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La ilustre fregona Miguel de Cervantes Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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La ilustre fregona

Miguel de Cervantes

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En Burgos, ciudad ilustre y famosa, no ha mu-chos años que en ella vivían dos caballerosprincipales y ricos: el uno se llamaba don Diegode Carriazo, y el otro, don Juan de Avendaño.El don Diego tuvo un hijo, a quien llamó de sumismo nombre, y el don Juan otro, a quien pu-so don Tomás de Avendaño. A estos dos caba-lleros mozos, como quien han de ser las princi-pales personas deste cuento, por excusar y aho-rrar letras, les llamaremos con solos los nom-bres de Carriazo y de Avendaño. Trece años, opoco más, tendría Carriazo, cuando, llevado deuna inclinación picaresca, sin forzarle a elloalgún mal tratamiento que sus padres le hicie-sen, sólo por su gusto y antojo, se desgarró,como dicen los muchachos, de casa de sus pa-dres, y se fué por ese mundo adelante, tan con-tento de la vida libre, que en la mitad de lasincomodidades y miserias que trae consigo noechaba menos la abundancia de la casa de supadre, ni el andar a pie le cansaba, ni el frío leofendía, ni el calor le enfadaba: para él todos

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los tiempos del año le eran dulce y templadaprimavera; tan bien dormía en parvas como encolchones; con tanto gusto se soterraba en unpajar de un mesón como si se acostara entre dossábanas de Holanda. Finalmente, él salió tanbien con el asumpto de pícaro, que pudiera leercátedra en la facultad al famoso de Alfarache.

En tres años que tardó en parecer y volver a sucasa aprendió a jugar a la taba en Madrid, y alrentoy en las Ventillas de Toledo, y a presa ypinta en pie en las barbacanas de Sevilla; perocon serle anejo a este género de vida la miseriay estrecheza, mostraba Carriazo ser un príncipeen sus cosas: a tiro de escopeta, en mil señales,descubría ser bien nacido, porque era generosoy bien partido con sus camaradas. En Carriazovió el mundo un pícaro virtuoso, limpio, biencriado y más que medianamente discreto. Pasópor todos los grados de pícaro, hasta que segraduó de maestro en las almadrabas de Zaha-ra, donde es el finibusterræ de la picaresca.

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El último verano le dijo tan bien la suerte, queganó a los naipes cerca de setecientos reales,con los cuales quiso vestirse, y volverse a Bur-gos y a los ojos de su madre, que habían de-rramado por él muchas lágrimas. Despidióse desus amigos, que los tenía muchos y muy bue-nos; prometióles que el verano siguiente seríacon ellos, si enfermedad o muerte no lo estor-base; dejó con ellos la mitad de su alma, todossus deseos entregó a aquellas secas arenas, quea él le parecían más frescas y verdes que loscampos Elíseos. Y por estar ya acostumbradode caminar a pie, tomó el camino en la mano, ysobre dos alpargates se llegó desde Zahara has-ta Valladolid, cantando "Tres ánades, madre".Estúvose allí quince días para reformar la colordel rostro, sacándola de mulata a flamenca, ypara trastejarse, y sacarse del borrador de píca-ro y ponerse en limpio de caballero. Todo estohizo según y como le dieron comodidad qui-nientos reales con que llegó a Valladolid, y aúndellos reservó ciento para alquilar una mula y

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un mozo, con que se presentó a sus padres hon-rado y contento. Ellos le recibieron con muchaalegría, y todos sus amigos y parientes vinierona darles el parabién de la buena venida del se-ñor don Diego de Carriazo su hijo.

Entre los que vinieron a ver el recién llegadofueron don Juan de Avendaño y su hijo donTomás, con quien Carriazo, por ser ambos deuna misma edad y vecinos, trabó y confirmóuna amistad estrechísima. Contó Carriazo a suspadres, y a todos, mil magníficas y luengasmentiras de cosas que le habían sucedido en lostres años de su ausencia; pero nunca tocó, nipor pienso, en las almadrabas, puesto que enellas tenía de contino puesta la imaginación,especialmente cuando vio que se llegaba eltiempo donde había prometido a sus amigos lavuelta. Ni le entretenía la caza, en que su padrele ocupaba, ni los muchos, honestos y gustososconvites que en aquella ciudad se usan le dabangusto: todo pasatiempo le cansaba, y a todos los

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mayores que se le ofrecían anteponía el quehabía recebido en las almadrabas.

Avendaño su amigo, viéndole muchas vecesmelancólico e imaginativo, fiado en su amistad,se atrevió a preguntarle la causa, y se obligó aremediarla, si pudiese y fuese menester, con susangre misma. No quiso Carriazo tenérselaencubierta, por no hacer agravio a la grandeamistad que profesaban; y así, le contó puntopor punto la vida de jábega, y cómo todas sustristezas y pensamientos nacían del deseo quetenía de volver a ella: pintósela de modo, queAvendaño, cuando le acabó de oir, antes alabóque vituperó su gusto. En fin, el de la pláticafué disponer Carriazo la voluntad de Avenda-ño de manera, que determinó de irse con él agozar un verano de aquella felicísima vida quele había descrito, de lo cual quedó sobremodocontento Carriazo, por parecerle que había ga-nado un testigo de abono que calificase su bajadeterminación. Trazaron ansimismo de juntar

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todo el dinero que pudiesen; y el mejor modoque hallaron fué que de allí a dos meses habíade ir Avendaño a Salamanca, donde por sugusto tres años había estado estudiando laslenguas griega y latina, y su padre quería quepasase adelante y estudiase la facultad que élquisiese; y que del dinero que le diese habríapara lo que deseaban.

En este tiempo propuso Carriazo a su padreque tema voluntad de irse con Avendaño a es-tudiar a Salamanca. Vino su padre con tantogusto en ello, que hablando al de Avendaño,ordenaron de ponerles junios casa en Salaman-ca, con todos los requisitos que pedía ser hijossuyos. Llegóse el tiempo de la partida; prove-yéronles de dineros, y enviaron con ellos unayo que los gobernase, que tenia más de hom-bre de bien que de discreto. Los padres dierondocumentos a sus hijos de lo que habían dehacer, y de como se habían de gobernar parasalir aprovechados en la virtud y en las cien-

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cias, que es el fruto que todo estudiante debepretender sacar de sus trabajos y vigilias, prin-cipalmente los bien nacidos. Mostráronse loshijos humildes y obedientes; lloraron las ma-dres; recibieron la bendición de todos; pusié-ronse en camino con mulas propias y con doscriados de casa, amén del ayo, que se habíadejado crecer la barba, por que diese autoridada su cargo.

En llegando a la ciudad de Valladolid dijeron alayo que querían estarse en aquél lugar dos díaspara verle, porque nunca le habían visto, niestado en él. Reprehendiólos mucho el ayo,severa y ásperamente, la estada, diciéndolesque los que iban a estudiar con tanta priesacomo ellos no se habían de detener una hora amirar niñerías.

Los mancebitos, que tenían ya hecho su agosto,y su vendimia, pues habían ya robado cuatro-cientos escudos de oro que llevaba su mayor,dijeron que sólo los dejase aquel día, en el cual

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querían ir a ver la fuente de Argales, que lacomenzaban a conducir a la ciudad por grandesy espaciosos acueductos. En efecto, aunque condolor de su ánima, les dió licencia.

Los mancebos, con sólo un criado y a caballo endos muy buenas y caseras mulas, salieron a verla fuente de Argales, famosa por su antigüedady sus aguas. Llegaron, y cuando creyó el criadoque sacaba Avendaño de las bolsas del cojínalguna cosa con que beber, vió que sacó unacarta cerrada, diciéndole que luego al puntovolviese a la ciudad y se la diese a su ayo, y queen dándosela les esperase en la puerta del Cam-po. Obedeció el criado, tomó la carta, volvió ala ciudad, y ellos volvieron las riendas, y aque-lla noche durmieron en Mojados, y de allí a dosdías, en Madrid, y en otros cuatro se vendieronlas mulas en pública plaza, y hubo quien lesfiase por seis escudos de prometido, y aunquien les diese el dinero en oro por sus cabales.Vistiéronse a lo payo, con capotillos de dos

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haldas, zahones o zaragüelles y medias de pañopardo. Ropero hubo que por la mañana lescompró sus vestidos, y a la noche los habíamudado de manera, que no los conociera supropia madre. Puestos, pues, a la ligera y delmodo que Avendaño quiso y supo, se pusieronen camino de Toledo ad pedem litteræ y sin es-padas; que también el ropero, aunque no atañíaa su menester, se las había comprado.

Dejémoslos ir, por ahora, pues van contentos yalegres, y volvamos a contar lo que el ayo hizocuando abrió la carta que el criado le llevó yhalló que decía desta manera:

"Vuesa merced será servido, señor Pedro Alon-so, de tener paciencia y dar la vuelta a Burgos,donde dirá a nuestros padres que, habiendonosotros sus hijos, con madura consideración,considerado cuán más propias son de los caba-lleros las armas que las letras, habemos deter-minado de trocar a Salamanca por Bruselas, y aEspaña por Flandes. Los cuatrocientos escudos

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llevamos; las mulas pensamos vender. Nuestrahidalga intención y el largo camino es bastantedisculpa de nuestro yerro, aunque nadie le juz-gará por tal, si no es cobarde. Nuestra partidaes ahora; la vuelta será cuando Dios fuere ser-vido, el cual guarde a vuesa merced como pue-de y estos sus menores discípulos deseamos.De la fuente de Argales, puesto ya el pie en elestribo para caminar a Flandes.--Carriazo yAvendaño."

Quedó Pedro Alonso suspenso en leyendo laepístola, y acudió presto a su valija, y el hallarlavacía le acabó de confirmar la verdad de la car-ta; y luego al punto, en la mula que le habíaquedado, se partió a Burgos a dar las nuevas asus amos con toda presteza, porque con ellapusiesen remedio y diesen traza de alcanzar asus hijos; pero destas cosas no dice nada el au-tor desta novela, porque así como dejó puesto acaballo a Pedro Alonso, volvió a contar de loque les sucedió a Avendaño y a Carriazo a la

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entrada de Illescas, diciendo que al entrar de lapuerta de la villa encontraron dos mozos demulas, al parecer andaluces, en calzones delienzo anchos, jubones acuchillados de anjeo,sus coletos de ante, dagas de ganchos y espadassin tiros; al parecer, el uno venía de Sevilla y elotro iba a ella. El que iba estaba diciendo alotro:

--Esta noche no vayas a posar donde sueles,sino en la posada del Sevillano, porque verás enella la más hermosa fregona que se sabe: Mari-nilla la de la venta Tejada es asco en su compa-ración. Es dura como un mármol y zahareñacomo villana de Sayago, y áspera como unaortiga; pero tiene una cara de pascua y un ros-tro de buen año: en una mejilla tiene el sol, y enla otra la luna; la una es hecha de rosas y la otrade claveles, y en entrambas hay también azuce-nas y jazmines. No te digo más sino que laveas, y verás que no te he dicho nada, según loque te pudiera decir, acerca de su hermosura.

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Con esto se despidieron los dos mozos de mu-las, cuya plática y conversación dejó mudos alos dos amigos que escuchado la habían, espe-cialmente a Avendaño, en quien la simple rela-ción que el mozo de mulas había hecho de lahermosura de la fregona despertó en él un in-tenso deseo de verla.

En repetir las palabras de los mozos y en reme-dar y contrahacer el modo y los ademanes conque las decían entretuvieron el camino hastaToledo; y luego, siendo la guía Carriazo, que yaotra vez había estado en aquella Ciudad, ba-jando por la Sangre de Cristo, dieron con laposada del Sevillano; pero no se atrevieron apedirla allí, porque su traje no lo pedía. Era yaanochecido, y aunque Carriazo importunaba aAvendaño que fuesen a otra parte a buscar po-sada, no le pudo quitar de la puerta de la delSevillano, esperando si acaso parecía la tan ce-lebrada fregona. Entrabase la noche, y la frego-na no salía; desesperábase Carriazo, y Avenda-

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ño se estaba quedo; el cual, por salir con suintención, con excusa de preguntar por unoscaballeros de Burgos que iban a la ciudad deSevilla, se entró hasta el patio de la posada; yapenas hubo entrado, cuando de una sala queen el patio estaba vio salir una moza, al parecerde quince años, poco más o menos, vestida co-mo labradora, con una vela encendida en uncandelero.

No puso Avendaño los ojos en el vestido y trajede la moza, sino en su rostro, que le parecía veren él los que suelen pintar de los ángeles; que-dó suspenso y atónito de su hermosura, y noacertó a preguntarle nada: tal era su suspensióny embelesamiento. La moza, viendo aquelhombre delante de sí, le dijo:

--¿Qué busca, hermano? ¿Es por ventura criadode alguno de los huéspedes de casa?

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--No soy criado de ninguno, sino vuestro--respondió Avendaño, todo lleno de turbación ysobresalto.

La moza, que de aquel modo se vio responder,dijo:

--Vaya, hermano, norabuena; que las que ser-vimos no hemos menester criados.

Y llamando a su señor le dijo:

--Mire, señor, lo que busca este mancebo.

Salió su amo y preguntóle qué buscaba. El res-pondió que a unos caballeros de Burgos queiban a Sevilla, uno de los cuales era su señor, elcual le había enviado delante por Alcalá deHenares, donde había de hacer un negocio queles importaba, y que junto con esto le mandóque se viniese a Toledo y de esperase en la po-sada del Sevillano, donde vendría a apearse, y

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que pensaba que llegaría aquella noche, o otrodía, a más tardar. Tan buen color dió Avendañoa su mentira, que a la cuenta del huésped pasópor verdad, pues le dijo:

--Quédese, amigo, en la posada; que aquí podráesperar a su señor hasta que venga.

--Muchas mercedes, señor huésped--respondióAvendaño---, y mande vuesa merced que se medé un aposento para mí y un compañero queviene conmigo, que está allí fuera; que dinerostraemos para pagarlo tan bien como otro.

--En buen hora--respondió el huésped.

Y volviéndose a la moza, dijo:

--Costancica, di a Argüello que lleve a estosgalanes al aposento del rincón, y que les echesábanas limpias.

--Sí haré, señor--respondió Costanza; que así sellamaba la doncella.

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Y haciendo una reverencia a su amo, se les qui-tó delante. Avendaño salió a dar cuenta a Ca-rriazo de lo que había visto y de lo que dejabanegociado; el cual por mil señales conoció cómosu amigo venía herido de la amorosa pestilen-cia; pero no le quiso decir nada por entonces,hasta ver si lo merecía la causa de quien nacíanlas extraordinarias alabanzas y grandes hipér-boles con que la belleza de Costanza sobre losmismos cielos levantaba.

Entraron, en fin, en la posada, y la Argüello,que era una mujer de hasta cuarenta y cincoaños, superintendente de las camas y aderezode los aposentos, los llevó a uno que ni era decaballeros ni de criados, sino de gente que po-día hacer medio entre los dos extremos. Pidie-ron de cenar; respondióles Argüello que enaquella posada no daban de comer a nadie,puesto que guisaban y aderezaban lo que loshuéspedes traían de fuera comprado; pero quebodegones y casas de estado había cerca, donde

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sin escrúpulo de conciencia podían ir a cenar loque quisiesen. Tomaron los dos el consejo deArgüello, y dieron con sus cuerpos en un bode-go.

Lo poco o nada que Avendaño comía admirabamucho a Carriazo. Por enterarse del todo de lospensamientos de su amigo, al volverse a la po-sada, le dijo:

--Conviene que mañana madruguemos, porqueantes que entre la calor estemos ya en Orgaz.

--No estoy en eso--respondió Avendaño---; por-que pienso antes que desta ciudad me parta verlo que dicen que hay famoso en ella, como es elSagrario, el artificio de Juanelo, las Vistillas deSan Agustín, la Huerta del Rey y la Vega.

--Norabuena--respondió Carriazo--: eso en dosdías se podrá ver.

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--En verdad que lo he de tomar de espacio; queno vamos a Roma a alcanzar alguna vacante.

--¡Ta, ta!--replicó Carriazo---. A mí me maten,amigo, si no estáis vos con más deseo de que-daros en Toledo que de seguir nuestra comen-zada romería.

--Así es la verdad--respondió Avendaño.

En estas pláticas llegaron a la posada, y aún sele pasó en otras semejantes la mitad de la no-che.

Durmió el que pudo hasta la mañana, la cualvenida, se levantaron los dos, entrambos condeseo de ver a Costanza. A entrambos se loscumplió Costanza, saliendo de la sala de suamo, tan hermosa, que a los dos les pareció quetodas cuantas alabanzas le había dado di mozode mulas eran cortas y de ningún encarecimien-to. Su vestido era una saya y corpiños de pañoverde, con unos ribetes del mismo paño. Los

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corpiños eran bajos; pero la camisa, alta, plega-do el cuello, con un cabezón labrado de sedanegra, puesta una gargantilla de estrellas deazabache sobre un pedazo de una coluna dealabastro: que no era menos blanca su garganta;ceñida con un cordón de San Francisco, y deuna cinta pendiente, al lado derecho, un granmanojo de llaves. No traía chinelas, sino zapa-tos de dos suelas, colorados, con unas calzasque no se le parecían, sino cuanto por un perfilmostraban también ser coloradas. Traía tranza-dos los cabellos con unas cintas blancas de hila-dillo; pero tan largo el tranzado, que por lasespaldas le pasaba de la cintura; el color salíade castaño y tocaba en rubio; pero, al parecer,tan limpio, tan igual y tan peinado, que ningu-no, aunque fuera de hebras de oro, se le pudie-ra comparar. Pendíanle de las orejas dos cala-bacillas de vidrio, que parecían perlas: losmismos cabellos le servían de garbín y de tocas.

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Cuando salió de la sala, se persignó y santiguó,y con mucha devoción y sosiego hizo una pro-funda reverencia a una imagen de Nuestra Se-ñora, que en una de las paredes del patio estabacolgada; y alzando los ojos, vió a los dos quemirándola estaban, y apenas los hubo visto,cuando se retiró y volvió a entrar en la sala.

Resta ahora por decir qué es lo que le pareció aCarriazo de la hermosura de Costanza; que delo que le pareció a Avendaño, ya está dicho,cuando la vió la vez primera. No digo más sinoque a Carriazo le pareció tan bien como a sucompañero; pero enamoróle mucho menos; ytan menos, que quisiera no anochecer en la po-sada, sino partirse luego para sus almadrabas.Acudieron los mozos de los huéspedes a pedircebada; salió el huésped de casa a dársela, mal-diciendo a sus mozas, que por ellas se le habíaido un mozo que la solía dar con muy buenacuenta y razón, sin que le hubiese hecho menos,

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a su parecer, un solo grano. Avendaño, que oyóesto, dijo:

--No se fatigue, señor huésped: déme el libro dela cuenta; que los días que hubiere de estaraquí, yo la tendré tan buena en dar la cebada ypaja que pidieren, que no eche menos al mozoque dice que se le ha ido.

--En verdad que os lo agradezca, mancebo--respondió el huésped---, porque yo no puedoatender a esto; que tengo otras muchas cosas aque acudir fuera de casa. Bajad; daros he ellibro, y mirad que estos mozos de mulas son elmismo diablo, y hacen trampantojos un cele-mín de cebada con menos conciencia que sifuese de paja.

Bajó al patio Avendaño y entregóse en el libro,y comenzó a despachar celemines como agua, ya asentarlos por tan buena orden, que el hués-ped, que lo estaba mirando, quedó contento; ytanto, que dijo:

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--Pluguiese a Dios que vuestro amo no viniese,y que a vos os diese gana de quedaros en casa;que a fe que otro gallo os cantase. Porque elmozo que se me fué, vino a mi casa, habrá ochomeses, roto y flaco, y ahora lleva dos pares devestidos muy buenos, y va gordo como unanutria. Porque quiero que sepáis, hijo, que enesta casa hay muchos provechos, amén de lossalarios.

--Si yo me quedase--replicó Avendaño---, norepararía mucho en la ganancia; que con cual-quiera cosa me contentaría a trueco de estar enesta ciudad, que me dicen que es la mejor deEspaña.

--A lo menos--respondió el huésped---, es de lasmejores y más abundantes que hay en ella; masotra cosa nos falta ahora, que es buscar quienvaya por agua al río; que también se me fuéotro mozo que con un asno que tengo famosome tenía rebosando las tinajas, y hecha un lagode agua la casa; y una de las causas porque los

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mozos de muías se huelgan de traer sus amos ami posada es por la abundancia de agua quehallan siempre en ella; porque no llevan su ga-nado al río, sino dentro de casa beben las ca-balgaduras en grandes barreños.

Todo esto estaba oyendo Carriazo, el cual,viendo que ya Avendaño estaba acomodado ycon oficio en casa, no quiso él quedarse a bue-nas noches, y más, que consideró el gran gustoque haría a Avendaño si le seguía al humor; yasí, dijo al huésped:

--Venga el asno, señor huésped; que tambiénsabré yo cinchalle y cargalle como sabe micompañero asentar en el libro su mercancía.

--Sí--dijo Avendaño---, mi compañero LopeAsturiano servirá de traer agua como un prín-cipe, y yo le fío.

Enjaezó Carriazo el asno, y subiendo en él deun brinco, se encaminó al río, dejando a Aven-

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daño muy alegre de haber visto su gallardaresolución.

He aquí tenemos ya (en buena hora se cuente) aAvendaño hecho mozo del mesón, con nombrede Tomás Pedro, que así dijo que se llamaba, ya Carriazo, con el de Lope Asturiano, hechoaguador: transformaciones dignas de antepo-nerse a las del narigudo poeta.

Al día siguiente caminaba nuestro buen LopeAsturiano la vuelta del río, por la cuesta delCarmen, puestos los pensamientos en sus al-madrabas y en la súbita mutación de su estado.O ya fuese por esto, o porque la suerte así loordenase, en un paso estrecho, al bajar de lacuesta, encontró con un asno de un aguador,que subía cargado; y como él descendía, y suasno era gallardo, bien dispuesto y poco traba-jado, tal encuentro dió al cansado y flaco quesubía, que dió con él en el suelo, y por habersequebrado los cántaros, se derramó también elagua, por cuya desgracia el aguador antiguo,

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despechado y lleno de cólera, arremetió alaguador moderno, que aún se estaba caballero,y antes que se desenvolviese y apease le habíapegado y asentado una docena de palos tales,que no le supieron bien al Asturiano. Apeóse,en fin; pero con tan malas entrañas, que arre-metió a su enemigo, y asiéndole con ambasmanos por la garganta, dió con él en el suelo, ytal golpe dió con la cabeza sobre una piedra,que se la abrió por dos partes, saliendo tantasangre, que pensó que le había muerto.

Otros muchos aguadores que allí venían, comovieron a su compañero tan mal parado, arreme-tieron a Lope y tuviéronle asido fuertemente,gritando:

--¡Justicia, justicia! ¡Que este aguador ha muertoa un hombre!

Y a vuelta destas razones y gritos, le molían amojicones y a palos. Otros acudieron al caído, yvieron que tenía hendida la cabeza y que casi

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estaba expirando. Subieron las voces de boca enboca por la cuesta arriba, y en la plaza del Car-men dieron en los oídos de un alguacil, el cual,con dos corchetes, con más ligereza que si vola-ra, se puso en el lugar de la pendencia, a tiem-po que ya el herido estaba atravesado sobre suasno, y di de Lope asido, y Lope rodeado demás de veinte aguadores que no le dejaban ro-dear, antes le brumaban las costillas de manera,que más se pudiera temer de su vida que de ladel herido, según menudeaban sobre él les pu-ños y las varas aquellos vengadores de la ajenainjuria.

Llegó el alguacil, apartó la gente, entregó a suscorchetes al Asturiano, y antecogiendo a suasno, y al herido sobre el suyo, dió con ellos enla cárcel, acompañado de tanta gente, y de tan-tos muchachos que le seguían, que apenas po-día hender por las calles. Al rumor de la gente,salió Tomás Pedro y su amo a la puerta de casa,a ver de qué procedía tanta grita, y descubrie-

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ron a Lope entre los dos corchetes, lleno desangre el rostro y la boca; miró luego por suasno el huésped, y vióle en poder de otro cor-chete que ya se les había juntado; preguntó lacausa de aquellas prisiones; fuéle respondida laverdad del suceso; pesóle por su asno, temien-do que le había de perder, o, a lo menos, hacermás costas por cobrarle que él valía. TomásPedro siguió a su compañero, sin que le dejasenllegar a hablarle una palabra; tanta era la genteque lo impedía y el recato de los corchetes y delalguacil que le llevaba. Finalmente, no le dejóhasta verle poner en la cárcel, y en un calabozo,con dos pares de grillos, y al herido en la en-fermería, donde se halló a verle curar, y vió quela herida era peligrosa, y mucho, y lo mismodijo el cirujano. El alguacil se llevó a su casa losdos asnos, y más cinco reales de a ocho que loscorchetes habían quitado a Lope.

Volvióse a la posada lleno de confusión y detristeza; halló al que ya tenía por amo con no

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menos pesadumbre que él traía, a quien dijo dela manera que quedaba su compañero, y delpeligro de muerte en que estaba el herido, y delsuceso de su asno. Díjole más: que a su desgra-cia se le había añadido otra de no menor fasti-dio, y era, que un grande amigo de su señor lehabía encontrado en el camino y le había dichoque su señor, por ir muy de priesa y ahorrardos leguas de camino, desde Madrid había pa-sado por la barca de Azeca, y que aquella nochedormía en Orgaz, y que le había dado doceescudos que le diese, con orden de que se fuesea Sevilla, donde le esperaba.

--Pero no puede ser así--añadió Tomás---, puesno será razón que yo deje a mi amigo y cama-rada en la cárcel y en tanto peligro: mi amo mepodrá perdonar por ahora; cuanto más que éles tan bueno y honrado, que dará por bien cual-quier falta que le hiciere, a trueco que no lahaga a mi camarada. Vuesa merced, señor amo,me la haga de tomar este dinero y acudir a este

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negocio; y en tanto que esto se gasta, yo escribi-ré a mi señor lo que pasa, y sé que me enviarádineros que basten a sacarnos de cualquier pe-ligro.

Abrió los ojos de un palmo el huésped, alegrede ver que en parte iba saneando la pérdida desu asno. Tomó el dinero, y consoló a Tomás,diciéndole que él tenía personas en Toledo detal calidad, que valían mucho con la justicia,especialmente una señora monja, parienta delCorregidor, que le mandaba con el pie, y queuna lavandera del monasterio de la tal monjatenía una hija que era grandísima amiga de unahermana de un fraile muy familiar y conocidodel confesor de la dicha monja; la cual lavande-ra lavaba la ropa en casa...

--Y como ésta pida a su hija, que sí pedirá,hable a la hermana del fraile, que hable a suhermano, que hable al confesor, y el confesor ala monja, y la monja guste de dar un billete(que será cosa fácil) para el Corregidor, donde

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le pida encarecidamente mire por el negocio deTomás, sin duda alguna se podrá esperar buensuceso. Y esto ha de ser con tal que el aguadorno muera, y con que no falte ungüento parauntar a todos los ministros de la justicia; por-que si no están untados, gruñen más que carre-tas de bueyes.

En gracia le cayó a Tomás los ofrecimientos delfavor que su amo le había hecho, y los infinitosy revueltos arcaduces por donde le había deri-vado; y aunque conoció que antes lo había di-cho de socarrón que de inocente, con todo eso,le agradeció su buen ánimo y le entregó di di-nero, con promesa que no faltaría mucho más,según él tenía la confianza en su señor, como yale había dicho. En resolución, dentro de quincedías estuvo fuera de peligro el herido, y a losveinte declaró el cirujano que estaba del todosano, y ya en este tiempo había dado traza To-más como le viniesen cincuenta estudos de Se-villa, y sacándolos él de su seno, se los entregó

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al huésped con cartas y cédula fingida de suamo; y como al huésped le iba poco en averi-guar la verdad de aquella correspondencia,cogía el dinero, que, por ser en escudos de oro,le alegraba mucho. Por seis ducados se apartóde la querella el herido; en diez, y en el asno ylas costas, sentenciaron al Asturiano. Salió de lacárcel; pero no quiso volver a estar con su com-pañero. Díjole que lo que pensaba hacer era, yaque él estaba determinado de seguir y pasaradelante con su propósito, comprar un asno yusar el oficio de aguador en tanto que estuvie-sen en Toledo; que con aquella cubierta no seríajuzgado ni preso por vagamundo, y que consola una carga de agua se podía andar todo eldía por la ciudad a sus anchuras, mirando bo-bas.

--Antes mirarás hermosas que bobas en estaciudad, que tiene fama de tener las más discre-tas mujeres de España, y que andan a una sudiscreción con su hermosura; y si no, míralo

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por Costancica, de cuyas sobras de bellezapuede enriquecer, no sólo a las hermosas destaciudad, sino a las de todo el mundo.

--Paso, señor Tomás--replicó Lope--: vámonospoquito a poquito en esto de las alabanzas de laseñora fregona, si no quiere que, como le tengopor loco, le tenga por hereje.

--¿Fregona has llamado a Costanza, hermanoLope?--respondió Tomás--. Dios te lo perdone yte traiga a verdadero conocimiento de tu yerro.

--Pues, ¿no es fregona?--replicó el Asturiano.

--Hasta ahora le tengo por ver fregar el primerplato.

--No importa--dijo Lope--no haberle visto fre-gar el primer plato, si le has visto fregar el se-gundo, y aun el centésimo.

--Yo te digo, hermano--replicó Tomás--, queella no friega, ni entiende en otra cosa que en su

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labor, y en ser guarda de la plata labrada quehay en casa, que es mucha.

--Pues ¿cómo la llaman por toda la ciudad --dijo Lope-- la fregona ilustre, si es que no friega?Mas sin duda debe de ser que como friega pla-ta, y no loza, la dan el nombre de ilustre. Pero,dejando esto aparte, dime, Tomás: ¿en qué es-tado están tus esperanzas?

--En el de perdición--respondió Tomás--; por-que en todos estos días que has estado presonunca la he podido hablar una palabra.

--Pues ¿qué piensas hacer con el imposible quese te ofrece en la conquista desta Porcia, destaMinerva y desta nueva Penélope, que en figurade doncella, y de fregona, te enamora, te aco-barda y te desvanece?

--Haz la burla que de mí quisieres, amigo Lope;que yo sé que estoy enamorado del más hermo-so rostro que pudo formar la naturaleza, y de la

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más incomparable honestidad que ahora sepuede usar en el mundo. Costanza se llama, yno Porcia, Minerva o Penélope. No es posibleque, aunque lo procuro, pueda un breve térmi-no contemplar, si así se puede decir, en la baje-za de su estado, porque luego acuden a bo-rrarme este pensamiento su belleza, su donaire,su sosiego, su honestidad y recogimiento, y medan a entender que debajo de aquella rústicacorteza debe de estar encerrada y escondidaalguna mina de gran valor y de merecimientogrande. Finalmente, sea lo que se fuere, yo laquiero bien. Y ya te he dicho, amigo, que pue-des hacer tu gusto, o ya en irte a tu romería, oya comprar el asno y hacerte aguador, comotienes determinado.

Al otro día acudió Tomás a dar cebada, y Lopese fué al mercado de las bestias, que es allí jun-to, a comprar un asno que fuese tal como bue-no.

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Habiendo salido aquel día Costanza con unatoca ceñida por las mejillas, y dicho a quien selo preguntó que por qué se la había puesto, quetenía un gran dolor de muelas, Tomás, a quiensus deseos avivaban el entendimiento, en uninstante discurrió lo que sería bueno que hicie-se, y dijo:

--Señora Costanza, yo le daré una oración enescrito que a dos veces que la rece, se le quitarácomo con la mano su dolor.

--Norabuena--respondió Costanza--; que yo larezaré, porque sé leer.

--Ha de ser con condición--dijo Tomás--, que nola ha de mostrar a nadie; porque la estimo enmucho, y no será bien que por saberla muchosse menosprecie.

--Yo le prometo--dijo Costanza--, Tomás, queno la dé a nadie; y démela luego, porque mefatiga mucho el dolor.

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--Yo la trasladaré de la memoria--respondióTomás--, y luego se la daré.

Estas fueron las primeras razones que Tomásdijo a Costanza y Costanza a Tomás en todo eltiempo que había que estaba en casa, que yapasaban de veinticuatro días. Retiróse Tomás, yescribió la oración, y tuvo lugar de dársela aCostanza sin que nadie lo viese, y ella, con mu-cho gusto y más devoción, se entró en un apo-sento a solas, y abriendo el papel, vió que decíadesta manera:

"Señora de mi alma: Yo soy un caballero natu-ral de Burgos; si alcanzo de días a mi padre,heredo un mayorazgo de seis mil ducados derenta. A la fama de vuestra hermosura, que pormuchas leguas se extiende, dejé mi patria, mu-dé vestido, y en el traje que me veis, vine a ser-vir a nuestro dueño; si vos lo quisiéredes sermío, por los medios que más a vuestra honesti-dad convengan, mirad qué pruebas queréis quehaga para enteraros desta verdad; y enterada

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en ella, siendo gusto vuestro, seré vuestro espo-so y me tendré por el más bien afortunado delmundo."

En tanto que Tomás entendió que Costanza sehabía ido a leer su papel, le estuvo palpitandoel corazón, temiendo y esperando, o ya la sen-tencia de su muerte, o la restauración de suvida. Salió, en esto, Costanza, tan hermosa,aunque rebozada, que si pudiera recebir au-mento su hermosura con algún accidente sepudiera juzgar que el sobresalto de haber vistoen el papel de Tomás otra cosa tan lejos de laque pensaba había acrecentado su belleza. Saliócon el papel entre las manos hecho menudaspiezas, y dijo a Tomás:

--Hermano Tomás, esta tu oración más parecehechicería y embuste que oración santa, y así,yo no la quiero creer ni usar della, y por eso lahe rasgado, porque no la vea nadie que sea máscrédula que yo. Aprende otras oraciones más

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fáciles, porque ésta será imposible que te sea deprovecho.

En diciendo esto, se entró con su ama, y Tomásquedó suspenso; pero algo consolado, viendoque en solo el pecho de Costanza quedaba elsecreto de su deseo.

En tanto que esto sucedió en la posada, andabael Asturiano comprando el asno donde los ven-dían; y aunque halló muchos, ninguno le satis-fizo, puesto que un gitano anduvo muy solícitopor encajalle uno que más caminaba por el azo-gue que le había echado en los oídos que porligereza suya; pero lo que contentaba con elpaso desagradaba con el cuerpo, que era muypequeño, y no del grandor y talle que Lopequería, que le buscaba suficiente para llevarle aél por añadidura, ora fuesen vacíos o llenos loscántaros. Llegóse a él, en esto, un mozo, y dijoleal oído:

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--Galán, si busca bestia cómoda para el oficiode aguador, yo tengo un asno aquí cerca, en unprado, que no le hay mejor ni mayor en la ciu-dad; y aconséjole que no compre bestia de gita-nos, porque aunque parezcan sanas y buenas,todas son falsas y llenas de dolamas; si quierecomprar la que le conviene, véngase conmigo ycalle la boca.

Creyóle el Asturiano, y díjole que guiase adon-de estaba el asno que tanto encarecía. Fuéronselos dos mano a mano, como dicen, hasta quellegaron a la Huerta del Rey, donde a la sombrade una azuda hallaron muchos aguadores, cu-yos asnos pacían en un prado que allí cercaestaba. Mostró el vendedor su asno, tal, que lehinchó el ojo al Asturiano, y de todos los queallí estaban fué alabado el asno de fuerte, decaminador y comedor sobremanera. Hicieronsu concierto, y sin otra seguridad ni informa-ción, siendo corredores y medianeros los demásaguadores, dió diez y seis ducados por el asno,

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con todos los adherentes del oficio. Hizo la pa-ga real en escudos de oro. Diéronle el parabiénde la compra, y de la entrada en el oficio, y cer-tificáronle que había comprado un asno dicho-sísimo, porque el dueño que le dejaba, sin quese le mancase ni matase, había ganado con él enmenos tiempo de un año, después de habersesustentado a él y al asno honradamente, dospares de vestidos, y más aquellos diez y seisducados con que pensaba volver a su tierra.

Amén de los corredores del asno, estaban otroscuatro aguadores jugando a la primera, tendi-dos en el suelo, sirviéndoles de bufete la tierray de sobremesa sus capas. Púsose el Asturianoa mirarlos, y vió que no jugaban como aguado-res, sino como arcedianos, porque tenía de re-sto cada uno más de cien reales en cuartos y enplata. Llegó una mano de echar todos el resto, ysi uno no diera partido a otro él hiciera mesagallega. Finalmente, a los dos en aquel resto seles acabó el dinero y se levantaron; viendo lo

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cual el vendedor del asno, dijo que si hubieracuarto, que él jugara, porque era enemigo dejugar en tercio. El Asturiano dijo que él haríacuarto. Sentáronse luego, anduvo la cosa debuena manera, y queriendo jugar antes el dine-ro que el tiempo, en poco rato perdió Lope seisescudos que tenia, y viéndose sin blanca, dijoque si le querían jugar el asno, que él le jugaría.Acetáronle el envite, y hizo de resto un cuartodel asno, diciendo que por cuartos quería jugar-le. Dijole tan mal, que en cuatro restos consecu-tivamente perdió los cuatro cuartos del asno, yganóselos el mismo que se le había vendido; ylevantándose para volverse a entregarse en él,dijo el Asturiano que advirtiesen que él sola-mente había jugado los cuatro cuartos del asno;pero la cola, que se la diesen, y se le llevasennorabuena.

Causóles risa a todos la demanda de la cola, yhubo letrados que fueron de parecer que notenía razón en lo que pedía, diciendo que

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cuando se vende un carnero o otra res alguna,no se saca ni quita la cola, que con uno de loscuartos traseros ha de ir forzosamente. A locual replicó Lope que los carneros de Berberíaordinariamente tienen cinco cuartos, y que elquinto es de la cola, y cuando los tales carnerosse cuartean, tanto vale la cola como cualquiercuarto; y que a lo de ir la cola junto con la resque se vende viva y no se cuartea, que lo con-cedía; pero que la suya no fué vendida, sinojugada, y que nunca su intención fué jugar lacola, y que al punto se la volviesen luego contodo lo a ella anejo y concerniente, que era des-de la punta del celebro, contada la osamentadel espinazo, donde ella tomaba principio ydecendía, hasta parar en los últimos pelos della.

--Dadme vos --dijo uno-- que ello sea así comodecís, y que os la den como la pedís, y sentaosjunto a lo que del asno queda.

--¡Pues así es! --replicó Lope--. Venga mi cola; sino, por Dios que no me lleven el asno si bien

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viniesen por él cuantos aguadores hay en elmundo; y no piensen que por ser tantos los queaquí están me han de hacer superchería, porquesoy yo un hombre que me sabré llegar a otrohombre y meterle dos palmos de daga por lastripas, sin que sepa de quién, por dónde, o có-mo le vino; y más, que no quiero que me pa-guen la cola rata por cantidad, sino que quieroque me la den en ser y la corten del asno, comotengo dicho.

Al ganancioso y a los demás les pareció no serbien llevar aquel negocio por fuerza, porquejuzgaron ser de tal brío el Asturiano, que noconsentiría que se la hiciesen, y uno dellos, queparecía de más razón y discurso, los concertóen que se echase la cola contra un cuarto delasno a una quínola, o a dos y pasante. Fueroncontentos, ganó la quínola Lope, picóse el otro,echó el otro cuarto, y a otras tres manos quedósin asno. Quiso jugar el dinero; no quería Lope;pero tanto le porfiaron todos, que lo hubo de

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hacer, con que hizo el viaje del desposado, de-jándole sin un solo maravedí; y fué tanta la pe-sadumbre que desto recibió el perdidoso, quese arrojó en el suelo y comenzó a darse de cala-bazadas por la tierra. Lope, como bien nacido ycomo liberal y compasivo, le levantó y le volviótodo el dinero que le había ganado, y los diez yseis ducados del asno, y aun de los que él teníarepartió con los circunstantes, cuya extrañaliberalidad pasmó a todos; y si fueran los tiem-pos y las ocasiones del Tamorlán, le alzaran porrey de los aguadores.

Con grande acompañamiento volvió Lope a laciudad, donde contó a Temas lo sucedido. Noquedó taberna, ni bodegón, ni junta de pícarosdonde no se supiese el juego del asno, el esqui-te por la cola y el brío y la liberalidad del Astu-riano; pero como la mala bestia del vulgo, porla mayor parte, es mala, maldita y maldiciente,no tomó de memoria la liberalidad, brío y bue-nas partes del gran Lope, sino solamente la

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cola; y así, apenas hubo andado dos días por laciudad echando agua, cuando se vió señalar demuchos con el dedo, que decían: "Este es elaguador de la cola." Estuvieron los muchachosatentos, supieron el caso, y no había asomadoLope por la entrada de cualquiera calle, cuandopor toda ella le gritaban, quién de aquí y quiénde allí: "¡Asturiano, daca la cola! ¡Daca la cola,Asturiano!" Lope, que se vió asaetear de tantaslenguas y con tantas voces, dió en callar, cre-yendo que en su mucho silencio se anegaratanta insolencia; mas ni por esas; pues mientrasmás callaba, más los muchachos gritaban; y así,probó a mudar su paciencia en cólera, y apeán-dose del asno, dió a palos tras los muchachos,que fué afinar el polvorín y ponerle fuego, y fuéotro cortar las cabezas de la serpiente, pues enlugar de una que quitaba, apaleando a algúnmuchacho, nacían en el mismo instante, nootras siete, sino setecientas, que con mayorahinco y menudeo le pedían la cola. Finalmen-te, tuvo por bien de retirarse a una posada que

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había tomado fuera de la de su compañero, yde estarse en ella hasta que la influencia deaquel mal planeta pasase, y se borrase de lamemoria de los muchachos aquella demandamala de la cola que le pedían.

Seis días se pasaron sin que saliese de casa, sino era de noche, que iba a ver a Tomás y a pre-guntarle del estado en que se hallaba, el cual lecontó que no había podido hablar una sola pa-labra con Costanza. Lope le contó a él la priesaque le daban los muchachos pidiéndole la cola,porque él había pedido la de su asno, con quehizo el famoso esquite. Aconsejóle Tomás queno saliese de casa, a lo menos, sobre el asno, yque si saliese, fuese por calles solas y apartadas,y que cuando esto no bastase, bastaría dejar eloficio, último remedio de poner fin a tan pocohonesta demanda. Retiróse, con esto, a su po-sada Lope, con determinación de no salir dellaen otros seis días, a lo menos, con el asno.

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Las once serían de la noche, cuando de impro-viso y sin pensarlo vieron entrar en la posadamuchas varas de justicia y, al cabo, el Corregi-dor. Alborotóse el huésped, y aun los huéspe-des; porque así como los cometas cuando semuestran siempre causan temores de desgra-cias e infortunios, ni más ni menos la justicia,cuando de repente y de tropel se entra en unacasa, sobresalta y atemoriza hasta las concien-cias no culpadas. Entróse el Corregidor en unasala, y llamó al huésped de casa, el cual vinotemblando a ver lo que el señor Corregidorquería. Y así como le vió el Corregidor, le pre-guntó con mucha gravedad:

--¿Sois vos el huésped?

--Sí, señor --respondió él--; para lo que vuesamerced me quisiere mandar.

Mandó el Corregidor que saliesen de la salatodos los que en ella estaban y que le dejasen

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solo con el huésped. Hiciéronlo así, y quedán-dose solos, dijo el Corregidor al huésped:

--¿Dónde está una muchacha que dicen quesirve en esta casa, tan hermosa, que por toda laciudad la llaman la ilustre fregona?

--Señor --respondió el huésped--, esa fregonailustre que dicen es verdad que está en esta ca-sa; pero ni es mi criada, ni deja de serlo. --Noentiendo lo que decís, huésped, en eso de ser yno ser vuestra criada la fregona.

--Yo he dicho bien --añadió el huésped--; y sivuesa merced me da licencia, le diré lo que hayen esto, lo cual jamás he dicho a persona algu-na.

--Primero quiero ver a la fregona que saber otracosa; llamadla acá --dijo d Corregidor.

Asomóse el huésped a la puerta de la sala, ydijo:

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--¿Oíslo, señora? Haced que entre aquí Costan-cica.

Sin aguardar que otra vez la llamasen, tomó,Costanza, una vela encendida sobre un cande-lero de plata, y con más vergüenza que temorfué donde el Corregidor estaba.

Así como el Corregidor la vió, mandó al hués-ped que cerrase la puerta de la sala; lo cualhecho, el Corregidor se levantó, y tomando elcandelero que Costanza traía, llegándole la luzal rostro, la anduvo mirando toda de arribaabajo; y como Costanza estaba con sobresalto,habíasele encendido la color del rostro, y estabatan hermosa y tan honesta, que al Corregidor lepareció que estaba mirando la hermosura de unángel en la tierra; y después de haberla bienmirado, dijo:

--Huésped, ésta no es joya para estar en el bajoengaste de un mesón. Digo, doncella, que nosolamente os pueden y deben llamar ilustre,

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sino ilustrísima; pero estos títulos no habían decaer sobre el nombre de fregona, sino sobre el deuna duquesa.

--No es fregona, señor --dijo el huésped--; queno sirve de otra cosa en casa que de traer lasllaves de la plata, que por la bondad de Diostengo alguna, con que se sirven los huéspedeshonrados que a esta posada vienen.

--Con todo eso --dijo el Corregidor--, digo,huésped, que ni es decente ni conviene que estadoncella esté en un mesón. ¿Es parienta vuestrapor ventura?

--Ni es mi parienta, ni es mi criada; y si vuesamerced gustare de saber quién es, como ella noesté delante, oirá vuesa merced cosas que, jun-tamente con darle gusto, le admiren.

--Sí gustaré --dijo el Corregidor--; y sálgaseCostancica allá fuera, y prométase de mí lo quede su mismo padre pudiera prometerse; que su

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mucha honestidad y hermosura obligan a quetodos los que la vieren se ofrezcan a su servicio.

No respondió palabra Costanza, sino con mu-cha mesura hizo una profunda reverencia alCorregidor, y salióse de la sala, y halló a suama desalada esperándola, para saber della quéera lo que el Corregidor la quería. Ella le contólo que había pasado, y cómo su señor quedabacon él para contalle no sé qué cosas que no que-ría que ella las oyese.

No acabó de sosegarse la huéspeda, y siempreestuvo rezando hasta que se fué el Corregidor yvió salir libre a su marido, el cual, en tanto queestuvo con el Corregidor le dijo:

--Hoy hacen, señor, según mi cuenta, quinceaños, un mes y cuatro días que llegó a esta po-sada una señora en hábito de peregrina, en unalitera, con una niña recién nacida, y acompaña-da de cuatro criados de a caballo, y de dosdueñas y una doncella, que en un coche venían.

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Traía asimismo dos acémilas cubiertas con dosricos reposteros, y cargadas con una rica camay con aderezos de cocina; finalmente, el aparatoera principal, y la peregrina representaba seruna gran señora; y aunque en la edad mostrabaser de cuarenta o pocos más años, no por esodejaba de parecer hermosa en todo extremo.Venía enferma y descolorida, y tan fatigada,que mandó que luego le hiciesen la cama, y enesta misma sala se la hicieron sus criados. Yo ymi mujer preguntamos a éstos quién era la talseñora y cómo se llamaba, de adónde venía yadónde iba, y por qué causa se vestía aquelhábito de peregrina. A todas estas preguntas,que le hicimos no hubo alguno que nos res-pondiese otra cosa sino que aquella peregrinaera una señora principal y rica de Castilla laVieja, y que porque había algunos meses queestaba enferma de hidropesía, había ofrecido deir a Nuestra Señora de Guadalupe en romería,por la cual promesa iba en aquel hábito. Encuanto a decir su nombre, traían orden de no

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llamarla sino la señora peregrina. Esto supimospor entonces; pero a cabo de tres días que, porenferma, la señora peregrina se estaba en casa,una de las dueñas nos llamó a mí y a mi mujerde su parte; fuimos a ver lo que quería, y apuerta cerrada y delante de sus criadas, casicon lágrimas en los ojos, nos dijo creo que estasmismas razones: "Señores míos, los cielos meson testigos que sin culpa mía me hallo en unriguroso trance y me veo obligada, por cuestiónde honra, a apartar de mi lado a esta niña. Y esmenester, amigos, busquéis con todo secretodonde llevarla a criar, buscando también men-tiras que decir a quien la entregáredes; que porahora será en la ciudad, y después quiero quese lleve a una aldea. De lo que después sehubiere de hacer, cuando de Guadalupe vuelvalo sabréis, porque el tiempo me habrá dadolugar de que piense y escoja lo mejor que meconvenga."

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Aquí dió fin a su razonamiento la lastimadaperegrina, y principio a un copioso llanto, que,en parte, fué consolado por las muchas y bue-nas razones que mi mujer le dijo. Finalmente,ésta se fué a buscar donde llevar la niña, queera la más hermosa que mis ojos hasta entonceshabían visto, y es esta misma que vuesa mercedacaba de ver ahora.

Fué la madre a su romería. Cuando volvió, es-taba ya la niña dada a criar por mi orden, connombre de mi sobrina, en una aldea dos leguasde aquí. En el bautismo se le puso por nombreCostanza; que así lo dejó ordenado su madre, lacual, contenta de lo que yo había hecho, altiempo de despedirse me dió una cadena deoro, que hasta agora tengo, de la cual quitó seistrozos, los cuales dijo que traería la persona quepor la niña viniese. También cortó un blancopergamino a vueltas y a ondas, a la traza y ma-nera como cuando se enclavijan las manos y enlos dedos se escribe alguna cosa, que estando

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enclavijados los dedos se pueden leer, y des-pués de apartadas las manos queda dividida larazón, porque se dividen las letras, que en vol-viendo a enclavijar los dedos, se juntan y co-rresponden de manera, que se pueden leer con-tinuadamente: digo que el un pergamino sirvede alma del otro, y encajados se leerán, y divi-didos no es posible, si no es adivinando la mi-tad del pergamino; y casi toda la cadena quedóen mi poder, y todo lo tengo, esperando el con-traseño hasta ahora, puesto que ella me dijoque dentro de dos años enviaría por su hija,encargándome que la criase, no como quien ellaera, sino del modo que se suele criar una labra-dora; que la perdonase el no decirme su nom-bre, ni quién era; que lo guardaba para otraocasión más importante. En resolución, dán-dome cuatrocientos escudos de oro y abrazan-do a mi mujer con tiernas lágrimas, se partió,dejándonos admirados de su discreción, valor,hermosura y recato. Costanza se crió en el aldeados años y luego la truje conmigo, y siempre la

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he traído en hábito de labradora, como su ma-dre me lo dejó mandado. Quince años, un mesy cuatro días ha que aguardo a quien ha devenir por ella, y la mucha tardanza me ha con-sumido la esperanza de ver esta venida; y si eneste año en que estamos no vienen, tengo de-terminado de prohijalla y darle toda mi hacien-da, que vale más de seis mil ducados, Dios seabendito.

Resta ahora, señor Corregidor, decir a vuesamerced, si es posible que yo sepa decirlas, lasbondades y las virtudes de Costancica. Ella, loprimero y principal, es devotísima de NuestraSeñora; confiesa y comulga cada mes; sabe es-cribir y leer; no hay mayor randera en Toledo;canta a la almohadilla como unos ángeles; enser honesta no hay quien la iguale. Pues en loque toca a ser hermosa, ya vuesa merced lo havisto.

Calló el huésped, y tardó un gran rato el Corre-gidor en hablarle; tan suspenso le tenía el suce-

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so que el huésped le había contado. En fin, ledijo que le trujese allí la cadena y el pergamino;que quería verlo. Fué el huésped por ello, ytrayéndoselo, vió que era así como le había di-cho. Tuvo por discreta la señal del conocimien-to y juzgó por muy rica a la señora peregrinaque tal cadena había dejado al huésped; y te-niendo en pensamiento de sacar de aquellaposada la hermosa muchacha cuando hubieseconcertado un monasterio donde llevarla, porentonces se contentó de llevar sólo el pergami-no, encargando al huésped que si acaso vinie-sen por Costanza, le avisase y diese noticia dequién era el que por ella venía, antes que lemostrase la cadena, que dejaba en su poder.Con esto, se fué, tan admirado del cuento ysuceso de la ilustre fregona como de su incompa-rable hermosura.

Todo el tiempo que gastó el huésped en estarcon el Corregidor y el que ocupó Costanzacuando la llamaron, estuvo Tomás fuera de si,

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combatida el alma de mil varios pensamientos,sin acertar jamás con ninguno de su gusto; perocuando vio que el Corregidor se iba y que Cos-tanza se quedaba, respiró su espíritu y volvié-ronle los pulsos, que ya casi desamparado letenían. No osó preguntar al huésped lo que elCorregidor quería, ni el huésped lo dijo a nadiesino a su mujer; con que ella también volvió ensi, dando gracias a Dios que de tan grande so-bresaltó la había librado.

El día siguiente, cerca de la una, entraron en laposada con cuatro hombres de a caballo doscaballeros ancianos de venerables presencias,habiendo primero preguntado uno de dos mo-zos que a pie con ellos venían si era aquella laposada del Sevillano; y habiéndole respondidoque sí, se entraron todos en ella. Apeáronse loscuatro y fueron a apear a los dos ancianos, se-ñal por do se conoció que aquellos dos eranseñores de los seis. Salió Costanza con su acos-tumbrada gentileza a ver los nuevos huéspe-

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des, y apenas la hubo visto uno de los dos an-cianos cuando dijo al otro:

--Yo creo, señor don Juan, que hemos halladotodo aquello que venimos a buscar.

Tomás, que acudió a dar recado a las cabalga-duras, conoció luego a dos criados de su padre,y luego conoció a su padre y al padre de Cal-mazo, que eran los dos ancianos a quien losdemás respectaban; y aunque se admiró de suvenida, consideró que debían de ir a buscar a ély a Carriazo a las almadrabas: que no habríafaltado quien les hubiese dicho que en ellas, yno en Flandes, los hallarían; pero no se atrevióa dejarse conocer en aquel traje: antes, aventu-rándolo todo, puesta la mano en el rostro, pasópor delante dellos y fué a buscar a Costanza, yquiso la buena suerte que la hallase sola; yapriesa y con lengua turbada, temeroso que ellano le daría lugar para decirle nada, le dijo:

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--Costanza, uno de estos dos caballeros ancia-nos que aquí han llegado ahora es mi padre,que es aquel que oyeres llamar don Juan deAvendaño: infórmate de sus criados si tiene unhijo que se llama don Tomás de Avendaño, quesoy yo, y de aquí podrás ir coligiendo y averi-guando que te he dicho verdad en cuanto a lacalidad de mi persona, y que te la diré en cuan-to de mi parte te tengo ofrecido. Y quédateadiós; que hasta que ellos se vayan no piensovolver a esta casa.

No le respondió nada Costanza ni él aguardó aque le respondiese, sino volviéndose a salir,cubierto como había entrado, se fué a dar cuen-ta a Carriazo de cómo sus padres estaban en laposada. Dió voces el huésped a Tomás, queviniese a dar cebada; pero como no pareció,dióla él mismo. Uno de los dos ancianos llamóaparte a una de las dos mozas gallegas, y pre-guntóle cómo se llamaba aquella muchachahermosa que habían visto, y que si era hija o

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parienta del huésped, o huéspeda de casa. LaGallega le respondió:

--La moza se llama Costanza; ni es parienta delhuésped ni de la huéspeda, ni sé lo que es.

El caballero, sin esperar a que le quitasen lasespuelas, llamó al huésped, y retirándose con élaparte en una sala, le dijo:

--Yo, señor huésped, vengo a quitaros unaprenda mía que ha algunos años que tenéis envuestro poder; para quitárosla os traigo milescudos de oro, y estos trozos de cadena, y estepergamino.

Y diciendo esto, sacó los seis de la señal de lacadena que él tenía. Asimismo conoció el per-gamino, y alegre sobremanera con el ofreci-miento de los mil escudos, respondió:

--Señor, la prenda que queréis quitar está encasa; pero no está en día la cadena ni el perga-

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mino con que se ha de hacer la prueba de laverdad que yo creo que vuesa merced trata; yasí, le suplico tenga paciencia; que yo vuelvoluego.

Y al momento fué a avisar al Corregidor de loque pasaba, y de como estaban dos caballerosen su posada, que venían por Costanza.

Acababa de comer el Corregidor, y con el deseoque tenía de ver el fin de aquella historia, subióluego a caballo y vino a la posada del Sevillano,llevando consigo el pergamino de la muestra. Yapenas hubo visto a los dos caballeros, cuando,abiertos los brazos, fué a abrazar al uno, di-ciendo:

--¡Válame Dios! ¿Qué buena venida es ésta,señor don Juan de Avendaño, primo y señormío?

El caballero le abrazó asimismo, diciéndole:

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---Sin duda, señor primo, habrá sido buena mivenida, pues os veo, y con la salud que siempreos deseo. Abrazad, primo, a este caballero, quees el señor don Diego de Carriazo, gran señor yamigo mío.

--Ya conozco al señor don Diego --respondió elCorregidor--, y le soy muy servidor.

Y abrazándose los dos, después de haberse re-cebido con grande amor y grandes cortesías, seentraron en una sala, donde se quedaron soloscon el huésped, el cual ya tenía consigo la ca-dena, y dijo:

--Ya el señor Corregidor sabe a lo que vuesamerced viene, señor don Diego de Carriazo:vuesa merced saque los trozos que faltan a estacadena, y el señor Corregidor sacará el perga-mino, que está en su poder, y hagamos la prue-ba que ha tantos años que espero a que se haga.

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--Desa manera --respondió don Diego--, nohabrá necesidad de dar cuenta de nuevo al se-ñor Corregidor de nuestra venida, pues bien severá que ha sido a lo que vos, señor huésped,habréis dicho.

--Algo me ha dicho; pero mucho me quedó porsaber. El pergamino, hele aquí. Sacó don Diegoel otro, y juntando las dos partes se hicieronuna, y a las letras del que tenía el huésped, queeran E T E L S Ñ V D D R, respondían en el otropergamino éstas: S A S A E AL ER A E A, quetodas juntas decían: ÉSTA ES LA SEÑAL VER-DADERA. Cotejáronse luego los trozos de lacadena, y hallaron ser las señas verdaderas.

--¡Esto está hecho! --dijo el Corregidor--. Restaahora saber, si es posible, quién son los padresdesta hermosísima prenda.

--El padre --respondió don Diego-- yo lo soy; lamadre ya no vive: basta saber que fué tan prin-cipal que pudiera yo ser su criado.

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A estas razones llegaba don Diego cuando oye-ron que en la puerta de la calle decían a gran-des voces:

--Díganle a Tomás Pedro, el mozo de la cebada,cómo llevan a su amigo el Asturiano preso; queacuda a la cárcel, que allí le espera.

A la voz de cárcel y de preso, dijo el Corregidorque entrase el preso y el alguacil que le llevaba.Dijeron al alguacil que el Corregidor, que esta-ba allí, le mandaba entrar con el preso, y así lohubo de hacer.

Venía el Asturiano todos los dientes bañadosen sangre, y muy mal parado, y muy bien asidodel alguacil, y así como entró en la sala, conocióa su padre y al de Avendaño. Turbóse, y por noser conocido, con un paño, como que se limpia-ba la sangre, se cubrió el rostro. Preguntó elCorregidor que qué había hecho aquel mozo,que tan mal parado le llevaban. Respondió elalguacil que aquel mozo era un aguador que le

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llamaban el Asturiano, a quien los muchachospor las calles decían: "¡Daca la cola, Asturiano;daca la cola!", y luego en breves palabras contóla causa porque le pedían la tal cola, de que noriyeron poco todos. Dijo más, que saliendo porla puente de Alcántara, dándole los muchachospriesa con la demanda de la cola, se había apea-do del asno, y dando tras todos, alcanzó a uno,a quien dejaba medio muerto a palos; y quequeriéndole prender se había resistido, y quepor eso iba tan mal parado.

Mandó el Corregidor que se descubriese el ros-tro, y porfiando a no querer descubrirse, llegóel alguacil y quitóle el pañuelo, y al punto leconoció su padre, y dijo todo alterado:

--Hijo don Diego, ¿cómo estás desta manera?¿Qué traje es éste? ¿Aún no se te han olvidadotus picardías?

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Hincó las rodillas Carriazo, y fuese a poner alos pies de su padre, que, con lágrimas en losojos, le tuvo abrazado un buen espacio. DonJuan de Avendaño, como sabía que don Diegohabía venido con don Tomás su hijo, preguntó-le por él; a lo cual respondió que don Tomás deAvendaño era el mozo que daba cebada y pajaen aquella posada. Con esto que el Asturianodijo se acabó de apoderar la admiración en to-dos los presentes, y mandó el Corregidor alhuésped que trujese allí al mozo de la cebada.

--Yo creo que no está en casa--respondió elhuésped--; pero yo le buscaré.

Y así, fué a buscalle.

Preguntó don Diego a Carriazo que qué trans-formaciones eran aquéllas, y qué les había mo-vido a ser él aguador y don Tomás mozo demesón. A lo cual respondió Carriazo que nopodía satisfacer a aquellas preguntas tan enpúblico; que él respondería a solas.

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Estaba Tomás Pedro escondido en su aposento,para ver desde allí, sin ser visto, lo que hacíansu padre y el de Carriazo. Teníale suspenso lavenida del Corregidor y el alboroto que en todala casa andaba. No faltó quien le dijese al hués-ped como estaba allí escondido; subió por él, ymás por fuerza que por grado, le hizo bajar; yaun no bajara si el mismo Corregidor no salieraal patio y le llamara por su nombre, diciendo:

--Baje vuesa merced, señor pariente; que aquíno le aguardan osos ni leones.

Bajó Tomás, y con los ojos bajos y sumisióngrande se hincó de rodillas ante su padre, elcual le abrazó con grandísimo contento, a fuerdel que tuvo el padre del Hijo Pródigo cuandole cobró de perdido.

Ya, en esto, había venido un coche del Corregi-dor, para volver en él, pues la gran fiesta nopermitía volver a caballo. Hizo llamar a Cos-

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tanza, y tomándola de la mano, se la presentó asu padre, diciendo:

--Recebid, señor don Diego, esta prenda, y es-timalda por la más rica que acertáredes a de-sear. Y vos, hermosa doncella, besad la mano avuestro padre, y dad gracias a Dios, que contan honrado suceso ha enmendado, subido ymejorado la bajeza de vuestro estado.

Costanza, que no sabía ni imaginaba lo que lehabía acontecido, toda turbada y temblando, nosupo hacer otra cosa que hincarse de rodillasante su padre, y tomándole las manos se lascomenzó a besar tiernamente, bañándoselascon infinitas lágrimas que por sus hermosísi-mos ojos derramaba.

En tanto que esto pasaba, había persuadido elCorregidor a su primo don Juan que se viniesentodos con él a su casa; y aunque don Juan lorehusaba, fueron tantas las persuasiones delCorregidor, que lo hubo de conceder; y así,

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entraron en el coche todos. Pero cuando dijo elCorregidor a Costanza que entrase también enel coche, se le anubló el corazón, y ella y lahuéspeda se asieron una a otra, y comenzaron ahacer tan amargo llanto que quebraba los cora-zones de cuantos le escuchaban.

El Corregidor, enternecido, mandó que asi-mismo la huéspeda entrase en el coche, y queno se apartase de su hija, pues por tal la tenía,hasta que saliese de Toledo. Así, la huéspeda ytodos entraron en el coche, y fueron a casa delCorregidor, donde fueron bien recebidos de sumujer, que era una principal señora. Comieronregalada y sumptuosamente, y después de co-mer contó Carriazo a su padre cómo por amo-res de Costanza don Tomás se había puesto aservir en el mesón, y que estaba enamorado detal manera della, que sin que le hubiera descu-bierto ser tan principal como era siendo su hija,la tomara por mujer en el estado de fregona.Vistió luego la mujer del Corregidor a Costanza

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con unos vestidos de una hija que tenía de lamisma edad y cuerpo de Costanza, y si parecíahermosa con los de labradora, con los cortesa-nos parecía cosa del cielo: tan bien la cuadra-ban, que daba a entender que desde que nacióhabía sido señora y usado los mejores trajes queel uso trae consigo.

Entre el Corregidor y don Diego de Carriazo ydon Juan de Avendaño se concertaron en quedon Tomás se casase con Costanza, dándole supadre los treinta mil escudos que su madre lehabía dejado, y el aguador don Diego de Ca-rriazo casase con la hija del Corregidor.

Desta manera quedaron todos contentos, ale-gres y satisfechos, y la nueva de los casamien-tos y de la ventura de la fregona ilustre se exten-dió por la ciudad, y acudía infinita gente a ver aCostanza en el nuevo hábito, en el cual tan se-ñora se mostraba como se ha dicho.

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Un mes se estuvieron en Toledo, al cabo delcual se volvieron a Burgos don Diego de Ca-rriazo y su mujer, su padre y Costanza, con sumarido don Tomás. Quedó el Sevillano rico conlos mil escudos, y con muchas joyas que Cos-tanza dio a su señora: que siempre con estenombre llamaba a la que la había criado. Dioocasión la historia de la fregona ilustre a que lospoetas del dorado Tajo ejercitasen sus plumasen solenizar y en alabar la sin par hermosura deCostanza, la cual aún vive en compañía de subuen mozo de mesón, y Carriazo ni más ni me-nos, con tres hijos, que sin tomar el estillo delpadre ni acordarse si hay almadrabas en elmundo, hoy están todos estudiando en Sala-manca; y su padre, apenas vee algún asno deaguador, cuando se le representa y viene a lamemoria el que tuvo en Toledo, y teme quecuando menos se cate ha de remanecer en al-guna sátira el "¡Daca la cola, Asturiano! ¡Astu-riano, daca la cola!"