merleau-ponty, el ojo y la mente

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ESTÉTI om pil dor H ROLD  OSBORNE

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7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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ESTÉTI

ompil dor

H ROLD

 OSBORNE

Page 2: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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Primera edición   en   inglé s 1972

P r i m e r a

  edición en esp año l 1976

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IV. EL OJO Y LA ME NT E

1

M.

  M E R L E A U - P O N T Y

Lo que

  trato

  de

  trasmitir

  es más

 misterioso:

está

 entrelazado  en las  raíces mismas  de l  ser,

en

  la

  impalpable fu nt

de las

 sensaciones.

J.  G A S Q U E T

Cézanne.

1

LA   C I E N C I A   manipula cosas  y  desiste  de  vivir  en

ellas. Hace

  su s

 propios m odelos l imitados

 d e

 cosas;

operando  con  esas variables  e  indicadores  para

efectuar

  todas las t ransformaciones p ermi t idas por

definición,  sólo en raras ocasiones se enfrenta al

mundo real . La ciencia es y siempre ha sido ese

modo  de  pensar admirablemente activo, ingenioso

1  L'Oeil et l 'esprit fue el últim o trabajo pub licado en  vida

de Merleau-Ponty.  Apareció  en el númer o inaugur a l de

 Art de

France,

  vol.  1, n ú m .  1 (enero  de  1961). Despu és  de su  muer te

fu e

  reimpresa

  en

  Les

  Temps   Modernes,

  j u n t o

  co n

  siete artículos

dedicados

 a

 él .

 H a

 sido publicado

 en

 libro

 po r

  Gallimard (1964).

Tanto

  el

 artículo

 de Art de

 France como

 e l

 libro tienen

 ilustracio-

ne s escogidas por

  Merleau-Ponty .

 Según el profesor

 Cl aude

 L e-

fort,  L'Oeil e t l 'esprit es una  presentación prelimin ar de ideas

que   ser ían desar rol ladas  en la  segunda par te  de l  libro  que

Merleau-Ponty estaba escribiendo al morir: Le   visible   et  ¡ invisible

(parte del  cual  ha  sido

 publicado

 p o s t u m a m e n t e po r Gall imard

en  febrero  de  1964). E l traductor desea expresar su p r o f u n d o

reconocimiento a  George  Downing, que  dedicó

  muchas

 largas

horas a las

  revisiones

  finales de la tradu cción. Tamb ién agra-

dece

 a

  Michel

  Beaujour ,

  Ar leen

 B.

  Dallery y

 Rober t Reitter

  po r

sus

  consejos

  y

  aliento.

 (N .

  de l

  t r aduc tor

 al inglés.)

98

EL OJO Y LA

  M E N T E

99

y   at revido cuya tendencia fundamental  es  tratar

todo como si fuera un objeto en general , como si

no significara nada  para  nosotros y sin embargo

estuviera predestinado

  para

  nuest ro uso.

Pero la ciencia clásica se aferraba a cierta sensa-

ción

  de la

 opacidad

  al

 m u n d o ,

  y

 mediante

  su s

 cons-

trucciones esperaba

  regresar

  al

  m u n d o .

  Por

  esta

razón la ciencia clásica se sentía obligada a buscar

un  fundamento t rascendente  o  trascendental  para

sus creaciones.  Hoy encont ramos  -no en la ciencia,

pero

  sí en una  filosofía  de la ciencia am pliamente

prevaleciente- ,  un  e n f o q u e

  enteramente

  nuevo .

Las  actividades científicas constructivas  se ven y se

representan como autónom as, y su pensam iento se

reduce del iberadamente  a un  conjunto de  técnicas

de

  recopilación

  de

  datos inventadas

 por

  ellas. Pen-

sar

 es,  pues, probar,  operar,  t ransformar  a  condi-

ción  de que esa  actividad  sea  regulada  por el con-

t rol experimental  q ue  sólo admite  lo s  fenómenos

más elaborados ,  m ás  probablemente producidos

por el  aparato  que  registrados  por él. De  este  es-

tado  de  cosas surge toda clase  de  empresas diva-

gantes.

Hoy más que nunca, la ciencia es sensible a mo-

das y entusiasm os intelectuales. C uando un modelo

t r iun fa

  en un

  orden

  de

  problemas,

  lo

  prueba

  en

todos los dem ás. En la actualidad, po r ejem plo,

toda n ues tra em briología y biología están l lenas de

  grados . En qué

  difieren éstos exactamente

  de lo

que

  t radicionalmente

  se

 llamaba

  orden o

  totali-

dad no  está claro. Esta cuestión,  sin  embargo,  no

se

  plantea;

  ni

  siquiera

  se

  permi t e .

  Los

 grados

  so n

redes  que  ar ro j amos  al  mar ,  sin  saber  qué

  habre-

m os

  de  recoger.  O más  b ien ,  es la  delgada rama

sobre

  la que

  habrán

  de

  formarse cristal izaciones

imprevisibles. Por  cierto que esa libertad  de opera-

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EL OJO Y LA

  M E N T E

ción servirá para superar muc hos dilemas inútiles,

siempre

  que nos

  preguntemos

  de

  tanto

  en

  tanto

por qué el aparato  funciona  en un lugar y falla  en

otro.  Con  toda  su  fluidez,  la ciencia debe,  sin em-

bargo,

 entenderse a sí misma;  debe verse  a sí mis-

ma como una construcción basada sobre un  m u n d o

bruto existente y no reclamar

 para

  sus operaciones

ciegas ese valor constitutivo que los conceptos na-

turales podían tener en una filosofía idealista. De-

cir que el m un do es, por definición nom inal, el

objeto

 X

  de nuestras operaciones, es tratar el cono-

cimiento  del científico  como  si  fuera absoluto ,

como

 si

 todo

 lo que es y ha

 sido sólo hub iera estado

dest inado  a  llegar  al  laboratorio.  El  pensar  en

forma  operativa ha  llegado a ser una  especie de

artificialismo  absoluto, como

  el que

  vemos

  en la

ideología de la cibernética, en que se derivan crea-

ciones  h u m an as de un  proceso  de  información n a-

tural,

  concebido

  a su vez

  sobre

  el

  modelo

  de las

máquinas

  humanas^Si

  este tipo  de  pensamiento

extendiera  su dominio a l hombre y a la historia; si ,

fingiendo  ignorar  lo que  sabemos  de  ellos  por

nuestras propias situaciones, se pusiera a  construir

al hombre y a la historia sobre la base de unos

pocos indicadores abstractos (como lo han hecho

en los Estados Unidos u n  psicoanálisis decaden te  y

un  culturalismo decadente), entonces, puesto  que

el  hombre se convierte realmente en el manipulan-

dum  que se considera a sí mismo, entramos en un

régimen cultural donde

  no hay

 verdad

  ni

  falsedad

con respecto al hombre y a la historia, en un sue ño,

en una pesadilla, de la que  nojhay  despertar.

El  pensamiento

  científico,

  un pensamiento que

observa desde

 arriba,

 y piensa en el objeto en gene-

ral,  debe volver al hay suby ace nte a él; al sitio, a l

 

OJO Y LA

  M E N T E 101

suelo

  de l

  mundo sensible

 y

 abierto

  ta l

 como

 es en 

nuestra

  vida

  y

  para nuestro cuerpo,

  no ese

 posible

cuerpo

 al que

  podemos legítimamente considerar  .

como

 una

  máquina

 de

 información sino

 ese

 cuerpo

real que llamo mío, este centinela callado y atento a

la

 orden de mis palabras o de mis actos. Adem ás, es

preciso presentar

  cuerpos

  asociados

jun to

  con mi

cuerpo,  los  otros , no simplemen te como mis con-

géneres, como dice  el  zoólogo, sino  los  otros  que

me persiguen  y a quiene s persigo;  los  otros j u n t o

co n  quienes persigo

  un Ser

  único, presente

  y real'

como nin gún anim al persiguió nun ca a los seres de

su  propia especie, situación o

 habitat.

  En esa histo-

ricidad

  primordial

  el

  pensamiento ágil

  e

  improvi-

sador  de la  ciencia aprendería  a  arraigar  en las

propias

  cosas

  y en sí

  mismo,

 y

 volvería

  a ser filo-

sofía . . .

Pero el  arte,  especialmente  la  pintura, se ali-

menta  de ese  tejido  de  significados  brutos que la

operatividad preferiría ignorar. El arte y sólo el

arte

  lo hace con total inocencia. Del escritor y del

filósofo, en contraste, queremos opiniones y con-

sejo.  Queremos  que  tomen posición:  no  pueden

eludir  la responsabilidad  de  hombres  que  hablan.

La música, en el otro extremo, está demasiado más

allá  del mu ndo y de lo designable para pintar otra

cosa que algunos esbozos  vagos  del Ser: su

  dismi-

  j¡

nución  y aumento ,  su  crecimiento,  su s  trastornos,

su

 turbulencia.

Sólo  el  pintor tiene derecho  a  mirarlo todo  sin

estar obligado a juz gar lo que  veS Para el pintor,

podríamos decir,  las contraseñas del conocimiento

y  la

  acción pierden

  su

  significado

  y su

  fuerzaj)>Los

regímenes políticos que  denuncian pintura  dege-

nerada

rara

 vez

 destruyen cuadros:

  lo s

 ocultan,

 y

se

 siente  ahí un  elemento  de  nunca  se  sabe que

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  4

E L OJ O Y L A ME NT E

E L OJO Y L A ME NT E

105

cien de mi

 visión. Digo

 de algo que es

 mov ido; pero

mi cuerpo

  se

 mueve

 a sí

 mismo,

 m i

 m ovimiento

 se

despliega  a sí mismo. No se ignora  a sí mismo; n o

es

 ciego a sí mismo; irradia de un ser .. .

El

 enigma

 es que

  rni cuerpo

 al

 m ismo tiempo

 ve y

es  visto.

 Lo que

  mira todas  las cosas tam bién puede

mirarse

  a sí

  mi s mo

 y

  reconocer,

  en lo que ve, el

 otro

  lado

de su

  capacidad

  de

  mirar.

  Se ve a sí

mismo

  viendo;  se  toca a sí m ismo tocando;  es  visi-

ble y  sensible para  sí  mismo.  No es un ser por

t ransparencia , como e l pensamiento , que só lo

piensa

  su

  objeto as imilándolo, consti tuyéndolo,

transformándolo en

 pensam iento .

 Es un ser por la

confusión, el narcisismo, por inherencia del que ve

en lo que ve, y por  inherencia  del que  siente en lo

sentido;

  un ser

 atrapado

 en las

 cosas,

 que

  tiene

  un

frente  y una espalda, un pasado y un futuro

 .. .

Esta

  paradoja

  inicial

  no puede s ino producir

otras.  Visible y móvil ,  mi cuerpo  es una  cosa entre

cosas;

 está preso en el tejido del  mundo , y su cohe-

sión

 es la de una cosa. Pero d ebido a que se muev e

 

ve, ve a las cosas  en un  círculo a su  alrededor.

2

Las

  cosas son un anexo o prolongación de él

mismo;

 están incrustad as en su carne, son parte de

su  definición completa; el m und o está hecho de la

misma

  materia

  que el

  cuerpo. Esas inversiones,

esas antinomias,

3

  son diferentes modos de decir

que  la  visión ocurre entre, o está atrapada en, co-

sas,

  en el  lugar donde algo

 visible

 emp rende  la vi-

sión,

  se

 vuelve

  visible

  para

  sí

 mi s mo

 a

  través

 de la

visión  de cosas;  allí  donde persiste, como el agua

madre  en  cristal,  la  indivisión  del que  siente  y lo

sentido.

2  Cf. Le

  visible

  et

 ¡ invisible,  París,  1964,  pp .  273, 308-311.

3

  V .

 S ignes,

  París, 1960,  pp.  210, 222-223, especialmente  la s

notas , por una  aclaración de  esta  ciraiiaridad .

Esa

  interioridad no es más precedente a la dispo-

sición  del cuerpo humano que resultado de ella.

¿Qué pasaría  si  nuestros ojos estuvieran dispues-

to s de tal modo que nos imp idieran ver parte algu-

na de

  nuestro cuerpo,

  o si

 algu na funesta disposi-

ción  de nuestro cuerpo nos permitiera mover las

manos

 «obre cosas impidiénd onos al mismo tiempo

tocar nuestro propio cuerpo?

  ¿O si,

 como algunos

animales,

 tuv iéram os ojos laterales sin fusión de los

campos

 visuales? U n cuerpo de ese tipo no se refle-

jaría  a sí mismo; sería un cuerpo casi diamantino,

no

  verdaderamente

  de

  carne,

  no

  verdaderamente

humano . N o habr ía humanidad .

Pero la humanidad no se produce como efecto

de nuestras articulaciones o de la forma como te-

nemos implantados  los ojos (men os  aún de la exis-

tencia

  de  espejos  que  pueden hacer todo nuestro

cuerpo visible p ara nosotros). Esas contingencias, y

otras

  semejantes,

  sin las

  cuales

  la

  humanidad

  no

existiría,

 n o

 producen

  por

  simple adición

 la

 existen-

c ia   de un solo hombre.

La animación del cuerpo no es

 el

 m ontaje o yux-

taposición  de sus

  partes. Tampoco

  es

 cuestión

  de

una mente o espíri tu qu e desciende de alg una otra

parte

  al

  interior

  de un

  autómata; es to supondría

aún que el cuerpo carece de interior y de

  ser .

Tenemos

 u n

 cuerpo hum ano cuando entre

 el

 tocar

  lo  tocado, entre un ojo y el otro, en tre  un a  mano

 

la  otra,  se  produce algún tipo  de  fusión,  cuando

salta  la  chispa entre  el  sentir  y  lo  sensible,  y en-

ciende el fuego que no dejará de arder hasta que

algún

 accidente del cuerpo desh aga lo que n ingún

accidente hubiera bastado para hacer...

Una vez dado este extraño sistema de intercam-

bios,

  hallamos ante nosotros todos los problemas

de la pintu ra. Estos intercambios ilustran el enigma

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106

  OJO Y LA

  MENTE

del  cuerpo,  y ese  enigma  los justifica. Puesto  que

las

  cosas  y mi  cuerpo están hechos  de la  misma

materia, la

 visión

 de alguna manera debe tener lu-

gar en ellas; su manifiesta visibilidad debe ser repe-

tida

  en el cuerpo por una

  visibilidad

  secreta. La

naturaleza  está

  en el

  interior , dice Cézanne.

  La

calidad, la

 luz,

 el

 color,

  la

  profundidad,

  que

  están

ahí ante nosotros, sólo están

 allí

  porque despiertan

un eco en

 nuestro cuerpo

 y

 porque el cuerpo

 les da

la

 bienvenida.

Las cosas tienen  un  equivalente interno  en mí:

despiertan en mí una fórmula carnal de su presen-

cia.

  ¿Por qué no habrían esas correspondencias de

originar a su vez una  forma visible en la que  cual-

quier

  otro pueda reconocer los motivos en que se

basa  su

  propia

  inspección  del  mundo? Así,  de la

segunda capacidad surge algo visible , de la pri-

mera una esencia carnal o icono. No es una copia

desvaída,  un  simulacro de  otra  cosa.  Los animales

pintados en los murales de Lascaux no están all í del

mismo  modo  que las fisuras y formaciones

 calizas.

Pero tampoco están

 en

  otra parte Empujadas hacia

adelante

  aquí, hacia atrás allá, sostenidas  por la

masa de la  pared  que  ut i lizan  tan  hábilmente, se

despliegan

  por el

 muro

  sin

  romper nunca

 sus

 eva-

sivos vínculos

  con él.

  Sería

  muy

  difícil

  decir

  dónde

está

  el

  cuadro

  que

  estoy

  mirando.

  Porque

  no lo

miro como miro

 una

  cosa:

 no lo  fijo en su

 lugar.

 Mi

mirada vaga

 por él

 como

 en los

 halos

 del

 Ser. Sería

más

  exacto decir  que veo  según  él, o con él, y no

que lo veo a él

La  palabra imagen goza de mala reputación

porque

  hemos creído irreflexivamente

  que un di-

bujo  era un  calco, una  copia, una  segunda cosa, y

que la

  imagen mental

  era un

  dibujo semejante,

parte de nuestra mezcolanza privada. Pero si en

 

OJO Y LA  MENTE

107

realidad no es ninguna de esas cosas, entonces ni el

dibujo  ni la  pintura corresponden  al en-sí  más que

la imagen. Son el interior del  exterior  y el  exterior

del interior, que la duplicidad del sentir hace posi-

ble y sin lo

 cual nunca

  entenderíamosÓa

  casi pre-

sencia

  e inminente visibilidad que configuran

todo

  el

 problema

  de lo

 imaginario:

 La

 pintura

  y la

mímica  del actor no son

  artificios

  tomados del

mundo real para  significar  cosas prosaicas ausen-

tes.

  Porque

  lo

 imaginario está mucho

  más

  cerca,

 y

mucho más  lejos de lo real: más cerca porque está

en mi cuerpo como diagrama de la vida de lo real,

con

 toda

 su

 pulpa

 y su

 reverso carnal expuestos

 a la

vista  por

  primera vez.

 En

 este sentido dice enérgi-

camente Giacometti,

4

  Lo que me interesa en toda

pintura

  es la semejanza;  es

 decir,

  lo que es  seme-

janza

 para

 mí: algo que me hace descubrir más del

mundo. Y lo  imaginario está mucho más

  lejos

  de

lo  real porque el cuadro es una analogía o seme-

janza

  sólo según  el  cuerpo; porque  no  ofrece  a la

mente  una

  ocasión

 de

 volver

 a

 pensar

  las

 relaciones

constitutivas

 de las cosas; porque más bien ofrece a

nuestra

 mirada

para

  que

  ésta pueda unirse

 a

 ellos,

las

  huellas  de la  visión  hacia adentro,  y

  porque

ofrece

 a la

 visión

 sus

 tapices interiores,

 la

 imaginaria

textura  de lo real.

¿Diremos, entonces,

  que

  miramos hacia afuera

desde adentro, que hay un tercer ojo que ve los

cuadros

  y

 hasta

 las

 imágenes mentales, como solía-

mos  decir que había un tercer oído que captaba

mensajes  del exterior a través de los ruidos que

ocasionaban

  dentro de nosotros? Pero, ¿cómo po-

dría esto ayudarnos, cuando el verdadero pro-

blema  es comprender cómo sucede que nuestros

4  G. Charbonnier, Le  monologue

 dupeintre

París, 1959, p. 172.

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110 EL OJO Y LA ME NTE

origen, la génesis, la metamorfosis del Ser en su

visión.

 Es la

 montaña misma

 la que

  desde afuera

 se

hace

 visible

 para el pintor; es a la montañ a a la que

éste interroga con su mirada.

¿Qué le pide? Que  revele los m edios, visibles y no

otros, por los que se hace una montaña ante sus

ojos.

  Luz , i lumin ació n, sombras , ref le jos , color,

  to -

dos los objetos de su indagación no son del todo

objetos reales; como los fantasmas, sólo-tienen exis-

tencia

  visual.  En  realidad sólo existen  en el um-

bral

  de la

  visión profana;

  no

 todos

 los

 ven.

 La mi-

rada  del  pintor  le s p regun ta  qué  hacen  para  oca-

s ionar repent inamente  que  algo  sea y sea  esto qué

hacen para componer es te tal ismán m un da no

 y ha-

cernos  ver lo visible.

Vemos qué la

 m a n o

  que nos

  apun ta

  en

 La

  ronda

nocturna  está realmente

  allí

 sólo cuand o vemos que

su

  sombra sobre  el  cue rpo  del  capi tán  la  presenta

s imul táneamen te

  de

  perf i l .

 La

 espacial idad

 del ca-

pitán  se halla en el punto de convergencia de dos

líneas

 de  vis ión incompat ib les y sin  embargo reuni-

das.  Todo  el que  tenga  ojos habrá contemplado

alguna vez ese juego de sombras, o algo semejante,

y  habrá sido l levado por  ello  a ver un  espacio y las

cosas incluidas en él. Pero  función  ̂ en nosotros sin

nosotros: se ocu lta en el hac er v isible el ob jeto. Pa ra

ver el objeto, es necesario no  ver el juego de  luces y

sombras alrededor de él. Lo visible en  sentido pro-

fano  olvida sus  premisas ; s e basa  en una visibil idad

total  que  debe  se r  recreada  y que  libera  lo s  fan -

tasmas cautivo s en ella. Los mo dern os, com o sabe-

mos,  han l iberado muchos otros ; han agregado

muchas notas  sordas a la  gama oficial de

  nuestros

medios  de  ver. Pero  en  todo caso la  interrogación

de la  pintura mira hacia  esa  secreta  y  af iebrada

génesis

  de  cosas en  nuestro cuerpo.

E L O JO Y L A M E N T E

11 1

Y  por tanto no es una pregunta hecha por al -

guien

  que sabe a alguien que no sabe, la pregunta

del maestro de escu ela. La preg un ta su rge de al-

guien  que no  sabe ,  y se  dir ige  a una  vis ión,  una

vista,  que lo sabe todo  y que no  hacemos nosotros,

porque ella misma se hace en nosotros. Max Ernst

( junto

  con los

  surreal istas) dice ju s tam ente : Así

como el

  papel

  del

  poeta desde

  la

  famosa

  Lettre

  du

voyant

  (de Rimbaud)  consiste  en  escribir bajo  lo s

dictados de

  lo

 que se piensa, de lo que se articula a

sí mismo  en él, el papel  de l

 pintor

 es captar y  pro-

yectar lo que es

  visto

  en  él. 5  El p in to r  vive

  fasci-

nado.  Las acciones más  propias  de él -esos  gestos,

esos  cami n o s  que  sólo  él  puede descubr i r  y que

serán revelaciones para los demás (porque los de-

más no tienen las mism as carencias que él o no las

tienen

  del

  mismo

 modo -

 para

  él

 parecen em ana r

de las cosas mism as, como el d i b u jo de las constela-

ciones.

Inevi tablemente

 se cambian lo s papeles entre él y

lo

  visible. Por eso, muc hos pintores han dicho que

las  cosas

  los

  miran. Como dice  André  Marchand,

según  Klee:  En un bosque, much as veces he sen-

tido que no era yo quien m iraba al bosque . Algunos

días sentía que los árboles me miraban, me habla-

ban . . . Yo

  estaba

  allí,

  escuchando

 . . .

  Creo

  que el

pintor debe ser penetrado por el universo y no

tratar  de penetrar  en

 é l . . .

 Yo espero estar su me r-

gido, enterrado hacia adentro.

  Tal vez

 pinto para

escapar. 6

Hab lamos de inspiración , y deber íamos tomar

la  palabra l i te ralmente . H ay  realmente  una  inspi-

ración y una  espiración  del  Ser, acción y pasión  ta n

5  C h a r b o n n i e r ,

  op.

  cit. p. 34.

6  Ibid. pp.  143-145.

Page 9: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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O

 

ce

n c

ve

so i

f a r

to t

tas i

m o

mu

m ee

d e 1

g é n t

112 EL OJO Y LA  MENTE

escasamente discernibles que se hace imposible dis-

tinguir entre  lo que ve y lo que es visto, lo que pinta

y

  lo que es  pintado.

Se  podría decir  que un ser  humano nace en el

momento  en que  algo  que  sólo  era  virtualmente

visible,

 dentro del cuerpo de la madre, se vuelve

simultáneamente visible para  s í misma y para nos-

otros.  La  visión  del  pintor  es un  continuo naci-

miento.

n los  cuadros mismos podríamos buscar  una

f i losof ía f igu rada   7  de la visión,  s u iconografía  ta l

vez.

  No es

 casual,

 por

 ejemplo,

 que con

 frecuencia

en

 las pinturas holandesas -y en muchas otras- un

  interior vacío esté digerido por el  ojo redondo

del espejo .8 Ese modo prehumano de ver las cosas

es

  el modo del pintor. De manera más completa

qu e luces, sombras  y reflejos, la imagen  d el espejo

  anticipa,  en las cosas, la  obra  de la visión. Como

todos

 los

 demás objetos técnicos, como signos

 y

 he-

 

rramientas,

 el

 espejo surge sobre

 el

 circuito abierto

entre  el  cuerpo  que ve y el cuerpo visible. Toda  I

técnica  es una  técnica corporal .  U na  técnica  es - 

boza  y amplía  la estructura metafísica  d e  nuestra

carne. El espejo aparece porque yo soy vidente-

visible,

 porque hay una reflejabilidad de lo sensi-

ble;  el  espejo traduce  y reproduce  es a reflejabili-

dad.  M i exterior  s e completa  en y a  través  de lo

visible. Todo lo que  tengo de más secreto está en

este

  visage,

 esta cara, esta entidad plana  y cerrada

sobre la cual ya me he interrogado con asombro a

propósito de mi reflejo en el agua. Schilder 9 ob-

7  . . .une

  philosophie

  figurée ... cf Bergson  (Ravaisson),

nota 1, p. 78.

  P.

 Claudel,

 Introduction

 a la

 peinture

  hollandaise,

  París, 1935.

9  P.  Schilder,  The Image and Appearance   o the   Human  Body,:

Londres,

 1935, Nueva York, 1950,

  pp.

 223-224 f'La imagen

 de»

EL O JO Y LA

  MENTE

 

serva  que,

 a l

  f u m a r u n a p i pa ante ur i espejo, siento

la

  s u p e r f i c i e

  s u a v e

  y ardiente d e a ¡naciera  no sólo

d o n d e tengo l os dedos  s i n o  t a m b i é n  en esos dedos

f a n t a s m a l e s ,

  esos dedos  m e r a m e n t e  visibles

  en el

espejo. El  f a n t a s m a  d el  espejo  'está  f u e r a d e m i

c u e r p o ,

  y por eso

  mismo

  la  " i n v i s i b i l i d a d "  d e m i

p r o p i o cuerpo puede  a p l i c a r s e  a los demás cuerpos

que   veo.1 0

  P o r

  t a n t o ,

  m i  cuerpo puede  a s i m i l a r

s e g m e n t o s derivados d el cuerpo  d e otro,  a s í como

mi

  s u s t a n c i a pasa

 a

  ellos;

  el

  h o m b r e

  es el

 espejo

 d el

ho mb r e . El espejo  m i s m o  es el

  i n s t r u m e n t o

  d e u n a

m a g i a

  u n i v e r s a l

  qu e

  convierte

  las c o sas en

 espec-

t á c u l o ,

  lo s

  espectáculos

 e n

  cos a s ,

  a m í m i s m o e n

o tr o y a  otro  en yo

  m i s m o .

  Lo s  a r t i s t a s  h a n r a e d i -

l a d o

  f r e c u e n t e m e n t e

  sobre  lo s espejos  porque  po r

d e b a j o  d e e s e

  truco

 m e c á n i c o "

 reconocían,

  a l

 i g u a l

qu e  en el caso  d e lo s t r uc o s d e la per spec t iva ,1 1   la

m e t a m o r f o s i s

  d e. veedor y

  vista

  qu e

  d e f i n e

  a la vez

n u e s t r a carne y la

  voca ci ón

  d el

  p i n t o r .

  Es o

  e x pl i c a

po r   q u é con  t a n t a

  f r e c u e n c i a

  h a n gustado d e retra-

t a r s e  en el acto d e  p i n t a r  (y toda ví a l o hacen, como

lo  a t e s t i g u a n  lo s  d i b u jo s  d e  M at i sse ) , agregando a

lo

  qu e

  ellos  veían  e n t o n c e s ,

  lo que las

 cosas  v e ían de

cuerpo no  está

  c o n f i n a d a

  en las fronteras  del  propio cuerpo.

  la y

  un a

  imagen

  d el

  cuerpo fuera

  d e  nosotros,  y es

 notable

  el

( p i e

  lo s

 pueblos  p r i m i t i v o s

  i n c l u s o a t r i b u y a n u n a

  e x i s t e n c i a sus-

t a n c i a l  a la

  imagen

  en el

 espejo

(p .

 278).

  E l

 estudio anterior

  y

m ás  breve

  d e

  Schilder, Da s  Korperschema,  B e r l í n ,  1923,

  es

 citado

v a r i a s

 veces

  en  La estructura de la conducta   y en  Fenomenología de

la   percepción.  La

 obra

 posterior de Schilder tiene especial interés

i « n i  referencia  a l a s  elaboraciones  d el  propio  M e r i e a u - P o n t y

sobre el significado del cuerpo humano; por esa razón

  v a l e

 la

p e n a

  revisarla, así como por la oportuni dad que

  o f r e c e

  de dis-

i r r n i r

  algunas coincidencias funda menta les entre Merleau-

l ' o n t y  y

 algunos pragmatistas norteamericanos.]

  '

  Cf.  Schilder, Image,

  pp .

  281-282.

  (N. del t .  i n g l é s . )

'  Roben  D e l a u n a y ,

 Du  cubisme

 a  i art abstrait,  París, 1957.

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7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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114

EL OJO Y LA MENTE

ellos. Es como s i a f i rmaran que hay una  visión total

o  absoluta , fuera  de la  cual  no hay  nada  y que se

cierra sobre e l los . ¿Dónde podemos ubicar , en el

reino  de la com prens ión, esas operaciones ocul tas y

la s  pociones  e  ídolos  que  u rden? ¿Cómo podemos

llamarlas?

  Consideremos,

  como

  lo hace Sartre  en

La

  náusea

l a sonr i sa de un rey muer to mucho

t iempo antes  y que  con t inúa produc iéndose  y re-

produciéndose sobre

  la

  superf ic ie

  de una

  tela.

  N o

es  suf ic iente

 co n

  decir

  que

  está allí como

  una

  ima-

gen o esen cia; está ahí como ella mis ma , como lo

que siempre ha estado más vivo  en ella, aun ahora

c u a n d o c o n t e m p l o  e l  c u a d r o .  E l  " ins tan te  de l

mundo"

  q u e

  quería pintar Cézanne,

  u n

  instante

que ha pasado hace mucho, todavía nos acomete

desde sus  cu adros .

1 2

  Su M onte Sa in t -Vic to r se

cons t ruye y r econs t ruye de un ex t remo a  otro

de l  m u n d o  en una  fo rma d i fe ren te  de ,

  pero

  no

menos enérgica que, la de la roca sólida situada

sobre Aix.

La  esencia y la  existencia , lo i m a g i n a r i o y lo  real,

¡o

  visible  y lo  invisible: el  p in to r confunde todas

nuestras categorías a l desplegar su u nive rso onír ico

de esencias carnales, de se me janza

 efectivas,

 de sig-

nificados

  mudos.

3

¡Qué claro estaría todo

  en

  nues t ra  filosofía

  si

pud ié ramos exorc izar esos fan tasm as , hacer de

12

  "¡Transcurre  un  ins t an te  de la  vida  del

  m u n d o

¡Pintar lo

en su realidad

Conver t i r s e

  en ese

  mi n u t o ,

  ser la

 placa sensible,

. . .dar  la  imagen  de lo que vem os , o lv idando

  todo

  lo que ha

aparec ido an tes

  d e

  n u es t r o t i emp o

  . .

 ."  Cézanne, c i t ado

  en

B. Dorival ,

  Paul Cézanne

París, 1948.  (N. del t. al  inglés.)

E L O J O Y L A M E N T E

  115

ellos i lusiones

 o

 percepciones

  sin

 ob je to , mantene r -

lo s  al

  margen

  de un

  m u n d o

  sin

 equívocos

La

  Dioptrique  de  Descar tes  es  precisamente  un

intento  de hacer eso . Es e l breviar io de un pensa-

miento

  que ya no

  quiere atenerse

  a lo

 visible

 y por

lo

 tanto decide  construir

  lo

  visible según

  un mo-

delo de pensamiento . Vale la pena recordar ese

intento   y su

  fracaso.

A q u í  no se trata de l imitars e a la

 visión.

  El pro-

blema

 es

  saber "cómo sucede", pero sólo

 e n

 cuanto

es  necesar io para inve ntar , cuando  surja  la necesi-

dad, ciertos "órganos  artificiales"  13  que la corri-

gen. Debemos meditar no tanto sobre la luz que

vemos  como sobre

  la luz

  que , desde

  el

  exter ior ,

entra  en  nuestros ojos y gobierna nues tra visión. Y

para  eso debemos basarnos  en  "dos  o  t res compa-

raciones

  que nos

 a y u d a n

 a

  concebirla"

 a fin de ex-

plicar sus prop iedades conoc idas y deducir otras.1 4

Así

 fo rmu lada la cuest ión, lo m ejor es

 pensar

  en la

lu z

  como  una  acción por  contacto, s imilar  a la ac-

ción

  de las

 cosas sobre

  el

 bastón

 d e l

  ciego.

 El

 ciego,

dice  Descartes,  "ve con las

  manos" .

15   E l  concepto

cartesiano de la visión  está modelado sobre e l sen-

tido del tacto.

De  un  solo

  golpe, pues,

  aleja  la  acción  a cierta

distancia

 y nos

  libra

 de esa

 ub icu idad

 que es

 todo

 e l

prob lema  de la visión (así como s u vir tud  peculiar) .

De

 ahí en

  ade lan te , ¿por

 qué

 aso mbrarnos an te

  re -

flejos  y

  espejos?

  Esos dupl icados ir reales  son una

clase

 de cosas; son efectos reales como el rebote de

una

  pelota .

 Si el

  reflejo

  se

 parece

  a la

  cosa mism a,

es  porque ese ref lejo actúa sobre e l o jo como lo

13  Descartes ,

  La

  Dioptrique Discours VII (conclusión) . Ed.

A d a m

 et

 Tannery,

 VI, p.

  165.

14

  Ibid.

Discour s I , Adam et

 Tannery,

  p. 83.

15   Ibid. A d a m  e t

 Tannery,

  p. 84.

Page 11: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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116

EL  OJO Y LA  M E N T E

haría

  una

  cosa. Eng aña

 al ojo al

 generar

  una

  per-

cepción

  que

  carece

  cíe

  objeto, pero

  que no  afecta

nuestra

  idea

  del

  m u n d o .

  En el

  mundo está

  la

 cosa

misma, y

 fuera

  de esa

 cosa m ism a está

 esa

 otra cosa

que es

  sólo

  lu z

  reflejada

  y que

  t iene

  una

  corres-

pondencia ordenada  con la  cosa real; hay, pues,

dos  individuos, vinculados exter iormente  por la

causalidad.  Por lo que se

 refiere

 a la

 cosa

 y su

 ima-

gen en el espejo, su semejanza  es

 sólo

 una denomi-

nación

  exterior;

  la

  semejanza per tenece

  al

  pensa-

miento.

 La  bizca relación  de  semejanza  es -en las

cosas- una  clara  relación de proyección.

U n

  cartesiano

 no se ve a sí

 mismo

  en el

 espejo:

 ve

un  maniquí ,  un

  exterior ,

  que

  tiene tocios

 los mo-

tivos  para creer

  que

  otros  ven

  del

  mismo modo,

pero q ue, tanto para él como para los dem ás, no es

un  cuerpo encarnado.  Su  imagen en el espejo es

un

  efecto

 de la

 mecánica

 de las

 cosas.

 Si se

 reconoce

en

  ella,

 si

 piensa

  que "se

 parece

 a

 él ,

 es su

 pensa-

miento el que

  teje

  es a

  conexión.

  La

  imagen

  de l

espejo no es

 nada

  que

  le  corresponda.

Los  iconos pierden  su s  poderes.1 6  Por  vivida-

mente

  que un grabado represente bosqu e, ciu-

dades, h ombres, batallas, torm en tas, no se parece a

ellas. No es  sino un  poco  de  tinta colocada aquí y

allá

  sobre

  el

 papel.

  U na

 figura achatada sobre

  una

superf icie

  p lana d i f í c i lmente puede  retener  la

fo rma  de las

 cosas;

  es una

  figura deformada

  que

debe

  ser deformada -el cuadrado se convierte en

rombo , el círculo en óvalo- para repre sentar el ob-

jeto. Sólo

  es una

  imagen

  en

  cuanto

  no se

 parece

  a

su  objeto. Pero, ¿cómo opera,  entonces, si no por

medio

  de la

  semejan za? Estimula nue stro pensa-

miento

a

  concebir , como

 lo

 hacen

 los

 signos

 y las

16  Este

  parágrafo

  cont inúa  la

 exposición

  de  \aDioptr ique.

EL OJO Y LA  M E N T E  117

palabras  que

  de

  ningún modo

  se

  parecen

  a las

cosas

  que significan .

1 7

  El

 grabado

  nos da

  indicios

suficientes,  medios inequívocos de  formarnos  una

idea

 de la

 cosa representada

  que no

 provienen

 de

icono  mismo; más bien éste surge en nosotros a

medida

  que es ocasionado . La magia de la espe-

cie

 intencional -la anti gua idea de sem ejanza efec-

tiva  que

  sugieren espejos

 y cuadros-

 pierde

  su ar-

gumento final si toda la potencia de un  cuadro es la

cíe

  un texto a leer, un texto totalmente libre de

promiscuidad entre  el  veedor  y lo  visto.  Ya no es

necesario entender cómo un cuadro de cosas en el

cue rpo p ued e h acerlas sensibles para el alm a, tarea

imposible,  puesto  que la  propia semejanza entre

ese

  cuadro

  y

  esas cosas debería

  a su vez ser

  vista,

puesto que tendríamos que

  tener

  en la cabeza

otros ojos con los que

  percibirla",

18 y puesto  que el

problema de la

 visión

 subsiste aun cua ndo nos ha-

yamos entregado  a esas semejanzas que  vagan en-

tre  nosotros y las cosas reales.  Lo que

  la

  luz

  dibuja

en  nuestro ojos, y por lo tanto en  nuestro cerebro,

no se

 parece

  al

 mu ndo real

  más que los

  grabados.

Entre las cosas y los ojos, y entre  los ojos y la visión,

no  sucede  más que  entre  las cosas y las manos  del

ciego,

  y

 entre

  sus

  m a nos

 y su

 pensamiento.

La

  visión no es la metamorfosis de las cosas en la

visión  de  ellas;  no se trata de que las cosas perte-

nezcan  s im ul t áne a m e nt e

  al

 inm enso mu ndo real

 y

al

  pequeño mundo pr ivado.

  Es un

  pensamiento

que  descifra  estr ictamente los  signos dados  en el

cuerpo. La  semejanza  es el

  resultado

  de la

  percep-

ción,

  no su  or igen.  M ás seguramente aún , la ima-

gen

 menta l ,

 la clarividencia que

 hace presente para

17

  Ib id .

Disconrs

  IV ,

 Adam

  et

  Tannery,

  pp.

  1 1 2 - 1 1 4 .

18   I b i d . p.  130.

Page 12: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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118

E L O J O Y L A M E N T E

nosotros lo ausente, no es nada semejante a una

visión que p enetra en el corazón del Ser. Aún es un

pensamiento  que se  basa  en  indicios corporales,

esta vez insufic ientes , a los que se hace decir más de

lo

  que  significan.  No queda nada del mundo oní-

rico  de la  analogía  . . .

Lo que nos  interesa  en  estos famosos análisis es

que

 nos hacen tom ar conciencia de que toda teoría

de la

 p i n t u r a

 es una

  metafísica.  Descartes

 no

 habla

m u c h o de la pintura, y cabría pensar  que es injusto

de  nuestra parte plantear esta discusión e n torno a

unas pocas páginas acerca

  de los

 grabados

  en co-

bre.

 Y sin

 embargo,

  au n

  cuando sólo

 la

 menciona

 al

pasar,  eso es en sí mismo significativo.  El p in ta r  no

es para  él una  operación central q ue  contr ibuye a la

definición  de nuestro acceso al Ser; es un modo o

variedad  de  pensamiento, pensamiento canónica-

mente def inido según

  la

 posesión

 y

 evidencia inte-

lectual.  Ésta es la opción ex presada  en lo poco  que

efect ivamente  dice, y un  estudio más de  cerca de la

pintura llevaría

 a

 otra

  filosofía.

  También

  es  signifi-

cativo  qué cuand o habla de pinturas toma como

caso  típico  el  dibujo lineal.  M ás  adelante veremos

que

  toda

  la

  pintura está presente

  en

  cada

  uno de

su s  modos  de  expresión;  un  dibujo,  aun una  sola

línea,

 puede

  abarcar

  todo

su inmenso potencial.

Pero

  lo que más le

 gusta

  a

  Descartes

  de los

  gra-

bados  en  cobre  es que  conservan  la  forma  de los

objetos,  o por lo  menos  nos dan  sufic ientes s ignos

de su forma. Presentan al objeto por su exterior, o

su  envol tura .

 S i

  hubiera examinado

  es a

  otra  aber-

tura

  m ás

 p r o f u n d a h ac ia

 la s

 cosas

  que nos dan las

cualidades  secundarias , especialmente e l color, en-

tonces

 -puesto  que no hay

  ninguna relación orde-

nada  o proy ectada entre el las y las verd aderas pro-piedades de las cosas, y puesto que de  todos modos

EL OJO Y LA

  M E N T E

119

com prend em os su mensaje- se habría encontrado

frente  al problema de una universalidad no con-

ceptual

  o de una

  apertura

  no

  conceptual hacia

 la s

cosas. S e hubiera visto obligado  a descubrir cómo el

vago  murmul lo

  de los

 colores puede presen tarnos

cosas, bosques, tormen tas:  el m u n d o ,  en una  pala-

bra ;

  obligado, quizás,  a  in tegrar  la  perspec t iva ,como caso particular,  en un

  poder

 ontológico m ás

ampl io. Pero  para él es evidente que el color es un

o r n a m e n t o ,  mero  color ido,  y que la  verdadera

fue rza

  de la  pintura reside  en e l  d ibujo , cuya

l uerza a su vez se

 basa

 en la

  relación ordenada

  que

existe

 entre él y el espacio  en sí, como  lo enseña  la

proyección  perspect iva.  Se  recuerda  a  Pascal  por

haber

  hablado de la frivolidad de cuadros que nos

l igan  a imág enes cuy os originales  no nos conmove-

r ían;

 ésa es una opinión cartesiana. Para Descartes

es incontestablemente evidente

  qu e

  sólo

  es

 posible

pintar cosas existentes,  que su  existencia consiste

en   tener extensión, y que  sólo e l dibujo, o el dibujo

lineal,  hace posible

  la

  p in tura

  al

  hacer posible

  la

representación  de la  extensión. Así,  la  p in tura  es

solamente un artificio que presen ta a nuestros ojos

un a

  proyección semejante

 a la que las

 cosas mism as

en la percepció n  corriente presentarían e inscriben

efect ivamente

  en nuestros ojos. Un cuadro nos

hace

 ver del mismo modo  que vemos efect ivamente

la  cosa misma,  au n  cuando  la  cosa está ausente.

Especialmente nos

  hace

  ver un  esp cio

  donde

  no lo

hay.19

19  E l s i s tema  de  medios  por los que la pintura nos hace ver es

asunto científico. ¿Por qué,

  entonces , no

  producimos metód i -

camente imágenes perfectas   del  mundo , l legando  a un arte un i -

versal  expurgado d el arte personal ,  ta l como  el  lenguaje un iv er-

sa l n os liberaría de

 todas

  la s  confusas relaciones  qu e  acechan  en

lo s

  lenguajes existentes?

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7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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120

EL OJO Y LA

  MENTE

El

 cuadro es un objeto plano que

 logra'

 darnos lo

que

  veríamos

  en

  presencia

  de ¡as

 cosas diversa-

mente contorneadas ,  al  ofrecernos  suficientes

signos diacríticos

 de  la

 dimensión

  que  falta,

  según

su

  altura

  y anchura.2  La

  profundidad

  es una ter-

cera

  dimensión

  derivada  de las otras dos.

Vale

  la

  pena

  que nos

  detengamos

  por un

  ins-

tante en esa tercera  dimensión. En primer lugar,

hay algo

 paradójico acerca

 de

 ella.

 Veo

 objetos

 que

se

 ocultan

 mutuamente y que por

  consecuencia

  no

veo; cada uno de ellos está detrás del

 otro.

 Veo esa

tercera dimensión que, sin embargo, no es visible,

puesto que va hacia esas cosas partiendo de este

cuerpo al qne yo mismo estoy sujeto. Pero este mis-

terio

 es falso.  No veo

 realmente

 la

  tercera dimen-

sión,

 o si la

 veo,

 es

 sólo otra

  medida

  (determinada

por

  Ja

 altura

  y la

 anchura).

  En la

  línea

  que va de

mis

  ojos

  al

  horizonte,

  el

  primer plano

  vert ical)

oculta

  eternamente a los demás, y si de un  lado  a

otro me  parece  ver cosas desplegadas en

  orden

ante mí, es porque no se ocultan mutuamente por

completo. Así, veo cada cosa fuera de las demás, de

acuerdo

  con

  alguna medida tomada

  de  otro

modo.21 Siempre estamos de este laclo del espacio o

totalmente

  más  a l l á  de él.

  Nunca ocurre

  que las

cosas

  estén

  realmente

 una

  detrás-

 de la

 otra.

  El he-

cho de que las cosas se sobrepongan o se oculten no

f o r m a

  parte  de su

  definición,

  y  sólo expresa  mi

incomprensible

  solidaridad

  con una de  elías:  rn i

cuerpo.

  Y

 estos hechos,

 por

  positivos

 que

  puedan

ser, son sólo pensamientos que formulo y no atri-

butos de ¡as cosas. Sé que en este  mismo momento

otro hombre, situado

 en

 otra parte

 -o

  mejor, Dios,

  Dioptríque

Discours  I V ,

  loe.

  cil.  V .  nota 17.)

2 1  E Discours  V de   \aDioptrí t¡ue

espec ia lmente l os diagramas

de

  Descartes ,

  a y u d a  mu ho  a  omprender

 este

  pasaje.

EL OJO Y LA

  MENTE 12 1

que está  en  todas  partes-  podría  penetrar  en su

escondite y verlas abiertamente desplegadas. O

bien lo que llamo profundidad no es nada, o bien

es mi participación en un Ser sin restricciones, una

participación principalmente

 en el ser del

  espacio

más al lá

 de cualquier punto de vista particular. Las

cosas

  se

  sobreponen unas

  a

 otras

  porque

  cada

  una

está  fuera

  de las

  otras.  La

  prueba

  de

  esto

  es que

puedo

  ver

  profundidad

  en un

  cuadro

  que

  todos

estamos de acuerdo en que no tiene ninguna y que

organiza para mí una ilusión de una ilusión . . . Este

ser bidimensional (el cuadro), que me hace ver otra

dimensión,  es un ser

  perforado, como decían

  los

renacentistas,

 una

 ventana

 . . .

Pero  en

  último

  anál i s i s

  la ventana sólo se

  abre

sobre esas  partes  extra  partes sobre  la  altura  y la

anchura

 vistos

 simplemente

 desde otro

 ángulo, so-

bre la

 absoluta positividad

 del

  Ser.

Es

 esta identidad

  del

  Ser,

  o

 este espacio

  sin es-

condites

  que en

  cada

  uno de sus

  puntos

  es

  sola-

mente lo que es, ni más ni menos, lo que subyace al

análisis

 de  los

 grabados

  en

 cobre.

  El

 espacio

 es en-

sí; o más

 bien,

 es lo en-sí  por

 excelencia.

 Su

  defini-

ción es  ser en-sí. Cada punto  del  espacio  es y es

pensado exactamente

 donde

  está;

  uno

  aquí,

  otro

allá;

  el

  espacio

  es la

  evidencia

  del

  dónde .

  La

orientación, la polaridad, el envolvimiento son,  en

el

 espacio, fenómenos derivados inextricablemente

ligados

 a mi  presencia. El espacio  permanece abso-

lutamente

  en sí mismo, en  todas partes igual a sí

mismo, homogéneo:

  sus

 dimensiones,

 por

 ejemplo,

son

 intercambiables.

Como todas

  las

 ontologías

  clásicas,

  ésta incor-

pora

 ciertas propiedades  cié las cosas en

  vina

 estruc-

tura del

 Ser.

  Invirtiendo la observación de Leibniz,

podríamos decir que, al hacer esto, es verdadera y

Page 14: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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122

EL OJO Y LA   M E N T E

falsa:  verdadera  en lo que  niega  y  falsa  en lo que

afirma.

  El espacio de Descartes es verdadero en

relación

  a un

  pensamiento demasiado empírico

que no se atreve a construir. Era necesario

 primero

idealizar

  el espacio, concebir ese ser

 -perfecto

  en

su genus claro, manejable

  y homogéneo-

 sobre

  el

que nuestro pensamiento se desliza sin punto de

apoyo

 propio:

  un ser que el pensamiento registra

enteramente

  de

 acuerdo

  con

 tres dimensiones rec-

tangulares. Hecho esto, finalmente pudimos en-

contrar los

 límites

 de la construcción, entender que

el

 espacio no tiene tres dimensiones ni más ni me-

nos, como un animal tiene dos o cuatro pies, y en-

tender

 que las

 tres dimensiones

 se

 toman

 por  dife-

rentes sistemas de  medida  a

 partir

 de una  dimen-

sionalidad única, un Ser polimorfo, que las

 justifica

a todas sin ser plenamente expresado  por  ninguna.

Descartes tenía razón al dejar en libertad al espa-

cio.

 Su

 error

 fue erigirlo como un ser positivo, ex-

terior

 a todo punto de vista, más allá de toda

 laten-

cia

  y de toda profundidad, carente de verdadero

espesor.

También tenía razón al inspirarse en las técnicas

de perspectiva del Renacimiento; éstas alentaban

al

  pintor a producir libremente experiencias de

profundidad y, en general, presentaciones del Ser.

Esas

  técnicas sólo

  falsas

  en la medida en que pre-

tendían

  poner

 punto

 final a la

 búsqueda

 y la

 histo-

ria del  pintor, encontrar  de una vez para  siempre

un

 exacto

 e infalible arte de la

 pintura. Como

 lo ha

demostrado

  Panofsky

 acerca de los renacentistas,

22

ese entusiasmo no carecía de cierta mala fe. Los

teóricos trataban de olvidar el campo de

  visión

 es-

2 2

  E .

  Panofsky Die  Perspektive

  ai s

 symbolische Forra,

  en   Vortráge

der

 Bibtiotek

  Warburg

IV

  (1924-1925).

EL  OJO Y LA

  MENTE

1 23

férico  de los antiguos, su perspectiva angular que

relaciona el tamaño aparente no con la distancia

sino  con el ángulo desde el cual vemos el objeto.

Querían

 olvidar lo que llamaban despectivamente

la perspectiva

  naturalis

o  communis en

  favor

 de una

perspectiva   artificialis  capaz  en  principio  de  funda-

mentar una construcción exacta. Para dar credibi-

lidad

 a ese mito llegaron incluso a expurgar a

 Eu-

clides,  omitiendo en sus traducciones ese octavo

teorema que tanto les estorbaba.

  Pero

 los pintores,

por

 otra parte, sabían

 por

 experiencia

 que

 ninguna

técnica de la  perspectiva es una  solución exacta  y

que no hay ninguna proyección del mundo exis-

tente que lo respete en todos sus aspectos y me-

rezca convertirse en la ley fundamental de la pin-

tura. También sabían

 que la

 perspectiva lineal está

tan

  lejos

 de ser una solución final que, por el con-

trario,

  abre

  varios caminos para la pintura. Por

ejemplo,

  los italianos escogieron el camino de re-

presentar el objeto, pero los pintores nórdicos des-

cubrieron  y  elaboraron  la  técnica formal  del

  Ho -

chraum elNahraum  y elSchrágraum.

  Así,

 la

 proyec-

ción plana no siempre conduce a nuestro pensa-

miento a la verdadera forma de las

  cosas,

  como

creía Descartes. Más

 allá

 de cierto grado de defor-

mación,

  nos remite, por el contrario, a nuestro

propio

  punto

 de referencia. Y a los objetos pinta-

dos sólo les queda

  retroceder

  hacia una lejanía

fuera

  del alcance de cualquier pensamiento. Algo

en el espacio elude nuestros intentos de verlo

desde

  arriba .

La  verdad es que ningún medio de expresión,

una vez

  dominado, resuelve

  los

  problemas

  de la

pintura o la transforma en una técnica. Porque

ninguna

 forma

 simbólica

 funciona como estímulo.

Siempre

  que ha

  sido puesta

  a

  funcionar

  y ha

Page 15: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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124 EL OJO Y LA

  M E N T E

obrado, se ha

  puesto

  a funcionar, ha sido puesta a

func ionar  y ha obrado

  dentro

  de  todo  el contexto

de la obra y  nunca  po r  medio  de un  simulacro. El

Sti lmoment

  nunca

  se

 libera

  de l  Wermoment .23   El

 len-

guaje  de la pintu ra n un ca es instituido por la na-

turaleza ;

 debe

 ser hecho y rehecho una y otra vez.

La  perspectiva renacentista  no es  n ingún

  truco

infalible.  Es sólo  un  caso part icular , una  fecha,  un

momento

  en una

  información poética

  de l

  m u n d o

que  continúa después

  de él.

Sin en'bargo, Descartes

  no

  habría sido Descartes

si

 hubiera creído

  eliminar el

 enigma

 de la

 visión.

 No

hay

  visión s in pensamiento. Pero

 no es  suficiente

  co n

pensar para ver. La visión es un pensam iento con-

dicionado; surge  como ocasionado por lo que su-

cede

  en el

  cuerpo;

  es

  incitado

a

  pensar

  por el

cuerpo.

  N o

 elige

  ser o no ser ni

 pensar esto

 o

 aque-

llo.

  Tiene  que cargar en su corazón con esa pesa-

dez,

 esa

 dependencia

  que no

  puede venirle

 de una

instrucción

  del

  exterior. Esos acontecimientos cor-

porales  so n

  inst i tuidos

  por la naturaleza para  ha-

cernos ver esto o aquello. El pensamiento corres-

pondiente

  a la

 visión funcion a  según

  un

  programa

y  ley que no se ha  dado  él  mismo.  No  posee  su s

propias prem isas; no es un pen sam iento com ple-

tamente presente  y  actual;  hay en su  centro  un

misterio

  de

 pasividad.

Tal

  como están

  la s

  cosas, entonces, todo

  lo que

decimos y pensamos de la visión tiene que  hacer  de

ella  u n

 pensamiento. Por ejemplo, cuando queremo s

ver de qué manera están situados los objetos,  no

tenemos

 otro

  recurso

  que

  suponer

  al

  espíritu

 ca-

paz,

  sabiendo cuáles son las partes de su cuerpo, de

  transferir  su atención de allí a todos los pu nto s

ibid.

EL OJ O Y LA MEN T E

125

del espacio situ ado s en la prolon gación de los

miembros del

  cuerpo.

24  Pero hasta  allí  eso es sólo

un modelo

del

  acontecimiento. Porque el pro-

blema es: ¿cómo conoce el espíritu ese espacio, el

de su

  propio cuerpo,

  que

  extiende hacia

  la s

 cosas,

ese primario   aqu í  de donde surgirán todos lo s allí?

Ese espacio

 no es,

 como ellos,

 otro

  modo

 o

  especie

de lo

 extendido;

 es el

 lugar  del cuerpo

  que el

 espí-

ri tu

  llama mío ,  el lugar  que  habita  el espír i tu. E l

cuerpo

  que

  an ima

  no es,

 para

  él, un

  objeto entre

otros,

 y n o

 deriva

 d el

  cuerpo todo

  el

 resto

  del

  espa-

cio   como premisa

  implíci ta .

  El

  espíritu piensa

  en

referencia al

 cuerpo ,

 no en  referencia  a sí mi smo , y

el  espacio,

  o la

  distancia exterior, también

  se

 esti-

pula  de ntro del pacto n atural que los une. Si por

cierto

 grado

 de

  ajuste

  y convergencia  de ios ojos e l

espíritu

  registra determ inada distancia, el pensa-

miento que deduce la segunda relación de la pri-

mera  está como

  inmemorialmente

 entrelazado en

nuestra maqu inaria inter ior . Generalmente esto

sucede  sin que  reflexionemos sobre  ello,  ta l como,

cuando aferramos un cuerpo con la mano, con-

formamos la  mano  a la  forma  y el  t amaño  del

cuerpo  y por lo  tan to sen timos

 el

  cuerpo  si n  tener

necesidad de p ensar en esos mo vim iento s de la

mano.

2S

  Para  el  espíritu,  el cuerpo  es a la vez el

espacio natal y la  matriz  de todo otro  espacio exis-

tente.

  Así la

  visión

  se

  divide.  Tenemos

  la

  visión

sobre

  la

  cual reflexionamos:

  no

  puedo concebirla

sinoíwwo  pensamiento, inspección de la mente, jui-

cio, lectura  de  signos.  Y  luego tenemos  la  visión

que efect ivamente t iene lugar ,

  un

  pensamiento

honora rio o instituid o, y metido en un cuerpo, su

24

  Descartes,

  np .

  cu . A d a m

  et

 Tannery,

  VI, p.

  135.

25

  Ibid .

Ad am

  et

 Tannery,

  p.

  137.

Page 16: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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12 6

E L OJO Y L A ME N T E

propio  cuerpo,

  del

  cual

  no

  podemos tener idea

salvo  en el  ejercicio de él y que  introduce, entre  el

espacio y el pensamiento, el  orden autónom o  de la

combinación de espíritu y cuerpo. El enigma de

la  visión no ha sido eliminado; ha sido relegado

del pensamiento de ver" a la visió n en acto .

Sin

  embargo esta visión

 de  facto  y el

  "hay"

 q ue

contiene

  no

  per turban

  la

  filosofía

  de

  Descartes.

Siendo

  un

  pensamiento unido

  a un

  cuerpo,

  no

puede,  por  definición,  ser  ve rdaderamente pen-

samiento.  Es posible practicarlo, e jercerlo, vivirlo,

por así

 decir;

 pero no

  puede extraer

  de él

 nada

 que

merezca ser considerado v erdadero. Si, como la

Reina Isabel,

2 6

  queremos a toda costa pensar  algo

sobre él, todo lo que h acem os es volver a Aristóte-

les y la

  escolástica, concebir

  el

  pensamiento como

algo corpóreo

  que no

  puede

  ser

  concebido,

 pero

que es el

  único modo

  de

  fo rm ula r , pa ra nues t ra

comprensión,  la un ión  de ]  cuerpo  y el espír i tu . La

verdad es que es absurdo someter al puro enten-

dimie nto la mez cla de entend im iento y cuerpo. Ta-

les  pretendidos pensamientos son marcas del "uso

corriente , meras v erbalizaciones de esa unió n, y

sólo so n  admisibles si no se  consideran pensamien-

tos.

  S on  indicios  de un  orden  de  existencia

 -del

hombre y e l mundo como existentes- sobre el cua l

no  tenemos  que  pensar. Porque  ese orden  no es

ninguna

  térra

  incógnita  en nuestro mapa del Ser.

N o

  limita e l a lcance de nuestros pensamientos ,

por qu e, igual que ellos, se basa en una v erdad que

f u n d a m e n t a  tanto su oscur idad como nuestras

propias  luces.

2 7

26

  Sir

  duda

  Merleau-Ponty  se  refiere  a la Princesa  Isabel,

corresponsal  de  Descartes.  Cf Phénnménologie

  de la perception

pp.

  230-232,

 y la

 carta

 de

 Descartes

  a

 Isabel

 del 28 de

 junio

 de

1643.

E L OJ O Y L A ME N T E 1 2 7

Tenemos que llevar a Descartes hasta aquí para

encontrar en él algo semejante a una  metafísica  de

la  pro fund idad . Porque

 no

  asistimos

 al

 nacimiento

de esa  ve rdad :  el ser de  Dios  es un  abismo para

nosotros . Un estremecimiento rápidamente domi-

nado ; pa ra Desca r tes

  es tan

  vano sondear

  ese

abismo como pensar

  en el

 espacio

 d el

  espír i tu

 y la

profundidad de lo visible. Nuestra propia posición,

diría, nos descalifica para  mirar tales cosas. He ahí

el

  secreto cartesiano del equilibrio: una  metafísica

que nos da

  razones decisivas para

  no

  ocuparnos

m ás

 de la

 metafísica,

 que

 v alida nues tra evidencia

 a

la

 vez que la

  limita,

 que

  abre nuestro pensamiento

sin  dividirlo.

Ese secreto se ha perdido para siempre, al pare-

cer. Si volvem os ha h allar alguna v ez un equ ilibrio

entre ciencia  y filosofía,  entre nuestros modelos y

la oscur idad

  del

  hay , deberá

  ser de un

  t ipo

nuevo. Nuestra ciencia

 ha

 rechazado tanto

 la s

 justi-

ficaciones

  como las l imitaciones que Descar tes

asignó a su

 dominio.

 Ya no

  simula deducir

 sus mo-

delos inventados de los atributos de Dios. La  pro-

fund idad

  del  mundo exis tente  y del  Dios incon-

mensurab le

  ya no

  predominan sobre

  la s

 vulgar i -

dades del pensa m ient o tecnificado . La ciencia

avanza sin

 necesidad

  de la

 excurs ión

 a la

 metafísica

que

  Descar tes tuv o

 qu e

 hacer

  por lo

 menos

 una vez

en su  vida; parte  del  p u n t o  al que él  llegó  por úl-

t imo. El pens am iento operativo reclama p ara sí , en

nombre de la psicología, ese terreno de contacto

con uno mismo y con el mundo que Descartes re-

servaba

 para una

 exp eriencia ciega, pero irreducti-

ble. Es fundam enta lme nte hos ti l a la  filosofía  como

2 7  Es decir, la oscuridad del orden "existencia " es tan necesa-

ria,  tan  f u nda da  en  Dios, como  la  claridad  de los

  verdaderos

pensamientos  ("nos lumiéres ) .

Page 17: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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108

E L O J O Y L A

  M E N T E

ojos carnales sean  ya  mucho más que  receptores  de

rayos

  de

  luz, colores

  y

  líneas?

  So n

  computadores

f  de l  mundo,  qu e   poseen  el don de la   v is ta  como

otrora  se decía  que el  hombre inspirado tenía  el

don de  lenguas. Por supuesto, ese don se adquiere

mediante e l  ejercicio; no es en  unos pocos meses, n i

en la soledad, como  un   pintor llega  al  pleno domi-

nio de su visión. Pero  no es ésa la cuestión: precoz o

tardía, espontánea

  o

 cultivada

 en

 museos,

  en

  todo

  caso su visión sólo aprende viendo y sólo aprende

/

  de sí

 misma.

 El ojo v e el

 mundo,

 ve los

 defectos

  que

le

  impiden  al  mundo  ser un   cuadro,  ve lo que le

 

impide

 a un

 cuadro

  ser él

 mismo,

 ve -en la

 paleta-

los

 colores

  que el

 cuadro espera,

 y ve, una vez

 reali-

zado,

 e l cuadro  que  resuelve todos esos defectos t al

como v e los cuadros d e  otros como otras soluciones

  ^ a

 otros defectos.

Hacer

  un

  inventario limitado

 de lo

  visible

  es tan

importante como catalogar

  los

 posibles usos

 de un

lenguaje   o  siquiera su vocab ulario y sus recursos.  E l

ojo es un  instrumento que se mueve a sí  mismo, un

medio  qu e   inventa s us   propios  fines; es   lo que   ha

sido movido  por  algún efecto  del  mundo,  que él

restaura entonces

  a lo   visible

 mediante

  el  oficio   de

una

 mano ágil.

E n cualquier

 civilización

  que

  nazca,

  de cualquier

creencia, motivo

  o

 pensamiento, cualesquiera

  que

sean  las ceremonias  que la  rodean,  de  Lascaux a

nuestros días,  pura

  o

  impura,

  figurativa o no la

  pintura

  no

 celebra  otro enigma

 que el de la visibi-

lidad.

Lo que  acabamos  de  decir  es casi una  perogru-

llada.  E l  mundo  del   pintor  es un   mundo  visible,

 

únicamente visible:

  un

  mundo  casi  demente por-

que es  completo cuando  aún es   sólo parcial.  L a

pintura provoca

  y

  lleva

  a su

 auge

  un

  delirio

  que es

E L OJ O Y LA  MENTE  109

la visión misma, porque  ver es   tener   a   cierta distan-

cia;

  la

  pintura extiende

  es a

  extraña posesión

  a to-

dos los aspectos del Ser, que deben hacerse

  visibles

de

 alguna manera para ingresar

 en la

 obra

 de

 arte.

Cuando  el  joven Berenson habló,  a   propósito  de l

arte italiano, de una  evocación de valores táctiles,

difícilmente

  podría haber estado  más   lejos  de la

verdad;

  la

  pintura

  no

  evoca nada,

  y

  menos

  qu e

nada  lo

  táctil.

  Lo que   hace  es muy   distinto, casi

opuesto.  Da  existencia visible  a lo que la  visión pro-

fana  considera  invisible; gracias  a  ella  no   tenemos

necesidad

 de un

  sentido muscular para poseer

 la

voluminosidad del mundo. Esta visión voraz,  qu e

llega

  más   allá   de los   datos visuales , se  abre  sobre

un a  textura del Ser de la que los  discretos mensajes

sensoriales son  sólo puntuaciones y censuras. El ojo

vive

  en esa  textura como  un   hombre  en su  casa.

Quedémonos  con lo  visible  en el sentido estrecho

y prosaico.

  E l

  pintor, cualquiera

  qu e

  sea, mientras

está

 pintando

 practica una   teoría mágica de la  visión.

Está  obligado  a  admitir  qu e   objetos  que se  hallan

ante  él pasan adentro  de él o  bien que, según  el

sarcástico dilema de  Malebrache, la  mente sale  po r

los ojos a  vagar entre  lo s  objetos; porque  el  pintor

nunca  deja  de   ajustar  su  clarividencia a   ellos.  (E l

que no

  pinte del natural

no

 hace ninguna dife-

rencia: pinta, en   todos  lo s  casos, porque  ha  visto,

porque  el  mundo  ha   iluminado en él por lo  menos

una vez las cifras   de lo  v isible.) Debe afirmar, como

lo ha dicho  un filósofo, que la  visión  es un  espejo  o

concentración  del  universo o  que,  en  otras pala-

bras,  el

  idios kosmos

  se  abre,  en   virtud  de la

  vis ión,

sobre  un   hornos kosmos;   en   resumen,  que la  misma

cosa está afuera

  en el

 mundo

  y

 aquí

  en el

 corazón

de la

  visión;

  la

  misma

  o, si se

  prefiere,

  una

  cosa

s imilar

pero

 según  un a   similitud

 oficiosa

  que es el

Page 18: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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128 EL OJO Y LA

  M E N T E

pensamien to  en

  contacto,

 y si el

  pensamiento ope-

rativo  redescubre

  el

  sentido

  de la

  filosofía,  será

median te

  lo s  excesos  de su  propia desenvol tura.

Eso sucederá cuando, después

  de

  haber

  introdu-1

cido toda suerte  de  nociones  qu e  para Descartes

serían

  creaciones de un pen sam iento conf undido

-calidad,

 estructuras num éricas, sol idaridad

  de ob-

 

servador  y

 observado-

 c o m p r e n d a  de  pronto  qu e  \o es posible h ablar s um aria me nte de todas esas

entidades como  construcciones.  Mient ras esperamos

es e

  m o m e n t o ,

 la

  filosofía

  se

  mant iene

 en,

 contra

  de

ese

  pensamiento , a t r incherándose

 en esa

  d imen-

  I

sicm

  de la

  combinación

 de

  cuerpo

  y

  espír i tu,

 esa I

dimensión

  del  mundo ex is ten te ,  del Ser  abismal ,

que Descartes abrió

  y  volvió  a

  cerrar

  ta n

  rápida-

mente. Nuestra c iencia y  nuestra  filosofía son dos

consecuencias

  legít imas

  e

  i legít imas

  del

  cartesia-

nismo,

  dos monstruos nacidos de su desmembra-

miento.

A

  nues t ra  filosofía

  no le

 q u e d a

 más que

 lanzarse

a la

 prospección

  de l

 m undo rea l. Somos

  la

 combina-

ción de

  cuerpo

  y

 esp í r i tu ,

 y por lo

 tanto debe  haber

un

  pensam iento de el la . A este conocimiento, o po-

sición,  o situación, debe Descartes lo que él mismo

dice de esa combinación, o lo que dice a veces de la

presencia

  del

  cuerpo contra

  el

  espíritu ,

  o del

mu ndo ex ter ior

  al

 extremo

de

  nuestras manos.

Aquí el m u n d o no es el medio  de la visión y e l tacto

sino su recipiente.

Nuestros órganos ya no son instrume ntos; por el

contrario, nuestros instrumentos son órganos se-

parables.

  E l

 espacio

  ya no es lo que era en la

 Diop-

trique

una red de

 relaciones entre objetos

 tal

 como

lo s

 vería

 un

  testigo

 de mi visión o un

  geómetra

  que

m i r a r a d e s d e a r r i b a  y la  r e c o n s t r u y e r a d e s d e

afuera.  Es, más bien, un  espacio concebido a  part ir

E L O J O Y L A

  M E N T E

12 9

de mí

 como pu nto cero

 o

 grado cero

 de la

 espacia-

lidad. Yo no lo veo según su envoltura exterior;

vivo  en él

  desde

  el

  interior; estoy inmerso

  en él.

Después

 de

  todo,

 el

 mundo está

 a mi

 alrededor,

 no

delante

  de m í. La luz

 vuelve

 a ser vista

 como acción

a

 distancia.

 Ya no se

 reduce

  a la

 acción

 d e

  contacto

o,  en otras palabras, no se concibe como podrían

hacerlo quienes

 no ven en

  ella.

 L a

 visión recobra

  su

capac idad fun dam enta l

 d e

  mostrar algo

 m ás que a

 misma. Y como se nos  dice  que un  poco  de  t inta

es   suficiente

  para  hacernos

  ver

  bosques

  y

  tormen-

tas, la luz

  debe tener

  su

  imaginaire.

  L a

  trascenden-

ci a

  de la luz no se delega a una mente lectora que

descifra  lo s

 efectos

 d el

  objeto-luz  sobre

  el

 cerebro

 y

que podría igualmente nacerlo si nunca hubiera

vivido

 en un cuerpo. Tam poco se trata ya de hablar

de

  espacio

 y

 luz ;

 la

 cuestión

 es

 hacer

  qu e  el

 espacio

y  la

  luz,

 qu e

  están

  allí nos

  hablen .

  Ño hay

  l ímite

para  es a interrogación, p uesto que la visión a la que

se

  dirige es, en sí, un interrogante. Las indagacio-

nes

 que

  creíamos cerradas

  se han

  reabierto.

¿Qué  es  profundidad ,  qué es  luz,

  Í

  rb

  ó V

¿Qué

son, no para la m ent e que se separa del cuerpo sino

para  la m e n t e q ue  para Descartes estaba  difusa  en

el

  cuerpo?

  ¿Y qué

  son, f ina lmente ,

  no

  para

  la

me nte sino para sí mism as, puesto que p asan a tra-

vés

  de

  nosotros

  y nos

  rodean?

Sin  embargo, esta

  filosofía aún por

  hacer

  es la

que  anima  al  p i n t o r , no  cuando expresa  sus  opi-

niones sobre

 e l

 m u n d o sino

 en el

 ins tante

 en qu e su

visión

  se

  hace gesto,

  en

  que ,

  en las

  palabras

  de

Cézanne,

  piensa

 en

  pintura .

2 8

B .

  Dorival. Paul

 Cñanne

París, 1948,  pp. 103 ss.

Page 19: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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13

E L

  OJO Y LA  MENTE

4

Toda  la  historia moderna  de la  pintura,  con sus

esfuerzos

  por  separarse  de l  ilusionismo y adquirir

sus  propias dimensiones, tiene

  una

  significación

metafísica.

 Esto

 es

 algo

 que no

 requiere demostra-

ción.

 No por

  razones extraídas

 de los

 límites

 de la

objetividad en la

 historia

  y de la

 inevitable plurali-

dad de

  interpretaciones,

  que

  impediría

  la

  vincu-

lación

  de una filosofía con un

  acontecimiento;

  la

metafísica  que

  imaginamos

  no es un

  cuerpo

  de

ideas separadas para  las que podrían buscarse jus-

tificaciones

  inductivas en el  terreno experimental.

Hay,

 en la carne de la contingencia, una  estructura

del acontecimiento y una virtud particular  del pro-

grama. Éstas

 no

 impiden

 la

 pluralidad

 de

  interpre-

taciones sino

  que en

  efecto

  son las

  razones

  m ás

p r o f u n d a s

  de esa

  pluralidad. Transforman

  al

acontecimiento en un tema duradero  de

  vida

 histó-

rica y tienen derecho  a una categoría filosófica. En

cierto sentido todo  lo que puede haberse dicho y lo

que se  dirá sobre  la

  Revolución

 Francesa siempre

ha

 estado

 y

 estará dentro

 de

 ella,

 de esa ola que se

arqueó

 a

 partir

 de una

 agitación

 de

 hechos discre-

tos, con su espuma de pasado  y su cresta de futuro.

Y

  siempre mirando

  más

  profundamente

  el

  c ó m o

sucedió

  damos

  y

 seguiremos  dando  nuevas  repre-

sentaciones de ella. En cuanto a la historia de obras

de   arte,  si son  grandes,  el sentido  que les damos

después  ha  surgido  de  ellas.  Es la  obra

  misma

  la

que

  ha  abierto  el  campo desde  el cual  aparece a

una

  nueva luz.

 Se

 modifica

 a sí  m i s m a  y s e  convierte

en lo que  viene  a  continuación;  las interminables

reinterpretaciones a las que es legí t imam ente suscep-

tible

 sólo

  la modifican en sí. Y si el

 historiador des-entierra,

  por

 debajo

 de su

 contenido

  manifiesto,

 la

E L O J O Y L A   M E N T E

1 31

abundanc ia  y el espesor  de l  significado, la  textura

•   I u c  encerraba l a

 promesa

  de una

  larga historia,

 esa

  K l i v a  forma

  de

 ser, entonces,

  esa

 posibilidad

  que

l é ve l a

  en la

 obra,

  es e

  monograma

  que

  encuentra

  i l l i

  . . .

  son

  todos bases para

  la

  meditación

 f i losó-

I H . I .  Pero  esa  tarea exige  una  larga familiaridad

« n i

  la

  historia. Carecemos

  de

  todo

  lo

  necesario

 

> a r a

  su ejecución, tanto  de  espacio como  de  com-

| >e ienda. D e

 todos modos, puesto

  que la

 fuerza

  o l a

l e <

  nndidad

  de la obra  de  arte excede  a toda  rela-

i   ion causal o filial positiva,  no hay nada de malo  en

per m i t i r  que un lego, hablando  con base  en su re-

  l i n d o  de unos cuantos cuadros  y libros,  no s  diga

i o n i o

  entra

  la

  pintura

  en sus

  reflexiones; cómo

l a  pintura

  le

 inspira

  un

  sentimiento

  de

  profunda

diicordancia,

  un

  sentimiento

  de

  mutación

  en las

relaciones  de l

  hombre

  y el

 Ser. Esos sentimientos

surgen  en él

 cuando tiene

  un

  universo

 de

  pensa-

miento

 clásico,

 en

 bloque,

 en oposición a las

 inves-

  ilaciones de la pintura moderna.  Es ésta una  espe-

dc de  historia  por  contacto, tal vez, que  nunca se

ext iende

  más  allá  de los

  límites

  de una

  persona,

debiéndolo  todo, sin embargo, a su  frecuentación

de

 otras

 ..

 .

  Creo

  que

  Cézanne buscó

  la

  profundidad toda

su

  vida , dice Giacometti.

29

  Y

  Robert Delaunay

( l ú e :  La

 profundidad

  es la

 nueva  inspiración.

30

 

'uat.ro siglos después de las  soluciones del Rena-

 

nniento y tres siglos después de  Descartes, la  pro-

f u n d i d a d

  sigue siendo nueva, e insiste  en ser bus-

 

ada,

 no

  una

  vez en la

 vida sino

 durante

 toda

  la

 

i « l a .  N o  puede tratarse simplemente  de un  inter-

v a l o   s in  misterio alguno,  visto  como desde  un

* Charbonnier,

 o p . cit.

p.

  176.

' '  Delaunay, o p .

  cit.

p.  109.

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132

EL OJO Y LA MEN TE

avión,

 entre estos árboles próximos y aquellos otros

m ás   lejanos. Tampoco se trata de la manera como

las cosas se supr imen mutuam ente , como  lo vemos

de forma tan  vivida  en un dibujo en perspectiva.

Esas dos concepciones son m uy explícitas y no pro-

vocan  ningu na duda. El enigma, sin embargo, re-

side en su vincu lación , en lo que sucede en tre ellas.

El

  enigma consiste

  en que veo

  cosas,  cada  cual

  en

su  lugar, prec isamen te debido a que se eclipsan

m utua m en te ,

 y de que

  rivalizan ante

  m i

 vista  pre-

cisamente porque cada cual está en su lugar. Su

exterioridad

  se

  reconoce

  en su

 env olvimiento

 y su

dependencia mu tua en su autonom ía. Una vez en-

tendida la profu nd idad de este modo, ya no po-

demos

  calificarla  de

  tercera dimensión.

  En

  primer

lugar,  si fuera  un a  dimensión, sería

  la

 primera;

  sólo

hay   formas  y planos defin idos  si se  estipula  a qué

distancia de m í están sus distintas partes. Pero una

primera

  dimensión

  que

  contiene todas

  la s

  demás

no es ya una d imen sión , por lo menos en el sentido

habi tual

  de

  cierta  relación  según

  la

  cual hacemos

mediciones.

  La

 profundidad

  así

 entendida

  es, más

bien,  la

  experiencia

  de la

  reversibilidad

  de las di-

mensiones,

  de una situación global, todo en el

mismo sitio  al  mismo t iempo,  una  situación  de la

que se han  abstraído  la altura , la anchura  y la  pro-

fund idad ;

  de una  voluminosidad que  expresamos

en una palabra cuando decimos que algo está

  allí.

En

 busca de la profun didad persigue Cézanne esta

deflagración

  del

  Ser,

  y

 todo  está

 en los

 modos

  del

espacio,

  tanto en forma como en cualquier otra

cosa. Cézann e

  ya

 sabía

  lo que el

 cubismo repe tiría:

que la

  forma exterior,

  la

 envoltura ,

 e s

 secundaria

 y

derivad a, que no es lo que hace que una cosa tome

fo rma,  que esa concha de espacio debe ser hecha

trizas,

  ese jarrón de f lores debe ser desm enuz ado;

EL OJO Y LA MENTE

133

¿y  qué se  deberá pintar, entonces? ¿Cubos, esferas

y

 conos? (como

 é l

 mismo

 dijo  una

  vez). ¿Puras for-

mas

  que tengan la solidez de lo que podría ser de-

finido

  por una ley

 interna

  de

  construcción, formas

que entre todas, como huellas o tajadas del objeto,

le  permitan aparecer  entre  ellas como  un  rostro

entre

  lo s

 junco s? Esto sería poner

  por un

  lado

  la

solidez

  del Ser y por el otro su variedad.

  Cézanne

hizo

  un

  experimento

  de

  este tipo

  en su

  periodo

medio. Optó  por lo sólido, por el espacio, y descu-

brió

  que

  dentro

  de ese

  espacio,

  caja

  o

  recipiente

demasiado  grande

 para

  ellas, las cosas empezaban

a m overse, color co ntra color; empezaban  a  modu-

la r

 en inestabilidad.

31

 Por

  tanto, debemos buscar

 e l

espacio

 y su

  contenido

  como

 jun tos .

  El

 problema

  se

ha gen eralizado; ya no es el de la distanc ia, el de la

l ínea,

  el de la forma; es también, e igualmente, el

problema  del  color.

El

  color es el lugar  donde  se encuentran nues-

tro cerebro y el universo , dice en ese admirable

idioma  de  artesano  del Ser que  Klee  gustaba  de

citar.

32

 Es para

  beneficio

 del

  color

  por lo que de-

bemos romper  la  forma-espectáculo.  Por  tanto  no

se

 trata

 d e

 colores simulacros

 de los

 colores n atura-

les .33  La cuestión es, más bien, la de la dimensión

del  color,  esa dimensión  que  crea identidades,  di-

ferencias,

  una textura, una materialidad, algo; las

crea

 de sí

 misma, para

  sí

 misma

 .. .

Sin embargo

  (y

 esto debe

  se r

  destacado)

  no hay

ningu na llave maestra

 de lo

 visible,

 y el

 color

 por sí

solo no está más cerca de ser esa

 llave

  que el espa-

31

  F. Novotny, Cézanne

 und das

 Ende

 de r

  wissenschaftlichen  Pers-

pehtive

Viena, 1938.

32

  W. Grohmann,  Paul Klee

París,  1954,

  p.

  141. (Nueva

York, 1956).

33  Delaunay,

  op.

  cit . p. 118.

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134

EL   OJO Y LA  MENTE

ció. La vuelta al color tiene el mérito de acercarnos

algo

 más al

  corazón

 de las

 cosas ; 34

 pero ese

 cora-

zón está más allá de la envoltura de color tal como

está

 más  allá de la

 envoltura

  de

 espacio.

 El Portrait

de

  Vallier

  ubica espacios blancos entre  los  colores

que asumen la  función  de dar forma y establecer

un ser más

  general

  que el

  ser-amarillo

  o el

  ser-

verde o el ser-azul. También en las acuarelas de los

últimos

 años de Cézanne, por ejemplo, el espacio

(que había sido considerado como la evidencia

misma y del cual se había creído que no se podía

plantear la pregunta de

 dónde )

  irradia alrededor de

planos  que no  pueden  ser asignados a ningún lu-

gar: una superposición

  de

  superficies transpa-

rentes ,  un movimiento fluido de unos planos de

color que se sobreponen, que avanzan y que se re-

pliegan .

35

Evidentemente no se trata de añadir  una  dimen-

sión más a las de la tela plana, de organizar

  una

ilusión o una percepción sin objeto cuya perfección

consista en simular al grado máximo una

  visión

empírica.

 La

 profundidad pictórica

 (al

 igual

 que la

altura

  y la

 anchura pintadas) viene

  no se

 sabe

  de

  dónde a posarse,  y arraigar,  en la base  de susten-

tación.

  La

  visión

  del

  pintor

  no es una

  mirada

  al

exterior,

  una relación meramente óptica-física 36

con el mundo. El mundo ya no se halla frente a él a

través

 de la

 representación;

  más

 bien

 es al

 pintor

 al

que los objetos del mundo dan  nacimiento por una

especie de concentración o

 vuelta

 en sí de lo

 visible.

Por

 último,

 el

 cuadro

  no se

 relaciona

 con

 ninguna

34

  Klee, Journal. . .,

  trad.

  francesa  de P. Klossowski, París.

1959

35  George Schmidt, Les aquarelles de  Cézanne,  p. 21.  The  W a-

tercolors

  of

  Cézanne,

  Nueva York, 1953.)

36  P.

  Klee,  op .

 cit.,

EL OJO Y LA MENTE 135

de las cosas experimentadas, a menos que sea en

primer término autofigurativo .

37

  Es espectáculo

de

  algo sólo

  por ser un

  espectáculo

  de  nada ,38

por  romper  la piel de las cosas S >  para  mostrar

cómo las cosas llegan a ser cosas, cómo el mundo

llega

 a ser mundo. Apollinaire ha dicho que en un

poema  hay frases que no  parecen haber sido

  crea-

das,

  que  parecen haberse formad o

  a sí

  mismas.  Y

Henry Michaux dice que a veces los colores de Klee

parecen haber nacido lentamente sobre

 la

 tela,

 ha-

ber  emanado  de alguna base primordial, exhala-

dos en el

  lugar preciso

40

  como

  una

  pátina

  o un

hongo. El arte no es construcción, artificio, minu-

ciosa relación

 con un

 espacio

 y un

  mundo

 que

 exis-

ten

  en el

 exterior.

  Es

 realmente

  el

  grito inarticu-

lado , como dijo

 Kermes

 Trismegisto, que parece

ser la voz de la  luz . Y una vez presente despierta

fuerzas

  dormidas en la visión ordinaria, un secre-

to prexistente. Cuando vemos a través del espesor

del agua el embaldosado del fondo de una piscina,

no lo vemos a pesar del agua y la reflexión; lo vemos

a través de ellas y debido a ellas. Si no hubiera

distorsiones, movimientos de la luz del  sol, si fuera

sin

  esta carne como viéramos

 la

 geometría

  de las

baldosas, entonces dejaríamos d e verla

 tal  como

  es y

donde está;

  es

  decir,

  más

 allá

  de

  cualquier lugar

idéntico

  y

 específico.

 No

  puedo decir

  que el

 agua

misma  -el  poder  ácueo, el dulce y trémulo ele-

mento- esté

 en

 el espacio; todo eso tampoco está en

ninguna  otra parte, pero

 no

 está

 en la

 piscina.

 La

37  El espectáculo es  espectáculo  de sí  mismo antes  de ser

espectáculo de algo

  exterior

 a él.

38  C. P. Bru,

 Esthétique  de l abstraction,

 París,

  1959,

 pp. 86, 99.

39

  Henri

 Michaux, Aventures de

 L ignes .

40

  Ib id .

Page 22: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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136

EL OJO Y LA  MENTE

habita,

  se

  materia l iza

 en

  ella,

  su

  esencia  viva

 y ac-

tiva.  Esa animación interna, ésa irradicación de lo

visible  es lo que el pintor busca con el nombre de

profundidad, espacio, color.

Cualquiera

  que

  reflexione sobre ello encontrará

sorprendente  que con  frecuencia  un  buen pintor

también   pueda hacer buenos

  dibujos

  o

  buenas

 e s-

culturas. Como ni los medios de expresión ni los

gestos  creadores

  son

  comparables, este hecho

  es

prueba  de que  existe  un  sistema d e equiv alencias,

un Logos de líneas, de luces , de colores, de relieves,

de

  masas ,

  una

  presentación aconceptual

  del Ser

universal .

 El esfuerzo de la pin tura m odern a se ha

dirigido no tanto hacia la elección entre línea y

color,

 ni siquiera entre  la figuración de objetos y la

creación de signos, como hacia la mu ltiplicación de

los sistemas de equiv alencias, hacia la rup tura de su

adhesión a la envoltura de las cosas. Este esfuerzo

puede obligarnos a crear nu evos m ateriales  o  nue-

vos  medios

  de

  expresión, pero

  en

  ocasiones bien

podría rea l izarse mediante

  el

  rexamen

  y la

  rein-

versión

  de los ya exis tentes .

Ha  habido,  por  ejemplo,  una  prosaica concep-

ción

 de la

 línea como atributo positivo

  y propiedad

de l

  objeto

  en sí.

 Así,

 es el

  contorno exter ior

  de la

manzana

  o la

  frontera entre

  el

  campo arado

  y la

pradera , considerada como presente

  en e l

 m u n d o ,

de

  manera que, guiado

  por

  puntos tomados

  de l

mundo real ,  el  lápiz  o el  pincel sólo  tendría  que

pasar sobre ellos. Pero esta línea

 h a

  sido rechazada

por

  toda

  la

 p in tu ra m oderna ,

 y

 probab lemen te

  por

toda la pin tura , según hace pensar e l comentario

de  Leonardo  en su

 Tra tado  de la

 pintura:  El  secreto

del

 arte de

  dibujar

  es descubrir en

 cada objeto

  el

modo particular en que cierta línea

 flexible,

 que es ,

por así decirlo, su eje generador, se encamina por

EL OJO Y LA

  MENTE

137

toda

  su

  extens ión

 . .

 . 41  Tanto Rav aisson como

Bergson

  in tuyeron

  que

  había

  allí

 a lgo impor tan te ,

sin  atreverse sin embargo a descifrar  el  oráculo

hasta el fin. Be rgson apenas buscó el contorno

sinuoso serpentement)  en el exterior de los seres

vivos,  y  propuso, a lgo t ímidamente ,  que la  línea

ondulante podría

  no ser una de las

  líneas

  de la

figura , de que no está más aqu í que allá , y sin

embargo

  da la

 clave

 del

  conjunto .42  Estaba

  a un

paso

  de ese

 fa sc inan te descubr imien to ,

 y a  familiar

a los

  pintores ,

  de que no hay

  líneas visibles

  en sí

mismas , de que ni e l contorno de la man zana ni la

frontera

  del

 campo

 y e l

  prado están

 en

  este lugar

  o

en   aquél,  de que  siempre están  más acá o más allá

del p u n t o que m iramos. Siempre es tán entre  o de-

trás de cualquier cosa en que fi jemos los ojos; son

indicadas ,  implicadas y hasta imperiosam ente exi-

gidas por  la s?cosas, pero ellas mism as no son cosas.

Se  supone

  que

  circunscriben

  la

  manzana

  o e l

prado , pero  la m a n z a n a y el prado  se forman  a sí

mismos

a part i r de s í mism os, e ingresan en lo

visible  como

  si

 vin ieran

  de un

  mundo prespac ia l

situado detrás  de l escenario .

Sin embargo, esta refutación

  de la

 línea prosaica

está

 lejos  de e l iminar todas las l íneas de la pin tu ra ,

como pudieron creer los impresionistas. Se trata

s implemente de l iberar la l ínea , de reavivar su

fuerza

  const i tu t iva;

  y no nos

  en f r en t amos

  a una

contradicción cuan do la vemos reaparecer en pin-

tores como

  Klee

  o

  Matisse ,

  que creían en el color

más  que nadie . Porque en adelante , como di jo

Klee,  la línea ya no  imita lo visible:  Hace visible ;

41

  Ravaisson,  citado por Bergson, La vie et l'oeuvre de Ra-

vaisson , en

  La

  pensée

 e t l e m ou van t ,

  París, 1934, pp. 264-265.

42

  Bergson,

  ibid.

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  8

E L  OJO Y LA  M E N T E

es el plan o la génesis de las cosas. Tal vez antes de

(

  Klee

  nadie había dejado soñar  a una  línea .43 El

comienzo del camino de la línea establece o instala

cierto nivel

 o

 modo

 de lo

 lineal, cierta man era, para

la  línea,  de ser o de  hacerse línea,  de  volverse

línea .44

  Rela t ivamente , toda inf lex ión subs i -

guiente

  tendrá

  un

  valor diacrítico, será

  otro

  as-

pecto de la relación de la línea consigo misma, con-

formará una aventura, una historia, un significado

de la línea, todo esto según se desvíe más o m enos,

m ás  o

  menos rápidamente,

  más o

  menos sutil-

m ente. Ab riéndose ca mino en el espacio, corroe sin

embargo  el espacio y las partes extra partes; desarro-

lla  un modo de extenderse activamente en ese es-

pacio que subtiende la espacialidad de una cosa

tanto como la de un  hombre o un  manzano. Esto es

as í

 simplemente porque, como dijo Klee, para  dar

el

 eje

  generador

  de un

  hombre,

  el

 pintor tendría

que dar una red de líneas tan enmarañadas que ya

no  podría hablarse  de  representación verdadera-

mente  elemental .

45

En

  vista  de  esta situación quedan  dos  alter-

nativas, y no

  significa  mayor diferencia cuál

 se es-

coja.

 Primero, el pintor puede, como Klee, resolver

atenerse rigurosamen te al princip io de la génesis

de lo

 visible,

  el principio de la pintura fundamen-

tal, indirecta  o -como  solía decir  Klee- absoluta, y

luego dejar al título la tarea de designar con su

prosaico nombre la entidad así constituida,  para

dejar

  al

  cuadro libre

 de

  funcionar

 más puramente

como cuadro.

  La

  otra alternativa

  es

  escoger

  con

Matisse

  (en sus  dibujos)  poner  en una sola línea

43  Michaux, o p.  cit.  ( laissé rever  un e  ligne ).

44

  Ibid.

  ( d'aller

  ligne ).

45  Grohmann,

  o p .

 cit.

EL OJO Y LA

  M E N T E

139

tanto  la definición prosaica

  signalement)

  de la enti-

dad y la

  operación secreta

  que

  combina

  en

  ella

 la

suavidad

  y la

  inercia

  o la  fuerza

  necesarias para

constituirla

 como  un  desnudo,  como un  rostro , como

una/Zor.

Hay   un  cuadro  de  Klee de dos  hojas  de  acebo,

hecho de la manera más figurativa. A primera

  vista

las hojas

 son

 com pletamen te indescifrables,  y hasta

el fin siguen siendo m onstruosas, increíbles, fantás-

ticas,

 a

 fuerza

  de ser exactas. Y las m ujeres de M atisse

(recordemos el sarcasmo de sus contemporáneos)

no  eran inmediatamente mujeres; l legaban  a ser

mujeres.

  Fue M atisse quien nos enseñó a ver sus

contornos  no de  ma nera óptica-física sino  más

bien como nervaduras, como ejes de un sistema

corporal de actividad y pasividad. Figurativa o no,

la  línea ya no es una cosa o una imitación de una

cosa. Es cierto desequilibrio mantenido

 dentro

  de

la

  indiferencia del papel blanco; es cierto proceso

de  adentrarse  en el  en-sí, cierto vacío constitucio-

nal, vacío que, como

  lo

 demuestran decisivamente

las  estatuas de Moore, sostiene la pretendida posi-

tividad de las

 cosas.

  La

  línea

  ya no es la

  aparición

de una entida d sobre un fondo vacío, como en la

geometría clásica.  Es,  como  en la  geometría  mo-

dern a, la limitación, separación o m odulación de

una  espacialidad anterior dada.

Del  mismo modo que ha creado la línea latente,

la

  pintura

  se ha

  fabricado

  un

  movimiento

 sin

  des-

plazamiento,

  un

 movimiento

 por

 vibración

  o

 radia-

ción. Y le

 hacía falta,  porque, como hemos dicho,

 la

pintura

  es un

  arte

  de l

  espacio

  y se

  produce

  sobre

una tela u hoja de papel y por lo tanto carece de

medios para crear objetos

  que

  efect ivamente

  se

muevan .  Pero la tela

  inmóvil

  puede sugerir un

cambio de lugar del mismo modo que la huella de

Page 24: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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140

EL OJO Y LA

  M E N T E

una estrella  fugaz  en mi retina sugiere una transi-

ción,

  un movimiento no contenido en ella. El cua-

dro  ofrecería  a mis ojos  casi l o mismo  que le  ofre-

cen los movimientos  reales:  una serie de atisbos

instantáneos apropiadamente entremezclados

  y, si

se

 trata

 de un ser

 viviente,

 de

 actitudes suspend idas

en form a inestable entre un antes y un después; es

decir,  la parte  de  afuera  de un  cambio  de lugar,

que el

  espectador leería

  en las

  huellas

  que

  deja.

Aquí

  se revela  en  toda  su  importancia  la conocida

observación de Rodin: los atisbos instantáneos, las

ac t i tudes ines tab les , pet r i f ican  e l  mo v imien to ,

como se ve en tantas fo tografías en que un atleta en

movimiento  está congelado para siempre.  Y no

podríam os descong elarlo m ultiplic and o las visio-

nes.  Las fotograf ías de  Marey , lo s a nálisis cubistas,

La

  Mariée  de Duchamp no se mueven; dan una

i lu s ión zen o n ian a  de  mo v imien to . V emo s  un

cuerpo rígido como una pieza de armadura ejecu-

tando  su s movimientos; está aquí y luego  allá, má-

gicamente, pero  no  va  de aquí allá. El cine retrata

el movimiento, pero ¿ c ó m o ? ¿E s, como ten deríam os

a

  creer,  rep ro du c ien do

  más

  es t rechamente

  los

c a mb i o s

  d e

  lu g ar? P o demo s su p o n er

  qu e n o ,

puesto  que la cámara lenta muestra un  cuerpo flo-

tando entre objetos como

  un

  alga,

  pero  no mo-

viéndose

  é l m i sm o .

El

  movimiento es dado,  dice Rodin,46   por una

imagen  en que los brazos, la s piernas, el tronco y la

cabeza

 están

 tomados cada

 uno en un

  instante dis-

tinto, una imagen que por tanto retrata al cuerpo

en una acti tud que nunca en ningú n instante tuvo

realmente

  y que

  impone vínculos ficticios  entre

  la s

46

  Rodin ,  L art,  París , 1911. Entrevistas reunidas  por  Paul

Gsel .

E L O JO Y L A M E N TE

141

partes, como  si ese  enfrentamiento mutuo  de in-

compatibles  pudiera,  y  exclusivamente pudiera,

hacer surgir  la transición y la duración  en el bronce

y  la

  tela.

  Los

  únicos atisbos instantáneos

  de l

  movi-

miento logrados

  son los que se

 acercan

  a

  esta dis-

posic ión paradój ica , cuando ,  por  ejemplo ,  un

hombre andando es captado en el momento en que

sus dos pies tocan el suelo;

 porque

  entonces tene-

mos casi la ubicuidad temporal del cuerpo que

hace  que el hombre  atraviese  el espacio.  La  pintura

hace visible el  movimiento  por su  discordancia  in -

terna. La posición de cada miembro, precisamente

en virtud de su incompatibilidad con la de los de-

más  (según

  la

  lógica

  del

  cuerpo), está diferente-

men te situada en el tiempo o no está al mismo

tiempo que las  otras;  y  puesto  que  todas ellas s i-

guen visiblem ente perteneciendo a la unidad de un

cuerpo, es el cuerpo  el que  llega  a atravesar  la du-

ración. Su movimiento es algo premeditado  entre

piernas, tronco, brazos

  y

  cabeza

  en

  algún virtual

  centro de control , y sólo irrumpe con un subsi-

guiente cambio

  de

  lugar. Cuando

  se

  fotografía

  a

un

  caballo en el instante en

  que

  está completa-

mente separado  del suelo, con las patas casi dobla-

das

  bajo

  el

 cuerpo,

  un

  instante,

  por

  tanto ,

  en que

debe estar moviéndose, ¿por qué parece que estu-

viera

  inmóvil saltando? Entonces, ¿por  qué los ca-

ballos de  Géricault galopan  realmente sobre  la tela,

en una postura imposible para un caballo real al

galope?

  Es,

 simplemente,

 que los

 caballos  deEpsom

Derby  me hacen ver el agarro  de un  cuerpo sobre el

suelo

  y

  que, según

  un a

  lógica

  del

  cuerpo

  y del

mundo que conozco bien, esos "agarros"  en el es-

pacio son también modos de asir la duración. Ro-

din dijo muy sabiamente: Es el artista quien dice la

verdad,  mientra  que la fotograf ía es  mendaz; por-

E L OJO Y LA

  M E N T E

143

Page 25: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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14 2

  EL OJO Y LA

  M E N T E

que, en

  realidad,

  el

  t iempo nunca

  se

  detiene

  en

seco. 4 7 La

 fotografía

  man tiene abiertos lo s instan-

tes que el

  fluir

  de l

  tiempo cierra inmediatamente;

destruy e el alcanza rse, el supe rpon erse, la meta-

morfosis del  tiempo. Pero eso es lo que la pintura,

por el

  contrario, hace

  visible,

  porque

  lo s

 caballos

tienen

  en sí ese

  salir

  de

  aquí,

 ir

 hacia allá ,

48

  por-

que tienen una pata en  cada instante. La pintura

busca

  no el

 exterior

  de l

 m ovim iento sino

 su s  cifras

secretas,

 y hay

 algunas

 más

 sutiles

 qu e

  aquellas

 d e

las

  que hablaba Rodin.  Toda  carne, e incluso la

carne

  de l

  mundo, irradia

  m ás  allá  de sí

 misma.

Pero  que se sea o no,  según  la época  y la  escuela

partidario del mo vim iento man ifiesto o de lo mo-

numental , e l arte  de la pin tura nu nca está comple-

tamente fuera

  del

  tiempo, porque siempre está

dentro de lo carnal.

Ah ora quizás podamos tener una mejor idea de

lo que

  significa

  ese pequeño verbo ver .  La visión

no es

 cierto m odo

 de

 pensamiento

 o

 presencia p ara

el

  ser;

  es el

  medio

  que se me ha

  dado

  de

  estar

ausente

  de mí

 mismo,

 de

 estar presente

  en la fisión

del Ser

  desde adentro,

  fisión a

 cuyo término,

  y no

antes,

  vuelvo

 a mí

 mismo.

L os

 pintores siempre

 lo han

  sabido. Leonardo  49

invocaba cierta ciencia pictórica que no habla  en

palabras

  (y

 menos

  en

  números) sino

 c on

  obras

  que

existen  en lo visible,

  igual

  que las

 cosas naturales

 y

que sin  embargo comunican a través de  esas cosas

  a

 todas

  las generaciones  del  universo . Esta cien-

cia

 silenciosa, dice

  Rilke  (a

  propósito

  de

  Rodin) ,

lleva

 a la obra  las formas de  cosas cuy o sello no ha

47   Ibid. p. 86

48

  Mi ch aux ,

 op .

  cit.

49   Ci tado por Delaunay ,

 o p . cit.

p. 175.

sido  roto ;

  50

  proviene  del ojo y se  dirige  al  ojo.

Debemos

  entender

  el ojo

 como espejo

  del

  alma .

  El

 o j o . . .

  a  través del  cual l a belleza del  universo

se

  revela a nuestra contemplación, es de tal exce-

lencia que  quien se resignara  a perderlo  se privaría

de l

  conocimiento de todas las obras de la natura-

leza,

 cuya v ista

 hace

 vivir

  feliz

  al

 alma

 en la

 prisión

de su

 cuerpo gracias

 a los

 ojos

  que le

 muestran

 la

infinita

  variedad  de la  creación; quien  lo s  pierde

abandona a su alma en una prisión oscura donde

debe desvanecerse toda esperanza de ver una vez

más el

  sol,

  la luz del

  universo.

El ojo

  cumple

  la

prodigiosa tarea

  de abrir  el

 espíritu

 a lo que no es

espíritu, el jubi loso m und o de las cosas y su dios, el

sol.

U n

  cartesiano puede creer que el mundo exis-

tente

 no es visible, que la única luz es la de la mente

y que

 toda visión tiene lugar

 en

  Dios.

 U n

 pintor

  no

puede admitir que nuestra apertura al mundo es

ilusoria

  o

  indirecta,

  que lo que

  vemos

  no es el

mun do mismo,

 o que la

 men te sólo

 se

 relaciona

 con

sus

 pensam ientos o con

 otra

 m ente. Acepta con to-

das sus

  dificultades

  el  mito  de las  ventanas  del

alma:

 debe

 ser que lo que no

 tiene lug ar está sujeto

a un  cuerpo;  m ás a ún , que lo que no tiene luga r es

iniciado

 p o r

  el cuerpo para todos los demás y

 para

la

  naturaleza. Debemos tomar li teralmente

  lo que

la

 visión nos enseña:  que a través de ella nos  pone-

mos en  contacto  con el sol y las  estrellas,  que de

pronto estamos

 en

  todas partes,

 y que aun

  nuestra

capacidad de imag inarnos en todas partes

  - Estoy

en mi

 cama

  en San

  Petersburgo,

  en

  París,

 mis

 ojos

ven   el sol - o de contem plar a seres vivientes don -

50

  Ri lke ,

 Auguste

 Rodin trad. fran cesa de M aurice Betz, París,

1928,

  p.

  150.

Page 26: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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1

r

t

le

n i

el

ai

dt

an

 

exi

q u i

"a

cía

llev

 

8

 9

144 EL OJO Y LA ME NTE

dequiera que es tén,  debe  algo a la vis ión y uti l iza

medios que le debemos a ella. Sólo la vis ión nos

en te ra   de que  seres  que son  difere n tes , exterio-

res , a jenos

  uno a

  otro, están

  si n

  embargo absolu-

tamente   juntos,

  son

  s imultane idad ; e s to

  es un

misterio

  que los

  ps icólogos manipulan como

  un

n iño ma n ipula explosivos . Robert De laun ay dice

s u c i n t ame n t e :

  La vía del

  ferrocarr i l

  es la

  imagen

de la sucesión que más se acerca al

  paralelo:

  la

paridad de los r ie les. Los r ie les conve rgen y no

c o nve rg e n ;

 convergen^ara

  mantene rse equ id i s tan-

te s  más

  allá.

  El

  mundo es tá

  de

  acuerdo

  con mi

perspectiva

 para

  se r  i nd e p e nd i e n t e  de mí, es  para

  para  ser sin mí, y ser el

  m u n d o .

  El

  quale

  vi -

sual

51 me da, y

 sólo

 él, la

 presenc i a

 de lo que no es

yo,

  de lo que  simple y p l e n a m e n t e

  e s.

 Lo  hace por-

q u e , a l

 igual

 que la

 tex tu ra ,

 es la

 concreción

  de una

viabi l idad universal , de un espac io único que se-

para y reún e, que sostiene  toda cohesión ( incluso la

de

  pasado

  y

  futuro, puesto

  que esa

  cohesión

  n o

existiría

  si no

  fueran esenc i a lmente p rop ios

  del

mismo e spacio).

 Todo

 lo visual , por  i n d iv idua l que

sea,

  func ion a también como d imen s ión , porque

  se

da

  como resu l tado

  de una

  h e n d e d u ra

  del

  Ser.

 Lo

que

  signif ica,

  en

 último an ális is,

 que lo

 propio

 de lo

visible  es tener un

 reves t imien to

 de

 in visibil idad

  en

sentido estricto,

  que

  presenta

  en

  forma

  de

  c ierta

ausenc i a .  En su  época, nuestros remotos antípo-

das , los impres ionis tas , es tuvieron absolutamente

en lo cierto al instalarse en los desperdicios y la

maleza  de la vida cot id iana. En cuanto a nosotros ,

nuestro corazón anhela acercarnos

  más a las

  pro-

fund idades

  . . .

  Esas rarezas

  se

  volverán . . .  real i -

dades

  . ..

 porque

 en vez de

  sostenerse contra

 la

 res-

51  De launay , op.  cu.,  pp .

  110, 115.

EL OJO Y LA

  M E N T E

145

m i r a c i ó n

  d i ve r s ame n t e i n t e n s a d e l o

  visible,

  le

M I i d i r á n   la

 parte

  de lo in v is ible ,

  sec re tamen te pe r-

 

ibido.

52  H ay  algo  qu e

  alcanza '

  al ojo de  f r e n t e ,

l . i s   propiedades

  fronta les de lo

  visible; pero  tam-

bién   hay algo que lo

  a lcanza

  desde abajo - la pro-

f u n d a  la tenc i a pos tu ra l

  en que e l

 cuerpo

  se alza  a

ver-  y  algo  que le  llega  a la

  visión

  desde arriba

como

  e l f enóm en o de l vue lo , de l a na tac ión , de l

movimien to ,  en lo que part ic ipa no ya en la pesa-

de z

 de sus

 orígen es s ino

 e n

  real izac iones

 libres.53 A

(caves

 de el la , pue s, el pin tor toca los dos

 extremos,

l . n

  la

 p ro fu n d i d ad i n me mo r i a l

 de lo visible,

 algo

 se

movió,  se

  e nc e nd i ó

  y

  envo lv ió

 su

  cuerpo; todo

  lo

)u e  p i n t a

  es una

  respuesta

  a esa

  inc i tac ión,

  y su

m a n o

  no es más que e l i n s t rume n to de una vo lun-

tad

  distante .

  La

  vis ión encuentra, como

  e n u n a

encruc i jada, todos

  los

  aspectos

  del

  Ser.  "Cierto

l u e g o  f inge  estar  vivo;  despierta . Abriéndose ca-

m i n o en l a

 man o como con ductor, l lega

 a la

 base

 y la

absorbe; en tonces un a chispa salta y cierra e l círculo

|ue debía trazar, volviendo al ojo, y más

 allá."54

No

  hay interrupción en es te c i rcu i to; es imposi-

bl e dec ir dónde t e r m i n a

  la

 n a tu ra le z a

 y dónde em-

pieza  e l hombre  y la  expres ión.  Es, por lo tan to , e l

Ser

  mudo mismo

 e que se

 ad e l a n t a

  a

  mostrar

  su

propio  significado.  Es por esta razón por la que el

d i l ema

  e n t r e

  arte  figurativo y no  f igurat ivo

  está

mal

  p lan teado: es ve rdadero y no en t raña contra -

dicción que n i n gun a uva ha sido nun ca lo que es en

la

  p i n t u r a

  más figurativa y que

  n i n g u n a p i n t u r a ,

por

 abstracta

 que

 sea, pue de separarse

 del

 Ser,

 que

52  Klee ,  Conférence

  d'Iéna,

  1924, según Grohmann,  op. cu.,

  > 365.

53  Klee ,

  W e ge

  des

 N aturstudiums,

  1923, según

  G. di San

  Laz-

/.aro,

 Klee.

54

  Klee, citado por  Grohman, op. cu.,  p. 99.

Page 27: Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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146 EL OJO Y LA  M E N T E

aun la uva de

  Caravaggio

  es la uva

  misma .55

 Esta

precedencia

 de lo que es

 sobre

 lo que uno ve y

 hace

ver,

 de lo que uno ve y hace ve r sobre lo que es: eso

es la

  visión misma.

 Y

 para

  dar la

  fórm ula ontoló-

gica  de la  pintura casi  no  necesitamos forzar  la s

palabras del  propio pintor,  la s  palabras  de

  Klee,

escritas

  a los

 treinta

  y

 siete años

  y finalmente

  gra-

badas en su tum ba: La inman encia no puede

atraparme. 56

Debido  a que la profundidad ,  el color,  la  línea, el

movimiento, el  contorno,  la  f isonomía, son  todas

ramas  del Ser y  debido  a que  cada  una de  ellas

puede conmover

  a

  todas

  la s

  demás,

  no hay en la

pin tura problemas separados, distintos, n i cami-

nos  realmente opuestos,

  ni

  soluciones parciales,

ni

  progreso  acumula t ivo,

 ni

  opciones irrecupera-

bles. No hay

 nada

 que le

 impida

 a urNpintor

 volver

a uno de los recursos que ha abandon ado, hacién-

dolo,

  por supuesto, hablar de otra manera. Los

contorno s de R ou au lt no son los de Ing res. La luz

es la

  vieja

  sultana , dice Georges Limbo ur, cu-

yos

 encantos

 se

  marchitaron

 a

 principios

 de

  este

 s i-

glo .

57  Rechazada primero por los pintores de la

materia, reaparece

  finalmente en  Dubuffet

  como

cierta textu ra de la materia . Nun ca se es i n m u n e a

58

  A.

  Berne-Jof f roy , Le

 dossier

  Caravage París,

  1959, y Mich el

Butor, La Corbeille de

  l'Ambrosienne ,

  en  Nouvelle   Revue

Frangiise 1959,  pp.

  969-989.

56  Klee , Journal

op .  cit.

  ( Je suis insaisissable  dans l'imma-

nence. )

57

  G.

  Limbour,

  Tablean   bo n

  levain

  a vous de  cuire  la

 pate:

  Var í

brut de Jean   Dubuffet

París, 1953, pp.  54-55.

EL OJO Y LA  M E N T E  14 7

este t ipo de regresos o a las convergencias más

inesperadas; algunos fragmen tos de Rodin s on casi

estatuas

  de

  Germaine Richier porque

  ambos   eran

 es-

cultores;  es

  decir, estaban atrapados

  en una

  única,

idéntica

  red del

  Ser.

  Por la

  misma razón nada

  se

adquiere nunca

  finalmente ni se

  posee para siem-

pre.

Al

  reformular un

  problema favorito, aunque

sólo

 sea el problem a d el terciopelo o la lana, el ver-

dadero

 pintor altera sin saberlo los datos de todos

los

  demás problemas.

  Su

  búsqueda

  es

  total

  au n

cuando parezca parcial. Precisamente cuando haya

alcanzado

  la

 excelencia

 en

  algún campo, descubre

que  ha

  reabierto  otro

  en el que

  todo

  lo que ha

dicho antes debe ser repetido d e distinto modo. El

resultado e s que lo que ha hallado aún no lo t iene.

Tiene que buscarlo; el descu brimien to mismo pro-

voca

  ulteriores indagaciones.

  La

  idea

  de una

  pin-

tu ra

  un iversal, de un a totalización de la p intura ,

de una  idea plena  y definit ivam ente real izada, ca -

rece de sentido. Para los pintores, el mundo siem-

pre

  estará

  por

  pintar , aunque dure mil lones

  de

años .. . terminará  sin  haber sido conquistado por

la

 pin tura .

Panofsky  muestra cómo  lo s  problemas de la

pintura

 que han

  polarizado

 s u

 historia

  se

 revuelven

co n

 frecuencia oblicuamente, no en el curso de in-

dagaciones

 emprendidas para resolverlos sino,

 por

el

  contrario,

  en el

  m om en t o

  en que los

  pintores,

después de llegar a un callejón sin salida, aparen-

temen te

 olvidan esos problemas

  y se

 permiten

  se r

atraídos por otras cosas. Entonce s repe ntinam ente,

en fo rma totalmente inesperada, retoman  lo s

 viejos

problemas

 y

 superan

  el

 obstáculo. Esta historicid ad

sorda, que a van za en el laberinto por desviaciones,

transgresiones, lentas int rusiones e im pulsos súbi-

EL

  OJO Y LA

  M E N T E

  14 9

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7/26/2019 Merleau-Ponty, El Ojo y La Mente

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148 EL  O J O Y L M E N T E

tos,

 no

 significa

 que el

 pintor

 no

 sepa

 lo que

  quiere.

Significa  que lo que quiere está más allá de los me-

dios

  y las finalidades de que

  disponemos

  y go-

bierna desde  lejos  toda nuestra actividad útil.

Estamos

  ta n

  fascinados

  por la idea clásica de

adecuación intelectua l que el pensamien to mu do

del pintor a veces nos deja la impresión de un v an o

remolino

 de

 significados,

 una

 expresión abortada

 o

paralizada. Supongamos, entonces,

  que se

  res-

ponda

  que

  n ingún pensamiento

  se

  separa nunca

por

  completo

  de una

  base

 de

  sustentación;

 que el

único

 privilegio del pensamiento hablado es haber

hecho manejable su propia base; que las figuracio-

nes

  de la literatura o de la filosofía no están más

firmemente  establecidas  que las de la  pintura  ni

so n  m ás susceptibles de ser acum uladas en un te-

soro perdurable; que hasta la ciencia   aprende  a

reconocer una zona de lo fundam ental , habitada

por  seres densos, abiertos, desgarrados, cuyo tra-

tamiento exhaustivo

  es

 im posible, como

  la

  infor-

mac ión estética de la cibern ética o los grupos de

operaciones matemático-físicos; que, po r últ imo,

nunca estamos

 en

 posición

 de

 apropiarnos

  de

  todo

objetivamente

  ni de  pensar  en el progreso  en sí; y

que toda la historia humana es, en cierto sentido,

es t ac ionar ia .

  ¿Qué

pregunta e l en tend imiento ,

como  el  Lamiel  de  Stendhal, e s  sólo   eso?

¿Es éste

  el

 punto

  m ás

 alto

  de la

 razón, compren-

der que el suelo que tenemos

  bajo

  los pies se está

movien do, llama r pomp osam ente interrogación

a

  lo que es sólo un estado de estupor persistente,

llamar investigación

o

  indagación

a lo que no es

m ás

  que andar en círculos, llam ar Ser a lo que

n u n c a  e s plenamente?

Pero

 esa

  decepción surge

  de la

  espuria fantasía

que

  reclama para

 sí una

  posit ividad capaz

 de

  com-

pensar su propia  vacuidad. Es  el  pesar de no ser

lodo, y un  pesar  bastante  si n  fundamento. Porque

si no  podemos establecer un a jerarquía  de las civili-

/aciones

 ni hablar de progreso ni en pintura  ni en

n i n g u n a  otra  cosa  de  importancia no es  porque

ríos  lo

  impida algún destino;

  es, más

  bien, porque

la

  primera pintura en cierto sentido llegó hasta el

límite extremo  del futuro. Si nin gún cuadro l lega a

se r e l

 cuadro,

  si

  ninguna obra está nunca absoluta-

mente completa

  y

  acabada, también toda creación

m o d i f i c a ,

  a l t er a , i l u m i n a , a h o n d a , c o n f i r m a ,

exalta, re crea

  o

  crea ant icipadamente

  a

  todas

 las

demás. S i las creaciones no son una posesión, no es

sólo  porque, como todas las cosas, pasan; es tam-

bién porque todavía t ienen

  casi

  toda su vida por

delante.