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Publicado en: Boletín Mexicano de Historia y Filosofía de la Medicina, vol. 7, núm. 2 (2004), pp. 60-65. Mi experiencia como editor de la revista Quipu Juan José Saldaña 1 Quipu, Revista Latinoamericana de Historia de la Ciencias y la Tecnología empezó a publicarse cuatrimestralmente en marzo de 1984. El último número que se publicó apareció en marzo de 2001. El solo señalamiento de estas fechas de inicio y terminación creo que permite entender algunos aspectos importantes de la experiencia editorial, comunitaria y disciplinaria que fue Quipu para los historiadores de la ciencia, la tecnología y la medicina de América Latina al finalizar el siglo XX. Son dos décadas que siendo tan cercanas a nosotros pareciera que solamente cuestiones que nos son familiares se incluyen en su decurso. Sin embargo para el tema que deseo tratar aquí estos veintitantos años estuvieron preñados de cambios enormemente significativos para lo que era y lo que es ahora la historia de la ciencia en México, en Latinoamérica y en el mundo. Entre los aspectos significativos de mi experiencia editorial en primer lugar está el hecho de que la revista durante sus años de existencia vivió la transición tecnológica que conocieron las artes gráficas, las comunicaciones y la informática entre esos años. Recuerdo que empezamos haciendo tipografía para la revista en máquinas Composer, y capturando los textos mecanografiados de los artículos con la ayuda de “capturistas” que sin saber inglés o portugués eran capaces de copiar los textos sin cometer prácticamente errores; las páginas 1 Profesor Titular de Historia y Filosofía de la Ciencia. Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. E-mail [email protected] http://www.revistaquipu.com

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Publicado en: Boletín Mexicano de Historia y Filosofía de la Medicina, vol. 7, núm. 2 (2004), pp. 60-65.

Mi experiencia como editor de la revista Quipu

Juan José Saldaña1

Quipu, Revista Latinoamericana de Historia de la Ciencias y la Tecnología empezó a

publicarse cuatrimestralmente en marzo de 1984. El último número que se publicó apareció

en marzo de 2001. El solo señalamiento de estas fechas de inicio y terminación creo que

permite entender algunos aspectos importantes de la experiencia editorial, comunitaria y

disciplinaria que fue Quipu para los historiadores de la ciencia, la tecnología y la medicina

de América Latina al finalizar el siglo XX. Son dos décadas que siendo tan cercanas a

nosotros pareciera que solamente cuestiones que nos son familiares se incluyen en su

decurso. Sin embargo para el tema que deseo tratar aquí estos veintitantos años estuvieron

preñados de cambios enormemente significativos para lo que era y lo que es ahora la

historia de la ciencia en México, en Latinoamérica y en el mundo.

Entre los aspectos significativos de mi experiencia editorial en primer lugar está el hecho de

que la revista durante sus años de existencia vivió la transición tecnológica que conocieron

las artes gráficas, las comunicaciones y la informática entre esos años. Recuerdo que

empezamos haciendo tipografía para la revista en máquinas Composer, y capturando los

textos mecanografiados de los artículos con la ayuda de “capturistas” que sin saber inglés o

portugués eran capaces de copiar los textos sin cometer prácticamente errores; las páginas

1 Profesor Titular de Historia y Filosofía de la Ciencia. Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. E-mail [email protected]

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eran formadas por manos igualmente hábiles sin más recurso que un par de escuadras y

cera caliente para pegar las líneas y las correcciones que aparecían a lo largo de las

sucesivas revisiones de las pruebas. Los artículos nos eran enviados por sus autores

utilizando el correo aéreo o de superficie (el único que existía entonces) y el tiempo para

que llegaran a nuestro apartado postal era de unos quince días si el envío se hacía desde

países latinoamericanos o europeos, siete de los EUA, y dos o tres de México mismo.

Al final de la experiencia, en cambio, usábamos fax, computadoras, correo electrónico y

programas de edición que hicieron el proceso editorial y la comunicación entre los autores,

los árbitros y el editor algo completamente diferente de lo que había sido al inicio de la vida

de nuestra revista. Y fue así como pasamos de un trabajo cuasi artesanal, por los

instrumentos que se empleaban, a otro completamente informatizado que permitió que a

nuestra revista la dejáramos en 2001 en la puerta de la Internet, la publicación por pedido y

la publicación electrónica entre otras “maravillas modernas”.

Menos dramático que este cambio tecnológico, pero tal vez más profundo y de mayor

repercusión cultural, fue la transformación que tuvieron los estudios históricos de la ciencia

y la tecnología en el mundo en el mismo lapso de tiempo. Nuevamente las fechas de

referencia nos permiten apuntarlo. En 1981 se realizó el XVI Congreso Internacional de

Historia de la Ciencia en Bucarest al cual yo asistí –de hecho fue mi primer congreso

internacional-, presentando una ponencia sobre cuestiones teóricas y del método de esta

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disciplina derivadas de mi tesis doctoral.2 Entonces hacía pocos meses de mi reinserción a

México luego de cinco años viviendo en París en donde había tomado mi doctorado en

historia y filosofía de la ciencia con la profesora S. Bachelard. Ahora bien, a la distancia del

tiempo transcurrido me sorprende que en tal reunión mundial se trataran casi en

exclusividad temas referentes a la historia de la ciencia europea, y prácticamente nada sobre

la ciencia desarrollada en otras latitudes. Pero también recuerdo que entonces a todos eso

nos parecía normal.3 El profesor René Taton, un visionario a este respecto, para elaborar su

Histoire Générale des Sciences4 no encontró quien pudiera escribir algunos capítulos sobre

las ciencias en regiones geográficas fuera de Europa, y lo que finalmente incluyó al

respecto tuvo que ser escrito por su esposa reuniendo las informaciones dispersas

existentes, según me lo relató él mismo en una oportunidad.

Veinte años después las cosas estaban cambiando en forma radical, y en el XXI congreso

internacional el tema general fue “Ciencia y Diversidad Cultural”. Esta reunión mundial de

especialistas se llevó a cabo en la ciudad de México en 2001 contando con la participación

de un millar de colegas de más de cincuenta países, y a mí me correspondió ser el

organizador de la misma. En los trabajos que se presentaron se estudió a la ciencia

desarrollada en diferentes localidades y en todas las épocas y culturas. Este dato permite

2 Juan José Saldaña, "La `science´ et la `non-science´ dans l'explication historique des sciences", Science and Technology. Humanism and Progress, (Selected Papers presented at the XVIth International Congress of the History of Science), Romanian Academy, Bucharest, 1982, pp. 241-248. 3 Los seis o siete latinoamericanos presentes en el congreso nos reunimos y decidimos redactar la “Declaración de Bucarest” mediante la cual hacíamos un llamado para impulsar la historia de la ciencia en América Latina, aunque sin tener la menor idea de cómo hacerlo. Este documento se puede consultar en: www.smhct.org [Actualmente se encuentra en la Sección Documentos del sitio: www.revistaquipu.com N. del Ed.] 4 Histoire Générale des Sciences, publiée sous la direction de René Taton, 3 tomes, Paris, Presses Universitaires de France, 1966.

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por sí solo evidenciar la mutación temática que se produjo en estos estudios que, en el

relativamente corto lapso de dos décadas, incorporaron a la ciencia considerada hasta

entonces como “periférica” a su objeto focal de interés.

También fue significativo que entre 1982 y el inicio del nuevo siglo se formara y se

desarrollara una comunidad latinoamericana de historiadores de la ciencia, la tecnología y

la medicina. Ese año me correspondió organizar la Primera Reunión Latinoamericana de

Historiadores de la Ciencia y la Tecnología en Puebla, México, en respuesta al llamado de

la “Declaración de Bucarest”, y que dio lugar a la constitución de la Sociedad

Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología (SLHCT), de la que también

fui su primer Presidente. Entre los participantes en esta reunión fundadora, provenientes de

trece países, no existían prácticamente vínculos profesionales previos y se puede afirmar

por ello que la SLHCT nació sin antecedentes ni precursores. También por esa razón hubo

que inventar todo en esa organización científica regional, y poner en marcha todo por

primera vez. Y es que no había profesionales en este campo en América Latina. Un censo

informal que se realizó entonces, pero que el pasó del tiempo validó, mostraba que no

llegaban a una decena los doctores en la especialidad en toda América Latina. En México

yo había sido el primer doctor (1980) y por ello el Dr. Enrique Beltrán me consideraba el

“decano” de la profesión en México.5 Lo que no quiere decir, por supuesto, que no

hubieran existido con anterioridad excelentes historiadores de la ciencia en toda la región,

pero sí que su actividad profesional la constituía otro campo del conocimiento.

5 Enrique Beltrán, “La historia de la ciencia en América Latina”, Quipu, Revista Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología, vol. 1, núm. 1, pp. 7-23

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Entre las numerosas iniciativas que la SLHCT puso en marcha a partir de 19836 se

encuentra justamente la creación de una revista profesional especializada que decidimos

llamar Quipu,7 con la intención dar voz y repercusión internacional a las investigaciones

que sobre la historia de la ciencia y la tecnología latinoamericanas se estaban empezando a

producir. El Consejo Directivo de la SLHCT me confió el diseñar primero y poner en

práctica después este ambicioso proyecto y, como antes dije, el primer número se publicó

en la primavera de 1984.

Visto a la distancia de dos décadas no hay duda de que por los más de dos centenares de

artículos publicados en Quipu,8 la valiosa información que éstos diseminaron, las

incontornables realidades científicas que mostraron, y las imaginativas propuestas

metodológicas y temas que vehicularon, nuestra revista tuvo un papel decisivo, si bien no

único, en el cambio temático que conoció la disciplina y en la conformación de la

comunidad de especialistas en historia de la ciencia que hoy existe en América Latina. Pero

además Quipu logró atraer la atención de bibliotecarios y especialistas de otras regiones, lo

que hizo que en numerosas bibliotecas de Europa, los Estados Unidos, Japón y Australia la

revista pudiera ser consultada. La revista se cita de continuo en todo el mundo, y varias

enciclopedias, obras bibliográficas, y estudios historiográficos han señalado su existencia

6 Una relación de tales iniciativas, proyectos y realizaciones puede encontrarse en el Boletín Informativo que la SLHCT empezó a publicar y a circular por toda la región a partir de 1983. Estos Boletines han sido digitalizados recientemente y se pueden consultar en la página web de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y la Tecnología: www.smhct.org [Actualmente se encuentra en la Sección Documentos del sitio: www.revistaquipu.com N. del Ed.] 7 En referencia al notable sistema de registros y cómputo mediante cuerdas anudadas inventado por los quechuas y ampliamente utilizado por el Imperio Inca. Véase: Oscar Valdivia, “Matemáticas y astronomía precolombinas”, Historia social de las ciencias en América Latina”, Juan José Saldaña (Editor), México, UNAM-Grupo Editorial Miguel Angel Porrúa, 1996. 8 Los índices de la revista pueden ser consultados en www.smhct.org [Actualmente se encuentra en la Sección Números anteriores del sitio: www.revistaquipu.com N. del Ed.]

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como fuente indispensable para el conocimiento de la historia de la ciencia y la tecnología

en América Latina.9 Estos fueron dos hechos concurrentes y mutuamente implicados que

dieron lugar a un fenómeno también de enorme interés en la historiografía de la ciencia del

final del siglo XX: el “boom” de la historia de la ciencia regional.

En efecto, antes de que en otras regiones fue en América Latina en donde inició el estudio

sistemático de la producción y la actividad científica regional. Bajo el influjo de la SLHCT,

a partir de 1984, se constituyeron asociaciones de historiadores de la ciencia en Brasil,

Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, Perú y Venezuela, y otras ya existentes en

Argentina y México se revitalizaron. Se realizaron congresos regionales en La Habana

(1985), Sao Paulo (1988), ciudad de México (1992), Cali (1985), Rio de Janeiro (1988),

Buenos Aires (2004), y también en la ciudad de México en 2001 tuvo lugar el XXI

International Congress of History of Science ya mencionado. Además se realizaron varias

decenas de congresos nacionales, encuentros y coloquios sobre la historia de la ciencia

latinoamericana, algunos de los cuales tuvieron lugar fuera de la región en sitios como

Chicago, París y Madrid. Todo ello vino a significar un cambio en los objetos de estudio

hasta entonces considerados por la historiografía. Sobre todo porque se insistió en que la

ciencia latinoamericana debía ser estudiada por sí misma, por derecho propio, y no

solamente como un epifenómeno de la ciencia realizada en otras latitudes (Europa

principalmente). Esta idea hizo su camino paulatinamente y programas como el de la

historia de la ciencia colonial empezaron a ceder espacio al de la historia de la ciencia

9 En la revista Isis se publicaron dos “reviews” sobre Quipu. La Enciclopaedia Britannica y otras publicaciones bibliográficas hicieron referencia a nuestra revista igualmente. Entre otras obras dedicadas a la historiografía de la ciencia que mencionan a Quipu, véase: Helge Kragh, An Introduction the Historiography of Science, Cambridge, Cambridge University Press, 1989.

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latinoamericana y más generalmente regional. Y Quipu fue, naturalmente, pionera en la

expresión de este cambio y una de sus voces más conocidas.

A partir de 1985 también “nuestros” temas empezaron a ser discutidos en diversas

reuniones internacionales.10 Desde entonces en las principales reuniones de la especialidad

el tema regional latinoamericano fue abordado. Otras regiones geográficas y culturales

hicieron su aparición posteriormente en la historiografía hasta convertirse su estudio, el de

la ciencia local, en un componente necesario para la comprensión de la ciencia.11 En

particular el reconocimiento de ser la ciencia “ciencia situada” constituyó un objeto nuevo

de estudio que se amplió hasta llegar a la conclusión de que toda ciencia lo era.12 Esto tuvo

consecuencias importantes tanto en la agenda latinoamericana cuanto en la agenda de los

estudios históricos generales de la ciencia. De esta manera la existencia de una diversidad

cultural en la evolución histórica de la ciencia terminó por ser aceptada en los estudios

históricos de la ciencia.13

Quipu fue una publicación internacional dedicada exclusivamente a la historia de la ciencia

y la tecnología latinoamericana. Esta especificidad que algunos temieron fuera una

limitación o un radicalismo se convirtió no obstante en el aspecto más atractivo de la

10 La primera presencia organizada de historiadores latinoamericanos de la ciencia tuvo lugar en el congreso internacional que tuvo lugar en Berkeley, Calif, en 1985. Los trabajos presentados fueron publicados en: Juan José Saldaña (Editor), Cross Cultural Diffusión of Science: Latin America, Symposium “Cross Cultural Transmisión of Natural Knowledge and its Social Implicatiosn: Latin America”, vol. V Acts of the XVII International Congress of History of Science, Cuadernos de Quipu 2, México, SLHCT, 1987. 11 Véase, por ejemplo: P. Petitjean, C. Jami and A. M. Moulin (Editors), Science and Empires. Historical Studies about Scientific Development and European Expansion, Dordrecht, Kluwer Academic Publishers, 1992. 12 A esta conclusión llegan los autores de: C. Goldstein, J. Gray and J. Ritter (Editors), Mathematical Europe. History, Myth, Identity, Paris, Foundation Maison des Sciences de l´Homme, 1996. 13 Juan José Saldaña (Editor), Science and Cultural Diversity. Proceedings of the XXIst International Congress of History of Science, México, UNAM-SMHCT, 2002.

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revista. En sus páginas se publicaron resultados de investigación sobre las actividades,

personajes, instituciones, textos, laboratorios, enseñanza y aplicaciones tecnológicas de la

ciencia que se había cultivado “aquí y ahora”. Un énfasis se puso desde luego en la consulta

de archivos y de la bibliografía científica local hasta entonces pocas veces tenidos en

cuenta. Esta dedicación a un tema acotado geográficamente y culturalmente pero de

significación general fue consecuencia de lo que en mi opinión constituyó la mayor

contribución de nuestra aventura editorial: mostrar que la ciencia local no solamente posee

interés para esa localidad sino que es de significación universal. Las historias que se

publicaron sobre la primera traducción al castellano de los Principia de Newton realizada

por Mutis en la Nueva Granada; la transferencia a Argentina de la Mecánica relativista, las

observaciones astronómicas del siglo XVI; o la enseñanza de la física moderna al finalizar

el siglo XVIII en el Seminario de Minería de México, por solo ceñirme a algunos pocos de

los temas de Física que fueron publicados, mostraron que la comprensión histórica de la

ciencia misma no podía conseguirse ignorando lo que aconteció en lo que el clásico llamó,

y Lewis Pyenson recordó: In partibus infidelium.14

Esta inolvidable experiencia editorial movilizó a autores y árbitros de numerosos países

gracias a la existencia de la red regional que se fue formando a que antes me referí y que

era tanto causa como efecto de la revista. Nuestros colaboradores, obligados por las

circunstancias que se iban generando, hubieron de aprender en el camino a escribir en el

género artículo según normas editoriales precisas y a someterse al juicio de sus colegas.

14 Lewis Pyenson, “In partibus infidelium: Imperialist Rivalries and Exact Sciences in Early Twentieth-Century Argentina”, Quipu, vol. 1, núm. 2, pp. 253-303.

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Los árbitros aprendieron también a comportarse con rigor y serenidad en sus juicios. Se

debe tener en cuenta que antes de la aparición de Quipu en América Latina prácticamente

no se escribía historia de la ciencia. Y cuando se hacía era bajo el formato de libro,

normalmente producto de muchos años de trabajo de su autor, y hecho las más de las veces

“en solitario”. Escribir artículos sometidos a arbitraje internacional y por lo mismo a una

“confección” colectiva en la que participaban además del director de la revista varios

evaluadores, y con difusión muy amplia, además de una novedad fue un ejercicio

extremadamente útil de formación de cultura científica latinoamericana, es decir,

comparativa. Hasta entonces normalmente se carecía de conocimiento sobre el desarrollo

que habían seguido las ciencias fuera del propio país. La visión en este campo había sido

ciertamente corta. Y en ese sentido “Latinoamérica científica” empezó a significar algo

complementario a la Latinoamérica musical, literaria y política que en los años ochenta

dominaba. Poco a poco los historiadores y otros estudiosos de la región empezaron a contar

con la ciencia como un ingrediente, y no menor, de la identidad y la diversidad regionales.

Algo similar aconteció con los lectores de nuestra revista. Pero al referirnos al público al

cual estaba dirigida nuestra publicación primero hay que tomar en cuenta que estamos

hablando de que ese público estaba diseminado ¡en todo un Continente! Y en la época en

que iniciamos nuestras actividades la comunicación entre los países latinoamericanos

mismos, con excepción de los del Cono Sur, era mínima. Entre los intelectuales era común

decirnos que había que ir a Paris para descubrir a América Latina y encontrarse con otros

latinoamericanos. Entonces el desafío fue realmente grande. ¿A quién enviar los dos mil

ejemplares de la revista?

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Otro desafío fue que no existía de hecho tal público en tanto que público conformado por

lectores habituados a leer historia de la ciencia latinoamericana, y por lo tanto tuvimos que

proponernos formarlo, y en parte lo logramos. A este respecto fue de gran ayuda la creación

de asociaciones en diferentes países latinoamericanos en las que me toco intervenir en tanto

que presidente de la SLHCT, pues sirvieron para ir creando ese público en los diferentes

países. Como con el primer número se pensó en hacer un lanzamiento “latinoamericano”,

me correspondió viajar con ejemplares de Quipu en mi maleta para dar a conocer el

producto de nuestros sueños. Se organizaron “lanzamientos” en La Habana, Bogotá,

Caracas (¡dejando escurrir champaña sobre la revista!), Quito, Sao Paulo, Lima, Santiago y,

desde luego, México. Llegamos a tener subscripciones en muchos países pero en conjunto

no eran tan numerosas como se necesitaba. Dos factores en mi opinión conspiraron para

limitar la distribución de nuestra revista. El primero la falta del hábito de suscribirse a una

publicación científica periódica dedicada a la historia de la ciencia (o a cualquier otro tema,

según pude averiguar en muchos casos) porque nuestros lectores no eran historiadores de la

ciencia, sino científicos, historiadores generales y amateurs. El segundo, las innumerables

trabas y costos excesivos que en la mayoría de los países existieron siempre para enviar

“dólares” (era inevitable pasar por esa divisa) para el pago de las subscripciones. Hubo

lugares y momentos en que costaba 50 dólares o más el envío de los 12 dólares que costaba

la subscripción anual individual. Y hubo casos también en que los controles de cambios

hacían imposible enviar remesas en dólares al exterior. Ambos factores se sumaban y

volvían una tarea muy difícil conseguir el pago de las subscripciones. Sin embargo un

grupo no tan pequeño, solidario y consciente hizo el máximo esfuerzo para apoyar a la

revista con sus subscripciones personales, y ayudándonos a conseguir otras más sobre todo

hasta 1988 en que simultáneamente fui director de la revista y presidente de la SLHCT.

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Paulatinamente empezamos a conseguir también subscripciones de bibliotecas

universitarias tanto en América Latina como en otros países, sobre todo a partir de que

haciendo un esfuerzo económico importante empezamos a enviar como donación

ejemplares y colecciones a las universidades de varios países. Esto permitió que aumentara

considerablemente el número de lectores y el impacto de la revista.

Como se comprenderá tales aportaciones económicas de los subscriptores eran

indispensables para el financiamiento de la revista y su distribución. Además porque una

revista tan novedosa como la nuestra originaba que quienes pudieran financiarla, bajo una

inercia conservadora, no se animaban fácilmente a hacerlo. Siempre fue difícil y

complicado obtener siquiera apoyos parciales. Tratamos de imaginar diferentes esquemas

de financiamiento y obtuvimos algunos resultados interesantes. Por ejemplo, conseguimos

convencer a varias agencias gubernamentales de ciencia y tecnología para que

subvencionaran al menos un número que estaría dedicado a la historia de la ciencia del país

al que pertenecían. Así salieron números dedicados a Cuba, Brasil, México y Venezuela.

Pero el apoyo complementario que permitió que la revista se mantuviera durante tanto

tiempo, aunque con limitaciones importantes, nos fue proporcionado el Consejo Nacional

de Ciencia y Tecnología de México. En otros casos fueron algunas universidades como la

de Puebla o Cali las que contribuyeron a que la revista sobreviviera. A pesar de numerosas

gestiones que se realizaron nunca conseguimos que fundaciones privadas extranjeras o

instituciones gubernamentales de otros países fuera de la región aceptaran apoyarnos. En

general el aspecto financiero fue, junto con el de la distribución, el principal cuello de

botella que enfrentó Quipu.

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Ahora cabe preguntarse si nuestra revista fue el resultado de un “voluntarismo” de sus

promotores y de su director. Es verdad que al proyecto inicialmente lo arropábamos un

grupo de entusiastas partidarios de estudiar a nuestra ciencia y de diseminar el resultado de

nuestros trabajos a través de la revista. A ellos se sumaron los que empezaron a ser nuestros

alumnos pues logramos infundirles la “mística”, por llamarla así, de nuestro empeño. Todos

ellos contribuyeron de manera importante al mantenimiento de la revista de muy diversas

formas, y entre todos conseguimos los éxitos que antes he mencionado.

Sin embargo, a pesar de nuestros esfuerzos, persistían las deficiencias propias de una

empresa llevada a cabo en una región académicamente desfasada con lo que

contemporáneamente se hacía en Europa o en los Estados Unidos. En estos lugares

florecían desde mucho tiempo atrás sociedades de historia de la ciencia, revistas

especializadas, congresos, casas editoriales igualmente especializadas que en conjunto

proporcionaban una base sólida para el desarrollo profesional de la historia de la ciencia, y

de la que nosotros desde luego carecíamos. Muchos son los latinoamericanos que me

visitaron y pudieron constatar que en mi oficina de la UNAM literalmente se hacía todo lo

de la revista; desde la recepción de los artículos hasta pegar los sellos de correo en los

sobres. Nunca logramos separar del “editing” que era lo que nos correspondía, el

“publishing” y la promoción y venta que debieron estar en manos de profesionales. Eso

hacía que contra nuestros deseos fuéramos deficientes en estas tareas.

Al grupo inicial siguieron otros, y partir de los noventa enviamos a algunos jóvenes a

estudiar doctorados en el extranjero, aunque ya en Sao Paulo y México también los

podíamos ofrecer. Pero la tasa de crecimiento de nuestra comunidad era y sigue siendo

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pequeña. Fue esta circunstancia la que más afectó la vida de nuestra revista. Pues si por un

lado se trataba de una comunidad dinámica e imaginativa que hizo que nunca nos faltaran

buenos artículos que publicar, ella misma era incapaz de sostener una revista especializada

en la ciencia latinoamericana. Por lo que hace a la comunidad científica, ésta se mantuvo

siempre distante.15 Su reacción se podría atribuir a que nosotros nos ocupábamos y hasta

habíamos mostrado la existencia de lo que los científicos generalmente negaban: la ciencia

nacional. Educados en una visión de la ciencia que la concibe como exógena a nuestros

países, los científicos no comprendían ni se interesaban por el resultado de nuestras

investigaciones. Pero de ello no se les podía culpar pues correspondía a los historiadores de

la ciencia latinoamericana producir una inflexión en tal visión dominante de la ciencia. Y es

a eso a lo que aspirábamos con Quipu.

Se puede afirmar que fue una empresa “voluntarista” si es que por ello se entiende que la

iniciamos y la llevamos a cabo en la ausencia de las condiciones normalmente necesarias

para tal fin. No cabría llamarla así si se toma en cuenta que la revista logró sus metas

principales y algunas de ellas superaron con mucho las expectativas, lo cual no puede ser

solamente resultado de un capricho. A finales de los años noventa la idea de que el tiempo

de nuestra revista estaba pasando surgió y se decía, debería pasar a ser una publicación

electrónica en Internet; o bien, abrirse a una temática propia de la globalización aunque sin

abandonar su perfil regional. En cuanto a enfrentar los problemas de distribución y de

15 En 1994 pudimos disponer del directorio del Sistema Nacional de Investigadores de México para enviarles a sus seis mil miembros información sobre Quipu con una publicidad atractiva. Esperábamos que entre el 10 y 15 % tomaran una subscripción. El resultado fue catastrófico. Solamente 13 personas adquirieron la subcripción anual. Y exceptuando a una de ellas, todas las demás eran personas conocidas mías a las que hubiera podido tener acceso sin pasar por el gasto enorme de correo, personal y materiales publicitarios.

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carácter financiero que aquejaban a la revista se pensó, como ya se había hecho en el

pasado, en conseguir una casa editora y distribuidora profesional aunque sin resultado.

Finalmente, y en la ausencia de un proyecto alternativo bien definido y con nuevos

individuos dispuestos a llevarlo a cabo, la revista dejó de publicarse hace tres años. Yo no

se si la revista resurgirá algún día, pues corresponde a la nueva generación de historiadores

de la ciencia preguntarse si aún tiene sentido que Quipu exista y cuáles serán las formas

para conseguir esa meta.

Por mi parte yo considero que Quipu cumplió con las tareas que le fueron asignadas como

medio de expresión de una comunidad en formación que pugnaba por comunicar una visión

alternativa de las cosas. El impacto y la resonancia que consiguió la revista así lo

testimonian. Además, el interés que en la actualidad se puede constatar que existe por la

historia de la ciencia nacional en diferentes medios académicos y aún fuera de ellos, es

justo reconocerlo, es la consecuencia de dos décadas de diseminación de la cultura

científica de América Latina a través de la revista latinoamericana de historia de las

ciencias y la tecnología. Ahora son otros tiempos y se dispone de otros medios. Atrás

quedaron las escuadras y la cera, y ahora nos espera la sociedad de la información. En

cualquier caso, ¡qué excitante aventura fue para mi generación haber tenido la oportunidad

de hacer nacer y desarrollar la experiencia editorial e intelectual que significó Quipu!

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