obstetricia[xavier velasco]

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  • 8/2/2019 obstetricia[Xavier Velasco]

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    Para un fugaz reporte de obstetricia literaria:

    (Santas Violettas, Batman)

    Xavier Velasco

    Ante la comezn del penltimo captulo, pero an con la discrecin

    propia del ndice, el autor se reporta en fullmoontonic.com. **

    He contado esta historia varias veces, pero nunca es igual. No es una historia

    que pueda pasar, sino una que pas entre ciertos lectores, su valor es ms

    alto por esta inaprehensible circunstancia. No obstante, al tratarse de un

    obvio imposible, cada vez que la cuento debo poner el nfasis en el solo

    ingrediente que me parece por s mismo bastante para vencer el celo de los

    ms escpticos: la perplejidad del narrador. Cuento, pues, una historia que

    no puedo creer, y que slo la creo porque me ha sucedido. Pero al tratar de

    hacerlo, pienso: Nadie me va a creer. Y a lo mejor por eso nunca me queda

    igual, puesto que lo que narro es el transcurso (tardo, traicionero, artificioso)

    de mi incredulidad, con la vehemencia suficiente para que lo que escierto

    tambin parezcacierto. Por qu, si cuento la verdad, experimento las

    angustias del mentiroso, hasta el punto de emplear sus mismos artilugios?

    Porque despus de lo que me ha pasado, y ms an tras todo aquello que no

    me ha pasado, creo en la realidad como una pura invitacin a las mentiras.

    Cuando Wim Wenders decidi viajar por cuatro continentes filmando a

    su espectacular mujer en Hasta el fin del mundo, antes debi enfrentarla a la

    decisin de abandonar la carretera, contradiciendo los consejos de la

    computadora automotriz todo dentro del guin, se entiende. As, Solveig

    Dommartin se inserta en una historia misteriosa y absurda en el papel de

    Claire Torneur:la mujer aburrida de su existencia ccilica que a partir de ese

    punto se relacionar con asaltabancos, espas, cientficos y dems

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    personajes de la vida irreal. A veces, las historias se tuercen es decir,

    comienzan cuando al protagonista se le ocurre desviarse del camino, ya

    desafiando a la rutina pero an inconsciente de que algole aguarda. Pues

    cuando uno decide, por ejemplo, no llegar esa noche a su casa, y as

    perderse entre las calles sin destino fijo, lo que hace no es buscar el inicio de

    una historia, sino apenas plantar alguna resistencia irracional contra la

    perspectiva de obedecer a un guin insulso. Y esa noche poda ser la una,

    pero yo no quera volver a mi casa. No me daba la gana, prefera ir a dar

    vueltas. A las calles, a la ciudad entera, pero ms que otra cosa vueltas a La

    Novela: ese monstruo mayor en etapa embrionaria cuyo mayor placer

    consiste en esquivar a quien lo engendra. De ah que sus maysculas

    rampantes subrayen dos problemas irresueltos: su desmesurada importanciay su escandalosa inexistencia; la una culposa y subjetiva, la otra, objetiva e

    hiriente.

    Se piensa en La Novela para ensalzar no tanto su grandeza, como la

    pequeez de quien pasan los aos y sigue sin saber cmo escribirla. Verla

    as, con maysculas, es encontrar coartada para nunca terminarla lo que

    sea de cada quin, empezarla se facilita mucho ms. Me habaacostumbrado a hablar de La Novela como de un convidado improbable,

    igual que esas parejas estriles que se cansan de todo menos de hablar del

    hijo que no tienen. Claro que en esto de escribir novelas no hay un doctor

    que diga: Lo siento, pero es usted clnicamente estril, dedquese mejor a la

    publicidad. Porque si lo dijera, sera preciso sacarle los ojos y saltar de

    clavado hacia el vaco, con tal de fecundar al vulo inasible.

    Para el ao dos mil, haba dejado de hablar de La Novela (no poda

    siquiera soportar el peso de esas maysculas obscenas y esclavistas, amn

    de megalmanas y delirantes). Asimismo, en el nombre del gran feto

    hipottico haba conducido a mis dems proyectos a un naufragio seguro

    aunque no s si aquellos esquiroles bien pagados merecieran el calificativo

    de proyectos, de modo que al final no quedara sino la urgencia de escribir

    la historia tantas veces cancelada, cuya protagonista se me apareca intensa,

    vehemente, impostergable, pero tambin borrosa, inmaterial, con ms

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    sombra que cuerpo. Se haba llamado de tantas maneras como veces haba

    yo intentado reiniciar el proyecto, pero el hecho es que en junio del dos mil

    segua sin tener nombre, voz o facciones. La Herona era, pues, tan abstracta

    como La Novela. Y eso era lo que me joda la existencia, al punto que haban

    dado las tres y media y segua sin ganas de irme a dormir, recorriendo

    Insurgentes como un espectro sin propsitos. Hasta que de la nada baj el

    ngel.

    As le puse: Angel. Se lo deca echando un poco el aire para afuera,

    en un ingls chilango que aspiraba a elevarse sobre los mismos cielos que

    de la sombrilla mgica de Mary Poppins a los ngeles trapecistas de Wim

    Wenders haban dado cuerpo a tantas quimeras aladas. Pronunciaba: hein-yel, vaciando un poco los pulmones en la h, y luego deteniendo a la lengua

    un instante en la n, para mejor interiorizar la experiencia ultraterrena. Y no

    era para menos: la mujer se me haba aparecido como una visitacin

    anglica, detrs de un puesto de tacos cuya misin expresa era, a todas

    luces, darle cuerpo y textura al espejismo. Una mujer, por cierto,

    desconcertantemente hermosa; demasiado para no abrir la puerta y antes:

    la boca, bajar del coche y alegrarme cual sbdito propicio al captar lapregunta, proferida con el acento propio de una perseguida de la N.K.V.D.:

    Do you speak english?

    Cualquiera en mi lugar habra hablado ruso, de ser preciso sin acento,

    pero ca en la trampa de creer que el ingls segunda lengua de los dos

    alcanzara para entendernos, sobre todo despus de haberme recibido con

    una alegora escandalosamente bblica: no bien le confirm que hablaramos

    en ingls, la mujer alta, pelo castao, ojos de color miel, expresin de

    complicidad despreciativa, que al poco iba ganando el rango de seductora

    insolencia extendi el brazo hacia m, hasta ofrecerme la manzana que

    traa en la mano. Y bien, despus de guio tan apremiante, no tena ms

    opcin que la de abandonar la carretera. Supongo que eso fue lo que hice

    cuando la invit a subir.

    Su ingls era marcado, tosco, fundamental, como el de esos espas

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    rusos que solan ir detrs de Mr. Bond, y a menudo delante; su voz, una

    profunda y cavernosa insinuacin de caos. Una voz abismal, donde las haya,

    con el tono burln de quien jams confa en lo que ve. Ingredientes bastantes

    para ir por Insurgentes presa de una ansiedad morbosa y narcisista: la de

    quien cree que vive un peligro extraordinario. Porque no poda ser que

    tamao viejorrn se apareciera as, ah, a esa hora; que me llevara como a

    un ciego por las calles de la colonia Doctores; que al llegar a su hotel el

    Andrade, un pequeo elefante de concreto, saturado de espejos por fuera y

    por dentro, de forma que sus muros repiten as las miserias del entorno como

    las de sus huspedes me ofreciera vino, y con ello me abriera las puertas

    de su cuarto.

    (Que una cosa como stas ocurra sin motivo es de por s un evento

    extraordinario, pero que tenga que pasarte justo cuando atraviesas el infierno

    de la pgina en blanco, y de pronto compruebes que sus palabras llenan

    exactamente tus silencios es, ms que milagroso, inconcebible. Y an ms:

    sospechoso. Tena que haber un truco, un complot, una pandilla de

    malandros multinacionales aguardando para asaltarme, secuestrarme,

    chantajearme...)

    Segn algunos clsicos del budismo, la verdad podra hallarse no

    tanto en el objeto precioso de nuestras obsesiones, sino acaso en el dedo

    que las seala. Durante una vergonzosa cantidad de aos, quise mirar la

    historia desde una perspectiva irrelevante: la de un hombre que segua a una

    mujer. Como autor, era un ciego siguiendo a otro ciego, que a su vez iba tras

    una mujer sin cuerpo. Como perseguidor de la verdad, tal vez me haba

    puesto a ver el dedo equivocado. Nada que no pudiese arreglarse mordiendo

    una manzana: una vez que bajamos del coche, ya en el estacionamiento del

    hotel, el ngel de Insurgentes habame comprometido a seguirla a cualquier

    precio. Como pasa con todos los contratos incondicionales, el que yo haba

    firmado empezaba y terminaba en el origen mismo del mal mayor: una pgina

    en blanco.

    No tenamos ni una hora de conocernos y yo insista en que toda mi

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    vida pendiera de ella. No de otro modo, pues, poda explicarse que llevara

    ms de veinte minutos a solas en su cuarto, preguntndome si deba esperar,

    con esa deliciosa taquicardia, por el regreso de mi inconcebible anfitriona, o

    salir desbocado hacia el estacionamiento. Consciente de que la segunda

    opcin significaba la probable salvacin de mi pellejo y el seguro naufragio de

    La Novela, me decid por lo realmente importante. Una forma exquisita y

    literariamente correcta de legitimar el asedio tenaz de un deseo contra el que

    no haba paranoia ni precaucin que valieran: me iba a quedar ah, as luego

    se me aparecieran cinco villanos de David Lynch juntos, listos para cobrarme

    a navajazo limpio la osada de haberme besuqueado con la devotchka. Me

    iba a quedar ah porque, como cualquiera en mi lugar, poda establecer una

    clara diferencia entre besarsey besuquearse, puesto que mientras el primerverbo implica un acto simple, el segundo designa una suerte de reincidencia

    compulsiva. Todos los das nos besamos con decenas o cientos de personas,

    pero slo nos besuqueamos con las escogidas. O, todava mejor, las

    escogibles. Y debo confesar que en tal materia, el ngel de Insurgentes

    obtena las ms altas calificaciones. Uno puede besarse felizmente con quien

    le conviene, pero slo si luego podr besuquearse con quien,

    supuestamente, no le conviene.

    Claro que si de conveniencias se trataba, yo resultaba todava ms

    inconveniente para ella. Y eso lo comprob cuando la rusa, de vuelta en el

    cuarto, se entreg a compartir conmigo una sopa ramen tibia con queso

    Filadelfia, y mientras procedamos a besuquearnos, atrapados por una

    reincidente orga de tallarines, ductilsimo quesoy un par de variedades de

    saliva, me dijo en el odo: Podra estar cobrando por esto. O sea que

    mientras el narrador perda el sosiego, la vergenza y la brjula, su compaa

    inconveniente dejaba de ganar tres, cuatro mil pesos? No quise

    preguntrselo, celoso tanto de la verosimilitud del milagro como de la etiqueta

    del gorrn. O es que acaso se vale preguntar por el precio de lo que nos

    regalan? Y ah estaba el problema: que mientras otros salan del entuerto con

    cuatro, cinco mil pesos?, yo firmaba un papel en blanco y le peda al ngel

    de Insurgentes que lo llenara. Cmo negar que haba en aquel vrtigo

    hambriento y besuqueante el extravo fugaz de una ruleta en movimiento?

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    Ciertamente, no tenamos razones de peso para besarnos. Pero qu

    tal para besuquearnos? Aunque ms que razones, motivos o pretextos,

    galopbamos esa noche a lomos de sendas sinrazones, puesto que, como ya

    expliqu, tanto ella como yo ramos altamente inconvenientes el uno para el

    otro. Cunto cuesta una brjula? Seguramente ms, mucho ms que mi

    sosiego y mi vergenza, pero sin duda mucho menos que cinco, seis mil

    pesos? Hasta ese momento, no pareca ser tanto lo que yo perda como lo

    que ella dejaba de ganar, y habr sido por ello que de pronto perd tambin la

    cuenta. No s las veces, ni las horas, ni los secretos que nos entregamos uno

    al otro, y me niego a creer que media botella de vino blanco haya bastado

    para volver difusos los lmites de una realidad que haca tantas horas andabade vacaciones. Cuntas horas, por cierto? Poco menos de nueve: recin

    haba dado el medioda cuando abr el ojo slo para confirmar la estridente

    vigencia de lo imposible: la mujer me abrazaba con una suerte de ternura

    perezosa, y a ratos ronroneaba una palabrera rusa que me invitaba a

    contemplar su sueo como Ana Kareninasin subttulos.

    En su nica historia conocida Novela con cocana, el virtualmenteannimo M. Agueev nos habla de un protagonista que se pierde en los

    bulevares de Mosc, deseoso de encontrar una mirada de complicidad sucia

    y oscura, comparable a la de quienes recin asesinaron juntos a un nio.

    Ciertamente, no es la mejor manera de buscar esposa, pero hay pocas ms

    eficaces para encontrar un personaje. A veces, sobre todo mientras se

    besuquea ardientemente con una obvia tercera en discordia, el narrador

    olvida su propsito, pero ello no le exime de cumplirlo a cabalidad. De ah

    que, cuando cree que disfruta de un romance al vapor, lo que en realidad

    hace es contagiarse de una enfermedad a largo plazo, y muy probablemente

    perder a la persona para ir detrs del personaje. Pero eso no poda

    imaginarlo entonces, o lo que es an peor: no quera. Porque entonces sus

    muslos abarcaban el total de mi horizonte, y muy difcilmente otro jueves a

    medioda en la Doctores iba a alcanzar jams semejantes niveles de

    ensoada y vibrante nitidez. Estaba en lo ms alto de la ola; no poda

    detenerme a hacer cuentas, a riesgo de caerme de la tabla antes de tiempo.

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    En lugar de eso, experimentaba un deleite torcido de pensar: Nadie sabe

    dnde estoy. Y ms: Nadie sabe cmo llegu a donde estoy. Y ms an:

    Nadie sabe con quin. Y ms que nada: Nadie me lo creera. Empezando por

    m, que segua sin saber con quin diablos estaba. Y era sta una ignorancia

    literal: haba una legin de demonios variopintos habitando los pensamientos

    del ngel de Insurgentes, y apenas unos cuantos se expresaban en ingls.

    Contra lo que ms de un libidinoso racionalista pudo sospechar, El

    ngel de Insurgentes no prestaba servicios profesionales algunos en la citada

    avenida: le he puesto aqu ese nombre porque all la encontr, y si no empleo

    el verdadero es porque a se me lo he robado con diversos propsitos. Como

    dice mi padre, es asunto americano. Estbamos en el trabajo del ngel deInsurgentes, que de ninguna forma transcurra en ste u otro escaparate

    asfltico, sino al cobijo de uno de esos clubes para hombres solos donde,

    como a m no me daba la gana saberlo, cualquiera poda embarrarse sus

    encantos en la jeta por quince pinches dlares.

    No hay abuela que no est lista para prevenirnos contra una mujer as,

    an si le explicamos que una noche completa con la interfecta poda llegar acotizarse en seis, siete mil dlares? O eran pesos? Para la hora de la

    comida, no slo las equivalencias monetarias se me haban trastocado en el

    cerebro, sino seguramente todas las dems. Sobre todo cuando su celular

    sonaba, cada vez para distraerla en intolerables regateos con sus prospectos

    de clientes, para los cuales me apresur a confeccionar una invectiva quizs

    ms grande que ellos, pero an inferior a mi desprecio: Pobres diablos sin

    huevos.

    Haba en lo nuestro un dejo de cinismo exhibicionista. Muy cachondo,

    por cierto. Especialmente a la hora de tomar no s si debera decir

    embestir nuestros sagrados alimentos, mismos que consagrbamos, ante

    decenas de testigos, a travs de voraces besuqueos donde igual me daba

    ella los pedazos de sushi directo de sus labios, que entregbame yo a

    rescatar impamente los ltimos arroces del escarpado fondo de su escote.

    Por no hablar del placer de que esto sucediera a las tres de la tarde en el

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    Sushi-Itto de Altavista, frente a madres que nos miraban indignadas e hijos

    que se codeaban unos a otros, encantados con la escena. Imposible saber,

    en tan idlicas e inciertas circunstancias, a qu especies de diablos

    estbamos alimentando, o a cunto ascendera mi deuda por tamao

    banquete.

    Mis amores son breves, pero fulminantes, sentencia por ah un

    personaje de Rubem Fonseca. Cuando cuento esta historia, siempre llega el

    momento de aclarar que su final dista de ser feliz, o siquiera infeliz. Puesto

    que, peor que todo, es un final incierto. Y, espero, fulminante. Mi relacin con

    el ngel de Insurgentes, intempestivamente rota tras una discusin en la que

    el ingls no alcanz para trocar los gritos por besuqueos, me condujo aseguirla a ella, antes que a La Novela. En aquellos tres das imposibles,

    transcurridos en medio de pasiones veloces y miedos trepidantes, slo supe

    de aquella rusa impetuossima lo necesario para hoy, ms de dos aos

    despus, an estar tras su pista: descifrando sus cdigos como un hacker

    poseso.

    Ya no sigo a una rusa, ni osara llamar a la que sigo ngel deInsurgentes, so pena de ganarme unas justas cachetadas de su parte. Han

    pasado ms de seiscientas cuartillas desde que sucedi la historia que hasta

    aqu slo empec a relatar. Cmo es que un acontecimiento supuestamente

    real desemboca de un modo imperceptible en la ficcin? Supongo que este

    texto y la novela lo explicaran juntos mucho mejor que yo, pero si de explicar

    se trata, bastara con decir que la visitacin anglica realiz el milagro de

    obligarme a mirar hacia un distinto dedo: ya no aquel que sealaba al

    perseguidor, sino el que desde siempre haba apuntado hacia la perseguida.

    En tan incierto trance, no es de extraar que, como los correctores ya lo han

    advertido, la novela haya perdido sus maysculas.

    Toda ficcin comienza cuando, deseosos de extender los lmites de la

    realidad, y eventualmente digerirla mejor, nos desviamos de la carretera, y

    as nos preguntamos ya no tanto por lo que pasa, como por todo lo que

    podra pasar: un cosmos infinito en el que acaso preferiramos perdernos,

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    antes que continuar rodando por aquel despropsito asfaltado. Durante varios

    aos, la publicidad y los cdigos electrnicos me dieron una suerte de hueca

    prosperidad material, donde hasta la recompensa ms grande siempre

    ofrecida, jams entregada apareca nfima frente al friolento embrin de La

    Novela. Desde mediados de dos mil en adelante, una beca me permita

    abandonar la carretera hacia Ninguna Parte y encerrarme en la obsesin que

    hoy, bien alimentada por una suerte de constancia irresponsable (lase: libre

    de maysculas), me faculta para hablar de la novela como un cuerpo que se

    mueve, repta y de pronto ya camina: un espectculo ms bien deplorable,

    que ahora mismo, aqu, me esmero en ocultar.

    A la ficcin la realidad le estorba, por imperfecta. Y porque ir por ahexhibiendo como si nada las imperfecciones tiene que ver ms con la

    obscenidad que con la seduccin. Y lo que a la ficcin le gusta es seducir: de

    ah que, a diferencia de la realidad, se preocupe por ser, y todava ms:

    parecer, perfectamente verosmil, aun dentro de su probable extravagancia.

    Lo inverosmil nunca pasa en la literatura, seguramente porque slo la

    realidad corrupta de raz resiste la incongruencia. Vuelvo atrs en el

    prrafo y anoto cuatro cualidades, no exactamente halagadoras:imperfeccin, obscenidad, extravagancia, incongruencia. Todas ellas encajan

    en el personaje, mas para hacerlas concebibles debo apelar a la verosimilitud

    que la historia del ngel de Insurgentes no conoci jams. No es acaso

    deber de las bailarinas de mesa permanecer, en lo posible, inverosmiles?

    A veces, el poder de convencimiento de una ficcin se mide por la

    seguridad que ostenta su autor al desvelarla. En mi caso, tengo slo un par

    de slidas certezas: una es que no soy yo, sino ella, quien sabe toda la

    verdad (y nada ms que tal) de esta historia escurridiza; la otra es que ella, la

    mujer a la que he seguido como un beato, est tan cerca de entregarme sus

    secretos como estoy yo de abandonarla a un lado de la carretera. Hasta

    entonces, y para obvio pesar de estas lneas, nombre e historia son

    necesariamente asunto americano**, particularmente para quien la narra, y

    todava a finales del dos mil dos persigue los vestigios de una historia que se

    le est cerrando en la jeta, como a otros se les cierran las puertas en los

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    dedos.

    None of your motherfuckin business, aj?me dice cada noche,

    con su ingls de almacn, de lobby, de olor a dlar fresco y carne que se

    quema en el empeo de forrarse de un glamour plstico que comienza y

    termina en las palabras: esas putas mentirosas, alcahuetas que cuentan su

    novela con la voracidad que, apenas me volteo, emplean en contar los

    dlares ajenos. Robar, fingir, mentir: tales son los recursos de la novela, y los

    del ngel codicioso a quien no puedo sino perseguir como un endemoniado.

    En la historia que narro, la protagonista experimenta una suerte de cosquilla

    malvola cada vez que rompe una regla y se da a imaginar la indignada

    opinin de su familia; algo muy similar al motivo de mi persecucin: cometeresa fechora inenarrable, y al menos una vez lograr que lo imposible

    aparezca posible. Hacer de una novela una fechora: tal vez sea sa la

    enseanza del ngel de Insurgentes.

    * Texto previo a la terminacin de Diablo Guardin, VI Premio Alfaguara de Novela (noviembre, 2002).

    ** El ttulo de la novela fue secreto capital hasta la maana del 24 de febrero de 2003, segn revela la fotografa,

    correspondiente a la ltima semana de escritura (diciembre, 2002), cuando el autor, que a todo esto estaba en loshuesos, tuvo a mal rebanarse un dedo ndice... y acab la novela corrigiendo en pantalla con tres de los cuatro

    dedos que comnmente utiliza en el teclado. (Atencin, crtica especializada: el autor que trabajaba al 75 % de su

    capacidad.)