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NACIONALISMO Y DESARROLLO DANIEL COSÍO VILLEGAS, del Colegio de México LA VERDAD D E L A S COSAS es que nosotros los latinoamericanos (los individuos y las instituciones), no estudiamos del todo nuestros problemas, o los estudiamos tarde o de manera insu- ficiente. Entonces ocurre que, al vernos forzados por alguna razón a opinar sobre ellos (como ahora yo), tratamos de re- parar nuestra desidia acudiendo a los estudios hechos por sabios europeos y norteamericanos sobre los mismos fenóme- nos, y sobre fenómenos análogos (real o falsamente análogos). Tras esta primera tragedia, viene la segunda: pronto descu- brimos que esos estudios nos ayudan poco o nada, e incluso que nos hacen caer en la trampa de creerlos válidos (total o parcialmente para las condiciones nuestras). No estoy sugiriendo, por supuesto, que en la América La- tina la gravitación universal o la selección de las especies operen o puedan operar en forma diversa de como lo hacen en Europa y Estados Unidos. Tratándose, sin embargo, de fenómenos humanos, con una fuerte, inconfundible raíz his- tórica, las variantes que ofrecen las condiciones latinoameri- canas pueden hacer inoperantes las conclusiones basadas en condiciones europeas o norteamericanas. Al mismo tiempo, de ninguna manera descarto la posibilidad de que justamente una de las formas más obvias e ingenuas del nacionalismo latinoamericano nos haga reclamar con más frecuencia de la debida, para cuanto se da en nuestras tierras, un cierto grado de singularidad si de manera fugaz nos sentimos modestos, o NOTA. LOS artículos de los señores Cosío Villegas, Medina Echavarría y Urquidi fueron presentados a la Conferencia sobre Tensiones en el Hemisferio Occidental, celebrada en Salvador (Bahía), Brasil, del 6 a! 11 de agosto de 1962, bajo los auspicios del Council on World Tensions y la Universidad de Bahía. 3*7

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N A C I O N A L I S M O Y D E S A R R O L L O

D A N I E L C O S Í O V I L L E G A S ,

del Colegio de México

L A V E R D A D D E L A S COSAS es que nosotros los la t inoamericanos

(los i n d i v i d u o s y las inst i tuciones) , n o estudiamos d e l todo

nuestros problemas, o los estudiamos tarde o de m a n e r a i n s u ­

ficiente. Entonces ocurre que, a l vernos forzados p o r a l g u n a

razón a o p i n a r sobre ellos (como ahora yo), tratamos de re­

parar nuestra desidia a c u d i e n d o a los estudios hechos p o r

sabios europeos y norteamericanos sobre los mismos fenóme­

nos, y sobre fenómenos análogos (real o falsamente análogos).

T r a s esta p r i m e r a tragedia, viene l a segunda: p r o n t o descu­

b r i m o s q u e esos estudios nos a y u d a n poco o n a d a , e i n c l u s o

que nos hacen caer en l a t r a m p a de creerlos válidos (total o

par c ia lmente p a r a las condiciones nuestras).

N o estoy sugir iendo, p o r supuesto, que en l a A m é r i c a L a ­

t i n a l a gravitación u n i v e r s a l o l a selección de las especies

operen o p u e d a n operar en f o r m a diversa de como l o hacen

e n E u r o p a y Estados U n i d o s . Tratándose , s in embargo, de

fenómenos humanos , c o n u n a fuerte, i n c o n f u n d i b l e raíz his­

tórica, las variantes que ofrecen las condiciones l a t i n o a m e r i ­

canas p u e d e n hacer inoperantes las conclusiones basadas e n

condiciones europeas o norteamericanas. A l m i s m o t iempo,

de n i n g u n a m a n e r a descarto l a p o s i b i l i d a d de que justamente

u n a de las formas más obvias e ingenuas de l n a c i o n a l i s m o

l a t i n o a m e r i c a n o nos haga rec lamar con más frecuencia de l a

debida , p a r a cuanto se d a en nuestras tierras, u n cierto grado

de s i n g u l a r i d a d si de m a n e r a fugaz nos sentimos modestos, o

N O T A . L O S artículos de los señores Cosío Villegas, M e d i n a Echavarría y U r q u i d i fueron presentados a la Conferencia sobre Tensiones en e l Hemisferio Occidental , celebrada en Salvador (Bahía), Brasi l , del 6 a ! 11 de agosto de 1962, bajo los auspicios del Counc i l on W o r l d Tensions y la Universidad de Bahía.

3 * 7

3 1 8 D A N I E L C O S Í O V I L L E G A S FI I I I — 3

la unicidad absoluta si priva en nosotros una exigencia im­petuosa.

T O D O S S A B E M O S , desde luego, que la idea y el fenómeno del nacionalismo han despertado el interés de una verdadera le­gión de historiadores, sociólogos, teóricos de la política y aun filósofos, europeos y norteamericanos, y que de dos de ellos, por lo menos —Hans Kohn y Carleton Hayes— puede decirse que lo han estudiado a lo largo de sus vidas, singularmente largas, por añadidura. En el caso de Kohn cabe afirmar algo más todavía: considera tan importante y tan general este fenómeno, que le parece propio llamar "la era del naciona­lismo' ' a toda la historia moderna de Europa, es decir, la que se extiende desde fines del siglo xvm hasta nuestros días.

Pues bien, no parece que haga falta emprender un estu­dio muy a fondo de las obras de estos y otros autores para darse cuenta de que su utilidad es muy relativa; la caracte­rización que hacen del fenómeno del nacionalismo europeo, y los orígenes históricos que le atribuyen, no concuerdan a veces sino parcial o inseguramente con las situaciones propias de la América Latina; en otras ocasiones, apenas pueden des­pertar en nosotros el deseo o la curiosidad de tomarlos como guía para descubrir los que en verdad corresponderían a esas situaciones; por último, casos hay en que se presiente, o se sabe con alguna certeza, que aun ese esfuerzo sería estéril, pues no se descubre semejanza alguna con las observaciones (seguramente válidas) que han inspirado a esos autores los hechos y las ideas de Europa y de Estados Unidos.

Pueden citarse uno o dos ejemplos, con un fin meramente ilustrativo. Parece aprovechable la observación de Hans Kohn de que en los países donde el dominio popular (o el "tercer poder") llegó primero a su plenitud, el nacionalismo se tra­dujo muy pronto en cambios importantes de la organización y las instituciones económicas y políticas, y que, por el con­trario, en los países donde ese proceso fue más lento o sólo alcanzó resultados parciales, el orden cultural fue el afectado por los cambios. Los historiadores han señalado, en efecto, como la primera manifestación cierta del nacionalismo me-

FI I I I — 3 N A C I O N A L I S M O Y D E S A R R O L L O 3 1 9

xicano, los escritos de u n g r u p o de jóvenes y sabios jesuitas,

que se p u b l i c a n y d i f u n d e n a fines de l siglo x v m .

E n c amb i o , n o puede r e p r i m i r s e l a d u d a ante esta afir­

mación r o t u n d a de K o h n : e l nac iona l i smo es inconcebib le s in

l a idea de l a soberanía p o p u l a r , y, p o r l o tanto, n o puede

ser anter ior a l estado. Parte de los países lat inoamericanos (si

es que no de todos) b i e n p u d i e r a revelar que l a noción de l a

soberanía p o p u l a r , o n o existe o es tan confusa que apenas

podría tomársela como u n a condición determinante de esos

movimientos i n d u d a b l e m e n t e nacionalistas. Es cuanto a l es­

tado m o d e r n o , si se tratara tan sólo de su idea, l a observación

de K o h n sería ya d iscut ib le , pero si se re f i r iera a l a r e a l i d a d

del estado m o d e r n o , entonces habría que descartarla s i n vaci­

lar , pues en n i n g u n o de los países lat inoamericanos es posi­

ble señalar hasta l a fecha l a existencia de u n verdadero esta­

do m o d e r n o .

Pero, después de todo, tampoco cabe afligirse de m a n e r a

innecesaria p o r esta d i f i c u l t a d (o i m p o s i b i l i d a d ) de transplan-

tar a nuestra A m é r i c a observaciones y conclusiones hechas

o r i g i n a l m e n t e p a r a E u r o p a y Estados U n i d o s . E l m i s m o H a n s

K o h n admite que hay diferentes clases o tipos de nacional is­

m o , o sea que cada u n o h a nacido y se h a desenvuelto de

maner a diversa e n partes dist intas del globo. T o d a v í a más:

K e d o u r i e , u n agudo estudioso inglés de l n a c i o n a l i s m o , ase­

g u r a tajantemente que l a idea d e l n a c i o n a l i s m o es p r o p i a de

l a E u r o p a m o d e r n a , y que fuera de e l la no se h a dado, n i

tampoco es e l la m i s m a antes del siglo x v m (contradice así a

K o h n y a Hayes quienes l o estudian en l a G r e c i a clásica y

a u n en las organizaciones tribales). Cabe intentar , pues, u n

esquema d e l or igen y de los rasgos dominantes d e l , nacio­

n a l i s m o l a t i n o a m e r i c a n o .

T E N G O L A I M P R E S I Ó N de que los románticos y los marxistas

son quienes más h a n p i n t a d o y rep intado, con prec ios idad y

reiteración, el l ienzo de u n vasto paraíso autóctono anter ior

a l descubr imiento y l a conquis ta que de estas tierras h i c i e r o n

españoles y portugueses a fines del siglo x v y p r i n c i p i o s del

x v i . E n esencia, ese c u a d r o paradisíaco presenta en p r i m e r

32o D A N I E L C O S Í O V I L L E G A S FI I I I — 3

plano, con trazos y colores deslumbradores, dos o tres civili­zaciones indígenas, la maya, la náhuatl, la incaica, digamos, que habían llegado a ser verdaderamente grandes y a tener todos los atributos de estabilidad y complejidad de una so­ciedad hecha y derecha. En el trasfondo del lienzo, en este o aquel rincón, con tonos bucólicos, se pintan algunos grupos indígenas pobres y primitivos, pero que gozan de la bendi­ción inestimable de vivir libremente, de sentirse dueños de la tierra que pisan y capaces de afianzar su existencia y hasta de desenvolverla con sus propios recursos.

En este gran lienzo idílico hay, como en toda obra de arte (así sea de pincel marxista, y más todavía si es de paleta romántica), elementos y aun sectores enteros ficticios, pero también aspectos verdaderos o próximos a la verdad. No puede dudarse, por ejemplo, de la grandeza, de la compleji­dad y del adelanto de las civilizaciones maya o incaica, para citar sólo a dos de las más conocidas. Y puede uno aceptar sin mayores dudas que entonces, como hoy, hasta las pobres y primitivas preferían la soledad y el atraso al sojuzgamiento.

Algunos elementos correctivos, sin embargo, deben intro­ducirse aquí. No han faltado antropólogos, arqueólogos e his­toriadores que han hecho la observación de que aun las gran­des civilizaciones indígenas se encontraban a fines del si­glo xv en una situación desconcertante: no parecían estar ya en pleno florecimiento, ni tampoco encontrarse en los albores de una nueva época de expansión. A l contrario, daban la impresión de que habían llegado al límite extremo de su desarrollo, o, por lo menos, que pasaban por una crisis de crecimiento que las tenía sumidas en una especie de letargo. La causa general —y un tanto vaga, es verdad— aducida, es que sus recursos físicos y humanos habían dado ya sus me­jores frutos, y que tenían agotadas las posibilidades de reno­vación que supone la lucha y la mezcla de razas y de civili­zaciones distintas. Por otro lado, no parece m u y fundada la esperanza de que si esto ocurría con las sociedades indígenas más avanzadas, se salvaran de esa situación, al menos de un modo inmediato, las organizaciones más primitivas (algunas, en realidad, tribus simplemente nómadas).

FI I I I — 3 N A C I O N A L I S M O Y D E S A R R O L L O 3 2 1

L a f a l l a m a y o r d e l paraíso autóctono, más que e n i n v e n ­

tar esa p i n t u r a idíl ica de las c ivi l izaciones indígenas ameri­

canas en vísperas d e l descubr imiento y l a conquista , r a d i c a ,

p o r u n a parte, en suponer que podía haberse p r o l o n g a d o de

manera i n d e f i n i d a e l a is lamiento de l continente occ identa l

u n a vez i n i c i a d a l a era que n o en balde se l l a m a de " los gran­

des descubrimientos"; y, p o r otra parte, en o l v i d a r que esas

civi l izaciones habían v i v i d o hasta el siglo x v s i n e l benef ic io

de l a l e v a d u r a tan constante y tan vigorosa que en E u r o p a

representaron los cruces viejísimos y cont inuos de razas, len­

guas, rel igiones, arte, de c ivi l izaciones y culturas enteras, en

r igor . E n f i n , si los marxistas y los románticos se h a n l a n ­

zado a p i n t a r con colores t iernos o arrebatados a l paraíso

autóctono, es p o r q u e los pr imeros s in confesarlo, y los se­

gundos proclamándolo, añoran y l a m e n t a n l a destrucción o

el sojuzgamiento que de esas civi l izaciones h i c i e r o n los con­

quistadores le España y P o r t u g a l . A q u í a más de l a f a l l a de

no considerar y a u n de n o a d m i t i r l a i n e v i t a b i l i d a d de u n a

confrontación de las cul turas indígenas c o n l a occidental euro­

pea, habría de caracterizar aquéllas y ésta p a r a explicarse l a

imposición de E u r o p a sobre América .

I N D E P E N D I E N T E M E N T E D E L A S opin iones y de los gustos de unos

y otros, l a r e a l i d a d histórica es que, en efecto, las sociedades

indígenas, avanzadas o p r i m i t i v a s , estables o trashumantes,

fueron sometidas, y en gran m e d i d a destruidas. E n este he­

cho, u n o de los más lejanos de nuestra h is tor ia , parece ha l lar­

se el or igen remoto de b u e n a parte de l nac iona l i smo d e l que

hoy gozan, o que hoy padecen, nuestros países, sobre todo,

p o r supuesto, de aquel los en que e l pasado indígena fue i m ­

portante. A ese hecho histórico, se h a sumado después, p a r a

s u b l i m a r el n a c i o n a l i s m o , l a idealización d e l i n d i o y de sus

obras.

¿Qué puede s igni f icar p a r a ellas el s imple hecho d e l des­

c u b r i m i e n t o ? D e m a n e r a i n e v i t a b l e debió parecerles, p r i m e ­

ro, u n a i m p e r t i n e n c i a i r r i t a n t e , de i g u a l ca l ibre a l a que co­

mete u n sujeto que se trepa a u n a b a r d a p a r a espiar l o que

ocurre en el s a n t u a r i o de u n a casa p r i v a d a ; y después, tam-

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bien inevitablemente, debió parecerle un negro presagio de que a esa impertinencia iba seguir algo muchísimo más grave.

Y siguió la conquista, que, como toda conquista, fue in­vasión, guerra, destrucción, pillaje y dominación. En el caso que nos interesa, varias circunstancias agravaron sus efectos destructores desmoralizantes. Los historiadores parecen estar de acuerdo en que sus móviles más enérgicos fueron el lucro y la catequización religiosa. El lucro tenía que conducir, sin remedio, al pillaje, desenfrenado en el caso del conquistador considerado como individuo, organizado, metódico, pero no menos extenuante, en el caso del estado. Cuando el pillaje dejó de ser tan notoriamente vandálico, el lucro siguió ope­rando en detrimento de las colonias españolas y portuguesas. Primero, porque las dos naciones conquistadoras (como todas las de Europa, por lo demás) creían entonces que el oro era la riqueza misma o la clave para obtenerla. Así, la economía impuesta por España y Portugal se enderezó primariamente a la extracción de los metales preciosos, y a las necesidades de ella se sujetaron la mano de obra, los transportes, la agri­cultura, el comercio, las finanzas, etcétera. Con el oro que Es­paña y Portugal sacaron de América aumentaron su poderío político y marítimo, y luego sus industrias, con la consecuen­cia de que las colonias, a más de proporcionar el oro y la plata, tenían que consumir las manufacturas metropolitanas sin poder ensayar siquiera su propio desarrollo industrial. No deja de ser simbólico que en 1810, el año en que se ini­cia en México la rebelión militar y política para conseguir la independencia nacional, el gobierno español ordenara la des­trucción de un plantío de moreras del cura Miguel Hidalgo, del iniciador, el caudillo y mártir de esa rebelión. Todas estas circunstancias le dieron al desenvolvimiento económico de las colonias un sesgo forzado, a veces violento. No fue un proceso "natural", es decir, dictado por sus propias necesida­des y no por las del dominador.

El móvil religioso no tuvo mejores consecuencias: las re­ligiones propias de los indios fueron declaradas, lógicamente, no sólo falsas, sino paganas e idolátricas; por lo tanto, la casta sacerdotal fue suprimida y los templos destruidos y arra-

FI I I I — 3 N A C I O N A L I S M O Y D E S A R R O L L O 3 2 3

sados, y las creencias y las prácticas penadas c o m o u n pecado

c a p i t a l . Puede imaginarse e l grado de subversión que t o d o

esto significó si se recuerda q u e las c iv i l izac iones indígenas

eran, más que n a d a , sociedades teocrá t i c o - m i l i tares: vencidos

sus ejércitos y destruidas sus rel igiones, los dos grandes sopor­

tes en que descansaban, se d e s p l o m a r o n l i teralmente, y, a l

caer p o r t ierra , se h i c i e r o n añicos.

A l descubr imiento y l a c o n q u i s t a siguió l o que los histo­

riadores l l a m a n l a Colonización, es decir, u n a dominación

de l a que h a n desaparecido las formas más violentas de l a

opresión. A esa etapa se l legó m u y rápidamente, pues a l en­

frentarse c o n l a occ identa l europea, a u n las más avanzadas de

las c ivi l izaciones indígenas resul taron débiles y atrasadas: e l

i n d i o americano no conocía las armas de fuego n i las de ace­

r o ; tampoco el cabal lo n i l a r u e d a . L u e g o , E u r o p a trajo a

A m é r i c a armas ideológicas que h a b r í a n de resultar todavía

más destructoras que e l arcabuz y l a espada; u n a de ellas, de

u n poder corrosivo i n c a l c u l a b l e , fue e l i n d i v i d u a l i s m o , que

pulverizó las sociedades indígenas, eminentemente colectivis­

tas, donde el g r u p o era todo y e l i n d i v i d u o u n a m e r a partí­

c u l a suya.

E n todo caso, l a colonización n a d a significó e n e l sent ido

de volver a dar a l g u n a autonomía a las comunidades indíge­

nos, o a los nuevos grupos mestizos que se i b a n f o r m a n d o .

Baste recordar que en e l terreno polít ico, p o r ejemplo, en

los dos siglos o dos siglos y m e d i o de "colonización", toda l a

a u t o r i d a d estaba en l a c o r o n a española; l a que tenían sus

representantes en A m é r i c a era sólo u n a a u t o r i d a d d e r i v a d a

o secundaria. Pues b i e n , esta ú l t ima n o fue ejercida n u n c a

p o r e l i n d i o o e l mestizo, y n i s i q u i e r a p o r el c r i o l l o , o sea

e l h i j o de padres españoles n a c i d o y a en América.

N o se trata aquí , p o r supuesto, de hacer u n balance de

l a dominación española y portuguesa en América; de p o n e r

sus beneficios en u n o de los p l a t i l l o s de balanza y sus per­

ju ic ios en el otro, p a r a aver iguar cuáles pesan más. Sólo se

pretende recalcar u n hecho: los tres siglos de esa dominación

dejaron inevi tablemente , en el h o m b r e y en l a t ierra ameri ­

canos, u n a h u e l l a i m b o r r a b l e de l a intromisión extraña, aje-

D A N I E L Cosío V I L L E G A S FI IIÍ-3

na a América, y en consecuencia, dejaron también la simiente de un nacionalismo exaltado, de aquel que se nutre en ex­periencias históricas perdurables.

S E M E J A N T E N A C I O N A L I S M O no sólo se manifiesta en la rebe­lión militar, política y moral que en 1825 da * a independen­cia nacional a los actuales países latinoamericanos, sino en hechos más hondos y más significativos. Que yo sepa, nin­guno de los prohombres de la época repasó a fondo la larga experiencia del gobierno español en América para ver si no habría en ella elementos aprovechables en la vida nacional de los nuevos países; por ejemplo, una autoridad ejecutiva, central y fuerte, que permitiera al estado acaudillar, en fun­ción de los intereses y aspiraciones nacionales, el desarrollo económico y social. Las personalidades y los grupos políticos que favorecieron el "centralismo" tuvieron siempre un signo "reaccionario" y no progresista, es decir, querían retardar el avance hacia la independencia real reteniendo las formas del gobierno español, pero de ninguna manera se proponían usar los elementos aprovechables de éste para acelerar y afianzar la independencia.

Lejos de repasar esa experiencia de tres siglos a la luz de su posible aprovechamiento, repudiaron apasionada, ciega­mente, cuanto olía a España, y adoptaron la filosofía y las instituciones políticas de Francia, de Estados Unidos y aun de Inglaterra —las más alejadas de su situación de entonces.

Esta irreflexividad, inmadurez, si así se la quiere llamar, echó a andar un proceso hondo y continuo, que se inicia con la independencia y que subsiste y se agiganta en el día de hoy, y que quizás sea el mirador más alto para contemplar y entender la historia "verdadera" de nuestros países. Por un lado, el latinoamericano busca en el extranjero las soluciones a sus problemas; las estudia, las admira y confiadamente las adopta hasta el grado de poner la vista, el oído, el olfato y el tacto en el exterior, con el resultado de no darle a su pro­pio suelo sino la espalda, aquella parte del cuerpo donde no está radicado ninguno de los sentidos. Estudia, conoce y com­para el pensamiento y las instituciones políticas de los países

FI I I I — 3 N A C I O N A L I S M O Y D E S A R R O L L O 3 2 5

"más avanzados"; se recrea en e l aprendizaje y en e l d o m i ­

n i o de las lenguas extranjeras; se suma enardecido — c o m o

si él los h u b i e r a i n v e n t a d o — a los grandes movimientos

l i terarios , artísticos o filosóficos de c u a l q u i e r parte del m u n ­

d o ; derrocha todo su d i n e r o , despliega sus mejores sonrisas y

usa los más finos modales p a r a r e c i b i r en casa a l forastero.

E n suma, a d m i r a e i m i t a c u a n t o le parece grande, be l lo y

ú t i l d e l extranjero. Este proceso, que h a d u r a d o más de siglo

y m e d i o , h a p r o d u c i d o en el l a t i n o a m e r i c a n o — c o m o l o h a

observado A l f o n s o R e y e s — l a s e n s i b i l i d a d más f ina, más ex­

q u i s i t a que existe en l a t ierra p a r a conocer y gozar de l o aje­

n o , y también p a r a recrearlo y hacer lo suyo.

P o r otro lado, a l a e x p e r i e n c i a secular de l a opresión es­

p a ñ o l a y portuguesa, que crea e l sent imiento y e l afán nacio­

nal i s ta , se añaden a h o r a las consecuencias de ese proceso de

admirac ión e imitación de l o extranjero. R a r a vez — o n u n ­

c a — d a los mejores resultados posibles el trasplante íntegro,

t a l cua l , de u n a idea, de u n a institución y a u n de u n a s i m p l e

m o d a extraña. E n el mejor de los casos, el traje resulta

a n c h o o estrecho, largo o corto, y l o que menos puede infe­

rirse de u n a exper iencia repet ida de esta clase, es que l a tela

puede v e n i r de fuera, pero que l o mejor es conf iar lo a u n

c o r t a d o r indígena. D e all í se pasa a i m p o r t a r l a l a n a p a r a

fabr icar u n o m i s m o l a tela; después, a cr iar las ovejas, y, f i ­

na lmente , a p r o c l a m a r a g r i t o pelado, o urbi et orbi (como

se diría ref inadamente) , que D i o s m i s m o se cobi ja con las

telas que tejen desde hace más de cuatrocientos años los i n ­

dios tlaxcaltecas.

P e r o l o que más h a c o n t r i b u i d o a exaltar el nac ional i smo

h i s p a n o a m e r i c a n o son otros dos factores; u n o q u e operó desde

e l p r i m e r m o m e n t o , y o t ro que h a empezado a actuar a par­

t i r de l a p r i m e r a guerra m u n d i a l .

E l p r i m e r o es lo que f a m i l i a r m e n t e se l lamaría " l a d u r a

r e a l i d a d de l a v i d a c o t i d i a n a " . Pongamos u n solo ejemplo.

T o d o s los países la t inoamericanos n a c i e r o n a l a independen­

c i a s i n los recursos económicos necesarios p a r a sostenerla y

menos p a r a hacer la fecunda. E l poco d i n e r o que había era

d e l conquis tador y de l a ig lesia católica, y como el m o v i -

326 D A N I E L C O S Í O V I L L E G A S FI I I I - 3

miento de independencia se enderezó contra ambos, el dinero huyó o se ocultó.

Los gobiernos acudieron a Londres, entonces casi el único mercado de capitales. Pues bien, recordar hoy, a un siglo o siglo y cuarto de distancia, las condiciones en que consiguie­ron allí sus primeros empréstitos, engendra una reacción de absoluta incredulidad. En 1824, P o r ejemplo, el gobierno de México lanzó en Londres bonos del 5 % por la cantidad de 3.200,000 libras esterlinas; la casa Goldschmidt y Cía. com­pró esos bonos al 50 % de su valor nominal; además, dedujo de inmediato 10,547 libras por gastos de operación y 305,496

por amortización e intereses adelantados. El resultado neto de la operación fue que, a cambio de recibir real, positiva­mente, 1.283,957 libras, el gobierno de México adquirió la obligación de pagar 3.584,000, o sea, no muy lejos de tres tan­tos más.

No fue éste el único ni el peor de los casos, por supuesto: no el único, porque echar a andar con el motor de un mise­rable millón de libras esterlinas la economía de un país de cuatro millones de kilómetros cuadrados y de diez o doce millones de habitantes, era francamente imposible; y no fue el peor de los casos porque, al no pagarse el primer emprés­tito, las condiciones impuestas para conseguir el segundo fue­ron muchísimo más desventajosas. Pero no paró allí la his­toria: los convenios que ampararon los primeros empréstitos habían sido hechos entre un gobierno latinoamericano y éste o aquél particular inglés; pero pronto el gobierno inglés (co­mo el francés o el español y el norteamericano) exigió que esos convenios fueran de gobierno a gobierno, que los présta­mos se ampararan con un tratado internacional. Y como el mayor y más seguro ingreso que Latinoamérica tuvo durante ca­si todo el siglo xix eran los impuestos a la importación, pronto también se vio a funcionarios extranjeros apostados en las principales aduanas del país en cuestión cobrando ellos mis­mos los impuestos, deduciendo lo que debía pagarse al acree­dor extranjero y pagándolo, y, ai final, en último término tras­pasando el sobrante —si lo había— al infeliz gobierno latino­americano. Y quedaba muy poco: todavía en 1861, el pago

FI I I I — 3 N A C I O N A L I S M O Y D E S A R R O L L O 3 2 7

de l a d e u d a inglesa se l levaba e n M é x i c o el 79 % de l a recau­

dación a d u a n a l ; a eso había que agregar l o que debía pagarse

a F r a n c i a y España. A M é x i c o le q u e d a b a exactamente e l

1 0 % .

Pero e l proceso n o se detuvo all í : a l a f i r m a de convenios

internacionales que h i c i e r o n de los gobiernos extranjeros los

abogados y los representantes directos y ostensibles del acree­

d o r p a r t i c u l a r extranjero; a l f u n c i o n a r i o extranjero que se

ins ta laba e n suelo ajeno para ejecutar esos convenios, siguie­

r o n en no pocas ocasiones las escuadras y los ejércitos de ocu­

pación. Así , México p u d o ver cómo en L o n d r e s se f i r m a b a

e l 31 de octubre de 1861, u n convenio en v i r t u d del c u a l las

tres potencias signatarias, Ing laterra , F r a n c i a y España, envia­

r ían a M é x i c o las escuadras y los ejércitos necesarios p a r a

hacer efectivos sus créditos; y v i o también a los ejércitos fran­

ceses que, como de paso, imponían u n m o n a r c a extranjero y

le hacían a l país toda u n a guerra general que duró seis

largos, in terminables años. Y c u a n d o M é x i c o vence en l a

g u e r r a y resuelve fusi lar a l emperador traído p o r los franceses,

expresando así su decisión de acabar para siempre con l a i n ­

tromisión y el yugo extranjero, F r a n c i a y España, Inglaterra

y A u s t r i a , como Bélgica y Estados U n i d o s , l o declaran u n

p u e b l o de salvajes.

N o todas estas lecciones de " l a d u r a v i d a c o t i d i a n a " tu­

v i e r o n su or igen en las deudas que contraían en el extranjero

los países la t inoamericanos; s in embargo, p o r u n a razón o p o r

otra , el saldo trágico de las relaciones que tuv ieron con el

ex ter ior durante los c i e n pr imeros años de v i d a " i n d e p e n ­

d i e n t e " puede medirse con el caso de México ; México pierde

e n 1848 a manos de Estados U n i d o s más de l a m i t a d de su

t e r r i t o r i o ; de 1850 a 1885, fuerzas locales o federales norte­

americanas cruzan y recruzan l a f rontera p a r a internarse e n

t e r r i t o r i o m e x i c a n o ; e n 1914 fuerzas navales y terrestres de

Estados U n i d o s o c u p a n el puer to de V e r a c r u z y establecen

en él u n gobierno m i l i t a r ; en 1916 i n c u r s i o n a n b i e n adentro

d e l t e r r i t o r i o m e x i c a n o 15,000 soldados norteamericanos bajo

e l m a n d o d e l general P e r s h i n g . C o n F r a n c i a tuvo México dos

guerras, en 1838 y 1862-67; Ing la terra y España, p o r su parte,

328 D A N I E L C O S Í O V I L L E G A S FI III-3

bloquearon más de una vez puertos mexicanos, y aun des­embarcaron en ellos algunas tropas. Creo que esto es bastante.

Por supuesto que siempre hubo "motivos" que pretendían explicar esos hechos; pero no puede dudarse de que los países ofendidos jamás aceptaron que hubiera razones jurídicas o morales. La conclusión es que en las páginas más negras de nuestra historia aparece siempre la mano más negra todavía del negociante extranjero, del gobierno extranjero, del diplo­mático extranjero, del soldado extranjero.

E L O T R O F A C T O R Q U E H A reavivado el nacionalismo latinoame­ricano durante los últimos treinta años, digamos, es que los países que fueron sus modelos tradicionales han dejado de serlo en gran medida; su grado de progreso sigue siendo ma­yor, y, si se quiere, ha aumentado su ventaja relativa; pero, aun así, ninguno puede jactarse de haber resuelto siquiera uno de los problemas humanos fundamentales: el del bienes­tar general, el de la paz, el de la igualdad, el de la felicidad, en suma. Ante ese espectáculo, al cual debe agregarse el desencanto o la duda que los mismos países modelos tienen ahora de muchas ideas e instituciones suyas, el latinoameri­cano ha acabado por creer que, después de todo, no está tan atrasado como antes lo creía, y que no es él tan torpe como otros habían dicho.

Aparte de este proceso muy humano de creer que uno crece porque el vecino se acorta, hay un nacionalismo en la América Latina que cabe considerar; es, desde luego, antiguo (de él se encuentran algunas muestras en el siglo xvni), es­pontáneo, irracional, en general de mal gusto, y cosa cu­riosa, se manifiesta no ya en la América Latina como unidad frente al mundo exterior, sino en un país latinoamericano con respecto a otro país latinoamericano. En cualquiera es general la idea de que en él se dan todos los frutos de Eu­ropa más muchos otros que sólo en la América se dan. Y se cree también que si un árbol es singularmente hermoso, se debe a que creció en suelo colombiano o chileno, y no por­que resultó ser un espécimen excepcional que, de haberse plantado en Estados Unidos, se habría dado también hermo-

FI I I I — 3 N A C I O N A L I S M O Y D E S A R R O L L O 3 2 9

sámente. Pero , además, e l c o l o m b i a n o cree que en su país se

h a b l a y se escribe e l mejor español, g l o r i a que le d i s p u t a n

perseverantemente, p o r l o menos, e l peruano y e l m e x i c a n o .

E L N A C I O N A L I S M O D E L O S pueblos de l a América Hispánica es,

pues, m u c h o más ant iguo, más h o n d o , menos v e r b a l y más

consecuencia de verdaderas y m u y amargas experiencias his­

tóricas y de sacrificios materiales y humanos que e l nac iona­

l i smo de muchos otros pueblos "subdesarrol lados". L o s i n d i o s

americanos fueron "descubiertos", como se sabe, p o r error,

pues el objet ivo de Cristóbal C o l ó n , era dar con A s i a . A u n

así, n o se les dejó en paz: su dominación data de p r i n c i p i o s

de l siglo x v i , d u r a tres siglos cont inuos, y l a ejercen España

y P o r t u g a l , los dos p r i m e r o s i m p e r i o s coloniales de l a h i s t o r i a ,

y, en consecuencia, menos experimentados, menos alertas y

menos i lustrados de l o que fueron más tarde H o l a n d a , F r a n c i a

e Inglaterra , p o r ejemplo. Esa dominación se ejerce en u n a

época en que e l derecho i n t e r n a c i o n a l no rec lama p a r a sí l a

naturaleza de u n a n o r m a jurídica, cuando n o existen las cor­

tes internacionales de just ic ia , l a opinión públ ica y los orga­

nismos internacionales; antes b i e n , se ejerce e n u n a época

en que es posible presentar a l m u n d o la? conquista y l a d o m i ­

nación de todo u n cont inente bajo el m a n t o piadoso de u n a

" c o n q u i s t a e s p i r i t u a l " ; ganar p a r a el catol ic ismo (la única

rel igión verdadera, p o r supuesto) a pueblos paganos e idóla­

tras. P o r si algo fa l tara, los pr imeros c incuenta o setenta

años de l a v i d a independiente de los pueblos la t inoamericanos

c o i n c i d e n con l a peor época, l a más agresiva y descarnada,

d e l i m p e r i a l i s m o extranjero, cuyas víctimas predilectas fueron

también esos pueblos.

T o d o esto le da a l n a c i o n a l i s m o l a t i n o a m e r i c a n o u n ca­

rácter bastante s ingular ; su n a c i m i e n t o m i s m o , y su fuente

constante de al imentación, ra ra vez h a sido l a fe en los valores

propios , l a idea de que los lat inoamericanos poseen prendas

intelectuales y morales n a d a comunes, l a creencia de que tie­

ne por delante u n a misión o u n destino superior , y de que

cuentan c o n los recursos necesarios p a r a c u m p l i r l o s . L a regla

h a sido que ese n a c i o n a l i s m o nazca, crezca y se s u b l i m e como

33o D A N I E L C O S Í O V I L L E G A S FI III-3

una reacción de protesta, de recelo y aun de odio o de des­precio por los agravios (la mayor parte de ellos reales, pero no pocos imaginarios) que han recibido de individuos, de empresas y de gobiernos extranjeros. Nada de extraño tiene, así, que la actitud nacionalista de los latinoamericanos sea predominantemente negativa e irracional frente a la ayuda exterior que se les ofrece y que ellos mismos buscan para su desarrollo económico y social.

En realidad, los países latinoamericanos, en esto de la ayu­da exterior —como en mil cosas más— tienen una larga ex­periencia. En la etapa cruda y desconsiderada del imperia­lismo a la que ya nos hemos referido, sucedió lo que se ha llamado la "penetración pacífica" visible, digamos, hacia 1875 o 1880. Todos, sin excepción, deben al capital y a la técnica extranjera sus primeros y aun todos sus ferrocarriles, más el telégrafo, el teléfono y las comunicaciones marítimas; los pri­meros servicios bancarios; las explotaciones modernas de yaci­mientos mineros y petrolíferos, e incluso muchas de sus mejo­res empresas agrícola y ganaderas. No creo que sea exagerado afirmar que a ese capital y a esa técnica extranjeros deben cuanto de moderno o de nuevo, cuanto de siglo xx (o, por lo menos de siglo xix), tenían, digamos, hasta 1920.

Lógicamente debiera uno suponer que si es así de grande y de palpable su deuda, los países latinoamericanos deberían estar agradecidos al capitalismo extranjero y desear y bus­car —hoy más que nunca, pues está tan de moda la idea de un desenvolvimiento acelerado— más capital y más técnica extranjeros. Pues no es así, y para avanzar algo en el proble­ma podría decirse que racionalmente los desean y los bus­can, pero que emocional, irracionalmente, los temen y los rechazan.

¿Por qué? En primer lugar, porque la experiencia ante­rior, la de la "penetración pacífica", no fue, ni mucho me­nos, satisfactoria, ¿Por qué de nuevo? Por dos razones prin­cipales: la primera es el descubrimiento y la comprobación de que el afán de lucro (comprensible y legítimo) del inver­sionista extranjero, y las necesidades y aun los gustos de los países que reciben la inversión, rara vez coinciden; la segunda

Fl I I I — 3 N A C I O N A L I S M O Y D E S A R R O L L O 3 3 1

es e l descubr imiento y l a comprobación de que a l a penetra­

ción económica suele seguir l a penetración política.

P a r a c o m p r o b a r l a segunda observación, basta ver q u e los

países la t inoamericanos (como todos los subdesarrollados) pre­

fieren s iempre que es posible el préstamo de u n a organización

i n t e r n a c i o n a l a l a de u n gobierno, y, en ú l t imo caso, e l prés­

tamo de u n a empresa p a r t i c u l a r a l de u n gobierno extran­

jero. P a r a c o m p r o b a r l a p r i m e r a afirmación basta considerar

e l caso de los ferrocarri les: en general fueron construidos, no

para favorecer e l desarrol lo i n t e r n o , armónico, de l país, s ino

para sacar de él las materias pr imas en cuya elaboración es­

taba interesada l a i n d u s t r i a extranjera. Y puede considerarse

también e l caso de u n a b e b i d a refrescante, espantosa p o r su

color, p o r su sabor y a u n p o r su olor , y que ahora se vende

e n todo el cont inente y a u n en el m u n d o entero. ¿ T i e n e

algo que ver e l d i n e r o que se gasta en su producción y en

su embote l lamiento , y sobre todo en su p u b l i c i d a d y e n su

distribución, c o n e l desarrol lo de los países atrasados? E n

este caso p a r t i c u l a r — ¡ y en tantos otros !—, e l inversor extran­

jero n o sólo h a pasado p o r a l to los verdaderos deseos y las

necesidades fundamentales de esos países, s ino que h a ofen­

d i d o a sus habitantes a l exigir les que estropeen su p a l a d a r

hasta e l extremo de perder todo sentido de l b u e n gusto con

e l f i n de ayudar a crear " u n c l i m a p r o p i c i o , , p a r a las inver­

siones extranjeras.

P O R S U P U E S T O Q U E E N L O S últ imos q u i n c e o veinte años l a

situación h a c a m b i a d o m u c h o ; pero h a cambiado tanto en

u n sentido favorable como en el sentido adverso. E n el sen­

t i d o favorable, en el d e l e n t e n d i m i e n t o entre el país d o n a d o r

de l a ayuda técnica o f i n a n c i e r a y el país beneficiante de

e l la , cuentan varios factores. E n primerísimo lugar, l a obra

de las organizaciones internacionales: las Naciones U n i d a s y

sus organismos especializados; las Comisiones económicas

Regionales; el P r o g r a m a de Asistencia Técnica; el F o n d o Es­

pecia l ; el B a n c o y el F o n d o M o n e t a r i o I n t e r n a c i o n a l ; la O r ­

ganización de Estados A m e r i c a n o s y sus Programas de Becas

y Cátedras; el B a n c o I n t e r a m e r i c a n o de Desarro l lo , etcétera.

332 D A N I E L C O S Í O V I L L E G A S FI I l l - g

Ha ayudado mucho también la liquidación casi cabal del im­perialismo político y un mayor entendimiento de las suscepti­bilidades y del recelo de los países pobres por parte de las grandes potencias o los antiguos países imperiales.

Pero ha empeorado la situación porque nunca ha sido tan exaltado y ciego el nacionalismo latinoamericano, y las causas que en nuestros tiempos lo han atizado nunca han sido tan graves como la tristemente célebre "guerra fría". En 1868, un año después de concluida la intervención francesa, un mo­destísimo vicecónsul francés hacía en beneficio de sus su­periores esta observación: en México se cree que la simple presencia de un diplomático extranjero es el principio de una intervención armada. Esta frase era una fantasía pura cuando se pronunció, y de haber correspondido a los hechos, tenía amplia justificación; pero en el día de hoy, no dista mucho de ser cierta en cualquier país latinoamericano. Aquí está el paralelo: al regresar de la Conferencia de Punta del Este don­de se externó la Alianza para el Progreso, el secretario de Hacienda de uno de los países "grandes" de la América La­tina declaró parentoriamente en el aeropuerto: "no vendimos a la Patria en Punta del Este".

Si algunas conclusiones pueden sacarse de este repaso, se­rían éstas:

a) E l nacionalismo latinoamericano es viejo, es hondo, se nutrió en atropellos, en despojos y en sangre, y su existencia tiene por lo tanto, una amplísima justificación histórica;

b) Todo él, o mucho de él, se manifiesta negativamente, en recelo, en desprecio o en odio al extranjero;

c) En los últimos veinte años, por causas que ni siquiera se bosquejarán aquí, se ha exaltado hasta extremos increíbles de emoción y de irracionalidad.

Y podría agregarse que combatirlo, reducirlo a sus pro­porciones justas y, sobre todo, convertirlo en una fuerza fe­cunda, es tarea difícil, que requiere, entre otras cosas, pa­ciencia, mucha paciencia, y, desde luego, más entereza de la que habitualmente tienen los gobernantes de la América Lati­na y quienes manejan los principales órganos de la opinión pública.