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Jorge Murillo González
MIEDO VERTICAL
Dicen que el hombre no es hombre mientras no oiga su nombre en los labios de una mujer.
Miguel de Unamuno
Tenía seis años cuando me enamoré por primera vez. En ese entonces no lo sabía y
poco importaba saberlo, a esa edad el amor adolece, en el secreto se crece y
básicamente, todo se pierde. Sobrevive el recuerdo y la sospecha del amor puro:
desinteresado y oculto. Crecer es traer a la vida viejos amores, ensoñaciones
imperceptibles por su frescura.
Cuando se es niño, todo apunta a la inexistencia, la no existencia en mundo de adultos,
adulterado y desdibujado. Esto se pide así, esto se come así, esto se vive así. En casa
las cosas no eran muy diferentes, pues el amor siempre estuvo rodeado por una
especie de misticismo punible: “estas muy chico para andar pensando en mujeres”. Y
qué decir de la escuela primaria, cuyos cartabones no sólo eran permeables sino muy
rígidos: “los niños con los niños, las niñas con las niñas”.
Regularmente sus dogmas funcionaban y pocas veces necesitaban más de un
correctivo, pues después del “cuatro ojos”, lo peor que podía pasarte era ser acusado
de expresar tus inclinaciones amatorias. “A Rigoberto le gusta María”, el sudor te
cubría la frente y lentamente sentías como el chocomilk buscaba escape por el cogote.
Había de dos sopas, negarlo y llorar o negarlo y jurar, ya sea que te llevases las manos
al rostro para mitigar el sollozo o que en señal de la cruz jurarás el nombre de Dios en
vano, pero siempre había que negarlo.
Recuerdo estos días con mucha nostalgia, al menos antes tenía un buen pretexto para
callarlo, hoy sólo hay miedo y vaciedades: “to fall in love “, siempre en caída. Ahora los
niños no callan, pero tampoco se expresan y no se expresan porque no hay nada que
callar y callar, callar es sentir. Se dan sus besitos y mamita aplaude y consiente. Atrás
quedo la ternura del beso robado, la idea del alma y sus variables acepciones. Todo se
videograba y se comparte, la intimidad se colectiviza y el amor entretiene.
Jorge Murillo González
Se llamaba Shalom, tenía el cabello negro y siempre se sentaba hasta atrás.
Googleando un poco, ahora sé que su nombre es una palabra hebra que significa paz o
bienestar. En aquel entonces, su nombre no me causo mayor sobresalto Recién
entrada la infancia, todos los nombres te parecen extraños, es el azar y los años los
que le dan singularidad a los nombres. Además, la evocación de la “ese” junto a la
“hache”, me traían todo menos paz y bienestar. Como ya lo dije, tenía el cabello negro,
ligeramente castaño, blanqueado quizá por el uso constante del risitos de oro. Traía un
peinado a la Elizabeth Taylor y siempre olía a fresas con crema, muy pasteurizado el
asunto. Tenía las piernas muy blancas, largas y anchas, lo que me hacía pensar que
trataba de una mujer y no de una niña.
Jamás pude confesarle mi amor y no por falta de ingenio sino por miedo. “Si eres niño
no tienes derecho a que te gusten las mujeres. Y si no aceptas la imposición se forma el
gran escándalo y hasta te juzgan de loco”, piensa para sí Carlitos en la novela de José
Emilio Pacheco, personaje que más adelante remarcaría tenazmente diciendo: el amor
es una enfermedad en un mundo en que lo único natural es el odio. Un mundo de odio
y engaño, de sinsentidos y sinrazones, de negaciones y absurdos, de esto y aquello, de
niños y niñas; dónde la diferencia no complementa sino que enfrenta.
En El libro blanco, Jean Cocteau narra la historia de un exilio, su propio exilio. El
destino errante de quienes padecen la desgracia de ser distintos. El exilio no de un
monstruo, sino de un hombre al que la sociedad no permite vivir, pues considera como
un error uno de los misteriosos engranajes de la obra maestra divina. “Un vicio de la
sociedad hace un vicio de mi rectitud”, escribe Jean al final de su obra. La vejación de
un vicio veleidoso y tramposo.
Sin embargo, más allá del capricho, más allá del bien y del mal, de lo moral; está el
miedo. El temor a lo desconocido, a lo incognoscible. “El miedo siempre permanece.
Un hombre puede destruir todo lo que tiene dentro de sí mismo, el amor y el odio y las
creencias, e incluso la duda; pero mientras se apega a la vida no puede destruir el
miedo”, escribe Joseph Conrad.
Jorge Murillo González
Es por esta razón y no por otra que he decido evocar a Shalom. Lejos de lo que pueda
verse a simple vista, de la admiración o la sumisión que el cuerpo (entiéndase como el
cuerpo invisible) femenino me produce, está el miedo. Más allá de lo que se dice, está
lo que se reprime, el silencio. Detrás de todo discurso, está otro discurso que encubre
lo oscuro y que en muchas ocasiones, encumbre lo luminoso. La respuesta de la
pregunta no es la respuesta en sí, la verdadera respuesta está en las preguntas que
resultan de la pregunta.
Jacques Lacan, concebía al sexo de la mujer como un lugar de horror, un agujero
totalmente abierto, una “cosa” de una oralidad extrema, con una esencia incognoscible:
un real, una erotología. Lacan fue heredero del pensamiento Freudiano, sus
disertaciones, aunque distintas, tenían un epicentro en la filosofía Freudiana. Como
Freud, Lacan era un misógino, así como lo fue Shopenhauer y como tiende a serlo
también, la literatura latinoamericana. Pero tanto Shopenhauer como Freud o como
Lacan, la misoginía fue fruto de una incomprensión más que de una animadversión
arbitraria.
“No odio a las mujeres, les tengo miedo. Es diferente la misoginia a la timidez”,
contesta Guillermo Fadanelli en una de sus más recientes entrevistas y que semanas
más tarde mordazmente modifica: “No soy misógino sería demasiado sencillo,
misántropo, sí. En efecto, no es odio, es miedo. ¿Por qué odiar a las mujeres, cuando se
puede odiar a todo el mundo? Claro que esto no es una excusa, ni mucho menos
justifica las atrocidades cometidas en Guatemala y Perú y en muchas otras zonas del
hemisferio. Todo lo contrario, es un síntoma.
Entre el 2006 y el 2012, los feminicidios en México aumentaron 40%, dejando así una
escala de 6.4 mujeres asesinadas por día (Feminicidio, 2014). De Tamaulipas al
Estado de México, de Sinaloa a Sonora, de Jalisco a Morelos; el feminicidio es una
tendencia. Una inclinación que se exacerba con el paso de los años y que sólo puede
darse en una sociedad patriarcal, donde la mujer oprimida comienza a resultar
incomoda.
Jorge Murillo González
Para el latinoamericano machista, resulta engorrosa la idea de compartir su
hegemonía con su contraparte femenina. Es el último bastión del machismo actual, la
defensa contra la perdida de la soberanía dentro de los géneros identitarios. Una
batalla de semen y de sangre, el último drenaje de un mundo que chilla. Cuando todo
está perdido, antes de la rendición está la desesperación.
En lo personal, siempre he tenido ciertas reservas con el feminismo. Reticencia que
nade más de la desesperanza que de la incredulidad, pues son más que evidentes los
avances que ha tenido el movimiento desde su fecundación. No obstante, es en esta
duda que cobra mayor fuerza el feminismo. Un movimiento que está destinado a la no
existencia.
En algún discurso del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, hacen mención a esta
posible inexistencia y me parece que el feminismo puede explicarse perfectamente
desde esta perspectiva, pues de e lo contrario terminaría por caer en hembnrismo
insufrible y fascista. Parafraseando: son todos y son ninguno, en la lucha de sus deseos
está su extinción, están aquí para hacer justicia, están aquí como el fantasma que se
vuelve necesario, están aquí para no estar, están aquí para hacerse imposibles, están
aquí para no requerirse.
En un artículo de la revista Letras Libres, el escritor mexicano Enrique Serna denuncia
la contraparte del movimiento feminista, acusando los abusos del mismo y lo que se
vislumbra como la posible caída del régimen patriarcalista. El feminismo parece haber
logrado uno de sus cometidos: alcanzar la igualdad de los sexos ante la ley. Pero ahora
se ensaña, afirma Serna, con la parte derrotada, derivando en un "hembrismo" muy
parecido al machismo que criticaba (Serna, 2002).
Padres solteros, faenas domésticas, mantenidos, hombres doblegados; resignación a la
tiranía injusta. Denuncias similares se ven a lo largo del mismo artículo. El macho
intelectual busca recovecos por donde filtrarse como ultima defensa. Si bien, el
mensaje del artículo resulta positivo y me parece, va encaminado más hacía a la ayuda
que a la crítica infundada, aún es notable cierto fastidio por el despliegue femenino.
Síntoma que he visto en otros artículos en donde se habla incluso de varonicidio.
Jorge Murillo González
Lo cierto es que la batalla aún no está ganada (o perdida), ganar o perder no nos dice
mucho cuando hay un derrotado sobre el que cual se escupe. La victoria sólo será
posible el día en que haya un solo ganador, la dignidad humana. Mientras tanto no me
queda de otra que esperar con la dote en mano, preparar el altar y ponerme a rezar,
pues la verdadera diosa está por llegar. Atrás quedarán los días de Monterroso:
Cuando despertó, el tiranosaurio onanista todavía estaba allí. ¿Se está volviendo al
matriarcado?
Feminicidio, O. C. (13 de Marzo de 2014). Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio. Recuperado el 9 de Octubre de 2014, de Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio.: http://observatoriofeminicidio.blogspot.mx/
Serna, E. (Abril de 2002). Letras Libres. Recuperado el 9 de Octubre de 2014, de Letras Libres: http://www.letraslibres.com/revista/convivio/hembrismo