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Opinión 28 Educación Social No hay educación no formal Son pocas las afinn aciones -o, co mo en este caso, las negaciones que dan título a esta co laboración- cuyo afán categó ri co se remite a un a sola y concluyente razón de ser, por mucha in sistencia que se ponga en los argumentos que tratan de ju s ti fi ca rl as. Más bien, en los ti empos de in certidumbre que vivimos, todo parece in di car que es preciso acrece ntar el peso de la duda, de la perplejidad, de la sospecha .. . s in qu e por e ll o in curramos en la relati vización de las cree ncias y de los principios (sean estos de natural eza política, re li giosa, moral o cientí fi ca), tal y como acos tumbr an a suge rir c ie rt as lecturas del postmodernismo. De ahí que no se trate tanto de renunciar a construir verdades co mo de cues ti onar su existencia s in someter la a alg ún tipo de revisión críti ca, ya sea con propósitos educativos - algunos tan loa bl es co mo los que ac ti varon la Pedagogía de la Pregunt a- o id eol óg icos, al o bj eto de co mbatir cualq ui er tipo de dogma ti smo o fundamenta li smo; co n frecuencia, procli ves a un a utilización abusiva del lenguaje y de sus múltiples aplicaciones semánticas. Entre e ll as, las que ti enden a definir un a realidad y sus correspondientes señas de id entidad negando o minorand o las cualidades atribuidas a otra, de la que se parte o a la que se cons id era su matriz natu ral. En este sentido, cuando todavía sentimos cercana la pérdida de Jacques Derrida, su in vitación a de-construir la s palabras, rebati endo el o rd en de los discursos y de las expresiones que los hacen pos ibl es, confieso que cada vez me resulta más in cómodo ha bl ar de la educación recun'iendo a los utilita ri os y fríos vocablos que la tipi fican como fo rmal, no fo rmal e in fo rmal, ca ut ivando a polí ti cos y gestores, intelec tu ales y acadé mi cos, pedagogos y ciudadanos, en genera l. De hecho, co n e ll os se han id o no mbrando libros, ar t íc ul os, conferencias, estrategias, expe ri encias y prác ti cas de muy diverso calado ... prestá nd ose no sólo a expandir su más que discutible esce ni ficación lingüís ti ca o esté ti ca; s in o, y sobre todo, a co rear y l eg itimar su pert in encia co mo un o de los mejores modos de designar todas las posibilidades que la educación habilita como prác ti ca pedagógica y social, dentro y fuera de los sistemas educa ti vos y de su in stitución más emblemáti ca: la escuela. La labor dese mpeñada por los Orga ni smos Internacionales (entre otros: UNESCO , OC DE, Uni ón Europea) o po r las l eg islaciones emanada s de di fe rentes ámbitos de las Administraciones Públicas, han incrementado sig ni fica ti vamente el impacto de su utilización norma ti va y co tidiana hasta límites difíc il es de imag in ar hace poco más de tres décadas, in c lu so por parte de quienes fueron sus pr imeros valedores. No ta nt o de la que ya venía siendo reco nocida como la educación formal, sistemáti ca, altamente in stituciona li zada, estructurada y bi en co mpo rt ada, a pesar de que sus repetidos fracasos diesen a ente nd er otra cosa. Sino que, y en lo esencial,

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Opinión 28 Educación Social

No hay educación no formal

Son pocas las afinnac iones -o, como en este caso, las negaciones que dan título a esta colaborac ión- cuyo afán categórico se remite a una sola y concluyente razón de ser, por mucha insistencia que se ponga en los argumentos que tratan de justi fi carl as.

Más bien, en los tiempos de incertidumbre que vivimos, todo parece ind icar que es prec iso acrecentar el peso de la duda, de la perplejidad , de la sospecha .. . sin que por ello incurramos en la re lati vizac ión de las creenc ias y de los princ ipios (sean estos de naturaleza política, relig iosa, moral o cient ífi ca) , tal y como acostumbran a sugerir c iertas lecturas del postmoderni smo. De ah í que no se trate tanto de renunciar a construir verdades como de cuestionar su ex istencia sin someterla a algún tipo de rev isión crítica, ya sea con propósitos educativos - algunos tan loables como los que acti varon la Pedagogía de la Pregunta- o ideo lóg icos, al objeto de combatir cualquier tipo de dogmati smo o fund amentalismo; con frecuencia, procli ves a una utili zac ión abusiva del lenguaje y de sus múltiples aplicaciones semánticas. Entre ell as, las que tienden a de finir una rea lidad y sus correspondientes señas de identidad negando o minorando las cualidades atribuidas a otra, de la que se parte o a la que se considera su matri z natural.

En este sentido, cuando todav ía sentimos cercana la pérdida de Jacques Derrida, su invitación a de-construir las palabras, rebatiendo el orden de los discursos y de las expresiones que los hacen posibles, confieso que cada vez me resulta más incómodo hablar de la educación recun'iendo a los utilitarios y fríos vocablos que la tipi fican como formal, no formal e info rmal, caut ivando a políticos y gestores, intelectuales y académicos, pedagogos y ciudadanos, en general.

De hecho, con e llos se han ido nombrando libros, artíc ulos , confere nc ias , estrateg ias, experienc ias y prácticas de muy di verso ca lado ... prestándose no sólo a expandir su más que di scutible esceni ficac ión lingüística o estética; s ino, y sobre todo, a corear y legitimar su pertinencia como uno de los mejores modos de des ignar todas las pos ibilidades que la educac ión habilita como práctica pedagóg ica y soc ial, dentro y fuera de los sistemas educati vos y de su institución más emblemática: la escuela. La labor desempeñada por los Organi smos Internac ionales (entre otros: UNESCO, OCDE, Unión Europea) o por las legislac iones emanadas de di fe rentes ámbitos de las Administrac iones Públicas, han incrementado signi ficati va mente e l impacto de su utili zac ión normati va y cotidiana hasta límites difíciles de imag inar hace poco más de tres décadas, incluso por parte de quienes fueron sus primeros va ledores. No tanto de la que ya venía s iendo reconoc ida como la educac ión forma l, sistemática, altamente institucionali zada, estructurada y bien comportada, a pesar de que sus repetidos fracasos diesen a entender otra cosa. Sino que, y en lo esencial,

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Educación Social 28

de otras educaciones, en los márgenes de la escuela, y amparando un amplio repertorio de actuaciones educativas, son catalogadas con los rótulos de no formales e informales, apelando a criterios de equívoca consistencia.

Debo confesar que a mí también me sedujo la facilidad con la que Coombs y Ahmed resolvían tipificar, en los años centrales de la década de los setenta, las complejidades de la educación situando a la llamada educación no formal en la vanguardia de las luchas contra la pobreza crónica del mundo rural; y que, más tarde, en las aportaciones de La Belle o del propio Coombs, acabaron vinculando los beneficios de sus programas a los procesos de cambio social y a la búsqueda de un mejor futuro. El atractivo de sus propuestas se ha hecho notar en nuestro país a través del quehacer intelectual, académico y profesional de numerosos autores, que han proyectado la imagen de lo no formal en un variado elenco de prácticas educativas con un amplio recorrido pedagógico, cultural y cívico: la animación sociocultural, la educación de adultos, la ciudad educativa, la formación laboral, la pedagogía del ocio, la educación ambiental, etc., en cuyos programas, iniciativas y logros siempre se ha subrayado su contribución a una concepción cíclica, integral y permanente de la formación y el aprendizaje de las personas, especialmente en sociedades tan abiertas como la nuestra.

Siendo estimable el esfuerzo que subyace a sus respectivas preocupaciones por aclarar los rumbos de la educación en la sociedad del conocimiento -precisando que la denominación no formal hace tiempo que se asocia con una perspectiva altamente positiva de la educación-, se invoca una expresión que está muy lejos de representar y hacer justicia a las prácticas con las que se identifica (para lo que no basta señalar que también deben ser formalizadas, planificadas y evaluadas, ya que no son el resultado de la mera improvisación, del voluntarismo o de un mayor o menor compromiso social). De un lado, porque en ell as mismas reside un enorme e idiosincrásico potencial educativo, poco o nada necesitado de comparaciones con las formalidades de la escuela o del sistema educativo, al que, cabalmente, algunas de esas prácticas impugnaron declarando su vocaClOn desescolarizadora y/o contrainstitucionalizante. De otro, porque nos sitúa al borde de una educación sin sujetos (por lo demás, plagada de educadores y educandos no formales, tantoen sus veltientes profesionales como en las del voluntariado), oscureciendo los contextos y pretextos de quienes la motivan, aun cuando se insista en su vinculación directa con ellos y en la implicación de los individuos.

Me inquieta que en el juego de las palabras, muchos de estos autores eludan referencias explícitas a la Educación Social y a los educadores sociales, huyendo reiteradamente del uso de estas expresiones, frente al énfasis que se pone en la idoneidad de la educación no formal ... sin que por ello se deje de

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admitir la inseguridad que supone hablar de una pedagogía (noformal) de este cuño, obviando que hace más de un siglo que la Pedagogía Social viene proclamando sus responsabi Iidades y compromisos con la tarea de fundamentar y articular las aportaciones de aquell a .. . Me inquieta mucho más que sean los propios educadores sociales quienes caigan en las trampas de un lenguaje que tiende a negarles en su identidad y entidad profes ional, acaso porque como ya avanzara Coombs quienes trabajan en la educación noformal ... nunca podrán compararse con quienes lo hacen en la educación formal, dadas sus carencias en la capac itación prev ia o en la fa lta de canales y mecani smos equi valentes para un entrenamiento profes ional avanzado ...

Sucede, a veces, que el lenguaje eleva a categoría de realidad lo que no es más que un modo, entre otros posibles, de hablar de e ll a. Más aún , es frecuente que las palabras desv irtúen las realidades hasta el punto de hacerl as irreconocibles, suplantando las oportunidades de mejorar o encontrar nuevos horizontes para e l conocimiento y la prax is soc ial. Esto creo que es lo que ha pasado y sigue pasando con la educación noformal, elevada a la categoría de una prax is cuyos soportes de intencionalidad, duración, universalidad, estructuración, etc. más valdría que comenzaran a denominarse Educación Social; o, por deri vac ión y honestidad hi stórica, educaciones comunitaria, de adultos, ambiental, del ocio,familiar, etc. Al menos, serían algo existente y consistente por sí mismo, no por negac ión o confrontac ión de otras prácticas ... consideradas más autónomas y auténticas.

En el entretanto, al afi rmar que "no hay educación no fo rmal" pretendemos ir mucho más all á de una simple opinión testimonial. Si como creemos, las palabras nunca son neutras, también en ellas laten opciones sugerentes para un cambio de perspecti vas. De eso se trata: ¿Imag inan cuánto cambiarían determinadas concepciones y prácticas educativas si a las llamadas acti vidades ex traesco la res, ex tracurri cul ares, complementarias ... de pronto las cata logásemos como educación social ? ¿ Im ag in an qué habr ía de sustanti vamente di stinto entre aquello que algunos conceptúan como educación no formal y lo que otros insistimos en nombrar como educación social? Sin duda, aunque con ellas comenzábamos, bastante más de lo que hasta ahora nos ha deparado la superficial e interesada disputa terminológica acerca de las formalidades que caracteri zan -y, por lo que se oye, digni fican- a la escuela, en contraste con su inexistencia o de-formación en otros espac ios y tiempos educativo-sociales .

José Antonio Caride I Universidad de Santiago de Compostela