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JACQUE5-ALAIN MILLER Había concebido, en efecto, que el ego era como un objeto en el campo psíquico, pero que este campo mismo debía ser pensado como una conciencia de alguna manera prepersonal que describió (puesto que El ser y la nada es el desarrollo de este artículo) exactamente como un agujero, una hiancia, un vacío, que llamó falta de ser. Ya antes en este curso señalé que el término lacaniano falta en ser procedía de esta falta de ser sartreana. Había inventado la conciencia por excelencia, pero esto no es más que un detalle. Lo esencial era que aisló una función negativa, una fal- ta de ser, una hiancia, y popularizó las consecuencias de esta diferen- cia después de la guerra, en una breve biografía -que en aquella épo- ca tuvo toda su incidencia- de Baudelaire, donde popularizaba la noción de una elección originaria exterior, independiente de toda de- terminación exterior, de toda determinación en lo dado, es decir, pro- veniente de la pura iniciativa no determinada de este vacío. Ego "* conciencia (de) sí o Y aquí, en una elección originaria, veía la causalidad fundamental e irreductible de la personalidad humana. Ese es el proyecto funda- mental de Sartre, y su enorme Flaubert inconcluso posee el mismo nú- cleo, la misma intención. Que sea originaria significa que no está determinada por un condi- cionamiento positivo (no es una elección condicionada de manera me- cánica por la familia, el organismo, la situación histórica), porque el vacío no sustancial que pensaba Sartre introduce una hiancia en sus determinaciones. Es una causalidad que reside en esta hiancia misma. Encontramos un eco de esta elección originaria en el artículo de La- can de 1946 sobre la causalidad psíquica. El nec plus ultra que alcanza en dicha causalidad es expresado como «una decisión insondable del ser», a la que llega incluso a referir la causalidad de la psicosis... Y yo causé cierta sensación hace algunos años al centrar la descripción de la psicosis en esta decisión... Pretendo entonces que esta decisión de lo insondable del ser sea el eco de la elección originaria de Sartre, que «Acerca de la causalidad 212 UN PARADIGMA CONSTANTE psíquica» sea un texto existencialista, y que lo que en El ser y la nada Sartre llamó el «para sí» anticipe lo que se denomina el sujeto lacania- no, aunque este sea el sujeto del inconsciente y ciertamente no el de un puro campo de conciencia. Pienso que lo que Sartre elaboró como este vacío existencialista fue reelaborado por Lacan en forma lógica como conjunto vacío o como variable ligada. El solo hecho de poner en juego tal entidad negativa, una nada, pe- ro una nada que precisamente no es nada, que es como un llamado al ser, introduce (y esto es determinante para el nacimiento del sujeto la- caniano y la destrucción del ego hartmanniano en el psicoanálisis) una ruptura decisiva en el plano de inmanencia -expresión que tomo de Deleuze-, ya se la califique de real, de biológica, de natural o simple- mente de dada. Respecto de toda inmanencia real, vital, poner en jue- go tal entidad negativa abre una distancia trascendente, un más allá. Es incluso el principio de lo que el año pasado o hace dos años yo ha- bía llamado en Lacan la estructura con más allá; hay un más allá de to- do lo que es dado. Y esto introduce lo que denominé para la ocasión una dimensión transfactual -esencial en Lacan-, que hace que por ejemplo uno no se contente con considerar el pene como un órgano, puesto que se perma- necería en un plano de inmanencia. Hacer del órgano macho un signi- ficado o un significante ya es inscribirlo en una dimensión transfac- tual, evidentemente siempre susceptible de ser tachada de espiritualis- ta porque se aleja de lo que sería lo dado positivo. De manera general, la transfacticidad implica un antinaturalismo sistemático, reúne todos los discursos antinaturalistas y antipositivistas, lo que conduce a Sar- tre a una proposición tan extravagante como en definitiva, en cierto sen- tido, elijo haber nacido. Pero es también lo que lleva a Lacan a plantear la inexistencia de la relación sexual. Por otra parte, tanto Sartre como Lacan subrayaron la independen- cia del sentido respecto de las coacciones de lo que serían los datos po- sitivos y su dependencia en función del proyecto o de la intención. La- can lo resume en la matriz de su esquema de la retroacción: aquí, en este eje, se inscriben los acontecimientos en su orden cronológico y el sentido puede constituirse durante una historia de manera retroactiva e independiente de la materialidad del hecho. 213

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JACQUE5-ALAIN MILLER

Había concebido, en efecto, que el ego era como un objeto en el campo psíquico, pero que este campo mismo debía ser pensado como una conciencia de alguna manera prepersonal que describió (puesto que El ser y la nada es el desarrollo de este artículo) exactamente como un agujero, una hiancia, un vacío, que llamó falta de ser. Ya antes en este curso señalé que el término lacaniano falta en ser procedía de esta falta de ser sartreana.

Había inventado la conciencia por excelencia, pero esto no es más que un detalle. Lo esencial era que aisló una función negativa, una fal­ta de ser, una hiancia, y popularizó las consecuencias de esta diferen­cia después de la guerra, en una breve biografía -que en aquella épo­ca tuvo toda su incidencia- de Baudelaire, donde popularizaba la noción de una elección originaria exterior, independiente de toda de­terminación exterior, de toda determinación en lo dado, es decir, pro­veniente de la pura iniciativa no determinada de este vacío.

Ego "* conciencia (de) sí

o

Y aquí, en una elección originaria, veía la causalidad fundamental e irreductible de la personalidad humana. Ese es el proyecto funda­mental de Sartre, y su enorme Flaubert inconcluso posee el mismo nú­cleo, la misma intención.

Que sea originaria significa que no está determinada por un condi­cionamiento positivo (no es una elección condicionada de manera me­cánica por la familia, el organismo, la situación histórica), porque el vacío no sustancial que pensaba Sartre introduce una hiancia en sus determinaciones. Es una causalidad que reside en esta hiancia misma.

Encontramos un eco de esta elección originaria en el artículo de La­can de 1946 sobre la causalidad psíquica. El nec plus ultra que alcanza en dicha causalidad es expresado como «una decisión insondable del ser», a la que llega incluso a referir la causalidad de la psicosis... Y yo causé cierta sensación hace algunos años al centrar la descripción de la psicosis en esta decisión...

Pretendo entonces que esta decisión de lo insondable del ser sea el eco de la elección originaria de Sartre, que «Acerca de la causalidad

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UN PARADIGMA CONSTANTE

psíquica» sea un texto existencialista, y que lo que en El ser y la nada Sartre llamó el «para sí» anticipe lo que se denomina el sujeto lacania­no, aunque este sea el sujeto del inconsciente y ciertamente no el de un puro campo de conciencia. Pienso que lo que Sartre elaboró como este vacío existencialista fue reelaborado por Lacan en forma lógica como conjunto vacío o como variable ligada.

El solo hecho de poner en juego tal entidad negativa, una nada, pe­ro una nada que precisamente no es nada, que es como un llamado al ser, introduce (y esto es determinante para el nacimiento del sujeto la­caniano y la destrucción del ego hartmanniano en el psicoanálisis) una ruptura decisiva en el plano de inmanencia -expresión que tomo de Deleuze-, ya se la califique de real, de biológica, de natural o simple­mente de dada. Respecto de toda inmanencia real, vital, poner en jue­go tal entidad negativa abre una distancia trascendente, un más allá. Es incluso el principio de lo que el año pasado o hace dos años yo ha­bía llamado en Lacan la estructura con más allá; hay un más allá de to­do lo que es dado.

Y esto introduce lo que denominé para la ocasión una dimensión transfactual -esencial en Lacan-, que hace que por ejemplo uno no se contente con considerar el pene como un órgano, puesto que se perma­necería en un plano de inmanencia. Hacer del órgano macho un signi­ficado o un significante ya es inscribirlo en una dimensión transfac­tual, evidentemente siempre susceptible de ser tachada de espiritualis­ta porque se aleja de lo que sería lo dado positivo. De manera general, la transfacticidad implica un antinaturalismo sistemático, reúne todos los discursos antinaturalistas y antipositivistas, lo que conduce a Sar­tre a una proposición tan extravagante como en definitiva, en cierto sen­tido, elijo haber nacido. Pero es también lo que lleva a Lacan a plantear la inexistencia de la relación sexual.

Por otra parte, tanto Sartre como Lacan subrayaron la independen­cia del sentido respecto de las coacciones de lo que serían los datos po­sitivos y su dependencia en función del proyecto o de la intención. La­can lo resume en la matriz de su esquema de la retroacción: aquí, en este eje, se inscriben los acontecimientos en su orden cronológico y el sentido puede constituirse durante una historia de manera retroactiva e independiente de la materialidad del hecho.

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El esquema de la retroacción en Lacan se funda en la Nachtriiglich­keit freudiana, en el apres-coup de Freud (como prueba el Hombre de los Lobos), lo que no impide que tenga exactamente la misma estruc­tura que el proyecto existencialista. Se trata en verdad de la descrip­ción del proceso existencialista representado por Lacan, que introduce justamente la dependencia del sentido que se da al pasado en función del proyecto que se tiene para el futuro.

La idea de que los hechos pasados cambian de sentido en función de la mirada del futuro y que entonces el sentido se constituye por re­troacción respecto de esta mirada es de Sartre, quien le da forma a par­tir de Heidegger. Singularmente, en El ser y la nada describe al pasar la frase misma, una frase, como un proyecto -encontré la referencia en la página 598 de la edición francesa: «la frase es un proyecto que solo puede interpretarse a partir de la nadificación de un dato, a partir de un fin planteado»,]]

La hallé en un seminario más restringido que dio. Hay páginas de Sartre sobre el lenguaje que son extremadamente lacanianas, por ejem­plo la 441, donde refiere que

[...] el sentido de mis enunciados siempre se me escapa, nunca sé exacta­mente si significo lo que quiero significar, tampoco si soy el que signifi­ca. Por no saber lo que expreso de hecho para el prójimo, constituyo mi lenguaje como un fenómeno incompleto de fuga fuera de mi. En cuanto me expreso, no puedo más que conjeturar el sentido de lo que expreso, en resumidas cuentas, el sentido de lo que soy. El prójimo está siempre presente y es experimentado como lo que da al lenguaje su sentido.

11. La traducción siempre es nuestra. [N. de la T.I

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Aquí tenemos condensado -evidentemente poco desarrollado por Sartre- lo que será la matriz de la reflexión de Lacan sobre la instancia del Otro en el lenguaje. Y toda la crítica a la maduración del desarrollo libidinal según Abraham, que Lacan reemplazó por la historia de las significaciones subjetivas, encuentra aquí su fundamento.

La primacía del Otro

En otras palabras, cuando en 1966 en los Escritos Lacan celebra su texto de 1952 «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoa­nálisis» por introducir la cuestión del sujeto en psicoanálisis, este suje­to está fundado en el existencialismo y al mismo tiempo es una ruptu­ra con toda la filosofía de la conciencia. Es que en Sartre la transfacti­cidad es siempre -creo, en último análisis- solipsista, es siempre del sujeto solo, y la elección originaria es de alguna manera el epítome de este aislamiento, un puro surgimiento de ser solitario. Todas las opera­ciones que Sartre describe en esta dimensión de transfacticidad son modalizaciones de mi conciencia, y el prójimo en definitiva es siempre introducido de manera secundaria en él, sólo como el ser que hace caer mi conciencia en la objetividad, en una competencia mortal. Por eso aparece esencialmente como esa mirada a la que alude Lacan en El se­minario 11, la mirada del Otro, que, cuando aparece, reduce esa falta de ser de la conciencia al rango de objeto, la cosifica.

En definitiva, aun cuando se haya olvidado a Sartre, se utiliza muy a menudo a Lacan al estilo sartreano: el sujeto no sería más que un ob­jeto (esto es de Sartre), para él la función del Otro es hacer caer la pu­ra conciencia al rango de objeto. Y aquí se ve claramente la diferencia con Lacan, en quien el lazo subjetivo con el Otro es por el contrario ori­ginal, mientras que en Sartre siempre aparece introducido de manera secundaria. En El ser y el tiempo hay una introducción filosófica, des­pués, la segunda parte es sobre el para sí y la tercera, sobre el para el pró­jimo; esto es, el prójimo se introduce secundariamente. En Lacan el la­zo subjetivo con el Otro es originario y no tiene sentido hablar del su­jeto lacaniano solo o incluso fascinarse con él si no se posee la noción de que el Otro lo precede.

La innovación sensacional de Lacan es que las operaciones que pre­senta se inscriben en la dimensión transfactual, son operaciones de

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lenguaje. Allí donde en Sartre tenemos modalizaciones de la concien­cia susceptibles de descripciones fenomenológicas, en Lacan hay ope­raciones efectivas de lenguaje (sustituciones, combinaciones, concate­naciones de significantes). En Lacan el significante es la clave de la transfacticidad, que adquiere en él la consistencia material de un orden simbólico abierto a un acercamiento de orden científico.

De modo que lo que más los distingue es la transindividualidad: el sujeto no solo es profundamente dependiente del Otro, sino que es un concepto por completo relativo a él. Para percibirlo, basta considerar que su identidad depende de la mediación del Otro (véase la manera en que Lacan reformuló a Hegel).

Pero si se busca su fundamento freudiano, se lo encuentra en el Witz, formación del inconsciente que sirve de modelo a Lacan para todas las otras. Cuando emprende un seminario sobre las formaciones del incons­ciente, El seminario 5, comienza con siete lecciones sobre el Witz, forma­ción del inconsciente que es en un proceso social (sobre todo si nos refe­rimos al capítulo V de la obra de Freud). Como indica Freud, un Witz de­be necesariamente ser contado a algún otro, y entonces allí el proceso psíquico, lejos de ser confinado imaginariamente en el interior, solo con­cluye claramente en el lugar del Otro. El Witz es el paradigma lacaniano de todo lo que se llama las formaciones del inconsciente porque su pri­vilegio es desnudar la función del Otro, ponerla en escena, porque en­cama a este Otro en lo público del chiste, mientras que esta función per­manece velada tanto en los sueños como en el acto fallido. La instancia del Otro es desnudada en el proceso del Witz, a partir del cual Lacan re­conceptualiza las otras formaciones del inconsciente.

Pautar el abordaje del inconsciente sobre el fenómeno del Witz es sin duda hacer de este un discurso en acto, entre el sujeto y el Otro. Luego, no es hacer del inconsciente un contenido estático que ya esta­ría allí y que solo tendría que expresarse después. El inconsciente es un discurso cuyo pivote es la respuesta del Otro que lo acoge, lo rechaza o ratifica, lo invalida o lo valida, que en todos los casos decide su sen­tido y su verdad; de ahí que se lo defina como discurso del Otro.

Esta dependencia del sujeto respecto del discurso del Otro, del sig­nificante del Otro y hasta del objeto a en tanto que alojado en el Otro, es un paradigma no susceptible de shifter en la enseñanza de Lacan.

He aquí un paradigma constante del abordaje lacaniano: el sujeto

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no podría ser conceptualizado sin el Otro, principio que evidentemen­te repercute en la doctrina del final de análisis, que nunca es pensada en términos de liberación sino más bien de asunción, incluso cuando dicha conclusión es definida como el pase. Aun cuando el fin del aná­lisis implica cierta disolución del Otro como sujeto supuesto saber, no lo anula nunca; por el contrario, la doctrina del pase esclarece la de­pendencia del sujeto respecto del objeto a, que es como el residuo de

dicha disolución, de dicha caída. Pero lo que se perpetúa del existencialismo en el estructuralismo de

Lacan es en todos los casos la supremacía del sentido sobre lo dado. Hay siempre una esquizia entre el hecho y el sentido, que permite in­cluso pensar la incidencia del traumatismo como hecho que no en­cuentra su sentido. La diferencia es que evidentemente en Sartre la do­nación de sentido siempre se refiere a una nadificación, es la operación propia de la conciencia de sí que nadifica, convierte en nada lo dado, por ejemplo, para plantear fines, el deber ser, el ideal.

La nadificación sartreana es una operación de la libertad, mientras que la donación de sentido Lacan siempre la atribuye a las operacio­nes del significado. Para resumir, en Sartre la libertad produce aguje­ros, mientras que en Lacan el significante introduce la falta y constitu­ye la materialidad misma del orden transfactual. En Lacan el signifi­cante introduce en lo real el lugar y la falta, o desliza en el viviente hiancia y mortificación. Por eso, además, por una suerte de cortocircui­to, en El seminario 2 Lacan reduce -algo rápidamente- la pulsión de muerte a la relación del sujeto con el significante. Por sus operaciones de nulificación, mortificación, introducción de hiancia y de muerte, el significante es el motor mismo de dicha pulsión.

La dependencia del sujeto

Poco a poco Lacan radicalizó la primacía del Otro mostrando que los significantes son causa del significado (es lo que hace en «La ins­tancia de la letra... »), e incluso que el significante es causa del sujeto. Por eso abandona bastante rápidamente la noción del sujeto como su­jeto hablante y como ese a quien se habla, y, al radicalizarlo, lo intro­duce esencialmente como hablado. Ya no es entonces el interlocutor, el

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locutor, sino el sujeto que constituye la referencia del discurso del Otro como eso habla de e1 en el Otro.

Hay una variación concomitante siempre en Lacan entre el Otro y el sujeto. Y de una manera muy simple de entender describe progre­sivamente un Otro cada vez más inflado, más enorme. Al comienzo, en El seminario 2, es el Otro sujeto. En El seminario 5 es el lugar del có­digo, que se torna abstracto, un lugar simbólico, supraindividual, in­mortal, casi anónimo. Finalmente se vuelve sinónimo del campo mis­mo de la cultura, del saber; es el lugar de las estructuras del parentes­co, de la metáfora paterna, del orden del discurso, de la norma social. Puede confundirse tanto con el dios de los filósofos como con el dios de Abraham, y al mismo tiempo incluye su ausencia de garantía. El Otro entonces es siempre en Lacan una suerte de englobante comple­tamente inflado, enorme, que implica casi todo -casi porque queda ex­ceptuado el sujeto. Al mismo tiempo, lo utilizamos de tal manera que puede encarnarse en un ser (el padre, la madre, etc.), y estar lógica­mente reducido a la articulación mínima de un significante con otro significante.

Respecto de esto, ¿cómo nos servimos del sujeto? Siempre está liga­do al Otro como por un sistema de vasos comunicantes: cuanto más se infla el Otro, más se reduce el sujeto a su mínima expresión. En ese mo­mento, Lacan 10 escribe con una S mayúscula, 10 designa en su inefa­ble y estúpida existencia, como se expresa; está reducido a casi nada justamente porque todas sus determinaciones están en el Otro. La ope­ración lacaniana, la operación conceptual consiste en separar, con el nombre del sujeto y del Otro, al sujeto de todas sus determinaciones, que son transferidas al Otro. Es el principio que describe en «De una cuestión preliminar... » como la condición del sujeto depende de lo que des­pliega en el Otro.

Como señalé, se trata de un paradigma constante en Lacan, es tam­bién 10 que constituye la base misma de la pareja del sujeto y del Otro. La operación lacaniana consiste en transferir sistemáticamente al lugar del Otro, bajo formas diversas, todo 10 que es determinante del sujeto. Correlativamente, cuanto más se infla el Otro, más se vacía el sujeto hasta confundirse con un agujero, con diferentes modos del agujero. Y esto condujo a Lacan a su símbolo $, a utilizar la teoría de los conjun­tos y a identificar al sujeto con el conjunto vacío.

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UN PARADIGMA CONSTANTE

Hasta aquí solo hablé del sujeto como unidad, ahora hay que agre­gar su división, cuyo principio es el siguiente: por un lado, el sujeto se inscribe como una falta, descompleta el significante, el saber (cuando Lacan intenta situarlo en el ello freudiano entre las pulsiones, señala que es un lugar vacío, lo que se inscribe $ ), pero, por otro, es siempre repre­sentado, cosa que Lacan escribe SI' El motor, el principio de la división del sujeto es su partición entre $ y SI, lo que hace que siempre lo utili­cemos bajo una doble cara y a menudo sin percibirlo. Utilizamos al su­jeto y sus manifestaciones, digamos bizarras, su manifestaciones odd, co­mo se expresa en inglés, lo señalamos como contable, como siempre de más o de menos, nunca del todo inscripto, luego, como una presencia paradójica; pero hay siempre otra cara del sujeto donde es regular, cons­tante, en tanto que arrastrado en la cadena significante. Debemos operar entonces con esta tensión donde, por un lado, el sujeto está inscripto, ubicado en la red del Otro, en las cadenas significantes, o incluso está permanentemente en el pizarrón (según el ejemplo de El seminario 11), y por otro lado, se halla forcluido, es menos uno, nunca está en su lugar, y pasamos siempre muy rápido de una descripción a otra.

Cabe agregar que la mayor paradoja es que Lacan haya continuado llamando a esta función sujeto, cuando se trata de algo que no tiene nada que ver con lo que se entiende normalmente por él, algo que se distingue de cualquier instancia de la subjetividad. y nos preguntamos por qué no cambió de nombre, por qué siguió arrastrando este frag­mento del antiguo mundo. La respuesta es que mantiene el término su­jeto para transferirlo a una función del significante, precisamente para prohibir el retorno del sujeto clásico. Nos enseña, pues, a llamar suje­to a algo que no tiene nada que ver con la subjetividad, precisamente para que este nombre mismo sea ocupado por otra cosa que la subjeti­vidad clásica. Y luego si se habla el lenguaje de Lacan, sin forzosamen­te comprenderlo demasiado, repetimos este alejamiento, por qué no decirlo, esta nadificación de la subjetividad clásica.

Me encuentro muy al comienzo de mi exposición de Los Ángeles, más bien en el paradigma constante. La semana que viene les enume­raré los seis, porque son seis los shifting paradigmes que encontré en re­

lación con el goce.

17 de marzo de 1999

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