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Microcuentos

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Actividades emanadas de la lectura:

1. Elabore dos preguntas de inferencia.2. Incorpore las respuestas correspondientes.3. Identifique narrador predominante.4. Analice tipología de personajes.5. Sugiera título al texto.

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Sinceridad

 Había dieciocho camas alineadas, junto a la pared,

en un aposento oscuro. Yo ocupaba la quinta, empezando a contar por la izquierda. En esto se oyó una voz en la oscuridad que dijo: “Uno de ustedes ha dejado de existir. El resto puede levantarse. La cena está servida”. Todos se levantaron sin demora de las camas, el que se hallaba a mi lado y yo. Le pregunté cuál de los dos sería el muerto. “No hay duda que ya no vivo”, susurró. Agradecí su sinceridad y me incorporé a la fila de los que salían.

Fernando Aramburu: No ser no dueleBarcelona: Tuquests, 1997.

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Efectos de la falta de sueño 

“Daría mis riquezas a cambio de poder dormir bien todas las noches”, dijo el opulento comerciante Huan, que padecía insomnio. “Y yo –contestó el mendigo Sung- preferiría ser rico a tener que soñarlo todas las noches”.

Rodolfo Modern: El libro del señor Wu.Buenos Aires: Editorial Almagesto, 1998.

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Favores 

-No me dejes morir-le pedí yo, apenas rozándole la mano, y ella entonces me salvó.

Tiempo después, ella me pidió, apretándome la mano, que la matará, y yo, que soy agradecido, accedí.Horacio de Azevedo en Raúl Brasca y Luis Chitarroni: Antología del Cuento breve y oculto. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2001.

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Voluntad de estiloA Jorge Montealegre

Cuando descubrieron su asombrosa imaginación, los padres, los editores de revistas y hasta los agentes literarios comenzaron a asediarlo para que publicara sus textos. Vas a revolucionar la literatura, vas a ganar mucho dinero, vas a alcanzar la gloria. Entonces se dedicó a escribir para satisfacer las expectativas de sus benefactores, los parámetros de la crítica y las necesidades del mercado. Los relatos fueron publicados con la debida publicidad, participó en debates televisivos, autografió ejemplares, pero la inspiración y la fama se le agotaron muy pronto. Sólo cuando volvió al anonimato, ahora hambriento y decepcionado con la literatura, supo que su mejor obra la había escrito no para el público sino para la señorita Gloria, su maestra, que solía devolverle los textos marcando con su letrita doctoral Muy bueno, Bueno, Regular, saboreando de paso sus manzanas.Juan Armando Epple, Con tinta sangre, Thule, Barcelona, 2004, p. 98.

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La muerte 

La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró. -¿Me llevas? Hasta el pueblo no más -dijo la muchacha. -Sube -dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña. -Muchas gracias -dijo la muchacha con un gracioso mohín- pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto! -No, no tengo miedo. -¿Y si levantaras a alguien que te atraca? -No tengo miedo. -¿Y si te matan? -No tengo miedo. -¿No? Permíteme presentarme -dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la Muerte, la M-u-e-r-t-e. La automovilista sonrió misteriosamente. En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.

Enrique Anderson Imbert

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Cuento de horrorLa señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo: - Thaddeus, voy a matarte. - Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz. - ¿Cuándo he bromeado yo? - Nunca, es verdad. - ¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio? - ¿Y cómo me matarás? - siguió riendo Thaddeus Smithson. -Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos. El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.

Marco Denevi

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Le regalamos un telescopio al abuelo

Le regalamos un telescopio al abuelo. Más vale que no. Nos pidió que subiéramos su mecedora al techo para establecer su observatorio. Después, que lo subiéramos a él, con cuidado, que tengo esta pierna enferma. Posteriormente, la abuela dijo que ella no quería quedarse sola y hubo que subirla también.Bajarlos todos los días es más complicado que subirlos: parece que se nos fueran a caer. Una vez en tierra hay que escuchar las narraciones acerca de lo que ambos han visto.Si supieran que el telescopio no tiene vidrios.

Armando José Sequera