norma alloatti "huellas y contrahuellas femeninas en libros de lectura"
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Huellas y contrahuellas femeninas en libros de lectura (1880-1920)
Norma Alloatti
Doctoranda en Historia- Fac. Humanidades y Artes
Universidad Nacional de Rosario
Huellas
Comienzo con las huellas, las marcas dejadas por las mujeres que
participaron en la masificación de la alfabetización en Argentina de manera
directa.
Como sabemos, la modernización de los textos escolares escolta a la
estructuración del sistema escolar argentino, razón por la que los libros de
lectura adquieren una presencia fundamental en el ámbito de la instrucción
primaria, al acompañar el proceso de alfabetización de niñas y niños en su
formación escolar y ciudadana. Es poco destacado, en cambio, que los libros
de lectura de autoría femenina están presentes desde un primer momento
dentro del contexto escolar. El Compendio de la Historia de las Provincias
Unidas del Río de la Plata (1862) de Juana Manso y el libro Julia o La
Educación (1863) de Rosa Guerra, publicados en Buenos Aires, son tempranas
huellas femeninas, incluso más, el Compendio fue el primero en su tipo, una
historia argentina de carácter elemental, destinada a las escuelas.
Con anterioridad a estas publicaciones, los libros de lectura que circulaban
en la Confederación Argentina provenían, en su mayoría, de la literatura
general. A pesar de que la preocupación por los libros de lectura fue
prioritaria durante los años posteriores a la sanción de la Constitución
Nacional, la situación se resolvía con los escasos recursos provenientes, por
un lado, de las obras propuestas por Marcos Sastre, y por otro, con la
importación de libros impresos en español desde Estados Unidos, según las
sugerencias de Sarmiento.
Desde entonces hasta finalizar el siglo XIX, varias mujeres se sumaron al
concierto de la escritura didascálica. Es la etapa que María Cristina Linares
2
(2007) denomina “Período de conformación del libro de lectura como “sub-
género” de los libros de texto escolares (fines del siglo XIX- fines de la
década de 1930)”1, tiempos en los que la industria editorial se fue
consolidando y el estado nacional decidía, a través de la aprobación de los
textos, cuáles se incorporarían a las escuelas y cuáles no ameritaban ser
parte de sus recomendaciones.
Algunos ejemplos de estas huellas son los tres libros de autoría femenina
mencionados en la compra de libros para las escuelas que el CNE2 hizo en
1883: El Rudimentista3 de Emma Nicolay de Caprile; Guía de la Mujer de la
española (Pilar Pascual de) San Juan e Historia Argentina de Juana Manso;
dos de los cuales se publicaron en Buenos Aires. Unos pocos años más tarde,
otra mujer, Francisca Soler de Martínez4 firmaba dos de los primeros textos
destinados a conocimientos científicos publicados en Argentina bastante
novedosos ya que exhibían esquemas y ejemplos de los temas que en ellos se
trataban: Lecciones de anatomía (1886) y Lecciones de botánica (1887), de la
mano de la casa editora Igón.
En enero de 1887, el CNE resolvió convocar el primer concurso para textos
escolares “que han de servir de texto en las escuelas públicas durante los
años 89 y 90”. A este llamado no fueron presentados libros escritos por
mujeres; en cambio, en la licitación de textos y útiles,5 correspondiente al
mismo año reaparece el libro de Caprile, figura Frascuelo propuesto por Igón,
1 Linares, María Cristina (2007) “Los libros de lectura en la Argentina, sus
características a lo largo de un siglo”, en Biblioteca Virtual del Proyecto RELEE. Redes
de estudios en Lectura y Escritura, UNNE/UNLu/SPU en
http://hum.unne.edu.ar/investigacion/educa/web_relee/biblio.htm Linares (consultado
en agosto 2010). 2 Consejo Nacional de Educación 3 “El Rudimentista. Método para la enseñanza de la lectura y escritura alternadas por
Emma N. de Caprile. Terc era edición. Buenos Aires. Librería Rivadavia, Gustavo
Mendesky. Rivadavia 95. En 8º, 55 ps.” Citado en Anuario bibliográfico de la República
Argentina [Publicaciones periódicas]. [Año I], 1879, p. 93. 4 Francisca Soler y Dutell estaba casada con Benigno Teijeiro Martínez, fue profesora
de la Escuela Normal en Concepción del Uruguay y en Paraná. Cf. Actas de la XI
Reunión Americana de Genealogía Eduardo Pardo de Guevara y Valdés (ed.) Editorial
CSIC-CSIC Press, 2005, p. 172. 5 El Monitor de la Educación Común (1887) Núm. 110. Buenos Aires: Consejo Nacional
de Educación, p. 316.
3
de G. Bruno, (seudónimo de la francesa Augustine Tuillerie6; mientras que en la
licitación prevista para 1888 se anotan 300 ejemplares de El Rudimentista,
1000 de la Guía de la Mujer y 100 de la obra Prontuario del ama de casa,
ambos de la española (Pilar Pascual de) San Juan7.
El impulso de las “producciones nacionales” en materia de libros de lectura
que se efectuó hacia 1890 fue paralelo al régimen de control y registro del
CNE. La aparición, entre otros, del libro El Nene de Andrés Ferreyra ha sido
considerada un punto de inflexión en la producción de estos textos, que el
CNE admitía o autorizaba, seleccionándolos entre los numerosos que las
editoriales proponían cada año. La serie El buen lector: lectura graduada
firmada por Julia Stariolo de Curto8, formada por los libros 1º, 2º y 3º como
serie preparada para el aprendizaje de la lectura y su continuación en los
grados posteriores, puso la marca femenina en la creación de estos nuevos
discursos escolares.
Cuando Pablo Pineau estudió la reordenación del campo pedagógico de
fines del XIX, mostró que la producción de literatura escolar ha sido
considerada como un “género “menor” y de poco reconocimiento social.
Señalaba que:
casi no se detectan materiales escolares producidos por escritores
consagrados ni por académicos de renombre. En la mayoría de los casos,
sus autores fueron docentes con título habilitante para enseñar en las áreas
6 Augustine Tuillerie o Madame Alfred Fouillé se hizo conocer bajo el pseudónimo G.
Bruno; había nacido en 1823 y murió a los 100 años en 1923. En 1877 publicó Le
tour de France par deux enfants, obra que fue realizada como libro de lectura para el
curso medio con grabados instructivos y fue constantemente reeditada en Francia.
Chartier, A. M. y Hébrard, J. (1995) Discursos sobre la lectura (1880-1980). Barcelona:
Gedisa, p. 396. Cf. http://mapage.noos.fr/promethee.online/Le_tour_de_france_par_
deux_enfan.htm (consulta 04/12/2008). 7 El Monitor de la Educación Común (1887) Núm. 120. Buenos Aires: Consejo Nacional
de Educación, pp.752-54. 8 El buen lector: lectura graduada aparece 1890; es el primer libro de autoría
femenina declarado admisible por el CNE, según el Reglamento sobre textos escolares
de 1887, que proponía un “sistema de lista” o de “libertad limitada. Se trata de una
serie preparada para el aprendizaje de la lectura y su continuación en los grados
posteriores. La serie de lectura graduada, formada por los libros 1º, 2º y 3º, se edita
varias veces entre 1890 y 1910, en ediciones revisadas e ilustradas, al principio y con
reproducciones fotográficas, en los últimos años.
4
sobre las que escriben —maestros en libros de lectura, profesores de
historia en textos de historia, etcétera.9
Argumento que, pensado en femenino, sirve para esclarecer la insuficiente
valoración que ha registrado esta práctica entre las autoras de textos
escolares en Argentina. El desconocimiento de autoras (y autores) de libros
escolares como un grupo profesional particular es común en el campo
historiográfico. Hace casi veinte años, Egil Jhonsen en su estudio crítico sobre
los textos escolares anotaba que “ningún país puede vanagloriarse de haber
producido una historia literaria de los libros de texto, de modo que los
retratos de los autores son raros, aunque ocasionalmente se encuentran en
conexión con análisis de libros bien conocidos”10, tal como ocurre con el
trabajo de María Cristina Linares sobre El Nene de Andrés Ferreyra (2002),
fórmula que no ha sido aplicada a ningún texto de autoría femenina, ni
siquiera a una autora de tan prolífica producción, como lo fuera Ernestina
López de Nelson con Veo y leo, La señorita Raquel, Nuestra tierra y Nosotros,
obras que fueron aprobadas por el CNE para ser utilizadas en el curso escolar
de 1914.
Señalé sólo algunos ejemplos de la presencia femenina en el campo de la
literatura escolar, aunque la lista completa es extensa11, ya que hacia finales
9 Pineau, Pablo (2001) “Por qué triunfó la escuela? o la modernidad dijo: “Esto es
educación”, y la escuela respondió: “Yo me ocupo”” en Pineau, P.; Dussel, I.;
Carusso, M. La escuela como máquina de educar. Buenos Aires: Paidós, p. 39. 10 Johnsen, Egil Borre (1996) Libros de texto en el calidoscopio. Estudio crítico de la
literatura y la investigación sobre los textos escolares Barcelona: Pomares-Corregidor,
p. 205. 1111
Ameno y útil de Carolina Freyre de Jaimes (1910), Patria, hogar y fraternidad de
Petronila Wagner Sosa (1910), Primeras hojas de María C. Amico (c. 1900), El nuevo
lector argentino de Ana M. Blasco de Selva (1898), Alma recta (1905) y Jorge (c.
1900) de Emma C. de Bedogni, Isondú de Elina González Acha de Correa Morales e
Isabel E. Thalasco (1906), Consejos a mi hija (para niñas) (1902) de Ana Pintos (seud.
Amelia Palma), El Manantial (1908) César Duayen (seud. de Emma de la Barra).
También se sumaron libros para distintas disciplinas: Julia S. de Curto presentó
Lecturas cívicas: arregladas para los grados III, IV, V y VI (1901), Enriqueta V. de
Domenech se distinguió con obras sobre música (1899); Elina de Correa Morales (1908
y 1910), Victorina Malharro (1909) y Catalina B. de Torres Ibáñez (1910) con libros de
geografía, Ángela Menéndez, con una historia ilustrada para niños (1902) y Luisa R. de
Husson, con sus aritméticas (1910, 1911, 1914). El Consejo de Educación de la
provincia de Buenos Aires había aprobado: Entre hojas y flores de Aurora S. del
5
del siglo XIX, no sin obstáculos, varias mujeres se habían incorporado al
mundo de los textos escolares. Eran los años en los que las “lecciones” tenían
un público creciente, mientras que los “cuentos” infantiles pasaban
desapercibidos, (como le había sucedido a la edición de Cuentos de Eduarda
Mansilla)12. En la década que sucede al Centenario, las obras con firma
femenina adquirieron una fuerte presencia en las propuestas editoriales y en
las aulas. Se reeditaban los textos circulantes, aparecían nuevos títulos y
además de los que se publicaban en Capital Federal comenzaron a salir libros
de lectura escritos por mujeres en distintas provincias. Entre las ediciones
porteñas menciono: Isipós (1911) de Elena G. A. de Correa Morales, La patria
en la escuela (1913) de Victorina Malharro, Renglones cortos (1916) de Lola S.
B. de Bourguet, Hogar y patria (1916) de Felisa Latallada, El arca de Noé
(1912) de Delfina y Julia Bunge; Dos amigos (1916) de Aurora Chiappe,
Granitos de oro (1915) de Lina Nell.
Ellas escribieron libros escolares y se refugiaron en la wily modesty13. María
Gabriela Mizraje caracteriza del mismo modo la publicación del libro de
cuentos Alma de niño de Gabriela Laperrière de Coni (1866-1907), poco
después de su muerte, diciendo que se apuesta “a un formato propicio al
disimulo o a la humildad que debería caracterizar los escritos de las mujeres
ya que un mismo círculo contiene a mujeres y niños”. Y agrega:
La serie de los textos infantiles vuelve edificantes a quienes los firman, y en
el caso de las autoras les allana el camino como mujeres públicas
aplicadas a la literatura. El nombre familiar no corre riesgos. Los cuentos
infantiles pertenecen al orden de las escrituras santas, hogareñas,
recomendables (inofensivas). Una mujer que los escribe posee, de este
Castaño y El niño argentino de Rosa Fernández Simonin “para tercer año”. Cf. Diario
La Nación, Miércoles 13 de Septiembre de 1905, p. 4 “Noticias de La Plata”.
Varias obras que circularon en distintas provincias son: Corazón Argentino, diario de
un niño de la santafesina Carlota Garrido de la Peña (4ª ed. 1921); Luz: libro de
lectura para 1º grado de Ramona Rodríguez de Castrillo (1915), Sé leer y Enseño a
leer 1º de Luisa R. de Husson (1917 y 1919) y Cómo aprendió Mario de Justina
Ocampo de West, publicados en La Plata; y Método de lectura para 1º inferior (1917)
de Elena Soler, publicado en Paraná. 12 Alloatti, Norma (2007) “Cuentos y lecciones: textos para los niños decimonónicos en
Argentina” en Ocnos: revista de estudios sobre lectura, Nº. 3, pp. 91-102. 13 Frederick, Bonnie (1998) Wily Modesty Argentine Women Writers, 1860-1910. Arizona:
Arizona State University-Center for Latin American Studies.
6
modo, una doble virtud: instinto de madre y vocación moderada de artista
convergen en estas doctrinas domésticas que tranquilizan por igual a
hombres y mujeres y, en el mejor de los casos, duermen a niños (cuando
no los aburren). Los cuentos infantiles como género menor (practicado
mayoritariamente por mujeres) empequeñecen las posibilidades que una
mujer, pluma en mano, puede desplegar.14
En todos estos libros encuentro huellas femeninas, rastros de autoras,
reunidas en una pluralidad diversa, porque pienso en una práctica común,
la escritura de textos escolares, hecha por mujeres diferentes entre sí: las
hubo escritoras, maestras normales, profesoras; argentinas y extranjeras, a
veces, inmigrantes; expertas y principiantes; mayores y jóvenes. Trazar sus
perfiles biográficos, ahondar en sus respectivas carreras profesionales y su
participación en la vida pública, en relación con los libros de lectura,
permitirá evidenciar si su formación, el grupo familiar o el grupo social de
pertenencia de cada una se plasma en sus propuestas, permitirá conocer
cómo ejecutan esta práctica escrituraria tan diferente a otras formas
discursivas.
Contrahuellas
Quiero proponerles pensar ahora en las contrahuellas femeninas y me
ajusto a un concepto de uso arquitectónico, ya que se denomina contrahuella
al plano vertical de los escalones, en el cual no podemos apoyar el pie. Y mi
planteo va en esa dirección, buscar a las mujeres en el otro plano, dentro de
los discursos escolares. Para las contrahuellas, entonces, son importantes
todos los libros de lectura, sin importar autoría femenina o no.
Para tomar un ejemplo entre muchos posibles de ser analizados, me remito
a reflexiones sobre “educación de las niñas”. Si, como vimos, el interés por
llevar a las escuelas argentinas libros de lectura apropiados y novedosos se
evidenció a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, sólo al finalizar éste
se evaluaban en los ámbitos escolares y ministeriales las condiciones de la
14 Mizraje, María Gabriela (1999) Argentinas de Rosas a Perón, Buenos Aires: Biblos, p.
29.
7
“educación de las niñas” y, en el campo de los libros de lectura, esta
circunstancia se patentizó con la publicación de textos escolares para ellas,
tanto de autoría femenina como masculina. Tres libros que aparecieron en el
término de cinco años dan cuenta de que la inquietud estaba presente en el
plano escolar: El primer libro de las niñas: lecturas morales e instructivas de
José M. B. Mareca, publicado en 1897 por la imprenta Igón, Consejos para mi
hija de Amelia Palma, de 1901 en manos de editorial Mendesky (reeditado por
Peuser en 1903) y La niña argentina: cuarenta y tres lecturas instructivas de
Rafael Fragueiro, en 1902, presentado por Cabaut.
Esos libros se proponen -según quienes los hacen-, para cubrir una
“falencia” que suponían presente en las escuelas argentinas, que es descripta
como falta de una sólida educación femenina que orientara a las niñas y a
las jóvenes a su destino principal de futuras madres y amas de casa. El
análisis de los discursos permite dilucidar las estrategias paradojales de las
propuestas escolares de comienzos del siglo XX: si por un lado la escolaridad
se proponía emancipar a las mujeres e incorporarlas junto a los varones a la
vida social, por otro no cuestionaba las desigualdades entre géneros, sino más
bien, incrementaba la idea que había primado a lo largo del siglo XIX sobre el
rol subordinado de las mujeres.
Con características similares, mencioné antes un par de libros escritos por
Pilar Pascual de San Juan (1827-1899), titulados Guía de la Mujer y Prontuario
del ama de casa, consignados en la licitación de libros hecha por el CNE en
1888, considerados apropiados para la educación femenina. Sobre todo el
primero, del cual se adquirieron mil ejemplares, da cuenta de esa situación ya
que era un libro con lecciones de puericultura, de economía doméstica y
diseño de labores, actividades ligadas a la vida familiar más que a la escolar.
De los editados después, el primero (1897) demuestra su fin moralizante en
el subtítulo al igual que La niña argentina en cuya portada se aclara: “Serie
Primera. Cuarenta y tres lecturas instructivas. Compiladas por Rafael Fragueiro.
Y adornadas con profusión de grabados originales”. Consejos para mi hija
también llevaba un subtítulo del mismo tenor: “Lecturas de propaganda moral”
8
y, a diferencia de los dos anteriores, estaba destinado al 6º grado, o sea a
las jóvenes que terminaban su escolaridad primaria, con 13 ó 14 años. El
prólogo de Fragueiro postulaba con claridad su destino:
La mayor parte, sino la totalidad, de los libros que se adoptan en nuestras
escuelas son generalmente escritos para alumnos de ambos sexos, y en
especial teniendo en cuenta la educación del varón.
Notando, pues, que hacía gran falta un libro de lectura exclusivamente para
niñas, nos decidimos á compilarlo en la forma que nos pareció más
apropiada y conveniente, es decir, un libro que, al par que deleitara é
instruyera, tuviese una base de enseñanza histórica y social, genuinamente
de la tierra.15
Un primer acercamiento a los tres libros permite encontrar más
características comunes que diferencias en el discurso dirigido a niñas y
adolescentes. La niña argentina es el primero de una serie de 3 volúmenes
homónimos sucesivos y Consejos para mi hija lo es de la serie titulada La
vida práctica, de la que se conocieron el primero y el segundo libro: Consejos
y El Hogar Modelo. También el libro de Mareca se enuncia como “primer”, lo
que sugiere que, al igual que los otros dos textos en estudio, formaría parte
de una serie que su autor deseaba completar. Las series remiten a la
“gradualidad” de la enseñanza primaria y aunque los libros no tengan
determinada la correspondencia con tal o cual grado, es posible ubicar a los
de Mareca y Fragueiro para los grados medios y el de Palma, lo señalamos,
al finalizar la escuela primaria.
Todos los textos presentan premisas tradicionales sobre la educación
femenina, es decir, aquellas que acentuaban los elementos de la vida
doméstica de las mujeres. Amelia Palma lo había anunciado en El Monitor:
Las varias generaciones de niñas que han cursado hasta sexto grado, ¿qué
ventajas saben extraer para la vida práctica, del fárrago de cosas que bajo
esos programas estudiaron?
En cambio, si se redujeran muchas de esas materias, se podría dar ancho
campo á las que dan vida á la economía doméstica, a saber: fisiología,
psicología, artes é industrias; entonces sí, de los cursos graduados saldrían
futuras madres y amas de casa que formarían hogares y familias
15 Fragueiro, Rafael. (1903) La niña argentina p. 7.
9
equilibradas y sabrían impedir la decadencia moral y física de la raza, que
avanza día á día.16
En el Prefacio de Consejos,17 Amelia Palma destacaba el fin utilitario de la
enseñanza femenina, que se debe dar a través de la economía doméstica en
las escuelas. Ella misma catalogaba a su libro como “una obra educativa,
esencialmente femenina”18, que insistía en buscar el equilibrio entre corazón y
cabeza, en sostener una conducta sin trivialidades ni extravagancias.
Por su parte, Mareca trasluce su religiosidad y su pensamiento creacionista
desde la dedicatoria: “Las niñas juiciosas aman á Dios, y á sus padres y
procuran hacer siempre el bien”. Del mismo modo, el ordenamiento de las
cincuenta lecturas se inicia con una titulada “Dios” y continúa con “La
oración” y la selección de conocidas “Máximas”19 o refranes populares.
Alrededor de una tercera parte del libro está destinada a lecturas sobre
virtudes que las niñas debían cultivar y defectos que ellas debían desterrar.
Son muy pocas las “lecciones” de carácter más “científico” y, hacia el final del
libro, hay lecturas más largas que al comienzo, escritas por otras y otros
autores (Esteban Echeverría, Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda, entre ellos),
es decir que el libro también posee rasgos antológicos. Mareca no utilizó un
único personaje femenino infantil sino que cada lectura tenía una protagonista
diferente, en general calificada con un atributo que en la mayoría de los
casos era negativo: varios títulos asocian nombres de niñas a un vicio o a
una condición que merece ser corregida. “Inés la desagradecida”, “Mariquita la
golosa” o “Celestina la revoltosa”20, ejemplos que proponen la lección moral,
ya que en ellas se exponen la “moraleja” y la “catequesis”; característica, esta
16 Palma, Amelia (seud. Ana Pintos) (1901) “Párrafos sobre educación femenina” en El
Monitor de la Educación Común. Buenos Aires: Consejo Nacional de Educación. Núm.
338, pp. 1011-1013, p. 1012. 17 Palma, Amelia (seud. Ana Pintos) (1903) Consejos para mi hija: lecturas de
propaganda moral. Buenos Aires: Peuser. 18 Ibídem, p. 130. 19
Mareca, José M. (1897) El primer libro de las niñas: lecturas morales e instructivas.
Buenos Aires: Igón, pp. 17-19. 20 Ibídem, pp. 22-23, 42-45, 85-88.
10
última, que se mantiene a lo largo del libro con un cuestionario al final de
cada lección, que hace pensar en la repetición memorística de lo leído.
En La niña argentina Fragueiro iniciaba su compilación con varias lecturas
que referían la relación de la niña con su mamá. Por ejemplo, en la segunda
lectura titulada “Cosas que sé”, la voz infantil declamaba: “Tengo una mamá
que me enseña muchas cosas. Á amar a Dios, á rezar, á coser, á tener bellas
maneras y á ser muy buena”21, que también la instruye como patriota. Esta
introducción casi espontánea en la vida histórica nacional no se hace con la
maestra, sino con la madre o con la abuela. La pequeña protagonista,
Ernestina, muestra su escuela recién en la decimoquinta lectura, donde
expresa “la parte principal de la escuela es la clase”, además de dar cuenta
que “hacemos labores, nos toman lecciones, y salimos al recreo”. Después de
una descripción del mobiliario y de los objetos del aula, la lectura concluye:
“¡Cuántas cosas voy a poder decirles, entre todo lo que aprenda de mi mamá,
de mi abuelita y de mis maestras!”22.
He llamado genealogía doméstica a esta fórmula de aprendizaje en la cual
el rol de la madre y de la abuela se anteponía a la labor áulica. La niña ya
sabía leer cuando comenzó la escuela y en las lecturas anteriores al ingreso
escolar, Fragueiro dejaba claro el rol de las mujeres adultas de la familia en
la vida infantil: “Mi mamá me enseña también a leer” y el valor de la lectura
en manos de mujeres, ya que Ernestina reflexiona: “¡Qué lindo es leer! En
breve, con aplicación y empeño, llegaré a conocer todas las palabras de mi
libro.” Agregando enseguida: “De ese modo me perfeccionaré en el arte de
leer y sabré muchas cosas que ignoro.” / “A medida que vaya leyendo y
sabiendo les iré contado a Uds. mis descubrimientos; porque dice mamá, que
saber leer es descubrir.”23 En esta lección, la niña reafirma el rol conductor de
la madre que controlaba y censuraba sus vicios, como se aprecia en La
21 Fragueiro, R., op. cit., p. 11. 22
Ibídem, pp. 45-46. 23
Ibídem, pp. 16-17.
11
Curiosidad y la Indiscreción24, donde la mujer adulta cataloga a la curiosidad
como un defecto.
Las ideas sobre el universo y la tierra, sobre los primeros navegantes, sobre
la geografía de Nuestra América, sobre los seres humanos y los animales, la
casa y la familia, eran conocidas antes de asistir a la escuela. Los contenidos
científicos incluidos por Fragueiro también tenían la impronta creacionista de
su época y las alusiones religiosas aparecían con frecuencia, con exclusiva
mención al credo cristiano como se aprecia en la antepenúltima y la penúltima
lecturas, tituladas respectivamente “Amor al prójimo” y “Á donde nos dirigimos”
que referían a temas bíblicos y a la idea de “Juicio Final”.
En Mareca, la genealogía doméstica no es tan visible como en La niña
argentina pero la precedencia del saber familiar respecto del escolar es
similar, la escuela está considerada en la lectura 23, con título homónimo, que
plantea el ingreso de la niña a la escuela: “Así que entraron en aquella
suntuosa y magnífica construcción, Rosario quedó extremamente complacida
viendo á gran número de jovencitas que estaban divirtiéndose en uno de sus
patios.” Y en el aula: “La maestra les explicó una lección de cosas, les contó
una historieta, y después de hacer unos cuantos ejercicios de lectura y
escritura, llegó el descanso.25
Amelia Palma, por su parte, dividió las 131 páginas de Consejos en un
“Preámbulo” y diecisiete capítulos en los que la madre le decía a Laura, de
catorce años, “quiero […] trazarte un plan de conducta para cuando seas
esposa y ama de casa”, cuya finalidad era convertirla en “una mujer
ejemplar”26. El primer capítulo estaba destinado a desterrar las “Falsas ideas
respecto al matrimonio” y el último a la “Elección y manejo de sirvientes”. El
arco temático de los capítulos restantes abarcaba: la influencia de la mujer en
el hogar, obligaciones de lealtad y modestia, necesidad del orden y la
economía en el hogar, cortesía y armonía domésticas, deberes y derechos
sociales (incluidas las recomendaciones para “los días de recibo”), práctica de
24 Ibídem, pp. 18-19. 25 Mareca, J. M. op. cit., PP. 66-68. 26 Palma, Amelia (1903) op. cit., pp. 6-7.
12
actos de beneficencia, referencias a lecturas apropiadas para mujeres, análisis
de empleos y profesiones más convenientes, manejo de los niños y trato con
personal de servicio, sin desdeñar cuestiones tales como los “seguros sobre la
vida y para la vejez”27.
En suma, en estos tres libros de lectura se hallan contrahuellas femeninas
bastante significativas. Aunque no sirven para generalizar sobre las vivencias
de todas las niñas argentinas, acercan información relevante sobre las
contrariedades en las que caían los discursos relativos a la emancipación de
las mujeres mediante la educación. En ellos hay coincidencias significativas
entre educadoras y educadores, funcionarios escolares, escritores y escritoras,
periodistas de ambos sexos, feministas e incluso las universitarias de fin de
siglo XIX, pero se subsumían, también, en el concepto de maternidad
republicana, es decir la sujeción de las mujeres, infantes, jóvenes o adultas, al
mundo masculino, exaltando la vida familiar como el espacio conveniente para
ellas, sin desestimarles ninguna de las posibilidades de educación.
Para concluir, me permito una anécdota recogida en la Biblioteca
Pedagógica “Eudoro Díaz” de Rosario. Mientras consultaba libros de lectura en
la sala infantil, una de las bibliotecarias atendía a una mamá muy joven que
buscaba información sobre cambios en la cocina. La bibliotecaria intentaba
hallar algo en los novedosos libros de Tecnología con escasos resultados. Yo
revisaba Curso Completo de Idioma Nacional, de Andrés Ferreira publicado en
1899 y una de las viñetas mostraba precisamente una cocina antigua,
alimentada a leña, (por supuesto, con una mujer trajinando a su lado). Llamo
a la chica y se lo muestro. Me dice: ¿Me lo prestás? Yo no -le contesto-, pero
seguro que la bibliotecaria sí.
Fue muy contenta a hacer la fotocopia. Y yo advertí en ese simple acto
que la restauración de ilustraciones que reconstruyen otros tiempos y otros
lugares, puede ser útil –tal como lo fuera en sus orígenes- a la expresión
documental de la vida cotidiana y que estas fuentes pueden ser consultada
27
Ibídem, p. 130.
13
por quienes intentan abordar la historia desde lo frecuente y habitual en la
vida escolar y familiar de otros tiempos.
Los libros de lectura nos dicen mucho, muchísimo sobre esto.