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COLECCIÓN DE CUENTOS
ME DIVIERTOy APRENDO
COLECCIÓN DE CUENTOS
LA CONSTITUCIÓN: Incursión literaria, democrática e infantil en las leyes
ASAMBLEA NACIONAL
Gabriela Rivadeneira BurbanoPresidenta
MIEMBROS DEL CAL
Gabriela Rivadeneira BurbanoPresidenta
Rosana AlvaradoPrimera Vicepresidenta
Marcela AguiñagaSegunda Vicepresidenta
Virgilio HernándezVocal
Rocío Valarezo Vocal
Ricardo MoncayoVocal
Libia Rivas Secretaria General
CONSEJO EDITORIAL
Libia Rivas Marcelo Bonilla
Nazim FloresDarwin Reyes
Mónica RodríguezDalia María Noboa
COORDINACIÓN GENERALUNIDAD DE TÉCNICA LEGISLATIVA
Mónica RodríguezDalia María Noboa
AUTORES
Daniel MaldonadoSantiago NaranjoRichard GonzálezGraciela Eldredge
COORDINACIÓN DE EDICIÓN
Roman Acosta
CORRECCIÓN DE ESTILO
Gabriela Vallejo Andrea Armijos
Pamela EscuderoRichard González
DISEÑO E ILUSTRACIÓN
Tito MartínezMaría José Carvajal
Freed Flores
COLABORACIÓN
Willian CarrilloMaribel Melo
Carolina Espinosa
VOLUMEN II: ME DIVIERTO Y APRENDO
ISBN 9942-9918-7-4DERECHOS DE AUTOR
043735
IMPRESIÓNGRAFIPRINT EDICIONES
ME DIVIERTOy APRENDO
PRESENTACIÓN
Queridas niñas y queridos niños:
En sus manos tienen una colección de cuentos que se llama Me divierto y aprendo, son historias divertidas. ¡Les va a gustar leerlos!
A través de estos cuentos, juntos aprenderemos algunos de los derechos fundamentales que forman parte de nuestra Constitución, Carta escrita por todos los ecuatorianos, donde se encuentra lo más significativo y necesario para que las personas podamos vivir bien y felices, sin que nos falte nada, respetándonos los unos a los otros.
La lectura es hermosa y nos permite conocer el mundo. Soy Gabriela Rivadeneira, Presidenta de la Asamblea Nacional. Como mamá me encanta leer cuentos con mis hijos, que son muy curiosos al igual que ustedes. Como buena madre y ciudadana, sé que es importante que las niñas y los niños aprendan desde pequeños sobre sus derechos, para que cuando grandes, sean buenas personas porque las personas buenas construyen el Ecuador del Buen Vivir.
Espero que disfruten al leer estos cuentos.
Cariñosamente,
Gabriela Rivadeneira BurbanoPRESIDENTA DE LA ASAMBLEA NACIONAL DEL ECUADOR
EL viaje de AnkantRecreación y deporte
Martín a la carreraParticipación en democracia
Cuando se mira con el corazónIgualdad y no discriminación
El pueblo invisibleIdentidad
ÍNDICE
Presentación 5
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EL VIAJE DEANKANT
Daniel Maldonado
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Las niñas y los niños tenemos derecho a que nos brinden medios de recreación y a
practicar deportes en sana competencia.
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RECREACIÓNY DEPORTE
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e las muchas conversaciones de Ankant con su abuelo, esta le pareció importante. El abuelo le contaba que la gente antes se divertía más. Ahora, los guaguas, no saben cómo entretenerse y además no conocen nuestro país.
- Fíjate, tus amigos no disfrutan de la naturaleza como lo hacíamos nosotros. Nuestra tierra es linda por su vegetación. Aquí tenemos grandes árboles y plantas que pueden curar muchas enfermedades. Está presente el espíritu de Arútam quien nos da fuerza y nos cuida. Los turistas dicen que nuestro país es un paraíso, pero nosotros no lo conocemos, ni lo valoramos.
- Todo es cuestión de creer, de soñar y se lo alcanza-, le repetía siempre su abuelo. Yo, de guagua, no paraba de jugar y de conocer cada rincón del pueblo.
Con mis amigos jugábamos a las cogidas, a las escondidas, nos trepábamos a los árboles y visitábamos todas las cascadas.
- Al amanecer, en la parte más alta del pueblo sucedían cosas extrañas. Mañana iremos allá, para iniciar una aventura que cambiará tu vida por completo- dijo el abuelo.
Ankant no pudo dormir con tranquilidad, las palabras del abuelo resonaban en su mente. Algo extraño le estaba pasando.
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Al otro día, al despertarse, se arregló, pidió la bendición a su mamá y fue adonde le había dicho el anciano. Llegó sin aliento, pero valió la pena. Un sol brillante lo saludó. De pronto, la figura de su abuelo se fue acercando, él cantaba algo. Miró a Ankant y le dijo que era el momento de iniciar una aventura por el país del Sol y de las cuatro regiones y que en ese recorrido aprendería mucho de la gente y que luego debería contar lo vivido a su pueblo.
- ¿Pero abuelito, cómo voy a visitar esos lugares?
- Recuerda, solo debes creer y soñar.
De pronto, a lo lejos, algo apareció en el cielo. Era una hermosa y enorme ave multicolor que se posó cerca de ellos y con una mirada amigable convenció al niño para que se suba en ella. De un momento a otro volaron por la selva fantástica. Desde las alturas se podía mirar enormes árboles y ríos torrentosos.
Después de un largo viaje, llegaron a un lugar donde la gente no se aburría, todos estaban alegres, unos jugaban fútbol, otros paseaban en bicicleta y algunos niños corrían.
Lo que le pareció bueno a Ankant fue que a las personas les gustaba la naturaleza, los ríos eran utilizados no solo para pescar y navegar, sino para que los niños naden y practiquen clavados.
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Las familias del lugar se habían organizado para hacer de la zona un verdadero oasis. Así, los turistas tenían un sitio perfecto para distraerse. Ankant, aunque se sentía alegre, no entendía qué podía mirar y qué debía contar a su pueblo.
Nuevamente el ave comenzó a volar, pero esta vez fue un viaje más largo. La naturaleza y sus colores comenzaron a cambiar. A lo lejos se veían muchas montañas, el ambiente se volvió frío y al principio era refrescante.
En el pico de una montaña, la hermosa ave multicolor lo dejó. Ankant se despidió de ella y ahora apareció otra, igual de hermosa. Su plumaje combinaba el gris, el negro y el blanco y una elegante cresta, le daba un toque mágico.
Se acercó, se subió en su lomo y partió hacia el cielo azul. En lo más alto, se sintió libre, allí el aire resultaba puro y el paisaje se veía hermoso.
Las enormes montañas con nieve en su cumbre, lo dejaron boquiabierto. Parecía que miraba la foto de los libros que leía en la escuela, allá en su pueblo de la Amazonía.
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El ave, lo dejó en las faldas de un hermoso nevado. Ahí había un grupo de niños que jugaba y se divertía mucho. Entonces pensó:
-En este lugar la gente también es alegre y los niños juegan.
Cuando quiso volver adonde lo dejó el cóndor, vio que este se había ido. Lo único que pudo hacer fue seguir el camino de un chaquiñán que, de seguro, lo llevaría hacia algún pueblo.
El camino se le hizo largo. A lo lejos pudo ver casas e iglesias. Cuando comenzó a andar por las calles de la ciudad, contempló más de cerca a sus habitantes y apareció nuevamente esa alegría tan contagiosa que convierte el frío en cálidas sonrisas.
En los parques de la ciudad, los niños y jóvenes practicaban su deporte favorito. El juego que más le gustó a Ankant fue uno en el que dos equipos, de dos personas cada uno, golpeaban una bola de caucho con una raqueta de madera. Las personas presentes decían que era la final del campeonato de pelota nacional.
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Otra actividad bonita para él, fue el juego de los trompos. Los niños lo practicaban muy bien. Sin dejar que el trompo toque el piso lo hacían bailar en su mano y en su pie. En otro lugar del parque, otros niños jugaban a las bolas, al tingue, a los hoyos y al pepo, su puntería era buena y, por los gritos y festejos de los asistentes, se veía que la partida era dura.
Después de tanta emoción, Ankant se sentó a descansar. Una niña se acercó y le preguntó de dónde venía, él respondió que su casa quedaba lejos y pese a que está conociendo mucho, extraña a los suyos.
La niña lo quedó mirando y lo invitó a servirse un plátano con pan. Ankant agradeció la comida. Al despedirse, la pequeña le dio algunas monedas que había juntado en días anteriores, porque de seguro él las necesitaría.
En el parque, Ankant había escuchado que más al norte existía una ciudad donde las plazas son grandes y la gente se divierte practicando algunos deportes. En este lugar encontraría lo que el abuelo le comentó.
En pocas horas estuvo en una ciudad diferente. Era grande y tenía muchos carros y bicicletas; la gente caminaba a toda prisa y llegó al punto de sentirse mareado por tanto movimiento.
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Caminó en dirección al norte, pasó por un bello centro histórico, continuó su caminata y llegó a un parque en medio de la ciudad. En este se podían ver muchos juegos infantiles, personas jugando vóley, pero lo que más le gustó fue el juego de los cocos, no solo participaban en él los niños, sino también los adultos. Después de pasar varios minutos distraído, se dio cuenta de que a su alrededor la gente se había reunido y los que él pensaba eran personas raras y apuradas, ahora reían.
- Aquí también se divierten -se dijo-.
En su interior, Ankant pensó: este país tiene tanto y yo casi no lo conozco. Tal vez quiere mi abuelo que les cuente a los del pueblo lo que descubro en el viaje.
Ya cerca del mediodía, una señora que vendía chochos con tostado le regaló un poco y también un rico jugo de naranja. Entre cucharada y cucharada le contó que él no era de esta ciudad, que su pueblo queda al oriente y que está ahí para cumplir una tarea que le dio su abuelo. La señora, muy curiosa, le comentó que en dirección norte existe un camino que lo llevará a otra región y en su recorrido podrá admirar otros paisajes para llevar más noticias a los suyos.
Antes de despedirse, la señora le dio un fuerte abrazo y Ankant se marchó.
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Ya tenía otra pista para continuar su aventura. Sabía la dirección que debía tomar. Con el dinero que la niña del parque le dio, pudo coger un bus y dirigirse a su nuevo destino.
Se acomodó en su asiento y miró por la ventana casas que pasaban a gran velocidad. Al poco tiempo, el sueño lo obligó a cerrar los ojos.
De pronto, algo lo despertó. El bus se detuvo, un pasajero subió y el frío había desaparecido. Ahora un calorcito parecido al de su casa lo abrigaba. Pudo leer en un enorme letrero que cerca había un mariposario y lugares donde se practicaban deportes extremos.
Durante el viaje pudo ver otros pueblos con personas igual de alegres. Además, algo curioso: la mayoría de gente iba en bicicleta o hacía deporte.
El calor y la aventura continuaron. Después de unos minutos pudo mirar un inmenso mar, en el que los tonos de celeste jugaban y se mezclaban.
Al llegar al terminal y bajar del bus, los vendedores ambulantes lo rodearon y entre gritos y empujones pudo abrirse campo e ir hacia la playa.
Aquí la alegría era grande: niños jugando, jóvenes corriendo, adultos nadando, todo el mundo estaba contento.
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En la playa jugaban un interesante partido de fútbol, parecía la final del campeonato mundial. Los dos equipos querían ganar.
A un lado, las barras alentaban a uno y a otro equipo. Uno de los jugadores, el que metió un golazo, tenía la camiseta con franjas verdes y blancas. Ankant se impresionó con el juego del delantero. El festejo fue grande, el jugador corrió hacia su hinchada y al ritmo de salsa, bailó y dedicó el gol a su hijo.
En el mar también la gente se recreaba: unos nadaban, otros practicaban deportes motorizados, en sí la alegría era general y eso completaba la belleza de esas playas que solo existen en el país del Sol y de las cuatro regiones.
Luego de admirar el mar, decidió dar un breve paseo por la ciudad. Los vendedores ofrecían deliciosos platillos preparados con mariscos, coco y plátano verde.
En esa ciudad algo le llamó la atención, si en la playa jugaban fútbol con habilidad, lo mismo hacían en las calles del pueblo, pero con una pelota pequeña y dura.
Ya en la noche sintió hambre. Algo le quedaba del dinero que le dio la niña del parque.
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Buscó un lugar para comer y pudo servirse un rico pescado con menestra y jugo de coco. El señor que atendía en ese local, le preguntó de dónde venía y qué buscaba. Emocionado contó su historia y comentó que el abuelo le había encomendado un trabajo y debía cumplirlo. Ankant tenía una duda sobre su aventura. Ya había recorrido tres regiones y la pregunta que le hizo al señor fue:
- ¿Sabe usted dónde queda la cuarta región? Se supone que si ya llegué al mar no existe nada más.
El señor le contestó: en medio del mar existe un lugar encantado, donde se encuentran animales raros y hermosos como las grandes tortugas, lobos de mar, piqueros de patas azules, fragatas e iguanas. Además es nuestro y todos se maravillan con su belleza. Pero, llegar allá es difícil y solo un sueño o un milagro podría lograrlo.
En ese momento Ankant recordó lo que le había dicho su abuelo: solo sueña y cree, todo es posible.
Sonriendo el niño corrió a la playa. Encima de un pequeño bote pesquero estaba esperándole una gaviota, que le permitiría seguir con su aventura, pero esta vez lo haría por sobre un pacífico océano.
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El viaje duró mucho y el niño cansado se durmió. Al despertar con los primeros rayos de sol, pudo ver unas extrañas figuras en el mar, eran unas islas e islotes que seguramente serían su destino final. Luego de planear por el lugar, la gaviota posó sus patas en unas rocas y Ankant miró más de cerca las Islas Encantadas.
Las grandes tortugas galápagos, las iguanas y los árboles raros le hicieron abrir mucho los ojos. Después de caminar un rato llegó a un pueblo, cuya gente estaba trabajando. Siguió su camino y pudo ver que los niños también eran alegres y jugaban en los parques y canchas de la isla.
Ahora lo entendía: el país del Sol y de las cuatro regiones era un lugar único. No existía otro igual. En él, la naturaleza es abundante y las personas son alegres y cordiales.
- Ya lo entiendo -se dijo Ankant-. Ahora tengo que regresar a mi pueblo. La gente debe saberlo todo. Luego de un paseo por las Islas Encantadas, inició su viaje de regreso.
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De la forma como llegó, se fue. En el camino de regreso nuevamente los habitantes de los diferentes pueblos lo guiaron, hasta que se encontró en la colina, donde días atrás se despidió de su abuelo.
En esa loma y arrimado a un enorme árbol vio a su amado abuelito Ángel quien lo recibió con una enorme sonrisa y un fuerte abrazo.
- ¡Gracias, abuelito!, tuve la mejor experiencia de mi vida. Lo sabías. Tú ya conocías que vivimos en un verdadero paraíso.
- Sí, le dijo su abuelo, era necesario que realices este viaje. Una aventura como esta la tenías que sentir y ahora la debes contar a nuestra gente. Ellos deben saber que nuestro Ecuador es un paraíso hermoso y que somos sanos y alegres; que no hay vicios porque se han ido y que el deporte y la recreación se practican en todo el país sin discriminación ni diferencias.
Luego de un gran abrazo, se dirigieron al pueblo para contar a todos acerca del inolvidable viaje de Ankant por las cuatro regiones del país del Sol.
Fin
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MARTÍN A LACARRERA
Santiago Naranjo
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Las niñas y los niños debemos prepararnos para cuando seamos adultos elijamos
correctamente a nuestros gobernantes.
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PARTICIPACIÓNEN DEMOCRACIA
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mí me gustan las elecciones, porque la ciudad se arregla como si hubiera fiesta. Los postes se llenan de cartelitos de vivos colores y aparecen personas con trajes llamativos y caras pintadas repartiendo papelitos brillantes. Aunque a veces mi papá se enoja porque pasan muchas propagandas en la televisión, a mí me gustan las elecciones, además al día siguiente hay vacación en mi escuela. Solo tengo un pequeño problema: no sé muy bien cómo funciona o qué quiere decir eso de votar. Dentro de poco habrá elecciones de nuevo y esta vez quiero saber todo, porque voy a ser un ciudadano responsable como es Valentina, mi hermana mayor, que ya tiene edad para votar.
Camino a la escuela me dije: ¡Voy a preguntar, hasta saber todo sobre las elecciones! Quiero conocer quiénes son esas personas de caras sonrientes que aparecen en los carteles y cómo la gente los escoge. ¿Será parecido a lo que pasa en los equipos de fútbol? Porque yo resolví hacerme hincha del equipo de mi papá, el de la universidad donde estudió. Cuando le conté a mi papá que iba a hacerme hincha de su equipo, gritó de alegría. Supe que había hecho algo bueno, aunque todavía no sé qué tan bien juega ese club.
Al llegar a la escuela me dirigí a mi aula. Para mi buena suerte había llegado temprano la profesora de Matemáticas y antes de que comience la clase le pregunté:
- ¿Por qué siempre nos dan vacación luego de las elecciones?
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- Porque deben limpiar el desastre que dejan luego de la votación - me respondió.
Estaba listo para seguir con las preguntas, pero sonó la campana y tuve que sentarme en mi puesto. Había comenzado con el pie derecho, ya sabía algo: las elecciones lo dejan todo hecho un desastre…
Todavía con muchas dudas en mi cabeza, le pregunté a mi hermana Valentina si sabía por qué las elecciones dejan todo patas arriba. Ella tan solo me miró durante un rato y me contestó:
- Martín, tú no sabes nada de nada. Sin elecciones, entonces sí quedaría todo patas arriba.
- ¿Entonces las elecciones sirven para arreglar y no para desarreglar? - le pregunté.
- No sé si para arreglar, pero por lo menos para que exista un orden.
No sabía qué pensar, lo que para mi profe de Mate era un desastre, para Valentina era ordenado. Tal vez mi profesora no pensaba como Valentina. Mi papá era el indicado para sacarme de esta duda. No me costó mucho encontrarlo. Estaba sentado en la sala viendo la televisión. Me senté junto a él y atendí a la pantalla así como él lo hacía.
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No pasó mucho tiempo, para que las imágenes del fútbol dieran paso a la propaganda multicolor de la campaña electoral. Mi padre se enojó como un toro, lanzando quejas, preguntando ¿Hasta cuándo?, mientras yo lo observaba en silencio. Al fin, se dio cuenta de que yo estaba ahí y compartió sus molestias conmigo:
- ¡Estoy cada vez más cansado!
- ¿De qué?... –le pregunté inocente.
- De tanto candidato, para esta bendita carrera electoral.
- ¿Carrera electoral?, ¿en dónde corren?
- ¡Martín, no me interrumpas! Llevo quince minutos aquí, y tan solo he visto dos goles, ¡dos goles!, por culpa de tanta propaganda. En cambio, creo que he visto veinte candidatos en este cuarto de hora. No quiero saber nada más de estas elecciones. Así no se puede ver el resumen del fútbol, ya no hay vida con estos políticos.
Yo tengo la solución –grité animado- ¡Qué los políticos jueguen fútbol así verás muchos goles!
Mi padre me clavó su mirada, dejándome saber que mi idea no era tan buena como yo había pensado. Y antes de que pudiera decirme algo, traté de salvarme murmurando:
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- Papá, se acabaron las propagandas, sigue el programa de fútbol.
Rápidamente, los ojos de papá saltaron de mi cara avergonzada a la cara plana del televisor que mostraba las acciones de otro juego más. Aproveché el descuido y me escapé hacia mi cuarto, en silencio. Tuve que esperar algún tiempo hasta que mi corazón volviera a su puesto. Aunque el susto valió la pena, había avanzado algo más en mi investigación. Se trataba de una carrera electoral. ¡Era una carrera! Ahora todo tenía sentido: en una carrera hay un orden con los corredores, tal como dijo mi hermana Valentina; pero fuera de ella, en el público puede existir desorden, tal como dijo mi profe.
Las palabras de papá seguían todavía dando las vueltas en mi cabeza: cualquiera podía lanzarse a la carrera electoral. Una idea vino a mi mente. Yo seré un ciudadano aún más responsable que Valentina, yo seré candidato en estas elecciones.
Primero, tendré que mejorar mi estado físico, si quiero hacer un buen papel en la carrera. Últimamente no me ha ido tan bien en las clases de educación física en la escuela. De repente pensé: ¿para qué participan en la carrera electoral algunos candidatos gordos? Lo más seguro era que terminen últimos y eso si llegaban a la meta.
Me vino otra idea: ¿qué hacen los que no corren? Me imagino que alientan y hacen barras a los candidatos, y eso es votar. Mientras más votos tienes, más alegre te sientes y más rápido llegas a la meta.
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Recorté la mejor foto que había de mí en la casa, la pegué en una hoja en la que escribí: “Martín vicepresidente”. No estaba seguro de correr tan rápido como para llegar primero y ser presidente, así que mejor voy a lo seguro y me apunto para vicepresidente nomás. Fui a la papelería del barrio y saqué cuarenta copias de mi propaganda. El dueño de la papelería sonreía con gusto cuando vio mi hoja; creo que cuento con su voto, él me alentará cuando corra.
Satisfecho, regresé a la casa con mis cuarenta copias bajo el brazo. Tenía que mostrarlas a Valentina, para que se entere de una buena vez que el ciudadano más responsable de la casa soy yo y no ella.
Pero, qué enojo sentí cuando ella vio mi propaganda y se reía sin parar. Entre risa y risa me explicó que solo pueden candidatizarse las personas adultas y además deben ser parte de una especie de club que se llama partido político. Que lanzarse como candidato sin un partido político era tan tonto como tratar de jugar fútbol tú solito, sin un equipo.
No había sido del todo cierto lo que dijo mi papá, porque esto de las elecciones no estaba parecido a una carrera, sino que se parecía más al fútbol.
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Mi hermana me dijo que debía comparar a las elecciones con el fútbol, para que yo pueda entender, porque “llegué tarde a la repartición de cerebros”. Resulta que, así como en el fútbol debes tener un equipo, hinchas y estadio; para las elecciones debes tener candidatos, un partido político con afiliados y una sede. Esta última podía ser una casa o un local pequeño como una tienda. Si me decido a armar un partido político, ¿el vecino de las copias me prestará su local como sede? Creo que sí. No me imaginaba que sea tan difícil. Ya comprendo por qué razón sonríen tanto las señoras y los señores que aparecen en los carteles, porque ellos tienen muchos amigos, simpatizantes, afiliados y hasta un local para su partido político. Si yo tuviera todo eso también sonreiría mostrando todos los dientes. Por el momento no tengo muchas razones para sonreír. Por recortar mi cara de la foto familiar que estaba en un cuadro de la sala, mi mamá me castigó durante tres semanas. Ella no quiso entender que yo estaba haciendo campaña y que ya contaba con el apoyo del vecino de las copias. No le importaron para nada mis explicaciones y me dijo que antes que político tenía que ser un hijo obediente y respetuoso; que si me portaba mal de niño, nadie votaría por mí cuando sea adulto.
Eso me lleva a mi siguiente duda: si las elecciones no son como una carrera, ¿cómo funcionan los votos? No creí que debía preguntárselo a mamá, porque luego del castigo estaba furiosa conmigo, pese a que
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volví a pegar el recorte de mi rostro en la foto familiar de la sala. Mi hermana se burlaba cada vez que me veía y se inventó algunos apodos para molestarme: Martín, “político partido” o simplemente “vice”. No tenía otra persona a quien preguntarle que a papá. Esta vez no le haría preguntas durante el resumen de las mejores jugadas de fútbol.
Me armé de valor, así como reuní unas cuantas monedas que tenía en el cajón y le dije a papá:
- ¿Quieres un helado? Yo te invito.
Él me respondió, entre sorprendido y divertido:
- Bueno, gracias, pero no cuentes conmigo para que tu mamá te levante el castigo.
Mientras regresábamos de la tienda de la esquina le pregunté a papá cómo funcionan los votos y por qué son un desastre, tal como dijo mi profesora de Matemáticas. Entre mordisco y mordisco del helado, me explicó:
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- Dar un voto es un acto de confianza. Los adultos votamos por el mejor candidato y confiamos que él tomará las decisiones correctas en los asuntos importantes.
- ¿Cómo sabes cuál es el mejor candidato?
- El que tiene mejor preparación, ha hecho más cosas y entiende lo que quiere el pueblo. Aunque muchas veces la gente escoge al candidato que le parece más simpático.
- ¡Ah! Así como tú escogiste el helado.
Sí, algo así –me respondió soltando una risita. Por eso es importante que participemos todos los ciudadanos, para que se presenten los mejores candidatos y el pueblo pueda escoger entre ellos.
- Papá, tú dijiste que cualquiera puede lanzarse como candidato. ¿Es cierto?
- Sí, todo ecuatoriano adulto y que esté afiliado a un partido político tiene el derecho a lanzar su candidatura, para cualquier puesto.
- ¿Qué pasa si nadie se lanza como candidato?
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- Eso sí sería un desastre, tomando las palabras de tu profesora. ¿Qué pasaría si solamente pudieras escoger helados de mal sabor?, ¿qué harías tú?
- Mejor compro caramelos.
Papá soltó una carcajada escandalosa. Antes de que se derrita mi helado, él me contó que el desastre al que se refería mi profe era el desorden de las bancas de mi escuela, que movían para que los adultos puedan votar. Por eso teníamos vacación al día siguiente, porque los conserjes debían arreglar toda la escuela. Prometió que me dejaría acompañarlos, el día de la votación. Además dijo que Valentina sí era en verdad responsable, porque a los diecisiete años no era obligatorio votar, pero que mi hermana había decidido hacerlo de todas formas.
Al llegar a casa le conté a Valentina que yo iba a acompañarlos el día de las elecciones. Muy divertida comentó:
- Es un honor que nos acompañe el señor vicepresidente.
- Tal vez, algún día llegue a ser vicepresidente –le respondí- entonces, ¡vas a ver!
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Mi madre se acercó y luego de recordarme que seguía enojada conmigo, me dijo que si soy rencoroso nunca llegaría a ser candidato a nada ni a vicepresidente y lo que es peor: que aunque me elijan, si no era bueno, podían despedirme de mi puesto de vicepresidente.
Totalmente sorprendido le pregunté:
- Pero si ya me eligieron vicepresidente, ¿cómo pueden echarme de mi puesto?
- Si el pueblo se llega a enterar que no estás cumpliendo con responsabilidad las obligaciones de tu cargo, pueden juntar muchas firmas y te sacan de tu puesto. Para que te enteres, guambrito –me contestó mi madre, mientras cruzaba los brazos.
- ¿Se puede hacer lo mismo con mi profesor de Educación Física? –pregunté.
- ¡No, no! –exclamó Valentina- porque a tu profesor no lo eligieron con votos; a él lo contrataron en tu escuela, que es distinto. Yo creo que dices eso solo porque no te gusta hacer ejercicio.
- ¡Pero yo sí hago ejercicio! –me defendí al instante.
- ¡Claro!, tú juegas fútbol todo el día… pero en la computadora.
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Me puse rojo, mientras todos reían a gusto.
Con la cabeza baja, yo pensaba sobre este asombroso dato: se puede echar a quien se elige si no hace bien su trabajo, no importa que haya tenido muchísimos votos. Quisiera ver qué cara ponen los sonrientes señores de las propagandas de la calle cuando se enteren de esto. Luego de un momento me dejé contagiar de la alegría general y yo también reí, acompañando al coro de risas de mi familia.
A la hora de la merienda todos estábamos mucho más contentos. Mi mamá casi no se acordaba de la foto familiar de la sala. Yo resumí todas las cosas que descubrí al hacer mi investigación, hasta mi idea de ser vicepresidente. Cuando comenté esto, luego del postre, mi madre me indicó que deben inscribirse al mismo tiempo el candidato a presidente y a vicepresidente. Resulta que en todo este asunto de las elecciones se debe participar en conjunto, nadie hace las cosas solo y por su cuenta.
¡El día de las elecciones llegó! Papá está feliz porque ya no ha visto propagandas en la televisión desde hace dos días.
Voy con toda mi familia a votar. Llegamos a la entrada de una escuela que no es la mía y mi sorpresa es grande, hay puestos de venta de comida y gente que entra y sale de la escuela. Valentina se agacha y me susurra al oído:
- Mire, ¡cuánta gente responsable hay en nuestro país, señor vicepresidente!
Es verdad. Dentro de la escuela hay muchas filas de mujeres y de hombres, fuera de las aulas de la escuela. Mi familia busca sus juntas electorales, que son los lugares donde deben votar. Mamá y Valentina se despiden de nosotros y buscan su junta.
Acompaño a papá a la suya y mientras nos toca el turno, él me indica que en las elecciones se eligen presidente, vicepresidente, asambleístas, concejales, consejeros y otros cargos que no recuerdo bien. No me imaginaba tantos candidatos, por eso son varias las hojas en las que mi papá tuvo que marcar. Mientras él estaba dando su voto yo lo esperaba parado junto a la puerta.
Durante todo el tiempo que estuvimos en ese salón de clase había mucho silencio, me imagino que para entregar la confianza hay que estar callados y atentos.
Mientras yo miraba fijamente todo, el militar que estaba parado junto a mí me preguntó muy serio:
- Oye, niño, ¿entiendes cómo funcionan las elecciones?
- Claro que sí –le respondí confiado-. Al principio creía que era una carrera, pero luego comprendí que era más parecido al fútbol; es como cuando se escoge un helado, con la diferencia que hay confianza,
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pero si la rompes te echan de tu puesto por más votos que tengas. El militar quedó sorprendido, parpadeó un par de ocasiones y aprovechó que alguien iba a entrar a la clase para no tomarme en cuenta y mantener su posición de firmes a la entrada.
Papá recibió un papelito que certificaba que había escogido a sus candidatos, me tomó de la mano y salimos hacia el patio de la escuela para encontrarnos con mamá y Valentina. Regresamos a casa y pasamos una tarde tranquila, mientras esperábamos con curiosidad los resultados.
En la noche los noticieros anunciaban a los candidatos ganadores de la jornada electoral.
Mi familia se juntó frente al televisor y pude ver al nuevo vicepresidente del país, estaba en una tarima, de pie junto al presidente, saludando a la multitud de simpatizantes que aplaudían emocionados. Hasta vi a unas señoras llorando de la felicidad.
Confieso que por un momento yo también me emocioné y dejé que mi imaginación me transportara a esa tarima. Triunfante levantaba los brazos en medio de la multitud ruidosa. Ellos confían en mí, pensé. Y sentí en mi barriga algo raro que inundaba mi cuerpo. Cerré los ojos y me dejé llevar por esa buena sensación.
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Cuando abrí los ojos me di cuenta que tenía los brazos en alto y mi hermana dejó salir su risotada, que me devolvió a la realidad familiar.
Ya en la cama, al final del día, sigo opinando lo mismo, a mí me gustan las elecciones, y ahora que sé más de ellas me interesan mucho porque todos participamos en la democracia. Incluso yo, porque al conocer sobre la participación política, las niñas y los niños nos preparamos para ser ciudadanos responsables en el futuro.
Aunque creo que voy a abandonar mi idea de ser vicepresidente, ¡porque ahora quiero ser presidente! Sigo en la carrera y para lograrlo pienso formar, cuando sea joven, mi propio grupo político, uno que comprenda mejor a las niñas y a los niños de nuestro querido Ecuador.
Fin
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Richard González
CUANDO SE MIRACON EL CORAZÓN
Richard González
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Las niñas y los niños tenemos derecho a que nos respeten y acepten como
somos.
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IGUALDAD Y NO DISCRIMINACIÓN
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n Ecuador, existe una ciudad llamada “La Torre de San Sebastián”, atravesada por dos ríos, en donde una joven mujer esperaba traer al mundo unos gemelos. Pero, no todo salió como ella quería. Los niños le dieron una sorpresa y adelantaron su nacimiento. Ambos pequeños lucharon por sobrevivir, pero por su debilidad, solo uno de ellos pudo hacerlo. Al niño que sobrevivió, su mamá lo llamó Mauricio.
Mauricio nació sin la capacidad de ver y no podía observar todo lo que le rodeaba. Las figuras eran sombras para él.
Él fue creciendo y en su vida desarrolló capacidades diferentes a las de los demás. Tenía mucha habilidad para el dibujo y la música. Aprendió a sentir y oír mejor que el resto de personas.
Desde que cumplió los seis años, preguntaba a su mamá:
- Mami: ¿qué color tiene el cielo? Con el mayor cariño su madre le respondía:
- Es blanco como tu sonrisa y azul como tu corazón que te ayuda a distinguir entre las buenas y malas personas que hay en este mundo.
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Al niño le encantaba escuchar esta respuesta, por eso a cada momento repetía esta pregunta a su mamá.
Algunas personas cuidaban de que Mauricio crezca feliz y saludable, entre ellas, sus abuelitos: la “mamita Tuca” y el “papito Viche”, quienes eran padres de María, su mamá. Ellos querían mucho a Mauricio y se preocupaban por su salud y por enseñarle buenas costumbres y modales.
Mauricio siempre desayunaba con la “mamita Tuca”, antes de que el “papito Viche” le acompañe a la escuela, María no lo podía hacer porque tenía que salir muy temprano a su trabajo: era profesora de un colegio.
Todos los días la “mamita Tuca”, con el ánimo de que la visión de su nieto mejorara, a más del rico desayuno, le servía un vaso con jugo de zanahoria. Pero a Mauricio no le gustaba tomarlo y hacía “mala cara” hasta que el “papito Viche” comenzó a animarlo:
- ¡A qué no tomas el jugo antes que yo!, ¡verás que te gano! A ello, Mauricio, con una hermosa sonrisa contestaba:
- No, no, no, abuelito, yo te gano. Yo soy más rápido que tú. Y claro, casi siempre ganaba y con voz alta exclamaba: te gané “papito Viche”, te gané, ¡lero lero, lero, lero!
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Pero un día el niño se cansó de ganar y le dijo a la “mamita Tuca”:
- Si gano siempre, ¿cuál es mi premio? Los ganadores reciben un premio.
A esta interrogante su abuelita respondió:
- Tu premio eeeeeesssss: ¡otro vaso de jugo bien lleno, mi querido niño!
A Mauricio, esta respuesta no le gustó y mientras su abuelito reía, dijo:
- No, “mamita Tuca”, así ya no juego más, quiero otra cosa de premio.
Ante esto, la abuelita le contestó:
La zanahoria tiene vitaminas que ayudarán a que tu vista se recupere. Las personas que te queremos, hacemos cosas para ti con cariño. No puedes esperar recompensas por hacer algo que te beneficia, sino más bien, agradecer por tener a tu lado seres que te aman y se preocupan de tu salud.
De repente, María entró en la sala. Llegó con una noticia que les llenaría de alegría y de tristeza a la vez.
- Papitos, encontré un trabajo muy bueno, voy a ganar más dinero, pero nos tenemos que ir a vivir a seis horas de aquí. La “mamita Tuca” y el “papito Viche” comprendieron que era lo mejor para María y Mauricio, pero sentían una gran pena por tener que dejarlos ir.
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Al siguiente día, desde el Colegio “Jaque”, llamaron a María para que se posesione de su cargo de profesora de Matemáticas en la parroquia “La Naranja”. Ella y Mauricio viajaron de inmediato. “La Naranja” tenía todo para que los dos se enseñaran: buenas personas, un clima cálido, bastante tranquilidad, un parque, una iglesia, una escuela, un colegio, mucha naturaleza por conocer y espacios para caminar.
Mauricio había terminado la escuela en la ciudad “La Torre de San Sebastián” y para él era el momento de entrar al octavo año de educación básica. María había pensado pedir matrícula para su hijo en el centro educativo donde ella iba a trabajar, por lo que le dijo:
- Mi vida, ahora vas a estudiar con nuevos compañeros, que no son como tú. Pero debes tener presente que la única diferencia importante en el mundo, es la que hay entre las personas buenas y malas. A esto, él respondió: - No importa, mami, sé que me voy a llevar muy bien con mis nuevos compañeros. Mauricio estaba contento porque conocería otros amigos.
María le había dicho esto a Mauricio porque iba a cambiar la forma cómo aprendería y el lugar en el que se educaría. Él había asistido a una escuela que se preocupaba por el desarrollo de las potencialidades de las personas con discapacidad. Sin embargo,
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María estaba segura que su hijo no tendría problemas. Para ayudar a Mauricio con las tareas escolares, ella había aprendido el sistema braille, un código táctil de lectura y escritura.
Así, ella le conseguía textos en este sistema para que Mauricio adquiriera el hábito de la lectura, pues consideraba que a través de ella, conocería y aprendería muchos secretos que le permitirían crecer en conocimientos.
Al día siguiente de su llegada al pueblo, María pidió a la máxima autoridad del Colegio “Jaque”, el rector, le conceda un cupo para que Mauricio estudie en octavo año y así continúe con su educación. El rector, que ya estaba a punto de jubilarse, pensó, que en su Colegio no estaban preparados para atender a niños con problemas de la vista.
A pesar de estas consideraciones, lo admitió y le dio matrícula en octavo año.
A los tres días de clases, el maestro Toquilla envió a los estudiantes una tarea para que la hicieran en casa. Mauricio la realizó en sistema braille y al siguiente día cuando quiso entregarla, el profesor no la recibió y dijo:
- No entiendo nada de lo que tú has traído. Tú tienes que presentar las tareas de la misma forma que han presentado el resto de tus compañeros. Aquí todos son iguales. Cuando regresó a casa, María preguntó a su hijo cómo le había ido con la presentación del deber. Mauricio le respondió que bien, el profesor
pronto lo calificaría. Ella de todas formas quedó preocupada y fue al día siguiente a visitar al maestro para averiguar bajo qué normas calificaría la tarea.
El profesor le indicó a María que no calificaría el deber de Mauricio si no era presentado como lo hacía el resto de alumnos. Ella le explicó que Mauricio era un ser humano igual que el resto de sus compañeros.
Al profesor Toquilla le causaba molestia tener a Mauricio en su clase y, por tanto, adaptable a él, usando un método de evaluación diferente al que había aplicado durante veinte años de carrera docente.
Los esfuerzos que hacían los demás profesores en las otras materias, quienes aceptaron evaluar a Mauricio oralmente, molestaba al señor Toquilla. Este maestro se negaba a recibir los deberes que el estudiante llevaba en braille porque creía que su forma de calificar era la correcta.
María decidió que Mauricio lleve las tareas en braille, aunque de seguro, el profesor Toquilla no perdería la oportunidad para hacerlo sentir mal.
En ocasiones, cuando preguntaba a todos los alumnos sobre algún tema relativo al deber que envió el día anterior o la respuesta acerca de la temática que trataban ese día, algunos niños querían contestar, entre ellos Mauricio.
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El profesor Toquilla decía en voz alta, dirigiéndose a Mauricio:
- ¡Vos, no! ¡Vos, no puedes! ¡Vos, no! ¡Vos, no sabes!
Todos en la sala se reían de la petición de Mauricio.
Como consecuencia de las acciones del profesor Toquilla, algunos de sus compañeros de curso, le pusieron como apodo “Niño Braille”, mientras otros, rechazaban la actitud del profesor y de los compañeros que lo molestaban. Esto hacía que cada vez Mauricio se sienta más triste y reduzca un centímetro de su tamaño.
María preocupada durante todo este tiempo por el desempeño de Mauricio en esta materia, fue a preguntar al profesor y reclamarle por qué aún no tenía calificaciones de las tareas de su hijo, pero el profesor Toquilla le contestó que no debía preocuparse, que ya las entregaría.
Un día, convocaron a la entrega de las primeras calificaciones generales y Mauricio en esa materia tenía cinco puntos sobre diez.
María estaba sorprendida porque esta era la única calificación baja de Mauricio. El promedio no era el resultado de las tareas, la actuación en clase y los exámenes dados en el trimestre, ella pensaba y pensaba.
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Cuando María preguntó al profesor Toquilla, ¿por qué Mauricio tenía esta calificación?, este contestó:
- Agradezca que le he puesto demasiado.
Entonces María dijo:
- Pero si mi hijo hizo todas las tareas y no hay ningún tipo de valoración y calificación sobre ellas. Además, él sí rindió el examen.
El profesor Toquilla le respondió:
- Esas tareas no se entendían, parecían jeroglíficos. Por eso no podían ser consideradas, peor calificadas.
Así las cosas, María no sabía qué hacer para detener el aislamiento y el daño emocional que su hijo estaba sufriendo. Desde hace mucho tiempo, Mauricio pasaba triste y se sentía cada vez más pequeño. Ya había perdido algunos centímetros de estatura desde que llegó a “La Naranja”.
Su madre no entendía cómo los otros profesores habían utilizado distintas formas para evaluar lo que Mauricio aprendía y siempre lo hacían participar en clase para integrarlo al trabajo con sus compañeros.
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Entonces, ella habló de esto con el rector, quien le respondió que ya había conversado con el profesor Toquilla sobre el tema y él se negó a ceder.
Un día, a María se le “prendió el foco”, como diría Mauricio. Recordó que recién había ido a las urnas a votar por la aprobación de una nueva Constitución de la República, libro en el que se encuentran los derechos y obligaciones que debemos exigir y cumplir las personas.
Pronto recordó que tenía el texto constitucional en su biblioteca y se puso a leerlo. Encontró que en él se señalaba como regla, que todos tenemos derecho a que el Estado nos dé educación. Ella era maestra y debía conseguir eso para los alumnos y su hijo. Además encontró otra regla que garantizaba que todos éramos iguales y que nadie podía ser discriminado por ningún tipo de discapacidad, opinión, religión, enfermedad, etcétera.
María decidió que debía impedir que su hijo se sienta cada vez más pequeño y exigir que reconozcan para él los mismos derechos que tenían sus compañeros.
Enseguida entendió por qué en “La Naranja” a las niñas, niños y adolescentes que tenían algún problema físico, visual o auditivo no les permitían estudiar en el colegio.
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María consultó a los padres de estos niños:
- ¿Por qué a sus hijos no los han matriculado en la Escuela y Colegio “Jaque” de “La Naranja”?
Ellos le contestaron que no les habían dado matrícula y que estaban extrañados que a Mauricio le facilitaron el cupo para que estudie y se imaginaban que fue porque ella era profesora en el establecimiento. Le comentaron que hace mucho tiempo aceptaron que sus hijos no se eduquen porque no tenían dinero para enviarlos a “La Torre de San Sebastián”, donde existían centros especializados en educación para personas con discapacidad.
Inmediatamente María fue a la ciudad, a “La Torre de San Sebastián”, a consultar su caso con algunos abogados, quienes le confirmaron que su hijo tenía derecho a recibir educación y a ser tratado de igual a igual.
A los abogados que tomarían a cargo su caso, María debía pagarles una cantidad mayor a la que ganaba mensualmente como maestra. Ellos tenían que viajar seis horas fuera de la ciudad y acompañarla en la audiencia a la que llamaría el juez para tratar el problema.
Cuando María le contó a la “mamita Tuca” lo sucedido. Ella le dijo que se acuerde que su nieto Ricardo estaba por graduarse de abogado. Entonces, lo llamaron y comentaron el caso.
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Ricardo decidió ayudarlos y escribió la demanda de protección de los derechos constitucionales de Mauricio a fin de que María se presente como la defensora de su hijo y lleve adelante el caso porque para eso, no era necesario un abogado con título.
Antes de entrar a la reunión, María le preguntó a Mauricio:
- ¿Mi vida quieres contarle al señor juez lo que te pasa con el profesor Toquilla?
Mauricio, no lo dudó. Le dijo a su mamá, que sí quería hacerlo y tal vez el juez, le devolvería los centímetros de estatura y de confianza que sentía perdidos.
Después de que María presentó el caso, el juez les llamó a una reunión para tratar sobre el asunto y dar una solución. En la conversación, el juez dejó que María hablara. Ella le entregó la libreta de calificaciones, en la que se podía ver que en la materia del profesor Toquilla, Mauricio tenía cinco puntos sobre diez, sin que se explicara el porqué de esa nota.
María le indicó al juez que varias veces había entregado los deberes al profesor sin que jamás le explique cuál era la calificación que tenía en ellos.
Ante esto, el profesor Toquilla contestó que la mamá de Mauricio lo que quería es que le pusiera diez puntos y pasara el año sin hacer nada.
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Luego, María pidió al juez que escuche a su hijo. El juez aceptó. Mauricio señaló que cuando él quería participar en clase, el profesor Toquilla lo ignoraba. En este punto, el maestro pidió al juez que le permita repreguntar a Mauricio y este aceptó.
- Mauricio, ¿con qué tipo de gestos imaginas que te ignoraba, si tú no puedes ver?, le dijo.
A esta pregunta Mauricio, respondió:
- Yo lo sentía, siempre que quería entregarle las tareas en braille e iba caminando hacia usted, me hacía a un lado para no recibírmelas y se alejaba sin hacerme caso.
El profesor terminó indicando en su defensa:
- Yo no tengo por qué aprender braille ni evaluar a Mauricio de forma diferente que a los demás alumnos. Él ha venido a incomodar a todos en el Colegio.
En los veinte años que llevo trabajando como profesor, jamás he tenido esta clase de estudiantes. Mauricio no permite que sus compañeros progresen, por eso debería estudiar en “La Torre de San Sebastián”.
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El juez luego de escuchar al profesor Toquilla y a Mauricio, dijo:
- Esto va en contra de los derechos que nuestra Constitución garantiza a toda persona: el derecho a la educación y a ser integrada en todo lugar.
Asimismo indicó que actitudes semejantes a las tomadas con Mauricio, se habían vuelto costumbre en “La Naranja”. Comprobó que en este lugar existían niñas, niños y adolescentes con discapacidad que no estudiaban. Además que el profesor Toquilla como “autoridad” del Colegio había negado las matrículas.
El juez también se dio cuenta que algunos maestros no estaban preparados para enseñar e integrar a la educación a los menores con discapacidad.
El juez decidió que el Ministerio de Educación forme una Comisión con especialistas y profesores del Plantel para evaluar a Mauricio en la materia del profesor Toquilla, apoyándose en nuevas formas de evaluación. Ordenó que los profesores del Colegio reciban capacitación para que puedan enfrentar la diferencia en situación de igualdad, conociendo las capacidades y talentos de niñas, niños y adolescentes.
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Para asegurar que todas las personas conozcan que existe el derecho a la educación y que pueden exigir su respeto, el juez pidió a la Defensoría del Pueblo que organice un acto público convocando a todas las personas de “La Naranja” para que el rector del Colegio “Jaque” les informe de su decisión y que sepan, de ahora en adelante, que sus hijas e hijos tienen iguales derechos y oportunidades para crecer y estudiar.
Mauricio se sintió muy contento con este resultado. Volvió a recuperar su tamaño. La lucha de madre e hijo quedó como ejemplo para que quienes siempre estuvieron invisibles, ahora puedan jugar e ir a estudiar con los demás.
Desde ese día en “La Naranja” se inauguró la educación para las personas con discapacidad.
Mauricio muy fortalecido se integró a todas las actividades sociales y humanas.
Meses más tarde, María fue nombrada maestra de un colegio de “La Torre de San Sebastián” y matriculó a su hijo en un colegio donde los estudiantes no tenían problemas visuales como él. Logró ponerse de acuerdo con los profesores para que reciban los deberes y exámenes escritos en sistema braille.
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Ahora, Mauricio además de estudiar, por las tardes entrena ajedrez y aprende a tocar el piano. Los fines de semana dirige un programa para respaldar a las y los estudiantes que presentan alguna discapacidad.
Mauricio es optimista y sabe que con esfuerzo y valentía puede lograr todo lo que se propone. En la actualidad, es el joven más alto del grupo y es feliz en su Colegio.
Su mamá siente que Mauricio ganó una batalla muy dura, en esta sociedad donde lo perfecto de lo imperfecto no quería mirarse con el corazón.
Fin
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EL PUEBLOINVISIBLE
Graciela Eldredge
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Todas y todos los ecuatorianos tenemos derecho a una patria,
nacionalidad e identidad que nos permitan sentirnos
orgullosos.
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IDENTIDAD
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iempre he soñado con volverme invisible. Encontrar la capa mágica de los cuentos de hadas y poder desaparecer a voluntad, sobre todo, ante una situación desagradable. Pero nunca imaginé que llegaría un día en que me encontraría con todo un pueblo invisible.
Esta es una historia, que no me contaron, sino que la viví. Trabajaba en un proyecto para el área rural, es decir, para habitantes que están lejos de los centros poblados, muchos de ellos perdidos en la montaña y sin ningún tipo de servicio básico, sobre todo, educación y salud.
Con el fin de que los trabajos respondan a la realidad, debíamos visitar los distintos lugares de nuestro país, para conocer los paisajes, historias, tradiciones y costumbres de sus habitantes. Teníamos que sacar fotografías de las personas, sus casas, los paisajes, vestidos, animales, el trabajo y todo aquello que sirviera para apoyar nuestra labor.
Entre los sitios que debíamos visitar, había uno, cuyo nombre nos llamó la atención: Río Escondido. Era un sitio de la Costa, perdido en la montaña.
Un grupo formado por tres personas: Martha, Homero y yo, llegamos a la ciudad más cercana, para allí tomar un autobús hacia Río Escondido, al llegar nos encontramos con la novedad de que no había ninguno que fuera hacia ese lugar.
Nos informaron que una camioneta salía una vez por semana, pero que en realidad nadie conocía el pueblo que buscábamos.
S
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Con el afán de cumplir nuestra misión, sobre todo, porque pensábamos que nuestro trabajo iba a ayudar a los niños del país que más necesitan educación y salud, averiguamos por todo lado, hasta que localizamos a la camioneta que nos llevaría a Río Escondido.
¡Qué sorpresa!, nosotros esperábamos una camioneta de cajón, como las que circulan por todo lado, pero nos encontramos con un bus de madera, de colores alegres, puertas y ventanas abiertas y unos tablones, a manera de asientos.
El conductor del vehículo nos dijo:
- Mi nombre es Plutarco, para servirles. No conozco el pueblo que ustedes buscan, pero yo paso cerca de un río que se llama así. Les puedo dejar en el camino y ustedes tienen que seguir por la trocha, monte adentro.
Lo que les aconsejo es que vayan a la radio y manden un mensaje para que alguien salga a esperarlos con unos caballos. Por allí está La Delicia, un caserío que queda cerca del camino y alguien puede ayudarlos a llegar, hasta donde ustedes desean.
- ¿Y no es peligroso? –preguntó Martha.
- No, la gente de aquí es buena y hospitalaria. No hay que tener recelo.
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Si quieren les acompaño a la radio. El locutor es mi amigo.
Seguimos el consejo del chofer de la camioneta y en su compañía fuimos hacia la emisora.
Cuando llegamos, Plutarco nos presentó al locutor de la radio, que era Humberto, un conocido de Homero. Se saludaron afectuosamente y luego le explicamos que necesitábamos enviar un mensaje al caserío La Delicia, para que ellos nos indicaran cómo llegar hasta Río Escondido.
De inmediato, Humberto tomó el micrófono y envió el siguiente mensaje:
- “Llamamos la atención a Don Agapito Fructuoso en la comunidad La Delicia, para que de ser posible, mañana martes al mediodía, salga al camino con tres mulas, a esperar a unos señores que vienen de la Capital y los lleve hasta Río Escondido. Entretanto, a nombre de la Comisión, les dedicamos a él y a su familia, un saludo musical con el pasillo: Cristo de Oro; pedimos a cualquier vecino que nos esté escuchando, le dé el recado a Don Agapito”.
Este mensaje lo estaremos repitiendo cada media hora, con música incluida.
De inmediato, empezaron a sonar las notas de Cristo de Oro: “Yo tengo un Cristo de Oro que me dejó mi madre…”
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Dimos las gracias a Humberto y nos despedimos. Luego, acordamos con el chofer, que al día siguiente nos recogiera en la pensión a las seis de la mañana.
Así fue y muy temprano emprendimos el viaje, en compañía de los campesinos que iban a distintos lugares.
Se sentía un aire cálido y agobiante. Empecé a sudar, me quité la chompa y me quedé en blusa.
Me senté junto a una ancianita, que llevaba vestido oscuro y lucía una pañoleta en la cabeza. Tenía su rostro tostado por el sol, totalmente arrugado y seco, en el que brillaban sus ojos llenos de dulzura. Nos hicimos amigas y fuimos conversando de los asuntos del campo.
Me contó de la situación de pobreza y abandono en la que vivían. No tenían agua potable y debían bajar al río a recogerla para la comida y lavar la ropa. A veces, cuando iban a bañarse, la corriente estaba crecida y se llevaba a las personas. No tenían luz eléctrica y se alumbraban con candiles a kerosene, que ellos mismos fabricaban con latas usadas.
- Ahora, siquiera tenemos esta camioneta para que nos lleve al pueblo para oír misa en la iglesia, porque ni siquiera capilla hay aquí.
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- ¿Y tienen escuela?, pregunté.
- Nada. Había una, pero un día el profesor se fue y no volvió más.
- Cuando están enfermos, ¿quién los atiende?
- Nosotros mismos, con nuestros montes, con manteca de puerco o con las pastillas que compramos en el pueblo y tenemos en la casa para alguna necesidad.
¿Y cuál es su nombre, señora?
- Próspera Cedeño. ¿Y el suyo?
- Carmen… -respondí yo.
De repente, pidió al chofer que detenga el carro y se levantó para bajarse. Se despidió de mí tocándome la mejilla, me sonrió y se fue.
De ahí en adelante, fui observando el paisaje que se extendía ante mis ojos. Lomas verdes en algunas partes y peladas en otras. Platanales, manchas de caña guadúa, pastizales verde amarillentos, árboles y arbustos de especies desconocidas para mí.
De vez en cuando, se veía alguna casa de caña, que se perdía entre la vegetación. Algunas reses aparecían en medio de los pastizales. Ocasionalmente, algunas aves volaban cerca del camino.
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No entraba viento a la camioneta, a pesar de que no tenía vidrios en las ventanas y los pasajeros, afectados por el calor, el polvo del camino y el cansancio del viaje, dormitaban en sus asientos. Después de un largo recorrido, el chofer de la camioneta gritó:
- Los señores que vienen en Comisión desde la Capital y se quedan en la entrada de La Delicia. ¡Ya llegamos!
Nos pusimos en movimiento, recogimos nuestro equipaje, dimos las gracias al chofer, le pagamos el pasaje y nos bajamos.
- ¡El próximo martes estaré por aquí! Les espero en el mismo lugar.
Aquí le esperaremos, amigo. Gracias por todo.
El carro partió y nosotros nos quedamos solos, en medio de lo desconocido.
A la hora señalada, en el camino apareció un campesino. Era don Agapito, sobre su montura y con dos mulas y un caballo.
Yo nunca había montado en mula, solamente y hace mucho tiempo, en caballo. Para mi compañera, era su primera experiencia y tenía mucho recelo. Homero, que era de origen montubio, cabalgaba muy bien.
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- No se preocupen. Estos animales son mansos y muy nobles. Además, yo les llevaré de las riendas –dijo don Agapito.
Temerosas, Martha y yo, con ayuda de los dos hombres, subimos a las cabalgaduras. Luego, ellos montaron en sus caballos e iniciamos el viaje hacia La Delicia.
En el trayecto le explicamos a don Agapito, que teníamos la misión de ir hasta Río Escondido, puesto que en la investigación realizada, se encontró que sus condiciones de vida eran pobres; no tenían escuela.
Habían sido seleccionados para que se construya una escuela con vivienda para el maestro, se les dote de un profesor, textos escolares y se los capacite con el fin de trabajar junto al maestro en beneficio y adelanto de todos.
- Nosotros, tampoco tenemos nada de eso. Ojalá después también haya algo para nuestro caserío. Porque también somos pobres y estamos olvidados, comentó don Agapito.
- Tomaremos nota de lo que nos dice y haremos lo necesario para ayudarlos también a ustedes –dijo Homero.
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- Pero cuéntenos acerca de Río Escondido.
- Sí, casi nadie conoce bien dónde queda –agregó Martha.
- Bueno. La verdad es que ninguno de nosotros tiene trato con esas personas. Se cuentan muchas cosas de ellos. Se dice que vinieron a refugiarse en lo más profundo del monte, cuando vinieron patrullas a establecer la tranquilidad en toda la provincia.
Otros cuentan que son un grupo de familias que vinieron huyendo de enemigos que incendiaron sus casas, les quitaron sus tierras y los echaron de allí.
Son gente de pocas palabras. Solo vemos a algunos hombres, cuando salen a cambiar sus productos en nuestro caserío y a comprar lo que no pueden conseguir con el trueque.
Todos les tenemos respeto y hasta temor, porque alguna vez que alguien quiso aprovecharse de uno de ellos en un trato, este sacó el machete y lo retó a duelo.
Fue algo tremendo. Todos los que estábamos cerca nos quedamos en silencio. Nos retiramos prudentemente hacia los lados, y los dos quedaron frente a frente pero no se hicieron daño.
Después de eso, preferimos no meternos con ellos y mantenernos alejados de Río Escondido. Yo los presentaré al jefe y me regresaré.
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Luego de un largo recorrido, don Agapito detuvo las cabalgaduras y nos invitó a desmontar, porque quería brindarnos la “iguana” que tenía preparada. Yo me imaginé que tenía a este animalito cocinado y sentí preocupación.
Recordé las orientaciones recibidas cuando hacía trabajo comunitario, de que debíamos recibir de buen grado, cualquier demostración de cordialidad; comida, en este caso.
Al ver nuestras caras de inquietud, Homero soltó una carcajada y nos dijo:
- ¡Ja, ja, ja! No se van a comer un animal, sino que aquí se llama así a la comida que llevan los trabajadores para el mediodía. Y dirigiéndose a don Agapito, le dijo:
- Estas señoras han creído que usted les iba a brindar un pedazo de cola de iguana.
Los dos rieron burlonamente de nuestra equivocación.
Don Agapito sacó de la alforja una bolsa de plástico con cuatro envoltorios, bien asegurados en hojas de plátano ahumadas.
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En su interior estaba una porción de arroz con trozos de cocolón, sus correspondientes presas de pollo estofadas, acompañadas de pedazos de yuca, todo deliciosamente aliñado. Además, una botella con avena, endulzada con panela.
Como no había cubiertos, nos servimos con las manos. Después, en un mate ancho, bebimos el refresco, que nos pareció muy sabroso.
Nos limpiamos con las mismas hojas de la iguana y después de agradecer a don Agapito y descansar un rato, continuamos el viaje.
Mientras íbamos acercándonos al lugar donde estaba localizado Río Escondido, la vegetación se hacía cada vez más espesa y variada. Nuestro guía nos dio toda una lección de ciencias naturales. Aprendimos muchas cosas sobre las plantas y los animales del sector.
Repentinamente, entre la vegetación aparecieron ante nosotros, dos niños que montaban una burra, a cuyo lado estaba el borriquito más precioso que yo había visto en mi vida. Sus hermosos ojos, brillantes y apacibles, destacaban bajo su cerquillo rojizo.
- ¡Qué lindos!- dije yo. –Déjenme tomarles unas fotos.
Apenas bajé de mi caballo, los chiquillos hicieron lo mismo y desaparecieron monte adentro. Yo tuve que conformarme con la foto de los animales.
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Continuamos el viaje y fuimos comentando lo que nos había pasado hace un momento.
Íbamos tan entretenidos que no nos pesó el viaje. Pronto nos encontramos en las cercanías de Río Escondido.
Subimos una cuesta, en la que los animales resbalaron varias veces y eso causaba la risa de don Agapito.
Pronto llegamos a la cima de la loma y pudimos observar en medio de la vegetación, como en un sueño, un pequeño caserío formado por casas de caña sobre altas patas y cubiertas de hojas de cade.
- ¡Este es Río Escondido! –exclamó nuestro guía.
Nosotros quedamos silenciosos y emocionados. Se respiraba un aire puro y de quietud. Por fin habíamos llegado a nuestro destino.
De inmediato, comenzamos a descender la loma y estuvimos en el caserío.
Salieron a recibirnos varios perros que ladraban y gallinas que correteaban cacareando por todo lado, pero no aparecía ningún ser humano.
- ¡Buenas tardes…! –gritó don Agapito.
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De una de las viviendas salió un hombre con cara seria.
Don Agapito se adelantó, mientras nosotros esperábamos, todavía montados, por si había que dar la vuelta y salir huyendo.
Pero nada de eso ocurrió.
- ¡Hola, amigo Temístocles! -saludó nuestro guía.
- Qué se le ofrece, Agapito. ¿Y quiénes son los que vienen con usted?
- Una Comisión de la Capital y quieren hablar con ustedes. Ellos le explicarán mejor.
- ¡Ah! –dijo don Temístocles, porque nos avisaron que por aquí andan merodeando unos robachicos.
Mientras tanto, otras personas se acercaban, como salidas de la nada. Parecía que nadie nos veía, pero bien que habíamos sido observados desde el comienzo.
Detrás de las faldas de las mujeres se escondían los niños, que asomaban sus caras con curiosidad.
Todos fijaron su mirada inquieta en nosotros y don Agapito, pacientemente, les explicó que había sido una confusión de los chicos.
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Que yo solo quise acercarme, acariciar al burrito y tomarles unas fotos. Les aclaró además, que nosotros veníamos a trabajar con ellos y que íbamos a quedarnos varios días en la comunidad. Que necesitábamos un cuarto y que nos atiendan con la comida. Que éramos buena gente y no queríamos hacerles daño.
Después de las aclaraciones y de una larga conversación, los campesinos nos abrieron las puertas de sus casas.
Como primer gesto de buena voluntad, nos invitaron a merendar. La comida consistía en aguado de gallina, acompañado de arroz blanco con cocolón y menestra de habas secas, con trocitos de cuero de chancho, según me contaron cuando les pregunté. Además, nos sirvieron plátano asado para acompañar el potaje. Se completó con un jarro de delicioso café negro y luego me enteré, que ellos mismos sembraban, cosechaban y procesaban.
Después de comer, pedimos a don Temístocles, quien era el jefe de la comunidad, nos permita tener una primera reunión para conocernos mutuamente. Él nos dijo que no era posible la reunión con todos esa misma noche, pues había que convocarles previamente, ya que algunos vivían un tanto lejos.
Nosotros aceptamos y conversamos largamente con él, su familia, su vecino más cercano, don Zenón y Agapito.
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Les pedimos que nos cuenten desde cuándo y cómo es que llegaron a vivir en aquel lugar tan apartado.
El jefe de familia empezó su relato:
Yo nací aquí. Mi abuelo fue el primero en llegar huyendo de la persecución de los traficantes de tierras, que los expulsaron junto con otras familias, que también se establecieron en este lugar.
Sus descendientes somos los que vivimos aquí, ahora. También llegaron otras personas, que venían en busca de trabajo o se perdían en la montaña o eran familiares de otros que estaban aquí. Algunos venían a visitarles y se enamoraron de Río Escondido y se quedaron.
Claro que antes de aceptarlos, debían demostrar que eran buenas personas: trabajadoras, honradas, tranquilas y respetuosas. Así, vinieron personas de varios lugares de nuestra provincia, otros que decían ser de la Sierra y hasta algunos que eran de la Amazonía. Aquí tenemos gente de todas partes. Se los nombra igual que al lugar de donde vinieron. A unos les decimos “sosorangas”, a otros “parameros”, “orientes”, “esmeraldas” y así se llaman también los hijos y nietos.
- ¿Y de qué viven? –preguntó Martha.
- Cada familia tiene su pedazo de tierra. La cultivamos, criamos animalitos. Nos ayudamos entre todos cuando nos toca sembrar, cosechar, levantar alguna casa nueva porque la familia ha crecido o
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porque la que tenían está vieja. Las mujeres mismas cosen la ropa, en una máquina que era de la abuela de mi señora. Ella les presta a las demás vecinas.
- ¿Y saben leer y escribir? –pregunté yo, interesada.
- No, ni nos ha hecho falta. Sin letras ni nada de eso hemos vivido hasta ahora.
- ¿Y cuándo se enferman? ¿Quién les atiende?
Aquí tenemos a nuestra curandera, una mujer venida de la Amazonía, que además es partera. Ayuda a que nazcan las niñas y los niños sin dificultad. Casi todos somos parientes por algún lado y así nos llevamos bien, sin peleas, ni envidias. Eso nos ha servido para vivir en este lugar, sin deber nada a nadie.
- Pero, –dijo doña Prudencia- muchos niños mueren al nacer y otros cuando ya están creciditos. Recién murieron los hijos de tres vecinas. Benita, la curandera, nos dijo que les habían ojeado. Nosotros mismos tenemos dos difuntitos. También hay algunos guacharitos, porque sus mamás murieron al dar a luz.
Después de conversar, acordamos que al día siguiente se enviarían mensajes a los distintos lugares de la comunidad, para que, a las seis de la tarde, se reunieran con nosotros.
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Nos indicaron el lugar en el que íbamos a pasar la noche. Como las casas no eran muy grandes, nos ubicaron a las mujeres, en la de don Temístocles, a Homero y don Agapito en la del vecino Zenón.
Nos retiramos y agotadas por el viaje, dormimos cómodamente en las hamacas que había en la habitación. Ni siquiera el zumbido y las picaduras de los mosquitos nos impidieron conciliar el sueño.
Al otro día, nos levantamos muy temprano y bajamos al “Río Escondido”, que cruzaba a pocos metros de la casa, en compañía de las dos hijas adolescentes de don Temístocles: Rosa y Azucena.
En los barrancos de las orillas crecían cañaverales, árboles enormes que daban unos frutos rojos y fragantes que perfumaban el ambiente, las chicas dijeron que eran higuerones y una variedad de bulliciosos pájaros huían al sentir nuestra presencia.
En un recodo del río, nos dimos un refrescante baño.
Cuando volvíamos a la casa, nos encontramos con don Agapito que regresaba a La Delicia, le pagamos y agradecimos por el servicio prestado.
Luego, salieron a recibirnos Emérito y Antuco, los niños que huyeron asustados de mí en el camino de venida, cuando quise fotografiarles con los burros.
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Mientras nos protegían de los perros que nos saludaban con ladridos en todos los tonos, nos invitaron entre tímidos y autoritarios, en coro:
- ¡¡¡Dice mi mamá qué vayan a tomar el café, que ya está servido!!!
Nos reunimos a desayunar en la casa de don Temístocles, alrededor de la mesa, en unos bancones hechos con troncos de los árboles de zapote, como nos refirió doña Prudencia, la dueña de la casa.
El desayuno consistió en una tortilla de huevo con cebolla verde, cilantro, queso y sal; plátano asado y maní quebrado, junto a una fragante taza de café negro. Todo ello preparado en el horno de leña y con el afecto de las manos campesinas.
Igual que en la noche anterior, los dueños de casa no compartieron con nosotros la mesa. A mi pedido de que se sentaran junto a nosotros, don Temístocles respondió muy serio:
- Nosotros estamos aquí de pie para ver si les gusta la comida y lo que les haga falta.
Así que, nos tocó comer ante la mirada atenta de todos.
Después de tomar el café, agradecimos y nos dirigimos a preparar nuestra charla de la noche.
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Como no había luz eléctrica, no podíamos utilizar ningún aparato tecnológico, por lo que decidimos iniciar la reunión comunitaria con una función de títeres, a través de los cuales explicaríamos los objetivos de nuestra visita.
Durante toda la mañana pasamos preparando con una sábana y unas cañas, un escenario que colocamos en una explanada, al pie de un enorme y solitario árbol de guachapelí, que extendía sus ramas a manera de inmensa sombrilla. Algunos niños se acercaron a ayudarnos y otros nos miraban desde lejos con gran curiosidad.
Homero pensó que podíamos alumbrar el teatrino, con la luz de la linterna que siempre acostumbraba llevar o con candiles y podíamos poner un poco de música con mi radio portátil.
Cuando terminamos los preparativos era ya pasado el mediodía y nuevamente tuvimos la oportunidad de saborear la comida preparada por doña Prudencia.
Cerca de las seis de la tarde y debajo del guachapelí, empezaron a reunirse las familias. De todas partes llegaban personas de cabello rizado y tez morena, otras de piel tostada y cabello negro y lacio, unas de ojos y cabello claros, pero todos, con sonrisa amplia y mirada atenta. Pronto oscureció y solo las estrellas alumbraban la noche. En aquel sitio de sombras, apenas iluminado por mecheros colocados alrededor del improvisado teatrino, comenzó la reunión.
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El títere que yo manejaba dirigió un saludo a los presentes, que estaban muy emocionados, pues ni grandes ni chicos habían asistido nunca a una presentación de este tipo.
Entre los tres compañeros fuimos explicándoles el objetivo de nuestra visita. Les hablamos de la alegría que nos daba estar entre ellos. Que queríamos conocerlos, para juntos realizar algunos trabajos que hacían falta en la comunidad, como los servicios básicos, pero sobre todo, educación y salud.
Después de la función, quedaron entusiasmados. Algunas niñas nos preguntaron dónde estaban los señores que habían hablado antes.
Entraron detrás del teatrino en su busca, pero nosotros les explicamos que eran unos muñecos que se llamaban títeres. Una de ellas dijo:
- ¡Ah, ya! ¡Son señores títeres!
Luego, todos nos sentamos en círculo debajo del árbol, con la música de los insectos nocturnos y bajo la luz de las estrellas. Conversamos de la necesidad de construir la escuela y el centro de salud. Les dijimos que era importante que la comunidad donara el terreno para la construcción del local.
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Don Zenón exclamó:
- Yo tengo terreno suficiente para construirla.
Cuando le dijimos que para legalizar la donación necesitábamos sus papeles, entre ellos la cédula de ciudadanía y las escrituras, nos informó que no tenía nada de eso, porque nunca los había necesitado y que nadie en la comunidad los tenía.
Entonces les comentamos, que si estaban inscritos en el Registro Civil, nosotros les ayudaríamos a sacar la cédula, pero resulta que ninguno estaba anotado en ninguna parte, ni tampoco los terrenos.Les explicamos a continuación la importancia de estar inscritos en el Registro Civil, pues eso les garantizaba la pertenencia a nuestro país. Que si bien, ellos tenían nombres, costumbres propias, su manera de hablar, de cultivar, de preparar la comida, su música, bailes y recuerdos familiares, en las condiciones que estaban, esa identidad no era reconocida ante los demás. Es decir, era como que no existieran.
En los días siguientes nos dedicamos a levantar un censo de los pobladores. Visitamos las casas, compartimos su mesa y nos dimos cuenta de sus necesidades.
Eran ciento cincuenta pobladores que no existían legalmente para el resto del mundo, es decir, eran parte de un pueblo invisible.
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El jueves tuvimos otra reunión bajo las estrellas y los señores títeres, al compás de la música del radio portátil, alumbrados por la luz de la linterna y los candiles, les explicaron lo que es la identidad:
Juan.- ¡Hola, señoras, señoritas y señores, jóvenes, niñas y niños! ¿Sabían que pertenecemos a un país grande y hermoso que se llama Ecuador?
Público.- ¡No!
Rita.- ¡Pues, así es! ¿Y saben lo que es la identidad?
Público.- ¡No lo sabemos!
Petita.- Pues, desde el momento en que nacemos, necesitamos una identidad. Yo, por ejemplo, me llamo Petita Vera y, estoy anotada en una oficina que se llama Registro Civil, porque cuando yo nací mis papás me inscribieron. Allí me dieron la partida de nacimiento.
Juan.- A mí también me registraron cuando nací e igualmente a Rita. Desde entonces tenemos nombre, apellido, una familia y nacionalidad.
Rita.- Cuando crecí, fui a la escuela, necesité la cédula de ciudadanía y tuve que sacarla con mi partida de nacimiento. A partir de allí, soy ciudadana ecuatoriana. No soy apátrida.
Público.- ¿Apátri…qué? ¿Y eso qué es?
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Rita.- Los apátridas son los que no tienen patria, nacionalidad, ni identidad legal. Yo sí tengo nacionalidad y una patria grande llamada Ecuador. Estoy protegida por la Constitución y las leyes.
Público.- ¿Y eso para qué sirve?
Petita.- Sirve para ser reconocidas como personas humanas, disponer de una escuela con profesores que enseñen a leer, escribir, a contar y otras cosas más y médicos para que nos curen cuando estamos enfermos.
Juan.- También sirve para que las autoridades nos aseguren la propiedad de nuestras tierras y nadie pueda quitárnoslas. Es decir, para exigir nuestros derechos, pero también cumplir deberes hacia los demás. Así, a nuestros padres, a quienes debemos ayudar y respetar. Con la patria, también tenemos obligaciones.
Rita, Juan y Petita.- Así que, amigos y amigas, ¡a construir su identidad!
Los títeres se despidieron entre los aplausos y vivas de los vecinos.
Alguien gritó: ¡Qué vivan los señores títeres! ¡Qué no se vayan!
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Salimos para conversar con la gente y establecimos algunos compromisos: mandar un educador popular para que organice a la comunidad; inicie la alfabetización de niñas, niños, jóvenes y adultos así como prepare la venida de un equipo para legalizar la tenencia de la tierra y se encargue de la llegada de los representantes del Registro Civil para que los empadronen, les entreguen la partida de nacimiento y puedan cedularse.
La comunidad, por su parte, se comprometió, a través de don Temístocles, a formar una organización junto con el educador y apoyarlo para que pueda llevar adelante lo acordado: construir un galpón para la escuela comunitaria; determinar el terreno para levantar el local escolar definitivo y colaborar en las demás gestiones.
Al día siguiente, después de un rico café, iniciamos el viaje de regreso, esta vez con don Temístocles. Los vecinos de Río Escondido nos despidieron con demostraciones de afecto y esperanza.
Nos tomamos varias fotografías con la gente que se sentía entusiasta y conmovida. Todos estaban felices porque dejaban de ser invisibles. En una de estas fotos, por supuesto, aparecían Emérito, Antuco y el tierno borrico que me había encantado desde el principio.
Fin
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Luis Daniel Maldonado GuerreroMagíster en Literatura Infantil y Juvenil, Universidad Técnica de Loja, Ecuador. Licenciado en Comunicación Especialidad en Desarrollo, Universidad Politécnica Salesiana, Ecuador.
Municipio de Quito, UNICEF y Plan Internacional.
Richard Honorio González DávilaMagíster en Derecho Constitucional, Universidad Andina Simón Bolívar. Candidato a Doctorado en Derecho, Universidad Andina Simón Bolívar. Abogado y Licenciado en Jurisprudencia, Universidad Nacional de Loja. Actualmente forma parte del equipo de la Unidad de Técnica Legislativa de la Asamblea Nacional.
Graciela Eldredge CamachoMagíster en Tecnología Educativa, ILCE, México. Doctora en Ciencias de la Educación, Universidad Central del Ecuador, Quito. Licenciada en Literatura y Castellano, Universidad Central del Ecuador, Quito. Publicaciones: Leyendas Infantiles Ecuatorianas (1981), Ecuador. La Edad Encantada (1985), Ecuador. Carmen en la Ciudad de los Espantos (2002), Ecuador. De los Andes a los Pirineos (2006), Ecuador. Ojos de Luna, la Llama Náufraga (2009), Ecuador. Manuela (2009), Ecuador. Ecuador: Leyendas de Nuestro País (2009), Ecuador. Leyendas de América (2009), Ecuador. Leyendas Universales (2010), Ecuador. El Padre Encantado (2008) Primer Premio del concurso Alicia Yánez Cossío del Consejo Provincial de Pichincha.
Santiago Naranjo Viera Magíster en Literatura Infantil y Juvenil, Universidad Técnica Particular de Loja, Ecuador. Licenciado en Lengua y Literatura, Universidad Técnica Particular de Loja, Ecuador. Experiencia: profesor de Literatura y Teatro en el Colegio Menor San Francisco de Quito; profesor de lenguaje en el Colegio Cervantes y Jefe del Área de Español desde 2010; actor en la Caravana por los Derechos de los Niños (1998), auspiciada por el
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