monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

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'^.y^ Wf ^;—--_ -^J^^i ^ Monté DE ABROJOS T^omande c¿a alcana. ^^t¿'es a.cfos'. original do. José C/^tellón PREMIO INFANTADO

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Page 1: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

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^Monté DEABROJOST^omande c¿a alcana.

^^t¿'es a.cfos'. original do.

José C/^tellónPREMIO INFANTADO

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--. -L

Cubierta de este nú mero:

C a r m e n M u ñ o ^ G ar

primera actriz

de la

Compañía

de

Enrique Borras,

,que dio vida escénica

a Isabela,

de

MONTE DE ABROJOS

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ONTE DE ABROJOS

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Estrt obra es pr'ij i''Ja<i d^ ?u autor, y nadie pot'r

sin su permiso. reimpriiníri;i ni representarla eu Espaür.

los países con !• >5 ci: Ick sc iiayau celebrado, o se celebre

enadelartfc trataio- tT'.icrnjiciouales de propiedad liti

raria.

Los autores so reservan el ilcrecho de traducción.

Los comisionauc? y represt::tai'.tes de la SociedadAutores Españoles son lo=; eL:cargados. eTc'nsivíLniente,

conceder o negar el permiso de representación y del abro de l<;s derechos de propiedad.

DToJts de represei^tatton, de traduction et de repnduction reserves pour tous les pays y compris la Sude la Norvége et la HoUande.

Copyright by José Castellón, 19^1

Queda hecho el depósito que inarcr, la ley.

Page 5: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

TOSE CASTELLÓN

MONTE DE ABROJOS

ROMANCE DE ALDEA EN TRES ACTOS,

ORIGINAL

PREMIO INFANTADO 1930

Estrenada en el Teatro de Calderón de Madrid,

el dia 14 de noviembre, de 1930,

DIBUJOS DE GUTIÉRREZ NAVAS

AÑOI

21 JDE F -tíBRER O Dh, 1931 | ÜUM. 180

M % D R I P

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Compusieron el jurado los ilustres s

flores: Manue! Machado, José Alsii

Jiménez Encinas y Arturo Cuyasla Vega.

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Al duque del Infantado

QUE, A su EJECUTORLA. DE NOBLEZA,

une la muy alta de protector de las letras.

y al eminente enrique borrás,

que dio vida escénica a esta obra.

Con respeto y gratitud.

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REPARTOPERSONAJES INTERPRETES

Lázaro de Vilobre Enrique Borras.

Isabela Carmen Muñoz Gar.

Ana la Roja Laura Bové.

Mónica María Robles Bris.

María Jesusa Angela del Olmo.Raposa Concepción Montes.

Pedro de Lémona Leovigildo Ruiz Tatay.

Cachicán Francisco A. Villagómez.

El pastor Alicia Manuel Domínguez.El Violinista Emilio Mesejo.

El Cojo Francisco Gómez Ferrer

Onofre Enrique Guitart.

El Trapero Félix Dafauce.

\ Florencio Medrano.Mozos < Joaquín Parreño.

¡ José María Navarro.El Niño Niña Gómez Ferrer.

I.a acción en un poblado del norte de Castilla. Época de ahora.

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ACTO PRIMERO

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Cociua aldeana en planta baja y con alto techo envigado. En el

foro estará el hogar, de campana prominente ; y, a un lado del llar,

se verá una ventanuca enrejada. En el resto del foro, dando fren-

te al público, escalera que conduce al sobrado. Dos puertas laterales

:

una formando chaflán, abre al campo ; y la otra conduce a la alcoba.Forman el ajuar de la estancia un armarito, una mesa, un viejo ar-

cén, una tiuaja con su pié y cuantos enseres sean propios del lugar.El acto empieza a media tarde. Por la ventana entra el sol crepus-

cular y la luz tiene el tono de color del oro viejo.

(ISABELA estará planchando, de espaldas a la puerta del

campo, que estará abierta. De vez en vez, se oye confuso voce-

río, gritos, como aullidos, de los mozos que están jugando a la

barra en el campo. Luego de unos instantes asoma por un ladodel portón la cabezota bestial de PEDRO DE LEMONA y al verque está sola Isabela entra cautelosamente y conteniendo la

respiración. Es un mozo rudo, de aspecto bárbaro y musculoso.Tiene la camisa desabrochada y se le ve el pecho, sudoroso yde pelambre enmarañada. Está sofocado por el esfuerzo del

juego. Se acerca a Isabela como una fiera en celo, pronto a.

dar el salto. La lujuria hace que le relumbren los ojos como

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brasas. Isabela se revuelve, cuando ya el aliento del hombrscasi le da en la nuca, y rápida se refugia detrás de- la me»ay le amenaza con la plancha.)

Isabela.—(Amenazadora.) ¡Si t'acercas!...

Lemona.—(Con voz quebrada por el deseo.) ¿Qué?...Isabela.—Prueba.Lemona.—Un golpe tuyo me dolería menos que tu odio.

Isabela.— ¡ Canalla !...

Lemona.—¡Con qué rabia sorda m'hablas siempre, Isabela I

¡Mordiendo las palabras!

Isabela.— ¡ Canalla ! i Mal hombre

!

Lemona.—Poco me imnortan tus insultos. ¡ Sólo mi sangreme sofoca!... jYo te juro que serás mía!

Isabela.—¡Antes me mato!Lemona.—¡Yo t'haré morir... estrujándote entre mis brazos;

apretándote contra mi pecho; quemándote con mis besos!Isabela.—¡Oh! ¡Calla! ¡Calla!... ¡Vete d'aquí!

Lemona.—(En una transición.) ¿Por qué me odias tanto? ¡Si

supieras cómo te quiero yo! ¡Qué no haría p'or tu cariño! Túpodrías pisotearme, hacerme pedazos, pegarme como el dueñopega a sus perros... Pero deja que sacie este deseo que me de-vora. !

Isabela.—Peor eres que el huracán, que tó lo troncha... Comoun chivo rijoso, de entre los matorrales me saliste varias ve-

ces al camino... Y muchas noches, en el silencio de la oscuriá,

t'escuché arañar esa puerta como un lobo. (Indica la que da al

campo.) Pero es inútil cuanto intentes. ¿Lo entiendes?Lemona.—¿Me desafías, mujer?Isabela.—Te pido que respetes cuanto es sagrao ante Dios y

ante los hombres. Que no angusties mi soleá dolería. Que res-

petes la niñez de mi hijo y la ausencia de mi mario... ¡Que tos

tus muertos te maldigan si no respetas esto!

Lemona.—¿Respetar el buen nombre de Lázaro de Vilobre, el

ladrón?Isabela.— ¡ Maldito seas

!

Lemona.—¿Tanto quieres al malhechor que se pudre en la

cárcel?

Isabela.—Nadie es peor que tú. Ni los reptiles, qiie se arras-

tran maldecidos. Ni los murciélagos, que dan el maleficio. Nila misma fiebre, que va comiendo a los tísicos.

Lemona.—Pero nunca estuve en enreos de Justicia, como e¿

Lázaro.

Isabela.—Porque ni eres hombre. Tú no cometes el mal de

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frente, sino agazapao y silencioso; como el frío, que entumecesin dejarse ver. ¿A que no eres capaz de llamar a los mozosque juegan ahí fuera y aquí, delante de ellos, intentar lo quesólo te atreves cuando estoy sola?

Lesiona.—Porque sola es como yo te quiero. Sola y desfa-

llecida bajo mis brazos. Tu desdén azuza más y más mi de-

seo, como la ijada, que no deja parar a la yunta. Cuanto máste resistas, más te desearé, y habré de tomarte por fuerza si

no cedes

Isabela.—Escucha bien... Si no desechas tu empeño de de-

monio yo lo contaré al pueblo pa que sepan cómo eres.

Lemona.—-Y yo diré que has sío mía.

Isabela.—¿Piensas, maldito que creerán tus mentiras?

Le.mona.—Lo malo entra pronto por los oidos.

Isabela.— ¡ Fuera de esta casa !

Lemona.—Y cuando Lázaro salga de la cárcel, él sí que cree-

rá la mentira. Sentirá la sospecha como una pedrá en mita del

pecho.

Isabela.—Tu alma es como los eriales, en donde el granose pierde y sólo brotan las malas hierbas.

Lemona.—Yo destrozaré cuanto se oponga a mi deseo.

Isabela—Ya has roto una vida, que llora por tu culpa.

Lemona.—¿Ana la Roja?Isabela.—Sí, Ana la Roja.

Lemona.—¡Puach! ¡La tísica!...

Isabela.—La moza enferma por tu culpa. La novia por tí

desprecia. La promesa de boda cruzada estaba pa cuando la

cosecha del trigo; pero florecieron las espigas y sólo tú te se-

caste en traición a la palabra da.

(.Se escucha a los mozos que llaman a Pedro de Lém.ona ij

éste se acerca al hogar y toma un jarro para fingir que está

bebiendo. Unos cuantos mozos asoman sus rudas testas por de-

trás de la reja de la ventana y otros se hacinan en el umbralde la puerta, formando grupo como una jauría. Tienen laAmangas de las camisas recogidas hasta el codo y se les acu-san violentamente los tendones, por el esfuerzo del juego. Es-iún sudosos, jadeantes, rojos y sucios de la tierra.)

I Pedro de Lémoua

!

El coroiEh, Pedro de Lemona I

DE LOS < Qué haces que no vienes?

MOZOS j En dónde estás?

f Ya olvidaste la barra?

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1 Onofre ganó la primera partida.

El coroia cuatro pies más lejos que el Pilaro tiró la barra.

DE LOS /¿Tú no tirarás la barra, Pedro de Lémona?MOZOS, j ^'en a tirar a la barra.

Ii A la barra ! ¡ A la barra

!

Lemona.—Vine a beber. Sediento como un perro me tenia el

sol, y el polvo de la carretera me resecaba la garganta. Aho-ra ya estoy dispuesto. (Deja el jarro y se limpia la boca conla manga. Uno de los mozos le da la barra.)

i Tiende fuerte el brazo, que la tira de Onofre ha sio£l coro \ larga.

DE LOS ¡Mucho ties tú que empujar!MOZOS. /¡Sólo Pedro de Lémona pué ganar a Onofre!

[Sebastián y Catalino se dieron por vencios.Lemona.—IQuién me ganó jamás?... ¡Soy el más fuerte, Isa-

bela! (Alza la barra por encima de la cabeza g hace ademánde arrojarla al tiempo que lanza un grito agudo, que es comoun pregón de pelea.) ¡Ohé!... ¡Ohé!

IGanará la partida.

MOZOS. Ig.^ g. Ganará la partida.

\ Pedro de Lémona es el más fuerte.

/¡Sus brazos son de hierro! (EZ coro de los m.ozos se

marcha y con ellos se va Pedro de Lémona; pero antes de sa-

lir se acerca a Isabela y le habla en tona bajo.)

Lemona.—Como esta barra de hierro que lanzo al aire son

de fuertes mis brazos... Pero más fuerte aún es mi deseo. Nolo olvides.

Isabela.— ¡ Que Dios te maldiga

!

Lemona.-—-Esta noche no arañaré como un lobo en la puer-

ta... Llamaré como un hombre... ¡Ohé! ¡Ohé! (Se va corrien-

do,. Hay una pausa. Por la puerta que da al campo enfírcúfi

MARÍA JESUSA y MONICA. Son dos aldeanas que traen cestas

y cántaros de leche de la feria. Entran con alegría e Isabeld

las acoge con muestras de satisfacción.)

Jesusa.— ¡ Isabela

!

MoNicA.—Deja el trabajo, buena vecina, que te traemos de

la feria dulce leche y ricas tortas.

IsABELA.^—Vendréis cansas. Camino largo hay desde la feria

y los senderos en cuesta y llenos de guijarros.

MoNicA.—Rendías venimos.Jesusa.—Mira cuantas tortas de almendras.MoNicA.—Y mira que leche tan blanca y cubierta de espuma.Isabela.—Buen acopio habéis hecho.

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isusA.—Hemos aprovechao la caminata.

ABELA.—¿Está anima la feria?

ONiCA.—De tos los pueblos llegaron romeros. Y hay de

¡Qué de muías, corderos, cerdos y gallinas 1 ¡Cuántos que-

aceitosos y pastelillos de maiz y arroz ! ¡ Qué preciosos

mos pa el peinao, y corpinos, y faldas, y cintas de tos los

ires

!

!SUSA.—Por los caminos iban familias enteras de los pue-

vecinos. Carros cargaos de cosas llevaban algunos. Y tos

ban alegres por el vino y el baile.

ONiCA.—Al pie de un olivo estaban sentados los músicos ynte bailaban las parejas con estruendosa alegría... ¡Ao-. jAolí!... ¡Aolá!...

ÍSUSA.—Mozos y mozas estaban cogidos de las manos y bai-

lo en rueda... ¡Aoli!... ¡Aoli!... ¡Aolá...

¡ABELA.—Otros años fui a la feria, con gran regocijo, y mu-me gustaban los pestiños y ver los fuegos de artificio ex-:ando como truenos y echando al aire estrellas de colo-

.. To me era grato entonces... La desgracia aún no se ha-levantao ante mi, como una sombra negra.

ESUSA.—No recuerdes, Isabela.

Iónica.—No recuerdes, buena vecina.

EsusA.—Toma estas tortas que te traemos para tu hijo.

foNiCA.—Y toma estos zarcillos que t'hemos mercao.ESUSA.—Deja el recuerdo de los malos días y traza unaz sobre la desgracia. Hagamos la señal de la Santa Cruz(ue sus brazos abiertos impidan al enemigo meter los cu-llos de la desgracia por las rendijas de la casa.

SÁBELA.—Por la señal de la Santa Cruz... (Se santiguan las

5.)

ESUSA.—En la artesa te pongo las tortas. Mira que tostadi-están y cuanta canela tienen.

Iónica.—En este puchero te dejo la leche. Mira que blanca¡spesa es.

SÁBELA.—Veo \Tiestras atenciones y se me parte el alma, ve-as... ¡Qué buenas! ¡Qué bueno es tó el pueblo pá mí!...no fuera por vuestra caria tendría que haberme ido por

. caminos, llevando de la mano a mi hijo y pidiendo limos-en los casales. To os lo debemos. Estamos contaminaos

? el mal; nuestro Ángel de la Guarda llora dolorio... y el

eblo, en vez de despreciarnos, nos ayuda pa que podamosñr y la miseria no nos sea cruel.

Jesusa.—No pienses en eso.

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MoNicA.—¿Qué culpa tiés tú? (Por la puerta que da al cam-po llega ANA LA ROJA. Es una moza demacrada, con visiblesmuestras de tisis. El color de su pelo es de un rubio rojo.

Toda ella está tan seca que parece un esparto.)

Roja.—Buenas tardes.

Isabela.—Hola, Ana la Roja.MoNiCA.—¿Qué tal estás?

Roja.—{flaciendo un gesto displicente.') Muriendo.Isabela.—No hay que desesperar. Enfermos graves se sal-

varon; cuanto más tú que no es pa tanto.

Jesusa.—Claro.

MoNiCA.—Tú no estás tan mal. Si estuvieras muy enfermano podrias salir de casa.

Roja.—En casa me asfixio. Necesito respirar el aire purodel campo.

„ .^i^UJIsabela.—Siéntate. Descansa, que vienes fatiga.

Jesusa.-—Nosotras nos vamos. Es tarde ya.

MoNiCA.-—En casa nos estarán esperando los pequeños pá ver

que les traemos de la feria.

Isabela.—Mil gracias por vuestros regalos.

Jesusa.—No valen la pena, mujer.MoNicA.—Que te mejores, Ana.Jesusa.—Cuídate mucho.

Roja.—Ya no hay remedio. (María Jesusa y Mónica se van.)

Huyen de mi. En cuanto he llegao s'hau ido. ¡Tos huyende mí I

Isabela.— ¡ Muj er ! . .

.

Roja.—¿Me das un poco d'agua?

/sábela.—Mira no t'haga daño si estás suda.

Roja.—Ya no m'hace daño ná.

Isabela.—¿Quies leche?

Roja.—Agua... agua...

Isabela.—¿Azucara?Roja.—Sola. Agua sola... Es que ardo. ¿Sabes?... Siempre

tengo fiebre, a toa hora.

Isabela.—(Le da un vaso de agua g Ana la Roja bebe <a

sorbos.) Con cuánta delicia bebes. Como los pájaros, sorbi-

to a sorbito.

Roja.—La bebería de un trago si pudiera; pero me fatigo.

T6 me fatiga, Isabela. Estoy muy mal. Moriré pronto.

Isabela.— i Qué miedosa eres

!

Roja.—Tu no has visto a la muerte; por eso no la temes.

Si la vieras junto a tí temblarías de pies a cabeza.

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'Isabela,—¡Qué sabes tú!...

Roja.—Lo sé, porque la he visto,

.(¡j^ Isabela.—¿Qué tú has visto a la muerte?Roja.—Y he sentío el crujir de sus huesos. La veo siempr*.hora mismo, al beber, he sentio, en el bord» ds la copa, •«•-

mear sus dientes en el cristal.

Isabela.—¿Qué dices, Ana?Roja.—La veo, si, la veo. i Es mi tormento I t Algunas noches,lando no puedo respirar, me incorporo en la cama creyendoue ya estoy enterra y alzo los brazos con las manos crispas

ara romper las tablas.

Isabela.—¡Oh, calla! ¡Calla!

Roja.—¡Es tan horrible!

¡ Isabela.—¿Por qué sales de casa? No debías andar.

Roja.—Encerrá en casa me moriría de angustia. Ya he pa-^ao el invierno sentá en un sillón al lao de la vidriera de la

entana y me parecía contemplar la vida desde muy lejos. lYengo tantos deseos de vivir!...

ISi»BELA.—Y vivirás mucho... ¡Tan moza como eresl

Roja—Eso es lo que más m'apena. Si fuera vieja, ¿qué po-

iría importarme ir acabando poco a poco, como el aceite de

as lámparas? Lo terrible, Isabela, es morir cuando se es jo-

'^en, cuando más deseos se tién de vivir. M'arde tó el cuerpo

orno si corriera fuego por mi sangre.

Isabela.—¡Es el enemigo que quié ganarte I

Roja.—Si él fuera ya estaría acabao, que en él rio m© Káfié

ma noche de plenilunio y he bebió el caldo de camisa d[|S vi»

jora; y me di por to el cuerpo untura de aceite de alacráiíi

que Tnnudó la sahidadora. No es el enemigo, Isabela; es la vida,

:|ve chilla como los vencejos sobre el campo.Isabela.—La vida no merece quererla, porque sólo dá Sufrí"

liientos.

Roja.—Cuando se la dice adiós, parece de fuego, pás!ÓJ5 qninos retuerce como leños encendios. (Se oge nna explotión d«gritos de los mozos que juegan a la barra en el campo.) Esca*cha cómo grita la vida... ¿No oyes el vocerío de los inozos«

como una lumbrarada?... Es fuerza, es salú. Brazos que sabenapretar muy ftiorte, hasta hacer daño... Al venir les he visto

jugando a la barra. ¡Pedro está con ellos!...

Isabela.—No hables de él. No merece que le recuerdes.

Roja.—No puedo evitarlo. Aunque cierre los ojos fuerte-

mente, hasta dolerme los párpados, le veo delante d* mí. Ltquiero más cuanto más le aborrezco.

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Isabela.—Ni tu odio mereee.

Roja.—Lo sé. Es un mal hombre. El novio que m'abandoiciiaudo ya la promesa estaba cruza. Pero no puedo apartarél mi pensar. Toda mi vida, esta vida a la que tanto m'agany me duele perder, es él... es él... ¡Es Pedro!...

(Llega el pastor Alicio, que entra por la puerta del cam¡Trae en los brazos un cabritilla.)

Alicio.—Güeñas tardes, Isabela y la compañía.Isabela.—Hola, pastor Alicio. ¿Vas de recogida?

A LICIO.—Pa el aprisco voy.

Roja.—¿Qué pasó al cabritillo?

Alicio.—Se desgració en un salto. Cayó entre unas zarzas

debe tener rota una pata, porque no poié tenerse. En braz

le traigo to el camino, y en la majá veré de curarle con hie

bas mascas.Isabela.— ¡ Pobre

!

Roja.—¡Triste tié el mirar I

Isabela.—¿Quiés un trago de vino?Alicio.—Se agradece, Isabela; pero no me cumple. En el vei

torro del encinar hice un alto y bebí un jarro... Además i

tengo tiempo pa detenerme. Voy de prisa. Ahí fuera tengorebaño, y hasta el redil aún falta camino.

Isabela.—No te detenemos entonces,

Alicio.—El caso es... que te traigo un mandao.Isabela.—¿De parte de quién?Alicio.—El caso es... que quería hablarte a ti sola.

Roja.—Me voy si estorbo.

Isabela.—Na tengo que no pueas oír. ¿Qué es ello, past(

Alicio?

Alicio.—¿Lo digo?Isabela.—Claro que si.

Alicio.—No sé si debo decirlo delante de la Ana.Isabela.—Dilo, dilo. Y ahora más que nunca. Ahora es pr

cÍKo. No quiero que pueda sosne<>barse que hay en mi vic

cosas que no puén decirse delante de tos.

Alicio.—D'aqui a unas horas se sabrá en toa la aldea.

Isabela.—Entonces...

Alicio.—Prepárate, Isabela, que yo no sé decir las cosas ce

arrodeos y pué hacerte impresión.

Isabela.—Verás. {Se sienta, preparándose como para conUuna larga, historia.)

Roja.—Habla.

Alicio.—En la montaña estaba cuidando el rebaño... Con 1

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punta de la navaja me entretenía en tallar figurillas en el

) cornizo del cayao... Una rama de olivo y unas cruces... (Ensa-

ña el cariado a Isabela, la cual hace un gesto y un ademán"^jfjirfe impaciencia.)

Isabela.—Sigue, sigue.

Alicio.—Ten calma, Isabela. La cosa es delicá y yo no sé

andarme con arrodeos.

Roja.—¡Ya se ve, hombre!Alicio.—Estaba cantando al mismo tiempo que trabajaba en

la madera del cayao. (Inicia un ritmo sencillo, el aire de unacanción campesina.)

Isabela.—No cantes ahora, pastor Alicio, que no estás enla montaña. Al llano has vuelto.

Alicio.—Pues de pronto, cuando estaba cantando apareció

por detrás de un peñascal un hombre que me saludó desdelejos, agitando una rama en alto.

Roja.—¿Y qué? /Alicio.—Ahí va, sin arrodeos... Era Lázaro de Vilobre... Tu

^ marío, Isabela.

Isabela.— ; Eh ! j Qué dices

!

Alicio.—Tu marío. sí.

Roja.—Eso no es posible. No seria él.

Alicio.—Era el Lázaro... y me habló.

Isabela.—¡Hablaste con él!

Alicio.—Me contó que ya no está preso, que le perdonó la

justicia y que vuelve otra vez a la aldea.

Isabela.— ¡ Dios mío !

J Alicio.—Me encargó que te diga que luego vendrá al ser denoche. Durante el día anda errando en la montaña. No quie-

re venir hasta nue esté oscuro y nadie le vea. Y me encargóque sólo a ti te dijera que le he visto.

Isabela.—En su última carta ná me decía.

Alicio.—Oí dejo. Me voy a encerrrar el rebaño en el redil.

R0.IA.—Adiós, pastor Alicio.

Alicio.—Quedad con Dios.

Isabela.—Y no lo digas a nadie... ¿Sabes?... ¡A nadie! (Se

va el pastor Alicio.)

Isabela.—¡Lázaro vuelve!... Pero temo que venga huidoy que los civiles le persigan...

Roja.—Ya le dijo al pastor .\licio que viene perdonao.Isabela.—¡Que alegría, Ana la Roja!R0.IA.—Pa tos hay aleoría menos pa mí.Isabela.—Pedro de Lémona no merece ni tu recuerdo.

* n

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Roja.—Lo sé, lo sé... Sé que es un malvao... ¿Crees que nolo veo?... Sé que te busca, que t'acosa.

Isabela.—;Eh!...

Roja.—Nr> temas. Yo callo. Soy buena amiga tuya. Además,sé que tú le desprecias.

Isabela.—Muchas noches las pasé en vola escuchando, abra-za a mi hlio, romo Pedro de Lémona jadpaba detrás de la

puerta de la casa. Y a veces temía que pudiera echarla ah?jo

y que entrase como un demonio, frenético de malos deseos...

Ahora se terminarán tos mis temores Otra vez estará en la

crrn ^ azaro y el umbral de la puerta permanecerá guardado.Rcj' —(Ove Pf ^'"^m a^crrrido a la mrrrtn.) Por el camino

viene tu hijo. Le trae a caballo el cachicán de las señoras.

TsAr.FLA.

'^A rercáncJose a la puerta.) Nos saluda agitando en

alto su gorra.

Roja.—-Le cruza el pecho una banda azul.

IsABRL.—Viene de la escuela. Ho^- tenían reparto de premios.

Roja.—Te sonríe desde leios. La carita se le ilumina. Viene

a tus brazos como un presagio de feliciá.

(Por la puerta ave da al campo entra el niño corriendo yse arroja en brazos de la madre. Detrás de él entra pansada-Tuente el CACHICÁN. Es homhve de edad. Viste chaquetón de

pana jj sombrero de fieltro de anchas alas. En la mano trae

una pequeña fusta.)

Niño.— ¡ Mamá ! ; Mamá !

Isabela.—(Abrazándole.) ¡Hijo mío!Cachicán.-—Buenas tardes.

Isabela.—Buenas tardes, Cachicán.

Ro.ta.—¿Trae usted de la escuela al niño?

Cachicán.—Después de la escuela fué a merendar a casa de

las señoras.

Niño.—Mira qué bonita banda azul.

Isabela.— ¡ Oh, sí ! ¡Es preciosa !

Cachicán.—Es un premio. E! niño estudia. El maestro dice

que se aplica.

Isabela.—Tlés que estudiar mucho y ser muy bueno pá quetos te quieran.

Niño.—Las señoras me dieron esta peseta.

Isabela.—Nunca podremos pagarles el bien que nos hacen. (El

niño se marcha corriendo y entra en la habitación, a que se

supone conduce la puerta lateral.) ¡Qué buenas son! A ellas

a quienes Lázaro... ¡Ellas han perdonado!

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¡ACHICAN.—Se compadecieron de ti y del niño, cuando os

ron solos y desamparaos. To el pueblo se compadeció. Ha-, que tener el corazón de pedernal pa no compadecerse...

, vamos a ver, ¿qué culpa ties de lo que hizo él? {Dándose

n la fusta en la media bota.) Lázaro es distinto... Le es más;'icil el perdón.

Isabela.—No es malo, Cachicán; créame usted que no es

lio... Aquello fué... No sé... Una mala tentación, un arreba-

... La miseria... Crea usted que la miseria.

[¡ACHICAN.—Dejemos esto. Después de to, él está allí.

Isabela.—¿Y cuando vuelva?Cachicán.—Aun tardará.

[s.\BELA.—¿Y si volviera pronto?... ¿No cree usted. Cachicán,

e tos le perdonarían?Cachicán.—Yo... La verdad... (Se vuelos a pegar con la fus-

en la inedia bota. Por la puerta del campo entra el COROII LOS MOZOS, Pf^DRO DE LEMONA Y ONOFRE.)

! ¡ Güeñas tardes !

! I i Güeñas tardes !

Ii Hola Cachicán!

T nc /

Í

Venimos a beber un poco de agua.Estamos sedientos.

Traemos la boca seca.

Cachicán.—¿Habéis jugao a la barra?

[Si, Cachicán.

., CORO \ Ganó Pedro de Lémona.i LOS J Tié br;"iZos de hierro

!

rtozos i ¡Y empuje de toro!

I¡ Viva Pedro de Lémona !

Lemona.— ¡ Fuera j'a esa copla ! Aquí no hay vencedor ni ven-o!...Tú, Onofre, venga la mano y se terminó por esta tarde

i pelea. (Se estrechan la mano lealmente.)

¡ Bien, Pedro de Lémona

!

i ¡Y bien, Onofre!

i Lealtad en el iucffo.L CORO \ c'i • X T • X j • j 1 X

jh.1 juego aparte. La amistad siempre delante.

^^^. Agua. Danos agua, Isabela.

^ zo/ j^^g morimos de sed.

¡Agua!'

I Agua

!

Isabela. No pueo daros vino, porque no tengo pá tos. (/.es

'g unas jarras y ellos se las van pasando de unos a otro»• beben.)

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ÍSe agradece, mujer.El vino no quita la sed.

„'^3^ ^8"^' ¡El agua!

MOZOS )í/^^^^^ e/ta!' Gracias, Isabela.

Parecemos perros sedientos.Cachicán.—Es un buen ejercicio el de la barra.OxoFRE.—Hay que hacerse fuertes como de piedra. Fuertes pá

matar a ios lobos, cuando bajen de la sierra en invierno.Cachicán.—También era yo fuerte como un roble, cuando

mozo. Y todavía no soj' de caña,

-, I-¡El viejo Cachicán se las tié firmes 1El coro \ d (^ t,- • i

1 ¡ Bravo, Cachicán

!

DE LOS { . r\ V III

üue eche un pulso

!

^^°^«« /¡Un pulso 1

Cachicán.—¿Con quién?Lemona.—Que sea con Onofre.

Onofre.—Vamos. (Se forma un grupo en torno de la mesa,en la que apoyan los codos el Cachicán y Onofre, dispuestos

a echar el pulso.)

El coro i Yo pongo por Onofie.

DE LOS / ¡ Ya emp-iezan ! ¡ Aprieta Cachicán 1

MOZOS j i Aprieta, Onofre

!

Lemona.—(Acercándose a las mujeres que están separadas del

grupo.) Hola, Ana la Roja... ¿Vas mejor?... ¿Qué, no me con-

testas?... Eres rencorosa, mujer.Roja.—Y tú un desvei'gonzao.

Lemona.—¿Por un saludo?... El saludo no se niega a nadie...

¡Digo yo!; Los dos se tien firmes.

[ ¡Empujan bien!' ¡Pero no Dodrá el Cachicán cor. Onofre!

^^ ^«5 ¡Ohé! ^

MOZOS/.¡Ohé!' ¡T)hé!

Lemona.—Está bien, mt!}er... Qbe t'alivies. (Le vuelve la es-

palda despr-'-riaíivamente i; se separa de su lado.)

IsAp-LA.—Déjala, hombre. Eres perA'erso. Te gusta atormentar.

Lemon.a,--í En cr.í/zenfZose de hombros.) ¡Bah!...

Isabela.—Reparo debía darte mirarla siquiera.

Lemona.—Ties razór... Da asco verla... Está podría... ¡Si

fuera como tú!...

Isabela.— ¡ Todavía !...

20

Page 23: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

NA.—No lo olvides... ¡Esta noche no arañaré en lacomo un lobo: llamaré como un hombre! (Se acerca alie los mozos.)

Mal va Onofre.

iAnimo ! ¡ Animo !

¡El Cachicán vence 1

to \ ¡No puedel . ¡j ¿'¡j

S ( ¡ No puede

!

¡No puede! (Pequeño silencio. El Cachicán hace el

IB í último esfuerzo y vence a Onofre.)

\ Ganó el Cachicán

!

¡ Bravo, Cachicán

!

¡ Fuerte está aún el viejo

!

HCAN.—¿Qué creíais?... También yo soy de estas tierras

pedregosas... ¡Monte de abrojos...!

»?íA.—Y ahora, vamonos que ya es anocheció.

¡Vamonos! ¡Vamonos!Hay que cenar pa recuperar fuerzas.

^' •'**1 Adiós, Isabela.

'^ ^ ¡Que te mejores, Ana la Roja!¡ Adiós

!

¡Adiós! T^

ncAN.—¡Quedad con Dios!

3LA.—Diga a las señoras, Cachicán, que mañana les lle-

a ropa plancha. {Va alejándose el coro con Pedro dela, Onofre y el Cachicán. Varios mozos se marchan can-

Se rebaja la luz y ta escena se irá quedando a oscuras.)

ELA.—Oscurece ya. Voy a encender luz.

i.—Pa tres hoy.

ELA.—¡Qué alegría! {Enciende un candil.)

i.—Mañana vendré a verle.

ELA.—¡Y por Dios no digas esta noche na a nadie!i.—Descuida.

ELA.—Estoy temblando por si le p-ersigue la justicia.

V.—Lo malo es la aldea; que le persiga la aldea...

ELA.—¿La gente de la aldea?...

\..—Claro...

;ELA.—¿No crees que tos perdonarán si perdonó la justicia?

i.—¡Yo qué sé !...

ELA.—Son buenos en esta aldea.

A.—Adiós, Isabela. Me marcho pá casa.

íELA.— Si, vete, no t'haga daño el relente del anocheció.4.—¿Y el niño?

21

Page 24: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

Isabela.—Ahí está jugando... Se marcha Ana la Roja. Dpjíl» la. Dale un beso.

iÍjjA.—¡Oh, no! i Yo no puedo besar! ¡Yo no puedo hanAíiiós... Hasta mañana... Buenas noches. (Se va por la puedel (ampo. Isabela luego se acerca al niño y le besa. Está ;

traiKiuila, nerviosa, por la noticia que le dio el pastor. Se süta. i¡ toma en sus rodillas al niño.)

i\i\o.—¿Qué me vas a comprar con esta peseta?

¡.SÁBELA.—¿Qué quies que hagamos con ella?

Niño.—Mandársela a papá.

Isabela.— ¡ Hijo mío !

Niño.—Pa que venga en un barco. ¿No dices que está

América?Isabela.—Si.

Niño.—Pues que venga. Mándale el dinero de la huchaque venga.

Isabela.—¿Tú quies que vuelva pronto?

Niño.—{Recordando entristecido.) Me llevaba de la manoj

el campo y jugaba conmigo.Isabela.—Vamos a sacar la hucha. (Saca de un arcón la i

cha y el niño echa la moneda.) Aquí está. Echa la monedita,Niño.—¿Hay mucho?Isabela.—(Moviendo la hucha en alto para que haga ruiá

Escucha como suena.

Niño.—Sí, hay mucho.Isabela.—Voy a preparar la cena. Tú siéntate a estudiar

Niño.—Pero no me quito la banda.Isabela.—Bueno, hijo mío.

Niño.—La llevaré siempre puesta. Es mía y no se le darénadie.

Isabela.—Tiés que estudiar y ser bueno pa que el maestte dé muchos premios. (Isabela prepara la cena y el niñosienta a la mesa y estudia en sus libros. Pausa.) Ya pronto V(

drá papá.

Niño.—¿Pronto?Isabela.—Mandó una carta diciendo que vendría. Acá

llciíue esta noche.

Niño.—Entonces no tendremos qu€ mandarle el dinevo de

hucha. (Otra pausa. El niño se queda dormido. Isabela cuantei tuina los preparativos de la cena, se acerca a la mesa yal niño dormido. Luego, ante un espejito, se atusa el cabe

con un peine.)

Isabela.—Está dormido. (Se sienta en el poyo de la vintcu

22

Page 25: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

noche projjecia en la escena luz azulada. Mira fifamenfo.a el camino en espera de ver Ueaar a Lázaro. En el fve^ohogar se cuece la cena.) lOné clara está la noche!... iCnAn-"strellíis! (T}p vronfo Isabela se levanta excitadísima y ahreiierta. LÁZARO ararece en el umbral sobre el fondo eslre-

0, V nmho<t <íe abrazan profundamente emocionados, sin dc"? vna palabra.)

tZARO.—;.Y el nifío?

ABELA.—Mírale. Se anedó dormido esttidiando. (Lázaro se

en al niño ij le contempla sin atreverse a despertarle. Isa-

cierra la puerta.)

iZARO.^

]Ové crnnpo está! I Hijo mío!ABKLA.—Desniértale. ; Cnanto va a alebrarse! CDando unos<rcitos rn cl hombro del niño.) ¡Mira quien está aquí, dor-

>n.

rÑo.

(Adormilado pronuncia palabras confusas.)

ABELA.—¡Despierta! ¡Despierta!

vzAP.o.—'Hiio mío!

jSfÑo.

(Despertando a la voz drl padre, pero adormilado.)

jfTá!... tP^mito'... (T^e echa los bracifos al cuello ij le abraza.)

fjIvzAi'o.—iMi vidn!... ¡Mi ffloria!... iQué fruapo estás!

jjJjOÍo.—¿Has vonido de América?

¡AZARO.

(Extrañado.) t.T)e América? (Isabela le hace señas,

raüb? comprende con infinita amargura.) ¡Ah!... De América,

;' Vengo de América.

'iÑo.—¿Ya no te volverás a ir?

üiifíiZARO.—Ya no.

TÑo.—¿JiTíjaremos mucho?AZARO—Cuanto quieras.

ijíá'iÑo.—Dame un beso, papá.

AZARO.—Duerme, hijo mío, duerme. Te estás cayendo <\e

iitst^ño. (Lázaro besa al niño xf éste vuelve a cruzar los bicici-

ikí sobre la mesa jj dobla la cabera sobre ellos.)

otíísABELA.—¿Vuelves pa siempre, Lázaro?

AZARO.—¿Qué temes?

SÁBELA. ¿No vienes huido?iw AZARO.—¡Huido!...

5ABELA.—Como aún no cumpliste el tiempo.

Jí -AZARO.—Me indultaron. Mi comportamiento ha sido buenojUTJi. Todos los vigilantes me estimaban y se compadecían de

if' El director gestionó mi indulto... ¡Estoy libre, Isabela!

akfltoy libre! Vuelvo otra vez a la vida y vuelvo pA no vol-

m 23

Page 26: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

ver jamás a... aquel sitio. Lo sufriré tó. No cometeré nmala acción. Y aunque la miseria, aunque el hambre mopuje como entonces, yo na haré que esté mal hecho.

Isabela.—¿Y por qué no has venío en seguida?Lázaro.—Estaba deseando llegar. ¡Si tú supieras!... El

zón me estallaba en el pecho. He venio corriendo to el caí'

Durante el día estuve caminando sin descanso y miraba I

adelante, con ansia de llegar pronto pa abrazaros. ¡ Quégria cuando divisé el monte!... Desde lo alto vi toa la i

y los ojos se me llenaron de lágrimas. Pero no me atre

entrar de dia en ella. Me aterraba la idea de encontr.

con los conocidos y la vergüenza me encendía el rostro

de pensarlo. ¡Es terrible volver... de donde yo vuelvo!

Isabel.—Vuelves perdonao.

Lázaro.—¡Qué alegría, Isabela, estar libre!... ¡Libre!...

entra del pueblo cogí un puñao de tierra y la besé estreix

Isabela.—¿Traes hambre?...Lázaro.—Entré al mediodía en un ventorro, pero apenas

bé bocao... Tampoco alli comía. No hacía más que pensa

vosotros... ¡Se me desgarraba el alma cuando, en el patio, ,

ba los ojos y veía el cielo por encima de los muros gris

¡Cuánto he envidiao a los pájaros!... Aquel horrible pati(

parecía un pozo, del que nunca podría salir.

Isabela.—No recuerdes. No t'atormentes.^

Lázaro.—Por las noches el sufrimiento era aún mayor;saba en ti y en nuestro hijo. Me parecía veros entre las

bras... Y p-ensaba en cómo viviríais.

Isabela.—Toa la aldea se compadeció, ya te lo escribí,

tuvieron caria de nosotros y nos ayudaron.Lázaro.—¡Es buena gente!

Isabela.—Las señoras son las -que más nos protegen

dan a lavar y a planchar la í-opa.

Lázaro.—¡Las señoras!

Isabela.—Si, ellas. Y al niño le mandan a la escuela

compran los libros de estudio.

Lázaro.—¡Qué miserable soy. Dios mío!... Entre los z;'

les debo meter las manos, estas manos de ladrón que sor

vergüenza. {Se las retuerce nerviosamente.)

Isabela.—(Abrazándole.) Ya to pasó, Lázaro. Ten calma..

ra empezará otra vida nueva.Lázaro.—¡Oh! Sí, sí... Una vida nueva... Aquello ni yo

mo sé cómo ocurrió... Estaba sin trabajo, os veía con ]

bre... y sin saber cómo entré en casa de las señoras y ro

24

Page 27: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

eciso, no quería sino lo preciso... Pero me sorprendió

le las señoras y en mi huida la herí sin querer.

JELA.—Calla, calla. No recuerdes. Hay que olvidar, debe-

dvidar.

¿^Ro.—No podré, no podré jamás. Hay cosas que no se

in nunca.

3ELA.—Por nuestro hijo. Hay que olvidar por él.

ARO.—¿Le dijiste que estaba en América?

3ELA.—Sí.

ARO.—¡Que no sepa nunca mi delito! ¡Me moriría de ver-

l:a!

BELA.—Mira qué banda le dieron en la escuela. Está loco

ntento con su premio. Dice que no se lo dará a nadie yllevarla siempre cruza al pecho.

:aro.—Que esta banda sea como una voz que le diga que

ire lié que portarse bien. {Ambos se inclinan sobre el

y le besan. Están uno a cada lado, y al incorporarse, las

as se acercan, sin darse cuenta, mutuamente atraídas, y

\ sus bocas en un beso apasionado. Ella le pasa un brazo

'ti cuello y él la retiene por la cintura. En este momentoin a la puerta!)

:bela.—(Desprendiéndose.) ¿Llaman?...ZARO.—Si.

lelven a llamar.)

.BELA.

(Temerosa.) ¡Eh!...

ZARO.— Qué tié de particular?... T'has quedao blanca yblas, como en invierno cuando bajan los lobos hasta las

i. (Se dirige hacia Ja puerta.) ¿Piensas que sean los ci-

que vienen a prenderme?...

>BELA.—¡Espera!... ¡No abras! Yo abriré.

ZARO.—¡Qué más da! (Abre Lázaro la puerta g aparece Pe-de Lémona embozado en una manta. Da unos pasos haciaro, pero al encontrarse con Lázaro queda quieto, sorpren-

.)

MONA.—¡Lázaro! ¡Lázaro de Vilobre!

ZARO.—¡Eres tú, Pedro de Lémona!... Pasa, hombre, pasaro de Lémona maquinalmente entra en la estancia.)

abela.—¿No le esperabas, verdad?ZARO.—¿Cómo por aquí? ¿Por qué vienes a estas horas?:mona.—(Desconcertado.) Ya ves...

ABELA.—Da seguro que el pastor Alicio te dijo la vuelta.azaro.

:mona.—Sí... Eso... Claro que eso.

' 35

Page 28: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

Lazabo.—¡Demonio de pastor Alicio!... Lo habrá couta*

tos!... Pero cuánto m'alegra verte... ¿Quieres darme la i

no, Pedro, buen amigo?LuMONA.—¿Has vuelto?,

Lázaro.—Estoy libre. Me indultaron. i

Lkmona.—Lo celebro, hombre, lo celebro.

Lázaro.—Eres un buen amigo. Al saber que he llegao

venio a saludarme... ¡Gracias, Pedro 1... ¿Me perdonas?...

toós los de la aldea tengo que pediros perdón.

Lemona.—¡Por mí!...

Lázaro.—Si supieraas lo que he sufrió... ¡Oh!... Vengo ai

pentío!... Y dispuesto a bajar la cabeza a cuanto me dig

Fué justo mi castigo. Me porté malamente con las señoi

que tanto protejen a tos.

Lkmona.—Son las madres del pueblo. En la sequía d'este

dieron auxilios a los labradores.

Lázaro.—¡Tos las adoran!... ¡Y yo también!... ¡No sé

nio hice aquello!...

LiiMONA.—Os dejo...Tendréis que hablar... Mañana te vei

Lázaro.—Sí, hasta mañana, que nos veremos.LaMONA.—Nos veremos, Lázaro... ¡Claro que nos veremLázaro.— ¡ Un abrazo, buen amigo ! (Se abrazan y luego

dro de Lémona se va.)

LisMONA.—Buenas noches.

(Lázaro que se habrá acercado al niño le contempla c

emoción.)

Isabela.—Despierta al niño. Ya está la cena y voy a poi

la luesa.

LáZARO.—¡Despierta, dormilón, que vamos a cenar! i

IS'iÑo.—¡Papá!{Isabel saca de un armarito de madera el mantel y los p

tos y prepara la mesa.)

Lázaro.—¡Qué lujo, Isabela!... ¡Tiés hasta mantelIsabela.—Blanco y perfumao de tomillo. Me lo dieron ue

vecinas.

{El niño se habrá separado de la mesa y de pronto se qmla banda y se la ofrece a Lázaro.)

Niño.—¡Papá!... ¡Papaito!... ¡Toma la banda azul!... Pami banda... ¡Te la doy!... {Lázajo se inclina, el niño coi

hacia él y se le echa en los brazos. Lázaro le levanta en ali

La banda tremola en el aire, Isabela, mientras) pone la measonríe satisfecha.)

Lázaro.—¡Hijo mío!...

26

Page 29: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

ACTO SEGUNDO

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Plazoleta limitada al foro por un ruinoso pretil de piedra. En unode los lados se verá el frente de la fachada de la casa de Lázaro. Al)tro lado, puentecillo de madera que cruza sobre un barranco y con-3uce a un camino orlado de matorrales. En el centro de la escenain viejo y frondoso árbol, de grueso tronco, y a su alrededor se ha ado-ado un banco rústico. Foro de montaña. Junto a la casa, un des-vencijado carro de labor estará medio caído sobre la lanza. Es de día.

(RAPOSA, que es una mujeruca, sucia, desgreñada y hara-posa, estará sentada en el banco del árbol ij se recose la faldaa grandes puntadas EL COJO viste levita y se arrastra con el

apoyo de las muletas. EL VWLINLSTA es un anciano de as-

pecto simpático, que cuida de su i.iolín con extremado y mi-moso celo. Los tres son mendigos.)

El Violinista.—¡Qué puntas das, Raposa!... Parecen los

pasos del andar de un borracho.Raposa.—Nunca fué mi oficio la costura. En jamás tuve otro

oficio que el de pedir limosna.

El Cojo.—¡Que es ei mejor de tos!

Raposa.—Cuanto peor cosida tengamos la ropa y más su-cios vayamos, más limosna nos dan.

89

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El Cojo.—Tú, violinista, como hace poco que vas por1¡

catainos pidiendo limosna, ná sabes de esto. !^

El Violinista.—Yo no soy nn mendigo: soy un artista,j

ifi'

Raposa.—i Tonterías

!

El Violinista.—^Yo no extiendo la mano ni me siento eni ifítí

recodos de los caminos, con el sombrero entre las piernas,

se quema mi boca salmodiando lástimas y lacerias. Toco i«i

violin y las buenas almas me socorren a voluntad.}

¡ifos

Raposa.—Será pa no oirte.

El Cojo.—Eres ya viejo y te tiembla la^ mano pá tocar

violin.

El Violinista.—¡Vosotros que sabéis de músicas!Raposa.— ; Tonterías

!

lui

'

El cojo.—A mi también me fusta la música y el canto. M' ij^

chas mañanas me despierto apenas raya el alba, pa oír ca

tar a los mirlos.

Raposa.—¡Y buenas fritas de ellos tiés hechas!El Cojo.—Si pudiera los tendría en una jaula. Pero como 1

puedo, me los guardo en la tripa. Es lástima que en la tri

no puedan cantar los mirlos.

Raposa.—Te vas estropeando. Antes eras un pobre con cd

cencía de tu obligación; pero ahora paeces un caballerej

Hasta levitin t'has puesto.

El Cojo.—Se lo robé a un espantapájaros.

Raposa.—El manto de los mendigos son las manchas, los r

tos y el mal olor.

El Cojo.—Conocí a un leproso que sólo con agitar su solf^'

brero desde lejos, le echaban monedas pa que no se acercal

Raposa.—Si quiés que este oficio te produzca, afloja las cue

das del violin, toca tó lo mal que puedas. Toca delante de 1*

casas donde haiga enfermos y aprende a importunar al pedHay que saber caminar rezongando a la zaga de los señonDebemos ser como los perros: que siguen ladrando a los c

ballos de los caballeros. Las limosnas son fustazos pa que 1

dejemos.

El Cojo.—A to esto estamos sin desayunar. Las tripas i ¡ero

cantan como si fueran mirlos.

El Violinista—Llamemos en esta casa. Yo tocaré xin "all

gretto" y quizás nos socorran.

Raposa.—Esta casa está eir.uecatá. ¿No sabes en qué ca

ibas a llamar?El Violinista.—Cierto que por las traj;as no parece de ge

30

Page 33: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

acomoda. Pero los probes suelen tener mejores sentimien-

> que los ricos.

Raposa.—En esta casa vive Lázaro de Vilobre, el ladrón. De-

ite y no toques a la puerta de esta casa.

El Cojo.—Tos se apartan de ella como si estuviera ende-

)niá.

Raposa.—¡Tristes sucesos ocurrirán en la casa de Lázaro I

El Cojo.— ¡ Cuántas lágrimas van a derramarse

!

Raposa.—La desgracia csí.á echa en el umbral como un lebrel.

El Violinista.—Pues vamonos de aqui.

Raposa.—Si, marchemos ap'rovechando la fresca de la ma-na]. Es preciso llegar al pueblo antes de que el sol esté

'ly alto.

El Cojo.—V05' a poner con este pedazo de yeso nuestro adiós

la casa de Lázaro. (£Z Cojo escribe en la puerta de la casa

el Violinista se acerca g lo lee.)

El Violinista.—Aqui vive Lázaro de Vilobre, el ladrón.

Raposa.—¡Eso es!... ¡Que lo sepan cuantos por aqui pasen!...

[Se van los tres por el camino que conduce al pueblo. I\ausa.

:zaro sale de la casa y se sienta en el banco del árbol. Saca•i petaca y enciende un cigarrillo. De pronto ve lo escrito en\

puerta, se levanta y lo borra. ISABELA llega por el puen-üllo.

Isabela.—¿Qué es eso, Lázaro?Lázaro.—Que nos odian, Isabela. Han escrito en la puerta

jias palabras infames. El odio contra mi sigue en pie.

Isabela.—¿Quien las escribió?

J^AZARo.

No lo sé... ¡Tos!... En el silencio y en las miráge me rodean las leo y las escucho.

Isabela.—No tien p'iedad.

iLazaro.—Perdón es lo que necesito.

Isabela.—¡Ninguno olvidad

Lázaro.—Tampoco jo. Tengo presente mi culpa y me escue-

y me martiriza sin tregua dia y noche. Estoy arrepentio,

iero ser otro hombre, emprender una nueva vida... ¿poré no me dejan?

'Isabela.—Pa el pueblo eres el lobo que bajó de la montañaa la montaña quien que tornes.

Lázaro.—Yo no sé de leyes humanas, pero creo que este pro-der es injusto. Mi delito no fué tan horrendo, que fué el

: r.mbre quien m'hizo cometerlo.ísabela.—Ties razón. Yo sé que eres bueno; que tu corazón

31

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es generoso. Tú, más que nadie, sientes lo ocurrido. ¡ Si cuaxi-

do me lo dijeron no pude creerlo!...

Lázaro. ¿Es cierto lo que me dices, Isabela?...

Isabela.—¿Pues dudarlo?Lázaro.—Te creo. No lo dices por consolarme, sino que

lo sientes. Tú, mejor que nadie, sabes que no soy un malhombre, como los demás se figuran.

Isabela.—¡Si tú supieras cómo te defiendo siempre! ¡Les'

he dicho cuantas palabras puen decirse; pero es difícil eonvencerles.

Lázaro.—¿Y por qué, Dios mío? ¿Por qué ha de ser asi?

Isabela.—Porque tu arrebato fué cometió contra las señoras,' ti

a las que tanto quien en la aldea.

Lázaro.—Pero el corazón de los hombres no pué ser tan duro.

Es necesario que me perdonen... y no por mí, sino por nues-

tro hijo. No quiero que mi culpa le alcance.

Isabela.—Ya empieza a alcanzarle. Desde qu'has vuelto noi&le acogen como antes en la escuela, y además en casa de las

señoras m'han dicho que no necesitan de mi pk que les lava

la ropa.

Lázaro.—Ante to lo que ellas dispongan debo bajar 1* ca*

beza.

Isabela.—^Y no es por rencor. Lajs señoras fueron las prime»

J

ras en perdonar. Es por los otros. Es por la aldea. iB't

Lázaro.—He sufrido ya mucho. El delito está ya pagao. Sií ijeti

perdonó la justicia, ¿por qué ellos no perdonan? ¿Es que el

arrep'entimíento no tie valor?

Isabela.—Lo peor será que los. pocos ahorros se gastaránpronto y luego... ¿Luego qué haremos, Lázaro?... Es preciso

pensar en eso.

Lázaro.—Lo necesario es encontrar trabajo. Voy á, pedirlo l^l

en las obras que se van a emprender en el bosque. Van a ta-

lar muchos árboles.

Isabela.—Y como los patronos no son del pueblo, no te CO'

nocen, na saben de ti. Sólo verán un leñador fuerte que pué grafía

serles útil. (Por el camino del pueblo llega el CACHICÁN.) ' «m

Cachicán.—¡Dios os guarde! '"N'o

Lázaro.—¿Qué hay de bueno. Cachicán?Cachicán.—Vengo a hablaros de un asunto que os interesa... |e' soi

Que nos interesa a tos.

Lázaro.—¿Qué quié usted?

Cachicán.—Yo, na. Son las señoras.

Isabela.—¡Las señoras!...

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32

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Cachicán.—Ellas m'envían.Lázaro.—Diga usted.

Cachicán.—(Sentándose en el banco dei árbol.) Veréis. (Sa-

i ana pira, la carga de tabaco, la enriende ij fuma a largas'-. i lentas chupadas. Se quita el sombrero y lo deja a un lado.)

s una p--op'-sicinn. un arreg'O ave os proponpn Z^s señoras,

i que termine esta situación violenta y desagradable. A vos-

iTos os interesa principalmente.

Lázaro.—¿Acaso perdonan?Cachicán.—(Pegándose con la fusta en el cuero de la media

cOta.) No se tr.'íta de eso...

Lázaro.—¿Entonces?...

c Cachtcan.—Las señoras facilitarán vuestra marcha.< Isabela.—¿Nuestra marcha?...

Cachicán.—Os darán el dinero necesario pa que os mar-)iéi8.

i Lázaro.—lAbandonar la aldea!...

Cachtc^x.—Fs lo más conveniente. Os marcháis a otra donde) os conozcan.

9.)ISj»bela.—¿Es qne aqui no podremos vivir?' CArHicAN—Po tos es conveniente. Se evitarán posibles ma-,s. Un pueblo frenético es como un toro desmandao; dificil-

ente se le pcba el nudo corredizo pa domeñarle y retenerle

¡lieto del testuz.

[Lázaro.—¿Y he de ser yo el nue to lo s-icrifiquen?... ¿Porié no reden en ku odio? ¿Por qué no olvidan?

ii [ Cachicán—(Dándose con la fusta en la media bota.) \ Quiénd§3Íer\sa en eso!...

Lázaro.—Yo, Cachicán, vo pienso en eso y no vivo de pen-

';A Jiírlo. Es la idea fiia qve me atormenta. Y no por mí, sino

•j .ir mi hijo. Contesto t^sted que no acepto.

Cachicán.—Piénsalo bien, Lázaro de Vilobre. Piénsalo bien.

.0 . Lázaro.—Me iré de la aldea cuando haya metió en la con-

jencia de tos que no soy un mal hombre, que fué la des-hacía la que me empujó... Pero un mal hombre... Eso no lo

)y. No es cierto. [Lo rechazo!Cachicán.—Las cosas qne ocurren siempre permanecen en

ie; son huellas imborrables.

Isabela.—¿Y no se acuerdan de las buenas acciones? ¿Esje sólo el mal piTmanece?Cachicán.—Pesa más, desde lue^o.

I Lázaro.—¿Es que en la vida cuando uno ha faltao es impo-ble volver a ser bueno?

33

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Cachicán.—Hay dos caminos que no tién vuelta: el de I^

muerte y el de la vida.

Lázaro.—Y se persigue a los hombres como a ñeras. ¿Nes eso?...

Cachicán.—Estás exritao. Te dejo que medites. Mañana vol«i

veré y veremosLázaro.—Es inútil. No acepto na, no quiero na, sin quejiosji'i

pieq

vea

¡riosiii

antes comprendan mi arrepentimiento. Por mi mujer y por mihijo cometí el delito, en un instnnte de arrebato. Por mi mujer y por mi hijo quiero ser perdonao.

Cachicán.—Vaya, hombre, Lázaro, no estás en ti. Ten calma

y piénsalo, piénsalo. (Recoge el sombrero, se pega con la fus-

ta en la media bofa ij se marcha por el camino del pueblo.)

Quedad con Dios. (Lázaro se sienta en el banco del árbol yoculta la cara entre las manos. Isabela se acerca g, de pie, le

contempla emocionada.)\

Lázaro.—¿Qué te parece? ¿Qué dices a esto, Isabela?

Isabela.—No sé. Asi, de repente, no sé qué pensar.

Lázaro.—¡Echarnos de aqui, de nuestra casa, de la aldea)

en que desde niños hemos vivido!

Isabela.—Es muy triste; pero pué que lo sea más de seguiri

viviendo aqui. Donde no nos conozcan podremos ser felices,

porque tu pasao no será conoció.

Lázaro.—Lo sabré yo siempre y eso basta. La vida está

dentro de nosotros. El mundo to encerrao en nosotros. No sonlas cosas de fuera las que tien el poder. Son las de dentro las

que nos hacen felices o desgraciaos.

Isabela.—Y si de tos mos tenemos que marcharnos, ¿no será

mejor que nos vayamos ahora, aprovechando la ayuda que nos

ofrecen?

Lázaro.—Esa ayuda es una vergüenza pa mi. Lo que yoquiero es recobrar mi buen nombre... Y eso sólo aqui puedo

ganarlo. Aqui, en el mismo lugar en donde lo perdí,

Isabela.—¿Y qué será de nosotros hasta entonces?

Lázaro.—Dios nos ayudará. Una vez perdonao nos iremos

a otro pueblo; pero no antes. Piensa que acaso, cuando másfelices viviéramos, podiam enterarse de mi culpa y entonces

seríamos doblemente desgraciados por haber estao viviendo

del engañoIsabela.—Yo estoy dispuesta a hacer lo que tú quieras.

Lázaro.—Aguantar aquí. Esperor. To menos consentir quenos echen de la aldea como si fuéramos ^liinañas. i Seria ho-

34

ISABEI

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Isa

Page 37: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

:iLle que pa rezar sobre la sepultura de mis padres tuviera

''ae venir de noche a la aldea y saltar la tapia del cemen-

rio sin que nadie me viera.

'^t Isabela.—Jr'ues estemos aqui y suframos.

Lázaro.—¡Mujer valiente 1 ¡Compañera buena 1... ¡Trabáje-

los juntes pa ganar el bien perdió I

•• Isabela.—Sea to pa que nuestra desgracia no alcance al

'iño.

Lázaro.—Voy a llegarme a la aldea pa hablar con el con-

"1 'atista de la tala de árboles.f Isabela.—Ve ahora mismo.

'•'i ( Lázaro.—Si. No hay que dejarlo de la mano.''

II. Isabela.—Pues anda y no tardes.

" i >l Lázaro.—Hasta luego. {Se ua por el camino de la aldea. Isa-

e/a se sienta en el banco del árbol. Luego de una pausa llega

igilosamcnte h-\EÜRO DE LEMONA y, ocultándose en el trun-

7 del árbol, se acerca a Isabela, se inclina sobre su hombro:je|s la llama suavemente, como en un suspiro, casi pegándola el

ido a la boca.)

{i¡i|t Lemona.—Isabela...

d ,Isabela.—(Se leuanta rápidamente como tocada por un bi-

ho.) ¿Tú, Pedro de L.emona'?...

Lemona.—Si, mujer, yo... ¿Te extraña?... Claro, como nadie

iene a veros.

Isabela.—No vengas tú tampoco... Nadie te llama aqui. Noeugas a turbar el nugar dolorido.

Lemona.—Dulorido por tu culpa, Isabela... De tí depende pro-

unciar la palabra que to lo arregle.

Isabela.— i Ah, si uc mi dependiera!... Pero ¿qué puedo ha-^\3Y contra el desprecio en que se nos tiene?

, Lemona—Bastarla que tú quisieras pa que el odio que eni aldea se tiene a Lázaro se fuera apagando, apagando, comoi sapgre de una heriua al ser restaña.

Isabela.—¿De qué manera?... A ver.

Lemona.—Bien saües que yo tengo ley de fuerza en la aldea.

os me temen. Mis puños son como mazas y a mazazos puedonponer mi antojo... Pues si yo digo... ¡ Ea, to se terminó,

1 Lázaro hay que volver a otorgar el aprecio!... Si digo esto,

;o lo dudes, a vosotros vendrán tos y os tenderán la mano.Isabela.—Pues dilo, hombre, dilo, y que Dios te lo premie.

Lemona.—No es Dios quien yo quiero que me lo premie...

Quieres que fijemos condiciones?

Isabela.— ¡ Todavía, Pedro de Lemona I

35

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Lemoka.—Si nn día salieras de tu casa como pa ir a la

aldea y ai llsgar al recodo del camino torcieras monte arri-

bu... Entre las breñas están aquellas ruinriS...

Isabela.— ¡ Oh, miserable ! ¡ No tiés más que palabras quacruzan ia cara como latigazos

!

Lemona.—Pues camina al paso, mujer. Deja que te tqme dei^s riendas y te guie dulcemente.

Isabela.— i Vete y no vuelvas a pisar en mi camino

!

Lemona.—Yo no cedo, Isabela... Recurriré a tos los medios.

Kas de ser mía... ¿Lo entiendes?... ¡Idia! ¡Mía!Isabela.—¡Galla y vete de una vez!... Puedes amoldarnos y

no lo haces, y si lo hicieras, seria para cobrarte miserable-mente.

Leííona.—Es p'osible que seas tú misma la que acudas a mi*

Isabela.—¡Nunca! ¡Aunque tu aj'uda fuera honra 1 ¡Cuan-to de ti viniera me ofendería como un insulto

!

Lemona.-—¿Por qué ese odio siempre, Isabela?

Isabela.—¿Y tú, por qué ese afán siempre?Lemona.—Porque te necesito. Porque te tengo toda entera

dentro de mi pensamiento y por el día y por la noche te veo

siempre, siempre... como un agua que es preciso beber pacalmar la sed.

Isabela.—Pues na esperes. Serás siempre el perro sediento.

Lemcxa.—Tú has sío para mí como un hechizo. Me embru-jaste, Isabela, me em.brujaste.

Isabela.—Pues huye de mi.LemoxNa.—No puedo. No puedo. Me sujetas, me arrastras.

Vano seria cuanto yo intentara pa huir de tí. El deseo es másfuerte que mis puños.

Isabela.—Pero más fuerte es mi desprecio.

Lemona.—¿No sabes cómo te querria!... ¡Más, mucho másque el Lázaro?... ¿Qué hace el por tí?... ¿Es quererte ponertrabas a tu vida?

Isabela.—B¿.sta yci. Pa siempre escucha que te aborrezco.Lemona.—Y pa siemp're escucha tú también que na podrá

valerte.

Isabela.—¿Olvidas a Lázaro?Lemona.—Ni él ni tu odio... Na... ¿Te enteras?... ¡Na!...

¡Saltaré por encim.n de to, lo arrollaré to

!

Isabela.— ; Yo sabré defendermií!Lemona.—

;Defiéndete! ¡Defiéndete! (Salta como una fiera y

esíiuja a Isabela entre sus brazos y Ja busca los labios con

36

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ca. Es una lucha breve, en la que ño se oyen más que5. Al fin Isabela logra desprenderse y entra precipitada-

'. en la casa y cierra la puerta. P'edro de Lémona se vuel-

ra dirigirse al pueblo. En este momento se encuentra con

LA ROJA que, quictaa como una estatua, en la entradaaentecillo, le contempla con fijeza desconcertadora.)

ONA.—¿Qué tal, Ana la Roja?... ¿Mejoras?

A.—¡Qué t'importa!

ONA.—¡Mujer!...

A.—Me ecñuste de tu vida, como si fuera una cosa inútil.

o voy a creer que te interesa mi salud?... Tanto te im-'á que mejore como que muera.

ONA.—¡Ana la Roja!...

A.—Pues sábelo, hombre, sábelo... Estoy muy enterma,

é pronto. Seguramente antes que llegue el invierno.

ONA.—Me porté malamente; pero en el fondo te tengo ley

ligo.

A.— ¡ Ya es algo !

:oí;a.—Comprendo que ties razón pa acusarme; pero dé-

lo pasao... ¿No te parece?

A.—Te cansaste de mi. Te enapioraste de otra,

opa.—¡De otra!...

A.—No trates de ocultar. Sé que muchas noches hasio en esa puerta.

ONA.— ¡ Qué dices

!

A.—Lo sé. Y^ ves que lo sé.

ONA.—Me amenazas, ¿no es eso? Pues ve a la aldea yvoz en grito.

\.—Cuando se está cerca de la muerte se atoa tanto a

a que se desea que la disfruten tos liei-amente. Pero sólo

valentía cuando se va a morir, cuando es a la desespera.

ue estáis fuertes, llenos de salud, sois cobardes.

ONA.—¿Qué quieres decir?... ¡Qué ponzoña o qué hechi-

2ierran tus pulabras !... Di claaamente cuanto insinúas.

A.-—¿Qué puedo yo decirte?... Ojos ties tú y no sa-

jr.

ONA.

(Cogiéndola por los brazos y zarandeándola.) ¿Quéetrás de tus palabras?... Dilo pronto y di la verdad sij

aies que entre mis manos t'haga pedazos... ¡Vamos!...

to!... ¡Habla!A.—¡Deja! j M'haces daño!...

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Lemona.—(Sin soltarla, pero sin sacudirla.) ¡Suelta toveneno I

Roja.—Sólo te digo que ties miedo al Lázaro.Lemona.— ¡ Tísica del diablo ! {La empuja con violencia y

tira como un trapo sobre el banco del árbol.)

Roja.—¡Válgame Dios, hombre!... ¡Siempre eres Drutal y dépiadao. Ni por enferma me ties lástima... Yo, en cambio, hal

ta en mi muerte te tendría ley.

Lemona.—No mientas. Estás despecha.

Roja.—¿Crees que tengo celos?... Si ya, aunque me quisíí

ras, no podría ser pá tí. Pero deseo que seas feliz, por tañí

como te he querio. Por eso te digo que Isabela te quiere,

Lemona.—¿Qué urden tu despecho?...

Roja. Tampoco ella se atreve por temor a Lázaro. Los di

sois cobardes.

Lemona.—Yo sabré si es verdad lo que dices. Pero si

mientes, te mato. ¡Te juro que t'aplasto como a un sap

{Hace un gesto de desprecio y se aleja hacia el pueblo. Ella

incorpora en el banco, tose fuertemente, se arregla un po\

el vestido, se levanta y llama en la puerta de la casa.)

Roja.— ¡ Isabela ! ¡ Isabela I

Isabela.—Hola* Ana la Roja. Pasa. Entra en casa.

Roja.—Mejor estamos fuera. Hace un buen día y me co:

viene estar al aire libre.

Isabela.—Pues espera un instante. {Entra Isabela en la caí

y a poco vuelve a salir con labor de costura. Ambas mujerf

ae sientan en el banco del árbol.)

Roja.—Se respira con delicia. Da gusto estar aquí a la soii

bra del árbol... ¿Ties mucho que coser?

Isabela.—Esta ropa blanca de las señoras... La última

Roja.—¿Cómo eso?

Isabela.—No se atreven a seguir dándome trabajo por temr^^^'

a que la aldea lo vea mal.

Roja. To se os vuelve en contra. !Cómo vais a pode

vivir? f'™

Isabela.—Me asusta pensarlo.

Roja.—Tu marido, ¿qué piensa hacer? j.

Isabela.—Ha ido a pedir trabajo en las obras del bosqur¡

Roja.—Es difícil que lo consiga.

Isabela.—De aquí no quié que nos marchemos sin irse peií '" '"'

donao.Roja.—No podrá ser. Del árbol caído todos hacen leña. Lf

hombre estorba al hombre... Pero no debe ser tan terco qu

liiti

fiiet

luí-

sla!

loji-

oco

lojí,-

tn

ieria!

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i)lojí,-

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SíHEU

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haga pasar una vida angustiosa. Asi son tos los hombres.uno piensa en lo suyo, y a nosotras que nos parta uno.

¡ABELA.—Eso no. Tú estás herida y por eso hablas asi. Yopuedo creerlo. Lázaro daria su vida por nosotros.

,OJA.—Pues más fácil que dar la vida es resignarse un poco.

SÁBELA—¿Crees que no se resigna y que no sufre?... El,

enérgico, es como una fiera adormila. Todo lo sufre. Ajalla. Y se muerde por no volverse contra quienes le cierran

5 las poiertas y le acosan.

OJA.—Pero no es justo que tú y el niño sufráis tanto.

3ABELA.— I Pobre hijo mió!OJA.—Ya que tanto iba aprendiendo en la escuela. I Tano como es!

SÁBELA.—El maestro decía que se aplicaba.

LoJA.—¿Y ahora, qué?... Las señoras dejarán de protegerle

u vida se desbarata. Hubiera podio ser un hombre de es-

,ios y no pasarías privaciones en tu vejez.

SÁBELA.—¿Por qué las desgracias de los padres tién que' sobre los hiios?... Eso es injusto, Ana la Roja, es injusto.

to.TA.—Metió en la miseria acaso un día también él...

SÁBELA.— I Calla! ¿Qué maldito pensamiento ibas a pronun-''?... Ser mi hijo un... ¡Calla por Dios!

lojA.—Claro que no, mujer. Y tu deber de madre es velar

tu hijo. ¡Es tan cruel la vida! ¡Tan mala consejera la

seria !

SÁBELA.—Yo l'arrancaré toas stis lenguas, pá qtie mi hijo

escuche la más leve palabra de tentación. Tié que ser unnbre honrao... Como lo es su padre, pese a toda la aldea.

ío.TA.—Fué la necesidá quien le empujó.-SÁBELA.—Sí, ella, y no la mala índole, fué el motivo.to.iA.—Pues ya ves la fuerza que tJé la miseria. Y ahora; el niño está h'^cho a que na le falte... Tos os socorrían,

lis como los hijos de la aldea.

SÁBELA.— ¡ Oh. sí ! S'han portao bien. Por eso me duele más! sean asi ahora.

lo.iA.—.Ahora... no es igual. Ya no estáis solos. La \'uelta

Lázaro ha sio pa vosotros como las nubes negras, queen tormenta a los campos.SÁBELA.—Es cierto... Si.

ilojA.—Su liberta ha sio vuestra condena-SÁBELA.—Cierto... Si... Pero ¡qué digo! ¡Qué fuego sale debocal...

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sacii

jfací

Roja.—-No te asusten las palabras de tu pensamiento, li jtá >'

pensamiento nadie pné disponer. Las cosas más negras se t¡

meten en los sesos.

Isabela.—¡No! ¡No!... ¡Si yo no pienso eso!Roja.—No lo sientes; ya lo sé; me lo figuro... Pero, ¿pQizmo.

sarlo?... To es obra también de la necesidá. Esa fuerza de j leIf''

miseria que empuja, empuja...j ibela

Isabela.—¡A fuera! ¡A fuera el enemigo!... ¡Aire! ¡Lujiu»»'

¡Pensamientos buenos que limpien de telarañas el alma!Roja.—¿Qué pué el buen deseo si el estorbo sigue en pie 01»^'^

rrando el camino?Isabela.—Renegá tenía yo que ser pa que fuera la liberta

mi mario como un estorbo pá mi.

Roja.—Naturalmente... ¡qué horror!... Quiero decirte que ¡|*'^'^

vida es tan endemonia que ya ves, nos pone a veces en !

trance de que nos sea un estorbo lo que más queremosIsabela.—Déjame. Tú que eres buena amiga, no me atormei

tes, no m'hagas pensar así. '{"A"

Roja.—Y tan fácil como sería remediarlo 3'^ que volvieras

vivir con la ayúa de toa la aldea y con la protección de I'

señoras pa ti y pa tu hijo.

Isabela.—¿Cómo?Roja.—Na... Imposible... Una burla más de la desgracia.

Bastaría que tú empujaras un poco a Lázaro; que pronuiciaras un nombre.

Isabela.—(Presintiendo lo que va a decir Ana la Roja.) ¡Pchi

Roja.—Un nombre... Pedro.

Isabela.—(Aterrorizada trata de tapar con una mano la 6o('f''

de Ana la Roja ?/ con la otra se pone el dedo índice en b

labios, hacienda un gesto de silencio.')

Roja.—...de Lémona.Isabela.—¡Calla, maldita! ¡Víbora! ¡Serpiente!... No es pi

sible que seas tú la que hablas asi... Es la enfermedá qu

odia a la salú... ¡Calla, si eres amiga!... Y si no lo eres,

vete al cielo- o al infierno... Pero lejos de mi, sin venir a m(terme en el corazón la horrible semilla del egoísmo.

Roja.—¿Qué dices, Isabela?... ¿Qué piensas de mi? ¡Di

mío!... ¡Dios mío!... No ties calma. Estás excita... Maltrátí

me si quieres, si eso pue calmarte.

Isabela.—¿Sabes que si dijera ese nombre ellos se matarían

Roja.—Lo sé... Lo sé... Y tú quedarías libre y protegía oti

vez... Por eso te digo que el remedio es como una burla d

jÍJA.-

insui

iíEU

i2iM

IÍEU

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asgracia. Y se me parte el corazón por ello, pobre y des-

urá amiga.4BELA.—¡Silencio! j Silencio!... ¡Por favor!...

jjA.— Si, callemos... No tles sereniá... Tiemblas como unai sacudía por el viento.

tiZAUo.

{hvr el camino del pueblo llega Lázaro corriendo.

:.e trémulo y habla entrecortadmente.) ¡Isabela! ¡isabeial

ABELA.—¿Qué te pasa, Lázaro?ZARO.—¡Pronto a casa!... ¡A dentro de casa antes de quelen!

ABELA.—¿Quiénes vienen?

iZARO.—Los mozos.))JA.—¿Qué dices?

iZARO.—Vienen hacia acá,

.ABELA.—¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?ZARO.—Me vieron al ir a pedir trabajo y me «menaiaroii«insultaron... y me persiguen... (Se oye confuso rumor dee que se acerca.)

)JA.— i Por el camino de los matorrales vienen como demo-1

ABELA.—¡A casa! ¡A casa!... ¡Entremos en casal

iZARO.—¿Y el niño? ¿Dónde está el niño?ABELA.—Está dentro... Está dentro.

fiZARO.—¡ Ay del que intente pasar la puerra! {Empuja aela hacia la casa.) ¿Me persiguen como a un lubo?... ¿Mean? ¿Me acorralan?... ¡Pues como los lobos me abriré paso[íntellásl...

sábela y Lázaro entran en la casa. Ana la Roja se aleja

ipitadamente. Los mozos están ya cerca y se oye un ¡Mue-fraíjoso. Irruniien en la escena. Vienen ebrios de odio, ¡j

'esparraman por la plazoleta rodeando la casa.)

¡ Muera

!

Fuera del pueblo. '

I Asaltemos la casa ! i A pedrás hay que echarle dela aldea!... ¡Traerá la desgracia a tógl

¡Lázaro de Vilobre, abre la puerta!

¡Abajo la puerta!

¡Abajo! ¡Abajo!Lj i ¡Arrancarla de cuajo!

¡Quietos! ¡Quietos tos! ¡ Esp-erad un instante! No.

^I acercaos a la pnierta, que al acercaros os pue-

den disparar un tiro desde dentro. (Los que es-

tán junto a la puerta se separan presurosos.)

41

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^:;oRO

LOS1)1

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I Separarse de la puerta.

El cono \ Hay que decirle que salga. Que no se le haráDE LOS {

si sale y se marcha de la aldea.

MOZOSj

Sí, eso es lo mejor. (Se hace un silencio y Onoj/is

[se adelanta hacia la casa.)

Onofre.—Escucha, Lázaro de Vilobre. Na t'haremos si abij

la puerta y sales pá irte de aquí pá siempre. (Hay un silenc

de espera.)

No contesta.

Nadie responde.

¡ Eh, Lázaro de Vilobre, no oiste

!

Sal pronto o echaremos la puerta abajo y te arrtraremos atao a la cola de un caballo. Tod,

queremos que te vayas.

¡Contesta! ¡Contesta!

¡Lázaro de Vilobre!

¡Abajo la puerta!

i Abajo ! ¡ Abajo

!

iEl fuego! ¡El fuego! ¡Es mejor el fuego!

Si, sí. ¡El fuego!

^rendamos unas ramas y con ellas incendiarem;la casa.

(JJnos cuantos han acercado unas ramas g se disponen

prenderlas. Por el puentecillo viene PEDRO DE LEMONA.abre paso y se pone delante de la puerta protegiéndola. Tr)tiK

El coroDE LOS

MOZOS

Al que dé un solo pa

ÍIIOS)

ito.

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la barra en la mano.)

Lemona.—¡Quietos! ¡Tos quietos!

le parto la cabeza con la barra!

¡¡Tú, Pedro de Lémona!

Si

Qué dices!

¡ Lázaro nos insultó I

¡Estás loco!

¿No quies que el pueblo haga justiciad

MOZOS 1 j Justicia ! ¡ Justicia

!

Pasó, Pedro de Lémona. (Un mozo adelanta hac^

la casa. Pedro de Lémona alza la barra sobre^|,j

y le obliga a retroceder.)

Lemona.—¡He dicho que quietos!... ¡Ni un solo paso hac

la casal ¡Aquí dentro no estará sólo Lázaro de Vilobre. E

tan también su mujer y su hijo... ¿Queréis que ardan ea

hoguera como leños?... Ellos son inocentes.

mu

ilZil

letói

42

Page 45: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

«iiari

tilak

Eso es verdá.

Si, sí. Eso es verdá.

) Isabela y el niño están dentro de la casa.

jY ellos son inocentes.

Sólo Lázaro de Vilobre es la mala hierba.

Sólo él... Si, si,... Sólo él.

Dejadme solo. Yo hablaré con Lázaro y se arre-

á to. (Los mozos hacen mutis refunfuñando : pero sin atre-

j

;e a discutir con Pedro. Isabela, el Niño, abrazado a ella yaro salen de la casa.)

Jazabo.-—-I Gracias, buen amigo 1 i Gracias!

'jf'jlEMONA.—¿De qué?... Hice lo que debía. Estos bárbarosrrian quemaros como a ratas.

AZARO.—Si no hubieras llegao tan a tiempo, no sé que•iera ocurrió. Estuve a punto de perder la cabeza y salir dejasa con mi hacha.

'.EMONA.—Déjalo to a mi carjío. Yo le prometo domeñar alldea... Tú, a callar a tO y dejarme a mi hacer?

lAzARO.—¿Escuchas, Isabela? ¿Escuchas?... Pedro va a sal-

mos.

""íiSABELA.— i No, no!... ¡Eso no! Eso no pues tolerarlo tú!

ívAZARO.— I Qué dices!

"M 'SÁBELA.— I El lobo siempre tié que ser lobo!li

i ,EM0NA.—Y que le maten a tiros, ¿verdad?... Tenéis las mu-frtiís un mo de arreglar las cosas.

liAZARO.—No hagas caso. Está la pobre excita ¡Pasó tanto

pj[¡j;o> mientras que aporreaban la puerta! Mialá aún abraza

I luestro hijo y temblando. Yo te prometo ser pá tí como unTo fiel.

SÁBELA.—¡No! iNo! iNo!...

jEmona.—Vaya, mujer, deja que la fiera se amanse.^AZARO.—Desde hoy en tí fio. Dime, mándame lo que debo

i 3er y lo haré sin titubeo.

UEMONA.—Y yo te prometo la paz en la aldea, tu perdón.

..AZARO.—Da las gracias a Pedro, Isabela. Dale un fuerte

"'"'etón de manos, como yo le doy un abrazo leal, de amigo..,'

i hombre a hombre ! (Le abraza fuertemente mientras des-

mde el telón.)|

ic:5:

E^ TELÓN

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44

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ACTO TERCERO

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El

gas.

peor.

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La misma decoración clel primero. Es de día.

' (Están en escena ISABELA, LÁZARO ij UN TRAPERO.)El Trapero.—No puedo dar más. De veras que no puedo dar

Isabela.—Cinco pesetas más. Solo eso.

El Trapero.—No puedo. No puedo.

ISABEL.4.--Por cinco pesetas más...

El Trapero.—El negocio está malo, rada vez peor... Tos sun

a vender; pero ¿quién compra?... En mi casa tengo un mon-tón de cosas que nadie quiere... Es dinero muerto. Tendré quemalvenderlas en las ferias.

Isabela.—Pero mire usté bien. La manta es fuerte y de mu-cho abrigo.

i

El Trapero.—Buen género; pero algo apolillá.

Isabela.—¿Y el vestido?... Todo él está nuevo, i Si apenas melo pi.se un par de veces!

El Trapero.—Tié mala venta. Las ropas temen que haigan

sío de enfermos... Repito que el oficio de trapero ca vez está

.peor. '

. „ .¡

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Lázaro.-—No se discuta más. De usté lo que puea y eí^ aas.Isabela,—Crea usté que lo vendo cou pena. Lo vendo poil

"'"'

que esíá' mi'ilífirf" éñfeímo y tengo' qiié eompTar medicinas,El Trapero.—¿Qué tiene?

Isabela.—Calenturas, 'loa la carita la tié encendía comtíuna amapola.El Tkafeao.—Vaya, daré lo que usté pide... Por el niño,'

sólo por él... Y eso que los niños son poco amigos míos, hu-yen üe mi en cuanto m'acerco con el saco ai hombro... AUi va;'"!

el dinero...

IsAUELA.—Está bien. , ,

El Trapero.—Moneditas limpias, relucientes como soles. t^__.

Lázaro.—Gracias^ buen hombre. * '

El Trapero.—¡Abur!... Y que se alivie el niño... No Je asuBten con ei trapero... No nos comernos a las criaturas!... | M* " J.,„

da un coraje!... (Se echa el saco al hombro y se va.)

Isabela.—Ya está vendió por na. S'aprovechaq de las cir-

cunstancias. Luego lo venderá por el doble.

Lázaro.—Seguramente. ";

Isabela.—Sí tenemos que segviir vendiendo pá vivir, a este

paso pronto estaremos encerraos en la casa vacía.

Lázaro.—Hay que levantar el corazóa a la esperanza. To se

arreglará muy pronto y volverá a canLar la feliciá en la ven-

tana como un pájaro.

Isabela.—¡Al paso que vamos í

Lázaro.—IJucIio se ha conseguio. El pueblo ya no nos miraf

con rencor. Mos deja vivir aquí sin hacernos na.

Isabela.—Pero ninguno nos habla, Nadie nos salúa al ha-

llarnos en los caminos. Somos como fantasmas, como seres in-

\isibles.

Lázaro.—Ana la Roja y Pedro de Lémona están a nuestro

lao.

Isabela.—¡A nuestro lao!...

Lazauo.—Ya irán tos, poco a poco, devolviéndonos la amis-

tad perdía. Ahora lo importante es que el niño se pongía

bneno.Isabela.—El pobre hijo mío yo creo que está muy malíto.

Parece que tie fue^o dentro del cuerpo. La frente y las muñecas

le arden como brasas.

Lázaro.—No tengas mieo. Con la meicina que recetó el mé-

dico se pondrá bueno. Y la meicina ya podremos comprarla con

el dinero que nos dio el trapero.

Isabela.—Aiin sobrará pa vivir irnos días.

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H^URo.—Lo suflcíent» hasti» que yo trabaja.

BELA.—¿Cuándo empezarás?2ARO.—Pedro de Lémcna me ha ofreció que me darán tra-

)muy pronto.

BELA.— i Siempre Pedro de Lémona 1

jíARo.—¿Te disgusta?

BELA.—Sí.

5AR0.—¿Por qué?BELA.—S"ha metió en la casa y él lo ordena y lo dispo-

).

ZARO.—Gracias a él podemos vivir.

BELA.—Te tie como a un perro. Sólo falta que feches a

,ZAR0.—Yo soy íígradpcio, Isabela. Pedro de Lémoua M unamigo. Noi aconseja bie« y por Mo yo hago si» chistar

to roe dice.

BELA.—Da los consejos como mandatos, como si to lo d«casa dependiera de él.

ZARO.—Y de él depende. ¿Quién sino él ha hecho que se

deje vivir sin perseguirnos?...

.BELA.—¿Tú eres el de otros tiempos, Lázaro de Vilobre?.,.

s tú el que tantas veces peleó como los lobos? Ahora toa

lerza y to tu coraje tiembla como las cañas en el aguario.

ZARO.—¡Qué dices, mujer!...

.BELA.—Nos debimos marchar de la aldea. Por tu terque-

sufrimos tanto,

ZARO.—Ea, no te enfades y venga un abrazo.

.BELA.

(Rechazándole.) Déjame ahora... Voy a ver al niño,-a en la habitación hi'.eral. Lázaro queda un monienio>

y luego llega ANA LA ROJA.)iijA.—Buenos días, Lázaro.

ZARO.—Bien venida, Ana la Roja. ¿Qué tal te va?iJA.—Voy desapareciendo lentamente. Un día me iré comoamo, desvanecía.

ZARO.—Miedosa eres.

)JA.—También tú. No te atreves a decirme la verdá. Y la

i es que tú piensas: Ya está en las últimas esta pobre!... ¿Y tu mujer?ZARO.—Con el niño. Le tenemos malito.

)JA.—¿Qué tie?

lZaro.—Fiebre.

WA.—Voy a verle. (A Isabela que sale.) ¿Y el niño?

49

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v«Isabela.—Está muy arrebatao.

Roja.—Na temas. Los pequeños son así, la flor de la ma) '"

villa, están un día que paecen gravísimos y al siguiente afj**

necen correteando como si na hubiera tenio.

Isabela.—jiiijo mió!Lázaro.—El señor médico ha dicho que no es na.

Roja.—Pues claro. {Llega PEDRO DE LEMONA y entra nal

raímente, como si fuera su casa.)

Lemona.—¿Qué tal el chico?

Lázaro.—De él hablamos. Está muy caído.

Lemona.—Pasará pronto. No estéis preocupaos. Vengo a trd

te una buena noticia.

Lázaro.—¿Algo de la tala?

Lemona.—Todo está listo. Y pagarán buenos jornales.

Isabela.— j Falta hacen I

Lemona.—Fero tendrás que trabajar mucho, Lázaro. Tendque estar to el día lejos de tu casa. Volverás a estar sola co "

antes, Isabela.

Isabela.—Por el día no temo. Y por las noches estará

zaro para defenderme de los lobos si bajan del monte.

Lemona.—Anda, Lázaro, vente a tomar unas copas.

Isabela.—No. Déjale.

Lemona.—¿Por qué, mujer?Isabela.—Está el niño enfermo.

Lemona.—¡Bah!... j Sois t'aprensivos!... Ea, vamos a t

unas copas.

xSABELA.—Que no. Déjale, Pedro de Lemona, déjale.

Lemona.—Un convite de amigo nunca se desprecia. Y es

cerca. {Poniendo la mano en el hombro de Lázaro y con lo¡

autoritario.) Vamos.Isabela.—¿Vas a ir?

Lázaro.—Ya que Pedro tie ese gusto...

Lemona.—¡Lo ves I...

Isabela.—Anda, si... Vete.

Lemuna.—^hiendo.) Hay que obedecerme.

Lázaro.—Hasta luego. (Se van los dos hombres.)

Roja.—Manda a tu mario como si lucra el amo. Y Lázajj^p

obedece sin chistar.

ISABELA.—Es que le está agradeció.

Roja.—iNo aiuiisüíes. iNo pues oeuitar tu rahia. Y con razó^

Las mujeres queremos a los hombres porque nos domina

porque nos manaan. Por eso cuando íes vemos sumisos, s^tj,

fio

Page 53: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

os, deiándose zarandear como muñecos, se nos caen del

An y se estrellan en pedazos contra el suelo.

i^RT.A.—Es cierto oue nos atrae su fuerza y su firmeza,

líos lo supieran nos molerían a palos pa que no dejáramosi'ererles nunca!TA.—Lázaro ya no es el hombre bravo de antes. AhoraS" reduce dócilmente.

BFT.A.—No quie dar motivo pa que tengan que censu-

1

Busca el aprecio. Bien lo sabes.

TA.—Pedro de Lémona entra aqui como si fuera su casa^nda a Lázaro con autoriá de amo.BELA.—Pedro nos defendió contra el pueblo que quisoirnos, y lueco buscó trabajo a Lázaro.

lA.—Tú sabes con nué id^a hace to eso. Es por tí. Yacómo filio M tu m'^rio oi'e terrlría m^e' estar fuera de casa

I

día. Trata de aleiarlo pa hallarte sola.

I

BELA.—Na conseeuirá de tos modos.TA.—A tí te escuece ver cómo tu marido baja la cabeza.

BELA.—Pups SÍ. ;. A qué ncffarlo?

.TA.—La sanare se te pudre viendí> fn^e las palabras de Pe-son fomo nrflenes na Lázaro Tíi quisieras ver a tu ma-cizarse enérgico y que le echara.

1BELA.—Na sospecha Lázaro. ¿Qué quies que ha.^?TA.—Claro, sí; na sabe. Pero un día pue saber y entonces) no pun hacer na, poraue estará dominao por comnleto.BET.A.—Lázaro, en cuanto quiera, volverá a ser el hombre

'ntes. n ^.TA.—Es <Tue no podrá ni ouerer. Poco a poco Pedro deona le va dominnndo. Y el dominio es como una cuerda"va atando de níes a cabeza. Luecro será tarde norque ha-pprdio la voluntad. Un gesto o una mira bastará pa redu-

como a latif^azos.

VBELA.—Dejemos esto, Ana, que en bastante tormento me tie

).TA.—Hav cosas oue no se pueden apartar del pensamientoue se clnvan en él. Tú estaros constantemente martiriza por-

babrá unos oíos ove te miren con osadía v una risa queir^e de tu marío. Ni el pan que comas podrá alimentarte,

'me creeros nue <^e Pedro vione.

ABELA.—Razón ties. Así es. Pero, t si tú supieras cuánto he?ado en esto! jLas noches oue he pasao en vela dandotas a aquel negro pensamiento oue se m'asentó en los se-

'el día fT^ie hablábamos sentás en el banco del árbol!

ojA.—^Yo te quiero bien. Por eso t'hablo así.

51

Page 54: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

fCH!C

[Tino

Isabela.—Una vida pequeña me pide cuentas. Y an lo 1

del p-ensamiento, d'este negro y horrible pensamiento de

tación, brillan los ojos de mi hijo como dos estrellas

noche.

Roja.—Eso es mieo. Na más que mieo. Acaso que tú tai

estás domina.Isabela.— ¡ La vida me atrevería a arrancarle a Ped

Lémona

!

Roja.—No te dejes dominar, Isabela. El dominio se

sin darnos cuenta. Y un día Pedro entrará por esa pue:

con una mira te deiará petrifica y se acercará a ti y te to

tranquilamente, como se coge una fruta de las ramas d

árbol.'

"i

Isabela.— ¡ Con mis dientes y con mis ufias, si no teniaalgi'nn. V h^ría pedazos el corazón antes de sentir su al^fioal

en mis labios.

Roja.—Decídete a hablar.

Isabela—Si supieras qué lucha, qué vacilación hay d(b ?tei

de mi... Es mi hijo el que me impie tener el valor neces

Yo no podría poner a los dos hombres frente a frente. Predefenderme sola.

Roja.—Es peligrosa esa defensa.

Isabela.—Hnv mismo he tenío cine vender una mantavestio. No teníamos na de dinero y habfa que comprar e|o. Mi

cinfis.

Roja.—Es imposible que viváis asi. Y si Pedro viene

y otra vez y tú ties la misma palabra pa su deseo... No... 1

No... Pedro se alejará de vosotros...

Isabela.—^Oué cosa mejor entonces? hfj^

Roja.—Con él se alejarán t.^mbién tos... Comprende,bcln, nue es mentira ese anrecio que ahora se os íinííe. Si

deia en naz por temor a los puños de Pedro de LémonaIsabela.—Si, es cierto.

Rota,—Dos caminos se abren nnte tí. Ceder a los deseo

Pedro, o a fuerza de desoT-ecios cansarle v volver a encon

res perseTuidos y despreciados. Y hav otro camino, que e

sendfi nue conduce a la vida tranrrufla de antes, ci'^ndn

se volvían hacia ti con cariño, cuando la compasión brme na te fnltnse y hasta lis sefíoras cuidaban del niño yhieran hecho de él un hombre de porvenir.

Isabela.— i Aquellos días fueron hermosos 1

Roja.—Piensa en tu hijo, en tu convenencia. To debes

criflcarlo a tu feliciá. (El CACHICÁN entra por el foro.)

es

y

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POJA.-

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Él

Page 55: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

ni,

irCachicán.—Buenos días.

Roja.—Buenos días, Cachicán.

Isabela.—Cómo por aquí, Cachicán.

Cachicán.—Las seroras se enteraron de are ístá el niño en-

rmo y me han enviado a preguntar por él.

P^ Isabela.—Tie calentura. Le arde to el cuerpecita.

Cachiga.n—¿Vino el médico?Isabela.—Sí.

DiA Cachicán.—¿Qué dijo?

flft Roja.—No será nada.

Cachicán.—¡Dios lo quiera!

Isabela.—Gracias, Cachicán.

Cachicán.—Las señoras se apuraron mucho. L'han tomao ca-

iño al pequeño. '

Isabela.—Son muy buenas.CachiCiN.—Me encardaron que te pregunte si necesitas algo

a atender a la enfermeá del niño.

Isabela.—Na tenemos en casa. ¡Es horrible como vivimos I

Cachicán.—Toma este dinero de parte de ellas.

Is*BELA.—¡Oh, no! ¡Gracias!

Cachicán.—Es pa el niño.

Is,\T>ELA.—¡Son unas santas!... Dígalas cuánto se lo agradez-

^fifio. Mi pobre hijo me pregunta muchas veces jtot ellas.

Cachicán.—¿Dónde está el niño?Isabela.—En la alcoba... Ahi... ¿Quiere verle?

Cachicán.—Sí.

I:abela.—Pase, Cachicán. (Entr^^n los tres en la habltactón

nteral y lueqn de un instante vuelven a salir.)

Cachicán.—No está amodorrao.Roja.—Pac^e quf Tba baiao la fiebre.

Isabela.—Si. se despejó un poco.

Cachicán.—Ya sabes el encargo de las señoras... Cuantoecesitf^s mientras el niño esté asi...

Isabela.—Gracias... Gracias...

Cachicán.—Adiós, Ana la Roja.

Roja.—Me voy también.Cachicán.—Vamos.Rota.—(Aparte a Isabela.) Ya ves como la compasión está

oronto a volver otra vez a ti... A ti sola. (Ana la Roja i/ el

achican se marchan por la puerta que da al campo. Isabela

^ntra en la habitación lateral. Después de una pequeña pausalega LÁZARO.)

Page 56: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

Lázaro.—Isabela... Isabeluca... (Se acerca a la puertaral.) Isabela... Isabeluca...

Isabela.—(.Saliendo)^ ¿Qué quies?Lázaro.—Na, mujer. (Se ríe.)

Isabela.—¿De qué te ríes?

Lázaro.—De na, mujer... ¡Ganas de reír que tengo! (SigiiCiEa

riendo.)

Isabela.—Vuelves borracho, ¿No es eso?Lázaro.—Vengo un poco contento, na más. Hemos bebió una

cuantas copas... Pedro de Lémona me hizo beber y beber..Isabela.—¿Y tú por qué bebias?... Sabes que enseguía t'haqj¿iBO

daño el vino.

Lázaro.—Yo, como quería Pedro...

Isabela.—¡Lázaro!...

Lázaro.—¿Qué hay, mujer?.., ¡Isabeluca!

Isabela.—¿Te dejas dominar por Pedro de Lémona?Lázaro.—¿Por qué?Isabela.—Haces sin rechistar lo que él te dice.

Lázaro.—Y no nos va mal.' Ya ves que desde que atendemocuanto nos dice to cambió... Eres simple, Isabeluca.

Isabela.—Vergüenza debías tener en dejarte mandar de PedroLázaro.—¡Vergüenza!... ¿Por qué?... ¿Por hacer caso de loi

i^^jj,

consejos de un buen amigo?uj

Isabela.—¿De un buen amigo?,,,

Lázaro.—¿Qué?...

Isabela.—(Temerosa.) Na, na.

Lázaro.—Cuenta, Isabela... Isabeluca,

Isabela.—(Cambiando de conversación.) Ha venlo el CachicánLázaro.—Aun sigue en sus trece de que nos vayamos.Isabela.—Ha venío a preguntar por el niño, de parte de las I

señoras... Y a darnos dinero.

Lázaro.—Ya no nos hace falta el dinero de naide. Dentrdde unos dias voy a ganarlo yo . Yo, yo...., que se enteren bien..,

Yo, Lázaro de Vilobre. Y lo voy a ganar con mi trabajo y gra

cías a un buen amigo.Isabela.—¿Pedro de Lémona es un buen amigo?LAZARb.—Es el mejor de tos... Y por eso yo le obedezco y

me manda que ruede por la pendiente de la sierra me tiro a

la hondoná de cabeza,

Isabela.— ¡ Capaz serías

!

Lázaro.—Por un buen amigo hago yo lo que él quiera, Y le

doy lo que él quiera... A mi casa pué venir y llevarse lo quela dé la gana.

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Page 57: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

SÁBELA.—¿No te importaría de na?.AZARO.—¡De nal... Si venía y se llevaba enalquier cosa suyo... To lo de esta casa es como suyo, que Lázaro de Vilobre

buenos sentimientos y sabe agraecer el bien que Thacen.SÁBELA.—¿Y si quería llevarse otra cosa?

Lázaro.—Igual... Lo que fuera.

SÁBELA.—A mí..., por ejemplo.

LÁZARO.—Tú no eres una cosa. Eres mi mujer y quien te

'siera llevar tendría antes que verse conmigo.SÁBELA.—Tú eres ya un lobo sin fiereza.

jAzaro.—(Cogiéndola por un brazo.) Este lobo ahogaría en-

sus manos y le desgarraría el corazón con los dientes al

i quisiera llevarte... ¿Lo entiendes?

SÁBELA.—¿Y si no lo uotabas? ¿Si entraba en tu casa tai-

damente y te engañaba con palabras de amigo pa luegoichillarte por la espalda?wAZARo.—Tengo el oído fino que escucha las pisas más le-

i... ¿Cuántas veces, antes que el perro, oí acercarse al co-

1 a la raposa?SÁBELA.—Los hombres, aunque pisan más fuerte que las ra-

sas, saben deslizarse más astutamente.'^AZARO.—¡Que lo intente alguno»... Pero, ¿a qué hablar deo?

(sábela.—¿No quies escuchar las pisas?

Lázaro.—¿De quien?Isabela.—De Pedro de Lémona.Lázaro.—(Da un salto hacia Isabela y luego queda paradotrémulo.) ¿Qué has querio decir?... Vamos a ver, Isabela...

abla I

sábela.—(Se oye confuso vocerío. Son los mozos que jueganla barra.) ¿Oyes?...

Lázaro.—Son los mozos que juegan a la barra... Na meportan esas voces... Son otras las que siento latir dentro'" mí, con mi sangre. (Sujetándola entre sus brazos, nervioso

excitado.) Vamos a ver... Dime... ¿Qu'has querio decir? ¡Ha-a, habla!

'Isabela.—No es na... No es na... No t'exaltes... No te pon-

s así.

Lázaro.—No es cierto lo que has querio decir, ¿verdad?...

) es cierto que Pedro de Lémona sea un mal amigo. ¿Ver-

d?... ¡Vamos, habla! ¡Te digo que hables!

Isabela.—Pues si es cierto. Es un mal hombre y me per-

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Lázaro.—jBfal... iíanzm ^n rugido da fUia.. Luogo m lU,la mano al pecho, sobre »l corazón, como si se le quisieéSeapar o estallar con sus latidos.) Calma... Caima... Cama... ¡No es posible que sea verdad eso que tú dices! ¡Se mcesitaria pa que fuera verdad que to el mundo se hubiese de;quiciao. No, no. No es posible. Tú estás engañada, IsabelaEso debe ser. Que estás engaña.

Isabela.^—Nunca se engaña una mujer en tocante a eso.

Lázaro.—¡Si no es posible! ¡Si no es posible!Isabela.—Cuando tú no estabas aquí venia por las noche

y arañaba en esa puerta. {Lázaro, fuera de sí, lanza u¡

bramido.)

Lázaro.—Acaso no era ¿i quien llamaba a ia puerta. Acas(

eru ej vioAto y tu soleá qu» te dahau mieo y t'hacían escu.-

C4iar JQ ^u» no sonaba.Isabela.—¿Tacueruas la noche que tú vjnitte?... Ll^m^roi

a la puerta... jy era él!... Tú mismo le abriste.

Lázaro.—Venía a verme.Isabela.—No sabía que habías vuelto. Trató de disimular,

Lázaro.—Ahí fuera está jugando a la barra. Voy a Uamar^fti piew

le... ¡Y que Dios nos salve a tos! (Se acerca a la puerta y re no

llama.) ¡ Pedro de Lémona

!

Isabela.—¡Calla!... ¡No le llames I

Lázaro.—¡Pedro de Lémona!... ¡ Eh, Pedro de Lémona í

Isabela.—(Aterrada ¡Galla, por Dios! '|

Lázaro.—¡Pedro de Lémona!... \

Lemona.—{Aparece en el umbral.j ¿Qué hay? ¿Qué pasa?...

Isabela.—¡Vete! ¡Vete!

Lázaro.—Entra Pedro de Lémona. Pasa. Ven aquí.

Lemona.—í^Enlrando.) Sepamos qué queréis. Como si lo vi&

ra que se trata del chico. 4 Sois de aprensivos i No le pasa na.

No tengáis cuidao.

Lázaro.—Escueiía... Tú eres un hombre y eres bravo, y comovalitnte que eres me vas a responder a lo que te pregunte yme vas a decir la verda... ¿Es cierto que andas tras ia isa

beía?

Lemona.—¿Qué dices?

Lázaro.—Elia me lo ha dicho. Y yo quieo saberlo de tí, de

tu boca, pa quitarte la vida si eso es cierto.

Lemona.—No lo eches por la tremenda que fuertes brazos

tengo. No es tan fácil quitarme la vida como tú fanfarroneas.

Lázaro.—¡Y el alma te arrancaré de cuajo si eso es cierto I

COI

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66

Page 59: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

I

,.EMONA.—Vaya, hombre...

SÁBELA.—¡Vete, Pedro de Lémona ! iVete!EMOXA.—Pues bien, sí; 3''o quieo a esa mujer.

:.AZARo.—¡Atrás!... ¡Vas a morir!... Y tu cadáver lo llevaré

;a cumbre de la montaña y lo echaré a los lobos, pa que noanle la tierra si lo sepulto. (De un salto coge el hacha y-

re hacia Pedro, el cual se precipita por la escalerilla que\duce al sobrado y se refugia en la habitación alta. Lázaroae tiíis él y también entra en la h-ibitación. Isabela quechi

iblando y se apoya en la pared para no caer aterrada.)

SÁBELA.

(Con voz quebrada.) ¡Socorro!... ¡Socorro!... ¡ Soco-

!... (Vuelve a salir Lázaro de la habitación. Ya no tiene el

^ha y está pálido y desencajado. Se agarra trémulo al pasa-

mos de la escalerilla de madera y se inclina hacía Isabela,

•riéndola señas de silencio.)

^AZAao.—¡Pchs!... ¡Pchs!...

Isabela.—(En voz baja.) ¿Le has matao?eLazaro.—¡Phs!... ¡Phs!... (Trata de bajar, pero le tiemblan

piernas y no puede, perm 'neciendo agarrado al pasamanosra no caerse. Le ccstajietean les dienten.) ¡No puedo an-

r!... ¡Se me doblan las piernas!... ¡Dame la mano, Isabela,

me la mano que no piieo andar! ¡Isabela! ¡Isabela! ¡Isa-

luca ! (Entra precipitadamente el coro de los mozos.)

¡Qué pasa!... ¡Qué pasa!

¡Quién pedía so<:orro!

¿Qué ha sucedió, Isabela?

¡Lázaro! ¡Lázaro!

IEstá temblando I (Un mozo sube por la escale-

rilla.)

¿Has mallr--tao a Isabela?

¡Habla! iHabla I

¡Eres la vergüenza del pueblo! (El mozo que su-

bió al sobrado da un grito al ver el cadáver de

Pedro de Lémona.)

¡]\Iuerto!

¡Eh!

¿Qué dices?

¡Criminal! ¡Muera! (Lázaro de Vilobre está como

un muñeco, sin fuerzas, desvencijado.)

'•I Lázaro.—¡Isabela!... ¡Isabela!...

COROLOS

lOZOS

Page 60: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

¡Muera! jEl ladrón! ¡El asesino!

El coroi¡Echarle al barranco!

DE LOS / ¡ Hacerle pedazos a pedrás I {Los mozos sacan

MOZOS j Lázaro fuera de la casa y se les oirá hasta

Ifinal del acto gritar fuera, en el campo.)

Lázaro.—¡Isabela!... ¡Isabela!... ¡Isabeluca! (Pequeña pai

sa. Isabela sale despavorida de la habitación lateral. Enmismo instante llega Ana la Roja.)

Niño.—(Dentro.) ¡Papá! ¡Papá!Isabela.—¡Ana la Roja!... ¡El niño llama a su padre!

Roja.—Le llamará siempre... Oirás siempre la voz de t|

hijo llamando al padre.

Isabela—¿Qué dices?

Roja.—¡Que te odio con toda mi alma!Isabela.—¡Tú!Roja.—Porque él te quería. ¡ Ahora está muerto ! Ya nadi

podrá disputármelo!... ¡Es mío! ¡Sólo mío! (Al pie de la es

calera.) ¡Y has sio tú mi vengadora!... (Isabela tiene un momentó de indecisión, de lucha interior, y rápidamente, deci

dida, se acerca al umbral de ¡a puerta que da al campogrita.)

Isabela.—¡Eh! ¡Gente de la aldea!... ¡Escuchadme tos!.

El, no... El, no... ¡Es inocente! (Y como loca, gritando y agí

tando los brazos en alto, se aleja corriendo.) í

%

TELÓN I

L

58

Page 61: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

JL A FARSAn

3

Publicación semanal

de obras de teatro.

DIRECTOR:

*VALENTIN DE PEDRO

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pertado, las encontrará usted en

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NÚMEROS PUBLÍCALOS

í. Llá CAHABA, de MaBoa iSeca j Piares FercánclesiZ. Mi MCJJiK KS UiS iJiiÁÜ atf.UBKtt, de Cadtma» j G,'&ait3. L-A VXljjLAiS'A. de Koiuoro v Fe:TíáBd«3 8tmw.4. LA AVKM'UREK.A, de Joaé Teliaeche5. LA CUlübTlOiN Hib PAbAH EL HATO, de lo» Hbob. í-JuSuiero.

a. ATUCHA de íeüertc-: OUver.7 , MAL ASu Lifi Lutioa :, dt Miiuuei Linares Rívh.»,

S. aLiKLi UJUL AiAü lie Juati Ignacio Luca de TeDa.9. liA UtíL SO'rO DEL f'AHííAL, de Se-vüía j Carrefio.iO Lái SOfA LioBA, cíe AntüHio t'aso y Antonio i'aso (hijo!.

11 LOS LAUAKTKKx\..Ob, «ie Laip de Vargaa.i2 ME CAísu MI MADRE..., de Carlos Arnichea13.

iESCAtATB CONAOGO... !, de Cadeiiaj» y Gutlérrex-BoíR.

i4 ^ALAALVK, de l'edro Mufioz Swh..Iti La» alondras, de íioni«¡c' > Feroajadfea Shaw.•> b}L ANTICUARIO DE AM'ON .VL\RT1N, de Aatonlo Ffti!^

x-A£Mf.'lONERA de Seraítn y Joaquín Aivare? Qulnttiro.\h ífATü CON BOTAS, de TomAis Boníis y Valentín de Pñdn».

i'. VLA CIÍUCIS, de Lois Fernáncis» ¿rtíann.2tj iSC MANO DERECiLV, de Uoaorio Mwnra.¿1. ENTRL DESCONOCIDOS, tle Kfitati LOpes de Harti.

22. l^ MANOLA DEL PORTILLO, de Carrere y PacJiftco.

23 ü*.<5;a MARÍA LA BRAVA, de Eduardo Marquloa.¿i LA CHTLA DE PONTEVEDRA, de Paradas y JlmíTiea.

iü LA LLTIAL-S NOVELA, de Manuei IJaares Rlva».

üfi. LA NOCHE ILüMLNADA, de Jacinto BeaaTente.21 , USTED ES ORTia;, de Pedro Muflo* Seca.'¿8. TU SERAS Mío, út Antonio I'aso y .ntoulo Rstr^uiera.

29 LA PETENERA, de Serrano Aniíuits y (rftnífova

30 EL I LTIMO ROMÁNTICO, de Josí- Teüawbt»*i. LA M.í:VL.4, uva, d«s MuOoa Swa ? Peras FprníiBdea.m LA (^ASA DE LOS PINGOS, de Pa*« y Bstremora.M LA iVLAHCUENERA, de R GoRzAleí del Toro y F Loqu*34 EL Ql E NO PUEDE AMAR, df Aipjautlro Mac-KinleyS6. L4 in RALl^ DE ORO. de Honorio ^S;^^ra

36 LA f'AííK.^NDA de Luís Feínáiidez ArdavlB37 RL DEMONIO l^UE ANTES ANCJEL. df Jacinto Bemiveitr*38 LA MOHERIA. de ifonif-ro y P'emJÍ wl<.<7 Hht>^>-

39 LA CIRA, de P»dro Müfloz Swa y Korijitif' Garcf» V<«Uo»í'tO EL SESÍOR DE PKíMALlv.N. de JaHoto Grau41 NO HA^ DIFICULTAD y CRLSTOB.^LON íp Lloares 'Mt»?42 HKRNANl de 'os tiíTTii.tinos Mat^hado < VíUae«i>«8*«a f Va DK CIJKNTO, do Ja.-lpro BeoBvíiiíf-*4. LA CAPrTA^A, dt SpTiUtt y Caíry5.>45 MI PADRE NO i<M hOKÍA^Al., ;;* Carí<íf/i« y Untiírr*»- t*

46. 'BBKUDITá SBASU <ie AJb^to >~4>viorL

Page 63: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

^ABH UST5) TiA JACA. AMIGO I. fle Eamos ñe Castro.

L BÜICN CA_MJiSI<». fl* Honorio Maura.L Tío QUIOO. de Carlof AJ-n!ch#8 y J AgnllaT Caííoia.

*í'R 101- NOMBRE!. <Se P<>(3<r>r4co Santaader y Jos* Masrle veisFV'RRIE, <lf Áíignuto 8trindr>*>rg

AUH..V1iUWliJLL,E .NA.NA. dt lllat Millán ASTiajlAliLüSA (-"INÍfiiJA, úe FtíUento García LmivA.L CaOAVICR VIVÍEMTK, (le LeOu Tolswl.Jj l)Hi!SiC(j. (le Luis FeniAudez ArdaTln.LiKNTO DR AMOR, de Benaventxa, v 80NATA. de Vla.ilAS QUE PAULINO... I, de üonzáiea! del Castillo y M. Alonito.

N ALTO EN KL CAMINO, de Bt pastor poeta.

I'KIIÜO AAiOIi, AMU 1 SEÑOR, de Avellno Artls.SO v,)Lllí3tiO, NO vjniiSBOl... de Jacinto Benavente.A ATRO>'ELLAt'LtATOS, de Faso y Eetremera.L BURLXOOR l>l£ SEVILLA, de Francisco Víllaespesa.A8 ADELFAS, de Manuel 7 Antonio Machado.OLA y LOLO, de José Feruández del VUiar.L AOluAiiuVlL L'JiL KiiiX, de Cadwaae j Ontlérreas-Rolgi HüRMAiNA üJüNí-íVEVA, de Cadeiiub s Untlérrez-Koig.AgtjEL j IfiL NALFRAUO. de fclonofio Maura.A MAJA, ae Luiá Fvji-uaiidíiz Ardaviu.L Rosal L»E las TR^tó rosas, de Maunel Lluares Kira»A TATARABUELA, ütí C.-ideoftíi y UonzáJ»» deJ CastlUo.L ULTliMO LORO, de Ugo Fitlena.UENTO UB 1ÍA1>A8, de Uooorlo Maura,jN allLLON 1, di' Pedro MafiOí, str(;a y Pedro Pérea JPeruAude».RO MuLH»o, de Fx^dí-rico oiiver.E LA UA-BANA Ha VKNíDO ÜN barco.... de Paso > JOB-

AS IJ-ILANOERAS, de F«»derlco Ollver.ILOS O tí) ARANA, de Mauuel Llaaree Rivae.ülRA yUM BONITA HRA... !, de Fraueisco Ramo» de Caetro.UKNTO OE ALDEA, de Lula Fernández Ardavln.NA AlANO SUAVE, úv Alberto lusua y Touiaa Borras.

I QUIEN TE C¿U1ERE A TI í. Ue Luts de Varga».' IL tSiSCAAlPloi. de El pastor poeta.u LÜPKE VISTO, de Francisco tie Vlia.

L Ci-Uii DE LOS LhlIFLADOS, «Jé Caüeufta y Gutierre* U<jlgA aAA lA, dé i..uie íeriiAndea Ardavliá y Vaifeutln Ue Pedroos LLAVl<iLE&, (le Sevilla y CarrelloL SOLAR Dh. ÜEDlACAPA, de Cari»jB ^ijnlclieR.L. sofa la Radio, el peque i: la hija de palomjsPtoio Uuuo/^ cjoiii s PtHifo Perea i'if.rueiiUe'i^

L ivo.->Ai4i«j, lie i! torí'ocia L. tíari;la> j ^ biueiou.A DaMa del ANTIFAA d«i Cüarit» Saere, iraUucolou a«de LAsiro.

uCUií. UiS, CABARET, de Aiitoulo Patío y Antouio Estreiaer*A PRl»iuNii,KA., ut BüUfüei, isíi.<l. CaUtíua» y U Roig.L\A. íAltibA EN EL CAailLLu, üe Molukt, traü. üe Leplaa.WLE ITENEa EN LA MIRADA/, ú» Muüoz Seca y P«jr«i

íÁí'A DONCEL, Ue Jacinto t>euaveute,IL. FANTASMA DB CANTER VILLE, de Osear Wilde.lA CASA Í-'E LA TRO iA de LaiiureB Rlvaa y Pérta Luglu.A NINA DE PLATA, dt Lope de Vefca, rrfuudiciOju Ue auMttuueii MaoliüClíK

ÍAPOLEON EN LA LUNA, por Navarro y Sá«ík.

T»AN r «VA, por Pilar Mllléu Aatray.jA dama DmIi AlA-R, de Ibaen, Torslóo espafiola de Crutóbaio.

ROMANCE, adaptación española de A, Farnández Lepina.

Page 64: Monte de abrojos : romance de aldea en tres actos, original

IVTÁ. ML ABOIxffiNGO. de Mauael Lanares BItoh, y DDO, Oe £

no iktaalp.

i.o<>. .ú^Lti,u zk üXnA i^U'litXZi. lUt i^atliBiau i)uuux, krauucciuii «te

•.lilac \i% tx\joa»,

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lUU. i^OxN Jll^\JJÍ,í^iJj.'\iJl\J, Uc ÍjUUb ac kuXKaBÍ.UO. iki^ «.,.ji.i.\XyXMj.'i4A.l^. ue l^uiD iN. tUi-tLi^í, auavtauu u ib caudiju

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Juse Luiá /saludo ^ i). Ferez 4v xa Vega. -,

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L¿< iki-riíA, de (iiiiiou liantiUóo, cradaedOa d« Azurlu.12». UL NJLIUKo gUJBl l'iúJNlA Hiii AlMA tll.>AMCA, de iiuQ

Uliver.l:-'y. IflLiliA o iflL, D1ABL.U, de Kitfaei López de üurolao lÜL CÜATKlUlíiMliNU, de üuiioz Seca y ferez t'eruóudea13i LOS fKHiS ÜUbyLUiTJÜKUS, Ut Ariiavlu y Valeutlu de Pe13¿ CLAiNJJU üMl'lliiZA LA Vll>A, de Liuareb Kivas.133. ,LA CUMfhíSA hiSTA TitlSliíl. ., por Carlos AriucbeB.131. MaíNiUS L>ijj fLAXA, pot b raiicibco Serrano Au^uiia135. L»E CUAKJliMTA FAKA AKKIBA... de Autouio tí. LeptUl

tllcardo U. del Toro.*

I3tt B'AtílULA O LOS MAKTliUÜS CKlSTlAiSOS. de TornAflcrás y Valeuiln de Pedro.

137, PHLlDLJüa, de Fruuclsco de Vlu.ISá. Ar«JFlSA, de Leoiildaa A^dreiev13» BIL PROTAGONISTA DE LA VIRTUD, de ManneJ ü. 6enavl(140. BL, RÜISJjIÑOR DH LA HUJiKTA, de Hl pastor poeta.14L iCONTHNTH, CLíBMaNTBl. de Antonio Paso.142. EiL AliMA DfO LA AUJffiA, de Linares Rivas y Ikléndea d«

Torre.143. BL MILLONARIO Y LA BAILARINA, de Pilar Mlllán Asti144. LA HIJA DE JUAN SIMÓN, le José María Granada y Nei

slo M Sobrevila.145. BL CONDENADO POR DESCONFIADO, de Tirso de MoÜ

drreglo de los EIuos Maciíado.146 LA BDUCAC'ON D® LO.S PAl)RifiS ,1*- José H^«riiaui¡ei

Villar147 LA MALA MEMORIA, de Abatí y García Alvaresa. y LA Oü

SA, d« Linares Blvaa14li LA ROSA DEL AZAFRÁN, de Raicero 3 rern&adtu d*^léO. BHANviüAl. de Jo&n Coltoo, tradactal/óa de . Muzllfi& SATAfillLO. á» Pn&n» Mafioa S«ea..

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RT. SKPTTMO PTKLO, de AusHh Strong. traduccií^n de Anto-dp Madrid.

^ OT.TMPIA, de Franz Molnar, traducriÓB de Tomás Borras y An-=>Tesz.

PAPA OFTTRnREZ. de Francisco Serrano Ansmlta.EL rniMEN DE JUAN ANPETíSON. dp Annie Wisse. adap-(\p Tnan C. Olrnedilla e Ignacio RodríaniPT; rjrahit."K-2f)". dp L<^pP7 (lp Haro v Oómpz de Afiguel.T.A ESPADA DEL HTDALÓO. de Luis Fernández Ardavfu.DOX ESPERPENTO, de .Toaniifn Ahati v Valentín de Pedro.LA DANZARINA ROJA, de Ohai.'es-Henry Hirsch, traducci(^n

lina y línro-as.

STEOFRTED. d» Tean Oirandoux. traducción de Díez-Canedo.LA PATLE. do Elmer L Rice tradncciAn de .Tiian Chahíts.EL TONTO ATAS TONTO DE TODOS LOS TONTOS, de AntonioTnnir^s Porras.

1 KT. AATí\'TK DE MADAAÍE VIDAL, de Lnis Vornenil..1 . T.v PPrTLFRA dp ATnfin? ííeca v P<Srpz Fernandez.

;PÁSATE PON TMI MUJER!, de Lp.ñi!=1ac Fodor, adaptación

In de Tnnií'LS Borras.ATE T,n DAPA EL POPARON. df> Honorio Maura.LA A'TETA RTPA. de Ferníín''ev d"l Villar.PTRFETA. dp Fernando de la ]Mina.LA ATA RTPA ST ASÍA, de Felipe Sa.^jsone.

VTV \ ALPORPON. QUE ES INII PUEBLO !, de Ramos de Cas-Pn rrpfío

EL SE:^OR BADANAS, de ArnichPS.LA roNDESTT\ V- sir BAILARÍN d" Honorio Maura.MONTE DE ABROJOS, de José Castellón.

!in!ii!!iirniiniiiiinii'i"-imiinniiiiiiiiniiiiiiiimiiiiiiiiiiiiii^

PROXTMO NÚMERO =

ADÁN,O

:l drama empieza manaka iDE

FELIPE SASSUNE |iiiiiiiEHiuiiinMiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiriiiiiiiiiiiiiiiiimiiiiimiiiiiiT.

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i3"•' =

Se ha puesto a la venta ei tomo 1.* de las

de

Contiene tres de las obras más representativa»

y celebradas de este ilustre y popular autor:

PRI^O

Lleva, además, esíe primer lomo, un prólogo

del gran escritor JOSÉ tCARNER, en el que

éste estudia, de modo magistral, algunas carac-

,

Serísticas del teatro de Arniches

CUATRO PESETAS

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