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ENERO Barquillera, ca. 1900 Por: María Navajas Lugar: Belle Époque Domingos: 12:30 h. Duración: 30 min. Asistencia libre y gratuita

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ENERO

Barquillera,ca. 1900Por: María NavajasLugar: Belle Époque

Domingos: 12:30 h.Duración: 30 min.Asistencia libre y gratuita

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La pieza protagonista de este mes es una barquillera que está expuesta en la vitrina El parque, en la sala dedicada a la Belle Époque (1889-1914) (fig.1).

Servía para contener barquillos, dul-ces muy apreciados en esa época; pero su poder de atracción residía no tanto en lo que guardaba, sin desmerecer el sabor de estas chucherías, como en el juego que la coronaba mediante el que se conseguían estas.

La figura del barquillero rodeado de niños (y no tan niños) expectantes ante la ruleta de la barquillera ha sido muy común en los paseos y fiestas de las poblaciones españo-les desde los años finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX (fig.2), y aún nos puede sorprender en algunos concurridos lugares de nuestras ciudades.

Esta tradición de la elaboración y venta de barquillos, y de la figura del barquillero, tam-bién es conocida en algunos países iberoame-ricanos, como Chile, Venezuela o Argentina.

La barquilleraLa RAE la define como “recipiente metálico en el que los barquilleros llevan su mercancía y que suele tener en la tapa un mecanismo giratorio que sirve para determinar por la suerte el número de barquillos que corresponden a cada tirada”. A este significado se refiere tam-bién el término barquillero y la denominación popular bombo.

Álvarez González y Jiménez Paz expo-nen en El barquillero, vendedor del olvido que la barquillera se conoce desde finales del siglo XVIII y es de origen francés, y que, antes del desarrollo de las técnicas de trabajo y del uso del metal que trajo consigo la Revolución Industrial -cuando se comienzan a hacer de latón u hojalata-, serían de madera. Su uso penetraría por el País Vasco, donde empiezan a realizarse en el siglo XIX, y se difundiría por Cantabria y Salamanca. Los mismos autores señalan que las barquilleras se fabricaban en Bilbao y Salamanca.

Fig. 1: Vitrina El parque. Sala Belle Époque (1889-1914), Museo del Traje, Madrid.

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La barquillera que nos ocupa tiene el cuerpo cilíndrico de hierro, pintado en color rojo, y lleva una decoración de un óvalo de color azul claro y definido por una línea ama-rilla, que remata en su parte superior en dos salientes en forma de cuernos; dentro de este se inscribe otro óvalo de color azul más cla-ro, delimitado también por una línea amarilla y enmarcado por una inscripción en letras mayúsculas y color negro: la leyenda “vivan mis parroquianos”, en su parte de arriba, y las iniciales F. L., en la parte de abajo, que segura-mente hacen referencia al nombre del barqui-llero. Dentro de este segundo óvalo se repre-sentan un paisaje en colores amarillo, verde y rojo, en el que tres casitas, un árbol y algunos arbustos se encaraman en una pequeña colina que desciende hacia el mar, donde reposan dos barquitas amarradas a la orilla.

La barquillera se cubre con una tapa de latón coronada por un juego de ruleta, que aún funciona. Consiste en un círculo de barrotes

contra los que choca una varilla de metal sujeta a una rueda central coronada por unos apéndi-ces en forma de bellota; sobre la tapa hay dos líneas de números pintados, una alrededor de la rueda de barrotes y otra en el interior junto a seis flechas en blanco.

Una correa y una cuerda de persiana, añadidas al cuerpo, permitirían su transporte colgada del hombro. Mide 75 cm de altura y 35 cm de diámetro, y en su fabricación se han utilizado las técnicas del martilleado, el mol-deado y la soldadura.

Esta pieza se integró a las colecciones del Museo en 1990 procedente de compra por subasta. No conocemos datos que nos permi-tan fijar con precisión su datación, aparte de la amplitud de margen que nos da el hacerlo entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. En las colecciones del Museo se conservan varias barquilleras de juguete similares a esta, aunque de pequeño tamaño, datadas entre 1920 y 1930 (fig.3).

Fig. 2: Fotografía perteneciente a un álbum de viaje por España realizado por un matrimonio británico, ca 1890. Museo Casa de los Tiros, Granada (DJ00202/68)

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Las barquilleras solían estar pintadas, como esta, de un llamativo color rojo, y ade-más de con paisajes podían estar decoradas con otros motivos como rincones de ciudades, personajes, escudos o escenas populares o infantiles. Junto a los dibujos, o en lugar de ellos, llevan a veces simpáticas leyendas, o, más frecuentemente, el nombre del fabricante.

El juego comenzaba haciendo girar la ruleta; entonces, la lengüeta -que podía estar realizada también en asta- producía un sonido característico al chocar contra los barrotes que servía para atraer la atención de los pasean-tes (lo que también se conseguía voceando la mercancía); cuando se paraba, el número que marcaba correspondía al de barquillos que se ganaban. El número de veces que se ponía la rueda en movimiento dependía del dinero entregado. Había varias modalidades de juego, y podía participar una persona sola o varias a la vez. En este último caso, al que sacaba el menor número, le tocaba pagar todos los bar-

quillos. A veces, como se refleja en la famosa zarzuela de Chapí1, el juego era una apuesta con el barquillero. Cuando se jugaba a “tirar al clavo” o uno de los cuatro tornillos que sujetan la ruleta (la que nos ocupa no los lleva) o “al punto” (marca que hacía la misma función), el jugador perdía todos los barquillos que había ganado si la lengüeta se paraba en esta señal. No debía de ser cosa muy extraña que la ruleta estuviera trucada, como se deja ver también en otra obra del género chico, Agua, azucarillos y aguardiente1, y hay constancia de que, en ocasiones, la ruleta de la barquillera se utilizaba con el único fin de hacer juegos de apuestas de dinero. Sin embargo, en los últimos años, la ruleta había perdido su función de juego para conseguir barquillos, que se vendían ya a un precio establecido.

Una barquillera podía pesar unos 10 Kg vacía y tener capacidad para 6 Kg de bar-quillos, de lo que resulta, una vez cargada, un peso considerable.

Fig. 3: Barquilleras de hojalata de juguete, 1925 y 1928 - 1930, Museo del Traje. CIPE, Madrid (MT038051 y MT038211)

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Para contener los barquillos también el vendedor solía acompañarse de una cesta plana de mimbre.

El paseo y el parque

“Vivimos en la Ronda de Embajadores,al lao de la Riberade Curtidores. Pasamos nuestra vidacon los chiquillos,que son los que consumen nuestros barquillos.Cruzamos el Praola plaza Colónvoceando: ¿quién los quiere,tiernecitos tostaitosde canela y de limón?.Las niñeras y los soldaospor nosotros están pirraos y dan cuartos a los chiquillospara que se los jueguen a los barquillos,y a los ocho o diez u doceque les damos por favorse los comen casi siempreentre la niñera y el gastador.Cuando viene un señorito y nos dice “vamos a jugar”,en menos que canta un gallola trampa está prepará. Como están los clavos flojos y la máquina desnivelá, por más que se vuelva micoque ni pa Dios que nos pué ganar”.

Este fragmento de la zarzuela de Chue-ca plasma de una manera muy pintoresca lo que sería el ambiente popular callejero madri-leño de finales del siglo XIX. No faltan barqui-lleros, aguadoras, chulos, niñeras, nodrizas y, por supuesto, niños. También se mencionan en esta zarzuela algunas de las aficiones favoritas de la época: el teatro y la verbena; de hecho la

acción transcurre en vísperas de la verbena de San Lorenzo (que se celebra el 10 de agosto).

Una atmósfera tan bulliciosa como esta, salvando las distancias marcadas por su exagerado folclorismo, es la que se podría encontrar en muchas de las ciudades europeas de la época, y era fruto de las trascendentales transformaciones que se estaban producien-do desde la Revolución Industrial. Una de ellas fue el gran desarrollo urbano. Las ciudades, y pongamos como ejemplo Madrid, además de experimentar un gran crecimiento, sufren un proceso de modernización: se incorporan ade-lantos que hacen la vida más fácil, como el agua corriente, la electricidad, el tranvía, el ferrocarril y el teléfono, y se emprende un proceso de remodelación urbana que comprende la cons-trucción de nuevos barrios y proyectos urbanís-ticos (Ciudad Lineal, barrio de Salamanca, de Argüelles), edificios representativos (Banco de España, Biblioteca Nacional) y espacios para el desarrollo de servicios públicos (estaciones de ferrocarril como Atocha o Príncipe Pío, merca-dos y parques). Otro hecho importante fue el crecimiento de las clases medias, y más aún de las populares, nutridas en gran parte por inmigrantes del campo atraídos por las posibi-lidades de trabajo que se suponían en las urbes (dentro de este grupo estaría buena parte de los barquilleros). Y, en relación con estas tras-formaciones, se desarrolla otro fenómeno: el nacimiento del ocio -u organización del tiempo libre como alternativa al tiempo dedicado al tra-bajo o a otras obligaciones- y el incremento de actividades y de lugares para su disfrute, sobre todo al aire libre, que era donde los barquilleros desempeñaban su trabajo.

Uno de estos espacios, que aparece ahora -pues jardines habían existido siempre- es el parque público entendido como un servi-cio a la ciudadanía cuyos cuidados y promoción corren a cargo del municipio. Su nacimiento responde a una demanda social. En su apari-ción tuvieron mucho que ver las ideas liberales ilustradas, que reclamaban derechos para el

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pueblo, exclusivos de unos pocos -entre ellos la propiedad de parques y jardines-; también la denuncia de los médicos e higienistas sobre las precarias condiciones de salubridad en que se vivía en muchos de los barrios de estas popu-losas ciudades, y sus reflexiones acerca de los beneficios de la higiene y el disfrute de la naturaleza sobre la salud. Estas aspiraciones desembocan en la reclamación de una mejora en las condiciones de vida que los poderes públicos tienen que satisfacer. Es ahora cuan-do la práctica del deporte y el veraneo, entre las clases más acomodadas, se convierten en habituales, y cuando se abren jardines de la nobleza y se construyen parques públicos: el Bosque de Bolonia, en París; St. James Park en Londres; y Central Park, en Nueva York, por ejemplo. El Parque de El Retiro de Madrid, que era propiedad real, pasa a formar parte del patrimonio municipal a partir la revolución liberal de 1868.

Además de nuevos espacios, aparecen también nuevas formas de entretenimiento y relación que conviven con los tradicionales: cafés, tabernas, teatro, corridas de toros, car-navales, el recién nacido cinematógrafo, el bai-le, la verbena…, y que son aprovechados por la pujante clase burguesa para su ostentación. Entre estas prácticas de ocio, el paseo urbano es una de las favoritas (fig. 4), que está, ade-más, al alcance de todas las clases sociales, que se mezclan –“juntas pero no revueltas”- en las principales avenidas, paseos y parques, como el Paseo del Prado, el de Recoletos y el Buen Retiro, en Madrid.

En estos, junto a la de otros vendedo-res ambulantes de refrescos, frutas y otras golosinas, no faltaba nunca la figura del bar-quillero, con su bombo colorado al hombro, relleno de crujientes barquillos, pregonando su mercancía: “barquiiiillos…, barquiiillos de caneeeela”… “el barquilleeeero”…

Fig. 4: Fotografía con amas de cría y niños en la playa de La Concha, 1921. Museo del Traje, Madrid (FD012957)

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Los barquillos El barquillo, según la definición de la RAE, con-siste en “una hoja delgada de pasta hecha con harina sin levadura, agua, y azúcar o miel y, por lo común, canela, y a la que se suele dar forma de canuto”. El nombre le viene por la forma convexa o de barco que le caracterizaba en un principio; también se elaboran con esta masa dulces con otras formas, como obleas, abanicos, cucuruchos, galletas…

En algunos lugares se conocen por otras denominaciones: canuto, canutillo, fulla, neulas, suplicación…

Además de los ingredientes menciona-dos, puede llevar otros (aceite o leche en lugar de agua y huevos), y el edulcorante o aroma que lo endulza puede variar (anís, canela, vai-nilla, limón…); eso sí, la harina tenía que ser de buena calidad; si no, se corría el riesgo de que se rompiesen los barquillos.

El barquillo se hace a partir de la oblea, lámina muy fina de una masa hecha con hari-na y agua y sin levadura, y ambos tienen su origen en la hostia u hoja redonda y delgada de pan ácimo que se consagra en la misa cris-tiana y con la que se comulga, probablemente ya desde antes del siglo IX. A este carácter religioso hace referencia el mismo nombre de la oblea, que viene del término latino oblatio, “ofrenda o sacrificio a Dios”. De hecho, el con-sumo de obleas en algunas zonas de España, como la región castellano-leonesa, donde el arte de hacer obleas tuvo gran importancia, estaba ligado a festividades de carácter reli-gioso, aunque hoy ha perdido este significado. Las obleas se diferencian de las hostias en su composición, ya que las primeras llevan azúcar.

Hay bastantes citas documentales sobre el consumo de obleas en el mundo medieval y occidental europeo, sobre todo en Francia y en España; en esta, principalmente en territorios que pertenecieron a la Corona de Aragón, donde también se han identifica-do algunas placas para su fabricación2. Este

dulce estaba presente en fiestas religiosas y en las mesas reales y nobles, pero también se degustaba en monasterios y entornos más populares, como postre acompañando al vino. Como señalan Álvarez González y Jiménez Paz, en los siglos XVI y XVII también se docu-menta el consumo de este dulce en la literatura, los recetarios e incluso la pintura, y es en esta época cuando aparece el término barquillo (en La pícara Justina, de Francisco de Úbeda, de 1605) (fig. 5). En el siglo XVIII, y sobre todo en el XIX, tenemos numerosos documentos relacio-nados con los barquillos, y ya con los primeros barquilleros.

Elaboración de los barquillosUna vez mezclados los ingredientes antes men-cionados y obtenida la masa, que había que hacer diariamente para que no se estropea-se, se echaba sobre unas planchas circulares engrasadas con tocino o aceite y calentadas al horno, de leña en un principio y luego de gas o electricidad, a una temperatura entre 160º y 200º. La masa debía estar casi líquida para que se pudiera extender bien, y los hierros en su punto; si no, se arrugaban los barquillos. Estos moldes, que se denominan también bar-

Fig. 5: Postre de barquillos, de Lubin Baugin (1612-1663). Museo del Louvre (The Yorck Project: 10.000 Meisterwerke der Malerei)

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quilleros, consisten en dos piezas articuladas formadas cada una por un disco de hierro de unos 20 cm de diámetro unido a un brazo, y suelen tener grabada una ornamentación de retícula que imprime a los barquillos su carac-terística decoración (fig.6). Conseguida ya la oblea, se doblaba aún tierna y se le daba la forma deseada con la ayuda de un rodillo o palillo. Esta herramienta era de madera, con un engrosamiento en el centro.

Las herramientas de trabajo las solía encargar el barquillero al herrero o a algún arte-sano local, y parece ser que no siempre era fácil encontrar a quien supiera hacerlas.

La elaboración artesana del barquillo era un proceso delicado y el trabajo que impli-caba, duro: la jornada podía comenzar a las 5 y concluir a las 11 de la mañana; seis horas seguidas de trabajo, en las que se llegaban

a fabricar más de mil barquillos, que además había que vender en el mismo día. Emilia Pardo Bazán describe con detalle este trabajo en su novela La Tribuna (1883):

“Trajo del portón un brazado de astillas de pino y, sobre la piedra del fogón las dis-puso artísticamente en pirámide, cebada por su base con virutas, a fin de conseguir una hoguera intensa y flameante. Tomó del vasar un tarterón, en el cual vació cucuruchos de harina y azúcar, derramó agua, cascó huevos y espolvoreó canela [….] Instalóse el señor Rosendo en su alto trípode de madera ante la llama chisporrotea-dora y crepitante ya, y metiendo en el fuego las magnas tenazas, dio principio a la operación. Tenía a su derecha el barreño del amohado, en el cual mojaba el cargador, una especie de palillo grueso, y extendiendo una leve capa de líquido sobre la capa interior de los candentes hierros, apresurábase a envolverla en el molde con su dedo pulgar, que a fuerza de repetir este acto se había convertido en una callosidad tostada, sin uña, sin yema y sin forma casi […]

“El que viese aquellos cañutos dorados, ligeros y deleznables, como las ilusiones de la niñez, no podía figurarse el trabajo ímprobo que representaba su elaboración. Mejor fuera manejar la azada o el pico que abrir y cerrar sin tregua las tenazas abrasadoras, que ade-más de quemar los dedos, la mano y el bra-zo, cansaban dolorosamente los músculos del hombro y el cuello. La mirada, siempre fija en la llama, se fatigaba; la vista disminuía; el espi-nazo, encorvado de continuo, llevaba, a puros esguinces, la cuenta de los barquillos que salían del molde. ¡Y ningún día de descanso! No pueden los barquillos hacerse de víspera; si han de gustar a la gente menuda y golo-sa, conviene que sean fresquitos. Un nada de humedad los reblandece. Es preciso pasarse la mañana, y a veces la noche, en fabricarlos, la tarde en vocearlos y venderlos”.

No es de extrañar, por tanto, que, aun-que aún subsisten algunos pocos artesanos del

Fig. 6: Horno barquillero de gas, 1920. Museo del Traje. CIPE, Madrid (FCE032038)

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barquillo, predomine la fabricación industrial; el coste que supone el proceso de fabricación manual no es rentable, si bien el marchamo de “recién hecho” y “elaboración artesana” que implica este último es hoy un indiscutible reclamo.

El barquillero

Es la persona que fabrica o vende barquillos. Fue una de las profesiones ambulantes más comunes a finales del siglo XIX y durante bue-na parte del XX. El comercio itinerante era una forma de venta bastante corriente en esta épo-ca, y dentro de este, el de comidas y bebidas, como los refrescos a base de agua con azúcar o con miel, especias, frutas… (recuérdese el título de la zarzuela Agua, azucarillos y aguar-diente), y su consumo solía acompañarse de barquillos, obleas u otros dulces.

Era la del barquillero una figura muy humilde que se asociaba a los niños, a la que se miraba con simpatía y a veces con cierta idealización. Su presencia en las ciudades anunciaba la venida de la primavera y su parti-da, la llegada de los primeros fríos.

La prensa de estos años nos ofre-ce abundantes referencias para acercarnos al conocimiento de este oficio. Se presenta como un trabajo muy modesto y poco lucrati-vo que proporciona unas condiciones de vida muy humildes. Además, al fatigoso trabajo que suponía hacer los barquillos que nos ha descri-to Pardo Bazán, habría que añadir el peso de la barquillera colgada del hombro o cargada a la espalda y las penurias que suponía la venta del barquillo, deambulando de pueblo en pue-blo, a la intemperie, y soportando, con frecuen-cia, jornadas de trabajo que finalizaban a altas horas de la madrugada. Sirva de ejemplo este párrafo de una crónica de Francisco de Cossío de 1924, titulada “Los esclavos de la ciudad”3:“Todos los barquilleros son montañeses, de la montaña de Santander: viven miserablemente para llevar a casa, en invierno, un puñado de

duros. Son los únicos esclavos sobrios que no acuden a la estación del Mediodía, que no beben ajenjo, que no juegan a las cartas… Pasan indiferentes al lujo de la ciudad con su caja y su rueda de la fortuna al hombro”.

O este otro: “Ustedes no sé si sabrán que hay un oficio muy parecido al de periodista, no por el trabajo, sino por sus resultados. Este oficio, por mas que Vds. se rian, es el de bar-quillero. Después de no ocuparse en él arriba de tres meses, comen mal, duermen peor, los chicos les llaman ‘embusteros’, ‘engañaniños’, les rompen las cajas, les ‘limpian’ los barquillos y á lo sumo vienen á ganar al dia dos reales. Y para alivio de sus desgracias ahora les saca el municipio ¡24 reales! por la licencia para vender su misérrima mercancía”4.

Muchos de estos barquilleros provenían de la zona de Cantabria, sobre todo del valle del Pas, que era ya desde finales del siglo XIX lugar de gran tradición en la elaboración de barquillos, y también de Galicia. Una escultura tallada en piedra en el centro de la localidad Parada de Sil homenajea a tantos gallegos de la Ribera Sacra que marcharon a hacer la temporada con la venta del barquillo. Los apo-dos de algunos de los barquilleros que calle-jeaban hasta hace poco por los rincones más castizos de Madrid son, a este respecto, muy ilustrativos: “el montañés”, “el asturiano”, “el galleguito”.

La venta ambulante de este dulce en las fiestas de los pueblos y las plazas de las ciu-dades era para los barquilleros con frecuencia una ocupación temporal, de abril a septiem-bre, que les permitía completar los ingresos provenientes de otra actividad. El comercio del barquillo se asociaba a veces a otras chuche-rías, frecuentemente a los helados (por ser un barquillo en forma de cucurucho el contenedor de estos), y en invierno, a las castañas.

Con frecuencia eran fabricantes a la par que vendedores, y el oficio era una tradición familiar en el que colaboraban todos los miem-bros, aunque solían ser los hombres los que

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vendían los dulces; y no solo por el entorno, pues no eran pocos los que se trasladaban a otras ciudades más lejanas de la Península e incluso a otros países de Europa, sobre todo a Francia, y aun a América.

Pero no todos trabajaban por su cuen-ta; otros lo hacían para un patrono (elaboran-do o no ellos mismos el producto), y muchas veces se trataba de personas muy jóvenes, si no niños (fig. 7). Un curioso artículo de 1916 de Antonio Zozaya relata que los fabricantes empleaban a muchachos procedentes de un mismo pueblo, San Vicente de la Barquera. Describe las míseras condiciones de vida que soportaban y alaba las virtudes de los chavales,

mezcla de perspicacia y de honradez al mismo tiempo, tan necesaria la una para hacer frente a la tunantería de los chiquillos como la otra para responder ante el fabricante de los barquillos vendidos5.

En más de una ocasión aparece califi-cada la situación laboral que soportaban estos críos de explotación bajo la tiranía de un des-almado jefe. Los movimientos a favor de unas condiciones de trabajo dignas -y más aún para los niños, que constituían una parte importan-te de los trabajadores, ya que se les pagaba menos- estaban entonces empezando, pero aún quedaba un largo camino hasta que se convirtieran en derechos reconocidos.

Fig. 7: Artículo de Antonio Zozaya “El barquillero” con fotografía de Salazar publicada en La Esfera,1916. Museo del Traje. CIPE, Madrid (PFA053)

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La popularidad de este personaje a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del XX es grande; así lo atestigua su prota-gonismo en zarzuelas, relatos, poemas, can-ciones populares, postales y fotografías: una de las caracterizaciones favoritas de los niños en las fiestas de disfraces y en los retratos de estos años era la de barquillero; incluso el infan-te Don Carlos aparece en una fotografía vestido como tal, e invitando al rey Alfonso XIII a jugar con la barquillera en la fiesta de caridad en Santander (fig. 8). Así mismo, como hemos ya mencionado, uno de los juguetes favoritos con los que se entretenían los niños de entonces eran las pequeñas barquilleras (fig. 9).

En este sentido es también significativa la incorporación al lenguaje coloquial de térmi-nos relacionados con el oficio de barquillero

utilizados en expresiones comparativas o meta-fóricas, que hemos encontrado en algunas publicaciones de la época: “manejar”, “llevar y traer” o “rodar” o “girar” una persona, animal o cosa “como palillo de barquillero”; y “tomar por palillo de barquillero”; “hacer clavo”; también se emplea la ruleta de la barquillera como símil del azar y de la fortuna.

El interés que llegó a suscitar la figu-ra del barquillero en las expresiones culturales y populares, además de ser un reflejo de la importante presencia de este en la sociedad, puede estar en relación con el afán de reflejar la vida cotidiana, las costumbres y los tipos populares, que caracteriza a las corrientes naturalista y realista que impregnan el mundo del pensamiento y de las artes en este periodo finisecular.

Aunque parece ser que a mediados del siglo XX se podían llegar a juntar en la pla-za o el paseo de las más importantes ciuda-des españolas varias decenas de barquilleros (en Madrid incluso se llegó a tener que regular esta actividad, como vemos en una Ordenanza Municipal de 1948)6, a partir de los años 60, como consecuencia de los cambios econó-micos y sociales que se estaban producien-do, este oficio empezó a decaer hasta llegar casi a desaparecer. Hoy hay pocos barquille-ros artesanos y menos aún los que venden su mercancía por la calle en lugar de hacerlo a comercios, si bien todavía se puede ver esta figura en algunos pintorescos rincones o fiestas populares de nuestras ciudades. Es más, en Madrid, vestido de chulapo, se ha convertido junto con los barquillos en uno de los símbolos de carácter castizo, y así lo podemos ver en los lugares más típicos reclamando la atención de paseantes y turistas.

El vestido

Las transformaciones que se produjeron en el siglo XIX, como consecuencia de la Revolu-

Fig. 8: El infante Don Carlos vestido de barquillero con D. Al-fonso XIII en la fiesta de caridad celebrada en el palacio de los Duques de Santa Elena, en Santander, 1920. Foto José Demaría Vázquez “Campúa” (Archivo privado José F. Demaría “Campúa” ®)

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ción Industrial, y sobre todo en los años en torno al cambio de siglo, también se reflejan en la indumentaria: empieza a adaptarse a favor de la comodidad y practicidad para facilitar el desarrollo de las nuevas actividades y hábitos de vida, y se extiende una cierta uniformiza-ción de las clases sociales en el vestir -el mejor exponente de ello es el uso del traje sastre-. Este fenómeno seguirá avanzando al impulso de los aires que vienen con el nuevo siglo y cul-minará en un hito trascendental para la mujer: la liberación del cuerpo gracias a la eliminación del opresivo corsé.

Con respecto a los barquilleros, las representaciones y fotografías de esta época nos lo presentan vestido con el traje masculino popular: pantalón de pana, chaqueta remedo de la burguesa y boina (las diferencias regiona-les se habían ido difuminando con el discurrir

del siglo), o llevando la indumentaria que la cla-se obrera viste en todos los países europeos, caracterizada por la camisola o blusa, también pantalones de pana, alpargatas y gorra. Con gorra ¡de seda! (quizá se trate de una fanfarro-nada del personaje) y amplia blusa (“si la blusa levanto y me ajusto/las casadas se mueren de gusto”) se luce Pepillo, el protagonista de la El barquillero:

“Tome usté su gorroque me da calor./Mi gorra de seda/ me sienta mejor!A mí que no me hablen de hacerme

de tropa:pa que una señora me dé el corazón,me basta esta cara, me sobra esta

ropa,y el ir pregonando” ¡que son de limón!”

Fig. 9: Recortable de una barquillera, 1924-1932. Museo del Traje. CIPE, Madrid (FCE 036097)

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Notas

(1) El barquillero, zarzuela con música de Ruperto Chapí y libreto de José López Silva y José Jackson Veyán. Se estrenó el 21 de julio de 1900 en el Teatro El Dorado de Madrid. Agua, azucarillos y aguardiente, zarzuela en unacto con libreto de Miguel Ramos Carrión y música de Federico Chueca. Se estrenó en el teatro Apolo de Madrid el 23 de junio de 1897.

(2) RAMOS AGUIRRE Mikel: “Un barquillero gótico con armerías en el Museo Etnográfico de Navarra”. Gobierno de Navarra, Departamento de Educación, Cultura, Deporte y Juventud, 1996. Boletín de la Sociedad Arqueológica Luliana: Tomo II Año IV Número 70 - 1888 enero 10, pp.190-194

(3) La Voz: diario gráfico de información. Año V, número 1641, 1924, agosto 5, Pág. 9

(4) El Papa-Moscas: periódico satírico. Época 2ª. Año II, número 60, s.f. Pág. 3

(5) La Esfera: ilustración mundial. Año III, número 131, 1916, julio 1. Pág. 18

(6) Ordenanza municipal con fecha 16/07/1948, art. 40 del cap. II. Citado por Álvarez González, Martín y Jiménez Paz, Mª Carmen, en El barquillero, vendedor de olvido, 2011

Bibliografía

• ÁLVAREZ GONZÁLEZ, Martín y JIMÉNEZ GONZÁLEZ, Paz: El barquillero, vendedor del olvido. Toxosoutos, 2011.• BLANCO CARPINTERO, Marta: Traje sastre, ca. 1905. Modelo del Mes de marzo 2008. Museo del Traje. CIPE.• CORRAL DEL, José: La vida cotidiana en el Madrid del siglo XIX. La Librería, 2001.• España fin de siglo 1898 [catálogo de la exposición]. Fundación La Caixa, 1998.• GARCÍA LOMAS,Adriano: Los pasiegos. Estudio crítico, etnográfico y pintoresco. Cantabria, 1960• GARCIA LORCA, Andrés Miguel: “El parque urbano como espacio multifuncional: origen, evolución y principales funcio-

nes”. Paralelo 37º, nº 13, 1989, pp.105-111.• MARTÍNEZ ENTONADO, María del Romero: Sobre obleas, barquillos otros. Universidad y Etnología. IV Encuentro en Cas-

tilla y León. Oficios tradicionales. Diputación de Salamanca, 1989.• MENÉNDEZ PIDAL, Gonzalo: La España del siglo XIX vista por sus contemporáneos. Centro de Estudios Constitucionales,

1989.• MORAL DEL RUIZ, Carmen: “Ocio y esparcimiento en Madrid hacia 1900”. Arbor CLXIX, 666 (junio 2001), pp. 495-518

(http://arbor.revistas.csic.es) • PRIETO CASARES, Eduardo: “Os barquilleiros de Parada do Sil nos anos da fame”. Revista Ribeira Sacra.• RAMOS AGUIRRE, Mikel: “Un barquillero gótico con armerías en el Museo Etnográfico de Navarra”. Gobierno

de Navarra, Departamento de Educación, Cultura, Deporte y Juventud, 1996.• SÁNCHEZ MARCOS, Marta: De obleas y barquillos. Diputación de Salamanca,1993• VILLEGAS LÓPEZ, MIGUEL: “Los heladeros y los barquilleros pasiegos”. Los cántabros. Año III, número 7, 2006.• BIBLIOTECA VIRTUAL DE PRENSA HISTÓRICA (algunos ejemplos) (http://prensahistorica.mcu.es/es/consulta/busqueda.

cmd):- La revista moderna: Año III Número 123 - 1899 julio 7, pp. 423-425- Boletín de la Sociedad Arqueológica Luliana: Tomo II Año IV Número 70 - 1888 enero 10- Flores y abejas: revista festiva semanal Epoca XIX Año 931 Número - 1912 julio 21, pp. 1-2- Mujeres españolas: revista bisemanal exclusivamente patriótica Año II Número 90 - 1930 Noviembre 09 pág. 45- El Día de Toledo: periódico defensor de los intereses de la Provincia Año XII Número 709 - 1905 agosto 12, pág. 5 - El Guadalete: periódico político y literario Año XXXVI Número 10546 - 1890 agosto 16 pág. 2- La región extremeña: diario republicano: Año LIV Número 10211 - 1908 noviembre 19 pág. 1- Las Baleares: diario republicano: Año VII Número 1532 - 1896 julio 23, pág. 1- Las Baleares: diario republicano: Año VII Número 1533 - 1896 julio 24, pág. 1- El Salmantino: periódico semanal: Año X Número 2424 - 1918 julio 30, pág. 1- El Liberal Arriacense: Año II Número 87 - 1915 octubre 15, pág. 4- La Libertad: Año VIII Número 1887 - 1926 abril 10, pág. 4- La voz: diario gráfico de información: Año XII Número 4108 - 1931 marzo 31, pág. 9- Diario de Almería: periódico independiente de la mañana: Año XV Número 4109 - 1926 junio 25, pág. 1

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BARQUILLERA, ca. 1900

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MODELO DEL MES. CICLO 2017

En estas breves conferencias tienen lugar en las salas de exposición, se analiza e inter-preta una pieza de especial importancia de entra las expuestas. A los asistentes se les entrega gratuitamente este cuadernillo con el contenido de la conferencia.

Domingos: 12:30 h. Duración: 30 min.Asistencia libre hasta completar aforo

ENEROBarquillera, ca. 1900María Navajas

FEBREROTraje de noche de Vargas Ochagavía, 1974Paloma Calzadilla

MARZOEl GuirrioAna Guerrero y Américo López de Frutos

ABRILPendiente de confirmación

MAYOVestido “Ciseaux”de Christian Dior, 1949 José Luis Díez-Garde

JUNIOVestido de NatalioConcha Herranz

SEPTIEMBREPirro, basquiña y fichú, ca. 1780-1795Beatriz Bermejo

OCTUBREConjunto de Francis Montesinos y BlancoJuan Gutiérrez

NOVIEMBRELos tejidos de la vitrina...Lucina Llorente

DICIEMBREBata infantil, ca. 1750-1760María Navajas

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MUSEO DEL TRAJE. CIPE

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