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MEMORIAS DE LAS XI JORNADAS INTERNACIONALES DE ARTE,

HISTORIA Y CULTURA COLONIAL

Uniendo las cuatro partes del mundo: transferencias culturales en el Imperio hispánico

I. S. S. N. No. 2322-7141

29 al 31 de agosto de 2018

Museo Colonial

Bogotá D. C., Colombia

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TABLA DE CONTENIDO

Presentación .......................................................................................................................... 4

Ponentes ................................................................................................................................ 6

Una nueva tecnología imperial. La experiencia española (1519-1808)

Joan-Lluís Palos ................................................................................................................... 10

Colonia y constitución, conceptos políticos fundamentales del periodo monárquico

tardío.

Francisco Ortega ................................................................................................................. 24

Entre Occidente y Oriente: América como puerta española a China en la época

moderna.

Diego Sola ............................................................................................................................ 44

Navegación y encuentro de saberes en la conquista de América.

Mauricio Nieto ....................................................................................................................60

El Estado de Brasil en el Imperio portugués: Dinámicas culturales y consolidación del

poder real en el siglo XVII.

Joana Fraga ........................................................................................................................... 78

La Monarquía Hispánica y el Nuevo Reino de Granada: fiestas monárquicas y ejercicio

del poder en los siglos XVII y XVIII.

Verónica Salazar ..................................................................................................................90

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Inicio

Presentación

“Lo que ayer era desconocido hoy se vuelve familiar; desde ahora lo inaccesible está

disponible y lo lejano puede irrumpir súbitamente en lo próximo”. Con estas evocadoras

palabras el historiador francés Serge Gruzinski describe la mundialización ibérica que

tuvo lugar en el siglo XVI. Gracias a este proceso de apertura, los horizontes de los

imperios peninsulares se expandieron a tal punto que lugares tan distantes entre sí como

Castilla y China, la India y Brasil o África y Lisboa se conectaron sin precedentes. Ante

esta situación surgen, al menos, dos interrogantes: ¿Cómo lograron estos sistemas

políticos extenderse con tal magnitud y rapidez? Y ¿cómo mantuvieron su unidad e

influencia a lo largo de tres siglos?

Para responder a lo anterior, la historiografía tradicional ha planteado soluciones que

proponen a la religión católica y al poderío militar como los factores responsables de la

cohesión imperial y de su dominio a escala planetaria. Sin embargo, recientes estudios

afirman que estas miradas se han quedado cortas. Es así como se ha determinado que,

además del uso de la fuerza, el establecimiento de un campo cultural fue determinante

para crear un espacio en el que los mensajes circularan y se apropiaran de manera eficaz.

De esta manera, a través del uso de herramientas culturales, se logró la creación de

marcos comunes de referencia y así se legitimó el poder y la perdurabilidad de los

imperios ibéricos.

Este nuevo enfoque es heredero de una tradición historiográfica que ha pensado la

complejidad de las monarquías compuestas, concepto propuesto por John Elliott y

Helmut Koenigsberger. Además, se ha nutrido de los aportes de académicos como John

Kenneth Galbraith y Joseph Nye, quienes se han aproximado al concepto de poder a

través de medios diferentes de la fuerza, como lo son los recursos de la cultura y la

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persuasión. Esto sin dejar de lado las propuestas teóricas provenientes desde la historia y

la historia del arte, en las que investigadores del talante de Gruzinski y Thomas DaCosta

Kaufmann, han estudiado el universo de las transferencias culturales y los campos

culturales respectivamente.

Estos impulsos dentro de las ciencias sociales han dado pie a una concepción amplia de

los imperios ibéricos dentro de grupos institucionales como la red de investigación

Poder y representaciones culturales en la época moderna de la Universidad de

Barcelona, cuyos esfuerzos se han dirigido a considerar la cultura y sus múltiples formas

como un elemento que permitió efectivamente “unir las cuatro partes del mundo”.

En la decimosegunda edición de las Jornadas Internacionales de Arte, Historia y

Cultura Colonial y en alianza con la ya mencionada red de investigadores de la

Universidad de Barcelona, tenemos el propósito de darle cabida en el Museo Colonial a

las últimas propuestas de la historiografía. Esto con el fin de acercarnos a nuevos

enfoques que permiten pensar ampliamente los imperios ibéricos, a través de las redes

culturales que se tejieron para asegurar su longevidad e influencia.

Esta perspectiva es útil para expandir la mirada dirigida hacia los orígenes e influencias

globales que se encuentran en los objetos que nuestra colección. De igual manera, como

institución que vive de cara al presente, somos conscientes de que estos estudios pueden

suscitar reflexiones refrescantes sobre la conformación de los nexos culturales

contemporáneos en tiempos de la llamada globalización, así como para evidenciar la

supervivencia, en la actualidad, de múltiples elementos de la cultura que fueron

precisamente pensados para el sostenimiento de un sistema político como el de los

imperios ibéricos.

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Inicio

Ponentes

Joan-Lluís Palos

Profesor de Historia Moderna en la Universidad de Barcelona (España) y coordinador

de la red de investigación Poder y representaciones culturales en la Época Moderna. Ha

sido investigador invitado en las universidades de Harvard (Villa i Tatti, Florencia),

Johns Hopkins, Federico II (Nápoles) y Cambridge. Su trayectoria investigativa ha

seguido cinco grandes líneas: a) el tribunal de la Inquisición en Barcelona, b) las

relaciones políticas entre Cataluña y la monarquía de los Austria, c) el pensamiento

político en Cataluña y la Guerra de los Segadores, d) el papel de las imágenes como

fuente documental para los historiadores, e) el mecenazgo artístico y la mediación

cultural de los virreyes españoles en Nápoles y f) los matrimonios dinásticos y el papel de

las mujeres en las circulaciones culturales en la Europa Moderna.

En la actualidad, se ocupa de las relaciones culturales entre Florencia y España en el

Renacimiento y el lugar del Imperio español en el proceso de la primera mundialización

a comienzos de la Edad Moderna. Sobre estas cuestiones ha escrito varias monografías y

dirigido diversas tesis doctorales. Entre sus publicaciones recientes están: Los virreyes

de Nápoles y la imagen de la Monarquía de España en el Barroco, L’impero di Spagna

allo specchio: Storie e propaganda nei dipinti del Palazzo Reale di Napoli, Italia y Two

Scripts for a Single Scene Naples, Barcelona and Lisbon in the Spanish Empire: Old

Civic Traditions and New Court Practices.

Sitios web: http://transferts.education/presentacion/

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Francisco Ortega

Doctor de la Universidad de Chicago (2000) y profesor asociado en el Departamento de

Historia de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá. Investigador asociado al

Centro de Estudios Sociales (CES) de esta Universidad, fue su director entre el 2005 y el

2008. Investigador postdoctoral en el proyecto “The Research Project Europe 1815-

1914”, con sede en la Universidad de Helsinki y el Santo Domingo Scholar en el Centro

de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Harvard. Ha sido profesor invitado

en la Universidad de Stanford, el Instituto Max Planck para la Historia del Derecho en

Frankfurt y la École des hautes études en sciences sociales.

En el 2005 prologó y editó la antología La irrupción de lo impensado con trabajos

teóricos de Michel de Certeau (Bogotá: Editorial Javeriana) y posteriormente editó dos

libros sobre historia, memoria y sufrimiento social, ambos con la Universidad Nacional:

Veena Das: Sujetos de dolor, agentes de dignidad 2008; e Historia, trauma, cultura:

Reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio (2011). En 2012 publicó Conceptos

fundamentales de la cultura política de la Independencia y Disfraz y pluma de todos:

Opinión pública y cultura política, Siglos XVIII y XIX. En el presente adelanta un libro

sobre la historia intelectual y política del siglo XIX gran-colombiano.

Diego Sola

Doctor en Historia (2017), profesor e investigador postdoctoral en la Facultad de

Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona. Ha sido PhD Visiting Student en

la Facultad of Historia de la Universidad de Cambridge (Reino Unido). Premio

Extraordinario de Doctorado. Actualmente participa en varios proyectos de

investigación, como los de la red Poder y representaciones: Transferencias culturales en

la Época Moderna, en el grupo Ethnographies, Cultural Encounters and Religious

Missions (ECERM) de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y en el del Grup

d’Estudis d’Història del Mediterrani Occidental (GEHMO). Recientemente ha publicado

el libro El cronista de China. Juan González de Mendoza, entre la misión, el imperio y la

historia (2018). Autor de otros libros de historia y divulgación y de artículos en revistas

académicas como Tiempos Modernos o Estudios (Universidad de Costa Rica).

Conferenciante en las Aulas de Extensión Universitaria para Mayores (Barcelona).

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Mauricio Nieto

Doctor en Historia de las Ciencias de la Universidad de Londres y profesor titular del

Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, en Bogotá. Sus

investigaciones se han centrado en las relaciones entre ciencia, tecnología y política en

contextos imperiales y coloniales del mundo Atlántico de los siglos XVI al XIX. Sus

publicaciones más relevantes son: Las máquinas del imperio y el reino de Dios (2013);

Orden Natural y Orden Social: Ciencia y política en el Semanario del Nuevo Reyno de

Granada (2007), obra galardonada con el premio Alejandro Ángel Escobar de ciencias

humanas y sociales (2008); La obra Cartográfica de Francisco José de Caldas (2006); y

Remedios para el imperio: Historia natural y la apropiación del nuevo mundo (2000),

libro laureado con el premio Silvio Zavala de Historia Colonial (2001).

Joana Fraga

Doctora en Historia de la Universidad de Barcelona (2013) e investigadora en el

Instituto de Ciências Sociais – Universidade de Lisboa (2017), gracias a una beca

postdoctoral Marie Curie (MSCA Individual Fellowship). Antes ha sido becaria

postdoctoral en la Università degli Studi di Torino (Italia) y en la École des Hautes

Études en Sciences Sociales (Francia). Su tesis de doctorado, “Three revolts in images:

Catalonia, Portugal and Naples 1640-1647” aborda la utilización política de las imágenes

en el contexto de las revueltas de 1640-1647 en la Monarquía Hispánica. Entre sus

trabajos se destacan: “Representing the King: the Images of João IV of Portugal (1640-

1652)” (en prensa) y “Trois révoltes en images: Catalogne, Portugal et Naples (1640-

1647)”, texto en colaboración con Joan Lluís Palos, (2016). Actualmente trabaja en la

comunicación política entre los gobernadores generales y virreyes de los Estados de

Brasil e India y el monarca portugués en los años 1640-1750.

Verónica Salazar Baena

Doctora en Historia de la Universidad de Barcelona (2013) y profesora asociada de la

Facultad de Sociología de la Universidad Santo Tomás, en Bogotá. Investigadora

postdoctoral del grupo de investigación “Poder y representaciones: Transferencias

culturales en la Época Moderna”, financiado por el Ministerio de Ciencia y

competitividad del gobierno de España. Su tesis de doctorado, Fastos monárquicos en el

Nuevo Reino de Granada: La imagen del rey y los intereses locales. Siglos XVII y XVIII,

se ocupa de estudiar las trasferencias culturales y las prácticas de gobierno ligadas a las

celebraciones reales en el Virreinato del Nuevo Reino de Granada. En el año 2017 fue

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ganadora de la beca de investigación en Artes Visuales del Ministerio de Cultura. Entre

sus publicaciones más recientes se encuentran: El cuerpo del rey: poder y legitimación

en la monarquía hispánica (2017), La imaginería en el Nuevo Reino de Granada: Algunas

reflexiones en torno a la transferencia, circulación y apropiación de saberes durante los

siglos XVI, XVII y XVIII (2017) y Ceremonias Reales en el Virreinato de la Nueva

Granada (1739-1789) (2012).

Inicio

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Inicio

Una nueva tecnología imperial

La experiencia española (1519-1808)*

Dr. Joan-Lluís Palos

Profesor Titular de Historia Moderna

Universitat de Barcelona

[email protected]

Resumen

Los estudiosos del Imperio español acostumbran a concentrarse en dos momentos de su

historia: el de formación y el de decadencia. Ello ha llevado a olvidar una cuestión

decisiva: ¿cómo lograron los monarcas españoles conservar durante tres siglos el imperio

más extenso conocido hasta entonces sin poner jamás el pie en sus dominios de

ultramar? La respuesta a esta pregunta exige revisar algunos esquemas empleados hasta

ahora para comprender su naturaleza ya que los planteamientos duales basados en

conceptos como centro/periferia o metrópoli/colonias no han hecho sino oscurecer la

realidad. En los últimos años se ha abierto paso la imagen de un imperio policéntrico

que resta protagonismo a la corte real y concede un peso destacado a los territorios

considerados habitualmente como periféricos.

En mi ponencia, el Imperio español se presentará como una extensa y compleja red de

ciudades política y culturalmente integradas por un sofisticado ceremonial que

* Una versión más amplia de este texto se publicará en el catálogo de la exposición temporal La ciudad en

fiesta: Celebraciones de la monarquía en el Nuevo Reino de Granada, que se desarrollará del xx al xx de

octubre en el Museo Colonial.

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permitió, a través de eficaces simulacros, hacer presente la figura del rey. Se sugerirá

que, más que en el control directo de los territorios, el Imperio se fundamentó en la

acción de una multiplicidad de intermediarios que obtuvieron grandes beneficios y

fueron, consecuentemente, los principales artífices de su conservación.

Palabras clave: Imperio Español, Edad Moderna, gobierno, mundialización, campo

cultural, poder blando.

Abstract

Scholars of the Spanish Empire have usually come to focus on two moments of its

history: formation and decadence. This has led us to forget a crucial question: how did

Spanish monarchs manage to conserve for three centuries the most expansive empire

known until then without ever setting foot in their overseas dominions? The answer to

this question requires revising some schemes used so far to understand its nature since

the dual approaches based on concepts such as center/periphery or metropolis/colonies

have only obscured reality. In recent years the image of a polycentric empire, that

reduces the role of the royal court and gives weight to the territories usually considered

peripheral, has open way.

In my presentation, the Spanish empire will be considered as an extensive and complex

network of cities, politically and culturally integrated by sophisticated ceremonies that

allowed, through effective simulacra, making the figure of the absent king present. It

will suggest that, more than in the direct control of the territories, the empire was based

on the action of a number of go-betweens that obtained great benefits and were,

consequently, the main makers of its conservation.

Key words: Spanish Empire, Modern Era, Government, Mudialization, Cultural Field,

Soft Power.

¿Cómo lograron los monarcas españoles conservar durante tres siglos el imperio más

extenso del mundo moderno sin poner jamás el pie en sus dominios de ultramar?

Durante décadas los estudiosos han presentado al Imperio español como un enfermo

crónico aquejado de graves dolencias. Desde que fuera pavimentada por el historiador

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norteamericano Earl Hamilton en 1948, la senda de la decadencia por la que según él

transcurrió el Imperio ya desde comienzos del siglo XVII, no ha dejado de explorarse.1

Según muchos estudiosos, la pendiente ligera pero constante se transformó, a partir del

annus horribilis de 1640, con las revueltas de Cataluña y Portugal, en una abrupta rampa

hacia el abismo. Al enfermo solamente le quedaba contar los días hasta su final

irremisible.2

El tiempo se encargó, sin embargo, de desmentir tan pesimistas previsiones. En el peor

de los casos, habría que conceder, el Imperio español gozó de una mala salud de hierro

demostrando que era capaz de vadear los más vertiginosos despeñaderos.

De la decadencia a la conservación

La resiliencia de que hizo gala el Imperio está llevando a muchos estudiosos a arrinconar

el debate sobre su decadencia para preguntarse por las causas que hicieron posible su

conservación durante un periodo tan prolongado.3 Y, sobre todo, a tomar conciencia de

las dificultades extremas que debieron afrontar sus gobernantes para lograrlo.

La principal de estas dificultades tuvo que ver con la geografía y las distancias infinitas.

¿Cómo administrar un conjunto de territorios aislados entre sí por océanos inmensos y

atravesados por infranqueables selvas e imponentes cordilleras montañosas?

Generaciones de historiadores se han mostrado convencidos de que todo era posible

con una buena organización y, consecuentemente, se han enfocado en el

funcionamiento del sistema de Consejos implantado por el emperador Carlos V.4 Al

hacerlo, han dado vida al espectro de un poderoso centro político organizado alrededor

del monarca, imagen que los hechos se encargaron, una y otra vez, de desmentir. Lo que

ocurrió con la embajada que en 1581 el rey Felipe II proyectaba enviar a Wanli,

emperador de China, es solo un ejemplo entre muchos otros. Tras largos preparativos

coordinados por el Consejo de Indias, el virrey de México frenó en seco la misión

1. Earl J. Hamilton, “La decadencia española en el siglo XVII”, en El florecimiento del capitalismo y otros

ensayos de historia económica (Madrid: Revista de Occidente, 1948). 2. John H. Elliot, dir., 1640: La Monarquía hispánica en crisis (Barcelona: Crítica, 1991). El propio Elliott

subtituló significativamente su libro sobre la revuelta de los catalanes como “Un estudio de la decadencia

de España”. John H. Elliott, La rebelión de los catalanes, 2.ª ed. (Madrid: Editorial Siglo XXI, 2013). 3. Pedro Cardim et al. eds., Polycentric Monarchies: How Did Early Modern Spain and Portugal Achieve

and Maintain a Global Hegemony? (Eastbourne: Sussex Academic Press, 2012). 4. José Antonio Escudero, Administración y Estado en la España Moderna (Valladolid: Junta de Castilla

León, 1999).

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diplomática al poco tiempo de poner pie en el continente americano. Lo más

sorprendente de este episodio no es la oposición del virrey al proyecto, sino la

resignación con la que el monarca condescendió a que sus órdenes fueran

contravenidas.5 Pero ¿qué otra cosa podía hacer? La compartimentación de sus dominios

en grandes áreas dirigidas por virreyes y gobernadores fue un recurso de gran eficacia

para extender los tentáculos de la Corona, pero el precio que hubo de pagar por ello fue

la cesión de una parcela importante de poder a unos agentes cuyas aspiraciones no

siempre coincidían con las suyas. El Imperio español fue un imperio virreinal en el que la

corte real, con toda su importancia, llegó a ser solo uno de sus centros de decisión.6

El cuadro de conjunto se entiende mucho mejor cuando se considera como una red en la

que no existía una única centralidad con diversas periferias, sino distintos focos

anudados entre sí mediante vínculos de índole diversa.7 El vigor de algunos de los

territorios considerados habitualmente como periféricos se puso de manifiesto en la

consolidación de antiguas metrópolis y la eclosión de otras nuevas. El Imperio español

fue también un imperio urbano tejido mediante múltiples intereses comerciales entre

sus élites. Lejos de comportar un declive de las ciudades, la autoridad de los Austrias

españoles convivió, y hasta cierto punto se basó, en la solidez de prácticas de gobierno

local con un marcado acento republicano. Ello nos sitúa ante una verdadera monarquía

de repúblicas urbanas en la que el poder del soberano se veía consolidado por la

constante implantación de nuevas ciudades, como acreditaría la naturaleza

esencialmente urbana del proceso de expansión territorial en América.8 Se hace

necesaria, como ha reclamado Alejandra B. Osorio, una nueva narrativa de la relación

5. Diego Sola García, El cronista de la China: Juan González de Mendoza, entre la misión, el imperio y la

historia (Barcelona: Edicions de la Universitat de Barcelona, 2018), 121-122. Véase también Diego Sola

García, “El «U Prudente» ante el «Hijo del Cielo»: Una embajada agustina de Felipe II al emperador de la

China (1575-1582)”, Embajadores culturales: Transferencias y lealtades de la diplomacia española en la

Edad Moderna, dirigido por Diana Carrió-Invernizzi (Madrid: UNED, 2016), 59-80. 6. Pedro Cardim y Joan-Lluís Palos, eds., El mundo de los virreyes en las monarquías de España y Portugal

(Madrid: Editorial Iberoamericana, 2012), 16-19. 7. Cardim, et al. eds., Polycentric Monarchies, 3-11. Véase también Tamar Herzog, Frontiers of

Possession: Spain and Portugal in Europe and the Americas (Cambridge: Harvard University Press, 2015),

253. 8. Manuel Herrero Sánchez, Repúblicas y republicanismo en la Europa Moderna (siglos XVI-XVIII)

(Madrid: Fondo de Cultura Económica-Red Columnaria, 2017), 22-26. Véase también la reseña de

Verónica Salazar Baena y la respuesta del autor en Fonteras de la Historia, Vol. 23, nº 1 (enero-junio 2018):

240-250.

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entre modernidad e imperio que devuelva el protagonismo a metrópolis como Lima,

México, Manila o Nápoles, consideradas habitualmente como periféricas.9

Este panorama nos remite inevitablemente a un tipo de organización mucho más

compleja de lo que hasta ahora se había pensado. La historiografía anglosajona ha

identificado el origen de la “modernidad imperial” con los imperios del siglo XIX de

Inglaterra, Holanda, Francia o Alemania, obviando con ello las aportaciones de las

monarquías ibéricas, española y portuguesa, durante las tres centurias anteriores. Lo

cierto es sin embargo que, para bien o para mal –esa no es ahora la cuestión– la

monarquía de España fue capaz de desplegar una nueva tecnología imperial basada en la

creación de nuevos centros de poder a los que dotó de espacios específicos para su

representación; el diseño e implementación de nuevos modelos urbanos con los

consiguientes desplazamientos de población; la producción masiva de conocimiento en

forma de geografías, mapas, corografías, historias, gramáticas o diccionarios, y la

redacción de una ingente cantidad de documentos de gobierno como cartas, relaciones,

memoriales e informes que, manuscritos o impresos, abarrotan hoy los anaqueles de

inmensos archivos, muchos de los cuales fueron creados expresamente para la ocasión.

El debate sobre los orígenes de la primera mundialización está devolviendo a las

monarquías ibéricas de España y Portugal el protagonismo que durante tiempo se les ha

negado.10 Con ello está también poniendo todavía más de relieve las limitaciones de las

historiografías nacionales empeñadas en fragmentar artificialmente, por comodidad

académica o por pura conveniencia de legitimación política, la realidad de un entramado

de alcance planetario que nunca fue concebido por sus dirigentes como una simple suma

de partes y menos aún, claro está, de partes coincidentes con las actuales fronteras

nacionales. El calificativo “colonial” empleado para designar tos territorios americanos

del Imperio español, ha reforzado anacrónicas estructuras binarias del tipo

metrópoli/colonia, centro/periferia y, en el caso de la historia cultural, original/copia

que, lejos de iluminar el panorama, contribuyen directamente a oscurecerlo.

9. Alejandra B. Osorio, “Of National Boundaries and Imperial Geographies: A New Radical History of

the Spanish Habsburg Empire”, Radical History Review 130 (enero de 2018): 101-102. 10

. Serge Gruzinski, Las cuatro partes del mundo: Historia de una mundialización (México: Fondo de

Cultura Económica, 2010), 51-54.

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Además de las dificultades impuestas por la geografía y la distancia, los gobernantes

españoles debieron hacer frente al reto derivado de la heterogeneidad de sus posesiones.

El imperio que gestionaron fue un conglomerado territorial muy diverso integrado por

unidades que, en ocasiones, contaban con una larga tradición de enfrentamientos

mutuos: “Un tejido lleno de agujeros compuesto por pedazos mal cosidos”, como ha sido

calificado.11

¿Qué podían hacer sus gobernantes ante este panorama? Por supuesto, podían acudir al

uso de la fuerza cuando las amenazas al orden y la autoridad así lo requirieran. Incluso en

los momentos de mayor dificultad para las arcas de la Corona, el rey de España tuvo a su

disposición una formidable maquinaria militar engrasada con metal americano.12 Pero,

aunque las victorias militares sobre enemigos externos o súbditos díscolos llegaran a ser

explotadas con fines propagandísticos en un espacio tan emblemático para la Corona

como el Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro en Madrid, al final, como

repetidamente se pudo comprobar, la simple coacción y la imposición forzosa (Países

Bajos, 1566; Aragón, 1591; Cataluña y Portugal, 1640; Nápoles, 1647...) provocaba un

incremento de las tensiones con efectos devastadores para la conservación de la

monarquía.

Descartada la fuerza como recurso habitual, ¿qué otra solución quedaba para mantener

unidas las piezas del rompecabezas? Los gobernantes españoles tardaron poco en

percatarse de que el remedio más inteligente para evitar tensiones era respetar aquellas

prácticas locales que no pusieran en riesgo su autoridad. Sin cuestionar la existencia de

múltiples mecanismos de coacción, el Imperio español puede ser también considerado

como un imperio negociado, lo que dio lugar al establecimiento de diversos estratos de

soberanía que cedía extensas parcelas de poder a las élites territoriales.13 La alianza con

estas élites resultó un factor decisivo para la conservación de la estructura imperial. En

una de las ilustraciones de su Corónica y buen gobierno, el autor andino Guaman Poma

de Ayala nos muestra a un indio, un mestizo y un mulato sentados a la mesa del

corregidor. Para él la escena refleja la viva imagen del desgobierno al mostrar “como

viven absolutamente con poco temor a la justicia y de Dios en todo el reino […]

11

. Lauren Benton, A Search for Sovereignty: Law and geography in European empires, 1400–1900 (New

York: Cambridge University Press, 2010), 2. 12

. Paul M. Kennedy, Auge y Cai da de las Grandes Potencias (Barcelona, Debolsillo, 2004), 85-104. 13

. Bartolomé Yun Casalilla, dir., Las redes del imperio: Élites sociales en la articulación de la monarquía

hispánica, 1492-1714 (Madrid: Editorial Marcial Pons, 2009), 29-35.

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haciendo daño a los indios pobres y a los principales, menospreciando y quitándoles sus

oficios y cargos en este reino”.14 En realidad, la censura de Guaman Poma no se dirigía

tanto contra el acuerdo entre españoles y naturales como contra el hecho de que se

hubieran relegado a la vieja aristocracia territorial, a la que su familia pertenecía, para

promover la formación de una nueva.

Una conjunción de intereses

La necesidad de alcanzar acuerdos que comportaban la renuncia a una parte de su

soberanía no era otra cosa que la aceptación implícita de la propia debilidad. Pero en

este punto no había opción. Una organización presente en las “cuatro partes del mundo”

únicamente resultaba posible mediante la alianza con una multitud de agentes

intermedios sobre los que, había que aceptarlo, solo se podía ejercer un control muy

tenue. Agentes que, por su parte, supieron cómo obtener el máximo rendimiento de la

ocasión que se les ofrecía.

El consejo que en 1546 le dio el emperador Carlos V a su virrey de Nueva España

estableció la pauta que se aplicaría en generaciones venideras: que hiciera, le dijo, lo que

“viera conveniente, ni más ni menos que lo haría si yo estuviese ahí, dando a cada

persona lo que convenga, de modo que todos queden remunerados, contentos y

satisfechos”.15 El Imperio español creó las condiciones que permitieron a una

multiplicidad de actores sentirse remunerados, contentos y satisfechos,16 y ellos, claro

está, contribuyeron a su conservación en no menor grado que el propio monarca, quien:

Permitió a la alta nobleza mantener una hegemonía política y social gracias a la

posibilidad de ocupar responsabilidades en la estructura virreinal, los cargos

cortesanos, la red diplomática y el aparato militar.

14

. Victor Velezmoro Montes, “«Y no hay remedio...»: Ima genes reinventadas para un discurso

ideolo gico en el manuscrito de Felipe Guaman Poma de Ayala” en Joan-Lluís Palos y Diana Carrió-

Invernizzi, La historia imaginada: Construcciones visuales del pasado en la Edad Moderna (Madrid:

Centro de Estudios Europa Hispánica, 2008), 359-384. 15

. Citado en Rubén González Cuerva, “Los virreinatos americanos: imagen, cortes y gestio n de la

distancia”, Tejiendo redes-acortando distancias. Arte entre España e Hispanoamérica, número

monográfico de Revista, 9 (2017): 20. Cursivas propias. 16

. Sobre el papel de los mediadores en los imperios modernos ver: Amelia Polonia, “Interactions between

the local and the global: brokers and go-betweens within the Portuguese State of India (1500-1700)”,

Asian Review of World History, 5:1 (enero de 2017): 113-139.

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17

Permitió a la Iglesia católica, gracias al celo misionero de las órdenes religiosas (unas

nuevas y otras renovadas), experimentar un incremento de sus fieles que a muchos

recordó el de los primeros siglos de su historia.

Permitió a una élite administrativa formada en las universidades obtener unos

beneficios que superaban con mucho las retribuciones de sus cargos.

Permitió a los soldados que habían participado en la conquista del Nuevo Mundo

convertirse en encomenderos y campar a sus anchas a pesar de las cortapisas legales.

Permitió el despliegue de una red comercial que reportó cuantiosos dividendos a una

clase mercantil urbana favorecida por las necesidades financieras de la Corona y su

incapacidad para atajar el contrabando.

Permitió la formación de una élite indígena en sus territorios de ultramar que

alcanzó una posición preeminente gracias a su función de intermediaria.

Y, de un modo muy especial, permitió que artistas, literatos y científicos obtuvieran

encargos bien remunerados, protección y visibilidad social a cambio de diseñar una

imagen esplendorosa de la monarquía y proporcionar los recursos comunicativos que

esta necesitaba para hacerse presente en sus dominios.

El recurso a la persuasión

La fragmentación académica y una artificiosa especialización del conocimiento ha

hecho que la contribución de artistas, escritores y científicos haya sido habitualmente

olvidada en los trabajos sobre los imperios. Solo recientemente los estudiosos han

empezado a tomarse en serio lo que John Kenneth Galbraith consideró uno de los

pilares básicos del ejercicio del poder: the conditioned power, esto es, el ‘poder de la

persuasión’, también calificado por Joseph Nye como soft power.17

Desde luego, estos conceptos, concebidos para interpretar las prácticas políticas en un

mundo como el actual, dominado por los medios de comunicación de masas, deben ser

aplicados con las debidas cautelas a la interpretación de una cultura política que

entendía el poder como una emanación de lo alto y no de la voluntad popular. Ello no

impide sin embargo considerar que la persuasión desempeñara un papel de primer

orden.

17

. John K. Galbraith, The Anatomy of Power (Boston: Houghton Mifflin Company, 1983). Véase

también: Joseph Nye, Soft Power: The Means to Success in World Politics (Public Affairs, 2009).

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18

La autodenominada Nueva Historia Imperial, influida por los estudios poscoloniales, ha

centrado su atención en los intercambios culturales que los imperios potenciaron,

relegando a segundo plano el tradicional enfoque político y económico.18 Al margen de

algunas exageraciones en esta interpretación, lo cierto es que la estabilidad política del

Imperio español requirió de sus súbditos unos niveles mínimos de identificación con

unos objetivos comunes.

La Monarquía de España trato de sustentar dicho consenso en los contenidos de la

religión católica que le proporciono los argumentos para legitimar sus aspiraciones de

dominio universal. Pero la difusión de estos argumentos requirió unos soportes

adecuados, un lenguaje susceptible de ser comprendido en el marco de tradiciones

culturales muy diversas y unos canales a través de los cuales los mensajes circularan con

fluidez. Y esta fue la impagable contribución al sostenimiento del imperio que

realizaron los misioneros de las órdenes religiosas y los artistas y escritores italianos.

Los misioneros (franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios y, más tarde, jesuitas)

engrosaron de forma destacada lo que Serge Gruzinski ha bautizado como “las primeras

élites mundializadas”.19 Conforme una nueva generación de estudiosos, con menos

prejuicios y un examen más agudo de la información, ha empezado a descubrir su

importante papel como mediadores culturales, la imagen que los había presentado como

simples, aunque necesarios, colaboradores de la dominación se ha revelado

inconsistente. Su objetivo de implantar el Evangelio en ecosistemas culturales muy

diversos obligó a estos misioneros a realizar un importante esfuerzo de adaptación. Al

hacerlo, contribuyeron de forma decisiva a fijar los lindes de un campo cultural que

actuó como una inmensa burbuja de oxígeno en cuyo interior el Imperio encontró el aire

para respirar. Thomas Da Costa Kaufmann ha empleado recientemente el concepto de

campo cultural, acuñado en la década de 1920 por el etnógrafo y arqueólogo alemán Leo

Frobenius, como recurso heurístico para examinar el espacio delimitado por la

circulación de mensajes y, sobre todo, por su inteligibilidad.20 Las palabras, textos,

18

. Kathleen Wilson, ed. A New Imperial History: Culture, Identity and Modernity in Britain and the

Empire, 1660-1840 (Nueva York: Cambridge University Press, 2004). 19

. Gruzinski, Las cuatro partes del mundo, 280. 20

. Thomas DaCosta Kaufmann, “Hacia nuevos enfoques: Pintura de los reinos: una visio n global del

campo cultural”, en Pintura de los Reinos, identidades Compartidas. Territorios del Mundo Hispa nico,

siglos XVI-XVIII, tomo 1, coordinado por Juana Gutie rrez Haces y Jonathan Brown (Me xico: Edición de

Fomento Cultural Banamex, 2008), 122-126.

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19

imágenes y gestos a los que los misioneros acudieron en su predicación dotaron de

sentido para los indígenas el concepto de fidelidad al monarca que poco después

difundirían sus ministros. Sin haber entendido previamente el significado de la presencia

real de Jesucristo en la Eucaristía hubiera sido imposible para ellos entender la presencia

“real” del monarca en las ceremonias públicas escenificadas en las plazas de las

principales ciudades. En el Nuevo Mundo los frailes roturaron la senda por la que,

gracias a la circulación de personas, objetos y mensajes, sería posible una intensa

transferencia cultural.21

Los binomios centro/periferia o metrópoli/colonia, traducidos en el ámbito de la

cultural como original/copia, han consolidado una imagen según la cual Europa fue la

única fuente de producción de mensajes. El resultado ha sido la aceptación acrítica de

que las formas culturales que sustentaron el armazón imperial fueron una producción

del Viejo Continente exportada a los territorios de ultramar donde las recibieron de

forma sumisa o, en el mejor de los casos, las renegociaron para adaptarlas a las

circunstancias locales.

Esta noción de una Europa original y unas periferias miméticas se basó en una imagen

monolítica que presentaba a la Monarquía de España como un continuum histórico, un

mundo estático entre el reinado de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando a finales del

siglo XV y los monarcas de la casa de Borbón en el siglo XVIII. Una imagen a todas

luces inaceptable. Para empezar, tal como ha señalado Alejandra B. Osorio, la formación

del Imperio, con la incorporación de la herencia europea de Carlos V y la organización

de sus dominios americanos, comportó una transformación disruptiva para la propia

España, necesitada de soluciones para las que ya no servían los viejos remedios

medievales. Lejos de ser siempre de matriz europea, algunas de estas soluciones (leyes y

formas de gobierno, organización de las ciudades o prácticas ceremoniales) fueron

concebidas en América antes de aplicarse en Europa.22 Sin ir más lejos, el

acondicionamiento de Madrid para desempeñar su nueva función como sede de la corte

a partir de 1561 se benefició directamente de algunas soluciones experimentadas

previamente en las ciudades de México y Lima. El papel de la plaza como espacio para la

21

. La noción de “transfert culturel” ha contribuido poderosamente en los últimos años a dinamizar el

debate sobre los encuentros entre culturas y poner de relieve los límites de nociones como aculturación o,

más aún, dominación e imposición. Michel Espagne, “Más allá del comparativismo: El método de las

transferencias culturales”, Revista de Historiografía, 6-IV (2007): 4-13. 22

. Osorio, “Of National Boundaries”, 106-107.

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20

celebración simbólica de la figura del rey, que tan buenos resultados había producido en

las capitales americanas, fue tenido muy en cuenta no solo en el diseño urbanístico de

Madrid sino también en otras ciudades de la monarquía como Nápoles donde la

construcción de un nuevo palacio real a comienzos del siglo XVII se aprovechó para abrir

una plaza que en lo sucesivo se convertiría en el centro de las ceremonias públicas

organizadas por los virreyes.23

Por su parte, la gramática que hizo posible la comprensión de los mensajes de consenso

procedió sustancialmente de otra de las periferias del Imperio. En este caso se trataba

de Italia. Una plétora de escritores, pintores, escultores, arquitectos, urbanistas,

escenógrafos, jardineros, grabadores o músicos italianos crearon unos productos de

contrastada eficacia comunicativa al servicio de la Monarquía de España.24

Gracias al

dominio directo de algunos territorios italianos (Na poles, Sicilia, Cerden a y Mila n), a su

influencia sobre otros (Florencia, Génova, Venecia y, singularmente, Roma) el sistema

imperial español absorbió estos soportes y lenguajes italianos, los aplicó a la tarea de

construir una imagen pública de su autoridad y los redistribuyo en sus dominios de

ultramar.

El objetivo principal de esta operación era patrocinar una imagen del monarca que

cimentara la cohesión entre súbditos diversos y dispersos. El instrumento más eficaz

para alcanzarlo fue un calendario de ceremonias, común a todos sus dominios,

escenificadas regularmente en las plazas de las principales ciudades en honor del rey y su

familia (nacimientos, bodas, defunciones y coronaciones). La imposibilidad de la

presencia física del monarca fue paliada mediante el recurso a los simulacros que, gracias

a una sofisticada ficción y una meticulosa puesta en escena, aspiraron a vivificar la figura

del rey ausente.25 Ni que decir tiene que la producción de estos simulacros debió mucho

a la tecnología de representación de la Iglesia católica que tan bien sabía cómo lograr

que, a través de las imágenes y escenificaciones, los fieles sintieran la cercanía de los

23

. Joan-Lluís Palos, La mirada italiana: Un relato visual del Imperio español en la corte de sus virreyes en

Nápoles (1600-1700) (Valencia: PUV, 2010), 45-58. 24

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imagen de la monarquía de España en el barroco (Barcelona: Edicions de la Universitat de Barcelona,

2018). 25

. Alejandro Can eque, The King's Living Image: The Culture and Politics of Viceregal Power in Colonial

Mexico (New York: Routledge, 2004), 12.

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21

santos, la Virgen y, por encima de todos, del propio Jesucristo, presente en la

Eucaristía.26

Estas ceremonias tenían poco que ver con el entretenimiento de los espectadores y

mucho con la conservación del Imperio. Gracias a ellas el rey y sus súbditos se

encontraron periódicamente para celebrar y fortalecer el pacto que los unía. Un pacto

místico sin el cual la compleja trama de intereses sobre los que se sustentaba el Imperio

español se hubiera deshilachado mucho antes de lo que lo hizo finalmente.

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24

Inicio

Colonia y constitución:

conceptos políticos fundamentales del periodo monárquico tardío.

Construcción y fractura de un campo cultural común

Dr. Francisco A. Ortega

Profesor asociado

Universidad Nacional de Colombia

[email protected]

Resumen

Estudios recientes señalan que –más que un agregado de provincias y reinos– la

monarquía hispánica constituía un sistema político complejo cuya cohesión se debió a la

circulación, recepción y aclimatación de personas, ideas y artefactos. Parte esencial de

ese campo cultural compartido, como lo llama Joan-Lluís Palos, es el repertorio

conceptual que instituyó y organizó la vida política del periodo, en especial, el régimen

de lealtad, fe, virtud y justicia que sirvió de fundamento a la vida en común.

Una aproximación histórico-conceptual a la vida política en la América hispana nos

permite describir su eficacia y flexibilidad. Pero también nos revela un campo desigual,

asimétrico y atravesado por tensiones y fracturas. En esta ponencia exploraré una de las

tensiones conceptuales fundamentales que surgió en la segunda mitad del siglo XVIII

como resultado de los reacomodos entre la península y las provincias americanas. Esa

tensión produjo una crisis constitucional de baja intensidad que, sin embargo, preparó la

eventual ruptura con la metrópolis en el contexto de la crisis de soberanía que sobrevino

con la invasión napoleónica y el secuestro de los reyes. Esta crisis conceptual tiene que

ver con las mutaciones del concepto ‘colonia’ entre el siglo XVI y XIX y sus efectos en el

concepto de ‘constitución’.

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Palabras clave: Monarquía indiana, Nueva Granada, Conceptos socio-políticos,

Constitución, Colonia.

Abstract

Recent studies point out that –more than an aggregate of provinces and kingdoms– the

Spanish monarchy was a complex political system which cohesion was due to the

circulation, reception and adaptation of people, ideas and artifacts. An essential part of

this ‘shared cultural domain’, campo cultural compartido, as Joan-Lluís Palos calls it, is

the conceptual repertoire which instituted and organized political life, especially the

regime of loyalty, faith, virtue and justice that serve as a basis for the life in common.

A conceptual-historical approach to political life in Spanish America allow us to

describe its effectiveness and flexibility. But it also reveals an unequal, asymmetric field,

crossed by tensions and fractures. In this presentation I will explore one of the

fundamental conceptual tensions that emerged in the second half of the eighteenth

century as a result of the rearrangement between the peninsula and the Hispanic

American provinces. This tension produced a low-intensity constitutional crisis that,

however, prepared the eventual break-up with the metropolis in the context of the

sovereignty crisis that result from the Napoleonic invasion and the kidnapping of the

Kings. This conceptual crisis has to do with the mutations in the concept of ‘colony’,

between the sixteenth and nineteenth century, and their effects on the concept of

‘constitution’.

Keywords: Indian Monarchy, New Granada, Social-Political Concepts, Constitution,

Colonial Period.

En un texto ya clásico, John Elliott describió los reinos europeos y, en particular de la

Corona hispánica, como monarquías compuestas en las que coexistieron provincias,

reinos, y señoríos muy diversos bajo un mismo monarca.1 Elliott señaló que tales uniones

1. John Elliott, “A Europe of Composite Monarchies”, Past and Present 137 (1992), 48-71. El dossier se

titulaba The Cultural and Political Construction of Europe y sirvió de base para el libro España, Europa y

el mundo de ultramar (1500-1800) (Madrid: Taurus, 2009). La propuesta ha tenido un desarrollo

importante en la historiografía contemporánea. Para lograr una visión de conjunto, véanse los trabajos

editados por Pedro Antonio Almeida Cardim, et al., eds. Polycentric Monarchies: How did Early Modern

Spain and Portugal Achieve and Maintain a Global Hegemony? (Sussex, UK: Sussex Academic Press,

2012), y Óscar Mazín Gómez and José Javier Ruiz Ibáñez, eds. Las Indias occidentales. Procesos de

incorporación territorial a las monarquías ibéricas (siglos XVI i XVIII) (México D.F.: El Colegio de

México, 2012).

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o “estados compuestos” se convirtieron en formas esenciales de la vida política europea

entre los siglos XV y XIX. Estas monarquías compuestas operaban bajo dos principios

diversos: por un lado, la soberanía incuestionable del monarca y, por otro, la

preservación de las instituciones, costumbres y dignidades de cada cuerpo político. La

convergencia de estos dos principios dio como resultado comunidades heterogéneas que

trataron de reconciliar, como Elliott mismo lo señaló, “las aspiraciones opuestas hacia la

diversidad y la unidad que han permanecido constantes en la historia europea”.2

La estabilidad que caracterizó a estas monarquías compuestas –algunas de las cuales

dominaron el concierto político desde la modernidad temprana hasta mediados del siglo

XIX– no se logró solo por vía de la coerción. No existían en ese momento, ni tan siquiera

en estos grandes conglomerados, los recursos económicos, militares o culturales para

imponer obediencia absoluta sobre otro pueblo. Más frecuentemente, esta estabilidad

se logró a través de las dos formas integrativas que practicaban esas monarquías

compuestas. Juan de Solórzano Pereira, jurista indiano cuya obra sirvió de inspiración a

Elliott, definió a mediados del siglo XVII la monarquía compuesta como resultado de

una forma de agregación: el principio aeque principaliter, según el cual cada provincia

era ‘igualmente importante’, lo que significaba que “en tal caso cada [reino] se juzga por

diverso, y conserva sus leyes, y privilegios”.3 Aragón, Nápoles y los Países bajos se

unieron por esta vía.

Las Indias, anota Solórzano Pereira, se unieron “accesoriamente. De que resulta, que las

Indias se goviernan por las leyes, derechos, y fueros de Castilla, y se juzgan, y tienen por

una misma Corona”.4 La creación de una institucionalidad compartida entre la matriz,

Castilla y las provincias agregadas, las Indias, favoreció la circulación de agentes –

oficiales y no oficiales– dando pie a unos marcos comunes de referencia dentro de los

2. Elliott, “A Europe of Composite Monarchies”, 24.

3. “Memorial y discurso de las razones que se ofrecen para que el Real y Supremo Consejo de las Indias

deba preceder en todos los actos públicos al que llaman de Flandres” (1629), en Obras varias posthumas

del Doctor don Juan de Solorzano Pereyra (Madrid: En la Imprenta Real de la Gazeta, 1776), proposición

XI, 189. Véase también, Juan de Solórzano Pereira, Política indiana [1647]. Edición de Francisco Tomás y

Valiente. 3 vols. (Madrid: Fundación José Antonio de Castro, 1996), Libro 4, Capítulo 19, apartado 37,

página 1639. 4. En la Política Indiana Solórzano aclara “Lo más cierto es que también en este caso [las Indias] se han de

regir y gobernar como si el rey que los tiene juntos lo fuera solamente de cada uno de ellos…” (Libro 4,

Capítulo 19, apartado 37, página 1639).

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cuales los lenguajes políticos se declinaban, es decir, ‘producían sentido’, localmente con

cierta autonomía.

La nueva historiografía política –aquella que retoma la propuesta de Elliott y regresa

sobre los factores políticos y culturales que propiamente hicieron posible la

perdurabilidad de la monarquía hispánica– renueva el campo historiográfico desde

finales de los años noventa.5 La estabilidad de los reinos indianos no era impuesta,

tampoco era resultado de la fortaleza militar de la Corona, sino de la común implicación

en el ideario monárquico, católico, corporativista y pactista. Ese ideario compartido –

evidente en las motivaciones y aspiraciones de los actores, de sus lenguajes y prácticas,

sus sistemas de asociación y sus modalidades de reclamo– se elaboró por largo tiempo y

contó con la participación de amplios sectores sociales, desde los Criollos hasta las

castas e indígenas.

Esta renovación historiográfica cuestionó profundamente la historiografía nacionalista

que había dado cuenta de la independencia de los países hispanoamericanos como

producto del colonialismo español y de un protonacionalismo creciente encarnado en la

clase burguesa criolla –y en menor medida en los grupos artesanales mestizos–

sentimiento patrio que se había acentuado con la llegada de la Ilustración. La nueva

historiografía política insiste en que la nación no es la unidad espacial de análisis dentro

de la cual la imposición, consolidación y transformación de la monarquía resulta

inteligible; al contrario, es necesario adoptar unidades sociales más amplias –como las de

monarquía, o la de Euro-América– para que la cohesión de la monarquía e incluso su

momento de implosión a principios del siglo XIX se vuelvan inteligibles.6

Los historiadores hemos tomado varios caminos para describir la forma como se

desplegó ese tejido cultural, y su eficacia a la hora de integrar el conjunto heterogéneo y

5. La bibliografía sobre la renovación historiografía es vasta. Baste nombrar tres autores emblemáticos:

Tulio Halperín Donghí, Reforma y disolución de los imperios ibéricos, 1750-1850 (Madrid: Alianza

Editorial, 1985); François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias: Ensayos sobre las revoluciones

hispánicas. (Madrid: Editorial Mapfre, 1992); Jaime Rodríguez, The Independence of Spanish America

(New York: Cambridge University Press, 1998). 6. Annick Lempérière, “La construcción de una visión euroamericana de la historia,” en Conceptualizar lo

que se ve. François-Xavier Guerra, historiador. Homenaje. Editado por Erika Pani y Alicia Salmerón

Castro (México, D.F.: Instituto Mora, 2004) 397-418. Véase también su crítica al paradigma colonial: “El

paradigma colonial en la historiografía latinoamericanista", en Istor. Revista de Historia Internacional

5.19 (2004): 107-28.

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darle un lugar dentro del paisaje de la monarquía hispánica. En lo que sigue abordaré el

repertorio conceptual con el cual se instituyó, organizó y se le dio sentido a la vida

política, cultural y social del periodo. Este registro resulta particularmente útil para

comprender el régimen de lealtad, fe, virtud y justicia que sirvió de fundamento a la vida

en común. Pero una aproximación histórico-conceptual al campo cultural compartido

también nos habla de desigualdades, asimetrías, tensiones y fracturas. En este breve

texto retomaré un par de conceptos fundamentales: colonia y constitución, cuya

trayectoria entre el siglo XVI y el XIX da cuenta de las comunalidades del campo cultural

como de sus fracturas y violencias. De hecho, la progresiva imbricación de estos dos

conceptos en el siglo XVIII produce una crisis constitucional de baja intensidad que

preparará de manera efectiva la eventual ruptura con la metrópolis en el contexto de la

crisis de soberanía que sobreviene con la invasión napoleónica y las abdicaciones de

Bayona en 1808.

Empecemos por el concepto de ‘colonia’. Al comenzar la expansión europea, en el siglo

XV, su sentido era muy diferente al contemporáneo. No expresaba la experiencia

histórica de una explotación sistemática y el envilecimiento progresivo de un pueblo por

otro que se cree superior, sino la “puebla, o termino de tierra que se ha poblado de gēte

estrangera, sacada de la ciudad, que es señora de aquel territorio, u llevada de otra

parte”.7 Todavía para comienzos del siglo XVIII, el Diccionario de Autoridades insistía

sobre su sentido poblacional al aclarar que “Los Romanos llamaban tambien assi a las

que se poblaban de nuevo de sus antiguos moradores. Es voz puramente latina. Colonia

[…] En toda España fueron en aquel tiempo veinte y cinco las colonias, que se deben

entender de Ciudadanos Romanos”.8 Contrario al sentido negativo contemporáneo, ser

colonia constituía un reconocimiento que el senado romano le otorgaba a las

poblaciones distinguidas como notables en el dominio imperial. Los habitantes de las

colonias hacían parte de la República y eran reconocidos como ciudadanos, miembros

partícipes de la comunidad política del Imperio, inclusión que ya aparecía explícita en el

Vocabulario español-latino de Nebrija en 1495. El colono, decía el Vocabulario de

Nebrija, es el ciudadano de la colonia.9

7. Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana, o española (Madrid: Luis Sánchez, 1611), s. v.

«colonia» 8. Véase Diccionario de Autoridades (Madrid: Real Academia de la Lengua, 1729), Vol. 1.

9. “Ciudadano de alguna colonia. Colonus”. Nebrija, (1951). Por su parte, el Diccionario de Autoridades

(1729) define ‘Colono’ como “el labrador que cultiva y labra alguna tierra por arrendamiento”. Esta misma

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Sin embargo, el término no se usaba para nombrar a principios del siglo XVI los nuevos

territorios conquistados por la monarquía. Cuando aparecía en cuerpos legales –por

ejemplo, en la Política Indiana (1647) del ya mencionado Solórzano, en la recopilación

de las Leyes de Indias (1680) o en las Notas a la Recopilación hechas por Manuel Josef

de Ayala (c. 1795)– designa y reglamenta las varias formas de poblar, es decir, de hacer

nuevos asentamientos en los territorios ya integrados.10 Estos cuerpos –así como los

oficiales reales y eclesiásticos, los cronistas y comentaristas de todo tipo– reservaron

para los territorios americanos otros términos –‘orbe’, ‘reinos’ y ‘provincias’– que

apuntaban de manera más explícita a su calidad política. Aún más, la teoría política del

siglo XVI y XVII español consideraba que las colonias americanas constituían

“comunidades perfectas”, término que se refería al principio de Sufficientia, el cual

implicaba una independencia o viabilidad económica (autarquía o autosuficiencia) y una

capacidad de autogobierno (autonomía o autodominio).11 Esto quería decir que, como

señalaba Domingo de Soto, las provincias de ultramar no podían ser sometidas a un

régimen en “que todas sus riquezas viniesen a España, y sus leyes las enderezásemos a

nuestro provecho, a saber, como si fuesen nuestros esclavos”, porque entonces “no se

guardaría ni el decoro de la equidad”.12

definición será recogida por el Diccionario universal latino-español dispuesto de Manuel de Valbuena

(Madrid: Imprenta Real, 1808). 10

. Así, pues, las Leyes de Indias ordenan que “cuando se sacare colonia de alguna ciudad tenga obligación

la justicia y regimiento de hacer describir ante el escribano del consejo las personas que quisieran ir a

hacer nueva población, admitiendo a todos los casados hijos y descendientes de pobladores, de donde

hubiere de salir, que no tengan solares, ni tierras de pasto y labor, y excluyendo a los que las tuvieren,

porque no se despueble lo que ya está poblado”. Ley XVIII “Que declara que personas irán por pobladores

de nueva Colonia, y como se han de describir”, del título 7 del Libro IV “De los descubrimientos”. En

Recopilacion de leyes de los reynos de las Indias, mandadas imprimir y publicar por la Magestad Católica

del Rey Don Carlos II, Nuestro Señor. Cuarta impresión. 3 vols. (Madrid: por la viuda de D. Joaquin

Ibarra, 1791), Vol. 2, 23. Señalemos igualmente que no es un uso exclusivo para América. Durante el

programa de colonización de la Sierra Morena, dirigido por el intendente Pablo de Olavide en 1767, el

término ‘colonia’ aparece con regularidad en las fuentes para designar los asentamientos de los

centroeuropeos inmigrantes en la región. 11

. En castellano, dos conceptos griegos muy distintos, αὐταρχία y αὐτάρκεια, han venido a expresarse con

el mismo significante: autarquía. El diccionario de la RAE distingue ambos vocablos parónimos: autarquía

1 (autodominio) y autarquía 2 (autosuficiencia). Ver la matización pertinente de Alain Milhou,

“Sufficientia (les notions d'autosuffisance et de dépendance dans la pensèe politique espagnole au XVIe s.:

de la Castille des Comuneros au Pérou colonial),” en Mélanges de la Casa de Velázquez (Paris: Editions E.

de Boccard, 1981). 12

. Libro I, Cuestion primera, Artículo 2, Tratado de la Justicia y el Derecho. De iustitia et iure [1557].

Traducción de Jaime Torrubiano Ripoll (Madrid: Editorial Reus, 1922), Vol. 1, 26-27.

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Se consideraba entonces que los reinos americanos constituían comunidades libres y

equipadas para resolver las necesidades de la vida social. Estos términos eran

contestados, polémicos, jamás fijos. Pero lo cierto es que este parecer –que los dominios

de ultramar eran comunidades perfectas– estaba tras el reconocimiento que se había

hecho de las Indias como reinos, es decir, unidades políticas en las que, según Francisco

Suárez, se “puede alcanzar una ‘vida recta’ [...], con plena posibilidad de lograr soluciones

para los problemas temporales de los hombres y cabal en cuanto estas soluciones son

justas”.13 Explica igualmente la razón por la cual los reinos americanos no tenían una

condición legal inferior, como aquella que caracteriza las posesiones coloniales durante

el siglo XIX y XX, y su enajenamiento de la Corona –es decir, de la soberanía– quedaba

explícitamente vetada en la temprana legislación indiana.14

Es importante matizar esta imagen a riesgo de idealizarla. Empecemos por recordar que

la unión de los territorios ocurrió por vía accesoria, es decir, imponiendo la

institucionalidad castellana sobre la enorme variedad de formas de vida que habitaban

las Américas. La llamada república de indios –con todas sus connotaciones evangélicas y

sociales– normalizó la subordinación efectiva de la población indígena a través de

obligaciones impuestas, formas de trabajo forzado y la tributación.15 Esta subordinación

se justificó a partir de la distinción entre las facultades racionales de los europeos y

13

. Juan Candela Martínez, “Para una teoría política española del Consejo y de la representación,” Anales

de la Universidad de Murcia XIII, no. 3-4 (1955), 928. La referencia es a Suarez, De Legibus, Libro I, c. 3,

núm. 19. 14

. El veto queda consagrado en la Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias: “Por donación de la

santa Sede apostólica y otros justos y legítimos títulos, somos Señor de las Indias Occidentales, Islas y

Tierra-firme del Mar Océano, descubiertas y por descubrir, y están incorporados en nuestra Real Corona

de Castilla. Y porque es nuestra voluntad, y lo hemos prometido y jurado, que siempre permanezcan

unidas para su mayor perpetuidad y firmeza, prohibimos la enajenación de ellas. Y mandamos que en

ningún tiempo puedan ser separadas de nuestra real corona de Castilla, desunidas ni divididas, en todo ó

en parte, ni sus ciudades, villas ni poblaciones, por ningún caso ni a favor de ninguna persona. ... Y si Nos

ó nuestros sucesores hiciéremos alguna donación ó enajenación contra lo susodicho, sea nula, y por tal

declaramos”, en Libro 3, título l, ley 1; Vol. 1, página 523. 15

. Estas obligaciones no se corresponden a las asumidas por otros reinos y poblaciones europeas –como

Napoles, Aragón o Sicilia– cuya incorporación a la Corona descansaba en una legitimidad de origen

dinástico y no como producto de conquistas violentas. Juan Carlos Garavaglia, en su respuesta a

Lempérière, escribe que “De los derechos que otorga la conquista militar, a aquellos resultantes de la

legitimidad dinástica, hay un campo jurídicamente inmenso. Por lo tanto, llamar a esto subordinación

colonial, no parece fuera de lugar”. Ver “La cuestión colonial” en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, número

4: Dossier: Debate en torno al colonialismo. Revista electrónica. 2005. Disponible en

http://nuevomundo.revues.org/index437.html. Acceso, agosto 15, 2018.

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aquellas disminuidas o degradadas de los indígenas.16 Por otra parte, el aparato

administrativo de las Indias –por ejemplo, la Casa de Contratación, el Consejo de

Indias– la dotaba de un estatuto administrativo particular con relación a otros reinos de

la Corona y con una función económica muy precisa. Para el historiador del derecho

Ricardo Zorraquín “las Indias […] se encontraban en un estado de acentuada

dependencia respecto de Castilla. [...] Las diversas disposiciones que limitaron la

supremacía que teóricamente debió tener el Consejo de Indias, y la influencia que los

peninsulares ejercieron sobre el gobierno de estas provincias, crearon una situación

evidentemente subordinada respecto del reino principal”.17 Digamos, por lo tanto, que

los reinos indianos –aun si estaban incorporados a la Corona como comunidades

perfectas– eran colonias particulares cuya participación en la Monarquía ocurría

precisamente gracias a esa calidad diferenciada.

Ahora bien, a partir del siglo XVIII diversos desarrollos sociales y económicos –entre los

que figuraron: la prolongada decadencia de la monarquía, un nuevo contexto geopolítico

y la guerra de sucesión española– exacerbaron esa calidad diferencial de las provincias

americanas en el entramado monárquico y abrieron la puerta a un nuevo momento

colonial y constitucional. La percepción, en la literatura arbitrista, de la “constitución

lamentable en que tiene á España el Sistema de Gobierno tanto Político, como

Económico, que en ella se observa” conduce a diversos autores a proponer “los remedios

mas conducentes que pueden sacarla de ser cruel sacrifico en las monstruosas aras del

abandono…”.18 El reformista ilustrado Pablo de Olavide señalaba en su informe sobre la

ley agraria que “… si el Consejo [Real] quiere mejorar nuestra actual situación, es preciso

que nos dé nuevas leyes”.19 Ese recorrido –identificación de una constitución social y

16

. Ver José Fernández Santamaría, Natural Law, Constitutionalism, Reason of State, and War, 2 vols.

(New York: Peter Lang, 2006), Vol 1, 168-173; Vol. 2, 256-71. 17

. Zorraquín Becú agrega “Esta situación podría compararse con la que contemporáneamente tuvieron

otros reinos unidos accesoriamente a Castilla, como León, Toledo o Galicia, con la diferencia notable de

que estos últimos participaban –en las Cortes o en el Consejo de Castilla– en la dirección del conjunto,

mientras las Indias no tuvieron nunca esa oportunidad”. En “Condición política de las Indias”, en

Memoria del Segundo Congreso Venezolano de Historia (Caracas Academia Nacional de la Historia,

1975): Vol. 3, 325. 18

. Ese es el sentido con que José del Campillo y Cosío abre su influyente tratado España despierta (1741)

con el capítulo “Lastimosa presente constitución de España”. La cita proviene del volumen siguiente

Nuevo sistema de gobierno económico para la América (Madrid: Impr. de Benito Cano, 1789), 11. 19

. “Informe al Consejo sobre la Ley Agraria” (1768). En Gonzalo Anes, Informes en el Expediente de Ley

Agraria. Andalucía y la Mancha (1768) (Madrid: Quinto Centenario, Instituto de Estudios Fiscales, 1990),

17.

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política lamentable y propuesta legislativa que busca remediarla– será común a los

esfuerzos reformistas del siglo XVIII ibérico. El afán reformista buscará re-constituir la

naturaleza de la monarquía y, en particular, el lugar de las provincias americanas dentro

de la monarquía.

Las reformas administrativas, militares y fiscales borbónicas se acompañaron de

extensas discusiones sobre el papel y la naturaleza de las provincias americanas dentro

de la monarquía. Estos debates estuvieron motivados en gran medida por desarrollos

geopolíticos que reflejaban una nueva visión de la expansión europea; esta visión,

valoraba las adquisiciones territoriales ultramarinas como fuente de beneficios y las

convertía en objetivos de rivalidad imperial y escenarios para las guerras europeas, como

la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Todos estos acontecimientos provocaron un

intenso enriquecimiento semántico de la palabra ‘colonia’ durante el siglo XVIII. Así,

aunque el reformismo español no alteró la legislación existente, las reformas se basaron

en una nueva visión del papel de las provincias americanas.20

José Gálvez, ministro de Indias (1776-1787), lideró esta nueva visión de América. El

proyecto de implementación de las intendencias en toda América buscó acentuar la

presión fiscal, fortalecer la capacidad del sistema de recaudación de impuestos,

establecer varios monopolios, reformar el antiguo sistema aduanero y crear un método

más efectivo para transferir recursos a España. El término ‘colonia’ empezó a competir

con otras denominaciones oficiales, como ‘virreinato’, ‘capitanía’ y ‘provincias’, y

términos no-oficiales pero ampliamente aceptados como ‘reinos’ y ‘patria’. En 1794 el

saliente Virrey de México aconsejó a su sucesor “no […] perder de vista que [la Nueva

España] se trata de una colonia que debe depender de España”.21 La asimilación de la

20

. Una mirada rápida a las relaciones de mando de los Virreyes y Gobernadores en el recién creado

Virreinato de la Nueva Granada evidencia una voluntad contundente de transformar el dominio para

producir mayores beneficios en la relación con la metrópoli. Ver Germán Colmenares, ed., Relaciones e

informes de los gobernantes de la Nueva Granada. 3 vols (Bogotá: Fondo de Promoción de la Cultural del

Banco Popular, 1989). Vol. 1. Para una vision panorámica, véase Allan Kuethe and Kenneth Andrien, The

Spanish Atlantic world in the eighteenth century: war and the Bourbon reforms, 1713-1796 (New York,

NY: Cambridge University Press, 2014) 68-97: 271-304. 21

. Se trata del primer uso del término por parte de un Virrey para designar una provincia americana.

Conde de Revillagigedo, Instrucción reservada que el Conde de Revillagigedo dio a su sucesor en el

mando Marqués de Branciforte sobre el gobierno de este continente en el tiempo que fue su Virrey

(México: Agustín Guiol, 1831. Numeral 364, páginas 90-91. Es importante señalar que los grandes

levantamientos del periodo –en Quito, la Rebelión de los Barrios (1765); las rebeliones de Túpac Amaru II

y de Túpac Katari en Perú y Bolivia (1780-82); y la Revuelta de los comuneros en la Nueva Granada (1781) –

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etiqueta a las unidades administrativas de la Corona identificó a esta última como la

unidad responsable de garantizar la correcta aplicación y buen cumplimiento de las

políticas de la corte en ultramar.22

Para entonces ‘colonia’ ya significaba –por lo menos para un grupo importante de

funcionarios reales– algo muy diferente de lo que había significado un siglo antes. En

vez de significar parte integral de la monarquía, indicaba ahora una externalidad al

cuerpo de la nación; en vez de referirse a una comunidad perfecta, designaba de manera

más frecuente territorios de ultramar en los que coexistían corporaciones heterogéneas,

sin lazos sociales entre sí, muchas de las cuales se referían a salvajes o incivilizados; en

tercer lugar, en vez de ser susceptibles de gobierno, se refería a una población que era

sujeto de dominio por la fuerza. Estos tres postulados nunca fueron adoptados

oficialmente, pero operaron de manera informal en muchas de las disposiciones que se

tomaron desde el Ministerio de Indias.23

no produjeron una crítica conceptual anticolonial, por lo menos no en los términos que nos resulta

familiar. Al contrario, estos levantamientos han sido considerados movimientos corporativos (o

neoindigenistas), milenaristas o antifiscales, propios del antiguo régimen. Ver Keuthe and Adrien,

Spanish Atlantic World 271-304. 22

. Como ya lo anotó José María Portillo, a partir de esa misma época nación y monarquía empiezan a

divergir. En palabras cercanas al siglo XVIII, podríamos decir que la comprensión generalizada de

tratadistas y funcionarios es que la colonia hace parte de la Monarquía, pero no hace parte de la nación. La

impresión compartida por una amplia mayoría de los oficiales peninsulares es que América no hacía parte

de la nación, por lo menos no en el mismo sentido que Cataluña, Aragón o Toledo. En el mismo sentido

Jose María Portillo señala que para los pensadores españoles del siglo XVIII la monarquía y la nación no

coincidían: “Con muy contadas excepciones, cualquier pensador español del momento tenía por evidente

que las posesiones extraeuropeas del Rex Catholicus –con la excepción de Canarias– contaban como

monarquía, pero no como nación. Esta última, aún sin una definición política sustantiva, era cosa sólo de

europeos…”. En “Crisis de la Monarquía y necesidad de una constitución”. Tomado de:

http://www.fd.unl.pt/docentes_docs/ma/amh_MA_6595.pdf. Para un desarrollo más sostenido, véase

Portillo Valdés, 2006, 32-53. 23

. Para un desarrollo completo del argumento, ver las siguientes publicaciones: Francisco A. Ortega

Martínez, “Colonia, nación y monarquía. El concepto de colonia y la cultura política de la

Independencia”, en La cuestión colonial, editado por Heraclio Bonilla (Bogotá: Universidad Nacional de

Colombia, 2011) 109-34; “Ni nación ni parte integral. ‘Colonia’ de vocablo a concepto en el siglo XVIII

iberoamericano”, en Prismas. Revista de historia intelectual. 15 (2011): 11-30; “Entre ‘constitución’ y

‘colonia’, el estatuto ambiguo de las Indias en la monarquía hispánica”, en Conceptos fundamentales de la

cultura política de la Independencia (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2012) 61-91; y “The

Conceptual History of Independence and the Colonial Question in Spanish America”, en Journal of the

History of Ideas 79.1 (2018): 89-103.

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Los elementos más arbitrarios del concepto ‘colonia’ se habían vuelto tan explícitos que

el patriciado hispanoamericano reaccionó contra lo que consideraban el

desconocimiento de la constitución antigua de los reinos americanos. El licenciado

Hipólito Villarroel, alcalde mayor y asesor de la Acordada en México, expresó su

oposición a las reformas señalando que tales solo podrían ser legítimas “si nuestra

constitución fuese igual a alguno de los reinos y monarquías de la Europa. Pero como

por la divina providencia, la nuestra se gobierna bajo de otras reglas muy distintas de las

que dicta el despotismo, las ordenanzas faltan a las leyes del país y su imposición es una

arbitrariedad”.24 Las Indias, continúa el alcalde, tienen su propia “Constitución con

arreglo a las leyes fundamentales publicadas y mandadas a observar cerca de dos siglos ha

por la dirección y gobierno de la América”.25

Un grupo importante de reformadores trató de evitar la confrontación. En la reunión

extraordinaria del Consejo Real que tuvo lugar el 5 de marzo de 1768, los fiscales Condes

Campomanes y Floridablanca advirtieron que

los Vasallos de S.M. en Indias para amar a la matriz que es España necesitan unir

sus intereses, porque no pudiendo haber cariño a tanta distancia, solo se puede

promover este bien haciéndolos percibir la dulzura y participación de las

utilidades, honores y gracias. ¿Cómo pueden amar un gobierno a quien increpan

imputándole que principalmente trata de sacar de allí ganancias y utilidades y

ninguno les promueve para que les haga desear o amar a la nación y que todos los

que van de aquí no llevan otro fin que el de hacerse ricos a costa suya?26

La dramática conciencia de un cierto estado de cosas que atenta contra la unidad de la

monarquía le da contundencia a la última frase del dictamen: “No pudiendo mirarse ya

aquellos países como una pura colonia, sino como unas provincias poderosas y

considerables del Imperio Español”.

24

. Hipólito Villarroel, Enfermedades políticas que padece la capital de esta Nueva España; en casi todos

los cuerpos de que se compone y remedios que se le deben aplicar para su curación si se quiere que sea útil

al Rey y al público (México: Porrúa, 1999), numeral 48, página 278. Ver en particular el prefacio, “Estado

que tiene el reino de Nueva España en varios puntos de los que abraza el reglamento para descender a su

imaginación” (263-316). 25

. Ibíd., numeral 49, 278. 26

. Incluido en Richard Konetzke, “La condición legal de los criollos y las causas de la independencia”,

Estudios Americanos 2, no. 5 (1950), 45-46. Mi subrayado.

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La aparición de una tímida esfera pública en la última década del siglo XVIII intensifica

el enfrentamiento conceptual y propicia un nuevo momento constitucional. Son

transformaciones ambientadas, por un lado, por acontecimientos internacionales –como

la Revolución francesa, la independencia norteamericana y las guerras con Francia e

Inglaterra– y, por otro, por las reformas universitarias –que habían incluido el estudio de

la economía política y del derecho público– y la apertura al iusnaturalismo racionalista

durante la segunda mitad del siglo XVIII.27 Para los fines de este trabajo consideraremos

la manera en que la disputa colonial se trasladó al lenguaje de lo que Bernardo Danvila y

Villarrasa, catedrático del Seminario de Nobles de Madrid y autor del primer manual de

economía política en España, denominó “economía civil”.28

Recordemos que la libertad de comercio preconizada con insistencia por la economía

política –por lo menos desde el ensayo de Richard Cantillon, Ensayo sobre la naturaleza

del comercio en general (1755), libro que había servido de base a Danvila y Villarasa para

sus Lecciones de economía civil o del comercio (1779)– extendía ese derecho al comercio

con las colonias. Adam Smith, quizá el autor más conocido de la disciplina económica y

cuyo trabajo había sido traducido y circulaba en la monarquía hispánica, había expresado

su oposición al monopolio del comercio con las colonias y a su explotación como forma

de acumular metales preciosos dentro de las fronteras de las naciones mercantilistas.29

Sin embargo, la mayoría de los economistas españoles preservaron una actitud

mercantilista hacia el comercio con las colonias, aun cuando insistían en las virtudes del

comercio libre. En el apartado “De las colonias” de sus Lecciones de economía civil

Danvila y Villarasa señala:

27

. En este caso y como señalan estudios recientes, es necesario comprender la circulación y recepción de

la ilustración napolitana, en particular autores como Ferdinando Galiani, Antonio Genovesi, Gaetano

Filangieri y Francesco Mario Pagano. Aún más, es muy probable, que los lectores hispanoamericanos se

hayan empapado de los debates norteamericanos y franceses a través de obras como las de Filangieri,

quien discutió con admiración el constitucionalismo norteamericano. Ver Federica Morelli, “Tras las

huellas perdidas de Filangieri: Nuevas perspectivas sobre la cultura política constitucional en el Atlántico

hispánico,” Historia Contemporánea 33 (2006), 459. 28

. Bernardo Joaquín Danvila y Villarrasa, Lecciones de economía civil, o del comercio (1779), ed. Pablo

Cervera Ferri (Zaragoza: CSIC, 2008). Para un examen del valor constitucional de los debates

económicos, ver José María Portillo Valdés, “Constitucionalismo antes de la Constitución. La Economía

Política y los orígenes del constitucionalismo en España,” en Nuevo Mundo Mundos Nuevos (2007).

Revista electrónica. Disponible en: http://nuevomundo.revues.org/4160. 29

. El Marqués de Casa Irujo tradujo el Compendio de la Riqueza de las Naciones preparada por

Condorcet (Madrid: En la Imprenta Real, 1792) y dos años después José Domingo Ortiz publicó la

traducción completa de la Investigación de la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones

(Valladolid: Viuda e hijos de Santander, 1794).

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Es ley del Derecho de Gentes comun á todas las colonias Européas, el que no

puedan comerciar, sino con la Metrópoli, porque de otra suerte sería inútil el

gasto de haberlas enviado; por consiguiente la navegacion en los mares de las

colonias debe ser privativa de aquella nacion que las ha enviado. Por la misma

razon es sumamente ùtil que las colonias estén dedicadas al cultivo de las tierras,

que no tengan marina propria, y que las tierras de las colonias no lleven los

mismos frutos que las de la Metrópoli, como sucede en gran parte de nuestras

posesiones de América; porque esto hace indisoluble la union de las colonias con

la Metrópoli, necesitando mutuamente las unas de las otras.30

La posición de Danvila y Villarasa no es original. Ese principio diferencial había sido

claramente enunciado por el economista Bernardo Ward en su Proyecto económico

(1762): “Debemos mirar la América baxo de dos conceptos. En quanto puede dar

consumo á nuestros frutos y mercancías; en quanto es una porción considerable de la

Monarquía, en que cabe hacer las mismas mejoras que en España”.31 El ministro Gálvez

ofreció su versión al señalar que las reformas en la América española deberían ser

implementadas “bajo las mismas reglas con que se erigieron en la Península de España

[…] sin que se necesite variarlas en más puntos esenciales que en los del fomento de

fábricas, prohibidas en las Colonias”.32 Estos dos principios –parte integral pero fuente

de enriquecimiento a costa de su propia industria– se convertirán en mantra burocrático

y naturalizarán la visión de la América española como colonia entre los funcionarios

reales. Muchos reformadores lo sostienen durante su residencia en América y a menudo

entran en conflicto con los patricios americanos, herederos de la antigua noción de

América como conjunto de reinos perfectos.

30

. Danvila y Villarrasa, Lecciones de economía civil, 140. Hay que tomar con escepticismo la afirmación

de Danvila y Villarrasa que el monopolio comercial hacía parte del ius gentium europeo. Sin ir muy lejos,

Gaetano Filangieri y Adam Smith, autores bien conocidos por el autor, insistían en lo ruinoso que

resultaba el monopolio para las colonias y el imperio. 31

. Bernardo Ward, Proyecto económico en que se proponen varias providencias dirigidas á promover los

intereses de España, con los medios y fondos necesarios para su plantificación (Madrid: Joachin Ibarra,

Impresor de Cámara de S.M., 1779), 228. Milhou señala que esa contradicción se hace evidente desde los

primeros arbitristas españoles del siglo XVI. El papel que ocupa América en el célebre “Memorial a Felipe

II” del contador Luis Ortiz es reminiscente de las recomendaciones de los reformistas del XVIII. Ver el

ya citado Milhou, "Sufficientia …", 121-123. 32

. “Informe y Plan de Intendencias para el reino de Nueva España presentado por el Visitador D. José de

Gálvez …”, 16 de enero de 1768, 20 de enero de 1768 y 21 de enero de 1768. Reproducido en Luis Navarro

García, Intendencias en Indias (Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1959) 175.

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La defensa de Antonio Nariño con ocasión de la traducción e impresión clandestina en

diciembre de 1793 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano

ofrece un claro ejemplo de la manera en que los debates en torno al papel económico de

las colonias abrieron una primera vía constitucional para los ilustrados americanos,

abonando el camino para los debates autonomistas que se dieron a partir de septiembre

de 1808, cuando llegaron las noticias a América de las abdicaciones de Bayona. El

impreso, aunque suficientemente conocido en España (tal y como argumenta Nariño en

su posterior defensa), constituía una ruptura con el antiguo régimen no solo por la

proclamación de los derechos del individuo, sino fundamentalmente por su definición

de ‘constitución’, basada no ya en las corporaciones que históricamente había producido

la constitución del reino sino como una abstracción del derecho racional. El artículo

decimosexto de los diecisiete de la constitución de 1789 dice “Toda Sociedad en la qual

la garantía de los Derechos no está asegurada, ni la separación de los poderes

determinada, no tiene Constitución”. La fórmula podía resultar inquietante,

particularmente para los sectores más regalistas, por su insistencia en que ‘constitución’

se refiere a la existencia de límites institucionales que contengan el poder del Príncipe.

La ausencia de esa institucionalidad contravenía la percepción de funcionarios reales –

incluso de los más regalistas– de que la monarquía hispánica era moderada y, por lo

tanto, no despótica. Nariño fue rápidamente encarcelado, encausado y condenado al

exilio.

Más que el impreso clandestino, lo que nos va a interesar –a modo de conclusión– es la

fascinante defensa de Nariño. Allí cita múltiples textos publicados en la monarquía para

probar que esas ideas no eran desconocidas en España y por lo tanto no podían ser

subversivas. Pero Nariño no centra su defensa por el delito de publicar los Derechos del

ciudadano sin licencia –un documento político y una ofensa civil– apoyándose en la

existente legislación española o apelando a aquellas traducciones en que se discutía la

naturaleza del poder, el diseño institucional o el problema de la representación. Nariño

centra su defensa, en cambio, en refutar aquellos presupuestos que gobiernan la

administración colonial y que se refieren a la restricción a la industria y agricultura, así

como al monopolio comercial impuesto sobre América. Según se desprende de la

extensa colección de citas reproducidas en la Defensa, el carácter asimétrico de la

relación entre la Península y las provincias americanas es funesto no solo para las

colonias sino para la misma metrópolis pues, “permitida y fomentada la industria y la

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agricultura en nuestras colonias, la monarquía española será la más poderosa y el más

opulento imperio que han conocido los siglos”.33

Solo después de reiterar los beneficios generales que se siguen de un comercio sin

restricciones, Nariño cita pasajes que señalan la injusticia de un tratamiento diferencial

para las colonias:

… ó las colonias han de estar gobernadas según las reglas de la equidad, de justicia y

de razón, según aquellas reglas que han unido á los hombres en sociedad para su

propia conservación, seguridad y bienestar; ó al contrario se quieren gobernar por

principios y reglamentos opuestos á sus intereses…34

Ser gobernado por intereses opuestos vulnera el principio de sufficientia y es una

violencia a la constitución del reino, la cual, incluso de acuerdo con el derecho público

europeo podría dar pie a que la provincia –en este caso Nueva Granada– reconsiderara

su asociación con la metrópolis.35 En ese caso, continua la cita, “el ejemplo y la

proximidad de los nuevos republicanos [en los nacientes Estados Unidos] las

estimularán á desear y abrazarán otro gobierno que más les convenga”. La defensa de

Nariño fracasó, se le declaró “reo de alta traición”, y se le condenó a “destierro por diez

años a los presidios de África y para siempre del Nuevo Reino de Granada”.36

33

. “Defensa” (1795), en Eduardo Posada y Pedro María Ibáñez, eds., El Precursor. Documentos sobre la

vida pública y privada del General Antonio Nariño (Bogotá: Imprenta Nacional, 1903), numeral 76, página

81. Jaime Urueña identificó al autor de esta cita como François-Jean de Chastellux, autor del Discours sur

les avantages ou les désavantages qui résultent pour l'Europe de la découverte de l'Amérique, objet du prix

proposé par M. l'abbé Raynal (1787). Ver Jaime Urueña Cervera, Nariño, Torres y la Revolución francesa

(Bogotá: Ediciones Aurora, 2007), 42-46. Nariño cita de la traducción que apareció en el Espiritu de los

mejores diarios literarios que se publican en Europa (Madrid: en la Imprenta de González, número 172, 16

marzo, 1789; 987). 34

. “Defensa” (1795), en Posada y Ibáñez, eds., El Precursor. Documentos sobre la vida pública y privada

del General Antonio Nariño, numeral 77, página 82. En Espíritu, 996. 35

. El derecho de gentes, renovado a mediados del siglo XVIII por el texto de Emmerich de Vattel,

Derecho de gentes, o, Principios de la ley natural: aplicados a la conducta y negocios de las naciones y de

los soberanos (1758) discute en detalle la situación de las colonias e indica que estas retienen el poder de

exigir el respeto de sus derechos y libertades y preservan la prerrogativa de revocar el protectorado en caso

que así lo decidan. Ver Capítulos XVI al XVIII del primer libro. Aun cuando la traducción del texto de

Vattel es de 1822, el texto es ampliamente conocido en España y ejerce, como en otros lados, gran

influencia. 36

. Gonzalo Hernández de Alba y Andrés Olivos Lombana, compiladores, Archivo Nariño 1795-1810, Vol.

2, (Bogotá: Biblioteca de la Presidencia, 1990), 65. Camino a prisión Nariño se escapa y pasa a Francia e

Inglaterra donde busca apoyo para llevar a cabo una sublevación general contra el régimen español. En

1797 regresa al Nuevo Reino de Granada e intenta organizar un levantamiento en la región comunera pero

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La defensa de Nariño evidencia que para finales del siglo XVIII se vuelve imposible

reconciliar los conceptos ‘constitución’ y ‘colonia’. Estos se han convertido en

antinomias y designan modos diferentes de organizar la vida en común. Revelan, por lo

tanto, el surgimiento de un conjunto de problemas que no podrán ser resueltos dentro

de los términos establecidos por el campo cultural inaugurado en el siglo XVI.

Igualmente tipifica los modos en que los ilustrados desarrollaron a lo largo de las dos

décadas siguientes, a través de los debates sobre la economía política, una discusión de

orden constitucional a partir de la cual resistieron o, eventualmente, participaron en la

redefinición de lo que era una colonia y, por ende, del papel que le cabía a los americanos

en el nuevo orden monárquico. El ramillete de referencias –siempre implícitas– en sus

textos es similar al que manejaban los reformistas españoles y da cuenta de una mirada a

la economía política que comprende discusiones sobre la manera más razonable y moral

de organizar la sociedad.37 Y es precisamente ese carácter moral de la nueva ciencia de la

economía política el que les permite a los americanos plantear la discusión más allá de la

mera utilidad para la Corona, una discusión que aborde igualmente las expectativas

locales y el sentido colectivo de justicia: su arraigada convicción de habitar una

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confesión escribe “Ensayo sobre un nuevo plan de administración en el Nuevo Reino de Granada” (1797)

en el que procura reconciliar una vez más las posibilidades de ser colonia y parte integral de la nación a

través de la máxima mercantilista de los intereses mutuos y complementarios: “Yo no propongo el que se

establezcan fábricas o manufacturas, que harían decaer el comercio nacional, i que perjudicarían en una

colonia naciente, abundante en frutos i escaza de brazos; no me olvido de que las riquezas de una colonia

deben ser diferentes de las de la metrópolis, i que esta diferencia es la que debe entretener el comercio

recíproco”. Reimpreso en Archivo de Nariño, Vol. 2, 227. 37

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Inicio

Entre Occidente y Oriente:

América como puerta española a China en la época moderna

Dr. Diego Sola

Doctor en Historia

[email protected]

Resumen

Durante la segunda mitad del siglo XVI, los horizontes de los imperios ibéricos se

ampliaron con la incorporación en el espacio colonial de los dominios en Asia. La

ocupación de las islas Filipinas a partir de las décadas de 1560 y 1570 situó a la Monarquía

Católica a las puertas de China, así como la Corona portuguesa se había asegurado un

acceso directo a través de la factoría de Macao, cerca de Cantón, hacia 1557. En aquel

contexto, los virreinatos americanos ejercieron un importante papel en la construcción

de la empresa ibérica y católica en Filipinas y China. Por un lado, la fundación del

dominio español en el archipiélago filipino estuvo vinculada en todo momento a su

dependencia institucional y logística respecto del virreinato de la Nueva España: el

Océano Pacífico de Felipe II y sus sucesores fue una extensión del Nuevo Mundo

americano. En el campo misional, muchos de los religiosos españoles que operaron en

Filipinas, así como la mayoría de los que incursionaron en el Imperio chino, se formaron

y trabajaron en algún momento en los virreinatos. Al mismo tiempo, como se explicará

mediante varios ejemplos de fuentes sinológicas generadas, América desempeñó el rol

de correa de transmisión de noticias y saberes sobre China, construyendo un eje de

comunicación desde el Pacífico hasta el Atlántico para llegar a Europa.

Palabras clave: China, Filipinas, América, Monarquía católica, circulaciones culturales.

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Abstract

During the second half of the sixteenth century, the horizons of the Iberian empires

were expanded with the incorporation of the domains in Asia into the colonial space.

The occupation of the Philippine Islands from the 1560s and 1570s placed the Catholic

Monarchy at the gates of China, just as the Portuguese Crown had secured direct access

through the factory of Macao, near Canton, towards 1557. In that context, the American

viceroyalties played an important role in the construction of the Iberian and Catholic

enterprise in the Philippines and China. On the one hand, the establishment of Spanish

rule in the Philippine archipelago was linked at all times to its institutional and logistical

dependence on the viceroyalty of New Spain: the Pacific Ocean of Philip II and his

successors was an extension of the New World. In the missionary field, many of the

Spanish religious who operated in the Philippines, as well as most of those who ventured

into the Chinese Empire, were formed and worked at some time in the viceroyalties. At

the same time, as will be explained by several examples of generated sinological sources,

America played the role of transmission belt of news and knowledge about China,

building an axis of communication from the Pacific to the Atlantic to reach Europe.

Key words: China, Philippines, America, Catholic Monarchy, cultural transfers.

Introducción

Durante la segunda mitad del siglo XVI, China se convirtió en una prioridad

geoestratégica para las monarquías ibéricas. España y Portugal lideraban el proceso de

expansión europea por el mundo con la exploración y colonización, por este orden, de

África y América, para pasar a continuación, al abordaje de los vastos dominios asiáticos.

Asia fue el tercer escenario de contacto, si bien había sido el horizonte primero y último

de las empresas de navegación y descubrimiento. Los portugueses exploraron la costa

africana durante el siglo xv para hallar una ruta alternativa a la del Mediterráneo,

parcialmente dominado por los turcos, y llegar a la seda y las especias de Oriente a través

del Índico. A finales de ese siglo, Cristóbal Colón diseñó un nuevo plan para llegar hasta

el Catay de Marco Polo –la China del mercader veneciano, en la que vivió en el siglo

XIII– surcando las aguas oceánicas occidentales en un viaje que debía ser rápido y

directo. En el camino, un continente hasta entonces desconocido apareció ante los ojos

de los españoles, fundando el inicio de una conquista y colonización que convertirían el

proyecto imperial hispano en un proyecto esencialmente –aunque no exclusivamente–

americano. Los sucesores de Isabel y Fernando confiaron en Colón para dar a la

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Monarquía una ruta comercial lucrativa y para ver realizada la expectativa de la

evangelización de infieles, mas no renunciaron nunca a su sueño de llegar al Catay,

objetivo postergado temporalmente en la agenda imperial.

Sin hallar directamente el acceso a China por la vía del océano occidental, los españoles

se centraron en los procesos de conquista y dominación: Hernán Cortés en México

(1519-1528) y Francisco Pizarro en Perú (1532-1533). La dominación de México, con la

fundación en 1535 del virreinato de la Nueva España como entidad política y territorial

de la monarquía hispana, condicionó la futura vinculación de las posesiones pacíficas del

rey a México. Porque si bien América pasó a ser la prioridad de esa agenda imperial, los

monarcas, particularmente Felipe II, no quisieron renunciar a un acceso directo a Asia y

su mercado.

Como se explicará en seguida, en la denominada empresa de China, dentro del conjunto

de decisiones y acciones de la Corona hispana respecto al gigante asiático, América jugó

un papel fundamental. Fue en América donde se diseñaron políticas relativas a ese

remoto objetivo y donde se gestó y construyó un conocimiento apropiado sobre la

realidad china y asiática, segunda parte de esta comunicación. Decisiones y visiones son

los dos ejes sobre los que bascula esta ponencia, que aborda el tema desde la perspectiva

de una cultura de expansión propia del escenario de la primera mundialización. Rui

Loureiro1 y Luís Filipe Barreto,2 entre otros autores, han sugerido este marco

conceptual para describir toda la producción cultural en forma de obras impresas,

manuscritos, cartas o relaciones, generada a partir del encuentro y descubrimiento de

nuevos mundos por parte del Occidente europeo. El contacto con nuevas realidades

geográficas y humanas obligó a los europeos a crear una nueva forma de explicar el

mundo, con nuevos marcos de interpretación, todo ello en medio de una creciente

demanda de información del público letrado por la fascinación que un Nuevo Mundo,

unos nuevos mundos, generaban.3

Dentro de esa cultura de expansión circularon obras manuscritas y en menor número,

impresas, que en conjunto consignaron por escrito un contacto cultural novedoso

1. Rui Loureiro, Fidalgos, missionários e mandarins: Portugal e a China no século XVI (Lisboa: Fundação

Oriente, 2000). 2. Luís Filipe Barreto, “Fundamentos da Cultura Portuguesa da Expansão”, Philosophica 15 (2000): 89-115.

3. Véase la obra de Stephen Greenblatt, Maravillosas posesiones: el asombro ante el Nuevo Mundo

(Barcelona: Marbot, 2008).

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auspiciado en un mundo nuevo conectado, cosido en sus confines más remotos o,

siguiendo la metafórica visión de Pierre Chaunu, un mundo roto en sus costuras

tradicionales ante su propia e irrefrenable eclosión.4 La rotura de esas costuras globalizó

a sus individuos en una visión de un mundo sin fin, o en palabras de Serge Gruzinski, en

continua “acumulación de nuevos saberes e información de todo tipo y origen, puesta en

la circulación de objetos, mercancías, creencias e ideas.5 El mismo autor propone dirigir

la mirada a un nuevo tipo de personaje, el passeur culturel, que media entre dos mundos,

que explica, conceptualiza y permite comprender. La América virreinal, como se verá,

jugó un papel fundamental en esa mediación entre Oriente y Occidente a través de un

conjunto de literatura de expansión y, previamente, con la participación de sus espacios

decisorios en los debates sobre China, aspecto detallado en la primera parte del texto.

1. Felipe II y la empresa de China

España afrontaba la segunda mitad del siglo XVI con un dominio imperial afianzado en

las denominadas Indias Occidentales. Décadas atrás, el portugués Fernão de Magalhães,

al servicio de la Corona hispana, comandó la primera de las expediciones a las Molucas

(1519-1522), conectando por mar, y por primera vez, el Atlántico y el Pacífico. A la

expedición de Magalhães –que Juan Sebastián Elcano completaría con la

circunnavegación del mundo a su llegada a la Península Ibérica en 1522– le siguió la

comandada por Jofre de Loaísa, en 1525. La venta de las Molucas a Portugal por el

acuerdo con España tras el Tratado de Zaragoza (1529), apartó a los españoles durante

algún tiempo de las aguas oceánicas; una nueva etapa de exploración y ocupación

iniciaría a mediados de siglo.

Ruy López de Villalobos partió en 1542 desde la costa occidental de la Nueva España

rumbo al sur del Océano Pacífico,6 trayecto que lo llevó a las islas de San Lázaro (futuras

Filipinas). Miguel López de Legazpi volvió a ellas en su expedición de 1564-1565, con

órdenes reales de ocupar el territorio y establecer allí una base operativa para la apertura

4. Pierre Chaunu, Séville et l’Atlantique, 1504-1650 (París: Armand Colin, 1959).

5. Serge Gruzinski, “Passeurs y elites «católicas» en las Cuatro Partes del Mundo: Los inicios ibéricos de la

mundialización (1580-1640)”, en Passeurs, mediadores culturales y agentes de la primera globalización en

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626.

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de una ruta comercial entre las Filipinas y América –la “Nao de China”, el futuro

“Galeón de Manila” o “de Acapulco”– que permitiera introducir en la monarquía

hispana los productos asiáticos. Por lo tanto, debían ocuparse las Filipinas y hallarse el

tornaviaje, el camino de vuelta al continente americano por el Pacífico, camino que poco

después descubriría fray Andrés de Urdaneta.7 En efecto, para descubrir esta ruta y

consolidar su trayecto, Felipe II acudió a Urdaneta, un viejo marino que en 1553 tomó la

decisión de entrar en el convento de San Agustín de México, donde profesó como

religioso de la orden agustina. Tras ser reclamado por el rey para acompañar a su paisano

Miguel López de Legazpi a las Filipinas y de hallar el camino de regreso a México por el

este, Urdaneta falleció en México en 1568, cuando aún tenía la intención de volver a

Filipinas para ayudar a sus compañeros agustinos en la evangelización de las islas.

La situación que encontraron los conquistadores en Filipinas fue harto penosa; el

tiempo de penuria duró hasta la fundación de las ciudades de Jesús de Cebú y Manila, en

1571.8 En ese momento, las Filipinas pasaban a formar parte del imperio de los

Habsburgo españoles, con lo que dependían administrativamente del virreinato de la

Nueva España y eclesiásticamente del arzobispado metropolitano de Ciudad de México.

Las islas de San Lázaro habían recibido el nombre de Filipinas en la expedición de López

de Villalobos de 1542-1545, cuando Felipe aún era príncipe de Asturias. El archipiélago,

naturalmente, fue rebautizado en su honor. Ya como rey, este recóndito y remoto grupo

de islas a miles de millas de España pasó a ocupar un lugar en modo alguno menor dentro

de su geoestrategia global. Según Chaunu, las Filipinas ocupaban un preciado lugar en el

mapa mental del rey Felipe, pues eran la bisagra que permitía una “estructura continua”

de la presencia humana, al convertirse en el nexo de unión entre el Extremo Oriente y el

Extremo Occidente.9

López de Legazpi había viajado al Pacífico conocedor del horizonte chino de su

empresa. Pocos días antes de su muerte, en agosto de 1572, escribió al virrey de la Nueva

7. Sobre la vida de este intrépido agustino, marino, cosmógrafo y aventurero, véase Gaspar de San Agustín,

“Vida y muerte del venerable padre fray Andrés de Urdaneta”, en Conquistas de las Islas Filipinas, ed.

Manuel Merino (Madrid: CSIC, 1975), 209-213. 8. “Y así, el día de la natividad de San Juan Bautista, veinticuatro de junio del año de 1571, comenzó la

fundación de la ciudad de Manila, cabeza y metrópoli de todas estas islas y de todas las demás que en

adelante rindiesen vasallaje a la Real Corona de nuestro católico monarca”, San Agustín, Conquistas de las

Islas Filipinas, 336. 9. Pierre Chaunu, Les Philippines et le Pacifique des Ibériques, 2 vols. (París: SEVPEN, 1960-1966).

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España, Martín Enríquez, entusiasmado por el hallazgo que pocos meses atrás había

hecho. Legazpi y sus hombres habían liberado a unos “chinos cautivos”, viendo una

ocasión propicia para intentar la “amistad y contratación” con ellos, en uno de los

primeros contactos de los españoles con los chinos que comerciaban desde Cantón.

Algunos de esos chinos liberados se instalaron en Manila, consolidando su asentamiento

estable en el barrio o parián chino de la ciudad. Los juncos chinos ya navegaban por las

aguas del archipiélago desde mucho tiempo atrás, teniéndoselas que ver con los

aguerridos musulmanes del lugar, y declararon a Legazpi que les resultaba mejor

contratar con ellos, los cristianos, que no “con los moros”. El gobernador entendió que

aquella era una buena oportunidad para acercarse a China con toda prevención –en su

carta declaró que “no he querido alterar ni alborotar” a estos chinos–, y pensó

inmediatamente en los misioneros agustinos, principales evangelizadores de las islas en

aquel momento, decidiendo enviar un navío de religiosos a China a fin de llegar hasta el

gobernador de la provincia de Fujian, “para que allá tratasen de paz y amistad perpetua

con el que gobierna porque dicen que su Rey está muy lejos de la tierra adentro camino

de tres meses”.10

Legazpi falleció escasos días después, le sucedió al frente de las islas Guido de Lavezaris,

quien asumía el control de las Filipinas con la mirada puesta, como su predecesor, en el

Celeste Imperio. Fue él el encargado de preparar la primera embajada española a China,

que lideró el agustino Martín de Rada y el laico Miguel de Luarca en el verano de 1575.

Lo que las autoridades filipinas pretendían era una embajada a “Chincheo” (Fujian) para

“tratar con [el virrey] de la paz y contratación”.11 Los objetivos son conocidos por el

detallado informe que Rada hizo llegar al virrey de México Martín Enríquez de

Almansa, responsable último, tras el rey, de toda decisión en el Pacífico. Rada pedía al

virrey sancionar la decisión de enviar un par de religiosos para que, además, “se abra gran

puerta al Evangelio”. Los españoles de Filipinas habían depositado grandes esperanzas

en este viaje que, sin embargo, acabó interrumpido por las autoridades chinas de Fujian.

El viaje no había conseguido cumplir sus objetivos, pero fray Martín de Rada, quien

moriría de regreso de Borneo en 1578, regresó a Filipinas con un cargamento de cien

10

. Todas las citas de la carta corresponden a: Archivo General de Indias (AGI), Patronato, 24, 11 de agosto

de 1572. 11

. “Carta de Martín de Rada al virrey de la Nueva España de 10 de agosto de 1572”, AGI, Patronato, 24, n.º

1, 22.

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libros chinos que rápidamente pidió traducir a los sangleyes de Manila y que

posteriormente se enviarían a América.12

La polémica sobre la empresa de China,13 sin embargo, estaba lejos de finalizar. Pocos

meses después de la frustrada embajada, el gobernador de Filipinas Francisco de Sande

planeaba un plan de conquista del Imperio chino que puede resumirse en la siguiente

propuesta: “El aparato que es menester para esta jornada son de cuatro a seis mil

hombres armados de pica y arcabuz, con los navíos, artillería y municiones necesarias.

Puédese con dos o tres mil hombres tomar la provincia que más contentare, y tener

puertos y armada superior por la mar, y esto será muy fácil, y en siendo señores de una

provincia es hecha toda la conquista”.14 Su confianza se apoyaba, pues, en la creencia de

que, como Cortés en México, unos pocos hombres bastarían para hacerse con el control

de una provincia y luego los naturales los recibirían con los brazos abiertos ante la

expectativa, creía el doctor Sande, de liberarse de la tiranía de sus odiosos mandarines.

Otros, incluso, creían que muchas ciudades chinas podían subyugarse con menos de

sesenta buenos soldados españoles, a mayor imitación ya de la epopeya de Cortés.15

Todos estos planes partían de una manifiesta sinofobia, es decir, una visión negativa de

China, su organización social y sus costumbres.16

1.1. El virreinato de México en la polémica

En el debate sobre la empresa de China de la década de 1580, que debía ofrecer al rey

Felipe II argumentos para decidir una política pacífica o militar respecto al Celeste

Imperio, América fue el escenario clave. Todo lo concerniente al gran imperio asiático

se consideraba privativo, además del propio monarca español, de las autoridades

virreinales de la Nueva España. En aquel contexto de impaciencia respecto a lo que

debía hacerse con el imperio vecino a las Filipinas, Felipe II logró la Corona portuguesa

en 1581. En aquel año se puso en marcha un nuevo proyecto de embajada a China

capitaneado por frailes agustinos, entre ellos, un religioso profeso del convento de San

12

. Véase Dolors Folch, “Biografía de fray Martín de Rada”, Huarte de San Juan, Geografia e Historia 15

(2008): 54. 13

. Sobre este proyecto en el conjunto de su evolución teórica e histórica véase Manel Ollé, La empresa de

China. De la Armada Invencible al Galeón de Manila (Barcelona: Acantilado, 2002). 14

. “Carta de 7 de junio de 1576”, AGI, Filipinas, 6. 15

. John M. Headley, “Spain’s Asian Presence, 1565-1590: Structures and Aspirations”, American Historical

Review 75, issue 4 (1995): 637. 16

. Véase Colin Mackerras, Sinophiles and Sinophobes. Western Views of China (Oxford: University

Press, 2000).

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Agustín de la ciudad de México, Juan González de Mendoza, del que se hablará más

adelante.

Una resolución del Consejo de Indias (de 5 de marzo de 1580) dejaba la prosecución de la

embajada a China en manos del virrey de la Nueva España.17 Esta instrucción sería

determinante para decidir la suerte de la jornada, al convocar el nuevo virrey Lorenzo

Suárez de Mendoza, conde de Coruña, una junta a tal efecto: “llegado que sea a la Nueva

España trate y comunique todo esto con don Martín Enríquez18 y si conforme a la

relación y noticia que tuviere de las cosas de aquella tierra y estado en que estuvieren les

pareciere a ambos que se debe efectuar lo encarguen a este religioso [Juan González de

Mendoza] y a fray Fran[cis]co de Ortega”.19

El virrey había recibido instrucciones para “traer a esta Nueva España y enviar a la China

las cosas que V[uestra] M[ajestad] es servido enviar en presente al Rey de aquellas partes

para efecto de asentar paz con él y abrir por este camino la puerta a los ministros del

Evangelio”.20 Efectivamente, Felipe II había enviado al emperador chino Wanli un

lujoso regalo además de una carta de amistad.21

El virrey quiso consultar el asunto de la embajada con su predecesor, Martín Enríquez, y

pidió, además, el parecer de Francisco de Sande, tercer gobernador de las islas Filipinas,

recientemente relevado de sus funciones y desplazado a México.22 A tal propósito

convocó una “junta […] de los más grandes hombres de todo el Reino [de la Nueva

España] acerca de la prosecución de la embajada”.23 La opinión de Sande, imprescindible

17

. “y si conforme a la relación y noticia que tuviese de las cosas de aquella tierra y estado en que estuvieren

os pareciere a ambos que se a de efectuar”, en AGI, Filipinas, 84, 339, leg. 1. 18

. El cambio al frente del virreinato no se produciría hasta el 4 de octubre de 1580, por lo que, en el

momento de la resolución del Consejo de Indias, el 5 de marzo de 1580, Martín Enríquez de Almansa era

virrey. Enríquez (c. 1510-1583) fue virrey de la Nueva España (1568-1580) y del Perú (1581-1583). 19

. AGI, Indiferente General, 739, n.º 240. 20

. “Carta del virrey conde de Coruña a Felipe II, México, 20 de octubre de 1581”, AGI, Indiferente

General, 739, n.º 264. 21

. Permítaseme citar Diego Sola, El cronista de China. Juan González de Mendoza, entre la misión, el

imperio y la historia (Barcelona: Edicions de la Universitat de Barcelona e Instituto Confucio, 2018), 112-

119. 22

. Francisco de Sande (1540-1627), tercer gobernador y capitán general de las islas Filipinas (1575-1580)

había sido sustituido en abril de 1580 por Gonzalo Ronquillo de Peñalosa. 23

. Juan González de Mendoza, Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de la

China (Madrid: 1586), fol. 117v.

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dada su condición de exgobernador en Manila, fue determinante para poner fin a la

embajada. El exgobernador tenía en muy bajo concepto a los chinos, de los que en 1576

había escrito que eran “gente ruin y desvergonzada y muy pedigüeña”.24 Enemigo de la

entrada pacífica, su plan, como se ha explicado, pasaba por una conquista militar del

Celeste Imperio.

Finalmente, siguiendo al pie de la letra la instrucción real, no prosiguiendo la “jornada de

China”, fueron vendidos los regalos, así como las pinturas incluidas en el presente, obra

del artista Alonso Sánchez Coello, que se quedaron en México.25 Abortada la embajada

en la Nueva España, con el plácet del virrey, las opiniones contrarias en el reino

mexicano a su ejecución aumentaban, como demuestra la carta enviada por el arzobispo

de México, metropolitano de la nueva diócesis filipina. El arzobispo Pedro Moya (c.

1528-1591), se sumaba a la propuesta de guerra armada como método de entrada en

China.26 Sin embargo, Felipe II jamás llegó a sancionar esta política, pese a la

vehemencia de sus más firmes defensores en ciudad de México y en Manila.

2. Literatura de expansión

La aparición de noticias sobre China en Europa se multiplicó a partir de la llegada de los

portugueses a Asia. Resulta necesario señalar que la creación de este conocimiento no

obedece simplemente a una necesidad personal de estos navegantes, oficiales y

aventureros por explicarse, sino que se inscribe en un contexto mayor de acumulación

de conocimiento de los nuevos mundos explorados. Alfonso de Albuquerque, segundo

gobernador de la India portuguesa, promovió esta práctica con la recolección de

relaciones. En conjunto, eran informes estratégicos, político-económicos, culturales y

lingüísticos, que buscaban comprender el entorno humano en el que los portugueses se

habían asentado, conociendo las costumbres, tradiciones y lenguas de esas nuevas

24

. “Relación del doctor Sande a Felipe II, Manila, 7 de junio de 1576”, AGI, Filipinas, 6. 25

. “y si entendieren no haber oportunidad de tiempo y ocasión para ello hagan vender todas estas cosas las

cuales tendrán allí mucho más precio y el que de ellas procediere se envíe por cuenta aparte en la primera

flota con la demás hacienda de V[uestra] M[ajestad]”. En AGI, Indiferente General, 739, n.º 240. Hasta la

fecha no se ha podido localizar el paradero de estas pinturas, que pasa indefectiblemente por México. 26

. “V[uest]ra Maj[estad] sea servido de no dar lugar a que especulaciones humanas impidan el santo celo

de V[uest]ra Maj[estad] que tan aprobado es en este nuevo mundo y puede producir fundamento muy

justificado para con el tiempo reducir aquellos reinos, por medios menos suaves, cuando no conociesen la

grande benignidad de V[uest]ra Maj[estad]”. En AGI, Indiferente General, 739, núm. 264, carta del

«arzobispo de Filipinas» (el arzobispo de México) al rey, 24 de octubre de 1581.

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civilizaciones.27 El mediador cultural era, en primera instancia, un analista que fue,

antes, un observador de lo desconocido. Muchos de estos textos, destinados a las

cancillerías del rey, se convirtieron en textos de mayor difusión, circulando tanto de

forma manuscrita como impresa por Europa y sus dominios ultramarinos. Entre las

primeras relaciones se encuentra la Suma Oriental que trata do Mar Roxo até aos Chins

del boticario real del rey Manuel el Afortunado Tomé Pires,28 difundido desde Venecia

a través de la miscelánea Delle navigationi et viaggi (1565) de Giovanni Battista Ramusio.

Así como los portugueses generaron sus propias relaciones gracias al establecimiento en

la India y sus dominios índicos, los españoles construyeron su propia literatura de

expansión asiática una vez consolidaron su presencia en el Pacífico con el

establecimiento en las Filipinas. Fue un colaborador de Felipe II, fray Juan González de

Mendoza, quien concibió y ejecutó una obra clave de este corpus literario. Una vez más,

las Indias Occidentales, América, jugaron un papel decisivo en este proceso.

2.1. El papel de las Indias Occidentales: la Historia del Gran Reino y el Suceso de las

Islas Filipinas

Antes de que la Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del Gran Reino de

la China fuera publicada en 1585 en Roma, su autor creció y se formó en los conventos

novohispanos. Juan González de Mendoza (1545-1618) puso rumbo a México en 1562,29

donde profesó en el convento de los agustinos de ciudad de México, la misma casa de

religiosos en la que en 1553 fray Andrés de Urdaneta había ingresado. El mundo

novohispano se abrió ante los ojos de fray Juan como un paraíso de horizontes

inabarcables. Así lo explicó en su Historia: “Cuánto tenga de largo y de ancho no es

posible poderse decir por no estar hasta ahora acabado de descubrir y hallarse cada día

tierras nuevas”.30 La Nueva España, por lo tanto, presentaba una inconmensurabilidad

distinta a la de los horizontes llanos de Castilla. A su vez, México aparecía como un

27

. Luís Filipe Barreto, “Duarte Barbosa e Tomé Pires. Os Autores das Primeiras Geografies Globais do

Oriente”, en Entre dos mundos. Fronteras Culturales y Agentes Mediadores, ed. B. Ares Queija y S.

Gruzinski (Sevilla: CSIC-Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1997), 178. 28

. Véase Rui Loureiro, O manuscrito de Lisboa da «Suma Oriental» de Tomé Pires (Contribução para

uma edição crítica) (Macao: Instituto Português do Oriente, 1996). 29

. Según Gregorio de Santiago Vela, “En los conventos de aquel país, y especialmente en Mechoacán

[Michoacán] residió nueve años, habiéndose ocupado cinco en leer Gramática y en estudiar Artes y

Teología hasta completar su carrera eclesiástica, atendiendo a la vez a adoctrinar a los naturales”, en

Gregorio de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca ibero-americana de la Orden de San Agustín, vol. 3

(Madrid: Imprenta del Asilo de Huérfanos del S. C. de Jesús, 1917), 202. 30

. González de Mendoza, Historia de las cosas más notables, fol. 279.

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destino atractivo para aprender y formarse. Según el parecer del agustino, sus estudios

universitarios no tenían nada que envidiar a los de Castilla: “Hay Universidad y en ella

muchas cátedras en que se leen todas las Facultades que en la de Salamanca por hombres

muy eminentes cuyo trabajo es gratificado con grandes salarios y honras”.31 Mendoza

publicó su Historia del Gran Reino de la China como maestro en Teología,32 pero se

desconoce el lugar donde obtuvo su graduación, bien en la universidad mexicana que tan

bien pareció conocer por su relación, bien en el convento michoacano o, tal vez, en su

larga estancia española entre 1574 y 1581.

Uno de esos “hombres muy eminentes” que fray Juan situaba en la universidad

mexicana, y que probablemente llegara a conocer en persona, fue Alonso de la Veracruz

(1507-1584), el más brillante de los profesores de la Real Universidad de México, de la

que fue uno de sus fundadores, en 1553. Fray Alonso se había formado en las

universidades de Alcalá y Salamanca, correas de transmisión del humanismo castellano,

y había viajado a México en 1535 donde, como fray Juan, había tomado el hábito

agustino. Impregnado de un humanismo radical en la defensa de los indios, fray Alonso

sufrió por ello la censura en el ejercicio de su magisterio.33 Su mentor intelectual en la

universidad salmantina, el dominico Francisco de Vitoria (1486-1546),34 le había legado

una visión humanitarista que le llevó a entender que la disposición de los indios era

favorable a la evangelización, ante lo cual no cabía el uso de la fuerza y la coacción

violenta: “Los habitantes del nuevo mundo no sólo no son niños amentes [dementes],

sino que a su modo sobresalen y por lo menos algunos de entre ellos son de lo más

31

. Ibíd., fol. 282r. 32

. Dilecto filio Johanni González de Mendoza, presbítero, Ordinem, Sancti Agustini Hoeremitarum

expresse professo, et Magistro in Theologia, en la licencia de Sixto V en su Historia (Roma: 1585). 33

. Un completo perfil intelectual de Alonso de la Veracruz puede leerse en José María Gallegos, El

pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII (México: Centro de Estudios Filosóficos, 1974), 243-278.

La reciente tesis de Francisco Quijano actualiza el conocimiento sobre Veracruz poniéndolo en relación

con el pensamiento de Bartolomé de las Casas y Juan Zapata y Sandoval en Francisco Quijano Velasco,

Las Repúblicas de la Monarquía. Expresiones republicanas y constitucionalistas en la Nueva España.

Alonso de la Veracruz, Bartolomé de las Casas y Juan Zapata y Sandoval (México D.F.: Universidad

Nacional Autónoma de México, 2012). 34

. Sobre el pensamiento de Francisco de Vitoria véase Marcelino Rodríguez Molinero, La Doctrina

colonial de Francisco de Vitoria o el derecho de la paz y de la guerra: un legado perenne de la Escuela de

Salamanca (Salamanca: Librería Cervantes, 1993).

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eminentes; no eran por lo tanto tan niños amentes como para que fueran incapaces de

dominio”.35

Esta visión positiva de los naturales sería otro signo distintivo del discurso de Juan

González de Mendoza hasta sus últimos días. En 1614, ya anciano obispo de Popayán, en

el Nuevo Reino de Granada, insistía en su condición de defensor de los indios: “Digo

Señor como otras veces lo he apuntado por puro escrúpulo de mi consciencia y como

protector de estos pobres indios que está esta tierra perdida por el mal tratamiento que

los encomenderos les hacen que es peor que a sus esclavos”.36

Resulta conveniente destacar esta influencia intelectual novohispana sobre Mendoza

por el discurso positivo y admirativo que este proyectó en su Historia del Gran Reino.

El libro se convirtió en el tratado sobre China más leído en el Occidente europeo de su

tiempo, siendo traducido al italiano, al francés, inglés o alemán:37 un hecho que se

explica, además de por la avidez de noticias de una parte del público europeo sobre el

gigante asiático, por el acierto de las fuentes utilizadas por Mendoza y el buen uso que

hizo de ellas. La China que Mendoza quería ofrecer a sus lectores era una que pivotaba

sobre dos ejes: virtud y grandeza. Sus capítulos están llenos de referencias a la

inmensidad de las ciudades, los edificios, los campos de cultivo, a la gran abundancia en

todos los órdenes de la vida material, presentando una especie de paraíso mercantil. En

cuanto a la virtud, Mendoza presentó un reino prototipo y paradigma de nación

civilizada en el mundo. Sus gobernantes eran, a su juicio, prudentes, y era mucho lo que

los gobernantes europeos podían aprender del milenario reino del Dragón.

La Historia del Gran Reino de la China tuvo difusión editorial en América, como

prueba la revisión del inventario testamentario de un importante oficial de la Corona

que culminaba su carrera en Quito: Antonio de Morga (1559-1636).38 Morga, jurista y alto

funcionario colonial, desempeñó su trayectoria entre Filipinas, Nueva España y el Perú,

35

. Fragmento de Alonso de la Veracruz, Sobre el dominio de los indios y la guerra justa, transcrito en

Ambrosio Velasco, «Alonso de la Veracruz: la tradición humanista republicana», Revista de la Universidad

de México, 46 (2007): 53. 36

. “Carta a Felipe III del 1 de abril de 1614”, AGI, Quito, 78, n.º 33. 37

. Véase la difusión del libro en Carlos Sanz, Primitivas relaciones de España con Asia y Oceanía (Madrid:

Librería General, 1958), 386-392. 38

. Véase el estudio de Francisca Perujo en: Antonio de Morga, Sucesos de las Islas Filipinas (México:

Fondo de Cultura Económica, 2007).

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completando el triángulo clave de los dominios oceánicos de la Monarquía hispana. El

inventario testamentario de Morga fechado en Quito el 26 de julio de 1636 revela que

este poseía una biblioteca muy completa en geografía e historia. Por ejemplo, entre sus

bienes se encontraban la Crónica de Giovanni Botero o la Historia oriental de Fernão

Mendes Pinto,39 tal como aparecen referenciadas. En dicho inventario post mortem no

faltó la Historia del Gran Reino de la China,40 lo que prueba que la profusa difusión del

tratado de Mendoza circuló de un lado al otro del Atlántico, con ejemplares en el

continente americano.

El propio Morga difundió su obra, una muestra más de su dimensión de passeur culturel

que navegó por dominios muy alejados entre sí, tras una década de trabajo en las

Filipinas y al poco de llegar a México, donde ocupó varios cargos al servicio del virrey.

En 1609 publicó Sucesos de las Islas Filipinas en la ciudad de México, tratado que narra

las primeras décadas de presencia española en el Pacífico y que aborda también una

descripción de Asia basada en su imagen más rica y exuberante.41

Epílogo

El conjunto de proyectos diplomáticos con destino a Oriente y la literatura de

expansión generada a la luz del avistamiento de nuevos horizontes prueban que, para

muchos, China era un asunto privativo, o muy estrechamente vinculado a la presencia

española en América. Así lo creían los oficiales de la monarquía en Filipinas, bregados

todos ellos en tierras americanas; o los religiosos, como Martín de Rada o Juan González

de Mendoza, que se habían formado entre España y América. En 1573 Martín Enríquez,

virrey de México, lo expresó claramente al escribir a Felipe II estas líneas: “lo de la tierra

firme de la China es tierra tan larga y poblada, que de çien partes vna, que lo que dizen

sea, parece que es otro medio mundo. [...] Por manera que se viene a resumir que la

contratación desta tierra a de ser con plata, que es lo que ellos más estiman, y a esto no

sé yo si V[uestra] M[ajestad] dará liçençia, atento que a de pasar a Reyno estraño. De

todo mande V. M. tratar y dar luz y orden clara al que aquí, gouernare para que no

39

. Antonio de Morga, Sucesos de las Islas Filipinas por el Dr. Antonio de Morga, edición y notas de W. E.

Retana (Madrid: Librería General de Victoriano Suárez, 1909), 158-159. 40

. Mencionada como “Historia de la China”, en Ibíd., 159. 41

. “Según los cosmógrafos antiguos y modernos, la parte del mundo llamada Asia; [...] enriquecidas, asi de

piedras preciosas, oro, plata y otros minerales, como abundantes frutos y semillas, ganados y animales”.

Así comienza el libro de Morga, en Ibíd., 15.

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hierre”.42 América como torre de vigía del gigante asiático y como espacio decisorio

además de, como se ha explicado, generador de noticias y textos comprehensivos sobre

el Celeste Imperio y sobre la presencia europea en sus contornos. América, en

definitiva, como puerta española a China, un acceso de carácter factual mediante

empresas de contacto o de conquista; pero también un acceso de carácter literario

mediante la producción histórico-etnográfica de la literatura de expansión generada en

aquel contexto.

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Navegación y encuentro de saberes en la conquista de América

Dr. Mauricio Nieto

Profesor Titular

Universidad de los Andes

[email protected]

Resumen

La conquista del mar y la expansión europea en el siglo XVI fueron posibles gracias al

desarrollo de una poderosa ingeniería naval y de nuevas técnicas de navegación

astronómica. Tanto Portugal como España produjeron un conjunto de tratados sobre

navegación que no solo fueron definitivos en la historia marítima de Europa, sino que

constituyen un capítulo clave en la historia de la ciencia occidental.

La conquista del mar, sin embargo, es solo una parte de la historia. La penetración del

continente americano fue un desafío mayor para el cual las naves y conocimientos

europeos resultaban poco útiles. La penetración del continente requería el dominio de

una compleja geografía de montañas y selvas hostiles; vías de acceso obligadas fueron los

ríos, desconocidos y peligrosos. Para atravesar estas corrientes, las canoas americanas y

las habilidades de los nativos para navegar los ríos resultaban mucho más eficientes que

las grandes naves europeas. La apropiación y uso de conocimientos americanos fueron

parte importante de la conquista europea de América, y constituyen un rico y poco

explorado campo de investigación histórica.

Palabras clave: Navegación, América, Canoa, Nuevo Mundo, Tecnología, Imperio

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Abstract

The conquest of the sea and the European expansion in the sixteenth century were

possible thanks to the development of efficient naval engineering and new astronomical

navigation techniques. Both Portugal and Spain produced a set of treaties on navigation

which nor only were definitive in European maritime History, but also constitute an

important chapter in the History of western science.

The conquest of the sea, however, was just part of the story. The penetration of the

Hispanic American continent was a major challenge for which European ships and

knowledge were useless. The penetration of the continent required the domain of a

complex geography of mountains and hostile jungles; unknown and dangerous rivers

were mandatory access paths. In order to go across this currents, native´s canoes and

local techniques of river navigation were much more efficient than the European

vessels. The European appropriation and the use of Native American knowledge were

an important part in the European conquest of the Americas, and constitute a rich and

largely unexplored field of historic research.

Key words: Navigation, America, Canoe, New World, Technology, Empire

Introducción

La conquista del Nuevo Mundo puso en marcha un desafío técnico sin precedentes. El

dominio imperial implica la suma de diversas prácticas y saberes, tanto en tierra firme

como en el mar: manufactura de barcos de vela veloces y resistentes, fabricación y

calibración de instrumentos de navegación, entrenamiento de marinos disciplinados en

múltiples oficios, cartógrafos y cosmógrafos, una nueva historia natural que hizo posible

el reconocimiento de nuevas plantas y nuevos animales y la movilización de personas y

bienes en una geografía compleja, en fin, una red de saberes que podemos sin temor

reconocer como una colosal empresa política y tecnológica.

El debate sobre la ciencia ibérica y su papel en la historia de la ciencia occidental es

legítimo y resulta difícil justificar la poca atención que ha tenido la península ibérica de

la temprana modernidad para la historiografía de la ciencia moderna por fuera de

España y Portugal. Hoy es un campo que con razón presenta un desarrollo notable y no

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pocos historiadores han señalado la pertinencia de revisar las tradicionales narraciones

del mundo católico como antagónico a la ciencia moderna.1

Estudiar las relaciones entre la expansión europea y la historia de la ciencia occidental

nos enfrenta con un reto historiográfico aún más difícil y de enorme importancia:

entender la complejidad de los intercambios culturales entre la ciencia europea y las

tradiciones no europeas.2 Los historiadores han estado inconformes o silenciosos frente

a la relación entre los visitantes europeos y los llamados saberes locales o nativos, que

tuvieron un notable impacto en la cultura europea. La producción de conocimiento en

nuevas tierras no fue el simple resultado de una relación directa entre el explorador y la

naturaleza, antes bien, esta solo fue posible en el contexto de tradiciones culturales en

las que relaciones complejas entre la naturaleza y la sociedad ya existían. Es absurdo

asumir que los exploradores europeos viajaron a través de un continente americano

vacío; por el contrario, encontraron rutas y caminos, navegaron grandes ríos, hallaron

minas de oro por accidente, descubrieron tabaco y coca, probaron plantas y adivinaron

sus posibles usos. Es un error imaginar una relación entre el explorador o el naturalista, y

una naturaleza pura, desconectada de las culturas y de las experiencias de las poblaciones

no europeas. Al contrario, para no perderse en territorios desconocidos, para reconocer

plantas o animales extraños y aprender sobre sus usos alimenticios o medicinales, para

conquistar una geografía desconocida o entender las culturas americanas, la única

opción que tuvieron los europeos fue observar, interactuar y aprender de los habitantes

de América.

La apropiación europea y los usos del conocimiento nativo de América constituyen un

campo de investigación fascinante y lleno de dificultades.3 Nos ha pasado antes: el mejor

1. Antonio Barrera, Experiencing Nature: The Spanish American Empire and the Early Scientific

Revolution (USA: University of Texas Press, 2010). Véase también el ensayo de Jorge Cañizares-Esguerra,

“The Colonial Iberian Roots of the Scientific Revolution” en Nature, Empire and Nation: Explorations

of the History of Science in the Iberian World (USA: Stanford University Press, 2006); María Portuondo,

Secret science: Spanish cosmography and the new world (USA: University of Chicago Press, 2009); Alison

Sandman en sus valiosos trabajos sobre cartografía o el libro de Miguel De Asúa y Roger French, A New

World of Animals: Early Modern Europeans on the creatures of Iberian America (RU: Routledge, 2017). 2. S. Irfan Habib, Raina Dhruv y Baber Zaheer, Social History of Science in Colonial India, Oxford in

India Readings. Themes in Indian History (New Delhi: Oxford University Press, 2007). 3. Un interesante ejemplo en el campo de la geografía puede ser el de Barbara Mundy, The Mapping of

New Spain: Indigenous Cartography and the Maps of the Relaciones Geográficas (Chicago: The

University of Chicago Press, 1996). En Historia natural y plantas medicinales: Mauricio Nieto, Remedios

para el imperio. Historia natural y apropiación del nuevo mundo (Bogotá: Universidad de los Andes,

Facultad de Ciencias Sociales, 2006).

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intencionado de los etnógrafos, el más liberal de los filósofos, el patriota más

nacionalista, el antiimperialista, el historiador poscolonial, el aliado del subalterno,

todos, podemos en un instante transformamos en traductores, portavoces del otro; y lo

peor, lo hacemos tan bien que el otro desaparece una y otra vez. A propósito de esto,

Michel Callon nos dice: “To translate is to displace, but to translate is also to express in

one's own language what others say and want, why they act in the way they do and how

they associate with each other: it is to establish oneself as a spokesman. At the end of

the process, if it is successful, only voices speaking in unison will be heard”.4

No obstante los riesgos, no podemos darle la espalda al problema y a fin de entender la

naturaleza de la ciencia europea en otras partes del globo, es necesario explicar las

dinámicas que operaban entre el conocimiento europeo y el conocimiento de los

habitantes de los lugares conquistados. Es urgente que prestemos atención a la

apropiación, movilización y traducción, no solo de la naturaleza, sino también, del

conocimiento de otros. La botánica y la medicina se han estudiado ya con cierto

cuidado. La obra de Francisco Hernández, Bernardino de Zahagún, Nicolás Monardes,

entre otros, son ejemplos de complejas traducciones de saberes locales en una historia

natural o una medicina europeas. En esta oportunidad estudiaremos la navegación tanto

del gran mar como en las costas y los ríos americanos.

La conquista europea del mar*

En el transcurso del siglo XVI, los navegantes cristianos, y los ibéricos en particular,

abrieron rutas, cubrieron grandes distancias y pusieron en contacto partes del globo y

culturas que se desconocían por completo. La exploración ibérica del Atlántico en la

primera mitad del siglo XVI consolidó dos poderosos ejes comerciales y dos grandes

monopolios: el que se creó entre Portugal y la India, más específicamente entre Lisboa y

Goa; y el que se estableció entre España y América, para vincular a Sevilla con distintos

puertos en el Caribe y el Golfo de México. Estas fueron las dos principales redes

comerciales de Europa por fuera del Mediterráneo y también las bases sobre las cuales se

construyó un nuevo orden mundial en el que la Europa cristiana proclamaría su dominio

sobre buena parte del planeta.

4. Callon, 1986, 196-233. * El tema central de esta sección se ha trabajado en detalle en Mauricio Nieto, Las máquinas del imperio y

el reino de Dios (Bogotá: Universidad de los Andes, 2013).

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Nuestro objetivo es ayudar a explicar cómo fue esto posible, describir la compleja suma de

prácticas y conocimientos que permitieron la conquista del mar, la posterior penetración de

vastos continentes y, a su vez, entender las consecuencias de estos logros para la historia

moderna de Occidente. Esta expansión global de la Europa cristiana tuvo motivaciones tanto

comerciales como religiosas, y fue posible gracias al desarrollo de un conjunto de capacidades

técnicas y conocimientos que involucraron una poderosa ingeniería naval y una nueva ciencia de

la navegación que debió combinar la experiencia del marino con los conocimientos más teóricos

del cosmógrafo.

Las naves que hasta entonces dominaban el comercio Mediterráneo fueron grandes galeras que

tenían la ventaja de combinar el uso de velas y viento con la fuerza humana. Lo característico de

esas es que con sus remos podían llevar las naves en cualquier dirección con buena velocidad sin

que necesariamente el viento fuese favorable (figura 1).

Pero estas ventajas se convirtieron en un problema para travesías más largas en las que se

requería llevar provisiones y agua para tripulaciones numerosas. Estos recorridos trasatlánticos

requerían de otras naves –veloces y resistentes–, con un reducido número de tripulantes y un uso

óptimo de la fuerza del viento; adicionalmente, por ser naves de exploración en lugares y costas

desconocidas, su calado debía ser modesto para poder acercarse a tierra sin mayores riesgos de

encallar. En la península ibérica del siglo XVI, se pondría en marcha una colosal industria naval

que supuso la suma de múltiples oficios para el trabajo en madera, el tejido de velas, la

manufactura de cuerdas, herrajes y clavos de metal. Así las carabelas, y algo más tarde los grandes

galeones, serían poderosas máquinas al servicio del Imperio, emblemas de la superioridad de

Occidente sobre el resto del mundo.

Figura 1. Típica galocha portuguesa del siglo XVI.

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Pero los más grandes avances científicos y tecnológicos relacionados con la exploración del mar

no están en la construcción de las naves, sino en el desarrollo de técnicas de navegación y

ubicación geográfica. La salida del Mediterráneo supone otro tipo de retos para los navegantes

en su capacidad de orientación sin mapas ni referentes visuales, sin caminos ni faros, sin nadie a

quien pedir indicaciones de rumbo ni destinos. Es aquí donde la astronomía comienza a ser

parte esencial del arte de navegar, es en el cielo y en la posición del sol, la luna y las estrellas, que

los navegantes podrán buscar su posición sobre la tierra y definir sus rumbos, visitar lugares

desconocidos, y lo más importante regresar a casa. La “navegación de altura”, como se ha

llamado a estas nuevas técnicas de orientación geográfica, enfrentó el reto de los marinos de

determinar la posición de una nave en el océano. La respuesta estaba no en la tierra ni en el mar

sino en el cielo, y la astronomía se convertiría en una herramienta esencial. Esta nueva ciencia de

la astronomía náutica se desarrolló en los siglos XV y XVI, y en la península ibérica supuso la

incorporación de tradiciones cosmográficas y cartográficas clásicas así como el ponerlas al

servicio de pilotos y marinos con experiencia en el mar.

Figura 2. El galeón y la caída de Ícaro, Pieter Brughel.

Grabado. c. 1565.

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Con el fin de reunir todos los conocimientos necesarios para la navegación, aparecerán

en portugués y español una serie de manuales con una estructura similar y de clara

influencia en la historia de la náutica europea; y que, podemos argumentar, constituyen

un capítulo importante en la historia de la ciencia occidental.

Los manuales se ocupan de una amplia gama de temas: principios básicos de cosmología

y astronomía, en algunos casos ingeniería naval, nociones de meteorología, sobre la

tripulación y sus funciones, cuidado y almacenamiento de víveres, detalles geográficos

sobre itinerarios, puertos y tácticas de guerra, fueron temas recurrentes. Pero sobre

todo, el tema central está en el uso de instrumentos para una cada vez más precisa

localización geográfica. Astrolabios, ballestillas, agujas de marear, relojes de arena, entre

otros.

Figura 3. “Escalante de Juan Mendoza”, Itinerario de

Navegación, libro III, 247.

La imagen da cuenta de la forma adecuada en la que el

marinero debe tomar la altura del Sol con el astrolabio.

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Las nuevas prácticas astronómicas son necesarias para la navegación en grandes mares,

pero además tuvieron como uno de sus resultados la producción de una nueva

cartografía. Es por esta razón que el gran proyecto español de un nuevo mapa del

mundo, el Padrón Real, sea una tarea que depende del entrenamiento de pilotos en estas

técnicas astronómicas.

La necesidad de articular saberes prácticos, empíricos y teóricos, el gran desafío de la

estandarización de unidades de medida, la manufactura y calibración de instrumentos de

navegación y las consecuencias para la historia global de esta empresa de expansión

cristiana son elementos que hacen inexplicable la ausencia del mundo ibérico en las

tradicionales narraciones de la historia de la ciencia moderna.

Se trata sin duda, de una de las empresas técnicas más importantes de la modernidad, sin

embargo, como veremos, estos complejos sistemas tecnológicos resultan poco útiles en tierra

firme, y la conquista europea del nuevo mundo no puede explicarse sin entender los complejos

intercambios culturales entre los exploradores y los pueblos de América

En la colección de grabados de Joannes Stradanus titulados Nova reperta, que muestra

una serie de nuevos descubrimientos y los grandes logros europeos, no podía faltar el

descubrimiento de América y el arte de la navegación.

Figura 4. De la altura del norte, Pedro de

Medina. Regimiento de navegación, Libro

III, folio XXXV.

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Uno de los grabados es una perfecta pintura del eurocentrismo que acompaña la

tradicional narración del llamado descubrimiento de América (figura 6). La figura

masculina de Américo Vespucio lleva en su mano izquierda un astrolabio, símbolo de la

ciencia de la náutica y la cartografía, y en la parte de atrás no podían faltar las grandes

naves de vela. La acción y el poder de la cultura europea se enfrentan con el mundo

pasivo y salvaje, en este caso representado por una figura femenina y desnuda que parece

esperar y ofrecerse a los cristianos. El grabado nos cuenta un gran logro europeo;

América por su parte es un escenario pasivo en el cual Europa, el conquistador, actúa:

Europa descubre y América es el objeto descubierto que siempre había estado allí.

Mucho se ha comentado esta imagen,5 en esta oportunidad quiero señalar el contraste

de la poderosa tecnología que supone la navegación europea, como un elemento claro de

diferenciación y una marca contundente de superioridad cultural. América descansa

sobre una hamaca, un artefacto tecnológico, de hecho, de gran utilidad para los

navegantes europeos. Pero más interesante aún, aunque sin demasiado protagonismo:

sobre el árbol del lado derecho reposa un remo. Su presencia, algo marginal, sirve

5. Véase, The Cambridge History of Science, Early Modern Science 3, editado por Katherine Park y

Lorraine Daston (Reino Unido: Cambridge University Press, 2006), 16-17. Mauricio Nieto, “The

European comprehension of the world: early modern science and Eurocentrism”, en The global social

science world — under 'Western' universalism, editado por Hebe Vessuri y Michael Kuhn (Ibidem-

Verlag, Hannover, Germany, 2016).

Figura 5. Nova reperta ‘Nuevos descubrimientos’, Joannes

Stradanus. Grabado. c. 1580.

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justamente para resaltar el contraste entre los sofisticados y poderosos conocimientos

de náutica europeos frente a la rudimentaria y simple tecnología de los americanos

(figura 6).

No obstante, como lo queremos señalar, sin el remo, o mejor sin los conocimientos

nativos de navegación fluvial habría sido imposible la penetración del continente

americano.

Las grandes y poderosas naves con complejos sistemas de velas y los pilotos entrenados

en técnicas astronómicas de ubicación geográfica, sus instrumentos como astrolabios,

ballestillas, agujas magnéticas, y ampolletas, los experimentados marinos de alta mar, se

muestran claramente inútiles a la hora de enfrentar la exploración terrestre o fluvial.

La geografía americana en nada se parece a la geografía peninsular; las selvas tropicales,

las grandes cadenas montañosas y los caudalosos ríos son una completa novedad para los

españoles. Los pocos y difíciles caminos terrestres son los ya existentes y usados por los

nativos, pero además la naturaleza ofrece “caminos fluviales”, una densa red de vías

acuáticas que amplían las posibilidades de desplazamiento. Además, el transporte

náutico ofrece ventajas importantes sobre el terrestre. Sobre el agua es más fácil

movilizar objetos pesados y por lo mismo tiene un costo metabólico más bajo. Cuatro

Figura 6. Nova reperta ‘Nuevos descubrimientos’, América,

Joannes Stradanus. Grabado. c. 1580.

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bogas en canoas podrían movilizar hasta una tonelada, mientras que movilizar la misma

carga por tierra requiere por lo menos tres veces más de cargueros.6

Como es frecuente en las narraciones de cronistas y viajeros, en las descripciones sobre

costumbres y saberes nativos se señala una y otra vez la superioridad europea y se hace

referencia a creencias, supersticiones o técnicas rudimentarias y primitivas. José de

Acosta, por ejemplo, se refiere a la inferioridad de los nativos en relación con los

cristianos, por su incapacidad de navegar largas distancias. La ausencia de población en

las islas apartadas de tierra firme tiene para Acosta la siguiente explicación:

A esto se alega que en ninguna tierra de indias se han hallado navíos grandes,

cuales se requieren para pasar golfos grandes. Lo que se halla son balsas, o

piraguas, o canoas, que todas ellas son menos que chalupas; y de tales

embarcaciones solas usaban los indios, con las cuales no podían engolfarse sin

manifiesto y cierto peligro de pereceder; y cuando tuvieran navíos bastantes para

engolfarse, no sabían de aguja, ni de astrolabio, ni de cuadrante. Si estuvieran

dieciocho días sin ver tierra, era imposible no perderse, sin saber de sí. Vemos

islas pobladísimas de indios, y sus navegaciones muy usadas; pero eran las que

digo, que podían hacer indios canoa o piragua, y sin aguja de marear.7

6. Ver Cesar Giraldo Herrera, Ecos en el arrullo del mar. Las artes de la marinería en el Pacífico

colombiano y su mimesis en la música y el baile, (Bogotá, Universidad de los Andes, 2009), 16. 7. José de Acosta, “Libro primero, Capítulo XXI, En qué manera pasaron bestias y ganados a las tierras de

indias”, en Historia natural y moral de las indias, (Madrid, Dastin Historia, 2002), 110.

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De manera similar a como ocurre con los conocimientos sobre las plantas y sus usos, a

pesar de la insistente diferenciación y superioridad europea, se hace evidente el valor y

utilidad de estos saberes para los europeos mismos. El caso de las habilidades para

navegar los ríos es evidente. Las carabelas de Colón, aunque relativamente pequeñas son

naves de alta mar que de nada servirían en los ríos americanos, pues “para ir por el río

arriva eran menester navíos pequeños, lo que no eran los que llevava”.8

Los ríos, si bien son una opción de movilidad, no son una solución fácil, los ríos

americanos son muy distintos a los europeos y resultan también difíciles y peligrosos

para quienes no tienen la experiencia y el conocimiento adecuado. En este caso son los

cristianos los que carecen de las técnicas y habilidades para dominarlos.

Así son frecuentes los testimonios que hacen evidente la habilidad de los nativos y la

ayuda que estos saberes pueden prestar a los objetivos de los exploradores. José de

Acosta, en su Historia natural y moral de las Indias explica:

8. Cristóbal Colón, “Lunes 12 de noviembre,” en Diario de Viaje (Madrid: Dastin Historia, 2000), 137.

Figura 7. De cómo suelen pescar los habitantes de

Virginia. Teodoro de Bry, América de Bry.

Grabado. 1580. (Madrid: Siruela, 1992), 33.

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Usan los indios de mil artificios para pasar los ríos. En algunas partes tienen una

gran soga atravesada de banda a banda, y en ella un cestón o canasto, en el cual se

mete el que ha de pasar, y desde la ribera tiran de él, y así pasa en un cesto.

(Tarabitas) En otras partes va el indio como un caballero en una balsa de paja, y

toma a las ancas al que ha de pasar, y bogando con un canalete pasa. En otras

partes tienen una gran red de calabazas, sobre las cuales echan las personas o ropa

que han de pasar, y los indios, asidos con una cuerda, van nadando y tirando de la

balsa de calabazas, como caballos tiran un coche o carroza, y otros detrás van

dando empellones a la balsa para ayudarla. Pasados, toman a cuestas su balsa de

calabazas y tornan a pasar a nado; esto hacen en el río de Santa del Perú. En el de

Alvarado, de Nueva España, pasamos sobre una tabla que toman a hombros los

indios, y cuando pierden pie, nadan. Estas y otras mil maneras que tienen de

pasae los ríos ponen, cierto miedo cuando se miran, por parecer medios tan

flacos y frágiles; pero, en efecto, son muy seguros. Puentes ellos no las usaban,

sino de crisnejas y paja. Ya hay en algunos ríos puentes de piedra por la diligencia

de algunos gobernadores, pero harto menos de las que fuera razón en tierra,

donde tantos hombres se ahogan por falta de ellas, y que tanto dinero dan, de que

no solo España, pero tierras extranjeras fabrican soberbios edificios.9

Américo Vespucio, en su Primera navegación, como otras crónicas, nos recuerda

historias de la ayuda que los nativos ofrecen a los europeos para superar los peligros de

los ríos:

Si alguno de los nuéstros se cansaba en el camino, lo levantaban y con mucho

esmero lo ponían y llevaban en las redes que ellos tienen para dormir. En el

tránsito de los ríos, que allí son muchos y muy caudalosos, nos conducían

también en sus máquinas y artificios con tanta seguridad que en todo el viaje no

temimos peligro alguno [...] y aun diré cosa más maravillosa, y es que se repuntaba

por afortunado y feliz el que al tiempo de pasar los ríos nos llevaba sobre sus

hombros o espaldas.10

9. Acosta, “Libro tercero, Capítulo XVIII, De ríos”, 189.

10. Américo Vespucio, “Primera Navegación”. En Cartas de Vespucio (Bogotá: Biblioteca Nacional de

Colombia, 1942), 47.

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Gonzalo fernández de Oviedo, una vez describe las embarcaciones reconoce: “E

asimismo, los cristianos que por acá vivimos, no podemos servirnos de las heredades que

están en las costas de la mar y de los ríos grandes, sin estas canoas”.

Incluso para Hernán Cortés, nos cuenta José de Acosta, las canoas jugaron un papel

definitivo en la conquista de México: “Cortés fabricó bergantines cuando conquistó a

México; después le pareció que era más seguro no usarlos; y así solo se sirven de canoas,

de que hay grande abundancia”.11

Las descripciones de estas embarcaciones y sus usos son objeto de abundantes y

detalladas descripciones. Ya el sábado 13 de octubre de 1492, Colón llama la atención

sobre estas barcas:

Ellos vinieron a la nao con almadías, que son hechas del pie de un árbol, como un

barco luengo, y todo de un pedaço y labrado muy a maravilla según la tierra, y

grandes en que en algunos venían cuarenta y cuarenta y cinco hombres, y otras

más pequeñas, fasta aver de ellas en que venía un solo hombre. Remaban con una

pala como de hornero, y anda a maravilla y, si se le trastorna, luego se echan todos

a nadar y la endereçan y vazían con calabaças que traen ellos.12

Los testimonios europeos no se limitan a señalar la presencia de canoas, se interesan por

los detalles de sus diseños, de su fabricación y sobre los árboles y maderas que usan los

americanos (figuras 8 y 9):

11

. Acosta, “Libro tercero, Capítulo XVI, De las lagunas y lagos que se hallan en las indias”, 185. 12

. Colón, Diario de Viaje, sábado 13 de octubre, 108.

Figura 8. Tomada de Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia

General y Natural de las Indias. 1535

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Cada canoa es de una sola pieza, o sólo un árbol, el cual los indios vacían con

golpes de hachas de piedras engastadas, como aquí se ve en la figura della; y con

éstas cortano muelen a golpes el palo, ahorcándose, y van quemando lo que está

golpeado y cortado, poco a poco, y matando el fuego, tornando a cortar y golpear

como primero. Y continuando así, hacen una barca cuasi detalle de artesa o

dornajo; pero honda e luenga y estrecha, tan grande y gruesa como lo sufre la

longitud y latitud del árbol de que la hacen. Y por debajo es llana y no le dejan

quilla como a nuestras barcas y navíos.

Más de 500 años después, hoy a lo largo del territorio colombiano se siguen fabricando

embarcaciones con las mismas maderas y técnicas similares.

Más aún, los testimonios hacen evidentes las ventajas técnicas de las canoas sobre las

embarcaciones europeas. La ausencia de quilla, que supone menos estabilidad, resulta

conveniente y muchas veces esencial en ríos bajos en los cuales embarcaciones con quilla

serían completamente inútiles: “Ninguna barca anda tanto como la canoa, aunque la

canoa vaya con ocho remos e la barca con doce. E hay muchas canoas que la mitad

Figura 9. “De cómo fabrican ellos sus barcas”, Teodoro de

Bry, América de Bry, (Madrid: Ediciones Siruela, 1992),

31.

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menos de gente que voguen, andará más que la barca; pero ha de ser en mar tranquila e

con bonanza”.13

Y con todo esto son mas seguras estas canoas que nuestras barcas, en caso de

hundirse, porque, aunque las barcas se hunden menos veces, por ser mas alterosas

y de más sostén, las que una vez se hunden, vánse al suelo; y las canoas, aunque se

enaguen e hinchan de agua, no se van al suelo ni hunden (como he dicho), e

quédanse sobreaguadas.14

De estos testimonios resulta obvio que las ventajas de las canoas requieren de la

habilidad para su uso. Los cristianos no solo requieren de los artefactos sino también de

los nativos y sus habilidades.

Sorprende a los europeos el gran tamaño de algunas de estas naves, posiblemente con

algo de exageración, Colón se refiere a “una almadía o canoa de noventa y cinco palmos

de longura de un solo madero, muy hermosa, y que en ella cabrían y navegarían ciento

cincuenta personas”.15 Descripciones similares se repiten en los testimonios de Gonzalo

Fernández de Oviedo y otros.16

Reflexiones finales

La conquista del Nuevo Mundo no termina en el mar, el arribo a las islas o a las costas de

tierra firme en las Indias occidentales es el comienzo de un reto mayor. De la soledad

del mar y el confinamiento de las naves, los viajeros ahora se enfrentan con tierras de

extensión insospechada y a una naturaleza exuberante, bella y hostil al mismo tiempo.

En América los cristianos se encuentran con una parte de la creación de la cual no

existían testimonios y con una naturaleza cuyo dominio requirió de una intensa labor.

Para el control del Nuevo Mundo desde Europa es ahora necesario no solamente el

registro y el acopio sistematizado de las rutas de acceso o el contorno de las costas, sino

también de cada uno de los objetos que componen el mundo natural; los ríos, las

montañas, las poblaciones y sus pobladores, las fuentes de minerales valiosos, las plantas

y los animales.

13

. Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, vol. 1, libro VI, capitulo IV

(Madrid, Ediciones Atlas, 1959), 150. 14

. Oviedo, Historia general y natural de las Indias, 149. 15

. Colón, Diario de Viaje, viernes 30 de noviembre, 154. 16

. Oviedo, Historia general y natural de las Indias, 288–291.

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La ruta trasatlántica es un desafío lleno de dificultades, pero una vez en tierra, los

cristianos se enfrentan con territorios ocupados y la conquista de América fue también

una violenta invasión que debió, no solamente enfrentar la resistencia de los nativos,

sino además usar sus conocimientos. La penetración de los continentes supone la

navegación fluvial por ríos desconocidos y difíciles, largas jornadas en climas tropicales,

selvas, y pasos por cadenas montañosas interminables. A pesar de la evidente riqueza

natural del Nuevo Mundo, los europeos carecen de los conocimientos adecuados para

procurar alimentos, combatir animales y protegerse de los climas tropicales. Para lograr

la penetración del continente, la superioridad tecnológica europea ya no es tan obvia y

los cristianos necesitarán ahora de técnicas locales.

Resulta muy interesante que hoy, siglos de tradiciones artesanales y saberes sobre el

manejo de embarcaciones sobreviven. La canoa sigue siendo un vehículo esencial en

muchas regiones del país, tanto como la mula, el caballo o la moto. Aún hoy subsiste una

enorme variedad de canoas o embarcaciones de madera y remos que se adaptan a

diversos entornos y necesidades locales. Las embarcaciones y sus usos no solamente

hacen parte de la economía y de la vida diaria en muchas regiones del país, sino que son

parte de tradiciones culturales complejas, amenazadas y en inminente riesgo de

desaparecer.

La diversidad de saberes que hoy sobreviven en la costa Caribe, en el Pacífico, a lo largo

del río Magdalena, en el Orinoco, o en el Amazonas tienden a ser sustituidos por

embarcaciones de metal, y los remos por motores de gasolina, lo cual hace más urgente

estudiar y proteger un maravilloso cúmulo de conocimientos.

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Inicio

El Estado de Brasil en el Imperio portugués:

Dinámicas culturales y consolidación del poder real en el siglo XVII*

Dra. Joana Fraga

Instituto de Ciências Sociais

Universidade de Lisboa

[email protected]

Resumen

Esta ponencia tiene por objetivo analizar, desde la perspectiva de la historia cultural,

cómo los monarcas portugueses lograron consolidar su poder en el Estado de Brasil,

territorio que no visitaron nunca a lo largo del siglo XVII. Después de 1640, fecha de la

separación de Portugal de la Monarquía Hispánica tras sesenta años de unión dinástica,

el Estado de Brasil asumió un papel de mayor importancia para la Corona conforme los

territorios orientales iban entrando en un periodo de decadencia. En la segunda mitad

del siglo XVII se pudo observar cómo los responsables de representar al rey: los

gobernadores generales y, excepcionalmente, los virreyes, fueron adquiriendo poderes

más y más amplios. Tras identificar y estudiar las políticas culturales implementadas en

Brasil –ceremonias, retratos, biografías, entre otras– se buscará discutir las fórmulas

* Este trabajo se realizó en el marco del proyecto de investigación “Poder y Representaciones Culturales

en la Época Moderna: la Monarquía de España como campo cultural (siglos XVI-XVII)”. Ref.: HAR2016-

78304-C2-1-P, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España; y ha

sido posible gracias al programa Marie Sklodowska-Curie Actions – Individual Fellowship.

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empleadas por los monarcas portugueses para representar al mismo tiempo su eficacia y

las resistencias encontradas, mientras que gobernadores y virreyes las utilizaban como

forma de presión sobre la Corona para obtener recompensas por sus servicios.

Palabras clave: Estado de Brasil, gobernadores generales, Virreyes, Imperio Portugués,

historia cultural.

Abstract

This paper aims at analysing from a cultural approach how the Portuguese monarchs

succeeded in consolidating their power in the State of Brazil, a territory they never

visited in the seventeenth century. After 1640, the year of the Portuguese secession

after 60 years integrated in the Spanish Monarchy, the State of Brazil assumed a more

important role to the Crown, while the Asian territories entered in a period of

decadencedecline. During the second half of the seventeenth century, it was possible to

observe how the men in charge of representing the king, the governors general and

exceptionally the viceroys, were gaining more power and responsibilities. By identifying

and studying the cultural policies implemented in Brazil –ceremonies, portraits,

biographies among others–, it will be possible to discuss the formulas used by the

Portuguese kings to represent at the same time their efficacy and possible resistances, at

the same time that the governors and viceroys themselves used them as a way to

pressure the Crown to reward them for their services.

Key words: State of Brazil, Governors general, Viceroys, Portuguese Empire, Cultural

History.

Hasta 1630, los cargos en el gobierno ultramarino estaban lejos de ejercer la atracción

que uno podría imaginarse el día de hoy. Efectivamente, para la aplastante mayoría de

las casas nobles, estos oficios –con la debida excepción de las plazas del norte de África–

no eran sino el último recurso al que recurrir en caso de máxima necesidad.1 Los viajes

morosos (sobre todo para el Estado de India), la falta de infraestructuras y comodidades

1. Mafalda Soares da Cunha y Nuno Gonçalo Monteiro, “Governadores e capitães-mores do império

atlântico português nos séculos XVII e XVIII”, en Optima Pars. Elites ibero-americanas no Antigo Regime

(Lisboa: ICS – Imprensa de Ciências Sociais, 2005), 191-252, 234. Sabemos que las casas aristocráticas más

importantes del reino, como por ejemplo la casa de Aveiras, no mandaron nunca miembros de sus casas

para cargos ultramarinos.

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y sobre todo, las enfermedades desconocidas constituían un factor disuasorio

importante para los hidalgos portugueses. Sin embargo, esta situación cambiará a partir

de la década de 1630 y sobre todo 1640. Durante los años de la integración de Portugal

en la Monarquía Hispánica, los Habsburgo llevaron a cabo una reorganización de los

territorios coloniales del Atlántico. El Estado de India no sería nunca superado en valor

simbólico, pero el Estado de Brasil obtuvo durante la segunda mitad del siglo XVII una

relevancia bastante superior respecto a años anteriores, patente en el espacio que

ocupaba dentro de las prioridades del Imperio portugués.

La creciente importancia del territorio brasileño para la Corona portuguesa se puso de

manifiesto en el conjunto de estrategias que esta aplicó en su gobierno del Estado de

Brasil. En esta ponencia presentaré algunos ejemplos de cómo la Corona portuguesa

logró afirmarse en un territorio tan lejano, territorialmente fragmentado e inicialmente

desproveído de las infraestructuras necesarias para la consolidación de un poder fuerte.

Uno de los aspectos a tener en cuenta es lo que fue designado por la economía política

de privilegios.2 En otras palabras, la Corona puso en práctica una política que buscaba

reforzar los lazos de obediencia y el sentimiento de pertenencia de los vasallos a una

estructura más amplia: el Imperio.3 Conforme se iba mapeando y ocupando el territorio,

la Corona atribuyó oficios, cargos civiles, eclesiásticos y militares a los individuos

encargados de gobernar. Teniendo en cuenta que se trataba de un territorio que los

monarcas portugueses no visitarían nunca hasta el traslado de la corte en 1808, la

representación del poder del rey era un tema de la más alta importancia.

Contrario a lo que ocurrió en el Estado de India, donde el cargo más importante era el

del virrey, en el siglo XVII en Brasil el cargo máximo fue siempre el de gobernador

general, salvo en tres excepciones. En 1640, Felipe IV nombró a Jorge de Mascarenhas,

marqués de Montalvão, virrey de Brasil, cargo que ocupó hasta el año siguiente.4 Vasco

de Mascarenhas, conde de Óbidos, también fue nombrado virrey (1663-1667), así como

2. Maria de Fátima Silva Gouvea, “Poder político e administração na formação do complexo atlântico

português (1645-1808), en O antigo regime nos trópicos: A dinâmica imperial portuguesa (séculos XVI-

XVIII) (Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2000), 288. 3. Luiz Felipe Alencastro, O Trato dos Viventes: Formação do Brasil no Atlântico Sul, séculos XVI e XVII,

São Paulo: Companhia das Letras, 2000. 4. Jorge de Mascarenhas ocupaba el cargo de virrey cuando llegaron las noticias de la aclamación de João

IV. Juró su lealtad al nuevo monarca y cuando volvió al reino fue nombrado presidente del Consejo

Ultramarino, lo que puede entenderse como un aprecio del peso de Brasil en las lógicas del imperio luso.

Cf. Gouvea, “Poder Político”, 7.

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Pedro Noronha, ya en el siglo XVIII (1714-1718). El primer caso se puede entender en el

contexto vivido: la presencia holandesa amenazaba la continuidad ibérica en el

continente americano y era necesario alguien que estuviera a la altura para negociar con

Mauricio de Nassau. En el caso del conde de Óbidos, se puede explicar el título si

tenemos en cuenta que él había sido ya virrey del Estado de India. No sería

comprensible nombrarle para otro cargo con una dignidad inferior. Finalmente, el caso

de Pedro Noronha parece ser la respuesta al creciente interés estratégico de Brasil. En

cualquiera de los tres casos parece ser que el título tenía una dimensión más honorífica y

no se traducía en un aumento de las prerrogativas.5 Pese a que no existe ningún

documento que eleve el Estado de Brasil a virreinato, el título de virrey pasó a otorgarse

sistemáticamente a partir de 1720. Esto demuestra o bien el reconocimiento de la

persona indicada para el cargo, o bien un cambio significativo en el perfil de los hombres

nombrados para ocuparlo.

Además de estas estrategias político-administrativas y de otras como los patronatos,

poderes de los concelhos (unidades administrativas), oidores y capitanías hereditarias,6

los monarcas portugueses adoptaron también políticas y estrategias culturales que les

permitieron afirmar su poder en Brasil, sobre todo en la capital. En la capital del estado

de Brasil, Salvador da Bahia de Todos os Santos, se celebraron festividades desde su

fundación, en 1549; una solemne procesión de Corpus Christi caracterizó estas

celebraciones. Desde entonces se organizó un intenso calendario de ceremonias anuales

–u ordinarias– y extraordinarias. Relacionadas a menudo con la familia real

(matrimonios, aniversarios, aclamaciones y exequias), existieron también muchos casos

de ceremonias con carácter religioso. Hasta el siglo XIX, el principal organismo

responsable por organizar estas celebraciones era la Cámara. Veremos en las próximas

líneas cómo a lo largo del siglo XVII las relaciones entre concejales (vereadores) y

oficiales regios fue a menudo conflictiva y cómo los camaristas se apropiaron de las

fiestas para consolidar su poder y distinción social.7

5. Francisco Cosentino, “Governo Geral do Estado do Brasil e Vice Reinado da Nova Espanha:

comparação de poderes e influências castelhanas no Império Português”, Anais do XXVI Simpósio de

História (2011). 6. Estudiadas por Gouvea, “Poder Político”.

7. Este fenómeno no es exclusivo de Bahía. Véase: Camila Santiago, A Vila em Ricas Festas: celebrações

promovidas pela Câmara de Vila Rica 1711-1744. Belo Horizonte: Editora C/Arte, FACE-FUMEC, 2003.

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Originalmente se celebraban cuatro fiestas: el Corpus Christi, Santa Isabel, la procesión

del Ángel de la Guarda y el día de San Juan. Durante el siglo XVII, y sobre todo a partir

del 1640, se incluyeron varias procesiones en el calendario anual, quince de ellas de

carácter obligatorio,8 hecho que la Cámara se tomaba muy en serio. El 1641, tras las

celebraciones de la aclamación del nuevo rey, D. João IV, la Cámara se dio cuenta de

que no disponía de fondos para celebrar la procesión de San Antonio. Los consejeros

votaron vender piezas de plata y tinteros para sufragar los costes de dicha fiesta.9

Incluso la venta de patrimonio era preferible a desistir de celebrar una procesión.

En el universo de las ceremonias y celebraciones, una de las más importantes era la

entrada solemne. En Portugal, tal como más tarde en territorios ultramarinos, la entrada

de un monarca señalaba la llegada del representante máximo y, como tal, se revestía de

un tremendo simbolismo.10 Como ya hemos dicho, los monarcas portugueses no

visitaron nunca el territorio brasileño, pero enviaron a sus representantes. En el Estado

de Brasil, como en el Estado de India, estas entradas tenían una importancia extrema. El

representante del monarca portugués, fuese el gobernador general, o el virrey, dejaba

muy claros nada más llegar los lazos de sumisión y subordinación. El alter ego del rey11

detentaba una jurisdicción que se imponía sobre las demás autoridades locales. Además,

la entrada estaba pensada para reiterar la condición subalterna del territorio brasileño

con relación a la metrópoli.12 Evidentemente, estos eran momentos de diálogo en que

los grupos municipales y eclesiásticos podían presentar sus quejas y reivindicar su

8. Un documento de 1663 enumera las procesiones de San Sebastián, S. Vicente, Salud, Santo Antonio,

Corpus Christi, Ángel Custodio, Nossa Senhora das Neves, traslado de S. Vicente, Aljubarrota, los Santos

Mártires, San Crispim, y la aclamación de João IV. Véase el Arquivo Histórico Ultramarino (AHU), Caixa

17, doc. 1945. A estas hay que sumar las fiestas de San Francisco Javier, San Felipe y Santiago; y Santo

Antonio de Arguim. 9. Stuart B. Schwartz, “Ceremonies of Public Authority in Colonial Capital. The King’s Processions and

the Hierarchies of Power in Seventeenth Century Salvador”, Anais de História de Além-Mar, nº 5 (2004):

7-26, 11. 10

. La bibliografía sobre las entradas solemnes es vastísima, por lo que sería inabarcable en un artículo de

estas dimensiones. En este trabajo nos remitiremos al artículo de Pedro Cardim “Entradas solenes, rituais

comunitários e festas políticas, Portugal e Brasil, séculos XVI e XVII”, en Festa: cultura & sociabilidade na

América portuguesa (São Paulo: Hucitec, 2001), 97-125. 11

. Alejandra Osorio, “The King in Lima: Simulacra, Ritual and Rule in Seventeenth-Century Peru”,

Hispanic American Historical Review (2004): 84-3 12

. Laura Souza de Mello, O diabo e a terra de Santa Cruz. Feitiçaria e religiosidade popular no Brasil

colonial (São Paulo: Companhia das Letras, 1986) cit. por Pedro Cardim “Entradas Solenes”, 122.

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protagonismo; pero a la vez eran momentos en los que los distintos grupos competían

entre sí y de potencial conflicto y de potencial conflicto.13

No disponemos de mucha información sobre las entradas de los gobernadores generales.

La inexistencia de imprentas en Brasil hasta el siglo XIX tuvo como consecuencia la

imposibilidad de conformar un corpus de relaciones de fiestas y de entradas

ceremoniales parecido al que conocemos del Imperio español. Sabemos que el proceso

de nombramiento empezaba en Lisboa, cuando el gobernador elegido recibía del rey la

carta patente y formalizaba su juramento y fidelidad al él en la ceremonia de Preito e

menagem. La toma de posesión debía celebrarse inmediatamente después del arribo a

Salvador da Bahía; en el momento del desembarque debía estar presente quien fuese en

ese momento responsable por el gobierno –podía ser el gobernador general cesante o

una junta de gobernadores–, así como también las autoridades municipales y

eclesiásticas, los representantes populares y los de las élites locales. La ceremonia formal

tenía lugar en la catedral.

Sabemos que en 1625, Diogo Luís de Oliveira fue recibido con arcos triunfales, versos,

emblemas y epigramas, música y todo tipo de honores.14 Casi un siglo después, en 1714,

el marqués de Angeja, a los pocos días de posesionarse como virrey, escribió a Diogo de

Mendonça Corte-Real, secretario de Estado del rey D. João V, manifestando su

sorpresa por la informalidad de la ceremonia: “a forma em que se faz a entrega deste

governo e são recebidos os governadores, e o fui eu ainda que vice-rei, é a mais incurial e

pouco formal a que eu experimentei na India, e tenho lido dos Reinos e Estados aonde

costuma haver Vice-Reis”.15

La ceremonia que tanto escandalizó el nuevo virrey consistía en un recibimiento por

parte de los padres de la Compañía, quienes lo alojaron en su colegio hasta que los

miembros de la Cámara y todos los ciudadanos lo fueran a recibir y le acompañaran a él y

al gobernador general cesante bajo palio a la catedral, donde le esperaba el arzobispo.

Este y los dos gobernadores iban hablando hasta llegar a la capilla del sacramento, donde

hacían la oración, y desde allá pasaban a la capilla-mor. El secretario leía la patente,

13

. Sobre las revueltas que se originaban durante las celebraciones véase Luciano Figueiredo, “A revolta é

uma festa: Relações entre protestos e festas na América Portuguesa”, en Festa: cultura & sociabilidade na

América portuguesa (São Paulo: Hucitec, 2001), 264-276. 14

. Frei Vicente do Salvador, História do Brasil 1500-1627, 420 (Itatiaia, 1982). 15

. AHU, Avulsos da Bahía, ACL, CU 005, caixa 9, doc. 745, fol. 1-1v.

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entregaba el bastón de mando al nuevo gobernador, cambiaba la posición de las sillas de

forma que el nuevo representante del rey estuviese a la derecha. Terminaba la ceremonia

con un despido. El gobernador cesante abandonaba la catedral a través de una puerta

lateral y el arzobispo acompañaba el nuevo gobernador general a la entrada principal.16

Está claro que comparada con las ceremonias practicadas en el Estado de India o con las

entradas realizadas en los dominios ultramarinos de la monarquía Hispánica, el marqués

de Angeja tenía muchas razones para estar desilusionado. Parecía que pese a los intentos

de los gobernadores precedentes, el Estado de Brasil no acababa de lograr los mínimos

deseados por la aristocracia portuguesa.

Otro momento importante eran las fiestas reales que se celebraban en la metrópoli y que

luego tenían sus réplicas en los territorios del Imperio. Particularmente relevante fue la

aclamación del duque de Braganza como D. João IV, poniendo fin a sesenta años de

unión dinástica. El golpe de estado que depuso Felipe IV fue una maniobra arriesgada

que pudo haber resultado en una pérdida territorial significativa. Aunque el reino aceptó

rápidamente la autoridad del nuevo rey, no era seguro que las colonias hiciesen lo

mismo. Así pues, era de suma importancia que los territorios americanos, africanos y

asiáticos replicasen las fiestas. El 15 de febrero de 1641, tan solo tres meses después de la

aclamación de João IV, las noticias del acontecimiento llegaron a Bahía donde las

recibió el virrey, el marqués de Montalvão. Convocados los prelados, la Cámara y los

ministros de guerra ante el virrey, cada uno votaba individualmente. Terminada la

votación con resultado favorable al reconocimiento del nuevo monarca, el virrey se

dirigió hacia la Catedral, donde juró obediencia a João IV. Le siguió el concejal más

antiguo, Manoel Maciel Aranha. Pese a la pronta aceptación del virrey, el día siguiente el

jesuita Francisco de Vilhena se presentó con una carta del rey que ordenaba que fuera

destituido el virrey y se nombrase una junta de tres gobernadores. El episodio

interrumpió las celebraciones y fue necesario aguardar la llegada del gobernador general

António Telles da Silva el 1642 para instituir la fiesta anual de la aclamación. En una

carta enviada a la Cámara, se ordenaban “ao primeiro dia de dezembro grandes festas e

procissão como a de Corpus Christi”. La fiesta debía tener “toda a pompa que pede este

ato de tanta solenidade e aplausos [e]mando que a véspera se ponham luminárias e ao dia

se prepararem e adereçassem as ruas”.17

16

. Ibíd. 17

. Documentos Históricos do Arquivo Municipal, Atas da Câmara, Bahia: Prefeitura do Municipio do

Salvador, 1949, vol. 2, 139-140, 15/11/1642.

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Efectivamente, a partir de este periodo, las devociones de la nación ganaron contornos

políticos y se convirtieron en herramientas para reafirmar el poder de la nueva dinastía.

Desde entonces se incentivó el culto a nuevas piedades con el objetivo de legitimar a los

Braganza. Un ejemplo claro de ello es la devoción mariana. El culto a la Inmaculada no

era una novedad en el Imperio. De hecho, gracias a la difusión hecha por Franciscanos y

Jesuitas, este era un culto de extraordinaria popularidad en la Monarquía Hispánica y en

1644 Felipe IV lo convirtió en una fiesta de carácter obligatorio en el calendario

litúrgico. Sin embargo, en los mismos años, João IV consideró que la Inmaculada

siempre había estado del lado de los portugueses en momentos en que la independencia

de Portugal peligrara, por lo que en 1646, consagró la Corona portuguesa a la Virgen.18

Teniendo en cuenta el destacado valor simbólico y relevancia de las celebraciones, no

podemos desestimar el valor de su preparación. Planear dichos eventos podía conllevar

momentos de gran tensión, sobre todo teniendo en cuenta que las relaciones entre la

Cámara y el virrey no siempre fueron pacíficas. La Cámara tenía una doble

representación. Por una parte representaba el rey, pero a la vez simbolizaba la presencia

de los nobles y de la población.19 Esta conflictividad se plasmaba en problemas

recurrentes. Uno de ellos se manifestaba en los financiamientos, que siempre originaban

grandes debates. La necesidad de aprobación regia de algunos gastos convertía ciertos

pagos en procesos morosos. En 1650, por ejemplo, los concejales escribían a la Corona

sobre financiar las procesiones de Santo Antonio de Arguim, San Felipe y Santiago y San

Sebastián. Treinta años después, el problema no se había zanjado.20 Esta dificultad en

llegar a un acuerdo fue a menudo percibida por el poder real como una afronta al

gobierno. En esa línea, el Consejo Ultramarino escribía, en 1678, que la “Cámara de

Salvador debería contestar severamente, de modo a que los concejales entiendan que Su

Majestad no había compartido con ellos el cuidado de cómo gobernar su monarquía”.21

18

. Efectivamente, después de 1646 ningún rey portugués es representado con la corona. Se estableció que

la corona, a partir de aquel momento pertenecía a la Virgen. 19

. Schwartz, “Ceremonies of Public Authority”, 9. 20

. Ediana Ferreira Mendes, Festas e Procissões Reais na Bahía Colonial, séculos XVII e XVIII (Tesis de

master, Universidad Federal da Bahía, 2011), 58-59. 21

. DH, vol. 88, p. 153, Consulta do Conselho Ultramarino 12.12.1678, cit. por Guida Marques, “Por ser

cabeça do Estado do Brasil” en Salvador da Bahia. Retratos de uma cidade atlântica (Salvador/Lisboa:

EDUFBA/CHAM, 2016), 17-46, 27.

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Tampoco las relaciones con el obispo eran del todo tranquilas. En 1643, una disputa

entre el gobernador general António Teles da Silva y el obispo D. Pedro da Silva durante

la procesión del Corpus Christi, acabó con este abandonando el palio mientras

amenazaba a Teles da Silva con la excomunión. De acuerdo con la carta que los

concejales escribieron al rey dando cuenta de la “insolencia del obispo”, D. Pedro da

Silva se adelantó a todos los demás y cuando quiso dar inicio a la procesión, ni los

músicos, ni los hombres que llevarían el palio estaban listos y “fez sahir a procissão com

toda esta descompostura”. Al llegar el gobernador y los miembros de la cámara y

encontrarse con esta confusión, el obispo “largou o Senhor nas mãos e sahindo-se do

pallio fora, largando a Custodia ao chantre com admiração de todo o povo e na presença

delle pegou em um vereador do anno passado e o empurrou com o braço”. La

escandalosa afronta del obispo no era una novedad en el histórico de las relaciones entre

este, el gobernador y los concejales, pero evidencia bien la importancia de elegir una

fiesta para asumir un comportamiento que sabía perfectamente que tendría

consecuencias.22

Además de conflictos abiertos, asistimos en este periodo a una creciente intromisión del

gobernador en los asuntos de la Cámara. Cuando el gobernador general Francisco

Barreto de Meneses llegó en 1657 no quedó demasiado impresionado con las

instalaciones de la Cámara. Sin embargo, de manos atadas por la falta de recursos, ha

tenido que esperar hasta el 1660 para ordenar la construcción de un nuevo edificio para

el municipio. Es una decisión curiosa, pues en general esta sería una competencia de la

misma Cámara. Sin embargo, fue el gobernador quien se ocupó de la compra de las casas

que ocuparía la Cámara.23 Una nueva intromisión se verificó el 26 diciembre de 1663,

cuando el gobernador dio permiso a Fructuoso de Araújo para abrir una pedrera para su

uso exclusivo en Itapagipe, para que siguiese construyendo el “forte do mar e a cámara

da cidade”.24

Concluida la construcción de las nuevas instalaciones ya en la década de 1680, los

concejales comisionaron un retrato del exgobernador Roque da Costa Barreto (1678-

1682). Sabemos que en abril se dio el orden de pago de $35 000 “pelos retratos e

22

. Sobre la conflictividad del obispo véase. Pablo Antonio Iglesias Magalhães, Equus Rusus. A Igreja

Católica e as Guerras Neerlandesas na Bahía (1624-1654). Vol. 1 (Tesis doctoral, Universidade Federal da

Bahía, 2010), 208 y ss. 23

. DH, Atas da Câmara 1659-1669, vol. 4. 24

. Arquivo Municipal do Salvador (AMS), Provisões do Senado, 1651-1664, vol. 46, fl. 157r-v.

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molduras que se fez do Mestre de campo e gobernador desta praça Roque da Costa

Barreto”.25 Por oposición, no tenemos noticias de retratos del rey en estas instalaciones.

El mismísimo palacio del gobernador (Casa do Governo¸ posteriormente conocido

como Palácio Rio Branco) sería objeto de importantes reformas en este periodo. La

ciudad, al contrario de lo que pasa con ciudades como Lima y México, fuera creada ex

novo el 1549, fundada en el margen de la Bahía de Todos los Santos.26 Se construyó de

inmediato un edificio provisorio, que en 1551 pasó a piedra cubierto con tejas. Siete años

después, ganó una torre defensiva entre otra pequeñas reformas que se siguieron hasta

las primeras décadas del siglo XVII. Con la invasión holandesa y la capitulación de la

ciudad en 1624, los planes para mejorar las infraestructuras quedaron olvidados. El 1647,

ya bajo el gobierno de los Braganza, el palacio sufrió las primeras remodelaciones con un

proyecto de los ingenieros franceses Philipe Guidau y Pedro Garin. Pero fue durante los

años del gobierno de Francisco Barreto de Menezes que el palacio sufrió importantes

obras de mejoría, con un plan de Pedro Fernandes de Azevedo.27 El edificio ganó un

segundo piso que servía de residencia, mientras la planta baja servía a fines

administrativos y de gobierno. El nuevo palacio, cuya fachada contaba con once

ventanas, presentaba ya la estructura que se adaptaría posteriormente para la residencia

los reyes portugueses tras la transferencia de la corte portuguesa a Brasil.28

Este proyecto formaba parte de una política general de expansión de la ciudad. A

principios de la segunda mitad del siglo, Salvador da Bahía tenía una población de más

de diez mil habitantes. A finales del siglo, se calcula que podría tener entre veinte y

veinticinco mil habitantes.29 Pese a la dificultad para determinar estos valores, se

percibe en la fluctuación que esta ciudad pasó por un rápido crecimiento y disfrutó de

una prosperidad económica que posibilitaba e invitaba a la vez al desarrollo urbano. En

estos años, además del edificio de la Cámara y del palacio del gobernador, se construyó

25

. AMS, Pagamentos pelo Senado, 1681-1693, vol. 74, fl. 32r. 26

. C. R. Boxer, The Golden Age of Brazil. Growing pains of a colonial society (Los Angeles: University of

California Press, 1962), 126-161. Véase también A. J. Russell-Wood, Fidalgos and Philanthropists: The

Santa Casa da Misericórdia of Bahia, 1550-1755 (Londres: Macmillan, 1968), 47-49. 27

. Marieta Alves, Dicionário de artistas e artífices na Bahia, Salvador: Universidade Federal da Bahia,

Centro Editorial e Didático, Núcleo de Publicações, 1976. 28

. El palacio del gobernador cesó sus funciones en 1763, cuando la capital del Estado de Brasil se transfirió

a Rio de Janeiro. Los monarcas portugueses lo eligieron como residencia en sus desplazamientos a

Salvador. 29

. Schwartz, “Ceremonies of Public Authority”, 9.

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una cárcel, numerosas iglesias y monasterios, edificaciones destinadas a funciones

políticas, económicas y religiosas.30

Será a lo largo de la segunda mitad del siglo XVII que la ciudad de Salvador da Bahía se

configurará como cabeza del Estado. Su función inicial, pensada e imaginada por Tomé

de Sousa, primer gobernador general de Brasil, asumía sus contornos y vocación

imperial. La paz con los holandeses y la prosperidad económica, a la vez que una nueva

dinastía en búsqueda de su identidad, legitimidad y reconocimiento en los territorios

más lejanos de la metrópoli, contribuyeron para que en estos años se fuese consolidando

la autoridad del rey a través de la figura del gobernador general y de los oficiales regios,

tendencia que se intensificaría durante el siglo XVIII y que alcanzó su esplendor máximo

durante el reinado de D. João V.

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30

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Inicio

La Monarquía Hispánica y el Nuevo Reino de Granada: fiestas monárquicas y

ejercicio del poder en los siglos XVII y XVIII

Dra. Verónica Salazar Baena

Profesora asociada

Universidad Santo Tomás

[email protected]

Resumen

Durante el periodo colonial, las fiestas monárquicas en el Nuevo Reino de Granada

fueron la forma en que el rey ausente podía materializarse ante sus súbditos ausentes. Se

trataba de fiestas repentinas, relacionadas con el cuerpo del rey como representación del

Estado. Por esta razón no solo fueron una estrategia de la monarquía para mostrar su

poder –como lo han evidenciado los estudios de Corte– sino que también fueron en

estos territorios una práctica cultural y un instrumento político. Como práctica cultural

es posible comprender en ellas las dinámicas de transferencias de lenguajes, códigos,

formas estéticas, representaciones e imaginarios entre Europa y el Nuevo Reino de

Granada. Como práctica política, las fuentes documentales evidencian la recepción

creativa de estas prácticas por parte de los cabildos neogranadinos, que frecuentemente

utilizaron estas celebraciones para reivindicar su lugar dentro del Imperio. Esta

ponencia pretende cuestionar el relato de pasividad de los actores coloniales y llamar la

atención sobre la centralidad de la cultura en la consolidación del poder político durante

los siglos XVII y XVIII en la América Hispana.

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Palabras clave: Nuevo Reino de Granada, Monarquía Hispánica, fiestas monárquicas,

transferencias culturales, apropiación cultural.

Abstract

The monarchical Festivals in the New Kingdom of Granada were during the colonial

period the way in which the absent king could materialize before his absent subjects.

These were sudden parties, related to the king's body as a representation of the state.

For this reason they were not only a strategy of the monarchy to show its power - as

evidenced by the studies of Court - but also were in these territories, a cultural practice

and a political instrument. As a cultural practice it is possible to understand in them, the

dynamics of transfers of languages, codes, aesthetic forms, representations and

imaginaries between Europe and the New Kingdom of Granada. As a political practice,

the documentary sources show the creative reception of these practices by the New

Granada Cabildos, who frequently used these celebrations to claim their place within

the Empire. This communication aims to question the passivity of the colonial actors

and draw attention to the centrality of culture in the consolidation of political power

during the seventeenth and eighteenth centuries in Hispanic America.

Key words: New Kingdom of Granada, Hispanic Monarchy, Monarchical Festivals,

Cultural Transfers, Cultural Appropriation.

Decía el historiador R. Chartier que las preguntas al pasado se hacen desde el presente.

En una sociedad que vive enormes tensiones entre lo local y lo global y con un impacto

tan alto de la “sociedad del espectáculo” es previsible que pongamos el espejo retrovisor

para entender el presente y buscar referentes. Me atrevería a decir que parte de la

proliferación de nuevos estudios sobre el Barroco tienen que ver con este interés.

Indudablemente la época comprendida entre el siglo XVI y el XVIII fue de enormes

convulsiones, tanto o más que las que vivimos hoy. De ahí que los nacientes Estados y la

Iglesia desplegaran grandes estrategias persuasivas y comunicativas para hacer frente a

los procesos de centralización política, la reforma protestante, colonización de nuevos

territorios de ultramar, expansión del capitalismo, flujos migratorios, entre otros. En

realidad se trató de la primera mundialización económica, demográfica y cultural de la

que tengamos constancia.

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Como bien lo anota Joan-Lluís Palos en su ponencia, nos encontramos en un cambio de

sensibilidad historiográfica y los que estudiamos la Época Moderna, dejamos de

preguntarnos por el colapso del proyecto imperial hispánico y hemos empezado a

indagar más bien por la forma en la que este logró unir las cuatro partes del mundo, con

tantas variables en contra. Las crisis que enfrentó la monarquía hispánica fueron

muchas, pero su capacidad de resiliencia no fue menor.

Conforme avanzan las investigaciones hemos empezado a descubrir la enorme

importancia que tuvo la cultura como escenario de integración política. Los territorios

de Flandes, Milán, Nápoles, Sicilia, Portugal, España y los dominios ultramarinos de

Filipinas y América, no podrían haberse sostenido solamente a partir del ejercicio de la

fuerza. La acción de agentes, prácticas, productos, artefactos, ideas y pautas de consumo

han empezado a pensarse desde nuevas aristas. Lo propio sucede con las celebraciones

monárquicas, rituales oficiales, repetitivos, estandarizados fijados en un protocolo

escrito que eran a la postre el más importante escenario ritual del poder monárquico. En

esta ponencia me gustaría tejer la relación entre nuevos conceptos y su utilidad para

abordar las fuentes documentales de las celebraciones públicas neogranadinas con el

objetivo de mostrar a partir de esta relación el ejercicio del poder en los siglos XVII y

XVIII.

Monarquía Policéntrica y celebraciones monárquicas

Los cambios de sensibilidad no solo han modificado las preguntas de investigación,

también han traído consigo un replanteamiento de ciertos conceptos. Recientes

investigaciones han mostrado el carácter policéntrico y compuesto de la estructura

imperial hispánica.1 Esto ha puesto en discusión por ejemplo, los estudios de Corte que

enfatizaban tanto en los procesos de centralización política y en la transmisión

unidireccional de códigos y lenguajes.2 Sin desconocer los aportes de estos estudios,

hemos empezado a ser cada vez más conscientes de que la producción cultural del

Imperio no puede entenderse únicamente desde la corte madrileña y que debe más bien

estudiarse como un campo de fuerzas sin jerarquizaciones entre productor y receptor,

sin alusión a fronteras pasadas ni presentes y más bien privilegiándose las dinámicas de

1. El concepto de policéntrico fue planteado por Cardim, Herzog, Ruiz Ibáñez y Sabatini en su libro

Polycentric Monarchies. ¿How Did Early Modern Spain and Portugal Achieve and Maintain a Global

Hegemony? (Sussex Academic Press, 2012). 2. Sobre este aspecto ver los numerosos estudios del Instituto Universitario la Corte en Europa (IULCE)

adscrito a la Universidad Autónoma de Madrid.

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circulación, difusión y transferencia cultural de personas, ideas y objetos dentro de una

visión muy amplia del territorio. Esta propuesta desecha, por tanto, cualquier

posibilidad de comprender la cultura del barroco en clave nacionalista o unidireccional.3

Por ello, la llegada de los travel concepts ha sido fundamental para desestimar aquellas

ideas de “producción/originalidad” asociadas a la metrópoli y a la “reproducción/copia”

que se suponía caracterizaba a los demás territorios. En oposición, los conceptos de

mediaciones, transferencias, circulaciones, adaptaciones y apropiaciones culturales son

mucho más cercanas a las evidencias documentales. La concepción policéntrica del

poder no implica en ningún caso relativizarlo, sino visibilizar la pluralidad de actores.

Así también, los travel concepts no pretenden negar la hegemonía cultural, sino más

bien dinamizar su comprensión.

Estudiar la configuración del ceremonial de la monarquía hispánica es un ejemplo de la

potencialidad de estos nuevos conceptos. La tradición castellano-aragonesa tenía un

ceremonial limitado. A diferencia de otras monarquías como la inglesa o la francesa, que

evocaban el carácter sobrenatural del rey a través de rituales como el de la curación de

escrófulas estudiado por M. Bloch, los rituales hispánicos celebraban la tradición foral,

el pacto entre el rey y las autoridades urbanas propio de su legitimación militar. No

había corona, ni trono, ni cetro, ni espada, elementos que sí estaban muy presentes en

otras monarquías, pero había rituales de entradas reales y juras. Sin embargo, la corona

hispánica tenía un séquito cortesano reducido y una etiqueta ceremonial limitada que

parecía no estar equiparada al enorme poder que el rey detentaba y quería mostrar.

La adopción de la etiqueta borgoñona fue una parte fundamental de la construcción

simbólica de la corte hispánica. El ducado de Borgoña era antes del siglo XIV un

territorio dependiente del rey francés. No obstante, se destacaba por los brillantes

fastos de ceremonial y etiqueta que rodeaban a su corte. Este modelo ritual sería

adoptado por la monarquía hispánica a partir de 1548. En adelante, los territorios de

Castilla, Aragón, Navarra, Sicilia, Nápoles, Cerdeña, Milán, los Países Bajos, América,

Filipinas, sincronizarían sus rituales políticos a través de un conjunto de códigos de

comportamiento establecido para el servicio de la corte, fijado en un protocolo escrito.

El ceremonial ejemplar, la jerarquía de modelos, la competición expresiva, la ritualidad

3. Este planteamiento es de Thomas DaCosta Kauffman, en su texto Toward a Geography of Art

(University of Chicago Press, 2004).

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extensiva y la dramatización pública, se combinaron con una representación simbólica

del rey. Los rituales en torno al cuerpo del rey, serían en adelante los rituales de Estado.4

El modelo borgoñón era rico en expresiones festivas de tradición medieval. Carros

triunfales y alegóricos que incluían la presencia de creaturas maravillosas como

dragones, grifos, cinocéfalos, gigantes, pigmeos, entre otros, hacían parte de los fastos

borgoñones. Así como Castilla y Aragón aportaron los rituales de jura propios de la

tradición foral y militar, y Borgoña la espectacularidad cortesana, otra de las canteras

rituales de la monarquía hispánica fue Nápoles. Esta ciudad mediterránea, ubicada al sur

de la península itálica era quizás uno de las ciudades de mayor prosperidad en Europa

por su estratégica ubicación que conectaba los mercados de Europa, Asía y el norte de

África. El ducado de Nápoles había anexado a los territorios de Sicilia y Cerdeña. Tras

duras disputas con Francia, y el Imperio Turco Otomano, el emperador Carlos V le dio

el triunfo militar a la monarquía hispánica en 1526, fundándose allí un virreinato.

La prosperidad de la ciudad, dotó de un enorme boato la representación virreinal

llegando incluso a opacar a la propia corte madrileña, como lo ha estudiado Joan-Lluís

Palos.5 En efecto, la escritura de la ceremonia sería uno de los elementos introducidos

por la tradición napolitana y los ceremoniales de entrada virreinal otro aporte

importante. Pero no solo eso, Nápoles sería una fuente de transmisión importantísima

de saberes que definirían entre otras cosas, las prácticas de pintura y escultura durante

los siglos del XVI al XVIII. Todo esto se combinaría con las estrategias comunicativas del

Barroco: lenguajes alegóricos, panegíricos, teatrales y literarios que serían

universalizados a través de la entronización en esos lenguajes de las élites locales.

Las celebraciones públicas de la monarquía fueron el resultado de innumerables

transferencias y circulaciones culturales, pero al mismo tiempo, armonizaron la

diversidad, creando una apariencia de consenso cultural, unidad e integración que tuvo

una enorme repercusión política. En este sentido, las rígidas divisiones entre centros y

periferias se han relativizado en estudios de Joan-Lluís Palos, S. Rivera Cusicanqui y

4. Un balance historiográfico respecto a este tema se encuentra en el artículo de mi autoría “El cuerpo del

rey: Poder y legitimación en la monarquía hispánica”, publicado en la revista Fronteras de la Historia del

Instituto Colombiano de Antropología e Historia, vol.22, n.2, (2017): 140-168. 5. Joan-Lluís Palos, La mirada Italiana: Un relato visual del imperio español en la corte de sus virreyes en

Nápoles (1600-1700) (Valencia: Publicaciones Universidad de Valencia, 2010).

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Alejandra Osorio.6 ¿Podemos seguir pensando en Nápoles como una periferia si era la

cantera ceremonial de la monarquía?, ¿es posible situar a Potosí en la premodernidad si

era el epicentro de la economía monetaria en el siglo XVII?, ¿Cómo pueden denominarse

periféricas las capitales virreinales americanas si articulaban el Atlántico con el Pacifico?

Como lo indica G. Levi en un reciente ensayo, la tendencia investigativa está

encaminada a “mostrar como la historia se desarrolla de modo complejo a través de

influencias recíprocas, relaciones positivas o negativas en las que no existe un centro que

pueda ser aislado como único actor determinante incluso en situaciones de

jerarquización”.7

De esta manera la frase “solo Madrid es corte” se remplazó por “no solo Madrid es

corte”, posibilitando el estudio de otros espacios cortesanos, que articularon el imperio

y que fueron igualmente importantes a la hora de configurar un proyecto de hegemonía

cultural. Pensar los espacios ceremoniales en el Nuevo Reino de Granada bajo esta

óptica, permite liberarnos de ciertos complejos de inferioridad respecto a la forma, no

solo frente a las cortes europeas sino también frente a las cortes virreinales de México y

Lima. Las celebraciones neogranadinas tienen mucho menos boato, pero fueron

igualmente efectivas a la hora de integrar culturalmente a las élites urbanas.

6. Consultar el reciente texto Visiones cruzadas Los virreyes de Nápoles y la imagen de la Monarquía de

España en el Barroco 1400-1800, editado por I. Mauro, M. Viceconte y J.L. Palos (Barcelana: Editorial

Universidad de Barcelona, 2018). Véase también el interesante guion curatorial realizado por Silvia Rivera

C. de la exposición Principio Potosí Reverso: ¿Cómo podemos cantar el canto del Señor en tierra ajena?

realizada por el Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía de Madrid en el año 2010; y el artículo de A.

Osorio “El Imperio de los Austrias españoles y el Atlántico: propuesta para una nueva historia” que se

encuentra en el libro editado por Favarò Valentina, Manfredi Merluzzi y Gaetano Sabatini, Fronteras:

Procesos y prácticas de integración y conflictos entre Europa y América (Siglos XVI-XX) (México:

Fondo de Cultura Económica, 2016). 7. El texto al que hago mención es el reciente artículo de Giovanni Levi “Microhistoria e Historia Global”

publicado en la revista Historia Critica, no. 69 (Julio de 2018): 3-20.

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Recordemos que las celebraciones regias perseguían tres grandes propósitos para el

Imperio: El primero era ligar la figura del rey a la identidad de sus reinos y de esta

manera conjurar el absentismo regio. El segundo aspecto era recrear, reproducir y

afianzar el orden establecido. El tercer aspecto era crear una apariencia de integración y

homogeneidad a través de los modelos celebrativos. En el Nuevo Reino de Granada las

celebraciones regias cumplieron estos propósitos no solo en capitales administrativas,

sino que también le permitieron al rey distante hacer presencia en ciudades y villas más

distantes.

En este orden de ideas, la acción de un entramado transnacional de burócratas,

aristócratas, religiosos, artesanos y comerciantes fue determinante para dar cohesión al

conjunto, a partir de artefactos, ideas, lenguajes y pautas de consumo con tinte

cosmopolita que crearon un código visual y textual asociado al poder.

La interacción entre lo global y lo local a partir de las fuentes documentales

Si la hegemonía cultural era la savia que alimentaba el imperio, una constelación de

ciudades eran las arterias que permitían su circulación. Como bien lo explica Manuel

Herrero, la hispánica era una monarquía de repúblicas urbanas que en la práctica

Figura 1. Mapa de los territorios de la monarquía hispánica

Autor. Técnica. Fecha. Fuente.

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posibilitaban el ejercicio de gobierno.8 La ciudad hispánica, según Herrero, se concibió

como el principal espacio de representación de la identidad colectiva dentro del modelo

político y al mismo tiempo, como principal núcleo de integración cultural y control

territorial en la monarquía hispánica. Fue en la ciudad donde los mediadores culturales y

los conectores ejercieron su enorme poder articulador. Puertos como Sevilla, Amberes,

Veracruz, Cartagena de Indias, Portobelo y Manila se constituyeron en epicentros de la

globalización. Fue en las ciudades donde se llevó a cabo la negociación política entre

intereses imperiales y pretensiones locales y con frecuencia hubo contacto, competencia

e intercambio de privilegios. Algunos estudios incluso han mostrado multiplicidad de

centros interconectados que no solo se relacionaban con Madrid, sino entre ellos, al

margen de las directrices de la Corte.9

Esta perspectiva ha permitido comprender la construcción de identidades cruzadas que

integraban la dimensión global y local sin que esta convivencia resultara contradictoria.

En efecto, la interacción entre estas dimensiones –lo global y lo local– resulta evidente a

la hora de estudiar las celebraciones monárquicas como un producto cultural con dos

contextos de producción y consumo diferenciados: la corte imperial, por una parte, y los

cabildos, por otra. Cada una de estas esferas del poder tenía intencionalidades distintas,

aunque mutuamente dependientes; cada uno de estos productores, generó un tipo

documental.10

8. Ver el importante texto editado por Manuel Herrero, Repúblicas y republicanismo en la Europa

moderna (siglos XVI-XVIII) (México: Fondo de Cultura Económica, 2017). 9. Serge Gruzinski ha estudiado algunas conexiones comerciales entre Nueva España y Filipinas en Las

cuatro partes del mundo: Historia de una globalización (México: Fondo de Cultura Económica, 2010). 10

. Para profundizar en estos aspectos se puede consultar la tesis doctoral de mi autoría Fastos

Monárquicos en el Nuevo Reino de Granada: La imagen del rey y los intereses locales (Barcelona:

Universidad de Barcelona, 2013).

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En primer lugar, tenemos la celebración regia como un producto imperial, que tenía,

desde el punto de vista formal, origen en la Corte. Las celebraciones eran comunicadas

mediante una Cédula Real a través de un cauce institucional ya establecido: las

notificaciones llegaban del Consejo de Indias a las capitales de Audiencias, que a su vez

las trasladaban a los Cabildos –órgano de representación de las élites urbanas– como

“ciudad, justicia y regimiento”, quienes eran los destinatarios de la cédula real. Este tipo

documental por lo general reposa en archivos de Cabildo.

A medida que aumentaba la distancia física del rey, también aumentaba la autonomía de

los representantes regios y con frecuencia las dificultades de comunicación tendían a

aumentar el poder de las élites locales, representadas en los cabildos.11 Como bien lo

advierte Víctor Mínguez, la Corona española estaba más preocupada por la lealtad de la

élite urbana que por el sometimiento de la población indígena a la que controló a través

de la evangelización. Por esta razón, se implantó el modelo de fiesta pública europea y

barroca que permitía el empleo de métodos de persuasión a los que estaban

acostumbrados y la utilización de un lenguaje simbólico que les era conocido. Por eso,

11

. María de los Ángeles Pérez Samper, “La Presencia del rey ausente: Las visitas reales a Cataluña en la

época moderna”, en Agustín Gonzales y Jesús Ma. Usunariz, dirs. Imagen del rey, imagen de los reinos:

Las ceremonias públicas en la España Moderna (1500-1814) (Pamplona: EUNSA, 1999).

Figura 2. Infografía productor/receptor documental, Paula Castillo. 2018

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en términos generales las tradiciones indígenas o de los esclavos africanos, tuvieron un

carácter marginal en estas celebraciones.12 Para el rey distante, las celebraciones regias

servían para definir las fronteras de la legitimidad institucional, asociada al poder regio.

En este sentido, estas ceremonias eran ritos de institución, que buscaban legitimar a

partir de la solemnidad, la dependencia entre el rey y las autoridades urbanas.13

En segundo lugar, tenemos la celebración regía desde la perspectiva local materializada

en las denominadas relaciones de fiesta, tipo documental que reposa por lo general en

los archivos peninsulares (Archivo de Indias y Archivo Histórico de Madrid). Se trata de

extensos y pormenorizados protocolos manuscritos o impresos, producidos por los

propios organizadores de las celebraciones regias, principalmente los cabildos, para dar

cuenta exhaustiva ante las autoridades peninsulares, de la manera en la que se habían

llevado a cabo estos acontecimientos. Las relaciones de fiesta, hacen mucho más que

certificar el cumplimiento de la orden regia. Para la ciudad, las instituciones y sus

dirigentes, los fastos de la monarquía eran un escaparate de exhibición pública que

permitía reconocimiento dentro de la jerarquía estamental y legitimación ante los

sectores sociales subordinados. Estas relaciones perseguían objetivos específicos:

estaban concebidas como prueba de fidelidad y eran testimonio de la proyección

simbólica de la ciudad, de sus instituciones o de las aspiraciones de individuos que desde

su posición de privilegio buscaban, a partir de la festividad, conseguir centralidad. En el

caso americano, compartimos adicionalmente la opinión de Karine Périssat para quien

había en las jurisdicciones indianas una necesidad permanente de recordar al rey la

lealtad a veces cuestionada. Esta situación política derivó en un lenguaje superlativo,

exagerado, cuyo objetivo era manifestar siempre la mayor y más espontánea fidelidad.14

En un imperio de gran extensión como el hispánico, la monarquía requería del servicio

principalmente del Cabildo y de las élites urbanas para ejercer gobierno; mientras que

las autoridades locales a su vez, requerían de la fuerza legitimadora de la monarquía para

sustentar su privilegio. Esta interacción, nos conduce a un importante elemento: la

12

. Víctor Mínguez, Los reyes distantes: Imágenes del poder en el México virreinal (Castelló, Universidad

Jaume I, 1995), 24. 13

. Pierre Bourdieu, “Los ritos como actos de institución”. En: J. Pitt-Rivers Julián y J. G. Peristiany (eds.),

Honor y gracia (Madrid, Alianza Universidad, 1992). 14

. Karine Périssat, Lima fête ses rois: (XVIE-XVIIIE siècles). Hispanité et américanité dans les cérémonies

royales. (Paris: Harmattan, 2002).

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celebración pública era concebida como un episodio de intercambio entre el rey y los

poderes locales.

CELEBRACIÓN PETICIÓN

Canonización Raimundo de Peñafort

Quito, 1603

Financió: Cabildo de Quito.

Solicitud para que se suspenda el

recaudo de Alcabalas.

Exequias de Margarita de Austria

Quito, 1613

Financió: Cabildo de Quito.

Solicitud para que se devuelvan

los alcaldes al Cabildo de Quito.

Celebración por el nacimiento del príncipe

Baltazar Carlos

Quito, 1631

Financió: Cabildo y Encomenderos

Extensión de las Encomiendas y

rebaja en los tributos.

Celebración nacimiento del príncipe Carlos

II

Tunja y Pamplona, 1663

Financió: Encomenderos

Extensión de las Encomiendas.

Exequias de Luis I

Santafé, 1724

Financió: Real Audiencia

Restablecimiento del Virreinato

de la Nueva Granada, suprimido

en 1723.

Jura de Fernando IV

Popayán, 1747

Financió: Gobernación y Cabildo de Popayán

Solicitud para que se establezca

en Popayán una Real Casa de

Moneda.

Matrimonio del Príncipe de Asturias (Carlos

IV) con la princesa de Parma

Quito, Julio de 1766

Financió: Cabildo de Quito

***

Celebración del Onomástico de Carlos III

Quito, Enero de 1767

Financió: Compañía de caballeros

Voluntarios de Quito

Solicitud de Perdón por la

Revuelta de los Barrios de 1765.

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Proclamación Carlos IV

Guaduas, 1789

Financió: Corregidor Josef de Acosta

Concesión del título de villa y

nombramiento del oficiante

como Alférez Real.

Proclamación Carlos IV

Socorro, 1789

Financió: Cabildo del Socorro

Solicitud de perdón por los

disturbios y desórdenes.

Cumpleaños reina María Luisa

Antioquia, 1800

Financió: Gobernador, Víctor Salcedo

Concesión al oficiante como

delegado de las rentas estancadas.

Proclamación Fernando VII

Villa de Mompox, 1808

Financió: Cabildo de Mompox

Solicitud para que se erigiera un

obispado, un hospicio, un colegio

y el título de universidad.

Proclamación Fernando VII

San Bartolomé de Honda, 1809

Financió: Regidor José Diago

Concesión al oficiante como

Alférez Real y establecimiento de

un impuesto de tránsito.

Esta interacción nos permite poco a poco superar algunas visiones eurocéntricas sobre

el periodo colonial que explicaban el funcionamiento del sistema a partir de una idea de

metrópoli activa y la de unos territorios de ultramar pasivos que en nada se

corresponden con las evidencias documentales. Indudablemente estas celebraciones,

como muchas otras prácticas creadas desde la perspectiva del poder monárquico,

pretenden transmitir valores afines al poder imperial. Sin embargo, sabemos que la

hegemonía no anula los tráficos e intercambios culturales con las esferas locales. Las

relaciones de poder a través de las fuentes documentales resultan innegables. No

obstante, la recepción cultural, conlleva un proceso de interpretación en el cual los

sentidos del mensaje o los usos del producto cultural, pueden modificarse por el

receptor de manera imprevisible para el productor. En efecto, no siempre una cédula

real generaba una relación de fiesta, pues los cabildos tenían autonomía para decidir la

conveniencia de una celebración. Los reportes de postergación e inconveniencia son

numerosos y las autoridades imperiales poco podían hacer para forzarlo. Igualmente, si

contrastamos fuentes, las relaciones de fiesta no necesariamente pudieron corresponder

con los hechos tal cual sucedieron. En efecto, en muchos casos resulta evidente que el

estado financiero de algunos cabildos no coincide con el esplendor narrado en las

relaciones de fiesta. Más allá de la veracidad de estas descripciones, lo importante es que

Tabla 1 Celebraciones e intenciones políticas de los cabildos. Verónica Salazar. 2013.

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las relaciones de fiesta, permitían a las autoridades urbanas hacer tangible ante su rey la

fidelidad y prestigio de la ciudad y de sus gobernantes, porque eran concebidas como un

regalo. En este sentido, la hegemonía cultural implicaba también el consenso frente al

valor del regalo como transacción retributiva de las relaciones sociales: autoridad o

sumisión, igualdad o diferencia, independencia y dependencias.15

15

. Maurice Godelier, El enigma del don: Dinero, regalos, objetos santos (Barcelona: Paidós Ibérica, 1998).

Véase también Nathalie Zemon Davis, The Gift in the sixteenth Century France (Oxford University

Press, 2000).

Figura 3. (izquierda) Portada del Libro en que se trata de todas las ceremonias acostumbradas

hazerse en el Palatio Real del Reyno de Nápoles (1622) de Miguel Díez de Aux. Biblioteca de la

Institución Colombina, mss. 59-2-9: Sevilla.

Figura 4. (derecha) Diseño para el libro de exequias de Felipe IV (1665) de Sebastian de Herrera.

Metropolitan Museum: Nueva York.

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Estas tres portadas ceremoniales (figuras 3, 4 y 5) tienen origen en distintos y distantes

puntos del Imperio: Nápoles, Madrid y Santafé. La similitud entre estas portadas nos

permite comprender la entronización de las élites en unos códigos estéticos específicos

asociados a la hegemonía cultural de la monarquía hispánica. La última portada (figura 5)

utiliza como modelos los anteriores diseños, pero incluye innovaciones y adaptaciones

iconográficas. Por ejemplo, la alegoría de Santafé y de América. El diálogo entre lo

global y lo local tiene una plasmación alegórica. La apropiación cultural es también

interesante, pues la última portada hace parte de una relación de fiestas encargada por el

Presidente de la Real Audiencia de Santafé en 1724, Antonio Manso Maldonado, con el

fin de acreditar su lealtad a la corona y solicitar en contraprestación el restablecimiento

del Virreinato de la Nueva Granada. La utilización política de las celebraciones

monárquicas como práctica cultural, es más que evidente.

Figura 5. Portada de la Relación de las celebraciones por la muerte

de Luis I en Santafé de Bogotá (1726), escrita por el presidente de

la Real Audiencia, Antonio Manso Maldonado. BNE,

Manuscritos de América, 2943.

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Las celebraciones monárquicas en el Nuevo Reino de Granada se convirtieron en una

estrategia política para negociar con el imperio. Las fuentes examinadas, muestran que

los cabildos buscaron en varias ocasiones no solamente reconocimiento simbólico sino

también contraprestaciones materiales por parte de la Corona. Así también, este

modelo de intercambio, fue útil para legitimar el ascenso social y la promoción política

de determinados individuos.

Lejos de ser espacios de “simple reproducción”, las celebraciones monárquicas en el

Nuevo Reino de Granada son un microcosmos que permite rastrear un sinnúmero de

intercambios, transferencias culturales e interacciones entre lo global y lo local, la

hegemonía cultural y la autonomía política. La politización de la cultura estuvo a la

orden del día. La posibilidad de pensar estos tráficos puede ser una clave para entender

al Imperio que unió a las cuatro partes del mundo.

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