modernidad latinoamericana. un análisis histórico de las particulares estructuras modernas que...
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El presente ensayo tiene por propósito indagar sobre las estructuras históricas de la modernidad de América Latina que configuran su posición periférica en el mercado-mundo. Para ello, y en un primer momento, se analizaran las características distintivas de la modernidad europea sustentadas en una doble dimensión: el proyecto de autonomía sociopolítico y control de la naturaleza y las cosas, manifestada en el desarrollo de una mentalidad económica, científica e intelectual sustentada en la racionalidad instrumental. En un segundo momento, se evaluará el singular carácter y trascendencia que esta doble dimensión de la modernidad tendrá en América Latina, cuya asimilación transitará desde la negación, la oposición parcial y la aceptación de los valores arquetípicos de la modernidad proveniente desde Europa y EE.UU.TRANSCRIPT
MODERNIDAD LATINOAMERICANA: UN ANÁLISIS HISTÓRICO DE LAS
PARTICULARES ESTRUCTURAS MODERNAS QUE CONFIGURAN SU
POSICIÓN PERIFÉRICA EN EL MERCADO MUNDIAL.
-Miguel Ángel Pardo B.-
El presente ensayo tiene por propósito indagar sobre las estructuras históricas de la
modernidad de América Latina que configuran su posición periférica en el mercado-mundo.
Para ello, y en un primer momento, se analizaran las características distintivas de la
modernidad europea sustentadas en una doble dimensión: el proyecto de autonomía
sociopolítico y control de la naturaleza y las cosas, manifestada en el desarrollo de una
mentalidad económica, científica e intelectual sustentada en la racionalidad instrumental.
En un segundo momento, se evaluará el singular carácter y trascendencia que esta doble
dimensión de la modernidad tendrá en América Latina, cuya asimilación transitará desde la
negación, la oposición parcial y la aceptación de los valores arquetípicos de la modernidad
proveniente desde Europa y EE.UU.
Reconociendo la amplitud temporal y analítica que alcanzaría abordar con mayor
precisión las distintas rutas hacia la modernidad de los países de América Latina, las
limitaciones del mismo trabajo para ello y las del autor para sintetizar y sistematizar el
cuerpo de conocimientos existentes sobre la temática a trabajar, el siguiente ensayo se alza
en calidad de proporcionar un análisis basado en los aspectos comunes, sino generales, de
la modernidad en América Latina so riesgo de errar por simplificación, reconociendo no
obstante una multiplicidad de elementos particulares que marcara las rutas históricas
distintivas país.
1
La Modernidad Europea: Autonomía y Control.
La modernidad, que suele ser definida como el periodo de la historia de Occidente
que comenzó a inicios del siglo XVI, es mucho más que una época histórica, pues las
transformaciones que en ella se producen no se limitan temporalmente a ésta como una
época, sino que suponen, en las distintas dimensiones del ser humano, una serie de procesos
que definen nuestra actual contemporaneidad.
La trascendencia de la modernidad está marcada por ciertas especificidades que
definen el calificativo de “moderno” y que se configuran durante la Europa ilustrada del
siglo XVIII, sustentada en: la razón instrumental, el cambio acelerado, el liberalismo
político bajo su forma republicana, la tolerancia religiosa, y la ciencia experimental. En
suma, una serie de transformaciones que no sólo se oponen al antiguo régimen del
Medioevo, sino que la desmarcan de su pasado inmediato, agregando una nueva
conceptualización del tiempo, por medio el cual los hombres y sus sociedades miran, desde
el dinamismo inevitable de su presente, al incierto futuro.
Los modelos de la Edad Media, sustentados en la estabilidad, el autoritarismo y
absolutismo monárquico, la intolerancia, la superstición, y los dogmas de la Iglesia
Católica, serían contradictorios con la modernidad, por lo que no son capaces de
proporcionar modelos perdurables al ritmo de cambio que plantea esta. En tal sentido, la
modernidad crea sus propios modelos y normas, tanto en lo referido al orden político
anclado en la libertad y autonomía social-individual, legitimándose en un orden social
basado en el derecho constitucional (que se opondrá al autoritarismo y las arbitrariedades
de los gobernantes, que reclamarán procesos de democratización conducentes a las
Repúblicas Parlamentarias como la inglesa1), como en la fe en el progreso material,
cimentado en la racionalidad instrumental, que impulsa el desarrollo de la ciencia
1 El liberalismo ingles defiende el orden social basado en la libertad del hombre. Dicho de otro modo, es una teoría sobre la cooperación entre individuos libres que no requieren la presencia de una autoridad radicada fuera del propio conjunto. Ver: Friedrich von Hayek, Principios de un orden social liberal (Madrid, España: Editorial Unión, 2001).
2
occidental y las actividades económicas orientadas a los mercados en expansión,
fortaleciendo de esta manera al creciente capitalismo.
Max Weber, en la introducción a su obra “La ética protestante y el espíritu del
capitalismo”, se pregunta sobre la serie de circunstancias que han originado que sólo en
Occidente hayan nacido ciertos fenómenos culturales de alcance universal. La respuesta a
tal cuestión se encontraría no sólo en el desarrollo de la autonomía social e individual, sino
que como sustento de aquella, en el particular proceso de racionalización europeo, y en el
afán de control y dominio de la naturaleza a través del cálculo racional, que abstrae la
realidad a fin de ser aprehendida, de la cual se originaría la ciencia experimental y
aplicada2.
La modernidad, en vista de todo lo antes dicho, se caracteriza por un incesante
cambio, destacando en su raíz dos elementos estructurales: el primero de ellos es el
proyecto de autonomía social e individual, definido en relación a la libertad, en el ámbito
sociopolítico y que dará como resultado procesos democratizadores de mayor envergadura
que decantarán en las repúblicas democráticas constitucionales. El segundo, la expansión
de la autonomía individual y colectiva –libertad- como sustento de una nueva mentalidad y
ética asociada al cálculo racional, que en el ámbito socioeconómico conformará el
capitalismo moderno, y que se beneficiará de la ciencia, fundada en la racionalidad
instrumental, cuyo objetivo no es otro que el dominio o control del ser humano sobre la
naturaleza y las cosas.
2 Ver: ¿Qué serie de circunstancias ha determinado que precisamente sólo en Occidente hayan nacido ciertos fenómenos culturales, que parecen marcar una dirección evolutiva de validez y alcance universal? En: Max Weber, La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo (Buenos Aires, Argentina: Gradifco, 2004), 13.
3
La Modernidad en América Latina: Entre la negación, resignación y promoción de la
Autonomía y el Control.
La Modernidad no debiera ser entendida desde una visión purista ni universalizante
de los valores o elementos que lo constituyen, bajo el entendido de que existen modelos
alternativos al europeo o estadounidense, por lo tanto, no es la única vía a seguir para
alcanzar el desarrollo.
América Latina debe ser entendida como una región marcada por múltiples y
aparejados procesos de sometimiento a la modernidad3, que desde Europa – a mediados del
siglo XVIII- impulsaron el desarrollo industrial, pero que resultaron ajenos a la relación
Metrópoli-colonias de matriz Iberoamericana. Para algunos, el retraso industrial de las
metrópolis Ibéricas, sea España, sea Portugal –a diferencia de Inglaterra – que permeara
hacia América Latina, versa sobre una supuesta Modernidad Barroca del siglo XVI,
anterior a la Modernidad Ilustrada del siglo XVIII, caracterizada por un orden señorial
tardío y doctrinario, sustentado en la Contrarreforma española, y que alcanzaría las tierras
americanas durante el proceso de exploración, descubrimiento y conquista en menos de 50
años, iniciándose de forma sostenida la trasplantación de la institucionalidad española y
lusitana en la región por aproximadamente 300 años. Lo anterior configura la cosmovisión
colonial en sus aspectos identitarios, históricos y estructurales de lo que fueron las colonias,
que desde 1810 comenzaron con procesos emancipadores, pero que una vez conseguidas
sus independencias se identifican fundamentalmente por la continuidad y conservación de
las experiencias históricas-institucionales de raíz colonial más que por un cambio radical en
las prácticas políticas, sociales, culturales y económicas, cuya presencia y proyección es
posible de ser rastreada hasta el día de hoy.
3 Si bien el objeto de estudio para el presente proyecto de investigación resulta ser Latinoamérica, ello no implica radicalmente una discordancia con ciertas variables que pueden ser compartidas con las experiencias de otros continentes, ya sea Asia o África, y que se presentan como rutas singulares a la Modernidad, distintas a las modeladas por los países que han alcanzado el desarrollo -como EE.UU. y Europa Occidental-, y que desde la teoría estructuralista son reconocidos como centros de la actividad y poder económicos.
4
La expansión de la modernidad europea en América Latina, como en otras regiones
del mundo, se vio transmutada por las características propias de la región, creándose
parámetros culturales singulares, que se manifiestan en instituciones que divergen del
modelo europeizante o estadounidense, y que resultan en dos aspectos basales, constitutivos
y esenciales de toda modernidad: el proyecto de autonomía política, y el proyecto de
control del mundo natural y artificial (las cosas), que se entrama desde la ciencia, la técnica,
y tecnología, con la actividad económica. Esta doble dimensión en interrelación con
elementos diferenciadores de cada región, dio como resultado un desarrollo divergente en
América Latina al experimentado por Europa y EE.UU.
Cabe precisar que la modernidad en América Latina ha transitado desde la negación,
hasta la radical afiliación a la vertiente europea y estadounidense. De esta forma resulta
posible identificar tres posiciones al respecto: la esencialista, la tradicionalista, y la de
reemplazo.
La primera de ella es la posición esencialista de la cultura e identidad
latinoamericana, que sugiere que existe una contradicción entre los elementos constitutivos
de la identidad latinoamericana, como lo es el conocimiento sapiencial y teórico, el gusto
por lo estético-religioso más que el científico, aspectos que serian contradictorios con la
razón instrumental incorporada por la modernidad ilustrada, que resulta ser, a su vez, el
motor del doble proceso industrializador europeo hacia la segunda mitad del siglo XVIII.
Este esencialismo cultural fosilizaría cualquier aprendizaje institucional dirigido hacia el
control y transformación de los procesos productivos primarios en América Latina, siendo
una de las razones que explicarían el rezago “espiritual” del proceso industrializador y
capitalista en la región.
La segunda, corresponde a las posiciones tradicionalistas que desconfían de la
modernidad y la encuentran incompatible con la cultura y modernidad de América Latina.
Son estas posiciones pre-modernas, las que se sustentarían en una institucionalidad
religiosa católica que se arraigó fuertemente durante la colonia, y que se vinculó
sólidamente con las institucionalidad del mismo Estado, hasta bien entrado el siglo XIX, y
5
que sólo concluyo con el proceso de laicización y separación Iglesia-Estado durante el
mismo siglo. Este correspondió al proceso de autonomía del Estado frente a la religiosidad
cristiano católica, y que encontró sustento en los derechos eclesiásticos de los soberanos
hispanos y lusitanos conocido como patronato eclesiástico, del cual éstos gozaban, y que
sustentaba un orden temporal y espiritual coincidente, a razón de legitimar y consolidar el
orden social peninsular en América.
La tercera posición, es aquella que argumenta que para que América Latina alcance
la modernidad, sería necesario reemplazar su identidad por un arquetipo europeo o
estadounidense. En tal sentido se convierte en una posición que no halla posible la
existencia de diferentes vías a la modernidad, salvo seguir ortodoxamente la evolución
histórica de Europa o EE.UU., o, en su defecto –y fue lo que sucedió en parte en el
continente-, eliminar la raza y cosmovisión de los pueblos originarios de América Latina,
expropiar sus tierras a favor de la inmigración extranjera europea blanca -que fue lo que se
dio durante la segunda mitad del siglo XIX, y primera mitad del siglo XX- a fin de
promover el desarrollo de regiones improductivas con el favor de las técnicas, tecnologías,
y fundamentalmente, de la mentalidad “moderna” de los europeos, poseedores de esa
racionalidad supuestamente tan esquiva para los pueblos americanos. En tal sentido, el
control de la naturaleza y las cosas, es reconocida como propiedad exclusiva de algunos
pueblos que han sido capaces de desarrollar una ética particular capaz de, a través del
cálculo racional, controlar las fuerzas indómitas de la naturaleza. Lo anterior se vincula
directamente con el esencialismo cultural que reconoce en la identidad4 de los hombres y
países de América Latina la imposibilidad de alcanzar el desarrollo por sus propios medios.
Más allá de las posiciones sobre la ruta a la modernidad en América Latina, cabe
precisar que esta sí entra a la modernidad, pero con sus particularidades, no obstante, los
procesos modernizadores de autonomía y control en la región llegaron tardíamente, y en
4 Para Jorge Larraín, la identidad tiene que ver con la manera en que los individuos y grupos se definen a sí mismos al querer relacionarse –identificarse- con ciertas características. La identidad no es una esencia innata dada, sino un proceso social en construcción permanente, constituido por tres elementos: primero, los individuos, como las diferentes colectividades, se definen a sí mismo, o se identifican con ciertas cualidades en término de ciertas categorías compartidas. Durante la modernidad las identidades culturales que han tenido mayor influencia en la formación de identidades personales son: las identidades de clase y las identidades nacionales. Segundo, el cuerpo y las cosas como extensión de la identidad material. Tercero, la construcción de sí mismo supone necesariamente la existencia de “otros”. Cfr.: Jorge Larraín, Identidad chilena (Santiago de Chile: LOM, 2001) 23-28.
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momentos distintos, pues el primero de ellos, el de autonomía sociopolítica llegará recién
tras el logro de las independencias, es decir, son posteriores a 1810, mientras que el
segundo comenzará su proceso durante las segunda mitad del siglo XIX. De todo lo
anterior obtenemos por tanto, que los rasgos culturales forjados durante la colonia en
América Latina condicionan su entrada a la modernidad.
El legado colonial y su proyección en América Latina.
En América Latina la experiencia colonial impuso condiciones generales bastante
homogéneas y que resaltan especialmente cuando se las compara con las experiencias de
las colonias inglesas de América del Norte5.
Los 300 años de dominio colonial iberoamericano presentan cuatro ausencias claves
que condicionan los orígenes de la modernidad en América Latina, a diferencia de la ruta
seguida por Europa y EE.UU6., siendo estas: la ausencia de feudalismo, la ausencia de la
disidencia religiosa, la ausencia de una revolución agrícola, y la ausencia de algo parecido a
la Revolución Francesa.
Las ausencias que condicionan los orígenes de la modernidad en América Latina
como una ruta distinta a la europea o a la estadounidense, configura una serie de
aprendizajes que distinguen la tradición cultural de la región, ellas se caracterizan por: el
centralismo político no desafiado por los poderes locales; el monopolio religioso de la
iglesia católica; la orientación económica exportadora de materias primas al comienzo,
posteriormente, una limitada industrialización promovida y controlada por el Estado, que
no creo ni una burguesía, ni un proletariado industrial fuertes e independientes; un poder
5 Cfr.: Mario Matus, Trayectorias divergentes de la Desigualdad en América Latina, (Instituciones y Desarrollo. Nº 17. Institut Internacional de Governabilitat e Catalunya. Barcelona, España: 2005) 197.6La lectura de Max Weber sobre los aspectos éticos del proceso de racionalización y abstracción de la realidad, como aquellos referidos a los aspectos éticos que impulsaron la modernización de occidente, resultan fundamentales para comprender las distancias entre la ruta a la modernidad seguida por los países de raíz anglosajona, como aquellos de ascendencia iberoamericana. Ver: Max Weber, La política como profesión, (Madrid, España: Espasa Calpe, 2001); Max Weber, La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo.
7
político autoritario que dio paso a una democracia creada formalmente desde arriba, sin
base de sustentación burguesa o popular, y por lo tanto, marcadamente no participativa7.
Los anteriores aprendizajes modelarían con matiz singular una identidad cultural
diferenciadora de las experiencias de las dimensiones de autonomía y control en América
Latina. Así, el proyecto de autonomía en América Latina surgiría producto de una
coyuntura histórica externa, y no de una maduración racional de las élites criollas a través
de procedimientos deliberativos de carácter liberal como la inglesa o norteamericana,
respondiendo más bien a una reacción conservadora de la aristocracia criolla ante la
amenaza que posibles insurrecciones -como lo fue la amenaza que suponía una revuelta
racial, ya sea indígena o de esclavos- pudieran tener en la mantención del orden social
tradicional.
En lo relativo al proyecto de control en América a Latina, este se manifiesta en dos
momentos distintos. El primero, contextualizado durante la colonia, se distingue por la
carencia en la promoción e incentivos para el desarrollo de las ciencias, la técnica y la
tecnología, que en América sólo alcanzo un incipiente desarrollo por la acción de la
Compañía de Jesús, aprendizajes que fueron coartados por la reacción centralista de los
borbones, formalizada con su expulsión en 1767, y que sólo se inició lentamente a partir de
las segunda mitad del siglo XIX. Un segundo momento, se caracteriza por el desinterés de
las oligarquías terratenientes por el desarrollo de la industria y el capitalismo industrial.
Tras haber conseguido las independencias de las metrópolis ibéricas, las élites dominantes
en América Latina prefirieron exportar productos desde sus haciendas, para lo cual, lejos de
racionalizar la producción e introducir métodos científicos, aumentaron las formas de
coerción extra-económica sobre los peones y campesinos, en vez de preocuparse por su
baja productividad, es lo que se ha llamado el “orden hacendal” que perduró hasta bien
entrado del siglo XX.
Reconociendo que la autonomía y control en América Latina se desarrollaron a
tiempos diferentes, es posible llegar a la misma conclusión a la que llega Jorge Larraín,
7 Cfr.: Jorge Larraín, ¿América Latina Moderna? Globalización e Identidad, (Santiago de Chile: LOM, 2005) 34.
8
cuando señala que en América Latina se ha dado prioridad al proyecto de autonomía
política por sobre la expansión del control racional, esta última, se desarrolló mucho mas
tarde que la primera y con mayor debilidad8, condicionando por tanto un tipo de desarrollo
totalmente dependiente de la demanda interna y externa.
Siguiendo los párrafos anteriores, cabría suponer por tanto que los 300 años de
institucionalidad política, económica y cultural, asociados a la modernidad barroca, sería
las causa del fracaso de los intentos de trasplantación del modelo de modernización
europeo y estadounidense en América Latina, y que se distingue por: la reticencia a lo
nuevo y al riesgo, lo que haría eco en los aspectos conservadores, como característica
identitaria de la cultura de la región, y que reacciona negativamente frente a la innovación,
razón que explicaría el retraso del proyecto de control, y cálculo racional tanto en la ciencia
como en la actividad económica individual y nacional. De igual forma, se destacan en
América Latina la búsqueda de estabilidad y control centralista en vez del cambio y la
libertad, elementos que resultan ser contradictorios con la economía moderna de tipo
capitalista9.
Será el largo y lento proceso de lucha por la laicización del Estado, junto con la
adopción de ciertas costumbres, modelos e ideología de corte liberal, como el francés, el
inglés, y en menor medida el estadounidense, los que durante la segunda mitad siglo XIX y
principios del XX, reivindicarán la herencia colonial iberoamericana respecto al rol central
que el Estado debe alcanzar como motor del progreso y desarrollo.
Es el Estado el que jugará un papel central como motor de la modernización en
América Latina durante la primera mitad del siglo XX, cuando se pone fin a los gobiernos
oligárquicos en el continente debido a la crisis mundial del capitalismo en 1929, aunque sus
efectos llegarían a América Latina con mayor crudeza durante los años siguientes. Es así
que desde el Estado se promueven dos fenómenos centrales: por un lado, se amplía la
autonomía política en un sentido colectivo al incorporarse la participación en el sistema
8 Cfr.: Jorge Larraín, ¿América Latina Moderna? Globalización e Identidad, (Santiago de Chile: LOM, 2005) 35.9 La ética individual y colectiva se constituye por tanto como un elemento decidor en el proceso de modernización, y por ende, de estructuración de un tipo singular de mentalidad y práctica económica. Ver: Max Weber, La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo.
9
político de los grupos medios –posteriormente clases medias- y trabajadores asalariados, los
que hasta entonces se encontraban excluidos formalmente de la actividad política y
económica. Por otro lado, se comenzó con la industrialización por sustitución de
importaciones –ISI- alrededor de la década de 1930, que resultó en el rol protagónico que
ocupó el Estado para echar a andar el proyecto de control, poniendo término, a su vez, al
periodo precedente de exportaciones de productos primarios, que instaló a América Latina
en una posición de dependencia marginal, y subordinada a las demandas generadas por los
centros industriales.
Fue por tanto, tras el desplome de la economía capitalista mundial (1929), que en
América Latina se consolida entre 1930-1970 una modernidad que amplía el proyecto de
autonomía, para comenzar a avanzar a paso decidido hacia el proyecto de control con la
industrialización por sustitución de importaciones (ISI), que pudo sustentarse gracias a
fuertes inversiones y protecciones estatales que se prolongarian hasta la década de 1970.
Es, a juicio de Jorge Larraín, que esto supone un aspecto central, pues el “moderno”
centralismo Estatal tendrá como correlato social la aparición de una incipiente clase
burguesa y de una cada vez más definida y autoconsciente clase media, surgida al alero del
fomento estatal10.
Este periodo (1930-1970) estría marcado por un proyecto europeo de autonomía
colectiva que influyó –y hasta hoy lo hace-, en la creación de un tipo de Estado de
Bienestar, formas de legislación social, y políticas públicas en América Latina, todas
destinadas a combatir no sólo el rezago de la modernización en América Latina, sino que a
reforzar el rol central del Estado en el proyecto de control de la actividad económica, sobre
la cual se sustentaba cualquier posible desarrollo social y cultural.
El contexto mundial del periodo 1930-1970 encuentró a América Latina en un
escenario de doble tensión. Durante la primera mitad del siglo XX surge la tensión
ideológica entre sistemas antagónicos en Europa, como lo fue el comunismo y los
regímenes fascistas, para, ya finalizada la Segunda Guerra Mundial en 1945, dar inicio a la
10 Cfr.: Jorge Larraín, ¿América Latina Moderna? Globalización e Identidad, 45.
10
división del mundo en bloques antagónicos e irreconciliables: las dos súper potencias
vencedoras de la Segunda Guerra, como lo fueron EE.UU. y la URSS. El antagonismos
surgido entre ambos países dio origen al periodo conocido como Guerra Fría (1945-1991).
Es en este escenario, hacia la década de 1970, que en América Latina se instauran los
gobiernos militares como reacción conjunta de la región ante el avance del comunismo –ya
avizorada por la Revolución Cubana (1959)-, que a su vez, serán promovidos directamente
por EE.UU. a partir de 1960 durante la administración del presidente John F. Kennedy, en
lo que se conoce como Alianza para el Progreso (1961-1970)11.
La interrupción de la democracia, la instalación de los gobiernos militares, y la
participación de EE.UU. en la región, puso fin durante la década de 1970 a la etapa de
modernización centralizada desde el Estado (ISI), dando un giro al sistema productivo de la
región tras la adopción de nuevas políticas económicas de carácter liberal que serían
reorientadas por el Estado, quien asumiría al comienzo un rol centralizador en la gestión del
liberalismo económico, el que sólo podía llevarse a cabo en coexistencia con una política
autoritaria, entendiendo que el shock en la actividad económica, producto del cambio del
modelo industrializador al exportador primario generaría un alto costo social, y que sólo
pudo ser conseguida producto de una fuerte represión por parte de los gobiernos militares.
La adopción del liberalismo económico provocó el abandono del modelo de
autonomía colectiva europeo por el modelo norteamericano de autonomía individual,
caracterizado por una cada vez menor intervención estatal en la economía, lo que supuso el
fin del Estado de Bienestar en América Latina, no así de las políticas públicas que
resultarían ser mecanismos correctores de las distorsiones que la incorporación que la
economía neoliberal tendrá en la región. En esta misma dirección, el proyecto de autonomía
neoliberal promoverio la formación de un nuevo modelo de ciudadanía que concibe, sino
reduce, a los ciudadanos a consumidores individuales de bienes y servicios en el mercado,
priorizando la modernización material antes que la modernidad cultural.
11 Correspondió a un programa de ayuda económica y social para América Latina a fin de evitar la presencia gobiernos comunistas en el continente. Este programa tuvo entre sus objetivos mejorar las condiciones sanitarias, ampliar el acceso a la educación y la vivienda, controlar la inflación e incrementar la productividad agrícola mediante reformas agrarias. Este programa de ajuste estadounidense para América Latina tenía aparejado un aporte económico para los países que implementaran tales ajustes, y que resultaba un especie de soborno que aseguraba una posición pro-estadounidense en la región. No obstante este aporte económico nunca se concretó.
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La idea de modernidad, asociada a la de desarrollo en América Latina, se conforma
por tanto, en base a diferencias cruciales en comparación con la europea, especialmente en
el tipo de articulación entre el proyecto de autonomía (política) y la de control (economía),
asociando rasgos individualistas y autoritarios en política, con el liberalismo en materia
económica.
Aparece nuevamente la interrogante sobre si existe contradicción en América Latina
entre el proyecto de autonomía y control. Esto, por la transición que experimentará la
región hacia el modelo individualista de tipo norteamericano, al tiempo que mantiene la
supervivencia de los rasgos autoritarios y centralistas. La cuestión es que no existiría
contradicción alguna en dicha relación, prueba de ello es que en América Latina ha
coexistido hacia fines del siglo XX con un proyecto de autonomía individualista que se
conjuga con dosis de autoritarismo centralista desde el Estado. La experiencia previa del
continente que legitima tal relación estaría en el rol jugado por el peso cultural del
catolicismo tradicional como elemento propio y diferenciador de la particular ruta de
América Latina a la modernidad12, y que –aunque paradojalmente-, siendo un factor
antimoderno, se constituye como elemento clave para la adopción y éxito del
neoliberalismo hayekiano en el continente13.
Para Jorge Larraín, el éxito del neoliberalismo en América Latina a partir de la
década del 1980-1990, estaría relacionado con un renovado debilitamiento del proyecto de
12 Se podría argumentar que esta característica está relacionada con el rol del catolicismo en América Latina. No de cualquier tipo de catolicismo, sino de uno que privilegia el culto y la liturgia, que favorece las prácticas externas más que la conversión profunda. Se trata de un catolicismo más tradicional y defensivo, que se entronca con la Contrarreforma y posee una nostalgia indiscutida por la era de la Cristiandad, cuando el principio de autoridad y el derecho de la jerarquía para imponer los valores cristianos a toda la sociedad no eran cuestionados. En cambio las trayectorias europea y norteamericana a la modernidad fueron influenciadas por una ética protestante que valora la democracia y la legalidad, y que, por otro lado, destaca el control racional y científico de la naturaleza. La trayectoria latinoamericana a la modernidad, ha sido influenciada catolicismo tradicional y por formas centralistas y autoritarias de gobierno; y tiene una orientación menos marcada al control de la naturaleza y a la tecnología. Ver: Jorge Larraín, ¿América Latina Moderna? Globalización e Identidad, 55.13 Lo que Hayek propone es un tipo de liberalismo conservador opuesto al liberalismo social de Mili, Voltaire y Rousseau, que destaca la libertad, la democracia y la igualdad. Por el contrario, Hayek subraya tres elementos de su propuesta liberal que calzan a la perfección con el catolicismo del área: primero la interpretación evolucionista de la cultura y el respeto inherente a la tradición. Segundo, la comprensión cabal de los límites de la razón, y por consiguiente la desconfianza de todos los intentos de construir planificadamente un orden social. Tercero, la separación del liberalismo de la democracia. Según Hayek, el democratismo exige el poder absoluto para la mayoría, y de este modo se transforma en una clase de antiliberalismo. Ver: Jorge Larraín, ¿América Latina Moderna? Globalización e Identidad, 55.
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control, pues el proyecto neoliberal boga por la competencia e inserción de los mercados de
la región al mercado globalizado a través de las ventajas comparativas que cada país del
continente presenta, unido a la apertura a los mercados internacionales y la limitación de la
actividad del Estado en el ámbito privado, disminuyendo no sólo la labor redistributiva del
Estado, sino también su aparato burocrático (Estado-mínimo). En suma, se promueve la no
intervención del Estado en la actividad actividad económica, y productiva14. Lo anterior
supone que buena parte de los aprendizajes relativos al proyecto industrializador por
sustitución de importaciones es abandonado (a excepción de Brasil y México), como la
preocupación por adquirir tecnologías nuevas con fines productivos, por ende, es innegable
la reconversión hacia una economía de exportación de materias primas -aunque esta vez
mucho más diversificada-, con la asociada fragilidad, dependencia y subordinación de éstas
mercancías a la demanda mundial.
Ante lo antes dicho, y como bien concluye Jorge Larraín, no significa que no hayan
habido avances tecnológicos en las exportaciones de productos primarios y
semielaborados en América Latina, pero sí significa que dentro del actual esquema la
mayor parte de América Latina ha optado por una trayectoria tecnológicamente
dependiente del mundo desarrollado15, subordinando su economía y desarrollo a una
posición periférica en el mercado mundial.
14 La ruta asiática a la modernidad, especialmente por Japón y los cuatro tigres: Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán y Singapur, asociaron sostenidamente un proyecto de autonomía política autoritaria y el de control de naturaleza y las cosas a través del rol centralizador del Estado en la adquisición, adaptación y desarrollo de tecnología de punta y que fue clave para la conformación de sus industrias nacionales. Interesante resulta la comparación de las rutas divergentes de industrialización entre América Latina y Asia. Para ello, ver: Mario Matus, Corea y el Cono Sur de América: el jardín de senderos que se bifurcan, (Instituciones y Desarrollo, nº 11, Abril 2002) 103-165.15 Jorge Larraín, ¿América Latina Moderna? Globalización e Identidad, 56.
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BIBLIOGRAFÍA
- Larraín, Jorge. ¿América Latina Moderna? Globalización e Identidad. Santiago de
Chile: LOM, 2005.
- Larraín, Jorge. Identidad chilena. Santiago de Chile: LOM, 2001.
- Matus, Mario. Corea y el Cono Sur de América: el jardín de senderos que se
bifurcan. Instituciones y Desarrollo, nº 11, Abril: 2002.
- Matus, Mario. Trayectorias divergentes de la Desigualdad en América Latina.
Instituciones y Desarrollo. Nº 17. Institut Internacional de Governabilitat e
Catalunya. Barcelona, España: 2005.
- Von Hayek, Friedrich. Principios de un orden social liberal. Madrid, España:
Editorial Unión, 2001.
- Weber, Max. La Ética Protestante. Buenos Aires, Argentina: Gradifco, 2004.
- Weber, Max, La política como profesión. Madrid, España: Espasa Calpe, 2001.
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