nÚm.206 sÁbado 29.06.19 el cultural · 2019-06-29 · sÁbado 29.06.2019 02 el cultural críticos...

12
El Cultural NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 ROGELIO GARZA CINCUENTA AÑOS DE TOMMY CARLOS VELÁZQUEZ TOMMY ORCHESTRAL JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ YO ES OTRO [Suplemento de La Razón ] RETRATO DE SILVINA OCAMPO CON BIOY CASARES Y BORGES AL FONDO DANUBIO TORRES FIERRO FICCIÓN ANA V. CLAVEL IVÁN MEDINA CASTRO Arte digital > A partir de un retrato de Silvina Ocampo en theobjective.com y una foto en newsmov.biz > Mónica Pérez > La Razón EC_206 PORTADA.indd 3 27/06/19 21:05

Upload: others

Post on 02-Apr-2020

2 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 El Cultural · 2019-06-29 · SÁBADO 29.06.2019 02 El Cultural Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la

El CulturalN Ú M . 2 0 6 S Á B A D O 2 9 . 0 6 . 1 9

ROGELIO GARZACINCUENTA AÑOS DE TOMMY

CARLOS VELÁZQUEZTOMMY ORCHESTRAL

JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZYO ES OTRO

[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

RETRATO DE SILVINA OCAMPOCON BIOY CASARES Y BORGES AL FONDO

DANUBIO TORRES FIERRO

FICCIÓNANA V. CLAVEL

IVÁN MEDINA CASTRO

Arte digital > A partir de un retrato de Silvina Ocampoen theobjective.com y una foto en newsmov.biz > Mónica Pérez > La Razón

EC_206 PORTADA.indd 3 27/06/19 21:05

Page 2: NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 El Cultural · 2019-06-29 · SÁBADO 29.06.2019 02 El Cultural Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la

SÁBADO 29.06.2019

El Cultural02

Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la obra de Silvina Ocampo (ver El Cultural, número 180). La fama de sus compañeros Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares

(esposo de la autora) solía relegar su presencia discreta. Un testigo que disfrutó la confianza de ese grupo nos brinda aquí el retrato de una época y a su vez de los rasgos que modelaron

el temperamento, la complejidad y el genio de Silvina Ocampo. De modo paradójico, como Borges y Bioy Casares, con su literatura ella plasmó el reflejo inquietante de un periodo opresivo en la historia de Argentina.

RETRATO DES ILVINA O C AM P O

DANUBIO TORRES FIERRO

Con Bioy Casares y Borges al fondo

DIRECTORIO

Roberto Diego OrtegaDirector

@sanquintin_plus

Julia SantibáñezEditora

@JSantibanez00

Director General Editorial › Adrian Castillo Coordinador de diseño › Carlos Mora Diseño › Maria Fernanda Osorio

CONSEJO EDITORIAL

Contáctenos: Conmutador: 5260-6001. Publicidad: 5250-0078. Suscripciones: 5250-0109. Para llamadas del interior: 01-800-8366-868. Diario La Razón de México. Nueva época, Año de publicación 10

Carmen Boullosa • Ana Clavel • Guillermo Fadanelli • Francisco Hinojosa • Fernando Iwasaki • Delia Juárez G.Mónica Lavín • Eduardo Antonio Parra • Bruno H. Piché • Alberto Ruy Sánchez • Carlos Velázquez

El Cultural[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

Twitter: @ElCulturalRazon

Facebook: @ElCulturalLaRazon

C onocí brevemente a Silvina Ocampo muy a comienzos de los setenta del pasado siglo. Era una época en la que cruzaba a menudo a Buenos Aires

para escapar del clima venenoso de un Uru-guay roto por el terrorismo tupamaro y la a me- nudo confusa postura defensiva de una clase política tradicional sorprendida por la escalada guerrillera. Era una época en la que podía asir-se en el aire el proceso de degradación social y ciudadana que padecían las dos orillas del Río de la Plata. Era una época, para resumir, en la que la desventura aguardaba en las esquinas. Alma en pena, y alma ansiosa de novedad, iba yo a la capital porteña (gran metrópolis a pesar de todo, en la que uno podía refugiar-se en el anonimato) para encontrarme con los muchachos de Tiempo Contemporáneo y de Pasado y Presente, y con Enrique Pezzoni, nerviosísimo y bienhumorado en las instala-ciones como de factoría de la vieja editorial Sudamericana, allá en el barrio San Telmo. Sin

duda fue el propio Enrique quien me llevó a casa de Silvina, ese apartamento del cuarto piso de la calle Schiaffino al que años después, diez años después, dirigiría frecuentes mira-das húmedas al pensar en ella, en Silvina, ya enferma, enclaustrada y disminuyéndose. Una única evocación de entonces sobrenada en mi memoria: la de Silvina como una mujer de des-pliegues seductores, dispuesta a la conquista empática, de miradas y tonos insinuantes y, si así lo resolvía, de confianza leal y expansiva. Una mujer que se imponía, invasora, al joven atribulado que era yo.

EN ABRIL DE 1975, ya viviendo en México, viajé a Buenos Aires a juntar materiales para la revis-ta Plural. Fueron fugaces días emocionados. Me reencontré con mi familia próxima (mi madre, mi hermana y mi novísimo sobrino) y contemplé —y este recuerdo es agridulce y tré-mulo pero sobre todo remoto ahora— las luces de mi país entonces prohibido para mí desde los balcones de la costanera del sur. Y llegó, dis-puesto a ser feliz en una de sus patrias, acaso la que mejor le sentaba a su persona, mi que-rido Alejandro Rossi. Nuestras jornadas eran incansables. Visitamos, alentados por el entu-siasmo común, el tesoro vivo de la literatura

A false fin de siecle decorumsnored over Buenos Aires

lost in the pampasand run by the barracks.

RobeRt LoweLL

Foto > inba.gob.mx

EC_206.indd 4 27/06/19 21:05

Page 3: NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 El Cultural · 2019-06-29 · SÁBADO 29.06.2019 02 El Cultural Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la

SÁBADO 29.06.2019

El Cultural 03

argentina. Hubo un encuentro, al que Alejandro consideró sagrado, y cuyos detalles yo renuncié a difundir du-rante años, con Borges y Pepe Bian-co. Fuimos en tren, desde la estación de Retiro, hasta San Isidro, donde Victoria Ocampo nos aguardaba —en una tarde fiera de lluvia y de siluetas errantes— al mando de su máquina Renault. Estuvimos con Alberto Girri en su inevitable café Saint-James. Ce-namos con Silvina y Bioy Casares en el comedor de su casa. Anduvimos con Pezzoni y Bianco por aquí y por allá para recalar, una y otra vez, en el Petit Paris, en uno de los recodos de la plaza San Martín y justo al lado del hotel en el que nos hospedábamos. Buenos Aires tenía, para Alejandro, unas resonancias interiores que le son caras, y en fechas muy próximas las tendría también para mí. Buenos Aires es, más allá de los permanen-tes castigos que ha soportado, una cartografía literaria, y en esa ocasión nosotros la compartimos con quie-nes habían ayudado a configurarla en el tramo final del siglo. Al cabo de poco tiempo, y conmigo como tes-tigo próximo, ese puñado de gente comenzaría, desventuradamente, a desaparecer. Queda la obra que nos legaron, sí. Pero sus personas, y con ellas el ejemplo humano encarna-do, tan gravitante al menos para mí, ingresan en una espectralidad que atiza, de manera reactiva, una rabio-sa tristeza. Comprobar que todo está condenado es demasiado comprobar.

Silvina y yo nos hicimos cómplices en ese viaje mío desde México. Ella demandaba, terca, cercanía y fideli-dad, quizás ansiosa de hacerse con los susurros y los ecos de los secretos y las alianzas que merodeaban, y yo estaba allí para satisfacerla. Llegaba a su casa, a la hora del té, y salía a re- cibirme a las puertas del ascensor: “¡Qué bufanda colorada tan linda te- nés! Es apasionada como vos”. Las palabras le salían arrastrándose, cas-cadas, aupadas por respiros rítmicos y con un retumbo de burguesía re-molona. Tenía setenta años pero con-servaba unas piernas espléndidas, que se adelantaban imprudentes al andar y le aseguraban —junto al men-tón atrevido allá arriba— un rango de adolescente venida repentinamen- te a más. Discurría una forma peculiar de ser dueña de sí misma. Era mujer que, nacida para central, aparecía de presencia recoleta, en papel sesgado, como si trabajara una versión volun-taria, y premeditada por tanto, del poder detrás del trono. Era una mu-jer que, según el consejo de un sabio, no olvidaba que il faut toujours se ré-server une arrière boutique. Esto de la trastienda propia se manifestaba, como no tardaría en averiguarlo, por lo menos en dos vertientes. Silvina, como escritora, era de hecho oblicua y, mejor aún, de efectos ambiguos, de digresiones que se desarrollan y que, luego de serpentear con desti-no propio, rematan con derechura, y en pleno corazón, los nudos de sus asuntos. Más que los puntos de parti-das —siempre directos en su ataque— o de llegada —siempre equívocos en sus soluciones— importan, en su cuña

retórica, los tránsitos que se efectúan y los recorridos que se describen, unos y otros puestos a dibujar una cartografía que desemboca en un microcosmos cargado de elocuen-cia ambigua, peligrosa. Textos, los suyos, en los que la escritura prueba que tiene una maligna vida propia y en los que el esfuerzo por movilizar desde dentro las palabras enciende una errancia esquinada pero de in-tenciones dramáticas clarísimas; que allí, además y sobre todo, triunfe una magia copiosa, infinita, con la que se crea un mundo extravagante y de paradojas, un mundo en el que la rala realidad se codea con un aura intimidante por su rareza y su morbo es un recurso literario más con el que se atrae al lector. Recuerdo ahora —y lo recuerdo porque en este contexto es pertinente hacerlo— que Silvina, cuando me llamaba por teléfono temprano en las mañanas, me decía a cada rato si yo me había dado cuenta de que “la realidad es lo único fan-tástico que nos queda”. Ella sabía de qué hablaba.

Y SILVINA, como mujer de su medio social (y no, por cierto, como mujer a secas), un medio de clase alta ul-tramontana, un medio familiar de individualidades enérgicas —que, amalgamadas, sirvieron a Bianco de inspiración en la novela La pérdida del reino— y a la vez muy clanesco, y por fin un medio cultural dominado por el empaque empeñoso de su her-mana Victoria y el tutelaje admonito-rio de Borges y Bioy, prefería situarse aparte, dar un paso al costado, colo-carse en un lugar entre ella misma y cuanto la rodeaba. Su figura, y la irra-diación de esa figura, fue decidida-mente privada y sólo muy a medias se hizo pública; el verdadero reco-nocimiento le llegaría mucho más tarde, tan tarde como en la segunda

década del XXI —El dibujo del tiempo, libro póstumo, y misceláneo, editado por Lumen en 2014, lo confirma. Aca-so de esa elección suya por ser una presencia más bien discreta de puer-tas afuera le venía la libertad que de ella dimanaba y que ejercía con tanta capacidad de plenitud. Parecía estar en desplazamiento permanente sin dejar de ser, permanentemente, ella misma. Espíritu travieso y burlón, en el que sobrevolaba la ironía, corrosi-vo hasta no dejar títere con cabeza, incluida la suya propia, era celosa de su persona y sus atributos, a los que mimaba sin exponerlos a una intem-perie que debía conjeturar al acecho y quizás perniciosa para su integri-dad. Inteligente, orgullosa, astuta, provocadoramente femenina si se lo exigía la circunstancia, es probable que su aspiración más acusada fue-ra la de crear un centro singular de irisación en el que convergieran su simpatía espontánea hacia algunos pocos amigos y su sensibilidad ladea-da, tan de gatos encerrados, esa que en sus escritos junta la emoción y la crueldad, el absurdo y el delirio. Ese centro de irisación al menos en su edad avanzada, lo articulaban su obra (o, con mayor latitud, su entrega a los asuntos que cultivan el alma) y por supuesto su persona; y, sin dudas, y con preeminencia enfática, ese otro dominio, territorio colonizado palmo a palmo por ella, en el que siempre la encontré: su casa.

SILVINA YA NO SALÍA. Si hablaba, por ejemplo, de los jacarandás en flor (una violencia carmesí en la pureza celeste del cielo de la ciudad), era porque su recuerdo los atesoraba y porque los divisaba desde sus ven-tanas privilegiadas, abiertas a un án-gulo de la plaza San Martín de Tours en la Recoleta. El apartamento, con altos accesos de mármol blanco en

“PARECÍA ESTAR EN DESPLAZAMIENTO PERMANENTE SIN DEJAR DE SER,

PERMANENTEMENTE, ELLA MISMA. ESPÍRITU TRAVIESO Y BURLÓN, EN EL QUE SOBREVOLABA

LA IRONÍA, CORROSIVO HASTA NO DEJAR TÍTERE CON CABEZA, INCLUIDA LA SUYA PROPIA .

Silvina Ocampo (1903-1993).

Fuen

te >

lana

cion

.com

.ar

EC_206.indd 5 27/06/19 21:05

Page 4: NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 El Cultural · 2019-06-29 · SÁBADO 29.06.2019 02 El Cultural Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la

SÁBADO 29.06.2019

El Cultural04

los bajos, tenía espacios generosos y techos altos. Su solidez, marca de una época de opulencia porteña, se em-pañaba por los reveses de una negli-gencia comprensible en dos personas mayores y atareadas en cuestiones in- consútiles. En todo caso, en los tra- mos finales de los setenta, cuando Buenos Aires (y la Argentina toda) se encanalló, y se volvió represora, allí, entre sus paredes, uno podía res-pirar y explayarse en el refugio de una circular atmósfera de protecciones: la de unos apellidos famosos, la de la holgura económica, la de unas afi-nidades compartidas. Dominaba, en ese conjunto, un talante neutral que hacía del piso una zona franca alér-gica al contexto enemigo que aguar-daba al apenas traspasar la puerta de calle. No había lujo, exposición de for- tuna, gesto altanero. Las cosas se da-ban llanamente, como correspondía en una sociedad como la argentina, de hábitos en buena medida iguali- tarios. Las cenas se servían en el comedor, en una mesa grande pe-ligrosamente inestable; consistían, siempre, en verduras cocidas y un pollo asado al horno. Con Silvina y Adolfito se hablaba de política poco o nada y si se hacía era no tanto para alarmarse sino para comprobar, en la estúpida sucesión de los hechos del día a día, la muy mala opinión que sobre ella en general se tenía. Nun-ca comprometidos según el modelo sartreano, lo que los habría asquea-do, los Bioy pensaban y actuaban sin desarrollar vínculos explícitos de (falsa) solidaridad social; sospecho que su negativa a así hacerlo se origi-naba en un individualismo egoísta de raíz liberal que cumplía sus misiones (morales) en la ejecución de una obra preñada de verdad artística y, quizás, en los resentimientos que provoca-ra la experiencia peronista entre las clases medias y las acomodadas. Una circunstancia ayudaba a esa postu-ra aséptica: los vergonzosos avata-res que, de uno en uno, condujeron sucesivamente al colapso del ideal republicano en el país. Alguna vez, más tarde en el tiempo, Adolfito me confesaría, sin sombra de impudicia, que las cuestiones políticas eran, para él, “asuntos en los que se afanan los otros”; poco o nada recordaba ya de su activismo antiperonista en la época de lo que se conoció como la Re- volución Libertadora —un intento de restauración institucional que a duras penas logró sobrevivir algún tiempo. La reticencia de su estilo na-rrativo y la modulación psicológica de sus personajes son ajenas a cual-quier incursión en la denuncia plana del entorno: todo en su obra apuesta a la condición espectral. Borges tiene una sentencia que es muy útil como definición: “El presente era apenas un indefinido rumor”.

Y, SIN EMBARGO, gracias a una para-doja que nos es de sobra conocida, en los incidentes dramáticos, y en sus sistemas de conexiones, de los libros de Silvina y Adolfito (como en los de Borges), aparece un dibujo social de la Argentina de colores vívidos y visión penetrante que se impone con

cierta energía perentoria. Deletrear y celebrar a la propia patria, hurgar en, y revelar los rasgos del carácter na-cional, pasear por las páginas de la to-pografía ciudadana, y por fin levantar una arqueología moral de la gramáti-ca mental son allí otros tantos moti- vos recurrentes que forman parte de un propósito encaminado a men-surar una intrahistoria —y no, por cierto, una historia. Ajeno por igual a los convencionalismos de la psico-logía y del realismo, tal propósito se cumple por los caminos indirectos, y más fecundos, de un histrionismo literario hecho de desplazamientos que se entrecruzan y se comentan y de fragmentaciones del espacio y del tiempo que acaban por proponer —como si de una reacción química se tratara— una visión crítica cercana del entorno y sus paisajes. Esa visión es la que, acaso porque nada a con-tracorriente, gana una resonancia de ondas expansivas en los abismos del inconsciente del lector.

En el caso de Silvina, por ejemplo, la conciencia narrativa cumple una suerte de mandato evocativo y fun-da un espacio de representaciones en el que la subversión de la fantasía parte de lo muy concreto (una plaza, unos árboles, unos campos, unas calles) para transformarlo con una nueva luz. Hay más: al menos sus pri- meros títulos tienen el declarado propósito de enumerar (Enumera-ción de la patria es de 1942) un país que —en ese entonces— se añora en la distancia pero que, de manera más decisiva, se desea ayudar a nombrar:

Patria vacía y grande, indefinidaComo un país lejano, interrumpidaPor las llegadas lentas de los trenesLa jubilosa espera en los andenes.1

Aquí la literatura ejerce como forja de un mito, como sucede consecuentemente

en el primer Borges e intermitente-mente en la trayectoria última de Bioy. Silvina y Borges, por lo demás, al haberse criado en el francés y el inglés, se dedicarán a conquistar una lengua española que se les aparece como una nostalgia primordial de sus orígenes, y que en el autor de Fic-ciones alcanzara una pasmosa capaci-dad de generar riqueza expresiva. De ahí, entonces, que en un abundante tramo de la obra de los tres escrito-res se descubra un común aliento (en el doble sentido de la palabra: un soplo y una fuerza) que es y sólo puede ser argentino en un sentido en el que la crasa ortodoxia nacionalista no ocupa deliberadamente un lugar central. Por algo, en 1943, sienten la necesidad de publicar la Antología poética argentina. Por algo, en una encuesta realizada a mediados de los años cincuenta por la Sociedad Ar-gentina de Escritores, El sueño de los héroes figuró entre las novelas más representativas del país. Así, que el humor, en cualquiera de sus moda-lidades, recorra y marque sus textos puede entenderse no sólo como un efecto retórico sino como instrumen-to capaz de poner tierra de por medio con el sentimentalismo con el que invariablemente se tropieza en estas cuestiones que tocan, digamos, el espíritu nacional. Matan el sentimen-talismo pero sobrevive, pudoroso, el sentimiento. Existe, también en es- te sentido, un dato llamativo. El ejer-cicio de la literatura se vuelve, para ellos, un paso festivo (complicidad, regocijo, alegría, broma) que busca transfigurar en diversión lo que ge-nera en el alma pesadumbre, grave-dad, congoja.

Este tono festivo, de visos risueños y mundanos, acordonado por la ironía, era el que permeaba la casa de los Bioy. Camaradería, sobreentendidos, re-vuelos de miradas y frases cargadas

DANUBIO TORRES FIERRO (Uruguay, 1947), ensayista, traductor y periodista cultural, ha publicado, entre otros libros, Estrategias sagradas (1992), Octavio Paz en España, 1936 (2012) y Contrapuntos (2016).

“NUNCA COMPROMETIDOS SEGÚN EL MODELO SARTREANO, LOS BIOY ACTUABAN

SIN DESARROLLAR VÍNCULOS EXPLÍCITOS DE (FALSA) SOLIDARIDAD SOCIAL;

SOSPECHO QUE SU NEGATIVA SE ORIGINABA EN UN INDIVIDUALISMO EGOÍSTA DE RAÍZ LIBERAL .

Silvina y Adolfo.

Fuen

te >

theo

bjec

tive.

com

EC_206.indd 6 27/06/19 21:05

Page 5: NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 El Cultural · 2019-06-29 · SÁBADO 29.06.2019 02 El Cultural Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la

SÁBADO 29.06.2019

El Cultural 05

de intención creaban un clima de in-teligencias alertas y alborotadas. Esa andadura se hacía aún más notable al repararse —con la sorpresa de un repentino relámpago— en la edad ya avanzada de las personas protagóni-cas. La vitalidad incansable de Silvi-na era un imán. No cejaba, al menos en su trato conmigo, en su papel de pertinaz distribuidora de felicidad. Y, en congruencia con esa vocación, la legislación que se entresaca de sus textos querría hacer del universo mundo un lugar que, sin perder su misteriosa índole extravagante, se redimiera más a sí mismo. Silvina, alma noble puesta a soñar con los ojos abiertos, se escandaliza ante los horrores y los humores diversos. Su reacción, ante esas desmesuras excéntricas, es instaurar un activo sistema de desnaturalizaciones que convierte —vara mágica— en ambi-guo y espectral a cuanto toca. Quizás el desasosiego maligno que estreme-ce al leerla es la contracara de su vo-luntad de denunciar, y de conciliar, los contrarios: el amor y el odio, lo be-llo y lo feo, la desgracia y la fortuna... ¿No abundan, en sus poemas y en sus cuentos, el juego de los dobles, las oposiciones, el oxímoron? “Infiel espejo” —reza un verso de su primer libro—. La imagen que devuelve el espejo es, como él mismo, un artifi-cio: un movimiento especular en el que la realidad humana y geográfica se distorsiona y se multiplica en un rompecabezas de piezas infinitas...

DESDE QUE, EN 1984, me instalé en Buenos Aires, y hasta el momento de su reclusión, Silvina fue mi desperta-dor matutino. Casi todos los días, a las ocho y media, más o menos, el teléfo-no repicaba en mi casa. Era ella: “¿Ya leíste lo que publicó la escritora esa en La Nación?” La frase era un tiro por elevación dirigido a Adolfito y a sus malandanzas femeninas. No había

Notas1 Enumeración de la patria, Sur, Buenos Aires, 1942. 2 Lo amargo por dulce, Emecé, Buenos Aires, 1962.

resentimiento ni reproche en la voz: había un dejo de escarnio. Cuaren- ta años de matrimonio implicaban una victoria sobre adversidades y adversarias. Existía una complici-dad inmune a todo revés y, por parte de ella, estoy seguro, una tenacidad que no quitaba el dedo del renglón —y, recuérdese, en muchas de sus páginas, Adolfito reconoce la volun-tad inquebrantable que caracteriza a las mujeres. Las fotografías que se conocen de Silvina y Adolfito los muestran en Buenos Aires, en Nueva York, en París, en el campo, en Mar del Plata y trasmiten cercanía mutua y compromiso recíproco. El telón de fondo y las vestimentas colaboran a tal impresión: unas seguridades bur-guesas resistentes y aplomadas. Lo bueno es que lo burgués es, allí, mera escenografía protectora. Las normas y las reglas de la upper class argentina —tan estirada y santurrona— nunca fueron, para ellos, más que burbujas de champagne.

Victoria, hermana rutilante, fue una ilustración notable de ello y quizás hasta ayudó a inaugurar una liberalidad de costumbres entre sus congéneres de clase que no tardaría en hacer escuela. No conozco deta-lles íntimos de Silvina. No dudo, sin embargo, de que debió servirse en abundancia de su radiante capaci-dad de seducción. Es más: creo que uno de los triunfos que de verdad le interesaba era el de provocar la ren-dición amorosa, en cualquiera de sus variantes, de cuantos la frecuen-taban. Ella, insisto, se situaba en la vida —comedia de equívocos, come-dia ambigua— en un lugar de acroba-cias envolventes. Tenía ángel y sabía estar cerca de uno y ser, a la vez, leja-na e íntegra. Su trastienda propia la preservaba. El narrador de sus cuen-tos discurre de ese mismo modo. Es una voz que, hecha de intermiten- cias, se acerca y se aleja, va y viene: una

“SILVINA DEBIÓ SERVIRSE EN ABUNDANCIA DE SU RADIANTE CAPACIDAD DE SEDUCCIÓN.

ES MÁS, CREO QUE UNO DE LOS TRIUNFOS QUE DE VERDAD LE INTERESABA

ERA EL DE PROVOCAR LA RENDICIÓN AMOROSA, EN CUALQUIERA DE SUS VARIANTES .

modulación que, alternativamente, nos ofrece garantías de certidumbres y de desconciertos y que serpentea, grávida, por el filo de una navaja.

CONOCEMOS DE SOBRA las vueltas de la historia. Hacia mediados de los ochenta la Argentina accedía, por fin, a su restauración democrática y daba alas a una esperanza posterga-da. Pero la desgracia nos cercó: murió Pepe Bianco, murió Enrique Pezzoni y, poco después, murió Alberto Girri. También llegó un día en que Silvina dejó de llamarme. Me enteré, por Adolfito, de que había entrado en un proceso irreversible de decadencia. Ya no la volvería a ver. Con Adolfito compartimos nuestros almuerzos, de ahí en más, en La Biela, a pocos metros de donde ella estaba reclui-da. Mi barrio era el de los Bioy y yo lo recorría diariamente. Y, en muchas ocasiones, desde la plaza San Martín de Tours, elevé la mirada y contem-plé los ventanales del departamen-to de la calle Schiaffino. Pensaba en Silvina. La revivía en sus evolucio-nes veloces, con sus verdes lentes oscuros, el cabello que daba sobre los hombros, las piernas impecables adelantándose, el mentón de ade-mán atrevido. Hasta imaginé, en cier-ta ocasión, su muerte y sus funerales —y no logré encontrar allí mi lugar.

Ahora caigo en la cuenta de que se trató, en buena medida, de la pe-tición de un deseo: me resistía a ser testigo de tales fatalidades. Supe de su muerte en México. Desde ese momento, y hasta ahora, no he deja-do de extrañarla. ¿Cómo no hacerlo si cada persona que se nos va se lle-va consigo una parte de nosotros? ¿Quién acepta convertirse en un mutilado? Vuelvo a algo que dije al principio: nos quedan los libros de Silvina, de los que somos en silencio sus secretos dueños, pero su ejemplo humano, tan tocado por la gracia, es una pérdida a la que yo no me resig-no. Consolémonos, ahora, con unos versos suyos que nos la devuelven intacta y misteriosa:

¿Por qué fui lo que fui? Fui lo que[soy,

lo que no me acostumbro a ser ni[hoy,

lo que el amor me llevó siempre a[amar

o bien involuntariamente a odiarcomo si en mi conciencia hubiera

[un leónun santo agazapado en la ilusión.¿Sólo la imagen sola será ciertay el resto una ilusión tras una

[puertacerrada que jamás llegará a abrirseaunque el cuerpo pudiera

[redimirse?¿Sólo la imagen permanece

[y vuelacomo la llama que ilumina

[y vela?2

Bioy y Borges.

Foto

> H

écto

r Atil

io C

arba

llo /

oncu

bane

ws.

com

EC_206.indd 7 27/06/19 21:05

Page 6: NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 El Cultural · 2019-06-29 · SÁBADO 29.06.2019 02 El Cultural Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la

SÁBADO 29.06.2019

El Cultural06

Los cuentos cabales suelen tener varias capas de lectura, lógicas que corren en paralelo y enriquecen o apuntalan la anécdota central. Chéjov habló de la “historia dos” (o en segundo plano) como elemento fundamental

de un relato bien logrado. En los cuentos que presentan estas páginas, Ana Clavel e Iván Medina Castro ofrecen narraciones que además de mostrar lo evidente sugieren rutas adicionales.

Ambos señalan el oprobio y la crueldad, pero también cierta posibilidad de redención para sus personajes.

PINA EN EL MUNDOEN C ANTADO

ANA V. CLAVEL

M is padres son los mejores del mundo. Me dijeron “vete por el lado lumino-so del túnel y llegarás al

país de los dulces”. Y fue verdad. Los lobos del Metro —incluidos los poli-cías y las polecías— me franquearon el paso. Los pasajeros me hacían cos-quillitas y me daban palmadas en la cabeza. Otros niños me compartie-ron de sus helados. Ahora estoy en una nube de algodón de caramelo, al lado de mi hada azul y del dulce ni-ño-rata. Entre polvos multicolores de nieve: de limón, de fresa, de invierno como no tenemos en esta ciudad que la verdad, es lo único que le hace falta para que sea la más perfecta del mun-do encantado.

Al principio iba de la mano de mi madre hasta la línea amarilla del últi-mo andén de Pantitlán. Me despedía con las recomendaciones de siempre: sé buena niña, Pina; si hablas con extraños, sé amable y obediente. Y sobre todo nunca digas mentiras. Después aprendí a salir yo sola. Con mi impermeable y mis botitas rojas por si al bajarme del vagón tenía que saltar en los charcos. Es que el bos-que mágico que se extiende más allá de la terminal subterránea a veces se inunda con las lluvias y de plano hay que usar canoas para llegar a los jue-gos y diversiones. Por suerte siempre hay señores dispuestos a llevarme en sus espaldas. Dicen que mi cuerpeci-to de charal es ligero de cargar. Claro, después tengo que pagar el viaje: quedarme quietecita mientras ellos me miman como mi papá.

He ido tantas veces al bosque que sé todos los riesgos del camino: que si los lobos, que si las abuelitas, que si las brujas, que si las hadas azules, que si los príncipes, que si las ranas, que si los gatos, que si las zorras, que si las caperucitas, que si los muñecos de madera...

Dicen por ahí que hay gente que en-tra al Metro y no regresa. Las cámaras

Vente conmigo al País de los Juguetes… allí nos divertiremos de la mañana a la

noche y estaremos siempre alegres.

de vigilancia los ven traspasar los torniquetes pero no salir. Lo que no saben es que en el bosque mágico todos ellos se han transformado y encontraron una vida nueva: hay burros que no aprendieron la lección de portarse como sus santos padres les pedían, chanchos que comieron a otros chanchos y hasta de más, cier- vos metiches que vieron lo que no debían. También niños a quienes les salieron tremendos volcanes por aguantarse las ganas y cuando se quedan quietos hacen erupción. Yo sólo dejé de ser Pino y me volví chica en un de repente: es que me gustaba comer la tierra del bosque —tan fres-quita, tan penetrante— y para ello tenía que apartar las lombrices que a veces se colaban. “No debiste comer-la”, me dijo el vigilante del bosque, “y menos quitarle las lombrices”. Pero a mí me dieron pena los gusani-tos: se veían tan felices jugueteando, retorciéndose, cogiendo entre ellos, que los hice a un lado. Los aparté y mordí la tierra mientras el hombre que me había comprado me hacía ver las estrellas, un palacio de plata, un caminito de flores enrojecidas y de per-las alunadas. Desde entonces he sido Pi- na para los mandados, para los recados, para las entregas, para los cobros. Pina y ya no Pi- no para servir a usted y a quien ordenen mis padres. Pina que nunca dice menti-ras y sólo habla y habla y le crece una historia como cola larga que cepilla frente al es-pejo del tocador de mamá. Ahí donde aparece el fulgor del hada de cabellos azules de los cuen-tos para decirle que de tan buena niña muy pronto se convertirá en muñeca.

Por eso salgo tranquila de mi casa y entro confiada al Metro. En realidad, cuando mis pobres pa-dres necesitan dinerito para alimen-tar y mantener a mis hermanos. Son siete. A veces, cuando estoy sola con ellos en casa, me siento como

Blanca Nieves y sus siete cabritos, de tanto que me husmean y me brin-can encima. La verdad es que a veces prefiero salir de la casa para no escu-char su llanto y sus ruegos. “Anda, Pinita, tráenos de comer y beber...”. Entonces, ya sin que los padres in-tervengan o me lo pidan, voy yo sola al Metro de las dos banderas que con-duce al bosque subterráneo.

Sé que hay peligros que sortear. Remolinos que de pronto se abren al dar un paso de más pero también grutas sésamo que se abren cuando les confías tus sueños. Mi madre es buena como el hada azul de los cuen-tos. Me ha dicho: “Una mujer sin un hombre es una mujer sin valor... Lo bueno, Pina, es que tú llevas el varón entre las piernas”. Y me ha coloca-do un listón violeta en el cuello con una medalla de San Benito para que no me entre la zonzera ni los demo-nios, y me ponga a gritar como si me estuvieran destripando cuando en realidad los patrones del bosque me prodigan bendiciones y regalos.

Claro que todo es más fácil si los dejas hacer, si les tomas la mano y te

subes con ellos al carru- sel que hay en el claro del bosque encantado

y aceptas la máscara y la manzana de caramelo

brillante que eligen para ti. Así he sido bruja con

verruga en vez de nariz; también he berreado como

corderito cuando me pusie-ron la careta de uno tierno y

mamón. También querubín con alas rosadas y boquita de corazón. Esa vez hasta me die-

ron un arco y un carcaj con fle-chas. “Carcaj”, me dijo el patrón que se llamaba el saco especial para la flechas, antes de ponerme sobre sus piernas. “Sólo acuérda-te de carcajada y verás que no

te lleva la chingada con tanta fle-cha...”, dijo y me encajó la suya en el centro. Fue tan súbito aquello, tan total, que el carrusel se volvió una ráfaga y el bosque circundan-te una pintura en vértigo. El pa-trón tuvo que hacerme reaccionar

Fuente > in.pinterest.com

EC_206.indd 8 27/06/19 21:05

Page 7: NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 El Cultural · 2019-06-29 · SÁBADO 29.06.2019 02 El Cultural Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la

SÁBADO 29.06.2019

El Cultural 07

con un polvo de nieve de colores y entonces fui un ángel que ardía en pequeñas llamas que me lengüetea-ban como alma en gozo.

Sé que a espaldas de la catedral, por el Metro del Zócalo, hay una capilla de las ánimas del gozo por-que ahí me lleva mi madre cuando me recupero de una enfermedad que me provoca que la saliva se me haga espuma y me retuerzo como si fuera una babosa con sal. Cuando eso pasa, no puedo trabajar ni llevar re-cados ni hacer entregas, ni quedarme siquiera un ratito con los patrones del bosque. Entonces viene a cuidar-me una vecina que me dice cuentos de hadas que se sabe de memoria, mientras mamá lleva a mis herma-nos para que vayan aprendiendo el camino del Metro. Con los cuidados de Rosita, su delicioso caldo con pa-tas de pollo y los cuentos maravillo-sos que se sabe, vuelvo a ponerme buena. Luego mamá me lleva al altar de las ánimas para dar las gracias y yo veo cómo ellas me sonríen y me prometen un lucero que me guiará siempre, por ser tan buena niña, por ser tan obediente.

A menudo, aun en los momentos más oscuros en el mundo subterrá-neo, cuando apagan las luces de la feria para que juguemos a las esta-tuas de marfil, siempre veo esa luz que me marca el camino con huellas

del ángel de mi guarda. Como son pequeñitas, he llegado a creer que mi ángel es en realidad una ángela niña azul. La niña azul que salva al muñeco de madera de la historia y lo convierte en un niño de a de veras. Debe de ser la misma niña azul que se les ha aparecido a varios niños po-bres en los andenes de un Metro del aeropuerto y que los invita a jugar a la pelota, y cuando ellos dicen que no tienen ninguna pelota, ella hace un pase mágico y se quita la cabeza para hacerla rodar y que comience el partido.

Yo he visto mejor sus huellas cuan-do hay oscuridad total. No como aho-ra que he vuelto a enfermarme, pero esta vez mi cuerpecito de charal casi se transparenta y mamá y papá me han traído a esta bodega iluminada del Metro de la Merced, repleta de dulces y caramelos, para que juegue con el niño rata del Metro, cuyos

padres, verdaderos reyes ratones, son tan bondadosos que comparti-rán sus tesoros con los míos. Seguro que ahora sí me gano convertirme en muñeca de a deveras.

Meto las manos en los sacos y to- mo montones de dulces que me guar- do en la gabardina y en la capucha roja. También en las botitas. Cuan-do ya no me caben más, me lleno la boca y como puños y puños. De re-pente se apaga la luz y se oye como si descorrieran la puerta de una jau-la. Luego un chillido entrecortado. Y veo las huellas de mi ángela azul que caminan por delante de mí. Cuatro, cinco pasos e iluminan con un fulgor azulado esa oscuridad acariciante. De pronto se detienen ante un bul-to peludito y de ojillos brillantes. Su boquita dientona y sus bigotes de catrín se curvan en una sonrisa golo-sa. ¿Qué juegos me invitará a jugar el dulce niño-rata?

L A PIEDR A C ÁRDENAIVÁN MEDINA CASTRO

IVÁN MEDINA CASTRO (Ciudad de México, 1974), internacionalista, es autor de los libros En cualquier lugar fuera de este mundo (2012) y Más frío que la muerte (2017).

“DEBE DE SER LA MISMA NIÑA AZUL QUE SE LES HA APARECIDO A VARIOS NIÑOS POBRES

Y LOS INVITA A JUGAR A LA PELOTA, Y CUANDO ELLOS DICEN QUE NO TIENEN PELOTA,

ELLA HACE UN PASE MÁGICO Y SE QUITA LA CABEZA PARA HACERLA RODAR .

"Pina en el mundo encantado" es un cuento que forma parte del volumen Padres autoritarios, compilado por Bibiana Camacho, que saldrá a la luz próximamente bajo el sello de Ediciones Cal y Arena.

¡P or el cielo con sus constelaciones! ¡Por el día con que se ha amenazado! ¡Por el testigo y lo atestiguado! De las doce tri- bus se optó por un varón, cada uno de ellos elegiría doce

piedras solidísimas que apilaría frente a sí mismo a la vista del réprobo. Rashid colocó las piedras de arcilla seleccionadas de los alrededores de la mezquita; tras concluir, suspiró con aire resig-nado y esperó paciente.

El imamah de blanco aureola por un instante tapó el sol junto con todo el calor que me quemaba. Sin embargo, nada asimiló el fuego llameante concebido en las entrañas cuando advertí que aquel en arrojar la piedra inaugural sería Rashid. Nuestra amistad había iniciado en la madraza y con el tiempo se solidificó como lo hacen los troncos de los olivos.

Días antes de cumplir con la sentencia, deseé con fervor retro-ceder el tiempo para sellar mis labios y evitar haberle develado el profundo amor que aún siento por él. Era inútil. Por lo tanto, rogué a Alá, el Munífico, que me concediera un instante a solas con Rashid para pedirle perdón. El momento se me concedió. Nos encontramos afuera de la celda en la cual me confinaron.  A la dis- tancia se oía el cuchicheo de mis custodios que, por respuesta divina, fueron alejados de los prisioneros y justo mi amigo había sido asignado a mi vigilancia. La noche sin luna y sin estrellas no permitía ningún tipo de cla-ridad, a pesar de ello, los dos en un arrebato nos abra-zamos un instante, aunque para mí fue una eternidad.

Rashid se desprendió de él con violencia y volvió la es-palda con brusquedad, luego corrió a la zona de ejecu-ciones donde aún regadas por el piso yacían las piedras justicieras de la tarde y dirigió una proclama a Alá, el Compasivo. Se agachó a recoger una de las piedras de atrayentes contornos embadurnándose con sangre im-pura y se lamentó. Horas antes, una mujer llamada Fá- tima acababa de fallecer por haber cometido adulterio.

Los talibanes arrastraban el cuerpo profanado de la mujer que de-jaba tras de sí una estela flotante de congoja.

Había llegado el día para cumplir con el fallo. Era una mañana clara teñida de tonos violáceos; una luminosidad pacífica. Rashid se irguió y con lentitud se acercó a su amigo, que esperaba en el campo de los suplicios hundido en la soledad, y de quien recibió en las manos una piedra arenisca de un rojo profundo. Rashid tragó saliva e intentó rechazarla enredándose en su turbante, pero no pudo evitarlo. Una vez que tomó la piedra, Rashid retrocedió sin apartar su mirada de los ojos lánguidos del procesado y musi-tó con voz ahogada: “¡Ojalá hubiera enviado por delante mi vida por la tuya!”. El castigado tenía un ojo hinchado y un coágulo de sangre sobre el labio superior; a pesar de ello, en su rostro barbado había orgullo y un cierto aire provocativo.

El condenado oía un murmullo apacible que se enredaba entre la voz cálida de su amigo y las plegarias de la población: “¡Glorifica el nombre de tu Señor, el Altísimo!”, hasta que esa mezcla se volviese in crescendo un ronroneo capaz de cubrir la penumbra del alba.

Al ponerse el sol, se le dio la orden de inicio a Rashid. Éste se paró frente al protervo y sostuvo con fuerza la piedra otorgada,

pero al volver a mirar el rostro compungido de su ami-go y recordar con detalle cuando juntos pastoreaban el hato caprino en las faldas de la montaña, su corazón se desmayó y quedó sin aliento. De pronto, se alzó súbita una nube de polvo que nubló su vista regresándole el valor y pese a las circunstancias, la piedra arrojada cayó en la sien del acusado dejándolo como espiga desgra-nada. Una vez apaciguada la tolvanera, Rashid frotó sus ojos lacrimosos contra la manga, aguardó a que su respiración se normalizara y después, con una marcha dolorosa, se aproximó a su amigo para cerciorarse de su muerte; una ancha herida rayaba su cráneo afeitado. De inmediato, se prosternó y clamó a Alá, el Indulgente, que permitiese entrar en su jardín el alma de su amigo.

EC_206.indd 9 27/06/19 21:05

Page 8: NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 El Cultural · 2019-06-29 · SÁBADO 29.06.2019 02 El Cultural Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la

SÁBADO 29.06.2019

El Cultural08

El estallido musical de la primera ópera rock de la historia, un acontecimiento concebido por Pete Townshend y ejecutado por el legendario grupo británico The Who, festeja medio siglo con una gira y nueva

grabación. Un largo camino de desencuentros, distanciamientos, pleitos e incluso la muerte de dos integrantes ocurrieron en ese lapso para desembocar al fin en la solución creativa

que el tiempo impuso a los sobrevivientes, Townshend y Roger Daltrey: la aceptación de su hermandad musical.

50 AÑOS DEL MAGOD EL PINBALL

ROGELIO GARZA

Tommy

T ommy Walker, el niño sordo, ciego y mudo en la ópera rock de 1969, cumplió medio si-glo de convertir adeptos a

su culto místico-ácido-musical. Una obra concebida por Pete Townshend, el productor Kit Lambert y los Who, quienes lograron conectar dos mun-dos, el del rock y el de la alta cultura, y crearon la fuente de la que siguen brotando óperas rockeras. Cincuenta años después, Roger Daltrey, el voca-lista que le dio voz y lo personificó en los escenarios y en la película, lanzó el catorce de junio pasado The Who’s Tommy Orchestral y la gira Mo-ving On!

LA RELIGIÓN POP Y LA ÓPERA ROCK

Tommy es una obra autobiográfica de Pete Townshend. Fue inspirada por las enseñanzas de Meher Baba y escrita en el lenguaje musical de la contracultura sesentera. El rock se expandió hacia otros confines por el factor narrativo y la necesidad de encontrar un formato que diera la ta-lla para contar una historia de seme-jantes dimensiones. Las ideas que rondaban a Townshend no cabían en sencillos ni en un disco de larga duración. Pero también lo rondaban los demonios de su infancia. Como lo ha contado en su autobiografía Who I Am, padeció torturas a manos de su abuela paterna Emma Dennis y el abuso de un par de scouts duran-te una excursión en barco. A los 22 años, su amigo Mike McInnerney le regaló el libro sobre Meher Baba The God Man, de Charles Purdom. El hombre santo de la India, “El Avatar, Dios hecho humano”, era un gurú que guardó silencio 44 años, escribía y usaba el lenguaje de los signos, y se oponía al uso recreacional de las dro-gas. Son los temas que aborda Tom- my. Ese libro le cambió la vida a Townshend y lo llevó a crear su obra más trascendente.

La idea de escribir una ópera rock fue inseminada en Townshend por su productor Kit Lambert en 1966, cuando grababan A Quick One. El mú-sico omite este pasaje en su autobio-grafía, pero necesitaban canciones para terminarlo y Lambert —hijo del compositor Constant Lambert y la actriz Florence Kaye— sugirió escribir una ópera rock para llenar el espacio. Era la idea que unía dos mundos. Así surgió “A Quick One, While He’s Away”. También en la programación de The Who Sell Out incluyeron otro mi-niensayo, “Rael”. En 1967 ya exis-tían discos conceptuales con ideas narrativas: Excerpt from a Teenage Opera, de Keith West; S. F. Sorrow, de los Pretty Things; Ogden’s Nut Gone Flake, de los Small Faces; Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de los Beatles; y Pet Sounds, de los Beach Boys. Hair, de Galt MacDer-mot, era un musical norteamericano. Pero ningún rockero había emprendi-do un drama operístico.

Townshend quería lograr una ca-rambola de tres bandas: crear una historia sobre abuso y liberación, difundir las enseñanzas de Baba y re-flejar el poder musical de los Who en el escenario. Ésta era la gran diferen-cia de Tommy frente a sus contempo-ráneos, el Sgt. Pepper y el Pet Sounds solamente eran posibles en el estudio,

imposibles de interpretarse en vivo. Además de un gran dis-co, tenía que ser una obra para ejecutarse en concierto. La idea era crear una serie de canciones que contaran la historia y que funcionaran como sencillos por separado. Para eso necesitaban formatos musicales y técnicos más grandes. El primer álbum doble del rock fue el Blonde on Blonde de Bob Dylan en 1966, seguido por Freak Out! de Frank Zappa; sin embargo, ninguno de los dos contaba una historia. En esa carambola de fantasía mu-sical, Townshend iba a golpear a todos: al público, a la prensa, a la industria pop, a la contracultu-

ra y a la sociedad. Deseaba que todos sanaran con el mensaje de Baba.

En el estudiantil mayo del 68, el espigado guitarrista tenía el discur-so de la ópera rock, el tema del niño y los abusos, y el título que oscilaba entre The Amazing Journey, Journey into Space, The Brain Opera, Omnibus y Deaf, Dumb and Blind Boy. Se llamó Tommy porque así llamaban a los in-gleses en la guerra; además, Tom era un nombre muy británico que tenía la sílaba sagrada oM. Con eso empe- zó a dar adelantos a la prensa y la en-trevista más importante fue la que Jann Wenner le hizo para Rolling Sto-ne. Ahí Townshend se dio cuenta de que no tenía la historia, ni un guión para contar la trama a Wenner y a los lectores. Necesitó once páginas del tabloide para tratar de explicarla. Aseguraba que la música iba a contar lo que sucedía, “las letras van a es- tar bien, pero toda la historia recae en la música, en la forma que tocamos e interpretamos al niño, una criatura generada por la música”. La cosa era interpretar a un niño en un mundo de vibraciones. Y éste fue el eterno problema de Tommy, tenía que ser explicada y contada antes de tocar-se y cantarse. Por esa razón incluye-ron las letras en el álbum a manera de diálogos.

Daltrey y Townshend en la gira actual de Tommy.

Fuen

te >

Ant

hony

Nor

kus P

hoto

grap

hy /

hive

min

er.c

om

EC_206.indd 10 27/06/19 21:05

Page 9: NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 El Cultural · 2019-06-29 · SÁBADO 29.06.2019 02 El Cultural Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la

SÁBADO 29.06.2019

El Cultural 09

SORDO, CIEGO Y MUDO

Cuando Tommy nace, se cree que es huérfano pero en realidad no es así. El Capitán Walker regresa de la gue-rra y asesina al amante de su mamá. Ambos lo trauman. No vio, no oyó y no dirá nada. Crece con el tacto y la imaginación. Sus progenitores des-esperan. Su primo Kevin lo tortura. Su tío Ernie abusa de él. Una gitana lo pone en ácido. Pero él es un ma-gazo del Pinball que juega por pura intuición. El psiquiatra lo diagnostica psicosomático y le receta mirarse en el espejo. Tommy se encuentra en su reflejo. Pero su mamá rompe el es-pejo. Entonces Tommy se libera. Se cura. Se convierte en un mesías. Abre un retiro para su culto. Todos deben jugar Pinball. Prohíbe tomar y fumar yerba. Sus seguidores lo abandonan. Tommy recae.

¿Cómo se escribió la obra? Las can-ciones se escribieron en desorden, en el piano en el que Townshend apren- día a tocar. Las primeras fueron “Wel-come”, “We’re Not Gonna Take It”, “Sensation” y la pieza clave del disco, “Amazing Journey”, el verdadero ini-cio de la obra. Empezaron a grabar en los estudios IbC con el ingeniero de sonido Damon Lyon-Shaw, el tiempo y la disquera encima. Pero seguían sin saber a dónde iban. Sólo sabían que se trataba del niño que padecía experiencias traumáticas. En pa-labras del bajista John Entwistle, “nadie entendía de qué se trataba ni cómo iba a terminar”. En este punto hay dos versiones. La del periodista David Marsh, autor del libro Before I Get Old, The Story of The Who: acele-rado porque Townshend tenía la idea en la cabeza y no la bajaba, Lambert escribió el guión de Tommy, 1914-1984 y lo encuadernó para leerlo en grupo. Y la versión de Townshend: Lambert sólo transcribió a máquina lo que habían acordado. Se usaría para la película, pero al final Town-shend y el director Ken Rusell escri-bieron otro guión, lo que causó una grieta entre el productor y el rockero.

Grabaron todo cuando tuvieron las canciones terminadas y ordenadas. A veces la música fallaba o las letras se malinterpretaban. Tommy tenía varios niveles: musical, narrativo, letrístico, social, espiritual, técnico y visual. Cada canción se reescribió más de tres veces. Y lo grabaron otra vez. El lanzamiento se retrasó y en-careció tanto que Decca sacó el Ma-gic Bus: The Who on Tour, sin una sola canción en vivo. En la grabación de Tommy no participó ninguna orques-ta sinfónica, Townshend quería un disco de rock, no de música orques-tal; sólo utilizaron sus dos guitarras Gibson, su piano y el órgano, la voz de Daltrey, la batería de Moon, las armonías vocales, el bajo de Entwist-le y su corno francés. Para la época, escribió Marsh, “fue un triunfo y una obra maestra en todos los aspectos”. Un disco de rock con una historia entre las cuatro caras del álbum que se construye con las notas de la “Obertura”. Cada canción contenía un suceso en la vida de Tommy, o los ligaba. Hay otras esenciales, como

“I’m Free”, su encuentro con Dios. Y la enorme “Pinball Wizard”, un tiro acústico-eléctrico que sintetiza las aspiraciones de Townshend, un faná-tico del pinball. “Dios juega a las ca-nicas con el Universo”, dijo Baba, tal y como lo cantaba Donovan en “Cos-mic Wheels”. Cuando los agentes de Decca llegaron a supervisar el álbum, Townshend y Lambert sólo pusieron esta canción, una colisión acústica y eléctrica que sacaba chispas. El disco se aprobó ahí mismo y “Pinball Wi-zard” se lanzó como el sencillo antes del disco y la gira. En febrero de 69, cuando Townshend le daba los to-ques finales, recibió una llamada de la actriz Delia de Leon para informar-le que Shri Meher Baba “abandonó su cuerpo”. El Avatar apareció en los créditos de Tommy, y en Who’s Next Townshend le dedicó “Baba O’Riley”.

Para los Who todo cobró sentido cuando ensayaron Tommy antes de presentarla en vivo. Finalmente des-cifraron la historia, se dieron cuenta de que tenían una obra fantástica. La presentaron a la prensa el 22 de abril de 1969 en el Club de Jazz Ronnie Scott y los periodistas salieron más sordos que Tommy por el volumen devastador. En estricto sentido, no era una ópera de teatro musical tra-dicional, sino “una parodia rock de la ópera”. Se apropiaron del concepto y la tradición para rockear. Tommy se lanzó en mayo en Estados Unidos y en el Reino Unido. “Una obra maes-tra”. “El pop como un medio dramá-tico”. “El mejor disco de 1969”. “El primer disco extendido que resulta”. “La primera obra maestra del rock”. “Una interpretación poderosa que supera todo lo grabado en un estu-dio”, dijo el director Leonard Berns-tein, quien asistió a un concierto del Fillmore East y al terminar tomó a Townshend por los hombros: “¿Eres consciente de la importancia de lo que lograron?”.

McInnerney, el diseñador amigo de Townshend que le había regalado el libro sobre Baba, recibió el encargo de hacer la portada y las ilustraciones.

Tuvo el guión y unos casetes, e ilus-tró la imaginería de Tommy a partir del vacío negro que habitaba el per-sonaje, los rostros de los Who y una red esférica de nubes después de la cual estaba la libertad. Con todo puesto, se lanzaron a una gira que partió en mayo en Detroit, la ciudad del rock, donde se les consideraba la evolución de Elvis y los Beatles. Los Who evitaban los festivales por la ex-periencia del Monterey Pop Fest en 67, cuando los organizadores desa- parecieron con el dinero de la ta-quilla. Pero no lograron esquivar Woodstock, donde les ofrecieron doce mil quinientos verdes. A los organizadores les costó una noche y un cheque por adelantado conven-cer a Townshend. Woodstock fue un desastre logístico que se agravó por la interminable lluvia, pero los Who se cubrieron de gloria. Salieron a tocar doce horas tarde, a las cuatro de la mañana del último día, hasta la madre de lodo y ácido, y sin dormir por el jet lag. Ahí ocurrió el incidente con el yippie Abbie Hoffman, quien se trepó al escenario a la mitad de “Pinball Wizard” y apañó un micró-fono para protestar por el encarcela-miento de John Sinclair. Townshend lo pateó y lo bateó con la guitarra. Además sucedió el mítico amanecer woodstockiano, luego de tres días de lluvia, el sol salió cuando entonaban “See Me, Feel Me”. Quisieron conser- var esa imagen para la película, cuando Tommy escala la montaña. En segui-da hicieron otra gira, ideada por Lam-bert, en salas de ópera.

Todo salió sensacional, pero los Who y Lambert se enfrascaron en una crisis por el dilema del siguiente disco. Tanto éxito y reconocimiento representaban un peligro, Tommy amenazaba con esclavizarlos y con-denarlos a ser sus eternos intérpre-tes. En diciembre de 1970 tocaron “el último Tommy” en el Metropolitan Opera House de Nueva York, antes de que Townshend quemara 38 graba-ciones de la gira porque no le gustaba el sonido de los conciertos. Por eso, el siguiente disco fue una explosión só-nica, Live at Leeds; “la revolución del heavy metal”, lo definió él mismo. Buscaban capturar su poder en el escenario, sin tocar canciones de Tommy, salvo un fragmento de “See Me, Feel Me” y el final de “Sparks”. Desde entonces incluyen un núme-ro de canciones en sus conciertos y se han hecho reediciones en todos los formatos, así como un par de gra-baciones en vivo. Después del álbum doble, Tommy se editó en casete, com-pacto doble y sencillo, en super audio CD y en Blu-ray, además de un box set. En 2002, el álbum original había ven-dido veinte millones de copias.

Los Who cambiaron el panorama del rock y, recíprocamente, Tommy los cambió a ellos. Fue una transfor-mación mutua: el sonido, las letras, los conciertos, el estatus, la imagen y el dinero, mucho dinero. Daltrey era la nueva estrella sexual del rock, todo en él evolucionó: la voz, el aspecto y la presencia escénica. Dejaron de preocuparse por las frustraciones adolescentes y empezaron a ser un

Fuen

te >

caix

afor

um.e

s

“TODO COBRÓ SENTIDO CUANDO ENSAYARON TOMMY

ANTES DE PRESENTARLA EN VIVO. FINALMENTE DESCIFRARON

LA HISTORIA, SE DIERON CUENTA DE QUE TENÍAN UNA OBRA FANTÁSTICA .

EC_206.indd 11 27/06/19 21:05

Page 10: NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 El Cultural · 2019-06-29 · SÁBADO 29.06.2019 02 El Cultural Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la

SÁBADO 29.06.2019

El Cultural10

grupo respetado en términos musi-cales, temáticos y hasta espirituales. Se convirtieron en el espectáculo en vivo más inspirado y potente del pla-neta. Uno de los faros contracultura-les más visibles del rock.

LA ESTELA MUSICAL DE TOMMY

Tras el éxito del álbum y las giras, Tommy empezó a ser adaptada des-de 1970. El primero fue el bailarín y coreógrafo canadiense Fernand Nault con su versión de rock ballet. Un año después, el director de teatro Richard Pearlman hizo una adapta-ción operística en la Ópera de Seatt-le. En 1972, David Measham dirigió a la Orquesta Sinfónica de Londres en el Teatro Rainbow para interpretar, al fin, la primera versión orquestal. La película se realizó en 1975 y ha sido la más famosa de las adaptaciones porque se proyectó en salas de cine, ganó premios y nominaciones, y se popularizó en video. La rodaron el productor Robert Stigwood, el di-rector Ken Russell y los Who con un elenco integrado por Elton John, Tina Turner, Eric Clapton, Jack Nichol-son, Ann-Margret y Arthur Brown. Al soundtrack le agregaron “Prologue 1945”, “Champagne”, “Mother and Son” y “T.V. Studio”. La última adap-tación se realizó en 1991, el director Des McAnuff presentó el espectácu-lo musical en Broadway con un tema adicional, “I Believe In My Eyes”.

A Tommy se le considera el inicio de un género híbrido. Los Who vol-vieron a repetir la hazaña con la es-tupenda Quadrophenia en 1973. Para entonces aparecían óperas rock o dis-cos afines sin cesar: Jesus Christ Su-perstar, de Andrew Lloyd Webber y

Tim Rice; Arthur (Or the Decline and Fall of the British Empire), de los Kinks; The Lamb Lies Down On Broad- way, de Genesis; The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, de David Bowie; Berlin, de Lou Reed; Bat Out of Hell, de Jim Steinman y Meat Loaf; The Wall, de Pink Floyd; Joe’s Garage Acts 1-3, de Frank Zappa, entre muchas otras.

TOMMY EN MÉXICO

En octubre de 2016, luego de una dé-cada de espera tras la cancelación del concierto que iban a dar en la Ciudad de México, los Who tocaron en el Pa-lacio de los Deportes. A Townshend y Daltrey los acompañaba un grupazo, pero nadie podría reemplazar a los dos que movían montañas con sus ritmos, Keith Moon y John Entwistle. El bate-rista murió el 7 de septiembre de 1978 en su departamento, luego de comer-se un bistec con huevos, una botella de champán y 32 pastillas del sedante Heminevrin. El bajista —The Ox, Thun-derfingers— falleció por un pasón de cocaína el 27 de junio de 2002 en su cuarto de hotel en Las Vegas, la noche previa a la gira de los Who.

Desde el centro de la pista el rumor flotaba en el aire, whowhowhowho... Y de pronto, esa espera de nueve lar- gos años llegó a su fin con “I Can’t Explain”. Casi una década esperando este momento en el que toda esa ten-sión acumulada explotó en mil de-cibeles. Para los que estábamos ahí, las cuerdas vibrantes de esa Gibson sG nos redimieron. Nada más tenía-mos enfrente a un pionero de la dis-torsión, el volumen y el feedback; el papá de los punkitos, pero también de la ópera rock. Ese patrono de la corriente rockera más rabiosa hacía

el ventilador con el brazo y atizaba su guitarra con total maestría en “The Seeker” y “Who Are You”. 52 años de cantar en Los Quién dejaron estragos en la bocina de Daltrey y, sin embar-go, mantuvo el tono mientras lanzaba el micrófono como rehilete al aire en “The Kids Are Alright”, “I Can See For Miles” y en la canción con la que ini- ciaron su desmadre, “My Genera-tion”. Una paradoja del iconoclasta que deseaba morir antes de ser viejo. Pero la sacudida que nos propinaron con todo su kilometraje nadie nos la va a quitar. Las mismas notas de poder, ejecutadas con más sabidu-ría que fuerza, y un equipo técnico a prueba del Palacio de los Deportes. Se sucedieron las clásicas una tras otra, “Behind Blue Eyes”, “Bargain” y una de las canciones más poderosas de su repertorio, “Join Together”.

En la hora estelar del drama mod nos arrojaron cuatro canciones abis-males de Quadrophenia: “5:15”, “I’m One”, “The Rock” y “Love Reign O’er Me”. Me dejaron al borde del preci-picio, sostenido por los brazos lisér-gicos de Cosmic Shiva. Sin duda era el concierto más cabrón de mi vida, más que Ramones, porque en la co-nexión musical que mantengo con el autor de mis días —que en paz descansa—, Los Quién eran el único grupo de rock que lograba traspasar sus tímpanos. Tommy se convirtió en la isla eléctrica donde pudimos conectarnos una tarde que, al salir de la secundaria, llevé el disco a casa y lo puse. Ante mi asombro, con toda su exigencia jazzera y clásica, mi jefe se acercó y me tiró cátedra de rock sinfónico. A partir de entonces compartimos la música hasta hoy. Y justo en ese momento del concier-to, los Who ejecutaron una quinteta de canciones salidas de Tommy que me despaché zumbando de ácido y hash: “Amazing Journey”, “Sparks”, “The Acid Queen”, “Pinball Wizard” y “See Me, Feel Me”. Creyente de que mi jefe estaba vibrando en el más allá con esos fragmentos a través de mí, Los Quién abrieron una puerta en el tiempo para conectarme y reencon-trarme con él en medio del concier-to. Cerraron el portón del tiempo con “You Better You Bet”, “Baba O’Riley”, la enorme “Won’t Get Fooled Again”, “Substitute” y “Eminence Front”.

TOMMY ORCHESTRAL 2019

La ópera rock se ganó el Grammy Hall of Fame cuando cumplió veinte años en 1989 y los Who se reunieron para salir de gira con una banda de antolo-gía. Ahora, para celebrar al cincuen-tón que nació el mismo año que yo, el 14 de junio se lanzó el disco The Who’s Tommy Orchestral, encabeza-do y producido por Roger Daltrey, el compositor David Campbell, el direc-tor Keith Levenson con la Orquesta de Budapest y el grupo que acom-paña a los Who. También partió la gira Moving On! en el Reino Unido, Canadá y Estados Unidos. Pero en esta ocasión nos quedaremos con las ganas porque Tommy no pasará por México. Ni hablar, ni ver, ni oír.

“A TOMMY SE LE CONSIDERA EL INICIO DE UN GÉNERO HÍBRIDO. LOS WHO VOLVIERON A REPETIR LA HAZAÑA

CON LA ESTUPENDA QUADROPHENIA EN 1973. PARA ENTONCES APARECÍAN

ÓPERAS ROCK O DISCOS AFINES SIN CESAR .

Tommy, en vivo, en el Fillmore East. 24 de octubre, 1969.

Foto

> A

mal

ie R

. Rot

hsch

ild /

mor

rison

hote

lgal

lery

.com

EC_206.indd 12 27/06/19 21:05

Page 11: NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 El Cultural · 2019-06-29 · SÁBADO 29.06.2019 02 El Cultural Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la

EL CRÍTICO ES EL

QUE EXIGE A LOS

DEMÁS QUE SE

ARRIESGUEN,

MIENTRAS MIRA LOS

TOROS DESDE LA

BARRERA , HABÍA

ESCRITO CARBALLO.

DALTREY CANTA

AHORA SÍ COMO

UN NIÑO QUE SE

PRECIPITA HACIA EL

ENMUDECIMIENTO .

THE WHO tuvo dos grandes enemigos. La muerte y ellos mismos. Fueron la banda conflictiva por excelencia. Hacia el exterior, pero sobre todo hacia el interior. La ruptura significativa fue propiciada por el fallecimiento de Keith Moon. La ausencia de quien fuera el mejor baterista de rock de la historia sacó a relucir el hartazgo que experimentaba Pete Townshend por sus compañeros y disolvió la banda. Los años ochenta no fueron una buena época para el grupo. De hecho, creativamente marcaron su deceso.

Amazing Journey, el documental sobre la banda, describe en detalle las constantes pugnas y la tensión que significaba pertenecer al cuarteto. Los noventa, más cercanos de los sesenta que los ochenta mismos, recuperarían el fervor por el rock clásico y los estira y afloja para una reunión de The Who comenzaron en 1997. Finalmente decidieron poner en pausa sus diferencias para salir de gira con el único objetivo de ayudar a The Ox, el bajista, quien se encontraba en bancarrota porque no había cambiado su estilo de vida en todos sus años alejado de los escenarios. En 2002 apareció muerto en un hotel de Las Vegas por sobredosis. La muerte volvía a sacudir a Los Quién y entonces Pete Townshend y Roger Daltrey, ante el reconocimiento de que se habían quedado solos, hicieron las paces y decidieron aceptar lo innegable, que eran hermanos.

A partir de entonces comenzó una reestructuración total en The Who. La inclusión de Zak Richard Starkey, hijo de Ringo Star, en la batería, y el enorme trabajo de suplir a John Entwistle con Pino Palladino. Además de reformar al grupo, una formación sólida para salir a la carretera, comenzó a explotar el revival que la nostalgia puso en marcha desde los noventas. Pete Townshend se entregó en cuerpo y alma a su creación más visceral: Quadrophenia. Sacó un box set conmemorativo con el disco completo interpretado en vivo y el sensacional Pete Townshend’s Classic Quadrophenia: el álbum interpretado por una orquesta de música clásica en el Royal Albert Hall.

Daltrey Can You Hear me? En Amazing Journey se manifiesta que la principal molestia de la banda hacia el vocalista es que lo consideraban inferior a los otros tres. Que su talento, cantar, pff, no se comparaba en nada al poder instrumental de aquel trío de virtuosos. Entonces apareció Tommy y las cosas se transformaron. Así como Townshend brilla en todo su esplendor en Quadrophenia, sin Daltrey Tommy no sería el clásico que hoy es.

Este año la ópera rock por excelencia de la historia cumple cincuenta y para festejarlo, ya sin ningún duelo de ego de por medio, la banda lanza Roger Daltrey: The Who’s Tommy

Orchestral. Es decir lo mismo que Quadrophenia unos años antes. Y si bien esto no es nada nuevo, durante los noventa Daltrey salió de gira con una orquesta para tocar clásicos de la banda, aquí lo acompaña el compositor y mente maestra de esta pieza maestra: Pete. Quien también es el sonido detrás del último disco de Daltrey, el estupendo As Long As I Have You.

Como muchos de sus seguidores sabemos, a Daltrey lo aqueja una laringitis crónica. Poco a poco se va quedando sin voz. Sin embargo, como el miembro que es de la banda más revoltosa, se sobrepone a las limitaciones que la enfermedad le impone y en Tommy Orchestral canta ahora sí como un niño que se precipita hacia el enmudecimiento las canciones que nadie como él supo meterse bajo la piel.

En As Long As I Have You la voz de Daltrey suena un tanto cansada. Es una especie de testamento. De lanzar el resto en la última partida. Pero en Tommy Orchestral esta sensación desaparece. Daltrey está de vuelta. Y no mejor vocalmente pero sí en lo sentimental. Porque un disco como Tommy es antes que nada un viaje sentimental. Y la voz cascada de Daltrey por fin sufre el drama que pretende encarnar. Y aunque la orquesta crece el sonido, basta oír “Sparks” para darnos cuenta que la instrumentación rock de este álbum puede soportar lo que sea, es la voz de Daltrey, como lo es en su versión original, la principal protagonista.

En Tommy está una de las pocas rolas que cantó Keith: “Tommy’s Holiday Camp”. Es quizá la diferencia más abismal que encontraremos entre las dos versiones del álbum. En la orquestal la voz de Daltrey suplanta a la de Moon. Éste es un disco que se te mete directo al corazón. No por nada presumen en Almost Famous que si lo escuchas a oscuras con una vela encendida podrás atisbar tu futuro. Esto es mitología pura: Listening to you, I get the music / Gazing at you, I get the heat / Following you, I climb the mountain / I get excitement at your feet!

AL FONDO DE SU GRIETA en el muro, el alacrán se pregunta adónde se fueron aquellos caballeros de la crítica literaria, desfacedores de entuertos y villanías de la narrativa oportunista y comercial. ¿Acaso también, como los periodistas, intelectuales, académicos, escritores y tantos más próceres, se encuentran de capa caída y a la baja? ¡Canta, oh, musa, la pena de las estatuas derruidas y los pedestales vacíos!

Pero el venenoso sabe de las miserias, esplendores y triste muerte de la crítica literaria, porque hace cinco años, el 20 de abril de 2014, atestiguó su sepelio simbólico y metafórico en la persona de Emmanuel Carballo. En efecto, aquellas exequias fueron doblemente tristes por un azaroso accidente. Gabriel García Márquez había muerto un par de días antes y las sendas despedidas a estos hombres de letras devinieron contraste chocante.

Sin relación con el sincero homenaje rendido al Nobel colombiano, el destino deparó al crítico y literato jalisciense un funeral “en el total abandono”, reportó la prensa. Su mujer Beatriz Espejo, su hijo Emmanuel Carballo Villaseñor, media docena de amigos y la visita de rigor de funcionarios culturales, tiñeron el adiós al escritor nacido en Guadalajara en 1929.

“El crítico es el aguafiestas, el villano, el resentido, el amargado; en pocas palabras, el que exige a los demás que se arriesguen, mientras él mira los toros desde la barrera”, había escrito ya Carballo, sabiéndose casi un outcast. Acaso por ello, luego de estar durante veinte años entre los Protagonistas de la literatura mexicana (como tituló uno de sus libros más célebres), decidió distanciarse de la “mafia literaria”, según la caracterizó él mismo, y optó por aislarse en una vida “más franciscana que jesuítica”.

Entre los dos o tres críticos literarios de su capillita, el escorpión celebró siempre los libros y la actitud de Carballo, sus estupendas memorias en dos tomos y la recopilación de sus notas críticas, e incluso se atrevió a trazar un retrato narrativo del crítico tras su fallecimiento a los 84 años.

Como literario saludo, durante la Feria del Libro de Minería se acercó al venenoso el maestro Rogelio Reyes para entregarle con generosidad su libro Vocación incómoda. La crítica literaria de Emmanuel Carballo en México en la Cultura (UaNL, 2012), volumen imprescindible para conocer no sólo a Carballo, sino también a sus detractores y admiradores.

Como despedida, el alacrán vuelve a la voz de Carballo: “Hoy puedo dar menos de lo que di ayer y, supongo, un decaimiento progresivo se apoderará de mis facultades mentales. Lentamente la vida se va apagando, te va anulando hasta que en cierto momento ya no recuerdas siquiera tu nombre”.

SÁBADO 29.06.2019

El Cultural 11

PorCARLOSVELÁZQUEZ

E L C O R R I D O D E L E T E R N O R E T O R N O

@charfornication

T O M M Y O R C H E S T R A L

M U E R T E D E L A C R Í T I C A L I T E R A R I A

PorALEJANDRO DE LA GARZA@Aladelagarza

E L S I N O D E L E S C O R P I Ó N

EC_206.indd 13 27/06/19 21:05

Page 12: NÚM.206 SÁBADO 29.06.19 El Cultural · 2019-06-29 · SÁBADO 29.06.2019 02 El Cultural Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la

SÁBADO 29.06.2019

El Cultural12

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el doctor Schneider renunció al Instituto Psiquiátrico de Munich, disgustado porque la filosofía eugenésica de los nazis dominaba el ambiente académico. Durante la guerra

sirvió como médico militar, al margen de las prácticas genocidas. Por esa razón fue convocado en la posguerra para dirigir la escuela de medicina de la Universidad de Heidelberg, junto a otros académicos que rechazaron el movimiento nazi. Schneider se dedicó al estudio de la esquizofrenia, la cual conceptualizaba como resultado de una triple escisión psicológica: en el proceso del pensamiento, en el desarrollo de la actividad voluntaria y en los procesos afectivos.1 En un sujeto sin patología mental, estas tres dimensiones psicológicas serían unidades básicas acopladas en un sentido de mismidad. Por el contrario, las personas con diagnóstico de esquizofrenia sufrían la xenopatía descrita por los psiquiatras franceses del siglo XIX: vivir la actividad mental propia como si fuera ajena.2 Dice Schneider: “ciertas alteraciones de la vivencia del yo son de la máxima especificidad esquizofrénica. Aludimos aquí a aquellas alteraciones de la pertenencia al yo, que consisten en que los propios actos no son vividos como propios, sino como dirigidos por otros.”1

Schneider pensó que la formulación diagnóstica de la esquizofrenia era imprecisa: se basaba en constructos demasiado abiertos a la interpretación. Planteó que algunos síntomas podrían tener un valor especial para el diagnóstico. Uno de los síntomas era el fenómeno de las alucinaciones audioverbales: voces que hablan entre sí y comentan los actos del paciente.1 Los mensajes transmitidos por las voces alucinatorias suelen ser desagradables y perturbadores: un paciente, por ejemplo, escuchaba voces de hombres y mujeres que criticaban su técnica para orinar y se burlaban de sus órganos genitales. Cuando el paciente trataba de responderles, las voces desaparecían; algún tiempo después, reaparecían en forma de murmullos, pero hablaban de otros temas.3 La cualidad hostil, devaluadora, de esos mensajes alucinatorios ha suscitado interpretaciones psicoanalíticas, que atribuyen la génesis del fenómeno a relaciones problemáticas con los padres y a estilos de comunicación violentos. Sin descartar la participación de la crianza en la formación de un contenido específico en esos mensajes, la investigación científica ha mostrado que las alucinaciones audioverbales se relacionan con una activación inusual de algunas redes cerebrales, en particular las redes del lenguaje y la emoción.4 Esto nos lleva a una pregunta: ¿qué sucedería si la comunicación privada con uno mismo sufriera retrasos o distorsiones, por fenómenos de desconexión patológica de las redes neurales?

Uno de los problemas de la psicosis esquizofrénica es que los pacientes con ese diagnóstico juzgan como reales y amenazantes las voces alucinatorias. Las voces parecen venir del exterior y los pacientes pueden sentir un auténtico terror hacia el mundo. En 2009, la revista inglesa Brain (fundada por el padre de la neurología de esa nación, Hughlings Jackson) publicó un estudio titulado Reality of Auditory Verbal Hallucinations. Un grupo de investigadores finlandeses reclutó a personas con diagnóstico de esquizofrenia y estudió su actividad cerebral mediante una tecnología conocida como resonancia magnética funcional.4 En el estudio se pidió a los pacientes que dieran un reporte de sus alucinaciones audioverbales: ¿qué tan reales parecían ser? Muchos médicos y neuropsicólogos esperarían encontrar una actividad anormal en la corteza auditiva, durante las alucinaciones audioverbales. Pero el estudio finlandés encontró algo distinto: la actividad anormal se presentó en el área de Broca, es decir, el territorio encargado de la expresión del lenguaje. El estudio propone que las alucinaciones audioverbales

son secuencias de palabras generadas por el paciente, en el mismo lugar donde se generan los pensamientos verbales y nuestro discurso en voz alta.4 Pero el paciente no piensa que las palabras son suyas, sino de alguien más; siente que esos mensajes vienen del exterior y son generados por una fuerza ajena. Las personas con diagnóstico de esquizofrenia tienen anormalidades prominentes en una estructura cerebral de sustancia blanca, conocida como fascículo arcuato: es un tracto que lleva información a través de las áreas del lenguaje. La desconexión entre estas áreas provoca una pérdida de la capacidad para discriminar entre una fuente interna y una fuente externa de información; esto impide al paciente reconocer el pensamiento verbal como propio, y lo clasifica como un discurso ajeno.5

Yo es otro, dijo en su momento Rimbaud, pero su juego literario toma una significación desafortunada en el territorio clínico. Lo mismo sucede con el título de Paul Ricoeur, Sí mismo como otro. Ricoeur hablaba de la posibilidad de reconfigurar nuestra identidad personal de manera gozosa, mediante las variaciones experimentales del ego que ocurren en la lectura de narraciones ficticias.6 Esta experimentación psicológica inducida por la literatura enriquece el telar emocional y cognitivo del individuo, y la red cultural de las masas humanas. Por el contrario, en la esquizofrenia hay una disrupción en el sentido de mismidad, que ocasiona una distancia entre el paciente y su familia. Seguimos a la espera de una ciencia o una literatura capaces de reestablecer una conexión duradera entre el individuo enfermo y sus seres queridos, entre el sujeto y sí mismo.

“UNO DE LOS PROBLEMAS

DE LA PSICOSIS ESQUIZOFRÉNICA

ES QUE LOS PACIENTES JUZGAN

COMO REALES Y AMENAZANTES LAS

VOCES ALUCINATORIAS”.

Y O E S O T R O

PorJESÚS

RAMÍREZ-BERMÚDEZ

R E D E S N E U R A L E S

Notas1 K. Schneider, Patopsicología clínica, traducción de A. Guera Mi-ralles, Editorial Paz Montalvo, España, 1970.2 E. J. Novella, R. Huertas, “El síndrome de Kraepelin-Bleuler-Schneider y la conciencia moderna. Una aproximación a la his-toria de la esquizofrenia”, Clínica y Salud 2010; 21(3): 205-219. Doi: 10.5093/cl2010v21n3a1.3 J. Ramírez-Bermúdez, Breve diccionario clínico del alma, Ran-dom House Mondadori, Ciudad de México, 2006.4 T. T. Raij, M. Valkonen-Korhonen, M. Holi, S. Therman, J. Leh-tonen, R. Hari, “Reality of auditory verbal hallucinations”, Brain 2009; 132(11): 2994–3001. Doi: 10.1093/brain/awp186.5 M. F. Abdul-Rahman, A. Qiu, P. S. Woon, C. Kuswanto, S. L. Co-llinson, K. Sim, “Arcuate fasciculus abnormalities and their rela-tionship with psychotic symptoms in schizophrenia”, PLoS One 2012; 7(1). Doi: 10.1371/journal.pone.0029315.6 P. Ricoeur, Sí mismo como otro, Siglo XXI Editores, Ciudad de México, 1996.

Fuen

te >

psic

olog

ia-o

nlin

e.co

m

EC_206.indd 14 27/06/19 21:05