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LAS ESTRUCTURAS SOCIALES IBÉRICAS: NOTAS HISTORIOGRÁFICAS DESDE OTRO CAMBIO DE SIGLO Fernando Wulff Alonso Universidad de Málaga RESUMEN Se analiza aquí el papel del descubrimiento la Tabla Lascutana, un decreto emitido por Emilio Paulo para la comunidad de Lascuta, a la hora de suscitar un debate sobre la estructura social de las comunidades ibéricas en las décadas finales del XIX español. Se entendía generalmente que este texto incluía una referencia a un esta- tus de servidumbre comunitaria. La estudian Rodríguez de Berlanga y J. Costa, dos estudiosos de diferentes perspectivas ideológicas y científicas; ninguno de los dos tuvo un lugar en el sistema académico canovista. En un epílogo se analiza el uso posterior y el supuesto “descubrimiento” de la “servidumbre ibérica” en los años setenta del siglo XX. ABSTRACT This paper analizes the role of the discovery of the Tabula Lascutana, a decret of Aemilius Paulus for the com- munity of Lascuta, for the discussion about the social structures of the Iberian communities in the Spanish ancient history of the last decades of the XIX century; this text was considered to include a reference to an status of com- munal serfdom. The Tabula was studied by Rodríguez de Berlanga and Joaquín Costa, two scholars of different ide- ological and scientific backgrounds but both out of the academic stablishment. Some notes about its use by scholars of the XXth century are included until the so-called “discovery” of the “servidumbre ibérica” in the seventies. PALABRAS CLAVE Península Ibérica. Historia Antigua. Tabula Lascutana. Historiografía siglos XIX y XX. Estructura social ibérica. Lascuta. Hasta Regia. Servidumbre comunitaria ibérica. Rodríguez de Berlanga. Joaquín Costa. KEY WORDS Iberian Peninsula. Ancient History. Tabula Lascutana. Historiography XIXth and XXth Century. Iberian Social Structure. Lascuta. Hasta Regia. Iberian Communal Serfdom. Rodríguez de Berlanga. Joaquín Costa. TRES HITOS HISTORIOGRÁFICOS (Y OTRO MÁS) Probablemente los tres primeros factores que se hacen presentes cuando se reflexiona sobre la historia de las investigaciones referentes a las sociedades ibéricas sean el papel de Pierre Paris en los comienzos del siglo XX a la hora de intentar definir sus rasgos arqueológicos en particu- lar en el ámbito de la plástica, aunque fuera a la manera de su tiempo y escuela, la cierta inquina anti-ibera y pro-indoeuropea de prehistoriadores, filólogos y ar-queólogos franquistas en los años que siguen a su victoria tras el golpe militar y la guerra civil y el descubrimiento por Gómez Moreno de la lectura de su sistema de escritura. Es menos sabido que la primera cuestión se asocia casi inmediatamente a dos errores, el pri- mero ajeno, su rápida aplicación por Schulten a las excavaciones numantinas y su falsa seguri- dad de estar hablando allí de una ciudad ibera, lo que cuadraba bien con su imagen de la dis- Mainake, XXIV/2002

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LAS ESTRUCTURAS SOCIALES IBÉRICAS:NOTAS HISTORIOGRÁFICAS

DESDE OTRO CAMBIO DE SIGLO

Fernando Wulff AlonsoUniversidad de Málaga

RESUMEN

Se analiza aquí el papel del descubrimiento la Tabla Lascutana, un decreto emitido por Emilio Paulo parala comunidad de Lascuta, a la hora de suscitar un debate sobre la estructura social de las comunidades ibéricasen las décadas finales del XIX español. Se entendía generalmente que este texto incluía una referencia a un esta-tus de servidumbre comunitaria. La estudian Rodríguez de Berlanga y J. Costa, dos estudiosos de diferentesperspectivas ideológicas y científicas; ninguno de los dos tuvo un lugar en el sistema académico canovista. Enun epílogo se analiza el uso posterior y el supuesto “descubrimiento” de la “servidumbre ibérica” en los añossetenta del siglo XX.

ABSTRACT

This paper analizes the role of the discovery of the Tabula Lascutana, a decret of Aemilius Paulus for the com-munity of Lascuta, for the discussion about the social structures of the Iberian communities in the Spanish ancienthistory of the last decades of the XIX century; this text was considered to include a reference to an status of com-munal serfdom. The Tabula was studied by Rodríguez de Berlanga and Joaquín Costa, two scholars of different ide-ological and scientific backgrounds but both out of the academic stablishment. Some notes about its use by scholarsof the XXth century are included until the so-called “discovery” of the “servidumbre ibérica” in the seventies.

PALABRAS CLAVE

Península Ibérica. Historia Antigua. Tabula Lascutana. Historiografía siglos XIX y XX. Estructura socialibérica. Lascuta. Hasta Regia. Servidumbre comunitaria ibérica. Rodríguez de Berlanga. Joaquín Costa.

KEY WORDS

Iberian Peninsula. Ancient History. Tabula Lascutana. Historiography XIXth and XXth Century. IberianSocial Structure. Lascuta. Hasta Regia. Iberian Communal Serfdom. Rodríguez de Berlanga. Joaquín Costa.

TRES HITOS HISTORIOGRÁFICOS (Y OTRO MÁS)

Probablemente los tres primeros factores que se hacen presentes cuando se reflexiona sobrela historia de las investigaciones referentes a las sociedades ibéricas sean el papel de Pierre Parisen los comienzos del siglo XX a la hora de intentar definir sus rasgos arqueológicos en particu-lar en el ámbito de la plástica, aunque fuera a la manera de su tiempo y escuela, la cierta inquinaanti-ibera y pro-indoeuropea de prehistoriadores, filólogos y ar-queólogos franquistas en los añosque siguen a su victoria tras el golpe militar y la guerra civil y el descubrimiento por GómezMoreno de la lectura de su sistema de escritura.

Es menos sabido que la primera cuestión se asocia casi inmediatamente a dos errores, el pri-mero ajeno, su rápida aplicación por Schulten a las excavaciones numantinas y su falsa seguri-dad de estar hablando allí de una ciudad ibera, lo que cuadraba bien con su imagen de la dis- M

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tribución y papel de los iberos en el conjuntopeninsular; el otro ya le es propio, y lo señala-rá en la siguiente década Bosch Gimpera, alubicarla Paris cronológicamente de unos milaños antes de los que correspondía en adelan-te, en el contexto de la aplicación a la Penín-sula de la fiebre micénica que pocas décadasantes había suscitado Schliemann, y que des-cribía unida a otras supuestas presencias einfluencias como la hitita1.

Y lo es menos aún que, a pesar de las apa-riencias y por encima de esta nada desdeñablediferencia, los tres autores no dejaban de par-ticipar de un elemento común: la idea de laexistencia por toda la península de una mayo-ría de pueblos de una etnia y lengua identifi-cada como ibera, procedente de una invasiónanterior a la de los pueblos indoeuropeos/cél-ticos y por tanto ubicable como mínimo en elII milenio; es decir que, aunque se definieralos rasgos arqueológicos característicos más omenos en la fase en que nosotros lo hacemos–la segunda mitad del I milenio– y en su fran-ja oriental y sur, se entendía, entonces, queéstas no eran más que una parte en términostemporales y en términos espaciales de la ver-dadera etnia ibera concebida como fruto deuna invasión.

A estos posicionamientos no era ajena unavieja tendencia a minusvalorar el papel de losgrupos célticos en la historia hispana; en suorigen, ya desde el siglo XVI, pero tambiénen un XVIII muy dependiente de, y muy crí-tico con, la cultura francesa, la asociación delos galos o celtas con los franceses proyectaba,con la ayuda del complejo uso del término en

las fuentes clásicas, sobre los “iberos” la ima-gen de los antepasados más propios, máscaracterísticos. La tendencia a la continuidadde esta aproximación a través del XIX afloraráde nuevo con el cambio de siglo y el replan-teamiento del tema desde tipologías arqueo-lógicas nuevas y desde el reconocimientointernacional de lo ibero como cultura propiay campo de estudios, pero también desde esasproblemáticas nacionalistas ligadas a la bús-queda de las permanencias ahistóricas y de lopopular que tanto contribuye a alimentar lapropia Dama de Elche y otros descubrimien-tos no tan espectaculares que reciben, por fin,una denominación dentro de la que encua-drarse2.

Esto permite también entender que, sinnegar las implicaciones racistas de gentescomo Martín Almagro Basch, Antonio Tovaro J. Martínez Santa-Olalla, una parte de lasobservaciones críticas que apuntábamos en elsegundo lugar marcarán en gran medida unalínea fructífera, y ello a pesar de las exagera-ciones indudables que llevaron a alguno deellos en sus fases más entusiasmadas incluso anegar lo ibérico prácticamente en su totali-dad3. La revalorización de lo indoeuropeo/céltico implicaba también la apertura de unámbito más consistente para lo ibérico, en tér-minos espaciales y temporales, entre otrascosas al contribuir a deshacer la idea de unaraza llegada con una invasión y reforzar la delos impactos culturales, la de la construcciónde lo ibero por “iberización”.

Es cierto también que esto pudo contri-buir a una tendencia a dar por hecho la ine-

1 P. PARIS, Essai sur l’art et l’industrie de l’Espagne primitive, París,1903. 2 Sobre esto ver R. OLMOS ROMERA, “La invención de la cultura ibérica”, en C. Aranegui et al. (eds.), Los Iberos. Prín-

cipes de Occidente, Barcelona, 1998, págs. 59-65; “Encuentros y desencuentros con una Dama Ibérica”, en R. Olmos & T.Tortosa (eds.), La Dama de Elche. Lecturas desde la diversidad, Madrid, 1997, págs. 17-47; “Algunos problemas historio-gráficos de cerámica e iconografía ibérica”, Revista de Estudios Ibéricos, 1 (1994) 311 ss.

3 Una perspectiva desde este “otro lado” con referencias a Gómez Moreno y su papel en A. TOVAR, “Consideraciones sobreGeografía e Historia de la España Antigua”, en A. Tovar & J. Caro Baroja, Estudios sobre la España Antigua, Madrid, 1971(Conferencias en la Fundación Pastor 1969), págs. 14 ss. Ver también para “La muerte de los iberos”, en A. RUIZ & M.MOLINOS, Los Iberos. Análisis arqueológico de un proceso histórico, Barcelona, 1993, págs. 19-20.

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xistencia de eventuales componentes de uni-dad lingüística, cultural o étnica de los gruposiberos. Con ello se olvidó en exceso la posibi-lidad de la existencia de pueblos ligados lin-güística o culturalmente a aquéllos que prota-gonizarían esa “iberización” en zonas alejadasde las costeras y más típicas. G. Fatás ha pues-to de relieve cómo la bien constatada presen-cia de iberos en buena parte de las zonas pire-naicas hispanas en época histórica bien podíaresponder a una realidad muy antigua y, entodo caso, más antigua que las que suponenquienes sostienen, cada vez con menos evi-dencia, lo mismo para las gentes hablantes delenguas emparentadas con el vasco4. Todoello, y otros factores a que nos hemos referi-do en otros lugares, contribuyó, adicional-mente, a que mientras lo ibero y, más tarde, locelta ya convertido en indoeuropeo pudieronser sometidos a reflexiones de cierta entidad,se mantuviera durante mucho tiempo el atra-so en una reflexión consecuente sobre el mitoindigenista y aborigenista de lo vasco.

El tercer punto bascula entre las dos épo-cas de las que acabamos de hablar: recorde-mos que Gómez Moreno en 1922 presentósu lectura de las inscripciones ibéricas y queen 1925 incide en esta dirección a la hora dedelimitar los espacios de las lenguas y que susconclusiones son recibidas con más queescepticismo, –cabe recordar la dura crítica deHugo Schuchardt. Y que sólo tras su discursoen la Real Academia Española en 1942 empe-zaría a aceptarse lo justo de sus interpretacio-nes. Quizás es también menos sabido quedaba así solución a un viejo problema, tam-bién en liza desde que los humanistas, anti-cuarios y coleccionistas del siglo XVI –Anto-nio Agustín, por ejemplo– se habían dedicadoa él, en particular a partir de los textos de las

“medallas españolas”; aunque en este aspectoel siglo XVIII había sido decisivo, fue en elúltimo tercio del XIX cuando trabajos comolos de Delgado o, en menor medida, Zóbelhabían avanzado comienzos de soluciones delas que partirá en gran medida el propioGómez Moreno5.

Para ubicar en el lugar que les correspon-de estos tres componentes, entonces, resulta-ría inevitable una mirada historiográfica decierta envergadura que remonte como míni-mo al siglo XIX. Es el objetivo del presentetrabajo contribuir con otro hito más que, a mijuicio, no es de menor importancia, a esaampliación de perspectiva: el origen de lasreflexiones sobre sus estructuras sociales, tam-bién en esos momentos del último tercio delXIX, un componente que es también esencialpara entender las posiciones que sustentaronautores posteriores como alguno de los seña-lados.

EL BRONCE DE LASCUTA:SU HALLAZGO Y PUBLICACIÓN

La aparición de la Tabla Lascutana es elfruto de su adquisición casual por parte delingeniero polaco M. L. Lazeski, dedicado a larealización de carreteras en la provincia deCádiz, una adquisición que le resultará bienrentable en términos crematísticos, al vendér-sela poco después al Louvre, y en otros menoscuantificables como su presentación el 30 deAgosto de 1867 en la Academia de Inscrip-ciones y Bellas Letras de París. En las corres-pondientes Comptes Rendus des Seances del’Academie des Inscriptions et Belles Lettres delmismo año se recoge esto, así como el texto yel comentario de M. Renier y las observacio-nes sobre las monedas de Lascuta que realiza

4 G. FATÁS, “Para una etnografía de la cuenca media del Ebro”, en M. Almagro-Gorbea & G. Ruiz Zapatero (eds.), Pale-oetnología de la Península Ibérica, Mon. en Complutum, 2-3 (1992) 223-32.

5 Sobre A. Delgado y la numismática de la época ver B. MORA SERRANO & T. VOLK, “La numismática en Andalucía enla segunda mitad del siglo XIX”, en J. Beltrán & M. Belén, La Antigüedad como argumento III, Sevilla, (en prensa).

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el presidente M. de Longperier, expuestaspocos días después en la misma institución6.

Será en 1869 cuando se proceda a unapublicación más escrupulosa en la revista ale-mana Hermes realizada por E. Hübner, elconocido epigrafista al que se le había encar-gado el volumen hispano del Corpus Inscrip-tionum Latinarum, seguido de un comenta-rio ni más ni menos que de su maestro Th.Mommsen y de algún otro, más breve ymenos importante. La publicación ese mismoaño en el volumen II del CIL acaba con lafase de presentación del hallazgo a la comuni-dad científica7.

Para 1869, entonces, el texto había sidoreproducido y publicitado con todas las

garantías; su lectura y traducción no presenta-ban problemas, ni siquiera la localización delimperator que había emitido el decreto in cas-treis, que suscitaba el interés adicional de serLucio Emilio Paulo, –bien conocido por suderrota del rey de Macedonia Perseo pocomás de veinte años después y que se asociabatambién a la helenización física de Roma– ycuyo generalato hispano Livio y Plutarco per-mitían fechar sin problemas entre 191 y 190a. C. Tampoco era desdeñable el que fuera elbronce romano más antiguo hallado hasta elmomento –más antiguo incluso que el Sena-doconsulto de Bacchanalibus–.

Era evidente también lo extraño del docu-mento: la liberación de los hastensium serveique habitaban en la turris Lascutanae y laentrega a éstos en posesión, mientras así loquisiesen el pueblo y el senado romano, delterreno agrícola y el espacio urbano que pose-yeran en ese momento. Era fácil suponer quese trataba, en todo caso, de un acto de casti-go a Asta/Hasta, a la que se privaba de esosservei, de la turris y del territorio anexo, y debeneficio para éstos, lo que se podía poner enrelación con hechos bien constatados comolas guerras de la zona que incluían a lusitanosy hastenses, e incluso con la cercana destruc-ción de esta ciudad y el hecho de que en elfuturo una Asta/Hasta Regia fuera objeto deuna deducción colonial romana en toda regla.Por otra parte, el hecho de que se conocieraque posteriormente los lascutanos habíanemitido monedas y que se contaran entre losestipendiarios cuadraba con su continuidad ycon el mismo hecho de que habitaran unespacio que no era propiedad suya.

Dentro de los problemas a resolver –lasfórmulas usadas, la autoridad del general, lacondición del terreno provincial...– el citado

6 Comptes Rendus des Seances de l’Academie des Inscriptions et Belles Lettres, 3 n.s. (1867) 225-6; 267-75.7 E. HÜBNER, “Ein Dekret des L. Aemilius Paulus”, Hermes 3 (1869) 243-260; Th. MOMMSEN, “Bemerkungen zum

Dekret des Paulus,” Hermes 3 (1869) 261-7: CIL II, Berlín, 1873 , 5041, 699-700.

Emil Hübner (1834-1901). Fotografía: DeutschesArchäologisches Institut. Abteilung Madrid

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hecho de que a unos servei que habían tenidotierras en lo que los romanos habían traduci-do como posesión, se les diera la libertadcolectivamente suscitara reflexiones sobre suestatus previo, que planteaban M. Renier y elmismo Mommsen; era natural el surgimientode diferentes perspectivas que los asociaran aotros casos posibles, la aparición en el tema delas comunidades menores adscritas a munici-pios romanos o a colectividades peregrinas, y,en particular, su comparación, como hacenRenier y retoma Mommsen, con los hilotasespartanos, unida a una pregunta del mayorinterés sobre si la desaparición de este tipo decomunidades no habría sido fruto de unapolítica general romana durante la repúblicaque no toleraría este tipo de formas despóti-cas, además de acumular la ventaja de la debi-litación de la comunidad dominante y dereforzar la alianza de la dominada8.

Ya, entonces, para 1869 quedaba definidoel problema esencial en juego, un problemaque no se presentaba, evidentemente, con lainterpretación de los beneficiados comomeros esclavos –no necesariamente a la roma-na, pero esclavos– que se beneficiarían demedidas de gracia tras su participación enactividades bélicas, lo que casi lo convertiríaen uno más de los múltiples casos presentesen la Antigüedad.

También cabría pensar que la tabla, unidaa una problemática tan compleja e importan-te, recibiera una atención preferente y rápidaen España. Pero hubo que esperar más dediez años para que, tras una fugaz e incom-pleta aparición en la obra casi colectiva Nuevométodo de clasificación de las monedas autóno-mas de España de A. Delgado, editada enSevilla en 1871-6, fuera recogida y comenta-da. Quien lo hace, además, es uno de los anti-quistas y epigrafistas más sólidos, y, enmuchos sentidos, más extraños, de la época,en gran medida un personaje marginal a lasestructuras de poder académico que, como

parte del sistema caciquil general en el que seengloba, va articulando el malagueño Cáno-vas: M. Rodríguez de Berlanga.

M. RODRÍGUEZ DE BERLANGA Y ELPANORAMA ANTIQUISTA ESPAÑOL

Ceutí de nacimiento, el afincamiento de suacomodada familia y el suyo propio en Málagano es el único factor que le une al artífice de laRestauración. Cuando edita y comenta la tablaLascutana en 1881-4 era ya un investigadorbien conocido y de gran prestigio. Sus inicioscomo tal, tras un doctorado en Madrid con untrabajo final sobre derecho internacionalromano, no pueden ser más espectaculares: seencarga en 1853 de reproducir y editar lasleyes flavias malacitana y salpensana. JorgeLoring Oyarzábal y su esposa Amalia HerediaLivermore habían sido los artífices del rescatede las dos piezas dos años antes. La relaciónque se establece entre ellos es esencial para elrescate de otras que exhibirán en un templete-museo que construyen en la misma finca de la

Manuel Rodríguez de Berlanga (Ceuta 1823-Alhaurín elGrande, 1904). Retrato al óleo de Lafuente a partir defotografía. Salón de los Espejos del Ayuntamiento de

Málaga

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Concepción a finales de esta misma década ydonde también ella, aprovechando el augeexportador de la ciudad y sus conexiones marí-timas, se haría construir un refinadísimo jardíntropical aún existente. Esta relación personalse estrechará aun más en 1874 cuando Berlan-ga se case con una hermana de Jorge Loring,lo que le permitirá dedicarse más específica-mente a su trabajo científico y acompañarlo deviajes a toda Europa para ver de primera manoantigüedades y epígrafes. Esta conjunción delos Loring con Berlanga es, entonces, clave ensu vida y carrera.

La importancia del hallazgo de ambasleyes y de otros documentos epigráficos res-catados o dados a conocer por Berlanga–piénsese en la tablas de Osuna– le había idocatapultando en la escena de los estudios deepigrafía europea de carácter público, enespecial en el campo de los estudios sobre lasestructuras municipales; sus magníficos con-tactos con Hübner, con el que mantendráuna excelente relación desde su visita en1860, y, desde antes, con el mismo Momm-sen, con el que se cartea y que publicará ellibro sobre las dos leyes que supondrá elmáximo reconocimiento de su carácter noespúreo y del buen trabajo previo de Berlan-ga, las distinciones y nombramientos honorí-ficos que recibe, derivan de la progresiva soli-dez de su trabajo, no sólo de su carácter depublicitador de tales piezas esenciales y de sumera puesta a disposición de la comunidadcientífica internacional.

Por otra parte, la misma Finca de la Con-cepción cumplía otro papel bien distinto al deun jardín botánico y arqueológico, un espacioen el que era frecuente que Cánovas decidie-se con sus anfitriones y con otros invitadosaspectos nucleares de la política de la Restau-ración; esto continuaba con el papel decisivoque a la hora de conspirar para conseguirla

había cumplido otra casa de los Loring, estavez en Madrid y en la Calle de Alcalá.

Lo que resalta es que con tales amistadesBerlanga no hiciese carrera en el corrupto yamiguista sistema académico canovista que,aunque concedía un cierto papel a las univer-sidades, culminaba en la Reales Academiasmadrileñas y que hubiera podido posibilitaruna mejor recepción de su obra, e incluso unapublicación menos particular.

No es un tema especialmente importanteen sí, pero sí que lo es el que su explicaciónesté inextricablemente unida a la recepciónrelativamente tardía del bronce de Lascuta y asu escasa repercusión, e incluso tengan quever con el aspecto nuclear de la falta de unaescuela sólida de historiadores en los camposde la antigüedad en ese momento y después.Quizás se entienda mejor esto viendo sus tex-tos, textos que nos permiten tomarle el pulsoa su época y que nos hablan ya desde el iniciodel libro de su visión de las razones de la indi-ferencia ante documentos de la trascendenciade los tres epígrafes que comenta, indiferenciaque se extiende a la que asegura sufren suspropias publicaciones.

En primer lugar, para él las causas seríanpolíticas, tal como nos muestra en una refle-xión que nos permite situarlo en el marcoconservador que define su pensamiento: “lafiebre política, que ha invadido a manera deun contagio la sociedad de estos tiempos, llevan-do a oleadas no interrumpidas la mismamuchedumbre, que en el siglo pasado buscabaun refugio y un porvenir en los claustros de lasahora saqueadas casas conventuales, a librar suexistencia y procurarse improvisadas fortunaspor el camino de las asonadas y las deslealtades.De aquí el por que no logren despertar aficiónalguna los estudios clásicos en quienes reducentodos los actos de la vida a un mero cálculo deinterés material...»9.

8 MOMMSEN, “Bemerkungen”..., págs. 266-7.9 BERLANGA, Los bronces de Lascuta.., pág. X.

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No extraña esta reflexión de Berlanga, enla que se lee su desacuerdo con las posicionespolíticas liberales que finalmente habríandesembocado en el Sexenio Democrático y supropia experiencia que, como la de los miem-bros más caracterizados de las elites malague-ñas, había incluido la necesidad de marcharseen ese momento de la ciudad e incluso deEspaña. Se entienden así referencias como laque dedica a los “míseros bandidos” que habí-an llevado a este exilio, impidiéndole culminarantes los trabajos que publica 10.

Sin embargo, sus reflexiones van muchomás allá que estos planteamientos políticos. Aesta situación se añadiría la más general de lasUniversidades afectada por los cambios delsiglo; incide a continuación en la multiplici-dad de Planes de Estudio y sus obvias caren-cias, pero el problema principal es otro:“Semejantes perturbaciones en el estudio de lashumanidades habían de refluir un dia en elcuerpo docente, que debía pasar por tribunales,que tras ser de bien corta capacidad científica,se encontraban doblegados bajo la presión deinfluencias agenas al lustre del profesorado. Porello, despues de una constante observación delargos años, me es dado consignar al presenteque, desde que empecé a frecuentar Seminariosy Universidades, he asistido a numerosas oposi-ciones y, hayan sido o no seglares los jueces, hevisto constantemente examinadores, desprovis-tos de todo conocimiento, humillar y escarnecera opositores de reconocido mérito y enaltecer porel contrario a los que, no sabiendo ni aun disi-mular su ignorancia, se encontraban apoyadospor protectores de gran valía, habiendo sidosiempre estériles los gritos de justa indignacióny de protesta de la conciencia pública, cuyos ecosperdíanse ahogados de continuo entre los anchospliegues de las Togas o de las Capas corales. Tanrepetidos escándalos han desconceptuado tales

egercicios, que hoy no son mas que la indignarepresentacion de una farsa ridícula” 11.

En un panorama así, añade a continua-ción, no cabía otra cosa que una realidad depostración de la enseñanza de las humanida-des, completa paralización de los estudiosuniversitarios de jurisprudencia clásica, suenseñanza con manuales ruinosos o mal tra-ducidos, y el alejamiento en España de losavances de los estudios de derecho romanoque se propugnaban muy en especial en Ale-mania. La indiferencia ante los movimientosde renovación de los estudios del derechoromano y de su historia y ante la riqueza deinformaciones procedentes de una epigrafíaque él como nadie estaba potenciando, quedaasí enmarcada en una visión crítica de la situa-ción cultural en general y de la universidad enparticular; y esto se extiende a la recepción desu propia obra, como deja claro en todo estoy cuando termina su larga introducción a lahistoria antigua peninsular y afirma que hatenido que dedicarle tanto espacio porque susopiniones “se apartan de las aceptadas comodefinitivas por nuestros historiadores, y contenaz porfía por nuestros pretendidos críticossostenidas” y entendía que era necesariohacerlo “prescindiendo de una vez para siem-pre de las absurdísimas teorías, que se profesansobre este particular en nuestros atrasadísimoscentros de enseñanza”; se habría tratado, pues,de plantear las propias posiciones, no decorregir a los que “con más o menos actitudllevan este título oficial, cuya ignorancia ocapacidad me preocupan bien poco” ni de “pre-tender encausar las opiniones de entidades quenada me interesan” 12.

Y tampoco podía esperar recibir la aten-ción que cabría esperar puesto que: “Conozcodesde hace años, por esperiencia propia, el des-dén con que es mirado este linaje de investiga-

10 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 552.11 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. XI.12 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 473.

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ciones entre nosotros, puesto que al ofrecer enocasiones distintas algunas de mis obras ante-riores a muchas de nuestras mas caracterizadasnotabilidades científicas como un presente desincera deferencia, a que no estaba en modoalguno obligado, la generalidad de los agasaja-dos ni aun se ha dignado advertirme que milibro era llegado a sus manos” 13.

Esto no es un componente coyunturalprecisamente en su obra y en su personalidad.Ya en el Prólogo a sus libro Monumentos His-tóricos del Municipio Flavio Malacitano de1864 14 donde vuelve a publicar las leyes cita-das y otros documentos epigráficos y numis-máticos notables había apuntado su descon-fianza de que fuera leído por nadie, exceptoíntimos amigos; casi cuarenta años después,en el Bulletin Hispanique de 1903 15, volveráa referirse al amargo efecto de haber compro-bado la exactitud de su predicción: en con-traste con la recepción exterior de su obra,insiste en el desencanto que le habían produ-cido el silencio de la prensa especializada, lafalta de acuses de recibo de sus envíos a “aca-démicos y profesores de los más caracterizados”y el hecho de que en diez años sólo hubieravendido cinco ejemplares y a cinco ingleses,hecho que le llevaría, por vergüenza, a editarlos siguientes a su costa.

Por poner algunos ejemplos más, cabeapuntar cómo en una carta personal de 1899:recordaba que al acabar el doctorado se había

propuesto intentar acceder a la Universidad,pero: “me lo quitaron de la cabeza dos madri-leños amigos de mi padre, senador el uno ydirector general el otro, cuando averiguaronque las tres o cuatro cátedras de Derecho Roma-no que salían a la oposición que quería firmar,todas estaban dadas antes de los ejercicios por lamodesta suma de mil duros cada una”16; y ensu necrológica a Mommsen de 1904 opinaba,ya públicamente, que17 “Las Academias, lasUniversidades y el profesorado... no constituyenciertamente en aquella nación tan ilustradauna Sociedad de holgazanes garantizada porla ley y pagada por los contribuyentes”.

Como se ve, más allá de que hubiera habi-do componentes de la ideología política deBerlanga que impidieran su progreso en elmundo canovista, y no, desde luego, en esecaso, de corte progresista, lo que choca es suincompatibilidad con lo que él ve como unauniversidad ineficaz y con la altanera y jerár-quica mediocridad que habría consolidadoCánovas desde la Academia hasta abajo, pre-cisamente ese mundo que se puede permitirignorar documentos de este tipo y, con ellos,su propia obra.

El movimiento “profesionalizador”18 ca-novista, con sus pretensiones de ofrecer unaalternativa a las perspectivas historiográficasde quienes habían protagonizado el Sexenio,y que, entre otras cosas, excluía a la Universi-dad de una participación seria, resultó global-

13 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 473-4.14 Málaga,1864, pág. XI.15 Ver texto y comentarios en la documentada biografía que le dedica M. OLMEDO CHECA en su Introducción a la ree-

dición de su obra de 1864 Monumentos Históricos del Municipio Flavio Malacitano, Málaga, 2000, pág. 9 ss. Este traba-jo es también el referente fundamental para la bibliografía sobre Berlanga, en la que destacan los trabajos del mismo autory de P. Rodríguez Oliva.

16 Cit. por OLMEDO, “Introducción”, pág. 89.17 Editado en el Boletín de la Asociación Artística Arqueológica Barcelonesa 4, 39 (1904) 369, cit. por OLMEDO, “Intro-

ducción”, pág. 117.18 Sobre el cual ver I. PEIRÓ, Los guardianes de la historia. La historiografía académica de la Restauración, Zaragoza, 1995,

págs. 59 ss.; 77 ss. y passim; I. PEIRÓ & G. PASAMAR,, La Escuela Superior de Diplomática. Los archiveros en la histo-riografía española contemporánea, Madrid, 1996, págs. 78 ss. para el proceso general; de los mismos autores, Historio-grafía y práctica social en España, Zaragoza, 1987, Cap. 1º: “Los inicios de la profesionalización historiográfica en Espa-ña (Regeneracionismo y positivismo)”.

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mente un fracaso cuya denuncia iba a seresencial para gentes que partían de perspecti-vas tan alejadas de la de Berlanga como losque representa la Institución Libre de Ense-ñanza. Con independencia del interés de per-sonajes de cierta relevancia como A. Delgado,de alguno de los aportes incluidos en el fraca-sado proyecto de una Historia de Españacolectiva que propugna Cánovas –y en el queBerlanga, por supuesto, no tendrá cabida,pero sí la impresentable, y afortunadamenteinacabada, obra de F. Fernández y González,Pobladores Históricos de la Península Ibérica–,o de ámbitos como la historia del derecho, elbalance global está más allá de toda duda. Ladoble recepción francesa y alemana del decre-to de Emilio Paulo que acabamos de ver es unpreludio de lo que sigue ocurriendo despuésen el campo de la Antigüedad y en la historiaen general; nada muestra con más claridad losdiferentes destinos y éxitos de la historia enFrancia –en la que Sedán y la Comuna habíanllevado a una pretensión similar– y en Españaque la generación de centros y revistas espe-cializadas (el Bulletin Hispanique, por ejem-plo) en la historia de España en Francia y noal revés. En este sentido, las negativas recen-siones de las novedades historiográficas espa-ñolas por parte de personajes como MorelFatio dejarán muy a las claras los límites deljuego, como lo harán también las de gentescomo Altamira en revistas especializadaseuropeas, o los comentarios del mismo Hüb-ner en su campo específico.

Como es bien sabido, habrá que esperar alimpacto del 98 y a los cambios que se iniciancon la ley García Alix en 1900 y que conti-núan con la Junta de Ampliación de Estudiosy el Centro de Estudios Históricos para quese produzca una evolución de cierta entidad,evolución que, sin embargo, afecta de mane-ra muy desigual al campo de la Antigüedad,

en contraste con lo que ocurre con el medie-valismo, lo que tiene mucho que ver concomponentes que veremos a continuación.Con frecuencia se tiende a incidir en este fra-caso a partir de los comentarios de los adver-sarios políticos del canovismo; pero es másclaro aún verlo desde el planteamiento de uninvestigador como Berlanga que, con relacio-nes cordiales con el propio Cánovas y sin gra-ves diferencias en el punto de partida ideoló-gico, se enfrenta a esa realidad de supuestas“notabilidades científicas” y “examinadores,desprovistos de todo conocimiento” que noinventa pero que sí consolida el centralizadomundo cortesano canovista.

Con independencia de los errores o acier-tos en las perspectivas que plantea, su largaintroducción a la publicación de las tres tablasque dan título a la obra nos muestra que elcontraste entre sus conocimientos de epigra-fía jurídica romana, bien visibles en sus publi-caciones y en sus conexiones con Hübner yMommsen, y la situación de esa oficialidad, serepiten en el campo de los estudios sobre laAntigüedad. En el apartado Del estado actualde algunos estudios históricos en España19 sesuceden las reflexiones sobre la falta de reper-cusiones en España de los nuevos ámbitos yperspectivas, en especial los protagonizadospor Alemania, en campos como los estudiossobre Próximo Oriente y Egipto, las lenguasindoeuropeas y semíticas, la geografía anti-gua, las recopilaciones de fuentes, la legisla-ción romana o la historia antigua; incluso laexcepción que suponen los aportes en lanumismática, en particular la obra de Delga-do, se contrastan con las nuevas exigenciascientíficas de la historiografía alemana repre-sentada por Mommsen.

Y de nuevo aquí el ámbito de la epigrafíaes nuclear, bien representada por sus observa-ciones sobre cómo después de que Hübner

19 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., págs. 3 ss.

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hubiera editado el volumen II del CIL, ésteapenas se encontrara en España y que, aunquehubiera inspirado curiosidad, no había20

“logrado crear un epigrafista español siquiera,que valga la pena de ser citado, sino cuantomas sostener el buen deseo de alguno de aquellosviejos anticuarios de principio de siglo, impo-tentes para escribir un libro de verdadero inte-rés clásico y que, en su despecho, ansiando porseguir representando el desairado papel de sabiomentor oficial y luchando con su cómica sober-bia, se reducen al modesto pasatiempo de colec-tores tenaces de fruslerías y bagatelas, mas omenos añejas”. Entre esto y sus observacionessobre “el completo estado de postración en quese encuentra en nuestras Universidades la ense-ñanza del derecho romano”21, el panoramaque pinta queda claro.

Hay razones para pensar que Berlangaignora deliberadamente algunos aportes deinterés en el campo de la Antigüedad. Pienso,por ejemplo, en el discurso de entrada a laAcademia del jesuita Fidel Fita y Colomé de187922, un trabajo “de formidable erudición”–como lo retrata A. Tovar23– en el que éste,además de oponerse a las pretensiones enboga entre los autores franceses de negar laexistencia de otros pueblos que celtas y deque el iberismo fuera un “erreur ethnographi-que”24, reflexiona sobre la necesidad de apli-car tres componentes claves para comprenderla Iberia primitiva: la Epigrafía, la Numismáti-ca y la Filología comparada, además de lasciencias antropológicas. Sin esto, nos dice enuna frase que muestra muy bien algunas de

sus claves ideológicas fundamentales, ni seentenderán “los primeros elementos del hablaceltibérica, a pesar de tenerlos a la vista en pie-dras y en metales, ni el encanto de su metro niel vigor de su rima (origen quizás de la caste-llana) ni los nombres siquiera de sus númenesvendrán a descubrirnos la fuente del heroismoque sublime resplandeció en Sagunto e indoma-ble en Numancia; ni en fin el vascuence, o laéuscara, monumento palpitante, indestructible,de la raza más bella del Occidente, se levanta-rá de su postración actual para iluminar elgran periodo de las edades hispanas vecinas a laprehistórica”25.

Él incide en análisis de filología compara-da sobre lo que llama “el lenguaje de nuestrosCeltas e Iberos españoles”26, considerándolos aambos arios de distintas ramas –en lo quecoincide con lo que expondrá Berlanga– peroal vasco como la lengua “ibérica occidental” yde la misma familia que el “ibérico oriental” ogeorgiano27, en lo que no coincide en absolu-to. Aparte de otras posiciones distintas que nopodemos rastrear aquí –piénsese en la acepta-ción por Fita de la participación de iberos enlas invasiones a Egipto a finales del II milenio–era claro que referencias tales a la falta de epi-grafistas serios no podían menos que habertenido en cuenta a quien era autor de La epi-grafía romana de la ciudad de León28 y deotros trabajos en este campo; en la contesta-ción a su discurso en la Academia EduardoSaavedra no sólo le había saludado comoaquél que rehacía “la historia primitiva pormedio del estudio de las lenguas” y “con arreglo

20 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 8.21 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 552.22 Fidel FITA y COLOMÉ, El Gerundense y la España primitiva. Discurso leído en su toma de posesión en la Real Acade-

mia de la Historia el 6 de Julio 1879, Madrid,1879.23 A. TOVAR, Mitología e ideología sobre la lengua vasca, Madrid, 1980, pág. 164; pero ver también las críticas en págs. 164-

6.24 FITA, El Gerundense..., pág. 45.25 FITA, El Gerundense..., pág. 38.26 FITA, El Gerundense..., pág. 38.27 FITA, El Gerundense..., págs. 69; 79; 83.28 León, 1866.

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a los principios de las ciencias modernas”, y quehabría arrebatado los estudios sobre la pobla-ción primitiva de España del “antojo de histo-riadores y poetas”, sino que lo iniciaba con unavaloración exaltada de tales publicaciones y desu condición de epigrafista29.

Pero, con independencia de esto y dealgunos componentes más, como el mismohecho de un victimismo injustificado sobre lafalta de recepción de sus trabajos30, el pano-rama que pinta Berlanga se ajusta bien a larealidad de la época; y es consistente, en todocaso, con su valoración, el que las dos recep-ciones de la tabla que, a mi juicio, son mássignificativas las protagonicen dos personajesatípicos y bien diferentes entre sí, una élmismo y otra un personaje situado en granmedida en el otro lado político e ideológico,Joaquín Costa, cuya valía intelectual y políticaresulta indudable pero que tampoco encontróun camino en las estructuras oficiales, undigno sucesor de Nebrija (y del mismo Ber-langa) en las desgracias universitarias. El unosupone una de las mejores presentaciones ensociedad que cupiera esperar en términos epi-gráficos e históricos; el otro, su ubicación enel conjunto de problemáticas económicas ysociales al que se aplica lo más interesante dela investigación europea de los últimos dece-nios del siglo. Los dos unirán el pasado y elpresente a través de los iberos aunque desdetoda la distancia de sus divergentes perspecti-vas ideológicas.

BERLANGA Y EL BRONCELASCUTANO

Berlanga ya en su tratamiento del bron-ce31, y tras la historia de su tratamiento ante-rior, vuelve a recordar la situación de carenciay los nuevos factores positivos, como el volu-

29 E. SAAVEDRA, Contestación..., pág. 233. 30 OLMEDO, “Introducción”, págs. 67; 91; 103. 31 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., págs. 475-542.

El ejemplar del libro que el Dr. Berlanga regaló a AmaliaHeredia con su dedicatoria manuscrita

Dedicatoria de Los bronces de Lascuta, Bonanzay Aljustrel

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men II del Corpus Inscriptionum Latinarum,e incluye una relación de bronces claves, enparticular los descubiertos después de la apa-rición de las tablas malacitana y salpensana en1851, bronces entre los que se encuentran lastablas de Osuna y una parte substancial de loscuales él mismo había publicado.

Su comentario sobre la Tabla Lascutanaincluye todo lo planteado antes sobre su des-cubrimiento y publicaciones, la referencia desu visita a París para verla y calcarla personal-mente en 1878, también su visita al lugar delhallazgo y su ubicación más precisa cerca deAlcalá de los Gazules y una recensión sólida ycomentario crítico de lo escrito en la quesigue en especial a Hübner y Mommsen. Seencuentra allí la descripción del documento,la lista de los magistrados republicanos enEspaña, pasando por el cursus honorum delpersonaje y sus combates en la zona durantesu pretura, las fuentes en las que aparecenAsta/Hasta y Lascuta, comentarios a lasmonedas de esta última, las referencias deLivio, Plinio y el Bellum Hispaniense a castellay turres, la futura colonización de Hasta Regiay las colonias romanas en Hispania. Tambiénparece arrojar dudas sobre la pretensión deMommsen de que no existiera ager publicusprovincial y vectigalia propiamente dichos yalude a la conexión entre la disposición roma-na del suelo provincial y la adtributio entrecomunidades, pero como un fenómeno dis-tinto al de Lascuta o al de los diversos casosparalelizables pero también diferentes de laGalia.

Pero a Berlanga, que entiende a la perfec-ción dónde se sitúan los debates, no se leescapa tampoco lo importante del problemadel estatus de los lascutanos y de la interpre-tación de Renier y Mommsen. Ellos, como

sabemos, los había considerado el equivalentede los hilotas espartanos, lo que acepta: “losLascutanos, que estaban sometidos al dominiode los Hastenses fueron por el vencedor emanci-pados de semejante vasallaje y declarados posee-dores y legítimos tenedores de sus tierras”32.Asta/Hasta debía haber sido una ciudadibera, con príncipe (“Regia”) hispano, con unvasallaje tan duro sobre el Castillo de Lascutaque más que a hombres libres se habrían asi-milado los lascutanos a esclavos, lo que habríaexplicado su alineación con Emilio Paulo33.Es útil recalcar que él, como sus predecesores,acepta la ubicación de Asta/Hasta en Mesa deAsta, entre Jerez de la Frontera y Trebujena ysu identificación con la ciudad que recibe lacolonia romana años después allí. Tal comohabía defendido también Hübner, el nombreAsta/Hasta no equivaldría a la palabra latinacorrespondiente; se trataría de indígenascomo se vería incluso en el hecho de quetuvieran “bajo su dominio un pueblo a lamanera de esclavo... institución completamentedesconocida en el derecho público romano”34.

Era evidente la implicación de una inter-pretación así: si, como señala, antes se sabíaque en la Península Ibérica había pequeñasregiones con régulo, ahora el decreto mostra-ría que éstos tenían “vasallos sin libertad, quecomo los Helotas de Lacedemonia careciesen detoda isotimia, cultivando terrenos sobre los queno tenían dominio y viviendo una ciudad, queno era suya y que debían a la munificenciaregia. Ignorábase también de todo punto, que,como los castella, tuviesen las turres poblaciones,oppidum, y campos, agrum, habitadas aquellasy labrados estos por gente sometida y sugeta a lamanera de siervos a la capital real”35. Y con-tinúa: “Esta manera de ser en la Bética, dondeel elemento fenicio tomó tanto desarrollo, que

32 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 509.33 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 510.34 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 514.35 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 538.

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casi estinguió en algunas localidades el iberis-mo, llegando hasta Augusto los restos asiáticosde las poblaciones y de las campiñas de la Tur-detania, pudo tener su raíz en las colonizacio-nes tyrias”36.

Berlanga no pone en duda el carácter ibé-rico de Asta/Hasta, ni su necesaria identifica-ción con la Hasta Regia posterior, a pesar deque sabe del uso de “Regia” para diferenciarciudades en el norte de África, ni que al fren-te de ella se situara un régulo37, aunque el tér-mino podía aludir a una realidad muy ante-rior, pero sí el carácter propiamente ibero delos orígenes de la institución y de los vasalloslascutanos: a su juicio las leyendas monetariasde Lascuta mostrarían que debieron serextranjeros procedentes de África en origen ofruto de repoblaciones en época de Aníbal38.

La diferencia de enfoque muestra unaevaluación distinta de los sometidos, que tras-luce una visión más compleja de la zona y delas interacciones entre iberos, fenopúnicos yotros grupos posibles, y apunta unas poten-cialidades claras a la hora de la limitación delas implicaciones de todo esto en el conjuntodel mundo ibérico o incluso, más vagamente,en la propia Bética.

Puede merecer la pena situar esta cuestiónen el conjunto de los modelos que aplica Ber-langa. Para él, la etnografía peninsular seconstituiría a partir de la llegada de dos gru-pos iniciales, vascones e iberos, distintos entresí; qué grupo llegaría primero es a su juiciodudoso, pero acaba aceptando con reticenciala preeminencia temporal de los primeros39.Berlanga entiende que los vascones, no arios,se habrían instalado en la zona de Navarra ori-ginalmente y que su expansión al norte y Este

sería de época visigoda, mientras que los ibe-ros, arios, habrían ocupado en sucesivas olea-das el conjunto de la Península Ibérica. Él,por cierto, es uno de los pocos autores de laépoca que pone en duda no sólo el iberovas-quismo sino el conjunto de las elaboracionesmitificadoras de lo que él llama los “vascófi-los”, lo que supone, entre otras cosas, un ata-que directo a las propias posiciones de Fitaque acabamos de ver40.

Su posición sobre el doble aporte ibero yvasco la mantendrá hasta el punto de que laaceptación casi a regañadientes de la prehisto-ria –cuyos peligros frente a la ortodoxia cató-lica le eran evidentes– no llevará a su puestaen duda sino a la articulación del esquema delas edades al de estos pueblos, así, los vasco-nes habrían sido las poblaciones paleolíticas ylos iberos las neolíticas. Mucho después queellos llegarían los celtas, ocupando finalmenteel norte y parte del occidente a pesar de laresistencia de los diferentes grupos iberos,que en determinadas zonas de esos territorioscontinuarían, como sería el caso de los lusita-nos, y que se mezclarían con ellos en las futu-ras zonas celtíberas. Los celtas, siempre con-cebidos como invasores y bárbaros, podríanhaber llegado, nos dice, en el siglo VI a. C.,aunque más tarde aceptará la fecha del sigloIV a. C.41. En esto es clara, como en Fita, suposición frente a la exaltación celticista fran-cesa que rememoraba las viejas construccio-nes del XVIII francés sobre el druidismo ydemás fantasías exaltantes.

Pero es mucho más importante a nuestroefectos su visión de las colonizaciones feni-cias, que tiende a situar desde el siglo XV a. C.(o XIV) en adelante, por tanto mucho antes

36 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 538-9.37 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 542.38 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 511.39 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., págs. 78 ss.; 134-8; 775-8.40 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., págs. 118; 71 ss.; 56 ss.; 64 ss.; 116 ss.; 121 ss.; 138-9; 739 ss.41 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..,. pág. 106; ID., Malaca, Málaga, 1973, pág. 30; incluye un grupo de artículos

publicados en el Boletín de la Asociación Artística Arqueológica Barcelonesa entre 1905 y 1908.

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de la llegada de los celtas y de unos griegosque ubica en los comienzos del siglo VI a. C.y cuyo papel “civilizador” y culturizadoracepta pero reduce en mucho respecto a ellos.Para él habrían llegado desde aproximada-mente el siglo XV a. C. en sucesivas oleadas.En la primera se habrían incluido tambiénlibios, aunque admite la posibilidad de queéstos llegaran por su cuenta, formándose de lamezcla los libiofénices; se podría localizar susciudades, por ejemplo Lascuta, por las mone-das posteriores. La última oleada, la tiria, lapresenta fundando Cádiz tras someter a unapoblación previa cananea y con un carácter yano pacífico que conlleva la correspondienteoposición turdetana42. De los siglos XV al VIa. C. los fenicios habrían semitizado la Béticafutura, su Hispania, aunque aún habría esta-dos autónomos iberos que aprovecharían lacaída de Tiro en manos de Nabucodonosorpara levantarse contra Cádiz, lo que en unasecuencia ya clásica desde la historiografía his-pana del XVI llevaría a la ayuda de Cartago, ysu conquista de parte de la Turdetania, aun-que habría que esperar al siglo III a. C. paraque absorbieran del todo al mundo feniciohispano43. La complejidad de la zona y de ladirección de los conflictos y sometimientos yaantes de esto es evidente y se aumentaríaahora; es aquí donde se entiende su posiciónsobre la institución que trasmitiría nuestratabla.

Puede merecer la pena insistir un pocomás en el papel que cumple el mundo antiguopeninsular y la doble afirmación del papel delos fenopúnicos e iberos frente a Roma en suinterpretación general de la historia de Espa-ña. No es casualidad que Berlanga refuerce laidea de la influencia fenopúnica respecto a laromana, ni que sea incluso procartaginés, en

una posición no exenta de tintes antidemo-cráticos y antirrepublicanos, como se ve en sutratamiento de la decisión popular que habíaabocado a la I Guerra Púnica: “porque siempreel sufragio universal ha respondido ciego a lavoluntad de los agitadores de la plebe desjuicia-da”44. Tampoco se libran de estas resonanciaslas también tradicionales reflexiones sobre lalucha contra Roma y por la independencia “delos indómitos Iberos, que combatían heroicos porsu libertad, cuando esta palabra conservaba sugenuino significado y la moderna demagogiaaún no la había hecho sinónima de licencia ydesenfreno, de robo y de violaciones”45.

Pero en el periodo que sigue, el impactode Roma no habría podido borrar los compo-nentes anteriores, con lo que habría continui-dades visibles en particular en dos aspectos:las lingüísticas y étnicas y en el primitivismo–en el mal sentido de la palabra– que habríanincidido en el futuro en el conjunto de la his-toria de España. Lo primero se mostraría ensu negativa a hablar de una latinización deEspaña en el sentido racial (aparte de la pues-ta en cuestión de la existencia de una “razalatina”) y en la idea de la continuidad hasta elpresente de las tres viejas etnias y sus variantesque se percibiría en las lenguas. El catalántendría de forma evidente el marchamo delibero, el gallego del celta, el vasco continuaríael vascón, aunque no sin cambios, el castella-no el celtíbero y el andaluz sería el fruto delimpacto fenicio y turdetano; de hecho, opinaél, castellano, aragonés y andaluz serían tresformas de un mismo idioma, con variacionesacordes con sus orígenes; sólo el azar habríaencumbrado al castellano, no otra razón. Estose relaciona, por ejemplo, con su rechazo(muy centrado en el andaluz) a la pretensióncastellana de que “los diversos pueblos de dis-

42 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., págs. 278 ss.; 286 ss.; 296-7.43 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., págs. 303-5.44 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 329; ver también pág. 333.45 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 332.

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tinto origen, que forman la Península, se uni-fiquen en su lengua”, llena de una “nativa ycampanuda retumbancia”46.

Tampoco podemos detenernos aquí en lasperspectivas políticas de sus posiciones y no esnecesario recalcar la asociación entre el anti-centralismo y el reaccionarismo político de laépoca tan visible en el carlismo, aunque tam-bién sea evidente que precisamente el SexenioRevolucionario había hecho mucho a la horade asociarlo con posiciones progresistas y deprovocar reacciones en sentido contrario. Símerece la pena señalar cómo las continuida-des étnicas muestran un aspecto adicional nomenos espectacular. Y es que la falta deimpacto de treinta y tres siglos de acción civi-lizadora no sólo habría producido la persis-tencia en el presente de las diferencias insalva-bles entre aquellos pueblos47. Para él ya conlos dos grupos iniciales, con el tránsito dehorda nómada a tribu, se habrían constituidodos componentes básicos, la fuerza, represen-tada por los más denodados de los jóvenes tri-bales y marcada por su despótica estratego-cracia y el militarismo absoluto, y la expe-riencia, mero resumen de los escasos conoci-mientos prácticos atesasorados por los ancia-nos que habrían creado una rudimentaria teo-dicea y como consecuencia de ello unateocracia fanática y un sacerdocio intransigen-te: “Ambos elementos combinados, el militaris-mo absoluto y el sacerdocio intransigente, origi-nando la primera monarquía despótica,constituyeron el más robusto principio de auto-ridad, que pesaba inflexible y tiránico sobre laignorancia, representada siempre por la demo-cracia de la tribu. Los régulos iberos, menciona-dos por los historiadores, y las poblaciones hispa-

nas, designadas con el apelativo de regias por losgeógrafos del periodo romano, acusan la consti-tución embrionaria de las más antiguas nacio-nalidades iberas, escasas en territorio y henchi-das de combatientes, dispuestos siempre a lucharbravíos en torno a las enseñas de sus jefes”48.

Esta realidad no habría desaparecido antelas tres corrientes civilizadoras que siguen,continuaría a través de Roma y en la EdadMedia49. Nos podemos saltar algunos esta-dios intermedios para llegar a un presente quedibuja así: “Es ciertamente indudable que a lamanera que cada estación y cada clima dalugar a una flora determinada, cada época ycada pueblo tiene un gobierno especial que loscaracteriza. Por eso en los tiempos pasados denuestra historia, se ve, hora la aristocracia tirá-nica transformar el pais en un castillo feudal,ya la teocracia fanática en un austero monas-terio, como en el siglo actual el militarismo gro-sero y despótico, en un cuartel, y la democraciabrutal e intolerante, en una mancebía”50. Y esque, visto desapasionadamente se percibiríaen la Península51: “que siempre han dominadolos más audaces, y generalmente los más igno-rantes, sin que haya sido posible gobierno algu-no un tanto estable, si no ha estado sostenido porel militarismo, y que los nombres de religión, delibertad, de patriotismo y de progreso, que hanservido de enseña para la lucha a diversas cua-drillas de ambiciosos o de famélicos, han perdi-do su genuina significación, entre los que de susonora eufonía se han valido, para lograr elintento de transformarse en efímeros reyezuelosde taifa de las numerosas banderías de parási-tos políticos... Por ello, y como quiera que elsacerdocio y la nobleza han nacido siempre de laoscura plebe, el ciego despotismo de todo gobier-

46 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., págs. 764; 42 ss.; 333 ss.; 737 ss.; 750 ss.47 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., págs. 47-8; 140; 337.48 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 338.49 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., págs. 340-1.50 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 341.51 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 342.

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no absoluto, sostenido por la teocracia y la aris-tocracia coligadas, ha sido constantemente taninsoportable y desolador, como la bárbara tira-nía de la libertad manejada por la desenfrena-da democracia. Tan cierto es que el vasallo dela más despótica monarquía, como el ciudada-no de la república más democrática, han hechover en todos tiempos en sus repetidos estravíos,que conservaban incubados en su mas genuinaintegridad los gérmenes poderosos del prístinosalvagismo indómito del nómada, que la civili-zación habia podido refrenar por un momento,sin haber logrado jamás estinguirlos por com-pleto”.

Berlanga utiliza, como se ve, la idea de lacontinuidad desde el pasado de las viejas iden-tidades colectivas prerromanas para asentarun discurso fuertemente conservador, undigno hijo del impacto de los procesos políti-cos de la época que se formulaba en claves depura desconfianza hacia las potencialidadesdel pueblo español, idea que es claramentenuclear en el pensamiento canovista. En sucaso es visible una diferencia tan notable, sinembargo, como es su exigencia de honradezpública, el convencimiento de que la calidadde los dirigentes es lo importante, más que elrégimen político mismo, y un evidente escep-ticismo generalizado hacia todas las formas degobierno, aunque se concrete en especial enlas democráticas52.

Este escepticismo le acompañará hasta losúltimos años de su vida en la primera décadadel siglo XX. Para entonces, significativamen-te y aunque en lo esencial continuara con susconcepciones previas, sus posiciones sobreRoma habían variado también: valoraba launidad romana y el papel de Augusto positi-

vamente, mientras que rechazaba los procesosposteriores que la habrían afectado después:“los vándalos, los moros y el progreso políticoindefinido han venido socavando los cimientosde la gran obra de Augusto”, lo que acabaríaconduciendo a hacer de España Andorras ySan Marinos53. Su reacción en este momentoes contra gentes como Prat de la Riba o Sabi-no Arana que no partían de bases muy distin-tas a las que él había propugnado décadasantes, cuando sostenía la diferencia de origeny entidad de catalanes, portugueses, andalu-ces, castellanos y vascongados (aparte de otrasdiferenciaciones menores)54.

En otro aspecto, sus posiciones finales nospermiten también entender mejor debates desu época: él se enfrenta ahora fieramente a P.Paris, antes que Bosch, y señala cómo losautores franceses tras haber acabado ellos mis-mos con “el celticismo, inventado por insignestopólatras entusiastas de su país natal”, pre-tenderían ahora “que nazcan de sus cenizas lahititomanía para las murallas de Tarragona,la micenofilacia para la sedetana y la iberola-tría para el arte esculturario en el resto de lapenínsula cispirenaica”55. Los iberizantes,iberistas o iberólatras, como los califica, pre-tenden eliminar la huella fenicia: “Los moder-nistas cispirenaicos, prescindiendo de los fenicioscomo de meros piratas de poco más o menos, tra-erán unos a los hititas a enseñar a los tarraco-neneses los rudimentos de la arquitectura mili-tar y otros a los micenos a despertar el poderosogenio de los iberos para la industria”56. Recor-demos que también Bosch negará resuelta-mente la llegada de este tipo de navegantes.Quizás están sus viejas concepciones sobre labarbarie de los iberos –cuya conexión con el

52 Ver las citas recogidas por OLMEDO, “Introducción”, págs. 74-5 y, por ejemplo, BERLANGA, Malaca, pág. 63; Losbronces de Lascuta... pág. 121.

53 BERLANGA, Malaca, pág. 63 y n. 274.54 BERLANGA, Los bronces de Lascuta..., pág. 140.55 BERLANGA, Malaca, pág. 61.56 BERLANGA, Malaca, pág. 45 y ver también 90 ss.

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carácter presente de los españoles hace explí-cita57– detrás de su negativa radical a aceptarno ya un arte ibero en el II milenio sino en elperiodo del siglo VI a. C. en adelante; hastaAugusto su carácter bárbaro y salvaje habríahecho imposible que fueran ellos quieneshicieran obras como la Dama de Elche, pro-pias de artistas helenos o grecofenicios, pormucho que se opusiera a ello la tendencia ahalagar al amor propio nacional58.

Los componentes de carácter y raza, quese hacen visibles también en observacionescomo aquélla en la que afirma que59 “en laspoblaciones que habían sido cartaginesas no pre-ponderaba el elemento ibérico por las marcadasincompatibilidades de carácter entre la razasemítica y los indígenas”, serán claves en quienmarcará en gran medida los años venideros,Schulten; éste, partirá de tesis no muy diferen-tes sobre la caracterización y definición de losiberos, así defenderá igualmente desde unaperspectiva más racista que racial su incapaci-dad para el arte y una caracterización comoguerreros anárquicos y belicosos en claves notan alejadas de las de Berlanga, unida a un ori-gen que ya no podía ser otra cosa que africa-no. No se trata, con todo, tanto de considerara Berlanga como precedente o base de estos yotros autores y obras –como la Historia deEspaña del republicano y masón Morayta ySagrario, por ejemplo– como de aprovecharlopara entrever los debates y posicionamientosen un momento crucial como éste.

CONTRA BERLANGA

Puede ser útil también en este sentido alu-dir a la nada suave, aunque muy respetuosa,

crítica que presenta en la Academia AntonioMaría Fabiè60, en la que defiende la existenciade pobladores prehistóricos anteriores a la lle-gada de iberos y vascones –sobre los que dejaabierta la posibilidad de identificarlos comoFita–, reivindica el carácter no del todo primi-tivo suyo y de los celtas, critica la derivaciónde las lenguas románicas peninsulares de lasprerromanas, sostiene, dada la fragilidad de laevidencia existente, la dificultad de suponer elcarácter “ariano” del ibero, tilda de “vascófo-bas” sus opiniones sobre los vascones, dudade sus construcciones sobre las llegadas defenicios y en particular sobre su antigüedad,que considera inferior a la de los celtas61.

Que Fabiè, por cierto, aún identifique losdólmenes y menhires con el mundo céltico y,sobre todo, que utilice como argumento lasgenealogías de los nietos de Noé, incluyendola afirmación de la “superioridad moralinmensa” de los hijos de Japhet y de Semsobre los de Cham, dado el relato bíblico,para poner en duda el impacto de los chami-tas-camitas fenicios sobre una población a laque los celtas habrían comunicado ese espíri-tu superior, nos muestra la heterogeneidad delas argumentaciones posibles en la Academia ypermite contextualizar mejor algunas de lasconstrucciones más chocantes de Berlanga62.

No deja de ser significativa, y muy dentrode la tendencia finisecular a desdibujar la pre-sencia fenicia frente a la helena que ha señala-do Bernal, esta tendencia a rebajar la impor-tancia de lo fenicio, además de con lo céltico,con lo griego, que considera sólo algo poste-rior, en una negativa explícita a lo que llama su“hipótesis del semitismo meridional en laPenínsula” (una negativa, por cierto, reforza-

57 BERLANGA, Malaca, págs. 33-4.58 BERLANGA, Malaca, págs. 99; 61-2; 36; 43; 90 ss.59 BERLANGA, Malaca, pág. 34.60 A.M. FABIÈ, Estudio Crítico de Los bronces de Lascuta, Bonanza y Aljustrel, Madrid,1887.61 FABIÈ, Estudio..., págs. 8; 10 ss.; 14 ss.; 34 ss.; 67.62 FABIÈ, Estudio..., págs. 35-6; 24-5.

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da por la idea compartida por ambos de sucarácter camita y no semita)63. No extrañanada que todo esto se haga explícito con la rei-vindicación del carácter “aryano” del puebloespañol y del triunfo de “la civilización roma-na” en “nuestra patria”, cuando “España dióocasión a la tremenda lucha entre los cananeosy los aryanos”, esto es, cartagineses y romanos,que, como la que se diera entre griegos y lospueblos de Asia, habría producido la victoria“cumpliéndose una ley misteriosa de la historia”de “los representantes del género humano queson susceptibles de mayor desenvolvimiento inte-lectual”, aquellos que “parecen destinados arealizar los destinos de la humanidad en la tie-rra”64. La helenización a través de la asimila-ción romana de lo griego y el papel decisivo deRoma en la Península y en el mundo, se unenen su construcción al cristianismo y a la incor-poración por la verdadera civilización, la gene-rada por “la raza japhitica, y más concreta-mente la raza aryana” de los elementoselaborados por las restantes para, luego, volvera la unidad de origen en su expansión majes-tuosa por el mundo; en sus combates y victo-rias destaca dos propias de España: la derrotadel impulso semítico que había determinadoMahoma y el descubrimiento del NuevoMundo que habría dado “inmenso teatro a losfuturos destinos de la raza aria”65.

La reivindicación de la esencia latina yromana de España, de su carácter greco-lati-no, era clave en su crítica: “Algo habría en laantigua población española...”, dice, para queen los primeros siglos del imperio diese losmejores literatos y emperadores, para el lugarde la legislación y cultura latinas en la Españavisigoda y el papel de lo clásico en la culturamusulmana hispana visible en gentes comoAverroes. No sorprende que todo esta argu-

mentación se termine, y casi culmine con unafrase restallante: “De esta manera providencialEspaña conservó siempre su carácter de pueblogreco-latino, y en la gran crisis religiosa delsiglo XVI contuvo, a costa de enormes sacrifi-cios, el torrente de la Reforma, sirviendo de sol-dado valeroso de la Iglesia romana y oponién-dose a la primera aspiración ambiciosa delgermanismo”66.

La asociación entre España y catolicismo,obviamente esencial en el pensamiento con-servador español, como lo era en el francés,ahora se vincula de una manera precisa no yasólo a la cultura clásica y a Roma sino a lasbases que habrían posibilitado el papel de logrecorromano en España. Y se junta, como seve, con dos elaboraciones europeas finisecula-res: la reivindicación de la superioridad occi-dental –y de los arios– para justificar la nece-sidad y conveniencia de un imperialismo cadavez más intenso en su proyección hacia elexterior y el enfoque de la latinidad desde losdebates que, tras la derrota francesa de Sedán(seguramente para Fabié, la última de ellas),planteaban el problema de las “razas latinas”en el juego de las hegemonías y que, paraalgunos, estaban destinadas al fracaso frente aAlemania, Gran Bretaña o USA. En estoscontextos, es evidente que Fabiè representauna visión en la que las posiciones de Berlan-ga no eran sostenibles; más fácil que jugar conlos fenicios era reivindicar a los griegos yromanos o los celtas, e incluso añadirles pron-to micénicos o hititas.

Hablamos de debates globales, que sonlos que atraen sobre todo la atención deFabiè, y que, no en vano, empequeñecen tam-bién el interés por los estudios de los broncesque dan título al libro, en los que apenas haceotra cosa que incluir textos y traducciones y

63 FABIÈ, Estudio..., pág. 36.64 FABIÈ, Estudio..., págs. 36-7.65 FABIÈ, Estudio..., págs. 37-8.66 FABIÈ, Estudio..., págs. 38-9.

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resumir los aportes de Berlanga. Las dosmedias páginas que dedica a la Tabula Lascu-tana no son excepción y apenas destaca unaobservación final sobre su importancia “parainferir cuál era la condición política de algu-nas poblaciones de España y de los que en ellashabitaban”67. No hay manera de ver cómo surechazo de la perspectiva de Berlanga sobre lacomplejidad de una Bética habitada por ibe-ros y por “fenicios, púnicos y líbycos”, podíahaber afectado a su duda sobre el origen iberode la forma de organización social que él yMommsen creían poder ver en ella o sobre lamisma condición no ibera de los lascutanos.En todo caso, ni a Fabiè ni al propio Berlan-ga les correspondía tampoco la tarea de llevarhasta el final las conclusiones posibles sobretodo esto; los intereses de éste se desplieganen un sentido bien distinto, en particular a lahora de unir el pasado y el presente a través deuna idea demoledoramente crítica de unaEspaña presidida por una incivilización y sal-vajismo primordiales. Y los de Fabiè tampocose alejan mucho de estas claves.

En cambio, Joaquín Costa, hará unaconexión por la vía económica y social entreel mundo ibero y los siglos posteriores, en laque la institución que también a su juicio per-mitiría entrever la Tabla Lascutana es llevadahasta sus últimas consecuencias.

JOAQUÍN COSTA YLA TABLA LASCUTANA

Cabría decir en muchos sentidos que lasvidas de Costa y Berlanga son un puro con-traste. La biografía de Cheyne68 nos lo mues-tra en toda su crudeza: un hombre de familiamuy humilde que estudia a pesar de las enor-mes dificultades económicas que presidenmuchos años de su vida, que no tendrá una

vida privada apacible ni un escenario estableen el que moverse, de crónica mala salud, queevoluciona hacia el krausismo y se vincula a laInstitución Libre de Enseñanza –aunque nodejará de tener sus diferencias con ella–, quedesplegará una actividad publicística en múlti-ples campos, que pronto propugnará cambiossociales importantes en un enfrentamientocreciente con el canovismo y que participaráen política frente a su caciquismo, muy enparticular después del 98.

Pero hay también algo que los une, apar-te de su carácter crítico y susceptible y su cier-to victimismo: sus desgracias universitarias ysu carácter de pensadores originales y pocodados a aceptar las perspectivas de los sabios

67 FABIÈ, Estudio..., págs. 50-1.68 G. J. G. CHEYNE, Joaquín Costa, el gran desconocido, Barcelona, 1972.

Una de las fotografías más característicasde Joaquín Costa

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oficiales por el hecho de serlo. Como Berlan-ga, Costa será correspondiente de la RealAcademia pero nunca académico, y, como él,verá vedada su carrera universitaria. En sucaso, además, esto adquiere unos tonos másmarcados, y no sólo porque las cuestionesideológicas enmarcan aún más los rechazosque sufre, sino por el hecho de que su fracasoen sus intentos de conseguir cátedras univer-sitarias se dramatiza por las condiciones depobreza en las que se las prepara, las esperan-zas que deposita en ello para salir de la mise-ria y los denodados y repetidos esfuerzos querealiza para conseguirlo y que le amargaráncon una especial intensidad.

Era claro también que en Costa los intere-ses jurídicos estaban enmarcados en perspecti-vas más amplias, como corresponde también asu mayor apertura política e ideológica. Si Ber-langa es la demostración del fracaso del cano-vismo a la hora de conseguir generar un marcoinstitucional consistente con elites académicasauténticamente profesionalizadas comparablesa las de los países europeos más avanzados,Costa, además de la eventual dificultad deconectar con quienes ostentaban los poderesmás inmediatos, con los mandarines corres-pondientes, lo es de un factor mucho más pre-visible y en gran medida buscado: el de creardificultades para la aceptación institucional degentes ideológicamente menos tolerables, conindependencia absoluta de su valía.

Su interés por los aspectos sociales, eco-nómicos y antropológicos de la Antigüedadhispana le conectan con las tendencias euro-peas en esta dirección en las décadas finalesdel siglo y que también representan en Espa-ña el masón y republicano Morayta y Sagrarioo, en otro orden de cosas, la escuela de histo-ria del derecho que representan Hinojosa o,

más tarde, Altamira; en su caso estos interesesarrancaban de su aplicación a una realidadcontemporánea que le dolía sobremanera yque se propone también analizar y cambiar ocontribuir a cambiar. Paralelamente, su preo-cupación por las formas consuetudinarias dederecho –en las que su padre, un modestocampesino, había sido experto– le llevabatambién a la búsqueda de sus orígenes, eincluso a su posible interpretación en las cla-ves de la antropología contemporánea quedefendía, por ejemplo, Tylor.

Todas estas conexiones entre el pasado yel presente conllevaban perspectivas globalesalimentadas, además, por las crecientes ten-dencias de la época a articular los avances ynuevas perspectivas en la pre y protohistoriacon el problema de definir ya en el pasado losrasgos que se entendían como propios de lasdiferentes colectividades europeas, aunque noes menos cierto que en estos arriesgados ejer-cicios se tendía entonces y se seguirá tendien-do después a primar los componentes pura-mente caracteriológicos o raciales, como encierta forma ocurría en el caso de Berlanga.No extraña, entonces, que Costa, cuyo interéspor la Antigüedad había dado lugar ya a tra-bajos previos, haga uso de un documentocomo el de la Tabla Lascutana que, comosabemos, plantearía, en las interpretaciones deMommsen y Berlanga, todo un sistema pre-rromano de dominación social. Y es propio deuna personalidad científica como la suya quelo hiciera a lo grande, aunque, también hayque decirlo, tan a lo grande que no llegaría aculminarlo.

Sus Estudios Ibéricos69 constan de dos par-tes, inacabadas ambas, la primera titulada másque significativamente La servidumbre entrelos iberos y la segunda Litoral Iberico del Medi-

69 J. COSTA, Estudios Ibéricos (La servidumbre entre los iberos. Litoral Ibérico del Mediterráneo en el siglo VI-V antes de Jesu-cristo), Madrid,1891-5 (la primera numerada en romanos al comienzo del volumen, I-LXXXII y con un Plan –índice– alcomienzo en números arábigos en págs. 3-15; la segunda en números arábigos después de la página LXXXII).

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terráneo en el siglo VI-V antes de Jesucristo.Como es lógico, La servidumbre entre los ibe-ros dedicaba un apartado específico al decretode Emilio Paulo70; a pesar de las apariencias,que incluyen el mismo hecho de que se ins-criba en las páginas finales del texto publica-do, nuestro documento es uno de los núcleosesenciales de su construcción.

En ellas, tras transcribir la Tabla y tradu-cirla, introduce algunos componentes nuevosde corte tradicional. Ya F. Mateos Gago en elartículo dedicado a Lascuta de la obra antescitada de Antonio Delgado71 había apuntadosus dudas sobre la ubicación de Lascuta enAlcalá de los Gazules, dada la distancia conMesa de Asta, el hecho de que en mediohubiera una ciudad importante como Asido ysu información sobre los hallazgos numismá-ticos, y había propuesto una ubicación cerca-na a Mesa de Asta y Jerez; Costa, por su parte,optaba no sólo por dejar a Lascuta en la zonade Alcalá, sino por considerar que la otraAsta/Hasta, la que habría hecho necesario elsobrenombre de “regia” para la primera, sesituaría precisamente allí, argumentando tam-bién que la diferencia en las grafías Asta/Hasta podría ser una confusión posteriorsobre otra inicial en la denominación de lasdos ciudades: la Asta de Mesa de Asta y laHasta del epígrafe en cuestión.

Pero lo importante es el punto de partidade las conclusiones históricas que extrae y queparte de la negativa a las interpretaciones deMadwig y de Ed. de Hinojosa a ver merosesclavos rebelados, quizás refugiados allí enmedio de las hostilidades tras una rebeliónsocial, y su plena aceptación de la interpreta-ción de Mommsen y de “El señor Rodríguezde Berlanga, que ha resucitado entre nosotros

con empeño patriótico y rara fortuna los altosestudios de jurisprudencia romana”72, consi-derándolos, entonces, siervos que se pasan aRoma antes de la derrota de Asta/Hasta, quequizás habrían participado en la batalla quesostiene Emilio Paulo poco antes contra loslusitanos y que quizás habrían degollado a laguarnición de Asta/Hasta antes de esto. Paraél no hay duda al respecto ni de que no ten-dría razón Mommsen al suponer una medidageneral contra este tipo de estructuras dedominación por parte de Roma, dado que élconsidera que puede probar su continuidadhasta la misma Edad Media en el conjunto dela Península.

Lo que mostraría el decreto sería, enton-ces, uno de los muchos ejemplos de una situa-ción generalizada de servidumbre, un ejem-plo del que se podrían extraer consecuenciassobre el conjunto de las estructuras socialesde los iberos, sobre “La condición jurídica delos siervos iberos” y su “Estado intermedio entrela libertad y la esclavitud”73; desgraciadamen-te no desarrolla estas conclusiones: en susochenta y dos páginas conservadas sólo hablade cinco de los sesenta y dos puntos que pro-pone en el Plan o índice con que abre el libro.Pero basta el que acabamos de ver y los cua-tro que nos queda por comentar, y más si secompletan con el exhaustivo índice, para vercon claridad la definición y aplicación delmodelo que propone.

En el primero sitúa el componente predo-minantemente ganadero de las sociedadespeninsulares y de una “clase servil de los iberos”que viviría en condiciones miserables y quellegaría a ofrecerse a cartagineses y romanoscontra sus señores a cambio de que les dierantierras para cultivar74; se trataría de gentes

70 COSTA, Estudios Ibéricos, págs. LXXV-LXXXII71 F. MATEOS GAGO, “Lascut”, en Delgado, Nuevo Método... II, págs. 160-71.72 COSTA, Estudios Ibéricos, pág. LXXXI.73 COSTA, Estudios Ibéricos, Plan, pág. 11.74 COSTA, Estudios Ibéricos, págs. I-II.

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muy conectadas con la otra rama “ibero-libya”, la que habitaría el África del norte, a laque se asocia con las noticias sobre la Atlánti-da –tema éste, por cierto, el de la Atlántidacuya relación con la “africanización” de losiberos necesitaría estudios específicos.

En el segundo trata el papel de la cuatre-ría o abigeato, esto es, del robo instituciona-lizado de ganado o, como él dice, del “ban-dolerismo ibérico”, situándolo en el contextode las múltiples y belicosas comunidades his-panas. De nuevo aquí las incursiones tienenque ver con la juventud perteneciente a estosgrupos desheredados de la “la plebe ibera”,habitualmente pastores de ganados ajenos yladrones al mismo tiempo, pero también conlos enfrentamientos de señores entre sí, seño-res que, como la propia institución de la ser-vidumbre, continuarían en época romana pararesurgir con toda su violencia en la EdadMedia75. Entre el texto y el Plan de la obra seve también cómo la desigualdad y la pobrezaque provocaba habrían tenido una clara rela-ción no sólo con el bandidaje señalado, sinocon su contratación como mercenarios, larebelión de Viriato, entendida no como unaguerra de independencia sino como un movi-miento social, e incluso con el hecho de quealgunos generales romanos hubieran reparti-do tierras para combatirla. También integraen su visión aspectos como los referidos a lossoldurii y a la devotio ibérica76.

La comparación en estos campos con“otras familias de nuestra misma estirpe”77,los casos de la Irlanda medieval y de los ber-beriscos marroquíes, añade perspectivasantropológicas al conjunto; no deja de serinteresante, en este sentido, el impacto de lasinvestigaciones francesas de la vida en susnuevas o futuras colonias norteafricanas, en

particular las referidas a las sociedades berebe-res, en él, en los estudios ibéricos en general eincluso en la definición de lo ibérico en estosaños por franceses como P. Paris o por elmismo Schulten, dedicado, como es biensabido, al norte de África antes de ocuparsede la Península. Costa, además, conoce bienesta literatura por razones adicionales: duran-te años se contará entre quienes defiendenque España no podía quedar atrás en la carre-ra colonial si quería resolver sus problemas ycontar entre los países europeos más impor-tantes.

En el tercer punto titulado “Tribus, ciu-dades y aldeas”, sostiene la dominación deeste sistema en el territorio, apuntando cómouna tribu serían el conjunto de aldeas queobedecían a un centro común; el centro, ellugar preferente de los señores, se contrastaríacon los castella, turres o vici habitados por lapoblación sometida a este tipo de servidum-bre. Propone interpretar por esta vía los usosen la epigrafía de las denominaciones de indi-viduos: por ejemplo, en las inscripciones sehabría de dar la denominación de la aldea ogente que la habitaba (vicus, castellum...genti-litas...) y de la tribu o de la ciudad a la queestaba sometida (gens, civitas, populus)... Laabundancia de aldeas fortificadas y de torresde vigilancia sería una condición inexcusablede un mundo así. No es nada casual, claroestá, el uso aquí del epígrafe lascutano comoejemplo de la existencia de una turris o caste-llum como centro de resistencia, de un lugarde habitación u oppidum y de un ager parausos agrícolas y ganaderos, que nos muestrauna vez más el papel de este documento en laconstrucción general78.

Sus reflexiones, además, están cargadas desugerencias. Destaquemos dos: en primer

75 COSTA, Estudios Ibéricos, págs. XLIV; XLIX ss.76 COSTA, Estudios Ibéricos, pág. XLV; Plan, págs. 6; 7; 12.77 COSTA, Estudios Ibéricos, pág. LII.78 COSTA, Estudios Ibéricos, pág. LX.

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lugar, otra vez, la conexión entre estas formasy los diversos sistemas de habitación enMarruecos, en un esquema interpretativo querelaciona hábitats distintos y estructuras depoder: por ejemplo, disperso, de aldeas forti-ficadas, de aldeas con fortaleza propia yestructura democrática y de colectividadessometidas a un señor semifeudal que habitaen un castillo fortificado, sin que, además, fal-ten las comparaciones con casos pirenaicospeninsulares79. En segundo lugar, llama laatención su capacidad de pensar el impacto dela amenaza y la conquista romana sobre todoesto80: por un lado, el desarrollo de las forti-ficaciones y la ampliación de los lugares quefuncionaban como centros de las comunida-des, la posibilidad de que se mantuvieran deli-mitados en el interior de las nuevas poblacio-nes las viejas estructuras aldeanas con su jefe oseñor al frente como parecía haber sido elcaso de Numancia. Por otro, la tendenciaromana a desamurallar, bajar a los llanos y dis-persar a la población en un primer momentoy, después, tras las guerras, a mirar con simpa-tía o apoyar por razones de control el que secontinúe la tendencia a la concentraciónpoblacional en centros urbanos, una concen-tración que se podría seguir en el contraste delos datos sobre la Citerior de Plinio y Ptolo-meo. de la misma forma que el caso de Sabo-ra habría mostrado que los emperadores noabandonaban el control y la vigilancia de talesasuntos.

Tras estos tres puntos incluidos en unCapítulo I dedicado a Cuestiones preliminares,abre otro titulado significativamente SiervosPúblicos, cuyo primer apartado incluye el pro-blema de la fundación de Carteya con hijos deromanos y mujeres indígenas que pasan porun intrigante proceso de manumisión (“Los

mestizos de Carteia manumitidos por Canu-leio: su condición servil”)81. La solución parael problema de Carteya, cuya complejidadconoce y sigue en las opiniones en contrastede los investigadores de la época, la encontra-ría precisamente en la existencia de la servi-dumbre ibérica, en este caso en la variante dela servidumbre pública que da título al capí-tulo y que quedaría constatada, cómo no, conel decreto de Emilio Paulo, que estudia en elquinto punto –el último que desarrolla, comohemos apuntado–, el dedicado a la TabulaLascutana que hemos visto antes.

Podríamos dejar aquí nuestra exposiciónpero sería injusto no perfilar el conjunto de lavisión de Costa; si bien las circunstancias desu vida y el bloqueo a sus aspiraciones univer-sitarias le impidieron desarrollar el esquemapropuesto, el modelo que propone en su plannos muestra sin duda un historiador de enor-me penetración y capacidad de entender lascuestiones históricamente, esto es, como pro-blemas, como cuestiones globales y en eltiempo, incapaz de limitarse a apuntar unaidea más o menos brillante sin medir sus con-secuencias en toda su amplitud.

Pero también, y para evitar que alguienpudiera ver aquí una perspectiva hagiográfica,conviene apuntar una cuestión básica y en laque no volveremos a insistir: no creo que debahaber duda de que sus planteamientos y losque hereda carecen de relación con la realidadde las sociedades hispanas que pretende enten-der, ni en aspectos particulares como el mismode Carteya, ni en los más generales referidos ala extensión del mundo “ibérico” o de la “ser-vidumbre ibérica” en el espacio o en el tiem-po. Ni la Tabula Lascutana prueba de maneraclara la existencia de una forma colectiva deservidumbre –pueden ser esclavos rebelados

79 COSTA, Estudios Ibéricos, págs. LXIII-LXIV.80 COSTA, Estudios Ibéricos, págs. LXIV ss.81 COSTA, Estudios Ibéricos, pág. LXIX; Plan, pág. 3.

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que se han hecho fuertes en esta población,como planteaba Hinojosa, pueden ser esclavosprocedentes del mercado de esclavos pero conunos derechos mayores que los romanos,como es, por lo demás, frecuente en el Medi-terráneo– ni, de hacerlo, probaría la existenciade una condición general: podría ser típica deesta zona y no de la Turdetania o de la futuraBética, no digamos ya del conjunto delmundo ibérico o de la Península. Pero, ade-más, podría referirse a una comunidad no ibé-rica sino fenopúnica o mixta no sólo en lotocante a los lascutanos, sino a los hastensesmismos, lo que reduciría más su alcance82.

Y cabe proyectar idéntico escepticismosobre su extensión temporal: ya Costa busca-ba sus orígenes en la misma Edad del Bronce,citando a Siret, y se planteaba seguir en todoun capítulo sus orígenes en relación con lasinvasiones, y su renovación con el cautiveriopor guerras, deudas y quizás con la misma ins-titución de la devotio83. Es evidente que laeventual constatación de un sistema así, pormuy “ibérico” (o “ibero-turdetano”) quefuera, en el siglo II a.C., y tras más de mediosiglo de cambios intensos, guerras, desplaza-mientos y, quizás, emplazamientos de pobla-ciones en una zona de tanta importanciaestratégica, no permite legítimamente remon-tarlo en el tiempo y hacerlo regla generaldurante siglos.

Una vez dicho esto, nada quita la profun-didad y seriedad del empeño de Costa. Desdela visión de la Antigüedad del Padre Masdeuen el XVIII es difícil encontrar un antiquistaen España con tales capacidades. Hablamosde alguien que es capaz de pensar en elmundo prerromano, romano republicano,

imperial, tardoantiguo y medieval cristiano ymusulmán la presencia y continuidad de unaforma de explotación que busca definir conmúltiples ejemplos procedentes de fuentesliterarias, jurídicas o epigráficas, que la midecon las restantes, que también pretende des-cribir exhaustivamente, para ver su relacióncon ella, y que no vacila en comparar conejemplos procedentes del mundo antiguo clá-sico y no clásico, y, como hemos visto, de laliteratura antropológica. Así, se plantea lanecesidad de seguir en doce puntos –de losque hemos visto sólo dos–, en este ampliocampo temporal la existencia de Siervos públi-cos (Cap. II), luego la de Siervos privados(Cap. III), la necesidad de investigar los Gra-dos intermedios de dependencia (Cap. IV), lasLuchas de clase (Cap. V) –incluyendo a Viria-to, la participación en las guerras civiles roma-nas, los bagaudas y otros. Merece la penaapuntar aquí que en la otra obra incluida eneste libro, el Litoral Ibérico Mediterráneo en elsiglo VI-V antes de J.C., se dibujan sobre estabase las dinámicas de la sociedad tartésica:desde Cádiz unas elites mixtas dominarían a lasociedad tartésica propiamente dicha, com-puesta de potentados y su masa de siervos,que acabarían rebelándose en el siglo VI a. C.;esta formulación conecta con la tradicional enla que Cádiz llamaría en su ayuda a los carta-gineses que acabarían destruyendo a la mismaTartessos84.

En el apartado Encuentro de la servidum-bre ibérica con la romana (Cap. VI), aprove-cha, sobre la base de la dificultad de diferen-ciarlas, para plantear un proyecto deinvestigación sobre los esclavos en otros docepuntos estudiando sus ocupaciones –minas,

82 Ver las reflexiones contenidas en L.A. GARCÍA MORENO, “Sobre el decreto de Paulo Emilio y la “Turris Lascutana”,en Epigrafía hispánica de época Romano-Republicana, Zaragoza, 1986, págs. 195-218 y F. WULFF, “Sociedades, eco-nomías y culturas”, en J.M. Roldán & F. Wulff, Citerior e Ulterior. Las provincias romanas de Hispania en la época repu-blicana, Madrid, 2001, págs. 385 ss.

83 COSTA, Estudios Ibéricos, Plan, págs. 11-12 (Cap. X y último).84 COSTA, Estudios Ibéricos, págs. 93 ss.

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agricultura, comercio e industria, serviciodoméstico, administración pública, gladiado-res–, las fuentes de la esclavitud romana enEspaña, las limitaciones a la potestad deldueño, las manumisiones y condiciones jurí-dicas de los manumitidos y su relación con laherencia. Sigue con un capítulo (VII) dedica-do a Los siervos en el censo, en el que planteasu perspectiva de cómo se les incluiría en lasdisposiciones fiscales tocantes a las ciudadesestipendiarias, a las fincas privadas, a las colo-nias y sus sistemas catastrales, en particular enlo referente a las “aldeas contributas de siervosadscripticios”85, y a las possessiones de los cla-rissimi bajoimperiales en España. El CapítuloVIII se proponía dedicarlo a la Servidumbreibera y el colonato romano, tratando de probarque el sistema ibero habría hecho innecesa-rio, por incompatible, el colonato, con lo quese habría posibilitado su continuidad medie-val. El proyecto del Capítulo IX vuelve aplantearse su estatus original, la Condiciónjurídica de los siervos iberos, arrancando denuestro decreto y comparando su “Estadointermedio entre la esclavitud y la libertad”con periecos e hilotas, utilizando otros epí-grafes hispanos, planteándose su adscripciónal suelo, sus prestaciones agrarias y militares,y una definición de sus operae, a partir de lasdisposiciones de la ley de Osuna y otras infor-maciones, que relaciona con sus “Concordan-cias en la Edad Media”, para acabar con unareflexión sobre sus posibilidades de tenerotros siervos que culmina en una “compara-ción con los esclavos de los imrhad del Sáha-ra”86. Y ya hemos visto que el Capítulo X yfinal se preguntaba por los Orígenes de estaservidumbre.

Como vemos, la recepción que Costa da ala Tabula no podía ser más espectacular: lesirve para apuntalar una hipótesis y un pro-yecto de trabajo de gran amplitud, acorde consus perspectivas, con sus intereses y con sucondición de historiador, apuntando con ello,más allá de lo erróneo del enfoque, a la mira-da a las condiciones sociales y económicas delas sociedades peninsulares antiguas y a suscontinuidades posteriores, y haciéndolo contodas las fuentes a su disposición. Incluso ladelicada mirada a las continuidades a travésdel tiempo deja muy en segundo plano, comoocurre en otros tratamientos suyos de la anti-güedad hispana87, las perspectivas esencialis-tas y caracteriológicas que primaban antes deél y que en gran parte seguirán primando des-pués, tanto en buena parte de las formulacio-nes nacionalistas españolas como en las refle-xiones en el cambio de siglo de Prat de la Ribay de Sabino Arana, los fundadores del nacio-nalismo catalán y vasco.

ALGUNAS NOTAS TERMINALES

Es obvio que los iberos de Costa y los ibe-ros de Berlanga eran bien distintos, como loeran sus enfoques y perspectivas en todos losterrenos, pero lo es también que los dosrepresentan, más allá de los aciertos o desa-ciertos, un nivel altísimo en el tratamiento dela historia de la antigüedad, un tratamiento engran medida sin continuidad. La mirada a laTabula puede servirnos para ver una ciertaperspectiva de las evoluciones posteriores.Repetimos que no partimos de la base de quesea verdad la interpretación del texto en cla-ves de “servidumbre comunitaria” y de juz-

85 COSTA, Estudios Ibéricos, Plan, pág. 10.86 COSTA, Estudios Ibéricos, Plan, pág. 11.87 J. COSTA, Oposiciones a la Cátedra de Historia de la Universidad de Madrid. Programa y Método de enseñanza, Madrid,

1996 (con un Prólogo de I. Peiró). Ver respecto a sus estudios sobre los celtíberos J.M. BLÁZQUEZ, “Joaquín Costa yla historia de la España Antigua”, Anales de la Fundación Joaquín Costa, 4 (1987) 119-137; y M.V. GARCÍA QUIN-TELA, “Les peuples indigenes et la conquete romaine de la Espagne. Essai de critique historiographique”, Dialoguesd’Histoire Ancienne, 16.2 (1990) 181-210.

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gar, entonces, su aceptación o no en términospositivos o negativos, sino de que la toma enconsideración de este texto, para negarlo oafirmarlo, representa un buen índice de losintereses socioeconómicos, de unas perspecti-vas no descriptivas, político-militares o etni-cistas de análisis.

En ocasiones se ha puesto de relieve lacalidad de algunas de las personas que pudie-ron conseguir los puestos en la universidadque les fueron negados a ambos. No creo quese haya puesto de relieve, en cambio, la tras-cendencia para la historia antigua de que a losdos se les impidiera la posibilidad de desarro-llar sus tareas allí y, muy en particular, dehaber formado discípulos en esta línea. Paravalorar esto conviene también avanzar unpoco más cronológica e historiográficamente.

No es exagerado decir que la historiogra-fía española del siglo pasado se puede definiren lo que a grosso modo podríamos llamar trestercios: de los cambios ya apuntados queinaugura la ley García Alix en el año 1900hasta la Guerra Civil, desde ésta hasta lossetenta y de los setenta en adelante. Es biensabido que el primero supone uno de losmomentos más ricos de la cultura española yva unido a una renovación historiográficanada desdeñable, aunque siempre dentro deuna tendencia general europea a excluir lasgrandes innovaciones en aspectos como loseconómicos y sociales. Se ha constatado quela historia antigua carece de representanteshispanos sólidos, no así la historia medieval.Cabe plantear, para explicarlo, las cuestionesideológicas de fondo alrededor de la primacíade intereses nacionalistas, pero no debe olvi-darse, a la vez, que a este resultado se llegótambién a partir de una consolidación institu-cional previa de cierta solidez, sin duda tam-bién en relación con los intereses ideológicos,pero sin dejarse agotar con éstos. El que Ber-

langa y Costa no pudieran desarrollar susposibilidades y formar discípulos previamentey después impidió que hubiera un núcleo sufi-ciente que luego pudiera haberse desarrolla-do.

Esta carencia no se compensó con el desa-rrollo de la prehistoria y la arqueología. Bastaseñalar al más significativo de los nuevosprehistoriadores, precisamente el que, comoBerlanga, rebaja la cronología de la culturaibérica, pero no su imagen expansionista ni suextensión espacial, Bosch Gimpera. Su trata-miento de lo ibérico se desarrolla en unas cla-ves no tan alejadas en última instancia de lasdel propio Schulten o de sus contemporáneosalemanes. Schulten defiende su carácter arris-cado e individualista y, en correspondencia,un tipo de Estado “absolutamente democráti-co, casi podría decirse anárquico”88 y unaabsoluta incapacidad para producir cultura;cosa distinta sería el mundo tartésico, conaportes étnicos muy diferentes, procedentesdel Mediterráneo Oriental, que explicaríansus grandes diferencias de clase, su tendenciaa la servidumbre, a ser fácilmente invadidos y,desde otra perspectiva, a producir arte.

Bosch recoge esto en unas perspectivasdeterminadas por sus visiones políticas ligadasal nacionalismo catalán; para él los iberossiguen siendo comunidades belicosas e inde-pendientes, cargadas ahora de unas caracteri-zaciones democráticas típicas de los puebloshispanos, refractarias a todos los invasores ycasi federalistas; los aportes étnicos previos–no del Mediterráneo Oriental– contribuiríana generar diferentes grupos que serían las queen su esquema explicarían un arte para el queellos no estarían dotados. Frutos sobre todode esas presencias previas, incluso de su resur-gir a través de los iberos, serían los auténticospueblos hispanos incólumes ante los invasores(“superestructuras”) que acabarían por resur-

88 A. SCHULTEN, Tartessos. Contribución a la historia antigua de Occidente, Madrid, 1945, pág. 210 (2ª ed.; 1ª 1924).

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gir impólutos con la invasión musulmana,aunque uno de ellos, el castellano-leonés,contaminado de celtiberismo y goticismo uni-taristas y antifederalistas89. En Bosch, ocupa-do en afirmar esa continuidad y negar a todotipo de “invasores” (romanos, visigodos eincluso, en última instancia, a los iberos mis-mos), no cabe una reflexión sobre formas dedependencia como las que perfila Costa; lasformas monárquicas en el sur que se mostra-rían en Argantonio y Tartessos no dejan degenerarle una cierta incomodidad, mayor porsu intensidad que aquellas otras que aparecenen las fuentes en las zonas levantinas y que sepuede permitir prácticamente olvidar.

No sorprende mucho que en el siguienteperiodo la continuidad de la hegemoníaprehistórico-arqueológica y la estrechez demiras de la cultura franquista no dejara preci-samente grandes espacios para la reflexiónsobre las condiciones sociales de las socieda-des antiguas, ni en lo céltico ni en lo ibérico,ahora redimensionado, algo que no varía enprofundidad, en términos generales, con lainclusión de las perspectivas más profesionali-zadas, estratigráficas y “técnicas” en especial apartir de los sesenta. Hasta finales de estadécada hay dos autores que merece la penaresaltar aquí, en cierta forma herederos res-pectivos de Costa y de Berlanga: Julio CaroBaroja, una de las pocas excepciones en el tra-tamiento de perspectivas sociales y económi-cas, y Álvaro D’Ors.

Recordemos que Caro desarrolla sus con-cepciones sobre estos aspectos en particularen los años cuarenta conociendo muy bien, ycitando, a Costa y sus Estudios Ibéricos, y opo-niéndose a las condiciones igualitaristas de la

perspectiva de Bosch, pero sin poder salir deunos modelos muy marcados por el espejismode las continuidades socioeconómicas y cultu-rales –en última instancia procedentes de lamitificación de lo vasco y de las construccio-nes de la escuela antropológica católica deViena–; así, todo ello le llevaba a postular a lolargo de los milenios poco menos que la con-tinuidad de los viejos modelos estrabonianospero al revés: unas sociedades del norte mar-cadas por la igualdad, la lucha por su inde-pendencia y casi la atemporalidad y el matriar-cado, frente a una Bética representante demarcadas divisiones de clase desde la Edad delBronce que vendrían a culminar en el latifun-dismo presente y receptora fácil y casi amablede invasores a lo largo de los milenios...90; alfondo, el modelo schulteniano está más pre-sente de lo que parece. Recordemos que élmismo calificará treinta años después la baseteórica de su libro inicial Los pueblos del nortede la Península Ibérica (análisis histórico-cul-tural), como harto problemática y a sí mismocomo un aprendiz de historiador doblado enaprendiz de etnógrafo que hace un libro deanticuario en la España aislada de la II GuerraMundial91.

Significativamente, tanto ahora como des-pués a él le interesa más interpretar las refe-rencias a Gárgoris y Habis en Justino-TrogoPompeyo –un texto sobre el que había llama-do la atención Schulten, que lo había consi-derado como el otro lado de lo ibérico y unfenómeno substancialmente exógeno– enapoyo a sus teorías de la existencia de grandesdiferencias de clase en el mundo tartésico,que la reflexión sobre la Tabla Lascutana. Así,por ejemplo, le seguirá inspirando muchos

89 F. WULFF, Historiografía, historia antigua e idea de España. Cinco siglos de construcciones de la identidad española (XVI-XX), (ed. Crítica, en prensa), Cap. VI.

90 J. CARO BAROJA, Los pueblos del norte de la Península Ibérica (análisis histórico-cultural), San Sebastián, 1973 (2ª ed.corregida y aumentada de la primera de 1943), págs. 287 ss.; ID., Los Pueblos de España, Madrid, 1975 (1ª ed. 1946), I,págs. 46; 223; II, págs. 136 ss.

91 CARO, Los pueblos del norte..., págs. 7 ss.

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años después la certeza de que en Tartessoshabría habido “castas en el sentido más estrictode la palabra; es decir, una sociedad divididaen familias guerreras, sacerdotales, labradoras,artesanas, metecas, serviles, con estatuto heredi-tario...”92. Tampoco aquí merece la penaentrar en profundidad en este texto que sialgo muestra es la proyección al sur peninsu-lar de mitos del Mediterráneo Oriental.

La aparición en D’Ors es, como se puedesuponer, bien distinta, como corresponde a suEpigrafía Jurídica de la España Romana, y selimita prácticamente a plantear la historia deEmilio Paulo en España, su victoria final, lacuestión de la ubicación de los dos lugarescitados, el problema de la propiedad/pose-sión de la tierra y el hecho de la liberación delos lascutanos de su condición previa; sobreesto apunta que vivían “como esclavos de loshastenses”, “como servi de los de Hasta”, y citaa Mommsen para su comparación con loshilotas espartanos, a Berlanga sobre el posibleorigen fenicio de la institución y a Costa res-pecto a su probable conexión con el caso deCarteya (considerándolo, por cierto, errónea-mente pero de acuerdo con él como un casode “manumisión oficial de esclavos públicosibéricos”)93. Así pues, poco más que un esta-do de la cuestión, más berlanguiano que cos-tista, por decirlo así.

En los inicios de la tercera fase de la his-toriografía de que hablábamos, la que se abreen los últimos años del franquismo y que,como es bien sabido, en el caso de la HistoriaAntigua va unida a la creación de Cátedrascorrespondientes en la segunda década de los

sesenta, hay dos apariciones significativas. Eralógico que surgiese el problema en el másinnovador de los nuevos catedráticos en lotocante al mundo antiguo peninsular, Marce-lo Vigil, cuya orientación marxista, además,aportaba condiciones adicionales para ello. Ensu síntesis sobre la antigüedad peninsular enuna innovadora historia de España94 retomala idea de la servidumbre comunitaria refi-riéndolo a las sociedades del sur peninsular,pero afirmando también las dificultades deconocer con precisión la situación social allí,por más que asegure la existencia de clasesdiferenciadas entre las que se podrían distin-guir con claridad a los grupos altos y a losesclavos. No podía faltar aquí el texto de Jus-tino señalado que constaría ya desde el mismoreino de Tartessos la existencia de fuertesdivisiones sociales que situarían a los gruposinferiores en un estatus difícil de precisar peroque podría ser interpretado como una“semiesclavitud parecida a la de los hilotas deEsparta”, ahora puesta en relación con nues-tra inscripción que entiende podría mostraruna “situación de dependencia servil”... “unaforma de relación económica, social y jurídicapeculiar de los pueblos del Sur de la Península”95, quizás asimilable, como Mommsen habríaplanteado, a los hilotas.

Resaltan cuatro aspectos: su razonablenegativa a admitir que los casos de Carteya yotro referido a siervos públicos manumitidospor Sesto Pompeyo96 tuvieran que ver conesto, en primer lugar; en segundo, la vuelta ala interpretación del texto de Justino comouna división en ciudades –no en ordines

92 J. CARO BAROJA; “Sobre el estudio económico de la España antigua”, en Ciclos y Temas de la Historia de España. Espa-ña Antigua (Conocimiento y fantasías), Madrid, 1986, págs. 127-8 (originalmente en M. TARRADELL, Estudios de Eco-nomía antigua de la Península Ibérica, Barcelona, 1968, págs. 11 ss.); ver también su “La “Realeza” y los reyes en la Espa-ña Antigua”, en A. Tovar & J. Caro Baroja, Estudios..., págs. 81 ss.; 92 ss.; 121 ss.

93 Madrid, 1953, págs. 349-353; las citas en 351 y 352 respectivamente. Ver el sentido homenaje a Berlanga en pág. 11.94 A. CABO & M. VIGIL, Condicionamientos geográficos. España Antigua, vol. I de M. Artola, (ed.), Historia de España

Alfaguara, Madrid, 1973, págs. 250-2.95 VIGIL, España..., pág. 251.96 Bellum Hispaniense 34, 2. Sobre Carteya ver F. WULFF, “La fundación de Carteya: algunas notas”, Studia Historica,

(1989) 43-57.

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como hubiera querido Schulten– que ligaríacon la inscripción para apoyar la idea de laexistencia de “un régimen de esclavitud espe-cial que consistiría en que una ciudad pudieraextender su hegemonía sobre otras, quedandolos habitantes de estas últimas en una relaciónde dependencia servil con los de la primera, yque sería asimilado por los romanos a su régi-men de esclavitud”97; en tercero, sorprende laextensión espacial tan imprecisa: “la Andalu-cía actual”, “Los pueblos del Sur de la Penín-sula”, “los turdetanos” “los pueblos del Sur dela península que habían pertenecido con ante-rioridad al reino de Tartessos” que, porsupuesto, no pone en duda la propia existen-cia de este reino con su extensión correspon-diente; por último, el uso de Justino paradefender la presencia de clases en la épocatartésica y, a la vez, la hipótesis de la existen-cia de ese régimen de sometimiento entreciudades en la época previa a la conquistaromana. En todo caso, se limita a plantearlocomo una hipótesis y en la exigua bibliogra-fía final no faltan Costa –su ColectivismoAgrario en España–, Los Pueblos de España deCaro y la Epigrafía Jurídica de D’Ors. Peroes un signo también de los límites de lostiempos que una perspectiva que pretendeseñalar la existencia de una realidad así detrascendente y de extendida no reciba un tra-tamiento suficientemente exhaustivo.

Para que se produzca un tratamientoespecífico hay que esperar a 1977 y a un artí-culo de Julio Mangas98, perteneciente ya a laprimera generación de catedráticos discípulosdel grupo inicial, en su caso de J.M. Blázquezinicialmente y luego del mismo Vigil, y a laafirmación plena de un marxismo que se ofre-

cía como una alternativa científica y académi-ca en el campo de una Historia Antigua ycuyas previsiones de crecimiento eran opti-mistas.

Dada la época y la dogmática en juego nosorprende quizás su conclusión sobre la servi-dumbre comunitaria como “forma de depen-dencia dominante” en la Bética prerromana,su larga historia y su permanencia tras la con-quista romana y hasta el imperio, e incluso lapresencia “con toda probabilidad” de formasanálogas “en el resto del área ibérica de laPenínsula”99. Lo que sí sorprende poderosa-mente es la pretensión de originalidad, laapropiación plena de lo que ya no es unahipótesis, como en Vigil, sino de una tesis, yde una tesis, además, con propietario: elautor: “Pretendemos demostrar que en la Béti-ca prerromana los estratos sociales inferiores...no eran “esclavos” sino poblaciones enteras enrégimen de “servidumbre comunitaria”...Nuestra tesis se basa en...”100. “Los textos lite-rarios y epigráficos confirman nuestra tesissobre la servidumbre comunitaria en la Béticaprerromana”101.

No es que no hubiera habido autores pre-vios: “Otros autores, sin referirlo al modelomencionado, han reconocido elementos que nosaproximan a la forma de dependencia aludida,a pesar de que empleen una terminología dife-rente e incluso en ocasiones confusa”102; todosellos habrían aportado, pues, meras aproxima-ciones, incluido Vigil a pesar de que afirmeque “Vigil ya advirtió también que, en laregión andaluza, existió un régimen de esclavi-tud especial distinto del romano”103 o se aludaa que el propio Mommsen ya había asimiladolos lascutanos a los hilotas, en una referencia

97 VIGIL, España..., pág. 252.98 J. MANGAS, “Servidumbre comunitaria en la Bética prerromana”, Memorias de Historia Antigua 1 (1977) 151-161.99 MANGAS, Servidumbre..., pág. 159.

100 MANGAS, Servidumbre..., pág. 151. El subrayado es nuestro.101 MANGAS, Servidumbre..., pág. 156. El subrayado es nuestro.102 MANGAS, Servidumbre..., pág. 154. El subrayado es nuestro. Igual en página 155 103 MANGAS, Servidumbre..., pág. 155.

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que debe a D’Ors y a Vigil mismo104. Porsupuesto que Costa no aparece nombradosiquiera, a pesar de que también lo citaba,como sabemos, D’Ors lo que, evidentemente,hubiera puesto en entredicho la pretensión dela existencia de una “terminología diferente”para referirse a lo que el aragonés había bau-tizado ya casi un siglo antes con toda preci-sión como servidumbre ibérica y servidumbrecomunitaria.

La falta de cita o de conocimiento de lasviejas polémicas decimonónicas le permitetambién afirmar que “Hay una característicaque es fundamental y que no ha sido suficiente-mente resaltada en trabajos anteriores; nosreferimos al reflejo de la estructura social en laorganización del territorio”105 y argumentarcomo si se tratase de una novedad en el temasobre fuentes y arqueología referida a torres ysimilares que formaban parte de las referen-cias casi canónicas de aquel momento y que,como sabemos, habían sido centrales en eltratamiento de Costa.

Las referencias a las fuentes literarias, loque considera “las pruebas definitivas”106 desu tesis continúan por un camino similar: asíacepta como formas de esclavitud comunitarialas citas de esclavos en las guerras civiles queya había apuntado Costa, por supuesto sincitar ninguna referencia moderna, ni siquieraa la justificada negativa de Vigil a la más sig-nificativa de ellas107, como tampoco cita aeste autor cuando toma su interpretación deJustino-Trogo Pompeyo108. La aparición dedos referencias más que dudosas –y tambiénapuntadas en parte por Costa– al ámbito

púnico de la II Guerra Púnica no le llevan porsupuesto a plantearse vía Berlanga –al quetampoco cita– el debate sobre la posiblecaracterización fenopúnica de la servidumbreo de sus orígenes en la línea que apuntabaBerlanga y su limitación espacial y tempo-ral109. Y, significativamente, en su tratamien-to de Lascuta se limita a repetir los lugarescomunes, citando como bibliografía específi-ca sólo a Mommsen aunque tomando buenaparte de las referencias de D’Ors110.

No merece la pena profundizar en la faltade argumentos serios y la debilidad del marcoteórico marxista y no marxista en que semueve el artículo y que desaprovecha la opor-tunidad de una reflexión más medida y máscentrada. Lo significativo, y quizás indicativo,es que en el momento en el que se abren parala historia antigua, por fin y por primera vez,los marcos institucionales que habían sidonegados antes, entre otras cosas cuando sehabía impedido casi un siglo antes, la llegadaa la universidad de nuestros dos autores, untema tan crucial se pueda plantear en tales tér-minos, que no sólo no muestran diferenciasimportantes con los de ellos, sino que se per-miten ignorarlos y reivindicar para sí un sor-prendente marchamo de autoría.

Lo que sí nos corresponde aquí, paraacabar, es volver al tema central de nuestroartículo, reivindicar aquellos prometedoresorígenes del debate sobre las sociedades ibé-ricas y, cómo no, lamentar las circunstanciasque impidieron a Costa y a Berlanga cimen-tar una escuela en el campo de la historiaantigua, con otros valores científicos y, qui-

104 MANGAS, Servidumbre..., pág. 158, n. 67.105 MANGAS, Servidumbre..., pág. 153.106 MANGAS, Servidumbre..., pág. 156.107 MANGAS, Servidumbre..., pág. 158.108 MANGAS, Servidumbre..., pág. 156-7.109 MANGAS, Servidumbre..., pág. 157. Para esto y algunas críticas más es fundamental L. A. GARCÍA MORENO, “Sobre

el decreto...”.110 MANGAS, Servidumbre..., pág. 157-8; en n. 67 aparece Mommsen y la cita de D’Ors para recriminarle que, a pesar de

Mommsen, siga traduciendo servei por esclavos; en realidad D’Ors no traduce el texto y en sus referencias, como hemosvisto, habla de que los lascutanos vivían “como esclavos” o “como servi”, no que lo fueran.

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zás, con otros valores éticos, que los de quie-nes les juzgaron o les substituyeron y quepodían haber sido heredados después; yunirnos al lamento de Berlanga cuando afir-maba que “Desde que empecé a frecuentarSeminarios y Universidades, he asistido anumerosas oposiciones y, hayan sido o no segla-res los jueces, he visto constantemente exami-

nadores, desprovistos de todo conocimiento,humillar y escarnecer a opositores de reconoci-do mérito y enaltecer por el contrario a los que,no sabiendo ni aun disimular su ignorancia,se encontraban apoyados por protectores degran valía, habiendo sido siempre estériles losgritos de justa indignación y de protesta de laconciencia pública”.

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