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MIO CENTROAMERICANO DE LITERATURA«ROGELIO SINÁN

1997-98T

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HÉROES A MEDIO TIEMPO

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HÉROES A MEDIO TIEMPO

Justo Arroyo

Premio Centroamericano de Literatura"Rogelio Sinán" 1997

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P .863Ar69 Arroyo, Justo

"Héroes a medio tiempo"/Justo Arroyo ; ilus . MarioCalvit. -Panamá: Universidad Tecnológica, 1998 .

123p . : 11 . 21 cm .

Premio Centroamericano de Literatura "Rogelio Sinán" 1997 .

ISBN 9962-802-02-41 . LITERATURA PANAMEÑA- CUENTOS I . Título .

Diseño de portada : Pablo Menachoilustración de portada : Mario Calvit

Primera edición : diciembre de 1998© 1998: Justo Arroyo

Derechos exclusivos de edición en Panamá :© 1998: Universidad Tecnológica de Panamá

Impreso en Panamá por el Centro de ImpresiónEducativa del Ministerio de Educación

ISBN9962-802-02-4Depósito legal : Pan. 051-1998

Impreso en Panamá

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño y la ilustración de lacarátula, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera algunani por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabacióno de fotocopia, sin permiso previo del editor .

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Universidad Tecnológica de Panamá agradece alMinisterio de Educación el apoyo brindado, através del Centro de Impresión Educativa, para lapublicación de esta obra merecedora del PremioCentroamericano de Literatura "Rogelio Sinán"1997.

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FALLO DEL PREMIO CENTROAMERICANO DELITERATURA "ROGELIO SINAN"

199- -1998

El Jurado Calificador del PREMIO CENTROAMERICANODE LITERATURA ROGELIO SINAN ' 1997-1998, reunido en laciudad de Panamá, a los veinte días del mes de abril de 1998, ha llegadoal siguiente FALLO UNÁNIME

Otorgar el PREMIO CENTROAMERICANO DELITERATURA "ROGELIO SINÁN" 1997 - 1998 al libro de

cuentos titulado HÉROES A MEDIO TIEMPO, amparadopor el seudónimo Sotelo. Tomamos esta decisión porconsiderar que esta obra sobresale por su imaginaciónfecunda, su unidad temática y su profundo sentido ético,además de estar narrada en una prosa impecable, madura yequilibrada .Destacar que hubo otro libro de notables méritos que esteJurado quiere mencionar con especial recomendación . Setrata del libro La luna en los tejados, amparado en elseudónimo Ariosto T Esta obra impresionó por su sentido de

brevedady por su sentido poético.3.

Conferir Menciones Honoríficas a los siguientes libros:a) Los poetas también se mueren, seudónimo Delfín .b) Magdalena, el kiwi y yo, seudónimo Lucas .c) Tentaciones y estropicios, seudónimo Tláloc .

Felicitamos a la Universidad Tecnológica de Panamá par sufeliz iniciativa del 'PREMIO ROGELIO SINAN ", y la instamos a seguirconvocando anualmente este importante estímulo a la creación literariaregional.

El Jurado Calificador :

Me~ Giardinelli Raúl Leis

Ricardo SeguraArgentina

Panamá

Panamá

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PRÓLOGO

LOS NUEVOS CUENTOS DE JUSTO ARROYOPor Mempo Giardinelli

Camino infinito que va hacia el infinito ylleno de misterios y sorpresas : eso es para mí unbuen cuento. Un buen libro como este, entonces, esuna especie de mapa carretero : relevamiento de unpaís atravesado por infinitas líneas que se cruzan yforman, a manera de telaraña, el dibujo imaginariode una geografía que, sin embargo, sólo es posibleconocer y apreciar andando, rondando sin cesarpágina a página. En el mapa de la literaturalatinoamericana hay uno de esos libros : HÉROESA MEDIO TIEMPO, datado en Panamá el año1998.

No es una casualidad: su autor, JustoArroyo, es una de las plumas (como se decía antes)de trazo más firme en la literatura panameña . Suescritura reúne todas las virtudes cardinales delmejor cuento literario según han establecidolos grandes maestros del género (HoracioQuiroga, Julio Cortázar, Juan Bosch, EdmundoValadés y también Denevi,

Arréala,IX

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Monterroso, por lo menos): brevedad, concisión,singularidad temática, tensión, intensidad.

Justo Arroyo no recurre a leyendas, mitos nifábulas, pero las conoce y las tiene presentes . Sudiscurso se articula sobre estatutos genéricos yadecantados en la tradición culturalcentroamericana y los recupera, los revisita, losreordena. Viene de una tradición clásica, deafianzadas lecturas, y todo lo combina con unmadurado espíritu crítico, agudo sentido de laobservación, conocimiento de los recovecos másprofundos del alma humana . Sus tipos humanosson, me parece, lo mejor de sus cuentos . Ahí están,como prueba, la solidez de ese tenaz inquisidor derestaurante en La Pregunta, implacable en suinterpelación y su furia ; ahí está ese alcoholismoindeclinable que sobrevuela cada palabra de Lossueños de Sepúlveda ; y sobre todo ahí está esememorable, antológico hombre torpe de El Reto .

.Justo Arroyo cultiva un tipo de cuento enque lo fantástico y lo experimental van de la mano,como diluidos lo uno en lo otro . Una amalgamaperfecta, producto de aquella rara virtud señaladapor Julio Torri consistente en el "horror por lasexplicaciones y amplificaciones " . Laescritura de Arroyo delinea trazosaparentemente simples para caminos complejos,lo que llamaríamos un estatuto ficticiooriginado doblemente en las lecturas del hombre

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de letras y gabinete que Arroyo evidentemente es,pero a la vez en una vida intensamente vivida,como yo supongo ha sido la de este hombre magroy serio, reconcentrado y -- se le nota con sólocambiar dos palabras con él -- todo fuego adentro,rescoldo inagotable . Hablo, pues, de un autorlatinoamericano típico de estos tiemposfinimilenaristas, digo un hombre de intensaliteratura.

Quizá por eso me sorprenden tan gratamenteen estos cuentos llenos de imaginación yexperimentalismo, la contextura compacta de suspersonajes . Quiero decir : esa carnadurahemingwayana de ciertos tipos, esa paradojal yborgeana prosa que desarrolla en cuentos comoÚltima Voluntad, o el que da título a este libro :HÉROES A MEDIO TIEMPO. Y es que lasutileza es otro de los méritos de Justo Arroyo .Una sutileza innata, seguramente, pero que ha sidotrabajada, pulida, enaltecida precisamente en elejercicio de la pasión . Porque a la realidad esteautor no la sueña sino que la re-sueña, la re-imagina, la re-escribe .

Libro este, que el lector tiene en sus manos,que contiene además un cuento ejemplar en elmás completo de los sentidos : ¿Por qué,Vivían?, un texto defino humor y avancecordial pero que a la vez va clavando picas en elalma del lector porque no es otra cosa que un

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cuestionamiento feroz, brillante, inclaudicable, a ladoble moralidad de nuestro tiempo . Es un cuentoexcepcional que habla de una concepción de lavida, de una filosofía como la que admiramos enlos mejores cuentos que además son sabios ymodernos. En fin, en este libro el lector encontraráesa rara, gozosa combinación que a veces nosproduce la literatura cuando sabe ser alusión eilusión al mismo tiempo ; mentira encarnada en larealidad y a la vez mirada poética sobre el mundoque vivimos. El lector encontrará en HÉROES AMEDIO TIEMPO un entramado que mezclavirtudes: tensión e intensidad, clima y tipos,sorpresa y poesía . Su autor se llama Justo Arroyo,es un talentoso cuentista latinoamericano y yocelebro haberlo leído. Ojalá ustedes también .

Resistencia, Chaco, 10 de julio de 1998 .

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"La imaginación es la facultad dedescubrir en lo semejante lo único ydistinto ."

Octavio Paz,Sor Juana Inés de la Cruz oLas ¡rampas de la Fe.

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LA PREGUNTA

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Lo primero son sus ojos .De pupilas tan quemantes que la primera

reacción es la de apartar la vista . Pero el viejo losabe, y te mira hasta cuando no tienes más remedioque mirarlo también, hasta cuando el friego de susojos te obliga a reconocer su existencia, que es delo que se trata en primer lugar .

Desde antes de entrar al restaurante el viejoempieza a cazar miradas . Primero de los clientes,a su derecha, que al principio no lo toman encuenta, entretenidos como están en sus comidas oen conversación . Luego de los cocineros, a suizquierda, que vestidos de blanco sirven y alientanapetito con buen humor, preguntando con quéquieres el lomo o el pollo o el cerdo, que si conarroz, papas o espaguetti, sirviendo su porcióndiminuta y ostentando la estafa en cada plato,recalcando la inutilidad de toda protesta porque yalos quiero ver, yéndose hasta sus casas en mediodel descomunal tranque, a ver si regresan a tiempopara el turno de la tarde .

De modo que pague caro, coma poco yaguántese: ¿Con qué quiere el lomo?

El viejo no .Desde que aparece en la puerta los

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cocineros pierden el humor, despachan tensos ycada uno ruega que no le toque atenderlo . Lasropas del viejo son humildes pero limpias, y hayalgo en su forma de llevar el cuerpo, algoperturbador en tanta esbeltez que indica que estádispuesto a cualquier enfrentamiento, que, es más,lo necesita .

El viejo nota cómo los cocineros reconocensu existencia en el endurecimiento de los hombrosy en su repentina falta de ritmo, en ladescoordinación entre platos, cucharas y comida .El viejo entonces toma su bandeja y ocupa supuesto en la fila . Está erguido, dueño de suterritorio mientras pasa la vista por el restaurante,los cocineros, el tablero con el menú y la lista deprecios .

Pero nada de esto tiene importancia : lo quecuenta es que ya los cocineros han reconocido suexistencia . Él; en esa fila, con su bandeja en lamano, ha dejado de ser el viejo que todosdesdeñan, que se le pasa al lado como si fuera unamolestia, casi reclamándole el aire que respira y elespacio que ocupa, casi invitándolo a que se muerade una buena vez y deje su lugar a los jóvenes .

A paso lento, entonces, el viejo se colocafrente a uno de los cocineros . Su mirada quemamás y la orden es seca, el índice derechoapuntando al lomo . Cautivo de la mirada, elcocinero maldito se adelanta a servirle, en la mano

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izquierda un plato y en la derecha una cuchara .Para entonces se hace un gran silencio en la fila, entanto que los otros cocineros sirven aliviados .

El cocinero que atiende al viejo busca con lacuchara en la bandeja del lomo . De allí, conmucho cuidado, extrae dos telitas de lomo : una. . .dos .

Ni una más .Dos : delgadas, transparentes .Salen cien telitas por cada libra de lomo y, a

cuatro dólares la libra y a cuatro dólares el plato,la ganancia del restaurante es de un millón porciento en este bravo ejemplo de capitalismosalvaje .

Pero cuando el cocinero se adelanta a mojarlas telitas en salsa, la mano le tiembla, porque estáconsciente de que llegó la hora .

El silencio es total . El restaurante en pleno :comensales, meseros y cajeras, responden a laquietud que llega de la fila, idos el rumor de platosy cubiertos, de conversación, de los pedidos delomo, pollo o cerdo. Cada tenedor, cada cuchara ycada cuchillo, suspende su accionar a medida quetodos dirigen la mirada en dirección al viejo y a lafila detenida .

Entonces todos reconocen la existencia delviejo y nadie puede decir que no lo ve, que es sólouna sombra a la que se le pasa al lado . Porquecuando los ojos quemantes del viejo ceden la

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palabra a la voz, una voz que no tiene nada deantigua sino mucho del joven que fue y quedominaba con sólo entrar a un cuarto, aquel jovendentro de este cuerpo que hoy pretenden ignorar,la voz del viejo revienta el silencio del restaurantecon la pregunta misteriosa, aquella que nadie antesde él se había atrevido a formular :

--¿Cuatro dólares por dos telitas de mierda?El silencio sigue espesándose en lo que

parece una película detenida, en todas las mesas uncorte sin terminar o una mordida sin tragar o unvaso sin beber . Lo único que se mueve son los cienojos de los clientes, que van del viejo al cocinero ydel cocinero al viejo, en espera de la respuesta a lapregunta que todos se habían hecho desde laapertura del restaurante pero que, por temor overgüenza, habían callado .

Pero el cocinero no contesta, tampoco seatreve a levantar la vista y sigue mojando en salsalas dos telitas de lomo . Entonces, en un intentopor salvarse, como último recurso desesperadohacia la normalidad de su vida y la convivenciahumana, el cocinero hace un esfuerzo supremo,sube la cara y mira directamente a los ojos delviejo para, ante el impacto de la mirada, dejarescapar un graznido al contestar su pregunta conotra pregunta que creyó salvadora :

--¿Con qué quiere el lomo, señor, con arroz,papa o espaguetti?

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Pero el viejo se ha preparado bien paracualquier táctica dilatoria, especialmente una taninfantil como ésta; y no es verdad que con laatención completa del restaurante, con el silencioque él ha provocado y con todas las miradas en sudirección, reconociendo su existencia, él va a dejarescapar el momento con este recurso patético delcocinero .

Por eso, la voz del viejo retumba invicta encada oído, en cada mesa, en cada silla y en cadarincón del restaurante cuando exclama :

--Te hice una pregunta, maricón : ¿dos telitasde mierda por cuatro dólares?

El cocinero no puede más . Y en francaaceptación de su derrota, tira el plato con las telasde lomo sobre una mesa y huye llorando delcampo de batalla . El viejo, mientras tanto,mantiene su sitio en la fila, erguido, bandeja enmano, esperando el próximo contrincante, ése quele aclare el secreto de las dos telitas de lomo porcuatro dólares, todo el respaldo del restaurante ensus hombros, los otros cocineros congelados en susitio hasta cuando de adentro de la cocina salecorriendo el chef en persona para atenderlo .

Entonces, retomando el plato del viejo, elchef agrega una telita de lomo más .

--Y con bastante salsa en mi arroz --dice porúltimo el viejo, mientras la fila avanza y el ritmode platos y cubiertos, de gente que corta, mastica,

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traga y conversa, vuelve a llenar el restaurante .A partir de ese día, en el restaurante sirven

tres telitas de lomo .Y a partir de ese día, también, todos están

atentos a cuando el viejo pida pollo .

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LOS SUEÑOS DE SEPÚLVEDA

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Acababa de levantarse cuando la vio . Enrealidad no se había levantado, sólo se había sentadoen la cama, los pies planos sobre el piso . La cabezale zumbaba, como de costumbre, y por un momentopensó estar todavía en otro sueño, en uno más deesos cientos de sueños que lo asaltaban noche trasnoche y que lo despertaban sudoroso .

Los sueños de Sepúlveda eran como uncaleidoscopio en su cerebro, unas pesadillas salidasde las mejores combinaciones de Alfred Hitchcokcon Federico Fellini, en exclusiva para sus ojosatentos y apretados. Pero con el despertar venía elbaño y luego el café, y los sueños se perdían en elchorro de agua y en el fondo de la taza .

Los sueños eran tan variados como tenaces,verdaderos espectáculos de luz y sonido, con suenergía de tormenta eléctrica . Y una vez en ellos,era lo más natural del mundo que Sepúlvedadiscutiera con su madre muerta o lo volviera afracasar su maestra de primaria o que caminaraagarrado de la mano con aquella novia que lo habíaabandonado y que hoy era la gorda esposa de sumejor amigo .

Pero con la visión de sus pies planos sobre elsuelo y con su progresiva lucidez, Sepúlveda volvía a

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decirse que su exceso en la bebida no tenía nada quever con sus sueños y que llegada la noche vaciaríaotra botella .

Sólo que esta mañana, al ver la telarañaalrededor de su mano, cubriéndole casi queamorosamente los dedos y la palma y el dorso, con laperfección de un guante, se sobresaltó . Porque porninguna parte de la cama había ni arañas ni telarañasy, con lo asustadizas que eran estas criaturas,ninguna se atrevería a hacerle un tejido mientrasdormía, no a él, con lo inquieto que era, con susmovimientos y ronquidos .

Una vez, recordó Sepúlveda, había despertadode una borrachera a la visión de dos murciélagossobre su cabeza, sosteniéndose con sus patitas de lacortina de bambú que le servía de respaldar. Losmurciélagos parecían dormir profundamente pero,diciéndose que seguramente era otro de sus sueños,se restregó los ojos para abrirlos y ver a los animalestodavía allí, sus cabecitas negras y brillantes sobre supropia cabeza, las patitas firmemente agarradas a lacortina .

En ese momento le vino a la mente unapelícula en donde el protagonista era un alcohólicoque se imaginaba ratones donde no existían . Y sedijo que le estaba ocurriendo igual, que le habíaafectado el licor y que cuando volviera a abrir losojos sus murciélagos invertidos ya no estarían sobreél .

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Pero allí seguían, colgados de sus patas,respirando en paz y seguros de que nadieinterrumpiría su sueño. Sepúlveda no tenía nada ercontra de los murciélagos . Al contrario, les teníacierta simpatía, a estos seres tímidos y vilipendiados,sin ninguna culpa por ser tan feos . Pero la idea deque no uno, sino dos, hubieran pasado la noche en surecámara, directamente encima de él, le puso la pielde gallina .

Por eso, se dirigió a la cocina y, al volver,tomó impulso y les dio un escobazo en plena barriga,los murciélagos reventados cayendo sin un solochirrido sobre su almohada . Lleno de culpa,entonces, los recogió y observó en su viaje por lataza del servicio .

Como los murciélagos, la telaraña alrededorde su mano también era real . Y si bien losmurciélagos pudieron haber entrado por una ventana,habían tenido la sensatez de no meterse con él . Peroesta araña había tenido el coraje de trabajar encimade él mientras dormía, había desafiado su inquietudy sus ronquidos y había elaborado este tejido que lecubría el dorso, la palma y los dedos de la mano .

Y la imagen de la araña dibujando confiada lohizo levantarse como resorte y meterse bajo laregadera, para que el agua se llevara el negrobordado .

A pesar de su alcoholismo, Sepúlveda no teníaproblemas en el trabajo . Era tan rutinario esto de

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despachar estampillas en el correo que se decía quemuy pronto lo reemplazarían con una máquina . Ytodos saldrían ganando : él por no seguirdesperdiciando su vida soportando groserías de gentesin rostro y los clientes por no tener que aguantar sucara de aburrido cuando sacaba las de a cinco o lasde a veinte, ellos pidiendo goma y él aclarando queesto era un correo, no una tienda, para escucharcomo le mentaban la madre mientras él volvía aconcentrarse en el televisor y el partido de fútbol .

El fútbol y el licor eran las dos grandespasiones de Sepúlveda . En ese orden . En tercerlugar. a gran distancia, las mujeres . Podía pasarsesemanas, y hasta meses, sin compañía femenina perono podía pasarse un día sin partidos ni licor .

Y su fútbol no tenía nacionalidad nipreferencia . Podía ser de América o de Europa o deÁfrica. No importaba. Lo importante eran los goles,del equipo que fuera. Y cada tarde, cuando salía deltrabajo, paraba en la bodega y recogía una botella .En casa, se preparaba una comida rápida,generalmente espaguettis, para entregarse al fútbol .

Entonces abría la botella ; entonces valía lapena la insulsez de su trabajo, las miradas dedesprecio de los clientes y las de condescendencia desus compañeros, quienes le tiraban en cara su falta deambición, sus quince años en el correo, siempre lasmismas estampillas, siempre el mismo salario .

Pero cuando rompía el sello y giraba la tapa

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de la botella, cuando llenaba el vaso con hielo yechaba el licor, cuando venía la cola y élcontemplaba la oscura helada amada mezcla que levolvía agua la boca, entonces, con mano temblorosa,Sepúveda bebía hasta el fondo y se relajaba y sepreparaba el segundo trago inmediatamente .

Luego, el ron y la cola lo acompañabandurante cinco horas de fútbol . Y no había banquetemás exquisito, ningún encuentro sexual comparable ala delicia de ver jugar al Barcelona o al Florentina o alos Tigres Verdes de Nigeria . Entonces, desde lacama, bajando licor a la velocidad del juego,celebraba cada gol con gritos y levantadas de vasoque le empapaban la cama .

Al día siguiente no recordaba los últimosjuegos . Tenía memoria para tres, a lo sumo . Y nochetras noche se quedaba dormido frente al televisor, elaparato encendido y el vaso sobre el pecho .

Entonces empezaban los sueños .Esos sueños que le asaltaban el cerebro y lo

paralizaban, sin poder distinguir si dormía o pensaba .Y podía empezar con el niño atropellado por elcoche, el brazo colgándole, para luego el niñotransformarse en el viejo que se ahogaba en supropio vómito . Y podía seguir con un sueño queempezaba engañosamente, placenteramente, con eltelevisor prometiendo el partido ideal entre Argentinay Brasil, para rápidamente degenerar en imágenes enque los jugadores se agarraban a patadas en batalla

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campal mientras de las gradas se desprendían milesde espectadores que morían aplastados .

Su único consuelo era que, desde el momentoen que ponía los pies planos sobre el piso, los sueñoshuían en estampida, dejándolo bañado en sudor ycon el pelo pegado al cráneo . Pero con el baño y elcafé, Sepúlveda recomenzaba su día, que no teníapor qué variar .

La segunda vez que le ocurrió habíadespertado de unos sueños particularmente extraños,aun para él. Todavía tenía la taquicardia por lacantidad de disparates que había soñado : rostros quese derretían, accidentes ferroviarios con miembroshumanos diseminados, masacres de campesinoslatinoamericanos o huelgas de hambre de pederastasbelgas, toda una secuencia de horrores ante suspárpados firmemente pegados, temiendo que, si losabría, la pesadilla se le convertiría en algo personal .

Por eso, cuando se vio el brazo derechocubierto de la telaraña, desde el hombro hasta lamano, siguiendo cada curva de sus músculos y cadavena, cuando la telaraña pareció haber sido dibujadacon paciencia y cariño, el pánico de Sepúlveda notuvo límites .

Entonces, antes de entrar al baño, le dio vueltaa la cama, levantó el colchón y los muelles y buscóen cada rincón, en cada zapato para ver si encontrabaa la culpable . Pero nada. Ni siquiera las paredestenían huellas de bicho alguno, y si alguna araña le

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estaba tejiendo mientras dormía, con la llegada deldía salía del cuarto, porque aquí, ahora, estaba élsolo, el corazón a punto de estallar .

Entró al baño y una vez más observó cómo seiban por el caño las hebras que el agua desprendía desu brazo .

Cuando llegó al correo no podía atender anadie. En todo caso, era inoportuno que distrajeransu mente de algo tan trascendental como lo que leestaba ocurriendo, muy superior a las tristes noticiasque llevarían esas cartas, con sus patéticos informesde enfermedades, defunciones o pedidos de dinero .Las mentadas de madre fueron más constantes queen otros días y, en varias ocasiones, la supervisoratuvo que salir a poner orden . Ni siquiera un juegodel Barcelona con el Real Madrid pudo apartarlo desu visión de las telarañas, ayer en la mano, hoy en elbrazo . ¿Dónde, mañana?

Esa tarde, antes de marcar su tarjeta, invitó aJosefina a su casa .

Se llamaba Josefina pero todos le decían Jose,y era la encargada de distribuir la correspondencia enlas casillas. Eran dos veces al día, pero Jose hacía sutrabajo tan lentamente, empujaba su carretilla contanta dificultad, que todos estaban convencidos de ,que tenía el trabajo más desgraciado del universo,inferior incluso al de los aseadores . Una vez por lamañana y otra por la tarde, Jose llenaba su carrito y,ayudada con la proyección que le daban sus tobillos

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hinchados y la pesadez de su cuerpo, demorabaeternidades en cruzar el pequeño espacio del correo,en colocar las cartas y los paquetes. La impresióngeneral era la de un trabajo de esclavo, algo que sóloalguien en la última escala humana aceptaría . Peronadie parecía tornar en cuenta que la carretilla deJose tenía ruedas, de que bastaba un toque muysuave de sus manos para que el carrito se desplazaracon su muy liviano cargamento .

Jose había logrado su propósito al transferir asu trabajo una dificultad que no tenía, porque de loque se trataba era de que nadie se enterara de quellegaba al trabajo borracha de la noche anterior. Y sulento desplazamiento tenía una triple finalidad : quenadie aspirara a su trabajo, que la dejaran en paz, yque no se fijaran en ella mientras caminaba .

Jose y Sepúlveda se encontrabanperiódicamente, unidos no por ninguna atracciónfísica ni necesidad de compañía sino por sudependencia del licor . Su entendimiento se produjouna tarde cuando, en una fiesta del correo, Sepúlvedaobservó cómo Jose miraba la botella frente a ella, sinatreverse a servirse, haciendo batalla entre laindignidad que significaría agarrar la botella ellamisma y la angustia de tener que esperar a quealguien la atendiera . Sepúlveda, entonces, seadelantó en su silla y le preguntó si podía ofrecerleun trago . Hubo un largo silencio entre la pregunta yla respuesta, un silencio en que Jose entraba en otro

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combate entre mantener su propiedad de dama oaceptar inmediatamente el trago . Por eso fue que,con la tensión, le salió un "Sí, por favor", peroquebrado, como de gallina cacareando, y en esemomento Sepúlveda se dijo que había encontrado unalma gemela .

Hacía rato que no la invitaba a su casa . Tantoque no recordaba la última vez . La mayor parte deltiempo Jose era una simple compañera de tragos. Notenía ningún interés en el fútbol pero podía miraratentamente la pantalla, sorbiendo y sonriendocuando Sepúlveda celebraba un gol . En ocasionesintentaban un amor que rara vez pasaba de unascuantas torpes caricias para, entonces, él quedarsedormido mientras ella volvía al licor y a la pantalla,sin la más remota idea de lo que estaba ocurriendoenfrente .

Esa noche, Sepúlveda se había prometido nodormir, y contaba con Jose para que lo ayudara amantenerse despierto, para ver si así sorprendía elmomento en que la araña hacía su trabajo . Habíanvisto unos partidos en que hubo muchos goles ySepúlveda estaba eufórico . Por eso, no midió lacantidad de licor que estaba bebiendo .

Y cuando se quedó dormido volvieron lossueños: los mutilados y los rotos y los asesinados, lostorturados y los golpeados y los enterrados . Todo unespectáculo horripilante del otro lado de sus ojosfirmemente apretados, pero ahora con el consuelo de

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que tenía a Jose al lado, de que sus dos cuerposserían demasiado para la araña .

Pero cuando al día siguiente se sentó en lacama sin aliento, cuando puso los pies planos sobreel piso y se agarró la cabeza, Jose se había ido .

Esta vez la telaraña le abarcaba toda la partederecha del cuerpo, dividiéndolo simétricamente dearriba hacia abajo . La telaraña lo cubría como sifuera un animal marcado para el sacrificio, elbordado ocupando la mitad de su cabello y rostro, lamitad de su pecho y abdomen, toda la pierna y el pie .Sepúlveda se espantó al observar que la telarañahabía dividido igualmente su pene en dos mitadesexactas . Y, como estaba circuncidado, la visión desu glande cubierto por el medio, en una especie deparodia de condón, le hizo pegar un grito y correrhistérico al baño .

Era sábado, por lo que no tenía que trabajar .Un plan, entonces, tenía que elaborar un plan antesde que la araña lo cubriera del todo . Como primerpaso la encontraría. Levantaría el colchón y volteadala cama . Sacudiría y vaciaría y voltearía las vecesque se necesitaran .

Y lo hizo: levantó y abrió y sacudió . Movió yremovió y regó agua caliente por todas partes pero loúnico que logró fue espantar unas cucarachas queabandonaron su casa rápidamente . Pero de arañas,nada. Ni por las paredes, ni en el baño ni en lacocina. Por lo menos en su casa no estaban, se dijo .

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Seguro venían de afuera, sí, de alguna plaga de losvecinos, esos cochinos que no botan la basura atiempo y apestan los pasillos . Por un momentoestuvo tentado de tocar puertas y reclamar . Perodiciéndose que con eso no ganaría nada, pensó enllamar a Jose. Pero eso tampoco servía de nada : Josebebía más que él y, cuando se quedara dormido,terminaría la botella y lo dejaría, solo con suspesadillas .

Y con la araña .No quedaba más remedio que mantenerse

despierto, no beber licor y tomar sólo café,sorprender a la araña en su ataque para acabarla aescobazos, como había hecho con los murciélagos .Y cuando bajó a comprar la. botella se dijo que noera para beberla durante los juegos sino para celebrardespués, cuando hubiera aniquilado a su enemiga .

A las seis de la tarde terminó de cenar yvolvió al televisor . Eso de bueno tenían los sábados,todas las cadenas pasaban fútbol . Llevaba cuatrohoras de fútbol y se disponía a cuatro horas más . La diferencia sería que esta noche no bebería, haría café

y se mantendría despierto hasta el amanecer o hastacuando matara al maldito insecto que le hacía estapasada .

A las nueve de la noche, después de unpartido particularmente malo, defensivo, en dondelos dos equipos se portaron como señoritas cuidandosu virginidad, Sepúlveda se hizo su quinta taza de

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café . Tenía los ojos como platos, los nervios depunta y, con el próximo juego, se dijo que romperíael televisor si no había goles .

Este partido fue distinto . Eran el Liverpoolcontra el Newcastle, y siempre podía contar con losingleses para que dejaran el alma en la cancha . Erael fútbol que más le gustaba, con su fuerza y entrega,la pasión de estos atletas nidos . Esto, claro, sinmenoscabo de la magia del fútbol suramericano, lagracia de los brasileños o la intensidad de losargentinos .

Pero a pesar de que el partido iba empatado ados, a pesar de que había cantado ya cuatro goles,Sepúlveda sentía que le faltaba algo . Porque no era lomismo esta felicidad en seco, distante, a la que leproporcionaba su vaso en alto, derramándosele sobreel pecho y la cama, la verdadera celebración en elchorro que saltaba de su vaso .

Pero no lo haría . No bebería y no tendríapesadillas ni le daría oportunidad a la araña para quelo envolviera como un fardo . Esta noche iba a luchara brazo partido y mañana domingo, cuando la luz deldía batiera en retirada a las pesadillas y a las arañas,llamaría a Jose y celebraría con ella abriendo labotella.

A las dos de la mañana todavía estaba viendoun partido entre los Estados Unidos y México . Erauna cosa triste, con el primer tiempo empatado acero. Estaba perdiendo la concentración, las manos

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empezaban a temblarle y Sepúlveda llegó a laconclusión de que si no tenía pronto en los labios laoscura helada amada mezcla empezaría a llorar .

Y todavía diciéndose que controlaría el licor,que esta noche no tendría pesadillas y que a lamañana despertaría sin telarañas, se viopreparándose un trago de manera automática,primero el hielo, abundante, luego el ron y por últimola cola. Más de la mitad del trago se le derramó porentre los dedos a causa del temblor .

Pero cuando bajó de un tirón la mezcla yrespiró aliviado, cuando con pulso firme se sirvió elsegundo, cuando lo levantaba nuevamente a loslabios, suspendió para celebrar y mojarse y gritar,porque acababa de producirse el primer¡gooooooooooooool! del partido .

Al abrir los ojos la araña lo miraba fijamente .Estaba trepada sobre su nariz y Sepúlveda se

dijo que era otro de sus estúpidos sueños, porque deotra forma la nariz le picaría con este animal peludopor su cara . Los ojos de la araña le parecieroninmensos, líquidos, de un tono de verde que no lecaía del todo mal . Quiso moverse para acabar deuna vez con éste el más imbécil de sus sueños pero leera imposible. Algo lo sostenía fijamente a la cama,como si lo hubieran atado, como a Gulliver . Laaraña, mientras tanto, había empezado a trepar ybuscaba su frente y a Sepúlveda se le ocurrió que laaraña le medía el cráneo, como para hallar la

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respuesta a la estolidez humana . Quería gritar, perolas finas hebras se habían convertido en sogas que,con cada movimiento, lo apretaban más, comocastigo por su rebeldía . La araña, mientras tanto,había terminado de inspeccionar sus oídos yempezaba a bajar por su cuello, como hastiada, comosintiendo asco por la raza humana y el tiempo queperdía en ella .

Pero a la altura del pecho, la araña dio mediavuelta y subió nuevamente hasta los ojos deSepúlveda, que ya para entonces había evacuado elvientre. La araña, mostrando en sus ojos verdes ylíquidos todo su desprecio por Sepúlveda, levantóuna patita . Y luego otra . Y otra y otra . Y Sepúlvedapudo sentir cómo le bañaba la cara un hilo de orinescaliente .

Entonces entró en convulsiones .Fue Jose quien lo encontró . Se había

extrañado de su ausencia del trabajo todo un lunes yhabía llegado a su casa . Al empujar la puerta, lo vio,desnudo y acostado, un vaso de licor contra el pecho .En la televisión Brasil acababa de meterle un gol aArgentina .

Y, por la esquina del (jo, .lose vio cómo unaaraña saltaba de la cama de Sepúlveda .

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EL PACTO

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El diablo se acercó y le dijo :Mira bien, querido, todo esto es tuyo . El

edificio y el penthouse en que vives . Tu vista hastadonde no alcanza tu mirada, la bahía y los barcos .Las luces y las calles desde donde no te llega palabrani te perturba ruido .

Todo tuyo .Y el país :País sensual de junglas, mares y ríos, de

carnavales, desfiles y reinas .Todo tuyo .Pero, ¿podrás apartar un segundo tu problema

y considerar qué habría sido de ti sin mí, si te hubieradejado nacer, por ejemplo, en Etiopía? ¿O enSomalia? Con suerte hoy sólo te faltarían las piernas .

O haber nacido hutu o tutsi . Pero, olvida eltumor un segundo y agradece, porque esa alternativaes la del caminante, no la del conductor de autosdeportivos .

Como tú .Imagina : tú y tu madre, caminando,

caminando, tú pegado a lo que queda de su falda ycon un vacío en el estómago que ya dejó de serhambre para convertirse en plomo que cargas en tupanza abultada mientras caminas y caminas, descalzo

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y sin pantalones, tu pene bamboleándose contra tuombligo, lo que queda de tu camisa pegado a tu pielmientras el sol te cocina el cerebro y tu madre teempuja hacia adelante, siempre hacia adelante,porque detrás de ti vienen los tutsis o los hutus, consu necesidad de matarte, a ti y a tu madre y a losmiles como tú que caminan y caminan, sin rumbo fijopero ganando espacio entre los hutus o los tutsis,porque pararse es la muerte a pedazos, porque loshutus o los tutsis no gastan balas, es el machete, quetasajea y te deja para los perros o los buitres .

Imagínate con tu panza y ojos hinchados, peropor encima del pánico el sentimiento de que todosaldrá bien porque, después de todo, vas con tumadre, ¿no? Pegado a lo que queda de su falda,agarrado a ella con toda la fuerza de tu pequeñamano y ajeno a que tu madre muestre al mundo suintimidad polvorienta .

Pero no agradeces nada . Porque tú te puedesimaginar en cualquier parte menos en sitios así .Nunca has pensado en la menor solidaridad porque,después de todo, esos negritos se lo tienen merecido,¿no? Como los indios . Pero tú sólo te mereces lomejor. Y únicamente te puedes imaginar en Miami, oNueva York . A veces en París o Roma pero, detanto copiarse a los gringos esos europeos no tedicen gran cosa .

Aunque últimamente sólo te imaginas enHouston, Texas .

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Y las mujeres :Todas tuyas .Desde la negra como la noche hasta la b anca

como la luz . Tuyas .A distancia de tu celular. Tan objetos como

tus aparatos y como ellos desechables .Tuyas por la simple prerrogativa de tu sexo

masculino macho varón .Pero . . . ¿Puedes dejar el tumor un segundo y

pensar qué habría sido de ti de haber nacido mujer?Tan inconcebible como haber nacido tutsi, ¿no?

Y no importa que vengas de mujer . Noimporta que tu padre haya sido un cretino deveinticuatro quilates y que la única con cerebro fue tumadre .

Tus juegos y tu sony y tu computadora y tuinternet, tu contestadora y tu sistema de encendidopor aplausos . Tu Porsche que duerme como tigreesperando la voz del amo .

Todos tuyos .Todo lo tienes y todo lo pierdes .Por el maldito nódulo que crece y no te deja

concentrar, tus socios bromeando que de lo que setrata es que ya no aguantas las parrandas y que seríamejor sentaras cabeza, con hijos y esposa y casita enla montaña .

Pero yo estoy orgulloso de ti . Por eso estásaquí, en el piso veinte mientras que esos pobresdiablos --¿por qué diablos?-- están abajo, fracasando

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en su intento por sujetarte mientras tú pateas ysigues .

Abajo quedan, también, tus padres,reclamándote que no los llamas, a ellos, que lo mejorque hicieron fue desaparecer de tu vida .

Eres mi mejor obra .La prueba viviente de que el mundo es mío .

Tú representas mi éxito después de milenios deprueba y error --casi, casi, digo horror—

Pero te aburro . Porque tu concentración essólo para el nódulo y el hospital en Houston, Texas .Y sólo ahora encuentras tiempo para ver la bahía,para apreciar el cielo por donde esperas venga elángel que te salve, tú prometiendo dejar de ser eldesgraciado que eres, no más atropellos, no másostentación, cambiar tu Porsche por un Toyota yreconocer la existencia de la señora que limpia tusporquerías y del portero que te abre servil .

Sanar, imploras, mientras tus ojos escudriñanel horizonte por la señal, dándome la más concretaevidencia de tu perfección, porque tus lágrimas yrezos y ojos entornados son la más contundenteprueba de tu bellaquería, de tu irredimible maldad .

Mañana, cuando observes con indulgencia quela mucama no lavó bien tus sábanas y que el porterono te abrió a tiempo; cuando tus subalternos se mirenextrañados porque diste los buenos días y tusecretaria se asombre porque no la denigrastetocándole el trasero; mañana, cuando vayas a la

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clínica y te digan que ha ocurrido un milagro, porqueel nódulo desapareció ; cuando al rato de entrar en tuauto te olvides de tus rezos y de todas esaspendejadas que te sacó el tumor ; mañana, digo,cuando levantes el celular y dispares órdenes adiestra y siniestra y vuelvas a ser el canalla desiempre, yo estaré feliz .

Porque el mundo, MI MUNDO, marcha comodebe .

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LA LIMOSNA

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Nunca había visto nada tan lindo . Primerosu pelo, lacio y negro y entrando en el marco de lavidriera como una ola, luego sus ojos, llenos dechispa y humor, hasta terminar con el vestidito enharapos . Sólo entonces, de cuerpo entero ysaludándome, me di cuenta de que la carita todaera un crucigrama de polvo y hollín, con días,quizá semanas, sin conocer el agua .

En ese momento yo mordía un sandwich, perotuve que suspender ante esa combinación de bellezay miseria. Y, paralelo a mi falta de apetito, me crecióun sentimiento de culpa por saberme de este lado delrestaurante, tibio y cómodo, mientras que allá afuera,en el viento y el frío y sin más protección que suvestidito roto, una niña de cinco años me saludaba .

De pronto, y ya decididamente falto deapetito, entró al cuadro de la primera niña unasegunda, más pequeña pero igual de graciosa, igualde sucia e igual de miserable . Las dos entonces mesaludaron, ajenas al fío y a sus pies descalzos, a lacomida y al restaurante, concentradas sólo en moverlas manitas y sonreírme .

Y cuando estaba a punto de devolverles elsaludo, desde afuera del cuadro de las niñas seproyectó un brazo de mujer que las agarró y las sacó

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de mi vista. Angustiado, me paré de la mesa y salídel restaurante . Pero ya la mujer avanzaba por laacera de enfrente, una niña en cada mano, con unaprisa como de quien recuerda algo urgente, algunaestufa encendida, quizá, o como si de repente loúnico importante en el mundo era poner distanciacon esa esquina en que pedían limosna .

Apresuré el paso detrás de la mujer, paraalcanzarla y darle dinero, para que les comprarazapatos y vestidos a las niñas, para que las bañara ylas tuviera acordes con su belleza y gracia . Pero lamujer se desplazaba con rapidez de fantasma, comoun viento negro agitado por los dos trapos en formade niñas. Iba descalza también, y las tres eliminabantodo sonido del pavimento, como si flotaraningrávidas .

Mis propios zapatos eran un escándalo en lascalles desiertas, cada toc un insulto a las puertas yventanas cerradas, mientras el viento y el fríoparecían empujarnos, adelante, siempre adelante,pero a la mujer y a las niñas más que a mí, ellasligeras y en silencio, yo torpe y pesado en mis botasy traje de lana .

Cuando desaparecieron detrás de una esquina,me oí el corazón hacerle competencia a mis pisadas,al pensar que las perdía para siempre . Entonces corríy mis pasos adquirieron una urgencia delictiva, mispiernas tragando cemento para no perderlas . Y,antes de que doblaran la próxima esquina, logré

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gritar : "Señora", sin la menor conciencia de miestado, sin imaginar mi rostro azotado por el vientoni mis ropas oscuras como de criminal .

La mujer y las niñas se voltearon. Y a pesarde la distancia, pude ver la sonrisa de las niñas. Perola mujer, tirando hacia atrás un pelo negromaravilloso, abrió unos ojos descomunalmente bellosdentro de un rostro fino para concluir en unaexpresión de horror. Entonces, levantó a las niñas,se las colocó bajo los brazos y echó a correr comoalma que ha visto al diablo .

Pero yo tenía que seguir, yo tenía que llegardonde la mujer para abrir la billetera y asegurarme deque mañana esas niñas tuvieran calzado y vestido yestarían limpias . Yo tenía que alcanzarla y decirleque su noche de limosna no había sido en vano,porque las niñas habían hablado por ella y me habíansonreído y aquí estaba el dinero que se habíanganado con su sola presencia .

Pero a medida que aumentaba el paso, lamujer se esforzaba por crecer el suyo . Sólo que, conel peso de las niñas, fue perdiendo distancia por másque tratara de confundirme a través de callejones . Ya mi tercer grito de "Señora", cuando sólo eracuestión de estirar la mano para tocarla, la mujerperdió el equilibrio y rodó por el suelo con las niñas .Ella se raspó una pierna y las niñas los brazos . Y alpararme sobre ellas, las dos niñas me volvieron asonreír mientras la mujer me miraba con sus ojos

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hermosos en pánico y abría la boca para dar inicio auno de los aullidos más espantosos que he oído en mivida, un aullido que le salió del estómago y retumbóen las paredes de los edificios que se iluminaron alinstante .

Confundido, saqué la billetera y se la tiréencima a la mujer, empezando mi retirada . Pero muytarde: de cada cuarto empezaron a salir hombres conbates, cuchillos y escobas quienes, condeterminación, me rodearon . Yo no podía hablar .Es más, no sabía qué decir . ¿Pedir excusas? Pero,¿de qué? ¿De querer darle dinero a una mendiga?Sólo entonces comprendí mi situación y me dije queme tenía bien merecido lo que me ocurriera .

Así pensaba cuando el primer batazointerrumpió mis ideas y me partió el brazo derecho .El que me había pegado sabía lo que hacía, porqueinmediatamente el brazo sano subió para proteger alherido . Del lado izquierdo, entonces, un hombreavanzó con un cuchillo, pero el del bate no se iba adejar quitar la gloria porque, propinándome unsegundo batazo en la espalda, me tiró de frentecontra la calle, para sentir cómo la sangre se meagolpaba en la boca y me asfixiaba .

Por la esquina del ojo, vi cómo el hombre delbate tomaba medida para la estocada final . Perotambién, por la misma esquina del ojo, justo antes dedesmayarme, vi cómo la mujer y las niñas entraban alcírculo, cómo la mujer volvía a gritar y cómo las

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niñas me sonreían .

El guardia sabía mi nombre . Movía la cabezade lado a lado y golpeaba mi billetera contra la palmade su mano, como tratando de descifrar mi estupidez .Entonces, tiró la billetera sobre la cama y me dijoque me pusiera las ropas, que me podía ir . A pesardel brazo enyesado, abrí la billetera y vi mi dinero,intacto, mis tarjetas de crédito y todas esas tonteríasque lo hacen a uno ser quien es .

Al terminar de vestirme, salí . En el pasillo, elguardia me esperaba con la mujer y las niñas . Lastres, entonces, me sonrieron y abrazaron .

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ADIÓS, DARÍO

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Darío era de baja estatura pero fuerte . Y semovía con la suficiencia de quien nunca tenía quedemostrar poder. Su cuerpo era un cubo queempezaba a intimidar desde la forma misma de lacabeza, la cual, libre del estorbo del cuello, guiaba lavista hacia el pecho de barril y las piernas comotroncos. Yo lo veía alejarse y lo veía venir, y dabagracias de que un hombre como Darío estuviera demi lado .

Porque yo era todo lo contrario . Mi estaturame había afilado hacia el desgarbo y la fragilidad . Ypor más que intentara proyectar un centro, comoDarío, fracasaba miserablemente, todo yo como faltode espinazo, un fideo hervido incapaz de posturasfirmes. Parecía estar hecho sólo de articulaciones, yal acomplejarme mi estatura, empecé a encorvarme,lo que dio origen a mi apodo de gancho .

Ya desde los doce años le llevaba un pie dealtura a Darío . Y cuando la gente le hacía notar miarmazón endeble al lado de la compacta de él, Daríosólo sonreía y decía que ya tendría tiempo parallenarme .

Pero cuando a los quince yo miraba a Daríodesde mi gigantismo embarazoso, cuando era claroque para lo único que podría servir seria parajugador de básquet, nada del boxeo ni de la lucha de

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él, empezó a cambiar conmigo .Al principio con cosas pequeñas, como

contestarme en monosílabos o dejar de integrarme alos partidos que veía por televisión . O comocancelar sus invitaciones al cine y, lo peor para mí,irse solo a sus contratos de carpintería, donde yohabía sido su ayudante .

Yo sabía que Darío sufría con esta nuevarelación, porque, después de todo, yo era su hijo, suúnico hijo luego de la muerte de mi hermano Juan,una réplica en miniatura de Darío que a los seis añosse lanzó al río desde un puente y quedó enterrado enla arena, desnucado . La muerte de Juan fue un golpedevastador para Darío, quien buscó consuelo en mí .

Pero cuando le llevé un metro, cuando mismovimientos se hicieron inconexos, sin el menorcentro ni aplomo, Darío me quitó el habla . Y pormás que intenté revivir al antiguo Darío, buscándoleconversación o simulando ayuda, se fue alejando deladolescente cuyas piernas de grillo no tenían nadaque ver con las macizas cortas patas de elefante deél, este adolescente que sólo alcanzaba la graciavolando por los aires encestando canastas mientrasDarío era dueño y señor de la tierra .

Cuando cumplí los dieciséis nos abandonó .Pero nunca lo oí discutir con mi madre ni levantar lavoz. Supongo que lo habría hecho, pero Darío era unhombre tan sereno que algo así estaría fuera de supersonalidad. Porque bastaba que Darío te mirara,

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bastara que enfocara su presencia hacia ti para queprestaras atención y estuvieras de acuerdo con su vozpausada.

Fueron mis amigos los que me ilustraron sobreel chiste que llegamos a constituir en el vecindario :ese pendejo de Darío, decían, insistiendo que yo erasu hijo, cegándose ante la evidencia de su cabeza dedado y la mía de cacahuete, de su cuerpo de tanque yel mío de lombriz .

Darío no se despidió cuando se fue . Metió suropa y su caja de herramientas en el carro y me pasóal lado . Yo estaba sentado en el balcón, con miszapatillas y mi pelota de básquet, mis piernas largasestiradas y, por más que trató de no mirarme, pudeobservar, un segundo antes de que echara a andar elauto, una mirada de odio como jamás le había visto .Porque Darío no tenía necesidad de enfierecerse, yaque nadie era tan tonto como para provocarlo . Y yolo había logrado . Yo era el causante de la primera irade Darío, de este hombre a quien no sólo admirabasino a quien había tenido como padre y protector . Unescalofrío recorrió entonces cada centímetro de micuerpo interminable .

Mi madre nunca me dio una explicación ni yose la pedí. Afrontó la partida de Darío con una grandignidad, transmitiendo en su actitud que, antes quenada, Darío era su esposo, y que la relación entre unhombre y una mujer estaba muy por encima decualquiera consideración, incluyendo hijos . Darío se

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había ido y eso era asunto de ellos y de nadie máspero en especial no era asunto mío .

Entonces mi madre pasó a ser el centro deinterés del vecindario . Ella, de quien nadie se atrevíaa hablar mientras Darío estuvo con nosotros, fue derepente motivo de toda clase de especulaciones . Mimadre era pequeña, bien pequeña, y si era obvio queyo no tenía nada que ver con Darío, tampoco conella .

Y cuando Darío planteó el divorcio, cuandolos vecinos recurrieron a los papelitos y a lasllamadas anónimas, nos mudamos del barrio .

Paré de crecer al fin a los veinte años . Lleguéa los dos metros de estatura y soy toda una estrellade básquet, tanto, que tengo ofertas de variasuniversidades norteamericanas para que juegue conellas .

Cuando Darío murió mi madre y yo fuimos asu entierro, a pesar de las advertencias . Al entrar a laiglesia todos nos miraron, a mí, con mi cabeza querozaba las lámparas y a mi madre, tan diminuta queparecía mi hija .

Pero avanzamos hacia el ataúd y lo vimos .Darío estaba delgado y parecía que le había crecidoun cuello. No tenía nada de amenazador, allí, en unvestido demasiado grande y con una corbata que sólomuerto usaría . Su misma cabeza de cubo se le habíaalargado y cualquiera, con un poquito deimaginación, podría decir que fue mi padre .

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EL RETO

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Podían ser cosas pequeñas . Como quemarlelas pestañas a su novia mientras le encendía elcigarrillo . Nada de qué preocuparse, después detodo, porque la culpa pudo haber sido delencendedor y su maldita llama ; o de su propionerviosismo al tener ese rostro tan bello y confiado alalcance de su mano . Pero el olor a pelo quemado erareal, como real era verla con la mitad de unaspestañas que hace un segundo eran largas . Real yavergonzante, por más que disimularan .

O interrumpir una sesión de amor porque en elmomento exacto en que él buscaba apartarle el pelode la frente, la mano como que se le iba y en vez dela caricia, el pulgar que se ladea y tal vez fue porqueella se movió, pero pulgar y ojo se encuentran, ellaque grita y no hay más remedio que pasar a otracosa .

O destrozar un vaso . Un vaso de cristal deMurano con el que lo han distinguido, para que veano sólo la calidad de la residencia sino la alta estimaen que lo tienen . Nada de vaso proletario para él .La anfitriona responde a su pedido de agua con elmejor cristal, una obra de arte que, para mayorconfirmación, hace sonar con un tinnnnn de su índicearistocrático .

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El agua sabe distinta también, más fresca ymás pura, arropando cada trazo de cada grabado deeste vaso que ha realizado el viaje intacto desde Italiahasta esta casa en que lo singularizan porque él sabeapreciar lo fino .

Pero un segundo antes se da cuenta de loirremediable. Como con las pestañas o el ojo de sunovia, él sabe que algo anda mal, muy mal, pero hayalgo en él, un segundo antes de la catástrofe, que leimpide controlar el suceso . Es como si tuviera quequemar esa pestaña o puyar ese ojo, para liberar estacosa que lo asfixia y debe salir .

Con el vaso le sirven una servilletainmaculada y tiene tiempo para ver las iniciales delos dueños. La mano no le suda, pero ante la miradaansiosa de alabanzas, empieza por sentir la claridad ;luego observa cómo el vaso se le va deslizando delos dedos para, en su afán de sujetarlo, propinarle envez un manotazo que termina de estrellarlo contra elpiso. La anfitriona, mientras tanto, se retuerce lasmanos, reprimiendo un deseo salvaje deestrangularlo .

O la botella de whisky . Un Chivas Regal detreinta años de edad que algunos invitados se hanpasado de mano en mano hasta llegar a él . Él ve labotella, llena del liquido precioso y anticipa el saborperfecto, el mayor profesionalismo del mundo en laelaboración de licores, este whisky dentro de labotella ámbar que ilumina la estancia .

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Él agarra la botella bien, y se da tiempo, comolos demás, en el rito de servirse . Él también entornalos ojos en señal de apreciación, al tanto que elanfitrión se felicita internamente por esta insuperablemuestra de civilización . El primer chorro de orolíquido es una música en sus oídos para, en el justoinstante de completar el trago, sentir la claridad y vercómo la botella se le va escapando, como si tuvieravida propia, sin que haya nada en la tierra o en elcielo que impida detenerla, la botella desmayándosepor entre sus piernas, el liquido sagrado empapandosus zapatos y la alfombra para finalmente el envasepartirse en tres .

Y él, en lugar de pensar en la angustia queestá causando, se maravilla nuevamente delprofesionalismo de esta marca de licores, con sumezcla armónica de contenido y continente, estesublime ejemplo del capitalismo en su mejor hora .

Julio Cuevas había sido torpe desde niño .Parecía tener dos manos izquierdas y dos piesderechos . Y, para no perder del todo la cordura,dejaba siempre un resquicio por el cual le echaba laculpa al otro, que si se hubiera movido un po-qui-tohacia allá o si se hubiera colocado un tan-ti- to paraacá, las cosas habrían salido distintas .

Cada mes Julio Cuevas debía reemplazar suvajilla, su piso un eco monótono del reventar depiezas . Pero siempre las reponía, preocupándosesólo cuando salía a comprar . Entonces, sin vaso o

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tala, podía aceptar que algo andaba mal. Pero eranmomentos fugaces, porque con la vajilla nuevalograba su equilibrio y olvidaba su botez .

Julio Cuevas había terminado por romper latransmisión de su carro, acumulando en el procesouna larga lista de infracciones de tránsito, sobre todopor colisiones . Pero la misma rotura de transmisióny la misma serie de colisiones, las saludaba como suprevisión inconsciente ante la inminencia de unaccidente fatal que él, de alguna manera insondable,había evitado .

Y si entraba a un supermercado, algo loimpulsaba a buscar la pirámide de sopas enlatadas,para entonces escoger ésa, ésa y nada más que ésa,colocada en la punta, para cumplir su destino, porqueen el momento en que tocaba la lata, sentía laclaridad, la inminencia de la tragedia perocontinuaba, porque había que realizar la profecía, lailuminación en el cerebro que le indicaba que, apenasasegurara la lata, su cuerpo se abalanzaría sobre lapirámide y los trescientos envases le caerían encima,él y las latas rodando por el pasillo, como grotescosurfeador de conservas .

Pero nadie lo hubiera dicho con sólo verlo.Julio Cuevas era alto y bien parecido . Se movía conelegancia hasta el momento en que encontraba sudestino y su torpeza. Pero, una vez cumplido eldesastre, se arreglaba la corbata, estiraba el cuello yproseguía su marcha, desconectándose .

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Y continuaba recibiendo invitaciones . Comoa esa última exposición de esculturas en cerámica,cada una un dineral. Desde que recibía la invitación,preparaba su indumentaria y adoptaba la actitud dequien tiene todo bajo control, de quien nadasofisticado le es ajeno, el aire de quien conoce susRodines y sus Calvits y sus Boteros .

Prueba de ello fue durante la exposición decerámicas, en donde sostuvo su copa con savoirfaire mientras atacaba la pretensión de Botero deexhibir sus gordas en las calles de París, vamos, hayproporciones, ¿no?, los demás encantados con estehombre de mundo con la ropa y ademanes perfectos,debatiendo sobre arte con la misma naturalidad comoellos se acababan de bajar los pantalones en elservicio .

Julio Cuevas sabía que se acercaba demasiadoa una escultura . Cuando llegó a la galería, sepaseó por entre las esculturas con aplomo,mirándolas de cerca, la copa en la mano, el cuerpoinclinado y la ceja arqueada, aprobando ydesaprobando. Entonces escogió una esquina parapresidir, sabiendo que a un pie de distancia de suhombro estaba la mejor escultura de la exposición,una que casi le puyaba la espalda con su índiceextendido y que, de romperla, significaría su salariode los próximos diez años .

Pero Julio Cuevas habla y se acerca a laescultura. Siente, sin mirar atrás, el brazo levantado

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de la escultura con su índice de complicidadesperando que él haga el movimiento justo para volarpor los aires y estrellar todo ese concepto, todo eseplaneamiento, todo ese moldeado y horneado ypintura que tanto esfuerzo había costado .

Pero Julio Cuevas habla y se aproxima, sucharla elegante y su copa y su mano inclinada . Hastacuando la claridad le dice que llegó el momento yque no se debe voltear, para voltearse con ganas ysentir la dicha de su hombro empujando la escultura,para dar inicio a la pulverización de lo que hasta haceun segundo era la concreción de un sueño, lacreación de un artista que ahora observa petrificadocómo su obra se balancea un instante para, al fin,tomar el camino de la libertad y el espacio y el sueloy el estruendo y el silencio .

Julio Cuevas, entonces, exhibe su sonrisa de laMona Lisa cuando Da Vine¡ le dio permiso para ir albaño .

Con el golpe, artista y galerista intercambianmiradas de espanto, mientras los asistentes dan unpaso atrás, alejándose del culpable y los fragmentos,como si cada trozo de cerámica fuera un salpique demierda de esta última cagada de Julio Cuevas . Pero,cumplido su destino, Julio Cuevas estira el cuello ysonríe. Entonces, todos regresan donde él, porqueestán convencidos de que nadie, nunca, exhibirá taltemple ante la adversidad .

El primer sicoanalista le dijo que tenía un54

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deseo de destrucción por haberse enamorado de sumadre desde niño.Todos sus percances --le dijo,reclinándose en la silla, las manos cruzadas en elpecho--,eran una forma de expiación, su manera dedescargar estepecado monstruoso que llevabaencima.Cuando este primer sicoanalista terminaba sudiagnóstico, Julio Cuevas le daba la última chupada asu cigarrillo y se adelantabaa apagarlo en elcenicero.Pero, un segundo antes, la mano se ledesvió, y en vez del cenicero fue el cuerodelescritorio que recibió la lumbre.El sicoanalistalevantó las cejas al ver cómo tomaba forma un huecoen su cuero colombiano, amarillo, mientras JulioCuevas presionaba•y presionaba hasta extinguir laúltima candela . Sólo entonces tomó la colillaapagada y la colocó en el cenicero . Y el sicoanalista,parándose y gritándole que le importaba una mierdacon que estuviera enamorado de su madre o de suabuela, lo agarró por el cuello y lo sacó delconsultorio .

El segundo sicoanalista le comunicó que teníaun problema de locomoción producto de undesequilibrio mental por haberse enamorado de sumadre desde niño . Esta vez Julio Cuevas no fumaba .Escuchaba pacíficamente el diagnóstico desde susilla, una pierna cruzada . Pero, al levantarse paradespedirse, al irle a chocar la mano al sicoanalista, leagarró sólo el pulgar, que dobló con toda la fuerza de

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su equivocación enérgica . El sicoanalista no pudoaguantar las lágrimas cuando el pulgar hizo crack enla mano de Julio Cuevas .

El tercer sicoanalista le aseguró que todos susproblemas se resolverían cuando encontrara a unamujer totalmente diferente a su madre, de la cualestaba enamorado desde niño .

Esta vez Julio Cuevas intentó una tímidadefensa desde su silla, diciendo que le costaba pensarque estuviera enamorado de su madre desde niñoporque él había sido el sexto y último hijo de unmatrimonio que había empezado tarde; que nuncahabía conocido a su madre ni joven ni delgada nimucho menos bonita . Al contrario, su madre era unaseñora gorda y desaliñada que siempre culpó a sushijos y a su marido por todas sus desgracias . Ella noera una mujer, le dijo al sicoanalista, ella eta sumadre, la que le ponía comida en la mesa y searrellanaba frente al televisor . Mujeres eran las quedesde las páginas de Playboy lo acompañaban albaño.

Pero, precisamente --le rebatió estesicoanalista, caminando por la sala, una mano en lacintura-- . ¿No lo capta? Usted, señor Cuevas, quiereposeer a esa madre indiferente, usted quieredominarla y transformarla en un ser sumiso . Usted,señor Cuevas, en el fondo, tan el fondo que surepresión le lleva a reventar cosas, quiere hacerle elamor a esa señora, y tamaño sentimiento de culpa es

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el causante de su tragedia .Sin embargo --volvió a defenderse Julio

Cuevas--, él funcionaba bien en su empleo . Es más,era un excelente programador de computadoras .Allí, frente a su PC, concentrado en sus diagramas ydibujos, era de una eficiencia absoluta . Este JulioCuevas que se comunicaba con su pantalla durantehoras --le dijo-- no tenía nada que ver con el JulioCuevas que empezaba a romper cosas apenas dejabasu mesa de trabajo .

Y su novia era todo lo contrario a su madre--continuó-- . Una chica delgada y bonita que lotrataba como algo especial, que no le importaba quele quemara las pestañas y le vaciara un ojo con tal deque fuera fiel .

Pero el sicoanalista, suspendiendo su paseo,se paró frente a Julio Cuevas y le conminó a mirarbien a su novia, porque seguramente, se-gu-ra-men-te, debajo de esa delgadez y bonitura latía una mujeridéntica a su madre . Y en cuanto a su eficiencialaboral --continuó--, no debía engañarse tampoco .Su afinidad con las computadoras era un escape, unaforma de evitar su problema, que seguiría allímientras estuviera enamorado de su madre . Larespuesta --le dijo el sicoanalista a manera deconclusión, la mano en la cintura, la vista fija en JulioCuevas--, estaba en una mujer totalmente distinta asu madre. O tal vez . . . ¿en un hombre?

Julio Cuevas se levantó y miró al sicoanalista .57

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Desde su metro noventa, le vio el cráneo en citaapresurada con la calvicie, los escasos cuatrocabellos aplastados hacia un lado en intento fallidopor disimular la autopista . El sicoanalista eraregordete y cuadrado y el traje le quedaba demasiadoajustado .

Julio Cuevas empezó por sentir mareo . Conel vértigo le llegó la repugnancia y buscó con los ojosde izquierda a derecha . Sintió necesidad de devolverpero hizo un esfuerzo por controlarse . Elsicoanalista, viendo su ansiedad, se le acercó, yentonces Julio Cuevas supo que su lucha era inútil .

Para Julio Cuevas el desayuno era la comidamás importante del día . Por eso, fue una mezclaespesa pero nutritiva la que derramó sobre la cabezadel sicoanalista, bajando luego por el traje demasiadoajustado. El sicoanalista entró en shock y JulioCuevas salió corriendo del consultorio .

Ese día, al llegar a casa, tomó una decisión .Transformaría su hogar en oficina y trabajaría desdesu computadora . Allí, con su PC, su Internet, su fax,su teléfono y su modem, se comunicaría con sucompañía y el mundo. No más torpezas, no másdescalabros . Porque eran los otros los causantes desu ineptitud, ellos quienes lo descontrolaban y lequitaban coordinación . Y se dijo que, si eliminabatodo contacto social, acabaría con sus metidas depata .

Y lo hizo. Empezó a trabajar desde su casa,58

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lo que no importó a sus jefes porque sus resultadoscontinuaron siendo buenos y hasta excelentes . JulioCuevas cortó toda relación personal y, cuando sunovia lo llamaba, inventaba excusas para no verla .En efecto, al mes de su vida de ermitaño, secongratuló de no haber roto nada .

Sólo que, por más que lo negara, el gusanillodel deseo estaba allí: recordándole el cuerpoelástico, los senos de limones y el cabello autónomo .De modo que, echando a un lado sus aprehensiones,la llamó .

Pero esa noche no le quemó las pestañas ni lepuyó un ojo . Esa noche fue el amante fluido quenunca había sido . Esa noche su novia tuvo setenta ysiete orgasmos y, cuando se quedó dormida, nodespertó sino hasta por la tarde . Al abrir los ojos, yala guiaba hacia el primero del día .

Con su triunfo amoroso, Julio Cuevas se sintiórealizado. Y tomó la decisión de salir. Durante sumes de ermitaño, había pedido sus pizzas y licor porteléfono. Era, pues, hora de probarse .

Y fue directo al supermercado . Tomó sucarrito de manera natural y lo sintió rodarsuavemente. El carrito tenía las ruedas rectas y JulioCuevas saboreó este primer triunfo. Antes,infaliblemente, sus carritos tenían las ruedas torcidasy se iban de lado, golpeando mercancías y clientes .

Pero este carrito corría bien y Julio Cuevas sedio tiempo escogiendo entre la mercancía a nivel de

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sus ojos . No tropezó con nada y tenía el carritolleno, toda una hora de compras sin un solopercance. Pero faltaba la prueba final : la pirámide delatas en medio del pasillo .

Porque para él no valía eso de escoger unaconserva del medio o de abajo, cuidando nodesarreglar la pirámide . Eso era para los cobardes .Alguien que se respetara sólo podía escoger dearriba, y de arriba la primera, esa que brillaba en lacúspide, como estrella en árbol de Navidad .

Al llegar al pasillo la vio, su enemiga desiempre, esperándolo . Era una pirámide de sopasCampbell, unas trescientas latas en total, nítidamentedispuestas por quien tendría que ser el individuomejor coordinado del mundo . Julio Cuevas caminóhasta la pirámide y observó cómo los clientes seacercaban y, con cuidado, escogían su lata .Cuidadosamente, los clientes tanteaban buscando nodesarreglar, de modo que la lata ausente no afectaraal conjunto .

Pero, parado frente a la pirámide, se dijo queesa solución no era para él . Él tenía que tomar la latade arriba, la de la cumbre como estrella en árbol deNavidad. Esa era la única digna de medirse con él ypor eso la buscaría, aunque arriesgara quedarsepultado bajo una tonelada de aluminio .

Parado allí, frente a la pirámide, se sintiócomo ante una ola gigante . Pero quien fuera quehubiera hecho este arreglo no debía ser más alto que

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él, porque bastaba estirar el brazo para tocar la lata-estrella . La dificultad estaba en que no bastaba contocarla, había que agarrarla y eso significaba pegarse,sentir el costillar de conservas contra sus propiascostillas para, aguantando la respiración, asir .

Julio Cuevas puso entonces su carrito a unlado y se colocó cara a cara con la pirámide . Por uninstante se sintió flaquear y le vino a la mente hacercomo los demás : tomar una lata del medio e irse deallí a toda prisa . Porque, si hasta ahora todo le habíasalido bien, ¿para qué tentar al diablo? Pero él teníaque saber. Tenía que saber si seguía siendo el torpede siempre, el descoordinado que sentía, un segundoprevio a la catástrofe, la iluminación .

Estiró el brazo . Miró hacia arriba y observócómo sus dedos tocaban la lata-estrella y cómo,alzándose tan-ti-to, cerraba la mano alrededor deella. Julio Cuevas vio su brazo, vio cómo la camisase salía del pantalón y vio, un segundo antes de queocurriera, cómo cien latas le caían encima, comootras cien rodaban por el piso y otras cien loinvitaban a surfear sobre ellas .

Y lo hizo .Julio Cuevas surfeó sobre las latas y fue feliz

como un loco .Exactamente como un loco .

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