memorial del árbol
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Un solo poema escrito en verso libre. Narra la lucha de la naturaleza frente a la destrucción causada por el ser humano.TRANSCRIPT
Memorial del árbol
Lya Ayala Arteaga
2004
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I
Hojas
El aire arrastra el nombre al silencio de la noche,
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a la oscuridad repartida en el bosque y las piedras,
en una lejanía en la que el silbido es la sabia tierna
en los pequeños atardeceres de las hojas.
Ellas que lo saben todo, desde la altura de su copa
susurran entre sí la historia,
ellas que se aman entre sí enredadas
entierran las lágrimas de la luna
en medio del olvido de la espesura.
No hay luna sin una hoja enamorada,
no hay silencio en la tarde,
sin la muerte de una hoja.
Ayer ellas nos miraban
bajar desde el cielo para construir
una aldea entre sus ramas
y se reían,
se movían sigilosas y nos tocaban.
Nosotros estábamos inmóviles,
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pero ellas nos miraban y murmuraban,
una canción olvidada
sólo para vernos nacer
desde el silencio.
Escucha,
es la noche, repiten, no es la muerte,
sólo es un velo de frío que cruza el alma
es la prueba del valor en los ojos,
allá la tierra si es la muerte, el olvido es la muerte.
Al atardecer su rito mágico
convoca el aire,
el aire que baja y acaricia
sus rostros transparentes de hojas,
sus rostros pequeños y gigantes
que saltan entre las ramas.
Ellas observan este ritual
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con los ojos en las manos
y la respiración entrecortada del alba
en el latido cotidiano de las horas,
que se enganchan en la cúspide brumosa
de las hojas, las mortales hojas que nunca se asombran.
¿Por qué abre su velo la hoja sobre la hoja?
¿por qué anida el rocío en medio de su cuerpo?
si el paso de la hoja viva a la hoja muerta
es la caída hasta la sombra del árbol.
Un amor de hoja es un amor a lo Otro
que nunca logra tocarse
que se mira lejano y se reconoce,
lo Otro es la hoja duplicada en sí misma ante el espejo.
La hoja que entra a la voluntad del pasado
a una historia de seres y objetos
que pueblan el Otro silencio
el que escucha en la tarde,
cuando cae el poniente en el agua.
La presencia de la nostalgia las despierta
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y ellas saben sucumbir serenas
a la desconocida mirada del aire que las llama
lo Otro viene cada día y se llena de nombres primitivos
como la danza secreta del fuego, como el sueño de la tierra
como el grito del cielo ante el asombro del sol en su rostro,
cuando mira la llanura abierta al agua consoladora
y las piedras milenarias recostadas unas sobre otras.
Esa es la esencia del encuentro de los cuerpos
desvanecidos en la sombra,
un alma detenida en los sueños de las hojas
forzando por salir y mirar el resplandor de la noche
rasgando el alba.
Deja salir de la sombra
los ruidos de la claridad de la mañana,
arrulla entre las ramas
el rito de la muerte,
el rito milenario
cuando el río se une
con la tibia hoja cansada.
Es lo Otro en la oscuridad aprisionado
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que mira surgir desde sí mismo
otro cuerpo decapitado
en la huella luminosa que lo reclama,
porqué la hoja asciende y desciende en una llama,
en un rasgo absorto en el alma de los ojos.
La hoja por ser mortal lo sabe
en el abandono de la sabia
que penetra los cuerpos divididos
y reencontrados en la aurora,
en la fuerza de la montaña sobre el descampado,
en el asombro de la tormenta
que alimenta el misterioso ruido
de las hojas cuando se encuentran.
La limpia mirada de la hoja
abre la puerta de la tormenta,
siempre vendrá el sol
a quemar las ramas
sobre la tibia noche.
Después será la herida,
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y la sangre
y el agua
y el viento
una repetición del silencio en el cuerpo,
la insinuación de las manos en medio del fuego,
donde existe miedo
y tiempo detenido.
Donde la mortalidad reclama
los sueños
y la antigua mirada
los horizontes perdidos.
Pero el sueño de la hoja es sublime,
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porque es el tiempo absoluto de una hoja,
el tiempo de abrir ventanas
y anochecer detrás de ellas.
En las palabras diseminadas en el espacio
convocando ruiseñores,
hormigas,
ardillas,
mariposas
invocando el nombre en su principio,
un verbo primero y último que transcribe el universo.
Donde nombrar es parir gotas cristalinas
en medio del fuego,
una gota es la misma gota en todos los mares
y el mar es la mar del universo palpitante.
El nombre que no se mide ni se esparce,
porque su sonido es el origen del hombre.
Las hojas son la tarde de una letra,
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el anochecer de una palabra
y ÉL con sus dedos transparentes
los nombra en el silencioso amanecer del día,
con una garganta inmensa
que cabe en todas las puertas.
Las entradas de mármol,
de piedra
y madera
como un soplo, una primavera;
pero en su sabiduría, la perfección se asemeja
a la limpidez de la tormenta.
Son tristes las demostraciones de las hojas
cuando se acerca
sus manos se juntan, sus labios se mueven
al compás de una armonía secreta.
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Están nombrado el pan,
la leche,
la miel
y la pesca.
La saciedad que vendrá un día
hasta dejar inundado el río
desde el sol hasta la luz
que sube de la hierba.
Es el nombre que se ha formando
del tenue desliz de ÉL en su sombra
en los labios que anuncian la muerte de una hoja.
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II
Raíces
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De verdes infinitos se formó la piedra
con que el árbol rompe la caricia de la noche
de una hoja sobre la otra.
Porque debajo de sus líneas está la memoria
los recuerdos que son el mismo pensamiento
y la misma historia de todas las hojas,
en que el tiempo y la remembranza se halla retorcida
en la vehemencia de la piedra.
Aquí hay fuego se lamentan,
llamas de colores infinitos sepultados
en ataúdes milenarios de cedro y tierra
el ronroneo de las hojas divididas,
raspa la piel del árbol lacerado
su envoltura de tristeza y desamparo
y la sabia de los ancestros.
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Desparramada en el campo
donde la gloria de un campo de hojas
es sólo fuego debilitado
humo sin forma, corriente alada sin recuerdo
hojas ceremoniales,
hojas desatadas en el viento
hojas esparcidas en caminos polvorientos.
Ellas también desaparecen
al olvidar la marcha de la historia
son hojas y lo saben
al mirar por debajo del río,
en las zanjas inmemoriales de los mares.
Siempre que una hoja se marchita,
queda otra hoja en la oscura soledad esparcida.
14
Alrededor el miedo se ahoga,
ante la mirada de las hojas olvidadas,
en el sepulcro de una noche con estrellas
que jamás volverán a juntarse en el cuerpo.
Así es la mirada de los muertos
repartida en el infinito,
semejante a la despedida
de las hojas y los árboles
que bajan desde la montaña
a preparar el templo.
Un cuerpo no es un cuerpo hasta que otro
no lo cubre de tibiezas, grutas
y ramajes violentos.
La muerte se palpa en el sueño
como el amor,
la muerte y el amor
son dos lados del mismo centro.
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Pero los ojos se cierran
de lluvia, de trueno y de simpleza
y amar y morir tienen una derrota paralela.
Los vestigios de la claridad,
donde perderse siempre
en las tímidas sensaciones
donde todo acaba y empieza
desde la piel ajada
hasta la travesía de los huesos
en medio del fuego.
Luego queda un rito
temblar ante el otro que sale de uno mismo
a mirar la noche,
a despojarse de latidos,
a dejarlos como un rastro
de luna en el camino.
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El alma tiembla en sí misma,
cuando en su rostro
florece la ternura de un beso.
En la honda maleza de humedad que la reverdece,
en la que su tiempo es sólo una marcha de temblores
hacia el río de la muerte
ahí siempre podrá verse, siempre y eternamente
reconciliada con el atardecer
donde atesora la noche y la madrugada.
El alma se estremece
esperando el prolongado silencio
de una brisa que la abandone
a la mirada perfecta del tiempo.
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Enredadas amanecieron de agua y sombra,
cuando sintieron el aroma del mar cruzar
y se amaron hasta terminar confundidas con el alba
como silencios despavoridos en el aire.
Esa es la claridad de las almas,
que se postran a mirarse mutuamente
hasta saber que la imagen se revela
se degrada hasta volverse paisaje.
Pero en la profunda tierra sombría
pervive la contemplación serena
sin angustia de la memoria
y los recuerdos.
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Una raíz de silencios brota del aire
en tempestades de aromas finales,
donde crecen espíritus de agua y tierra,
desde la humedad
hasta la herida que cruza el alma
murmurando la rabia y la pena,
y el tiempo y el olvido.
Los ojos de las raíces buscan la claridad
en la noche de la tierra,
explorar donde sangra,
donde se escurre la hiel
que baña el espesor de un tallo
que nunca crece,
un débil murmullo en la mirada que conoce
la tentación de la ramas,
y su agonía por brotar hasta asombrarse.
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III
Tierra
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Ah, del vuelo interminable de las palabras
sobre las veredas del tiempo indomable.
La mirada de una raíz partida en trozos
la hondura de su piel se traslada a la sombra
que se extiende hasta alcanzar el horizonte,
los ojos de las raíces se esconden,
en el aire y la nostalgia.
En la tormenta de la noche,
las raíces prefieren la humedad de la tristeza ,
al firmamento de las grutas que se resbalan
en los poros palpitantes de los hombres.
La raíz puede ser una boca gigante,
un espacio vacío en el cielo
con el que engulle la sombra delirante.
21
Esa es la condición de su existencia,
no hay regreso para las aves que se posan
en medio del camino de un árbol que nace,
porque el brote es cimiento
en el pico de un avesueño,
y de un avesilencio.
No hace falta mirar el bosque y perderse,
porque el vacío lo devora
como un pájaro verde que se expande.
Las raíces despiertan siempre,
y en su palpitar se escuchan
palabras de otros seres
que están debajo de las manos del aire,
en los labios de las hojas que caen
en la honda mirada de la hierba
al recoger la vieja sabia
en la tibia agonía
y el nacimiento
de una raíz joven.
22
Si ha de morir la raízviento
que lo haga en medio de la lluvia
en medio del canto de un trueno,
cuando se cierre la noche
y se derrumbe el cielo
en la mirada triste del silencio.
Profundas las pupilas del aire,
en su cuerpo anochecido
entre las estrellas
sueño y lamento es la tierra
y un hombre
y un lugar
y una aurora.
23
Así seremos un día,
el las manos de un árbol ancestro
de una raíz de piedra
de una hoja de tiempo.
Aún cuando los ojos vuelvan al polvo
en el abismo se mirarán violentos
todos los cuerpos.
No será tu silencio el que parta la montaña,
sino la ausencia de la vida en tus ojos,
la despedida de las palabras ahogadas,
ahora que es otro tiempo
y otra tibia herida
no olvides
destruir a los dioses que no escuchan.
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No olvides el eco de los lamentos,
que salen de los labios sangrantes
de la tierra que laceras
con las manos y la agonía de las manos,
que tocan la noche y el firmamento de la noche
con desgano.
Eso pasa en el silencio, en tu silencio
que es la evocación del pasado
para redimir el tiempo y su hora,
de las trampas que tejieron los abuelos.
Las palabras de los ancestros
tan distantes del camino que una vez
fue de los muertos.
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Los muertos que nos visitaban
son un silencio y un olvido,
sus ojos no mienten
no hay provocación en los libros,
ni en la distancia que teje el pensamiento.
Alguna vez seremos buenos,
cuando veamos a la tierra
avanzar hacia el abismo
ese precipicio perfecto,
donde hallemos nuestras manos y bocas
brotando de las raíces y las hojas,
pero muriendo eternos
como mueren los recuerdos.
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Aún cuando la tarde caiga
y los dedos dibujen señales en el polvo,
círculos
y rayas
y triángulos
como esqueletos.
Nadie los verá
nadie los escuchará
porque están solos,
invariables ante los otros
desconocidos y castigados
imposibilitados de sueños,
arremolinados unos sobre otros
como al comienzo.
Mirando caer
el fuego sobre la hierba
y deslizarse las palabras
entre sus manos como agua,
agua que un día la tierra,
volvió un grito sediento.
27
Y las horas verán pasar
su largo trazo convertido
en espuma y hielo,
por eso abre la noche,
abre el silencio sobre el rostro
para que veas tu sombra
diluirse en el horizonte.
Será el tiempo
su tiempo innumerable
sobre la piedra
tallando la cúspide,
la vasija de hierro
el cuerpo del hombre.
Aún no anochece en tu cuerpo
dirá conmovido
al observar sucumbir sus miembros
una mano tocando el fuego
una mano penetrando el agua
una mano rozando el cielo.
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Luego sus ojos alzando
la pupila dilatada
en el horizonte
menos primitivo
que la hoja
más espeso.
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