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NOTAS PARA UNA GENEALOGÍA DE LA SEGREGACION: SALAS DE CINE Y
PÚBLICOS EN BOGOTÁ EN LA DECADA DE 1940.
Trabajo de grado para optar por el título de Sociología
Jorge Armando Rodríguez Bohórquez
Director de Tesis: Javier Sáenz Obregón
Universidad Nacional de Colombia
FCH
Departamento de Sociología
Bogotá, Mayo de 2018
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TABLA DE CONTENIDO
Índice
1. Planteamiento del problema…………………………………………………… 1
2. Metodología……………………………………………………………………..6
3. Objetivos………………………………………………………………………...8
4. Estado del arte…………………………………………………………………...9
5. Sistematización de la información – introducción………………………………11
6. De óperas y espectáculos públicos………………………………………………12
7. El cine como promesa de modernidad…………………………………………..16
8. Cohabitación desigual……………………………………………………………20
9. Segregación espacial……………………………………………………………...27
10. Los teatros y el cine en el proceso civilizatorio en Bogotá……………………..38
11. Conclusiones…………………………………………………………………….44
12. Bibliografía………………………………………………………………………53
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NOTAS PARA UNA GENEALOGÍA DE LA SEGREGACION: SALAS DE CINE
Y PÚBLICOS EN BOGOTÁ EN LA DECADA DE 1940.
Jorge Armando Rodríguez Bohórquez
“siempre hay un comienzo que debe inducir a error, un comienzo frío, científico,
incluso irónico, intencionadamente situado en primer plano, intencionadamente
demorado. Poco a poco, más agitación: relámpagos aislados; verdades muy
desagradables se hacen oír desde la lejanía con un sordo gruñido. – hasta que
finalmente se alcanza un ritmo feroce, en el que todo empuja hacia adelante con
enorme tensión. Al final, cada una de las veces, entre detonaciones horribles del todo,
una nueva verdad se hace visible entre espesas nubes.”
Friederich Nietzsche, Ecce Homo - 121
PLANTAMENATO DEL PROBLEMA
La industrial cultural en Colombia atraviesa una fuerte crisis, la falta de asistencia a las
salas de cine, museos, exposiciones de arte y demás productos culturales se ha tornado
como problema no solo para las entidades privadas cuyo objeto de mercado son estos
productos, sino también para las entidades gubernamentales que ahora más que nunca
con un proceso de paz buscan, mediante estos, resignificar la identidad nacional y
construir una nueva memoria colectiva en pro de un país en postacuerdo.
En el año 1897 se realiza la primera proyección de un fragmento cinematográfico en la
ciudad de Panamá, la cual en ese entonces hacia parte del territorio colombiano. No
obstante, es hasta el 8 de diciembre del año 1912 cuando se instaura el primer teatro en
Colombia en la ciudad de Bogotá, el Gran Salón Olympia. Este sirvió para el pleno
disfrute de los Bogotanos y personas provenientes de todas partes del país, los teatros
donde se proyectaban películas vivieron un fuerte auge desde entonces hasta la década
de los 50 donde empezó a sufrir un declive cuya consecuencia fue el cierre de muchos
teatros; simultáneamente las clases que detentaban los bienes culturales emprendieron
una serie de mecanismos de exclusión de la clases populares de estos espacios.
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El presente trabajo se presenta como una empresa genealógica cuyo fin es tener un
amplio espectro de la forma en que las salas de cine llegaron a Bogotá y cómo estas
fueron escenario de disputa entre las clases populares y la burguesía de ese momento,
generando así desde la década de 1920 una serie de dinámicas y políticas de segregación
que, aunque han tenido variaciones propias de cada momento histórico, han
permanecido y mutado bajo la forma de discursos, materializados en las prácticas de
consumo cultural y formas de habitación de los espacio del cine, hasta la actualidad.
La llegada del cine a Colombia se encuentra fuera de la esfera de la alta cultura, al
margen de esta llega el cinematógrafo al territorio colombiano como parte de los
espectáculos circenses entre fenómenos y rarezas de todo tipo. Dada la inexistencia de
espacios específicos para este espectáculo se realizaba en las calles y plazas entre ventas
ambulantes y lejos de los espacios dedicados al teatro y la ópera, consideradas como las
expresiones de las clases más cultas.
Sin importar la forma, contenido o idioma los asistentes a las ferias, por lo general
pertenecientes a las clases medias y sobre todo bajas, disfrutaban del mágico
espectáculo que representaba algún tipo de realidad y que se mostraba surrealista en su
técnica y por su innovación.
Es aproximadamente en la década de 1920 cuando empiezan a llegar los filmes silentes
provenientes de Europa, mayoritariamente los folletines franceses e italianos, los cuales
eran consumidos con avidez por los y las bogotanas indistintamente su credo, color o
estrato social. Aun así desde este momento el espacio físico del cinema o teatro para
proyecciones ya engendraba una forma de segregación de las clases populares y se
perfilaba lo que terminará siendo la cooptación de este espacio en la capital por la alta
cultura.
En la década de 1940 con la llegada del cine mexicano a las pantallas de la capital se da
una re inclusión de las clases populares en los cinemas no solo porque se rompe la
barrera del idioma, es necesario resaltar que “El desarrollo de la educación en Colombia
a lo largo de la primera mitad el siglo XX fue lento: a finales de los años cuarenta el
país tuvo un bajo nivel de escolaridad, si se le compara con otros países
latinoamericanos de similar nivel de desarrollo; de hecho, la relación entre los alumnos
matriculados en primaria y el total de la población fue una de las más bajas de la
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región”1 lo cual dificultaba el acceso a la lectura de los subtítulos de los filmes
extranjeros, sino también se da una ruptura a nivel de las representaciones. Ya no se
veía en la pantalla el estereotipo europeo de clase alta con los típicos problemas
amorosos y los dilemas propios de la burguesía, era ahora el humor y la burla a las
clases dominantes lo que se tomaba la pantalla, ahora las cámaras apuntaban a los
trabajadores y a los pillos o vagos con suerte, al esfuerzo enmarcado en un ethos de la
clase obrera y mediante un idioma asequible.
Pero este gran paso para la clase obrera implicó un retroceso en términos de inclusión y
tuvo una gran repercusión sobre el campo cinematográfico. La taxonomización o
clasificación de los teatros tuvo como asidero el contenido de las obras que se
proyectaban en los mismos. Acompañado lo anterior con aumento en la construcción de
teatros se establecieron 3 categorías para estos y según su categoría se correspondía un
precio. Como era de esperarse los teatros que proyectaran películas mexicanas se
categorizaban como segunda o tercera categoría (las más bajas) incluso poniéndolos al
nivel de los teatros con proyecciones pornográficas.
A lo largo de la historia estos y otros mecanismos de segregación se han ido
consolidando favoreciendo la exclusión de las clases populares de los teatros y
específicamente del cine independiente o con narrativas diferentes. Las películas más
taquilleras se enmarcan en narrativas que a los ojos de algunos directores, productores y
“conocedores” del séptimo arte son insulsas, vacías y que aportan poco o nada al
desarrollo del cine nacional. Claro ejemplo de esto son las películas de comedia
producidas por Dago García que se encuentran entre las más taquilleras alcanzando
más de un millón de asistentes a las salas mientras películas como Rosario Tijeras
apenas superó el millón y Paraiso Travel no llegó a esta cifra.
Poco se ha hablado de este tema en términos académicos, la mayoría de investigaciones
se basa en establecer la evolución del cine en términos cronológicos pero sobre todo
referidos a las formas de hacer, las narrativas y el orden de aparición de películas o
directores. Tan solo algunos textos muy recientes hablan del público en las salas pero
ninguno de las formas en que se ha excluido a ese público.
1 .” http://www.banrep.gov.co/docum/Lectura_finanzas/pdf/febrero_3.pdf
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Consideramos que el problema de la exclusión y, en últimas, consumo de cine no es un
problema del espectador, es decir, que no es necesario enseñar a ver o entender un film.
Sino, por el contrario como señala Sunkel “Posiblemente, la ubicación de la temática
del consumo en este contexto se encuentra asociada al reconocimiento de que una
política cultural democrática requiere superar las formulaciones dirigistas y vincular
orientaciones globales con demandas reales de la población. Reconocimiento que a su
vez está relacionado con la constatación que en países desarrollados que llevan a cabo
políticas culturales orientadas hacia la sociedad civil proliferan estudios de este tipo,
necesarios tanto en la formulación de políticas como en su evaluación” (2002.2)
En un inicio eran las clases bajas quienes más consumían y se apropiaban de estos
espacios indiferentemente del contenido y la forma. Pero, entonces, ¿Cómo se
configuraron estas formas de exclusión? ¿Existen continuidades entre las formas de
segregación anteriores y las que actúan en el presente?
Abordaremos estos problemas desde una perspectiva genealógica que permita ver, por
un lado, cómo se ha configurado esta segregación, es decir, cual ha sido la forma y el
sentido que adquieren estos mecanismo en los diferentes momentos del tiempo y, por
otro lado, si hay relaciones de algún tipo entre estos.
METODOLOGÍA:
En primer momento es necesario precisar que el objeto de nuestro análisis no son las
transformaciones en la segregación en un periodo concreto, más bien es el problema de
las continuidades de las formas de segregación en el espacio físico de las salas de cine
durante un periodo. Por tanto las temporalidades y cronologías estrictas no son las
directrices de este trabajo. La propuesta es genealógica ya que no nos interesa analizar
un periodo concreto sino, por el contrario, estudiar un problema específico, aun cuando
por razones prácticas debamos centrarnos en la década de 1940.
De igual manera la metodología genealógica permitirá un abordaje y sistematización de
información heterogénea. Esto siguiendo la línea Foucaultina de genealogía, ya que
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como señala Foucault contrario a quien quiere tratar un periodo histórico “quien quiere
tratar un problema surgido en un momento determinado, debe seguir otras reglas:
elección del material en función de los datos del problema; focalización sobre los
elementos susceptibles de resolverlo; establecimiento de las relaciones que permiten
esta solución. Y, por tanto, indiferencia a la obligación de decirlo todo, incluso para
satisfacer al jurado de los especialistas congregados” (Foucault,1980, 42) quiere decir
que no privilegiaremos los escritos académicos o de la esfera intelectual sobre otros
recursos y tipos de producción. Esto permitirá no solo obtener una mayor riqueza en el
análisis sino también construir el reflejo de las mentalidades de diferentes sectores
sociales y como esas mentalidades van a configurar la exclusión de las clases populares
de los escenarios cinematográficos.
De igual manera seguimos la línea de Norbert Elías, consideramos que la violencia
sobre los públicos no está enmarcada en el ejercicio de la violencia física sino en formas
simbólicas, espaciales y económicas de violencia que se da en el marco de un proceso
civilizatorio “Cuando no se consideran las estructuras de modo estático, sino su génesis
social, se muestra aquí el rasgo general de estas manifestaciones de entramado como
algo muy simple: al aumentar los grupos de personas en relaciones de interdependencia
y al excluirse de estas los actos de violencia física, surge un aparato social en el que las
coacciones que los hombres ejercen unos sobre otros se transforman en autocoacciones;
estas autocoacciones, que son funciones de una previsión y reflexión permanentes que
se inculcan en el individuo desde pequeño en correspondencia con su imbricación en
secuencias más largas de acciones, tienen parcialmente la forma de un autodominio
consciente, parcialmente también la forma de costumbres, y funcionan de modo
automático. Su resultado es una contención regular de las manifestaciones instintivas y
emocionales, según un esquema diferenciado peculiar a cada situación social.”
(1987.463)
Así pues, como punto de partida realizaremos una revisión de literatura que permita ver
los avances que se han hecho en términos académicos del problema de la sociabilidad y
los públicos del cine en la ciudad de Bogotá principalmente sobre la década de 1940,
teniendo en cuenta sus antecedentes. Lo anterior con el fin de ver como los intelectuales
y académicos han abordado este tema pero también para rastrear aquellos vestigios que
sirven para nuestra investigación y que no se hacen explícitos pero bajo el ojo agudo y
la mirada genealogista salen a la luz en forma de discursos.
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Seguidamente realizaremos una revisión de prensa que devele las formas en que, en
cada periodo de nuestro estudio, la opinión pública y las autoridades en nuestro campo
de estudio, el cine, construían una representación sobre los públicos tanto de clases altas
como de clases bajas. Esto con el fin de saber si existe algún tipo de relación entre la
segregación espacial y la producción de discursos.
Ahora bien, dado que nuestro problema se enmarca como un problema histórico y la
literatura existente hasta ahora está constituida bajo un pensamiento historicista con una
regularidad cronológica, hemos decidido para efectos de la sistematización proponer
una matriz de análisis que permita construir una categorización de las diferentes formas
de exclusión y los periodos en las que están se han dado. La matriz (ver anexo) cuenta
con una serie de columnas en las cuales se encuentran los años en los que ocurren
acontecimientos como creación de salas, categorización de las mismas y otros datos que
puedan ser de interés para cada periodo. En las filas dispondremos de los tipos de
segregación o los efectos con los cuales se relacionan estos acontecimientos. Es decir
las filas nos dan los conceptos como son segregación espacial, o de oferta, etc y las
columnas los años en que estos ocurren. Consideramos lo anterior pertinente ya que
permite hacer compatibles las metodologías de los estudios existentes con el presente
estudio y establecer otro tipo de temporalidad. De igual manera se ha construido una
matriz donde se sistematizará de igual manera lo encontrado en la revisión de prensa.
OBJETIVOS
Objetivo general:
Identificar las transformaciones en forma y sentido de la segregación en las salas
de cine en Bogotá.
Objetivos específicos:
Analizar las diferentes formas de segregación de las clases en las salas de cine
Bogotanas durante la década de 1940.
Identificar las continuidades y discontinuidades en las prácticas de consumo de
cine en Bogotá y su influencia en la habitación de las salas de cine en la década
de 1940.
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ESTADO DEL ARTE
La llegada del cine a Colombia a finales del siglo XIX representó grandes
transformaciones culturales, vinculadas con la ruptura de algunas tradiciones clasistas
en los escenarios públicos de consumo. Particularmente en Bogotá, esto se evidenció en
la heterogeneidad del público asistente a las primeras proyecciones cinematográficas en
la primera década del siglo XX, realizadas en locaciones empleadas para otros usos o en
escenarios abiertos como San Victorino o el Parque de la Independencia. De este modo,
debido a las facilidades de acceso y al bajo costo, el cine pasó a ser una forma de ocio
para la mayoría de la población de Bogotá (Bello, 2013). Este periodo obedece al arribo
del espectáculo sin una infraestructura, improvisado y al aire libre. Si bien uno de los
primeros escenarios para este espectáculo fue el pabellón de la industria este no fue
exclusivo para la proyección de cine y tenía un costo de entrada, no obstante quienes no
podían pagar tenían la posibilidad de ver desde fuera el espectáculo (Ávila Gomez,
2005). Este periodo, específicamente el comprendido entre los años 1922 y 1928, es
para la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano – en adelante FPFC- “la edad de
oro” (FPFC, 2012)
No obstante, pese a su popularidad, como señala Archila (Citado en Ávila &
López, 2006, 15), ‘’el cine no era la alternativa de entretenimiento según las élites”
debido a que no contaba con las comodidades de un espacio como los teatros de ópera.
En este sentido, en la segunda década del siglo XX inicia una fase de distinción con la
construcción de teatros destinados a la proyección cinematográfica como el Salón
Olympia, el Teatro Caldas y el Teatro Bogotá. No obstante, estos teatros no eran de uso
exclusivo, pues eran empleados para eventos deportivos, presentaciones de ballet y
otros espectáculos. Fue hasta el periodo de 1930 a 1939, cuando inicia la construcción
de salas de cine, la mayoría ubicadas en el núcleo central y cultural de la ciudad. Así
mismo, las transformaciones tanto de la industria cinematográfica como de los
espectadores dieron pie para que la distinción de las salas de cine se tornara más hacia el
reconocimiento de las películas proyectadas (Ávila, López, 2006), que al encanto
arquitectónico que despertaban los primeros teatros. De igual manera este periodo se ve
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influenciado por la llegada del cine sonoro, en 1937, lo cual modificó las dinámicas en
términos de precios y variedad (FPFC, 2012)
Posteriormente en la década del 40 inicia el periodo conocido como ‘’La edad de
oro’’ en el que Ávila y López (2006) reconocen, por un lado, el aumento en la
construcción de salas de cine, y por otro, nuevas apuestas de exhibición
cinematográfica. Además, nacen salas barriales, en el contexto de la urbanización de
Bogotá, con el nacimiento de barrios obreros. Frente al fenómeno de proliferación de las
salas de exhibición, las clases medias y altas inician en la década del 40, como
estrategia de distinción la reinauguración de algunos teatros. De este modo, como señala
Bello (2013, p. 31), en teatros de primera categoría se daba lugar a la reunión de las
altas personalidades de la esfera social; como eclesiásticos, embajadores, médicos,
familias y dependientes de los servidores públicos quienes eran invitados a estrenos,
inauguraciones y re-inauguraciones de teatros, con el objetivo de aumentar la categoría
de los teatros y atraer a públicos de un estatus más alto.
Así mismo en este periodo se empieza a evidenciar la distinción de teatros en
tres categorías, las cuales expone Eliana Bello (Bello, 2013), y que describiremos a
continuación. La denominación de los teatros de primera categoría o de estreno se daba
‘’de acuerdo al nivel del servicio ofrecido en instalaciones, la calidad de los
proyectores, sistema de sonido, y la oferta de estrenos, todos ellos causales para el cobro
de una boletería más costosa’’(Bello, 2013, 27). Los de segunda categoría presentaban
estrenos populares y reestrenos, a un bajo costo, frecuentados por lo general por la clase
media. Los teatros de tercera categoría exhibían películas recirculadas de otros teatros,
de meses o años anteriores. Estas últimas salas, en ocasiones presentaban malas
condiciones de higiene, problemas de ventilación (pese a esto se fumaba en su interior),
fallas en la infraestructura, etc. De igual manera este periodo está marcado por la
incursión del cine mexicano lo cual configura una nueva apropiación del cine y de los
espacios desde las representaciones de la clase popular. (Ávila, 2005) (Bello, 2016)
Como señala Alberto Malagón (Malagón, 2015) esta incursión ayudo a configurar la
mentalidad de la clase obrera bogotana siendo copiados algunos estereotipos culturales
y sociales de las narrativas mexicanas.
En relación con lo anterior, cabe destacar que las condiciones de los teatros
estaban asociadas al público asistente. De este modo es latente una estructura de
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oposición del consumo cinematográfico: los teatros con locaciones distintivas, propias
de las salas de primera categoría, que recibían a un público de clase alta; al cual se
oponían las instalaciones de baja categoría, frecuentadas por personas de clase baja.
Posteriormente, el auge de los cinemas en centros comerciales que inició en las
décadas de 1970 y 1980 influyó en el cierre de salas de cine pioneras y barriales. Esta
transformación en la forma de consumo de cine estaba asociada a la idea de seguridad y
a los otros consumos que brindaba los centros comerciales. En este sentido, esta
estrategia de exhibición buscaba atraer a público de estrato medio y alto, en la medida
en que los costos de las funciones y los servicios asociados se incrementaron. En la
década posterior esta tendencia se expandió con el surgimiento de salas multiplex y la
desaparición definitiva de los cines de barrio (Ávila, López, 2006).
Por otro lado, la renta de video, la llegada del Betamax, el VHS y en décadas
posteriores el DVD, la televisión digital y la internet, ha transformado el consumo de
cine, evitando gastos complementarios, el desplazamiento y aportando mayores
facilidades. Se puede evidenciar de este modo, cómo el consumo del cine que en sus
inicios dio paso a que las actividades de ocio pasaran a un escenario público, en la
actualidad se ha replegado hacia el consumo privado. Esta sustitución parcial del hábito
de ir a cine, es notoria en los datos que nos brinda Sergio Camacho, pues en ‘’1977 en
las 2.000 salas de cine, con capacidad para 300.000 espectadores; la asistencia anual era
de aproximadamente 69 millones de personas’’ (Patiño Citado en Camacho-lotero,
2010, 4) mientras que en el 2009 la asistencia fue de 21.8 millones de asistentes a las
salas.
SISTEMATIZACIÓN DE LA INFORMACIÓN
INTRODUCCIÓN
Dado que nuestra propuesta metodológica es genealógica y no propiamente histórica,
nos valdremos de una caracterización de cuatro periodos, producto de la matriz
anteriormente mencionada, que nos permitirá ver los momentos y relaciones entre las
formas de segregación. Lejos de ser relaciones anacrónicas lo que proponemos es la
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posibilidad de pensar el devenir histórico con conexiones más amplias que las
cronológicas. Nos valdremos de una revisión de prensa ya que consideramos que la
relación de la prensa con este campo es también de dominación, son los dueños de los
medios de comunicación quienes deciden qué es lo que debe ser difundido y cómo debe
ser difundido, es decir, son ellos quienes deciden aquello que se muestra pero también
lo que debe ser invisibilizado, lo que se exalta o lo que se envilece. Se da pues una
relación dialéctica entre los miembros del campo artístico y los medios de
comunicación, ya que los primeros entran a jugar el juego de la legitimación de los
medios en tanto son conscientes del alcance de los medios y lo usan a su favor a
sabiendas que puede ser un arma de doble filo donde se pueden exponer posiciones
críticas contra su obra (Bourdieu, 2011.87). Y de igual manera es en la prensa donde se
van a construir los imaginarios sobre estos espacios y los públicos que asisten a los
mismos ya que es el único vestigio de la opinión pública de ese momento.
En un primer momento abordaremos el consumo desespacializado del cine y la
estructura de oposición (Bourdieu, 2000) que se creó entre el consumo de cine y los
consumos de otros espectáculos considerados como alta cultura, este primer momento
lo llamaremos De óperas y espectáculos públicos. Seguidamente trataremos el problema
de El cine como promesa de modernidad, momento en el cual el cine se enmarca como
una herramienta de exhibición del país al extranjero, soporte para la apertura económica
e instrumentalización del mismo por parte del estado y/o entidades privadas. El tercer
momento lo hemos llamado Cohabitación desigual en tanto se han consolidado los
espacios físicos de consumo de cine y es compartido indistintamente por las diferentes
clases sociales y sectores de clase, no obstante existen diferencias sustanciales entre la
forma de habitar el espacio que no solo están determinadas por los capitales sociales,
culturales y económicos (Bourdieu, 2000) de los y las asistentes sino también por la
perfilación de un incipiente pathos de la distancia (Nietzsche, 2005). Posteriormente
abordamos la cuestión de la proliferación tanto como una apertura y democratización de
las salas como el momento más fuerte de la Segregación espacial. Durante el transcurso
de nuestra investigación vimos la necesidad de incorporar un último apartado,
consideramos que todo este proceso se enmarca dentro de un gran proceso civilizatorio
y por eso proponemos el capítulo Los teatros y el cine en el proceso civilizatorio en
Bogotá donde abordaremos la manera en que se consolidaron estas formas de
segregación bajo la mirada progresiva unidireccional de occidente.
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No obstante, consideramos que los anteriores son lo que Weber llama tipos ideales, que
si bien conceptualmente son constructos “fijos” en la realidad no se dan siempre en
forma pura, los hechos y dinámicas pueden correlacionarse aun cuando por facilidad
analítica decidamos aproximarlos más a una u otra categoría de nuestro análisis, de
igual manera consideramos que, como señala Ana Rosas Mantecón (2003) “los públicos
no nacen, se crean y recrean permanentemente”.
De igual manera será necesario tener en cuenta que no hablaremos exclusivamente del
campo cinematográfico sino también de los sujetos que desde su experiencia lo
conforman y viven los espacios donde este se desarrolla ya que como lo señalan
Bourdieu y Wacqant “un campo está integrado por un conjunto de relaciones históricas
objetivas entre posiciones ancladas en ciertas formas de poder (o de capital), mientras
que el habitus alude a un conjunto de relaciones históricas "depositadas" en los cuerpos
individuales bajo la forma de esquemas mentales y corporales de percepción,
apreciación y acción” (2005.17). Es decir, tendremos en cuenta, tanto la relación del
cine con instituciones como alcaldías, la iglesia, y el estado ya que estas son las formas
de poder a las cuales se encuentra anclado nuestro campo de estudio y, de igual manera,
son quienes habitan los teatros y quienes desde su experiencia incorporada, su habitus,
los que codifican una serie de comportamientos, rechazan o aceptan lo que se pretende
imponérseles.
1. DE ÓPERAS Y ESPECTACULOS PÚBLICOS
Tal vez sea el inicio, es decir la llegada del cine a Colombia, el momento más insólito
en la historia del consumo de cine y sus públicos. En el año 1897 llega a la ciudad de
Colón- Panamá, en ese momento parte de Colombia, el empresario John Balabrega
Miller procedente de Jamaica con el cinematógrafo y las primeras proyecciones al
territorio nacional. No obstante para el objeto que nos ocupa debemos precisar que fue
Ernesto Vieco, un empresario barranquillero quien tenía a cargo la Compañía Universal
de Variedades, la persona que realiza la primera función en Bogotá la cual se proyectó
en el Teatro Municipal con películas de Lumiere, el 1 de septiembre de 1897.
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En este primer momento los escenarios del cine llegaron con las rarezas y los
espectáculos de circo “el registro de los espectáculos produce la impresión de que el
circo, los toros y los prestidigitadores fueran más concurridos que el teatro clásico, la
ópera y la zarzuela, especialmente por las referencias críticas a la ausencia del público a
las obras cultas mientras los espectáculos populares contaban siempre con lleno total”
(Rico. 2016. 25)
La característica primordial de este periodo es precisamente la falta o inexistencia de los
espacios físicos, es decir adecuaciones arquitectónicas, donde disfrutar de las
proyecciones cinematográficas. Dado que el cine llega acompañado de los espectáculos
de la baja cultura no es recibido por las elites como un espectáculo cultural valioso. Por
el contrario al estar inmerso en el mundo de las ferias populares se considera como un
arte menor en contraposición al teatro, las óperas y la zarzuela; todos ellos espectáculos
con un ostentoso equipamiento arquitectónico y con espacios en la prensa.
La prensa da cuenta de ello, en este caso no por comentarios peyorativos o
comparaciones entre las artes prexistentes y la llegada del cine, por el contrario es
precisamente la ausencia de mención de estos espectáculos la que muestra la poca
relevancia que se daba a las proyecciones cinematográficas. De igual manera podemos
encontrar comparaciones entre los públicos de cine en Estados Unidos y la forma en que
los críticos colombianos concebían el cine como un arte menor. Ejemplo de ello es una
nota enviada por un corresponsal de El Tiempo en New York donde asegura, con un
tono etnográfico que:
“¡Curioso público el que asiste a todos estos espectáculos! En un noventa y cinco por
ciento está compuesto por mujeres y dentro de este noventa y cinco al menos el ochenta
pasa de los cuarenta años. A los hombres y a las muchachas poco les interesan estos
espectáculos en tono mayor. Los hombres y las muchachas están haciendo “cola” en
las salas de cine de Broadway, en tanto que a los ESPECTACULOS DE ALTA
CATEGORÍA concurre un enorme contingente de viudas y solteronas, pululan bajo
estos cielos, Y LLEVAN SOBRE SUS HOMBROS buena parte del peso de LA
CULTURA de este país.(El Tiempo. 02 de enero de 1940)
Las ausencias hablan tal vez casi tanto como las presencias. En los diarios se hablaba de
espectáculos circenses y teatro pero no de cine, no más allá de mostrar las carteleras de
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los teatros. En las siguientes imágenes se muestra la propaganda de principios de la
década del 40 a Fumanchu, un prestidigitador y la compañía Zuffoli, no obstante no se
hablada de cine.
EL Tiempo. 02 de enero de 1940 El Tiempo 07 de marzo de 1940
Este primer momento tiene dos características principales, (1) el abandono de las elites
que detentan la cultura del contenido y espacios del cine y su visón del mismo como un
arte vulgar o menor y (2) la apropiación de las clases populares de este consumo aun en
su carácter itinerante e independiente de sus aspectos formales y contenido.
Si bien posteriormente el carácter itinerante del cine desaparecerá poco a poco vuelve
como herramienta de inclusión de quienes se han excluido de los teatros y se resignifica
la desespacialización de las proyecciones, entendido esto como la salida del cine de los
teatros y espacios de proyección; como una forma de democratización de la cultura. No
obstante estos espacios ahora se verán cooptados por los consumidores culturales de
clases medias y altas, ya no mayoritariamente por las clases populares.
Ahora bien, consideramos que existe un momento en la ruptura de las mentalidades que
permite dar un paso en la concepción y apropiación del consumo de cine y modifica las
dinámicas del mismo. Este momento es la exposición que se realizó en honor al
centenario de la independencia de Colombia.
Si bien los hermanos Di Doménico (familia que mayormente impulsó el espectáculo
Bogotá) habían empezado a usar espacios como el teatro municipal y el parque
Hermanos Reyes para proyecciones itinerantes en 1907, va a ser con la exposición del
centenario donde se realizan las proyecciones más grandes. Esta exposición contaba con
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tres pabellones, el Egipcio, el de Bellas artes y el De la industria; curiosamente las
proyecciones cinematográficas no se realizaron en el pabellón de bellas artes dado el
rechazo de la crítica de la época a este arte incipiente, Así pues va a ser el pabellón de la
industria el que se adecue para la presentación de las obras cinematográficas. Es gracias
a lo anterior que el cine es visto más como un adelanto tecnológico y de innovación
técnica que un avance en las artes. (Ávila. 2015)
Por lo anterior, consideramos que el siguiente periodo será la promesa de cine como
bastión de la modernidad, tal cual como lo concebía el General Rafael Reyes quien
formulara las primeras leyes de cine y quien concebía el cine no solo como un
estandarte de la modernidad sino, al igual que su homólogo mexicano Porfirio Díaz,
como un aparato de propaganda del estado. (Se rumora que al igual que Porfirio Díaz el
General Reyes viajaba con equipo y un cinematografista de la casa Pathe para registrar
sus acciones y proyectarlas posteriormente).
El Tiempo. 18 de Marzo de 1948
2. EL CINE COMO PROMESA DE MODERNIDAD
"acabamos de tener un cúmulo de espectáculos públicos como nunca habíamos visto, y
como deseamos se repitan siempre, porque ello sería síntoma de un progreso que aún
está lejano para Bogotá” (Bogotá 55, 9 de septiembre de 1897, “Algo de teatros”
Plácido).
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Para empezar este capítulo debemos tener en cuenta que aquello que determina los
cambios en las estructuras sociales y las mentalidades incluso, como lo menciona
Norbet Elías son “los planes y las acciones, los movimientos emocionales o racionales
de los hombres aislados se entrecruzan de modo continuo en relaciones de amistad o
enemistad. Esta interrelación fundamental de los planes y acciones de los hombres
aislados puede ocasionar cambios y configuraciones que nadie ha planeado o creado. De
esta interdependencia de los seres humanos se deriva un orden de un tipo muy concreto,
un orden que es más fuerte y más coactivo que la voluntad y la razón de los individuos
aislados que lo constituyen”(1897.449) , es decir, la configuración de esta nueva
percepción y formas de socialización dentro de los teatros no se lleva a cabo en el marco
de una serie de acciones programadas. Por tanto, estas categorías que proponemos no se
dan como acciones premeditadas sino que se dan como resultado de las formas de
socialización propias de la sociedad capitalina asistente a este espectáculo.
Este momento tiene varias características las cuales se vuelven difusas si tenemos en
cuenta que estas formas de segregación son tipos ideales y no se hallan en estado puro,
como ya lo hemos mencionado. Como vimos en el apartado anterior el espacio donde se
realizaban los espectáculos era indispensable para juzgar el estatus social de los
mismos. Gracias al impulso que propició la inversión privada en la primera década del
siglo XX se construyeron teatros exclusivos para la proyección de cine. El 8 de
diciembre de 1912 se inaugura en Bogotá el primer teatro para dicho fin (aun cuando el
espacio se usaba también para otros eventos) el Gran Salón Olympia (Rico.2016). El
solo hecho de asignar este nombre, tomado del Cinema Olympia el cual sería el más
importante en Italia para ese momento, mostraba un intento de copiar y aproximarse a
las grandes metrópolis. En este caso, como en muchos otros, la espectacularidad del
espacio residía no en la comodidad del mismo o su utilidad sino en su apariencia
estética. La idea de equipamientos que copiaran el estilo arquitectónico europeo bien
fuera italiano o francés llenaba de orgullo a los capitalinos y dotaba el espacio de un aire
de modernización, es decir de un nuevo aire europeo.
Este proceso fue tan rápido que en la capital un año después, 1913, se construyó el
Salón Talía con el mismo fin, un año después se construye el Salón Apolo y en los años
siguientes se construirán el Cinerama (1915) y dos salas más en 1917 y para el año de
1918 los teatros Caldas y Bogotá.
18
Este rápido crecimiento da cuenta de la percepción de los espacios culturales como
lugares para la realización humana y el progreso de la comunidad. En una columna de
opinión publicada en el diario El Pelele asegura que:
“Así como el hombre material necesita trabajo para no desequilibrar el organismo, así
también el hombre intelectual o moral necesita distracción, lugares de expansión y de
aprendizaje, esto quiere decir en donde haya civilización: teatro, paseos, bailes,
reuniones, conciertos, etc.” (El pelele, 29 de junio de 1929)
Lo anterior muestra un salto en la concepción del deber ser de cada sujeto según su
origen social (Bourdieu.1997), así quienes sean hombres de trabajo deben realizarse
mediante el trabajo mientras quienes sean hombres intelectuales deben contar con los
equipamientos para su realización intelectual y moral. Consideramos que es una
expresión de una incipiente estructura de oposiciones (Bourdieu. 2000) en el consumo
cultural capitalino y el establecimiento de relaciones entre la moralidad y la
intelectualidad ya que, como señala Nietzsche “El derecho del señor a dar nombres llega
tan lejos que deberíamos permitirnos el concebir también el origen del lenguaje como
una exteriorización de poder de los que dominan: dicen «esto es esto y aquello»,
imprimen a cada cosa y a cada acontecimiento el sello de un sonido y con esto se lo
apropian, por así decirlo”(2005) creando así un pathos de la distancia entre el consumo
de las elites y el no-consumo de las clases populares (aun cuando estas eran quienes más
consumían cine que es el producto que nos ocupa).
De igual manera, la década del cuarenta, con respecto a los años anteriores, se
caracterizó por el ingreso de una gran cantidad de migrantes a la ciudad. Debido a ello
se crearon nuevos barrios, parques, edificios y avenidas. “Colombia deja de ser un país
rural… la prosperidad de las grandes ciudades, una vez superada la gran crisis, atrae y
congrega gentes que parecen de dudoso origen. Nunca antes la marginalidad había
estado tan presente en las ciudades” (Patricia Londoño en Barreto. 2000.133)
Está idea del cine como promesa de modernidad se expresa, como lo hemos visto, no
solo en los equipamientos arquitectónicos sino también en la valoración social que se
hace del mismo. El estado usa en los 40 el cine como herramienta pedagógica para
llevar el progreso y la cultura a los barrios periféricos y sobre todo a las clases
populares, a quienes se inducia, por medio de la censura y las decisiones de las casas
19
distribuidoras, a ver mayoritariamente contenidos relacionados con la higienización, la
alfabetización, la puesta en valor del buen ciudadano y las herramientas para tecnificar y
cualificar mano de obra.
No obstante las formas de segregación espacial no van siempre en detrimento de la
accesibilidad. La necesidad de educar y consolidar una ideología y una idea homogénea
de públicos y cultura logran dar una vuelta a estas iniciativas, es decir, se llega a los
lugares donde antes no se llegaba y a los públicos a los cuales se segregaba o a los que
se veía como sujetos vulnerables y de psiquis y moral moldeable para así impartir estos
ideales modernos. El coste de la accesibilidad a los contenidos cinematográficos era
pues la aceptación de la difusión del contenido ideológico del estado.
“El público infantil, fue un foco de interés político a inicios de la década de 1940 para el
proyecto de educación liberal, por ello se buscó el reconocimiento de la realidad social
y psíquica específica de esta población, y se dispuso de escenarios como el Teatro
Cultural del Parque Olaya Herrera con el fin de “aprovechar el teatro al aire libre para
intensificar la divulgación del arte en sus más variadas manifestaciones" presentó
actividades alternadas a la proyección como recitales, marionetas, bailes, o actos a cargo
de los niños, y llevó el cine educativo a los barrios de la ciudad y a territorios rurales.
Esto como parte del programa del ministerio de educación de forma gratuita para llegar
especialmente a la clase trabajadora.” (Bello. 2013. 35)
Se crea el Teatro Cultural con la intención de presentar estos contenidos ideológicos en
un espacio que congrega a la ciudadanía con un fin civilizatorio. Ya que no se podía
garantizar la asistencia de las personas y llegado el fin del periodo liberal significó la
interrupción temporal del proyecto educativo, el Teatro Cultural sigue en
funcionamiento y para 1948, por orden del departamento de extensión cultural y Bellas
Artes, de forma ambulante llega a los barrios aislados de la ciudad, asilos,
reformatorios, cárceles, hospitales, colonias de vacaciones y cuarteles del ejército y la
policía.
Así queda expresado en una columna del diario El Tiempo:
“Es posible también que en la proyección de determinadas películas “cooperen” algunos
conferenciantes que darán al público concurrente a estos espectáculos, nociones
20
sencillas y de grande interés sobre los diversos aspectos de la cultura. En el Teatro al
Aire libre habrá grandes programas populares. (El Tiempo. 9 de marzo de 1942)
3. COHABITACIÓN DESIGUAL
La cohabitación desigual es quizá una de las formas de segregación, junto a la
segregación espacial, que más fuertemente se expresan en nuestra época pero cuyo
origen se remonta al origen mismo de las adecuaciones cinematográficas. En 1912 con
la construcción del Gran Salón Olympia se conoció la primera adecuación destinada al
cine, en ella la disposición del espacio era particular. El telón que actualmente
conocemos está dispuesto en el fondo de la sala, frente a las sillas, en el Salón Olympia
se encontraba en la mitad del teatro. Tal ubicación engendraba las más diversas formas
de diferenciación; la primera refería a una segregación económica, quienes pagaban una
boleta más costosa tenían la posibilidad de sentarse frente a la pantalla y disfrutar la
proyección al derecho, sentados cómodamente y con la oportunidad de leer los
subtítulos por el contrario, quienes no tenían capacidad adquisitiva debían sentarse en la
parte posterior de la pantalla viendo la película al revés al igual que los subtítulos (ya
que hablamos de cine silente) (Avila.2005) esto último ponía de manifiesto otro
elemento que reforzaba está segregación, quienes no sabían leer debían recurrir a pagar
a un lector y traductor que facilitara esa labor.
Tomado de: Las salas de cine en Bogotá: Esplendor y ruinas. Luz Clemencia Pérez
21
Este es el único teatro del cual se sabe que existiera esta disposición espacial y por lo
tanto el único en el que se dio de manera tan explícita esta forma de segregación, no
obstante los espacios de ópera y teatro manejaban una forma similar de diferenciación
que se ha legado hasta el presente. Dicha forma es el cobro diferenciado y la disposición
de espacios VIP o preferenciales como la platea donde, por un mayor precio, se puede
disfrutar más a gusto y lejos personas indeseables el majestuoso acto de ver cine. Así
quedó expresado en una opinión expresada en el diario el Espectador:
“— Quisiera expresar mi protesta de colombiano, y de HOMBRE MEDIANAMENTE
CULTO, contra la actitud bien ridícula, y hasta grosera de un par de MUCHACHITAS
DE RUANA… Se dedicaron desde el comienzo de la exhibición a aplaudir, y hacer
ruido, en la forma menos edificante que se pueda uno esperar de unas cuasi señoritas
por su edad... las chicas vociferaban los nombres de los protagonistas del drama ruso,
no sabemos, si con pueril intento de reírse de una de las más celebradas obras del
inmortal genio, o para demostrar, a ojos vistas, y a todos los vientos, que su
MODESTÍSIMA CULTURA, y su apabullante malacrianza, no les había permitido
valorar ni entender las excelsitudes de la película” (El Espectador.1948)
Este comentario no solo expresa la urgencia que se manifestaba de fortalecer el pathos
de la distancia sino también la intención de crear formas de conducción dentro de estos
espacios y la consolidación de una eticidad de las costumbres (Nietzsche,2005) o en
palabras de Norbert Elías una serie de coacciones que tiendan a domesticar y crear una
hegemonía sobre lo que se ve, como se ve y que se piensa luego de verlo, es decir, una
política de la mirada. Todos estos esfuerzos son antecedentes de la consolidación de una
cultura civilizatoria como señala Nietzsche:
“Suponiendo que fuera verdadero algo que en todo caso ahora se cree ser
«verdad», es decir, que el sentido de toda cultura consistiese cabalmente en sacar
del animal rapaz «hombre», mediante la crianza, un animal manso y civilizado, un
animal doméstico, habría que considerar sin ninguna duda que todos aquellos
instintos de reacción y resentimiento, con cuyo auxilio se acabó por humillar y
dominar a las razas nobles, así como todos sus ideales, han sido los auténticos
instrumentos de la cultura; con ello, de todos modos, no estaría dicho aún que los
depositarios de esos instintos representen también ellos mismos a la vez la cultura.”
(2005.55)
22
Dicho lo anterior, en la Colombia de los años 40 la puesta en valor de la alta cultura
frente a la baja cultura se hizo latente en los escenarios cinematográficos. Si bien
pululaba un aire de democratización de la cultura, cuyos efectos más que de
democratización obedecen a la masificación de estos productos culturales, bien fuera
como herramienta de disfrute o como vehículo ideológico, la calidad y estatus de estos
escenarios también estaban dados por una figura de legitimidad encarnada en los
personajes importantes y valiosos que asistían a los teatros. En palabras de Bourdieu,
“La calidad social del público y el beneficio simbólico que proporciona determinan la
jerarquía específica que se establece entre las obras y los autores en el interior de cada
género, ya que las categorías jerarquizadas que se distinguen en él concuerdan bastante
estrechamente con la jerarquía social de los públicos. (Bourdieu.2003.105.)” Para
ejemplificar lo anterior a continuación mostramos la opinión de un columnista del diario
El Espectador respecto a la inauguración del Teatro Astral:
“Con asistencia de un selecto grupo de invitados, entre quienes se contaban elementos
muy destacados del gobierno, la sociedad, la diplomacia, la industria y la prensa, se
llevó a cabo anoche la reinauguración del Teatro Astral, sometido recientemente a una
serie de importantes reformas que contribuyen a aumentar la categoría y el prestigio de
esa magnífica sala de espectáculos. Reinauguración del Teatro Astral. (El Espectador
.10 de junio de 1944.)
Por oposición a esto cuando ocurrían impases en las funciones o las afueras del teatro se
recurría a la imagen de las clases populares o gentes incultas como sujetos peligrosos.
Las expresiones de inconformidad de algunos espectadores eran atribuidos a una falta
de cultura y de domesticación de las clases populares, Norbert Elias señala frente a los
procesos civilizatorios que si bien se da en las estructuras sociales también es
diferencial según la procedencia social, dice que “En el pasado, las funciones de las
clases trabajadoras inferiores sólo estaban imbricadas de tal modo en la red de
interdependencias que sus miembros se limitaban a intuir las consecuencias a largo
plazo y —cuando eran desfavorables— contestaban con la agitación y la sublevación,
esto es, con descargas afectivas a corto plazo. Pero sus funciones no estaban
constituidas de modo tal que pudieran convertir siempre de modo automático las
coacciones externas en autocoacciones; sus tareas cotidianas no daban posibilidad para
contener sus deseos y afectos más inmediatos en beneficio de algo que no parecía
directamente accesible, razón por la cual sus sublevaciones casi nunca conseguían un
23
éxito duradero.” (Elías.1987. 465.) aquello que es considerado como un acto de lo
inculto no es más que la expresión de una serie de coacciones externas que no se han
convertido en autocoacciones en las clases populares y que por tanto no se incorporan y
se expresan cómo una liberación de una pulsión o sentimiento. Es decir, no se logra la
asimilación de las coaaciones externas en el habitus de estas clases.
Al hablar de un habitus que se expresa en las acciones de resistencia a la asimilación de
la civilidad hacemos referencia a la relación entre la cotidianidad y el acto del consumo
de cine mismo, como señala Sunkel, a propósito de Martin Barbero “por cierto, esta
reivindicación de las prácticas cotidianas como espacios que posibilitan un mínimo de
libertad no implica, en el análisis de Martín Barbero, una sobre-estimación de la libertad
del consumidor. Por el contrario, estas prácticas se ubican dentro de un sistema
hegemónico; son prácticas del “ escamoteo” que buscan burlar el orden establecido. En
esta óptica, el consumo será una práctica de producción invisible, hecha de ardides y
astucias, a través de la cual los sectores populares se apropian y re-significan el orden
dominante. (2002.5.)
Se construyó la imagen de un sujeto peligroso que era peligroso no solo por sus actos
violentos sino también por su precaria cultura e inadecuada conducción en los espacios
de erudición. Así queda expresado en una columna en el diario El Espectador:
“El apagón que hubo anoche en la ciudad, de las once menos cinco a las doce, por causa
de un grave daño en las plantas de electricidad, provocó un grande escándalo en el
Teatro Lux, donde un grupo de gentes incultas que asistía a la exhibición de una
película, prorrumpió en protestas al obscurecerse el teatro y luégo se dedicó a destruir la
silletería, logrando volver añicos más de cincuenta sillas”. (El Espectador.1942, Junio
12. )
De igual manera dos años después un breve comentario sobre la postura de los
empresarios frente a diferentes disposiciones de los teatros encontramos esta medida de
vender menos silletería de la disponible como forma de escarnio público y búsqueda de
una vigilancia social a estos sujetos de gran pobreza:
“Nunca vendemos tantas localidades como butacas hay, sino que en los llenos siempre
dejamos un margen de más de ochenta butacas sin vender, y el segundo, para poner de
presente ante la gente respetable la labor de miserable de algunas gentes de gran
pobreza que han dado en acuchillar la silletería. ( El Espectador. 1944, Septiembre 30)
24
De igual manera el diario el Tiempo se expresaba así frente a otra revuelta ocurrida en
el Teatro Real:
(…) en vista de que se habían agotado las boletas no fue posible ceder a su demanda lo
que dio lugar a que violentaran las puertas siendo incapaces los agentes de policía y
empleados del teatro para contener avalancha. Afortunadamente, minutos después, llegó
un pelotón de agentes y restableció el orden con gran eficacia. Una gran multitud
invadió el teatro Real ayer en la tarde. (El Tiempo. 12 de enero de 1946.).
Detrás de estas manifestaciones destructivas y de las nociones excluyentes de incultura
y pobreza con las que son calificadas, yace el supuesto de la función educadora
atribuida a los productos culturales, que hasta mediados de la década fue contemplada
en la propuesta educativa liberal en curso. Ejemplo de ello fue la difusión de
conocimientos y prácticas modernas a través de medios masivos de comunicación - tuvo
un despliegue significativo pero aun así no se cuenta con un registro de conservación en
el caso de la producción de cine educativo respaldado por la Ley 9 de 1942 para el
fomento del cine ( lo cual dificulta su estudio)-. El proyecto educativo pretendía acercar
los contenidos de la alta cultura a través de obras literarias, teatro, danzas, música, y
algunas películas de cine educativo a las clases populares, para que con la apropiación
de estos productos culturales se creara una nueva forma de expresión pública de la
cultura propia. (Camacho.2010)
Así pues, Hay una relación entre la valoración social que se hace del dominio de las
pulsiones y el “instinto” de los sentimientos y la ilusión del éxito o el éxito efectivo en
la interacción con los demás. La reacción frente a las inconformidades durante la
proyección o antes de la misma llevaba a las clases populares y algunas veces a las
medias y altas, quienes expresaban su histéresis del habitus, al realizar acciones
violentas como reacción a medidas impositivas y a su vez como expresión de un
proceso de segregación de los no civilizados .
Otro hecho importante en este punto es la distinción que se generó a raíz de la
vestimenta. Como señala Cecilia Feldman en una entrevista realizada por Fuquene: “Era
un acontecimiento ir a cine, como ir al Colón, era muy importante, tenía uno que ir muy
arreglado… se vestía de oscuro, la gente era muy silenciosa, las mujeres se vestían con
pañolón negro y alpargatas… la gente que iba al Apolo usaba zapatos… a los teatros no
iba gente del alpargatas” (Cecilia Feldman en Fuquene. 2000).
25
Si bien había una distinción marcada claramente entre los que asistían de ruana y
quienes llevaban saco o gabán también había elementos propios de la burguesía que
daba estatus dentro de la clase. Entenderemos entonces que las prendas de vestir
reflejaban no solo capacidad de adquisición dentro de estos sectores de clase sino
también la incorporación de ciertos capitales sociales y culturales como la moda
(Bourdieu. 2003) .Específicamente nos referimos a los sombreros que eran usados para
asistir a los eventos en teatros y reuniones sociales que ya hacían parte de la
indumentaria de los y las bogotanas. Este elemento era llevado a los teatros y expresaba
un código social; las plumas, los brillantes los diseños e incluso las dimensiones de los
mismos eran el reflejo de la capacidad adquisitiva y la posición social. Empero, estar
sentado justo detrás de una persona que mostraba su elevado nivel social mediante el
uso de sombreros dificultaba la visibilidad de la pantalla. Esto intento ser subsanado
estableciendo dos medidas, por un lado inclinando el suelo de tal forma que las bancas
de atrás quedaran más elevadas que las del frente y por otro lado se prohibió el porte de
sombreros en estos escenarios:
“El público que asistiere a los teatros (hombres y mujeres) deberá permanecer sin
sombrero mientras se verifica el espectáculo. Los acomodadores se encargarán de
recordar a los concurrentes el cumplimiento de esta disposición. Las empresas serán
responsables de la infracción de este artículo, con multas de diez pesos por cada vez. (El
Tiempo. 12 de agosto de 1947.)
Es este uno de los pocos casos en que las medidas adoptadas en los teatros dirigirán su
foco a la conducción de las clases altas en los escenarios públicos. Pero dado que la
resistencia es inmanente a las relaciones de poder (Foucault.1999), las clases altas
tardaron en adoptar estas medidas, como señala Rico:
“El hecho de que el problema con los sombreros continúe durante estos años, hace que
en 1947 finalmente se convierta en prohibición, lo cual indica una resistencia colectiva
que reafirma una noción sobre el cuerpo y su forma de expresión en sociedad; de
acuerdo con Sennett (1978), la vestimenta constituye la exhibición de signos que en la
mirada del otro quieren despertar la impresión adecuada, la asociación a una clase
social afín. Aquí, la importancia de crear signos de distinción específicos, como los que
implicaron el tamaño y la decoración de los sombreros femeninos, asume mayor
significado cuando se retoma la mezcla de públicos como un aspecto inevitable en esta
26
actividad, en la que los signos del vestuario y el comportamiento, fundamentan la
distinción entre los públicos. Y a los cuales, se busca neutralizar en el desarrollo de la
actividad. Esta prohibición reafirma la intención de homogenizar a los públicos en su
permanencia en el teatro.” (Bello. 2013.55.)
Dado que el uso de prendas de vestir se ubicaba fuera del ámbito específico del
consumo de cine, consideramos que esta disposición no solo tuvo implicaciones dentro
de las formas de conducirse dentro del teatro sino también sobre las formas de
subjetivación en la sociedad , ya que hemos visto en el consumo de cine como señala
Elías, como “las coacciones sociales externas van convirtiéndose de diversos modos en
coacciones internas, cómo la satisfacción de las necesidades humanas pasa poco a poco
a realizarse entre los bastidores de la vida social y se carga de sentimientos de
vergüenza y cómo la regulación del conjunto de la vida impulsiva y afectiva va
haciéndose más y más universal, igual y estable a través de una autodominación
continua.” (1897. 449.) es decir, la supresión del sombrero en los atuendos bogotanos y
la pérdida de resistencia a usarlo en estos escenarios pasó a ser una forma de
autocoacción en pro de civilizar los espacios cinematográficos. El uso de estos
sombreros era también una muestra de civilización para las clases altas, sobre todo para
las mujeres ya que implicaba adoptar las costumbres de la moda parisina, en la sección
dedica a las modas y modales que debían ser adoptadas por las mujeres quedaba
expresado así:
10 de Octubre de 1949. El Tiempo
No obstante, esta nueva moda iba en contraposición con las disposiciones oficiales, por
lo cual se daba una disparidad entre, por un lado la apropiación cultural de estas prendas
francesas y por otro los ordenamientos de buen comportamiento propias de Bogotá.
27
4. SEGREGACIÓN ESPACIAL.
Las obras de arte se dividen en dos categorías: las que me gustan y las que no
me gustan. No conozco ningún otro criterio
Anton Chéjov
En 1912, cuando llega el cine a la capital, Bogotá era una pequeña ciudad con apenas
unas cuantas cuadras de territorio, las distancias a recorrer eran cortas y los espacios
como teatros y plazas cumplían una función socializadora, eran estos lugares de
encuentro para personas de las más diversas clases sociales. Pero el crecimiento
demográfico y las dinámicas globales la llevaron a una expansión apresurada y esto
configuró una nueva espacialidad para los teatros. Un elemento fue la aparición de
nuevos cines en la década de los 40. Para muchos estudiosos del cine en Bogotá como
Ávila “la aparición y posterior proliferación de los cines de barrio puede leerse como un
producto del proceso mismo de metropolización que vivía Bogotá, pues en la medida en
que las áreas de vivienda se expandían y las principales vías eran ampliadas para
conectar nuevos sectores con las centralidades existentes, se hizo necesario un proceso
de descentralización de una actividad tan importante como ya en aquel momento lo era
la exhibición de cine” (2005). Para otros la ubicación no es suficiente síntoma de lo
segregación ya que, como señala Bello “la ubicación de los teatros no puede verse
como un aspecto determinante para la lectura de los públicos de cine, pues supone sólo
la intencionalidad de sus empresarios.” (2013).
Estas salas fueron construidas en áreas centrales de los sectores populares y la función
socializadora que cumplían a nivel distrital ahora se daba a nivel barrial generando
cohesión urbana en los centros de las centralidades y en los centros de la periferia “las
salas de cine barrial acompañaron los procesos de estructuración y fortalecimiento de
comunidades obreras principalmente, por cuanto enriquecieron el espacio cotidiano al
conformar plazas y parques centrales, como el teatro Junín en el barrio Santa Sofía, el
Santa Cecilia en el Olaya Herrera, el Unión en la Perseverancia, y los teatros Las Cruces
y Quiroga en los barrios del mismo nombre” (Ávila. 2005).
Pero estos no fueron los únicos cambios, en la década del 40, cuando se da esta
expansión también hay un cambio en cuanto a la apertura a nuevos contenidos
28
(Relacionado con la pérdida parcial de autoridad de la Acción Católica Colombiana y
las Juntas de Censura, tema que trataremos más a delante). La llegada del sonido al cine
en la década anterior rompió con la barrera del analfabetismo dado que se empezaron a
doblar las películas, aquello proporcionó una nueva experiencia para todas las clases,
cada una a su medida. De igual manera la circulación de filmes de países
latinoamericanos como México y Argentina se hizo lugar en el mercado y logró captar
la atención de este público. El cambio de representación que sucedía en la pantalla y la
cercanía de los referentes culturales de los mismos llevaron a aquel gran público de los
años 20 a volver a los teatros. Como señala Martínez Pardo “- En 1942, existían en
Bogotá 21 teatros cuya programación daba prioridad al cine mexicano, seguido por el
norteamericano, el argentino y algunas películas francesas, y era un hecho la
desaparición del cine italiano de las pantallas bogotanas; ya en 1943, de 17 películas en
cartelera a principio de mes, 8 eran mexicanas, 7 norteamericanas, una argentina y una
francesa, siendo las producciones argentinas y las francesas las que ceden ante la
presión de la oferta gringa” (1996) Es preciso aclarar que el auge de estas películas
norte-americanas no hubiese sido posible de no ser por el doblaje, aun cuando muchos
críticos y visitantes de las salas de cine consideraran que era un pésimo doblaje e
incluso se solicitara retirar estos doblajes y solo proyectar el film con su audio original.
Esto es una medida adoptada no solo en Bogotá sino en américa Latina:
“La revista parisina “La technique cinematographique” inserta una información de Chile
que dice textualmente: El señor Ricardo Boizart, Director general de información y
cultura de Chile. Ha declarado que las películas dobladas serán prohibidas en el país
dado que no contribuyen a la cultura popular por malas traducciones y deformaciones
en el acento” (El Tiempo. 20 de Febrero de 1948.)
De igual manera, en una columna anónima en el diario El Tiempo un crítico se refiere al
doblaje como detrimento de la alta cultura a los ojos de la industria y los productores;
sin embargo lo veían a su vez como una herramienta para aumentar el margen de
ganancias dado la creciente asistencia de este publico teóricamente despreciable:
“pero de este general desconcierto que no podía durar eternamente, ya bien aprendida
la lección, está saliendo una que puede ser la política a seguir por todos los estudios:
presentar la versión original solamente en teatros de ciudad y primera categoría para
un público más o menos familiarizado con la lengua inglesa, y la versión hablada, que
29
ya no habría de ser tan costosamente hecha, en los teatros de vecindad y de pueblo,
donde los mas del publico apenas saben leer, y el inglés es como si les hablaran en
chino. Ahora bien; como de sobra han de saberlo en México este publico teóricamente
despreciable para los aristócratas de la industria resulta en fin de cuentas el más
importante. Aun iría hasta el extremo de darle a él el margen de utilidad de una
película” (El Tiempo. 05 de enero de 1946)
De esta manera se logra instituir una visión sobre lo que son las formas legitimas de una
obra de arte y lo que, por el contrario va en detrimento de un purismo artístico “producir
la creencia en el poder creador del artista. Partiendo de que la obra de arte sólo existe
como objeto simbólico provisto de valor si es conocida y está reconocida, es decir si
está socialmente instituida como obra de arte por unos (Bourdieu. 2002. 15.). Esta
consolidación de la legitimidad y valoración de una obra no llega a ser completamente
exitosa si tenemos en cuenta que no es una cuestión unidireccional, la apropiación del
cine y sus contenidos requiere simultáneamente que exista un público con unas
características definidas y unas formas de expresión y adaptación necesarias en palabras
de Bourdieu, es necesaria la existencia de “espectadores dotados de la disposición y de
las competencias estéticas necesarias para conocerla y reconocerla como tal, la ciencia
de las obras tendrá como objeto no sólo la producción material de la obra sino también
la producción del valor de la obra, o lo que viene a ser lo mismo, de la creencia en el
valor de la obra” (2002. 339).
Igualmente, otro hito va a marcar este proceso, al menos hasta la década de los 40 es
que este excesivo crecimiento cuantitativo de las salas de cine no implicó
necesariamente un avance en lo cualitativo; muchas de las salas que iban siendo
construidas en los barrios y fuera de las centralidades pese a sus características
arquitectónicas notablemente más modernas que su entorno no eran las más
vanguardistas o cómodas. Muchas contaban con una silletería precaria, deficientes
sistemas de ventilación y sonido o imagen defectuosas. Por tal motivo y dada la
excesiva necesidad de control sobre los públicos y los teatros no solo de las casas
distribuidoras sino también de la administración que abanderaba las campañas
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higienistas se llevó a cabo lo que llamaremos una taxonomización de las salas de cine,
lo que derivará indirectamente en una precaria taxonomización de los públicos.
Se establecieron tres categorías de clasificación que tenían como base, primero las
adecuaciones arquitectónicas del teatro y, segundo el contenido de los films
proyectados. Así las salas mejor adecuadas y con proyecciones de estrenos eran teatros
de primera y cobraban $0.60 la entrada, entre estos se podían encontrar el Aladino,
Colombia, Astral, Apolo, Lux entre otros. La segunda categoría tenía un costo de $0.50
a $0.40 y entre estos estaban el Caldas, Imperio, Odeón y Teusaquillo. Por ultimo
estaban los teatros de tercera o de barrio cuya entrada oscilaba entre los $0.30 y los
$0.10 pertenecían a esta categoría teatros como el Olympia (desaparecerá
posteriormente este icono del cine nacional y capitalino), Las Cruces, Granada, Nariño
y Alhambra, solo por mencionar algunos.
Como señala Feldman, “Las películas se programaban distinto, por ejemplo el teatro
Aladino tenía programadas películas más finas, no se daban películas mexicanas. En
Las Cruces se daban otro tipo de películas, se daban mexicanas. La silletería de las
Cruces era de restos de otros teatros y se usaban máquinas de otros teatros. Al Apolo,
que era un teatro de estreno, le pusieron coginería nueva, cortinas nuevas, todo era
nuevo. Todo esto antes de los sesenta” (Cecilia Feldman en Barreto.2000)
Así “si los teatros de baja categoría se caracterizaban en mayor medida por tener
condiciones higiénicas lamentables, comodidades modestas y por ser espacios
frecuentados por la clase baja, los teatros de primera y segunda categoría por
oposición ostentan lujos y promueven la reunión de las altas personalidades de la
esfera social; representantes eclesiásticos, embajadores, médicos, familias y
dependientes de los servidores públicos, entre otros personajes son invitados a la
promoción de estrenos cinematográficos, inauguraciones y reinauguraciones de teatros
con la intención de incrementar la categoría de los mismos y así atraer a públicos de
un estatus más alto”.( Bello. 2013)
Por ejemplo, respecto a los teatros de tercera categoría un cinéfilo anónimo en una
columna del diario El Tiempo asegura que:
31
“en ellos se fuma, se escupe y se tose sin limitación y sin respeto y a la media hora el
aire es ya viciado sin oxígeno; siempre entran a ellos más personas de las que
higiénicamente caben (...) (El Tiempo. 9 de julio de 1947)
Y en una columna del día 20 del mismo mes encontramos que:
Los teatros de barrio además de no gozar la mayoría de ninguna comodidad no cumplen
con los mandatos de la higiene. Muchos de ellos son un criaderos de pulgas ratones y
toda clase de bichos -(…) Urge una medida al respecto. Pues el aseo del salón es más
necesario que la colocación de los sistemas de ventilación ordenados por el consejo para
eliminar las nubes de humo. Un poco más de compasión para el pobre cineasta de las
clases económicamente pobres” (El Tiempo. 20 julio de 1947)
Estas medidas estaban respaldas también por las autoridades distritales. Las campañas
de higienización deseaban a toda costa sanear los espacios públicos pero a su vez
fungieron las veces de juez sobre los espacios dignos y limpios de aquellos que no lo
eran. Si bien se dio el cierre de muchos teatros por estos motivos se permitió el
funcionamiento de muchos que no cumplían las condiciones de higiene necesarias. Lo
anterior fortaleció la estructura de opciones dentro del campo del cine, entendiendo el
campo en palabras de Bourdieu como un “sistema estructurado de fuerzas objetivas, una
configuración relacional dotada de una gravedad especifica capaz de imponerse a todos
los objetos y agentes que penetran en ella” (Bourdieu, Wacquant.2005), en el sub campo
del consumo, creando una jerarquía entre los lugares más aptos con las gentes más
cultas y su polo opuesto.
Como señala una colunmna anónima en El Tiempo, el secretario de gobierno de Bogotá,
Carlos Reyes Posada, realizó y una serie de visitas a teatros del centro y norte de la
ciudad para comprobar las condiciones de higiene y comodidad respecto a sus precios:
“Según informó el señor secretario en el día de hoy se propone realizar una visita a
todos los teatros del norte de la capital. Después del cual elaborará las conclusiones y
fijará las obligaciones que tienen los teatros de proceder a hacer las reformas del caso
según el dictamen pericial respectivo” (El Tiempo. 04 de enero de 1949)
Así pues, entra en disputa no solo la legitimidad de los espacios en relación a una
capacidad adquisitiva y a los públicos que iban a estos, también se consolidan
autoridades fuera del campo cinematográfico cuyo capital político les otorga capacidad
de influir en este campo, como señala Bourdieu, ningún campo logra ser autónomo y su
32
relación con los demás y la creación de una estructura de opciones es, precisamente, lo
que le otorga la condición de campo. No obstante las posibilidades de influencia de
estas entidades no eran totales ya que “dependen de la posición que estos agentes
ocupan en la estructura del campo, es decir en la estructura de la distribución del capital
específico, del reconocimiento, institucionalizado o no, que le es concedido por sus
pares competidores, o por el gran público y que orienta su percepción de los posibles
ofrecidos por el campo y su elección de aquellos que trataran de actualizar o de
producir” (2002.309).
En este mismo sentido, en el año de 1949 se emite un decreto que propone clausurar los
teatros que no sean de primera categoría:
“(…) Hoy el alcalde de la ciudad sancionará un decreto por medio del cual se ordena la
clausura de varios teatros que en concepto de la Comisión Técnica del Municipio, no
reúnen los requisitos indispensables para su funcionamiento (…) Será inflexible en el
cumplimiento de las disposiciones sobre higienización y confort de las salas de
espectáculos, ya que estima que la ciudadanía tiene derecho a contar con
establecimientos de primera categoría. No solo en el sector central sino también en los
barrios y demás zonas urbanas” (El Tiempo. 03 de septiembre de 1949)
En lo relacionado al servicio de higiene, los que no consiguen proporcionar un mejor
servicio son clausurados, los que permanecen evitan crear un filtro sobre los públicos
asistentes y son asociados a un público de baja condición económica de hábitos
higiénicos que empeoran el ambiente de suciedad. (Avila.2015)
Así pues, se refuerza la idea de que el campo cinematográfico no logra ser autónomo
(ya no por la censura católica únicamente) y que en esta pérdida de independencia se
contrapone la exclusividad y comodidad con la accesibilidad. El cierre de teatros de
bajas condiciones de comodidad fue también la restricción en la oferta de espacios para
el disfrute. Es decir, las clases populares podían seguir asistiendo al teatro en sus barrios
pero ahora debían pagar el precio de los teatros de primera categoría ubicados en las
centralidades y en los casos en que no se cerraban estos salones las clases populares
podían asistir a módicos precios, eso sí, con condiciones precarias.
Las condiciones de higiene eran pues determinantes para generar esta jerarquía en las
salas y por consiguiente en los públicos. No obstante muchos de los decretos no eran
33
acatados por los teatros en vista de la necesidad expresada por los asistentes,
independiente de la clase disposiciones del tipo de venta de dulces o consumo de
cigarrillo en estos espacios (acciones derivadas del habitus y las condiciones materiales
de existencia de quienes hacían uso de estos espacios) demostrando así una resistencia
de los cuerpos a dejarse conducir en los espacios como teatros como quedó comprobado
con la disposición de los sombreros y a continuación con dos columnas mas sobre la
venta de dulces y otras disposiciones en estos espacios:
“Artículo 1. A partir de la fecha del presente decreto en los salones de espectáculos
públicos y teatros de la ciudad podrán venderse dulces y en general cualquier clase de
comestibles en estantes o kioskos adecuados e higiénicos, cuya presentación esté de
acuerdo con la estética y el buen gusto, instalados en los vestíbulos o antesalas o en los
salones para té contiguos a las salas de espectáculos. (El Espectador. 18 de Junio de
1949)
Y dos años después encontramos en el diario EL Tiempo:
“En vista de estos hechos -decreto vigente y violación del mismo- hacemos un cordial
llamamiento a los administradores de cinemas para que hagan cumplir el sabio decreto
sin contemplaciones y sin debilidad. En numerosos teatros bogotanos, por ejemplo,
sobre todos los de "reprisse" ubicados en los barrios, los espectadores hacen alarde de
su grosería encendiendo cigarrillos. Humo en los cinemas (El Tiempo. 18 de noviembre
de 1951.)
Y Respecto a las medidas de conducción de los cuerpos en estos espacios y otras
prácticas de consumo civilizatorias, como el consumo de cigarrillo en las salas
encontramos que:
“Son diversas las interpretaciones que ha merecido tal medida, los fumadores que
critican la medida, son una minoría insignificante. Para evitar que vaya a ser burlada
hemos podido saber que los empresarios de cine suspenderán todo acto tan pronto como
se observe la menor infracción, y, por medio de la policía, harán desocupar la sala de
tales elementos repudiados hoy por toda la ciudadanía” (El Tiempo. 10 de marzo de
1949.)
34
El Tiempo. 2 de enero de 1940
En términos de segregación espacial y cohabitación desigual es importante tener en
cuenta la influencia de la censura realizada por la Acción Católica Colombiana. En los
años 30 bajo el mandato de la hegemonía conservadora se adoptaron variadas medidas
para controlar el contenido moral de proyecciones, obras de teatro, literatura, pintura y
general cualquier expresión que relacionara el desarrollo del espíritu y la conciencia en
las masas. Esto debido a la visión infantilizadora que tenía el estado de las clases
populares. La creación de la Acción Catolica (A.C) en todo el mundo fue una orden
directa del Vaticano a las iglesias de todo el mundo con el fin de regular y censurar
dichos contenidos, luego de ello y tomando como ejemplo la Liga de la Decencia,
organización Estadounidense creada con el mismo fin que la A.C, se crea en Colombia
la Acción Catolica Colombiana y las Juntas de Censura.
En el año de 1936 el gobernador de Cundinamarca, Parmenio Cardenas, emitió el
decreto 686 bajo el cual se dictan una serie de disposiciones sobre los contenidos que se
proyectan y los públicos aptos para ver este tipo de contenidos dentro de los márgenes
de la Acción Católica Colombiana y la liga de la decencia influida por los Estados
Unidos, todo esto gracias al apoyo de las Juntas de Censura:
““DECRETA Art. 1 A partir de la fecha del presente decreto los espectáculos de
cinematógrafo que se dan en el departamento, se dividirán en dos categorías:
cinematógrafo infantil y cinematógrafo para adultos Art. 2 Créanse en todos los
municipios juntas de censura, compuestas por un maestro de la localidad designado
por el inspector escolar de la zona respectiva, por el alcalde, por el personero y por un
miembro elegido por el consejo municipal […]. Art. 4. Las funciones de cinematógrafo
infantil podrán celebrarse con películas artísticas, culturales, científicas o ilustrativas,
o comedias con argumentos inocentes sin el menor peligro de que causen daño a la
moralidad del niño. Art.5. Los alcaldes no podrán dar licencia para efectuar
cinematógrafo infantil mientras las juntas de censura no hayan dada su aprobación.
Art. 6 […] queda prohibida la entrada a cualquier función de cinematógrafo para
35
adultos, de los menores de 14 años, aun cuando se presenten acompañados de sus
padres, tutores o vigilantes. Art 7. Lo estatuido en este decreto con respecto a
cinematógrafo infantil se entenderá aplicable a los espectáculos teatrales, de
variedades, de boxeo y las llamadas luchas libres. Art. 8. Queda prohibida la entrada a
los espectáculos antes enumerados, a personas que lleven niños menores de 2 años […]
art. 10. Para el ensayo de cualquier película las empresas están en la obligación de
citar a los miembros de las comisiones respectivas con tres días de anticipación. Toda
licencia o pase deberá extenderse en tres ejemplares, uno de los cuales será enviado
por la comisión o la dirección de educación, el otro a la alcaldía para obtener licencia
y el tercero permanecerá en el archivo del teatro respectivo. Art 12. El director de
educación convocará mensualmente la junta de censura para recibir los informes
miembros y estudiar las modificaciones convenientes […]. Art. 13. Las infracciones
serán sancionadas por el alcalde con multas de diez pesos (10) a cien pesos (100) y con
el cierre temporal del salón o teatro en caso de reincidencia” (Decreto 686 de 1936 en
Caceres. 2011)
El en periódico La Unidad Católica de Pamplona se expresa la visión de la Acción
Católica Colombiana sobre el cine y su urgente tarea de prohibirlo y censurarlo en pro
de una subjetivación de los espectadores:
“Por una película instructiva o moralizadora; hay cuarenta y cinco propagadoras de la
inmoralidad, de impiedad y del crimen. Los niños educados por la pantalla se hacen
maliciosos, rebeldes, frívolos, desaplicados, con frecuencia impúdicos y aun criminales.
Aun el cinema moral e instructivo no se debe frecuentar especialmente en la tierna
edad: está probado que el cinematógrafo irrita el sistema nervioso, con terribles
consecuencias para la salud y la mentalidad de los pequeños. […] Las ventajas
educativas son muy escasas, en comparación del mal que se hace excitando la
sensibilidad infantil, y haciendo que se acostumbre el niño a la frivolidad, y que solo
adquiera conocimientos fugaces, e idea que pasan volando por el horizonte del alma
sin gravarse en ella. Y esto, aun tratándose de las cintas buenas ¿Qué será de las libres
y perversas?” La Unidad Católica. Año 52. N° 1806. Pamplona: Mayo 29 de 1934, p.
293. (En Caceres.32.2011)
Consideramos que esta censura es una forma de segregación pero dirigida a dos tipos de
público específicos, por una lado y el objetivo principal, es a los menores de edad, la
conducción de los menores y la posibilidad o no de acceso a los contenidos estaba
36
limitada por un lado por la presunción del daño moral que estos podrían causar en los
infantes, legitimado por un daño además físico y psíquico de los mismos, y por otro
lado en la imposibilidad de acceder a los espacios que brindan contenidos inapropiados.
En este sentido Norbert Elías señala que esto obedece a la necesidad de configurar un
cambio en el aparato psíquico de la sociedad teniendo como objeto a los infantes para
garantizar su perdurabilidad, “Precisamente lo característico de esta transformación del
aparato psíquico en el proceso civilizatorio es que desde pequeños se va inculcando a
los individuos esta regulación cada vez más diferenciada y estable del comportamiento,
como si fuera algo automático, como si fuera una autocoacción de la que no pueden
liberarse aunque lo quieran conscientemente” (1987.452)
En segundo lugar se ejercía censura moral sobre los contenidos que podrían incitar a la
violencia e influir en las mentes de las clases populares las cuales, a los ojos de la
iglesia católica, no tenían la capacidad de discernir y generar una apropiación de los
contenidos proyectados, leídos o representados en diferentes expresiones artísticas. El
fundamento de la censura oficial durante ésta época, y como toda función de la censura,
es la protección, principalmente del público infantil y la necesidad de ejercer un control
sobre los contenidos que llegan a las clases populares o los sectores marginales.
En 1946 se da un giro de perspectiva desde el cierre del periodo liberal durante el cual
van a ser los menores el objetivo principal de la censura de igual manera que la
conducción de los mismos en la accesibilidad a los contenidos y los espacios. Lo cual
queda reflejado en la prensa:
“Ocurre que por motivos económicos o comerciales o para solucionar problemas de
distribución, se ve el caso de que un teatro presente en la función matinal películas
como "El diablo y la dama", "El cortijo del ahorcado" y otras de la índole, que por
consideraciones de arte pueden ser aceptables para públicos mayores pero que en
ningún caso se deben exhibir ante una concurrencia integrada en su mayor parte por la
misma chiquillería. En cambio ese mismo teatro estrena en función nocturna una
película de El Gordo y El Flaco o una de dibujos animados de Walt Disney, que sí son
las apropiadas y recomendables para los niños. Espectáculos para niños. (. El
Espectador. 9 de diciembre de 1948)
37
El Tiempo, 11 de agosto de 1941.
No obstante dada la falta de criterios homogéneos para la censura, se da una
clasificación que no es homogénea sobre las películas que deben ser censuradas y sobre
todo la ACC entra en discordancia con la Junta de Censura. Por ello el monseñor Jaime
Serna “Humberto Bronx” hace una crítica señalando que:
“Por eso la clasificación de las películas en todas las naciones del mundo la A.C. evita
el criterio de una rigurosa perfección interna y adopta por el contrario, como regla de
estimación, la influencia moral que una película tiene sobre los públicos. Por eso los
que clasifican películas siempre se fijan, en saber si una película es verdaderamente
peligrosa para una cierta categoría o incluso, para la totalidad del público. (Bronx, 62)”
Queda de manifiesto que si bien no existe para este momento un estudio de públicos que
permita caracterizar a cabalidad los tipos de público que asistían a las salas de cine la
iglesia tenía claro que el sector donde se ubicaba una sala o teatro y la edad y
procedencia social eran suficiente criterio para excluir a un público de una sala o de un
determinado tipo de contenido.
La falta de consenso entre los órganos institucionales respectivos, se fundamenta en una
consideración distinta sobre los públicos de la ciudad, –del mismo modo en que está
siendo pensada la relación de los intelectuales con el pueblo- se considera necesario
restringir parcialmente las representaciones subversivas e “incitantes al delito”, como
38
las películas de western, gangsters o vividores mexicanos, bajo un criterio excluyente
(Bello.2013) que Felipe González (crítico de cine) aborda así:
“En realidad, pueden constituir, particularmente para los de los cines de barriada, una
franca incitación al delito, pero no así para una gran mayoría de los que presencian la
exhibición. (…)(El Espectador. 2 de diciembre de 1948)
Lo anterior es expresado por una facción de la crítica cinematográfica del momento que
propendía por establecer unos cánones burgueses y atribuir una función civilizadora al
cine por lo que Bello llama la crítica tipo A: “Esta crítica tipo A (…)proyectó una
función civilizadora del cine sobre los públicos, y defendió la apuesta temprana de las
estéticas cinematográficas norteamericanas, -caracterizadas por buscar la calificación
artística a partir de la adaptación de obras de la literatura clásica, referido como
aburguesamiento del producto cultural, también utilizado en el vaudeville para llegar un
público más amplio (Hansen, 1990).- probablemente en orden de corresponder a la
función civilizadora atribuida a los productos de la alta cultura, y orientada por los
intelectuales y la elite privilegiada durante este periodo”.(2013)
Lo anterior es muestra de que, en este nivel la censura es ejercida de manera
diferenciada para las distintas clases, el peligro no es presentar estos films en los cines,
el verdadero peligro consiste en la adaptación acrítica e ignorante que las clases
populares hacen de estos contenidos, las barriadas son quienes no puede ver películas de
gangsters dado que su “infantil” estado de la conciencia y la moral no les permite
distinguir lo bueno de lo malo ni ver más allá de ello. Por lo tanto consideramos que en
este sentido la censura es también un factor que excluye desde los contenidos y los
juicios morales a las clases populares de los teatros y los contenidos.
5. LOS TEATROS Y EL CINE EN EL PROCESO CIVILIZATORIO EN
BOGOTÁ.
Si bien hemos podido identificar las 4 categorías de análisis anteriores (De óperas y
espectáculos públicos, El cine como promesa de modernidad, Cohabitación desigual y
segregación espacial) también creemos que todas estas se encuentran dentro de un gran
proceso que las rigió. Este es el proceso civilizatorio llevado a cabo tanto por la iglesia
como por el Estado Colombiano. Para este capítulo nos valdremos de la obra El proceso
civilizatorio de Norbert Elias y Genealogía de la moral de Friedrich Nietzsche para
39
tratar el problema del cine y los teatros como espacios civilizatorios en Bogotá con base
en la información recopilada anteriormente.
Como lo señala Norbert Elias, el concepto de civilización en occidente “resume todo
aquello que la sociedad occidental de los últimos dos o tres siglos cree llevar de ventaja
a las sociedades anteriores o a las contemporáneas «más primitivas» “Con el término de
«civilización » trata la sociedad occidental de caracterizar aquello que expresa su
peculiaridad y de lo que se siente orgullosa: el grado alcanzado por su técnica, sus
modales, el desarrollo de sus conocimientos científicos, su concepción del mundo y
muchas otras cosas.” (57, 1987). En este sentido, la apropiación cultural del cine
llevada a cabo por las clases altas luego de su llegada con el circo y las pulgas empezó
un proceso de domesticación del séptimo arte. Posteriormente con la promoción de la
construcción de los teatros se pone de manifiesto la necesidad de copiar y reproducir los
escenarios occidentales de disfrute del cine, ejemplo de esto, como ya lo mencionamos
anteriormente, el caso del Gran Salón Olympia cuyo nombre y arquitectura están
inspirados en la estética Italiana. Esta visión progresiva unidireccional del tiempo en el
marco de la “«Civilización» se refiere a un proceso o, cuando menos, al resultado de un
proceso; se refiere a algo que está siempre en movimiento, a algo que se mueve de
continuo hacia «delante». (1987.58) por otro lado, señala que el “el concepto alemán de
«cultura» se remite substancialmente a hechos espirituales, artísticos y religiosos, y
muestra una tendencia manifiesta a trazar una clara línea divisoria entre los hechos de
este tipo y los de carácter político, económico y social.” y continua diciendo que esto se
expresa en “el calificativo «cultural», que no designa el valor del ser de un hombre, sino
el valor y el carácter de ciertos productos humanos” (Ibid)
No obstante la adecuación de los espacios arquitectónicos no fue en el único escenario
donde se vio esta empresa civilizatoria. Como vimos algunos críticos señalaban la falta
o incapacidad de comprensión a una baja o modesta cultura, cómo aquel critico que
dijo, respecto a unas chicas de clase pobre o de ruana que asistían a una proyección:
“las chicas vociferaban los nombres de los protagonistas del drama ruso, no sabemos,
si con pueril intento de reírse de una de las más celebradas obras del inmortal genio, o
para demostrar, a ojos vistas, y a todos los vientos, que su MODESTÍSIMA CULTURA,
y su apabullante malacrianza, no les había permitido valorar ni entender las
excelsitudes de la película” (El Espectador.1948)
40
El problema reside pues, en querer no solo unificar los públicos como concepto y en la
práctica, lo cual consideramos es el fin del proceso civilizatorio, sino además en
pretender equiparar las matrices de análisis cultural de la realidad de las diferentes
clases sociales ya que como señala Elías “Estos dos conceptos (civilización y cultura)
son como esas palabras que, a veces se utilizan en algún grupo, en una familia o una
secta, en una clase o en una «liga» y que, si tienen mucho significado para los
iniciados, tienen muy poco para los profanos. Son términos que se acuñan sobre la base
de vivencias comunes y crecen y cambian con el propio grupo del que son expresión.
Reflejan la situación y la historia del grupo. En cambio resultan descoloridos y no
alcanzan todo su significado para otras personas que no comparten estas experiencias
y no se han formado en la misma tradición y en la misma situación. (1987.59).
Consideramos que existe un desconocimiento de las formas en que las condiciones
materiales de existencia llevan a los sujetos a hacer una producción o apropiación de los
productos culturales. Por un lado la estimación de que las clases altas son las dignas
portadoras de la cultura, en el sentido de Elías la forma de construcción de una identidad
de un grupo y de los elementos que le hacen sentir orgullosa, y por otro lado de la forma
en que se asume que la civilización es occidente con sus modales, formas de
comportarse y avanzar ya que “el proceso civilizatorio supone una transformación del
comportamiento y de la sensibilidad humanos en una dirección determinada” (Elías.
1897.49).
Si bien en muchos caso estos procesos civilizatorios han empleado la violencia física
como herramienta de coacción en el caso de las salas de cine y teatros en Bogotá no se
dio exactamente de esta manera. El uso de la violencia física, (entendemos esta como
acciones premeditadas a reprimir y dañar al otro. Aun cuando consideramos que la
segregación es también una forma de violencia física no nos referimos a ella en este
caso ya que no pretende dañar al otro sino aislarlo) fue solo una medida usada en los
casos de disturbios en los teatros. No obstante el ejercicio de la violencia se modifica
con el monopolio de la misma por parte del estado y emprenden medias como la
económica o incluso la violencia en la conducción sobre los cuerpos.” Cuando se
constituye un monopolio de la violencia surgen espacios pacificados, ámbitos sociales
que normalmente están libres de violencia. En ellos, las coacciones que pesan sobre los
individuos aislados son distintas a las anteriores. Ciertas formas de violencia, que
siempre han existido pero que, hasta entonces, solamente se daban conjuntamente con la
41
violencia física, se separan de ésta y quedan aisladas en los espacios pacificados. Las
más visibles para la Conciencia habitual de la época presente son la violencia y la
coacción económicas.”(Ibid) lo que anteriormente llamamos taxonomización de los
teatros implico el alza de los precios en la boletería de algunos espacios y la
disminución de otros, por tanto consideramos se ejerció una forma de violencia
económica que pretendió crear un pathos de las distancia - es decir una jerarquía cuya
base eran los juicios morales en una dicotomía bueno- malo, civilizados incivilizados-
teniendo además como fundamento una serie de estándares y protocolos higienistas.
Esto queda comprobado además con una serie de disposiciones a manera de manual
publicado en el diario El Espectador tituladas Decálogo del buen cineasta:
“Decálogo del buen cineasta
Para los espectadores:
Observar las colas respectivas tanto para comprar las boletas de entrada como para
entrar al salón: es más cómodo para todos, es más rápido y es más civil
Abstenerse de entrar ruidosamente al teatro: los chistes y las gracias de un determinado
grupo serán muy divertidos para ese grupo en particular, pero resultan antipáticos y
ridículos para los demás.
No comer ni papas fritas ni "besitos" una vez que se inicie la función: los diálogos y el
celofán son incompatibles.
Suprimir los comentarios sobre el desarrollo de las cintas: el que guarda silencio, en
este caso, pasa por prudente, por inteligente y por discreto; el que todo lo comenta
frecuentemente exhibe su falta de inteligencia y de penetración y se expone a rebuznar.
No llegar tarde a la función: los espectadores no compraron sus entradas para verle la
espalda a los retrasados, sino para observar lo que ocurre en el telón.
Para los empresarios:
(…) Iluminar sus teatros para que los espectadores no pierdan la vista tratando de leer el
periódico antes de que comience la función.
Suprimir los vendedores de luces ambulantes, que con sus gritos y con sus linternas
interrumpen y molestan a lo largo de toda la proyección.
Pasar los letreros de "no fumar" y "favor quitarse el sombrero" antes de cada función, y
suspende ésta si es necesario para enseñarle a los rebeldes que deben tener educación.
Por el cine. (El Espectador. 2 de Junio de 1950).” (Cursiva puesta por nosotros)
42
Estas disposiciones pretendían no solo disciplinar el comportamiento de los públicos
dentro del espacio de los teatros y hacer más enriquecedor el acto de asistir a cine,
también tenían como fin volver de los teatros un espacio erudito, próximo a las iglesias
y las edificaciones de culto eliminando cualquier otro tipo de manifestación inadecuada,
reprimiendo los sentimientos, afectos y pasiones de los asistentes y con ello impidiendo
expresiones que identificaran la apropiación de cada sector o clase social.
En este mismo sentido los manuales de comportamiento como el Manual de urbanidad
de Carreño tenían disposiciones sobre comportamiento frente a la patria y Dios pero no
específicamente en los teatros. Consideramos que al configurar estas normas de
conducta en otros escenarios y deberes morales y civiles frente a autoridades y espacios
ayudaron también a regir el comportamiento y las formas de socialización en esto
espacios. Ejemplo de ello son las siguientes citas donde se dicta la sumisión y
obediencia que se debe tener por la patria y sus instituciones (quienes emitían decretos y
comportamientos como los anteriormente nombrados) los padres (como ya vimos eran
quienes debían ayudar a cumplir la censura) y por la iglesia con sus instituciones ( como
la ACC y las Juntas de Censura)
A los padres:
“Los autores de nuestros días, los que recogieron y enjugaron nuestras primeras
lágrimas, los que sobrellevaron las incomodidades de nuestra infancia, los que
consagran todos sus desvelos a la difícil tarea de nuestra educación, son para nosotros
los seres más privilegiados y venerables que existen sobre la tierra.”
“En el laudable y generoso empeño de enriquecer nuestro corazón de virtudes, y
nuestro entendimiento de ideas útiles a nosotros mismos y a nuestros semejantes, ellos
no omiten esfuerzo alguno por proporcionarnos la enseñanza. Por muy escasa que sea
su fortuna, y aun sometiéndose a duras privaciones, siempre hacen los castos
indispensables para presentarnos en los establecimientos de educación, proveernos de
libros y pagar a nuestros maestros. ¡Y cuántas veces los vemos someterse gustosos a
toda especie de privaciones, para impedir que se interrumpa el curso de nuestros
estudios! (Carreño. 4)
Deberes para con la Patria:
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Las ciudades, los pueblos, los edificios, los campos cultivados y todos los demás signos
y monumentos de la vida social, nos representan a nuestros antepasados y sus esfuerzos
generosos por el bienestar y la dicha de su posteridad, la infancia de nuestros padres,
los sucesos inocentes y sencillos que forman la pequeña y siempre querida historia de
nuestros primeros años, los talentos de nuestras celebridades en las artes, los
magnánimos sacrificaos y las proezas de nuestros grandes hombres, los placeres, en
fin, y los sufrimientos de una generación que pasó y nos dejó sus hogares, sus riquezas
y el ejemplo de sus virtudes”
“Los encargados del poder público que son nuestros mismos conciudadanos, nos
protegen y amparan contra los ataques dirigidos a la libertad e independencia de
nuestro sueño, y velan constantemente por la conservación de nuestra vida, de nuestras
propiedades y de todos nuestros derechos. “
(Carreño.8)
El Tiempo. 7 de diciembre de 1945.
Por último, para con nuestros semejantes.
“La ignorancia corrompe con su hálito impuro los dulces lazos de la amistad y la
fraternidad, y la beneficencia, que lleva el consuelo y la esperanza al seno mismo de la
desgracia; he aquí los dos grandes deberes que tenemos para con nuestros semejantes,
de los cuales emanan todas las demás prescripciones de la religión y la moral que
tienen por objeto asegurar el orden, la paz y la concordia que deben reinar entre los
hombres” (Ibid)
Como vimos, todos los anteriores hacen parte de una serie de reglas y conductas
morales que si bien no hacen explicito que se aplican a los espacios como teatros y
cinemas si configuran normas de conducta que propenden por establecer autocoacciones
con el fin de conservar la paz y la estabilidad en un sistema con una fuerte
especialización de las funciones sociales donde todos deben cooperar para un correcto
funcionamiento.
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El adiestramiento por medio del cine de las conductas higiénicas, los próceres a los
cuales se debe venerar y el cumplimiento ciego y obediente de las reglas son dictámenes
que a largo plazo configuran en la psique del individuo formas de comportamiento
respaldadas por el apoyo de las entidades estatales y los demás ciudadanos y la
vigilancia social para garantizar su cumplimiento.
CONCLUSIONES
Para concluir podemos señalar que las cuatro formas de segregación que propusimos
para nuestro análisis dan cuenta de una serie de procesos históricos que configuraron
una forma civilizada de asistir a los teatros y cinemas que vela por espacios limpios,
cultos y homogéneos tanto para los públicos de clases altas como medias y bajas.
Como señala Bello (2013) y Ávila (2005) la disposición de los teatros en el área urbana
de Bogotá tiene un doble origen, por un lado la adaptación de la ciudad a su crecimiento
y por otro los deseos de los empresarios de acaparar nuevos públicos. De esto
deducimos entonces que el problema de la segregación espacial empieza 1. Cuando las
adecuaciones arquitectónicas, como teatros y cinemas, de las clases populares no
cuentan con los mínimos para el disfrute de la cultura, 2. Cuando se establece una
distribución de los contenidos a proyectar en estas salas con criterios, en su mayoría
morales, emitidos desde la alta cultura impidiendo el acceso de estos contenidos al
conjunto de la población, 3. Cuando los precios de acceso determinan la posibilidad de
acceder a ciertos contenidos y 4. Cuando se adoptan disposiciones de censurar o evitar
contenidos a los sectores de la población con menos escolaridad y no se atiende el
problema del analfabetismo y la educación como factores determinantes en el consumo,
producción y reproducción cultural.
Logramos concluir que, como señala Bourdieu, en Bogotá el consumo de cine tuvo tres
características a tener en cuenta para su configuración:
“Por una parte los diferentes géneros considerados como empresas económicas se
distinguen por tres aspectos: primero, en función del precio del producto o del acto de
consumición simbólica, relativamente elevado en el caso del teatro o del concierto bajo
en el caso del libro, de la partitura de la visita al museo o la galería ; segundo, en
función del volumen y de la calidad social de los consumidores, por lo tanto de la
45
importancia de los beneficios económicos pero también simbólicos que proporcionan
estas empresas; tercero, en función de la duración del ciclo de producción y en
particular de la rapidez con la que se obtienen los beneficios tanto materiales como
simbólicos y el tiempo durante el cual están garantizados” (Bourdieu, 2011.177.).
El cine, en su arribo a Bogotá, es considerado un arte menor y contaba con un estatus
casi folclórico (entendido como la contraposición a la cultura legitima) en función de,
como señala Bourdieu, 1 El bajo precio de la entrada. Al no contar con escenarios
físicos para la proyección y tener un carácter itinerante como las ferias de circo a las
cuales estaba asociado, el bajo precio de este espectáculo respecto a los escenarios
como la ópera y el teatro que se llevaban a cabo en el teatro colon. De igual manera, no
se consideraba más que una ilusión provocada por una técnica precaria o como un acto
de magia en el mejor de los casos, frente a la exigencia de reconocer un canto en Do
Menor o apreciar la dirección de actores, los diálogos, la reflexiones profundas que traía
el teatro, el cine se veía como un mero espectáculo ocioso y fácil de consumir. Si bien
en la década de los 40 había tenido un leve ascenso en su estatus frente a otras
expresiones artística no logró equiparar los precios y el estatus de producto simbólico
del teatro o las óperas.
En segunda instancia, como señala Bourdieu, en función del volumen y de la calidad
social de los consumidores. En la década de los 20 el anterior planteamiento
Bourdieano sería aplicable parcialmente, el volumen de los públicos era realmente
elevado frente al visto en los teatros y óperas. El circo y el cinematógrafo era un
espectáculo de gran concurrencia, no obstante la calidad social de los públicos era
tenida como bajísima, el espacio público en el cual se desarrollaban las proyección y la
gratuidad del acceso hacían de este un escenario asequible a las clases populares, por
más voluminosos que fueran estos públicos no llenaban las expectativas de públicos
civilizados y que legitimaran cualquier tipo de espectáculo. No obstante en las décadas
de los 30 y los 40 la cantidad de públicos incrementó y fue muestra de ello el inicio del
crecimiento de los espacios para ver cine. De igual manera, la inauguración o
reinauguración de los teatros asignaban un estatus al espacio frente a otros espacios
según los asistentes, si asistían ministros o el presidente esto era tenido en cuenta para la
estimación de la tarifa de entrada, los contenidos y casi que se legaba el estatus social de
los públicos entre sí y al espacio mismo. Por el contrario, los cinemas o teatros de barrio
a los cuales accedían los obreros y campesinos que migraban a la ciudad si bien tenían
46
una gran afluencia no lograba ser tan grande como la de los grandes teatros (esto
haciendo la estimación de los teatros por separado, no en relación al total de teatros) y la
calidad de los públicos se relacionaba también con la precariedad de los escenarios. La
campaña higienista dio como resultado en términos simbólicos la asociación de los
espacios sucios con gentes incultas e incivilizadas. La limpieza era pues una
característica importante para asignar un elevado nivel de civilidad y elevada cultura a
la vez que era aceptada como máxima social. El desconocimiento o conocimiento
parcial de las obras, la falta de capitales sociales, culturales y económicos de las gentes
que asistían a estos espacios, fueron también determinantes a la hora de relacionar los
públicos, los espacios y los beneficios materiales y simbólicos producidos por los
mismos.
Y tercero, por la duración del ciclo de producción y en particular de la rapidez con la
que se obtienen los beneficios tanto materiales como simbólicos y el tiempo durante el
cual están garantizados. Sin duda alguna este aspecto va a ser determinante al momento
de asignarle una significación y valoración social a los teatros y sus públicos. Las
producciones europeas tenían una mayor realización técnica y al estar blindadas contra
la ignorancia por su idioma o el uso de subtítulos en un momento donde no se sabía leer
tenían garantizado el beneficio de la exclusividad como producto y por tanto la duración
en cartelera era mayor.
Además, consideramos que es necesario posicionarnos desde el punto de vista de la
reflexividad, como señala Bourdieu “adoptar el punto de vista de la reflexividad es
entonces poner en tela de juicio el privilegio del sujeto conocedor al que la visión
antigenética libera arbitrariamente (...)significa trabajar para dar cuenta del sujeto
empírico en los términos propios de la objetividad construida por el sujeto científico”
(2005.310) esto porque vimos necesario deshacernos de las prenociones sobre los
públicos que íbamos a abordar-, es decir la idea tan difundida en los estudios de
públicos y en la historia social del cine de que las clases populares no asisten a cine
debido a su ignorancia sobre aspectos técnicos y estéticos y que siempre se ha
configurado de este modo el consumo de cine.
Vimos pues, que todos los procesos de segregación y diferenciación los públicos han
obedecido a un proceso subjetivación que propende por crear sujetos dóciles y útiles a
un proceso unidireccional de progreso. Es necesario entonces que definamos lo que es
un proceso de subjetivación. Foucault llama subjetivación a las condiciones en que el
47
sujeto ha sido llevado a ser objeto de conocimiento, es decir, “como ha podido ser
problematizado como objeto del saber”. De este modo, la subjetividad adquiere otra
definición: “Por dicha palabra (Subjetividad) se entiende la manera en que el sujeto
hace la experiencia de sí mismo en el juego de verdad en el que tiene relación consigo
mismo”. Así, pues, el interés de Foucault está centrado en la forma en que esta
subjetividad se ha convertido en subjetivación, o mejor aún, en la forma en que el sujeto
ha sido preso de un proceso de objetivación que lo ha llevado a ser objeto de
conocimiento en relación con la “locura”, la “delincuencia” o la “sexualidad”. Foucault
declara muy precisamente el rol que se asigna: “La cuestión es determinar lo que debe
ser el sujeto, a que condición está sometido, que estatuto debe tener, que posición ha de
ocupar en lo real o lo imaginario, para llegar a ser sujeto legítimo de tal o cual tipo de
conocimiento; en pocas palabras, se trata de determinar su modo de “Subjetivación” ”
(2007.364-365.)
Con esto no queremos decir que el proceso de exclusión y civilización tenga como
único escenario al individuo. El individuo sufre un proceso de subjetivación en función
de un proceso utilitario pero no necesariamente racional. “No hay duda de que toda esta
reorganización de las relaciones humanas tiene una influencia directa en la consecución
de ese cambio de las costumbres humanas cuyo resultado provisional es nuestra forma
«civilizada» de comportamiento y de sensibilidad.” (Elías. 1987.450).
De igual manera concluimos que con el crecimiento demográfico de la ciudad, a mayor
número de habitantes mayor es la competencia y la división de las funciones sociales,
por tanto, se hace necesario ejercer mayor control sobre los individuos en función de 1.
El correcto funcionamiento del sistema como un todo, es decir, desconociendo la
capacidad de subjetivación de los individuos y 2. En función de reforzar la jerarquía
social, el sistema de oposiciones o el pathos de la distancia entre civilizados y no
civilizados, ya que como señala Elías “Es preciso ajustar el comportamiento de un
número creciente de individuos; hay que organizar mejor y más rígidamente la red de
acciones de modo que la acción individual llegue a cumplir así su función social.”
(1987.451)
En este sentido, consideramos que muchas de estas estructuras si bien han mutado, se
mantienen en las formas de socialización y asimilación de la sociedad y de cada clase
social. Esto debido a que esa serie de autocoacciones se han incorporado como habitus
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de clase, es decir como una serie de comportamientos producto de la experiencia y de
un legado social y familiar “El individuo se ve obligado a organizar su comportamiento
de modo cada vez más diferenciado, más regular y más estable, Ya se ha señalado que
no se trata solamente de una regulación consciente” (Elías.1987.450). Si bien algunas
medidas como la campaña higienista y la censura católica fueron premeditadas sus
implicaciones a largo plazo hicieron parte de lo que Nietzsche llamó interiorización o
asimilación anímica y corporal con lo que alude a que “lo únicamente vivido,
experimentado por nosotros, lo asumido en nosotros, penetre en nuestra conciencia, en
el estado de digestión(se lo podría llamar “Asimilación anímica”), tan poco como
penetra en ella todo el multiforme proceso con el que se desarrolla nuestra nutrición del
cuerpo, la denomina “ asimilación corporal” (2005.75). El proceso de segregación en
los teatros tuvo entonces dos escenarios por lo menos, por un lado los espacios físicos,
es decir los teatros mismos y a su vez tuvo como escenario el cuerpo en dos
dimensiones (consideramos solo estas dos ya que la visión del estado era y es católica,
es decir una visión dicotómica del individuo cuerpo – alma), la parte anímica o psiqui
del individuo por medio de las disposiciones morales y éticas, asimilación anímica, y el
componente físico tomando como objeto el control y la conducción de los cuerpos en
todos los escenarios de socialización e incluso privados, asimilación corporal.
La creación de las campañas higienistas, la liga de la decencia y la Acción Católica
Colombiana sumado todo esto a la visión de una parte de la intelligentsia
cinematográfica expresada en la prensa fueron los mecanismos que hicieron posible la
configuración de formas de ver y actuar en los teatros ya que “La estabilidad peculiar
del aparato de autocoacción psíquica, que aparece como un rasgo decisivo en el hábito
de todo individuo «civilizado», se encuentra en íntima relación con la constitución de
institutos de monopolio de la violencia física y con la estabilidad creciente de los
órganos sociales centrales. Solamente con la constitución de tales institutos
monopólicos estables se crea ese aparato formativo que sirve para inculcar al individuo
desde pequeño la costumbre permanente de dominarse; sólo gracias a dicho instituto se
constituye en el individuo un aparato de autocontrol más estable que, en gran medida,
funciona de modo automático.” (Elias.1987.52). Con esto queremos señalar que estas
formas de imponer y educar a los sujetos civilizados en los espacios cinematográficos
no sería posible de no haberse consolidado institutos monopólicos que consolidaran el
aparato formativo como las juntas de censura la ACC y la prensa misma.
49
Aun cuando existían estos aparatos oficiales que propendían por asegurar y garantizar
las condiciones para que este proceso se diera y con él la exclusión de las clases
populares, estas clases no cedieron a una fácil domesticación, las revueltas en los teatros
y los comentarios de los que se tiene cuenta en la prensa dan cuenta de una rebelión de
los habitus propios de esta clase. “la rebelión de los esclavos en la moral comienza
cuando el resentimiento mismo se vuelve creador y engendra valores” (Nietzsche.2005.
50.) estos valores se manifiestan como la producción propia de las clases populares de
una matriz cultural y con ella unas implicaciones prácticas en las formas de actuar y
comportarse. Por tal motivo se dio la necesidad de generar la segregación espacial
haciendo distinción entre los espacios civilizados y los no civilizados.
Ejemplo de esta lo encontramos en una columna en el diario El Tiempo el primero de
Mayo de 1947 :
“(…) Maria Antonieta Pons, la famosa rumbera, acaba de armar tremendo lio. Pero no
en persona, desde luego, sino por medio de una de sus últimas películas, titulada
“pasiones tormentosas”, que ya es conocida de los bogotanos. (…) uno de los teatros la
exhibió luego de haber sido prohibida por la junta de censura; la sala, como es natural,
se llenó de gente, por aquello de que la prohibición desarrolla el apetito.” (El Tiempo .1
de mayo de 1947.)
Creemos que lo anterior se da por un lado, por la resistencia de las clases populares
desde su habitus a someterse a un completo proceso de aculturación y por otro lado, por
la falta de garantías estatales en términos de garantizar las condiciones materiales no
solo de consumo y adquisición de productos culturales sino también en las condiciones
materiales de existencia; lo cual no permitía homogeneizar los públicos como
pretendían las disposiciones oficiales. Esto porque no es posible entender cada acto de
consumo independiene los otros, como si fuera un sujeto diferente el que va a cine y
otro el que va las fábricas, como señala Bourdieu respecto a la mirada del Quattrocento2
“no es más que el sistema de los esquemas de percepción y de valoración de juicio y de
goce que adquiridos en las prácticas de la vida cotidiana en la escuela en la iglesia en el
mercado asistiendo a clases en dos discursos o sermones midiendo pilas de trigo o
cortes de para niños resolviendo problemas de intereses compuesto o de seguros
2 Se refiere con esto al cambio de mirada entre dos poéticas artistas, la del Trecento y la del Quattrocento. Esta última caracterizada por elevar lo estético más allá de las expresiones artísticas y relacionarlo con una forma de vida, comportamiento y disposiciones frente a la cotidianidad.
50
marítimos son utilizados en toda la existencia corriente y también en la producción y en
la percepción de las obras de arte” (2008.465.).
De igual manera, consideramos que este es un problema que remite al consumo, Como
señala Néstor García Canclini las mercancías (en este caso los films) tienen, al menos,
una doble función. En primer momento relacionado con la materialidad de las mismas,
critica esta noción dado que considera que los productos culturales no solo se limitan a
su valor de uso. La segunda función se refiere a que las mercancías tienen una función
social, es decir que las mercancías “sirven para pensar” o “construir un universo
inteligible”, en este mismo sentido define el consumo como “ el conjunto de procesos
socioculturales en que se realiza la apropiación y los usos de los productos” (García
Canclini,1999:34). Por ello no es posible entender el consumo de cine aislado de otros
consumos. En este sentido, señala además que “Si la apropiación de cualquier bien es
un acto que distingue simbólicamente, integra y comunica, objetiva los deseos y
ritualiza su satisfacción, si decimos que consumir, en suma, sirve para pensar, todos los
actos de consumo — y no sólo las relaciones con el arte y el saber— son hechos
culturales. ¿Por qué separar, entonces, lo que sucede en conexión con ciertos bienes o
actividades y denominarlo consumo cultural? (García Canclini,1999:41-42).
Si bien Canclini asegura seguidamente que la independencia y autonomía del consumo
cultural se da en un proceso de secularización de la sociedad consideramos que esa
relativa autonomía no es suficiente para señalar que el consumo cultural es
independiente de otros consumos. Lo anterior lo decimos teniendo en cuenta 1. Que
luego de la década de los 90 las salas de cine empezaron a ser ubicadas en los centros
comerciales para lograr mayor asistencia. Es decir que si estaban asociadas a otros
consumos y de la mismas manera a los públicos que frecuentan estos lugares. 2. Como
ya lo mencionamos, consideramos que si bien estamos en un mundo secularizado la
mentalidad de un gran sector de la población colombiana sigue siendo católica lo cual se
ve reflejado en la disposición a consumir ciertos films más que otros.
No obstante consideramos que acierta Canclini al diferenciar este consumo de los demás
en tanto es un producto en el cual prima la apropiación simbólica del mismo. “Los
productos denominados culturales tienen valores de uso y de cambio, contribuyen a la
reproducción de la sociedad y a veces a la expansión del capital, pero en ellos los
valores simbólicos prevalecen sobre los utilitarios y mercantiles.” (1999.42).
51
Es necesario crear herramientas de caracterización y medición de públicos que den
cuenta no solamente de la cantidad de asistentes por sala y a nivel distrital sino también
que permita diferenciar el estatus, es decir una medición de los capitales sociales,
culturales y económicos para la creación de políticas de consumo y apertura de los
contenidos. Si bien existen diversas políticas de producción e incentivos para la misma
son insuficientes si no existe una apertura de los mercados y políticas que propendan
por aumentar el nivel de consumo y apropiación de los consumos culturales. Políticas
que tienen que estar atravesadas por un carácter alfabetizador este no debe ser de
carácter impositivo, que ayude a formar nuevas ciudadanías, más que homogenizarlas,
es decir ciudadanos que puedan leer los productos culturales desde su posición como
sujetos, como señala Jesus Martin Barbero estos consumos son una [… ] segunda
alfabetización que nos abre a las múltiples escrituras que hoy conforman el mundo del
audiovisual y la informática. Pues estamos ante un cambio en los protocolos y procesos
de lectura, que no significa, no puede significar, la simple sustitución de un modo de
leer por otro, sino la compleja articulación de uno y otro, de la lectura de textos y la de
hipertextos [...]. Pues es por esa pluralidad de escrituras por la que pasa hoy la
construcción de ciudadanos que sepan leer tanto periódicos como noticieros de
televisión, videojuegos, video clips e hipertextos (1999.46)
Este trabajo pretende sentar las bases para ver el problema del consumo y exclusión de
los sectores populares de ciertas narrativas y contenidos como parte de un proceso
civilizatorio. Películas como El Paseo de Dago García superan actualmente el millón de
asistentes mientras narrativas nacionales con propuestas estéticas diferentes a las
convencionales como Sin mover los labios del director Carlos Osuna apenas supera los
400.000 espectadores. Lejos de asumir que se debe a la facilidad de consumir estos
productos debemos ver la forma en que la asignación de un estatus a los espacios de
proyección atrae a ciertos públicos y segrega a otros.
Para finalizar queremos plantear dos interrogantes para futuras investigaciones. El
primero relacionado a la situación actual del cine, consideramos que el momento actual
un importante sector del campo cinematográfico se abre a nuevas posibilidades
narrativas, contenidos y de igual manera a nuevos públicos. No obstante, otros sectores
parecen pretender anquilosarse en el cine como el nuevo arte de la burguesía y con ello
mantener a las clases que no cuentan con los capitales y experiencia suficientes para
52
consumir estos productos excluidos y lejos de estos productos. Esto queda demostrado
en las siguientes citas de los directores colombianos Carlos Osuna y Dago García:
“no vivimos de la plata de hacer películas sino de hacer películas” Carlos Osuna
(FICCALI.2016)
”El público (De entretenimiento) tiene que estar lejos de estas experiencias (Cine de
autor), no las puede contaminar, porque si no ese cine pierde la vida.” Dago Garcia
(Arcadia. 2017)
Nos surge la duda entonces sobre si ¿es esta una posición de marginalidad estratégica?
Es decir, ¿El proceso civilizatorio se expresa en este momento asimilado por los
productores de cine como un elemento de distinción que desde su producción es
intencionadamente excluyente?
Y en segunda instancia planteamos es cuestionamiento sobre ¿Cuáles deben ser las
medidas adoptadas por los entes estatales para procurar incrementar el consumo de cine
colombiano en pro de la consolidación de una industria nacional? ¿Será siempre
necesario un proceso civilizatorio para acercar a los consumidores de todas las clases
sociales a los productos culturales?
53
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