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TOM. ni. \r.M. 62. 89- 16 DE JI.MO I>E 1844. II RISA, CONTINUA EL EXPEDIENTE POÉTICO-PROSAICO. Sumaria de pobreza que presenta la parte interesada en esta cuerna, TKSTIGO "JQueriendo cumplir hoy ln que promulga HITA KA- 'el autu pronunciado ayer iniiñiiiia , MANDÓLA. ) presento por testigo nuestra Juana -—•-.-"»- a Rita Karandóla . alias, la Pulga: la cual con la viveta de su apodo, enterada que estuvo yn del cuento, y previo el oportuno juramento, soltó la lengua hablando do esle modo : «Que es cierto que conoce ii la Rodrigo, y que es tan infeliz.,., tan desgraciada, que la ha visto comer pan de cohada por no poder comprárselo de trigo : que su escaso: es tal y su penuria, que no tiene mas ropa que la puesta, y aun si la pobre hacerse pudo esta, fue lavando la do otros en el Turia: que todo su equipaje verdadero en verano, en invierno y en otoño, se reduce á las prendas de su moño , á la cama, tres sillas y un pandero; y aunque alguno lo dicho en chanza tome, ó crea exagerado tanto apuro, lo que es cierto, verídico y seguro, que pasa nada mas .... de lo que come.» Esto dijo la Pulga vocinglera, cuya edad no se sabe á punto ciado, puso una cruz por firma, y en el acto sin decirnos —adiós —se marchó fuera. En vista de lo cual su Señoría, después de haber firmado yo el notario, al pié de este papel semi-calvario hizo otra cruz junto ¿ la firma mia. >W-3$ OTBO TIS- 1 Insiguiendo esta parlo en su gran prisa, TICO JUAN sin transcurrir siquiera el menor rato, CAMMI.KS. | encojo dentro on mangas de camisa —^— —*• al tío Juan Candiles, vulgo, el Chato: quien apesar que en buenas conjeturas con su apellido ofrece muchas luces, después de haber jurado con tres cruces, nos dejó con sus dichos casi á oscuras. Su modo de espresarse fue el siguiente: «Que le es en sumo grado cosa estraña verse él solo llamado á tal campaña habiendo en este pueblo tanta gente: que en su declaración será conciso por mas que esto le duela al escribano, pues su trato con Juana es tan lejano cual un patio lo está de un tercer piso que no puede decir qué hay en su casa, ni si i jornal trabaja ó á destajo, ni si lo pasa mal. ó bien lo pasa, porque ella vive arriba, y el abajo.» Aquí selló su labio el que declara, r apesar de que el brazo del alcalde le amenazó, y aun casi .... con la vara, contra el Chato fatal todo fue en balde. Ni aun siquiera tirmar quiso este escrito, aumentaudo coa ello sus deslices,

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TOM. ni. \r.M. 62. — 8 9 - 16 DE JI.MO I>E 1844.

I I RISA,CONTINUA EL EXPEDIENTE

POÉTICO-PROSAICO.

Sumaria de pobreza que presentala parte interesada en esta cuerna,

TKSTIGO "JQueriendo cumplir hoy ln que promulgaHITA KA- 'el autu pronunciado ayer iniiñiiiia ,MANDÓLA. ) presento por testigo nuestra Juana-—•-.-"»- a Rita Karandóla . alias, la Pulga:

la cual con la viveta de su apodo,enterada que estuvo yn del cuento,y previo el oportuno juramento,soltó la lengua hablando do esle modo : —

«Que es cierto que conoce ii la Rodrigo,y que es tan infeliz.,., tan desgraciada,que la ha visto comer pan de cohadapor no poder comprárselo de trigo :que su escaso: es tal y su penuria,que no tiene mas ropa que la puesta,y aun si la pobre hacerse pudo esta,fue lavando la do otros en el Turia:que todo su equipaje verdaderoen verano, en invierno y en otoño,se reduce á las prendas de su moño ,á la cama, tres sillas y un pandero;y aunque alguno lo dicho en chanza tome,ó crea exagerado tanto apuro,lo que es cierto, verídico y seguro,que pasa nada mas.... de lo que come.»

Esto dijo la Pulga vocinglera,cuya edad no se sabe á punto c iado ,puso una cruz por firma, y en el actosin decirnos —adiós —se marchó fuera.

En vista de lo cual su Señoría,después de haber firmado yo el notario,al pié de este papel semi-calvariohizo otra cruz junto ¿ la firma mia.

>W-3$

OTBO T I S - 1 Insiguiendo esta parlo en su gran prisa,TICO JUAN sin transcurrir siquiera el menor rato,CAMMI.KS. | encojo dentro on mangas de camisa—̂ — —*• al tío Juan Candiles, vulgo, el Chato:

quien apesar que en buenas conjeturascon su apellido ofrece muchas luces,después de haber jurado con tres cruces,nos dejó con sus dichos casi á oscuras.Su modo de espresarse fue el siguiente: —

«Que le es en sumo grado cosa estrañaverse él solo llamado á tal campañahabiendo en este pueblo tanta gente:que en su declaración será concisopor mas que esto le duela al escribano,pues su trato con Juana es tan lejanocual un patio lo está de un tercer pisoque no puede decir qué hay en su casa,ni si i jornal trabaja ó á destajo,ni si lo pasa mal. ó bien lo pasa,porque ella vive arriba, y el abajo.»

Aquí selló su labio el que declara,r apesar de que el brazo del alcaldele amenazó, y aun casi.... con la vara,contra el Chato fatal todo fue en balde.Ni aun siquiera tirmar quiso este escrito,aumentaudo coa ello sus deslices,

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mas no creyéndole jurisperitolo hicimos yo y el otro en sus narices.

OTRO,MARCOLPA

A fin de remachar esta sumaria1 con Indos los bemoles de la solfa.

N. I.A t'.A- i tomó parte en la misma una MarcolfáNARIA. ' llamada vurgalmentc (a Canaria.

—»—— Juró también por Dios y por los santoscon ademan contrito y reverentedecirnos la verdad tan solamenteen el trino y gorgeo de sus cantos:y tras de, estos preludios y protestas,naciendo con sus alas muchos mimos,i las varias preguntas que la hicimosfue dando de esta suerte sus respuestas: —

«Que desde su mas corta y tierna infanciaconoce a la mujer de que se trata ,yen verdnd en verdad que hablaudoen platani le envidia, ni arrienda la xananna :que no goza mas bienes, que sus males,que por cierto le sobran no pequeños,podiendo asegurarse que ni en sueñosvio juntos en su vida treinta reales.Que las rentas, haberes y productos,de que es dueña la Juana referida,se deslizan por varios acueductos,dó se gana, lavando, la comida.»

Dijo aun mas la volátil declarantecon su acento ridículo y parlero;pero Marcos lo deja en el tintero,creyendo que lo dicho es muy bastante.En suma la Canaria cerró el pico,firmando con sus garras de lechuza;el alcalde no firma, pero cruza,y yo en vez de dar fe.... lo certifico.—

DILIGENCIA. ¡ Tratando de apurar yo—•—-—' si quedaba algún testigoj

María Juana Rodrigome ha contestado que —nó.Viendo pues que va acabécon su prueba y mi paciencia,

en el acto y con urgenciapongo la pluma en la mano,y como buen escribanolo firmo por diligencia.

Caladas sus antiparras,muy serio, formal y tieso,en vista de este procesodijo el alcalde de marras: —Ya que observo , miro y tocoque la parle interesadalo que disfruta es tan pocoque casi no tiene nada;dígase lo que se dign,sin perjuicio y por ahoradeclaro á dicha señorapobre, y si quiere., mendiga.V en cuantas partes ó parlugpida el auxilio curial,sírvasela como á tal,y con papel de a dos cuartos:nombrando para el debate,ya que el turno los atrapa,al escriba lliaulio I fíale,y al fariseo (¡arrapa.»

Ved nqui ni mas, ni menoslo que acorrió su merce,él solo, y sin hmnbrcs I uenos;de lodo lo cual.... doy fe.

DILIGENCIA \ Juana, he venido ábuscarte,DE NOTIFICA- ' y á decirte lo que pasa,CION SIN RE- i pero no te encuentro en casa,

siLTAno. 'porque estás.... en otra parte.- - i - - ^—— Y ya que este trabajo no se cobra,

pondré la media firma, y aun te sobra.

NOTIFICA- \ Aunque de cólera estalle,CION. i (dije yo para mi capa)

enteraré donde le baileal procurador Garrapa;y en esto.... le vi eu la calle.

Causóle gran sorpresa esta noticia,porque es hombre enemigo del trabajo,

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mas temiendo el furor de la justicia.murmurando entre dientes firmó abajo.

OTRA.1 Doy fe de que esta mañanabe notificado á Juana.

OTRANOTI- También enteré muy cautoFICACION v al «mino, que se lijaFie l)K KN- en el contesto del auto.

THBUA. Ilraulio rúate y Lagartija;a quien antregué en un lioeste sumario completo,cumpliendo ron el derretoque le nombra «n lu«nr mío.

Y empuñando los «los nuestros tinteros,armado rada cual de ni'Krn plumn,del>RJo de esta resta ó de esta sumapusimos nuestros nombres verdaderos.

(Se continuará.)

JOSÉ BERNAT BALDOVÍ.

EXTREMA CONDESCENDENCIA 1!! ESPANTOSO

FATALISMO !! 1

' ALLAIAME en Barcelona tomando café}•& en el del Espejo con un amigo mió que*" tuvo !a bondad de convidarme, y que

por esta razón le llamo amigo mió,M ^ cuando entró y se sentó a una mesa in-mediata, al lado de dos compañeros que al parecerle estaban aguardando, uno de esos hombres gace-tas que recogen , Dios sabe eómo, cuantos sucesospolíticos y domésticos tienen lugar diariamente enla población en que habitan, y luego los refierende pe á pa en todos los puntos donde concurren cu-riosos que no hayan quedado satisfechos ron haberaprendido de memoria desde el título hasta el nom-bre del editor responsable, todos los periódicos deldia. El hombre gacela que entró en el café en queyo me encontraba.es en su género una verdaderanotabilidad. Sabe todas las noticias mucho antesque las autoridades que las reciben por extraordi-nario, de suerte que parece tener á su disposiciónun telégrafo invisible, por cuyo medio se le comu-nican cuantos sucesos ocurren en la Península. Sa-be al mismo tiempo dar i las noticias tan rápida

circulación, que él solo vale mas para el caso quetodo el enjambre de ciegos que se destaca de la im-prenta nacional apenas ha hecho provisión de gace-tas extraordinarias. Con mas razón que el Histo-riador podría titularse todos los periódicos en uno;y en verdad, no podemos explicarnos cómo á unnombre de esta naturaleza se le permite salir sinhacer depósito, y sin sujetarse á todos los demásrequisitos de la ley de imprenta. Y no se crea quese ocupe solamente en noticias que tengan algunarelación con la política. Conoce todo el vecindarioy las extravagancias de cada vecino, y se complaceen darlas á conocer á todos los demás, importán-dole un pepino de las reputaciones que su lenguasacrifica á la curiosidad de su auditorio. Este essiempre numeroso ; los hombres en general deseanreírse á costa de sus semejantes, y de consiguienteno es estraño que los cafés, á que habitualinenteconcurre nuestro hombre gaceta. estén llenos degente que le aguarda con ansiedad.

Entre varios sucesos y ocurrencias pertenecien-tes á la crónica local , refirió una anécdota queprueba hasta donde puede llegar la condescenden-cia de un buen marido,

Pancracio Morón, joven aragonés, hijo de unacasa pobre pero honrada, dejó MI familia en l ' i l -hnstro pam emprender en llarcclonn ln carrera decirujano sangrador. Su buena madre le a<lirionú lachaqueta con un par de faldones para elevarla á lacategoría de rumia; le hizo poner inedias suelasen los zapatos ; le equipó ron v i s pares de calceti-nes; le entregó dos pares de pantalones de mahonron trabillas de lo mismo, que no tenian de anchoun través de dedo ; tres camisas de hamburgo; elsombrero menos viejo del padre de su padre, ribe-teado de mugre , de anchas alas y de voluminosasdimensiones, como acostumbran usarlo los barbe-ros para meter en él el jubón, las navajas y demásaccesorios del arle; completó su estuche con lasúnicas tijeras que ella tenia para sus labores do-mésticas, y con lagrimasen los ojos le dio un adiós,un abrazoy su bendición. Pancrario, apenas llegóá Rarcelona. se matriculó, sufrió el examen de re-glamento y entró de mancebo en una barbería dela calle del Conde del Asalto. Debiendo solo á la na-vaja" sus medios de subsistencia, no gozaba en ver-dad de comodidades que hiciesen envidiable susuerte ¡ pero tocaba la guitarra como pocos, y estahabilidad le abrió las puertas de un porvenir maslisonjero que el que tenia derecho á prometerse.

En el primer piso de la casa de enfrente vivíauna soltera con mis años de los que ella quería, yron mas gana de casarse que de rejuvenecerse. Ha-bía visto una tras otra pasar del hogar patrrno altálamo nupcial siete hermanas, y se mona de calory de envidia viéndose condenada á quedar en elmundo para vestir imágenes. Ella era la mayor dela familia, y esla circunstancia la hacia rica, por loque la hubiera complacido sobremanera si al mismotiempo no la hubiese hecho vieja. Cuantos pohosse han inventado para limpiar la dentadura , cuan-tas pomadas se han encomiado para conservar elpelo, cuantos cosméticos se han preconizado paradesarrugar el cutis, figuraban en el locador de lasolterona . que muy emperejilada y cubierta de pe-rifollos, horas y horas se ponía de cimbel en el bal-cón, manifestando con los ojos á mantos pasabanpor la calle con sombrero, que allí había una habi-tación desocupada. Nuestro novel barbero fue elúnico que se dejó seducir por las insinuaciones deEnriqueta. Este era el nombre de la solterona. No-tó Pancracio que cuantas veres tocaba la guitarra.Enriqueta alargaba el ruello, como el cisne quebusca un caracol en el fondo de un estanque, an-siosa de salvar la distancia que de el la separaba.Supo que era rica y no turo necesidad de mas para

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enamorarse como un Torcuato Tasso. Hubo true-que de miradas, gestos mutuos y señas recíprocas;por espacio de dos meses el telégrafo de los dosamantes estuvo trabajando todas las horas de solque tiene el dia. Pancracio no pensaba mas que enEnriqueta, y de tal modo tenia ocupada la imagina-ción, que cuando afeitaba ú algún parroquiano, li-jaba la atención tan poco en la operación que esta-ba practicando, que á menudo le hundía hasta loshuesos la terrible navaja.

El amor no es una ciencia especulativa, y todaslas teorías le cansan si no puede reducirlas á lapráctica. Asi es que el platonismo de su pasiónaburrió muy pronto á nuestros dos amantes, que hi-jos ambos del siglo XIX, marcharon en derechura álo positivo. Quisieron emplear otros medios de co-municación mas seguros que los telegráficos, qui-sieron verse mas de cerca y revelarse vcrbalmenle.Esto no dejaba de ofrecer grandes obstáculos, pero¿cuáles no allana el anuir, y sobre todo el amor deuna mujer? Con Enriqueta vivía no mas que su pa-dre y una criada ; su madre hacia algunos años quehabía pasado á mejor vida. Kl padre y la criadase querían romo un cura y su ama , y una criadaquerida del padre no se deja fácilmente sobornarpor los hijos. Al contrario, estos en ella encuentrancnnslanleinenle un tiscal de todas sus acciones. Asíes que r.nriqucta no se atrevió siquier» á ensayarningún medio para corromper á la fámula, y con suauxilio introducir á 1'aiicracio en la caso en ocosiouque estuviese el padre lucra. Kl padre no dejaba desalir de casa todis los dins, como que eslnbíi em-pleado en el real patrimonio; pero quedaba cinis-ItniH'inenlc la criad» hecha un Argos de la puliréEnriqueta. Para el barbero, de consiguiente, todaslas puertas estaban cerradiis ; no veía ningún ca-mino para conducirse á su objeto. Mas Enriqueta,cuu el ingenio aguzado por el amor, encontró unoy fue el siguiente.

Kl padre de Enriqueta era un hombre pulcro;era uno de esos vejetes para quienes la vida no tie-ne invierno , y que hasta á la tumba quieren bajarcon las botas limpias y la camisa bien planchada.Afeitábase lodos los dias, y sin haberse hecho labarba no hubiera ido á la oficina aunque le hubiesecostado el empleo que , sea dicho de paso, para na-da lo necesitaba, y que hubiera venido perfecta-mente á mas de cuatro infelices que están pere-ciendo de miseria apesar de su idoneidad y de unahoja en que constan sus buenos sert icios. Desgra-ciadamente el padre de Enriqueta se afeitaba solo,y de consiguiente ningún barbero frecuentaba sucasa. A hacerse necesario el barbero se dirigieronprincipalmente todos los conatos de la enamoradaniña. Conseguido esto, de modo se lo había ellade manejar que fuese el barbero de su padre suquerido Pancracio. Al efecto, en ocasión en que supadre estaba fuera y la criada ocupada en la cocina,entró en el gabinete de aquel, cogió el esluche, sa-có las navajas, y pasándolas y repasándolas de cortepor el borde de un tintero de latón, en breve con-siguió mellarlas é inutilizarlas completamente.Luego las volvió al estuche y lo dejó todo como sital cosa.

Al dia siguiente hubo la de Dios es Cristo. DonEmetcrio, el padre de Enriqueta, quiso afeitarse;eMaba ya enjabonado, abrió el estuche y vio la ter-rible metamorfosis que sus navajas habían sufrido.En lugar de navajas encontró sierras. Alborotó, re-funfuñó, gruñó; llamó á la criada, llamó á su hi-ja, fulminó contra las dos cargos muy graves; pe-ro la firmeza cen que ambas rechazaron la acusa-rion, dejó á D. Emeterio sin palabra. Bien conocíaeste que precisamente una de las dos había de serla culpable, porque en su casa no entraba nadiemas que ellas, absolutamente nadie; pero al mis-

mo tiempo á ambas las juzgaba incapaces de unaacción propia solamente de chiquillos, repugnanteal carácter de una y otra, y que consideraba sinobjeto, porque él no lo sabia adivinar. Apaciguóse,y apenas estuvo tranquilo, le dijo Enriqueta conafectada amabilidad.—Pero, padre mío, ¿cómo lohará usted ahora sin navajas? ¿va usted á salirsin afeitarse? ¡cuan feo esta usted asi! ¿quiere us-ted que llamen á un barbero? —Mucho lo siento,hija mía; pero no tiene remedio, que lo llamen.No bien había dicho estas palabras D. Emeterio,cuando Enriqueta estaba diciendo é la criada : dicepadre que vayas á la tienda de enfrente para que>enga alguno á afeitarle desde luego. D. Emeteríono había localizado el punió de dunde debía venirel barbero, ni había dado la preferencia á ninguno;pero Enriqueta tuvo á bien mandar por el barberode enfrente para ahorrar pasos á la criada. Enesto no hay malicia.

I.a criada entró en la barbería, cumplió consu comisión y se fue. Pancracio, que ya había re-cibido por telégrafo noticia de lo que estaba pasan-do , salió tras la criada casi pisándola los calcaña-res. Ambos llamaron á la vez en casa de D. Emete-rio ; Enriqueta les abrió la puerta y experimentóuna sensación inexplicable al ver tan de cerca alobjeto de sus ansias, l.e pareció hermoso y vestidode úllima moda. Ku cntazon sallaba como si quisie-ra salirse del pocho, y la (lió t.il temblor de piernas,que casi no IH erial u á andar ni á tenerse en pié.Introdujo cu el cuarto de su padre n Pancracio, elciinl procedió desde luego á la operación por la quehalmi sido llamado. El biiiii mancebo hizo cnantopudo para grangenoc la conlianza de su futuro

! suegro, y realmente lo consiguió. Aquella rapaduraI fue una obra maestra del arle. Prendóse I). Emete-

rio lie la ligereza de la mano de Pancrario, de suer-le que le asalario pura lo MICOSÍVO y le pagó un mesaiU'lanlado, que el mancebo hubiera rehusado debuena pana, si no hubiese temido revelar cuu sugenerosidad el amoroso interés que debía disimulara toda ci si a.

Tenia Pancracio un no sé que de bondadosoque fácilmente cautivaba todas las voluntades. Asírs que á les pocos dias de frecuentar la casa deD. Enieterio, logró hacerse á los ojos de esle sim-pático sobremanera. Cuando luvo el terreno bienpreparado, aguijado por su amor y por las exigen-cias de Enriqueta, pidió la mano de esta á su padre,que no solo se la rehusó, sino que le echó de su ca-sa á cajas destempladas. Sin embargo, no por estomurieren las esperanzas de los dos amantes. El amorde Enriqueta era demasiado profundo para sacrili-carse á las exigencias paternas, y el de Pancracioestaba ciliado sobre calcules demasiado positivospara ahogarlo en su corazón ó, por mejor decir,en su cabeza; pues mas era amor ile cabeza que decorazón, sin haber antes procurado vencer cuantosobstáculos se le oponían. Volvieron los dos enamo-rddus a establecer sus telégrafos, como único mediode comunicación que les quedaba y del cual se vie-ron también privados á los pocos dias. Mandó el pa-dre cerrar todos lus halcones que daban á la calle, yprohibió á su bija formalmente abrirlos aunque pa-sase el viático. Estas medidas rigurosas y escepcio-nales no hicieron mas que avivar la pasión de lamuchacha, que no pudiendo sobrellevarla, empezóá ponerse linca como un cadáver basta el extremo dedar á su padre mucho cuidado. Esta circunstancia,el cariño que había profesado á Pancracio y la fata-lidad de no haber encontrado otro barbero que contanta maestría le hiciera la barba, le obligaron porfin á acceder á la voluntad de los dos amantes, loque hizo después de haber consultado la de la cria-da y haber obligado á admitir á Pancracio las dossiguientes condiciones: afeitarle todos los dias aun-

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que esluv ¡esc casado con su hija, y vivir con esta se-parados de su rasa. Esta última condición fue atr i -buida por el vulgo murmurador á la criada, que sinduda la impuso para obrar mas á sus anchuras consu amo y participar mas abiertamente de su sobe-ranía.

l'ancracio y Enriqueta se casaron ¡Dichososcllos!decian los hambrientos condiscípulos de l'ancracioque solo en las riquezas reían la felicidad ; Desgra-ciados! decian los que solo la veían en la posesiónde la hermosura. Nosotros nada decimos. Si fuerondesgraciados ó felices, poco lardaremos en saberlo.

Enriqueta era rica. Su padre tenia muchas tin-cas urbanas y rurales que todas debían pasar A supoder y de este a^de sus hijo», si tenia la fortunade tenerlos. De otra suerte todos sus bienes pasa-ban á su segunda hermana, y en este raso el ma-rido si la sobrevivía se quedaba, como suele decirse,a la luna de Valencia. ¡Cuan grande, pues, no debíaser el empeño de Panoracio en tener hijos ! Su mu-jer no gozaba de muy buena salud, y por otra parletenia mucha mas edad que él, por lo que según to-das las probabilidades debía sobreviviría. Sohrevi-virla y volver á la vida da pobre después de habergozado todas las comodidades que las riqíir/.as pro-porcionan, era una rosa atroz, una rosa que solo elpensarla le hncia estremecer. ¡Qué no hizo el buenPaucracio pnra tener sucesión! Al primer afio dematrimonio su mujer se hizo cmhamzada * uhor-tó; al segundo le sucedió otro lauto, y otro Imilo nitercero, hnsfa que por lili pa«ó otros tres sin din lamas mínimo señal de IVcimdidnd. I'JIIII rucio cslnlindesesperado. Se asesoró con todos IOH facultativosde mas nota; hizo mudar aires á su mujer, la obligóá visitar ciertas capillas y ñ beber ciertas aguasii que atribuye el vulgo supersticioso las mismasfacultades que al Kspíritii'Sunlo; pero todo en vano.Por l i l i , cansado de la infructuosidad de sus tenta-tivas, pasó con su mujer á (ialícia, donde dicenque i a ras veces se encuentra una mujer estéril. Kuefecto, estableciéronse en Comariuas. y ¡i los dosmeses de estar allí, noló Panrrario que el vestido desu esposa por detras crecía y se acortaba por delan-te. ¡Qué felicidad 1 Como el objeto que les deteníaen (íalicía se habia ya conseguido, regresaron inme-diatamente á Barcelona, donde con ansiedad estu-vieron aguardando el din del bautizo. El padre deEnriqueta dehia ser padrino y madrina la madre del'anrracío, á la cual mandó este al efecto una buenacantidad de dinero para que se presentase con luci-miento á sacar de pila al futuro frulo de su amor.

Según cálculos de Pancracio, que debemos su-poner exactos, (dijo el hombre gacela que en 4 deenero del año pasado estaba reli riendo esta anécdotaen el café del Espejo,) ayer entró Enriqueta en elsétimo mes de su embarazo. Sabidos son los deseosextravagantes y singulares caprichos de una mujerembarazada, los cuales son tantos mayores, cuantomas fácilmente con ellos se transige. Pancracio,tratando á toda costa de impedir un aborto que hu-biera aguado las esperanzas de toda su vida, accedíaa los antojos de su esposa con una docilidad de queno hay ejemplo en los anales matrimoniales, y sialguna vez manifestaba no hallarse dispuesto á "do-blegarse á alguna exigencia demasiado repugnan-te, su mujer le hacía ceder á la fuerza amenazán-dole con el aborto. A esta palabra terrible Pancra-cio sentía erizársele el pelo y despegársele la carnede los huesos, y le fallaba valor para la resistencia.I Cuánto abusaba Enriqueta del dominio feroz quedebía á esta amenaza! Largo seria enumerar todoslos abusos de autoridad de Enriqueta no menos quelos ejemplos de condescendencia que ha dado elbuen Pancracio, y que el hombre gaceta refirió conaplauso de sus oyentes; por lo que yo en obsequioi la brevedad, me contentaré con exponer uno que

vale por lodos,y que tiene la circunstancia de serel mas reciente.

En la tarde del día en que entró Emiquela en elsétimo mes de su embarazo salió a paseo ton soesposo, por haberla aconsejado los médicos que h i -ciese diariamente un rato de ejercicio moderadopara precaver el aborto. Ya casi era nuche, cuandovolviendo á su casa por una de las muchas travesíasque desembocan en la magnilica calle del Conde delAsalto, al libio resplandor del último crepúsculodivisó Enriqueta los tristes despojos de un gatomuerto. También las miradas de l'ancracío trope-zaron con aquella asquerosa carroña y se desviaroncon horror. Como es natural, los dos esposos si -guieron adelante su camino; pero apenas habiandado cuatro pasos cuando Enriqueta, exhalando unsuspiro, dijo: —¡ Ay Pancracio ! ¿no has visto? ¿nohas visto, l'ancracio? — ¿Qué? respondió este. —¿Nohas visto cuatro pasos atrás, en la acera de la de-recha, un conejo muerto? — No ta l , si es un galo.—¡Ay! ¡un gato! ¡qué gusto! Vamos a buscarle,Pancracio.— ¿Estás luca?—Vamos á buscarle. — Pe-ro, mujer... —| Vamos á buscarle ó ahorlo! l'nlide-cíó Paucracio; retrocedió los pasos que le -c|iaiabundel fétido cadáver; le asió lo menos que |iudo con

solo dos dedos; le despegó de la acera, y lo presentóá su esposa, revelando sus ascos con un gesto queno se puede definir. Hizo que su esposa acelerase elpaso todo lo posible para llegar pronto á casa y des-prenderse de aquella carga inicua que le pesabamas que una cadena, sin augutar el desdichado lasnuevas calamidades que le aguardaban. Apenas sehabia Enriqueta quitado la mantilla, cuando la dijoPaneracío: —¿Qué quieres que haga de esle anima-lito? ¿dónde quieres que lo echemos? —¡Echarlo,dices! ¿ estas en lu juicio? corre, Pancracio, con él ála cocina, desuéllalo, limpíalo bien y frielo. — ¡Có-mo! ¿quieres comerlo?—Pues esclaro. — ¡Qué hor-ror ! — Pronto , date prisa.—Es imposible, imposi-ble.—¿ Imposible, dices? ¿con qué eslás empeñadoen que yo aborte? —¡Oh! no, mujer; Dios nos librede semejante calamidad ; se hará lo que tú quieres;llama á la criada... —¡Cómo! ¡la criada! lú mismolo has de limpiar, tú lo has de desollar, lú lo has defreír. —¡Jamas! ¡jamás! ¡eso es ja demasiado!— Nolo hagas, ingrato, no lo hagas... ¡Qué dolores sonesos. Dios mío! ¡no hay remedio, yo aborto! ¥ sepuso ambas manos en la arqueada barriga, y casisin sentidos se dejó caer eo un confidente. ¿Quépodía hacer Pancracio en tal conflicto? I.lamó a lacriada para que tragese agua y vinagre, y mientras

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."*• Wta socorría á su señora, él se entró en la cocina,<tgldesolló el gato, le hizo tajadas, lo lavó, lo frió, y lo

presentó en un plato á Enriqueta que ya habia vuel-to en sí de su desmayo.—Toma, hija, come, la di-jo.—Quiero, dijo ella, que comas tú antes una ta-jada.— ;Yo! — ¡Bien 1 ¡no la comas, cruel! mas ¡ay!iyo aborto! —l Abortas! ¿con que no hay mas re»medio que comer yo una tajada ó abortar tú? ¡ Estábien, la comeré, la comeré! Cogió la tajada que lepareció menos asquerosa, y con el estómago re-vuelto cerró los ojos á la manera del desesperadoque se precipita de una gigantesca torre, y consumóel espantoso sacrificio. Luego le acosaron náuseas,su rostro tomó un color terreo, y con voz apagadadijo á su esposa: —Toma, come tú ahora. — Vo noquiero, respondió ella con ira poniéndose de pies.—i Pero por qué? —¡Porque tú le has comido el me-jor bocado! —¡Llévete el diablo! refunfuñó Pancra-cio entre dientes, y se encerró en su gabinete, dondees fama que hasta las tripas echó por la boca.

Hasta aquí la anécdota tal como la contó el hom-bre gacela. Ahora yo debo añadir que PancracioMorón era el mismo hombre con quien estaba yotomando café. Por esta razón sin duda, no querien-do ser testigo de la* afrentosas risas de los concur-rentes, apenas oyó que el hombre gacetn pronun-ciaba su nombre y apellido, sr zampó de un sorbotodo el café que le quedaba en la taza, se levantó,dio un iiapuleon al mozo, y sin esperar que le dieranla vuelta se escurrió como un rntnn acusado y medejo sin decirme adiós. Sin volverle á ver pasé dosmeses, al cabo de los cuales le encontré abismado cuprol'undns meditaciones en un extraviado senderode la montaña de Monjui. Mu pareció que estabamuy melancólico, y preguntándole la causa de sutristeza, me respondió que no podía por mas tiemposobrellevar el peso de la vida. Me. dijo que cuandoestaba persuadido de que su mujer habió entrado<>n el noveno mes de su embarazo, los mediros aca-baban de disipar linios sus ilusiones, asegurándoleque su esposa no estaba embarazada sino hidrópica.I Qué horror! dije yo entre mi, ¡ aprender esta verdadterrible después de haber comido gato para evitarun aborto!

Al dia siguiente entre estrepitosas carcajadas es-taba el hombre gaceta en el mismo café del Espejorefiriendo lo que me habia dicho Pancracio el diaantes.¿ Por qué conducto lo supo?

Treinta dias después el mismo hombre gacetaestaba arrancando lágrimas á un numeroso audito-rio refiriéndole la horrorosa catástrofe de un joven,cuyo cadáver encontraron en la mar vieja algunospescadores. El cadáver estaba expuesto á las miradaspúblicas en la Cclumna (1':. Fui á verle, y reconocíen sus facciones á Pancracio Morón.

Si el infeliz hubiese tardado dos dias mas enquererse suicidar, seguramente no se hubiera con-ducido á este terrible acto de desesperación. Losmédicos que calificaron de hidropesía la preñez desu esposa se equivocaron de medio á medio. Tanbárbaro fue su diagnóstico, que al dia siguiente dela muerte de Pancracio. su mujer dio á luz nadamenos que dos hijos rollizos y sanos como unamanzana. Parecían un bollo de" manteca, si bienuno de ellos nació con un gato en la espalda, á con-secuencia sin duda del deseo que tuvo su madre enla época del embarazo y que no pudo satisfacer porhaberse zampado Papcracio el mejor boeado.

A. RlBOT Y FoNTSERÉ.

(1) Sitio eo el hospital civil de Barcelona doudese depositan los cadáveres desconocidos antes dellevarlos al cementerio ó á la sala de disección.

Á MI AM3CJO

2Ufarcr.Dias hace que intentó

mi inspiración quimeristabuscar un antagonistade mas veneno que yo.

Me harto de tirar el guante,y no pude hallar el majopor arriba, por abajo,por detrás ni por delante.

Pregunté una vez y ciende algún quimerista el nombre,y por tin me dijo un hombrecon cara de hombre de bien;

Yo le diré brevementedonde hay un espadachín,tal que le han de dar esplínlas señas del combatiente.

Yo busco, repuse al punto,un genio de. buenas alas,sin miedo á bombas y balas,alto flaco y cejijunto.

Talento claro y precoz,abonado del Leleo ,que me supere en lo feoy mu aventaje en lo atroz.

Lo que usted quiere es muy raro,me respondió su merced;no obstante ¿cuunce ustedú Don Agustín Alfaro?

Pues en él de Narrabashallará la imagen viva,por atinjo, por arriba,por delante y por detrás.

Busqué al tal espadachín,y dije nada me empacha,ya tienes i Juan en facha,ponte tú en regla, Agustín.

Aunque me venzas y pises¿á quién tienes interés?¿a una fea con parnés,ó á una bella sin inoníses?

Tras un silencio profundovino á escoger lo primero,y yo por blandir mi acerome decidí a lo segundo.

— Habla tú.—Te loca á ti.—Uá principio. —Empieza tú.— En iin , dado i Bfilcebú,tomé aliento y dije así:

Aunque tu pecho deseafea con unto de rana ,yo diré tarde y mañanaI) i os me libre de una fea.

Que es camino horripilantedonde no hallarás atajo,por arriba, por abajo,por detras ni por delante.

¿Cuáles serán tus apuros,marido de rica dama,si has de meterle en la camacon un talego de duros?

Cuando te empache la fiestadirás del oro al halago,si buen dinero me tragobuenos suspiros me cuesta.

Nunca sospecha una hermosa.sabiendo que ha de vencer;la fea tiene que serpor necesidad celosa.

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— 9o—

Que aunque adorne con la salsadel oropel sus contornos ,sabe que entre los adornossolo hay una piedra falsa.

Diinc tú si tendrás celopor una novela ingrata,aunque con broches de platase encuaderne en terciopelo.

Yo tengo el gusto mas fino,y no te pienses que cedaporque me des á Esproncedacon forro de pergamino.

Talento tuvo mayorel que dijo con solapa,que bajo una mala capase oculta un buen bebedor.

Verdad es, Voto al demonche,que habiendo inmensos tesoroscomerás bien, tendrás toros,beberás borgoña y ponche.

Mas ¿tendrás gana de risasi tu mujer se incomoday te encaja que ¿ la bodafuiste con mala camisa?

I'or no armar un alborotohuyo de trance tan fiero,mujer que tiene dineronunca lo echa en «acó roto.

No de madres y de abuelaslas ricas bijus exijas,busca, AI Curo, buenas hijas,peni no buenas hijuelas.

Que una rica fierabráses una planta nocivapor ahajo, por arriba,por delante y por detrás.

Y n» presumas que vivosin apego á los parnés,quizá mi desinteréses interés positivo.

Ya verás tú si mi musase va al infierno quizáen atrapando una jáde esas que dicen pantufa.

Sin que mi ambición avaraquiera faltar al decoro,¿dónde habrá mayor tesoroque un buen palmito de cara?

Verdad hallarás constanteya examines mi trabajopor arriba, por abajo ,por detrás ó por delante.

Si quiero amigos, no es cosa ,los tendré como lo digo,que todo el mundo es amigodel marido de una hermosa.

¿la calle de la Monteraquiero andar sin embarazo?llevo á mi mujer del brazoy me dejarán la acera.

Pienso estar en candelero,pues los hombres principales,ministros y generalesme quitarán el sombrero.

Iré al café sofocado,tomaré de leche un pozo,y al ir i pagar al mozo,me dirá : «ya está pagado.»

Y no podré perecercomo otros en la adición,porque si quiero turrónlo pedirá mi mujer.

¿Dónde hay ministro de pechotan escaso de sentid»,que no ponga «concedido»á un memorial tan bien hecho?

Si á mas reflexiones subes,el que tenga la intenciónde darla conversaciónme ha de poner en las nubes.

Dirá el seductor impíoCHando la tienda la red :¡Qué marido tiene usted !es intimo amigo mió.

Aunque no me juzgue duchome llamará Cicerón,y aunque me tenga aversióndirá que me quiere mucho.

Aunqne haga versos perversos,dirá á mi cara mitad:«bien merece esta beldadquien hace tan buenos versos. »

Esto mi delicia fragua ,si hago un soneto ¡qué vena!si un saínete ¡cosa buena Ideja atrás al VASO DR ACIA.

Dará á mí mujer espanto,que me alaben por detrás,y me querrá mucho massabiendo que valgo tanto.

De suerte que es vano el dolode los que están á porfía ,madurando la sandiaque me he de comer yo solo.

KII lauto yo no me alejo,pues teniendo esposa bella ,me estaré mirando en ellalo misino que en un etpejo.

KiifermedaJes mayoresserán á mi cuerpo ajenas,si hay quien endulce mic penisy mitigue mis dolores.

KM fin, no te digo masque una bella es lo que privapor abajo, por arriba,por delante y por detrás.

Jl'AN MABT1NEZ VlIXERCAS.

(Epigrama,En ayunas un soldado

por las calles paseaba,y solo un cuarto llevabaconsigo aquel desdichado.

Deseando satisfacerel hambre que le cutía ,acércase á una mujerque ¡á cuarto, á cuarto! deci».

Va, llega, destapa un cestocon sus manos diligentes,y «;oh rabia! dice ¿qué es esto?¡palillos para los dientes.'

JOSÉ SMIJÍDO FLOREZ.

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— í)6 —

Cocido de pescado.Se pone en el fuego una cacerola con un trozo

de manteca, zanahorias, cebollas, apio, nabos y to-da especie de legumbres cortadas muy menú Jámen-te, se añade el mismo pescado en restos; se mojacon un poco de agua; y cuando todo está en sazón,se le añade agua hirviendo con sal y un ramillete.Todo esto se pasa por un tamiz de seda para los usosnecesarios.

Cocido iimple.Con agua, vino blanco y tinto, y aun mas fre-

cuentemente con vinagre sazonado con manteca,sal, especias, romero, tomillo, laurel y especias li-nas, se cuecen los pescado» algo voluminosos; ydespués de habcrl.s dejado enfriar, se les echa so-bre una servilleta en varios dobleces, haciendo in-mediatamente una salsa con aceite, vinagre 6 cual-quiera otra.

Hay quienes aconsejan ge haga hervir por algu-nos minutos todo lo que ha de servir para confec-cionar la salsa de pescado, á lili de comunicarle mas({lisio, y que cu seguida se ponga en ella el pescadoque se ha de aderezar, sobre lodo «i está tierna yen estado de cocerse en poco tiempo.

Agua de sal.Se prepara haciendo hervir sal marina común en

agua; se despuma para sacarla del fuego : y cuandoya está completamente embebida, sea la que fueseía cantidad de sal que se hayn empleado, se pasapara servirse de ella en caso necesario; y cuanto hu-biese habido de demasiada sal queda en el fondo dela vasija.

Adobo cocido.Será este de carne, cuando con los mismos aro-

mas que para el cocido simple de que acabamos dehablar, se añade el caldo preparado con carne y vi-no blanco ó tinto, el que no debe tener mas que unahora de cocimiento. Será de vigilia, cuando en vezde caldo no se eche sino agua; y aun en lugar decaldo se puede hacer uso del vinagre ó del agraz.

Sábalo.Se adoba en aceite, al que se añade sal, pimien-

ta , perejil y cebollas picadas: se pone en la parrillay se sirve con una salsa blanca con alcaparras, óbien con un puré ó sustancia de acederas.

Sábalo en salsa.Se sirve este pez con salsa blanca, como se ba

dicho, o solamente con aceite.

Anchoas fritas.

Se deslié suficiente cantidad de harina con vinoblanco, de modo que tenga bastante consistencia, yse añade una cucharada de aceite; se meten en estepebre las anchoas, después de haberlas desalado, yse dejan freír por bastante tiempo para servirlas ca-lientes entre dos servilletas.

Las anchoas para ensalada y otras preparacionesen que se guste de ellas, deben colocarse como lohemos indicado en los tratados de platillos. Véaseeste articulo y el de manteca de anchoas.

Anguila.Son preferibles las de rio que tienen la espalda

parda y el vientre blanco. Las de estanque tienenun color deslustrado y saben á cieno.

Anguila asada.Hecha trozos de seis pulgadas, y mechados con

tocino delgado, después que se hayan echado enadobo, se dejan escurrir y se ponen en un asadorcon un trozo de miga de pan del mismo tamaño,colocado entre cada trozo de anguila; y asi se iránbañando con manteca. Cuando eslen ya aderezados,se sirven con una salsa de pimienta. También sepuede no mechar la anguila y servirla con una sal-sa picante.

Anguila mechada.Se la mecha con tocino delgado en toda la exten-

sión de su lomo, y por medio de un bramante jirin-gndo se la dispone en circulo para ponerla en el hor-nillo y servirla con toda especie de aderezo. Sepuede también empanarla si se quiere.

Anguila á la tártara.Se las quila el pellejo, después de haberlas des-

tripado, y se las hace trozos mas ó menos gruesos,echándolos en adobo; se les pasa luego por manteca,é inmediatamente por huevo fricándolos para servir-los con salsa simple ó verde.

Barbo y barbilla.Se prepara como la mayor parte de los demás

pescados y se frien ó ponen en parrillas. Véanse es-tas preparaciones en el articulo de la Carpa.

Abadejo.Se toma un trozo de buen abadejo, y se le pone

en 8gua por veinte y cuatro horas para desalarlo yablandarlo, y en seguida se pone al fuego en unaolla, advirtiendo que se debe retirar inmediatamen-te que empieza á hervir; se pondrá en seguida enuna cazuela manteca, aceite, perejil y ajo, que sedejará desleír á un fuego moderado. Entre tanto selimpia el abadejo que se hace pedazos, después sepone en la cazuela, y de tiempo en tiempo se le echaaceite, manteca ó leche. Cuando esté ya esposo, semenea por mucho tiempo la cacerola sobre el fuego,lo que hace que el abadejo se reduzca á una especiede nata. Si se quiere verde, se majan espinacas quese sustituyen al perejil. '

Dorada.Pescado sumamente chato que por lo regular se

asa en parrilla para servirle con una salsa blanca dealcaparras ó de acederas.

MADRID — SOCIEDAD LITERARIA — 1844.

IMPRENTA DE D. WENCESLAO AYGUALS DE Izco , CALLE DB SAN ROQUE, NPM. 4.

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