myers caudillismos

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Eudeba Facultad de Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires 1a edición: abril de 1998 © 1998 Editorial Universitaria de Buenos Aires Sociedad de Economía Mixta Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Tel.: 383-8025 Fax: 353-2202 Diseño de colección y tapa: María Laura Piaggio - Eudeba Corrección y composición general: Eudeba CAUDILLISMOS RI0PLATENSES NUEVAS MIRADAS A UN VIEJO PROBLEMA Noemí Goldman Ricardo Salvatore COMPILADORES Facultad de Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires

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  • Eudeba Facultad de Filosofa y Letras Universidad de Buenos Aires

    1a edicin: abril de 1998

    1998 Editorial Universitaria de Buenos Aires Sociedad de Economa Mixta Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Tel.: 383-8025 Fax: 353-2202

    Diseo de coleccin y tapa: Mara Laura Piaggio - Eudeba Correccin y composicin general: Eudeba

    CAUDILLISMOS RI0PLATENSES NUEVAS MIRADAS A UN VIEJO PROBLEMA

    Noem Goldman Ricardo Salvatore

    COMPILADORES

    Facultad de Filosofa y Letras

    Universidad de Buenos Aires

  • Maristella Svampa

    de la conformacin de la nacionalidad. Asimismo, dichas lecturas se hallan en el origen de nuevas miradas y apreciaciones sobre el rol de caudillos y caudillismo, tanto en el pasado como en el presente poltico argentino.

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    LAS FORMAS COMPLEJAS DEL PODER: LA PROBLEMTICA DEL CAUDILLISMO A LA LUZ

    DEL RGIMEN ROSISTA

    Jorge Myers *

    bien -tanto para el imaginario de los historiadores como para el popular- el papel de rgimen "caudillista". Resulta sin embargo una comprobacin curiosa el hecho de que la interpretacin decimonnica que ms ha contribuido a fijar la imagen "caudillesca" de Juan Manuel Rosas, haciendo de su gobierno un ejemplo casi paradigmtico del caudillismo latinoamericano, no haya utilizado el concepto de "caudillismo" como su eje central. En el Facundo de Sarmiento, el "caudillismo" opera simplemente como un tpico ms en el interior de aquella constelacin vertiginosa de analogas mltiples que se superponen las unas a las otras, que interactan, que se contradicen y que se refuerzan simultneamente, en un movimiento paralctico que produce su sentido ms por acumulacin de exempla que por precisin analtica. Empleado en el texto del Facundo como descripcin, como epteto peyorativo, y an como categora de anlisis, la nocin de "caudillismo" no alcanza nunca a convertirse en un concepto "denso". Seran por el contrario los lectores de Civilizacin y barbarie quienes terminaran por proyectar sobre la interpretacin de Sarmiento una conceptualizacin ms compleja y sistemtica referida a la figura del "caudillo", que acaparaba en precisin conceptual lo que perda en riqueza descriptivaoperando en el proceso un muy significativo despla-zamiento en el sentido original de ese trmino, al que trasladaba de su valor tradicional (neutro) de "lder" o de "capitn", a otro ms resonante en sus implicancias: de gober-nante "personalista", "autoritario", o imbuido de la fuerza brbara de la campaa-que,

    * Universidad Nacional de Quilmes.

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    1. Versiones del caudillo: Sarmiento, Herrera y Obes y la interpretacin clsica del caudillismo

    e los mltiples gobiernos locales surgidos de la Revolucin de Independencia, quizs ninguno como el de Juan Manuel de Rosas ha venido a representar tan

  • Jorge Myers

    por ello mismo, haca de su figura una anttesis de la civilizacin, del orden republicano, y de la poltica en su sentido clsico.

    Es cierto que existen algunos elementos en el libro de Sarmiento - c o m o tambin en otros de sus textos-, que prefiguran el uso posterior de ese concepto, o que al menos sugeran cul podra llegar a ser. Por un lado, el sistema de adjetivacin tan deliberada-mente empleado por Sarmiento tiende a arrastrar el trmino de "caudillo" de su acep-cin original a otra que, sin ser puramente peyorativa, imbuye sin embargo a la figura del caudillo de todas aquellas cualidades poco recomendables que el sanjuanino crea descubrir en el mundo rural: la ignorancia, la violencia sin sentido, los temores de la supersticin, el desprecio por la cultura y por la vida de las ciudades, el respeto por las destrezas manuales y, sobre todo, la expresin desnuda de un vnculo de mando basado en una relacin de pura fuerza. Cuando Sarmiento habla en el Facundo de los caudillos, habla de la barbarie rural, del "desierto", de la miseria espantosa "de los pueblos que terminan en 'gasta' " y de sus gobernantes que anulan las "formas" del poder disolvin-dolas en una expresin egoltrica de la propia personalidad.

    Por otra parte, sin embargo, aparecen ciertos momentos de condensacin argumental en el Facundo -y tambin en otros textos "caudillolgicos" de Sarmiento, como su Fraile Aldao, su Vida del Chacho, o su Conflicto y armonas- que en su utiliza-cin del trmino aproximan desarrollos posteriores. Dos de estos momentos son alta-mente significativos, ya que cont ienen in nuce virtualmente la entera gama de atribu-tos que la sociologa histrica de fines del siglo diecinueve adjudicara al fenmeno "caudillista". El primero de ellos constituye quizs uno de los pasajes ms clebres del Facundo, ya que es all donde se postula, en una definicin sucinta y contundente , la naturaleza esencial de la Revolucin de 1810, que fue la de haber sido una "doble" revolucin. Al trmino de una larga enumeracin por el sistema de analogas- de los principales rasgos del caudillismo de la campaa rioplatense - q u e presentaba resumidos en la figura de Jos Gervasio Artigas, Sarmiento pronuncia: "La guerra de la Revolucin Argentina ha sido doble: l2 guerra de las ciudades iniciadas en la cultura europea contra los espaoles, a fin de dar ensanche a esa cultura; 2 guerra de los caudillos contra las ciudades, a fin de librarse de toda sujecin civil, y desenvol-ver su carcter y su odio contra la civilizacin."1 Enfatizada y ampliamente citada por muchos de sus comentaristas y lectores, aqu parece despuntar una definicin ms sustancial del fenmeno caudillista -colocado ahora como pieza conceptual clave en el marco de una filosofa de la h is tor ia - que postula una clara anttesis entre la figura del caudillo y la civilizacin. Para muchos de aquellos lectores, esto ha

    1. Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 69.

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    parec ido a su vez indicar - p o r ana log a - una ineluctable identif icacin del "caudillismo" con la barbarie, posicin que hal lara un desarrollo con tunden te en los escritos de uno de los primeros de esos analistas "facundistas", Manuel Herrera y Obes. Sin embargo, la carga c o n c e p t u a l en trminos de una argumentacin formal apoyada en el desarrollo de categoras a la vez precisas y densas- parece nuevamente haber sido menor que su eficacia retrica, ya que inmediatamente despus, en una frase que aparentemente refuerza el significado de la primera definicin, Sarmiento declara que: "Las ciudades triunfan de los espaoles, y las campaas de las ciudades",2

    revelando por ella que la figura del "caudillo" aludida antes es aqu, en realidad, metonmica, sirviendo para aludir a la campaa. Como tantas veces en la escritura de Sarmiento, la funcin retrica absorbe la intencin analtica. Sin embargo, conviene aclarar que si aquella funcin es primordial, de todas formas la nocin de "caudillo" adquiere densidad a partir del hecho de que es representada su figura como conden-sacin o precipitado de la vida rural, de la barbarie de la campaa.

    Esta identificacin de la figura del caudillo con un sistema de vida que se resume en una oposicin sin fisuras a los modos "civilizados", "citadinos", o "civi-les" de organizacin social, se intensifica en el prrafo siguiente, cuando Sarmiento describe los efectos del "triunfo" de los caudillos, postulando que: "Lo que por ahora necesito hacer notar, es que con el triunfo de estos caudillos, toda forma civil, aun en el estado en que las usaban los espaoles, ha desaparecido, totalmente en unas partes, en otras, de un modo parcial, pero caminando visiblemente a su destruccin".3 El caudillo, y el sistema de gobierno caudillista que ste preside, se convierte, desde esta perspectiva, en una suerte de aniquilacin de todo orden poltico "civilizado", y por extensin en una suerte de anttesis de la Repblica. Esta noc in se ampla si se coteja este pasaje con otro de la Vida del Fraile Aldao, donde en un fragmento teido de ciertos presupuestos racistas, Sarmiento, luego de referir el caso del "Negrito Barcala", explica: "Todos los hombres oscuros que se levantan en las revoluciones sociales, no sintindose capaces de elevarse al verda-dero mrito, lo persiguen en los que los poseen y las masas populares, cuando llegan al poder, establecen la igualdad por las patas; el cordel nivelador se pone a la altura de la plebe, y ay de las cabezas que lo exceden de una lnea! En Francia en 1793 se guillotinaba a los que saban leer, por aristcratas; en la Repblica Argent ina se les degella, por salvajes; y aunque el chiste parezca ridculo, no lo es cuando el asesino que os burla t iene el cuchillo fatal en la mano. Todos los caudillos del interior h a n despejado sus provincias de abogados, doctores, y gentes de letras y

    2. lbd., p. 69. 3. lbd., p. 69.

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    Rosas ha ido a perseguirlos hasta en las aulas de la universidad y en los colegios particulares".4 El caudillo aparece identificado de esta manera tambin como el representante de la masa, de la "democracia" brbara - e n el sentido decimonnico de la palabra "democracia"- , y su barbarie equivale - e n una suerte de reminiscen-cia tocquevi l leana- a la igualacin impuesta por el imperio de la fuerza, a una nivelacin social que es ilegtima en tan to niega mritos autnticos como los de la cultura y en tanto proclama como mritos aquellos que para Sarmiento no lo son, como la fuerza y la pasin indisciplinadas de las poblaciones antes sometidas.

    De estas consideraciones dispersas, emerge cierta conceptualizacin ms exacta del caudillo y del caudillismo que, aunque no haya constituido el propsito central de la escritura de Sarmiento - q u e por su propia contextura retorizante t iende a subvertir las configuraciones conceptuales estables-, pudo ser reconstituida por un sector importante de sus lectores en el siglo diecinueve. El "caudillo" apareca vinculado en esta reconstruccin terica a un conjunto de valores y atributos cuyo signo comn era su oposicin al universo moral de la "civilizacin": el campo, las formas atvicas de poder, la plebe. Implicaba su ejercicio un desplazamiento de las diferencias naturales basadas en el mr i to individual por una igualdad ilegti-ma - " la igualdad por las patas"-, y la entronizacin de una forma de poder que prescinda de toda formalizacin, ya que interpelaba directamente a las emociones, las pasiones, la esfera instintual de los seres humanos, antes que a la tradicin o a la razn. En la reflexin de Sarmiento que se colige de aquellas fulguraciones disper-sas en su obra, parecera que aquella pista tan fecunda ofrecida por Tocqueville haba llegado a constituir un punto de partida para pensar el caudillismo: la revolu-cin implicaba la disolucin de las formas tradicionales de ejercicio del poder, pero dejaba suspendida en una penumbra de incertidumbre la cuestin de cul sera efectivamente la nueva forma que deba reemplazar a las antiguas. En las conside-raciones que dirige al fenmeno del caudillismo, Sarmiento parece por momentos traducir la dialctica de libertad e igualdad de Tocqueville en otra de racionalidad e instinto, que no reemplaza sino que subsume en su interior a aquella. La Revolucin Argent ina pudo haber conducido a cualquiera de dos formas de gobierno: el de las ciudades que representaban la sustitucin de la tradicin por la razn; o el de los caudillos que representaban su sustitucin por el instinto.

    Esta es la interpretacin que aparece desarrollada ms sistemticamente -y con mucho menos brillo intelectual y sutileza histrica- en los Estudios sobre la situacin

    4. Domingo Faustino Sarmiento, Vidas de Fray Flix Aldao y El Chacho, Buenos Aires, Argos, 1947, pp. 29-30.

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    publicados por Manuel Herrera y Obes en El Conservador de Montevideo en 1847. Estos textos constituyeron una de las primeras exposiciones sistemticas del anlisis sarmientino del "caudillismo".' All, Herrera propona que los fenmenos descriptos por Sarmiento para la situacin argentina eran en realidad comunes a toda la Amrica, ya que "causas tan generales en la Amrica debieron producir en toda ella idnticos resultados", y que aun los Estados que hasta ese momento haban escapado al gobierno de los "caudillos", tarde o temprano deberan cumplir con la imposicin inquebranta-ble de la ley histrica que les haba dado nacimiento. Para Herrera, siguiendo una lnea de pensamiento que efectivamente estaba presente en el Facundo, pero que all coexis-ta con otras perspectivas interpretativas rivales, el caudillismo era un producto "fatal" de la historia americana - d e su historia anterior a la Revolucin, y de la historia de la misma Revolucin-. En un segmento clave de su ensayo, Herrera reflexionaba: "Cul es la filosofa que explica la aparicin de esos tiranos que ensangrientan y escarnecen la Amrica? Aquella que se encuentra en la sociedad misma que domina los grmenes de su existencia. Y si no, decidnos si transportados fuera del recinto donde se hacen famo-sos, podran ser otra cosa que capitanes de banda en algunos desfiladeros de montaa. Examinad bien las condiciones personales de nuestros caudillos, y conoceris que no es por ellos mismos que estn sostenidos en su puesto. Hay una potencia superior a ellos que los sostiene, los defiende y los hace delegados del principio brbaro que ella misma representa sin comprenderlo".6 El caudillismo era, desde esta perspectiva, un fenmeno tpicamente americano: "Cada uno - d e los caudillos- en s mismo, no ha representado otra cosa que la fuerza material de las poblaciones americanas en guerra abierta contra la fuerza inteligente de ellas mismas".7 En Herrera emerga un ltimo aspecto de la interpretacin ms clsica del caudillismo decimonnico, que vena a completar la serie de atributos ya presentes en Sarmiento: la naturaleza especficamente americana del fenmeno.

    En ese mismo escrito, Herrera ofreca un retrato de lo que supona sera un caudi-llo tpico - t ipicidad que para l se resuma sobre todo en la figura enigmtica y tortuosa del lder del partido colorado, el general Fructuoso Rivera-:

    5. Aunque no lo cita nunca, de la evidencia interna de aquellos escritos parece indudable que la fuente terica que informaba el anlisis de Herrera era aquella que le ofreca el Facundo de Sarmiento. Un dato independiente que podra corroborar esta hiptesis es el hecho de que Jos Mrmol era el principal redactor del peridico El Conservador. Como es sabido, Mrmol fue el beneficiario de uno de los ejemplares del Facundo que Sarmiento reparti tan generosamente por Montevideo. 6. Manuel Herrera y Obes-Bernardo Prudencio Berro, El caudillismo y la revolucin americana. Polmica, Montevideo, Biblioteca Artigas, 1966, p. 9. 7. lbd., p. 36.

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    Desde que era la fuerza material, la que deba apoyar sus pretensiones, desde el fondo de un desierto se organizaba esa fuerza y se le daba un Jefe. Para obtener este rango, en Amrica se necesitaban tres cosas: primero, un corazn bien templado para contener en todo el principio brbaro que la reaccin envolva; segundo, reunir a un carcter audaz hasta la insolencia, una organizacin fuerte y robusta; tercero, tener todos los hbitos, todas las tendencias, todas las condiciones del verdadero gaucho. A la ausencia de alguno de estos elementos ya no se podr concebir la idea del caudillo de Amrica. Este no se improvisa nunca, porque el ejercicio de los msculos, y las acciones que revelan el temple del corazn no se obran jams entre el misterio. El caudillo de campo, se cra, se educa entre la intemperie de los desiertos, y sobre el lomo de los potros. All endurece sus miembros como su carcter. [...] All se hace notable por la primera vez entre sus compaeros. Se empieza a respetarle, empieza a correr su nombre de rancho en rancho, de pago en pago, de extremo a extremo de las campaas. A medida que la distancia se aumenta, la fbula es ms larga y romancesca, porque el caudillo entre nosotros tiene por trovadores de sus hazaas a todos los que pertenecen al crculo que lo aplaude. Despus viene el ' momento. Ese momento al menor accidente en las ciudades, y las multitudes en las camparas ofrecen el mejor caballo al mejor de sus habitantes. Este es el caudillo. Superior a los suyos, l emplea todas las facultades de su alma y de su cuerpo, en el afianzamiento de su prestigio y de su poder. Primero l empieza por lisonjear todos los instintos de sus representados. Despus, y por medio de un despotismo personal, l les inspira una subordinacin sin lmites. Su palabra es la Ley; su voluntad eljuez, su mano el ejecutor. ...]Y he aqu un hombre convertido en pensamiento vivo y poderoso del principio reaccionario de la Amrica.8

    En este perfil sinptico, aparecen resumidas las principales caractersticas que una casi totalidad de la reflexin decimonnica en torno al problema del caudillismo se encargara de reproducir montonamente en un escrito tras otro. Si para Sarmiento el caudillismo representaba el camino negativo abierto por la Revolucin Argenti-na, el camino que conduca por la democracia al despotismo, el caudillo en esta imagen tpica fijada por Herrera representaba la ausencia de razn, y el predominio de las facultades ms bajas del alma por encima de aquellas ms altas que garantiza-ban una plena humanidad. Vigor fsico, crueldad espontnea -felina, como en la identificacin de Facundo con el tigre que lo acecha-, rusticidad, en el sentido de una formacin recibida en el campo, lejos de la ciudad y de su sofisticacin, y compe-netracin con los valores del pueblo rural -que en el Ro de la Plata significaba

    8. lbd.,pp. 34-36.

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    esencialmente "el gaucho"-, eran las cualidades que se sealaban como necesarias para un gobernante "caudillo". De esta manera, tanto en su carcter de sistema cuanto en la figura de su lder, el caudillismo presentaba a los ojos de sus contemporneos decimonnicos cualidades propias de un mundo prerracional, presocial, e incluso prehumano.

    El gobierno de Rosas, juzgado por la mayora de aquellos contemporneos -Sarmiento incluido, como el ejemplo ms elaborado de gobierno "caudillista", constitua sin embargo un caso que pareca tensar hasta la ruptura aquellos atributos que ya comenzaban a ser considerados como "tpicos" o "naturales" para cualquier rgimen caudillista. De esta tensin, Sarmiento, al contrario de la mayora de los dems comentaristas del caudillismo, supo dar efectivamente cuenta, tanto en su Civilizacin y barbarie como en sus dems escritos sobre el tema. Para Sarmiento, el gobierno de Rosas representaba la culminacin ms lograda del caudillismo en Amrica y al mismo tiempo era el que ms complicaciones opona al esquema tipifi-cado en la figura brbara de Juan Facundo Quiroga. Para Sarmiento la explicacin ms verosmil era que el rgimen presidido por Rosas representaba el choque dialc-tico entre el caudillismo puro de la campaa del desierto, y la civilizacin de la ciudad ms culta de la Amrica meridional. Rosas, para ser caudillo de Buenos Aires, debi "civilizar" su caudillismo. La campaa ingresa a la ciudad con Rosas, al decir de Sarmiento, pero la condicin de su permanencia es que se "civilice": la crueldad espontnea se torna en crueldad meditada, sofisticada con todos los resortes que ofrece la vida moderna; la pasin brbara del caudillo debe aceptar expresarse a travs de medios lustrados como la prensa y una Legislatura para poder ser eficaz; y el despotismo -que en la concepcin poltica de Montesquieu, de quien Sarmiento tomaba esta nocin, era antittico a toda idea de sistema o de orden- se ve obligado a sistematizarse.

    Evidentemente, este relato poderoso y tan altamente sugerente constitua una va posible para dar cuenta de los rasgos anmalos que habitaban la figura del gobernan-te Rosas, cuando se la escrutaba desde la perspectiva de una interpretacin "caudillocntrica" de la historia argentina. Sin embargo, aquellas anomalas no han dejado de obstaculizar las lecturas que han querido privilegiar en ese rgimen su condicin "caudillista", elaborando interpretaciones que no por simples han dejado de tener una gran influencia en el desarrollo de la historiografa argentina como aquellas que han tomado al pie de la letra la metfora de Sarmiento respecto a la transformacin operada por Rosas en el cuerpo poltico argentino, haciendo de la Repblica una estancia, es decir, trasladando mecnicamente los valores, procedi-mientos y mecanismos de poder propios de una unidad de produccin rural al mane-jo del Estado. La tendencia de gran parte de la historiografa sobre Rosas y su gobier-no ha sido enfatizar las caractersticas extrajurdicas, "desinstitucionalizadoras" de su

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    poder, para cuyo efecto han sido subrayados los mecanismos de represin informales de que tan buen uso supo hacer el Restaurador de las Leyes. Para estas interpretaciones, tanto las favorables de la ahora desaparecida corriente "revisionista" como las menos inequvocamente elogiosas de la historiografa acadmica, aquello que ha merecido ser subrayado con mayor fuerza ha sido el carcter intensamente "personalista" del rgimen -su concentracin de todos los resortes del poder en manos de un solo hombre, y el reemplazo de las formas legales por una voluntad que ciertamente fue en gran medida arbitraria-. Sin desconocer el valor de algunos de los aportes centrales de este tipo de interpretacin, como por ejemplo el sealamiento del vnculo estre-cho entre las prcticas polticas empleadas por Rosas y su temprana formacin en el medio rural -vnculo de carcter cultural tanto cuanto poltico, o la reorientacin del foco de anlisis desde instituciones de baja operatividad hacia prcticas y rela-ciones situadas en el espacio ms ambiguo de la sociedad, parecera sin embargo que la fuerza de aquella anttesis entre poder personal e institucin formal ha sido menor de lo que se pudo pensar, y que un reexamen -o , tongue in cheek, una "revisin" del rgimen rosista puede contribuir a modificar.

    2. "La sola idea que D. Juan Manuel Rosas es el que preside a nuestros destinos, ha calmado todas las inquietudes, y disipado los temores": Rosas, el gobernante providencial9

    No cabe ningn lugar a dudas respecto a la naturaleza personalista del rgimen de Rosas. Desde el mismo inicio de su primer gobierno, en 1829, la prensa adicta se encargara de subrayar el carcter eminentemente "personal" de la autoridad de Rosas. A l se le encomendaba la gobernacin de la Provincia, con facultades extraordinarias para enfrentar un momento de crisis, porque se consideraba que l era el nico que posea las cualidades personales necesarias para cumplir esa tarea eficazmente. Pero si ese personalismo se expresaba principalmente en relacin a la figura de Rosas, el sistema de gobierno instaurado por l tambin llev la marca inde leble de esa t e n d e n c i a personal is ta , que por m o m e n t o s se aprox imaba peligrosamente a un "culto de la personalidad", como los que h a n existido en regmenes de muy distinto signo ideolgico en otras pocas, algunas muy recientes.

    9. Una versin ampliada de esta discusin puede encontrarse en mi libro, Orden y virtud. Los discursos republicanos del rgimen rosista, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1995; y en ms detalle, en mi disertacin doctoral (1997), Languages o{ Politics: A Study o/ Republican Discourse in Argentina from 1820 to 1852, difundida en microfilm por UM1.

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    Sin embargo, el rgimen de Rosas fue, ms que personalista, "unanimista" aplicn-dole el trmino felizmente utilizado por Marcela Ternavasio para describir ese sistema de gobierno-, en tanto reemplaz el gobierno de una clase poltica relativamente amplia y abierta, en cuyo interior haba primado un amplio consenso, por un rgimen que apoyaba su legitimidad exclusivamente en un principio de "unanimidad" -de opinin unnime, opinin que era adems esencialmente la de "uno" slo, la de Rosas-. Esta modalidad del sistema rosista contrastaba marcadamente con el rgimen notabiliar de los rivadavianos, cuyo principio fundante haba sido cierta nocin de pluralidad. Mientras que para los rivadavianos el consenso ya existente haca pensar que una mayor tolerancia ante las opiniones adversas no hara peligrar seriamente la estabilidad del rgimen posicin que por otra parte fue parcialmente abandonada demasiado pronto, cuando creyeron descubrir que en realidad tal tolerancia ampara-ba nicamente a enemigos del nuevo orden tan radicales que no merecan ninguna consideracin, como fuera el caso de los frailes opositores a las reformas religiosas-, para los rosistas esa posibilidad se les presentaba clausurada de antemano por la ruptura en el consenso internotabiliar que haba acompaado el surgimiento de los partidos unitario y federal y que se haba profundizado por los sucesivos enfrentamientos armados a que ello haba conducido. El rgimen presidido por Ro-sas concentraba una cuota muy amplia de poder en la figura del gobernador, y tende-ra en el transcurso de su hegemona a concentrarlo an ms. Primero, mediante las facultades extraordinarias concedidas en 1829, y renovadas sucesivamente hasta 1831, cuando la decisin de la Legislatura de no renovarlas se convirti en el pretex-to para que Rosas hiciera efectiva su renuncia a la gobernacin -en 1832-, y luego mediante la figura original de la "Suma del Poder Pblico", se enfatiz el papel del poder ejecutivo en el gobierno de la provincia, poniendo fin a cualquier potencia-lidad residual de gobierno parlamentario, como el que en un primer momento haba imaginado Rivadavia para la provincia. Pero adems, en tanto la justificacin de aquella concentracin de poder en el ejecutivo enfatizaba no el aspecto institucio-nal de la cuestin, sino la idoneidad del individuo especfico al que se le otorgaban aquellas facultades tan amplias es decir, Rosas-, fe fundacin "personalista" sobre la cual reposaba todo aquel edificio de gobierno quedaba puesta en perfecta evidencia.

    Sin embargo, si ese carcter personalista es absolutamente evidente, no lo es tanto el significado especfico que tendra ese "personalismo" para un anlisis tipolgico de los regmenes polticos latinoamericanos del siglo diecinueve. Este personalismo ha tendido a ser visto exclusivamente a travs de la retcula conceptual del "caudillismo" clsico, y en consecuencia se ha enfatizado la simplicidad del sistema de poder establecido en la Provincia de Buenos Aires por Rosas y su partido, insis-tiendo en la ausencia de mediaciones "significativas" entre el caudillo y su pueblo, entre el gobernante y sus sbditos. Esta visin, aunque indudablemente poderosa

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    desde el punto de vista de su capacidad literaria, no es ya sostenible. El rgimen rosista no desmantel el edificio institucional de la poca rivadaviana, sino que lo "resignific", otorgndole nuevas funciones-y no siempre enteramente legtimas- a los cuerpos y prcticas que lo integraban, y modificando el nfasis relativo puesto en unos y en otros. De esta forma, si es indudablemente cierto que las elecciones practicadas en el perodo rosista fueron, en palabras de Emilio Ravignani, "una farsa", no por ello deja de ser significativo el hecho de que el rgimen haya considerado imposible prescindir de ellas. Asimismo, la Legislatura que entre 1835 y 1836 debati explcitamente la cuestin de si deba o no disolverse en tanto el ejercicio de la Suma del Poder Pblico por parte del Gobernador Rosas pareca tornarla redundante- , permanecera sin em-bargo abierta durante todos los aos de dictadura, si bien su tarea en la nueva economa administrativa troc el rol legislativo por el simplemente consultivo. Que la compleji-dad institucional haya perdurado, al menos en parte, no debera sorprender, y es cierto que la mayora de las interpretaciones que han tratado este perodo no han desconoci-do ese carcter aparentemente anmalo del rgimen. Pero si esa perduracin se debi en parte a su progresiva insignificancia, tambin represent un rasgo que resulta funda-mental para el adecuado estudio del rgimen rosista: que el personalismo o caudillismo del mismo hubo de expresarse en el interior de un contexto cultural y social "denso", impregnado de valores y actitudes que se expresaban en un rgimen discursivo preexis-tente, del cual el rosismo no poda prescindir, y en toda una gama de disposiciones y prcticas socioculturales de antigua sedimentacin.

    En las condiciones que imperaban en Argent ina en la primera mitad del siglo diecinueve, y en el contexto del proceso poltico e institucional que ya haba tenido lugar en la provincia de Buenos Aires, las opciones ideolgicas tanto como los vehculos discursivos que tena a su alcance el rosismo eran relativamente limita-das. Obligado como todos los regmenes posrrevolucionarios anteriores a buscar desesperadamente algn principio de legitimidad que le permitiera garantizar la estabilidad del orden poltico presidido por l, sin por ello repudiar los cimientos sobre los cuales reposaba la legitimidad del nuevo estado, el rosismo hall en una versin del republicanismo ms despejadamente "clasicizante" que la de los r ivadavianos- un lenguaje y un ideario que parecan suplir esa doble necesidad. El discurso republicano implementado por los escritores del rosismo como parte de su esfuerzo propagandstico tendi a privilegiar los tpicos ms remanidos del pensamiento clsico y especialmente aquellos provenientes de la antigedad ro-m a n a - en desmedro de otras tradiciones de argumentacin poltica ms recientes, no porque desconociera a stas, sino porque el republicanismo clsico pareca ofrecerle una frmula ms eficaz para lograr aquella legitimacin del nuevo orden revolucio-nario sin incurrir el riesgo de alentar demasiado las consecuencias polticas y sociales que se hal laban potencialmente inscriptas en ese legado revolucionario.

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    Ese discurso, asimismo, no fue enteramente homogneo. La naturaleza misma del rgimen rosista, formado de una coalicin inestable de grupos e intereses y sometido a lo largo de sus dieciocho aos de hegemona a una presin constante de la circuns-tancia siempre crtica, impeda en parte tal homogeneidad. El movimiento rosista no lleg nunca a constituirse en un bloque cerradamente monoltico. Pero tambin cercen el surgimiento de un discurso ms homogneo la configuracin compleja de la vida poltica bonaerense de esos aos, ya que ese discurso debi siempre desplegarse en un contexto preexistente donde los conflictos, las aspiraciones y las creencias de los diversos actores sociales excedan ampliamente el marco rosista. En muchos casos eran previos a la aparicin de Rosas y su partido, en otros, ms all de puntuales coincidencias, marchaban en una tangente respecto a las necesidades polticas y proyectos de gobierno del rgimen. Por su naturaleza "unanimista", el discurso rosista se vio obligado a perseguir la meta quizs un tanto quimrica de abarcar a todos aquellos grupos sociales en su seno -o al menos de justificar en trminos propios de una retrica "republicana" la expulsin de aquellos grupos cuya inclusin revelaba ser imposible o indeseable.

    Es en este c o n t e x t o , que los muy fuertes a rgumentos avanzados por los apologistas del rgimen en apoyo de la necesidad de concentrar cuotas progresiva-mente mayores de poder en la persona del Restaurador de las Leyes -rearticulando de ese modo toda la existencia institucional de la provincia en su derredor-, debie-ron dirigir esa justificacin de muy distinto modo a los distintos grupos sociales de la provincia. Si para capturar el apoyo de sectores importantes en la sociedad bonae-rense, como los productores rurales, y en especial los grandes hacendados - los "estancieros", ese discurso tendi a modularse hasta enfatizar los aspectos "agraristas" del discurso republicano clsico, cuando interpelaba a los sectores populares urba-nos y rurales enfatizaba otros componentes de esa rica y eminentemente maleable tradicin, como ser cierta desconfianza antiaristocrtica presente en la tradicin po-ltica romana y conservada en textos de lectura relativamente simple como el Catilina de Salustio, o - e n un plano ms concreto una insistencia en los principios de "equi-dad" que gobernaban la administracin de justicia bajo el gobierno de Rosas.

    La retrica justificatoria del rosismo se organiz en torno a un conjunto relativa-mente limitado de topoi de "lugares", de "tpicos"- que le permitieron simultnea-mente interpelar a los diversos actores colectivos de la sociedad bonaerense de su poca y diferenciarse n t idamente de los grupos rivales y opositores en funcin de consideraciones que se suponan tico-normativas. Los principales de aquellos tpi-cos fueron -s in pretender agotar la lista-: l las referencias agraristas, que tanto en su representacin ideal de una "comunidad armnica" -fundada en un principio de bien comn, como en su representacin de las caractersticas personales de Rosas - q u e se juzgaban excelsas emplearon imgenes idealizadas de un mundo agrario

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    ciertamente distinto del que realmente exista en el Ro de la Plata entonces; 29 una imaginera "catilinaria" que tenda a designar tanto a los opositores activos al rgimen como a los disidentes ms pasivos, con referencias tomadas del abultado discurso clsico respecto a los peligros de la conjuracin aristocrtica y de la demago-gia - q u e en ambos casos e ran r e t r a t a d a s en t r m i n o s que enfa t izaban la "desnaturalizacin " de los individuos que pudieran prestarse a semejantes aprestos conspirativos-; 3 la elaboracin sistemtica de un discurso "americanista", que en sus versiones ms logradas oper una fusin muy hermtica entre frmulas "nativistas" y ruralistas-y que tendi a concentrarse en explicitar la "excepcionalidad" america-na como fundamento histrico de las idiosincrasias autoritarias del Estado rosista-; y 42 un amplio despliegue de la figura de la "virtud" - e n su sentido clsico de virtus ms quizs que en el jacobino de vertu republicaine como principio vinculante entre el gobernante omnmodo (Rosas) y su pueblo, cuya salud era presentada como ente-ramente dependiente de la decisin de utilizar al ms virtuoso10 de los argentinos como palanca para sostener el edificio institucional de la Repblica.

    El personalismo del sistema de gobierno de Rosas debi necesariamente adquirir cierto espesor cultural al verse obligado a presentarse, ante la sociedad que gobernaba, vehiculizado por un discurso que deba dar cuenta -a l menos en par te - de las expecta-tivas culturales propias de la sociedad bonaerense. Los instrumentos que utiliz para ese fin la prensa escrita, los debates en un parlamento (que aunque despojado de sus antiguos poderes perduraba en la visin general compartida por el propio Rosas-como la principal caja de resonancia de ese actor nuevo que la Revolucin y los rivadavianos haban trasplantado a suelo rioplatense), la "opinin pblica", y an las formas ms tradicionales de difusin de las razones del poder, como el plpito y los rituales cvico-religiosos (ahora purificados de sus antiguas asociaciones monrqui-cas ) - desdibujan el concepto tradicional de "caudillismo", y suscitan importantes repa-ros, aun respecto a interpretaciones tan sutiles y penetrantes como el Facundo sarmientino -aunque en toda justicia debe reconocerse que el propsito analtico -y su concomi-tante voluntad de precisin en la presentacin de los hechos- estaba subordinado en el mpetu literario de Sarmiento a la urgencia polmica, a la necesidad de construir "polticamente" una imagen capaz de retratar y demoler a Rosas en un nico movi-miento retrico-. No slo en las prcticas retricas por las que busc sentar la legiti-midad del orden que propona a los habi tantes de la Confederacin argentina, sino tambin en estos mecanismos de comunicacin social, en estos "medios masivos" del siglo diecinueve, el autoritarismo personalista del rgimen encarnado en Rosas

    10. En ms de una acepcin de la palabra, aunque aquella potencial irona parece haber pasado desapercibida por los publicistas oficiosos del rgimen.

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    -su "caudillismo"- descubri que slo poda ser un caudillismo, un personalismo, "situado". Las mallas capilares de la vida cvica desarrollada en Buenos Aires durante los aos revolucionarios y rivadavianos, tanto como la vigorosa actividad social propia de una ciudad-puerto, capital de una regin vasta y mal integrada, pero econmica-mente compleja, retuvieron en su interior al despliegue gubernamental rosista, obli-gndolo a que buscara su identidad a travs, y no en contra, de ellas.

    Finalmente, una ltima zona de alta problematicidad que debe enfrentar el con-cepto clsico de "caudillismo" al intentar dar cuenta del rgimen rosista, es la propia nocin de orden que el rosismo colocaba en el centro de su imaginacin poltica. Como se ha sealado antes, la visin que tena el "caudillismo" clsico de las relaciones imperantes entre el caudillo y la sociedad sometida a su dominio, tendan a presupo-ner en ellas cierta predisposicin disolvente, en tanto el "caudillo" encarnaba el orden de la naturaleza, que desde la perspectiva de la sociedad humana, slo poda ser, al fin de cuentas, un des-orden. En cambio, en la representacin de la realidad argentina formulada por Rosas y sus seguidores, la oposicin entre esos dos polos aparece invertida: es la poltica argentina, y sobre todo la ciudad revolucionaria, aquello que se ha convertido en fuente de desorden, en elemento disolvente de todos los lazos sociales, mientras que el caudillo (Rosas) representa en cambio - jus tamente por su vnculo privilegiado con la vida y las costumbres del campo- , la principal garanta de una eventual restauracin del orden normal de la sociedad. En el discurso poltico del rosismo, la constitucin de un orden estable, expresado por una mayor aproximacin entre las relaciones polticas y sociales existentes y un orden ideal que se supona "natural" - d e obediencia espontnea de los subordinados a sus superiores, de jerarquas basadas en el mrito y en el esfuerzo, de armona entre los distintos sectores e intereses de la sociedad-, dependa directamente de la creacin de un poder poltico autoritario y fuertemente centralizado, y de la investidura de ese poder en la persona de Rosas, retratado como el nico verdadero republicano de la Argent ina, el Cincinato o el Washington que, como ellos, haba sabido deponer el arado para tomar la espada en defensa de la Repblica en su hora de peligro -es decir, ante la rebelin de Lavalle contra Dorrego. En la economa discursiva de la retrica rosista, la construccin de un orden poltico autntico porque se supona basado en prcticas y valores efectivamente presentes en la sociedad argentina, y no en leyes "artificiales" como las rivadavianas, ni en constituciones escritas, de las que Rosas bien pudo haber dicho como Portales que no eran ms que nias agraciadas cuya nica funcin era ser violadas- figur en un lugar central. La imagen tradicional del caudillismo no poda dar cuenta de ello, y cuando lo haca era slo por el medio de oponer una verdad parcial a otra verdad parcial. Porque efectivamente, como se desprende de ms de un pasaje de la obra de Sarmiento, el discurso de Rosas es sealado como esencialmente "cnico", un tejido de mentiras que esconden las prcticas reales

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    perseguidas por el rgimen bajo declaraciones que enuncian precisamente lo opues-to de aquellas prcticas.

    Este sealamiento es indudablemente correcto, pero lo es al precio de ignorar otro aspecto igualmente fundamental del sistema de poder rosista. El discurso de Rosas era cnico, sus declaraciones de principios valan menos que el papel sobre el que aparecan impresas, y su accionar se mantuvo siempre ms atento al principio ltimo proclamado por el partido rosista -"acciones, no palabras" que a la preserva-cin de alguna mnima correlacin entre sus actos de gobierno y los ideologemas invocados en su apoyo. No obstante, tambin es cierto que ese discurso duplcito responda a una necesidad poltica real, que en su cinismo mismo se dejaba traslucir con entera fuerza, que era la de articular un sistema de gobierno capaz de expresar, aunque ms no fuera mnimamente, las aspiraciones, temores y valores profundos de la sociedad cuyo destino presida: de la elite portea que constitua su elenco gober-nante -en primer trmino-, de la poblacin rural y de ciertos sectores de la poblacin urbana popular, y -en ltimo lugar-, de la sociedad bonaerense en su conjunto. El discurso del orden disfrazaba una implacable voluntad de poder y serva directamen-te a los intereses ms mezquinos de un gobernante autoritario y cruel -sin duda-, pero el hecho que haya sido se el discurso con que hubo de disfrazar sus intenciones ocultas, y que ese discurso haya adquirido los contenidos especficos que tuvo, indi-ca que en la figura poltica "clsica" del caudillismo la elocuente oposicin postula-da entre mundos morales y sociales enteramente antitticos -oposicin que constitu-ye la base de su eficacia argumental-, no se sostiene como descripcin adecuada del fenmeno que pretende analizar.

    El discurso poltico del rosismo estuvo siempre obligado a operar en un medio cultural denso, en forma tal que las estrategias retricas empleadas debieron deslizarse por distintos niveles de operatividad social, interpelando a mltiples receptores -de la ms variada formacin ideolgica y condicin social- a la vez, para as poder imprimir alguna eficacia a su accin de gobierno. Si una de sus respuestas a esa situacin fue efectivamente la de intentar reducir esa complejidad a parmetros ms manejables, empleando para tal fin el medio ms directo y brutal imaginable, la represin lisa y llana de toda voz contraria al rgimen o vacilante en su lealtad al mismo, es impor-tante no perder de vista que aquella va no fue la nica perseguida por Rosas, ya que no poda sino tener conciencia de que su rgimen slo lograra cierta perma-nencia si acompaaba las medidas de coercin con otras dirigidas a generar algn "consenso". Es as como la cantidad de publicaciones peridicas que circulaban entonces en Buenos Aires, fue efectivamente reducida de las varias decenas que llega-ron a existir en los aos rivadavianos y balcarcistas, a las miserables cifras de 3 4 que signaron el ltimo tramo de su gobierno. Sin embargo aquella reduccin en la canti-dad de los medios que circulaban no exima al rosismo de la necesidad de generar un

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    discurso -no necesariamente creble, pero s plausible- capaz de justificar su gestin de gobierno ante un pblico por otra parte poco dispuesto luego de muchos aos de repre-sin a ejercer una crtica demasiado despiadada. Esa necesidad de justificar sus actos, en un contexto en que de hecho pudo haber prescindido de tales comedimientos, debido a la simple magnitud de su control poltico, fue una consecuencia ineluctable de la situa-cin revolucionaria que haba dado origen al Estado cuyo destino presida: en un contex-to en que la soberana haba pasado a residir, al menos en teora, en el pueblo, la eficacia de la accin de gobierno del rosismo vena a depender, al menos en parte, del grado de legitimidad que supiera conquistar a ojos de esa suprema instancia refrendataria de la nueva concepcin republicana del poder que era la "opinin pblica". De este modo, el "caudillo" se revelaba no como un mero brbaro que en tanto encarnacin pasional de las fuerzas telricas del desierto poda imponer su voluntad a la sociedad poltica de las distintas ciudades rioplatenses y latinoamericanas desde un lugar exterior a las mismas, sino como un actor dctil en las artes ms clsicas de la poltica, y sobre todo en la principal de ellas, el dominio de la palabra y de la capacidad suasoria de las pasiones y de los afectos que posee la retrica. Desde esta perspectiva, el caudillismo revela ser un sistema poltico altamente complejo, al contrario de lo postulado por las versiones ms divulgadas de las interpretaciones "clsicas" del siglo diecinueve.

    3. Conclusin: algunas miradas ms recientes al fenmeno del sistema poltico caudillista

    Aquellas interpretaciones clsicas no han existido sin embargo sin rivales, y sobre todo en los ltimos tiempos han comenzado a ser el objeto de un fuerte cuestionamiento. Por un lado, desde la perspectiva de la propia interpretacin historiogrfica, ya desde los tempranos trabajos de Juan lvarez o Mirn Burgin, la contextualizacin "econmica" de aquellos regmenes -y en el caso de Burgin, sobre todo del rosista- ha servido para mostrar una complejidad en la sociedad rioplatense de la primera mitad del siglo diecinueve de la que antes poco se sospe-chaba. Luego, en una segunda ola de intensa renovacin historiogrfica, cuya cum-bre est constituida seguramente por los dos estudios generales de Tulio Halperin Donghi dedicados a este perodo -Revolucin y guerra (1972) y De la Revolucin de independencia a la Confederacin rosista (1972)-," pero cuya nmina est integrada

    11. Tambin es de este autor el estudio dedicado especficamente a esta problemtica: "El surgimiento de los caudillos en el cuadro de la sociedad rioplatense posrrevolucionaria", en la revista Estudios de Historia Social, Ao 1, N 1, Buenos Aires, FF y L, 1965, pp. 121-149.

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    tambin por importantes trabajos de Sergio Bag, Jos Carlos Chiaramonte, y otros, la imagen historiogrfica de este perodo, y de los gobernantes "caudillos" en particular, adquiri contornos cada vez ms ntidos, confirmando de ese modo la complejidad que los trabajos anteriores haban comenzado a insinuar. Hoy ya no es posible -pese a que haya siempre algn escritor dispuesto a hacer lo- utilizar "inocentemente" las descripcio-nes propias de las versiones clsicas del "caudillismo" para explicar los procesos histricos transcurridos en tomo a esa figura poltica. El conocimiento histrico acerca de ese perodo y de esos regmenes se ha tomado demasiado detallado y preciso como para autorizar ese tipo de interpretacin, salvo como elemento heurstico de segundo orden. Adems, una tercera marea de estudios integrante de la recomposicin general experi-mentada por la disciplina luego del desplazamiento de la ltima, dictadura en 1983- ha aumentado la nitidez de la imagen ya construida por los trabajos de los aos '60 y 7 0 , y ha sugerido nuevas problemticas y nuevos interrogantes que no slo enriquecen el campo, sino que plantean dificultades an ms serias para la continuada utilizacin de la catego-ra del "caudillismo". En Argentina, desde enfoques distintos, y con nfasis puestos en problemticas tambin divergentes, estudios como los de Ricardo Salvatore sobre los aspectos sociales y culturales del orden rosista, o los de Marcela Ternavasio sobre los mecanismos institucionales vigentes en la Provincia de Buenos Aires entre 1821 y 1846, han complejizado esta cuestin, como tambin lo han hecho los trabajos de Noem Goldman sobre el rgimen y sistema de poder presidido por Juan Facundo Quiroga en el Interior, o los de Pilar Gonzlez sobre las cambiantes formas de sociabilidad que acompa-aron la transformacin de la sociedad argentina de su versin colonial a otra ms moder-na. Adems, esta densificacin del campo no ha sido un fenmeno exclusivamente argentino. Por el contrario, la insatisfaccin con el concepto clsico de caudillismo -y sobre todo con sus implicancias menos explcitas, con sus presupuestos tcitos- ha sido tambin en otras latitudes de la regin latinoamericana, y en general en la historiografa latinoamericanista en su conjunto, un motivo recurrente en las obras ms recientes. En este nivel esa insatisfaccin ha sido tambin un producto del progresivo enriquecimiento del conocimiento que produjo la notable expansin de los estudios universitarios euro-peos y norteamericanos transcurrida en las ltimas dcadas -y que ahora por los recortes presupuestarios y el creciente luddismo de los apstoles de la realidad virtual parece estar tocando su fin-, aunque conviene sealar que las consecuencias de la misma no han sido unvocas. Entre los muchos ejemplos significativos de esta tendencia pueden destacarse los trabajos de David Brading sobre Mxico desde los Borbones hasta la Revolucin mexicana, y el curioso libro de Brian Loveman, The Constitution of Tyranny12 que a

    12. Brian Loveman, The Constitution of Tyranny. Rgimes of Exception in Spanish America, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1993.

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    pesar de aceptar p lenamente la definicin clsica de "caudillismo", muestra en su recensin de las constituciones latinoamericanas hasta qu punto ese concepto est sujeto en la prctica a severas cualificaciones.

    Dos posiciones h a n tendido a perfilarse. U n a es la que propone un abandono liso y l lano del concep to de "caudillismo", p roponiendo que se lo considere un mal concep to o un n o - c o n c e p t o - , viciado desde su primera aparicin como categora de anlisis en la reflexin la t inoamericana. Un ejemplo re la t ivamente elaborado de esta posicin es el trabajo " ter ico" de la his tor iadora venezolana, G r a c i e l a S o r i a n o d e G a r c a Pe layo , d o n d e p r o p o n e re lega r e l t r m i n o "caudil l ismo" al a rchivo de las ideas muertas , reemplazndolo en su funcin anal t ica por el t rmino a su juicio ms preciso de "personalismo polt ico".1 3 Desde un pun to de vista puramente lgico, esa sugerencia no parece suscitar demasiadas objeciones. Sin embargo, desde la perspectiva del trabajo his tr ico concre to , suscita una que s parecera ser decisiva, que es que la in terpre tacin del pasado difci lmente podr prescindir de los conceptos , categoras, trminos o frases con que los propios contemporneos buscaron dar cuen ta de sus acciones y de sus experiencias. La lengua hablada puede ser sumamen te imperfecta para expresar ciertas ideas o para describir ciertos estados de n imo - c o m o lo h a n aseverado casi todos los poetas que alguna vez hayan ensayado la mproba tarea de reducir a signos verbales la frondosa y quizs incomunicable experiencia del amor, pero es sa la lengua en que obl igadamente se ha de vivir. De modo que si los historiadores persiguen el objetivo de reconstruir el sent ido experiencial de una poca, si canalizan su investigacin hacia una recuperacin de los significa-dos presentes en los actos y en los dichos de los hombres y mujeres de un pasado, no p u e d e n eludir la obl igacin de dar cuen ta de aquel los concep tos como "caud i l l i smo" que , ma l que nos pese, c o n s t i t u y e n por as dec i r lo e l te lar epistemolgico del per odo estudiado.

    Ha sido la segunda de estas posiciones la que ha aceptado esta limitacin. Sin descartar enteramente el concepto de caudillismo, los trabajos que han optado por seguir esta segunda va - c o m o la mayora de los estudios argentinos antes sealados-han mostrado las insuficiencias del mismo como categora "activa" de anlisis, sin por ello prescindir enteramente de su uso, ya que han tendido a reconocer que puede servir an como gua para una mejor comprensin de los regmenes polt icos de la pr imera mitad del siglo diecinueve -y tambin de ms de un rgimen pos ter ior -

    13. Graciela Soriano de Garca Pelayo, E! personalismo poltico hispanoamericano del siglo XIX. Criterios y proposiciones metodolgicas para su estudio, Caracas, Monte Avilas, 1996. Es especial-mente relevante su captulo titulado "La reduccin al 'caudillismo'".

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    o como indicio de los modos por los cuales los contemporneos de esos regmenes -sus beneficiarios, sus vctimas o sus meros observadores- procesaron la experiencia que ellos tuvieron de la poltica y de ese opaco e inarticulado objeto que es la vida activa que configura y se configura en el espacio de "lo poltico .

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    LA VIRTUD Y EL PODER. LA SOBERANA PARTICULAR DE LOS PUEBLOS

    EN EL PROYECTO ARTIGUISTA*

    Ana Frega

    Introduccin

    "^ I a crisis de la monarqua espaola en el Ro de la Plata gener un espacio para *-* la redefinicin de soberanas y la constitucin de poderes y comunidades pol-

    ticas nuevas.1 A los conflictos coloniales - p o r apropiacin de tierras y ganados, por diferenciaciones tnicas, por jurisdicciones administrativas, por el control de rutas y mercados-, la Revolucin del Ro de la Plata aadi otros: la creciente influencia de los caudillos frente a las lites urbanas, el poder militar frente al poder civil, el reparto de los bienes de los espaoles, el "miedo a la revolucin social".2

    * Este trabajo se inscribe en una investigacin sobre "Pueblos, provincias y Estados en la Revolucin del Ro de la Plata (1810-1820) Revisin crtica del federalismo artiguista", que cuenta con apoyo de la Comisin Sectorial de Investigacin Cientfica de la Universidad de la Repblica. Cabe sealar que en este artculo se ha focalizado el estudio en la Provincia Oriental, sin abordar la construccin del "Sistema de los Pueblos Libres" con las otras provincias. Agradezco a los profesores Noem Goldman y Ricardo Salvatore los ricos comentarios realizados a una primera versin de este ensayo. 1. Varios autores han abordado con renovados enfoques estos temas en los ltimos aos. A ttulo de ejemplo pueden mencionarse los trabajos de Tulio Halperin Donghi, Reforma y disolucin de bs imperios ibricos (1750-1850), Madrid, Alianza, 1985; Frank Safford, "Poltica, ideologa y socie-dad", en Leslie Bethell (ed.), Historia de Amrica Latina, Vol. 6, Amrica Latina Independiente, 1820-1870, Barcelona, Crtica, 1991, pp. 42-104; Francois-Xavier Guerra, Modemidade indepen-dencias, Madrid, Mapire, 1992; Marcello Carmagnani (coord.), Federalismos latinoamericanos: Mxico, Brasil, Argentina, Mxico, Fideicomiso Historia de las Amricas, FCE-E1 Colegio de Mxico, 1993; Antonio Annino, Luis Castro Leiva y Francois-Xavier Guerra (directores), De los Imperios a las Naciones: Iberoamrica, Zaragoza, Iber Caja, 1994; y Antonio Annino (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamrica, Siglo XIX , Buenos Aires, FCE, 1995. 2. La expresin es de Jos Pedro Barran, en "La independencia y el miedo a la revolucin social en 1825", en Revista de la Biblioteca Nacional, N 26, Montevideo, 1986, pp. 65-77.

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