencias esenciales, se vive un estado de letargo, lentitud, alejando de principios y sentimientos altos, faltos de valor por su hacer y su devenir como la misma interpretación por la existencia humana. El pesimismo se extiende en el concepto mismo de su ejercicio, en el temor a todo, a una sentencia, un auto, una ley, una constitución, un concepto de gremio y asociación, no existe perfil por la unión y la solidaridad, pues se le teme al futuro y las nuevas cosas, se quiere y piensa respirar el mismo aire, con únicos pulmones y única forma de vida establecida y siempre el mismo negativo pensamiento sobre la profesión, no se aceptan variaciones, no se valoran proyectos.

La decadencia en la historia en el viejo abogado se ha dado como necesaria, pues aparece como cualquier surgimiento y avance de la vida, con elementos morbosos como la corrupción, la debilidad de la voluntad, la ausencia de placeres: “...consecuencias de la decadencia: el vicio: la viciosidad; la enfermedad: la diátesis epidérmica; el crimen: la criminalidad; el celibato: la esterilidad; el histerismo: la abulia; el alcoholismo: el pesimismo; el anarquismo: el libertinaje (también el espiritual), los calumniadores, los escépticos, los destructores…” (F. Nietzsche, La voluntad de poder, biblioteca Edaf, 2006)

Formas determinantes de decadencia del abogado suramericano

• La decadencia se expresa como la despersonalización y disgregación de la voluntad y debilidad de la personalidad, como el manejo de una “moral altruista” de piedad y caridad, pues no se determinan medios eficaces para concebir la solidaridad como elemento integrante de su ejercicio profesional.

• El decadente maneja conceptos débiles de la vida y los medios de defensa de esta, es pesimista, negativo, vengativo, rencoroso, compasivo, despreciador, amansado; no avanza, convive con la derrota y el pesimismo, confunde humanismo con humanitarismo,

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progreso con empequeñecimiento y domesticación; se hace sospechoso del esplendor de la profesión, de la riqueza, el orgullo, la estimación, el conocimiento y todo lo que integra las metas culturales de lo nuevo y transformador de esta.

• La decadencia configura en el un anhelo y una forma de vida donde no sufra, considerando la vida como motivo de todos los males y mirando esta como un castigo aquí en la tierra, como una modestia, candidez, tolerancia, sumisión, estrechez de conciencia, forma de consumirse y un padecer eterno; por lo que suprime las mas légitimas aspiraciones del hombre, su poder y progreso.

• La decadencia en el viejo abogado es la falta de reacciones, su renuncia a la acción, a la forma de pensar que lo lleva a no hacer nada, es un conservador de formas y medios, destructor de instintos nobles y fuertes.

• Su personalidad es una especie de autodestrucción, se daña así mismo, no crea, su instinto de conservación es comprometido consigo mismo; le falta fe, plenitud, goce, embellecimiento, conocimiento, confianza, convicción, desarrollo y gratitud con la vida y su profesión, con las aspiraciones políticas y sociales.

• El decadente maneja medios y practicas de impasibilidad, sus instintos lo llevan a una nula producción de vida, se considera más útil así mismo cuanto más se impide actuar. Es débil de voluntad, le falta precisión y claridad de rumbo, posee multiplicidad de instintos y disgregación de estos, por esto no coordina metas necesarias para la vida y se mantiene desubicado como profesional.

• Emplea la resignación y la cobardía ante el peligro en su ejercicio profesional, pues se considera impotente para defenderla y defenderse a si mismo. Su debilidad lo lleva a la negación de la vida, a la humillación, a la repugnancia, a la vergüenza; aparece la renuncia a la resistencia, piensa y desea un descanso ilusorio de su fuerza y potencia, llegando a estados de angustia y soledad.

viejo abogado

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•decadencia, se empequeñece y se estropea las cosas, se empobrece los valores, se es nocivo para el gremio y sus reivindicaciones, pues se es confuso y corto de sentido asociativo porque en el fondo el ser humano decadente conserva un instinto de egoísmo y utilitarismo que es nefasto para al existencia de la profesión.

• En ocasiones aparece la decadencia en la profesión como formas de presentar perfiles de poder, aparece así el fanático, el poseído, el excéntrico, el leguleyo, el pleitómano, el chupatintas, el manipulador de leyes y constituciones, el redentor jurista y lunático normativo, y hasta el místico bíblico.

• Aparece la decadencia en la profesión como la falsa riqueza de poder, como degeneración típica del espíritu dado como intento de buscar una clase superior de existencia; trata de hacerse más terrible, más sabio, provocador, enigmático, analítico, aparenta un estado de plenitud vital desmedido y desconoce su propio estado de decaimiento y cansancio.

• Posee una educación contaminante, egresa de la universidad con espíritu de sobrades y facilísmo, propio de la juventud suramericana, contagiado del ambiente de vanidad y ansias de dinero y medios de acumular riqueza, cadenas que no lo dejan entrar con libertad e independencia al mundo de la profesión y sobre las cuales es incapaz de romperlas en su ejercicio, es decir muere con estas.

• Los vicios como el alcoholismo y el juego lo toman como su fuente de placer, no como instinto sino como hábito, lo llevan a una excitación y sobreexcitación profesional, dueño de mundos y cosas vanas, llegando lentamente aun declive personal, profesional y social.

• Vive el viejo abogado como fuente de su decadencia de las apariencias vanas e ilusorias, tiende sobre si mismo y sus clientes una galaxia de

El agotamiento en la profesión y en la vida son producto de la

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esperanza y garantías en autos y sentencias provocadoras que enmarcan falsos sueños, engaños y desengaños, dada su mediocridad para comprender lo que es la realidad del poder político de la administración de justicia.

• Conserva un espíritu normativo que lo lleva a delegar y renunciar a su propia voluntad, así se aliena y queda inmerso en sus redes, sólo acepta la “teoría pura del derecho” y la “critica de la razón pura” como esencia de su mundo, la norma y su propia razón es su dios, fuera de esta nada existe.

• La decadencia se expresa en el viejo abogado cuando no entiende, ni

acepta colegiaturas, pues su audacia, ambiciones y sagacidad desmedidas lo oponen a agremiarse, sabe que su egoísmo se desmoronaría y su precario conocimiento de compromiso por la profesión lo someterían a tender otro sentido sobre su ejercicio, la sociedad y la vida, asunto que no le interesa y desprecia.

• Al decadente le encanta el aburrimiento, el placer por las cosas vanas, el ser agorero, siente un asco profundo por lo que no le compete en su íntimo sentimiento egocéntrico de la vida, le fastidia el mundo que no sea su mundo, le corroe la envidia en su venas como forma de expresar su incapacidad e ineptitud de su profesión con sus colegas y su íntimo amor de ser.

• Posee un profundo instinto de rebaño como autoafirmación de lo decadente de su espíritu, todo lo que lo corrompe y lo pone débil y enfermizo es para el viejo abogado una virtud personal y profesional; toma la existencia de la vida tal como le aparece, simplista, fatalista, sin sentido ni finalidad; como es dependiente y débil no se impulsa ha aprobar triunfalmente cada instante de la existencia universal.

• Se identifica la decadencia en el viejo abogado con una voluntad de autodestrucción, una “voluntad de la nada” como diría Nietzsche, por lo que en el fondo intimo de su ser le corroe una fuente de compasión e impotencia que lo lleva al desprecio, al odio, a la

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humillación, a la entrega, al envenenamiento y embriaguez; como si toda existencia perdiera su sentido, dado como cansancio personal y profesional; le teme a la desgracia, a la fuerza y potencia de lo nuevo en la profesión y la vida, es decir vive como su verdugo propio en un oscurantismo e incertidumbre.

• Reduce los problemas de la profesión a cuestiones de placer y displacer, sus anhelos son contrarios a los fines profundos de la profesión, por eso sus instintos de protección y defensa sobre esta no le funcionan, busca siempre para sí un equilibrio y una frialdad sistemática ; desea mas ser un intermediario y un comerciante de la profesión con un sentido voraz, charlatán, curandero, mago, tiznado, moneda falsa y pegajoso de la vida y del vivir al día; en el fondo son grandes calumniadores y “corruptores de la voluntad”, “sospechosos de la vida” quienes desean vengarse de la profesión y sus colegas.

• Le asiste una escasez de formas y sentido de profesión, falta de creación, concepción, incidente, importancia, acontecimiento, falto de plan de vida, productividad, metas, surcos, atrevimiento y fortaleza humana; en ultima instancia ausencia de inspiración y convicción de vida para enfrentar los tiempos modernos de la degeneración de la existencia humana en el planeta, es decir no esta preparado para abordar el sigloXXI.

• Poseer un desconocimiento, rechazo, desinterés, apatía ante los derechos humanos, el derecho internacional humanitario y los tratados internacionales y la ignorancia sobre estas materias es una forma de decadencia; la expresión de voluntad del viejo abogado lo lleva a determinar que su razón de ejercer la profesión se da sólo en la existencia exclusiva de las normas de los Estados contemporáneo en la constitución y la ley , cualquier otra forma la considera como una arbitrariedad y tiranía ajena al derecho; predica que la administración de justicia no puede ocuparse de estos menesteres propios de asuntos extraños a su reducida y minúscula interpretación del derecho y la vida tal como la entiende, la concibe y la desprecia.

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• Es un hombre limitado y medido por sus propias fuerzas, no comprende fuera de si otros mundos, sus sentimientos están sometidos y calculados, se presenta muy precario de entendimiento y dimensión personal, con conceptos efímeros sobre la vida, con pasiones oscuras, muy poco de libertad y mucho de esclavitud.

La decadencia en el abogado suramericano es un desafuero contra la cultura y la civilización nuestra, sus negaciones y afirmaciones contra el hombre se constituyen en un atentado contra las legitima aspiraciones del hombre, con esta se ha perdido la confianza, la tolerancia, la candidez, el amor a los semejantes, la paciencia por lo noble, el sentimiento de lo nuestro como origen propio, el conocimiento de metas y sentimientos de libertad, el progreso humano.

¿Que es lo grave de la decadencia?, el disfraz usado para el engaño, el aprovechamiento de las etapas de la vida, la estrechez de conciencia, su dependencia intima con la supresión de metas, el veneno y la enfermedad en favor de los instintos de desprecio y asco por la vida, hasta llevarla a extremos de lo horrible, en la aniquilación y mediocridad que somete al hombre. Todo lo decadente conlleva la fatalidad de los hombres, su pesimismo, la carencia de fuentes, profundidad, energía, sabiduría, conocimiento, independencia, autenticidad, creatividad, credibilidad y seguridad.

El abogado suramericano sufre de esta peste histórica de los pueblos dóciles, resignados y piadosos llamada decadencia, aquí se encuentra el viejo abogado despojando de su personalidad, tomando formas superficiales, débiles y conformistas, como “…un acontecimiento sin plan, sin razón, sin voluntad, sin conciencia, la peor necesidad, la necesidad mas estúpida…” (F. Nietzsche, La voluntad de poder)

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CAPÍTULO II

CONCEPCIÓN DEL VIEJO ABOGADO

"La frivolidad y el tedio que se apoderan de lo existente y el vago presentimiento de lo desconocido son signos premonitorios de que algo otro se avecina. Estos paulatinos desprendimientos, que no alteran la fisonomía del todo, se ven bruscamente ininterrumpidos por la aurora que de pronto ilumina como un rayo la imagen del mundo nuevo"

(G.W.F.Hegel).

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¿Qué es ser abogado? ¿Un título, una denominación universitaria, un reconocimiento, un mandatario, una mediocridad, una decadencia, un mérito, un indefinible? ¿O tantas cosas que aún no han sido reveladas, otras metas desconocidas, otras formas de vida y fracasos históricos, algunos horizontes? O conceptos imprecisos de orden académico y legal.

Decir con sentido crítico y firme que aún no hemos históricamente podido concebir, comprender, definir el concepto de abogado, nos posibilita una tarea para ir entendiendo una idea de por sí incierta, cruel, llena de sinsabores, preocupaciones y desdichas de lo que hoy entendemos como abogado; todo sin ocultar el más mínimo átomo de su completo y acabado mundo, entrando y socavando en sus profundidades, en lo más íntimamente posible de su fondo, allí donde encontraremos un suelo duro, muy duro y hondo, después de largamente auscultar, adentrándonos en sus últimas fibras, pasando por sus moléculas, y logrando encontrar sus formas, esencia, sustancia, savia, último sentido, postrer sentido de vida, universo, misterio, hasta el “reino de la oscuridad”

Qué otro método podríamos definir para llegar a su naturaleza caminos y realidades, sino la de hacer una disección minuciosa, cuidadosa, severa, certera, muy precisa, empleando los caminos más dialécticos posibles, más exactos, con un sentido histórico y sentimiento de humanidad, con convencimiento absoluto que al buscar logremos encontrar sin puerilidades, ni compasiones farisaicas o diabólicas un claro y desbordado panorama de un ser humano al cual se le ha designado por miles de causas y circunstancias su identificación con una palabra simplista y sombría : abogado.

Desde el origen en el aparecimiento del primer abogado en nuestro planeta del cual la historia nunca lo ha exhibido ni dado ha conocer, hasta el último del último minuto del hoy sobre miles y miles de hombres que por una u otra forma, en más de las veces con o sin justificación alguna han sido togados con esta designación, digo desde el más infeliz e

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inepto de los abogados, hasta el hombre más superior de todos ellos, han cruzado por espacios y tiempos contaminados de sangre y crueldad, unas participando, otras increpando, objetando o silenciando.

No necesariamente cada uno de nosotros, cada abogado de los miles han por virtud de su misma vida tenido que soportar y enfrentar con su propio cuerpo y espíritu el látigo, la lapidación de las batallas que de una u otra manera cada mundo, este mundo ha ofrecido o presentado en el ordinario y común desempeño de hombres con esta profesión, digo no todos han con sentido de inteligencia, con una marcada y ceñida concepción de espíritu de libertad, entendido y sentido su misión de lucha, poder y compromiso en este efímero y circunstancial mundo nuestro, el propio, del ayer, del hoy.

El abogado del pasado y del hoy se precisa definirlo en sus metas según el resultado obtenido y producido con sus obras realizadas a través de los tiempos, y lo conocemos por los terrenos andados y sus pequeños subterráneos, su mundo mundano y sus sinsabores, y no habrá otra forma de definirlo diferente si somos sinceros, si somos hombres de conciencia libre, de convicciones absolutas con sentido de humanidad, sin la necesidad de ocultar hechos, esconder páginas, extraviar libros, tapar con un dedo el sol, sin permitir la mentira y el engaño al cual estamos permanentemente expuestos; para evitar el sentido de hipocresía y falsedad mostrando un perfil diferente , desconocido e incierto, en mas de las veces con el engaño de buscar exhibir un falso contenido de hombre bueno, redentor, moralista, laborioso, jurista, elocuente, normativo, constructor de enciclopedias y legislaciones y defensor de toda clase de Estados.

En este punto necesitamos frialdad, sinceridad, objetividad para definirnos, para saber a conciencia nuestro espantoso pasado, nuestra superficialidad como viejos abogados cuyas características nos han llevado a un mundo de inferioridad, agonía, sumisión e impotencia; toda concepción objetiva exige sinceridad, desconfianza, riesgo , alejamiento de temores, y engaños; decía Nietzsche, “...la cobardía es la mayor dispensadora de limosnas”

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El hoy en Sudamérica, dice como con desdén y frivolidad el incierto lugar al cual hemos sido relegados en la historia y hemos caído a lo profundo, somos apéndice de un largo documento histórico que la humanidad ha escrito en millones de páginas, donde el viejo abogado aparece incierto, cómplice, perdido, relegado, a veces oculto entre las sombras del poder, jugando a las cartas, con una inocencia de cura veredal, sin fuerza espiritual, con un sentido patriotero, desdibujado, experto en falacias normativas, con una imaginación de carcelero y verdugo, sin principios sobre los cuales haya erigido su profesión, entregado a las miserias de los poderosos, suplicando e implorando siempre justicia y libertad sobre sus propias cenizas, haciendo parte pasiva de la masa, sin definición, reacción, rebeldía, impulso vital, incierto y en desacierto.

Después de un largo pasado no existe etapa de la historia de la humanidad donde el viejo abogado no haya sucumbido ante la fuerza arrasadora de las transformaciones y las luchas del hombre por buscar su libertad y sus derechos; inclusive pareciera no aceptar la historia por temor a lo nuevo, a lo desconocido, a otros compromisos, otros aires con oxígeno diferente, pareciera que su ancla se solidificó, y aún sigue navegando con sus primeros y rudimentarios remos, no avanza, no se impulsa , su barca ha naufragado, a veces le divierten las miserias humanas, lo ponen simpático y de buen ambiente, pareciera la crueldad no incumbirle, pareciera gozar de ella, mostrándose como su cómplice o aliado. Que otra cara de virgen engañada puede mostrar el viejo abogado sino aquella ruidosa, incolora, dócil, obediente, disciplinada, amansada, acorderada, puesta al “servicio de los hombres y la administración de justicia”; sino fuera así cómo aparece hoy el viejo abogado en un ocaso, un letargo, una oscuridad, un estancamiento ¿dónde está la profesión dominante, fortificada, independiente, avasalladora, exigente, preponderante, guía, tormentosa, delirante, luminosa, creativa como la interpretaron los primeros hombres en Roma y Grecia quienes dieron origen primigenio al ejercicio de abogar y representar?.

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Cuál herencia hemos recibido después de los tiempos, sino esa concepción de hombre-masa que llamaba Ortega y Gasset, dispuesto a fingir, al engaño, al autovalorarse como fuerte, que sólo posee apetitos y ambiciones y no cree en sus obligaciones ni en los derechos ajenos, decía, “...el hombre sin nobleza, fauna del hombre experimental, con un universal esnobismo... es incapaz de entender que hay misiones particulares y especiales mensajes...”(La Rebelión de las Masas).

Esta herencia adquirida sin beneficio de inventario y con un pasivo liquidatorio, ha llegado a nuestros días para engrosar nuestro nefasto patrimonio intelectual y profesional, dejando tras de sí una estela de desconcierto, incertidumbre, añagaza, ardid, del cual no sólo somos víctimas, sino igual poseedores, protectores y encubridores; somos nosotros los únicos sobre los cuales recae toda responsabilidad histórica profesional y personal de seguir bajo estos parámetros de equivocaciones sobre los cuales se alimenta , bebe y se trasnocha el viejo abogado el del ayer... de hoy.

Aquí sabios y profanos, amos y esclavos, patricios y plebeyos, carneros y ovejas somos los responsables ante el mundo de la actual crisis de la profesión, todo como en materia penal con un grado de responsabilidad definida, la cual hay que distribuir equitativamente dando más de ésta al Estado medioeval y luego al Estado contemporáneo, fueron estos quienes empezaron a prender la hoguera inquisitorial que diera lugar a volver cenizas nuestra profesión, pasando hoy por las universidades, centros educativos y todo tipo de educación académica para graduar abogados a montones, donde la cantidad y utilitarismo económico está por encima, donde se confunde la teoría política con las normas constitucionales, juez con administración de justicia, ejercicio con litigio, abogado con abogacía, leyes con derecho, humanismo con humanitarismo, donde no se ha determinado ni definido sobre cuáles principios se erige la profesión; no se entiende de metas, caminos, ni surcos, simplemente se han confundido títulos profesionales y graduados con togados, simples abogados con creadores de derecho.

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Precisando sólo con la concepción de lo conocido como el abogado de hoy, requerimos de ir cimentando una idea que sea el centro de gravedad, el núcleo único que nos manifieste en todos los cielos y firmamento a la luz de la completa historia de los hombres, página por página, letra por letra su razón de existir, su sincera y diáfana forma de convencer al mismo abogado, al mismo hombre de su absoluta y total necesidad de existir; en este sentido se requiere de una definición evidente, fecunda, febril, bien firme, donde se debe tomar con fuerza rompedora y edificadora la idea del nuevo abogado para ir formulando conceptos, propuestas y determinaciones en su razón y sentido de vivir como profesión, como respuesta esperanzadora, como solución, con rupturas de ocasos y decadencias.

El abogado del ayer el viejo abogado el mismo el cual conocemos y hemos visto transitar en las diferentes etapas del Estado (muy especialmente en Suramérica), el que ha por encima de esclavitudes, desigualdades y guerras permanecido inmutable, dócil, humilde, apacible, sin sufrir ninguna transformación, ninguna mutación esencial; ese abogado de quietud, de mil formas, colores y olores, es el hombre enjaulado en la norma jurídica , enlodado, amansado, químicamente convertido en una sustancia soluble, de fácil digestión y absorción, por decir lo menos presa predilecta de los poderosos para satisfacer las ambiciones, sus propios egoísmos y bajos sentimientos de poder.

Este el viejo abogado del hoy amalgamado, con dimensión limitada, cansado, ejecutoriado, ya enfermizo, sombrío, muy preciso para la fidelidad y fatalidad, con una timidez de doncella y un movimiento lento de quelonio, muy apto para los esfuerzos de animal doméstico, el trabajo duro y las cadenas, es el mismo cuya aceptación, presencia y uso se fue dando desde su aparición en los primeros cimientos de Estado; fue quien prendió fuego en los palacios, encendió hogueras, creó normas e injustas legislaciones, montó tribunales y cenáculos, al igual con espíritu de innovador y constructor formó verdugos, elaboró castigos, yugos, galeras, mazmorras y guillotinas, todo en nombre primero de sus propios dioses y luego por autoridad legítima de las repúblicas y gobiernos.

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Pero que más se puede exigir a una barco sin brújula, cuál razón, idea, principio, podría direccionar tan admirados y respetuosos “abogados” si igualmente su tranquilidad, sosiego, interés, goce y alaridos de guerra, han sido su propio idioma, dialecto y corazón, por encima de cualquier otro sentimiento de libertad, de autonomía, de definición de hombres ante su mismo egoísmo, utilitarismo y decadencia, por ello han estado siempre prestos a servir, facilitar, coadyuvar y sucumbir, diría Nietzsche como “populacho escandaloso y rapaz”

¿Acaso nuestro viejo abogado del pasado y del hoy en algún momento de su fecunda vida llegó en medio de la soledad y la tenebrosa lucha a alguna cumbre lejana y allí así fuera postreramente, en medio de vientos helados (como Bolívar en el monte Sacro), clamar a todo pulmón y jurar en nombre de la libertad y la justicia luchar hasta la muerte contra los invasores y la esclavitud por la libertad e independencia? No ha sido todo lo contrario, un fiel y manso hombre al servicio de la aniquilación, la degradación y su misma muerte; no habrá este viejo abogado encontrado aún el espejo para mirarse y mostrarse así mismo desnudo, con sus músculos descubiertos y flácidos, su cara de oveja y mirada virginal, para sentirse en un mundo diferente al cual debe un camino por trazar, una estrella por alcanzar, con un fuerte suspiro de libertad, de sentimiento humanista para empezar a transformarse, a darse cumplimiento con sus propias formas y sentimientos, para darse su propia identificación y credibilidad.

Acaso el viejo abogado , el del ayer y hoy no ha tenido tiempo de pensar o razonar que el mundo se le nubla, se le borra y se le desaparece ante sus propia mirada cómplice y que su quietud, tolerancia, desinterés lo llevan a su propia y amarga ruina.

De cuál concepción de la vida el viejo abogado bebió sus aguas e hizo uso para llegar donde hoy se encuentra postrado pastando, rumiando su propia profesión, muy cerca del olvido y lejos de las metas, a donde acudió para no encontrase a sí mismo, cual túnel cavó que no pudo ver su luz, a cual cielo guió su telescopio que aún no puede encontrar su estrella, cuáles vientos movieron sus ideales que aún no lo afirman,

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sobre cuál terreno sembró que no vio sus frutos, será necesario seguir el curso de los tiempos y esperar pacientemente como cocodrilo en su ciénaga para ver un movimiento así leve que lo guié en un momento oportuno, de luminosidad, inspiración, de talento, de un big bang que lo fecunde, lo colapse, lo lleve a su definitiva y sincera conmiseración humana para que mediante una acción de espíritu y voluntad entienda, comprenda y tome leve conciencia de su triste y lúgubre pasado e incierto futuro.

¿Habrá necesidad de un diluvio, un meteorito, un choque interplanetario, una bomba de nitrógeno para lograr posibilitarlo y catapultarlo dentro de un concepto nuevo, diferente, original, creador, constructor?, ¿Podrá afirmar otros caminos posibles, donde su vida y profesión puedan transitar libres de yugos, cadenas y grillos? Esta mala hierba multicolor que es el viejo abogado, estéril de formas y sonidos se seguirá esparciendo sino acuden los nuevos abogados a tomar presencia viva, estos espíritus mezquinos seguirán radiantes ante la mirada cómplice de los hombres a quienes mantienen bajo el yugo del engaño y el temor.

El camino se extravió o mejor, no hay camino, llegamos a un sendero cenagoso, fangoso, movedizo, incierto, lleno de cenizas, sobre el cual hay que edificar y volver a construir con cimientos nuevos, taladrando duro para encontrar terrenos firmes, muy estables, para construir con suficiencia y sentimiento de vida una nueva profesión, un nuevo abogado, el necesario, el del mañana.

O será que aún no hemos podido aceptar el derrumbe de los edificios, palacios, pirámides y represas montadas ilusoriamente sobre nuestra profesión por los falsos ídolos y dioses quienes han aparecido como jurisconsultos, mesías, enviados y salvadores; no serán todos ellos responsables de este precipicio, de este laberinto ¿ Por qué construyeron en falso? !¿Cómo es posible que todo amenace ruina?, ¿Cómo es posible encontrarnos entre escombros, si creyeron haber edificado “…con materiales más duraderos que el bronce?”, como diría F. Niestzche.

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Todo pareciera que nos olvidamos de enjuiciar, de cuestionar, objetar, indagar, de someter todo a la duda, a un investigar lo nuestro con criterio serio y de fondo. "...Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar es un idiota; quien no osa pensar... es un cobarde" decía, F. Bacón.

Hoy los que aún creemos en el ser humano y su propia libertad sin mediocridad , ni con la conciencia falaz del hombre de rebaño, sino del ser capaz de crear cimientos de vida como único camino de dar principio a las formas y líneas para esculpir y tallar una nueva figura, escribir una nueva obra de los tiempos, componer una sinfonía con allegretto y andantte virtuoso, una nueva melodía de amor, una opera sin final dramático, un nuevo abogado el para siempre, único, superior, capaz de sobrevivir a todos los avatares de los tiempos con su propia fuerza y convicción, el capaz de enfrentar a todos las pasiones salvajes del hombre y sus propios sentimientos esclavistas, el creador de sus principios sobre los cuales trace su sendero de vida, aquel que intérprete con ingenio la equidad y el equilibrio entre los derechos y las obligaciones de los hombres, aquel cuyo sentido de existencia debe ser el mayor de sus deseos, pero siempre encausado e investido por su misma naturaleza humana con la pretensión de buscar un poder de vida, espíritu, supresión y ruptura; pues sólo así será posible entender la profesión, nuestro mundo, el mundo del mundo alejando de todo desprecio y mezquindad.

Habrá otras cosas ocultas en el viejo abogado para contarnos que aún no hayamos conocido, tendrá otros laberintos y cuevas donde nuestro conocimiento no ha podido llegar, será que aún guarda secretos ocultos en lo más hondo de su mundo, y aún las páginas de la historia no han podido divulgar, seguiremos esperando conocer su naturaleza humana para saber si es capaz de transformarse así mismo, (acaso no lo conocemos lo suficiente) con un método de autodestrucción, disecación y momificación propios, será capaz de hacer su propia mortaja, para mostrarse así mismo el sentido de su inocencia y absolución, podrá darse su sacramento final o aún le faltarán fuerzas

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para de su lecho enfermizo y muerte manifestar un grito de batalla sobre el cual el eco de su voz resuene y sacude a los cuatro vientos para decir ¡ necesito otra vida, otro mundo!

Será que dentro de un sincero “examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de enmienda y satisfacción de boca”, llegará el momento de reconocer sus propios errores, tener la capacidad, la sinceridad y la fuerza de desandar lo andado, de romper con el pasado, sus flaquezas, sus debilidades, sus entregas, sus fidelidades e infidelidades ocultas y trágicas.

! Será posible lo imposible! Todo bajo este oscuro y lacerado cielo del hoy. Para al fin gritar como hombre libres de yugos y cadenas, con inspirado acento y espíritu sincero:

¡El viejo abogado ha muerto! ¡Viva el nuevo abogado!

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CAPÍTULO III

EL VIEJO ABOGADO O EL DESPRECIO POR SÍ MISMO Y POR LA PROFESIÓN

“Solo quiero ahora la palabra viva e hiriente que, como piedra de honda, henda los pechos y como el vahoroso acero desvainado sepa hallar el camino de la sangre. Solo quiero el grito que destroce la garganta, deje en el paladar sabor de entraña y calcine los labios profirientes. Solo quiero el lenguaje del que se hace uso en las escalinatas”

(Jorge Zalamea, El sueño de las escalinatas).

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La condición humana proyecta en el espíritu del hombre diversas formas de determinación en la vida gracias a su misma naturaleza, así puede producir hombres fuertes, sanos, aptos para la lid de la vida, preparados para afrontar las duras contiendas y los desafíos, resueltos a ser originales, sembradores de semillas, buscadores de metas, conocedores a profundidad de los sentimientos humanos, preparados para edificar, asistidos por la voluntad y conocimiento, desconocedores de la ineptitud, la debilidad, la compasión, la humillación y el fastidio por lo nuestro, alejados en el desprecio a la vida.

Pero al igual entre los hombres como se da con el viejo abogado, aparecen y pululan abogados con los síntomas de un aire enfermizo que va cocinando un cuerpo rico en aptitudes nefastas para la profesión y se va convirtiendo en un enemigo de ésta misma no por el miedo que pueden engendrar, pues crean un germen que fortifica al otro, sino por los resultados fatales que produce en el gremio como un protuberante asco y compasión; quienes tenemos una percepción fina de los olores penetrantes que rondan en las escalas y estrados judiciales de nuestra vida colombiana, verificamos esos aires enrarecidos que se van mezclando con los tóxicos de los demás países suramericanos, y podemos comprobar ese olor hospitalario de hombres impotentes, lisiados, vencidos, fracasados, postrados, pleitómanos, siendo éstos quienes más envenenan la vida de la administración de justicia y del gremio, son quienes más producen desengaños, pérdida de la fe en la profesión, en el hombre, en ellos mismos.

Cómo alejarnos de esa aptitud decadente, de esa mirada vergonzante, vidriosa, melancólica, engendrada por siglos en gran parte del viejo abogado, de ese comportamiento trágico, egoísta, de esa manifestación del yo por el yo, sobre y por encima de lo divino y lo humano, cómo lograr escapar de ese lodo del autodesprecio donde crecen todo tipo de hierbas y cizañas ponzoñosas, hirientes, putrefactas y ocultas. Esta forma de vida que camina el viejo abogado bullen y hacen causa todas las formas de sentimientos de odios y rencor, todo es un oxígeno impregnado de conjuras, intrigas, maniobras y toda clase de componendas contra la profesión y contra el sentido nuevo y nuestro de ejercerla y defenderla.

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Estos métodos y engendros creados en la conciencia torcida del viejo abogado por centenares de años se debaten y procrean malévolamente toda clase de medios destructores, haciendo uso de una elocuencia en sus escritos, en su discurso, con un arte enfermizo de difamación y convencimiento, exhibiendo artimañas de melosidad, humildad, santidad y motivando e “…impulsando toda cosa vana que desdice y daña al hombre” como dijo el poeta Jorge Zalamea (obra citada).

Hacia dónde apuntala tanto derroche de sabiduría veredal el viejo abogado, tanto sofisma junto por mostrar y exhibir, ¿Qué se hacina en el fondo de toda esta oscura conciencia y espíritu decadente hecho para el engaño y el subterfugio? todo con una máscara, un disfraz, un sentido del componer para disolver, del hacer para aniquilar, del envolver y volver a desenvolver, que se viene ocultando durante siglos en esas formas de proceder, ¿acaso no será para legitimarse en una falsa justicia, libertad, derechos fundamentales, conocimiento e interpretación del sentido de vida? Cómo derrocha el viejo abogado tanta habilidad para convencer, cómo distorsiona los sonidos, cómo hace variar la dirección de los vientos, cómo modifica el calendario, ¡cómo caminan entre postgrados, maestrías y especializaciones sobre cremación e inhumación!

Pero no hay ninguna otra explicación a sus avatares y avaricias, sino la apropiación y expropiación de los principios y las virtudes de los hombres, pues se ha hecho llamar siempre el viejo abogado como el hombre bueno, justo y veraz que no puede engañarse ni engañarnos, anda fundido y entronizado hasta la médula de sus huesos en el ambiente de la administración de justicia, confunden vicios con obras, principios con pasiones, providencias con arbitrariedad; como se muestran ansiosos por ser los hombres de poder, se consideran atletas del espíritu , con dominio, dueños de yugos y cadenas, muchos vengativos, con la palabra justicia en la saliva, dispuestos a escupirla cuando en el camino se les atraviese cualquier abogado al cual pretender dominar; no falta allí en estos enfermos espirituales, el intrigante, el mentiroso, el vanidoso, el calamitoso, el promesero, el pleitómano, el politiquero, el electorero, el rezandero, hay en éstos inclusive unos ídolos “curanderos del alma” quienes dicen representar las últimas doctrinas jurídicas y otras florituras

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extranjeras y sobrehumanas llegadas de sistemas solares desconocidos, en este sentido afirman haber encontrado el último descubrimiento del genoma judicial y su decodificación probatoria, todo según dicen estos mismos para “el bienestar de la humanidad y la dulce posteridad de los tiempos”.

Estos defensores de guerras y destrucciones enemigos de la paz y la justicia social en Suramérica, como llegar a evadir estos espíritus enfermizos que buscan tiranizar a los nuevos abogados capaces de desenterrar lo enterrado, famélicos jurídicos por infortunio de la vida, ávidos de maldad y concupiscencia, fornificadores de pleitos, enemigos de colegiaturas, esparcidores de venenos inoculados en dosis de inmoralidad e insolidaridad, enemigos del gremio, de su misma profesión, de la administración de justicia, derrochadores del asco y el fastidio a los cuales les da por incursionar en aulas universitarias - según dicen le asiste tal derecho- para titularse como abogados, nacidos en familias, comunidades y sociedades tanto de oro como de madera, dispuestos a lanzar alaridos y gestos compasivos, empleando en su escritos insulsos una mordacidad y un encanto sacrosanto por la poesía, por el falso derecho, por el hombre, por dioses desconocidos; pero en el fondo sus sentimientos falaces corren como linfa hipócrita el vil desencanto de sus sinsabores trágicos , desesperantes, decadentes.

No existe otra forma sino alejarnos de éstos, como un sagrado derecho que nos circunda a los nuevos abogados y se ratifica frente a esta sanguijuela procreada e incubada en la historia de los abogados del planeta como desafortunada herencia sin beneficio de inventario de nuestros antepasados los vendedores de códigos y legislaciones, compradores de pleitos y sentencias, los amigos acérrimos de toda mendicidad, mendacidad y miseria en el derecho.

Estos personajes paridos de hace varios siglos atrás, son hijos extramatrimoniales adoptivos y herederos de primer orden en los tiempos de hoy, que nadan en las aguas heladas identificados como viejos abogados, con una mentalidad fría y calculadora, resentidos, vengadores, insaciables, son aquellos que hacen hasta lo imposible para llegar a los

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abogados satisfechos, serios, nobles, inteligentes, defensores de su profesión, de la vida, para corroerlos por dentro y hacer de ellos una ignominia para que al igual se avergüencen de ser abogados y se vuelvan miserables y decadentes como ellos.

No puede existir dentro de la profesión en Suramérica asunto más nefasto que este virus vengativo y destructor sobre el gremio, por ello se clama a los vientos enjuiciar, expulsar y exorcizar estos enfermizos, mantenernos fuera del alcance de esos manicomios, no dejarnos contaminar e inocular su veneno, sembrándonos como nuevos abogados, colegiándonos, creando nuestras propias defensas gremiales, haciéndonos y construyéndonos frente a toda clase de sinuosos y raídos que surcan los rincones, los subterráneos de los edificios y los palacios donde claman su propia justicia... la de ellos, la de sus intereses unipersonales y egoístas.

Sólo identificando estos seres decadentes con certera precisión, podemos ser fieles a nuestra condición de nuevos abogados con el convencimiento de conocerlos ampliamente como apasionados en el gran asco y compasión que les inspira la profesión, el gremio y la administración de justicia; corresponde a nosotros hacer manifestaciones de sentido de profesión, con un meridiano compromiso por protegerla y expulsar ese espíritu diabólico, rodante y andante de nuestro mundo como lo es el viejo abogado, parido, nacido y criado en las tormentosas aguas heladas y contaminas de incapacidad e ineptitud con un abundante caudal de egoísmo e insolidaridad, convertidos por fuerza de los tiempos en “cloacas del alma”, donde fueron a verter los desechos del fango histórico de una profesión menospreciada y vilipendiada.

Cómo se podrá crear otro mundo diferente dentro de un mundo como el del viejo abogado, ausente de compromisos de toda cosa que signifique solidez , inteligencia de profesión, sentido práctico de la vida, defensa y fuerza profesional, seriedad en el conocimiento del hombre y sus objetivos; pues a éste nada le interesa que tenga por opción presentar e identificar su gremio como elemento fundamental de su propio ser, en

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cuanto lo desprecia, le rehuye y huye de su medio, no desea saber cosa diferente a su vana forma de mirar el mundo y sus placeres, sólo le mueve su propio egoísmo e intereses personalistas y decadentes.

No entiende ni comprende que fuera del viejo abogado existe una necesidad, una exigencia con la profesión y su medio, no siente ni presiente que aún no ha podido procrear una posibilidad de medios, cree con firmeza el todo está bien, pues no comparte el mundo, ni quiere saber de otros mundos, está en el convencimiento de sus errores y parodias de vida sembrado sin posibilidades, no le extraña ni le mueve ningún sentimiento de gremio o profesión, está postrado a su miseria y abandono, sus miras egoístas son otras y vive su propio destino y fracaso en medio de las sombras nocturnas de su propia conmiseración humana con un profundo espíritu pesimista; por ello ha sido responsable directo del panorama por el cual camina nuestra profesión en Suramérica, ha sido su verdugo, su látigo, su postración y vileza.

Pero qué digo si aún no sabe ni entiende de crisis, ni de su propia crisis, no conoce colegiaturas ni las comparte, ni otras sinfonías, nuevos rumbos, solo sabe mover su efímera vida entre las decadencias y los ocasos.

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CAPÍTULO IV

EL NUEVO ABOGADO FUNDAMENTO DE VIDA

“Solo el pasado es verdaderamente real; el presente no es más que un penoso nacimiento al ser inmutable de lo que ya no es. Solo la muerte existe plenamente. La vida de los vivos es fragmentaria, incierta cambiante, la de los muertos completas, libres del yugo del tiempo todopoderoso señor del mundo”

(Bertrand Russel).

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El hombre siempre gira en derredor de la muerte y la vida. La esencia de su obra se cimienta en los albores de sus sueños, para que la postrera forma de vivir no lo circunde en expresiones de mentir o callar.

No comprenderíamos la vida sin la exigencia misma de la muerte, sería un engaño no pensar en nuestro fin; sería absurdo no enunciar siempre con rigor objetivo el encanto de soñar con la vida, para que ésta sea himno y a su vez una oda inexorable a la muerte, como diría Nietzsche, sin "...espíritus fatalistas, irónicos y mefistofélicos".

No entenderíamos nuestras vidas sin la esencia natural de nuestra extinción, no se produciría el último adiós en el llamado del frió y lánguido sepulcro quien nos espera se apague nuestro leve suspiro de vida , es la escucha y es el silencio de la vía indefectible trazada en nuestra esencia biológica con el encuentro oscuro de la muerte.

Los hombres con los tiempos deben acrecer el espíritu de la esperanza, de esa que las mentes candentes se apremian a vibrar en el sueño de sus fantasías, a ello buscamos configurar una imagen de alegrías y tristezas de duras luchas y lúgubres penas.

El hombre inteligente en su búsqueda no escapa al compromiso de sus anhelos, no puede ocultar la necesidad de seguir buscando un mejor mañana así sea para no vivirlo. A esta obra de los tiempos rendimos plegaria los hombres que amamos en lo más hondo todos los actos de la vida. Ese corpúsculo y casi incorpóreo segmento de soplo que en nuestro tiempo es la esfinge del eterno símbolo abierto a la decadencia y a la inocua humillación, es en nuestros días suraméricanos el refugio eterno de desolación, un tributo de deseo y aniquilación.

El abogado, hablo del nuevo abogado; aquel que interpreta en el silencio de su caminar diario las bajezas del mundo, aquel que vive en lo más hondo de su existencia una permanente lucha, sin desmayos, cobardías, ni temores, buscando siempre lo elocuente de su profesión con el sentido vivo de defenderla; aquel que ausculta apasionadamente la presencia del código, la norma, la fantasía estéril de un fallo, o la esperanza abrasadora

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de una conciliación, todo lo plasma para la subsistencia humana, todo ello lo elucubra para la meta donde los hombres en su esencia humana buscan su identificación más allá de una elemental y superficial subsistencia.

Pero estos anhelos no pueden ser la culminación de sus compromisos, ni el fin de sus esperanzas, el nuevo abogado se expresa, se presenta, emerge en los sentidos de su constante sacrificio en la siembra de su permanente paciencia y perseverancia y esta justa y denodada conducta lo hace moldear, esculpir, tallar una expresión diáfana de su conciencia fundamentando con perseverancia un concepto claro sobre la vida y su postrera obra.

Esa dura definición de sus actos a la luz esperanzadora del derecho hacen al nuevo abogado conocer códigos, constituciones y leyes, así lo engrandecen al descubrir las injusticias en sus textos, lo pueril y efímero de las normas realizadas a la luz del dominio del poder, bajo el rótulo de patria sin amor, sin libertad, ni justicia social; lo cimientan en una dolorosa realidad y le sumergen en un mar de anhelos, de angustiosos análisis y desesperados lamentos, derivados del auscultar en elocuentes cánones muy vacíos y fríos las formas de encausar su fuerza y dar respuestas a los intereses egoístas engendrados.

“Y aun cuando todas las reglas sean escrupulosamente respetadas, la obra del legislador no vale nada si no responde a la justicia. No sabemos, y creo que no sabremos nunca, como ocurre eso pero la experiencia nos enseña que no son útiles ni duraderas las leyes injustas: no son útiles porque no conducen a la paz; no son duraderas porque antes o después, más bien que en el orden desembocan en la revolución.” (Francesco Carnelutti, Metodología del derecho).

Detrás de esa imagen tormentosa y desgarradora de la vida, el nuevo abogado percibe su real sentido para proyectarse en la comprensión de su mundo, de su profesión; es allí donde el mar de ilusiones se vuelve un mar de desencantos, donde al interpretar encuentra oscuridad, en donde al buscar la verdad encuentra la falsedad, y donde la razón encuentra la arbitrariedad ¡OH diáfana verdad no encontrar tu realidad oculta!

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Ese mirar sombrío, desconfiado e inquieto de la vida suramericana, con oscuros espíritus como poéticamente diría Nietzsche, "...bajo cielos amenazadores y desolados", ese canto de sirena enardecida en lo efímero de la profesión, ahuyenta los cerebros más claros y une los corazones más perversos. No en vano aún gimen las cadenas por la libertad de los hombres, ese clamor de siglos, es la repuesta del hoy y es la búsqueda del mañana.

La esclavitud sobre las normas, códigos y constituciones, han creado en el viejo abogado una fuente de sumisión, temor y vileza, un desasosiego extendido de no poder comprender el por qué, cómo, cuándo y dónde, haciéndose necesario acudir ante la dura paciencia y alevosa angustia del hombre que razona con constancia y helada rigidez para con determinación encontrar la verdad pérdida en lo siniestro de la existencia misma.

La inteligencia, privilegio de los dioses y esencia de vida humana, nos hace definir con protuberancia el resolver nuestros conflictos de la vida sin la luz de la apariencia y la vil hipocresía, esa espada demoledora que no deja ahuyentar la esperanza de ésta en el planeta, es la acrisolada y sublime alegría de los corazones que aún soñamos en vida con nuestra imagen de seres humanos por la supervivencia de los hombres. Pero frente al oscuro y fúnebre panorama actual de la humanidad acrecentamos en el conocimiento la fuerza de un sentido por ubicarnos en el hoy y en el ahora con mayores exigencias y compromisos que la simple y elemental lucha en el planeta por la subsistencia.

El reto de la vida en el nuevo abogado está en la esencia misma de su profesión, en la misma esencia de sus principios como parte del ser humano supuestamente dotado por el conocimiento adquirido, mas no simplemente, sino así mismo necesariamente debe de serlo por el compromiso fiel de defender la profesión y su ejercicio, cuya trascendencia y esencia conllevan la fuerza inspiradora de todos nuestros sueños, anhelos y justificaciones.

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Despreciar su encanto y esencia, es menospreciar al hombre bajo cualquier rango de permanencia o cultura. Si bien la vida el hombre la ha pretendido extinguir, aniquilar en medio de guerras y hambrunas, no es más por ese falso incienso del poder, por ese fantasma que lo asecha siempre de poseer los bienes materiales, esos mismos que lo han pulverizado en constantes guerras de las cuales sólo ha extraído cenizas lamentablemente para su eterno declive y posible desaparición.

Entender la vida, comprenderla es identificarnos con nuestro origen muy lejano, muy circunstancial, extraño y hasta misterioso, esto hace más trascendente nuestra esencia y nuestra razón para vivir como especie. "Miremos en torno. Nuestro mundo conocido está construido con la escoria de las estrellas. Las rocas que pisamos, el acero y el hierro de nuestros rascacielos, el aire que respiramos, todo está hecho de átomos que se juntaron en lugares muy calientes: el interior de las estrellas y las violentas ondas de choque de una supernova despedidos hacia el espacio, estos átomos después se condensaron hasta formar el sol y los planetas de nuestro sistema". (Laurence A. Marschall, La Historia de la supernova).

El nuevo abogado sabe interpretar con lucidez, determinación y diafanidad la farsa de los falsos hombres: impugna, objeta, interpone, crea y acciona con la fuerza de su inconmensurable profesión para ubicar su esencia y hacer presencia de la realidad buscada; por ello no comparte la humillación ni el desmedro de la vida puesta ante sus ojos y allega la fuerza de su voluntad y sabiduría para luchar por su justa dimensión, para ubicarla en la expresión de la razón y la obtención de la verdad, no acepta lo innoble de su espíritu encarnado y oculto entre la mentira y la farsa, por ello pretende llegar donde su formación de hombre se lo exige, dejando de lado la cobardía y el “horror al vacío” a la mejor forma de Newton; se encausa en el compromiso y sacrificio consigo mismo, con la sociedad, con la especie.

El nuevo abogado no puede ser inferior a su esencia, a sus elementales principios inspiradores de vida; no puede bajo pretexto alguno desconocer la imagen de los hombres que escribieron con sangre en el

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pasado las primeras semillas. El nuevo abogado no sólo conoce su profesión, su afinidad, la certeza, su expansión, su tejido, sino al igual sabe de sus tragedias, amarguras, miserias y tristezas, y se ubica en la medida de su conocimiento con la inteligencia puesta al servicio de sí mismo, de su convivencia y crea el espacio, formula su presencia y avanza sin desdén, resuelto a la búsqueda del objetivo con paciencia y determinación. Cuando logra asimilar con claridad su tarea va edificando brizna a brizna, hilo a hilo, un cuerpo propio, con identidad, con credibilidad, capaz de soportar las inclemencias de la tormenta y no naufragar con los duros golpes de las olas.

El nuevo abogado siempre tiene presente su colmena, y allí se mueve como las abejas para ir construyendo minuto a minuto a veces en la fría soledad, a veces en la angustia, a veces en el desamparo, pero tolerando, impulsando, avizorando en las alturas los nuevos horizontes y el camino difícil de la meta trazada dentro de los tiempos turbios por las inclemencias y los desconsuelos, “...con el ímpetu del soplo y la ironía libertadora de un sano huracán que vivifica todas las cosas”, como diría F. Nietzsche. Decía Miguel Ángel Osorio en su obra cumbre el Alma de la Toga, “Nuestra labor no es un estudio sino un asalto, y a semejanza de los esgrimidores, nuestro hierro actúa siempre sometido a la influencia del hierro contrario, en lo cual hay el riesgo de perder la virtualidad del propio. Por último hemos de afrontar constantemente el peso de la injusticia. Injusticia hoy en el resultado de un concierto donde pudo más la fuerza que la equidad, injusticia mañana en un fallo torpe; injusticia en el cliente desagradecido o insensato, injusticia a toda hora en la crítica desapasionada o ciega; injusticia posible siempre en lo que, con graciosa causticidad llamaba don Francisco Sílbela “El majestuoso y respetable azar de la justicia humana”... en cuanto estas injusticias nos preocupen perderemos la brújula para lo por venir o caeremos rendido por una sensación de asco” .

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El nuevo abogado conserva en su espíritu soleado la semilla de la libertad y la justicia, va formulando en el día a día unas formas de vida y profesión todo con una voluntad infatigable de luchar por el mejor mañana, aún sabiendo que al sembrarla esta no germinará sino con los tiempos postreros, con determinación, sin temores, buscando y ampliando surcos, haciendo caso omiso de fracasos y desengaños, púes fija su meta por encima de sentimientos y pasiones satánicas, fija su inteligencia en la esencia de sus obras y no deja que esta se diluya frente a la desilusión y el ocaso que le ofrece y ocasiona el viejo abogado, pues debe sentirse superior a las afrentas, humillaciones y las derrotas que día a día encuentra en su tortuoso camino de la vida.

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CAPÍTULO V

EL NUEVO ABOGADOY LA GUERRA

“Las armas son herramientas de mal agüero. La guerra es un asunto delicado. Me preocupa que nos vayamos a embarcar en ella sin la debida reflexión”.

“Toda guerra se funda en el engaño"

(Sun Tzu).

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“Que las armas se supediten a la toga”

En la vacilante existencia de los hombres la concepción contemporánea del abogado se torna de suyo trascendental, no podría ser menos en cuanto históricamente la sociedad lo requiere en el sentido de vivir al servicio de los hombres, así tristemente no cumpla su designio la organización social cualquiera sea ésta, le reclama con nítida exigencia de poder ser un hombre con dimensión esencialmente comprometida, vinculante, expresiva y fecunda.

Esta consideración es la expresión de la concepción de necesidad, libertad, justicia, del andar por el mundo en la búsqueda del verdadero sentido de vida; ese hombre se requiere claro de pensamiento, de genialidad de anhelos, de serios y sinceros conceptos, de ruptura y de objeción frente al momento histórico, esa fuerza de la voluntad y esa exigente presencia en la civilización y la cultura deben arrancar en los corazones un grito que emerja desde la primera a la última molécula y haga eco en la inmensa esperanza de sueños y realidades.

Y no podría ser para menos cuando el nuevo abogado efervescente y presente, deberá allegar en la vivencia de su ser en interpretación fiel del valor histórico identificado con el devenir esperanzador del hombre, “sin fatalismo de los abúlicos”, como diría F.Nietzsche.

Se hace necesario en Suramérica un comportamiento y anhelo mínimo de abrigarnos con el ropaje de la decencia, ese inhalar el viento de la protuberante consolidación de pensamientos certeros y sentimientos desprovistos de crueles egoísmos no es más que el amplio océano de la imagen creadora, edificadora como centro de gravedad de la pisoteada profesión.

Esas consolidadas pasiones y ambiciones humanas constructoras de por sí, preocupan y ensordecen a los seres más triviales, mendaces y nefastos, ablandan los corazones más oscuros, no simplemente por el sentimiento de las ilusiones, sino el hacer presencia viva y ardiente en la conciencia de los hombres, no sólo en la soledad de sus esperanzas sino caminando

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soberano en la obtención de las huellas que nos dejaron con su ejemplo la sangre de los hombres superiores que han luchado por la humanidad, quienes frente al servilismo y la esclavitud presentaron al servicio de la historia un camino en ese duro andar y vagar por los tortuosos horizontes de la vida y la muerte. Edificar, encantar, esculpir, engendrar, impulsar eso debe verificar la profesión del nuevo abogado, nunca oculto entre madrigueras, siempre frente sus semejantes; por ello es necesario ser humanos, ser más allá de lo nuestro para llegar donde el compromiso se hace claro, expreso y exigible, donde la justicia social se hace exigente frente al derecho como un deber, un compromiso, tomando posesión de sí mismos y como tal en un duro andar con la noble exigencia de la misma vida, ensanchando el mundo, buscando nuevas estrellas e imágenes diferentes.

No podríamos sustraernos al sacrificio de la acción, (los decadentes la llaman cotidianidad) con el simple criterio de mirar una existencia vaga y superficial; el hombre inteligente avizora con ansiedad y compromiso sus metas, escudriña el sentido de vivir, el sello encumbrado de su nacer, socavando el suelo, adueñándose de cosas incomprensibles, ocultas y enigmáticas para universalizarlas al servicio de sí, del otro, del ausente, de aquel que nunca canta, del que calla por falta de oídos que lo oigan; sobre quien los hombres siempre acallan y reprimen con el egoísmo hipócrita del sumiso desdén, con ese amargo e inocuo sentir, con ese espíritu de silencio que nos impide objetar y crear por el temor al poder de las aves de rapiña, de esos mismos que nos subyugan, esclavizan y reprimen día a día, de los que siembran la humillación con los horrendos crímenes en la humanidad, de aquellos fabricantes de ilusiones; todo dentro de una voluntad y concepción del mundo duro y cruel, sin sentimientos de romanticismo, sin espíritus patrioteros demagogos y pueriles, siempre con el “molto vivase” y él “allegro andante”, aniquilando todo lo que hay en el hombre de animal de presa o reptil, todo lo que hay de ocasos en nuestro conocimiento y existencia.

Ese temor afeminado y débil a la exigencia, ese vacío febril al compromiso ante la atrocidad y la permanente humillación, ese sentirse impedido, acabado, enfermo, indefenso, ha conllevado a no dar

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respuesta a las formas geométricas del conocimiento de libertad y justicia, a no presentar objeción al campo de la humillación y degradación con la acción del bardo de la inteligencia, no siendo inclusive el único camino el exigir y formular, sino el amplio sentido el concebir y estructurar al hombre en su dimensión exacta para responder ante el obstáculo, al dominio, a la afrenta, al tormento, a toda clase de degradación y de miserias humanas, suprimiendo lo que hay en nosotros de "...plebeyo, de rebaño de verdes pastizales", como diría Nietzsche.

Esa “bestia rubia y salvaje” que por naturaleza ha dominado la civilización, no es más por la expresión vulgar de la guerra que con la sangre los poderosos han impuesto en contra de la vida, y ha consolidado su dominio, con un sentido de verdugo, logrando hacer callar para no desenmascarar su debilidad, su rencor, su venganza, su ira, su ambición y dominio, sobre su espíritu decadente. Ese mismo poder, cruel y egoísta descargado sobre las grandes masas de la humanidad han hecho a unos pocos hombres que se hacen llamar ídolos, enviados o dioses, enciendan la luz de la victoria y degradación y encarnen la sublime tiranía sumergida en la injusticia y en la iniquidad; pero los imperios también han mostrado la cara de su debilidad, grandes culturas han desaparecido, monarquías han claudicado, tiranos “virtuosos en el arte de disecar y destruir” han sido humillados y derrotados.

Ejemplos de estos tiene la historia, cuando Jerjes a finales del siglo V a. C., invadió a Grecia, Heródoto nos narra que los griegos convocaron a toda su gente a las armas para derrotar al tirano, “...porque no era un dios quien invadía a Grecia, sino un hombre, no había ni habría ningún mortal a quien desde el comienzo de su vida los dioses no le entremezclaran algún infortunio, y a los más grandes hombres los más grandes infortunios. Quizás el invasor, como mortal que era, había de caer de su vanidad”. (Heródoto, Los nueve libros de historia).

Bastaría un canto de sirena en el tormentoso mar para escuchar el silencio del hombre indefenso, flácido, reblandecido, apabullado por la fuerza del poderoso y el frenético dominio que lo somete y lo sumerge en las garras de su surco, para ser devorado en su propia jaula cual ave rapaz con su carroña; por eso el fuerte no acepta sino el mirar hacia

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dentro, no le interesa sino su propio tormento, no le interesa el alarido de la “mueca amarga de la derrota”, al imperio sólo el oro encendido de la ambición le guía su sentimiento bajo su propia y mísera razón y virtud, en una desgarradora impaciencia, ardiente y violenta.

Ese imperio consolidado para satisfacer apetitos infrahumanos y fortalecer su encarnado y degradante poder ha sido el producto innoble de la guerra, la desigualdad, la sangre del dolor humano sometido al más bajo instinto animal encumbrado en las mentes perversas ávidas de sangre, desigualdad, avaricia, ambición, hambre, ignorancia, oro y de toda cosa ajena al ser humano.

No de otra forma nos determinarnos en el tiempo y espacio; no de otra forma auscultando el verdadero sentido de la historia identificaremos esa realidad impregnada en la huella trazada de la miseria; no de otra forma el trasegar en las dificultades de la vida explica la paz de los sepulcros, y no de otra forma expresamos el hondo sentimiento de los grandes hombres escrito en las páginas brillantes de la historia con sangre, esa misma que hoy como nuevos abogados no podemos olvidar u ocultar y esa misma que podría seguir su curso indefectible a la luz de nuestro propio silencio cómplice y decadente.

Sembrar una semilla de libertad, sembrar un “coacervado” como diría el científico ruso Oparín, de la justicia social en Suramérica, es perpetuar el emblema del nuevo abogado en su verdadera dimensión; por ello como principio somos ajenos a la guerra, (sin significar su satánica necesidad en momentos cumbres, precisos y definitivos de la cultura); por ello nos enerva el espíritu innoble de los hombres inspirados con el criterio de cualquier clase de pasiones asistidas en medio de la crueldad y el tormento, con el bajo sentimiento del recordar y olvidar, del saber y el desconocer; esas sombras ocultas pueden oscurecer nuestro sentido de compromiso para determinarnos y amansarnos como hombres superficiales, sin profundidad, sin altura, débiles, enfermizos, mansos, convertidos en animales gregarios, limitados y dóciles.

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El nuevo abogado por su misma naturaleza de espíritu libre e independiente el sentido de la aniquilación y muerte le es totalmente ajena, no practica su ministerio para ello, es defensor de la supervivencia de la especie; se sublima con el encanto de la vida, esa es su primigenia virtud y nunca expresa temor ante su defensa, nunca arrima en puerto vacío; nunca consolida sus sueños sin la virtud de su demoledora lucha, olvidando ante la baja afrenta cobardes y degenerados sentimientos decadentes.

Como dijo el poeta Santos Dicépolo, “Aullando entre relámpagos, perdido en la tormenta de mi noche interminable Dios busco tu nombre...”, así postrando cual pasión humana sumergida en la oscuridad del olvido, el nuevo abogado busca en la soledad del tiempo para manifestarse ante la parodia de la vida, nunca aboliendo, nunca desistiendo, nunca claudicando en la lucha por la necesidad del logro esperanzador y sin prestar falsos oídos a los “tormentos del alma”, como diría F. Niestzche.

No reaccionando como hombre de inconsolables lamentos, sino como hombres libres, con la fijación de la mirada encumbrada en la justicia y en el sólido pensamiento; así aleteando a la manera del águila en las alturas, siempre avizorando, anidando, edificando, guiándose en el horizonte, nunca de caída ni de entrega, con independencia, finura, integridad, proclamando a gritos el principio histórico escrito con sangre: “cedant arma togda”, “que las armas se supediten a la toga”.

Querer la guerra, pretender la guerra como principio, es buscar el aniquilamiento del planeta y de todo aquello que encierra el valioso sueño de la vida; es no interpretar la historia en su profundo contenido; es no allegar a nuestros corazones las miserias edificadas en miles de años, es recorrer permanentemente un sinuoso y penoso camino de sangre, es trasegar por los senderos del odio, la tragedia humana y el desamor.

El viejo abogado en la lid del pasado ha naufragado en un silencio doloroso dentro de las movedizas aguas de esta nefasta institución; ha sido cómplice con ella en su mediocre y débil batallar frente a las tiranías ocultas de la opresión, no ha enfrentado ese “tirano” encarnado en la

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ambición del poder; ha avalado y coadyuvado entre los pueblos con su desdén el uso de la sangre, la ruina, el martirio, encausándonos en la marmórea oscuridad y en el adormecimiento de las justas causas, con la justificación de la opresión, los grillos y cadenas sembradas en los senderos de las tinieblas y los imperios.

Ese dominio degradante y vergonzante de las armas es ajeno a la “lucha por el derecho”, es cualquier cosa menos la sombra ferviente de la justicia entre los hombres. Sólo ese corroído y bajo esplendor de aniquilamiento y destrucción es producto de los espíritus decadentes, perversos, cuyas mentes sólo ambicionan la desigualdad, el egoísmo y la sangre del oro.

Ese falso poder político encadenado a la opresión, el hambre, al temor y el martirio de las inmensas masas no puede ser justificativo y no puede interpretar nuestra naturaleza de hombres; la historia clara y dolorosa nos demuestra que en sí es el desierto de la inteligencia, es la aridez de los sentimientos y el triunfo de bajas pasiones en la sublime y brillante obra de los tiempos, es la victoria de la bestia salvaje sobre el hombre; a lo cual el nuevo abogado inspirado en sus principios forjadores, haciendo uso de su poder de voluntad e ingenio, sin espantos, ni asombros prepara su férrea concepción de mundo y profesión en una ola llena de fortaleza, sin débiles sometimientos ni desesperación para buscar la defensa de la vida, del hombre, del planeta y de las demás especies vivientes en éste.

Que otra forma de pensamiento, de razonamiento podría servir a los propósitos y búsquedas del denominado ser humano, del nuevo abogado suramericano, sino todo dentro del sentimiento de edificación y equidad auscultando en la superficialidad del ser, pues de otra forma buscar un equilibrio entre la guerra y la vida, entre la bestia y el ángel nace una relación y un estado de egoísmo, antipatía y malversación de fuerzas y odios para llegar a la “...infamia de la maldad en que vivimos”, como diría F. Nietzsche.

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La obra de los nefastos tiempos que aprendimos de los hombres después de las innumerables guerras sucedidas no es apta para todos, pues no todos vivieron para contarla, y una minúscula parte de lo seres vivientes que aún respiramos y con una buena fe montada sobre esa herencia milenaria que aún arrastramos, tendremos que edificar en sólidos terrenos edificios que nunca amenacen ruina ante la barbarie rechazándola con fortaleza y solidez. Siempre habrá hombres en la humanidad con el sentimiento guerrerísta en su sangre, siempre ha existido esta especie malévola de seres con el espíritu salvaje como “cloacas del alma” con predominio del desprecio por la vida, con una fuerza destructora por encima de sentimientos y pasiones. Siempre habrá cantos de sirenas, sonidos de trompetas y fusiles listos prestos a la menor señal, estos espíritus decadentes, hechos y expertos en el combate e inhumación, prestos a aniquilar y a destruir han cruzado por las páginas de la historia desde tiempos inmemoriales montando Estados, imperios y culturas, con metas consolidas en el poder de las armas, todo con pleno sentido de olor a hospital, cárcel y cementerio.

Pero hombres inmersos y expertos en la historia de la guerra que han librado batallas salvajes y fratricidas por años, también han terminado reconociendo lo injusto , innecesario e inhumano de haberse lanzado en estas misiones, cuantos no han fracasado en ella entregando sus vidas y las de sus conciudadanos, con una sanguinaria esperanza de triunfo para fortalecer o adquirir un terrenal poder que le colmen todas sus ambiciones y placeres.

Es cierto que la humanidad ha caminado por épocas permanentes de guerras, y también existieron algunas que en su momento se presentaron como históricamente necesarias dadas las condiciones específicas de defensa y protección frente al poder sanguinario de los tiranos feroces, crueles y diabólicos, ocultos protegidos y sostenidos en el fortín de las armas y la muerte; así se procrearon grandes culturas sembradas con semillas de guerra, nacieron religiones, crecieron las artes, se impulsó la tecnología, aparecieron grandes filósofos, se dieron adelantos

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científicos, se descubrieron ríos y mares, todo a costa de sangre y destrucción del hombre, pueblos y ciudades y de la misma libertad y vida.

Pero la humanidad deberá ir consolidando en su proceso dialéctico otras metas, encontrando puentes y objetivos de vida para crecer, renunciando indefectiblemente a la aniquilación y despojo humano por el imperio de las armas destructivas y de los tiranos de espíritu para crear un marcado sentido de la existencia, donde los derechos humanos estén por encima de la sequedad y momificación de los sentimientos humanos, con fuerza y sacrificio de los que aún creemos y defendemos todo rastro de vida humana en el planeta. Este reto es el mismo con el cual el hombre suramericano encausa sus luchas, ofrenda su litigio de vida frente a los nuevos tiempos, con el firme propósito de proteger la humanidad y su cultura de todos esos instintos opresores, guerreros y aniquiladores del hombre.

Para el viejo abogado la guerra sigue siendo un medio de perpetuar sus bajos instintos y su espíritu mezquino, poco el importa las nefastas consecuencias sobre las cuales se enlodan los campos con hambre y miseria, así participa de sus beneficios, no siente ni padece el tormento de quienes sufren el poder impuesto por gobiernos y Estados al servicio de sectas y logias ocultas, intereses personalistas, de grupos políticos y económicos.

El nuevo abogado con el convencimiento absoluto de la defensa del hombre y sus metas, formula, increpa, objeta, rechaza y prescribe su concepto de profesión ante el poder destructivo, sabe identificar con espíritu de libertad antiesclavista la “bestia triunfante” que dormita en los intereses ocultos tras la guerra, pone la profesión al servicio por la defensa de la vida, y con un compromiso pleno de sus sentimientos avanza por los senderos de convivencia y hermandad, postulados únicos sobre los cuales puede enfrentar al fiero enemigo del hombre para establecer un fundamento de paz y hermandad en el planeta.

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“El orden y la manera de efectuar esta reparación es que en primer lugar quitemos de nuestros hombros la pesada carga de errores que nos detiene; apartemos delante de nuestros ojos el velo de la poca consideración que nos estorba; liberemos el corazón del amor propio que nos retrasa; arrojemos de todos nosotros esos vanos pensamientos que nos oprimen; preparémonos a demoler los artilugios de errores y los edificios de perversidad que nos impiden la marcha y obstaculizan el camino; destruyamos y aniquilemos en la medida de lo posible los triunfos y trofeos de nuestras facinerosas gestas, a fin de que ante el tribunal de la justicia aparezca un sincero arrepentimiento de los errores cometidos.

!Arriba, arriba, dioses ¡quítense del cielo estos fantasmas, figuras, imágenes, retratos, procesos e historias de nuestras avaricias, lujurias, hurtos, iras, despechos y vergüenzas.

Qué pase, qué pase esta noche negra y oscura de nuestros errores porque la hermosa aurora del nuevo día de la justicia nos llama; y dispongamos de manera tal al sol que está a punto de salir que no nos descubra tan inmundos como somos. Es necesario que nos limpiemos y pongamos hermosos; no solamente nosotros, sino también nuestras estancias y nuestras moradas es preciso que estén limpias y pulcras. Debemos purificarnos interior y exteriormente". (Giordano Bruno. Expulsión de la bestia triunfante)”.

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CAPÍTULO VI

LA INTELIGENCIA COMO ESENCIA DEL NUEVO ABOGADO

“Los seres humanos se hayan enormemente motivados para emprender la búsqueda de regularidades, de leyes naturales, cosa por lo demás perfectamente comprensible. La búsqueda de leyes, el único camino posible para llegar a comprender un universo tan vasto y complejo, recibe el nombre de ciencia. El universo obliga a quienes lo pueblan a entenderlo. Aquellos seres que se topan en su experiencia cotidiana con un confuso revoltijo de eventos imprevisibles y carentes de regularidad se ven en grave peligro. El universo pertenece a quienes al menos en cierta medida, lo han descifrado”

(Carl Sagan).

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Cuando el hombre descorre el velo de la ignorancia pareciera salir a la luz una imagen de esplendorosa belleza y todo el marco de su historia ronda en el espíritu de su gloria cuando lo circunda la magia del saber y del descubrir en su comportamiento la expresión elocuente de su diáfana humanidad; siendo el conocimiento el sentir de su histórico trasegar por el cosmos, rompiendo así el hombre con el espíritu decadente, conformista e incierto el cual lo circunda y asecha "...en las explosiones de la pasión y en los delirios del ensueño y de la locura, el hombre reconoce su historia primitiva y la de la humanidad" (F. Nietzsche).

La vida es la esencia que cubre la tierra, es la viva llama de millones de años esparcida en el planeta, este corpúsculo planeta que encierra una evolución histórica radiante y luminosa enjaulada en su propia sombra. La vida recibida de las estrellas y en un proceso de evolución milenario, da su luz esplendorosa para satisfacer una imagen propia origen del ser vivo.

Y va más allá, pues la misma naturaleza le brinda una especial distinción a un ser que lo dota de lo más luminoso y llamativo: su inteligencia, esa luz propia “ ...con propiedades eléctricas intrínsecas” como “...oscilaciones, resonancia, ritmicidad y coherencia” en su cerebro como lo predica el científico Rodolfo Llinas (El cerebro y el mito del yo), es más que un extraordinario privilegio del universo dado por la selección natural al hombre en un proceso evolutivo violento en lucha con las especies vivientes y su medio. Esta cualificación biológica en la identificación del hombre no es más que una respuesta del universo para satisfacer la esencia del ser humano, necesariamente sin ser el único en el cosmos, sí es el único en el planeta que llega a la dimensión expresada; esa misma nos acompaña desde nuestra aparición como humanos, esa misma la cual hemos envilecido y avasallado; esa misma sigue en evolución hacia un límite que el hombre sólo podrá resolver con el avance de los tiempos y el uso de un profundo sentido de inteligencia, excepcionalmente con un fenómeno cósmico que borre toda señal de vida en el planeta, hecho no descartable científicamente.

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Pero ese ser que hoy se manifiesta mediante ideas y conocimiento como el homo sapiens se ha encaminado históricamente a la degradación de la especie por el compromiso efímero de su accionar decadente y limitado, pareciera inclusive olvidar que especies como los dinosaurios desaparecieron hace ciento sesenta millones de años, dando lugar al hombre y esta etapa de la evolución si bien producto de un fenómeno muy propio del comportamiento del universo (dicen los científicos por un meteoro), es igual de significativo en cuanto representa aún posibilidades de destrucción y aniquilación con su propia mano por la degradante conducta fúnebre del hombre en el planeta hacia toda especie terrenal viviente .

Y qué decir de los denominados por los científicos registros fósiles, los cuales han determinado cientos de especies extinguidas por la acción de la misma naturaleza, se dice que cerca del 99% ocasionada en los fenómenos que han cubierto el universo y por ende el mismo planeta tierra en sus 4.600 millones de años, esto muestra lo frágil de la vida la cual es una exigencia histórica más para su protección.

“¿Y cuántas estrellas de neutrones, y cuántos agujeros negros hay en el espacio, oscuros y silenciosos indetectables excepto por la minúscula contribución que hacen a la atracción gravitatoria de nuestra galaxia? Nuestros antecesores están, casi literalmente, entre estos fantasmas. Mucho antes de que nuestro sol empezara a brillar, una generación anterior de estrellas forjó los átomos de la vida y agonizante, los esparció en los cielos”. (Laurence A. Marschall, obra citada).

El ejercicio del hombre en su conocimiento es la escuela que nos enseña el medio para la conservación o desaparición de la especie. Hombres grandes en su dimensión intelectiva sin objetivos humanos lograron utilizar su capacidad y fuerza humana al servicio de la destrucción de la humanidad. Es aquí donde se cimienta la razón, causa y efecto del desarrollo de toda actividad: en el eficaz uso de la inteligencia, en el saber determinar con precisión de relojero dónde se encuentra la verdad, auscultando, sometiendo los sentidos a todo error lógico posible, haciendo necropsias, aguzando los sentidos, robusteciéndolos,

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pensando de acuerdo con ellos y yendo hasta el final, sin confundir lo primero con lo último, sin inventarle fábulas a este mundo real, ni creando “mundos aparentes” a la mejor forma de Kant.

Ortega y Gasset decía que toda vida era hallarse dentro de la “circunstancia” o mundo, pues mundo es el repertorio de nuestras circunstancias vitales, no es algo aparte y ajeno a nuestra vida sino que es su “auténtica periferia”, representa lo que podemos ser, por lo tanto nuestra potencialidad vital, nuestra vida posible. Por eso el hombre en su mundo lo primero que deberá aprender es a ver, a pensar, a hablar, a escribir.

Pareciera por simple inercia que el uso y desarrollo de la inteligencia emergiera por obra y gracia de sí misma, mas concebir tal ecuación geométrica no es más que seguir avanzando en un tubo vacío, en un sentir de la nada con una falta de dimensión, de núcleo. Cuando presentamos una falsa imagen del ser humano medio o “normal” en el uso de su cerebro y lo calificamos de eficiente es ondear una vaga idea de su comportamiento sin sentido y sin justificación cierta de vida; por eso se hace necesario despojarnos de toda basura histórica que llevamos por dentro , entender todo, comprender el mundo, acecharlo, convertirnos en “espantapájaros”, emplear mucho la "mímica del sepulturero", pues se requiere estar prestos a enterrar falsas ideas, falsos ídolos, falsos conceptos dados históricamente por ciertos y verdaderos, en una herencia milenaria nefasta del conocimiento por el hombre.

¿Pero cómo hombres de genio llamados “sabios o dioses” cuya capacidad intelectiva contiene una solidez y fortaleza mental fue utilizada en otras metas y horizontes fatales para la humanidad?, ¿cómo entender y comprender en la humanidad la existencia de seres con una protuberante inteligencia salidos de la “nada” pero que han puesto a sus pies la humanidad sobre imperios y culturas? ¿Por cuál motivo sí el ingenio fue en su momento estar por encima de millones de seres éste lo cimentaron en menoscabo, detrimento y perjuicio de la humanidad?, ¿Acaso no entendían ni comprendían en sus naturalezas humanas el objetivo final de destrucción y miserias sembradas?, ¿ o era su intelecto e

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ideas su propia originalidad, su propio sentido, con un convencimiento absoluto de su “mala conciencia” y perversas pasiones? ¿Por cuál motivo se dirigió su inteligencia al caos a la tortura y la sangre?

Estos hombres con poder político, con sentido pleno de la inteligencia crearon oscuros y trágicos surcos en la humanidad interpretando sus instintos dentro de un contexto particular con un sentimiento de maldad y unas pasiones egoístas y calculadoras con objetivos de dominio absoluto sobre los “bienes terrenales del hombre” a todas luces respaldados en la fuerza, las armas, y la muerte, así crearon sus propias doctrinas sus “ídolos”, “dioses” e imperios. De ejemplos está llena las páginas de la historia como cesares, faraones, emperadores; instituciones como monarquías, zares, Inquisición, conquista y etapas nefastas de la historia como fascismo, nazismo, sionismo y el hoy imperialismo capitalista.

Somos del convencimiento de que sí el hombre en el ejercicio eficiente y determinante de su inteligencia hubiera caminado eficaz y positivamente los tiempos en beneficio de la humanidad, mal podría presentar el real y preocupante panorama que emerge como respuesta de siglos de expresión en su oscura actuación con detrimento de sí mismo y su generación. No puede determinarse como acertado el comportamiento frente a la expresión máxima de su inteligencia, cuando se ha constatado por los tiempos su incapacidad de producir un proceso histórico constructivo emanando de la fuente de su ingenio para crecimiento de la civilización y su cultura.

Decía Giovanni Papini que la inteligencia es utilitarista y por ello debemos hacerla más desinteresada, precisamente porque ella busca la acción y el consuelo, "...es deber nuestro adaptarla a la contemplación y acostumbrarla a la desesperación…", por eso el hombre debe buscar la verdad y encontrar en su pensamiento lo que verdaderamente existe en él, “…lo mismo si resulta un elixir que un veneno”(Obras Completas, Aguilar Ediciones, 1959).

En este amplio sentido el cerebro es la expresión máxima del desarrollo del hombre en su comportamiento, la actividad del conocimiento cimentado científicamente en este, y considerado como tal en la

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identificación del hombre como único ser de grado superior dentro de la evolución de los seres terrestres vivos, es más que un simple desprecio en un “...reino de oscuridad”, es “...habitar en los planos más luminosos de la naturaleza y el espíritu”, como agregaría Nietzsche.

Dentro de esta concepción estamos en presencia de la inteligencia en el hombre, para utilidad de la especie como uno de los dones más preciados de la naturaleza producto de una lucha milenaria y evolutiva. Sin descartar científicamente como se encuentra probada la existencia de una rudimentaria, precaria y primigenia inteligencia en algunos seres vivos diferentes al hombre (el delfín, el simio, el chimpancé) es el ser humano el único del planeta ("un punto azul pálido en el universo") quien posee una capacidad de razonamiento, de pensamiento que lo configuran como "único en su especie".

Seguramente seamos como lo hemos expuesto colegas de otros seres en otras galaxias, otros sistemas solares, otros planetas, (!imposible estar solos!) pero para ello es menester dentro de nuestro estudio limitarnos al concepto de no ser los únicos en el universo con esta identificación de la presencia de un cerebro que razona y produce ideas, asunto de por sí de suma trascendencia e incidencia en nuestros objetivos de vida en el planeta.

En este capítulo somos reiterativos pero lo más lógico es expresar sin sentido de subyugamiento y con caro compromiso que no podemos hacer abstracción dentro de la vivencia del actual abogado lo que constituye el privilegio de la inteligencia para aportarla como la derivación en la conducta en la historia del hombre, sino igualmente para aportar la conclusión directa y conducente de una profesión al servicio del hombre, de cuyo objeto esencialmente se debe nutrir el funcionamiento indefectible, eficiente y positivo de ésta.

Resaltamos ser quizás una de las profesiones donde el ser humano requiere del eficiente uso y desarrollo del cerebro, pero quizás es donde más se realza la mediocre forma de usar las neuronas, con el peligro de ser el conocimiento “un misterioso meteoro…”, que se puede extinguir

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después de “…un esplendor pasajero” en detrimento de la misión sagrada de dar a luz y esencia al nuevo abogado, a más de esto con una calificación precisa, exigente, necesaria en la sociedad para el compromiso final del abogado - hombre, cosmos - civilización.

Por ello se requiere ser auténticos y profundos, enemigos de oscuros pesimismos, perfeccionadores de la naturaleza humana, y como nuevos abogados se hace necesario cumplir con una interpretación cercana con la misma histórica evolutiva en el planeta; no puede concebirse como una extensión del compromiso con la vida un simple y efímero aporte en sociedad frente a la civilización y la vida el sólo accionar consuetudinario, superficial y simplista dada por el viejo abogado con su “posternación a dos rodillas” dentro del decurso de los tiempos, en ausencia del sello impreso de una propia y original imagen de hombre togado.

La expresión de severidad en el comportamiento de abogado con el impreso de la manifestación de la inteligencia es la respuesta de la responsabilidad ante el ocaso y decadencia del abogado, no puede ser más perecedero la falta del compromiso del viejo abogado en el manejo y uso en la historia con su inteligencia, no al servicio de degradantes y bajos propósitos, sino al servicio siempre como lo hemos expuesto del mismo ser, de la especie en la determinación de sus fines históricos, de su extensión, comprensión de sus ideales y formación individual para su profesión.

La vida del viejo abogado se enmarca inexorablemente dentro del campo de la inteligencia. El mayor o menor grado de ésta es asunto de enjuiciamiento y no de exoneración ante la falta de formas y sentido de posesión de sí mismo, ante su vida cansada, enferma, débil; este hecho mismo de ser así constituye un castigo, un letargo y un retroceso, hecho del cual sólo aparece negando y despreciando los significados íntimos y placenteros de la vida y tal vez proclamando y afirmando una efímera vida, todo por un resentimiento contra la vida misma, en la cual ha creando estados sombríos y oprimidos; pero el hombre de pensamiento

como diría F.Nietzsche,

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libre e inteligente, decía Nietzsche, “...precisa de imaginación, arrebato, abstracción, inventiva , presentimiento, inducción , dialéctica, deducción crítica, división del material, pensamiento impersonal , contemplación y síntesis, y en menor grado, sentido de la justicia y el amor a todo lo que existe”.

La inteligencia en la profesión es la ubicación en cada acto de vida en la expresión sincera de su actividad, allí donde presenta su comportamiento debe crear una actitud analítica para producir una conducta positiva “en sí”, o “para sí” o como diría Heidegger “del ser ahí” o “del ser en el mundo”, siempre en favor propio de la vida y de su propio ministerio ( El Ser y El Tiempo, Fondo de cultura económico, 1993).

Leonardo Da Vinci, “santo patrón de los pensadores independientes” como lo llama M. Gelb, encarnó el uso de la inteligencia en su momento histórico como el más positivo y eficiente en el comportamiento del ser humano, este hombre por excelencia sabio e ingenioso, dio a la humanidad ejemplo del uso de su inteligencia al servicio del hombre como expresión justificativa y dimensional de lo que puede constituir la producción intelectiva del ser humano.

No sólo nos referimos a su comportamiento personal como tal, sino el uso y apreciación de las dotes intelectuales de éste al servicio de la cultura y la civilización. Este genio estudió los fenómenos de la naturaleza, dominó la pintura, la escultura, la filosofía, la astronomía, la anatomía, el uso de las aguas; realizó brillantes inventos que en su momento no fueron comprendidos ni por los mismos sabios de su época, como la catapulta, el submarino, el helicóptero, las tijeras, la escalera de extensión, a más de sus brillantes obras de arte (La Gioconda, La última cena), todo aquello que constituye el esplendor de la máxima expresión de la inteligencia se encarnó en este hombre cuyo método de uso y explotación del conocimiento crepuscular de su intelecto tratan hoy los investigadores de interpretar y descifrar para buscar el por qué y el cómo de un cerebro humano dio un resultado tan protuberante, adelantado y profundo para su época.

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Se refería a la guerra como la “pazzia bestialissima”, o la locura furiosa. Muchos investigadores han tratado de perfilar la concepción de su imagen y han apuntalado a cada minuto de su vida para lograr extraer de su manifestación, su técnica y sus formas con la posibilidad de crear métodos que sirvan al hombre contemporáneo en uso de la inteligencia.

La capacidad de análisis, razonamiento, lógica, ideas, expresión del dominio en el sano ejercicio del pensamiento, es una panacea en el ejercicio eficiente, permanente y duradero de la abogacía. Como dijo J.P. Sartre: "Así pues, el conocimiento es el mundo; para hablar como Heidegger: el mundo y fuera de eso nada"(El ser y la nada).

El nuevo abogado se debe apropiar de los métodos y formas que inspiren y conlleven al resultado efectivo de su inteligencia frente al duro ejercicio de la profesión. En verdad estamos dentro de la concepción de presentar un nuevo abogado que emerja en la exploración del uso pleno de la inteligencia para la utilidad de su acción y producción y así dar un resultado histórico y sistemático; determinándonos en otra dirección es sentirnos como “espíritus nebulosos”, es volver a la forma de nuestro estado primario, andando entre cavernas y bosques con estrechez de sentimientos, dirigiendo la vista nocturna bajo cielos cubiertos de nubes oscuras; esto exige mediante un severo y rígido juicio sobre el pasado romper con éste, desatando cadenas y taras hereditarias, suprimiendo huellas y falsos ídolos sobre los cuales se ha montado un mar de engaños y falacias en derredor de la vida y nuestra profesión; en este sentido otra concepción diferente nos sigue llevando como pasos en procesión dentro un océano de mendicidad, ineptitud y desesperanza.

No podemos desconocer la existencia del viejo abogado con el mediano o escaso uso de la inteligencia, la cual en sentido estricto siempre se encuentra vinculada al egoísmo frío, a metas inciertas y conceptos de mala conciencia. La inteligencia deber ser la expresión eficiente de ésta en el nuevo abogado suramericano, como la manifestación en su máxima dimensión de hombre libre, autónomo, de ruptura, razonador, ejecutor, habló en el sentir del intelecto en su precisa dimensión entendida así para obtener el máximo fruto de su imagen como hombre distinguido, noble,

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que se resalta, escucha, respeta, acata, admira, se le sigue y llama; pues debe presentar en su profesión altura, dimensión, encanto de dominio y presencia, "...sembrador en el terreno de las pasiones de semillas de buenas obras" (F. Nietzsche), con un aire de libertad y plena salud.

Su capacidad cognoscitiva se enmarca dentro del resultado de la vigencia de su pensamiento en la dimensión del hombre útil, dimensionado en sus compromisos y obligaciones, las cuales asume con suficiencia, sin estigmas, ni temores, guardando siempre un concepto de su gallardía y plenitud intelectiva.

El nuevo abogado en la manifestación de su pensamiento prospera con ímpetu sobre las ruinas de la historia para la búsqueda de la vida. Esa luz solar en su cerebro se reactiva en su lucha de hombre cuando apuntala frente al devenir todo el bagaje de su sacrificio para la posteridad en la civilización. Se encarna en su ejercicio para la vivencia del futuro y siembra pacientemente con su encanto de vida y sacrificio en la inconfundible huella del destino al andar por los ardorosos vaivenes de su vida.

Sin ser inferior a la historia, sin ser inferior al camino, deberá encender la luz de su pensamiento al servicio de la majestuosidad de la justicia social, la convivencia entre los hombres y “la lucha por el derecho” con una actitud útil e incansable al servicio de la vida y su propia reivindicación.

No es únicamente la capacidad intelectiva como expresión de ejercicio, de impulso intelectual y de desenvolvimiento en el continuo y permanente diario vivir, ni siquiera en el cotidiano vivir, es la formación intelectiva aprehendida como ese anhelo y proyecto de vida especial como la expresión del “poder de voluntad”, (como concepción nietzscheniana), supresión de lo ajeno, y cambio de lo viejo por la nueva presencia del hombre, fundamentado en el compromiso y edificación de futuro, en la formación de la capacidad de conocimiento y de dominio, en la construcción de sociedad, de Estado entendido no como accidente contractual según Rosseau, ni como un acuerdo entre contrarios sino como elaboración y adquisición sobre cimientos duraderos, sobre suelos

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rígidos, solidificados con el logro de una radical concepción de objetivos, capacidad, dominio y expansión, con espíritu de libertad, lucha, afrenta, acción y justicia; concentrando sus energías, como hombre intérprete del momento y de su convicción en el saber y entender, avanzando contra la oscuridad de su propio y oscuro egoísmo, al encuentro de la claridad de una nuevo día sobre el cual deberá con el convencimiento y su certeza propia edificar una nueva profesión, un nuevo abogado. El nuevo abogado, fuerte, inteligente, con dominio, convicción, credibilidad, hace uso de su intelecto para manifestar su profesión como ejercicio de una sentida y pesada actividad, dispuesto a la escalada, a los caminos necesarios, sin desgastes inútiles, sin precarias formas, todo de sí para crear derroteros, buscar solidez y objetivos que sirvan en “la lucha por el derecho”, formando y sembrando árboles perecederos que den los frutos necesarios y maduros como individuo soberano, liberado de moralidades, con una conciencia orgullosa, vibrante de músculos, dispuesto a prometer y cumplir, con conciencia de poder y libertad; un nuevo abogado con voluntad propia y duradera, con sentimiento de humanidad, de plenitud, firmeza y convicción en el hombre y su profesión y con una “...curación radical contra todo pesimismo”, como diria F. Nietzsche. Con este sentido de inteligencia el nuevo abogado en Suramérica ¿Cómo no podrá tener dominio de su profesión, cuánto aprecio y respeto no podrá inspirar? ¿Con este sentido de amplitud y certeza, acaso no le será posible avanzar entre el ocaso y mediocridad del hombre contemporáneo? ¿Necesitará otros dones, virtudes, cadencias, o pentagramas para crear otra música, una nueva melodía, no le será suficiente ésta que le debe dictar su propia inteligencia con posibilidad y plena labor?

El abogado libre, el nuevo abogado tiene su propia medida de valor de un modo soberano, con dificultades pero con confianza, dispuesto a repudiar al inepto, charlatán, mentiroso, calamitoso, pleitomano, al guerrerista; siempre con su forma de enjuiciamiento y definición, sin ambigüedades, ni fastidios, siempre frío y sereno en su análisis, razonando en su razón, siendo lógico en la lógica, con conciencia en su

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conciencia, todo mediante una claridad de conceptos y lucidez de principios serios y firmes, sin sequedad, frialdad, ni insipidez.

Leonardo D'Vinci decía que el hombre de pensamiento medio, “...mira sin ver, oye sin oír, toca sin sentir, come sin saborear, se mueve sin ninguna conciencia física, inhala sin percibir olores o fragancias y habla sin pensar” (Micheal J. Gelb, Inteligencia genial, Editorial Norma, 1999).

El nuevo abogado, requiere de conceptos claros de vida, profesión, sinceridad histórica y compromiso de tiempo, formas intelectivas suficientes y eficientes, con la cual deberá rechazar su pasado escabroso y oscuro con el cual hoy sigue cargando; definiendo como aniquilar el sendero trazado por siglos sobre su profesión, creando surcos nuevos para andar con la firmeza necesaria y determinante de una nueva vida , una nueva profesión alejada de mediocridad y la ineficiencia histórica que viene arrastrando como causa eficiente de su decadencia, rechazando errores y fantasías e iluminando con toda inteligencia muy progresivamente y paso a paso la historia de la nueva génesis del mundo.

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CAPÍTULO VII

LA MEMORIA HISTÓRICA EN LA ABOGACÍA

“El hombre no se preocupa más que del presente, que huye sin remisión hacia el pasado y se abisma en el incierto porvenir. Salvo las consecuencias que pueden refluir en lo presente, y que es obra de sus actos y de su voluntad, su vida de ayer está por completo sumida en la sombra”.

(A. Schopenhauer).

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Tener memoria histórica es presentar la capacidad de conocer el pasado en su dimensión lo más aproximada a la verdad o con la identificación a la verdad misma, es el logro del contacto, integración, asimilación del ser humano con el tiempo como un producto dialéctico.

De igual forma es conocer el universo en su origen y evolución; es saber interpretar con detenimiento y precisión los principios y logros de la vida cualquiera sea su forma y donde esta exista. Es auscultar con sentido investigativo e histórico el contenido y esencia del mundo que nos circunda en movimiento; es identificar la civilización humana, así sea esta la única conocida hoy para nosotros como expresión de un sistema de vida organizada, incomprensible y enigmática.

La memoria histórica del hombre se debate entre lo incierto y lo oculto, lo conocido y lo vivido, lo escrito y lo profano, el pensamiento real o ficticio, lo agotado y existente, lo misterioso y fatal, entre la vida y la muerte, lo cierto y lo decadente, es decir, es el centro de contradicciones históricas sembradas por el hombre a través de sus tiempos.

Por ello se precisa de la capacidad intelectiva de análisis y escrutinio para mediante esto obtener el logro aproximado de ubicar fundamentos serios y precisos que conlleven a comprender la especie humana en su dimensión real mediante el empleo de la profesión en la búsqueda profunda de los sentimientos y pasiones para la obtención de su esencia y forma de existencia.

El hombre debe extenderse en su capacidad de pensamiento el logro de este fin, con la única y especial finalidad de conocerse a sí mismo, conociendo su historia, pues en ésta enmarca su compromiso o su fracaso: “El conocimiento es problema de la ciencia y ésta no admite la menor deshonestidad ni la menor presunción; lo que exige es ciertamente lo contrario: honestidad y modestia. Si quieres conocer, tienes que participar en la práctica transformadora de la realidad” ( Mao Tse -Tung , Obras escogidas).

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La memoria histórica de la abogacía como expresión del presente no existe, y se evidencia por no ofrecer por lo menos en forma precisa las formas geométricas y asimétricas ciertas de una profesión que haya logrado sobre unos fundamentos y principios edificar ésta dentro de un contexto serio de identidad, si no existe esa estructura de contenido sustancial dentro de los linderos que indiquen unos presupuestos que conlleven a su determinación como ejercicio, como praxis, es menester concluir su inexistencia. Si la abogacía no ha logrado en sus cientos de años alcanzar históricamente su identidad se encuentra postrada en lo profundo del olvido y en un fracaso desesperanzador de compromiso consigo misma, con la historia y su devenir.

El origen, “el big bang” de la identidad se crea en los fundamentos de la memoria histórica donde el archivo de su desarrollo está plasmado por los hechos como expresión fiel de la imagen y sentido concreto de su vivencia en el devenir histórico.

La abogacía se expresa a través de quienes le damos representación, quienes ejercemos su apostolado; siendo esta la identificación plena del abogado en su labor y contemplación, determinando compromisos y espacios abiertos de existencia.

Mas la identidad es parte para definir su eficacia, su positividad, su poder creador, su poder de voluntad, su orgulloso "bel canto” ; el ayer y el hoy la han enjuiciado cansada, agotada, débil de estilo y de sistema, no ha sido suficiente la lucha y paradigma de los grandes hombres puestos a su servicio para transformarla. En una nebulosa de alaridos históricos, en encumbrado aire enrarecido se pretende falsamente evocar y ratificar ésta por los espíritus de los viejos abogados decadentes, impotentes, con instintos de repugnancia, pesadez y desencanto hacia la misma profesión.

La memoria histórica nos muestra el deseo de obras, el afán de andar en búsqueda de logros, mas no siempre por infortunio de un negro e incierto destino hemos llegado a la adquisición de éstos. La memoria histórica ese eterno trajinar en el tiempo, ese mar de tinieblas y laberintos,

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esa búsqueda oscura en el horizonte perdido nos plantea que la abogacía se encuentra extraviada en los atajos de la historia, aún sin buscar su norte se ha desorientado por razón de haber sembrado árboles enfermizos dando un fruto inmaduro, muy débil , más espuma que líquido, sin color, fragancia, cuerpo o por lo menos como diría Aníbal Troilo con un “...perfume de naranjo en flor” . El viejo abogado se pierde en un horror de lo suyo, en una “...necesidad de lo horrible”, como diría F. Nietzsche, precisamente por la falta de identidad, por la falta de presupuestos y principios que la solidifiquen y le cicatrice las heridas con las cuales viene cargando con los tiempos, le coagule su sangre, no con el existir por sí mismo , no en el vivir por el vivir, es en transformar objetivos serios y precisos que sean su camino de luz , aniquilando lo decadente que hay en la profesión, rompiendo con el mismo oscuro pasado y la incertidumbre de su presente. Esa falta de memoria histórica del viejo abogado ha concluido en el lamentable estado de exigencias inciertas, sin surcos, sin equilibrio, ni esfuerzos, con un empobrecimiento y posternación, dejando de lado “...todas las esperanzas prematuras y oportunas” (F. Nietzsche), cayendo en un pesimismo trágico de terror y crueldad, de misterio, de vacío, de fatalidad...de ocasos.

El viejo abogado ha volado entre brumosos espacios sobre el oscuro pasado de su memoria, sin lámpara que ilumine con densidad y durabilidad un rebosamiento de vida; sin esplendor de juventud, de delirios, de auroras !cuántas auroras e impulsos! Su ejercicio no se encuentra plasmado ni con precaria lucidez en los objetivos que lo identifiquen, el antiguo abogado ha navegado sin norte, sometido a llegar a rincones de lo desconocido, sin conceptos claros del para dónde voy, ni a cuál puerto arribo, ha sido un hombre fatal, "…rodeado siempre del ruido de los truenos, de rugidos, de abismos abiertos y de presagios siniestros", como diría Nietzsche.

Al determinar la abogacía por falta de identidad estamos enjuiciando al viejo abogado por su falta de conciencia en la interpretación de su misión como profesión, como ministerio, estamos enjuiciando la mediocridad y

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la debilidad, lo gaseoso y nebuloso de su comportamiento, estamos enjuiciando el pasado y el presente para forjar una identidad que plasme formas y medios necesarios en la realización de la profesión y edificación de ésta, en la lucha diaria y permanente por los principios que inspiren su sentido de vivir, del vivir como hombres libres, sin el yugo de su impotencia, ni su disgusto y desprecio por la vida, sin el rechazo a apasionadas aspiraciones y sentimientos nobles por su profesión.

Concluir que la abogacía no posee memoria histórica es cargar con las cadenas de nuestra propia responsabilidad, es ubicarnos con sinceridad en el tiempo y en el espacio; es saber conocer lo nuestro en el pasado y en el presente para plantearnos con seriedad el sagrado compromiso del buscar sentidos, de plasmar mundos, alejados de sentimientos testamentarios y decadentes, sin el miedo a lo frío y lo oculto, con “asombrosa audacia para crear hombres”, o por lo menos para aniquilar lo decadente que existe en nosotros, en lo sombrío y azaroso que hay en el hombre, desafiando todo bajo infortunios, enfrentando desaciertos y tempestades, sin tragedias y amarguras silenciosas.

A nuestra profesión le falta en el cerebro el funcionamiento de la "amígdala", afectando por consecuencia el hipocampo, “... cuando el hipocampo sufre una lesión, tenemos dificultad para recordar, lo que nos ha ocurrido recientemente. La amígdala es una estructura esencial, de la red cerebral que regula las emociones, incluido los aspectos emocionales del recuerdo. Se ha ido haciendo cada vez más patente, que la amígdala desempeña una función vital en los recuerdos cargados de emoción que tanta influencia ejerce sobre nuestra vida mental” (Daniel Schacter, En busca de la memoria).

Plantearnos la falta de identidad es sumergimos con un sentido claro y serio de la concepción postrera de la abogacía, en una concepción humana, sin curiosidades, mostrando vacíos y falencias, errores y engaños, diseñando trincheras, sin caos de mundos desconocidos, rompiendo barreras de la individualización, en una concepción extensa de mundo, definiendo y precisando errores, creando y construyendo; que otro camino que otro añejo y esquelético surco restaría por andar

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para responder a la afrenta, al desafío o a la desolación de una profesión anodina, muy coloreada para los siglos pasados, pero en una quietud desoladora y preocupante para el actual sangriento, violento y desafiante siglo XXI, de otra forma presentaríamos la historia ocultando estrellas y distorsionando la realidad para mostrar con expresiones imaginarias actuaciones sólo para vender falsas ilusiones a costa de todo engaño y de paraísos inciertos e inútiles.

Entendida la abogacía como la expresión máxima del respeto por el hombre, la abogacía como expresión de búsqueda de justicia y libertad, en la defensa de la solidaridad y la convivencia está por proyectarse; esa identidad está por encontrarse en el sentido de la vida, está por estructurarse, ese es el reto de las nuevas generaciones de abogados especialmente los suramericanos quienes conscientes del compromiso de su propia mística de hombres deberán llegar a adquirir la concepción precisa de la real y auténtica abogacía y poder así lograr expulsar como diría Giordano Bruno “la bestia triunfante” anquilosada, roída, mendicante que aún dormita en nosotros, en nuestra perturbada y enlodada profesión.

Expresar otro concepto es engendrarnos con una metafísica moralista; es volver a la mitología de los dioses en un mar de tormentos, congojas y aflicciones, es hacer otros postulados para mostrar una imagen diferente nunca lograda, ni siquiera anhelada; es sumergirnos con el fracaso en la oculta y decadente filosofía de rebaño, es desconocer las fuentes de vida, los resplandores de luchas; es ocultar la felicidad libertadora, el grito de la alegría mística y las causas generatrices, es desconocer otras músicas, otros réquiem, otros poemas inspiradores, un “regno diferente”, o un “ fecondo de la vite” del propio del ser.

Sembrarnos de falsas y vagas ilusiones sobre conceptos afeminados, débiles y discretos con la abogacía esencialmente en Suramérica nos ha llevado al borde del abismo, con una imagen de tristeza inquisidora, sacra, muy solemne pero vacía sobre la profesión. “Pero la vida del espíritu no es la vida que se asusta ante la muerte y se mantiene pura de la desolación, sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella. El espíritu

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sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse así mismo lo positivo que se aparta de lo negativo, como cuando decimos de algo que no es nada y que es falso, y hecho esto, pasamos sin más a otra cosa, sino que es sólo esta potencia, cuando mira cara a cara lo negativo y permanece cerca de ello. Esta permanencia es la fuerza mágica que hace que lo negativo vuelva al ser.” (G. W.F. Hegel, Fenomenología del Espíritu)

El “conócete a sí mismo” de los griegos se hace esencial en la medida de la objetividad de lo nuestro, del yo y mi presencia, en la “mundaneidad del mundo” como diría Heidegger, donde logramos llegar al abismo profundo de nuestros espíritus para entendernos y lograr con entera convicción y luminosidad solar lo nuestro; en este sentido siempre aprehendiendo sobre la labor a realizar, buscando día a día el objetivo, indagando, auscultando, dando formas, sintiendo el deber ser y el cómo, haciendo disecciones minuciosas, formando partes y juntado, rechazando y suprimiendo, edificando y cimentando: “ ...La obra que hay que producir es el para qué del martillo, del cepillo de carpintero, de la aguja en cuanto tal tiene la forma del ser del útil. El zapato que hay que producir es para portarlo, el reloj ya acabado para saber el tiempo. La obra que hace frente principalmente en él “ andar” “curándose de” - la que se encuentra en el trabajo - permite que en él “ser empleable” que le es esencialmente inherente, cohaga frente en cada caso él “para qué” de su “ser empleable”. (M. Heidegger, el Ser y el tiempo)

El sentirnos como seres humanos, el adentrarnos con todos los sentidos al conocimiento del pasado por la memoria histórica y mostrarnos ante el mundo desnudos, vernos flácidos, extenuados, limitados llenos de ambiciones y pasiones, ausentes de metas, esto poco importa si al fin nos encontramos; el mundo no puede ser un pasado desconocido, es lúgubre, doloroso, oscuro y pesado pero nunca deberá ser ignorado, aquí yace nuestra herencia, nuestra marca del ayer, ¿No tendremos las suficientes energías para soportarlo? ¿Necesitaremos otros cuerpos para arrastrarlo? ¿No estaremos en disposición plena de vida para desmitificarlo, diseccionarlo, adentrándonos en él y en una lucha de medios entenderlo, dominarlo y romper con él?

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Estaremos dispuestos y preparados para saber quiénes somos, sin más arrebato que el nuestro, aprendiendo del pasado sin sometimientos, sin ser prisioneros del mismo; si es en un camino de luces y de oscuridades, claudicando y sometidos a la hoguera inquisitorial de nuestra propia ignorancia y con una mansedumbre de entrega para edificar entre laberintos y cavernas, con fortaleza, sembrando semillas de miles de flores para que se conviertan en frutos ante la luz del día; desde hoy hay que preparar la tierra que nutrirá ese árbol, esta medida nos dirá si los abogados suramericanos del presente somos útiles o inútiles, la tarea es ilimitada, grandiosa y atrevida, todos debemos participar de ella para que el árbol no se seque y su savia se esparza; esto se hace necesario que nos rectifiquemos frente al reino de la oscuridad en el cual no hemos anclado y busquemos planos más luminosos, sacando de nuestra sangre esa herencia que es el desprecio hacia las cosas de la vida y profundizando en lo esencial del hombre.

El abogado suramericano exige tener memoria histórica para juzgar, impugnar, objetar, disecar y momificar, creando su identidad, ampliando su mundo, su imaginación y buscando en las vidas pasadas senderos de análisis, de razonamiento sin límites para la concepción del presente.

"La historia tiene sin embargo otra utilidad distinta y mayor. Amplía la imaginación y sugiere posibilidades de acción y de sentimientos que no se le habrían ocurrido a un espíritu no instruido. Selecciona los elementos significativos e importantes de las vidas pasadas, llena nuestro pensamiento de ejemplos espléndidos y del deseo de fines mayores que los que una reflexión desamparada podría haber descubierto" (Bertrand Russell, Ensayos filosóficos).

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CAPÍTULO VIII

CREDIBILIDAD E IDENTIDAD DE LA ABOGACÍA

“Ese futuro posible que angustia hasta tratar de convertir el futuro en un pasado, como en el obsesivo. Por que la angustia es eso mismo: la apertura hacia la posibilidad de la mutación, la no garantía de la identidad, la amenaza a la identidad por un deseo, por algo reprimido que irrumpe, por un desafío como cuando algo muy deseado finalmente se hace posible, entonces: ¿quién seré yo ahora que esto es posible?.”

(Estanislao Zuleta).

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La historia nos muestra una preocupante situación, la abogacía no posee identidad, está por hacerse, está por conseguirse, pudiera ser ese nuestro propósito, nuestra "pretensión", anhelo, ambición, sueño, utopía. Así cabalgando bajo la sombra de un firme y duro propósito escuchamos un aullar en el horizonte muy lúgubre, sincero y extendido de una necesidad por el compromiso, y bajo ese yugo inspirador de nuestro impulso clamamos a los todos los cielos por nuestra propia suerte.

Queremos escuchar con ardor los abogados suramericanos en lo profundo de los corazones para impulsar un compromiso, un suspiro, un desasosiego, una expresión precisa de un sincero encuentro con la vida, con nuestra propia vida, auscultando la luz de la conciencia para lograr el resultado deseado, sería lamentable no alcanzarlo, sería declinante y regresivo no ir tras él; pero a fuerza del impulso y anhelo de exigente necesidad conocemos nuestra misión en este mundo, en la profesión, ahí el reto y la mística por el descubrimiento de lo que nos impulsa a determinar nuestro deber frente a los hombres con una fuerza espontánea y decisiva en la profesión. Esa búsqueda del hombre por su vida, esa búsqueda de sí mismo en la lucha por su libertad, nos lleva a identificarnos con la elemental necesidad de procrear un resultado, un fin en sí mismo por lo menos un corpúsculo e idolatrado fin que nos conduzca a obtener una positiva imagen de la abogacía. Incorpóreo crepúsculo de la existencia convertir la leve llama del pensamiento en la profunda huella de la cimera histórica, determinando con sinceridad la perversidad de nuestros males y anhelando así sea para la posteridad nuestro sentir de profesión, cuya dimensión hoy débil y en ocaso se podría reivindicar con la exigencia misma del conocernos como somos, sin más aliento en sí mismo, con la posibilidad de voluntad, de una voluntad libre para avanzar y definir muy profunda y radical.

Cuando el nuevo abogado clame en medio de peligros y temores: !el todo es posible¡ creando un goce y un placer al igual que los griegos con su Apolo dios de belleza y de sueños, actitud noble y de éxtasis, con un estremecimiento de embriaguez en lo radiante de lo estético, así

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consiguiendo batir las alas de aquellos que no luchan por lo nuestro, ni por sí mismos, nos identificamos ante la historia como hombres libres al poner en plena exigencia con el afán de la búsqueda de una meta; así entendemos viva la voluptuosidad, la esencia de nuestro recurso al servicio de la humanidad, mostramos la historia con pasión frente al esplendoroso día aquel en el cual los hombres cumplamos un objetivo cierto como es la defensa de la vida y del planeta, su brillantez, su certeza, su grandeza, como diría Heidegger "…todo a golpes del buril y del duro martillo"(El Ser y el Tiempo, Fondo de Cultura Económica, 1993).

Hoy buscamos respuestas cuando hemos transitado por los enlodados caminos de la antigua abogacía, aún cubiertos por el ropaje de la angustia y por las ansias de vivir en un mundo diferente sobre el que se mueve en derredor del actual abogado; ese que inspira sueños y transforma las pasiones, en ese que aún esconde la perfidia en vivencias oscuras, ese al cual no será extraño al nuevo abogado a ese nos tenemos que referir en su dirección y consideración, no de otra forma miramos el reto de la vida, no de otra forma podría determinarnos como nos corresponde en nuestra misión como un compromiso, resultado y tributo a nuestra leve y efímera existencia.

Con ese sentimiento, con esa pasión que enmarca nuestro pensamiento, con ello buscamos instalar en la conciencia de los abogados suramericanos una reivindicación por presentar ante nuestros contemporáneos y a las futuras generaciones un derrotero, un camino que por lo menos presente una exigencia de vida, un principio denominador del sacrificio diario en el sentir del mismo, con unos mínimos postulados orientadores, comprometedores en su camino y destino.

Siendo nuestra profesión de las más antiguas es la más equivocada y decadente, precisando el permanente y exigente mundo conocido es concluyente que no posee credibilidad, no sólo como principio de aceptación o de necesidad, sino en el presentar una vida propia, luminosa, amplia, certera ante la especie como presupuesto definitivo en su comportamiento valga decir no constituye por sí solo su ejercicio un

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sentido único de credibilidad, pues su actividad así sea en un sentido de servicio o de ministerio no ha sido determinante, suficiente frente al desarrollo cultural del hombre.

Si bien dentro de su origen se dio como representación, como intermediación, como vínculo de la comunidad y allí nació su fundamento y razón de ser, mediante la defensa de los derechos ciudadanos y la elaboración de normas que dieran e interpretaran la necesidad de la comunidad, ello no se constituye en lo suficiente y necesario de su vivencia por sí sola, ni el comportamiento concreto de sus actos han producido el resultado que configure y consolide por sí mismo un cuerpo con credibilidad y fundamento de compromiso y existencia.

La abogacía si bien se encuentra enmarcada como profesión, como actividad en ejercicio, como labor específicamente determinada, esto es simplemente la ratificación de su existencia, mas no la expresión de credibilidad e identidad, la cual debe expresarse inexorablemente como profesión con cuerpo, servicio y utilidad propios, con positivo y eficiente desarrollo; pues ha sido por decir lo menos profesión de proletarios dóciles, débiles y domados para beneficio del poderoso y sus objetivos de ambición y fortaleza.

Es decir, no es suficiente ni definitivo un simple y superficial comportamiento de vida y por ello se requiere de su enjuiciamiento serio y objetivo para establecer la credibilidad dentro de un marco racional para poder así definir su impulso, sostén y metas o pedir por siempre como pretende el viejo abogado su desaparición y aniquilación.

La credibilidad e identidad conlleva la expresión mínima de configurar una aceptación, una creación y solidez en el desarrollo cultural del hombre pero no únicamente en sí, sino como resultado del aporte de participación exigente en responsabilidad histórica, con inventiva en imaginación, con amor a todo los existente y defensa a todo su compromiso como profesión, como vivencia en lo infausto de los tiempos.

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Presentar la credibilidad e identidad de la abogacía es formular los presupuestos de su expresión y comunicación con la historia, es la interpretación correcta de una definición dentro del marco cultural para la adquisición de unos principios producto de su propia y original lucha y sacrificio puestos en la sociedad con toda actividad, con derroteros trazados que cumplan unos mínimos presupuestos de logros y definición frente al fenómeno social y cultural, con la panacea del hombre como ser inteligente en búsqueda de su identificación de vida y en el encuentro de metas al servicio de la profesión y el ser humano.

La abogacía no puede ser simplemente un aporte de vida, sino de liderazgo de concepción de vida, impulso, sacrificio, aceptación, dominio, superioridad, voluntad en tiempo y espacio; todo necesariamente bajo unos principios mínimos producto de su necesidad dialéctica dentro de un marco definido, claramente establecido por sus integrantes dentro del proceso histórico a base de sus luchas propias con pleno sentimiento de poder y una profunda convicción en su deberes con la sociedad y el hombre.

Si bien la organización social en las distintas etapas históricas ha contado con la presencia de hombres creadores de normas jurídicas, no significa con la creatividad del abogado, pues de suyo no existió la profesión simultáneamente con la normatividad, ni siquiera hubo aporte fundamental de esta en la misma forma de la concepción, creación y mas de la veces en el desarrollo del derecho, no se dio históricamente en principio por la misma forma de su origen, concepción y configuración.

Es decir el abogado no es coetáneo a la existencia de la norma, a la existencia de los primeros fundamentos de derecho, ni de los códigos, ni legislaciones; “la ciudad antigua”, el estado feudal, el monárquico, emergen en la historia del hombre como respuesta a un proceso dialéctico de suyo complicado y contradictorio y allí se hace partícipe el hombre legislador y creador de los presupuestos políticos que enmarcan la norma, es decir, indefectiblemente la normatividad se encuentra presente dentro del marco en el cual se desarrolla y expresa el

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Estado en cualquier forma que haya existido, mas no siempre el abogado como profesión apareció con la creación de la misma organización política o de la misma normatividad.

Resaltamos la obra de Alfonso el Sabio que en 1274 obtiene el primer estatuto español sobre la abogacía; al igual, las partidas Alfonsinas incorporaron numerosas normas sobre la profesión de abogado.

Si bien la existencia de la organización social va concomitante a la existencia de la norma jurídica , así sea en forma precaria y primigenia allí el hombre gobernante aporta su creación normativa, pero no en forma personal sino como la expresión de las fuerzas políticas dominantes en su momento determinado a las cuales inexorablemente le sirve para doblegar al ciudadano bajo el yugo de la autoridad, la soberanía y el absolutismo del imperio.

El derecho se ubica en el proceso histórico no por sí solo, sino como producto necesario de la expresión del poder y la fuerza como expresión de dominio, y en este punto es donde aparece políticamente el hombre creador de las normas y los presupuestos jurídicos, mas no como abogado sino como simple codificador o legislador, sólo cuando aparece en sus inicios la academia y la universidad, aparece así el origen de la profesión de abogado y de los estudios académicos de las disciplinas jurídicas; en consecuencia la existencia del abogado en sentido estricto se da con el origen de las universidades significando que no ha existido la profesión en forma concomitante a la existencia misma de la norma jurídica en los Estados.

En las culturas antiguas eran los filósofos especialmente los griegos, quienes dieron inicio a los conceptos políticos y jurídicos sobre los cuales debía darse la existencia de la organización social del Estado, mas no eran abogados y no obstante el desarrollo del imperio estaba conformado por una organización social con instituciones en de mas de las veces con un resplandeciente acento de democracia; quienes aplicaban y ejecutaban las normas jurídicas eran aquellos hombres si bien eruditos, preparados y buenos ciudadanos, en esencia eran ajenos a

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estas disciplinas y a la formación jurídica, esto en cuanto el manejo y dirección del gobierno se encontraban en manos del guerrero, sacerdote, pontífice, magistrado, el cónsul, pretor; todo inspirado en una consolidación marcada, continúa y tradicional de las creencias religiosas.

“Era una verdad reconocida en Roma que no se podía ser buen pontífice si se desconocía el derecho, y recíprocamente que no se podía conocer el derecho si se ignoraba la religión. Como no había casi ningún acto de la vida que no tuviese relación con la religión resultaba que casi todo estaba sometido a las decisiones de esos sacerdotes y que sólo ellos eran jueces competentes en infinito número de procesos” “... Y he aquí como los mismos hombres eran pontífices y jurisconsultos; derecho y religión sola formaban uno”. (Fustel de Coulanges, La ciudad antigua).

No obstante, surgieron hombres de gobierno preparados para recopilar una serie de legislaciones y normas para Roma y Grecia en su momento bien organizadas, con un sentido de poder claro, cuya calidad y servicio han sido reconocidos en la historia, Licurgo, Sólon, Cicerón, Demóstenes, Justiniano, Minos, Gayo, Numa, Tito Livio en la época del Imperio Romano antes de nuestra era; demostrativo esto como suficiente para dejar claro que si bien se crearon códigos, legislaciones con alto contenido de normas jurídicas, (las doce tablas, el manú, el código de Hammurabi) de por sí allí no tuvo presencia en sus anales históricos el abogado y menos la abogacía, sólo cuando aparecieron las universidades como academia apareció la calidad del hombre togado concebido como tal, al principio del siglo XII.

Dentro de la idea de la credibilidad e identidad, se hace especialmente necesario ubicar los conceptos no en el punto marginal de la interpretación lingüística, sino el encausar histórico de la profesión como una expresión cimentada en un proceso de años. Su expresión no puede determinarse en forma minúscula sino con la ubicación en todo su contexto y dimensión, en un análisis objetivo, profundo y serio.

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La expresión del nacimiento del abogado, su forma y presencia en la comunidad hizo de suyo considerarla elemento trascendental para la organización política enmarcada en su preciso y específico momento; de cualquier forma que se haya originado y presentado la organización social siempre allí se debate la necesidad del hombre creador del derecho para impulsar, interpretar, elaborar y codificar unas normas de conducta que direccionen las fuerzas sociales al interior de la misma comunidad dentro del poder organizativo de ésta, mas esto no es suficiente para determinar la profesión; sólo lo es bajo unos presupuestos y premisas con sentido de credibilidad e identidad interpretadora del hombre y su esencia, sus fines y metas, creando y consolidando la lucha por el derecho como objetivo en toda su dimensión solar y crepuscular de progreso y defensa del hombre y su medio; una misión que se encuentra por cumplir y edificar.

De hecho el hombre en su dimensión de tal crea el derecho como disciplina en la búsqueda de interpretar unos comportamientos que protejan su poder político en la organización social y que lo ubican históricamente como especie con cultura, necesariamente buscando la adquisición de sus logros en bienestar de la civilización, es decir el derecho contemporáneo ya no son normas jurídicas simples, son principios, postulados filosóficos y políticos que enmarcan una ciencia definida, delimitada, bien estructurada y constituida en un proceso del cual se dio origen en el Imperio Griego y Romano pues como dijimos fueron los filósofos antiguos quienes dieron origen a sus primeros postulados.

Pero las fuerzas sociales populares, la organización popular de la plebe romana, fue quien dio origen a las primeras instituciones con sentido democrático y como consecuencia con un concepto y sentido de libertad e independencia frente al poder del yugo y dominio del Imperio.

“Y cuando así es el mundo, la realidad para bien o para mal ¡se predica la inacción, el marasmo, el sufrimiento! ¡Se predica la paz a toda costa, aunque enerve, aunque destruya el carácter, aunque favorezca a la injusticia, fortificando su reinado! ¿Qué nuevo fanatismo es este que se propaga? En estos pueblos europeos que conquistaron lo poco que

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gozan de la vida de la libertad y del derecho con gigantescos esfuerzos y supremos dolores, se viene a predicar el nirvana político, y no en nombre del pesimismo que esto fuera más lógico, sino en nombre de un optimismo superficial, excesivo, abstracto, absurdo, optimismo que es materialista al negar a la acción humana una influencia capaz de destruir los efectos del determinismo natural en la obra del espíritu, y que por otro lado es cándidamente providencialista y casi idolatra, al esperar de lo alto una misteriosa y salvadora fuerza invisible que ha de ir realizando el ideal de la justicia en cada momento según su grado por un proceso invariable pero seguro ajeno a la voluntad del hombre. ¿Qué diría si todo esto oyese, aquella plebe romana que nació sin derecho y llego a dictar leyes del mundo, que su propia ciudad nada podía al principio, nada era y llegó a llenar los anales de la historia con sus cónsules, sus censores, sus tribunos, y sus pontífices? ¡Oh! No fue ciertamente un posibilísmo lo que invento la plebe romana para vencer la nobleza, para dejar ejemplo eterno que imitar a la plebe de todos lo pueblos futuros”. (Leopoldo Alas, prólogo La lucha por el derecho).

Sin consideraciones diferentes el abogado emerge como la necesidad esencial de la misma sociedad, de la misma estructura social en la creación y constitución de unas normas de derecho para el comportamiento humano y su organización. Y allí se presenta como el oficio indicado para aplicar, estructurar, interpretar, consolidar y transformar éstas bien en constituciones o en códigos, demostrando la absoluta necesidad del nacimiento de la profesión, constituyéndose de suyo en parte del poder el cual es el mismo que gira y se circunscribe en el Estado cuya fuerza y eficacia se expresa en sus normas jurídicas.

Es decir, la existencia de la normatividad jurídica no es más que la expresión de las fuerzas internas contenidas en la organización social llámese comunidad, llámese Estado. No puede existir ésta sin ser una expresión exacta de los factores del poder que emergen y se expresan en su organización. Luego la normatividad es la expresión política, interpretada en los intereses y necesidades de las fuerzas de poder al interior del Estado, por ello las disciplinas jurídicas se enmarcan dentro de unos orígenes que necesariamente configuran organizaciónes

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sociales las cuales no siempre se constituyeron o establecieron bajo los postulados del derecho; ya dijimos la antigua Roma y Grecia se regían esencialmente por conceptos religiosos, las tiranías nunca han aceptado el derecho, los imperios lo han manipulado y desdibujado para sus propios intereses, significando en última instancia que no toda normatividad jurídica contiene los postulados esenciales de derecho. Como enunciaba Eurípides así se han presentado las organizaciones sociales en muchas épocas, “...si hay que violar el derecho que sea por amor a reinar, en otros casos guarda la piedad“.

Pero al igual el devenir histórico ha presentado luchas sociales desde los primeros inicios de la organización social y han presentando unos fundamentos válidos y sólidos en su momento, con un contenido profundo de progreso para la humanidad, pues las reivindicaciones de las luchas sociales han creado postulados en la historia etapa por etapa dando forma a una filosofía política inspiradora del derecho, cuyos creadores en principio fueron los filósofos griegos todo bajo un permanente y continuo impulso de las fuerzas sociales entre galerías, yugos y cadenas.

No de otra forma el derecho expresa su sentido y necesidad, no de otra forma se puede considerar esta disciplina como su razón de ser, como su justificación de la existencia del hombre al buscar su sentido en la vida y amor en el mismo hombre, no puede interpretarse ni justificarse de otra forma mientras no se interpreten los principios que deben constituir la convivencia del ser humano, de la especie en el planeta, todo adquirido bajo el efecto de la permanente fuerza de los hechos, buscando obtener un derecho original, con esencia propia e identificado con principios inspiradores, donde el hombre y la justicia social deben estar por encima de cualquier otro interés febril, ciego y calculador.

“En fin de cuentas, lo que el derecho podría obtener aun cuando fuese construido del mejor modo posible, es que los hombres se respeten los unos a los otros. Pero el respeto no hace desaparecer la división, y ésta es la que hay que superar". (Francesco Carnelutti, Las Miserias del Proceso Penal).

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De ahí la necesidad de la obtención de unos fundamentos que constituyan e interpreten al hombre en su ser como el respeto por la vida, su planeta y en última instancia por los derechos humanos como la mínima exigencia de ser inteligente, no de otra manera justificaría su existencia; negar estos mínimos presupuestos colapsaría su panorama histórico dentro del marco universal del sistema de vida macro-privilegiada de la cual lo dotaron efímeras estrellas.

En este contexto el abogado suramericano se debe ubicar y profundizar en la consolidación de su rol en la historia y en la medida de sus actuaciones debe presentar un aporte de suyo trascendental en cuanto su presencia se hace necesidad esencial e indispensable; sin exagerar su centro de gravedad es producto del mismo proceso histórico en el cual el hombre se debate en su permanente y continuo sacrificio por obtener un concepto humano y universal.

Si bien en principio de las etapas históricas no existe por la misma naturaleza de su primigenia cultura una identidad de la abogacía como profesión estructurada, sí existió una actividad jurídica casi siempre vinculada a los filósofos antiguos quienes aportaban sus luces en conceptos creadores. Valga decir, como se expuso antes la profesión de abogado no emerge coetáneamente con el nacimiento del los primeros fundamentos del derecho, éste es primigenio y lo es por fuerza del origen del poder político del Estado y de la organización social, solo la profesión aparece con el nacimiento de la universidad.

Dentro de un sentido estricto la aparición de la profesión nace a posteriori con sus inicios del derecho, lo que para todos los efectos históricos el abogado se debió consolidar en la medida de la existencia del Estado, en la presencia y materialización de los postulados políticos que conciben la existencia de una organización social determinada; así el abogado da comienzo a su profesión pero solo a principios del siglo XII, siendo su ofrecimiento de servicio un punto de partida que originó su actividad justificada y presente, más por infortunio del ayer y el hoy sometida y absorbida por los presupuestos políticos vigentes

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necesariamente creados a fuerza del poder, siendo en consecuencia el pasado un punto nefasto de su decadencia y mas cuando nace en la época medieval entre el poder papal y monárquico.

Es decir en su forma dimensional y creadora no han aparecido el abogado con sus propios postulados como expresión claramente identificada y establecida, indicando no poderlo ubicar estructuralmente en su verdadero papel de hombre con credibilidad, espíritu de independencia, con voluntad propia, sometido a sus propias fuerzas y decisiones; sólo lo encontramos en la historia en su mismo laberinto es decir a la saga de los intereses y dominios del soberano, el monarca, el señor feudal, de las propias ramas del poder, cumpliendo un papel de plebeyo, obrero o técnico; no obstante por infortunio de su misma actitud y letargo sigue cargando con esta cruz y taras hereditarias en nuestro siglo XXI postrado bajo el yugo del poder del Estado, sin forma ni esencia, padeciendo su propio suplicio, ...su propio destino.

Este proceso históricamente es nefasto y decadente desde los primeros gérmenes sobre la profesión y lo es en cuanto que no formula una existencia original, autónoma, independiente, libre y por ende presenta una marginalidad esencial; igual en cuanto que allí no se manifiesta con la presencia y dimensión propias, simplemente es un apéndice del poder y lo es en idéntica e igual manera siguiendo su decurso normal hasta nuestros días en la medida en la cual no ha podido estructurarse como una forma de profesión original, representativa, interpretadora es decir, no posee la identidad histórica que le exige su comportamiento, y con el devenir de los siglos sigue siendo parte de la sociedad pero sometida dentro del marco de su propia y decadente subsistencia.

Su identidad y credibilidad no la ha perdido, simplemente está por crearse y en este punto no ha sembrado los fundamentos del timbre que debe imprimirle como una profesión con poder, protuberante, prominente, profusa, es decir ubicado en tiempo y espacio conocedor de su misión y destino.

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Luego el nacimiento de la profesión de abogado no constituye por sí misma una elaboración de independencia y originalidad, ésta si bien aparece por una necesidad histórica no estructuró una identidad propia dada las condiciones particulares y concretas de cómo fue el fundamento y razón de su origen mismo, razón de ser de cuál eran sus compromisos y postulados; dada su situación específica no logró construirse su propia afinidad, propio surco, fue así como su síntesis, sus caminos y senderos fueron impuestos por el poder clerical y medieval. Luego no logró el abogado por sí mismo elaborar unos principios que consolidaran su nacimiento estructura y objetivo histórico de su ejercicio, ni su identificación con el compromiso de profesión, pues no fue este como gremio ni como abogado el creador de su labor, emergiendo una concepción nefasta para florecer y dando a luz una raíz seca con el marco de sometimiento, sumisión, obediencia, docilidad y vasallaje, dentro de un marco de ocaso y debilidad que rodeo su origen con conceptos predominantemente eclesiásticos.

Esta ausencia de “voluntad de poder” impregnada de decadencia, sigue siendo históricamente en Suramérica determinante; la profesión sigue encadenada a su propia subsistencia, a su propia y única conmiseración, sin gremio, sin núcleo, sin asociación.

Ante este vacío histórico producto de la configuración del poder clerical y medieval, el nuevo abogado en su dimensión encuentra una desolación sobre la cual debe constituir, estructurar y concebir unos postulados que como tales enmarquen su indefectible identidad para su actividad creadora, impulsora y dimensional; es decir al encuentro de su propia y exacta huella de su poder histórico y presencia propias, sólo así logrará adquirir la fuerza necesaria para expresar una ruptura eficiente con el pasado, con sus opacos orígenes y su precisa decadencia.

Sus consecuencias hoy derivan y expresan necesariamente un contexto sobre el cual se cimienta una falsa ilusión en el presente , un engaño y una opresión, llevando a su permanente y constante predisposición de desaparición y a seguir siendo reo de su destino, encausado por el poder político ajeno a su ministerio que lo deja inmerso en un mar de angustias e iniquidades.

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Siendo así, mal podríamos hablar de su identidad y credibilidad.

“Ya las palabras son obras, la tierra se agita, y el eco del trueno ruge en sus hondas entrañas y las inflamadas vueltas del rayo fulguran en el aire, y el polvo se levanta en revuelto torbellino, y los ímpetus todos de los vientos se desatan y en encontrados soplos se chocan con porfiada pelea, y el mar y el aire se encuentran y confunden. Contra mí a no dudar, y de parte de Zeus, viene esta furia poniendo espanto. ¡ Oh deidad venerada de mí madre! ¡Oh Éter que haces girar la luz común para todos, viéndome estáis cuán sin justicia padezco!” (Esquilo. Tragedias).

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CAPÍTULO IX

EL NUEVO ABOGADO Y LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA

“Él más grande de los abogados sabe que no puede hacer nada frente al más pequeño de los jueces, a menudo el más pequeño de los jueces es aquel que lo humilla más. Está constreñido a llamar a la puerta como un pobre.”

(F.Carnelutti).

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Identificar ambos conceptos sería confundir la esencia con la forma, es simplificar el objeto fundamental sobre lo cual se constituye y se establece nuestra noble profesión. Y no pueden concebirse el identificar por una rama del poder en el Estado con el abogado, pues sería someterlo en su expresión trivial y desconocer sus miserias, luchas permanentes y continuas batallas. Y a decir verdad el abogado no se agota en la administración de justicia, como de idéntica forma no se agota la administración de justicia en la abogacía es decir, ninguna consideración que determine el fin en sí mismo, estas puede entrar a definir la una o la otra.

Dentro del desarrollo de nuestra actividad profesional en Suramérica siempre hemos podido constatar un concepto diferente, pero sin causa histórica exacta del mismo. Al antiguo abogado siempre se le ha tratado de identificar como apéndice y en la mejor de las veces como coadyuvante de la administración o ante la administración de justicia; constatando actualmente el lamentable panorama de ésta estaríamos a puertas de la desaparición, pues si encontramos una preocupante crisis del Estado contemporáneo, por ende en la administración de justicia, sería con mayor ímpetu y resultado en la profesión de abogado.

Pero si bien hacemos parte de ella en cuanto en ésta se circunscribe la labor de los operadores jurídicos (jueces, fiscales, magistrados), de por sí esto no es concluyente para determinar en forma definitiva que el abogado camina donde únicamente se aplica la administración de justicia, aún más ni siquiera se agota en ella, simplemente se agita en el mar de su movimiento como barca nocturna en la oscuridad en medio de fuertes tempestades, relámpagos y altas olas.

El ejercicio del nuevo abogado debe entenderse como un real ministerio de servicio, como la concepción amplia del hombre en su lucha diaria por presentar ante sí mismo y ante la faz de la sociedad un compromiso en la búsqueda de amplias metas y horizontes, en todas direcciones y formas, con la fuerza de la crítica, la contradicción, la negación, inclusive con el mismo desprecio por lo ordinario y bajo, en la aplicación de una profesión a pleno pulmón, en la defensa del hombre en sus más

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elementales y simples derechos, esta profesión concebida como el sentimiento del hombre, “…con su instinto de libertad y de certezas decisorias”, como diría F. Nietzsche.

En este sentido nuestra profesión no nació en una humilde pesebrera ni menos con la semilla de la cual nació la administración de justicia, es decir nuestro origen histórico se dio más protuberante, más claro, creador, invasor, agresivo. He ahí la exigencia de tener hoy fuerza espontánea y conquistadora, no puede servir esta profesión para claudicar ni alienarse, siempre deberá estar con decisión fértil, vigorosa y prolífica.

Tampoco compartimos la lúgubre tragedia de la administración de justicia en los países suramericanos, somos o podemos ser parte de ella como abogados pero no su propia identificación, ni siquiera cercana imagen, mucho menos su crédito o modelo; no obstante significando con toda certeza que estamos prestos siempre a clamar por su edificación y construcción.

Decía el más connotado tratadista de derecho penal colombiano Luís Carlos Pérez: “Colabora en dar a los principios jurídicos un sentido extraterreno e intemporal, en pugna con las realidades de donde surgen, la casta de los juristas profesionales, que cultivan el derecho como algo proveniente de esferas ignotas, existente por si mismo con absoluta independencia del esfuerzo político para imponerlo y de la subordinación colectiva para soportarlo. Robustece la idea de esta existencia autónoma, el hecho de que los códigos no traducen rudamente la supremacía de un sector, sino que lo hacen a través de una inmensa maraña de nizadas”. (Tratado de derecho penal).

La administración de justicia podrá vivir bajo los intereses y los presupuestos constitutivos del Estado, pero será siempre la expresión política impregnada en las normas de éste cualquiera sea su estructura política y deberá cumplir eficientemente los mandatos en cuanto es su misión y objeto final.

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Mas nunca el nuevo abogado muere en la causa final del Estado, ni muere en el cumplimiento de los dictados normativos que encarnan e identifican cualquier forma de Estado, pues únicamente el nuevo abogado puede aceptar un Estado donde los principios fundamentales del derecho y la justicia social sean su esencia, su despuntar y materialización práctica.

Pretender ofrecer la presencia del viejo abogado en la historia como un vasallo de la administración de justicia es presentarlo sin identidad en cuanto por sí sólo la pierde al convertirse en un apéndice, una pluma de sus alas y un sino sombrío de su propia tragedia.

No significo ni puedo igualmente desconocer la plena necesidad, la importancia dentro del Estado de la administración de justicia, pero no de cualquier administración de justicia ni de aquella que la historia hasta nuestros tiempos ha tolerado, aceptado, resistido, cargado, gravitado y conocido, pero sí pretendo demostrar la diferenciación existente entre el hombre investido de la cualificación del togado, con la condición de nuevo abogado; no del antiguo abogado de lamentables realidades, del inadvertido por sus actuaciones; cuando ni siquiera la huella de su imagen está marcada con la sombra de sus andanzas. Hablo de esa huella indeleble y exigente del nuevo abogado en Suramérica que deberá expresar en su diario vivir con espíritu de ideas y sentimientos, la lucha paciente como el campesino labra la tierra para su diario subsistir, cuando el surco de su labor crece al dar vida y con el sonido de su vibrante herramienta hace trinar la esperanza de un mejor mañana el cual desea soleado, crepuscular, luminoso.

La administración de justicia en nuestros países suramericanos vive en un silencio sepulcral, muy frío y fúnebre, lleno de expectativas insatisfechas, su esencia y ausencia es la misma que respira el Estado contemporáneo, su postración es la afirmación y expresión del mundo del poder de los dioses de dinero y leyes; donde los postulados de la justicia social emergen como decadentes e ineficaces, donde la consolidación del hombre es un vago y lento espanto de debilidad, astenia y quebranto, donde el sueño de la vida se vuelve efímero y vacío; donde sólo queda un aliento único y específico de una determinación

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propia para romper con el tenebroso pasado y edificar con convicción de independencia y voluntad un nuevo día, otro sobre el cual aparezca un nuevo hombre de sentimiento y convicción sobre la vida, con jerarquía dominante y libertadora. Pero ese sol incandescente y acrecentador mostrará en su ocaso la luz en los caminos irradiando sueños dentro de los nuevos tiempos, dentro de esos que encumbrados se forjarán en el vivir profundo de aquellos hombres clamorosos por una profesión con la semilla que vaya formando así sea un leve ardor de esperanza.

No como un neutrino cruza el espacio sin dejar la más leve huella, el nuevo abogado acrece su mañana con la luz de su corazón permanentemente encendida para dar fragor a sus luchas, sin decaer ni sucumbir así los tiempos presentes se den a su encuentro en medio de truenos y huracanes. El nuevo abogado deberá expresarse con su propia exigencia, ser fiel en su conmiseración humana, ser exigente consigo mismo y ofrecer su pauta de vida y compromiso para no dejarse abrumar por falsos espejismos sembrados ruinmente por ilusorios profetas y vendedores de paraísos jurídicos, oscuros sueños y aparentes “Estados de derecho”.

Sin sembrarse dentro de los límites que señalan la administración de justicia, el nuevo abogado debe expandir su profesión en el planeta como las estrellas dan su luz en el universo mismo.

No puede “bailar encadenado” a la mejor expresión de F. Nietzsche, en el círculo de su vivencia, no puede sucumbir sin la misión y dimensión propias, sería crucificarnos con la sentencia y el auto, sería demolernos con el papel de los sumarios y procesos en veces mal elaborados, mal concebidos, donde no en pocas ocasiones la arbitrariedad y la morosidad se oculta tras la hermosa y blanca diosa Temis vestida de blanco.

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Alejados de esto, independientes de la realidad material de nuestra administración de justicia suramericana donde nos muestra el hoy un juez con sentimiento normativo, quedaría por descifrar el producto nacido, criado y educado en los tiempos pasados pero inerme, quieto, cansado y fundido en el día de hoy.

El nuevo abogado está presente en la administración de justicia, hace parte de ella, accede, se exige por ella y presta en ésta sus más altos esfuerzos, pero no se aliena ni se subsume en ella, estaría entregando su identidad a los límites de su ejercicio e interés que por infortunio en nuestras patrias suramericanas no son otros sino los encadenados en las normas interpretadoras de los intereses personalistas, de grupo y de codiciosos legisladores, con un velo de apariencia en “Estados de Derecho” escritos en frágiles constituciones modernas donde este se encuentra por hacerse, por edificarse; no por los que han cimentado la “bestia salvaje” como diría Darwin, encontrando así un nido para florecer y un alimento para crecer en sus nefastas ambiciones, sino por hombres cuya actitud frente a la administración del Estado esté investida de los más profundos compromisos con el objeto final y determinante de una sociedad donde el mínimo presupuesto esencial sea la justicia social, por encima de cualquier instinto de opresión y muerte.

El nuevo abogado cuando acude a los estrados para clamar aplicación de justicia y presencia del Estado concibe su sacrificio en el ejercicio de su actividad laboral, pero no claudica sus principios, conocimiento y contextura de hombre libre en los expedientes, allí ejerce parte de su ministerio, allí expresa parte de su dimensión de hombre investido de su profesión, pero nunca agota la fuerza de su labor en los estrados, simplemente allí practica parte de su profesión, allí configuran parte del surco que su arado hace emerger con la fuerza de su voluntad pero no como su fin y única meta. El ejercicio va más allá de los pedimentos formales ante el Estado, va más allá de concepciones procesales y no muere en el expediente, ni muere en la sentencia o el auto, allí sólo marca parte del sello de su expresión como medio de ubicar el concepto de su producto, es decir es una forma de expresarse, una forma parcial y especial de determinarse, de presentar su ejercicio y su servicio.

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Históricamente ha sido nefasto para nuestra profesión concentrarla en el desarrollo, producción y expresión de la administración de justicia y lo ha sido igualmente en cuanto se ha concebido la dimensión del abogado únicamente en el campo del estrado, proceso, fallo. Estimamos esta idea como “causa eficiente” desdibujada y trasnochada para determinar las pautas consiguientes al difícil ejercicio del nuevo abogado, de la misma forma para concebir la presencia y ubicación del profesional en la formación de su identidad y credibilidad.

Sus objetivos como hombre y en especial como compromiso se hacen presentes en el planteamiento de sus metas y propuestas, fijar únicamente su comportamiento en la administración de justicia es confundir la forma con el contenido y es violentar su capacidad y expresión de ser. El nuevo abogado en el estrado es el hombre en el proceso, allí sólo expresa parte de su dimensión, allí expresa parte de su conocimiento y capacidad de profesión.

Por lo demás, el comportamiento del nuevo abogado deberá encontrarse presente en los distintas fuerzas de la sociedad, de la cultura de la organización de la especie, de lo contrario estaríamos ausentes como expresión dentro del devenir histórico, sin obtener la exigencia de nuestra identidad, aún más no la necesitaríamos. Gandhi, M. Luther King, Ferri, J. E. Gaitán, M. Ángel Ossorio, Carnelutti y otros más, no estarán en paz en sus tumbas con el triste y lamentable tributo de tolerancia de nuestros espíritus, si todos sus ejemplos de vida y obra quedaran sepultadas con la entrega trágica del abogado en la sumisión, absorción, dominio y sujeción a la administración de justicia en los Estados contemporáneos.

El nuevo abogado es un intérprete, impulsor, defensor de la administración de justicia, crítico de ella y persevera en ella, pero la ausculta, explora sus fines y logros, por ello no se funde en ella, no la venera, no se masifica, ni se deja domesticar, estudia y comprende sus orígenes siempre con la convicción de un presupuesto interpretativo de sus principios, pretendiendo obtener con su absoluta certeza de hombre libre la

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creación y consolidación de los fines del derecho como disciplina al servicio de la humanidad sin "...bajeza de instinto gregario" como diría Nietzsche, pues está por encima de pasiones perversas y sacrifica su rancio egoísmo en aras de la adquisición de su placentera y difícil obra.

El nuevo abogado conoce a profundidad los alcances y horizontes hasta donde se puede extender la administración de justicia y sabe de sus limitantes y enfermedades terminales, los intereses sobre los cuales se mueve, sus postulados constitucionales sobre los cuales camina y no se pierde en la oscuridad de su laberinto, descubre sus cuevas, sus profundidades y cimas, anda por sus pasillos, allana derroteros, precisa de su movimiento, indaga por su porvenir y no se deprime en su crisis.

Por ello el nuevo abogado trasciende horizontal y verticalmente interpretando con su inteligencia los afanes, debilidades y fortalezas con la perspicacia absoluta de determinar sus metas y miserias, pero no se entrega a ella, se fundamenta e independiza, no de otra forma recupera y crea su identidad y aclara su convicción de abogado con certera libertad de espíritu y con destreza para saber lo que hay para aprender y olvidar, inventando y rompiendo esquemas.

El viejo abogado del hoy es espejo fiel de la tragedia de la administración de justicia en Suramérica, de sus luces y sombras, retóricas y debilidades, sueños y desdichas, amarguras y sinsabores, vanidades y formas, placeres y desencantos, ocasos y decadencias.

"Y no menos influjo tiene la consideración de que las creaciones legislativas repercuten sobre las relaciones socioeconómicas y en modificarlas. Entonces se piensa mejor en la idea de un derecho espontáneo, que no puede ser actuado más que excepcionalmente por el hombre, al que es preciso rendirse servilmente, teniendo cuidado de no desobedecerlo o perturbarlo. Es decir, se produce el fetichismo jurídico, que como todo fetichismo llega a ser irracional y dominante". (Luís Carlos Pérez, Tratado de derecho penal, tomo 1).

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CAPÍTULO X

LA ABOGACÍA NO HA MUERTO

"Ofender, forzar, expoliar, y aniquilar, no puede ser “injusto” por naturaleza, dado que la vida actúa en esencia - esto es en sus funciones fundamentales- ofendiendo, forzando, expoliando y aniquilando, y no puede ser concebida en modo alguno sin este carácter”.

Friedrich Nietzsche.

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Conceptos sobre la muerte

La muerte es un reconocimiento a la existencia, es un culto permanente a la vida, envuelve consciente e inconscientemente el andar peregrino del hombre como producto de su vago existir imperceptible desde lo inmenso del cosmos, la muerte no es el concepto subjetivo de que de ella tengamos por eso es infinita, el miedo a ella es el desconocimiento esencial de su existencia y representación es el rechazo de lo que significamos e igual de lo que somos en el universo.

Si el hombre desconoce su naturaleza y esencia como ser viviente dentro del cosmos, no puede ser intérprete de su propia vida.

La obra de la vida no puede ser un recurso contra la muerte es todo lo contrario parte integrante, vivencia íntima, nexo indisoluble, donde el existir es la representación de ésta, el hombre no requiere enfrentarla, estaría negando su propia naturaleza y fin; el hombre se presenta fortalecido y aplica sus recursos es con la vida pues la muerte no es su enemigo, es el concepto histórico que de ella se tiene, el hombre ama y protege su vida, nunca para destruirla sino para defenderla y protegerla, el hombre no nació para impugnar la muerte sino amar la vida.

La muerte no es ni puede ser la destrucción de la obra de nuestra vida es la reafirmación de la obra, es el logro de la vivencia como elemento del ser, no puede ser tragedia, ni destrucción, ni abolición, es fundamento, por ello la vida se hace indisoluble con la muerte, vive en su contexto no se oponen son integradoras, por lo demás el valor de la obra y el cómo alcanza éste es otro aspecto del concepto de la vida, puede ser subjetivo o no pero la muerte no es ajena a este valor, en tal sentido es la vida en su significado lo que constituye la valorización de la obra en el hombre.

La mejor compañía del moribundo es precisamente el haber cumplido consigo mismo y la sociedad su elemental función de haberla vivido en medio de soledades y designios, el significado para los demás es subjetivo y no necesariamente elemento de tranquilidad ni satisfacción, puede inclusive ser todo lo contrario, pues se puede convertir en un

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martirio su agonía al pensar o saber, “que no ha perdido significado para los demás”, por ello la vida recupera en su postrera agonía su mayor encanto en cuanto llama al hombre a responder por sus aleves desacatos y miserables obras; que tal su inexistencia si el hombre en su lamentable condición de efímero ser mortal se sublima como un dios, como lo sería inmortal viviría para su humillación en su propia y vulgar ironía; por lo demás es en el diario vivir donde el hombre juzga su obra y desencadena sus actos, no en el lecho de agonía donde sólo las sombras de su cercano vuelo son el palpitar de un desesperado adiós.

Precisamente por ello la muerte se hace indisoluble con la vida en cuanto que no precisa de lo joven y lo viejo, en cuanto el concepto cronológico le es indiferente, simplificar la existencia de la muerte como consecuencia de la vejez es desconocer la razón y causas de su extinción, pensar que el hombre se somete al laberinto de su muerte por la edad, es simplemente justificar la presencia de ésta en las erradas conciencias de quienes piensan arrebatarla; la muerte no es ni nunca ha sido un concepto cronológico, pretender tal hecho es buscar la razón de vivir simplemente en el vivir y no potenciar la vida ni entenderla, ni amarla; es asimilando, conociendo y entendiendo las leyes del universo que han producido nuestro elemento de vida lo que hace extensa la verdadera dimensión del ser humano. No habría explicación alguna si el entender la razón sobre la muerte, el ser consecuente con las leyes cosmológicas que rodean la naturaleza y que hacen posible la existencia y el reconocimiento de nuestra propia consolidación de seres humanos, merezca identificar esta como una "angustia"; y no podría serlo en cuanto entendida así la muerte, como factor indisoluble nos deben conllevar al postulado de proteger la vida. No es angustia ni dolor el saber que somos seres mortales, es ser consecuentes el determinar como la naturaleza la originó, no fuimos quien la creamos o la inventamos, fue el universo y son las leyes del mismo quienes nos recuerdan en su infinita expansión que el mundo es plano y su fin no tiene fin.

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La vida y la muerte no pueden someterse a un simplismo especulativo de algunos falsos filósofos cuyos limitantes del saber están anclados en la decadencia de un mar tranquilo, esto hace necesario explorarnos para definirla dentro de la esfera de lo universal, profundo y cosmológico del ser, sea vida humana o alienígena no puede mirarse la vida y la muerte con el ojo de un lente de alcance milimétrico; quien la pretende conocer debe ir como un “voyager” extendiéndose poco a poco entre luces y oscuridades, avanzando para interpretar sus abismos, sus cordilleras, sus valles, sus huracanes y volcanes, entendiendo sus bajas y altas pasiones, rastreando con osadía los misterios ocultos del autodenominado homo sapiens.

No podemos aceptar que la muerte está sometida al designio de una comunicación o ruptura con el otro, si bien la seguridad y protección pueden constituir algunos valores de la existencia humana simplemente es eso, mas no un contenido profundo y definitivo, determinar su existencia sin configurar el sentido fundamental de digerirla con todos sus ingredientes es negar su concepción en su dimensión exacta y real.

Someter la existencia humana a un "dolor intenso" ante las sombras de la muerte es sustraer la vida a la soledad de lo invisible, por ello la muerte es representación, es vivencia, es el triunfo de leyes físicas sobre la presunción de inocencia. Si separamos el concepto de vida con el de muerte estamos entrando en un agujero negro de la desesperación y angustia, todo bajo unas aguas cenagosas de superficie brillante y fría.

Si la vida como dijo el poeta P. Barba-Jacob es una “llama al viento”, esa llama es el desencadenamiento de un proceso histórico, que ha transformado violentamente el universo llevando a efecto un producto transcurrido en un camino agreste, evolutivo, enfrentado y sometido a las fuerzas inconmensurables que rodean éste, de otra forma si no concebimos su origen y proceso, sí no la situamos dentro del contexto del cosmos como expresión de leyes desencadenadas en millones de estrellas y de galaxias, no podemos entender y dignificar el valor de la muerte y la vida.

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Decía el poeta, “¡Qué bien están los muertos ya sin calor ni frío, ya sin tedio ni hastío!” (Amado Nervo, La amada inmóvil).

Lo anterior lleva a determinar la muerte como elemento integral de la vida, considerándola como un complemento no sólo cronológico sino igualmente físico, es decir en su consideración de energía integradora para igualmente estimarla cómo la no-superación del ser humano del tiempo y el espacio; el hombre es un esclavo inexorable de esta azarosa realidad la cual en más de las veces no comprende ni a la cual podrá superar con la insuficiencia de su conocimiento.

El hombre está sometido por su misma condición humana es un tributo de ella; dentro del universo las leyes de la física se dan igual como en el planeta Tierra, precisamente por lo infinito y real, por ello la naturaleza del hombre es limitada y se encuentra atado al designio de aceptarla en su ignorancia como un indefenso animal, o aprehenderla en su libertad como criatura sólida y vigorosa.

Por lo demás ¿en cuál época de la historia el hombre ha olvido el lenguaje de la muerte? ¿En cuál época de la historia desde el hombre cavernario-prehistórico hasta nuestros días se olvidó de la muerte? Si precisamente es y ha sido esta la alevosa razón que lo ha llevado a ponerla en práctica como una fuente especial y exclusiva del poder; cómo pensar que el hombre no la ha tenido como norte de todas sus actuaciones, sí al lado de la subsistencia, ambiciones y dominios, la ha no sólo usado sino abusado todo como diría el poeta Virgilio por el “!detestable hambre del oro!”.

Millones de seres humanos han desaparecido como producto de su salvaje conducta del hombre, sus guerras mundiales, la hambruna, los 70'000.000 de aborígenes que desaparecieron en América por causa de la conquista española, igual grandes imperios como los fenicios, asirios, caldeos, el egipcio y romano, y ¿Dónde está la Atlántida?

Quizá algún día el hombre realice una estadística seria de los seres humanos desaparecidos por razón de su instinto caníbal, estaría de no haber ocurrido estas nuestras formas de aniquilar y destruir la vida superpoblado el planeta y en el mejor de los designios viviríamos en otros mejores cielos.

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Decía Bertrand Russell:

“Sólo el pasado es verdaderamente real, el presente no es más que un penoso nacimiento del ser inmutable de lo que ya no es. Sólo lo muerto existe plenamente. Las vidas de los vivos son fragmentarias, inciertas y cambiantes, la de los muertos completas, libres del yugo del tiempo todopoderoso señor del mundo. Sus éxitos y fracasos esperanzas y temores, alegrías y penas se han convertidos en eternos; y nuestros esfuerzos no pueden abatir un ápice de ellos. Pesares enterrados en la tumba, tragedias de la que sólo queda un recuerdo lejano, amores inmortalizados por la santa imposición de manos de la muerte, todos tienen un poder, una tranquilidad mágica, intocable a la que nada presente puede alcanzar". (Ensayos filosóficos).

¿Por qué no ha muerto la abogacía?

No puede morir lo que no ha nacido, ni ha sido engendrado, ni ha tenido vida, esa es nuestra realidad, nuestro sicalíptico destino, tantos siglos existir el viejo abogado y no haber tenido el recurso de haber generado una profesión con principios inspiradores de su defensa, su propia defensa y protección, ha vivido su profesión como simplemente su decadente accionar lo ha soportado, no ha tenido derroteros, metas, ni propósitos; le ha faltado alegoría, figura, metamorfosis, tacto, continencia, sentido de abogado, sabiduría de gremio, de misión para haber forjado y producido una abogacía con vida, con su propio soporte de fibra e impulso, con sentimiento explosivo y duradero.

Ante tan curiosa y elocuente opresión histórica la muerte de la abogacía es presencia, y el anciano y longevo viejo abogado es un extraño sujeto “aventajado” por obra y gracia de los tiempos, muy curioso, declinable e inmerso en su sutileza, en su superficialidad, su anhelo es un bajo instinto de conservación. Esta falta de existencia de la abogacía ha creado un vacío profundo con ausencia total de oxígeno, es quizás la nada pero no es menos que esto, diríamos es un importante comienzo.

Queda así por sustracción de materia las cenizas del denominado primitivo y gastado viejo abogado para precisarlas como posibilidad, como

-48primer momento, un big bang, una explosión de 10 , cuyo efecto podría

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crear un nuevo espacio esperanzador, dando nacimiento al nuevo e inhumando de la faz al viejo, al antiguo y acabado abogado cuyas manifiestas identidades son ya muy conocidas como decadentes, insulsas y cómplices.

El hombre mediocre, superficial, inseguro no aprende ni de la vida ni de la muerte; el hombre de espíritu libre, el nuevo abogado obra de otra manera por eso presencia su propio destino, afirma su andar y razona en su vivencia ante la trágica comedia de la vida, persistiendo por encima de sus ambiciones y arrogancias, enmarcando un derrotero sin consideraciones mitológicas ni postulados esclavistas, surgiendo bajo el amparo de su convicción y no engendrando con temor el fabricar sus ideas, sabe bien que la muerte del viejo abogado es la ceniza con la cual marcará su nuevo rumbo, su nuevo mañana; sabe que sobre lo ya extinto grandes enseñanzas quedan y crea a pulso sus propios presupuestos, sabe que está llamado a la nueva vida, a la nueva abogacía, al nuevo abogado, no persevera bajo el yugo del error, y sigue confrontando la vida y la muerte, sin rebajamiento, ni hundimiento, con plena conciencia de poder. Conoce el oscuro pasado del viejo abogado del cual él mismo no se concibe como parte directa y responsable, por ello sabe de su reto y se tributa en su dimensión, es peor nada y se cimienta e impulsa dentro de las dificultades y derrotas pero invade espacio y presupuesta su escala en ascenso. La muerte es el fin de muchas cosas y es el principio de todo, pero queda el pasado con una profunda huella frente al presente para rectificar, determinar, suprimir, plasmar, romper.

La abogacía no ha muerto, está por hacerse e instaurarse, no por el viejo abogado quien en los cientos de años de su existencia no logró forjarla y crearle pautas y senderos, sólo se abre la posibilidad con el nuevo abogado, quien bajo los principios de su propio saber, pueda entender y asimilar su compromiso el cual le pide a gritos el planeta en el siglo XXI.

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"Año tras año mueren los camaradas, muestran ser vanas las esperanzas, se desvanecen los ideales; la tierra encantada de la juventud queda más lejos, el camino de la vida se hace más tedioso, aumenta el peso del mundo hasta que el trabajo y las penas se hacen casi demasiado pesadas de soportar; la alegría se desvanece en las fatigadas naciones de la tierra y la tiranía del futuro mina la fuerza vital de los hombres, todo lo que amamos se decolora, en un mundo agonizante. Sin embargo, el pasado, devorando simple los productos del presente, vive por la muerte universal; firme e irresistiblemente añade nuevos trofeos a su templo silencioso, construido por todas las épocas, allí están enterradas todas las proezas, todas las vidas magníficas, todas las conquistas y fracasos heroicos”.

“Por las orillas del río del tiempo, las tristes generaciones humanas caminan lentamente hacia la tumba; en el apacible país del pasado, la marcha finaliza: ahí se quedan los cansados vagabundos, y todos sus llantos enmudecen.” (Bertrand Russell. Ensayos filosóficos).

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CAPÍTULO XI

EL NUEVO ABOGADO Y EL DINERO

"Los hombres no viven en este mundo de una manera seria y prudente. La mayor parte de ellos no saben entregarse a un trabajo verdaderamente humano, cuyos frutos sean imperecederos y cuya cosecha inmortal sea arrebatada. Por el contrario, ellos van a la aventura, trabajan para satisfacer la pasión del momento, se agitan durante toda su carrera en persecución de intereses mezquinos, dejan pasar vacíos los días y los años”

(Giovanni Papini).

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Afirmar la presencia de la subsistencia como la única medida para encontrar la razón de vivir en el hombre serían negar el origen de la vida y sus contingencias; negar la necesidad del hombre en el encuentro de los medios necesarios para su manutención, sería negar la presencia del trabajo, la presencia de resolver lo esencial para una vida decente.

El hombre es un todo en torno a su medio, se hace universal cerca a su viva presencia y se debe a la adquisición de los elementos que le estimulan e impulsan en su cultura con la adquisición del conocimiento para presentar a la sociedad su esfuerzo con esencia en la búsqueda de sus objetivos finales, ningún sentido tendría la vida sin sus luchas y sacrificios; ningún sentido presentaría el hombre ante el reto de su civilización si su vivencia fuera plana, si todo lo tuviera a su pedir si como se da la luz del sol llegaran los medios de vida quizás la civilización no existiría, no tendríamos sacrificios, una crítica, una contradicción, una necesidad, una radical y hasta “...una terrible forma de vivir”; no tendríamos sentidos para el complicado mundo del amor y el deseo. Esa atadura pesada de la vida que se llama trabajo no sería el resultado de la razón humana si el hombre no obtuviera el pan con la labor del sacrificio recio de la lucha permanente.

Ese solemne palpitar del hombre en búsqueda de satisfacer sus fundamentales necesidades, es y ha sido la intranquilidad de su difícil vivir en los desaforados estrados de la vida.

Imaginémonos en otros planetas y sistemas solares desconocidos donde todo lo ha resuelto el desarrollo tecnológico, ese ser inteligente de otros extraños mundos que permanecen ocultos a nuestra distancia de millones de años luz, que será de ellos sin el fragor del trabajo, no sé si por lo menos les iluminará el canto de un añorado ocio en el sosiego del común vivir, pero en nuestro planeta en esta nuestra precaria civilización, no existe otro recurso así sea para mediante súplicas llegar a lograr tener un medio de vida decente entre los semejantes y un especial morir, un exigente y duro vivir como lo pide nuestra propia naturaleza en el clamor de ser hombres libres o por lo menos de "animales respetables", como aún nos preciamos de ser.

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El hombre inventó el dinero como medio de lograr el intercambio de su producción, cuando ya se hizo necesario la existencia del cambio la redujo a un metal o a un papel que representara al menos el símbolo del tener, ese símbolo que ha degenerado en millones de seres humanos aniquilados por la labor siniestra de la sangre y del poder. Esos millones de seres humanos transformados en energía, por obra y gracia de las leyes de la naturaleza que la sabia de la tierra contiene en sí para su propio alimento, han desaparecido con el ejercicio cruel del poder por las pasiones de la ambición, la envidia, el odio, la ira y todos esos instintos salvajes y bajos que la mente humana ha inventado para el fomento de la maldad y la avaricia del dinero. "Vanitas vanitatum, etomnia vanitas", vanidad de vanidades y todo vanidad.

El vil metal que la especie humana ha transformado en dios hasta nuestros días, producto de las primarias y salvajes ambiciones de conciencias perversas y tiránicas que han creado imperios para el dominio y subyugamiento sobre la mente de los hombres, sembrándolos en el punto y obra de su aniquilación y codicia; ese crudo y frío metal ha llegado a ensombrecer nuestra abogacía conocida en tiempos contemporáneos y en los del ayer.

Dijo uno de los grandes hombres en la historia antigua quien ejerció como defensor de ciudadanos, sabio, profundo y elocuente, “Pues ¿quien hay! por la fe de los dioses y de los hombres!, que quieran nadar en toda clase de riquezas y vivir en la abundancia de todas las cosas, de modo que ni ame a nadie ni sea amado por nadie? Esta es precisamente la vida de los tiranos, en la cual no puede haber ninguna fidelidad, ningún amor, ninguna estable confianza de bienquerencia: todas las cosas son siempre sospechosas y llenas de inquietud; en modo alguno hay lugar para la amistad”, (Marco Tulio Cicerón, De la vejez-de la amistad).

Nos ha convertido la sociedad capitalista en sutiles y efímeros esclavos del dinero, en hombres mendicantes, fornicadores del metal, no mirando la vida con el solo sentido de la subsistencia únicamente ni de la relación contractual entre hombres modernos o en la expresión del desarrollo cultural de la humanidad, del progreso de los pueblos, sino de

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ese menesteroso dominio del poder y explotación del hombre en su cultura, a ello ha llegado la abogacía del hoy, a ser una profesión enfermiza y genuflexa frente a la desgarradora acción del dinero, este medio creado con el objetivo de llevar a efecto unas sinceras relaciones de comunicación, trato y cambio se viene contra él mismo y más contra nuestra degradada profesión, sembrándola en un oscuro mundo, el cual por su dimensión y extensión exige llegar a su más recóndito sentido para expoliarla, impugnarla, enfrentarla, hacerle “exorcismo” y brindarle una luz de esencia, transmutación y consolidación, para encontrar entre sus ruinas otras galerías subterráneas, otras aguas limpias, un origen para darle vida duradera, especial y espacial a una nueva profesión, alejada de las ambiciones metaleras productoras de ruina y tragedias en la historia de los hombres.

Ahora en nuestros tiempos modernos sobresale y brilla no el abogado en su bagaje intelectual y compromiso, ahora no es el hombre en su sentimiento de ser humano, no es el profesional en su presencia viva de impulsor, creador, asimilador, pacifista de la sociedad, iluminador de caminos oscuros y agrestes en búsqueda de la paz y justicia social, sino de aquel que obtiene en el dinero su frío egoísmo, esencia y hundimiento; diría el viejo abogado como Luís XV: “aprés nous, le dé luge”, “después de nosotros el diluvio”.

La “mentalidad del metal” en la cultura occidental especialmente se ha convertido en un lastre en la profesión de la abogacía, ese culto al dios dinero desprotegido de toda moral y principio, ha sembrado las bases firmes para la propia destrucción nuestra. He ahí las fosas llenas de viejos abogados que han sucumbido ante la presencia de éste, que han enajenado su gallardía y dignidad de hombres libres para someterse a su ruin trato, envilecidos por ciegos mundos y pasiones primarias, vendiendo, “blandiendo y blasfemando de sus conciencias”, de las razones, de sus propias razones, nuestras razones.

Convertir nuestra profesión en lo más vulgar del planeta por la esclavitud del dinero, ha llevado a sembrar hasta el siglo XXI especialmente en Suramérica la semilla de nuestra propia degradación y

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sumisión, con un placer en la tiranía y en el aplastar, buscando falsos cielos, ángeles, arcángeles y toda clase de salvadores de almas, encontrando oscuras tinieblas, maléficos demonios y negros mausoleos.

El nuevo abogado con identidad debe ser superior a tales consideraciones, avaros y rígidos sentimientos, sabe interpretar su misión como el resultado de su producción en la búsqueda de sus objetivos como hombre, no sólo como profesional sino igualmente como ser integrante de esta especie humana trágica, nebulosa, incierta pero parte esencial de ella. Sumergirnos en el mar de codicias del dinero ha creado en los sentimientos humanos unos mediocres resultados, unos bajos instintos pasionales, donde por encima de la defensa de los principios del derecho, se encuentra el bajo curso de la riqueza con todo el lastre de su oxidado desencanto y su germen putrefacto de decadencia, llegando a conclusiones fantasmas como, “!ubi bene, ibi patria!”, donde están los bienes allí está la patria.

Reivindicar al abogado suramericano por encima de tales concupiscencias y fornicaciones del dinero conlleva la concepción de nuestra misión y aspiración como hombres en el planeta, como integrantes de una civilización cuyo entorno de seres humanos se desdibuja y apaga pero que a su vez acrecienta como una semilla en el vivo ejemplo de hombres que en la humanidad, han dado toda su vida por forjar un nuevo hombre, por ello es indispensable plasmar y encontrar la razón libre de existir, movidos por intenciones profundas, sin vanidades, egoísmos, fanatismos o resignaciones, con la viva presencia de los principios que deben inspirar nuestra conducta, de otra forma edificamos una falsa esfinge en el abismo oscuro de la vida en el cual nos debatimos y se debate nuestra postrada profesión.

Negar que el ejercicio profesional del abogado se presenta como un servicio al cual se le debe una contraprestación no dócil sino equitativa en el mayor de los casos sería negar ciegamente la profesión, pero esto muy alejado del concepto vulgar y mercantilista sobre la cual se quiere postrar esta. El nuevo abogado labora en su cotidianidad como persona la cual debe satisfacer sus necesidades y compromisos, exigiéndose siempre en el mejoramiento de su calidad de vida, pero nunca en la

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exigencia propia de presupuestos egoístas del enriquecimiento y anonadamiento del dinero. Sentir de esta ilusión como objetivo final y exclusivo de la profesión ha destrozado y pulverizado en gran parte la historia escrita de la incierta y opaca llamada aún profesión de abogado, conocida por suerte de la divina providencia y los cielos con el flácido símbolo de “abogacía”.

El hombre de espíritu soleado y colorido busca en la civilización sus objetivos, sentimientos y pasiones, bajo el presupuesto de los principios como ser, aquellos que en una u otra manera conforman nuestra concepción de hombres con el compromiso del sentir la vida, como única sabia que debe nutrir nuestra inteligencia para determinar con seriedad y brillantez el agradecimiento con el mismo universo al haberla originado y habernos permitido conocer sus locuras y encantos, pero al igual la razón de creer profundamente en el hombre de espíritu autónomo, emancipado, soberano, diferente al hombre sumiso, conquistado y mediatizado.

El viejo abogado, se distingue muy específicamente por buscar con la profesión ese dios preciado del dinero el cual añora, pretende, santifica, espanta, idolatra; precisamente su mediana inteligencia lo impulsa a sus pasiones ególatras, planas, superficiales, no lo digiere, simplemente lo atormenta en sus “noches interminables”, pues aún piensa y medita bajo sus instintos de carroñero; sueña en la diosa Temis de fina piel, ojos vendados, presencia escultural, finos encantos, misterios ocultos, valles fríos, pies descalzos, espada reluciente y demoledora dispuesta a herir y sacrificar. Esa fantasiosa fuerza de conciencia metálica, presuntuosa y erótica sigue encarnando la historia profana, pueril, senil, anciana y estéril profesión de abogado en Suramérica en su yugo eterno del dinero, como su único y esencial forma de vivir en un encanto de soberanía y a la vez de esclavitud.

Estas aguas heladas que oxidan corazones y pervierten la conciencia del viejo abogado son un mito como diría el poeta colombiano relacionando al río gánges, “... con tus aguas de adobe desleído y de cañas podridas crees ocultar tus crímenes de inundador y saqueador de aldeas; con la mimosa sonrisa de tus breves ondas y los arrebatos de tus remolinos danzantes

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procuras disimular el rapto de los niños y las mozas que bajaron de los pueblos sedientos para mirarse en tus sucias aguas”. (Jorge Zalamea, El sueño de las escalinatas).

Pretender el anticuado y primitivo abogado a veces sonoro y timbrado otras desafinado y a veces silencioso crear un mundo en su derredor a costa de la riqueza de la falsa y efímera “mundaneidad del mundo” como diría Heidegger, ha convertido en un estéril cajón oculto y abandonado a nuestro antiguo abogado que ha volado sin rumbos y se encuentra fatigado de tanto volar en espacios oscuros.

Entre este efímero y circunstancial incidente de la vida nació el viejo abogado como los “quasares” con núcleo propio irradiando energía, transformándose, extendiéndose bajo surcos estrechos pero creando un mundo de “mala conciencia”, buscando el engaño y llegando a configurarse en un “metal esférico” como diría Nietzsche, pues por donde se le mire es un duro apasionado del dinero, amigo de aguas quietas y heladas sin profundidad, donde quiere y pretende pescar solo peces grandes en la superficie, pues le teme a la profundidad y a las tormentas a las altas olas y a las mares; es ese el triste legado recibido por siglos de nuestros antepasados los viejos abogados aquellos de toga y birrete, de la diosa Temis que pertenecen como diría F. Nietzsche, “...al ayer y al pasado mañana y carecen de futuro cercano”.

Es decir, espero me entiendan, hemos por lógica equivocado el camino trazado, un camino de apariencias y de ilusiones, desesperanzas y tragedias, donde sólo hemos podido montar un muy débil concepto equivocado, un camino tortuoso y frágil, donde los fundamentos y principios sobre los cuales se debió construir nuestra profesión se encuentran por hacer, levantar, esculpir, tallar; sólo así es posible cimentar una estructura sólida y tenaz para conformar una profesión con identidad y credibilidad, dignidad, compromiso; donde el dinero no sea una telaraña sobre la cual quedemos aprisionados en medio de tinieblas, espantos, angustias, envidias, sindicaciones, burlas e insultos. Decía el Emperador Napoleón quien lo tuvo todo a sus pies, riqueza y poder, “la peor de las glorias es la del dinero”.

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CAPÍTULO XII

EL NUEVO ABOGADO SU EJERCICIO PROFESIONAL E IDENTIDAD

Al oír tu nombre diosa hermosa Temis, quisiera morir en el fragor de mis luchas, pero sólo en mi recuerdo te llevaré.

El autor.

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El viejo abogado, siempre se ha dado a la labor de practicar su actividad enclaustrado, pareciera los dioses lo han castigado sembrándolo en vagabundear en la profesión al lado de un escritorio y ha llevado a efecto por siglos su profesión como si únicamente se practicara esta actividad investido de tal caricaturesca y agotada figura.

Pareciera simple exponer lo nefasto e inocuo que ha sido tal tarea, pero mirada ésta con sentido investigativo, escrutador, crítico, nada más perjudicial mostrar al viejo abogado encadenado a un asiento, precisamente se ha quedado impreso en las mentes de nuestros contemporáneos, dejando una profunda huella de debilidad al señalarnos en tan enfermizo estado de vernos reducidos a esta expresión contaminada, lenta, plácida, fugaz; en tal virtud reduciendo innoblemente nuestro espacio y actividad a un despacho, sumergidos en un simplismo y aislamiento plasmado de egoísmo, indiferencia y ruindad.

Ha sido nefasta esta situación en Suramérica por cuanto nuestra labor fundamental se debate en la necesidad del impulso y accionar, fomentando compromisos con la sociedad, con la vinculación a actividades y realizaciones en los amplios campos de la cultura y la ciencia especialmente en la misma creación e impulso del derecho como la lucha diaria y continua que exige y clama nuestra presencia.

El abogado habló del nuevo abogado con identidad no como tal únicamente sino igualmente como persona ejerce su investidura en la familia, universidad, estrado, judicatura, en lo más sutil y complicado, exigente, azaroso y perturbador e igualmente en los lugares más oscuros y apartados de la sociedad, en los más comprometidos entornos de la comunidad, allí donde nuestra presencia sea requerida para clamar y procurar aplicación de la justicia social, el nuevo abogado deberá ser vida con voluntad propia presentado y formulando opciones de convivencia y respeto por los postulados de derecho y de su ejercicio profesional.

El nuevo abogado no le es suficiente para cumplir su obra de los tiempos con laborar únicamente detrás de una máquina de escribir, (hoy computador) no puede sentirse en su objeto final, como una profesión destinada a la ruina de la oficinitis, su ámbito de espacio y tiempo lo hace

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exigente desarrollar en el terreno árido y fértil de la sociedad, allí donde se exige la aplicación de justicia, allí donde la presencia de la administración de justicia se requiere, donde la necesidad del ciudadano sea la búsqueda de sus derechos, allí deberá surgir la presencia del nuevo abogado para representar, defender, forzar, inocular y reivindicar los intereses frente al Estado, ese debe ser su voluntad, confianza y convicción, como la realización de su conocimiento y aporte con su fuerza interpretadora y convincente.

Como nuevo abogado, va extendiendo su servicio profesional en la reivindicación personal y social, en ese sentido de libertad y justicia enfrentando y encarando luces y sombras, dolores y sinsabores, persecuciones y preocupaciones.

Pareciera que la historia nos es adversa con el designio asignado al tratar de reducirnos a una simplista expresión desconociéndonos la calidad de hombres comprometidos y trascendentales para ubicarnos en un recóndito escritorio, dando un resultado letal, como la oficinitis, memorialitis, pleitomanía, y toda esas pasiones que de una u otra circunstancia hemos llamado en forma lúgubre e interesante como ejercicio profesional.

Este es el viejo abogado que la historia con alguna indecencia y displicencia nos ha construido, pero es el abogado que la historia durante cerca de ochocientos años ha diseñado, es el viejo abogado que ronda en las páginas como el hombre elocuente y célebre pero ese no es el nuevo abogado, ni el ejemplo escrito con grandeza por Gandhi, Luther King, Ferri, Carrara, Carnelutti, L.C. Pérez , J.E. Gaitán, es simplemente el débil, pálido, plácido que nos ha producido y parido la historia, pero por fortuna con relámpagos instantáneos se ha dado y sembrado la semilla por hombres superiores, "oligarcas del saber" , por ello brillaron con luz propia y son ejemplo para la humanidad; así por sus realizaciones la profesión aún subsiste, así no obstante postrada ante su tragedia vive en los senderos de esperanzas y añoranzas y con leves cenizas buscará hacer causa en las conciencias libres de los que aún creemos en ella sin la mácula que los siglos han dictaminado y el germen de su resurgimiento deberá aparecer

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silencioso pero sincero, decidido, perenne, pues sólo los árboles firmes y fuertes nacen y crecen en medio de los huracanes, de tornados, inundaciones diluvios y volcanes pero dando un fruto postrero, serio y fortalecido.

Sólo cuando la conciencia del nuevo abogado errante en las sombras pero sólido en su decisión de lucha, fuerza de voluntad aplastante y fortificada logre cimentarse en su profesión emergiendo en su conciencia de poder, su compromiso por ella misma, en el sentido y concepción exacta, ubicándose en forma precisa y concreta con la realidad de su misma naturaleza, aniquilando sus estigmas, caminos retorcidos, aguas enlodadas y formas discapacitadas, así logrará su meta, sentido de vida y luminosidad solar. “El luchar sólo puede ser por tanto, una fluctuación entre el mantener y el sacrificar; o mas bien diríamos que no puede caber ni sacrificio de la propio ni transgresión de lo extraño. La virtud no sólo se asemeja al combatiente que en la lucha solo se preocupa de mantener su espada sin mancha, sino que ha entablado también la lucha para preservar las armas; y no solo no puede emplear las suyas propias, sino que debe mantener también intactas las del adversario y protegerlas contra si misma, a que todas ellas son partes nobles del bien por el cual se ha lanzado a la lucha” (W.Hegel, fenomenología del espíritu).

Así podrá enfrentar y ganar el único pleito que no ha ganado, su pleito, su propio pleito, el definitivo y exclusivo pleito. Pareciera que los siglos nos hubieran hecho cargar y arrastrar tras de sí las cadenas de una estigmatización, y con nuestras efímeras y débiles conductas sumamos esa satanización que nos hace presentar la profesión como lo oscuro por lo claro, lo adverso por lo cierto, lo elocuente por lo irreal, la demagogia por la presencia viva; a esto incrementamos la suma de procesos judiciales, nuestra fatídica lucha como esclavos de la pleitomanía, anclados al destino del resultado, anhelando encontrar una jurisprudencia salvadora, una sentencia tranquilizadora, una sofisticada doctrina novedosa.

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Esa "mala conciencia" de pensar históricamente durante cientos de años en que únicamente los petrificados y fríos monumentos de los expedientes en los despachos son la solución a los conflictos entre los conciudadanos ha sido por decir lo menos la lápida determinante del actuar del viejo abogado, esas miles de toneladas de documentos escritos en los anaqueles de las oficinas del Estado, es el estandarte de la ley del expediente, es el presentar la administración de justicia de papel enloquecida por el auto y la sentencia, es la misma negación de la identidad como abogados cuando quedamos sometidos, incursos e inmersos en ese mundo jurídico que nos aliena y aprisiona.

Es la negación de nuestra misión como creadores y escultores de la solución del conflicto mediante otros medios milenariamente utilizados por el hombre inclusive en las primeras etapas de la historia, cuando en las cavernas el hombre cazaba para la comunidad, cuando el hombre distribuía la manutención diaria estaba aplicando justicia al entregarle a cada cual según sus necesidades, allí el hombre en comunidad desconocía códigos, normas jurídicas, constituciones, pero sembraba la formas apaciguadoras de guerras y batallas, ese pedazo de carne que intercambiaba con su prole y ofrecía a su congénere era el principio que constituyó y dio origen a una justicia sin papel, sin arbitrariedades y con sentimiento humano.

Sólo los siglos posteriormente transcurridos deformaron al hombre mediante la yuxtaposición del poder y las formas de gobernar cuando la propiedad privada apareció y dio espacio a luchas fratricidas, y aquellos hombres y grupos políticos que lo han dominado y poseído casi todo, han creado sus propios códigos y legislaciones cimentando su protección y representación en los intereses con cualquier forma de Estado, mediante la fuerza de las mismas leyes, y allí el viejo abogado ha esculpido sólo en su propio arado el surco de un bajo hacedor de papel y enceguecido con la labor de tipógrafo, interpreta y realiza claramente su objetivo de hombre obediente, fiel y gregario al servicio del poder y los hombres ocultos en más de las veces en la tiranía contra sus propios ciudadanos, convalidando y avalando toda clase de degradación y dominio.

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Ese agreste camino muy especialmente en nuestros países suramericanos sobre nuestra enlodada profesión, se ve hoy más contradicha que nunca por la realidad de principios del siglo: la supresión de toda actividad pleitomana, para convertir al nuevo abogado en un conciliador de conflictos, en un partícipe e interprete de los procesos de paz, en una partícipe de los intereses ciudadanos no únicamente en los estrados judiciales sino en el medio donde el hombre vive, en los pueblos, en los barrios, en los suburbios, universidades, empresas, colegios, asociaciones, es decir en torno al ámbito donde el hombre aparezca en conflicto y debata sus discrepancias sean patrimoniales o no.

Por ello reducir al abogado en el siglo XXI a esa escasa y específica actividad de oficina y estrado, es no aprender del preocupante pasado escrito con letras mayúsculas y por infortunio negativo.

Nuestra profesión ha sido víctima por cientos de años de esa tortuosa actitud, la de identificar la actividad mediante pleitos que en más de las veces nunca terminan, cuando terminan apenas comienzan, o terminan tal como comenzaron. Esta actitud exclusiva ya va siendo extraña al concepto del nuevo abogado y debe serlo por los innumerables perjuicios que históricamente ha causado, perjuicios irreparables, señalamientos imposibles de borrar, fijaciones históricas que el hombre del planeta ha sembrado en sus conciencias causando un desmedro, desconcierto, postración y humillación a la profesión.

Indudablemente no se pueden desconocer grandes obras maestras que han cursado por las páginas de los expedientes, no se puede desconocer la fortaleza intelectual realizada por varios centenares de años, dentro de lo cual el hombre ha podido derivar un profundo conocimiento y avance en el desarrollo de la cultura y la solución de los conflictos ante lo cual rendimos un tributo muy merecido; negar esa diáfana historia sería negar la existencia de misma administración de justicia; sería negar la presencia de grandes abogados, jurisconsultos, jueces que han plasmado en los folios de los expedientes con altura, compromiso y sabiduría donde se ha expuesto en profundidad el pensamiento humano al servicio de la profesión de abogado y del hombre.

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Pero reitero convertir e identificar al abogado a través de la historia como el simple hombre de códigos y memoriales, reducirlo a la expresión de los tribunales como nuestra única y exclusiva labor, marginar al abogado a esta y única actividad, es presentarlo como una profesión únicamente al servicio de la administración de justicia, del pleito, del auto y la sentencia, al servicio de la memorialitis y la oficinitis.

La contextura del nuevo abogado que deberá emerger en el siglo XXI en los países suramericanos sin desconocer, sin martirizar, sin vituperar la labor sacra de grandes hombres de la humanidad en los estrados, deberá ir más allá de esto, esa es nuestro anhelo de nuevos abogados con otros muy diferentes fines y objetivos en la historia y en la vida, el viejo abogado de expedientes deberá descansar en paz como algo que fue, que caminó muy lento en épocas pasadas dejando un rastro, un residuo de impotencia, falto de luces y objetivos.

La abogacía de toga medieval, esa de espada y balanza cumplió su ciclo evolutivo por siglos y a nosotros corresponde presentar otros presupuestos válidos para la praxis del mañana para instalar, hacer aparecer y establecer fundamentos profundos en las circunstancias especiales de nuestros propios días, con propios y nuevos desafíos, en los complicados y fatídicos tiempos colmados de nuevos conflictos; pero sin desconocer los errores del pasado, sin desconocer lo parcial, superficial, superfluo de la labor condicionada del ejercicio profesional como vinculada únicamente a la administración de justicia.

El nuevo abogado exige presencia y participación en la solución de conflictos nacionales e internacionales, exige presencia viva en las colegiaturas de los países, exige presencia viva en los procesos de paz, en la defensa de los derechos humanos, en la solución alternativa de conflictos, en el impulso a la mediación, a los mecanismos alternativos, esa es nuestra misión actual en el compromiso con la actual historia de la humanidad colmada de guerras y hambrunas, el compromiso en la búsqueda de una nueva forma de organización de Estado donde el derecho moderno sea la presencia necesaria para una aproximación del

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hombre en una civilización bajo parámetros de justicia social, donde esté por encima de presupuestos egoístas; donde el ser humano como especie deberá estar por encima de la mediocridad, la ineptitud, la superficialidad, la mezquindad, la violencia; es decir el abogado de la paz y la convivencia entre los pueblos ajeno a la guerra y a la esclavitud.

Claudicar frente a este desafío regresaríamos ochocientos años.

“Más ¿de qué me quejo ¡desventurado de mí! Pues es cosa cierta que cuando traen las desgracias la corriente de las estrellas, como vienen de alto abajo despeñándose con furor y con violencia, no hay fuerza en la tierra que las detenga, ni industria humana que prevenirlas puede?” (Miguel de Cervantes Saavedra, El Quijote de la Mancha).

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CAPÍTULO XIII

EL VIEJO ABOGADO Y LA ABOGACÍA: NI SOMBRAS

"Todo en nosotros se enreda y contradice. Adoramos a Dios y queremos al diablo; cantamos al espíritu y espiritualizamos la carne; lloramos y reímos y no sabemos hacia dónde vamos. El diablo es más perfecto que nosotros; evolucionó más rápidamente. La causa estuvo en el rabo prensil. ! Cuán lejos estaría el hombre con ese órgano, superior a la mano!".

(Fernando González).

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Origen del concepto académico

Términos y conceptos históricos diferentes, no se puede confundir abogado con abogacía y no puede identificarse unívocamente profesión con título, título con profesión, o ejercicio con diploma, una establece y configura la calidad de actividad laboral estructurada, definida, con metas y objetivos claros, con identidad, credibilidad, originalidad, carácter organizado y gremial, abogado es una denominación académica regulada por el Estado y adquirida en el centro universitario previo trámites y requisitos académicos formalistas.

En nuestras raíces latinas se lleva a efecto una confusión planteada más por considerar la parte lingüística o semántica en su adjetivación que sobre el mismo concepto histórico el cual encierra la terminología Advocatus en latín, el cual significa “llamado en auxilio” en consecuencia manifiesta representación, intermediación, colaboración.

No puede considerarse ambos conceptos como una idea real al refundir y cohesionar ambos términos; si bien es cierto vulgar y ordinariamente de lo cual no puede aceptarse en favor de nadie exoneración de culpa abogado hoy es toda aquella persona de la especie humana que adquiere un título universitario cuyo estudio conlleva presuntamente al conocimiento, afirmación e interpretación de de las ciencias políticas y normas jurídicas, esto no es más que una consecuencia lógica de unos preceptos extraviados y satíricos, “...como un residuo de espejismos terrestres, una necia rusticidad” como diría Nietzsche, con cánones previamente establecidos en una concepción fáctica equivocada a través de los tiempos.

A decir verdad quedarnos con esta noción superficial es aceptar el simple título académico sin otro sentido exigente para configurar una calificación sin previamente conocer unos postulados, unos principios generadores de tal identificación válidamente necesarios por fuerza de la historia y de las nuevas luces inspiradoras de los objetivos y metas del ser humano como integrante de una sociedad o comunidad a la cual se debe, clama y exige una certera y avizorada intención de lograr mediante la

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propia fuerza de su voluntad y libertad, la supresión y ruptura con el pasado doloroso y oscuro lleno de conceptos y actitudes sumisas, oprimidas, prisioneras con lo cual se ha creado a través de los tiempos un océano de incertidumbres, falsedades y fantasmas en derredor de la profesión y del hombre mismo como abogado.

El oscurantismo histórico predicado subjetivamente sobre la profesión incluyendo a los mismos abogados al viejo abogado, ha llevado a efecto una idea ilógica y preocupante de concebir esta como una expresión fáctica de academia, produciéndose en consecuencia un vacío cuyo interrogante sería ¿Sino no existiera la academia existiría el abogado? Dentro de una respuesta inmediata, confusa, ininteligible y poco dinámica sería negativa, no obstante la historia ha mostrado al hombre de leyes creador de normas y códigos cuya presencia lo ha sido por ciento de años sin el título universitario de jurisconsulto como en la edad de oro del derecho romano, orador- escritor como en Atenas, jurista como en la época medieval, o abogado como en el presente Estado contemporáneo.

La misma historia nos ha probado y conducido a la consecución de una producción jurídica profunda y solar por filósofos, pensadores, gobernantes, políticos, sin necesidad de los estudios universitarios como Papiniano, Ulpiano, Gayo, Justiniano, Demóstenes ,Aristóteles, Constantino, Solón, Licurgo, Alfonso X el Sabio, Becaría y otros más creadores de códigos y legislaciones; así nacieron las Doce Tablas, El Digestos, el Código de Hammurabi, Las siete tablas, El Manú, todo con ausencia total del conocido hoy como abogado.

Por lo demás en la historia antigua la calidad de jurista o jurisconsulto se dio sin el titulo académico, no como profesión organizada sino como ciudadanos dedicados al ejercicio de llamar, abogar, intermediar, defender, representar a todo ciudadano quien era requerido por una autoridad cualquiera; esta labor fue en sus orígenes ejercida y llevada a efecto por hombres independientes "buenos ciudadanos", “oradores”, conocedores de las leyes y los problemas del ciudadano, creadores y codificadores de leyes a su vez dedicados al estudio e investigación de las ciencias políticas y las disciplinas jurídicas.

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En los albores del derecho romano, los juristas tenían un prestigio extraordinario, pues la jurisprudencia proferida por estos era de un contenido practico, popular, tradicional creativo, eran consideraros los primeros entre todos los ciudadanos, la casa de estos era considerada como un oráculo y su ejercicio no tenía compensación económica pues consideraban quien la ejerce eran “sacerdotes de la justicia”.

Fue con Alfonso el Sabio en las siete partidas donde apareció el concepto de abogado como profesion, el cual contenía en amplitud y profundidad la labor de quien intercedía por otro en justicia decían estas: “Bozero es nome que razona por otro en juycio, o el suyo mesmo en demandando o en respondiendo. E así nome porque con boze e con palabra usa de su oficio”

No puedo haber sido más nefasta la consecuencia histórica de haber cimentado un concepto débil y de espíritu enfermizo sobre la formación original del abogado al identificarlo con esta sequedad y frialdad simple de la academia y haberse este impuesto a través de los tiempos pasados desde principios del siglo XII por obra de un proceso histórico donde se conjugó el poder de la Iglesia con el poder feudal.

No obstante reitero existir en los primeros albores de la historia de los Estados, la impronta con la cual se dieron las formas y creación original de la profesión donde se enmarcó la alborada y nacimiento de hombres de elocuencia y sabiduría , quienes actuaban y prestaban sus servicios como juristas con un profundo sentimiento de admiración y respeto en la sociedad y en el ciudadano; donde aparecían representado a estos en sus conflictos patrimoniales y personales como defensores, oradores, consultores, jueces, codificadores, consejeros de gobiernos, constructores de legislaciones y normas, impulsores de reformas políticas y escuelas filosóficas, inspiradores de constituciones y revoluciones sociales; es decir filósofos y juristas con orígenes nobles, fecundos, refinados, avanzados, con poder suficiente para determinarse por si mismos con certeza, credibilidad e identidad.

Pero apareció a principios del siglo XII entre Papas y Monarcas la universidad secular y con esta el viejo abogado en su profesión con todas sus decadencias y ocasos, herencia fatal con la cual arrastramos hasta nuestros días.

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Iglesia católica, Universidad y estudios de derecho.

En los tiempos medioevales y feudales a principios del siglo XII se presento un proceso político el cual marcó con un profundo contenido el origen y nacimiento académico de la profesión de abogado, allí se dio nacimiento a los primeros estudios con un sentido especifico determinado por la Iglesia católica dado el dominio del Estado por esta, quien manejaba los hilos del poder político y económico con las monarquías; y desde Roma se imponía toda clase de pautas y ordenes para los estudios del derecho y por decir lo menos fue en los conventos y claustros católicos donde se iniciaron estos, que luego trasladaron a la universidad tomando en principio el derecho canónico como fuente espiritual de toda formación intelectual con una fuerza teológica y clerical como expresión fina del dominio de la iglesia y las monarquías.

Así nacieron fundados por el poder del Papa centros de estudios que luego de un proceso largo y complicado se constituyeron en universidades como la de Bolonia fundada en el año 1088 (primera universidad con estudios de derecho con primacía en el canónico) Salerno, París (en derecho romano) , Nápoles, Papua, Siena, Roma, en estas se educaron y fueron profesores clérigos que a la postre fueron Papas como Alejandro III, Inocencio III, Gregorio IX, Inocencio IV, a quienes se invistió en su momento con la calidad de “los papas juristas”; y en la misma época nuestro insigne patrono San Ivo Hélory (1247-1303) ejemplo de humildad, amor por la profesión y por el ciudadano, impulsor como el que más de los medios de conciliación y todo aquello que fuera la fraternidad entre los hombres y las formas de solucionar conflictos, su forma de vivir y de prestar sus servicios entre los pobres y marginados lo llevó a ser tenido como santo por la Iglesia después de 40 años de su fallecimiento.

No obstante dentro del proceso histórico que se dio en la lucha del poder político en las universidades, especialmente por la burguesía no se pudo lograr una autonomía e independencia del papado en estas, inclusive hubo Papas quienes aparecieron como impulsores de reformas

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en las universidades ante la fuerza social que se imprimió los movimientos estudiantiles apoyados por la burguesía, al efecto se dictaron bulas como las de Gregorio IX en 1231 donde se reconocía el derecho a la huelga por los estudiantes, se dieron una serie de movimientos de comerciantes que produjeron fuerza y sentido a la universidad con un carácter de elitista al principio de los siglo XII, donde sólo la nobleza y los comerciantes podían estudiar, “desde el rector hasta los estudiantes eran todos hombres de fortuna” sobresaliendo en los estudios de derecho la universidad de Bolonia, en estas se iniciaron reformas sociales impulsadas por los gremios económicos donde se formaron por los estudiantes y profesores fuerzas organizadas en la defensa de su autonomía universitaria frente al poder del estado feudal y el papado.

No obstante las prolijas luchas y reivindicaciones logradas en las universidades se dejo impreso en los tiempos el sentido filosófico y político del poder de la Iglesia en la universidad, quedando con una tinta indeleble los estudios del derecho con un profundo acento clerical y teológico, el cual sufrió pocas variaciones y dejo sumido y relegado hasta el presente el origen primigenio de abogado; estas consecuencias históricas las seguimos conservando como una herencia sobre la cual se ha cimentado un decaimiento, ocaso, debilidad, retroceso y simpleza sobre la profesión.

“La unidad de la cultura se mantiene gracias al fundamento religioso común de todo el mundo cristiano y la idea de que el saber esta vinculado a textos sagrados, de validez general como la Biblia para el teólogo, el Corpus Juris para el jurista o Aristóteles para el filosofo. Y no es que falten diversidad de pareceres y hasta polémicas estruendosas pero esa diversidad y hasta polémicas por agudas que sean, se mantienen en unos limites preestablecidos y se mueven sobre bases comunes que impiden el desgarramiento de la unidad espiritual” ( Galo Gómez Oyarzún, La Universidad a través del tiempo).

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Fue así como se dieron los denominados “juristas” con el cual se asignaban a los doctorados en las ciencias del derecho en la época del medioevo (hoy aún algunos decadentes, se hacen llamar así, pensando que es una honra), dado su marcado acento del poder clerical y el sentido con la cual se exigía el cumplimiento de los estudios canónicos ; estos fueron quienes sembraron los linderos legales y marcaron los senderos normativos a la inquisición, así se crearon delitos y pecados pues los “juristas” vivían el fervor de la “revolución pontificia”, apareció el delito de herejía el cual se castigaba con la pena de muerte, como el delito de disentimiento de los dogmas, fue así como se organizaron los estudios del derecho con el objeto de crear estos“juristas o jurisconsultos”, quienes eran los hombres preparados para servir al estado feudal y efectivamente lo hicieron como protectores del mismo, de una manera eficaz y cruel.

“Para resistir el poder de los señores feudales requerían de una institución: la ley. Para resistir al pasado debía de ser una ley que no fuera controlada por la Iglesia, fue entonces cuando volvieron hacia el derecho romano. Las ciudades requerían de tribunales, de registros de propiedades, de archivos de la ciudad y para lograr institucionalizarse contra los dos peligros tenían que preparar a los juristas que le dieran forma permanente a este estilo de vida” (Galo Gómez Oyarzun, obra citada).

Así nació dentro de las universidades en sus orígenes el “jurista” conocido hoy como el viejo abogado a quien se le delego por el poder de la iglesia y las monarquías la labor de administrar justicia, la de organizar la parte administrativa de las ciudades y por igual la elaboración de leyes que sirvieran en su momento al poder feudal de las monarquías y de esta misma; se idearon en claustros, conventos y universidades procesos judiciales sumarios de extinción y muerte, ¡cuantos inquisidores nacieron en estas universidades! ¡Cuántos se criaron al calor de estas filosofías medievales! ¡Cuantas guerras, muertos, hambrunas nacieron a luz de estas aulas en derredor del derecho canónico y romano ¡

Históricamente se dio entonces el concepto y origen de universidad en los principios del siglo XII, en consecuencia se formalizaron los estudios

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universitarios de derecho específicamente sobre el derecho canónico y romano en un contexto secular, clerical, teológico y elitista, con olor feudal de inquisición y esclavitud, no pudo haber sido mas nefasto para la profesión el ambiente político en el cual se crearon estos los primeros abogados en la historia.

Abogado y abogacía Abogado y abogacía aparentemente se encuentran en un nexo indisoluble en cuanto la una puede ser una derivación de la otra más simplemente es un ineficaz concepto, pues es lógico que existe la una sin la otra, pero la tergiversación de los tiempos nos han conllevado a ese error de cinismo, a ese fanatismo abúlico de no comprender porque de suyo para el viejo abogado puede ser incomprensible aceptar el abogado sin la abogacía, más la constitución de gremio, de colectividad, manifestación expresa y tangible de la organización profesional debidamente estructurada, objetivada y formulada con vida propia expresa todo lo contrario.

Es decir, el abogado y la abogacía viven unidos en su tragedia, en un formalismo insulso, sutil, como causa de toda decadencia, de un mundo simplificado y falsificado, siempre la historia presencia el viejo abogado como el hombre que ha desconocido y pisoteado ésta, todo por un error histórico de identificación, de pálidos conceptos, de ubicación, de humillación, de dependencia, falto de una conclusión clara en la sapiencia racional de los tiempos; pues si es evidente la presencia del viejo abogado opaco, incoloro, insonoro, inconcluso, determinase como quiérase esto no significa ni convalida la existencia de la abogacía con superación, dominio, conquista, laboriosidad, autonomía, por cuanto los presupuestos de su esencia no se han originado, están por escribirse al servicio de su difícil, arduo, agotador y escabroso andar en la historia de los tiempos.

La abogacía merece ciertamente su espacio, se ha adjudicado en el devenir la necesidad de su existencia, ha pretendido un camino, un surco y ha mostrado directrices iniciales de su configuración y existencia, por

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ello se le debe exigir su identificación en la historia, su sacrificio, su rigidez con el necesario discurrir de los tiempos, no con la simplista presencia de un título ni una formación académica, sino de edificar y estructurar unos fundamentos de vivencia, de compromiso, misión, creación, base y estructura profesional; de otra forma nos debatimos en medio de lánguidas sombras en la incertidumbre y la desolación, “...dentro de una música llena de plena confusión y de malabarismos sin ningún pudor”, como diría Nietzsche.

Si señalamos el significado de abogado en la simpleza y tosquedad de una denominación académico - universitario, sería extender una ingenua imagen dentro de la especificidad de esta insípida y anodina definición, por ello el abogado en sí mismo no ha construido en parte el determinar una obra original esculpida para su fin propio, es y ha sido simplemente una vaga sombra, parte integrante y diminuta de una galáctica concepción del ser que en su sentido propio debe y está obligado a enmarcar, ubicar e identificar en el hoy un desafío para futuros tiempos so pena de su desaparición.

Sin el determinismo de su apreciación la expresión de conducta del hombre conlleva a fundamentarse en la dialéctica de la vida con la creación y concepción de sí, para el servicio de su profesión en la inspiradora consecuencia de la vida, del hombre en su elemental desarrollo de individuo, de especie, perspicaz e inteligente sobre lo cual antepone por encima toda su razón y conocimiento ante lo limitado de su ser.

La concepción de abogacía como profesión hasta principios del siglo XXI no puede constituir el todo histórico, han sido equívocos, confusos los análisis de sus ambigüedades frente al claro discernimiento y la realidad; no es ni puede ser exacto y objetivo el sentido completo del concepto de abogacía impuesto por varios siglos, siendo ésta una exposición equivocada de un siniestro panorama que ha llevado al abismo profundo de confundir la forma académica con la esencia de profesión en su máxima expresión histórica.

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El nuevo abogado deberá ser más que esos bajos instintos y se tornará universal, cosmológico en la medida de la dimensión exacta de sus virtudes y labores cuando concibe interpretar fielmente los conceptos sobre los principios que dirijan la clara dimensión humana que lo deben acompañar en su ejercicio, abrigado con bagaje intelectual propio, especial, conmensurable y libre al servicio de su verdadero oficio y ministerio.

La abogacía en el sentido estricto y objetivo muy diferente se muestra, en cuanto nunca ha existido ni siquiera en las sombras de un diminuto germen, está por hacerse, por presentarse a la faz del planeta. Por ello su identificación se enmarca en los conceptos de un verdadero análisis histórico serio y ponderado, preciso, asunto no materializado por la misma confusión, engaño y falsa apariencia de la concepción actual de por sí subjetiva, vaga y primaria de abogado. “El comienzo de la formación y del remontarse desde la inmediatez de la vida sustancial tiene que proceder siempre mediante la adquisición de conocimientos de principios y puntos de vista universales, apoyándolo a o refutándola por medio de fundamentos aprehendiendo la rica y concreta plenitud con arreglo a sus determinabilidades, sabiendo bien a que atenerse y formándose un juicio serio acerca de ella” (F. W. Hegel, Fenomenologia del espíritu)

Y por decir lo menos en Suramérica la academia no ha cumplido su misión histórica, del mismo modo y circunstancias que la judicatura no ha buscado las premisas sobre los cuales se deben inspirar bajo los principios o presupuestos básicos necesarios para fundar y edificar la abogacía; y el Estado contemporáneo en última instancia por desinterés no ha satisfecho la necesidad sobre la cual se debe estructurar un concepto completo, exigente, omnipresente, pleno y hoy el viejo abogado no ha trazado, no ha asimilado, no ha identificado su misión creadora, postuladora y edificante.

! No puedo sentirme inferior a mis concepciones filosóficas de la vida, cuando no ocultamos este desolador panorama al aceptar el lamentable estado de la inexistencia de la abogacía!

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Seremos persistentes pero no encontramos históricamente la abogacía en su vivencia profesional, y sí no encontramos al abogado en su dimensión concreta y exigente no podemos presentar esta en su dimensión aproximada. Sólo existe una vaga llama que parpadea en esa esperanzadora concepción de sentir estas en sueños, con los espíritus de los abogados que anhelamos una concepción de profesión para el servicio de la humanidad, no de falsos ídolos creados por presuntos juristas y profetas, con una aparente verdad esparcida en lo profundo de una absurda sabiduría, la cual ha sido el ocaso y derrumbe de un oscuro y fantasmagórico imperio de abogacía cuya estructura vacía, decadente, agotada y cansada, no aparece hoy siquiera para construir un castillo de naipes.

En verdad existe el viejo abogado, tal como lo hemos expuesto en su precaria forma y preocupante situación, mas no la abogacía como profesión, como ese comportamiento claro del hombre fundamentado en premisas y principios, esta concepción exigente se encuentra por nacer a la historia.

En organización, estructura de grupo, gremio, profesión, guía de inteligencia creadora, sólo ha dado positivamente el comportamiento singular, particular y personal de hombres cuyas obras y vida son emblema de futuros presupuestos, pues sus luchas cadencias, actos de vida son un emblema de ejemplo y camino : San Ivo, M. Gandhi, M.L. King, J. De Assua, M.A. Ossorio, F. Carnelutti, , F. Carrara, E. Ferri, J. E. Gaitán, L.C. Pérez, todos estos hombres ejemplares y privilegiados han establecido dentro de sus admirables luchas y elocuentes existencias, una resplandeciente vida; han sido la semilla creadora para nuestros anhelos de abogacía esperanzadora y futura como palestra de sueños, plataforma de luchas y sentido de vida, hoy les brindo tributo a sus existencias y son la fuerza poderosa que guía mis sueños en la profesión y en la vida.

La revolución Francesa punto determinante

Un momento en la historia de un panorama sobre el cual un grupo de abogados convencidos de sus compromisos con la sociedad y sus sentimientos pusieron su profesión al servicio de las luchas sociales

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sobre el cual no puede olvidarse ni desconocerse es esta parte de la historia universal consagrada y edificada a sangre y fuego dándose un rol sobre el cual se movió la revolución francesa del siglo XVIII, por decir los menos hombres con una formación política salida de las universidades medioevales pero hechos a base de constantes luchas reivindicaron, motivaron, impulsaron y dirigieron el movimiento social mas importante en Francia en 1789, en esta sobresalieron abogados como Rovespierre y Georges Danton, y otros abogados anónimos que hicieron parte de los denominados “los Jacobinos” antes de la misma revolución francesa, abogados como Montesquiu la inspiraron con sus ideas políticas y sociales; esta parte de la historia marcó por siempre una luz en las tinieblas del oscurantismo y degradación con la cual nació la profesión, ha sido un camino trazado en paginas sobre la cual se hace necesario auscultar su importancia a las nuevas generaciones.

La revolución francesa no hubiera sido posible tal como se llevó a efecto sin los intelectuales que le dieron brillo y luz a estos senderos de luchas sociales, sin ellos no hubiera nacido los principios de justicia y libertad, enmarcados hasta nuestro días, expresión probatoria suficiente para determinar el papel preponderante que el abogado puede jugar en la historia de los hombres cuando están sometidos a la tiranía y dominio. Estas escasas luces prevalecientes producto de constantes tribulaciones y adversidades escritas a sangre y muerte inspiradas al fragor de los tiempos, con la inteligencia de hombres al servicio de la humanidad, esos chispazos y fogonazos en la historia, se convierten en el inicio de la búsqueda estructural de unos conductos y canales, de esas bases que inspiren el desarrollo y adquisición de una meta cuyo sentido y contenido esencial sea el nuevo abogado en concepto universal de hombre inspirador, constructor, martillo, con la conciencia libre, autónoma, extendida y entendida dentro de su sacrificio propio en búsqueda de la identidad y credibilidad.

Cuando negamos la existencia de la abogacía simplemente estamos reafirmando nuestra concepción del mundo del abogado, no aniquilando ni confrontando injustamente, sino mostrando lo que hay

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en el fondo del viejo abogado como hombre de presa fácil, de reptil; cuando afirmamos el concepto de su inexistencia estamos formulando la historia como se nos expresa, estamos auscultando sus abismos, su texto y contexto en el señalamiento de nuevos objetivos, caminos y horizontes.

Las grandes cosas están reservadas para los espíritus grandes, dijo Aníbal ante su propia tragedia al cruzar los Alpes: “hallaré un camino o me lo abriré”; frente a las oscuras sombras del hoy debemos levantar senderos y sueños para el mañana, mirando a quienes han pregonado por miles de años la permanente lucha y odisea del hombre en sus ideales inspiradores de comportamientos decisivos, en la realidad posible de ser exigentes con la capacidad de ruptura y sentido de permanencia en tiempo y espacio, con el rigor al servicio de la profesión y del hombre con nuestro propio oxígeno, propios pulmones, "a la recherche du temps perdu", es decir "en busca del tiempo perdido".

Enfrentar la inexistencia de la abogacía no es formular en vano la mustia situación de ésta, es simplemente interpretar nuestro mundo con sus disquisiciones, equivocaciones y vergüenzas; es revelar y develar al hombre - abogado imperfecto, limitado, incompleto y sometido a su propia comedia humana de pasiones; es exponer su calvario del actuar mediato e inmediato, es ser sincero con el comportamiento decaído y consumido de varios siglos en su período histórico del hombre en su cultura y civilización.

Y no puede existir abogacía cuando no se posee identidad de profesión, no se posee credibilidad ni se sabe interpretar momentos históricos como el de la revolución francesa, cuando no se enciende el fuego del equilibrio, cuando no se ha encontrado el centro de gravedad, ni se practican, formulan, conciben, acogen y construyen los cimientos ni el piso sobre la cual se debe edificar con integridad, finura, señorío, en última instancia con poder y sobre el poder.

Cuando los integrantes de una comunidad profesional o gremial, no asimilan su comportamiento con sentimiento de vivencia y compromiso, cuando su conducta no es interprete del conflicto

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humano, cuando se es inferior al mandato histórico y no se formula una posición impugnadora, libre del hacer en la praxis; cuando se entrega a su propia suerte en un espectáculo de fantasías y sombras y se abandona sin modificar, desnudando el sentido humano de la propia vida en aras de un tributo exigente, esto es simplemente la fiel adquisición de un vacío inconmensurable de no poder sacrificar lo que en realidad se ha podido realizar y aun se encuentra perdido en los inicios del siglo XXI.

El viejo abogado simplemente ha existido en los tiempos mas nunca su conducta puede determinarse con una voluntad propia, con valor, confianza, con el emblema de la satisfacción y deber cumplido, la historia lo señala en esta hipérbole singular de la academia, mas nunca lo puede ubicar en la identificación y credibilidad de la obra humana, es decir no ha dado cumplimiento a los designios de sus propios principios, no tiene cadencia, tonada, metáfora, símil, obertura, aria; no ha edificado el sentido hábitat de abogacía, simplemente ha sido eso: un superficial abogado, un título, un profesional, un licenciado dócil, un patriotero, un electorero, medio eclesiástico, medio pedagogo al servicio particular y egoísta de sí mismo o del mismo imperio normativo que sumisamente ha aceptado y convalidado.

Ahora en Suramérica como nunca nace para el nuevo abogado el compromiso y misión con la presentación y formación de presupuestos históricos, éticos y gremiales dados con certeza sobre los cuales con el aporte de su sacrificio impele y provoque su ejecución y organización para abrir un camino, una aurora, !nuevas auroras¡, sobre la cual discipline y forme su rumbo como núcleo, motor, causa y acicate con la debida interpretación en principios los cuales deberán identificar la abogacía como esa profesión ejemplarizante, exigente, amplia, brújula de vida, sin moderaciones, ni debilidades, grande y crepuscular.

"Discontent is the firt step in the progess a man or a nation", "el descontento es el primer paso en el progreso de un hombre o de una nación" .(O. Wilde)

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CAPÍTULO XIV

EL VIEJO ABOGADO JUEZ, MITO O REALIDAD

“No, no basta para que el derecho y la justicia florezcan en un país, que el juez esté siempre a ceñir la toga, y que la policía esté dispuesta a desplegar sus agentes; es preciso aún que cada uno contribuya por su parte a esta grande obra, porque todo hombre tiene el deber de pisotear cuando llega la ocasión, la cabeza de esta víbora que se llama la arbitrariedad y la ilegalidad”

(Von Ihering).

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“Dar leyes es la forma mas refinada de la tiranía” (

Volviendo al principio y concibiendo el principio de nuestro objeto fundamental de análisis pensaríamos un instante cómo definir al ser humano cuya identificación conocemos como juez, si consideramos sólo su decadente origen seríamos demasiado exigentes para con él, si partiéramos de su fin seríamos injustos para precisarlo, pero si lo auscultamos en la forma y sustancia del presente procederíamos a presentar una idea de dimensiones extendidas, que nos obliga necesariamente a buscar su todo en la arena del desierto, como quien dice vamos a ubicarlo sumergido en la profundidad de la historia, deseando no equivocarnos para seguir sus huellas en una noción cercana, tratando de conocer su naturaleza humana en medio de surcos, oscuridades y agujeros negros.

Llegando a su dimensión de abogado calificado por una investidura de Estado, a quien se le delega una misión u oficio que en un momento determinante es clara, contundente y precisa, cuando es llamado a administrar justicia en nombre y bajo los presupuestos normativos de Estado a cuyo mandato se obliga, manejando una estela de compromisos ciertos y muy definidos para endilgarle el cumplimiento de la ley dentro de un marco normativo al cual se debe, motivando a una sindicación y satanización, por ser un aplicador de leyes sin distinción, rango o contenido de éstas, andando siempre por caminos, travesías y senderos inhóspitos en mas de las veces llenos de lodo, en consecuencia sometido, sumergido en la ola compromisoria de sus movimientos lentos y rápidos que lo van moldeando en una connotación e identificación con una posición fría, superficial y por decir lo menos injusta.

En la concepción histórica de la tragedia humana vivida por el juez, éste se presenta en la escena para el bien y para el mal, para lo negro y lo oscuro, para la vida y la muerte, para el anochecer y para el día, para la guerra y la paz; abarca todo el espectáculo de la vida humana, encarnando todas las pasiones y tormentos, los valles y climas, volcanes y oasis y así va engendrando un trasegar de vida subterránea de avance lento y calculador con espíritu gregario adocenado que lo pone al servicio, del poder, de los intereses del Estado o del imperio.

F. Nietzsche)

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No entendido este servicio como creador, pues no lo es en la medida de quien construye en su origen es quien ordena, prescribe y materializa la parafernalia de la sindéresis poderosa de la fuerza, engrosada, contenida, sembrada y encarnada en la normatividad jurídica previamente creada, previamente codificada y configurada en la expresión del poder de Estado cualquiera sea éste y bajo los presupuestos e intereses en sus postulados políticos expresados; asumiendo una similitud, analogía de fuerza y esencia sobre cualquiera sea esta, pues el juez ha sido en una u otra circunstancia el hombre intérprete en la coacción jurídica y el poder del Estado, es la representación, su identificación, un mandatario; es decir la dialéctica de la historia lo presenta por debajo de la existencia y origen de la norma, y por debajo de la existencia del poder, haciendo parte de él, en este sentido lo interpreta, circunscribe y representa.

Determinado la estructura política del Estado y buscando su sentido de existencia, objeto y fines dentro de una amplia concepción por la identificación esencial del poder, entendemos en su misma génesis al engendrar un concepto cierto de la curvatura andante en la concepción universal del juez y encontramos en su protuberante virtud de hombre, una actividad servicial no constructora, que lo moldea, adapta, lo funde en su propia y personal dimensión de su ser al asimilarlo y comprometerlo en su ofrenda continúa a la diosa Temis del mal y del bien, a los dioses de mármol y de barro, sirviendo de interprete de la normatividad jurídica llevada a efecto en las etapas de la historia por infortunio en Suramérica llenas de injusticias, desigualdades y miserias, todo con un referente del hoy llamado poder, inmerso en autoridad y soberanía con la norma jurídica y su coacción.

Pensaríamos y pretenderíamos concebirlo como transformador, revolucionario, creador, hombre demandante y postulante, síntesis de luchas y reivindicaciones sociales. Pero nos equivocamos pretendiendo mostrar una imagen en forma desdibujada como presencia en su contextura, cualificación y vivencia; la función específica de su actividad lo hace dependiente, plano, gris históricamente impregnado por la posesión de la cumplida obligación de decir soy aquel que aplico la normatividad del Estado el cual me ordena y prescribe hacerlo sobre exactas condiciones políticas adjetivas y sustantivas.

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El abogado-juez ha sido ubicado con la presencia de normas previas, de leyes y códigos, cuyo mandato se encuentra claro y determinante; luego diría: “yo como juez me adhiero a la potestad de la ley, así mi conocimiento busque mi propia independencia y libertad, pues debo aplicar la justicia, no mi justicia, no mi creación de justicia, ni mi concepto de justicia, sino aquélla contenida en la norma cuya eficacia y legitimidad se me hace necesaria, obligatoria, engendrada como expresión del poder y expresión de Estado, luego en la medida y forma con la cual mi martillo, mi buril es la norma, no puedo manifestar otra concepción de hombre y vida, así mi intención fina de espíritu sea la interpretación y la hermenéutica formal o material sobre ella”.

Agregaría el juez: “...concepto este que me conlleva a expresar en primigenia manifestación las providencias judiciales como derivación y expresión de la normatividad jurídica existente, muy diferente a mi concepción del mundo, posiblemente original, transformador, asunto cuyo compromiso como juez me impide emplear en mi providencia, como mundo creador, generador; pues me obligo y comprometo a aplicar los postulados políticos y la esencia allí cimentada, no podría entenderse de otra forma ser yo juez administrador de justicia el cual perentoriamente estoy sometido al imperio de la ley presupuesto y motivo de concebirme un hombre vinculado, obligado, medido, lívido”.

Razonaría el juez en su conciencia de hombre libre: “...luego no puedo ser original, no puedo crear otro mundo, quisiera presenciar otro mundo, mis ojos no son tan extensos, sería muy eficaz poder expresarme con otra razón que sea mi propia razón, por cual motivo mi mundo no es mi deber, el mismo mundo que interpreto y de cuyos postulados difiero, deseo corregir y auto suprimir, pues este es el mundo real del imperio no mi propio mundo el cual concibo, preciso y sueño”.

“Como administrador de justicia no me es permitido ser un hombre original, mas puedo interpretar, puedo esculpir sobre el mismo tronco, con el mismo bronce, más puedo ser un hombre cuyo sentimiento de expresión de mi ser va moldeando una criatura interpretadora, mi concepción del mundo es uno, puede serlo, puedo entenderlo, identificarlo, auscultarlo, pero mis formas, medidas y providencias se

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enmarcan en el mundo del dios Constitución al cual pertenezco y al cual me debo, nada es de mi definición, por ello este mundo normativo me compromete y me define”.

“Soy un intérprete racional, y este compromiso de juez me impulsa dentro de un espacio para el cual me obligué, juré llevarlo y protegerlo con toda responsabilidad. La sola calidad de intérprete aplicador de leyes y constituciones me deja inmerso en un control normativo limitado, finito y previamente establecido, no elaborado por mí, pero debo acatarlo y ejecutarlo, separarme de él es violentar mi deber para contrariar un comportamiento ordenado, palmario y rígido”.

Lo anterior se ubica en la medida que el Estado dentro del ejercicio de su poder va creando un juez el necesario e indispensable para con los presupuestos de su esencia obtener una concepción de un servidor y lograr su objeto final de un hombre inteligente, interesante, respetable y ponerlo en ejercicio para la aplicación de normatividad parte integrante de expresión dentro de una de las ramas del poder; luego la soberanía expresada y dictaminada en su exacta concepción de fuerza, requiere de un contorno de hombre cuya dimensión está dada y sometida al rigor profundo del poder político, del mismo que representa cuando investido del ejercicio marca un comportamiento al servicio de éste, presentando así una identidad propia de hombre comprometido, racionalmente obligado por la función señalada y marcada que lo sumerge en sus premisas, único camino para ejercer labor en la estructura de la administración de justicia debidamente concebida en los intereses particulares y esenciales de Estado, postulados a cumplir y únicos a desarrollar, fuera de éstos no existe ni puede existir otro objeto de conocimiento, de aprehensión, ni siquiera una conducta omisiva puede ser aplicada para desviarse del sendero trazado por la norma jurídica cuando ésta misma ordena dar cumplimiento a la constitución y la ley cualquiera sea la forma de Estado contemporaneo o moderno.

Precisamente ese “hombre ideal” creado al servicio del Estado le exige presentar un conocimiento muy profundo de la normatividad jurídica al aplicar con seria y valedera convicción la identificación clara de los

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presupuestos políticos del poder del Estado, en la formulación de su labor de discernimiento, de elaboración de providencias con los fundamentos normativos jurídicos necesarios que conlleven a una legitimidad y convalidación de ser esta la creación del juez quien debe cumplir su misión de administrador de justicia.

Su raciocinio, su análisis, sentido del conocimiento, pasiones, tormentos, su vía crucis de vida se enmarcan en una fina expresión de la normatividad cuya permanencia en su actividad es exclusiva y específica, pues sólo le es dable y permitido interpretarla bajo los mismos fundamentos y postulados políticos de Estado donde el imperio de la ley lo es todo, convirtiéndose así el abogado- juez en un fiel servidor, expresión y caracterización el cual lo hacen limitado, sometido, y en más de las veces un hombre debidamente formado para representar el poder político como única respuesta de ejecutor y operador de normas jurídicas , con identificación plena en su conducta de quien está investido con la toga de la administración de justicia.

Dentro de esta concepción del viejo abogado- juez su libertad es la misma expresión que la normatividad por aplicar le permite, su atadura es vinculante, específicamente cuando se materializa su expresión de hombre estrictamente aplicador e intérprete.

No le permite su función moldear una estructura propia con su objeto final original, cuyo pensamiento y concepción del mundo no sea únicamente ese mundo que lleva en su investidura. Este panorama mustio, determinante, opaco, logra establecer una concepción de abogado cuyo sendero está enmarcado por su servicio; cualquier otro asunto de análisis, de explicación, de definición, de connotación se podía establecer para ocultar el comprender la labor de quien está investido por esta dignidad.

Inclusive, historiadores y politólogos han entendido el sentido contrario a la actividad del juez-abogado a través de los tiempos, parecieran no poder aceptar la fuerza inconmensurable de la realidad, queriendo mostrar lo oscuro por lo claro, más simplemente están

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ocultando y pretenden aniquilar severamente los hechos vividos en la historia, en más de las veces para justificar la tiranía de la norma, "dar leyes es la forma más refinada de la tiranía" decía Nietzsche, y como una falsa y oscura forma de entender el rol del juez.

Muy diferente como se presenta el rigor de los tiempos sobre los cuales ha caminado la civilización, esto exige los tiempos contemporáneos la necesidad de obtener un juez al servicio de los principios del ser humano sus metas y objetivos de vida, bajo una concepción de libertad, con espíritu antioxidante, de independencia, cuyo fin no sólo sea interpretar y ejecutar la hermenéutica , sino crear, construir derecho, ser original en expresión de la necesidad, de la voluntad humana, del concepto del mundo hacia el mundo, en una concepción crepuscular y universal de la vida; debidamente formando su conocimiento con la obra de los hombres en los tiempos y no de una norma jurídica, logrando su propio tiempo y su propia obra, entendiendo siempre la herencia dialéctica de la humanidad, para enfrentar la supresión de la injusticia y la arbitrariedad, y para darle otro sentido a la vida, un aire fresco lleno de perseverancia, permanencia y durabilidad, esta es la presencia necesaria del futuro nuevo juez- abogado especialmente en Suramérica.

Entre el juez del hoy y del mañana surgen irreconciliables fronteras, un ancho espacio los separa, al del hoy le pesa mucho los músculos del pasado de la civilización y los espíritus de civilizaciones gastadas. Pero qué tiene de extraño y de diferente el hombre de ayer y del hoy, no son acaso frutos del mismo árbol; acaso no es el mismo gen acrisolado de las repúblicas y los Estados suramericanos libertados con los pulmones y gargantas llenas de gritos de Independencia, patrias y banderas, sumergidos en un profundo sentido de ocaso y decadencia que ha producido con el transcurso de los tiempos un llamado genio del siglo XX igual que el antiguo centauro: semibestia y semihombre.

El hombre normal que se adentra en la selva y se extravía le puede quedar muchos caminos para perderse, otros pocos podrán inventarlos y encontrar nuevos dentro de la espesura y oscuridad que nadie conocía, “...la forma de los gobiernos es de muy poca importancia” decía

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Maquiavelo y agregaba, “...aunque las gentes de cultura media piensen lo contrario”; el hombre en su decadencia se rodea de fortaleza, sana sus heridas, y va creando sus formas de desarrollar la sabiduría y conocimiento, busca un asiento firme y seguro, mediante un proceso de voluntad educativa, con propósitos claros de nuevos horizontes, presto a definir una consolidación de hombre sin debilidades ni dudas, todo con un sentido histórico, el necesario para impulsar a la civilización humana en un sendero de paz y justicia social.

¿Cumplirá su misión el juez del hoy en Suramérica; estará presto para extender sus fronteras más allá de la simple y acrisolada norma jurídica para adentrarse al encuentro de un mundo que sea su propio mundo, no sometido, ni relegado, con un grado de constancia y paciencia, de energía necesaria para que llegue a hacerse verdaderamente un talento, con identificación de su propia fuerza, voluntad libre y autónoma, dispuesto a crear, sacrificar, impugnar y contradecir?

"Violenta nemo imperia continuit diu", "nadie ha conservado jamás largo tiempo un poder ejercido con la violencia". (Séneca).

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CAPÍTULO XV

EL VIEJO ABOGADO JUEZ O EL SENTIMIENTO NORMATIVO

"¿ Cual es el camino? No existe. Al través de sendas no pisadas todavía, y que no pueden pisarse... un camino hacia lo inaccesible, hacia lo impenetrable... ¿ Estas pronto? No hay en el ni cerradura ni cerrojo que forzar; serás lanzado entre las soledades. ¿ Tienes idea del vacio y de la soledad ? "

(J. Wolfgang Goethe, Fausto).

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Lo expuesto es un análisis de la realidad dura y severa con preocupación y sin alejarnos de la verdad, rompiendo los esquemas conocidos, presentando conceptos históricos ciertos, haciendo abstracción de angustias y de sarcasmos de la suerte, tratando de llegar al fondo de lo más íntimo y tocando la fibra última subterránea sobre la cual se erige la fuente primaria en la vida del hombre del ayer del hoy, así con una paciencia agotadora y un suspiro último, tomando aire del menos contaminado, pues para el conocimiento se exige altura, buscar la soledad, "...prestar oídos a cualquier música alegre, ansiar mundos, mares, hombres y dioses desconocidos" (F.Niestzche), para adentrarnos a entender y ubicar la naturaleza humana del hombre laborioso, perspicaz y analítico el cual conocemos hoy como juez.

No obstante existe una verdad con sacrificio como otra forma de expresión y concepción del juez el cual exponemos con sentimiento normativo, del hombre absolutamente consciente y consecuente en lo más profundo y hondo de su intelecto humano, bajo un sentido de mirar el horizonte y el universo con ojos de hombre de normas, ejecutor de las leyes y constituciones muy semejante al “juez constitucional”, no como el hombre libre de principios y fundamentos formados para buscar la verdad en la vida sino en la norma, este juez entiende y comprende su sentido de vida bajo los presupuestos incursos en la misma normatividad, allí encuentra su meta y objeto de ser como abogado- juez, y en más de los casos un hombre- juez al servicio de sí mismo, de su propio sentimiento, esencia y compromiso.

Entiende y asimila su labor como edificante, plasma su comprensión de vida y de meta al mirar y observar el mundo como la norma en sí misma, alejado de cualquier contaminación, se debate entre lo impuro y lo cierto, entre lo suyo y lo de él; es un hombre de plena conciencia, pues comprende, razona escudriña la norma a lo ancho y largo, se profundiza en ella y entra en sus laberintos y a la manera de ésta se deja absorber en caída libre, deja que su camino sea el camino normativo, su balsa es llevada por los vientos de la normatividad y así lo acepta, comprende, no le interesan otros caminos para llegar al fin, no le interesa más que su propio camino, el trazado, el diseñado, ese camino recto es su vida y

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querencia, pues se ha dejado moldear, domesticar por la normatividad y ha adquirido un sentimiento normativo que lo considera como propio, lo hace suyo lo aprende, lo asimila y lo lleva en su corazón en lo más hondo de sus existencia, hasta la última molécula de su fibra intelectual y de ser humano, a su entender, a su placer; pues interpreta que la “sabiduría” del legislador es el origen y esplendor de su conocimiento, fin último de vida y espíritu, su dios, su todo, “!aut Caesar aut níhil!”, César o nada.

La norma cualquiera sea es el fundamento político para el Estado moderno, encierra y circunscribe su poder, fuerza, represión, esencia, “patria” y “libertad”, contiene en sus principios la sabia de sus mandatos, formas, moldes de su estructura y propio orden, creando su propio e idéntico hombre y vida, así lo plasma, lo esculpe, configura y doméstica, de otra forma no encontraría como enjaularlo, dominarlo, someterlo y coaccionarlo.

Por ello norma jurídica puede ser cualquier cosa cuando en sí misma no contiene un sentido de derecho, cuando su estructura, fuente, fines y metas, no interpretan el sentido del hombre, sus principios, sus derechos esenciales, fundamentos de ser humano, nobleza, espíritu de vida, sentido de especie y universalidad.

El juez-abogado del hoy con sentimiento normativo en el concepto del servidor de Estado, último expresado enajena su lucha, su camino, su sindéresis, su sinfonía de la vida, para ponerla al servicio del poder político, por ello compromete su concepción de ser en “beneficio” de la norma, esa misma la cual es su propia identidad, formándose como hombre dependiente y sumergiéndose así en medio de la misma, resultando un intérprete, ejecutor, nominador, un actor más en el hondo y helado egoísmo de la normatividad.

El Estado necesita y produce este juez hecho a su imagen y semejanza, cumplidor, compilador, buen hombre, servil y fiel a sus mandatos, ese mismo al cual empleando su propia conciencia y razón se interpreta en la norma, se identifica, se asimila, corre por su mismo sendero, se alimenta de sus proteínas, digiere sus aguas y hace su digestión, la somete a su

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torrente sanguíneo y la conduce de las arterias al cerebro, ese procedimiento fisiológico-Estado cumple su misión cuando crea el producto propio de un juez debidamente amansado, amoldado, esculpido.

El transitar consciente y consecuente con la norma, ese proceso de comprender y entender como liberación y causa de encontrar en el sentido trágico de la comedia de la existencia normativa buscando favorecerse con ella en la creencia de su propia vida, sirviendo a sus instintos y pasiones, con la identificación del hombre en la imagen propia y efímera con un concepto de norma endiosada, santificada y biblificada en la misma contextura de su origen y ejecución, es la misma forma y presencia del hombre decadente en lo hondo de sus formas humanas.

Este abogado- juez del hoy y del pasado es fiel y solidario con la norma, cuya síntesis se expresa en un espíritu interpretador estrictamente ceñido al mandato normativo, ha sido el hombre garantizador de la existencia misma del Estado, en todas las épocas y etapas históricas sobre la cual ha trasegado la aparición y consolidación de éstos cualquiera hayan sido su forma y expresión, de ahí su génesis, sentido y consolidación a través de los tiempos, en esta forma conoce con certeza todos los caminos y senderos trazados por el poder político del Estado.

El imperio siempre han encontrado en este servidor un hombre preciso y exacto, avalador, coadyuvante y ejecutor a su disposición, expresando mediante providencias con un muy exclusivo sentimiento normativo un sello indeleble sobre el cual cruza su territorio, su campo; allí todo lo dictamina, formaliza y trasciende en un potencial jurídico de miles formas y expresiones, siempre fiel, siempre sólido al servicio de la norma.

Este compromiso e identificación del abogado-juez con la normatividad, firme, frío, estrictamente utilitarista, egoísta y calculador, es la manifestación de una música en todos los tonos, para todos los oídos, en sus diferentes versiones y formas, llegando a las alturas y subterráneos, ocupando los bosques y selvas, fangos y lodos, tocando a

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las miserias humanas y demostrando así su alianza íntima con el poder, su identificación, su incondicional expresión de servicio y de entrega. Este espíritu y sentimiento normativo sigue siendo en los tiempos modernos una regresión y manifestación de causas y efectos prolongada en la conversión de una labor necesaria e indispensable dentro de la estructura de Estado, pero con la exigencia de presentar una fuerza humana de contenido y potencial jurídico, legal dominante, centrado, pulido y acabado a la cual le otorgan facultades “legislativas y constitucionales” para precisarlo y comprometerlo en la extensión de quien se encuentra llamado a la defensa y conservación del poder político expresado en la fuerza que impregna la norma y no en su convicción.

Se convierte así esta actividad jurisdiccional de Estado del abogado- juez en la manifestación expresa, concreta y certera del cumplimiento del sentimiento normativo, en la edificación y exhalación del los instintos humanos al miedo, al temor, a la tortura, inoculado en la vértebra central de la norma, de la cual en su composición química sobresale una alta dosis linfática de coacción y fuerza como forma de reacción frente a la “locura” de los súbditos por su trasgresión o incumplimiento.

El mecanismo político incrustado en la normatividad jurídica, se somatiza formando un veneno de contenido letal, protuberante, mayúsculo en la conciencia del ciudadano quien sólo se le ofrece una oportunidad de respuesta, el cumplimiento o la represión por el Estado; esta última se va fortificando y perfeccionado, creando en sus bases y cimientos un imperio, el imperio normativo, el cual avanza con sus fauces consolidándose como una completa estructura organizada dispuesta a someter, controlar, a dominar y acallar; así va configurando con solidez y protuberante firmeza un poder rígido capaz de enfrentar con total coacción y fuerza cualquier disquisición, afrenta, rebelión o subordinación de sus súbditos; esto constatado con suficiencia en las páginas de la historia de la humanidad como sucesos y hechos representados en los miles de holocaustos, genocidios, arrasamientos y desapariciones de culturas y civilizaciones.

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El juez del siglo XXI

¿Pero cómo desconocer la necesidad histórica del juez?, sería desconocer la misma existencia del hombre y sus vicisitudes, tragedias, ocasos y crepúsculos.

En dónde se podría definir la existencia de una administración de justicia diferente, donde podríamos diferenciar otro operador de justicia, intérprete y ejecutor de normas, sino en otra concepción de la misma administración de justicia dentro de un Estado contemporáneo, donde el derecho esté por encima de cualquier sentimiento opresor de dominación, donde sea intérprete la fuerza de una justicia material al servicio del hombre, allí se encontrará revestido de toda potencia interpretadora no como reparación, ni vendetta alejada su misión de toda sumisión y declinación, para convertirse en un forjador de normas, impulsor de principios y presupuestos.

No como sostén, sino motor térmico, con una energía cuántica propia para un nuevo mundo, del poder ser creador y hacedor, no el hombre de graderías, sino de actor entre los actores, de "fino oligarca espíritu", dispuesto a dar crecimiento jurídico y esplendor a la esencia sobre la cual la sociedad interprete los intereses del ser humano, expresada como fundamento organizador del Estado, no de cualquier Estado, no de cualquier norma, sino de una estructura interpretadora de derechos fundamentales, generadora de vidas y no de su aniquilamiento, alejada de arbitrariedad y la injusticia, forjadora de nuevas formas de libertad y voluntad cuyo fin último sea el hombre, "humano muy humano, demasiado humano", a la mejor forma de Nietzsche.

Los tiempos suramericanos necesitan de un juez independiente con sentido de imperio pero no sometido a él, con sentido solar del derecho, alejándose de la jaula del sentimiento normativo para convertirse más que un hombre hermenéutico –técnico y ejecutor de normas, en un profundo creador e impulsor de derecho.

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La contextura del juez del siglo XXI en Suramérica se debe dirigir a caminos y metas aún por construirse, los senderos trazados y andados en el pasado no han sido determinantes, concluyentes; lo sembrado con constancia y paciencia no ha sido con la energía necesaria para formar edificios sólidos, ha erigido una administración de justicia muy acrisolada y empinada, ha llevado a efecto labores de Estado prosperas y placenteras, todo en una unidad de compromiso en la ley y la constitución, poco por el derecho y sus principios; su decadencia es su formación histórica, sembró en campo ajeno, cultivo en prados verdes, bebió aguas contaminadas en tierras movedizas, su faro aún no ilumina, no tiene luz propia, le falta identidad, su historia es comprometedora entre un espíritu de fatalismos y oscuridad, la diosa Temis aún es su cause, cree fielmente en la antigua belleza ciega, de demoledora espada y balanza, la cual la entendió a su manera, dulcificó, manipuló y ahora en los tiempos modernos la crucificó para su propia suerte.

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CAPÍTULO XVI

EL VIEJO ABOGADO JUEZ DENTRO DEL IMPERIO NORMATIVO DE ESTADO

“Digamos primero que hay dos maneras de combatir: una con las leyes, otra con la fuerza. La primera es distintiva del hombre, la segunda de la bestia. Pero como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda. Un príncipe debe saber entonces comportarse como bestia y como hombre”

(Nicolás Maquiavelo).

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Sentido del juez en la historia

Con la formación de la organización social, en comunidades, tiranías, monarquías, imperios, estados, democracias y todo ese sistema de protuberantes maneras y medios de formalizar un gobierno que el hombre se ha ideado y originado como la expresión de su propia conservación de especie, ha creado y dado sentido en forma igual al sometimiento y dominio de sí mismo, produciendo un hombre dependiente, necesario e indispensable para el cumplimiento de los mandatos normativos sean los que fueren, todo bajo un exigente y presunto interés de Estado de orden, “bien común”, “intereses de las mayorías”.

Así se creo el concepto del "administrador de justicia" y la investidura del juez, que unas veces lo fue el guerrero victorioso, el sabio, el filósofo, el pontífice, el pretor, el tirano, el príncipe, el cesar, el rey, el Inquisidor, el monarca, el zar o el dictador.

No es vano la desconocida diosa Temis de los griegos, diosa de tercera generación, de cuna noble y sentimientos de justicia, equidad y grandeza, la cual con el transcurrir de los tiempos el mismo poder fue creando, configurando y procesando en una fallida y desdibujada imagen, figura de diosa ciega y equilibrada, hermosa y armada, dispuesta a la guerra y la paz, a la vida y la muerte, a lo duro y blando, oscuro y claro.

Esta concepción antítesis de la tortura y el miedo, de la superficialidad y la mentira, la apariencia y lo real, han originado en las distintas formas de Estado una simulación frente a ésta haciendo alarde de su dictadura, fuerza y poder, mediante un proceso de síntesis formando así una falsa imagen de justicia a través de los tiempos con más sentido de dominio y sangre, orgullo y vanidad, certeza e incertidumbre, en un panorama lánguido y sombrío que sólo la fuerza de los tiempos ha podido demostrar hoy como tenebrosa y diabólica manipulación y distorsión vulgar sobre la "diosa de la justicia".

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Es decir sólo cenizas ha quedado de la original virgen griega, obligando a la fuerza inconmensurable de los tiempos a buscar en otros límpidos cielos y mitológicos universos su postrer reemplazo.

Con esta siniestra forma presentada en el pasado, debemos entender y analizar la concepción de la denominada administración de justicia del presente; el Estado y por ende los gobiernos han procreado una institución sobre la cual han cimentado, construido y estructurado como modelo debidamente diseñado de lo que desde tiempos remotos se ha denominado sin mas consideraciones, y ésta ha evolucionado como la ratificación de las teorías sobre “el origen de las especies” de Darwin sobre el hombre domesticado para ejercer tal labor, formando para el efecto un abogado-juez derivación de las fórmulas energéticas del poder con los instintos plebeyos necesarios y suficientes para dar cumplimiento al mandato en nombre del Estado y por autoridad de la ley, a la mejor forma del hombre fiel.

Esta permanente y continúa conducta del juez, resultado riguroso y puntual de las formas del poder, han sido en los tiempos contemporáneos del siglo XX y comienzos del siglo XXI, una decadencia y protuberante degradación de la imagen del abogado-juez; esta certera manifestación del hombre sumido, débilmente incrustado en el núcleo de las esferas del poder, ha dejado impreso un concepto histórico hasta nuestros días de ser la profesión de juez para los Estados, un “servicio” muy vivaz, perspicaz y en más de las veces políticamente productivo.

La presentación del contemporáneo abogado-juez es en un estricto sentido histórico una desdibujada imagen de lo que constituyó los albores de la misma en primigenios tiempos de la actividad judicial, una estructura misma que muestra el sentido y contenido del juez. Esta preocupante y certera concepción a la cual llegamos hoy explica cómo en diferentes momentos históricos en sus principios el hombre juez era el poder en sí mismo, la expresión de quien legislaba, ordenaba y ejecutaba, era él fundamento personalizado de quienes como hombres fuertes, militar y políticamente asumían en sí mismos la representación de la justicia.

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Si bien es cierto allí en épocas de los primeros imperios de la época antigua, en la época feudal y medieval inclusive se presentó el tirano sanguinario y cruel, !cuánto fuego encendieron! como Ciro, Cambises, Darío, Jerjes, Pericles, Alejandro, Calígula, Nerón, Los doce Cesares, Carlomagno entre otros; también, muchos de ellos la misma historia reconoció y ha reconocido como hombres legisladores, amados y endiosados por pueblos enteros, inclusive muchos de los progresos culturales, políticos, investigaciones científicas y avances de la humanidad como el arte, la filosofía, la astronomía se debe a algunos de estos “enviados”: emperadores, faraones, cesares, cónsules, tribunos, magistrados, monarcas, reyes, emperadores, zares.

Pero no menos cierto también ya en otros momentos de la historia y en diferentes puntos de la civilización en el planeta, se dio origen en especial en los tiempos primigenios o antiguos, al hombre juez sabio, al representante del clan, la tribu, la comunidad, quienes en más de las veces se encomendaban para ejercer su labor a los dioses mitológicos, al poder divino inclusive mediante sacrificios de víctimas animales y humanas para solicitarles "iluminación" al cumplimiento de sus mandatos, que no eran otros sino los de administrar justicia en nombre de la sociedad o la comunidad, o de los mismos dioses.

Luego dentro de este contexto y concepto histórico de juez se mezclaba y refundía un doble sentido: el del poder divino y el del poder terrenal, garantía de dar cumplimiento a una forma de autoridad donde se representaba al mismo ciudadano el aplicar justicia por quien fundamentalmente estaba provisto de una potestad muchas veces “mágica”, “divina” que lo hacían justo, invencible y con una certera credibilidad. Como mencionamos antes el jurisconsulto y pretor romano en algunas etapas de la historia, estos "buenos ciudadanos" eran elegidos con sentido democrático por los conciudadanos quienes designaban al hombre más sabio, mejor guerrero, heroico y respetado de la comunidad, intérprete de sus necesidades, con conocimientos profundos en la organización social, en la política, filosofía, en las artes, en las leyes; ciudadanos en el cual los dioses tenían "toda su fe depositada", es decir “verdaderos representantes de los dioses en la tierra” .

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Las concepciones de juez las cuales se dieron en la historia, por una necesidad de detentar el poder terrenal y someter al ciudadano a los dictados de las leyes y a los presupuestos de Estado o gobierno fueron consolidando y procreando un hombre dispuesto y especializado únicamente en juzgar y sancionar al que viole o incumpla la ley , ya no sólo para someterlo a sus mandatos, sino para castigarlo y sancionarlo por su conducta, fue así como los Estados hicieron aparecer por necesidad con el devenir de los tiempos y comienzos del siglo XII al hombre juez del hoy que la historia lo entrega como vinculado exclusivamente a administrar justicia.

Se dieron otros momentos y en otras etapas de la historia dentro de la cual aparecieron hombres creadores, impulsores, fuertes, e ingeniosos legisladores; también el tortuoso transcurrir de los tiempos dentro de un ambiente de guerras, sangre, destrucción, genocidio y toda clase de expresiones del poder se moldeó y constituyó por necesidad, un hombre que cumpliera organizadamente y ejecutara sus mandatos justicieros y represivos del Estado dando lugar en otra época a la aparición del hombre verdugo y torturador: el juez inquisidor

Inquisición y juez Hacemos alusión a una época más perversa y cruel que nunca la civilización dejará su marca trágica, excesivamente sangrienta y degradante, el fantasmagórico y oscuro período de la historia denominado de la Inquisición con toda su estructura, poder de aniquilación, muerte y horror, donde el papel del juez es precisamente el mismo del inquisidor, una bestia rubia de perfil criminal, torturador desprovisto del más mínimo sentido de vida, el cual interpretaba y representaba todo el imperio eclesiástico del Papado, llegamos a presentar así toda una historia de graves consecuencias para lo que a la postre nació como administración de justicia, valga decir, toda esa época medieval de más de 400 años de nefasta y degradante historia dejo una herencia, una honda huella mortal y un lastre el cual la humanidad aún sigue arrastrando.

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Es increíble pero en la misma estructura política de lo que hoy conocemos en los Estados modernos, muchos de los principios y premisas consagradas en estos códigos y legislaciones contemporáneas, aún siguen impregnadas y marcadas por la época inquisitorial, pues allí están presentes formas y procedimientos inquisidores inclusive instituciones como las condenas y penas accesorias y lo más grave con el mismo sistema, métodos y formas de investigar y proferir fallos en nuestras propias legislaciones como copia de esta etapa nefasta. Sólo basta hacer desprevenidamente un estudio de los libros que aún contienen los escritos y procesos de los inquisidores más representativos conocidos como los libros negros de la inquisición o manual para inquisidores (Torquemada y Cía.), para enterarnos cual ha sido hasta nuestros días en nuestras propias legislaciones la influencia nefasta de la Inquisición con formas procesales aún vigentes, muy específicamente en las suramericanas.

Inclusive es importante conocer a fondo el papel del juez-inquisidor, su personalidad, perfil, actos, crueldades y formas de administrar justicia en "nombre de Dios todo poderoso creador del cielo y la tierra".

Edwar Burman, en su obra “Los secretos de la Inquisición”, es claro en la definición del perfil humano que integraba el inquisidor: "Según la bula Licet ex omnibus, promulgada por Inocencio IV en 1254, los inquisidores debían ser "enérgicos en sus prédicas y llenos de celo por la fe"; tras el Concilio de Vienne en 1311 se exigía como mínimo 40 años de edad y se suponía que los inquisidores eran sabios y maduros, además de capaces de imponer su autoridad. A partir de 1300 fueron normalmente doctores legum, es decir doctores en derecho con formación universitaria

Mencionado por E. Burman en su obra, Bernardo Gui presenta los requisitos esenciales del juez inquisidor en los términos siguientes: “...el inquisidor debe ser constante, y debe persistir en medio de peligros y adversidades incluso hasta la muerte; debe estar dispuesto a sufrir en aras de la justicia, sin tentar al peligro y sin incumplir su obligación a causa del miedo”. “También debía ser diligente, celoso, honesto, capaz de

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conservar el dominio de sí mismo en todo momento y no de sucumbir jamás a la pereza. Así mismo, debía poner siempre mucho cuidado en proceder despacio en los casos judiciales, y procurar que el fallo fuese el mejor posible. Debía de ser difícil encontrar hombres así en número suficiente, y el asesinato de los primeros inquisidores ya había servido de advertencia". ¿Habrá coincidencias hoy?

Naturaleza humana del juez normativo

En las diferentes etapas de la historia es innegable la existencia de varias formas e identidades con la cual el hombre juez se fue presentando dentro del desarrollo de la sociedad, gobiernos y Estados. No podemos definir un solo perfil de su naturaleza humana en forma exacta y específica del hombre juez que nos ha acompañado a través de los siglos, pues en la medida de los tiempos al igual su naturaleza se fue transformando según la necesidad política de los Estados.

Por ello sólo ahora es posible mediante una disección con espíritu crítico estudiarlo, precisamente por lo heterogéneo del mismo y mediante la ubicación en el nacimiento de los Estados modernos posteriores a la revolución Francesa, lograr definirlo, para identificar con precisión su actual figura humana con sus sentimientos, pasiones, instintos y formas intelectivas.

En este sentido el estudio de la historia se convierte en un método dialéctico de entender el modelo de análisis con el cual se requiere presentar al actual abogado - juez dentro de un estudio de su personalidad, su faceta de ser humano, necesariamente contaminada con la identidad política y filosófica creada y estructurada a través de los tiempos por el poder, dentro la institución denominada administración de justicia la cual ya hemos expuesto.

En este punto nos interesa encontrar y lograr el perfil de ese hombre interesante y útil que ha caminado en la historia, para con base en estas identidades presentar un nuevo contexto de abogado- juez, como el esencial, real, necesario, exigido en los tiempos presentes impregnados

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de dificultades, retos y desafíos propios de una vida suramericana enmarcada por la "globalización", la “justicia infinita”, "seguridad democrática", "libertad duradera", ...la guerra y el hambre.

El ejercicio del hombre-juez en los Estados contemporáneos donde se presenta la administración de justicia, su labor y actividad se encuentra limitada por el compromiso de presentar un servicio como juzgador, y no menos cierto es el hecho de haber logrado el Estado establecer con el decurso de los tiempos mediante un proceso de guerras, actos de crueldad ocultos y enigmáticos una identidad propia, muy definida, calificada por su atadura y servicio que han colocado el ejercicio del juez en una función del poder dentro del Estado el cual lo ha doblegado, dominado hasta el punto de lograr entregarle el manejo y dirección de aplicar justicia, sometiéndolo a sus causas, intereses y objetivos previamente establecidos en constituciones, códigos y leyes.

Dando lugar a convertir así la profesión de juez en un protuberante medio de expresión de poder, con extensión, divulgación y ejecución de la normatividad sin darle oportunidad de acción dentro de la cual pueda impugnar, objetar, suprimir, auto corregir o enfrentar; pues su misión de juzgador lo concientiza, aliena y sumerge en los barrotes de la jaula normativa llevándolo a consolidarse con una conducta, razón, intelecto y concepción del mundo que mediante el proceso del conocimiento lo tiene como “propio” en la medida que lo aprende y se alimenta de él, se identifica, asimila, aliena y se transa por los paramentos fijados; luego no le interesa, motiva e impulsa ningún otro mundo, pues ese es su mundo y así lo interpreta, defiende, reproduce y extiende.

Engendrando su propio yo, procreando sus fallos, sus sentencias, sus jurisprudencias como una respuesta, una identificación, una meta, un dios al cual logró llegar mediante caminos boscosos y desérticos donde ha encontrado su mundo, el mundo de su mundo normativo, sometido muy especialmente al imperio de la ley.

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El instinto normativo del juez

En la medida de sus cosas el juez normativo adquiere una capacidad de conocimiento suficiente para crear su propia razón, su discurso jurídico preciso, de una sensibilidad normativa suficiente para determinar una argumentación hermenéutica sobre una controversia entre ciudadanos o entre el ciudadano y el mismo Estado, o en una controversia del mismo ciudadano por la violación de la ley, cimentando y fundamentando el juez en medio de las disciplinas auxiliares del derecho que igualmente en más de las veces domina, domina dentro de un marco teórico- práctico sobre el cual con todo derroche de melodía jurídica va decantando y armando con precisión de maestro de relojería una composición armoniosa de buen tono, con cadencia y dominio del pentagrama legislativo con la cual procrea fácilmente un juicio de valor con una definición fina, certera y contundente denominada sentencia, la cual goza de toda eficacia legislativa y constitucional sea cual fuere el resultado obtenido en su elucubración definitiva y valida.

Esta armonía producto de un derroche de intelecto muy específico, con una técnica especial que sólo la convicción absoluta de su misión de juez normativo le confiere, integra toda un bagaje de ciencia jurisprudencial con la cual los tribunales y despachos judiciales cumplen de manera eficiente y eficaz la labor de administrar justicia, ejercicio delegado por el Estado sobre una rama del poder.

El juez normativo en Suramérica

Este juez que ahora nos entrega los principio del siglo XXI especialmente en Suramérica, es la representación exacta y fiel la cual expresa el dominio político del Estado sobre el ciudadano; luego juzgando su comportamiento y naturaleza humana no dista en lo mínimo de la naturaleza requerida, formulaba, consecuente y dictaminada por la denominada administración de justicia de los Estados modernos, donde las ramas del poder se bifurcan en el dominio del legislativo y el ejecutivo, donde la rama jurisdiccional es el apéndice de ésta y sólo hojas secas, como frutos acabados y débiles se producen.

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Ese árbol frondoso en su orígenes, de talle y envergadura fuerte en tiempos antiguos fue secando sus raíces y produciendo un fruto, muy duro de digerir, dentro del cual sólo el poder político del imperio se beneficia de su sombra y su propia savia, esa sobre la cual se irradia el sometimiento a la ley bajo la expresión de la fuerza como única y definitiva forma de dominar al ciudadano integrante del Estado.

Esta naturaleza de hombres ingeniosos, agradables, atrevidos y bienintencionados, propicios para cumplir, son los jueces del presente cuya concepción de seres humanos nobles, tiernos, educados, mansos, prolíficos en urbanidad y civismo, duros en lo atinente al trabajo, muy perspicaces y analiticos, siguen siendo la perpetuación de la normatividad, la seguridad y la garantía del Estado moderno cualquiera sean sus fines.

Su independencia se encuentra vinculada necesariamente a la misma que la norma le permite, le da y le prescribe, es decir son independientes en la medida y forma de la misma norma, sus decisiones, fallos, sentencias se atan y vinculan sólo a la norma de normas, ley de leyes, todo como un menoscabo del hombre libre, de espíritu demoledor, original constructor, vital, pues su libertad está sometida a la identificación exacta de sus razones y expresión de voluntad, formada y formalizada en el vínculo íntimo de la normatividad y su contenido bajo el propio mandato estructurado e incurso en ésta.

Bajo postulados supremos venidos de tiempos feudales y medioevales se fue consolidando y haciendo metástasis una serie de “principios” con apariencias de verdad, con un contenido de signos maléficos y diabólicos sobre los cuales se fue dando una identificación a las conductas del juez normativo con las cuales el Estado fue mostrando sus dientes de fiera salvaje, moldeando y formando el espíritu normativo propio del funcionario administrador y ejecutor de leyes, se derivó así postulados como "la Constitución es ley de leyes" , “la ley no tiene corazón” , “la ley dura es ley”, “el derecho son normas”, “el legislador en su sabiduría”, “la ignorancia de la ley no sirve de excusa” “dame el hecho te daré el derecho” “a igual razón igual derecho” y una serie de concepciones mefistofélicas con la esencia de la fuerza, el temor y la

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tortura; presentando un perfil de conciencia con tinte de Estado, dispuesto a formalizar y materializar una conducta única como interpretadora de su función, sobre la cual no puede existir formas diferentes de interpretar, ejecutar y concebir ningún presupuesto normativo diferente a la esencia legal y constitucional.

En la administración pública contemporánea y en la necesidad de los nuevos tiempos sudamericanos el hoy llama a un juez liberador, impugnador, estrictamente sumido en voluntad, libre de ataduras, con una sensibilidad humana muy humana, donde los fines del hombre estén por encima de cualquier interés egoísta y es éste a través del Estado quien debe interpretar con toda eficacia real y material los presupuestos válidos de una sociedad identificada en caminos esenciales creados con el sacrificio de una danza dolorosa y tortuosa en la historia de los tiempos.

Importancia del juez contemporáneo

Así bajo un nuevo horizonte del siglo XXI debe extenderse una concepción diferente del juez, verificador de la esencia humana de la norma, postulante de la fuerza del ser para auscultar y hacer una disección tanto dentro de la ley como dentro de la arbitrariedad y la injusticia; y poder estructurar una concepción nueva de vida, de fuerza vital al servicio de la justicia social y los derechos humanos por fuera de toda concepción precaria, llegando a su mundo a un mundo como el del viajero, pero con compensación para su espíritu de libertad, donde contemple otras regiones, otros días radiantes y alegres que vayan a su encuentro, para sembrar árboles sobre los cuales no pretendan coger sus propios frutos, sino dejar éstos a las futuras generaciones para que se cobijen con su sombra.

La macha melodiosa del mundo, entre tinieblas y relámpagos exige otras concepciones contemporáneas del operador jurídico, uno que la administración de justicia constituya por si mismo, uno cuyos parámetros de vida y contenido enmarquen una independencia de decisión, conceptos y razones, donde su pensamiento sea un camino trazado por la decisión permanente y continúa de construcción de

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derecho y los principios históricos sobre el cual brinde su esencia hermenéutica; donde el pensamiento del hombre juez se ubique en la creación del derecho, no como fría moldura de barro en la cual esculpe su obra de arte impresa sobre una normatividad vacía, dura y calculadora.

El juez contemporáneo se ubica dentro del contexto de los tiempos como interprete de la esencia del hombre, su naturaleza y afinidad, el siglo XXI le exige un perfil integro de formas humanas amplias, de un sentido del derecho por encima de la normatividad, creador del mismo.

El camino es escabroso y moldeable, el material con el cual se deberá trabajar es escaso y peligroso, la esencia y sus formas se diluyen en el espacio, los espíritus pesimistas y decadentes se encuentra presentes y al día, el dominio de tiempo es incierto y vulnerable , no hay profundidad, todo es limitado, escurridizo, populachero y degradante, las fuerzas ocultas trabajan sin descanso; el hombre creador y fuerte se hace espuma, pareciera todo sucumbir, no obstante con los tiempos las fuerzas inspiradoras seguirán formando olas como rayos de luz que aún no se apagan y se acrecentaran hacia el futuro de la humanidad.

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CAPÍTULO XVII

¡EN LA LUCHA POR EL DERECHO O LA NADA!

“Miles de hombres pasan su vida felizmente sin lucha dentro de los límites fijados por el derecho, y si nos llegásemos a ellos hablándoles de lucha por el derecho, afirmando que el derecho es lucha, no nos comprenderían porque siempre fue para ellos el reinado de la paz y el orden”.

(R. Von Ihering).

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De cual derecho hablamos

Dentro de una concepción simple, con una lógica de estudiante de bachillerato se requiere decir cuál deberá ser nuestra posición universal del nuevo abogado, frente a las circunstancias sobre las cuales se mueve el mundo del derecho en el planeta, en nuestras vidas.

Nosotros los togados con la profesión, los señalados, los “escogidos” por el destino del derecho, hacía donde dirigimos nuestras miradas, hacía donde nos determinamos dentro de la curvatura de la tierra, habrá que cruzar por la línea recta o habrá otra menos rápida pero más eficaz, mejor predispuesta, así sea la más difícil y peligrosa con abismos y curvas cerradas, más lenta, más cenagosa, pero certera, firme, muy clara y abierta, en un campo donde nuestros ojos se extiendan, donde haya luz, muy buena luz para entender lo imposible, comprender lo incomprendido y definir lo por definir.

Cuál compromiso será el nuestro como suramericanos si somos “profesionales del derecho”, cuál otro compromiso nos asiste ante la toga abogacil, si es ésta nuestra única misión, si la vida y sus encantos nos llevó a este trance arduo y doloroso, a un vía crucis con una larga cruz a cuestas: la de entender, practicar e identificar esta disciplina o ciencia denominada derecho. Habrá otra cosa por ejecutar como hombres, tenemos otra respuesta a nuestra profesión sino el auscultar con suficiencia las verdades y mentiras ocultas tras esta oscura e incompleta muralla.

Será sentido de vida encontrar la respuesta de este mundo, nuestro mundo tras esa disciplina, ciencia o arte denominado derecho, a qué hombre se le habrá ocurrido denominar un cúmulo de conocimientos humanos incompletos e inciertos con el nombre de derecho, cuál fin, que buscaba y que encontró, se demoraría socavando suelos y rompiendo paredes rocosas para descubrir ese tesoro oculto ante ese mundo, si encontraría algo por lo cual justificó su sacrificio, su mundano sacrificio; o se habrá dejado caer en un vacío a descansar, como el andante aventurero en un desierto a tomar un aire junto a un oasis en un

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letargo de sueños y desconsuelos, para buscar regresar a casa sin ese preciado tesoro oculto, o para entrar en una “iluminación” profunda de imágenes e ideas que le sirviera de compañía para el regreso y dar a saber a su familia, a sus amigos la “buena nueva” para decirles como Dante: “amor mi mosse, che mi fa parlare”, “me impulsa el amor y él es quien me hace hablar”.

Este esfuerzo inconcluso, esta partitura sin final de la humanidad por encauzar un sentimiento de disciplinas jurídicas, técnicas, artes, estudios y prácticas, ha servido para que los hombres encuentren en sus líneas sus intereses egoístas y pueriles, otros para su infame salvajismo oculto en sus genes y glóbulos sanguíneos o para justificar toda clase de atrocidades, arbitrariedades y desastres, o para montar religiones, escuelas jurídicas, grupos políticos, falsos principios y estériles reglas de comportamiento y muy pocos “humanos muy humanos” para encontrar solares esperanzas en este lúgubre y circunstancial mundo.

Ha sido así como dentro de este bravío mar de altas olas y de “noches interminables sin estrellas”, en este panorama escalofriante de significados e interrogantes, la humanidad ha creado en su cultura una disciplina, una ciencia sobre la cual se han proferido toda clase de mitos y fábulas, toda clase de dioses y falsos ídolos, toda clase de sueños y encantos para defraudar o ilusionar, o para andar entre bosques y selvas llenas de espinas o entre hermosas “flores de fango”.

En este instante se hace indispensable hacer una declaración de esfuerzo suficiente para consolidar el objetivo de determinar una mirada panorámica, muy galáctica y lograr presentar cuál es nuestra necesidad, nuestra meta, un sol, un norte en la vida del derecho. Hasta dónde será suficiente llegar los nuevos abogados, cual es el deber ser, nuestra afrenta y forma de manifestarnos dentro de este nuestro conocimiento y esencia humanas; en este espíritu y sentimiento de derecho que nos debe acompañar hasta dónde lo podemos extender, comprometer o prometer.

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Cuál podrá ser la identificación con esta disciplina, ¿ si será necesario hacer un logro, un sacrificio de vida para defenderlo, avalarlo o vivir entre él o contra él, ¿ podemos decir dentro de este holocausto injustificado en el cual se debate la humanidad, si el derecho tal como lo concebimos, conocemos, asimilado, como lo hemos interpretado será necesario? ¿Justificará presentar sus pautas de vida?, ¿habrá prestado como la herramienta del campesino o del obrero algún febril servicio?

¿Podemos seguir jugándola por sus surcos, o habrá necesidad de otras estrellas, o mejor otras respuestas? Nosotros como abogados estaremos en la capacidad, en la autoridad intelectiva, profesional y personal de poder impugnarlo, suplirlo, pedir a los cielos su extinción, le haremos un favor inmenso a la humanidad el desechar el derecho como poca cosa o por el contrario, es una forma de vida a la cual será necesario levantar con los tiempos una esfinge o una pirámide, hacerle una imagen para idolatrarlo, adorarle con fuego, implorarle y rogarle; encontraremos en su aguas un sorbo para nuestra inquietante sed, un poco de oxígeno para nuestra asfixia o batiremos nuestras alas para decir adiós a sus promesas, a sus teorías, escuelas y utópicas alegrías.

El derecho es una concepción de vida, de eso estamos convencidos, es una expresión del conocimiento el cual ha acompañado al hombre a través de su historia, desde el preciso momento de la organización social nació como toda semilla rudimentaria muy elementalmente, pero fue creciendo en igual medida con el desarrollo de la humanidad, al igual con todo de tipo organizaciones sociales, apareció en la medida del avance de la cultura, pero al igual no se dio espontáneamente, sino por una necesidad de crear comportamientos, hacer conductas, someter al hombre a una organización y a todo lo que signifique su medio, fue creado mediante formas de dominio o poder por quienes instauraron el “orden y la paz entre los hombres”, por quienes procrearon y propagaron sangre, fuego y hierro, para que se acogieran cánones, reglas o mandatos.

Luego, el derecho nació de la fuerza del poder, se instauró sobre los pueblos y contra los pueblos, su inspiración no era interpretadora, sino dominante, no era de convicción sino de dominio, no era de persuasión

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sino de coacción; se expresó mediante conceptos políticos en más de las veces respaldos por presuntas concepciones filosóficas de vida sin horizontes claros, casi siempre con un aire hospitalario , de cementerio, de religiones, falsos dioses mitológicos y aún terrenales; así aparecieron muchos llamados filósofos, jurisconsultos y legisladores quienes aportaron conocimiento e ideas sobre las cuales se crearon los fundamentos primarios, con doctrinas y escuelas de derecho en derredor de concepciones sobre organizaciones sociales o Estados y por consecuencia inspirados en las luchas fratricidas de los hombres por el poder, así emergieron sabios y tiranos, democracias y dictaduras; desaparecieron y aparecieron Estados, pueblos y culturas, charlatanes y bufones, patricios y plebeyos, burguesía y proletariado, populacho y burguesía, profetas y adivinos, faraones y doncellas, príncipes y reyes; muy cerca de ésta noble y bonita familia, apareció la esclavitud, el hambre, la desigualdad, la miseria y toda degradación humana, las que aún muy a pesar de los tiempos transcurridos subsisten como una clara huella de las falsedades y novelas sobre las cuales se ha montado todo poder terrenal, muchos poderes, con el beneplácito de guerras y armas, ésta es la herencia ancestral recibida del hombre "mitad bestia y mitad ángel", impuesta legítimamente en nombre del denominado sagrado mundo del derecho.

Este plácido y complicado mundo del derecho ha dado toda clase de plantas ponzoñosas, venenosas, carnívoras y yerbas malsanas, frutos verdes y maduros, en suelos firmes y también cenagosos, hombres fuertes y débiles; configurando así una especie humana desprotegida y otra menor a su vez privilegiada y poderosa, pero toda la raza humana con una pobreza de espíritu, con una escasez de sentimientos de poder y voluntad, sometida a una decadencia y ocaso como nunca.

Será esto derecho, acaso estas formas y medios de vivir y pensar pueden interpretarse como una secuencia lógica dentro de la historia para definir todo esto como derecho, acaso derecho y fuerza es lo mismo, derecho y arbitrariedad encierra una misma forma y objeto? ¿será igual la guerra y la paz? ¿arbitrariedad y justicia será lo mismo?, ¿libertad y esclavitud, serán iguales? ¿fuerza y convicción, estarán dentro del mismo campo?.

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¿Será que dentro de las concepciones del mundo en el derecho se ha creado una faz de quimeras y elocuentes sofismas? Habrán aparecido dentro de éste como brota la maleza, “falsos ídolos”, “salvadores”, “libertadores”, “enviados” “profetas” y toda clase de vendedores de ilusorios cielos y permutas paradisíacas. ¿No será que esta disciplina inventada por el hombre ha servido para el bien y el mal, dioses y demonios, virtud y degradación?.

Entonces donde está la verdad oculta del derecho, será que aún no hemos descifrado su fino sentido, acaso esta humareda de los tiempos nos ha ocultado lo sincero, verídico y clamoroso de esta ciencia, se habrán avivado los esclavistas y tiranos para establecer sus bases, nos hemos conformado con el solo pronunciar su nombre; acaso hemos estudiado cada electrón, cada núcleo de su célula o sentido para encontrar las formas de verdad o una aproximación a la verdad; acaso no ha estado la humanidad atada por impuestas reglas, fundamentos y hasta principios sobre los cuales se han levantado culturas y civilizaciones sin deparar en su certeza, en la interpretación de las necesidades del hombre, sus derechos humanos por encima de cualquier otros intereses mezquinos; estará el derecho equivocado, o será el hombre quien se equivocó al plasmarlo y darle las pautas y por ello aún no ha dado los frutos suficientes para beneficio de la humanidad que lo requiere a principios del siglo XXI como en ningún otro momento.

En este punto diremos como Wolfgan Goethe, “Todo se salvará, y aunque el cielo se hunda, aún se salvará alguna alondra”.

Crear derecho es lo nuestro

Estamos de frente a la forma de entender y asimilar los conceptos objetivos sobre los cuales emerge el derecho, se presenta éste como un medio y a su vez como fin en un mundo de muchas respuestas, allí donde se ocultan teorías con un sentido ideológico y político en sus aproximaciones logrando concebirlo como indeterminado e incompleto;

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haciendo por consecuencia una distinción entre creación, aplicación o ejecución como producto de la dinámica social, el cual en última instancia es quien lo impulsa o lo define, buscando estructurar necesariamente una sociología jurídica nueva como único medio o centro creativo e interpretativo de éste.

Es indudable que diversos grupos políticos o factores de poder en la sociedad se mueven en derredor del derecho para crearlo, interpretarlo, ejecutarlo o manipularlo bajo mezquinos intereses particulares; en este sentido logran beneficiarse del derecho para legitimar un proceso, una actuación, una misma ley, una norma; se requiere por ende mostrar las “opciones políticas” y los “grupos concretos” favorecidos con el statuo quo, para el efecto debemos encontrar los objetivos ideológicos ocultos tras de cualquier forma creativa e interpretativa de derecho los cuales en la práctica se presentan como fieles protectores de “principios” y “fundamentos políticos” producto del dominio de quien detenta el poder, manifestándose en la normatividad jurídica existente con fundamentos presuntos de derecho.

Luego la “ejecución y materialización” del derecho se vincula indefectiblemente al poder político quien expresa y manifiesta para un determinado grupo, comunidad o conglomerado la eficacia o legitimidad del mismo, haciendo uso de conceptos derivados del derecho como válidos y consecuentes, todo determinado como imposición de fuerza, por consecuencia sin establecer una identificación necesariamente como real y fiel de expresión del mismo derecho al cual dicen obedecen los postulados impositivos contenidos en la normatividad aplicada en un momento específico.

Dentro de esta utilidad política y jurídica del discurso de derecho se requiere conformar un centro que sirva de gravedad para señalar la esfera donde debemos determinar nuestra posición como nuevos abogados, rechazando cualquier tradición jurídica de interpretación que haya servido para hacernos entender la normatividad jurídica como producto de la esencia o derivación de postulados y axiomas encontrados en los oasis de derecho; no obstante siendo inexorable en

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esta forma el vínculo entre política y derecho, mostrando por consecuencia un carácter ideológico dentro de los fundamentos ciertos o inciertos, de certeza o de incertidumbre que han pretendido dirigir el derecho a través de los tiempos.

En este sentido debemos determinar la relación existente entre las fórmulas y contenidos del derecho y los intereses sobre los cuales se ha cimentado el mismo, para definir la existencia formal de códigos y normas como producto de la fuerza política de los grupos o gobiernos sobre la misma cadencia del derecho, verificando en la normatividad misma si se ha guardado una respuesta exacta o aproximada para expresar formalmente mediante leyes o constituciones la existencia de los postulados o principios de derecho, o simplemente se ha conservado una apariencia formal sobre el mismo.

Aquí se formula el derecho como una “indeterminación” y una “contradicción” sobre el cuál requerimos definir cual es la aplicación y como se expresa esta dentro de sus conceptos o fundamentos, entendido todo esto dentro de la ideología política que maneja el derecho o por lo menos de cómo la manejan las instituciones políticas a través de la normatividad jurídica en los mismos Estados modernos constituidos a través de la conformación de constituciones y leyes cualquiera sea su forma y objeto.

Poder político, derecho y nuevo abogado

Nosotros los abogados suramericanos del siglo XXI debemos tener presente muy claro y preciso con una certeza ineludible que la lucha ideológica en el campo político se extiende sin ambigüedades al derecho, aquí se centra el campo de batalla de todas las fuerzas sobre la cual se erige o edifica cualquier postulado o fundamento, es en éste donde se sucede toda clase de juegos políticos. La normatividad jurídica y las decisiones judiciales son esencialmente una extensión de la ideología política, no obstante aparentando un grado de inversión frente al ciudadano y como tal generando en su aplicación por los operadores jurídicos según Ducan Kennedy “el efecto de conversión”, es decir, pensar o entender o hacer creer una neutralidad o una aceptación como correcta en la práctica y cuando en la realidad no lo puede ser.

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Entendido el derecho como una ciencia capaz de soportar todas las teorías y postulados políticos es necesario definirlo como impreciso, moldeable y cambiante; en este sentido si el derecho es ideología política y éste se expresa mediante un proceso sociológico de tipo formalista cuya expresión no siempre es de conveniencia pública o de principios generadores de derecho, entonces el juez se convierte en un actor ideológico en cuanto el producto del sistema a aplicar son los postulados concebidos dentro de la normatividad jurídica, convirtiéndose dentro de este proceso el nuevo abogado como un identificador y un celoso crítico de la misma forma y medios como se interpreta la normatividad sobre la cual se pretende gobernar mediante leyes o constituciones.

El nuevo abogado se consolida en la medida en la cual entiende y comprende el lugar donde está centrada su vida y profesión y entrelaza su cotidianidad con la manifestación de auscultar el cómo y el por que del derecho, estudia los fundamentos que son sus propios fundamentos, sus propios sentidos interpretativos del mundo de los hombres, y se plasma como un impulsor y creador de medios para participar en la lucha por el derecho: “La lucha no es pues, un elemento, extraño al derecho, antes bien, es una parte integrante de su naturaleza y una condición de su idea” (Von Ihering). Y agrega, “Todo derecho en el mundo debió ser adquirido por la lucha; esos principios de derecho que están hoy en vigor, han sido indispensables imponerlos por la lucha a los que no lo aceptan por lo que todo derecho, tanto el derecho de un pueblo, como el de un individuo supone que están el individuo y el pueblo dispuestos a defenderlos” (La lucha por el derecho, Ed. Temis, 2000)

Nos encontramos ante la postulación de comprender la sutil diferencia del espectador y el actor, del nuevo abogado y el viejo abogado, entendido el derecho como vida y forma de vida, como una constante y ardua lucha entre lo viejo y lo nuevo, la guerra y la paz, entre el "instinto gregario de la obediencia" y "la lucha por el derecho".

Las exigencias del siglo XXI especialmente en Suramérica nos llevan a “efectuar una demoledora crítica” a todo modelo de derecho construido, dadas las exigencias políticas de la sociedad y como tal esta

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necesidad nos lleva a interpretar un nuevo modelo teórico del derecho mediante la elaboración de teorías sociológicas con una complejidad mayor que las teorías tradicionalistas del derecho; en este sentido evolución, complejidad, y función son términos indispensables dentro de las nuevas teorías del derecho, para ello se requiere de un conocimiento profundo de las realidades sociales contemporáneas, como diría en este punto Gunther Teubner: “Las nuevas teorías del derecho pretenden construir realidades socio- jurídicas que el lenguaje ordinario no puede expresar adecuadamente. Para estas teorías ceder a las solicitudes de facilidad de compresión comprometería el contenido del mensaje. El problema de la comunicación mencionado no se debe a la oscuridad del lenguaje, sino a la limitación de su capacidad para expresar la construcción de realidades sociales percibidas de una manera nueva” (La fuerza del Derecho, edición Uniandes).

Para abrir un campo de acción sobre una necesidad inspiradora de crear derecho con esencia de la sociología jurídica contemporánea y la filosofía de algunos pocos pensadores posmodernos, tomando como punto central de estudio de la “propia estructura interna del derecho”, creando un modelo diferente el cual se debe ajustar a una sociedad distinta a la que vive el hombre del hoy, en este sentido como consecuencia se exige mecanismos nuevos dando respuestas efectivas a los conflictos propios y específicos que presentan las sociedades suramericanas.

Somos por lógica consecuentes con el hecho esencial de haber aparecido el derecho en épocas de la historia como inamovible y sólo mediante cambios políticos drásticos y violentos ha logrado avanzar; por ello para legitimar la normatividad jurídica contemporánea ésta requiere ser interpretadora de las demandas y conflictos sociales de nuestra época, logrando como mínimo entender e interpretar las exigencias de justicia material al interior de una sociedad.

Esta “crisis del derecho contemporáneo”, reconocida así por Habermas en su obra, ha creado insuficiencias dentro del sistema jurídico haciendo necesario la búsqueda de nuevos modelos teóricos, con un “nivel de complejidad mayor que el de las teorías tradicionales” como diría este, creando la imposibilidad de presentar una teoría moderna sin previamente identificar e interpretar las estructuras de la realidad social.

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Por decir lo menos el formalismo jurídico que ha hecho carrera durante el siglo XX en las escuelas del derecho como un monopolio jurídico ha sido un mecanismo insuficiente y débil ante los nuevos retos de la contemporaneidad, al igual la “racionalidad formal del derecho” aparece como un instrumento caduco y acabado, donde los principios como libertad, igualdad y justicia se vuelven efímeros engaños, haciéndose imposible buscar una justicia social empleando estos medios añejos y desgastados de los cuales aún hacen eco universidades, jurisprudencias y teóricos del derecho anti- modernistas, todos éstos temerosos de los nuevos tiempos anclados en la decadencia.

La adecuada integración de la normatividad jurídica y los imperativos de justicia material deberán ser producto de un modelo de derecho integrador y nuevo, al cual los profesionales del derecho suramericanos se deben vincular con su praxis para que el derecho se adapte continuamente a la demanda dentro de los fenómenos sociales, se exige por ende una “materialización del derecho” como expresión de la realidad en una ejecución de políticas interpretadoras de este sistema, en respuesta a los nuevos desafíos del presente todo como un producto de lamentables errores del pasado y del hoy.

Gunther Teubner (obra citada), presenta como respuesta a dicho formalismo el “derecho reflexivo”, como instrumento adecuado para crear un equilibrio entre los fines materiales de las sociedades contemporáneas y la autonomía de las sociedades reguladas, dando como producto cuando esto no se da una ineficacia legislativa que pone en peligro la misma organización social. El derecho incorpora en su interior la “racionalidad reflexiva” que comienza a aparecer como un hecho al interior de las sociedades contemporáneas, abandonando por igual "el derecho racional formal" de corte capitalista y la materialización del derecho que se aplica, el cual amenaza con bloquear el funcionamiento de la vida social.

Para Pierre Bourdieu, aparece el derecho como “la forma de la violencia simbólica por excelencia”, así el derecho da forma a prácticas que a partir de ese momento se reconocen como “convenientes, legítimas, necesarias” (obra citada).

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“La práctica y los discursos jurídicos son en efecto el producto de un funcionamiento de un campo cuya lógica específica está doblemente determinada: en primer lugar por las relaciones de fuerza especifica que le confieren su estructura y que orientan las luchas o con mayor precisión, los conflictos de competencia que se dan en él; en segundo lugar por la lógica interna de las acciones jurídicas que limitan en cada momento el espacio de lo posible y con ello el universo de soluciones propiamente jurídicas”(Pierre Boerdieu, La fuerza del derecho, ediciones Uniandes, 2002).

Identificación de intereses sociales en el derecho

Para verificar la existencia del derecho es necesario comprender la actividad de la “formalización” de éste y determinar los intereses sociales de los agentes participantes en su creación, tanto dentro del campo jurídico como al interior del campo del poder; aquí se establece la dualidad entre la fuerza activa de los intereses y de los grupos que formulan, impulsan, detallan y manifiestan el contenido del derecho y a su vez sirven como cauce de producción a la norma jurídica ofrecida o establecida por los agentes productores de leyes o códigos, los dos campos de acción llegan a enfrentarse “violentamente” para formar un sistema dialéctico sobre el cual se da la creación del derecho, es decir, el poder estatal genera normatividad jurídica y el poder creativo del derecho se establece en la medida de su potencialidad en la formulación teórica de los fundamentos en los cuales se debe integrar el derecho. En este contexto el nuevo abogado debe hacerse partícipe de este accionar y se encuentra dentro de las relaciones que definen los medios y los efectos específicos para la “formulación” de la fuerza del derecho y como consecuencia de los postulados que lo integran, los mismos cuyo efecto debería dar nacimiento a la normatividad jurídica.

Es indudable que el nuevo abogado debe participar de la lucha por la determinación de la fijación de postulados teóricos del derecho en donde en más de las veces se han dado como vigentes y confirmados, mediante formas concebidas como antecedentes históricos de contenido “doctrinario” organizado y petrificados por cientos de años

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atrás; al igual hoy existentes por y como consecuencia de la acción dominante “...que es la visión soberana del Estado, detentor del monopolio de la violencia simbólica legítima” como diría Teubner, quien en última instancia lo impone a la fuerza como consecuencia de su dominación, o por las mismas fuerzas dominantes que al interior del derecho han aparecido como edificadora de “formalismos”, “axiomas” y “evidencias” sobre los cuales se instituyeron y elaboraron “pirámides jurídicas” aparentemente consolidadas con alguna vigencia en su momento determinado, pero que al inicio del siglo XXI previa su comprobación histórica no resisten el oleaje impetuoso de las nuevas luchas que en los tiempos contemporáneos se dan con los nuevos fenómenos sociales muy especialmente en Suramérica.

Se hace necesario auscultar y enjuiciar los postulados sobre los cuales se ha montado el “mundo teórico del derecho” por cientos de años y verificar su validez para los nuevos tiempos, no basta aceptar las apariencias de “verdad revelada” para seguir andando dentro de un vacío de contenidos, se requiere de hacer postulaciones, de presentar juicios sobre el derecho tal como lo hemos concebido, haciéndonos partícipes de sus formas y adentrándonos en la esencia misma de sus laberintos, diseccionando sus células una por una, desintegrando sus moléculas y verificando con toda clase de medios hasta dónde es posible la existencia de las "fórmulas mágicas" encontradas y predicadas para romper con el pasado y hacer sanaciones, catarsis y suturas, presentado y formulando otros patrones, otros comportamientos, nuevos modelos teóricos sobre los cuales el nuevo abogado debe ofrecer al derecho y a su profesión:

“El derecho es la forma por excelencia del discurso actuante capaz por virtud propia, de producir efectos. No es exagerado decir que hace el mundo social pero a condición de no olvidar que está hecho por él. No importa en efecto preguntarse sobre las condiciones sociales o los límites de esta eficacia casi mágica, bajo pena de caer en el nominalismo radical, ni plantearse que nosotros producimos las categorías según las cuales construimos el mundo social y que estas categorías producen este mundo” (G. Teubner, Obra citada).

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Corresponde a las futuras generaciones decidir sobre la existencia misma del derecho, su transformación, su eficacia, su determinación, su cualificación y postulados, formular medios, expresar día a día, acto a acto, momento a momento un surco, una solución, una gota de conocimiento e impulso en aportes, obtener interpretaciones reivindicatorias de solidaridad y convivencia, renovar todo sentido de voluntad, incrementar fuerzas decisorias dispuestas a enfrentar el engaño y la farsa , contra la falsa "oligarquía de espíritu jurídico", para descubrir lo nuevo sin temores, aniquilando y extinguiendo lo caduco que hay dentro de nosotros, suprimiendo ocasos y decadencias, encontrando puertas y pasillos, experimentando formas de derecho, allegando a éste fortalezas sobre la defensa del ser humano, inspirando y suspirando por una nueva profesión, un nuevo derecho, un nuevo hombre.

"Haz un viaje retrospectivo caminando sobre las vestigios que la humanidad ha dejado marcada su marcha dolorosa, a través del desierto del pasado, y así aprenderás seguramente que dirección no puede ni seguir la humanidad futura. Y en tanto que investigas el nudo gordiano del porvenir, tu propia vida toma el valor de un instrumento y de un medio de conocimiento. De ti depende que tus ensayos, tus errores, tus ilusiones, tus faltas, tus sufrimientos, tu amor y tu esperanza, coadyuven sin excepción a tu designio, y este designio es el de llegar a ser tú mismo una cadena necesarias de anillos de la civilización, y el deducir, por esta necesidad, la marcha de la civilización universal. Cuando tu vista haya adquirido bastante fuerza para poder mirar hasta el fondo, el lago turbio de tu ser y de tus conocimientos, quizás también en ese espejo las estrellas lejanas de las civilizaciones del porvenir te harán visible". (Aurora, Friedrich Nietzsche).

He aquí el principio del fin

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CAPÍTULO XVIII

PRINCIPIOS DEL NUEVO ABOGADO

Estos diez principios son la conclusión de la obra, fueron proclamados el 26 de junio de 2003 en la ciudad de Medellín - Colombia el día Clásico del Abogado. Nacen de mi autoría como una imperiosa necesidad frente a los duros desafíos del siglo XXI.

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I Defiende la vida y la profesión, igual exígele al colega, tu sentido de convicción hacia esta siembra la semilla en lo profundo de la convivencia, la hermandad y la solidaridad, fundamentos esenciales de la abogacía.

IILa intimidación, la crueldad, la arbitrariedad, y todos los medios usados en contra de una digna supervivencia, se hacen enemigos de los nuevos abogados, para superarlos emplea el espíritu de libertad, la fuerza de la convicción, y el sentido de compromiso con tu ministerio.

IIINo sigas los mandatos trazados en contra de la protección de la vida, tu solidez espiritual y poder de voluntad te hacen universal, por ello tu obligación es acudir en su defensa ofreciendo la profesión contra la ignominia y todo método de degradación humana.

IVEl nuevo abogado por su misma naturaleza crea y emerge su pretensión de vida en la siembra de la libertad y la paz entre los hombres, pero acrecienta su noble causa cuando brinda al servicio de su convicción el valor de luchar por ello sin falsos temores, ni ciegas cobardías.

VEl juez y el litigante, lamentablemente en ocasiones pueden ser un viejo abogado mediocre, insolidario, superficial; pero los principios históricos inspiradores de la abogacía están por encima de bajos propósitos, y mientras los exijas subsistir, prevalecerán con la fuerza de tu inteligencia al servicio de la profesión.

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VIEl nuevo abogado deberá avanzar en su exigente profesión, comprendiendo siempre ser una criatura minúscula en la inmensidad del universo, pero grande en su ejercicio profesional, cuando buscando el amor universal entre los hombres siembra la semilla de su ejemplo hacia las futuras generaciones.

VIIEl nuevo abogado plasma su efímera vida en el sentido de determinar en cada acto una búsqueda, una creatividad, un nuevo día, y con el compromiso absoluto de ofrecer ante su gremio, su familia, su comunidad y su ejercicio, la exigencia permanente de obtener en forma eficaz sus principios que no son otros sino aquellos intérpretes de la protección, preservación y bienestar de la civilización humana.

VIIIImpulsa los presupuestos de vida al servicio de la humanidad, sólo así comprenderás la importancia y trascendencia de tu profesión, por ello no extrañes cuando tu compromiso se vuelva efímero ante la realidad de la vida, hazte siempre un tributo de ella, así la expresión de tu ejemplo brillará con la esperanza de un nuevo abogado.

IXEsa luz tenue que siembras como nuevo abogado, día a día se hace un camino inagotable de esperanza, cuando tu lucha, sacrificio y denodado esfuerzo, es la senda de la convicción absoluta de tu profesión, para la creación, construcción y ejecución de nobles principios que deben inspirar la abogacía.

XNo te amedrentes ni amilanes ante la degradación y bajeza del mundo, la profundidad de tu conocimiento, compromiso y actos deben ser tan ingeniosos frente al ser humano, que te harán avanzar por caminos tortuosos, difíciles y oscuros, pues las dudas y derrotas son necesarias para que la reja de un nuevo arado abra surcos en la tierra y la haga fecunda para todos.

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