matriarcado del amor 1

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  • 8/18/2019 Matriarcado Del Amor 1

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    erótica 

     Historias

    inolvidable

    de mujeres

    maduras

    con hombre

     jóvenes

    M  at r i ar c ad o d e l A   m  o r 

    Eli

      z  a

        b  e   t    h

       B    l  a  c    k   w  o  o

        d

    Luna Blanca

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    MatriarcadodelAmor

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    Título: Matriarcado del Amor

    Autor: Elizabeth Blackwood© 2013 Luna Blanca

    ISBN: 978-987-26527-5-3

    Todos los derechos reservados

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    Matriarcado

    del Amor

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     ANTES DE LEER

    Este libro es el primero que escribo y trata sobre

    el tema del amor. Más precisamente sobre el amor entre

    mujeres maduras y hombres más jóvenes. ¿Por qué elegí

    este tipo de relaciones en vez de otras socialmente más

    “aceptadas”? Porque cada vez es más común que una

    mujer mayor se permita salir con un tío de menor edad.

    Ya no nos sorprenden tanto esas noticias de tías maduras

    liándose con hombres más jóvenes. O de hombres más

     jóvenes buscando a una mujer madura. Además de

    esa razón, decidí escribir estos relatos porque a mí,en lo personal, me parecen historias que, cuando son

    románticas de verdad y no aventuras pasajeras, poseen

    un encanto especial que las hacen diferentes del resto.

      Puede que alguna mujer se sorprenda si le digo

    que existen historias verdaderamente románticas entre

    una mujer mayor y un hombre mucho más joven… Si noestá enterada de esto, es porque no se tomó el trabajo

    de buscarlas en Internet. Para no quedarme con las

     ganas de darle un buen ejemplo de ello, usted tiene el

    caso de Mary Kay Letourneau, un caso de amor real muy

     famoso ocurrido en EE.UU entre una maestra de 33 años

    con un alumno de 12. Desde luego la relación fue, en su

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    el colegio donde ambos asistían la maestra y el alumno

    se enamoraron. Ella quedó embarazada de su alumno y

     posteriormente fue juzgada por violación de un menor.

    La noticia se hizo eco en la prensa y sacudió a la sociedad

    norteamericana. La maestra fue lógicamente a la cárcel

     y se le ordenó estrictamente mantenerse alejada del

     joven. Pero éste la siguió visitando en la prisión pues

     jamás dejó de amarla. El amor, cuando es VERDADERO,

    es más fuerte que los prejuicios sociales. Ella vuelve

    a quedar embarazada en la propia cárcel después de

    tener un encuentro con el chico… y, después de más de

    siete años tras las rejas, la mujer inalmente recuperó su

    libertad.

      ¿Cómo terminó la historia? 

      Una vez libre la mujer contrajo nupcias con el joven

     y quienes les entregaron las alianzas a los enamorados

     fueron... nada menos que sus dos pequeñas hijas.

      ¿No es una historia genial? Digna de una película

    de Hollywood.  La pareja luego vendió la exclusiva de la boda a

    los programas de ENTERTAINMENT TONIGHT AND

    THE INSIDER, lo que les permitió obtener una suma

    importantísima de dinero. Pero este caso de amor

     platónico no es el único… Tenemos otro que le ocurrió

    a Leah Gayle Shipman, una ex profesora del condado de

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    de tener relaciones sexuales con un alumno de 15 años.

    Su marido se enteró de la inidelidad y pronto se divorció

    de ella. Leah fue arrestada en Enero del 2009 por los

    cargos de abuso sexual con un estudiante, estupro y

    libertades indecentes. De forma inmediata la maestra fue

    suspendida de su empleo y no le fue renovado su contrato

    de trabajo. Acorralada por la justicia, la docente se

    declara culpable de su “delito” y todo parecía indicar que

    terminaría tras las rejas como Mary Kay... Sin embargo,

    no fue a la cárcel. Su enamorado, el estudiante Johnnie

    Ray Ison, se casó con ella y así la mujer se salvó de ir

     presa. Resulta que, según la ley de ese estado, el cónyuge

    de un acusado no puede ser obligado a declarar en su

    contra en casos penales, por lo que, tras el matrimonio

    contraído por las partes, la ex profesora pudo eludir la Justicia.

      ¿Quién le irmó al menor la licencia para que éste

     pudiera casarse con ella salvando de esa forma a la

    docente? 

      Sabemos que un menor, aquí o en la China, no puede irmar nada por su propia cuenta. La persona

    que irmó la autorización de matrimonio fue la propia

    madre del menor, lo que indica claramente que ésta no

    interpretó la conducta de la docente como un abuso

    contra su hijo. Un detalle que, en este tipo de casos, no es

     para nada menor. ¿No es otra historia increíble? 

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    como éstas que no son tan “extrañas” como parecen

    aunque, desde luego, la mayoría de ellas sabemos que

    son historias fugaces (lamentablemente).

      Sorprendida e intrigada al enterarme de estos

    romances tan particulares que desaían las convenciones

    humanas, me pregunté, curiosa, cuáles serían las

    “minucias” que acompañaron en su momento a esas

     fogosas pasiones. Detalles y vivencias que no aparecen

    en absoluto en las páginas de los periódicos y que se perderán para siempre en el silencio de aquellos que,

     felizmente, las vivieron. Así, completamente privada de

    esos “pormenores”, decidí yo rellenar eso huecos y escribir

    un libro para satisfacer mi propio placer… Imaginar

    cómo se fueron dando esas situaciones y cómo fueron

    vividas por sus protagonistas. Por supuesto, agregandosiempre un poco de lo mío, ya que es imposible imaginar

    esas cosas sin recurrir por la fuerza a las propias

     fantasías.

      Todo relato de amor es, hasta cierto punto una

    autobiograía, aunque ésta sea sólo imaginaria. Puedeque las historias contenidas aquí sean demasiadas

    románticas para su paladar y espero que me sepa

     perdonar si en algún momento peco de ser poco

    �realista. Pero no es menos cierto también que el

    romanticismo es la «sal de la vida» ¿o no? Si no fuera

    así, para qué escribir entonces historias de amor. Port t hi t i á á ti

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    depende en buena parte de nosotros. El amor es como

    cocinar un pastel. Miremos por un momento a mujeres

    como Mary Key...

      Después de que leas este libro, si eres una mujer

    liberada y sin prejuicios, puede que ames este tipo de

    historias. Me he esforzado bastante para que así ocurra y

    he tratado de no guardarme en el tintero absolutamente

    nada. En ella aparecen hombres que a más de una le

     gustaría tener. Si te interesa uno en particular, seguro que

    lo meterás en lo más profundo de tu ser y no lo olvidarás

     jamás. Lo buscarás entre la turba de la gente sin poder

    encontrarlo, como en un acto relejo, y luego volverás

    a releer este libro una y otra vez para encontrarte de

    nuevo con él o reproducirás estos relatos de erotismo enla pantalla imaginaria de tu mente reinventando cada

    una de estas historias... agregándole, quizás, matices

    nuevos... adecuando cada diálogo u experiencia al que

    tuviste alguna vez con un hombre que te encendió y que

    te hizo gozar.

      Estos hombres que desilan por estas páginas

    vivirán contigo para siempre. Nunca te abandonarán.

    Y esto es así porque te aman y te necesitan. Porque

    eres la madre “prohibida” que esperan. Eres la Isis

    que adoraban los egipcios. La Deméter que veneraban

    los griegos. Dales tus manos, tus pechos, tu vientre. Arrúllalos debajo de tus faldas. No cometas el pecado de

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     por haber escrito este libro, ni me idolatres si llegara a

     gustarte, porque estos relatos no me pertenecen… Yo soy

    simplemente una contadora de historias, una gitana que

    lee tus manos, una gualichera errante que busca calmar

    tus ansias con yuyos y hierbas mágicas sembradas a la

    luz de la Luna. Estas historias te pertenecen a ti, a mí y

    a todas las mujeres. Es nuestro patrimonio y derecho. Es

    nuestro dominio y estandarte. Nuestro reducto. Nuestro

    cónclave. Por ser mujeres. Por ser hembras. Por ser la

    madre paridora de la especie.

    Elizabeth Blackwood 

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    INDICE

    La Madrastra (15)

    Mujeres Enfrentadas (85)

    Historias Cruzadas (157)

    La Amiga de la Madre (208)

    Regalo de Navidad (242)

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    “La Madrastra”

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    L A M A D R A S T R A

    I

      No fue fácil la vida de Carmen. No incluso hastaque se casó con un maduro norteamericano de nombreAlan Turner, dueño de una importante inmobiliariaen el estado de Texas, EE.UU. Como muchas otras

    muchachas mexicanas, emigró hasta el país vecinocon el objeto de poder labrarse un porvenir. Buscabaconseguir algún empleo o poder casarse con algúnamericano que le permitiera obtener la nacionalidad.Lo logró al inal de cuentas después de remarla sola casiun año y se fue a vivir con él en una cómoda viviendaubicada en la pintoresca ciudad de San Antonio, delmismo estado. Su marido, un tipo mucho mayorque ella, había perdido a su mujer en un accidenteautomovilístico hacía unos años atrás. Situaciónque lo llevó a quedarse solo con su único hijo Alex,

    de tan sólo 5 años, fruto de esa relación. El hombreestuvo sin pareja durante todo ese tiempo hasta queconoció a Carmen, recientemente emigrada de 28años, que trabajaba de cajera en un supermercadoubicado cerca de su propia inmobiliaria. Le llamó laatención su aspecto ísico y la personalidad cálida que

    trasmitía. Carmen era una mujer alta, de tez morenay de unos contornos bastante llamativos. Su rostro no

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    era demasiado bonito pero sí armonioso y agradable.Su carácter era bien diferente al carácter frío de lasmujeres del norte, cuyo único interés personal pasaba

    (y pasa) por realizarse en una profesión y conseguirseun hombre que las �aguante para poder comprarseuna vivienda y formar, más adelante, una familia (si lacosa marcha bien).

      Es bien sabido que a los hombres de Texas  les

    gustan mucho las mujeres latinas y Carmen no eraen absoluto una mujer a depreciar. Alan Turner noera la excepción en el mundo de los machos tejanosy no se tardó demasiado tiempo en echarle un ojoa la sensual mexicana. Lo más importante de todo,necesitaba una nueva “madre” para su hijo. Una mujer

    que se encargara de un varón que ya tenía 9 años. Notardaron en hacer “buenas migas” apenas ambos seconocieron, y Turner le propuso pronto matrimonio.Carmen no dudó en decirle que sí y en pocas semanasya estaba viviendo en casa de él. La unión entre estasdos criaturas era lo que podríamos llamar una relación«ideal». Una necesitada de un reaseguro económico yel otro necesitado de una joven nodriza. Más ejemplarno podía ser. ¿La necesidad tiene cara de hereje? Perolas cosas se dieron así. Al señor Turner nunca se lehabía dado bien eso de ser un hombre moderno. Eso

    de limpiar la casa y hacer la comida para su cría no erasu punto más fuerte. No terminaba nunca de entender

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    hogar al estilo familia Ingalls: mujer en casa cuidandoel hogar y el hombre afuera trayendo el sustento. Lasmujeres norteamericanas eran demasiadas liberadas

    para él y las latinas parecían ser las mejores adaptadaspara desempeñar ese tipo de rol tradicional. Máscuando éstas andaban necesitadas de conseguir elderecho de ciudadanía en un país que no tratabademasiado bien a los negros y a los inmigrantes. Porel lado de Carmen, la liberación femenina siempre lehabía parecido un notable progreso para la vida socialde la mujer. En México el movimiento feminista habíaganado más fuerza después de la década del 60` y aella le entusiasmaba el poder tener algún día un títulouniversitario y poder ganarse la vida en una gran

    ciudad como una mujer profesional e independiente.Pero en México, la situación socioeconómica de lamujer no había mejorado tanto como las condicionespolíticas y civiles y, cuando sintió que ya era hora decruzar la frontera para buscar nuevos derroteros, tuvoque olvidarse por un tiempo del feminismo y apostar

    por encontrar un �Charles Ingalls que la mantuviera.Afortunadamente Charles apareció.

      Ya llevaban cinco años de casados cuando Alexacababa de cumplir los 14. El joven había empezadola secundaria en una escuela a pocos kilómetros

    de donde vivía y andaba muy bien en casi todaslas materias. Era el capitán del equipo de básquet

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    y tenía un poster enorme, en su dormitorio, de sumáximo ídolo Manu Ginóbili, un argentino que sehabía hecho famoso en la competitiva y elitista NBA

    jugando para el San Antonio Spurs. Carmen llevaba ytraía a su hijastro a la escuela en un lujoso auto quele había comprado su marido, a la vista de todos suscompañeros de cursos que no dejaban de echarleun ojo a su atractiva “mamita” cuando ésta se bajabade su Ford Mondeo. No era que Alex no fuera losuicientemente mayor como para ir a la escuela solo,pero cuando se cuenta con una madre tan predispuestaa ofrecerle a su hijo ese tipo de comodidades, la cosase torna diferente. Ya por entonces Alex se estabahaciendo mayor y comenzaba a sentirse atraído por

    las chicas, aunque no parecía interesarse todavía porninguna en especial. El muchacho decía que sólo teníaamigas y se apresuraba en dejar la conversación allí,aunque Carmen ya lo había descubierto una nochefrente a su PC mirando chicas por Internet. Se dirigióese día a su dormitorio para preguntarle si quería que

    le dejara la cena en la mesa pues no había venido acenar y, cuando miró a través de la puerta que habíaquedado entreabierta, lo enganchó masturbándosefrenéticamente frente al monitor de su ordenador. Nopudo evitar sentir curiosidad y atracción por lo queestaba haciendo su hijastro, por lo que se quedó unos

    segundos espiando a escondidas mirando cómo élse estimulaba Pero sintiendo un poco de vergüenza

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    de ser descubierta por el joven, cerró con cuidado lapuerta y regresó a la cocina donde estaba su marido.“Dijo que va a comer más tarde”  le contestó a Alan, que

    estaba todavía comiendo en la mesa. Luego guardóla comida en la heladera. Esa noche Alex no cenó. Yase había dado un suculento banquete con las carnesjugosas que venden en Bangbros.

      Carmen era una buena mujer y venía cumpliendo

    muy bien su rol maternal. Realmente se preocupabapor hacer bien las cosas y, aparte de atender comoes debido a su marido, había experimentado muchacuriosidad por saber qué clase de chicas le gustabana Alex. No se escandalizó para nada después de lovisto aquella noche. Ella sabía que los chicos de esa

    edad se estimulaban mirando videos y revistas pornopues, cuando vivía con sus padres en México, habíadescubierto algunas de esas revistas escondidasdebajo del colchón en la cama de su hermano mayor.También había visto un día las sábanas manchadas,en esa misma cama, cuando su madre la mandó aretirarlas para llevarlas al lavadero. Y más tarde,cuando tuvo su primer novio, éste también le confesócómo se castigaba en el baño con la foto de unafamosa modelo brasilera cuando éste apenas habíaentrado en la adolescencia. En in, a Carmen le pareció

    algo de lo más normal ver a Alex haciendo esas cosaspropias de su pubertad. Así que dejó el tema ahí y

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    nada a su marido pues pensó que éste no le daríaimportancia. Sin embargo, la mujer no tardó en darsecuenta cómo Alex empezaba a mirarla de una manera

     peculiar con una frecuencia cada vez mayor, aunqueel joven esquivaba rápidamente la mirada cuandoella, circunstancialmente, dirigía sus ojos hacia él.A veces sus miradas se cruzaban por sorpresa y ellanotaba cómo él le había estado mirando los pechose incluso el carnoso trasero. Una vez le parecióque las bombachas que guardaba en el cajón de sudormitorio estaban medio revueltas, aunque despuésde contarlas cuidadosamente comprobó que no lefaltaba ninguna. Como no estaba segura de que Alexhabía sido el intruso que anduvo metiendo dedos allí,

    se le ocurrió que había sido ella la que había estadobuscando alguna prenda a las apuradas y que por esohabía dejados las bragas así de desordenadas. El saberque Alex había empezado a sentir algo erótico por ellasin duda le agradaba, pero dada la gran diferencia deedad entre ambos y el cariño que sentía por su esposo,

    la idea de tener algo con el muchacho no asomaba porsu mente ni en el más remoto sitio. Más allá de queAlex no fuera su hijo biológico, no podía dejar de verlocomo a un crío en su etapa de evolución sexual al cuallo unía un tierno cariño. “Es un chicuelo”   pensaba, yallí terminaba la cosa.

      Carmen quería a su marido y había sido, hasta

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    todo ese tiempo que estuvo junto a Alan habíademostrado cumplir con esos roles a la perfección,algo que Alan valoraba en gran medida. Vivía

    completamente dedicada al cuidado de su hogar paraque su marido pudiera llevar a cabo, sin ningún tipode contratiempos, el arduo trabajo de la inmobiliaria.Alan, en contrapartida, era un hombre muy hábil enlos negocios y había logrado hacer buenas inversionesvendiendo unos lujosos departamentos en Houstony en Dallas, poco antes de que sobreviniera la crisisinmobiliaria que dejó en la quiebra a más de unode sus competidores. Tenía un amigo que trabajabacomo consultor en un prestigioso banco de Houstony éste, en una cena que mantuvo una noche con un

    grupo de viejos amigos, le avisó a tiempo de la crisisque se venía, lo que le permitió a Turner deshacersede un par de importantes propiedades que estabansobrevaluadas por el boom crediticio. De esa manerapudo hacerse de una buena diferencia de dinero queposteriormente invirtió en otros negocios rentables.

    El problema radicaba en que Alan no tenía tiemposuiciente para dedicarlo a su buena esposa. Se casócon Carmen porque necesitaba una mujer que sehiciera cargo del cuidado de su hijo. Temía dejarabandonado a Alex y que éste pudiera acabar suadolescencia como muchos chicos de su edad; perdido

    junto a un grupo de tipos raros que se la pasaban todoel tiempo fumando porros y aturdiéndose los oídos

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    con música de Nirvana. En San Antonio había muchosde esos “bichos raros” y eso a Alan no le gustaba.Vestidos todos de negro y clavados con tachas hasta

    la nuca. Más allá de los asuntos económicos eso eralo que más le preocupaba. Digamos que era la clasede hombre que adhería a los valores americanos. Sehabía criado en la tierra de los Bush y el forjarse de undigno porvenir había sido el motor de su vida. Luegocasarse con una linda mujer y armar una familia paraconsolidad su posición en la sociedad. Todo eso lohabía logrado. Vivía una vida sin sobresaltos y queríalo mismo para su único hijo. Carmen era una piezaimportante para poder alcanzar ese objetivo, y esa fuela razón de por qué la eligió como su compañera. En

    cuanto a ser un “buen amante”, bueno... Alan hacía loque podía. Y al parecer no podía hacer mucho.

    II

      El primer año de estar junto a Alan había sidoel de una pareja normal. Tenían sexo tres veces porsemana y salían juntos a comer los días viernes. El inde semana se dedicaban a pasear. Pero después delaño de casados esas salidas empezaron a ser menos

    frecuentes y las relaciones sexuales menos frecuenteú El tí

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    apasionado y se iba reduciendo a una rutina que no lamotivaba en lo absoluto. Ella pensaba que casi todoslos hombres «amaban el sexo» y que en cuestiones de

    cama nada podía faltarle, pero pronto comprobó quesu teoría no era del todo correcta. Por lo menos consu actual esposo. Carmen era todavía muy joven pararesignarse a “colgar las bombachas” y eso de tener fríala cama no le sentaba para nada bien. Pasaba casi todosu tiempo en su casa viviendo cómodamente mientrasrealizaba su trabajo doméstico y atendiendo a sujoven hijastro y, cuando llegaba su esposo a las sietede la tarde, sentía verdaderos deseos de compartirnoches apasionadas con él. Turner, en cambio, salíatarde de su trabajo últimamente y su único interés,

    al llega a su casa, parecía ser la comida que habíapreparado su mujer; si tenía las camisas planchadas ysi había enviado sus sacos y pantalones a la tintorería.No la trataba mal y no podía quejarse por eso. Sehabía casado con un buen hombre que no le hacíapasar ningún tipo de necesidades, pero ya se notaba

    que la pasión sexual por las mujeres no era su mejorcaracterística. Mientras cenaban juntos, solían charlarsobre temas triviales como todas las parejas y luegose ponían a ver un poco de televisión antes de irse adormir. Cuando lo hacían, a los pocos minutos Alanroncaba como un tronco y ella se quedaba sola leyendo

    algún libro hasta que la vencía el sueño y apagaba laluz del velador Por otro lado el aparente interés de

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    Alex hacia ella se hacía cada vez más notable y Carmenempezó de a poco a sentir algo dentro de sí que nuncahabía experimentado con anterioridad. Dado esos

    sentimientos que empezaron a bullirle por dentro,comenzó por prestarle más atención a los hábitos delmuchacho. A estudiarlo con detenimiento para vercómo era en verdad. Descubrió, para su sorpresa, queAlex se parecía mucho a un novio que había tenido unavez en su adolescencia. No al primero que conoció sinoal que tuvo después. Un chico de nombre Marcos quesoñaba con ser jugador de fútbol. Era hincha fanáticodel Toluca y jugaba en la tercera división del club, perosufrió una lesión severa en la rodilla y no pudo jugarnunca más. Luego emigró a España y desde ese día no

    supo nada más de él. A Alex no le justaba el futbol, yaque ese deporte no era todavía demasiado popularen EE.UU, pero le daba muy bien jugar al básquet. Suobjetivo era llegar un día a consagrarse en la NBA y sertan famoso como “Manu”, su ídolo máximo. SabiendoCarmen que a Alex le apasionaba ese deporte, no

    tuvo mejor idea que irlo a ver al colegio uno de esosdías donde le tocaba jugar, y se encontró con que elmuchacho era bastante popular entre sus compañerosde equipo. Tenía una buena gambeta y llegaba al áreacon facilidad. No era de estatura elevada pero igualse las arreglaba muy bien para saltar y embocarla en

    el aro. Sus compañeros celebraban entusiasmadoscada tanto que Alex hacía Se le ocurrió al comprobar

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    su destreza, que no era poco probable que el chicollegara algún día a ser un jugador profesional. Y sesorprendió a sí misma el darse cuenta de que se sentía

     feliz por ello. Alex también, al término del partido, sesorprendió ante la presencia de su madrastra, quelo contemplaba sonriente desde fuera de la cancha.Cuando se encontraron, se saludaron con un fuertebeso y después de intercambiar algunas palabras sedirigieron al Ford que aguardaba en la acera.

      Conforme iban pasando los días, Alex se volvíamás dado con su cuidadora y ésta también le dedicabamás cariño y simpatía. Las atenciones de la mujerhacia el chico fueron aumentando con el tiempo yel joven ya no podía ocultar su felicidad al sentirse

    tan mimado. Ella lo había acostumbrado a llevarle eldesayuno a la cama, y le preparaba, para que lleve ala escuela, galletas y postres caseros. A causa de todoeso, el chico se animaba más a confesarle sus cosasprivadas, las expectativas que tenía de la vida y ciertasminucias vividas en clase. Algo que nunca habíahecho antes. También se animaron un día a hablarde sexualidad. Algo que al joven le costó. Y Alex sesorprendió de todas las cosas que sabía su «madre».Carmen le hablaba de esas cosas con sumo respetoy naturalidad, y eso al chico le encantó. Sintió que

    ella no lo discriminaba por el mero hecho de ser unmenor, y que podía hablar con ella de diversos temas

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    pasó a ser muy pronto su conidente. La personaque le prestaba la oreja y con la cual compartía conél sus vivencias. A veces pasaban hasta una hora

    conversando a solas en la habitación del muchacho.Y aunque no siempre coincidían en las ideas, dadala diferencia generacional, lo bueno era que podíanhablar como lo hace cualquier hijo con su mamá. Y esopermitió que Carmen se despreocupara por un tiempode la indiferencia de su marido, ya que el hueco vacío ygris que se había abierto en su vida se había hecho unpoco más chico con la igura de su hijastro.

      No pasó demasiado tiempo en que la relaciónentre ambos se terminó de aianzar y ya a lo últimolos dos parecían más compinches que madre e hijo.

    La leña entre ambos crecía día tras día y sólo hacíafalta una pequeña chispa para que se encendieraapasionadamente. Una palabra oportuna o una cariciade más. Esos roces descuidados e “inocentes” que lasmujeres perciben de los hombres. O los hombres delas mujeres, pues a veces se da al revés. Carmen yaestaba cansada de la poca atención que le brindabasu marido y necesitaba desesperadamente un hombreque por in la amara. ¿Hasta cuándo podía una mujeraguantar tanta insatisfacción sexual? Esa era la granpregunta que picoteaba cada tanto en su mente. No

    era por naturaleza una mujer iniel, pero la cercaníacon el muchacho a la cual le atraía ísicamente sumado

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    por ella, generaba una tensión entre ambos cada díamás diícil de ignorar. Ni Alex ni Carmen se animabana dar el primer paso, quizás temiendo el rechazo del

    otro. Cada día que pasaba parecía que ambos estabana la espera de que el otro iniciara. El desenlace semantenía en suspenso, como ocurre en las novelasde TV, pero una vez que la mujer se convenció de queera Alex el que revolvía sus cajones para coger su ropainterior y masturbarse con ellas en el baño, se animóa dar el primer paso ya no temiendo una reaccióninoportuna. Ahora no le quedaban dudas de que suhijastro estaba apasionado con ella y que su falta deiniciativa se debía a su poca o nula experiencia con laschicas. Desde luego la conquista la haría con cuidado

    y suma insinuación. Haciéndose la tonta, como si nosupiera nada, para no despertar sospechas. Esperandoagazapada como hacen las leonas hasta que el chicono aguantara más y se le tirara inalmente encima, yavencido por su propia excitación. Es así como lo hacenmuchas mujeres. Y sobre todo las mujeres latinas. Es

    una estrategia que nunca falla.  El día que ocurrió el primer encuentro de amorella se sentía muy excitada. Tenía más que claro que elchico estaba totalmente alzado y que se desesperabapor querer montarla apenas tuviera una oportunidad.

    Ella ya había probado con eso de ponerse ropa atractivapara comprobar la reacción de Alex cuando éste estaba

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    vio fue más que positiva. Primero se puso unos shortsajustados y notó como al chico se le iban los ojosdirecto a sus nalgas cuando ella le daba la espalda.

    Luego fue a buscarlo un día a la escuela con un vestidocon faldas cortas y, de regreso en el auto, vio comosu hijastro le espiaba a cada tanto las piernas de unamanera mal disimulada mientras ella iba manejando.La torpeza del muchacho por no saber manejar susojos a la hora de espiar a una mujer fue algo que ladivirtió y excitó. Alex era un buen muchacho, dulce yeducado, que estaba en su despertar sexual y ella, yamás madura y experimentada, se entretenía jugandocon él al viejo juego del gato y el ratón. Donde ella erala gata y el chico el pobre roedor. Podía ser una pollera

    más corta o un jean más apretado. Una remera que lemarcaba las tetas o un escote demasiado insinuante.La ropa y el estilo iban variando pero todo apuntabaa lo mismo. El juego era siempre igual. Ella se ponía elqueso en la boca e invitaba a Alex a comerlo, y Alex seiba directo al queso con jovial desesperación mientras

    ella cerraba sus fauces y lo engullía deliciosamente.Disfrutaba mucho darse esos almuerzos. Alex siempreterminaba en su estómago y eso, lejos de cansarla, ledaba cada día un estímulo nuevo. Los deseos púberesde su hijastro la terminaban motivando mucho másque las monótonas noches grises que pasaba con su

    esposo. El dulce juego que mantenía con el muchachohabía despertado en ella un sentimiento dormido

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    casi adolescente, después de años de estar luchandosin pausas por labrarse un porvenir económicomejor. Finalmente, cuando ya se cansó de ese juego y

    sintió que era hora de dar el primer paso, se preparópara vivir ese momento con total pasión y falta deprejuicios. Al in y al cabo no era su “hijo”. Era el hijode Alan. Intimar con el jovenzuelo no era cometerincesto. No tendría por qué sentir culpa ni caería enella algún castigo divino. Podía quererlo como a unhijo y cuidarlo como a un hijo pero no era su “hijo”.Era su hijastro. Y si no era su hijo “carnal” podía verlocomo a un hombre cualquiera. ¿Qué importaba ladiferencia de edad? Eso eran puras tonterías. Sobretodo en EE.UU. Y con respecto a serle iniel a Alan

    podía excusarse diciéndose a sí misma que Alan ya nola amaba como la amó el primer año de casados. Había,ahora entre ellos, un amor de “hermanos” pero no de“hombre y mujer”. La pasión entre los dos se habíaesfumado y sólo había quedado una buena relaciónde matrimonio. En paz y en armonía, pero nada más.

    Nadie, ni siquiera su propia conciencia, podían ahoraapuntarla con el dedo. Se sentía completamente librepara actuar como quisiera.

      Ese día probó de nuevo con su short ajustado,ese que a Alex parecía volverle loco. Carmen era una

    mexicana generosa en carnes y no dejaría pasar laoportunidad de desaprovechar aquellos atributos

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    parecía resultar fatal. Se puso un corpiño blanco deencajes y unos calzones del mismo color de esos quese pierden bien adentro de la gruta trasera de las

    hembras. Arriba una camisa roja ceñida a la alturadel ombligo y el pelo negro azabache salvajementesuelto. Lo que diríamos una mamá bien sexy, paraque no quedaran dudas. Cuando Alex se levantó almediodía, después de haber avisado la noche anteriorque esa mañana no iría al colegio, se dirigió como unzombi hasta el baño y se despabiló con una ducha bientibia. Minutos después salió en mejor estado cubiertosolamente con el toallón y se dirigió directo a la cocinapara ver que había de comer. Abrió la heladera y sacóuna tarta de pollo que había hecho Carmen la noche

    anterior. Se la zambulló en pocos minutos junto con unvaso de zumo de naranja y se dirigió luego a lavaderollevando en sus manos la ropa sucia que había dejadoen el baño. Cuando llegó al lavadero se encontró con sumadrastra, que estaba junto al lavarropas automáticometiendo las sábanas para ser lavadas. Aprovechando

    que la mujer estaba de espaldas, recorrió con sus ojossus ricas posaderas. Carmen, que lo había escuchadollegar, se hizo la que no había escuchado nada yaprovechó la situación para inclinar su cuerpo aúnmás, dejando a la vista más claramente esa parte de sucuerpo que al chico tanto le excitaba. Viejos trucos que

    tienen las mujeres a la hora de jugar con los deseos deun hombre Eso de “hacerse la tonta” y mostrar el culo

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    o las tetas ingenuamente era una estrategia que nuncafallaba. Lograba desatar en ellos el deseo primitivo deposeer a una mujer. De hacerla suya para dominarla.

    Y luego penetrarla ferozmente… Alex, que la mirabaextasiado y sabiendo que su padre nunca venía acomer a esa hora pues prefería quedarse a comer enla inmobiliaria, sintió tremendas ganas de tirársele,pero sus miedos juveniles lo impidieron. Siempre selo impedían. Siempre. Nunca se armaba del suicientecoraje para manifestarle a su madrastra su pasión.En vez de tomar la iniciativa se quedó allí paradomirando cómo Carmen acomodaba las sábanas. Enese momento Carmen se dio vuelta y, haciéndose lasorprendida, le pidió amablemente la ropa que tenía

    Alex en las manos. “Dame las sabanas así las lavo juntoa estas” , le dijo. Y Alex se las alcanzó. Se dio cuentade que algo le estaba pasando a su hijuelo (y desdeluego se imaginaba qué era) entonces, para animarlo,le tomó la cara con las manos, le sonrió y con ternurale dijo “¡Qué carucha tienes! Se nota que dormiste

    como un tronco. Apuesto a que te quedaste toda lanoche mirando chicas en esa computadora…”   Y, actoseguido, lo estrechó fuertemente entre sus brazoszamarreándole suavemente la cabeza.

      Era cierto. Carmen ya sabía que Alex, por la

    noche, se quedaba mirando chicas por Internet y quepor eso a veces se levantaba medio dormido. Poniendo

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    un trabajo práctico, el chico se había quedado todala noche navegando en Internet por una multitud depáginas porno y había amanecido al día siguiente con

    unas ojeras enormes. En su mente juvenil todavíadaban vueltas ininidad de culos redondos y tetasenormes con sus pezones erguidos. También conejasde todos los tamaños con mucho o con poco pelo.Había quedado embelesado en ese paraíso de mujeresque desilaban desnudas frente a sus ojos apenasvírgenes en esos placeres. Es que Alex sentía una granpasión por su madrastra y no sabía cómo hacer parasacarse las ganas. Tenía intención de llegar hasta ellapero no sabía cómo diablos hacerlo. A esta altura delpartido, el estimularse con los calzones de Carmen no

    alcanzaba para colmar sus ansias y los sitios pornosque visitaba de noche lo ponían cada día peor. Lejosde aplacar sus deseos, hacía que los mismos crecierancada vez más. Ponerle in a ese tormento era lo quemás necesitaba. Sentir el cuerpo de Carmen. Tocarlo,besarlo, amarlo con todas su fuerzas. Eso quería el

    muchacho. Penetrar a esa yegua que era su madrastra.A esa yegua morena veinte años mayor que él que locuidaba y lo protegía como la mejor de las madres. Esamujer que le preparaba el desayuno, que lo llevaba alcolegio, que lo albergaba bajo sus faldas.

      Alex estaba todavía rodeado de los brazos deCarmen. Atrapado en esa hermosa enredadera.

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    no lo había soltado. Le acariciaba la espalda en señalde cariño. Con fuerza, como queriéndole dar ánimos.Por un momento, el muchacho se sintió poseído de

    un valor del que antes carecía. Sintió, de una maneraextraña, cómo su madrastra estaba tratando dedarle algún tipo de “señal”. Un mensaje que él teníaque revelar. Y ese mensaje parecía estar diciéndole“anímate, atrévete, que tu mami te está esperando, ven…no tengas miedo. Dile a mamá lo que siente tu corazón” .Alex, que nunca se imaginó poder tomar la iniciativa,interpretó acertadamente la señal y rápidamentese relajó en brazos de ella. Esperó a que Carmen losoltara mientras disfrutaba de sus cálidas caricias y,cuando la mujer lo soltó, se agachó rápido hasta la

    altura del vientre, apretó las nalgas de su madrastracon sus manos, las masajeó bien fuerte durante unossegundos y hundió su rostro sobre el vientre de ella enclara posición de ruego. Fue allí donde el chico le dijo,o más bien le suplicó, que ella le hiciera el amor… “¡Oh!mamá, cómo te deseo. Por favor, ya no aguanto más.

    Llévame a la cama y hazme el amor. ¡Te amo con locura!Quiero que me quites la virginidad … por favor”.

    Le salió así, como a un chico de catorce. No comoa un Marlon Brando o un Clint Eastwood. Aunque suspalabras no sonaron como en Hollywood sí tenían,

    en cambio, la espontaneidad de alguien que ya nopuede seguir ocultando lo que siente. Y, al no poder

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    pocas armas que tiene. Decide de esa forma entregarsu corazón. Carmen, al escuchar las palabras de suquerido Alex, hizo una breve pausa con el objeto de

    ingir estar meditando su respuesta y luego, despuésde haber concluido su impecable actuación, lo levantócon sus manos dirigiéndose a él en un tono maternal.Mirándolo a los ojos, le dijo:

    − Yo también siento algo profundo por ti. Te quiero

    como si fueras mi propio hijo y aunque nunca heintentado reemplazar a tu madre biológica puedesllamarme mamá si quieres… Para mí ya eres mi hijo y como madre ¡no dudaría un segundo en ayudarte! ¿Acaso no he estado cuidando de ti en todos estos añosque vivimos juntos Alex? 

    − Sí, mamá. Siempre me estuviste cuidando pero…

    − Pero nada, replicó Carmen.  Nada de peros… Noexisten peros entre una madre y un hijo ¿Quieres quemamita te haga el amor ahora mismo? 

    − ¡Sí madre! Lo he venido deseando durante todos estosúltimos días. Esta noche me quedé en el dormitoriomirando páginas porno y dándole a la… ya sabes… pensando en las cosas lindas que podría estar haciendocontigo… Alex ya no tenía vergüenza de confesarlelo que hacía por las noches. Su madrastra le había

    armado de valor. Carmen se sonrió.

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    − ¿O sea que es mentira que faltaste al colegio paraterminar la tarea de la escuela? 

    − Sí…− ¿Y eso te parece que está bien? Carmen de repentese puso �seria.  Era otra pantomima, pues estabamás que feliz ¿Te parece correcto haberle mentido a tumamá? 

    − No…− ¿Y qué otra cosa has venido ocultándomeúltimamente? 

    − ¡Ninguna madre!  respondió Alex sorprendido.

    − ¿Seguro? le regañó Carmen con desconianza.

    − Sí, dijo titubeando el joven.

    − ¿Seguro seguro? le volvió a preguntar, perforándolelos ojos con una mirada tan traviesa comoinquisidora.

    − Bueno… terminó admitiendo el joven, al no poderresistir más la intensa mirada de su madrastra. También te estuve revolviendo el cajón donde guardastus bombachas…

    − ¿Ah sí? ¿Y pará que las revolvías? 

    − Bueno, es que me gustaba mucho mirarlas… dijo

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    − ¿Estás seguro de que sólo las �mirabas? 

    − ¡Sí!! 

    − Alex…

    − Bueno. En realidad, cuando no estabas, yo me“estimulaba” en el baño con ellas…

      La mujer al in logró la confesión que buscaba.Alex tuvo que reconocer su “travesura”. Ella, alescucharlo, puso cara de “asombro” pero, no conformecon eso, quiso conocer más “detalles”...

    − Las manchaste…

    − Sí… admitió él en tono de culpa, sin poder mirarla ala cara. El joven se había puesto rojo como un tomate.

    − Bueno, le respondió Carmen con una dulce sonrisa. A partir de hoy ya no vas a tener que usar más mi ropainterior para calmar tus ardores porque mami te va aconsolar todas las veces que te vengan “ganitas” ¿Sí? 

    − ¡Sí mamá! Gracias… Alex volvió a ser feliz.

    − Pero primero prométeme que nunca más me vas aensuciar mis bombachas. Son bombachas muy inas ysólo se consiguen en lugares exclusivos ¿OK? 

    − Te lo prometo mamá, replicó el chico. Y, acto seguido,

    Carmen lo tomó de la mano y se lo llevó a su dormitorioen donde le dio las primeras lecciones de amor. Unas

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    III

      Esa noche el padre de Alex vino tarde a cenar.Había llevado a un cliente a ver un departamento enlas afueras de San Antonio y eso retrasó su llegada. Sesabe que los que trabajan en el negocio inmobiliario

    no tienen un horario ijo, aunque cumplen como todoel mundo sus ocho o nueve horas diarias. Cuando elpadre arribó a la casa, encontró a su hijo estudiandoen su cuarto y a Carmen trabajando en la cocina. Sumujer estaba de muy buen humor. Alan cenó juntoa su mujer después de que ésta atendiera primero a

    su hijo, ya que ella prefería aguardar a que viniera suesposo antes de sentarse a la mesa a comer. Esa nocheAlan tuvo ganas de tener relaciones con su esposapero Carmen, si bien cedió a los deseos de su marido,estuvo invariablemente con sus pensamientos enotro lado. Su cabeza no dejaba de dar vueltas sobreaquello que había hecho con su hijastro. Recordaba,mientras estaba con Alan, como Alex cabalgaba sobresu espalda con la pasión de alguien que descubre porprimera vez los manjares de amor. Nada comparable alo que hacía su marido, que parecía ya tener calculado

    cada una de sus atávicas acciones. Movimientostotalmente mecánicos como si fuera una máquina

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    Su falta de pasión por momentos la exasperaba, yno le escuchaba nunca decir una palabra de amor.Ni siquiera una cosa “chancha”. Por lo menos eso la

    hubiese motivado… Pero aunque el sexo había dejadode ser una fuente de satisfacción para la pareja,sentía que era su deber cumplir con su rol de esposa.Para eso se había casado. Alan no era el mejor de losamantes y a veces se preguntaba si en verdad a élle gustaba el sexo. Pero lo cierto era que su marido,al margen de ese defecto, no dejaba de ser un buenesposo. Alan nunca le hacía faltar nada y tampocoera exigente respecto de los quehaceres de la casa.Tampoco era un hombre que se quejaba por la comidaque hacía, más allá de que Carmen cocinaba más que

    bien. Y eso sí, siempre la sacaba a pasear. Era raro quelos ines de semana se quedara encerrada en su casa.Todo eso era verdad pero ahora eso ya había dejadode importarle. No le interesaba lo que pasaba con sumarido porque su hijastro sería en adelante su amantesecreto. Su verdadero �hombre. Con él volvería a

    revivir esas locuras de amor que vivió cuando teníadiez años menos. Era como volver a empezar. Comoviajar por el túnel del tiempo y reencontrarse con lajuventud perdida. Ya tenía pensado hacer las cosas“más osadas” e inducirlas en la cabeza del chicuelopara luego poder realizarlas y gozar como pocas veces

    lo había hecho. Mientras Alan se movía agitadamenteencima de ella ella imaginaba como en poco tiempo

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    podía transformar a Alex en un poderoso sementalque la hiciera disfrutar como loca. Ella hecha todauna perra en la catrera con su coño abierto a más no

    poder y Alex hundiéndose dentro de él arremetiendocomo un loco condenado. ¡Como un toro en llamas!Dos cuerpos que no paraban de buscarse y amarse.De desearse y merecerse. De recrear noche tras nocheesa pasión que estaba ausente en su vida conyugal.Pero primero había que educarlo. Hacerle el amordulcemente. Ser con él la mamá más complaciente.Porque todavía era muy joven. Un adolescente deapenas 14 años. Más adelante, cuando Alex estuviesemás maduro, más hombre, podía entonces enredarsecon él en otros juegos más salvajes. Más de “hombre

    y mujer”. Como ella en verdad necesitaba. Por elmomento debía conformarse solamente con ser su“maestra”. Un rol que en verdad disfrutaba, más alláde sus normales necesidades femeninas. Después deque Alan pudo alcanzar el clímax y arrojó su cuerpopesado a un costado, la pareja compartió un cigarrillo

    y luego apagaron la luz. A los pocos minutos los dosya estaban profundamente dormidos. Profundamentedormidos, como ocurría siempre.

      La habitación de Alex era como la de cualquier

    chico americano. Una catrera de madera, una mesitade luz un pequeño ropero donde guardar la ropa una

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    computadora montada sobre un pequeño mueble yvarios posters de sus ídolos favoritos pegados sobrela pared. También una pelota de básquet tirada en

    un rincón. El chico, que estuvo metido toda la nocheen su dormitorio mientras sus padres hacían el amoren el cuarto de al lado, había terminado de hacer losejercicios que la señora Howard le había pedido. Unalarga lista de ecuaciones de primer grado y ecuacioneshiperbólicas con gráicos incluidos. Apenas terminóde hacer el último ejercicio guardó sus útiles en lamochila y se puso a navegar en el Facebook. Despuésse metió en el You Tube pero al poco tiempo se aburrió.Apagó con desgano la computadora y se fue directo ala cama. Puso el despertador a la 6.00 en punto – hora

    en que debía levantarse − y apagó la luz del velador.Con sus ojos mirando el oscuro cielorraso, no dejabade pensar un segundo en Carmen… Sus padres yadeberían haberse acostado y se preguntó si estaríanhaciendo el amor en ese momento. No había manerade saberlo y tampoco le importaba demasiado. O

    quizás sí. Se preguntaba si su madre había hecho loque hizo con él por el simple hecho de hacerle unfavor o guardaba, en cambio, algún sentimiento de“amor”. “ A partir de hoy ya no vas a tener que usar miropa interior para calmar tus ardores porque mami teva a consolar todas las veces que te vengan “ganitas” , le

    había escuchado decir a su madrastra. Era la frase quemás recordaba Su tono había sido dulce y contenedor

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    pero ¿eso signiicaba que había sido “amor”? ¿Sentía sumadrasta por él un amor disimulado o simplemente leestaba ayudando a atravesar su pubertad con menor

    diicultad? Eso le daba vueltas y vueltas por su cabezacomo un perro que buscaba morderse su propia cola.Alex quería que fuera amor , no “deseos de consolar asu bebé”. Si al principio sentía por su madrastra unacreciente pasión, después de la �sacudida que ella lehabía dado en la catrera esa pasión se le transformóen enamoramiento. Sí, enamoramiento era la palabra.Un sueño de amor y romance del que no queríadespertar nunca más… Metió su mano derecha dentrode su bóxer negro y apretó fuertemente su rabo. Alminuto de tenerlo entre sus manos lo tenía duro como

    un plátano. Su mente se trasladó al momento en queCarmen lo introdujo en su dormitorio… Una vez dentro y con la puerta cerrada, le hizo bajar el pantalón y elbóxer negro, le dio un beso tierno en el medio de la boca y luego se puso en cuclillas frente a él. Comenzó primeroa estimularlo con la mano, al principio lentamente y

    después más rápido.− ¿Qué cosa sientes Alex? 

    − Como un cosquilleo… respondió.

    − ¿Y es rico? 

    − Sí… Me gusta un montón… El chico ya empezabaj d

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      Ella siguió meneándole el rabo hasta ponérselobien duro. Luego, al verlo tan «maduro», se lointrodujo en la boca. Allí empezó a succionar...

    − ¡AAAH…! Soltó el chico desesperadamente,apenas habían pasado algunos segundos.

      La boca de Carmen era una verdadera seda.Un capullo de rosa capaz de erguir los penes

    más impasibles. Era muy diícil poder resistírseledemasiado tiempo y sólo ella sabía que el quemás había aguantado evitando la eyaculaciónhabía sido unos tres minutos. Se enorgullecía detener una técnica implacable y se sintió un poco“culpable” por aplicar esa técnica con Alex... Ella

    le llamaba “la tortura japonesa”, ya que esa técnicade felación tan reinada era usada a menudopor las  geishas. Carmen sabía que el pobre noaguantaría la mamada ni treinta segundos, perosu deseo de verlo gozar y de revivir a través deél   su propio placer de adolescente, ese que una

    vez se pierde tan pronto como lo encontramos,fue mucho más fuerte que sus propios prejuiciospor lo que se permitió enervarlo al extremo... Conlos años Carmen había aprendido cómo hacerleuna mamada a un hombre. Sabía que el secretoradicaba en no raspar el pene con los dientes.

    La piel del miembro viril es muy delicada y una“mamada torpe” solo provocaría irritación lo

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    que echaría a perder el deseo. La mujer abríabien grande la boca y apenas tocaba con ella elmiembro del adolecente. Su método consistía

    en rozar suavemente el falo con sus húmedos yjugosos labios mientras evitaba lo más posiblerozar la piel con la dentadura. Además, debíamover muy poco el pene dentro de su boca.Nada de hacerlo como en las pornos que, aunqueaparentaban ser mamadas espectaculares, no eranpara nada efectivas. Esa forma le parecía un asco.Un auténtico insulto a la verdadera sexualidad.Carmen despreciaba a esas “americanas tragonas”que trabajaban en esas películas. Alex no eraRocco Siffredi. No era un actor porno. Era su bebé.

    Su crío. El hombre a quien ella debía enseñarleel verdadero arte de amar. El genuino y legítimosigniicado de eso que llamamos sexualidad. Espor eso que el movimiento de la boca debía sercorto y a la vez «succionante», como si estuvieraestirando una goma…

    − ¡AAAHHHH! volvió a gritar Alex, sintiendo unatremenda excitación que le hizo vibrar el cuerpodesde el cóccix hasta la cervical. Los músculos desus piernas se tensaron rápidamente, intentandomantenerse bien irme y en equilibrio, mientras

    Carmen no paraba de succionar y succionarsu miembro inyectándole ráfagas de placer

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    − ¡Mami! ¡NO! ¡NO! ¡Mamita! ¡Ay! ¡Ay! ¡¡Mamiiii!!Soltó de nuevo el chicuelo, que de una manerainvoluntaria intentó apartar con sus manos la

    cabeza de la experimentada mujer.

    − ¿Qué pasa mi bebé? ¿Sentís cosquillitas? Le dijoCarmen dulcemente, mientras le daba a su chicoun breve respiro.

    − ¡Cosquillitas no! ¡Unas ganas de acabarinsoportables! Por momentos pensé que me«meaba».

    − Bueno… dijo la mujer con una pícara sonrisa. ¿Queréis que paremos un poquito? 

    − No mamá. Me gusta lo que me haces. Pero hazlosuavecito… no tan fuerte…

    − Está bien… Te prometo que esta vez mami telo hace suavecito. ¿Sentiste nanita? Carmen, pordentro, se mataba de la risa.

    − Sí… le contestó.

    − ¡Ay! ¡Pobrecito! Soy una mamá mala… Y actoseguido le dio un piquito en el prepucio a modode consuelo ¿Vamos de nuevo? 

    − Sí...

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      Mientras Alex revivía lo sucedido, tenía sumiembro tan duro como el acero. Su mano estabatodavía metida dentro del bóxer intentando estimularse

    como podía. Se bajó la prenda porque ya le apretabademasiado y el roce constante del glande con la tela leempezaba a irritar la piel. Se empezó a estimular estavez con mayor libertad recordando las cosas que habíaaprendido con su madrastra. La oscuridad lo invadíatodo y si bien necesitaba dormirse cuanto antes, lospensamientos de lujuria que invadían su cerebro no lodejaban descansar en paz. Aunque lo intentaba una yotra vez con tesón le resultaba casi imposible lograrlo.Se lamentaba horrores por no poder estar esa mismanoche en la cama con Carmen siendo él su marido y

    ella su esposa. Sintió envidia por su padre y le odió. Unodio mezclado con sentimientos de celos e impotencia,aunque después se arrepintió de sentir eso porque enel fondo amaba a su padre. Imaginó cómo estaría él,si estuviera en el lugar de su papá, acariciándole a sumadrastra las tetas y buscando la coneja en ese bollo

    de pelos… Manoseando las nalgas con sus manos yfundiendo su boca con la boca de ella… ¡Cómo sabíasu madre jugar con la lengua! Se imaginó estando enla cama con ella y pidiéndole por favor que se lo hagade nuevo…

    − Recuéstate boca arriba Alex. Relájate y pontecómodo,  le había dicho la mujer luego de que

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      Carmen tenía sin dudas un cuerpo muy bello.Al menos para los ojos de un adolecente. Alexcontempló por primera vez el cuerpo desnudo de

    su madrastra. Lo recorrió embelesado centímetropor centímetro. La piel morena, los pechospulposos, las amplias caderas tan propias de lamujer latina y también sus carnosas nalgas. Seanimó a bajar sus ojos hacia el pubis de Carmeny contempló su abultada pelambrera oscura ysensual como la misma noche. Era la primera vezque veía  personalmente  a una mujer desnuda. Yentró en la cuenta en que no era lo mismo quemirar una mujer por el monitor de la PC. Lo quetenía delante de él era como una foto pero en

    tres dimensiones. Incluso mucho mejor que eso,porque además podía tocarla. Y olerla. Esa eraotra gran diferencia; la del amor «real» que es muydistinto al amor «virtual».

      Su bella madrastra se montó encima de él comosi fuera su amante y empezó a moverse. Alex yaestaba dentro de la madura mujer y sintió comosu miembro crecía rápidamente. Los movimientosde Carmen eran al principio lentos, cadenciosos,pero luego se hicieron más acelerados. Subía ybajaba por el miembro de su hijastro mientras su

    vagina se lubricaba cada vez más… ¡Chap! ¡Chap!Se escuchaba en la habitación. Las carnes de

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    el ardor ascendente de sus cuerpos contagiabasus respectivos corazones… ¡Chap! ¡Chap!... ¡Chap!¡Chap!... era sin dudas el «ritmo del amor».

    − Me gusta mami… Me gusta mucho, mucho… Sele escuchó decir al mocoso con voz entrecortaday jadeante. Dame así mamita… Dame así que meencanta…

    − A mí también me encanta, mi bebé. A mamátambién le gusta mucho… No tienes ni idea decómo… respondió Carmen algo agitada, que ya aesa altura del partido no podía ocultar su placer.El movimiento mecánico de ambos sexos separecía al del motor de un auto. El pistón subía y

    bajaba ininterrumpidamente dentro del cilindro.El aceite lubricante facilitaba el movimientointerno evitando rozamientos molestos, a lavez que disminuía la densidad del líquido en lamedida en que aumentaba la temperatura de losamantes. Un aceite más diluido lubrica mejor y

    aumenta exponencialmente el placer…

      Después de estar chapoteando unos minutos,la mujer se empezó a calentar. Ya no era lamaestra que le enseñaba a su alumno sino unahembra que quería más goce. El haber tomado

    conciencia de estar teniendo sexo con eseadolecente que venía provocando desde hacía

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    moto. El miembro de su chico se había hinchadoal volumen máximo y ya ocupaba todo el interiorde su vagina. Los ojos de Alex lucían extasiados

    y estaban clavados ijos en el cielorraso. Su almavirgen de esos goces terrenales no estaba ensu cuerpo sino en otro lado. Como si estuvierahaciendo un viaje astral. Carmen bajó su miradapor un momento y contempló a su joven amante.El rostro del muchacho la excitó aún más. Se vio así misma relejada en ese rostro pero con 20 añosmenos... Recordó su segunda vez con un chico delbarrio unos años mayor que ella. La primera vezhabía sido horrible y sólo había sentido dolor, perola segunda vez fue sublime y creyó que eso era el

    amor de verdad. Pronto comprendió que eso no erael amor cuando su novio se fue con otra chica delbarrio, pero el recuerdo de ese placer �sublime lequedó grabado en su corazón para siempre. Ahoraveía en los ojos de Alex ese mismo placer añorado.El placer de la primera vez. Vio en los ojos de Alex

    ese amor juvenil y se enterneció, pues podíasentir ternura aún en medio de la lujuria. Unamujer puede hacerlo. Quizás no los hombrespero una mujer sí. De repente, Carmen sintiócomo su hijastro le cogía los pechos mientras sereincorporaba de la cama…

    − ¡Me vengo mami, me vengo…! 

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    − ¡Véngase mi bebé! ¡Véngase! Véngase dentro demami… soltó Carmen súper excitada.

    − ¡AAAAH…!  fue la respuesta del chico, cuando yale era imposible contenerse. Su cuerpo hizo unbreve estertor en el momento de la eyaculación,mientras que las pupilas de sus pequeños ojos sedilataban a más no poder. Era el éxtasis supremo.Inmejorable. Jamás sentido. El rostro de Alex

    relejaba una absoluta satisfacción a la vez quelanzaba una mirada de amor a la que era su ielcuidadora. Su querida madrastra. Su conidente yahora, su amante...

    − ¿Te sentís bien mi chiquito? preguntó Carmen,

    tratando de disimular lo más que pudo su propiaexcitación.

    − Sí mamá… bésame… abrázame… necesito tu protección…

      Carmen accedió al pedido de su hijastro. Lo

    besó con ternura en la boca y luego lo fundiócontra su cuerpo en un abrazo, tal como él se lohabía pedido. Los pechos de Carmen se apretaronfuertes contra el pecho lampiño del jovenzueloprovocando en éste una hermosa sensación deplacer. La madura mujer y el adolescente unidos

    por el fuego de la pasión. Estuvieron así juntosi t iti d ú l

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    relajen, hasta que ambos cuerpos inalmente sesepararon y salieron de la habitación.

      La habitación seguía completamente a oscuras.El cuerpo de Alex ardía de traspiración. Los recientesrecuerdos de lo vivido con su madrastra no dejaban dealborotar su mente. Para él había sido una experiencia

    nueva. No comparable con cualquier otra fantasía quehubiera tenido antes. La lujuria que la experimentadamujer le había clavado en su corazón era algo que, deahora en más, no podría nunca sacarse. Ese recuerdole perseguiría siempre y no lo dejaría descansar...Su mano derecha estaba llena de esperma. La mano

    se sentía pegajosa. Había vuelto a sentir ese goce,aunque haya sido de manera imperfecta. Pero no semortiicaba por eso. No se atormentaba pensandoen tonterías. Sabía que su historia con Carmen reciénhabía empezado. Era consciente de que su madrastrano iba a dejar las cosas así y que lejos de haber sido

    una aventura pasajera había sido una auténtica“lección de amor”. Carmen era su nueva MAESTRAque lo instruiría en los misterios de la carne. Sería suEreshkigal, su Pomba Gira, su Yemayá… “ A partir dehoy ya no vas a tener que usar mi ropa interior… porquemami te va a consolar todas las veces que te vengan

     ganitas”  recordaba que le había dicho. Su madrastra lehabía dejado la puerta abierta para que él se animara

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    a proponerle nuevos juegos, nuevas sensaciones, todoun universo desconocido por recorrer. Al menos paraél. Con esa feliz certeza plantada en su corazón, Alex

    se dirigió hasta el lavabo, se higienizó y se cambió susprendas. Luego salió y volvió a meterse en la cama. Yaeran como las dos de la madrugada. Cerró los ojos y sedurmió rápidamente.

    IV

      Las semanas que se sucedieron después de esedía estuvieron marcadas por una intensa pasión. Como

    el joven ya lo había sospechado, la “cosa” no habíaquedado ahí. No podía haber quedado ahí. Lo que seempieza se debe terminar, y la madrastra cumplió consu deber. Alex estaba tan entusiasmado con todas lascosas que vivía con ella que deseaba, como adolescenteque era, que eso no terminara jamás... Ella no paraba

    de enseñarle, de animarlo a probar cosas nuevas y eljovencillo respondía a las propuestas de Carmen consuma ductilidad. Para Alex ella era una verdadera profesora. Una experta en el arte amor. La instructoraideal que necesita todo adolescente. “Vos no lo hacescomo en esas pelis que están en Internet, mami. Vos

    lo haces de una manera más «real»… de una maneraj ” l h bí di h d dí t b

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    la cama con ella. Eso a Carmen la había halagado yorgullecido. La había hecho sentir toda una mujer. Ytambién, por qué no decirlo, una mamá… Otro día le

    dijo “Ya no me gustan las pornos, mamá, me aburren. Amí me gusta hacerlo con vos. Con vos yo me recaliento,me pongo como loco. Con vos es diferente… ¿Sabes unacosa? Ya borré del disco rígido todas las pornos quetenía grabadas. Ya no me gustan más” .

      Sin dudas Alex había empezado a cambiar. Susgustos y su manera de considerar o juzgar ciertascosas empezaron a tomar otro rumbo. Por su parte,Carmen sintió, después de mucho tiempo, que algotambién había cambiado en su vida. Y para bien.Sentía que vivía junto al muchacho un reverdecer de

    su sexualidad. Era casi como volver a los añoradosquince años. Incluso a los veintidós. Toda esamonotonía que venía teniendo con su marido desdehacía más de un año y que parecía prolongarsehasta la eternidad se había borrado, de repente, deun plumazo. Su hijastro se estaba volviendo másinteligente, más resuelto a la hora de hacer el amor.Estaba dejando atrás, en tiempo récord, su torpeza yfalta de suspicacia evolucionando hacia una conductasexual e intelectual superior. Parecía ser mucho másHOMBRE. Incluso se había vuelto más dócil que antes

    en las relaciones cotidianas. En el “día a día”. Estabadejando de ser un «niño». Y todo gracias a ella. A

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    creó al hombre a su imagen… y vio que eso era bueno”  recita sabiamente una parte del Génesis. Y esa historiacreacionista había vuelto a repetirse millones de años

    después pero a escala humana. Alex era su criaturay ella lo sabía. El joven se había transformado en laproyección de sus propios deseos. En su entelequia. Yella era su Diosa. Otrora madre y ahora mujer. “Ya nome gustan las pornos…”  le había dicho días atrás. “Ya lasborré del disco rígido”. Escuchar eso le dio satisfacción.A Carmen no le gustaban ese tipo de películas. “ A míme gusta hacerlo con vos. Con vos yo me recaliento,me pongo como loco…”  fue otra de las frases de Alex.¿Cuánto hacía que su marido no le decía algo así?¿Cuánto hacía que un hombre no le decía al oído “me

    vuelvo loco por vos” ? Pero ahora esas palabras estabanen boca de Alex… Lo que ella necesitaba escuchar eljoven se lo había dicho y eso la hizo sentirse única.Sentirse amada. Sentirse feliz. Es por eso que Alexera ahora su verdadero amante, no Alan. Alan era suproveedor, su sostén económico, su “partener”, pero el

    chico era su verdadera pasión.  Sería ingenuo para alguien no pensar que elmuchacho se haría adulto y que en un tiempo nomuy distante podría volar en brazos de otra… Tal vezuna compañera de universidad o incluso una chica

    del barrio. Carmen era cualquier cosa menos unamujer tonta. Era consciente de las vueltas de la vida.

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    futuro de desaíos y nuevas experiencias le esperaban.Sí. Pensar en aquello a veces la desconsolaba. No teníapensado en ese momento desprenderse de su joven

    amado y quería seguir disfrutando de esa “primaverade amor”. Pero ¿podría culpar a su hijastro por eso?¿Podría hacerlo responsable de que él algún día ladejara? En absoluto. Ella era consciente de todo lo quehizo para enamorarlo. De cómo lo sedujo y lo metióbajo sus faldas. Alex estaba en la explosión de supubertad y ella, en cambio, era una mujer consumada.Una mujer madura que sabía bien lo que hacía. Nadiela había obligado a nada. Ni siquiera a casarse conTurner. Aparte de todo eso, Alex seguía siendo suhijo. O su hijastro. Qué importa la palabra. Por ende

    tenía que seguir cuidando de él y preocuparse en queacabara sus estudios. El vínculo materno nunca habíaestado en juego y una oportuna salida de Alex de suvida erótica o sexoafectiva no debería interferir ensu relación ilial con él, aunque esa salida inevitablela volviera a meter de nuevo en esa rutina sexual que

    venía padeciendo con su apático marido. Simplementedebía resignarse a aceptar la realidad y permitir queel chico continuara con su desarrollo natural de vida.Que volara hacia otras tierras como lo hacían todos losjóvenes para poder crecer como un hombre �normal.Como ella misma había crecido el día que abandonó su

    hogar… Mientras tanto, mientras eso no ocurriera, sepermitiría seguir disfrutando de una intensa relación

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    con él a espaldas de su buen marido todo el tiempoque el destino decrete. Sin ansiedad y sin presiones.Con esa locura juvenil que acompañó los mejores años

    de su adolescencia. Seguir disfrutando de esa hermosapuesta de Sol que se había regalado a sí misma hastaque el Sol, inalmente, se vaya.

    V

      Pasaron dos años de intensa relación y dosaños más de relación óptima hasta que Alex pudoingresar a la Universidad. Había decidido inscribirse

    en la escuela de Negocios de la UTSA, pues su padrele había aconsejado que estudiara en ese lugar. Aljoven le gustaba todo lo que tenía que ver con laeconomía de las empresas y pensaba que allí podríalabrarse un buen porvenir. Aparte de eso estaba eltema del basquetbol. El Campus de la Universidad

    de Texas era fabuloso. Tenía más de 700 hectáreas yse practicaban un gran número de deportes. Podríallegar un día a ser como Manu Ginóbili... ¿Por qué no?Allí, en la Universidad, conoció a una chica de nombreLisa Hilburg, con la que empezó a salir al poco tiempo.Nunca la presentó como su novia “oicial”, pero estaba

    claro que amigos no eran. Y Carmen, como mujer, lobí j di L ll b l ú

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    día ocurriera inalmente un día ocurrió. Alex conoció auna chica bella y joven y voló pronto lejos de su hogar.Consiguió un trabajo gracias al padre de la chica, que

    lo pudo ubicar en una empresa vendedora de segurosdonde el hombre trabajaba desde hacía años. LuegoAlex encontró una casa que se alquilaba a buen precio,ubicada cerca de la empresa en donde trabajaba, y sefue a vivir allí. Carmen se enteró más tarde que la chicaque salía con Alex alquilaba la misma casa en dondevivía él… coincidencia que para nada le sorprendió.Ya resignada a perder a su retoño, por lo menosindeinidamente, optó por centrarse mucho más en suvida de esposa y en dedicar su tiempo libre a disfrutardel cuidado de su hogar. No le resultó fácil regresar a

    su antigua vida porque extrañaba la presencia de Alex.Por momentos lo extrañaba horrores. Aunque sabía serfuerte y no permitirse que esa sensación la oprimierapor completo. Como Alan estaba casi todo el tiempofuera de casa y ya no tenía que encargarse de Alex, eltiempo era lo que más le sobraba, razón por la cual

    empezó a hacer un curso de bisutería. La idea quetenía en mente era montar un negocio en su casa paracomercializar sus productos por cuenta propia. Sepodía empezar con poca inversión y gozando de grancomodidad. No era que esperaba hacer mucho dinerocon eso pero el estar ocupada haciendo algo más que

    fregar pisos y limpiar vidrios o pasar la aspiradora laaliviaba Por lo menos ya no pensaría tanto en Alex ni

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    en la rutina de su vida como antes.

      No había pasado dos meses desde el día en

    que el negocio le empezó a ir bien que se enteróde la nueva noticia. Estaba entregando uno de susproductos al dueño de un comercio ubicado cerca dedonde trabajaba su marido cuando se le dio por irloa visitar. Quería darle una sorpresa a su compañeropero al inal, la sorpresa se la dio él a ella. Alan, su

    buen esposo, la estaba engañando con otra mujer . Nofueron meras conjeturas femeninas como muchossuelen decir. Carmen no era una celosa retardada. Sedio su tiempo para formarse esa opinión, aunque eltiempo le conirmó lo que ella había imaginado desdeel principio. Días posteriores a ese encuentro entre

    Alan y esa joven mujer, Carmen empezó a seguir losmovimientos de su marido y a revisar secretamentelos mensajes de su celular (algo que por conianzano se había animado a hacer nunca) y descubrió queesta mujer no era su clienta sino su amante. ¿Cómo lodescubrió? No tanto por lo del celular, aunque algo allíse traslucía. Tuvo la viveza de hacerse “amiga” de unadueña de un local de ropas que estaba justo en frentede la inmobiliaria de su esposo y ésta le terminódando, después de entablar conianza con ella, toda lainformación que le faltaba. Ya no le quedaban dudas.

    Alan la había estado engañando. Estaba saliendo conotras mujeres… pero, ¿desde cuándo? ¿Y por qué? ¿En

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    Todas éstas eran preguntas que nunca terminaba deresponderse por más que le diera mil vueltas.

      A decir verdad ella no había fallado en nada.Había hecho las cosas bien. Al menos eso era lo quepensaba Carmen, que no estaba dispuesta a pasar poralto la lagrante inidelidad de su marido. La cuestiónera que no es suiciente que una mujer haya “hecho”las cosas bien, sino que además de eso haya “sabido”

    haber elegido bien. Y Carmen no había elegido a unhombre que en verdad la amara o pudiera amarla sino,por el contrario, a un hombre que pudiera salvarla.Salvarla de las necesidades económicas que vivían losmexicanos en su país. Salvarla de la falta de trabajo yde posibilidades genuinas de progreso. Incluso hasta

    salvarla de su familia, que cada día soportaba menos.Huyó primero de su ciudad natal para probar suerteen EE.UU buscando tener un porvenir. Y había tenidoéxito en su empresa; consiguió un empleo en unsupermercado. Se casó luego con un “buen partido”dueño de una gran inmobiliaria y se fue a vivir a unahermosa casa. Parecía la historia de Cenicienta. Lapobre chica rescatada por su príncipe azul. Pero claro,las historias perfectas sólo existen en las novelas ylos buenos partidos no siempre saben ser  ieles ninecesariamente deben saber AMAR… Alan también

    se casó con ella por “necesidad”. Nunca había buscadoun verdadero amor . Nunca la había amado de verdad.

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    su lujosa casa y una niñera que le ayudara a criar a suúnico hijo. Al igual que ella, también él había tenidosuerte, ya que la mujer que se consiguió supo hacer ese

    trabajo mucho más que bien. Los dos lo hicieron muybien. Siempre hay un roto para un descosido, recita unviejo refrán popular... Apenas Alex se hizo mayor y logróhacerse un lugar fuera de casa, la función de Carmense relativizó y Alan no pudo resistir más la tentaciónde tener un amante. “Ya no soy tan indispensable paraél”   fue lo que Carmen pensó, aunque nada indicabaque no le hubiera sido iniel mucho antes de la partidade su hijo... “Quizás me fue iniel desde el principio... y yo creyendo en él como una tonta” . Ese pensamiento lallenó de odio. Su corazón por momentos se oscureció.

    Odió a Alan y a esa “mujerzuela” que se acostaba conél en un hotel ¿O es que acaso lo hacían en el auto? Quéimportaba dónde... �La traición es la traición. Y esono es algo que una mujer pueda digerir con facilidadpero ¿podía culparlo por eso? ¿Acaso ella no lo habíaengañado antes con su propio hijo? ¿Acaso ella no

    había sido también iniel ? Quizás fue la primera enserlo aunque no tenía forma de comprobarlo. Losdos se habían engañado. Los dos fueron presa de latentación. “ Aquel que no cometió pecado que tire la primer piedra…” le dijo una voz al oído. Y no era lavoz de Jesús sino la de su propia conciencia. Carmen

    dejó en el suelo la piedra que tenía para arrojárselaa Alan Era una piedra más grande que el tamaño de

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    su propia mano. Tan grande como todo el odio quellevaba dentro de su corazón. Todavía sentía en sualma el sabor amargo de la inidelidad. Pero al menos

    ese párrafo bíblico logró menguar sus sentimientosnegativos. Tuvo que reconocer que también ella habíacometido el mismo “pecado”.

      ¿Cómo continuaría su vida de ahora en más?

      No tenía muy en claro cómo. A todo esto aAlex parecía irle bien en sus estudios universitariosy también con esa jovencita. Carmen y Alex seintercambiaban a veces mensajes por el Facebooky allí ella vio cómo era ísicamente su novia. Vio sufoto colgada en el portal y su aspecto no le pareció

    nada mal. Era rubia, de ojos claros y tenía una miradaalgo apagada. Le hacía recordar a esa tenista rusaMaria Sharapova. Ella y su hijastro todavía manteníancontacto a través del Facebook y, en menor grado, porteléfono. Como buena madre (y ex amante) seguía lospasos de su hijo procurando que hiciera bien las cosas.

    Siempre estaba alentándolo en el logro de sus metas ypidiéndole que la visite más seguido. Alex, aunque enmenor frecuencia que antes, también le enviaba fotosy mensajes por el Facebook, pues no olvidaba todavíalo buena madre que era y había sido, como tambiénhaber sido su “maestra” en el amor. El vínculo con

    su madrastra desde luego no se había cortado, peroera obvio que su “prioridad” ya no era ella sino su

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    compañera.

      Dos años más tarde la mexicana se divorció de

    su marido y se fue a vivir sola en una casa ubicada enlas afueras del centro de la ciudad. No fue un divorciotormentoso. Acordaron todo con sus abogados ya cada uno le tocó su parte. Aunque Alan le habíasido iniel, no presentó pruebas en su contra. Alantampoco quería rollos con los abogados y aceptó las

    condiciones de su mujer. El juez decretó “divorciode común acuerdo” y así acabó todo. Todavía seguíaamando a Alex aunque éste apenas se comunicabacon ella. No era por el tema del divorcio sino porqueel chico ya estaba haciendo su propia vida. Alex yasabía lo del amante de su padre mucho antes de que

    Carmen se enterara. No se lo dijo a ella para no herirlay además porque no era su costumbre meterse enlos asuntos matrimoniales. Aparte de eso, tambiénquería a su propio padre y ventilar el asunto hubierasido «traicionarlo». Carmen podía comprender todoeso y no sentía ningún sentimiento negativo contra elchico. Respecto de él, tenía información de que hacíameses que había roto su relación con Lisa y que sehabía mudado a vivir a otro departamento. Aunqueno compartía su casa con nadie, mantenía relacionesocasionales con varias chicas y en la Universidad le

    seguía yendo bien. Pero no sabía más que eso. Encuanto a su divorcio, su marido le puso a su nombre

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    del arreglo. Además se había podido quedar con suauto; el Ford Mondeo con el que llevaba a su hijastroal colegio. Todo eso, sumando a una importante suma

    de dinero que Alan había aceptado ceder como partedel arreglo, le permitió hacer importantes inversionesen el negocio que había emprendido. Con eso alquilóun monoambiente en el centro de la ciudad de SanAntonio y luego lo empezó a llenar con todo tipo demercadería. Finalmente contrató a dos personas alas cuales les enseñó el oicio, convirtiéndose en unapequeña empresaria. Pudo lograr al in su sueño deser una mujer independiente. Sin embargo, pese atodo ese éxito, el amor seguía estando pendiente. Elamor y en ocasiones el sexo. Allí las cosas no eran

    perfectas... Después de separarse de su maridoCarmen no había conocido a otro hombre. Y las pocasrelaciones que había tenido en algunas saliderasnocturnas habían sido poco satisfactorias. Carmenhabía conocido el amor . Ese era su problema. Sabía,por experiencia propia, la gran diferencia entre

    una relación apasionada y llena de las más purasemociones y una relación eímera como el humo delcigarrillo. El sexo sin amor no le sabía a nada. Paraella eso era como comer ideos fríos sin salsa ni aceite.Algo tan alimenticio como insulso. A sus amantes esoparecía bastarles, pero a ella no. Ella no quería que

    su corazón muriera mucho antes que ella misma. Ycuando esos pensamientos se le venían a la cabeza

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    como bandada de cuervos, el recuerdo de su hijastroAlex aparecía como un Sol junto a ellos… Y entoncesese era el momento en que ella le llamaba... No con

    su teléfono, pues no quería molestarlo con preguntasintrascendentes. Esas del tipo “Hola mi bebé ¿cómoestás?”  o “¿Qué anduviste haciendo hoy?”. Hacerle esetipo de preguntas una vez por semana tenía sentidoy de hecho las hacía. Supuestamente seguía siendo su“madre” pese a que ya no seguía casada con su padrey a veces se permitía hacerle un llamado. Y él, cuandola recibía por el contestador, siempre arrancabacon esa frase que la “desarmaba”. Que no dejaba de“enamorarla”:  ¡Hola mamá…!  Y entonces venía luegola natural conversación. “Si todavía me dice «mamá»

    es que no se olvidó de mí. Si me dice �mamá es porquesigue sintiendo que yo soy su «madre» pese al tema deldivorcio”, pensaba Carmen feliz para sus adentros.No. No le llamaba con su teléfono ni con su celular.Ni siquiera por Facebook . Le llamaba con algo máspoderoso que eso: su MENTE...

    “Ven mi bebé… ven con mami que te necesita.

    Ven a casa y quédate a pasar la noche que

    mami va a llenarte la boca de besos… Y tu

    cuerpo del calor de mi cuerpo… Y tu sexo del

    calor de mi sexo. Ven Alex, ven con mamá…” 

      Cuando Carmen pensaba en esas cosas su cuerpoardía y su vientre se inlamaba Se veía a sí misma

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    haciendo las cosas más locas con su hijastro en lacama, recordando los viejos momentos vividos conél…

    − ¡Dame más Alex! Dame más…

    − ¡¿Te gusta así mami?! ¡¿Así?! 

    Chap! Chap! Chap!

    − ¡Sí mi bebé! ¡Así! ¡Hasta el útero, mi tesoro! ¡¡Hasta el útero!! 

     Chap! Chap! Chap!

    − ¿Puedo meterme en el útero, mami? ¿Puedometerme en la «casita»? 

    − ¡¡Sí mi bebé!! ¡Métete todo lo que tú quieras! ¡Quiero tenerte dentro mío! ¡¡Quiero tenerte bien ADENTRO!! 

      Carmen lamentanba haberlo dejado volar. O mejordicho que se le haya volado. Si hubiese habido alguna

    forma de haberlo retenido lo hubiera hecho. Pero esoera imposible. No se puede detener la marcha de unjoven que quiere y necesita hacer su propia vida. Quequiere crecer como todos. Ella también había voladolejos de su familia para iniciar su vida en EE.UU yAlex merecía exactamente lo mismo. Ahora Alex ibaen la búsqueda de su destino. Incursionando en la

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    ella. Viviendo solo y cargando con la responsabilidadde cuidar su trabajo. Pasando también por el fracasodel amor… De su primer amor. En in, le había llegado

    el momento de crecer y hacerse hombre. Un procesonatural que ella no debía detener.

    VI

      Fue uno de esos días en que no dejaba de pensaren Alex cuando el joven sorpresivamente la llamó.Estaba realizando la entrega de un pedido a una clientacuando sintió sonar su celular. Carmen atendió y allí

    Alex le contó que había roto de nuevo con su primeranovia. El tono de su voz no se escuchaba demasiadoanimado.

    − ¿Cómo que rompiste con Lisa?¿No habían roto hacemeses…?  le preguntó extrañada.

    − Hace un mes que volví a salir con ella, pero no funcionó.

    − Mira mi amor, yo en este momento estoy entregandoun pedido a un vieja clienta mía ¿Por qué no pasas estanoche por mi casa y me cuentas todo? Si quieres te puedo

     pasar a buscar más tarde en mi coche para ahorrarte lamolestia del viaje. Sabes que eso no me molesta, manejo

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    − No, está bien mamá. Te llamo más tarde…

    − ¡¿Más tarde?! Ni lo sueñes. Hace más de una semana

    que no escucho tu voz ¿y voy a esperar a que me llames�más tarde? Además me debes una visita… Todavía noconoces mi casa y eso que hace meses que me separé detu padre. ¿Acaso te has olvidado de mamita? Te sientodesanimado y necesito escuchar a mi hijo… ¿Qué quieresque te prepare de cenar? Tengo pescado al horno con

     papas que me quedó del mediodía. Ese plato siempre te gustó… ¿Cuánto hace que no comes una comida �comola gente? 

    − Esta bien… más tarde andaré por allí. No me pases abuscar. Iré solo. Ya sé dónde queda tu casa. Termina de

    hacer lo tuyo… Nos vemos. Besos. 

    A las siete de la tarde se encontraron en la casa talcomo lo habían pactado. Alex golpeó la puerta y Carmenrápidamente le abrió. Lo saludó calurosamente y le

    hizo pasar al interior de la vivienda. El mismo estababellamente amueblado y se notaba en cada lugar esetoque femenino que le suelen dar las mujeres. A Alexle gustó la casa. Le dijo que ella tenía mejor gusto quela actual mujer de su papá…

    − ¿Es bonita?  le preguntó Carmen, sin poder resistir latentación de saberlo.

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    − No tanto como tú… Parece una vieja, replicó el joven.

    − ¿Qué edad tiene? ¿Es tan mayor como Alan? 

    − No es la edad. Es la actitud. Parece vivir llena de“rollos”… Mi padre hace lo que ella quiere. Buscasatisfacerla en todo. Eso me da mucha rabia.

      Escuchar eso a Carmen le gustó. Saber que su exmarido no llegaría a ser feliz mientras viviera con esa

    mujer. Lo disfrutaba como una pequeña venganza.Como si la vida le hubiera obsequiado un regalo.“Jamás encontrará a alguien como yo”  pensó sonrientepara sus adentros. Miró a Alex y le preguntó:

    − ¿Es buena cocinando? 

    − ¿Cocinando? ¡Pero si la inútil no sabe ni planchar! Cadavez que voy a casa de papá ceno comida de rotisería. A veces comida enlatada que traen de Walmart.Espaguetis con salsa de hongos, pollo entero Sweet Suecon verduras refrigeradas, calamares en salsa de curry

     y todas esas porquerías medias raras... Yo siempre pidomi propia comida. Nunca como eso.

    − Y ahora que vives solo ¿qué comes? 

    − Comida de rotisería… pero la que a mí me gusta.

    − ¡Pobrecito! Deberías venir más seguido a comer acasa de mami…  le dijo ella con dulzura mirándole

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      En la cena Carmen le sirvió el pescado con papasque había preparado ese día mientras que ella secomió una deliciosa ensalada rusa con trocitos de

    manzanas verdes y palmitos acompañada con unapechuga de pollo. Mientras ambos comían juntos, ellale invitó a probar el vino recién sacado del freezer, unchardonnay Mondavi cosecha 2009, pero el muchachono aceptó. Entonces se levantó de la mesa y sacó dela heladera una Pepsi. El joven se sirvió en su vaso.Después de cenar tomaron una buena taza de cafébien caliente y se fueron al living para charlar. Allí,recostados en el sofá uno al lado del otro, Alex le contólo de su novia Lisa.

    − ¿Por qué te peleaste con Lisa?  disparó Carmen.

    − Por el tema de los celos… ¡Es muy inmadura!  contestóalgo fastidiado.

    − ¿La engañaste? 

    − Al principio no. Pero cuando ya nuestra relación se

    iba deteriorando me descubrió una noche chateandocon una de mis compañeras de curso, Jessica Connors.Una chica que se arrastra desesperada por cada chicodel equipo de basquetbol que se le cruza por el frente.Una buscona. Tú ya sabes… Esa noche se terminó todo.

    − ¿Amabas a Jessica? 

  • 8/18/2019 Matriarcado Del Amor 1

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    L A M A D R A S T R A

     guardia baja… Sólo lo hicimos una noche pero despuésde eso no pasó más nada. Cuando le dije que no la queríame largó y se metió con otro. Ya sabes cómo funciona…

      Después de hablar un buen rato y acabado eltema de la novia, Carmen tomó la palabra y aprovechópara decirle lo que seguía sintiendo por él. Todo lo quelo había extrañado en esos años que no estuvieronjuntos. Todo lo que le necesitaba…

    − ¿Por qué no te vienes a vivir conmigo, Alex? 

      Alex se quedó en silencio, como meditando loque iba a decir. Luego, después de unos segundos, lamiró y le dijo:

    − Pero eres mi MADRE… ¿Cómo podría yo vivir con mi propia madre? Ya no soy un chiquillo…

    − ¡No soy tu madre Alex!   le respondió en un tononervioso, pero pronto se tranquilizó. Ya más calmadale dijo: Te amo como una madre y te he cuidado como

    una madre pero no soy “realmente” tu madre. No salistede mis entrañas… Fui, sí, la esposa de tu padre y eso fuetodo. Lo amé mientras é