museo del Árbol arte contemporáneo 2

Arte y cultura del árbol en Costa Rica

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Atrapasueños, Nelson Díaz, 2012.

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Artistas ParticipantesLidilia AriasRicardo ÁvilaMaurizio BianchiGabriela CalderónDinorah CarballoAlejandro ChávezAlexander Chávez Nelson DíazSylvia Fournier Ana Elena Fernández Roberto GuerreroAna Grace Jiménez Dunia Molina Joaquín MurilloLuis MongePaulina Ortiz Alberto Quesada Iris Odio Raymond PaulyLuis Mauricio PinedaLuis Fernando Quirós Rodrigo RubíMaría José SalazarJosé SanchoZoleila SolanoManrique SuárezCarolina ValenciaRodolfo UderMaría Irina Yébenes


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Contemplar la presencia del árbol en su naturaleza y entorno, es un acto recíproco, pues en tanto damos, la naturaleza nos lo devuelve, sin excepción somos componentes de la gran creación de Dios que nos compromete a convivirla y compartirla en total armonía. Se dice que si la agredimos, nos agrede; pero si la amamos nos devuelve maravillas.

Museo del Árbol/Arte Contemporáneo 2

Festival Internacional de las Artes 2012Instituto de México, Marzo 2012


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La muestra “Museo del Árbol/Arte Contemporáneo 2” que se presenta en el Instituto de México como parte del Festival Internacional de las Artes FIA/2012 durante el mes de marzo, al igual que la primera exposición de marzo a mayo 2011 en la Galería Nacional, significa una manera de congraciarnos con el entorno natural, y el arte es nuestro principal aliado para estimular la nobleza del árbol que nos deleita, brinda sustento, purifica el aire, mitiga el impacto del calentamiento global, nos regala materia prima para muebles, casas, entre otros, y, por si fuera poco, nos brinda solaz y esparcimiento cuando la vista se posa en sus verdores, floraciones y frutos.


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Hoy presentamos un conjunto de obras fotográficas, instalaciones, ensambles, esculturas, cerámicas, pinturas, dibujos, objetos intervenidos, donde el hilo conductor es el árbol, o sus conceptos, todo visto desde posturas y focalizaciones muy diversas, como diverso es ese tesoro que invita a deleitarnos una vez más con mucha de su esencia -sabia o clorofila-, que en sentido metafórico, también corre por nuestros sistemas vitales.

Museo virtual La gracia de la virtualidad y del Museo del Árbol es que en realidad nada existe, todo está en la nube, sin embargo, aunque no lo tengamos físicamente, ni la revista


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ni el museo, se puede hacer mucho, lo que el amor hacia la naturaleza nos permita hacer, según las posibilidades que se abren cada día y que motivan a seguir continuamente. Esta exhibición en el Instituto México es muy significativa en este sentido, es activador de un movimiento que la publicación Museo del Árbol ha venido alimentando a través de internet y en las redes sociales; a nuestra página de Facebook, por ejemplo, llegan decenas de fotografías de muchas(os) amigas(os) que los fotografían, o encontraron un video, un dibujo, una ilustración, un pensamiento para compartir con todos los demás. De ese cuerpo material que


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sigue siendo virtual pues no se imprime, tomamos para la publicación y, cuando se presenta una oportunidad como esta, de tener a disposición un espacio expositivo, montamos una muestra más. De ahí el carácter de “rizoma” de Museo del Árbol, que se sabe dará nuevos brotes, mas no se sabe dónde ni cuándo.

Museo del Árbol en el Instituto de México Inicia el recorrido de este evento la pieza “Heridas” de Sylvia Fournier (San José 1968), donde ella inserta elementos de la naturaleza: ramajes, troncos, cortezas, acentuados por el color, juega con el simbolismo del rojo y un centro


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óptico en posición vertical, que contrasta por ser tratado en blanco y negro, pero aparece una flecha roja generadora de tensión; además, en la base, subyace la franja de troncos agredidos por alambres de púas. El lenguaje es fuerte pero va al grano, nos habla de la resistencia y el sentido de lucha que sostiene el árbol usado en cercas, donde a pesar de las heridas, están ahí para regalarnos el beneficio de ser guardianes protectores del espacio privado.

El color subordina el inicio de la muestra, de inmediato tenemos tres fotografías tomadas por Rodrigo Rubí sobre la serie “Columnas arboriformes”


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del maestro José Sancho (Puntarenas 1935), ubicadas en el Parque de la Paz, Museo de Arte Costarricense y jardines del Banco Central. La idea de Sancho con sus esculturas en hierro esmaltado, es crear un módulo que acrecienta en su verticalidad; se podría multiplicar cuanto permita el material y la gracia de la idea hasta despuntar en el paisaje. La pieza “Arboriforme III” 2004 refiere al brote o germinación, de gestos suaves y flexibles en contraste con las otras dos propuestas.Y, ¿por qué fotografías de las esculturas?, en tanto en cada muestra de este museo virtual incluimos a algún maestro (el año pasado invitamos a Felo García), en este


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caso no podíamos trasladar una de esas enormes columnas arborescentes a la muestra.

La siguiente fotografía de Alexander Chavez Gould ( Turrialba 1991), continúa con el matiz de rojo en esta imagen de carga escatológica, donde aparece un árbol ya seco, una cruz y escalerilla de madera -para crear un intersticio llenado por la tensión de esta propuesta titulada “Desesperado, demonio incoloro”-, donde además, aparece la imagen del fotógrafo caminando hacia el árbol en una especie de “autorretrato de narrativa simbólica”. Provoca una mirada introspectiva de corte existencial al indagar sobre sí, y esa


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reflexión acerca del árbol con la cercanía de la muerte, cuando se asimila una de las representaciones de la crucifixión.

La acuarela “Árbol de la vida” de Dunia Molina (San José 1940) por el lenguaje que posee la curva y la contracurva abierta y el tratamiento del color, desborda gozo, sensualidad y promesa. La alusión al árbol de la vida es recurrente, está ahí mismo en la pared del frente cuando se observa una colección del Instituto Cultural de México de los famosos árboles de la vida propios de esa manifestación anímica de la cultura popular mexicana. El cuadro de Molina motiva a presagiar esperanza, cuando su forma se abre al firmamento


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como para recibir la bonanza venida del universo y conducirla hacia las raíces a través de la sinuosidad del tronco, como aquella cosmovisión de nuestros ancestros preshispánicos donde el árbol enlaza el inframundo con el supramundo.

La acuarela “Después del aguacero” de Ana Elena Fernández (San José 1961), de naturaleza contemplativa de esos troncos encontrados entre las arenas costeras, elaborados por los abrasivos salinos con el ir y venir del oleaje marino. De similar manera a la pieza de Molina, esta artista trata el tronco con un dibujo de fuerte carga tectónica visual y simbolismos leídos solo en casos


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cuando el observador pone profundidad a su mirada, y es atraído por todas esas anécdotas que graba el mar en el tronco después del aguacero que dejó la costa colmada de vibraciones luminosas.

La pieza siguiente -en esta lectura de la exposición-, corresponde a una cerámica de María José Salazar ( Turrialba 1987) ganadora de la Bienal de Cerámica 2011, nos conecta al tema a través de un hilo conductor como es el oso perezoso, cuya vida, como se sabe, pende de una rama, y la morfología de su cuerpo se adapta a estar colgado. El vaso cerámico, de unos cincuenta centímetros de alto, torneado y acabado al “te de moka”, dibuja la figura


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arbórea y en la boca del vaso cuelga un perezosito; en su creación más reciente, uno de esos especímenes cuelga de un trozo de rama activando el concepto del árbol que no está, pero que todos los demás componentes lo vivifican.

Continúa el recorrido con “Asiento música”, objeto instalado por Dinorah Carballo (Alajuela 1947), nos conecta con el tema central a través del abordaje simbólico. Se trata de una silla cuyo respaldar en madera es independiente del sentadero de metal, contraste de materiales que aluden a la nobleza del árbol y a la robustez del hierro. Adosa tubitos de bambú, semillas, hilos, amarres


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y sugieren musicalidad, activando las sinestesias sonoras cuando pareciera una notación aleatoria en el respaldar y un almohadón de plástico relleno de algodón natural, que con la presencia del bambú evoca la sonoridad propia de esa planta al ser mecida por los vientos. Es una pieza minimalista, ataviada de un lirismo extraordinario, y una visión del arte contemporáneo apto para relacionar, dialogar, y vincular a las demás propuestas de la exposición.

La fotografía de Maurizio Bianchi (Roma 1953) “Árbol en Floración” muestra esa maravilla de la naturaleza que nos sorprende cada día con diversidad de


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formas, aromas, colores -como este caso de un árbol-, cuya floración, él captó en Honduras en 2009. Las flores parecen un rebozo, de esos atuendos que llevan las mujeres elegantes para exponer su hermosura a la sociedad. El “rabo de ardilla” -como se le conoce popularmente a esta especie-, un Alavaradoa amorphoides de la familia botánica de las Simarubaceae florea en un color blanco ostra, cuelgan de los ramajes creando la vibración rítmica luminosa que acrecienta con los aires que las agitan, cual si fueran aplausos en gratitud hacia ese encanto que nos obsequia el Creador a través de esta especie.


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La pared derecha de la sala, inicia con las propuestas de María Gabriela Calderón, y dispone entre las dos fotos un poema de Guillermo Arriaga. Se trata de una alusión al tema a través de simbolismos encontrados en uno de sus viajes a Chile; dice la artista que en la primera foto focaliza una especie de totem que puede representar la tierra herida por las contingencias de esta vida; la segunda es la foto de una instalación expuesta en el vestíbulo de ese museo, construida con pedazos de madera de diferentes tamaños “bañados” por el sol; la imagen sugiere un bosque cortado donde quedan como testigos cientos de troncos dispuestos en una especie de


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Land Art, donde ella interpreta que “los arboles mueren, pero aún así permanecen sus vestigios y alma”.

Los “Árboles de la vida”, de la colección del instituto de México, la pieza siguiente nos conecta con esa tradición cultural del pueblo azteca; en la estructura del árbol, cual si fuesen niveles de una estantería disponen representaciones de vivencias, sueños, y animismo religioso en una imagen escultórica de rica textura visual, táctil, de vistoso color y riqueza de significados de todo aquello que se añora o puede evocar en un objeto simbólico.


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“Paisajes artificiales”, fotografía de Luis Fernando Quirós (Paraíso 1951) es una colecta de referencias arbóreas encontrados en su taller, que contrasta con una ramitas de “santalucía” superpuesta en varias superficies de hermosa textura visual y cromática. Agrega fotos de otros detalles encontrados en los materiales del taller, e incluso, fotografía una grieta en la acera que sugiere una miniatura, todo ese abordaje activa una narrativa del jardín construido con poesía.

Joaquín Murillo ( Tilarán 1965) presenta un múltiple fotográfico en blanco y negro titulado “Ocaso”; compone un conjunto de reminiscencias arbóreas


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a través de troncos encontrados en las costas, con toda esa carga emotiva y visualidad poética del lugar; al centro integra la imagen borrosa de un atardecer, cuando bajaron los chubascos para dejar la sensación difusa del tiempo y de la vida que marcha sin detención alguna; la tercera parte es un paisaje tomado en un estuario marino, donde los árboles con sus raíces, lianas y todo ese ropaje selvático seco, ofrece lecturas intensas y dramáticas de lo que sucede en algunas zonas del país ante el desamparo de nuestra naturaleza.

Rodrigo Rubí (Heredia 1963) con “Cambio de estado”, 2011, díptico de la


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serie: “Piel de madera”, nos refiere a la mutación del árbol a través de su corteza, cuando lo afecta el tiempo, las situaciones climáticas, la genética de la especie o las heridas que provocamos los humanos; pero más que esos factores técnicos, el interés de su propuesta está en el grado de abstracción que representa, aborda los bordes de la pintura matérica y nos recuerda particularmente la obra del recién desaparecido maestro español Antoni Tapies. La hermosa propuesta de Rodrigo Rubí, son un lienzo para la memoria, el lenguaje poético de la materia que nos brinda una visualidad distinta de la figura central para esta exhibición.


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“Árbol Viejo” de Raymond Pauly (1951) es la imagen acromática de un sujeto añoso, enorme, de abundantes ramajes, conjugados con una vibración lumínica en una atmósfera muy sugestiva y hasta enigmática, sumado a las textura de la corteza, a las raíces, a los bejucos, y al tenue manto de las hojas que multiplican la diversidad de matices e interés compositivo de la propuesta. Nos intimida a reflexionar y a la vez deleitarnos, pero deja una espinita clavada de todo ese poema a punto de desmaterializarse.

Luis Mauricio Pineda (1972) nos ofrece “Esperanza”, un tríptico donde


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contemplar al árbol a través de la sabiduría de la naturaleza: el “zotacaballo” (Phitecelobium longifolium), crece en las orillas de los ríos con la finalidad natural de ser un verdadero “muro de contención” para los terrenos, así detener su natural erosión. El zotacaballo deja caer las semillas en los ríos, y ahí mismo germinan, como se observan en la secuencia fotográfica, y las aguas se encargan de esparcirlas en otras márgenes, de esa manera, la especie se reproduce. Este proceso es hermoso y enmarca el significado del lenguaje buscado por la muestra, de entablar una contemplación del sujeto o tema central a través de los conceptos.


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“Frutos después de la vida” de Alberto Quesada ( Sarchí 1990) es otro abordaje conceptual cuyo simbolismo enmarca la idea del ciclo de vida, cuando lo observado en la hermosa fotografía de Quesada Ureña es un árbol ya secó después de dar abundantes frutos: las naranjillas, estas parecen flotar en el firmamento limpio e inmaculado. Como se dijo, la fotografía es signo de esperanza, en tanto comprendemos que en el fruto está una semilla que germinará nuevamente.

Lidilia Arias (1965) presenta su fotografía “Perfume”. Presenta un paisaje tomado en los cerros de la Tigra los cuales son borde natural para las extensas


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llanuras de San Carlos, en ese entorno sobresale la poética presencia del corteza amarilla Tabebuia ochracea. Entre todo ese verdor húmedo y profundo el acento del árbol cubierto de ropajes del tiempo con sus epífitas y helechos se vuelve luz, es como una llamada de atención que nos delita y carga de las energías vitales pues la naturaleza las dispone para quien le brinda una mirada de amor y contemplación.

Luis Alejandro Chávez (Paraíso 1984) presenta una acción titulada “El Árbol pastel” donde él mismo como artista hace un queque o pastel tradicional para celebraciones de cumpleaños,


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matrimonios, día del padre o la madre, pero con forma de tronco árbol, que va a ser partido y comido en la inauguración para lo cual se documentará la acción con fotografías que se imprimirán y montarán en la sala para quedar expuestas. El abordaje al tema es a través de los conceptos, cuando supone que cada uno de nosotros ingiera un trozo del queque se estará comiendo un “tuquito” de ese tronco, celebrando, de esta manera, la fiesta del árbol que significa la muestra.

La Sala 2 del Instituto de México, inicia el recorrido con la instalación de Carolina Valencia (Bogotá 1969) titulada “Sueños de árbol”. Abre un espacio para


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añorar la tranquilidad del encontrarse bajo un árbol, cuando las imágenes de lo soñado retornan, y la reflexión lleva al cobijo de nuestro amigo, centro de atención de esta muestra. La imagen de la niña, su hija, es bañada por una luz cenital que atraviesa otra fotografía de unos ramajes impresos sobre una superficie transparente colgada de la parte superior, además, dispone sobre el césped los zapatos, el cuaderno de dibujos y los marcadores para dibujar. Anida las remembranzas del jardín de recreación, o el paseo al campo para respirar libertad y sentir de cerca esos sueños mutuos.


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En la pared izquierda de esta sala encontramos la fotografía en blanco y negro titulada “Cerca y lejos” de Luis Monge, oriundo de Monteverde. Es habitual en sus creaciones fotográficas observar las brumas y montañas recortando las siluetas de los árboles; en este caso, Monge dispone un primer plano con un tronco de lo que fue quizás una cerca el cual permanece atorado en el alambre de púas, y en el plano más lejano dispone las montañas veladas por ese blancor frío y ventoso tan característico del bosque húmedo monteverdiano.

Roberto Guerrero (San José 1978) ofrece una fotografía en gran formato,


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también en blanco y negro, donde recrea su visión de “Dafne, el hombre árbol”. Guerrero lo interpreta sumido en un jardín paradisiaco, que bien sugiere el fondo escenográfico de un film de gran formato -con un tratamiento técnico particular que le ha servido para resolver las primeras fotografías de su prolífica carrera y por la cual ha sido premiado en varios eventos nacionales e internacionales-, en ese jardín de las evocaciones él hace reposar su propio cuerpo sobre un tronco inclinado, intimidando al observador a fijar el pensamiento en aquella figura mitológica sugerida por el título.


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A continuación, en la siguiente sala se expone la pieza “Guachipelín, hombre tronco” de Zoleila Solano (Paraíso 1943). Esta artista se caracteriza por intervenir objetos de materiales sintéticos con la idea de brindarles una segunda vida y colmarlos de sus visiones acerca de la música, el paisaje y los recuerdos, en este caso, presenta otro carácter de abordaje al “árbol de Dafne”, teniendo como motivo a un centenario guachipelín que plantaron, según dice la tradición, en tiempos del traslado de la población de Ujarrás a la actual Paraíso, ciudad de donde ella es oriunda. El guachipelín es estrangulado por un matapalo que emerge del corazón simbólico de la pieza,


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para extender sus ramajes envolventes y enigmáticos sobre el torso de ese maniquí u objeto intervenido.

El artista naife Ricardo Ávila (San José, 1966) pinta un acrílico titulado “Ciudad y Árbol”, que es otro binomio presente en el paisaje de las ciudades, a veces crece entre las edificaciones, en otras en los jardines, también es motivo para jugar o esconderse o citarse bajo la sombra de los ramajes y troncos. En esta pintura Ávila pinta un enorme árbol entre los edificios que se curvan para protegerse bajo su sombra benéfica, donde los personajes se mueven con algarabía y los autos recorren el perímetro del cuadro sonando


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sus pitoretas y acrecentando su colorido tan característico en la pintura de este autor.

Nelson Díaz (Paraíso 1979) presenta dos óleos titulados “Atrapasueños” y “Madre Selva”. Utilizó la disolución del pigmento de óleo para la exploración de la mancha, el chorrete, la separación del agua y el aceite con diversos disolventes, todo como referente abstracto para construir bosques sinuosos por medio del juego con la luz, la gravedad y la organicidad de los elementos. La naturaleza en la pintura de Díaz es vista como fuente de vida y el árbol de ceiba como Axis Mundi; la idea del bosque


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aparece en su lenguaje como centro del cosmos y la luz como futuro del alma conjugados con esa poesía y logro técnico que Díaz sabe imprimir a su obra.

“Monumento” de Ana Grace Jiménez (San José 1973) es una escena de un paisaje desolado en donde se encuentra el monumento al “último árbol”, que es observado a lo lejos por una pequeña niña que siente temor y asombro al observar este elemento ajeno a sus vivencias. Se trata de una visión también apocalíptica cuando del paisaje desapareció el verdor y por ende el oxígeno, viciado quizás por la sensación térmica pintada de naranja agrisado en el firmamento. El dibujo,


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la pintura y el collage amalgaman esta propuesta expresiva y consternante que, deseamos no sea predictiva de lo que ocurrirá al planeta si no ponemos atención a las constantes agresiones.

María Irina Yébenes (Madrid 1965) ofrece dos fotografías tituladas “Los guardianes de los sueños”. Se trata de imágenes tomadas en el parque de Zarcero, Cantón de Valverde Vega, donde son recortados los cipreses representando figuras humanas o de animales de enorme carga lúdica y sugestiva, recrean sujetos que quizás reconocemos en la fábulas y narrativa, o que nos inyectan humor por el ingenio de esa iconografía verde


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del árbol y que ha hecho famosa a esa comunidad en el mundo entero.

La instalación de Rodolfo Uder (Naranjo 1955) “Guardianes del bosque” sugiere entrar al bosque seco guanacasteco formado con fajas de madera que son desperdicio en los aserraderos, utiliza lianas, vainas, semillas y la hojarasca que se desprende del árbol para formar una crujiente alfombra o suelo del bosque desde donde atisban unos sujetos caninos formados por cortes transversales de troncos, llamados también chuletas, que simbolizando esos personajes al asecho de quienes intentan la agresión a nuestra ecología.


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Manrique Suárez (San José 1963) presenta la obra “Camino al fuego”, en un candente atardecer en Playa Junquillal, Guanacaste, donde entre los ramajes cae de manera impresionante el sol colmando todo el formato de la fotografía. El artista esperó paciente la llegada de esa luz rojo-naranja crepuscular tan característica del final de día en las localidades costeñas del Pacífico costarricense, con cámara preparada y el pensamiento puesto en el instante preciso que ahora nos regala a los visitantes de la muestra.

Paulina Ortiz (San José 1958) nos brinda un textil titulado “Nandayure IV”, construido de fibras de cabuya retorcida


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y pintada, trozos de madera encontrados en las costas de la localidad de Islita (Nandayure), para formar un inventario de enorme significación que invita a reflexionar sobre el legado natural tan desprotegido. Ella utiliza materias primas industriales y las interpreta en clave orgánica para que sintamos ese acercamiento al tema: a la cultura y la naturaleza.

Finalmente cierra este recorrido por la muestra la fotografía “Entre caricias” de Iris Odio. La luna se oculta detrás del ramaje de un árbol y parece que éste la acaricia en una imagen de total detenimiento y lectura de relax y esparcimiento, justo


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para volver la mirada hacia nuestros adentros y preguntarnos qué nos quedó del andar entre la imagen y los conceptos de los árboles, en una muestra dedicada a contemplar su presencia y significado en nuestras vidas.

En conclusión, diría que avistamos interpretaciones y paisajes de naturaleza interior en torno al tema del árbol y el bosque, tan variadas como son los pensamientos y visiones de treinta y un artistas que acudieron al llamado de Museo del Árbol para conformar el corpus de esta exposición. Agradecemos a la organización del FIA 2012 la posibilidad de este desafío, al Instituto de México


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por el espacio expositivo, al grupo de montaje encabezado por Hugo Pineda y a todos quienes de alguna manera la hicieron posible. Y al público ofrecemos un acercamiento y pensamiento acerca de la figura central de esta muestra, que crece y nos favorece pero a pesar de todo aún existen muchos clavos, alambres de púas, hachas y hasta motosierras que lo acechan. Como se dijo al inicio pongamos una mirada de amor en el árbol y la naturaleza y éste nos devolverá maravillas.

Luis Fernando Quirós, curadorFebrero 2012


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Lidilia Arias,Perfume,Fotografía digital, 2009Retablo80 X 55 cms


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Ricardo ÁvilaÁrbol y ciudad,Acrílico sobre tela 90 x 120 cms


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Maurizio BianchiÁrbol en floración,Impresión sobre canvas150 x 100 cms

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Gabriela Calderón Arias, Tríptico C, fotografía análoga, digitalizada para impresión, 30 x 40 cms (cada pieza), 2012.Texto poético: Guillermo Arriaga Moreno


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Dinorah Carballo,Asiento música,Objeto instalado, 2012Dimensiones variables.


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Luis Alejandro Chávez, Árbol pastel, Acción: compartir un trozo de árbol, 2012.


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Alexander Chávez Gould, Desesperado, demonio incoloro Fotografía Digital en retablo, 2011


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Nelson Díaz Brenes, Atrapasueños,óleo sobre lienzo, 2011. 80 x 100 cm

Nelson Díaz Brenes, Madre Selva,óleo sobre lienzo, 2011. 80 x 100 cm


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Sylvia Fournier, Heridas. Impresión digital 100 x 100 cms, 2012


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Ana Elena Fernández, Después del aguacero.acuarela y tiza pastel 80 x 55 cms, 2012


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Roberto Guerrero, Dafne,Fotografía digital b/n, 100 x 150 cms, 2012


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Ana Grace Jiménez, Monumento, acuarela y tiza pastel 91 x 97 cms, 2012

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Dunia Molina, Árbol de la vida, acuarela sobre papel Fabriano 76 x 56 cms, 2012


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Luis Monge, Cerca y lejos, Fotografía digital b/n 120 x 60 cms, 2012


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Joaquín Murillo, Ocaso. Fotografía digital b/n, 150 x 150 cms

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Iris Odio, Entre caricias. Fotografía digital, 75 x 50 cms, 2011


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Paulina Ortiz, Nandayure VI. Textil, 180 x 120 cms, 2005


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Raymond Pauly, Árbol viejo. Foto en b/n, filtro infrarojo.100 x 70 cms, 2011.


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Luis Mauricio Pineda, Esperanza. Fotografía digital, 150 x 47 cms, 2011


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Alberto Quesada, Frutos después de la vida. Fotografía digital, 50 x 65 2011


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Luis Fernando Quirós, Paisajes artificiales. Fotografía digital, 100 x 100 cms, 2012


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Rodrigo Rubí, Cambio de estado. Fotografía digital,1o0 x 150 cms, 2012


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María José Salazar, El perezoso y el árbol. Cerámica e instalación, dimensiones variables.


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José Sancho, Arboriforme II, Arboriforme III, y Columna Arboiforme. Escultura en metal esmaltado. Fotografía R.Rubí.


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Zoleila Solano, Guachipelín, hombre tronco. Objeto intervenido con pinturas acrílicas, 95 cms alto, 2012.


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Manrique Suárez, Camino al fuego Fotografía digital, 120 x 65 cms, 2011.


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Carolina Valencia, Sueños de árbol, Instalación de dimensiones variables, 2012.


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Rodolfo Uder, Guardianes del bosque. Instalación de dimensiones variables, 2012.


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María Irina Yébenes, Los guardianes de los sueños. Impresión digital, 2012.


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Luis Alejandro Chávez, Árbol pastel, Acción: compartir un trozo de árbol, 2012.


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Conversatorio sobre el significado del árbol en la obra de cada artista.


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I n a u g u r a c i ó n 5 d e M a r z o 2 0 1 2


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Autopresentación a los artistas participantes en la muestra Museo del Árbol.


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Revista web http://issuu.com/museodelarbolMuseo del Árbol brota como un espacio contemplativo, de reflexión crítica y valorativa, y de sensibilidad acerca de la figura del árbol en la naturaleza y en nuestras vidas. No es un museo físico, sino virtual, se puede acceder a su espacio en la red y movernos por sus páginas-salas.

Grupo editorLuis Fernando QuirósRodolfo Uder

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