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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Marzo 2005 Número 411 ISSN 0185-3716 La ciencia acierta Fragmentos Cien años en la vida de la luz, de Luis de la Peña La piedra de toque. La ciencia a prueba, de Jean-Marc Lévy-Leblond Física y metafísica del espacio y el tiempo. La filosofía en el laboratorio, de Shahen Hacyan Lo que somos y el genoma humano. Des-velando nuestra identidad, coordinado por Antonio Velázquez Arellano Las moscas. El peor enemigo del hombre, de Martin Monestier A propósito del Año Internacional de la Física Un texto inédito de Alfonso Reyes sobre Albert Einstein (y otros tres artículos suyos sobre el científico alemán) Francisco Noreña recorre el annus mirabilis de Einstein Carlos Chimal festeja 100 años del fotón y 50 del CERN Martín Bonfil Olivera cuestiona a la física como modelo para las otras ciencias

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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Marzo 2005 Número 411

ISSN

018

5-37

16

La ciencia acierta

Fragmentos■ Cien años en la vida de la luz, de Luis de la Peña■ La piedra de toque. La ciencia a prueba,

de Jean-Marc Lévy-Leblond ■ Física y metafísica del espacio y el tiempo.

La filosofía en el laboratorio, de Shahen Hacyan ■ Lo que somos y el genoma humano.

Des-velando nuestra identidad, coordinado por Antonio Velázquez Arellano

■ Las moscas. El peor enemigo del hombre, de Martin Monestier

A propósito del Año Internacional de la Física■ Un texto inédito de Alfonso Reyes

sobre Albert Einstein (y otros tres artículos suyos sobre el científico alemán)

■ Francisco Noreña recorre el annus mirabilis de Einstein

■ Carlos Chimal festeja 100 años del fotón y 50 del CERN

■ Martín Bonfil Olivera cuestiona a la física como modelo para las otras ciencias

Sumario

Tres artículos que conmovieron al mundo 2Francisco Noreña

Albert Einstein: la obra de 1905 4Barbara Lovett Cline

La cuantización de la radiación según Einstein 7Luis de la Peña

Einstein 10Alfonso Reyes

Einstein en Madrid 10Alfonso Reyes

Einstein desde lejos 12Alfonso Reyes

Góngora, Einstein y los chinos 14Alfonso Reyes

¿Qué puede hacer la literatura por la ciencia? 16Jean-Marc Lévy-Leblond

En el año del fotón 19Carlos Chimal

El cern en el fce 21Espacio, tiempo y gravitación 22

Shahen HacyanEnvidia por la física 24

Martín Bonfil OliveraDestapando la botella del genio 27

Lizbeth Sagols Sales“Matamoscas” y “moscas que matan” 30

Martin Monestier

Francisco Noreña es profesor de física y matemáticas ydivulgador de la ciencia ■ Barbara Lovett Cline fuemaestra de ciencias ■ Luis de la Peña es físico, expertoen mecánica cuántica ■ Alfonso Reyes sigue siendo elprincipal escritor regiomontano ■ Jean-Marc Lévy-Leblond es físico teórico y profesor ■ Carlos Chimal esdivulgador de la ciencia y autor de novelas como Lengua depájaros ■ Shahen Hacyan es físico y articulista del diarioReforma ■ Martín Bonfil Olivera es químico y divulgadorde la ciencia ■ Lizbeth Sagols Sales es filósofa y profesora■ Martin Monestier es escritor, periodista y fotógrafo

La ciencia aciertaHace 100 años hubo en la oficina de patentes de Berna un em-pleado capaz de robarle algunos minutos a su quehacer diariopara dedicarse a la especulación científica. En el laboratorio desu imaginación, Albert Einstein concibió explicaciones a fenó-menos aparentemente menores y al darlas a conocer en ese mi-lagroso 1905 construyó los cimientos de la física del siglo xx.En ese año excepcional saltó a la vida la teoría de la relatividad,el fotón y la mecánica estadística, por lo que hoy, en homena-je a esa proeza descomunal y por iniciativa de la Unesco, feste-jamos el Año Internacional de la Física. El fce ha desarrolladoen las últimas décadas su interés por las ciencias naturales, porlo que es casi obligatorio que nos sumemos a esta celebracióncon el actual número de La Gaceta, en el que la colaboración deMarco Antonio Pulido fue muy importante.

Un texto inédito de Alfonso Reyes sobre Albert Einstein esel plato principal de esta entrega, pues expresa la sana fusión dela inteligencia libresca y el saber de la ciencia. Se trata de las no-tas que el autor de Visión de Anáhuac tomó mientras estudiaba lasideas einsteinianas, deseoso de compartir con gente cercana a élla teoría relativista, que si bien en los años veinte y treinta ya eratierra firme para los físicos aún se mantenía como zona ignotapara el público general. El texto que presentamos aquí es, portanto, un ejercicio de divulgación en el que pedagogía y sensi-bilidad lírica se alían para traducir a lenguaje llano, que no sim-ple, los supuestos y las consecuencias del pensamiento de Eins-tein. Por raro que parezca, el tema no era ajeno a don Alfonso,como puede verse en los otros tres artículos suyos que ofrece-mos, en los que un Einstein ya maduro pero no viejo es descri-to por el polígrafo regiomontano. Acaso porque entonces C. P.Snow —nacido por casualidad ¡en 1905!— aún no identificabala frontera entre las dos culturas —la humanística y la científi-ca—, Reyes cruzaba de una a otra con insólita naturalidad.

Para entrar en materia, Francisco Noreña describe el con-texto científico en que trabajó Einstein y cómo sus “inocentes”malabarismos —partículas que danzan y producen el movi-miento browniano, rayos de luz que construyen la simultanei-dad, paquetes luminosos que alborotan a los electrones— ter-minaron por convertirse en una nueva física. Ese joven pensa-dor es el eje del relato de Barbara Lovett Cline, para quien lainvestigación científica es sobre todo una aventura humana, enla que se trenzan el carácter, la ambición y el ingenio de losprotagonistas. De la obra más reciente de Luis de la Peña he-mos tomado parte del capítulo en que se describe la explicaciónde Einstein al efecto fotoeléctrico, explicación que lo hizo me-recedor del premio Nobel en 1921.

En imagen especular de la actitud alfonsina, el físico teóri-co Jean-Marc Lévy-Leblond se acerca a la literatura para invi-tar a los científicos a abrevar en ella en busca no sólo de metá-foras sino de claridad en la escritura. Carlos Chimal es uno delos escasos practicantes de ese intercambio, ya como novelistaque incorpora dosis de saber científico, ya como divulgador quese vale de la buena prosa para comunicarse con el lector lego;aquí nos invita a visitar el cincuentón acelerador de partículasde Ginebra y a festejar el primer siglo del fotón. Y de la mano deShahen Hacyan —unos de los difusores científicos más efica-ces de nuestro país— podremos conocer una de las ideas toralesde la teoría de la relatividad.

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Tanta física no debería, sin embargo, hacernos olvidar quela curiosidad científica tiene otros modos de ser, ya que, comosostiene el incisivo Martín Bonfil Olivera, muy probablementelos fenómenos complejos no pueden reducirse a explicacionesfísicas. Así, la “envidia” de biólogos, químicos, sociólogos poraquella ciencia se disipa al comprender que cada nivel de aná-lisis implica un tipo de comprensión. De esas otras cienciaspresentamos como remate dos fragmentos, uno de nuestra re-ciente obra colectiva sobre el genoma humano y otro sobre lasomnipresentes moscas, a cargo del singular escritor MartinMonestier.

A ciencia cierta, cierta ciencia acierta. La que presentamosaquí, sin duda lo hace. Así, en el primer centenario del annusmirabilis de Albert Einstein, La Gaceta brinda en memoria dequienes construyen el cada vez más sólido —y siempre inaca-bado— edificio de las ciencias naturales.

laGaceta 1

Tres artículos que conmovieron al mundoFrancisco Noreña

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Directora del FCE

Consuelo Sáizar

Director de La GacetaTomás Granados Salinas

Consejo editorialConsuelo Sáizar, Ricardo Nudelman,Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler, Ma-ría del Carmen Farías, Áxel Retiff, Jime-na Gallardo, Laura González Durán,Carolina Cordero, Nina Álvarez-Icaza,Paola Morán, Luis Arturo Pelayo, PabloMartínez Lozada, Álvaro Enrigue, Mi-riam Martínez Garza, Karina Simpson,Fausto Hernández Trillo, Karla LópezG., Alejandro Valles Santo Tomás, Héc-tor Chávez, Delia Peña, Antonio Her-nández Estrella, Juan Camilo Sierra(Colombia), Marcelo Díaz (España),Leandro de Sagastizábal (Argentina),Julio Sau (Chile), Carlos Maza (Perú),Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat(Venezuela), Ignacio de Echevarria(Estados Unidos), César Ángel AguilarAsiain (Guatemala)

ImpresiónImpresora y EncuadernadoraProgreso, sa de cv

Diseño y formaciónMarina Garone y Cristóbal Henestrosa

IlustracionesRaúl G. Plancarte

La Gaceta del Fondo de Cultura Económicaes una publicación mensual editada porel Fondo de Cultura Económica, condomicilio en Carretera Picacho-Ajusco227, Colonia Bosques del Pedregal, De-legación Tlalpan, Distrito Federal, Mé-xico. Editor responsable: Tomás GranadosSalinas. Certificado de Licitud de Títu-lo 8635 y de Licitud de Contenido 6080,expedidos por la Comisión Calificadorade Publicaciones y Revistas Ilustradas el15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondode Cultura Económica es un nombre re-gistrado en el Instituto Nacional delDerecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviem-bre de 2001. Registro Postal, PublicaciónPeriódica: pp09-0206. Distribuida por elpropio Fondo de Cultura Económica.

Correo electró[email protected]

DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Hace cien años ocurrió una silenciosa revolución: Albert Einstein preparó, en su tiempo libre, varios artículos que refundaron la física. Echemos una ojeada a las novedosas respuestas que el entonces joven científico dio para explicar algunos problemitas que aquejaban a la más fundamental de las ciencias

Para lograr ese mundo perfecto que se imaginaban los físicos de principios del sigloxx faltaba solamente resolver lo que ellos llamaban algunos “pequeños problemitas”.Pensaban que faltaban pocos años para resolverlos y dejar terminado el gran edificiode la física. Algunos de estos problemitas eran los siguientes:

La existencia del éter. Al estudiar el desplazamiento de las ondas electromagnéticas,se pensaba que éstas necesitaban un medio para viajar en él, así como las ondas sono-ras viajan en el aire. El éter se intentaba detectar, pero los experimentos para lograr-lo habían sido infructuosos. Este problema estaba relacionado también con cómo uncuerpo en movimiento percibe o emite la radiación electromagnética.

La radiación del cuerpo negro. Este problema estaba relacionado con la radiación ab-sorbida y emitida por un cuerpo caliente. La radiación que se detectaba no corres-pondía con lo que predecían las teorías del momento. La curva de radiación medidaexperimentalmente era diferente a la predicha.

El efecto fotoeléctrico. Al incidir luz de cierto tipo sobre un metal, “surgen” electro-nes que le son arrancados al metal. El efecto era bien conocido, pero no se entendíabien la manera en que ocurría. Una vez más, lo predicho por la teoría no correspon-día con lo que se medía.

El corrimiento del perihelio de Mercurio. La teoría de la gravitación universal deNewton explicaba perfectamente las órbitas de cometas, asteroides y planetas, con ex-cepción de la de Mercurio, el planeta más cercano al Sol. Había un pequeña diferen-cia entre la forma en que la teoría predecía su movimiento, tomando en cuenta todaslas influencias de los demás planetas, y la forma en que realmente se mueve Mercurio.

Pese a los diferentes fracasos en el intento de solución de estos “problemitas”, los físi-cos seguían pensado que todo era cuestión de tiempo, y no mucho, para que la situaciónquedara completamente dominada por las teorías existentes de la física de ese tiempo.

Así las cosas, los físicos siguieron atacando estos problemas, algunos con éxitosparciales y otros con fracaso total, hasta que en 1905, un joven de 26 años de edad,publicó varios artículos durante ese año, relacionados con algunos de los asuntosmencionados. Este joven era Albert Einstein y sus artículos contribuyeron a la solu-ción de dichos problemas, pero para ello hubo que revolucionar las teorías de la físi-ca dando origen por un lado a la teoría de la relatividad y por otro a la mecánica cuán-tica, dos teorías físicas que hoy en día siguen desarrollándose; a un siglo de distancia,sabemos, que estamos muy lejos de terminar el edificio de la física, y aquella actitudtriunfalista se ha abandonado, quizá para siempre. En resumen, podemos decir queaquellos pequeños problemitas, lejos de resolverse fácilmente, dieron lugar al replan-teamiento completo de la física y Albert Einstein desempeñó un papel importantísi-mo en esta revolución, en parte con sus artículos de 1905.

Uno de estos famosos artículos está relacionado con el efecto fotoeléctrico. En él,Einstein explicó dicho efecto utilizando una hipótesis que cinco años antes había uti-lizado Max Planck para explicar la radiación del cuerpo negro, sin convencer a mu-chos científicos. Einstein retomó la hipótesis de Planck que consiste en suponer quela luz está formada por pequeños paquetitos de luz que después se llamaron cuantosde luz, y no por una onda continua como se suponía en la teoría electromagnética de

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lcst, e

Maxwell. Con esta hipótesis Einstein explicó con precisión có-mo se lleva a cabo el efecto fotoeléctrico. A partir del éxito deesta explicación, se empezó a tomar más en serio la hipótesis dePlanck que representa los orígenes de los que después se llama-ría la mecánica cuántica. Años después, en 1921, se le otorgó aEinstein el premio Nobel de Física por su trabajo sobre el efec-to fotoeléctrico. Para muchos, este premio debió otorgárselepor otros trabajos todavía más importantes, pero los científicosde la época tenían ciertos recelos sobre las demás teorías no to-talmente aceptadas.

Otro de los artículos de Einstein publicado en 1905 fue unoconcerniente al llamado movimiento browniano. Este tipo demovimiento había sido observado por un biólogo británico lla-mado Robert Brown en partículas de polen suspendidas enfluidos. Tales partículas parecían moverse al azar describiendotrayectorias caprichosas. Fenómenos físicos como éste perte-necen a lo que hoy conocemos como mecánica estadística, dis-ciplina que habían comenzado a desa-rrollar científicos del siglo xix comoLudwig Boltzmann y Josiah WillardGibbs. El problema del movimientobrowniano era otro de los aspectos nocomprendidos plenamente por el cono-cimiento de la época. Einstein generali-zó algunos resultados de Boltzmann ycalculó las trayectorias promedio de par-tículas microscópicas afectadas por coli-siones azarosas de moléculas en líquidos y gases. Sus resultadosdieron una explicación de las erráticas rutas seguidas por laspartículas de polen en el movimiento browniano. La contribu-ción de Einstein a este respecto proporcionó elementos muyimportantes para la discusión teórica de fenómenos de este ti-po, y ayudó a sentar las bases para el desarrollo de la mecánicaestadística, que es otro de los pilares más importantes de la fí-sica moderna.

Cualquiera de estas dos aportaciones —la del efecto fotoe-léctrico o la del movimiento browniano— le habrían bastado aEinstein para ser reconocido como un físico audaz con ideasrenovadoras. Sin embargo sus ideas más trascendentes comen-zaron a gestarse en otro de los artículos publicados en 1905. Setrata de la teoría de la relatividad. Con ella, Einstein revolucio-nó los conceptos fundamentales de espacio y tiempo, cambian-do algunos de los preceptos fundamentales de la llamada me-cánica clásica.

Este trascendente artículo se llamó “Sobre la electrodinámi-ca de los cuerpos en movimiento”. Algunos resultados relacio-nados con el movimiento de un electrón según las leyes delelectromagnetismo aceptado entonces entraban en conflictocon las leyes de Newton. Esto, aunado a los resultados negati-vos de los experimentos para detectar un éter luminífero, diola pauta a Einstein para crear su nueva teoría. Basándose en elprincipio de relatividad clásico, que afirma que las leyes de lafísica deben ser las mismas para todos los observadores, Eins-tein agregó que la velocidad de la luz tiene el mismo valor pa-ra todos los observadores sin importar la velocidad con la queestos se desplazan unos respecto a otros. Estos dos simples pos-tulados son la base de la teoría de la relatividad, en la que laexistencia del famoso éter dejo de ser necesaria. Sin embargolas consecuencias de la teoría fueron de gran trascendencia: porejemplo, el tiempo dejó de ser absoluto para convertirse en al-

Aquellos pequeñoslejos de resolversedieron lugar al repcompleto de la físiAlbert Einstein deun papel importanen esta revolucióncon sus artículos d

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go que transcurre de la misma manera para los diferentes ob-servadores en movimiento relativo. Según la relatividad, la ma-sa de una partícula aumenta a medida que su velocidad se acer-ca a la de la luz. Se estableció también en esta teoría la equiva-lencia entre la masa y la energía mediante la famosa fórmula deEinstein: E = mc2, sin duda la expresión física más conocida dela historia.

Estos y otros resultados novedosos de la teoría de la relati-vidad contradecían a la mecánica clásica y en muchos casos a laintuición y al “sentido común”. Por esta razón la teoría deEinstein, aunque explicaba de manera convincente muchos fe-nómenos, tardó varios años en ser aceptada totalmente por loscientíficos. Tuvo muchos detractores que llegaron incluso aburlarse de los “absurdos” resultados de Einstein. Incluso sepublicó un libro llamado Cien científicos contra Einstein, en elque algunos físicos importantes daban sus argumentos en con-tra de la teoría de la relatividad. La respuesta de Einstein a la

publicación de esa obra fue que para quetantos, si con uno que refutara correcta-mente su teoría habría bastado. Al pocotiempo empezó a comprobarse experi-mentalmente esta revolucionaria teoríaque finalmente fue aceptada por todoslos físicos, y hoy en día es un de la herra-mientas de trabajo fundamentales demuchos investigadores en varias ramasde la física.

Lo que Einstein propuso en 1905 hoy se conoce como teo-ría especial de la relatividad, porque aproximadamente 10 añosdespués él mismo publicó los primeros artículos sobre la teoríageneral de la relatividad, que, como su nombre lo dice, genera-liza la teoría especial involucrando campos gravitacionales. Dehecho se trata de una teoría de gravitación muy novedosa y re-volucionaria. En ella Einstein describe la gravitación no comouna fuerza sino como el resultado de deformaciones geométri-cas en el espacio-tiempo. Uno de los primeros éxitos contun-dentes de la relatividad general fue la explicación precisa delcorrimiento del perihelio de Mercurio, el último de aquellosproblemillas no resueltos algunos años antes. La teoría generalde la relatividad ha sido comprobada experimentalmente variasveces y de ella han surgido algunas predicciones que aún no severifican, como la existencia de las ondas gravitacionales. Se laconsidera un modelo matemático muy hermoso, producto deuna mente privilegiada que logró cambiar radicalmente mu-chos de los conceptos fundamentales de la física.

Se dice que si Einstein no hubiera propuesto la relatividadespecial en 1905, probablemente en poco tiempo alguien máshabría propuesto algo parecido, pues varios científicos ibantras las mismas pistas y no estaban tan lejos de llegar a conclu-siones parecidas a las de Einstein. Sin embargo, con la relativi-dad general Einstein se adelantó varias décadas al trabajo desus contemporáneos.

Por si fuera poco, en 1905 Einstein publicó otros artículosademás de los tres a los que acabamos de referirnos. Destaca-mos estos tres por su importancia al colaborar cada uno deellos a tres de las teorías físicas más importantes: la mecánicacuántica, la mecánica estadística y la teoría de la relatividad.Hoy, a 100 años de la publicación de estos artículos, y a 50 dela muerte de su creador, vale la pena celebrar el Año Interna-cional de la Física.

problemitas, fácilmente, anteamientoa y empeñó ísimo en parte 1905

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Albert Einstein: la obra de 1905Barbara Lovett Cline

Al igual que otros muchos Breviarios,Los creadores de la nueva física, quelleva el número 154 de la colección,ha servido a los lectores para conocercon sencillez y claridad temas muyespecializados. Compruébelo el lectorcon este fragmento sobre los dichososaños de Einstein en Berna y susantecedentes escolares

Nunca se vuelve a ser tan inteligente como a los dieciséis años.

Leo Szilard

En el primer año del siglo xx, cuando eltrabajo de Max Planck acerca de la ra-diación del cuerpo negro apareció enuna revista científica, Albert Einstein te-nía veintiún años, se había graduado enun instituto politécnico y no tenía em-pleo. Había solicitado un puesto de Pri-vatdozent en el instituto suizo donde es-tudió y le habían contestado que no que-daban plazas. Luego había tratado deobtener un puesto de maestro en unGymnasium, pero sin éxito. Acabó porencontrar en el periódico un aviso soli-citando un instructor privado. El forni-do joven, con abundante pelo rizado yojos oscuros y tristes, respondió y obtu-vo el puesto.

Sus discípulos eran dos muchachosque iban mal en la escuela. El propioEinstein había hecho mal papel en elGymnasium. Se había opuesto con vigora lo que llamaba la “máquina educativa”,que, tal como él la veía, atiborraba a lafuerza de conocimientos para que fuerandevueltos llegado el momento del exa-men. “La curiosidad —decía— es unaplanta pequeña y delicada que, aparte deestímulo, necesita sobre todo libertad.”Ahora se puso a enseñar a sus dos discí-pulos como le hubiese gustado ser ins-truido él… En lugar de alimentarlos consoluciones para que las retuvieran en lamemoria, les planteaba cuestiones y losanimaba para que encontrasen las solu-ciones por su cuenta.

Le gustaba el trabajo, pero una cosaandaba mal. Los muchachos seguíanasistiendo a clases en el Gymnasium, y

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allí a Einstein le parecía que les des-truían la curiosidad, que él hacía todo loposible por estimular. Fue a ver a quienle pagaba y le pidió que sacase a los mu-chachos de la escuela, explicando quepodía enseñarles mejor que sus maestrosdel Gymnasium. Semejante cuestión nofue bien recibida, lo cual acaso no seasorprendente en vista de que su patrónera él mismo maestro en un Gymnasium.El nuevo preceptor fue despedido.

Una vez más quedó Einstein sin tra-bajo y una vez más no podía encontrarninguno, hasta que un amigo lo presen-tó al director de la oficina suiza de pa-tentes, en Berna. Después de someter aEinstein a un largo examen escrito, eldirector decidió que el joven, aunqueinexperto, podía serle útil en la oficina ylo contrató.

A Einstein también le gustaba el em-pleo. Le dieron una pila de solicitudesde patente en las que los inventores des-cribían sus ideas, por lo general con grandetalle, usando términos técnicos pocofamiliares. Le correspondía captar losdetalles esenciales del invento y escribirluego una descripción simplificada, demodo que sus superiores pudieran deci-dir si el invento merecía una patente. AEinstein le gustaba aplicar así sus capaci-dades. Le interesaban los aparatos e ins-trumentos técnicos y una que otra veztopaba con ideas ingeniosas en su pilacotidiana de cartas. Esto hacía de verasemocionante el trabajo. Pero lo mejorfue que descubrió que podía completarel trabajo de una jornada completa entres o cuatro horas. Se ponía entonces apensar acerca de su propio trabajo de fí-sica, y acerca de algunos problemas quetrataba de resolver. Hacía los cálculos entrozos de papel que guardaba apresura-damente en un cajón cuando alguien en-traba en su despacho.

Un problema sobre el cual trabajabaera el de formular las leyes termodiná-micas en términos de las probabilidadesdel movimiento molecular de varios ti-pos. Einstein, con una intención especí-fica en mientes, desarrolló y amplió laobra de Ludwig Boltzmann. Para estotuvo que elaborar un procedimiento ma-

temático que le permitiera expresar elmovimiento total de un sistema en tér-minos de las leyes del azar: una mecáni-ca estadística. Einstein no sabía que Jo-siah Willard Gibbs —que publicó sushallazgos sobre la entropía antes quePlanck— ya había formulado una mecá-nica así.

Poco le importó a Einstein, cuandose enteró, el hecho de que casi todo sutrabajo hubiese sido realizado ya antespor otro. Él había forjado su mecánicaestadística, su termodinámica estadísti-ca, como herramientas. Ahora las usó.Quería convencer a los muchos científi-cos que todavía dudaban de que existíanlas llamadas moléculas (y por lo tanto losátomos). Empleando sus herramientas,calculó que en ciertas condiciones de-bían ser observables al microscopio mo-vimientos debidos a las moléculas. Si sesuspendían en un líquido partículas dedeterminada masa y dimensiones, susmovimientos reflejarían sus colisionescon las moléculas de que estuviera com-puesto el líquido. El movimiento mediode una sería el mismo que el de la otra.Así, Einstein hizo una predicción, ba-sándose en la hipótesis de la existenciade las moléculas, la hipótesis que susten-taba sus leyes estadísticas como las deBoltzmann. Podría realizarse un experi-mento con el fin de ver si la predicciónera correcta.

En realidad, el experimento ya habíasido hecho (cosa que Einstein no supohasta después). Un botánico inglés, Ro-bert Brown, había advertido el continuomovimiento zigzagueante de minúsculaspartículas de polen suspendidas en un lí-quido, movimiento que no era causadopor ninguna influencia externa. Advirtióesto setenta y ocho años antes, y el mo-vimiento recibió su nombre: “brownia-no”. Ahora Einstein explicaba aquel mo-vimiento de acuerdo con la hipótesismolecular. Renovadas observaciones delmovimiento browniano mostraron quelas predicciones de Einstein eran correc-tas en detalle: las partículas se movíanprecisamente como debieran hacerlo encaso de existir las moléculas. Esto consti-tuyó el primer testimonio visible a favor

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de la existencia de las moléculas y con-venció en efecto a muchos científicos queaún dudaban. Al mismo tiempo, demos-traba la importancia de las herramientasmatemáticas dispuestas de antemanopor Boltzmann, Gibbs, Einstein y otros.

El movimiento browniano fue uno delos problemas que resolvió Einstein enla oficina de patentes. Otro fue la teoríadel efecto fotoeléctrico, que le merecióen 1921 el premio Nobel. […] El artícu-lo de Einstein sobre el efecto fotoeléc-trico fue publicado en una revista cientí-fica alemana en octubre de 1905. En elmismo número aparecía también su artí-culo sobre el movimiento browniano yun trabajo más con la misma firma: laprimera teoría de la relatividad de Eins-tein. Había llevado a cabo toda esta la-bor a los veintiséis años. Todo fue hechomientras era oficinista de las patentessuizas, en el tiempo “libre” cuando tra-bajaba con un ojo en la puerta, por asídecirlo. Y también laboraba en casa porlas tardes, después del trabajo. Talescondiciones no se dirían ideales parapensar, pero Einstein parecía encontrar-las así. Fueron aquellos sus años másproductivos; muy probablemente tam-bién los más felices. Había dejado atrásla instrucción formal, que tanto aborre-cía. Había salido de su país natal, Alema-nia, que encontraba sombrío y oprimen-te. Era independiente desde el punto devista financiero y tenía libre muchotiempo para llevar adelante su propiotrabajo. Durante toda su vida esta clasede libertad representó para él muchomás que cualquier otra cosa.

Ya siendo niño pequeño, Einstein eracalmado, tranquilo, pensativo. Aprendió

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a hablar mucho más tarde de lo acos-tumbrado, para congoja de sus padres,que temieron por un tiempo que fueraretrasado mental.

Los Einstein se trasladaron a Múnichdesde una pequeña ciudad, Ulm, en elsur de Alemania, un año después de na-cido su único hijo (tenían también unahija). En Múnich el padre, HermannEinstein, inició un modesto negocio deelectroquímica. No tenía gran éxito, pe-ro le permitía salir adelante, al menospor un tiempo. Su esposa y él han sidodescritos como personas joviales, fácilesde llevar, gente de ciudad pequeña. Noeran intelectuales pero sentían profundorespeto por la educación y querían quesu hijo hiciese buen papel en la escuela.Pero las materias en que iba peor eranlas dos que solían considerarse las másimportantes, el latín y el griego. Si bienleía muchos libros, rara vez eran los quele decían en la escuela. Se pasaba muchotiempo sin hacer nada. Soñaba despierto.

En la breve autobiografía que Eins-tein escribió cuando tenía más de sesen-ta años y que llamaba en broma su “obi-tuario”, evocó algunas de las cosas queinspiraban sus ensueños. Una fue la brú-jula que conoció a los cuatro o cincoaños. Advirtió que sin importar que lasacudiera o le diera vuelta, la aguja de labrújula apuntaba en la misma dirección.Sus propias acciones no la controlaban;la aguja respondía a las órdenes de algoque él no podía ver ni sentir, algo ocul-to. Había un mundo más allá del de lapercepción inmediata, un mundo desco-nocido. Sintió “asombro”, decía; inclusoaquella experiencia le hizo sentir tem-blor y escalofrío.

A los doce años hubo otro aconteci-miento que señaló un viraje en su vida.Al saber que en la escuela no tardaría entener que estudiar geometría plana, ho-jeó el texto de geometría para ver lo quele esperaba. Ya se había dado cuenta deque una “materia” podía ser muy intere-sante antes de que la escuela lo obligaraa uno a estudiarla. En este caso, encontróque el texto era mucho más que intere-sante. Lo impresionaron profundamen-te las pruebas lógicamente ordenadas decada afirmación, la estrecha conexiónentre diagrama y razonamiento. Vio allícertidumbre, orden, belleza. Al igualque Max Planck, Einstein fue inspiradopor el reconocimiento de que era posi-ble descubrir una pauta significativa enel universo. Pero a diferencia de Planck,Einstein no descubrió esto en la clase.

Lo mismo le ocurrió en el caso de lamúsica. Al igual que Planck, Einsteinamaba la música, casi tanto como la físi-ca, pero también la música tuvo que des-cubrirla solo. Sus padres se empeñaronen que tomase lecciones de violín desdelos seis años, pero la música le tuvo sincuidado hasta los trece, cuando escuchósonatas de Mozart y por su cuenta se pu-so a tratar de tocarlas.

Como hemos dicho, el descubri-miento de la geometría plana cuando te-nía doce años significó un viraje paraEinstein. Hasta entonces lo había atraí-do mucho la religión. Sus padres, des-cendientes de judíos, no eran religiososen absoluto. En vez de enviar a su hijo auna escuela elemental judía, según seacostumbraba, lo inscribieron en la es-cuela más cercana a su casa. Resultó seruna escuela católica. Allí Einstein absor-bió las ideas y el ritual de dicha fe y sehizo ardientemente religioso, mientrasque en casa el padre se reía de él poraquellas creencias.

Las abandonó de repente, sin embar-go, cuando Einstein, inspirado por el li-bro de geometría, empezó a estudiar ma-temáticas y a leer exposiciones científi-cas para legos. Convencido de que granparte de las historias de la Biblia no po-dían ser verdad, se volvió contra la reli-gión organizada con sentimientos tan in-tensos como los que lo atrajeron primero.Por un tiempo, contaba, fue “un fanáti-co antirreligioso” y veía la iglesia comouna autoridad, igual que la escuela y elejército. Le parecía que todas estas insti-tuciones eran la misma, una única “má-quina educativa” en la que al individuo

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se le daba de comer como a un niño y sele hacía pensar y creer de una manera.

Kadavergehorsamkeit, obediencia decadáver: esto se les pedía a los soldadosdel ejército imperial prusiano, el ejércitode la nación alemana. A Einstein le pa-reció que también la escuela pedía obe-diencia de cadáver. Veía a los estudiantestiesos, atentos, recitando al oír una vozde mando. Prefería ser castigado a reci-tar algo que podía recordar pero no en-tendía. Dentro de lo posible, se mantu-vo aparte. Siguió siendo así toda la vida,y aunque con el tiempo fue juzgando lasinstituciones humanas un poco menosásperamente que de muchacho, se man-tuvo escéptico ante “las convicciones vi-vas en cualquier medio social específico”.

A otros les hubiera parecido solitariotal aislamiento; no a Einstein. Quería li-berarse cuanto fuera posible de lo quellamaba “las cadenas de lo meramentepersonal, de una existencia dominada pordeseos, esperanzas y sentimientos primi-tivos”. Había sentido este anhelo antesde tener doce años; hasta dijo que poreso lo atrajo tanto la religión. Descubrióun parecido entre la doctrina católica ylas tradiciones judías. Diferentes símbo-los eran usados por los diferentes siste-mas religiosos para expresar lo que erafundamentalmente lo mismo. Por deba-jo de diferencias aparentes había orden,un orden en el que podía ser sumergidala parte “meramente personal” de la vida.

Rechazó este “paraíso religioso de lajuventud”, como lo llamaba, y puso en sulugar otra cosa: las bellezas de la geome-tría, la apreciación de la posibilidad decomprender el mundo físico. “Allá, afue-ra —decía—, estaba este inmenso mun-do, que existe independientemente de no-

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sotros, los seres humanos, y se alza entrenosotros como un enorme, eterno enig-ma… La contemplación de este mundoatraía como una liberación…” De estamanera, asimismo, era posible escaparde las cadenas meramente personales.

Así, hacia los 12 años, Einstein tomóun camino que habría de seguir toda lavida, un camino que apartaba de la de-más gente, con sus instituciones, y queno era “tan confortable y atractivo comoel camino al paraíso religioso”. No obs-tante, pensaba, también esta vía llevaba auna especie de paraíso, y al hablar deél usaba el lenguaje de la religión. “Dios—solía decir— es refinado, pero no ma-lévolo”, con lo cual Einstein significabaque el universo está hecho de tal modoque el hombre puede comprenderlo, por

dura que sea esta labor. Otras veces de-cía, criticando una teoría física por notocar los fundamentos: “La teoría damucho, pero no creo que nos acerquenada al secreto del Viejo.” […]

Hacia el fin de su vida, charlando conRobert Oppenheimer, Einstein comentócómo su gran obra, realizada cuando te-nía veintiséis años, había afectado el res-to de su vida: “Cuando se le concede auno hacer algo bien razonable, siempreen adelante el trabajo y la vida resultanun poco raros.” En los años que siguie-ron a 1905, Einstein se fue convirtiendo

Se ponía entonces a pensar acerca de su propio trabajo de física. Hacía los cálculos en trozos de papel que guardaba apresuradamente en un cajón cuando alguien entraba en su despacho

en un símbolo de diferentes cosas, paradiferentes personas. A unos les parecíaun radical peligroso; a otros, un incom-petente ingenuo. Hubo quien entendiósu obra en el sentido de que quedabaabolido todo absoluto, incluyendo lo“bueno” y lo “malo”. Otros lo vieron co-mo si fuera un guía religioso que comoMoisés ayudaba a su pueblo a llegar auna tierra nueva.

En 1905, la fama de Einstein y sus ex-trañas consecuencias estaban aún lejos,pero casi en cuanto su labor fue conoci-da por otros científicos empezó a cam-biar su vida. Cayeron los barrotes delmundo académico con los que había tro-pezado pocos años atrás al buscar unpuesto; ahora insistían para que entrase.Poco después de la publicación de 1905,Einstein dejó la oficina del gobierno enla que había sido desconocido y feliz.

Siete años después llegó a ser Privat-dozent en la Universidad de Berna, al-canzó la cumbre de su profesión y a lostreinta y tres años era un profesor hechoy derecho. El lento progreso habitual,de peldaño en peldaño por la escaleraacadémica, se había acelerado en reco-nocimiento de su capacidad. La Univer-sidad de Berna lo había llamado de Zu-rich; pasó luego a la Universidad de Pra-ga y volvió otra vez a Zurich, al InstitutoPolitécnico donde había estudiado. Ca-da cambio significaba mayor jerarquíaen el mundo académico (de ordinariomayor salario) y mayor respeto.

Cada ascenso hacía que Einstein sesintiese un poco más a disgusto. En laoficina de patentes había encontradocierta satisfacción en cumplir las laboresque de él se esperaban. No era así en launiversidad: evitaba sus obligacionesacadémicas o las cumplía por encima.En consecuencia tenía el sentimiento deque no merecía el sueldo que la univer-sidad le pagaba, o en todo caso que sólolo merecía si su investigación llevaba aresultados que sirvieran para incremen-tar la reputación de la universidad. Se-gún él, le pagaban por tener ideas. Aligual que en sus días de estudiante, otrostenían derecho a una parte de sus pensa-mientos. Vivía con un incómodo sentidode obligación hacia los demás y pensabacon nostalgia en las felices vidas de loszapateros y los mecánicos, a quienes seles paga por trabajos sencillos, que lesdejan libre la mente.

Traducción de Juan Almela.

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La cuantización de la radiación según EinsteinLuis de la Peña

El reputado físico mexicano, autor de obras publicadas por el FCE comoAlbert Einstein: navegante solitario, ha escrito una singular biografía: Cien años en la vida de la luz, con elque nuestra colección La Ciencia para Todos alcanza los 200 títulos. Se trata de un deslumbrante recorridopor el siglo en que más se ha avanzadoen la comprensión del fenómeno luminoso, de cuyo sexto capítulo hemos tomado un fragmento en elque se expone la explicación que dioEinstein al efecto fotoeléctrico

El trabajo de Planck de 1900 se quedódonde él lo había dejado, sin que su granvalor intrínseco recibiera el debido reco-nocimiento por parte de los físicos de suépoca. El propio Planck hizo grandes es-fuerzos por retornar a la física clásica enla descripción del comportamiento delcuerpo negro. Einstein desempeñaría unpapel central en la transformación de es-ta situación.

Sin conocer los resultados de Planck,Einstein escribió en 1905 su trabajo so-bre la producción y transformación de laluz, en el que propuso su nuevo puntode vista heurístico sobre el comporta-miento de la luz. A partir de considera-ciones estadísticas, basadas en la des-cripción que había venido usando en losaños anteriores en la construcción de lafísica estadística, Einstein llegó a la con-clusión de que la manera más simple deentender el comportamiento observadode la luz en ciertas circunstancias (entreellas las que se dan en el caso del cuerponegro) se obtiene al suponer que ella, laluz, está formada por cuantos individua-les de energía que poseen, además de sunatural comportamiento ondulatorio,algunas propiedades características delos corpúsculos.

La proposición era realmente muyatrevida, como resulta particularmenteclaro al considerar que no fue sino hasta1909-1910 cuando los trabajos de Perrinconvencieron al mundo de los físicos dela realidad de las moléculas. Hasta esemomento un sector importante de los

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científicos consideraba la hipótesis ató-mica de la materia como una herramien-ta útil para describir ciertos fenómenosfísicos o químicos, pero carente de con-tenido físico profundo. Esta actitud an-tiatomista recibía fuerte apoyo del pro-pio desarrollo de la física clásica, en laque todas las variables y todos los proce-sos son continuos. No había razón apa-rente, según esta escuela, para negar ladivisibilidad infinita de la materia.

Está claro que coexistía con esta for-ma de pensar la visión atomista; porejemplo, la exitosa teoría cinética de losgases de Maxwell y Boltzmann se funda-ba en la noción de que los gases estánconstituidos por moléculas independien-tes. Incluso personajes como Avogadro yLodschmidt habían contado el número demoléculas que puede contener un gas,aunque la confusión entre átomos y mo-léculas persistió durante todo el siglo xix.

En un clima en que aun grandes quí-micos y físicos negaban la realidad físicade las moléculas, proponer que el campoelectromagnético, al que bien podemosver como el prototipo del continuo en lafísica, está compuesto por cuantos queposeen propiedades análogas a las de lasmoléculas, no puede parecer sino un dis-late. La propuesta de Einstein, comopoco antes la de Planck, cayó en el vacíoy durante más de 15 años Einstein fue elúnico que la manejó y desarrolló. El re-conocimiento generalizado de esta teo-ría llegó alrededor del año 1920.

Consciente de las dificultades que en-frentaría una propuesta de este tipo,Einstein buscó argumentos que reforza-ran su punto de vista y mostraran (a élmismo, y no sólo a los demás) su verosi-militud. Encontró varios, pero uno esparticularmente famoso, por su impor-tancia intrínseca y por ser el asunto quedeterminó que fuera laureado con elpremio Nobel, por lo que lo describire-mos a continuación.

Se trata del llamado efecto fotoeléctrico,fenómeno descubierto por Hertz duran-te sus experimentos para obtener ondaselectromagnéticas. Hertz se contentócon notificar que había observado que,al iluminar con luz ultravioleta el cátodo

(electrodo negativo) de su aparato, se re-forzaba la producción de los chispazos.El asunto se quedó ahí hasta que el físi-co alemán Philipp Lenard (1862-1947)lo tomó en sus manos.1

En 1902 Lenard mostró que el efectose debe a que cuando cae luz sobre cier-tas superficies metálicas, éstas liberanelectrones que producen una corrienteeléctrica. El descubrimiento fue muyimportante, pues contribuyó a que losfísicos aceptaran que los electrones for-man parte de la estructura de los áto-mos. Sin embargo, Lenard tambiénmostró que el efecto tiene propiedadesmuy singulares, que lo hacen confuso.Dos en particular son de llamar la aten-ción: una es que sólo la luz de ciertos co-lores produce el efecto, pues una vez quela frecuencia de la luz que ilumina el cá-todo baja lo suficiente, el efecto desapa-rece; otra es que al elevar la intensidadde la luz se incrementa la corriente eléc-trica producida, pero no la energía má-xima con la que los electrones son emi-tidos. Éste es un comportamiento real-mente extraño, pues tenderíamos apensar que, al incrementar la energía to-tal que la luz suministra al metal, debe-ría elevarse la energía con la que loselectrones son emitidos. Los intentospor entender este extraño comporta-miento fueron vanos, hasta que Einsteinaplicó su teoría cuántica de la luz, den-tro del espíritu de la teoría de Planck.

Si pensamos en la luz que ilumina elcátodo no en términos de ondas electro-magnéticas, sino de cuantos de energía,notaremos que elevar la intensidad de lailuminación significa suministrar mayornúmero de cuantos de energía a la su-perficie metálica. Si suponemos, comose sigue de la teoría de Planck que Eins-tein estaba redescubriendo, que cadacuanto es absorbido por un átomo y que

1 Lenard es uno de los pocos científicosque apoyó de manera convencida el nazismoy uno de los promotores de la lucha contra la“ciencia judía”, en el sentido racista y retró-grado en que el término era usado por losnazis. Sin embargo, no tuvo empacho en apo-yarse en los trabajos de Hertz, que era judío.

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la energía que éste adquiere es suficien-te para liberar un electrón (el átomo seioniza, en lenguaje más técnico), nota-mos de inmediato que a mayor ilumina-ción habrá más electrones liberados ycon ello se incrementará la corrienteeléctrica. Como cada absorción de la luzpor un átomo es un acontecimiento ab-solutamente independiente del resto delos átomos, el cambio en la intensidad dela luz afecta al número de átomos, perono el proceso que se da en cada uno deellos, por lo que la energía de cada unode los electrones emitidos no tiene porqué modificarse, tal como se observa enel experimento.

Einstein explicó el asunto de que elefecto se presenta sólo en el caso de cier-tos colores con una sencilla fórmula queda cuenta de la conservación de la ener-gía en el proceso desde la perspectivacuántica, pero que no viene al caso re-producir aquí. Sin embargo, sí es conve-niente señalar que la validez de la fórmu-la propuesta por Einstein fue verificadapoco después por el físico experimentalestadounidense Robert Millikan (1868-1953).2 Millikan se dio a esta tarea mo-vido por su escepticismo sobre la validezde la teoría del joven Einstein, que le pa-recía exótica, por decir lo menos; sinembargo, para 1921 Millikan ya habíaconcluido que la fórmula era correcta.De hecho, el efecto fotoeléctrico se haconvertido en el experimento más sim-ple que los estudiantes de física utilizan,manejando la fórmula de Einstein, paradeterminar la constante de Planck.

En 1907 Einstein aplicó exitosamen-te la hipótesis cuántica para explicar porqué el calor específico de los sólidos de-pende de la temperatura.3 Con este tra-

2 Millikan es conocido principalmentepor su determinación experimental de la car-ga del electrón, con su famoso experimentode la “gota de aceite”. También bautizó co-mo rayos cósmicos, como se la conoce hastahoy en día, a la radiación proveniente del es-pacio que el físico austriaco-estadounidenseVictor Hess (1883-1964) descubrió en 1911.

3 El calor específico de un sólido es la canti-dad de calor que debe suministrársele a 1 gde la sustancia para elevar su temperatura 1°C. La termodinámica clásica predice queeste calor específico es una constante del ma-terial, es decir, no varía con la temperaturadel cuerpo. Pero a principios del siglo xx sehabían ya notado desviaciones importantesde esta ley, que tendían a “explicarse” me-diante argumentos ad hoc. La explicación de

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bajo extendió la noción de cuantizacióna la materia, creando lo que viene aconstituir la primera ley conocida de lamecánica cuántica (en oposición a la teo-ría cuántica, que se refería en aquellosmomentos sólo al campo electromagné-tico, y que hoy se aplica a la materia y loscampos). Con esto, Einstein mostró lageneralidad de la hipótesis cuántica.

Gracias a un análisis ulterior de lospuntos en común que poseen la cuanti-zación del campo y las vibraciones ató-micas, Einstein concluyó hacia 1909,cuando por vez primera participó en uncongreso de física, que en ambos casoscoexisten propiedades corpusculares yondulatorias, con lo que introdujo loque en la actualidad se conoce comodualidad onda-corpúsculo.

En 1911 el gran matemático (y filóso-fo de la ciencia) Henri Poincaré (1854-1913; se lee aproximadamente “anrrípuancaré”) demostró que la ley de radia-ción de Planck requiere necesariamentela introducción de los cuantos, demos-tración que convirtió a un buen númerode escépticos en defensores de la teoríacuántica, como aproximadamente en lamisma época sucedió con Ostwald al co-nocer los resultados experimentales de lateoría del movimiento browniano y lasdimensiones moleculares de Einstein.

En 1913 Bohr propuso su teoría del

átomo de hidrógeno, que viene a consti-tuir lo que hoy se conoce como mecánicacuántica primitiva, es decir, un primer in-tento, aún no logrado del todo, de cons-truir la teoría cuántica de la materia, pe-ro que hace uso esencial de la noción delcuanto de radiación de Planck y Eins-tein. La teoría final habría de lograrsemás de una década después con las teo-rías que propusieron de manera inde-pendiente y casi simultánea en 1925-1926el físico alemán Werner Heisenberg(1901-1976; se lee “verner jáisenberg”) yel físico austriaco Erwin Schrödinger

Einstein mostró que, por lo contrario, el ca-lor específico de los sólidos sí depende de latemperatura, debido a los efectos cuánticos.

La propuesta de Einstein, como poco antes la de Planck, cayó en el vacío y durante más de 15 añosEinstein fue el único que la manejóy desarrolló. El reconocimiento generalizado de esta teoría llegó alrededor del año 1920

(se lee aproximadamente “ervin schre-dinguer”). 4

La acumulación de resultados favora-bles a la idea de cuantizar el campo deradiación acabó por abrirle un espacio asu aceptación generalizada. Por ejem-plo, en 1923 el físico estadounidenseArthur H. Compton (1892-1962) des-cubrió el efecto que lleva su nombre yque consiste en que los rayos X cambiansu longitud de onda cuando son disper-sados por la materia. Para la física clási-ca éste es un fenómeno desconocido,pues de acuerdo con ella la luz dispersa-da no cambia su color. Compton pudomostrar que el resultado observado seexplica simplemente aceptando que laluz está constituida por cuantos de ra-diación. De hecho, la explicación delefecto Compton no difiere en su esenciade la explicación de Einstein del efectofotoeléctrico.

Finalmente, como hemos dicho, Eins-tein recibió el premio Nobel, no por lateoría de la cuantización de la radiación,sino, más modestamente, por su explica-ción del efecto fotoeléctrico. Pero Eins-tein dedicó su conferencia Nobel a la teo-ría de la relatividad. A buen entendedor…

A partir de 1905 Einstein manejó lanoción del cuanto de radiación, que en-tendía inicialmente como pequeños pa-quetes relativamente localizados alre-dedor de un punto, pero que más tarde(alrededor de 1917) describió como “agu-jas de radiación”, es decir, como radia-ción dirigida en una cierta dirección, con-centrada en un paquete con energía de-finida, precisamente la misma que habíaencontrado Planck en la construcción desu teoría del cuerpo negro.

Hay sin embargo una gran diferenciaentre los puntos de vista de ambos inves-tigadores. Mientras que para Einstein elcuanto de radiación es un elemento de larealidad, es decir, la luz en condicionesapropiadas se organiza y viaja en paque-tes, para Planck se trata de una forma dedescripción que conduce al resultadocorrecto, pero el campo de radiación si-gue manteniendo sus propiedades per-fectamente continuas, exactamente tal ycomo lo describen las ecuaciones deMaxwell. En este punto jamás se pudie-ron poner de acuerdo.

4 El lector interesado en estos temas pue-de referirse a, Schrödinger, creador de la mecáni-ca ondulatoria, compilado por Roberto Jimé-nez, en la colección La Ciencia para Todos.

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Se ha hecho costumbre describir laradiación cuantizada como constituidapor fotones, término que fue introducidoen 1926 (cuando la teoría cuántica de laluz era ya universalmente aceptada) porel fisicoquímico estadounidense GilbertN. Lewis (1875-1946),5 pero que Eins-tein jamás utilizó en sus escritos públicos.

Al fotón se lo ve como una partícula,de tal manera que es usual decir que laluz está compuesta por partículas, lo queviene a ser algo así como un retorno a lavisión newtoniana. Incluso, así se afirmaen la literatura. Sin embargo, debe que-dar claro que el campo de radiación, auncuando esté cuantizado, sigue siendo uncampo maxwelliano y posee las conse-cuentes propiedades: se difracta, refractae interfiere como estas ecuaciones lo pre-dicen. Asociado a ello está el hecho deque en condiciones apropiadas, como lasque se dan para un campo confinado enequilibrio o en las interacciones elemen-tales entre un átomo y el campo, adquie-re una estructura en cuantos de energía.

La física moderna no está en condi-ciones de especificar con más detalle loque sucede en el nivel de los cuantos in-dividuales de radiación: los emplea ydescribe (parcialmente) con éxito; se sa-be bien que no son corpúsculos conven-cionales, pero no se cuenta con una des-cripción acabada, libre de dudas o difi-cultades. Pensar, por ejemplo, que la luzviaja por el espacio intergaláctico en for-ma de fotones que preservan su estruc-tura e individualidad parece una extra-polación que va más allá de nuestras teo-rías presentes.

También es cierto que reducir el fo-tón a un mero corpúsculo es incompati-ble con la física cuántica. Pero, aun sa-biéndose esto, tales cosas se dicen y sehacen por costumbre, de manera que lamayoría de los físicos ven en la radiaciónuna partícula antes que un campo.

Algo similar, pero en la dirección

5 Lewis tuvo un papel muy importante enclarificar, expandir y dar a conocer los resul-tados de Gibbs a principios del siglo xx. En1933 logró preparar una muestra de agua pe-sada, es decir, agua en la que cada átomo dehidrógeno ha sido sustituido por un átomode su isótopo más pesado, el deuterio. Elagua pesada desempeñó un papel importan-te en la construcción de reactores nuclearescomo moderador de los neutrones, es decir,medio en el cual la velocidad de los neutro-nes se reduce lo suficiente como para garan-tizar la generación de la reacción en cadena.

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opuesta, ocurre con los electrones y de-más partículas cuánticas al aplicarles lanoción de dualidad onda-corpúsculo: elelectrón, corpúsculo desde su nacimien-to, se transforma en una onda deslocali-zada en todo el volumen atómico. Estapopular imagen del electrón, que secomporta ora como corpúsculo puntual-mente localizado, ora como onda quellena todo un volumen (que incluso pue-de ser macroscópico, arbitrariamentegrande), conduce a profundos proble-mas conceptuales que están en la base,junto con otros no menos complejos eimportantes, de las interminables discu-siones que se han dado sobre el verdade-ro significado de la mecánica cuánticadesde su creación.6

Contra este tipo de visiones dualistas eindeterministas luchó Einstein toda suvida, convencido de que la descripciónestadística, que es propia de la teoríacuántica, no es ni puede ser exhaustiva.Hoy la requerimos porque hasta ahí van

6 El lector interesado en conocer un pocomás de estos temas puede consultar el capí-tulo sobre la física moderna en Luis de la Pe-ña, comp., Ciencias de la materia: Génesis yevolución de sus conceptos fundamentales, SigloVeintiuno, México, 1998, Aprender a Apren-der. Discusiones específicas relacionadas conla interpretación de la mecánica cuánticapueden verse en El debate de la teoría cuántica,de F. Séller, Madrid, Alianza Universidad,1986, o en el excelente volumen, que desa-fortunadamente todavía no existe en espa-ñol, The Infamous Boundary. Seven Decades ofHeresy in Quantum Mechanics (La frontera in-fame. Siete décadas de herejía en la mecánicacuántica), de D. Wick, Nueva York, 1996,Copernicus. Puede también recurrir a la lec-tura del primer capítulo de la obra (muy téc-nica en el resto) The Quantum Dice. An Intro-duction to Stochastic Electrodynamics, de Luisde la Peña y Ana María Cetto, Dordrecht,Kluwer Academic Publishers, 1996, Funda-mental Theories of Physics.

los conocimientos de la ciencia, hasta ahíhemos logrado avanzar. Pero la naturale-za, según la intuición de Einstein, no tie-ne por qué terminar ahí. Algún día po-dremos penetrar más profundamente ensus misterios y seremos con ello capacesde describir un mundo físico que hoy senos escapa, en el que la descripción de losfenómenos será, en principio, entera-mente causal, y la apelación a las proba-bilidades, si se requiere, resultará mera-mente consecuencia del empleo de unadescripción parcial e incompleta. Pode-mos percibir mejor el tipo y la gravedadde las dificultades que enfrenta la teoríacuántica, recordando dos frases de Eins-tein. En una carta escrita en 1926 a MaxBorn, su amigo desde los tiempos de Ber-lín, le dice: “La mecánica cuántica esciertamente imponente. Pero una voz in-terna me dice que ésta no es todavía laverdad final. La teoría dice mucho, perono nos acerca realmente al secreto delViejo. Yo, de todas formas, estoy conven-cido de que Él no está jugando a los da-dos.” Y más concretamente sobre el temade los fotones en 1951, a unos años delfin de sus vidas, le confiesa a su amigo yconsejero de siempre, Michele Besso:“Todos los cincuenta años de cavilaciónconsciente no me han acercado a una res-puesta a la pregunta: ¿qué son los cuan-tos de luz? En efecto, hoy día hasta Juande los Palotes cree que sabe la respuesta,pero simplemente se está engañando.”

Cuando Einstein escribió esto, habíanpasado casi cincuenta años desde la in-troducción del concepto del cuanto deradiación y se había ya desarrollado ple-namente la electrodinámica cuántica, y lateoría relativista que utiliza a fondo estanoción. Desde entonces, han pasado másde 50 años y no ha habido ningún cam-bio cualitativo en nuestros conocimien-tos sobre el tema, por lo que las palabrasde Einstein retienen su plena validez.

laGaceta 9

EinsteinAlfonso Reyes

Poco de lo humano le fue ajeno a Alfonso Reyes: los 26tomos de sus Obras completas son un rotundo testimonio desu disciplinada curiosidad, que hallaba en la escritura decomentarios y notas una herramienta esencial paraaprender y aprehender. Presentamos aquí un fragmento del texto sobre la teoría de la relatividad que Reyes preparó “para obsequio de algunos amigos”. Actualmente,Alberto Enríquez Perea —a quien junto con Alicia Reyesagradecemos las facilidades prestadas para reproducirloahora— prepara la edición anotada de ese escrito, adivulgarse en un futuro próximo

Advertencia

Durante los días en que me trasladé al Brasil, con carácter deembajador, pero sin hacerme ya cargo de nuestra embajada enRío, sino solamente para desempeñar cierta comisión relacio-nada con la nacionalización del petróleo en México por el pre-sidente general Lázaro Cárdenas, leí varios libros sobre las te-sis de Einstein y tomé estos apuntes, donde no hay más traba-jo mío que la redacción sintética y algunas insinuaciones decarácter no matemático o algunas expresiones de tipo literario.Lo demás es ajeno. Ni conservo nota de mis “fuentes”, ni creoque valga la pena, dado el carácter de este folleto y su limitadaedición para obsequio de algunos amigos.

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Uno

1. a] Parte negativa: demoler las nociones clásicas de espacio ytiempo, entendidas como especies fijas y universales. b] Partepositiva: construir otras. En b] se encuentra su mérito privati-vo y mayor, pues en a] le han precedido otros, como HenriPoincaré, Mach, etcétera.

2. Nociones clásicas: Aristóteles, Galileo, Newton no se handetenido a pensar que el tiempo entre dos eclipses de Sol,vistos desde la Tierra, sea diferente si se le mide desde la Tie-rra o desde Sirio; o si el espacio entre la Tierra y el Sol seráigual medido desde la Tierra y desde Sirio. Para ellos, eltiempo y el espacio existen por sí, como continentes de obje-tos y fenómenos: el tiempo es río que fluye indiferente a losbarcos hechos que los surcan, y el espacio es cauce de ese río.Poincaré objeta: el espacio en sí es mera abstracción verbalincorporada en la mente por el hábito: si digo “Hoy estoy enla Plaza de Armas y mañana estaré otra vez aquí”, sólo expre-so una realidad relativa a la Plaza de Armas y no al mismopunto del espacio, pues mañana —translación de la Tierra—ese sitio habrá recorrido dos millones de kilómetros con re-lación al Sol, el cual se habrá movido con relación a la VíaLáctea, la que a su vez… etcétera. Si todas las dimensionesaumentan de hoy a mañana en proporción de mil, nadie lonotará, lo mismo que si se produce una torsión en el Univer-

Einstein en Madrid

Alfonso Reyes

Hemos tomado del cuarto tomo de las obras completas de don Alfonso, este artículo, escrito hacia 1923, que se incluyó en Los dos caminos, que a su vez constituye la cuarta serie de Simpatías y diferencias

Con su cabellera desordenada, su sonrisa todavía juvenil, tí-mida y un tanto burlona, Einstein parece siempre decir:“Señores, yo no tengo la culpa de haber descubierto esto…”Pretende explicar al pueblo su teoría, pero como hasta hoyesta teoría sólo posee una realidad matemática, después dealgunas consideraciones que están al alcance de todos, Eins-tein empieza a trazar cifras en el encerado, y el público seva quedando fuera del sortilegio: se nos escapa la fórmuladel abracadabra que tiene poder para transformar la danzade los astros. Y el sabio, con su aire tímido, se va quedandosolo, afinando el instrumento del Cosmos, cambiando el to-no a los compases de la música pitagórica, reescribiendo —con pautas nuevas— la gran sinfonía newtoniana.

En vano Ortega y Gasset solicita la atención de la gente:no se trata —dice— de una gran personalidad que pasa por

Madrid; se trata de un momento culminante en la historia delpensamiento humano. ¡Atención! Entre los trabajadores cien-tíficos, los hay que construyen sistemas, es decir, frases y pe-riodos, con el abecedario descubierto por otros. Tal es el casode Newton. Pero los hay que descubren —como Galileo— lasletras del abecedario. Einstein es como una mezcla de estosdos caracteres. La civilización occidental —superior a todas,según Ortega— puede considerar sus conquistas en la cienciafísica como sus conquistas más plenas. La física procede de unaactitud contemplativa ante el mundo y acaba en una interven-ción activa sobre los fenómenos naturales. El centro de grave-dad de las doctrinas físicas se va desalojando desde el terrenodel razonamiento apriorístico (como en Descartes, que toda-vía se cree capaz de construir las leyes naturales mediante re-flexiones teóricas), a través de un temperamento medio entreel raciocinio y la observación (así en Kant, que todavía some-te la observación a la censura del razonamiento a priori, comosi éste, y no aquélla, debiera ser juez en el conflicto), hasta lavaliente aceptación de la realidad exterior a nuestro pensa-miento, que se da —por primera vez con toda elocuencia— enlos estudios de Einstein.

No recuerdo quién, en un rato de inteligente sorna, me de-clara al oído: “Éstas son ya muchas dimensiones; esto es volverla geometría al estado bárbaro en que se encontraba antes de

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e

n

s

so, etcétera. Aun la rotación de la Tierra en torno al Sol noes más que una hipótesis cómoda. En cuanto al tiempo, lomismo. El único tiempo sin objetos es el tiempo psicológicode Bergson, que nada tiene de común con el tiempo físico,medida científica.

Por lo demás, ya Galileo y Newton tuvieron alguna nociónde esta relatividad, al reconocer la impo-sibilidad de distinguir entre sí los movi-mientos de translación uniforme: tal esel llamado principio de la relatividadclásica. Y Epicuro, según Lucrecia, ya hadicho que el tiempo no existe por sí, si-no por los objetos sensibles. ¡Qué tío!

3. La extensión del principio clásico derelatividad resultó, para Einstein, de unaexperiencia de Michelson.

La luz atraviesa el éter a 300 mil kiló-metros por segundo; la Tierra se traslada a 30 km por segundo(rotación, desdeñable: 2 km por segundo). Pero la Tierra noarrastra al éter. Testigo, la aberración de Bradley en el telesco-pio que contempla una estrella: el telescopio se ha desviadocon la Tierra, mientras pasa el rayo de luz, pero el rayo no seha desviado. La Tierra no es pues flotante en un río de éterque la mueve o acompaña, sino en un lago de éter inmóvil.Luego puede fijarse el movimiento de la Tierra respecto aléter. La experiencia consistió en medir la propagación de la luzcuando el que la recibe se aleja de ella, y luego cuando se acer-ca a ella. (Los espejos conjugados, de este a oeste y viceversa).¡Y resultó ser igual la velocidad de esta proporción, contra loque se esperaba! ¿Luego el éter es arrastrado con la Tierra?¿Luego no hay viento de éter? De esta contradicción nació elchispazo Einstein.

En Einstein, la maes sólo un lenguajexpresar investigacexperimentales. Uexplicará sin fórmuentrará en el hábithará intuición comnociones clásicas dy tiempo, o la del copernicano

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Dos

1. En Einstein, la matemática es sólo un lenguaje para expresarinvestigaciones experimentales. Un día se le explicará sin fór-mulas. Un día entrará en el hábito, y se hará intuición como lasnociones clásicas de espacio y tiempo, o la del sistema coperni-

cano. Estas nociones ya empiezan a ron-dar nuestra sensibilidad, dice Maeter-linck. […]

3. Michelson y sus cuatro espejeos cru-zados según los puntos cardinales, mideen la interferencia la velocidad del rayode luz que va y que viene, sea a favor, seaen contra del supuesto viento de éter, yno encuentra la menor diferencia. Y nó-tese que las franjas microscópicas de lainterferencia hubieran revelado la me-

nor alteración, aun cuando la Tierra sólo anduviera diez vecesmenos, o sea a 3 km, por segundo.

4. Para resolverlo, se acude a una hipótesis suplementaria.(FitzGerald y, sobre todo, Lorentz). Pero ante todo hay que di-sipar una ambigüedad: algunos dijeron que, a priori, Michel-son tenía que llegar a resultados negativos; de lo contrario, hu-biera sido posible medir la velocidad absoluta de la Tierra enel espacio, participando de su movimiento, lo que es contrarioa la relatividad clásica. En este razonamiento especioso incu-rrió Eddington. Pero no: el resultado Michelson, positivo, nohabría dado más que la velocidad terrestre con relación al éter,no la absoluta, puesto que éter y espacio no son la misma cosa.(Puede concebirse un vacío de espacio sin éter interastral, sinpropagación de energía alguna). Bien puede todo el Universo

temática para iones día se le las. Un día

o, y se o las e espacio istema

que Euclides la redujera a las tres conmensuraciones simbóli-cas, únicas que nos hacen falta.”

Y yo me doy a divagar: Einstein —me digo— ha descubier-to un diminuto intersticio entre la mecánica y la óptica. Loque es error inapreciable para las dimensiones humanas (hastahoy la ciencia sólo se atreve a prever, como probable aplica-ción futura de los principios de Einstein —y tan futura que pa-rece un sueño— el aprovechamiento de las infinitas caloríasdel carbón) resulta, si se le prolonga hasta las dimensiones in-terplanetarias, una divergencia capaz de transformar la zara-banda astronómica. Einstein fija los puntos con respecto a lastres dimensiones o las tres coordenadas —bien cartesianas,bien de Gauss— con respecto a los tres ejes x, y, z. Y añade uneje no visible: t, que es el tiempo (fórmula de Minkowski). To-do punto es, para él, un suceso, porque es un acontecimientopara la percepción. Este injerto de la óptica en la mecánicaabarca el universo visible, e introduce una sazón nueva, untemblor de acontecimiento o episodio, en las frías fórmulasmatemáticas, que hasta hoy parecían eternas e impasibles. Co-mo los números no lleguen a tiempo al sitio en que el magolos solicita, ya dos más dos corren el grave riesgo de no sumarcuatro. ¡Qué patetismo circula ahora por el seno —antesfrío— de las ciencias exactas!

En apariencia, los principios mecánicos de Einstein tienen

como principal novedad cierto carácter “óptico”. Einsteinintroduce en las fórmulas una consideración cuyas últimasconsecuencias nadie había apurado antes de él: la velocidadde la luz, que resulta ser la mayor velocidad hasta hoy expe-rimentada (la radiactividad y la electrodinámica no han da-do velocidades mayores). Pero si se descubriera mañana unavelocidad mayor que la de la luz, no habría más que enri-quecer algebraicamente las fórmulas de Einstein. Y si estu-viéramos sometidos a un mundo sin luz, no habría más queempobrecer esas fórmulas.1 Quiero decir que las teorías deEinstein también conservan su valor aplicadas al universoque perciben los ciegos. Que entonces el elemento ópticoquedaría sustituido por el táctil, y el tiempo que tarda la luzen recorrer una distancia, por el que tarda la mano en tocaruno y otro punto extremos. Así, lo que en apariencia es uncarácter óptico, es en el fondo un carácter histórico. Lasfórmulas aritméticas de Einstein, sujetas ya al tiempo comotodo lo humano, acabarán por volverse un fenómeno senti-mental: no serán igualmente exactas a toda hora y en todositio: estarán, como la flor de los poetas, frescas a la maña-na, y marchitas —acaso— al anochecer.

1 Cámbiense de sitio en estas palabras los verbos enriquecer yempobrecer; véase la rectificación en mi nota “Einstein desde lejos”.

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Einstein desde lejos

Alfonso Reyes

Publicado originalmente en 1930 en Contemporáneos,este artículo figura en el tomo octavo de las obrascompletas de Reyes, dentro del libro Tren de ondas

Uno

Empezaba el año de 1929 cuando Einstein dio a luz su nue-va tesis sobre la teoría del campo uniforme, donde en sumacree reducir la mecánica a la electrodinámica, sustituyendo,en la gravitación, la idea de acción a distancia por la de unacomo emanación de cada cuerpo, o mejor, por la idea de unespacio con forma. (El espacio llano, el espacio neutro e in-sípido de la geometría euclidiana, es el espacio ideal dondeno hubiera materia. La presencia de la materia deforma elespacio.)

Lo que para el cuerpo eléctrico era el campo eléctrico deFaraday, eso viene a ser el espacio en general para todocuerpo. Cada cuerpo, viene a decir Einstein, crea su espacio—y, si mucho apuramos, su resplandor de espacio—. Elmundo, que en la representación newtoniana aparecía con-gruente y totalmente explicado, se hizo trizas con los poste-riores descubrimientos de la física. Ahora, con la nueva te-sis de Einstein, se esfuerza otra vez hacia la armonía. Sóloqueda ese rendijo, esa cuarteadura cósmica de los “cuan-tos”, por donde se escapa la continuidad del universo comopor una cañería reventada. Esperemos que los años traiganla soldadura.

La tesis de Einstein se reduce a seis breves páginas, seisbreves páginas que resumen el trabajo de varios años: mara-ña apretada de cifras y fórmulas, hormiguero de numeritos,letras y símbolos; un verdadero barranco de espinas. Ciertoprofesor de la Academia de Ciencias Prusiana ha dicho, converdadera gracia, que este opúsculo es “una nuez difícil deromper”.

Con ser la nueva tesis más trascendental para la cienciaque la misma teoría de la relatividad, va a resultar de más du-ro acceso y menos popular por decirlo así. La íntima reali-dad de las cosas parece que sigue siendo objeto de magia.Los fenómenos sólo se dejan asir cuando se les evoca consignos cabalísticos, cuando se abandona su nombre común ycorriente y se les llama “a”, “b”, “pi”, “lambda”, “mu”; cuan-do, desde lejos y como con pases magnéticos, se les agarradescuidados, y —como dirían los argentinos— “sin perros”.

Pero ¡qué seductor contraste, la pequeñez de la fórmulacon la inmensidad de los efectos que abarca! Diminuta cáp-sula explosiva; comprimido de una nueva droga que va a tras-mutar —si se comprueba— la representación que tenemosdel universo, el sabor del mundo, el resabio metafísico de lafísica. Pero esta trasmutación sólo se hará andando los siglos.Por ahora, nada más sentimos que nos han puesto la creaciónde cabeza, como lo sintieron sin duda los contemporáneos dela gran revolución copernicana, cuyos resultados han trascen-dido de la física astronómica hasta la filosofía del espíritu. Yahay por ahí quien diga que la cuarta dimensión del espacio se

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nos anda insinuando, por las fronteras de nuestra sensibili-dad, y ronda de noche nuestra conciencia.

Dos

A propósito de la visita de Einstein a Madrid, por 1923, es-cribí en Los dos caminos: “En apariencia, los principios me-cánicos de Einstein tienen como principal novedad ciertocarácter ‘óptico’. Einstein introduce en las fórmulas unaconsideración cuyas últimas consecuencias nadie había apu-rado antes de él: la velocidad de la luz, que resulta ser la ma-yor velocidad hasta hoy experimentada (la radiactividad y laelectrodinámica no han dado velocidad mayores). Pero si sedescubriera mañana una velocidad mayor que la de la luz,no habría más que enriquecer algebraicamente las fórmulasde Einstein. Y si estuviéramos sometidos a un mundo sinluz, no habría más que empobrecer esas fórmulas.” (Aquí seofrece, desde luego, una rectificación verbal, y es la conve-niencia de trocar de sitio los verbos enriquecer y empobrecer,pues a medida que el patrón aumenta la medición es menor,y viceversa. También se ofrece un escollo sobre el carácteróptico de la mecánica einsteiniana. Así como Maxwell ex-plicó la luz por la electromagnética, hoy la electromagnéti-ca, y aun la mecánica toda como dice Langevin, parecengravitar hacia el reino de la óptica. La óptica tiene ya en susredes a la química misma, puesto que ambas ciencias estu-dian los electrones de la órbita exterior de los átomos. Y aunlos balbuceantes estudios del tacto, en Katz, buscan siempreel parangón de la óptica: así, la transparencia o transflora-ción explica la transpalpación.) Y continúa el fragmento ci-tado: “Quiero decir que las teorías de Einstein tambiénconservan su valor aplicadas al universo que perciben losciegos. Que entonces el elemento óptico quedaría sustitui-do por el táctil, y el tiempo que tarda la luz en recorrer unadistancia, por el que tarda la mano en tocar uno y otro pun-to extremos. Así, lo que en apariencia es un carácter óptico,es en el fondo un carácter histórico.”

Aunque esto último sea cierto, lo de sustituir la medición“visual” de la Tierra a Sirio por la medición “táctil” no de-ja de ser una paradoja repugnante. Cierto que esta sustitu-ción de una velocidad prácticamente infinita por otra velo-cidad apreciable a nuestros sentidos ofrece la ventaja de ha-cernos entender mejor la imposibilidad física de establecerla simultaneidad, y nos da como en crudo los enigmas de to-da operación métrica. Pero, para el caso, mucho más cómo-do es pensar en la sustitución de lo óptico por lo acústico.Así como percibimos las ondas de la radio con aparatos quelas transforman en vibraciones sonoras, aun cuando no po-seamos sentidos adecuados para recibirlas directamente, asíel ciego podría, mediante otros aparatos, llegar a “traducir”la luz. Los tratados explican cómo se podría recibir el rayode luz de una estrella en un anteojo, e impresionar una cé-lula fotoeléctrica que produjera un sonido audible. Enton-ces el cielo estrellado aparecería, a los oídos del ciego, co-mo un órgano trascendental, de donde caerían distintas no-tas en las posiciones distintas del anteojo. (Reichenbach.)

Esto era cuanto tenía yo que decir para aclarar mis pro-pias páginas.

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cl

t

aq

no ser más que una burbuja de éter que rueda en el vacío. Encaso de éxito, Michelson no sólo habría encontrado el movi-miento terrestre con respecto al centro de gravedad de nuestroUniverso, no con respecto al punto de reposo absoluto. Así lodice Poincaré, aunque todavía con cierta vaguedad. Sólo la ex-periencia, y no el razonamiento a priori, podían probar la im-posibilidad del intento Michelson.

5. No podemos percibir el movimientoabsoluto. No podemos percibir el de laTierra para el éter. ¿No será, pues, ésteel movimiento absoluto? Puede que noo que sí: sólo la experiencia, y no el ra-zonamiento a priori, podían demostrarla supuesta identidad entre espacio yéter. Si así es, no habrá burbujas de éter(universos) en un espacio vacío; sólo unbaño de éter con astros. Michelson ne-gativo no podía probarse a priori. Bien; pero ¿permite ahora, aposteriori, concluir la identidad espacio-éter? Aquí de Fitzge-rald y Lorentz, trampolín para Einstein.

Resumamos a Michelson: cuando el viaje redondo de un ra-yo luminoso entre dos espacios es transversal al de la Tierra enel éter, y se le hace luego paralelo, debería resultar alargado. ¡Yresulta igual! Hipótesis explicativa: la distancia espacio entre losespejos que registran el viaje paralelo se ha contraído proporcio-nalmente. No sólo la distancia espacio: la materia variada de losaparatos no altera el resultado, luego también la materia se hacontraído en proporción a la velocidad de su movimiento res-pecto al éter, igual que se aplasta la pelota contra el obstáculo ola bala contra el blindaje: el viento de éter deforma la materia.

6. Objeciones: ¿idénticamente y en igual proporción para todamateria, pelota de caucho o bala de acero? ¿Igual proporciónpara todas las variadas circunstancias en que se ensayó el expe-rimento, al punto de compensar siempre el efecto óptico espe-rado? Esto parece a la vez contrario a la física y al buen senti-do. Para el eje de la Tierra, 12 mil km, la contracción sería de6 y 1/2 cm. ¿Cómo había de ser aprensible para las pequeñecescon que opera el laboratorio? Entre la contracción espacial y elalargamiento luminoso debe haber una liga oculta que com-

Sin negar el éter (niega el flogisto y animales que privade Lavoisier), puesalgo sirve de soporrayos del Sol. Einspor prescindir de equinta rueda del celectromagnético lo embaraza

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pensa el efecto. Además de que la dicha contracción se produ-ciría también sobre los instrumentos de medición y ya no seríacaptable para nosotros, solo para un habitante de otro cuerpoceleste. “Micromegas” la hubiera medido desde su planeta, y alvenir a la Tierra, ya no lo hubiera podido hacer, quedando es-tupefacto hasta que Einstein no se lo explicara. […]

Tres

1. Sin negar el éter (como se niega el flo-gisto y los espíritus animales que priva-ban antes de Lavoisier), puesto que algosirve de soporte a los rayos del Sol. Eins-tein comienza por prescindir de esta no-ción, quinta rueda del carro electromag-nético que sólo lo embaraza. Considera-mos la luz sin su vehículo, sólo enrelación al objeto que la envía y al que la

recibe. Lo único que resulta de Michelson es que, en la Tierra,un rayo de luz se propaga con igual velocidad de Este a Oestey viceversa: dos cañonazos opuestos. Sólo que, al revés del ca-ñonazo, cuyo proyectil aumenta en velocidad si el blanco avan-za hacia él o disminuye si el blanco huye (y así el juglar recibe,sin romperlo, un huevo lanzado al plato que tiene en la mano,alejando éste para disminuir el choque), el rayo de luz conser-va su velocidad: el límite infranqueable de 300 mil km, por se-gundo, tan infranqueable como lo es en temperatura el ceroabsoluto: –273º C. Lo que probaría que la mecánica y la ópti-ca ceden a leyes diferentes. FitzGerald-Lorentz pretendenconciliarlas con la contracción.

2. Einstein va a hacer posible la teoría de la contracción, recti-ficando las nociones de medida en tiempo y en espacio. ¿Quées una medida longitudinal? La imagen en la retina limitadapor dos rayos extremos que se llegan a ella simultáneamente.Claro, si la regla-medida es fija. No tanto si da en moverse,pues la velocidad de la luz no es infinita como creyeron los clá-sicos: la imagen espontánea de un objeto rígido no es necesa-riamente idéntica cualquiera sea la velocidad del objeto o delobservador. Un vagón entre dos estacas que lo limitan no pare-ce ya quedar o caber dentro de ellas si pasa a enorme velocidad

teórica, contra lo que creían Galileo yNewton. El extremo delantero se alejadel ojo con la misma velocidad con queel posterior se acerca. (Claro, para unobservador normal, colocado frente alcentro de las estacas). Si los dos rayosópticos me llegan a un tiempo, es que elde atrás ha partido después del delante-ro: y cuando veo el frente coincidir conla estaca que le corresponde, es que veoal atrás más acá ya de su estaca. De suer-te que el vagón en reposo llenaba un es-pacio mayor que la imagen del mismo enmarcha.

3. Esta contracción, en el sentido de lavelocidad del objeto, también acontecesi se trata del movimiento del observa-dor, por el principio de la relatividad

omo se os espíritus ban antes to que te a los ein comienza sta noción, rro ue sólo

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clásica. Esta contracción no aparece ya como un resultadonegativo de la experiencia Michelson, sino como su conse-cuencia.

Dos aviones lanzan sendas bombas, uno a 5 mil m y el otroa mucha mayor altura. La de éste segundo parte con mayor ve-locidad inicial, y luego ambas se igualan y llegan juntas, comosi hubiera un cernedor que filtrara el exceso de una de las dosvelocidades y las igualara. (Resistencia del aire.) Así sucede conlos rayos de luz de los dos extremos de la regla en movimien-to. ¿Hay también un campo de resistencia por el éter, en el es-pacio? El físico sólo se ocupa del foco y del objeto iluminado,no del intermedio.

4. La aparente contracción FitzGerald-Lorentz no se debe almovimiento de los objetos respecto al éter, sino al movimien-to de los objetos y su observador unos respectos a otros, a mo-vimientos relativos en el sentido clásico. En virtud de la peque-ñez de tal contracción para las velocidades habituales, la mecá-nica clásica (que se bastaba por sí para explicarla) simplementeno lo percibió. Aquella mecánica es aproximadamente cierta.Luego, falsa. La redondez de la Tierra no vino a cambiar laaplicación de la plomada del albañil. Así, locomotoras y avio-nes no tienen que mudar sus formas de máquinas en vista de lavelocidad. Pero una es la práctica y otra la ciencia.

Descubiertas después las velocidades enormes de rayos ca-tódicos y radio, la contracción resultó ya apreciable.

5. Recapitulando: los objetos aparecen deformados en el senti-do de su movimiento, y no en el perpendicular. Su forma de-pende de su velocidad respecto al observador. Para la mecáni-ca clásica, las dimensiones son relación entre objetos. ParaEinstein (principio de la relatividad especial o restringido) es-ta misma relación es relativa y función de la velocidad del ob-servador: relatividad en segundo grado. El espacio resulta asírelativo. En el ejemplo del vagón y las estacas, el observadorencuentra el vagón contraído, y el viajero encuentra contraídoel espacio de las estacas. Y ambos tienen razón.

a] Las deformaciones debidas a la velocidad son recíprocas.b] El observador ve siempre los objetos no ligados a su pro-

pio movimiento más pequeños (nunca mayores), que los liga-dos, (manera de egocentrismo).

También el tiempo, la distancia en tiempo, resulta relativo:el segundo es el tiempo que la luz emplea en recorrer 300 milkm. (La luz es el mejor reloj, junto con la electricidad, por suvelocidad siempre igual.) La duración de una fracción de tiem-po que dura el rayo de luz entre dos espejos se me acorta si elsistema está en movimiento, del cual yo no participo, luego seme agranda la duración de fenómenos que ese proceso mide. Yrecíprocamente, para el observador embarcado en el procesomismo. Claro que esto sólo se percibiría a velocidades fantás-ticas. (¿Y no hay una relatividad concomitante en el tiempopsicológico, según mida placeres o dolores, etcétera?) Mover-se es vivir más uno mismo y ver vivir más a los otros.

6. Antes de la era relativista [se] presentía que el espacio depen-día del tiempo, pero no que eran funciones inseparables. Pues“forma” depende de “velocidad”, de la velocidad que se empleaal recorrerla. Y el tiempo de velocidad depende de la velocidaddel observador. El tiempo se vuelve cuarta dimensión: el con-tinuo espacio-tiempo. Lo presintió Diderot en su Enciclopedia,

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de 1777 (artículo: “Dimensión”), pero creyendo sólo que la di-mensión tetra era el producto del tiempo por la extensión; yno, porque una disminución de tiempo no se compensa con au-mento de espacio: ¡al revés! Tiempo y dimensión aumentany disminuyen a la vez, al revés de la velocidad del observador.Si es difícil ya representarse las tres dimensiones (el relieve re-sulta del sentido de la acomodación muscular), más aún lo se-rá llegar a representarse intuitivamente las cuatro dimensiones.Pero hay atisbos. La “UrPlanze”, de Goethe, es un esquema decuatro dimensiones, idea que se ve, como lo decía el escanda-lizado Schiller. El buen ajedrecista prevé simultáneamente lassucesiones. El don profético, los relámpagos de la premoni-ción, etcétera, las teorías de los sueños de Dunne, en Experi-

Góngora, Einstein y los chinos

Alfonso Reyes

Digresión de digresiones, este artículo apareció en El Nacional en 1939 y fue recogido en Los trabajos y los días, libro que encontró cobijo en el tomo noveno de las obras completas alfonsinas

Hoy no sobresalta a nadie la afirmación de que el cerebrohumano puede aprender a pensar “de otro modo”. Y aun-que acaso nunca lo había establecido la filosofía tan cate-góricamente como en las palabras de Bergson, estos sa-bios de la media calle —los viajeros—, contrastando depueblo en pueblo hábitos y noticias, hace mucho ya que losabían.

No era ello una novedad para los misioneros que se en-traban por las selvas de América, esforzándose por vaciar enlos moldes del cristianismo el contenido mental, que por to-das partes los desbordaba, de la teología indígena, y tratan-do de ajustar a la cabeza de sus catecúmenos el casco de ace-ro de la religión importada.

No lo era para los aventureros que arriesgaron por pri-mera vez la vuelta al mundo, y fueron a dar, en las escalasde oriente, con unos sistemas de razonar que apenas les pa-recían gobernados por la razón, y con una visión de las co-sas que todavía hoy, si nos asomamos a ella desprevenidos,casi nos provoca los vértigos de un abismo de locura y defrenesí.

Tampoco lo ha sido para los investigadores de esos vie-jos pueblos llamados primitivos, pueblos que, en su aisla-miento, perpetúan extrañas maneras de entender la vida yla conducta.

Ejemplo expresivo el de los griegos, con quienes noscreemos tan familiarizados: ¿tenían ellos la misma represen-tación del color que podemos llamar moderna? WilliamGladstone se espanta de la escasez y vaguedad cromática dela Ilíada y de la Odisea, donde parecen predominar el blancoy el negro, y donde las designaciones del color son, a veces,tan desconcertantes, que el físico William Pole acabó porcreer que Homero era daltoniano, y no ciego como la leyen-da lo hace. No nos cabría entonces más consuelo que la se-guridad de que también las abejas, obreras pacientes de la

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mentos con el tiempo. Pero lo que importaría es intuir el conti-nuo como actualidad, no sólo como futuridad.

7. Hasta aquí, Einstein resulta negativo: los nervios que soste-nían nuestra realidad sensible resultan ser alucinaciones y au-tosugestiones. Ahora Einstein va a reconstruir. Con las nocio-nes clásicas: la representación depende del observador. Con elcontinuo tetra dimensional: la representación va a ser indefor-mable por lo relativo a lo absoluto. La fórmula de la contrac-ción muestra que una distancia en tiempo y una en espacio es-tán en razón de una hipotenusa y un cateto, siendo el otro in-variable (la velocidad-luz, de 300 mil km, por segundo). Éstees la base independiente. Y la altura del triángulo es la razón

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inversa de la velocidad del observador. Esta base es el interva-lo, “conglomerado” de espacio-tiempo, resultante constantede estos dos vectores variables. Es la representación “imper-sonal” del Universo, única parte directa y realmente visible dela realidad, en que los elementos analíticos espacio y tiemposon los fantasmas que decía Minkowski. Si algo hay más allá,es incognoscible para el hombre. El Intervalo es la nociónconquistada, que acaso resista a las futuras rectificaciones,aunque nada nos enseña sobre la realidad en sí, sino sólo so-bre las relaciones entre las realidades. Por ejemplo: habrá quereconciliar un día el tiempo físico con el tiempo psicológico yla “durada real” de Bergson, por ahora puesta provisional-mente de lado.

miel, padecen —al decir de los especialistas— la limitación lla-mada dicromática.1

La exactitud, de que el espíritu occidental se precia tanto,más bien era cosa despreciada por los chinos clásicos. Pero laexactitud misma ¿es una ajustada descripción de la naturalezay de los fenómenos sensibles, o es sólo una abstracción en elsentido en que lo es la geometría euclidiana?

El sacerdote inglés Arthur H. Smith no se cansaba de ad-vertir que la falta de unidad en las conmensuraciones era unacaracterística de la mente china, y hasta “una fuente de placer”para aquellos hombres remotos. Yo me figuro que los dos telé-fonos diferentes de la ciudad de México deben de producir alturista un desconcierto semejante.

Por todas partes le salían al paso al Dr. Smith las diferenciasentre la ideación europea y la asiática. Y lo que más le asom-braba era cierto desconocimiento general de las relaciones decausación:

—¿Por qué se habrá caído esta teja? —preguntaba.—Porque se ha caído —le contestaban, seguros de haberle

dado una explicación suficiente.—Me dijiste ayer que vendrías a verme. ¿Por qué faltaste?Y la respuesta:—Porque falté.Como en el ejército chino la altura de la clavícula es un da-

to esencial, y el soldado “está completo sin la cabeza”, un hom-bre que había servido en las filas no podía convencerse de quesu talla fuera otra que la medida de los hombros abajo. Un la-briego que vivía a 45 li de la ciudad pretendía habitar a una dis-tancia no menor de 90 li, porque para él todo viaje tenía queser un viaje redondo, de ida y vuelta.

Puede asegurarse que hay intuiciones de metageometríaen estas posibles inexactitudes. Una de las rutas mandarinasmás importantes era computada en 193 li de norte a sur, y ensólo 190 de sur a norte, porque en un sentido se andaba cues-ta arriba, y cuesta abajo en el otro. De suerte que la dificul-tad y el esfuerzo alteran el concepto de la pura y simple di-mensión.

Aquí no hay Euclides que valga. Aquí el continuo espacio-tiempo, novedad de nuestra geometría einsteiniana, se siente yse respira en el aire. Aquí se da ya el caso que preveía el poetaMaeterlinck —incorregible aficionado a la ciencia— cuando

1 C. Villalobos Domínguez, “Los colores que veían los griegos”,en Nosotros, Buenos Aires, V-1930.

aseguraba que la “cuarta dimensión” ronda ya la sensibilidadde los hombres, se insinúa en ella poco a poco, y un día aca-bará por parecer evidente.

¡Qué lejos estamos del modo de pensar que hasta hoy seha considerado propio del occidente! Góngora —en cuyosistema poético hay una contextura matemática que está to-davía por estudiar, una cierta facilidad para el logogrifo arit-mético y para ese malabarismo algebraico que se llama “sus-titución de incógnitas”— pone así la corona a Euclides:“Desde Sansueña a París, / dijo un medidor de tierras / queno había un paso más / que de París a Sansueña.” Quiere de-cir, conforme a la geometría de ayer y reduciendo el caso asu última instancia, que entre dos puntos determinados só-lo se puede trazar una recta, y que la recta es el camino máscorto entre dos puntos.

Pero he aquí que en la naturaleza las cosas se dan en es-pecie más complicada; he aquí que hoy la física —o la filo-sofía natural— ha llegado a la conclusión de que la geome-tría euclidiana sólo es defendible prácticamente hasta don-de lo era la noción de la tierra plana entre los antiguos:porque sirve y basta para las pequeñas cosas diarias, porquebasta y sirve para andar por casa.

En la superficie plana —concepto abstracto— la recta esel camino más corto. Pero en la superficie de curvatura va-riable —lo único que el fenómeno natural nos ofrece— hayque abandonar la recta, que ha perdido todas sus propieda-des, y hay que optar por la “geodésica”, que viene a heredar-la y a ser el camino más corto.

Todo punto material en libertad camina siempre, en eluniverso, por el atajo de la geodésica, conforme al principiode economía, de Fermat, tan válido en física como en biolo-gía y psicología. Y todos los marinos saben que, entre Lis-boa y Nueva York, la senda más breve, en virtud de la redon-dez terrestre, no es una recta, sino una curva; y ni siquierala curva trazada hacia el oeste directamente sobre un para-lelo, sino una curva algo torcida hacia al noroeste.

Después de todo, la geodésica no es más que el misterio-so “intervalo” de Einstein —único dato rígido en este suuniverso elástico—; y la recta sólo viene a ser un caso privi-legiado de la geodésica, un caso protegido, un productoaséptico.2

2 ¿No he oído decir que el mismo “intervalo” se ha rendido, úl-timo reducto de la geometría clásica? —1940.

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¿Qué puede hacer la literatura por la ciencia?Jean-Marc Lévy-Leblond

Circula desde hace unos meses, ennuestra Sección de Obras de Ciencia y Tecnología, La piedra de toque. La ciencia a prueba, un conjunto deensayos en los que Jean-Marc Lévy-Leblond discute el estatuto actual de las disciplinas científicas, aquejadaspor momentos de los males que solemos achacar a la astrología y la alquimia (de ahí el título de estacompilación). Hemos tomado estefragmento para ofrecer a nuestros lectores una vía literaria de acceso al mundo de la ciencia

La ciencia, jamás nos cansaremos de de-cirlo, es joven —en todo caso si por lapalabra ciencia se entiende el modo ac-tual de producción de los conocimientosque llamamos científicos, y no solamen-te esos propios conocimientos—, pueslo que nos plantea tantos temibles pro-blemas hoy en día es sin duda la maneraen que hacemos ciencia, y lo que hace-mos con ella. Para remontarnos a losorígenes de esta ciencia, de nuestra cien-cia, casi no podríamos ir más allá del si-glo xvii y de su revolución, a menudollamada “galileana”, con tan justa razón.La ciencia, en consecuencia, es joven.Recién llegada al concierto de las artes yoficios, requiere educarse, cultivarse, ci-vilizarse. Aún adolescente, puede tomarmal sesgo. Necesita saber quién es, ad-quirir plena conciencia de su propia na-turaleza, para conocer sus límites y do-mar sus tentaciones.

Dentro de esta “puesta en cultura”, ala literatura, claro está, le correspondeun papel mayor, porque aporta “lo quesólo ella puede dar a los lectores: un co-nocimiento profundo, más complejo,más justo, que el que pueden tener por símismos de lo que son, de lo que es sucondición, de lo que es su vida”. En untiempo en que nuestra condición y nues-tra vida están sometidas, frontalmente,al impacto de la tecnociencia, la literatu-ra puede darnos un conocimiento “máscomplejo y más justo” que muchos aná-lisis teóricos, así sean históricos, episte-mológicos o sociológicos. Y esto vale en

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primer lugar para los científicos, cuyoencierro en los laboratorios no facilita latoma de conciencia. Así, lo que siguepuede considerarse como una contribu-ción a la puesta en práctica del “Conóce-te a ti mismo” socrático, para uso de loscientíficos y —quien puede lo más pue-de lo menos— ¡de los profanos! Por lotanto, de manera deliberada me intere-saré más en lo que la literatura puede dara la ciencia que en lo que toma esta últi-ma. Desde hace mucho tiempo, cierta-mente, la práctica literaria ha sacado dela actividad científica numerosas imáge-nes, metáforas, modelos, formas —y sehan dedicado numerosos estudios a estospréstamos—. A manera de ejemplo, to-dos saben lo que las Afinidades electivasde Goethe le deben a la química; lostrastornos de la física a principios del si-glo xx (relatividad einsteiniana, teoríacuántica) no dejaron de influir en auto-res como Virginia Woolf, Faulkner oJoyce; en cuanto a las matemáticas deno-minadas modernas y su axiomatización a lo Bourbaki, los escritores del Oulipo—Queneau, Roubaud, Perec, Calvino, et-cétera— hicieron suficientemente explí-cita la inspiración que en ellas encontra-ban; el propio Primo Levi mostró cómoel químico que había en él nutría al es-critor; y las referencias de Pynchon —co-menzando por El arco iris de gravedad—no son menos evidentes. Pero, ademásde que sería muy presuntuoso de mi par-te adentrarme en el terreno de la críticaliteraria, en realidad deseo cambiar lacorriente y mostrar todo aquello que,recíprocamente, tenemos que ganar exa-minando el espectro de la ciencia a tra-vés del prisma de la literatura… Esta pe-queña guía de lectura, un simple cuader-no de notas, evidentemente no pretendede ningún modo ser exhaustiva y no ha-ce sino explorar algunas pistas por se-guir. Para un viaje alrededor de la cien-cia, éstos son algunos de los libros queyo aconsejaría llevarse. […]

En primer lugar, pidamos a la litera-tura que nos presente a la ciencia, y a quie-nes la hacen, ya que la torre de marfil espobre en espejos. Y los científicos casino conocen su imagen. Felizmente hay

libros en los que se pueden encontraresos reflejos. Y si ninguno considera es-tos espejos deformantes, es tal vez por-que sólo engordan y precisamente evi-dencian los rasgos más característicos desus objetos, rasgos que no tienen ningu-na razón para ser los más halagüeños.

Se conoce el peso creciente que laciencia ejerció en la cultura del siglo xix,y cómo se le ha reprochado por apagarla sensibilidad, desencantar al mundo,trivializar cualquier aspiración moral oestética. Flaubert, más que cualquierotro, da testimonio de esta empresa, almismo tiempo que la mantiene a distan-cia. Recordemos así algunos artículosdel Diccionario de las ideas recibidas:

“matemáticas: secan el corazón.”“sabios: la ciencia infusa. Pozos de

ciencia. Para ser sabios, sólo hace falta lamemoria. Burlarse de ellos.”

“ciencia: en relación con la religión:‘un poco de ciencia aparta de ella, mu-cha devuelve a ella’.”

¿Acaso se sabe también que le debe-mos a Flaubert una de las más sabrosasversiones de la anécdota tan conocida dela “edad del capitán”, que concentra enextremo la representación mítica, a la vezdesdeñosa y espantosa, que la mayoría dela gente se hace de las matemáticas? Enuna de sus obras sobre la enseñanza delas matemáticas titulada justamente L’âgedu capitaine, Stella Baruk fue la que en-contró esa carta del joven Gustavo, su-friendo “de algo con que reventar”, “em-badurnando el papel con cifras” cuandopreparaba su examen de bachillerato,carta dirigida a su hermana Caroline, el15 de marzo de 1843: “Resuelve esteproblema: una nave está en el mar, partióde Boston, cargada con 200 toneladas deíndigo, iza las velas hacia Le Havre, elpalo mayor está roto, hay un grumete enel castillo, los pasajeros son 12, el vientosopla N.E.E. [sic], el reloj marca las tres ycuarto de la tarde, estamos en el mes demayo… ¿Cuál es la edad del capitán?” […]

Pero lo que debemos leer y releer so-bre todo es Bouvard y Pécuchet. Ahí en-contramos la figura de la ciencia másconstantemente rechazada: la estupidez.Ya que la ciencia también, cómo podría

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ser de otra manera, tiene su locura y suestupidez. Su locura, la adopta muybien, conformándose con los míticos“sabios locos” de los dibujos animados ode la ciencia ficción, e incluso reivindi-cando los productivos delirios de algu-nos de su héroes. Pero quiere no tomaren cuenta su estupidez. Cómo negar, noobstante, que hay una estupidez necesa-ria y constitutiva de la ciencia, esa ce-guera de quien sigue su único surco sindejarse distraer. Bouvard (el bien nom-brado) y Pécuchet llevan esas anteojerasbovinas, y aun cuando nunca llegan al fi-nal de sus sucesivas labranzas, en todocaso adoptan la miope determinación dequienes dan vueltas a la gleba del mun-do con una ciencia más eficaz.1

Bouvard y Pécuchet fracasan una yotra vez en todos los continentes del co-nocimiento, no a causa de su estupidez,por lo demás a menudo menos ridículaque emotiva en su ingenuidad, sino por-que su deseo de saber sigue siendo de-masiado vasto y está condenado a un ma-riposeo veleidoso, a falta de ser lo sufi-cientemente obtuso y de formarse unarazón, restringiendo su objeto. Por otraparte, lo que distingue con mucha fre-cuencia a los alegres aficionados y los au-tores de teorías científicas heterodoxasde los investigadores profesionales, esjustamente la amplitud de los vastos fres-cos sintéticos propuestos por los prime-ros, a la inversa de las prudentes contri-buciones en sumo especializadas de lossegundos.2 En todo caso, Flaubert con-serva una evidente ternura por sus “dosbuenos tipos” y sus fracasos, de maneraopuesta al verdadero odio que, en Mada-me Bovary, siente por el farmacéuticoHomais, figura de la estupidez científicatriunfante. Como escribe Sartre: “lo que[Flaubert] le reprocha a Homais es quese complazca aplastando bajo el amonto-

1 Recordemos después de Queneau queesa quintaesencia de las labores de cálculo, latabla de logaritmos, en la versión que hanutilizado los estudiantes de bachillerato du-rante numerosas décadas, tenía como auto-res a los señores Bouvard y Ratinet.

2 Los márgenes de la ciencia, por dondevagan tantos Quijotes de la física, marginalesde la cosmología, niños perdidos de la biolo-gía, aún esperan los estudios que se merecen,y que aclararían de manera singular la cien-cia “normal”. En cambio, le debemos a la li-teratura, en este caso a la novela de Que-neau, Los niños del limo, el más serio recono-cimiento de esos márgenes.

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namiento de pequeñas verdades precisasy cortantes las grandes inquietudes de lahumanidad. Para descubrir la horriblefealdad, la abyecta suficiencia, el mate-rialismo de corta visión de esa estupidezinvencible y victoriosa, cuyas empresas,hábilmente llevadas, siempre tienen éxi-to y que, por último, da cuenta de todolo real, de todo lo que somos, es precisosituarse en la perspectiva de lo que ha-bría debido ser y no fue, en el punto devista de la ausencia, de la Nada, del va-cío, de nuestro vano deseo y de nuestroabandono. Y, finalmente, ¿cuál es esepensamiento caricaturesco que Flaubertalojó en Homais? Y bien, simplementeel racionalismo experimental del doctorFlaubert; es la Ciencia entera, rebajadahasta la imbecilidad.” ¿Quién se atreve-ría a decir hoy que la ciencia —por for-tuna, no “entera”— escapa de ese repro-che y que puede creer que no está obli-gada a estar atenta a esas críticas? […]

Otras novelas han dado de la figura delcientífico imágenes muy justas, y queminan con eficacia el mito del sabio ge-nial y solitario, en provecho de una re-presentación mucho más fiel del investi-gador moderno y medio. Así DanielSchiff, en La ligne de sceaux, describe confinura y humor los pensamientos íntimosde un joven físico que, todas las maña-nas, toma el metro en París para ir a su

laboratorio en Orsay, y cuya imaginaciónva y viene entre las dificultades de susecuaciones que lo obsesionan y las rodi-llas de su vecina que no lo obsesionanmenos. Por su parte Daniele Del Giudi-ce, en Atlas occidental, pone en escena contalento la confrontación en Ginebra deun viejo escritor estadounidense y de unjoven físico italiano que trabaja en elcern (Centro Europeo de Investigacio-nes Nucleares, por sus siglas en francés);esta novela ofrece una sorprendente des-cripción de los colosales equipos de la fí-sica de las partículas y del sueño demiúr-gico de quienes la practican.

Ello no quiere decir que no existanlos grandes hombres de ciencia. Pero a

La literatura puede proponer a laciencia simplemente lecciones de escritura. Si bien los científicos deben leer esos libros que nos hablan de la ciencia, también debenleer, leer todos los libros, ¡y en primer lugar para aprender a escribir!

menudo sus biografías vienen de la ha-giografía y sus árboles tienen como fun-ción esencial ocultar el bosque. Para sa-lir de lo apologético, hay que escapar delgénero demasiado convencional de las“vidas de sabios” (recordemos la sabrosí-sima imitación, irónica y encantadora,hecha por Gisèle Prassinos con su retra-to de Berge Bergsky en Brelin-le-Frou).Es decir el caso Oppenheimer. Se sabede qué manera este físico de los más bri-llantes, después de haber asumido la di-rección científica del proyecto Manhat-tan (el perfeccionamiento de las prime-ras armas nucleares en Los Álamos,durante la segunda guerra mundial), fuedestituido de su cargo después de algu-nos dimes y diretes con la cia y de habersido citado a comparecer por la Comi-sión de Actividades Antinorteamerica-nas en plena histeria macartista. Se co-noce menos la ambigua historia de susrelaciones con la cia y sus arreglos ini-ciales: para tener acceso a su puesto, diopruebas y denunció a uno de sus amigos,un intelectual estadounidense procomu-nista antes de la guerra. La alianza, enOppenheimer, de una poderosa inteli-gencia y de una frágil moralidad fue des-crita notablemente por su víctima, Haa-kon Chevalier, en la novela The ManWho Would be God, verdadera tragediaantigua en la que el hubris del héroe es loque lo conduce a su perdición. Raras ve-ces la mezcla de presunción arrogante eingenuidad pusilánime que caracteriza atantos grandes nombres de ciencia habrásido tan bien puesta en escena. En de es-ta perspectiva, se puede no obstante ci-tar una extraordinaria novela corta, a lavez onírica e irónica, de Stig Dagerman,Dios visita a Newton, de una perfidia bas-tante desesperada, por ser perfectamen-te adecuada a la antipatía admirativa queuno no puede dejar de experimentar porel personaje de Newton. […]

Algunas lecciones

Ya que tras la transmutación de la mate-ria, inerte o viva —que tan fácilmenterealizan hoy el físico nuclear o el biólogogenetista—, a lo que aspiraban los prede-cesores de la ciencia moderna —de cuyosherederos que no nos atreveríamos aafirmar que lograron hacerla progresarmucho— era a la transformación del es-píritu y de la conciencia humanos. Porello, además de sus obras y de lo quepueden decirnos de la ciencia, nosotros

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los científicos nos inspiraríamos si antesreflexionáramos en una práctica esencialde la literatura: estoy hablando de la crí-tica. Si bien se da por sentado que existeen literatura, como en música y en pintu-ra, una actividad crítica explícita, especí-fica y reconocida como tal, ciertamenteno sucede lo mismo con la ciencia. Lapretensión de los productores de cienciade ser ellos mismos, y sólo ellos, dueñosde su evaluación y de sus orientaciones,es tan inaceptable como en derecho laposición de juez y parte. Además, losprocesos de arbitraje interno en la comu-nidad científica sufren hoy una crisis evi-dente. En consecuencia, es una verdade-ra crítica de ciencia, como existe una crí-tica de arte, una crítica literaria, lo quenecesitamos de ahora en adelante.

En primer lugar, lo que la literaturapuede ofrecer a la ciencia son leccionesde saber vivir, de moral y de manteni-miento. Pero, de paso, no habría que re-chazar algunas lecciones de imagina-ción. Por más esparcidas y, en todo caso,imprevisibles que sean, existen ocasionesen las que determinada obra literaria po-dría sugerir en el momento oportuno lasolución de un problema científico. Almenos se pueden observar de inmediatoalgunas premoniciones geniales, tal co-mo la poética resolución de un enigmacosmológico mayor, la “paradoja de lanoche negra”: si el universo es infinito yhomogéneo, entonces en cualquier di-rección que miráramos, nuestra miradadebería toparse con una estrella (comola de un paseante en un tronco de árbolcuando mira a su alrededor en plenobosque) y el cielo debería aparecer antenosotros de manera uniforme igual debrillante que el Sol. La ciencia cosmoló-gica sólo encontró la solución a esta pa-radoja recientemente, un siglo despuésde que Edgar Poe, en Eureka, la intuyó.3

Aunque no pretendo encontrar absurda-mente respuestas a todos los problemasde la ciencia en las líneas de las novelas,tampoco está prohibido pensar que fre-cuentar más la ficción literaria podríaflexibilizar y desarrollar la imaginacióncientífica.4

3 Para la historia y la resolución del enig-ma, véase Edward Harrison, Le noir de lanuit, París, Le Seuil, 1990.

4 Quizá sea aquí donde la ciencia-ficciónstricto sensu puede desempeñar cierto papel(y, por lo demás, ya lo desempeña, sin dudaalguna).

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Por último, y con mayor seriedad, laliteratura puede proponer a la cienciasimplemente lecciones de escritura. Sibien los científicos deben, creo, leer esoslibros que nos hablan de la ciencia, y amenudo con más pertinencia o vigorque muchos ensayos teóricos, tambiéndeben leer, leer todos los libros, ¡y enprimer lugar para aprender a escribir!Analizar la pobreza, lo esquemático, lamediocridad de la escritura científica ac-tual es un estudio que habría que em-prender. La rígida codificación formal,que hoy es un requisito indispensable enlas publicaciones profesionales de inves-tigadores, va acompañada, puede de-mostrarse, de un empobrecimiento delpensamiento y un debilitamiento del in-tercambio.5 Esta trivialización de la es-critura tiene serias consecuencias en lacalidad de las comunicaciones entre losprofesionales de la ciencia y sus profa-nos. Por tanto, hay que saludar, comouna notable contribución a la renova-ción y el enriquecimiento de las indis-pensables mediaciones entre el mediocientífico y el cuerpo social, la apariciónde una verdadera preocupación por laescritura y de una exigencia de la formaescrita, en libros que, por esa causa, serámejor llamar “de cultura científica” que“de divulgación científica”. […]Nosotros los científicos estamos dema-

5 No sería excesivo recomendar, a manerade comparación y por su interés literariopropio, la lectura de las obras de Galileo.

siado solos. A veces se nos invita a salirde nuestros laboratorios y a presentar almundo nuestros hallazgos. Pero somostan mal educados, tan torpes que, a me-nudo, nuestra torpeza aburre y nuestrabrutalidad asusta a la sociedad. Así quenecesitamos de que se ocupen de noso-tros y de nuestra ciencia, que vengan anosotros, nos ayuden, nos vigilen. Así,justamente, lo comprendió Dürrenmatt;en Albert Einstein, texto de una irónica ysaludable meditación sobre Einstein ySpinoza, conferencia dada por invita-ción de la Escuela Politécnica de Zu-rich, empieza así dirigiéndose a los estu-diantes e investigadores científicos reu-nidos para escucharlo: “Si acepto lainvitación de la Escuela Politécnica Fe-deral para dar una conferencia sobreEinstein es por la siguiente razón: ac-tualmente, las matemáticas, las cienciasfísicas y naturales y la filosofía son hastatal punto interdependientes que tam-bién el profano debe esmerarse en des-hacer ese nudo gordiano. Pues dejar so-los a los físicos, los matemáticos y los fi-lósofos, es dejarlos definitivamente en elghetto de su especialidad donde, olvida-dos o desconcertados, están a merced delos tecnócratas y de los ideólogos, comosiempre lo han estado y no dejarán deestarlo.”

Gracias a los novelistas, a los dra-maturgos, a los poetas, por no dejarnossolos.

Traducción de Tatiana Sulé Fernández.

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En el año del fotónCarlos Chimal

En septiembre de 2004 el colosal acelerador de partículas que rodea la ciudad de Ginebra cumplío 50 años de haber sido fundado. En este retrato muy personal de lo que ocurre en ese laboratorio subterráneo, el novelista y divulgador Carlos Chimal aboga por vincular de manera más sólida y fecunda la especulación científica con el quehacer artístico

En 1905, cuando Albert Einstein aún era un ilustre desconoci-do, propuso la idea de que los cuantos debían considerarse en-tidades reales y no sólo magnitudes abstractas que habitabancomo fantasmas en el reino de las matemáticas. Así surgieronlos fotones, partículas luminosas que llevan cada una su propiopaquete de energía. Hoy, cien años más tarde, las ideas deEinstein sobre el llamado efecto fotoeléctrico han cambiadonuestra manera de ver y vivir el mundo.

Por ejemplo, las cámaras de fotografía digital tienen ahorasensores fotosensibles a los colores rojo, verde y azul, los cua-les miden en cada caso el número de fotones que llegan paracada uno de los rangos de longitud de onda; a partir de dichainformación, el programa computarizado que lleva nuestra cá-mara puede recomponer la imagen en color. Incluso en la na-turaleza los fotones desempeñan un papel importante. Se sabeque durante la fotosíntesis, proceso fundamental en la existen-cia de vida sobre nuestro planeta, las plantas emplean entreocho y doce fotones para liberar una molécula de oxígeno.

Desde la época de Einstein la comprensión de la luz y, en ge-neral, de los fenómenos físicos subatómicos ha cambiado. Ya noestamos frente a un enigma cuasiesotérico, como era la mecáni-ca cuántica hacia mediados del siglo xx. En 1965 contábamoscon una poderosa herramienta que ha ayudado desde entoncesa ordenar el mundo de las partículas elementales y las fuerzasque gobiernan los sucesos físicos, tanto en el interior de un áto-mo como en las estrellas y galaxias que pueblan el universo.

A quienes leyeron Las aventuras del señor Tompkins, de Geor-ge Gamow, publicadas por el fce a fines de los años cincuenta,debió haberles parecido un viaje fascinante, aunque por mo-mentos creyeran estar flotando en un espacio oscuro, sin saberadónde iban. El sinsentido de la física se desvaneció en las si-guientes décadas, dando a paso a un sistema ordenado y clarocomo el agua. Yo leí los dos viajes en el volumen reunido porel fce en 1985, dentro de su colección de Breviarios, y sentíque algo había cambiado en el mundo. Este libro relataba consorprendente eficacia y candor las maravillas de una cienciaque había descubierto algo fundamental en el conocimientodel universo. Años después, los libros de Jeremy Bernstein im-pusieron el tono moderno, hipercrítico de mirar la ciencia. Di-cho sea de paso, Bernstein influyó decisivamente en MichaelFryan cuando estaba escribiendo su obra de teatro Copenhague,cuyos personajes principales son dos eminentes físicos (NielsBöhr y Werner Heisenberg) y la esposa del primero de ellos.

Veinte años después, los experimentos sobre el origen de la

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masa y la energía, así como sobre la naturaleza de la luz, siguensorprendiéndonos y conllevan nuevos retos aparentemente in-salvables. Lo mismo se creía a fines del siglo xix, cuando seconfirmó la existencia de entidades con características propiasllamadas átomos. Recuerdo que también leí en su momento elapasionado relato de Barbara Lovett Cline (publicado por elfce con el título de Los creadores de la nueva física). La epopeyaintelectual de Paul Dirac y la hazaña experimental de ErnestRutherford, por citar sólo dos nombres famosos, me conven-cieron de ser un testigo presencial de lo que estaba sucediendoen la física de nuestros días.

Así, convertido en un novelista interesado en la compren-sión pública de la ciencia, me volví visitante asiduo de los ace-leradores de partículas Fermilab (en las afueras de Chicago) ydel Centro Europeo de Investigaciones Nucleares, el cern (enlas afueras de Ginebra), pues son sitios donde se encuentranmiles de investigadores de muchas partes del mundo. Estos gi-gantescos laboratorios cortan la materia en rebanadas cada vezmás pequeñas y finas. Según la teoría de la relatividad, la masade un cuerpo aumenta si se le acelera a altas velocidades, demanera que, conforme se aproxima a la velocidad de la luz, lle-ga a ser infinitamente grande y la energía que se requiere paramantenerla en movimiento es equivalente.

En anillos que miden más de veinte kilómetros de diámetrose alcanzará, hacia el 2009, la energía suficiente para romper laestructura más elemental de la materia y saber qué hay aden-tro. El nuevo acelerador de partículas podría recrear las condi-ciones iniciales del universo y nos ayudaría a entender cómodio inicio todo. También nos permitirá saber algo más del va-cío y seguramente ofrecerá nuevos interrogantes en cuanto alintercambio entre materia y energía. Los científicos piensanque hubo una gran explosión de la que surgió todo el univer-so. Hoy, 13 700 millones de años más tarde, este universo estan grande que hemos dejado de utilizar los kilómetros paramedir distancias interestelares. Hoy empleamos la distanciaque recorre la luz en un año.

Suponemos que en el comienzo todo estaba apretado en unvolumen no mayor que el ojo de una aguja. Todo lo que obser-vamos está constituido de partículas de materia que en ese en-tonces aún no se habían formado. Los quarks y los gluones(que en nuestro universo se hallan confinados dentro de losprotones y los neutrones) estaban muy calientes y no se habíanunido para formar partículas, y luego planetas y organismos vi-vos. A la materia en este estado primitivo se la ha denominado“plasma de quarks y gluones”. Pensamos que este plasma pue-de existir hoy en el corazón de las estrellas, algunas tan densasque un trozo de ellas del tamaño del ojo de una aguja debe pe-sar el equivalente a mil aviones jumbo. Si el plasma de quarksy gluones existe ahí, no podemos verlo ni estudiarlo. Así quepara entender los primeros instantes del universo debemoscrear un plasma de quarks y gluones en el laboratorio y de ma-nera controlada. Es necesario, entonces, arrancar los electro-nes de los átomos y generar iones. A éstos se los acelera hasta

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que alcanzan velocidades cercanas a la velocidad de la luz. Lue-go se los hace chocar unos contra otros para que los protonesy neutrones que los forman se compriman tanto que acabenpor fundirse.

Experimentos anteriores han estudiado las interacciones deiones de oxígeno, azufre y plomo que se estrellaban contra unblanco fijo. Los resultados de estos experimentos han sugeridoque el plasma de quarks y gluones puede ser creado por untiempo breve antes de enfriarse y convertirse en materia ordi-naria. En el acelerador de Ginebra, hacia el final de esta déca-da, iones de plomo chocarán unos contra otros a una energíamucho mayor, inimaginable. Los físicos piensan que estasenergías son ideales para crear el plasma y permitirán al expe-rimento alice estudiar con detalle sus propiedades, aventuraen la cual participan varios mexicanos.

Podría explicar mi interés de explorar como escritor los te-mas de la ciencia y la tecnología por la compulsión que mostréhacia la lectura y la escritura desde temprana edad. Aprendí aleer y a escribir a los tres años. A los siete el mosco del paludis-mo me mandó a la cama cada tercer día, con altísimas y pun-tuales fiebres por las tardes. En medio de las visiones provoca-

das por ese estado febril, leí uno tras otro los libros de JulioVerne, H. G. Wells, Washington Irving, Nathaniel Hawthor-ne, Nicolás Gógol y Mark Twain, quienes me salvaron no la vi-da, pues ésta la conservo gracias a los médicos que diagnostica-ron a tiempo la enfermedad, a lo que me recetaron y, claro, ami sistema inmune. No, esos escritores me salvaron la cabeza.

Visto a la distancia, bien podía haber quedado como los gra-nizados, aquellas personas que son tocadas por un rayo en unatormenta pero que no mueren y se vuelven místicos, conce-diendo que el número de horas que soporté los ataques de lamalaria y las alucinaciones que provocó en mí equivalgan a unadescarga (y a una duda) de aquéllas. Pude haberme dedicado aescribir historias de santos y paranormales. O historias que su-ceden en un agujero del tiempo. En cambio tomé de la oficinade mi padre una máquina Underwood, con un tipo firme y pe-sado, y comencé a escribir partidos de futbol. Quizá porque laliteratura no es más que la sublimación de la guerra, actividadque, como el futbol, es un juego sencillo donde todo está a la

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vista y, no obstante, hay mucho detrás de los vestidores. Unjuego material donde gana el que mejor prefigura el futuro, co-mo en la ciencia.

Esto es anecdótico y difícilmente garantiza la vigencia de uncódigo de valores en los escritos de nadie; un código basado enaspectos más profundos e impersonales, los cuales tienen quever con la manera de abordar un tema, científico en nuestro ca-so, más allá de querer aliviar una enfermedad o para el solaz yesparcimiento de las ideas nobles y extrañas entre aquellos quepueden entenderlas. La verdadera razón es simple. Los indivi-duos de una sociedad democrática necesitan saber más cosassobre el mundo que los rodea, y algunas de las respuestas mássencillas, poderosas e imaginativas están en la ciencia. El talen-to no garantiza por sí mismo una cabal comprensión pública dela ciencia y la tecnología, aunque es un buen comienzo; es ne-cesario dilucidar desde un principio el sentido social de nues-tro quehacer como escritores.

Leí mis primeros Que Sais-je? —la celebrada colecciónfrancesa— en las traducciones del fce. La serie amarilla de losBreviarios me acompañó en este periodo de formación, empe-ñado como estaba por encontrar las claves y la estructura de los

vasos comunicantes que hay entre las ar-tes (en particular, la literatura) y las cien-cias llamas “duras”, es decir, la física, labiología y la química más su herramien-ta conceptual, las matemáticas. Esas lec-turas me ayudaron a buscar la precisión.Para transitar de la oficiosa reseña deacontecimientos y el reportaje llano albuen ensayo literario, me di cuenta deque tal vez podría aplicar lo que TitoMonterroso había tratado de enseñarnosa un grupo de jóvenes escritores pocosaños antes, como becarios del inba. Encierta forma, el rigor frente a la escritu-ra que define la obra de Monterroso erael mismo que los buenos investigadoresponían al observar la naturaleza; la eco-nomía del lenguaje era una norma enambas escrituras; la inteligencia de latrama tenía que ver con la estrategia deun proyecto de investigación de enver-

gadura. Había paralelismos poco explorados in situ. Un mun-do curioso, lleno de personajes con sus propias rutinas y obse-siones se abrió entonces para mí.

Busqué reflejar en una escritura diferente el rigor de unainstitución científica y la imaginación artística. Hice lo queaños después Bruno Latour y Steve Woolgar llamarían “lab li-fe”, esto es, vida de laboratorio. Si el propósito era mostrar almayor número de personas el sentido científico y, por ende,humano de tal o cual rama de las ciencias, había que estudiar eltema, al menos durante varias semanas o incluso meses, parapoder regresar con los investigadores y hacer preguntas no só-lo pertinentes sino realmente profundas, buscando alcanzar la“difícil sencillez” a la que san Juan de la Cruz y muchos escri-tores más han aspirado al ejercer el oficio literario, siempre di-rigido a un público.

Somos humanos y, una vez hechas las preguntas, entoncessurgió la posibilidad de conocer los motivos personales, las tra-diciones y la historia de las tribus científicas. Como novelista,

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El cern en el fce

El Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire (me-jor conocido por su siglas: cern) es uno de los principa-les lugares en todo el mundo donde los científicos escu-driñan en los ladrillos elementales de la materia. Por elloaparece en diversas obras de nuestro fondo editorial, co-mo las que ofrecemos aquí para el lector interesado ensaber cómo se las ha ingeniado el hombre para asomar-se a las entrañas del universo.

La Ciencia para Todos

La gran ilusión, de Jorge Flores Valdés:i. El monopolo magnéticoii. Los cuarks iii. Las ondas gravitacionales iv. La fusión fría Niels Bohr: científico, filósofo, humanista, de Leopoldo

García-Colín Scherer, Marcos Mazari, MarcosMoshinsky et al.

El discreto encanto de las partículas elementales, de ArturoMenchaca Rocha

La radiación al servicio de la vida, de María Ester Brandan,Rodolfo Díaz Perches y Patricia Ostrosky

Los prometeos modernos o el esfuerzo para controlar la fusiónnuclear, de Julio Martinell Benito

El electrón centenario, de Eugenio Ley KooPartículas elementales, de Ramón Fernández Álvarez-

Estrada y Marina Ramón Medrano

Ciencia y Teconología

La piedra de toque. La ciencia a prueba, de Jean-MarcLévy-Leblond

siempre he estado interesado en escuchar una buena historia ysiempre he viajado atento a una buena idea para alimentar larealidad psicológica de algún personaje. De hecho, al mismotiempo que visitaba a los científicos de Fermilab y cern, hice“lab life” durante veinte años en el Centro de Investigación yde Estudios Avanzados (Cinvestav).

Como creadores de la web, los difusores de ciencia en elcern son muy quisquillosos. Luego de quince años visitandoGinebra y otros laboratorios importantes he podido entendermuchos eventos y experimentos, montados por pioneros en lasmás diversas disciplinas científicas y tecnológicas. Entendí porqué el poeta y premio Nobel de química, Roald Hoffmann (au-tor de Lo mismo y no lo mismo, fce, 1997) me dijo en cierta oca-sión que la ciencia encontró una forma de aproximarse a la na-turaleza que es inherentemente estética, casi siempre poética,y por eso es nuestro mejor intérprete de la realidad.

Entre 1985 y 1992 participé intensamente en la edición dela revista del Cinvestav Avance y Perspectiva. Ello me permitió,entre otras cosas, reavivar la lectura de los Breviarios y otros li-bros del fce (como los dedicados a Carlos de Sigüenza y Gón-gora y la Enciclopedia de la ignorancia, por ejemplo), de los cua-les reseñamos numerosas veces David Huerta, Jaime MorenoVillarreal y el que esto escribe. Muchas de esas reflexiones que-daron plasmadas en mi novela Lengua de pájaros (Era; 2000) ydieron pie a muchas conversaciones del libro Luz interior (Tus-quets, 2001).

Frecuentar el cern, institución que en 2004 cumplió 50años al servicio de un átomo verde, me ha hecho apreciar elcruce de la literatura con la ciencia, de donde venga, pues es unámbito muy parecido al de los números enteros y la racionali-dad que los sostiene. Novelas como Atlas occidental (Anagrama,1987), de Daniele del Giudice, y Ángeles y demonios (Umbriel,2004), de Dan Brown, suceden en el cern. Ambas sufren elembeleso de la física y sus productos, el zoológico subatómicode las partículas. Como ha pasado con frecuencia entre los es-critores, cuando descubren las ideas científicas, se empachan.Y, no obstante, ambos autores nos hacen sentir que no hay mo-tivo de estar en este planeta si no nos invitan a pensar, a actuary casi siempre a jugar.

Si bien se trata de novelas con propósitos estéticos muy dis-tintos, el interés que muestran Del Giudice y Brown en la cien-cia como tema literario surge de un esfuerzo por entender eluniverso alrededor de nosotros y del amor por las palabras. Elidioma de la ciencia, como el de la literatura, se halla bajo ten-sión. Se crean palabras para describir cosas antes indescripti-bles (ecuaciones, estructuras físicas). Las palabras, sin embar-go, no logran, no pueden representar todo lo que ellas signifi-can. Aun así, las palabras son todo lo que tenemos.

Haberme convertido en un viajero científico me hizo enten-der por qué la realidad a la que pertenecemos se da en rebana-das y por magnitudes geométricas. Cómo forma parte de unmovimiento inevitable hacia la heterodoxia, alentado por losjuguetes virtuales y la consolidación de las hiperciencias en lasúltimas décadas. Con enorme gusto recibí la invitación de Oc-tavio Paz para escribir sobre estos temas en su revista Vueltaentre 1993 y 1998. Gracias a él, pude seguir viendo de prime-ra mano cómo lo que antes era considerado una distracción,parte del diletantismo al languidecer nuestros mejores años,empezó a ser materia de importantes discusiones en los ámbi-tos de la literatura, la ciencia y la filosofía.

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En cern y Fermilab también se investiga sobre instrumen-tos más eficaces para detectar diferentes tipos de cánceres y eli-minarlos sin dañar el tejido sano; se investiga también sobrenuevos dispositivos que eliminen la basura radiactiva y sobrereactores que no se calienten ni necesiten siquiera combustibleconvencional para alimentarlos. Además, estos laboratorios sehallan cerca o en las orillas de ciudades carismáticas, como Gi-nebra, Chicago y Hamburgo. Con un poco de imaginaciónpuede uno convertirse en un espía internacional, en un contac-to de la mafia o en un rico traficante de armas: en la estaciónde trenes del centro de Ginebra se puede comprobar cómo unapartícula pesada puede desintegrarse en otras partículas más li-geras. Los más variados personajes aparecen y desaparecen, co-mo en el anillo de cern. Artistas famosos, parejas intrigantes,tropel de supermodelos, directores de orquesta, banquerospersonales, todos forman parte de esa elite de cibernautas quehan vivido un auge insólito en la sociedad tecnológica... graciasa sitios como el cern.

Se dice que sólo las personas acaudaladas y los diplomáticospueden disfrutar ciudades como Ginebra y Hamburgo. Paraun vagabundo del dharma como yo, que ha sido testigo presen-

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cial de las peripecias intelectuales de Stephen Hawking y losmatemáticos de Silver Street (Cambridge), así como de la pri-mera producción artificial de antimateria, a principios de 2002,existe otra forma de disfrutar esas metrópolis, donde la cienciarepresenta lo que sucede en el alma. Después, cuando voy adormir, siento como si todo fuera parte de una gran metáforadentro de una infinita canción nostálgica que repiten al uníso-no mil niños igualitos a los de Timbiriche, la cual habla de suspadres que se encuentran en casa, deprimidos, poniendo connostalgia sus discos de Eddie Cochran y Dead Heads. Pero esoson sólo mis sueños.

He platicado varias veces con distinguidos científicos sobresi en realidad creen que hay metáforas en abundancia en elmundo de la ciencia y, dentro de la literatura, emociones enforma de estado de la materia, entre ellos el premio Nobel ymiembro de la Academia Francesa, François Jacob, así comolos autores del fce Roald Hoffmann y Carl Djerassi (autor deEl dilema de Cantor y El gambito de Bourbaki, entre otros). Y no

Espacio, tiempo y gravitacShahen Hacyan

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creo estar exagerando si digo que el escritor científico podríaser la estrella de Crime o The Truest Story, pues tiene que en-trar en una cavidad a 200 metros bajo la tierra, donde hay cam-pos magnéticos ante los que un Terminator temblaría de emo-ción (como sucede en el cern); debe internarse en laboratoriosdonde se manejan sustancias radiactivas cuya vida media no ba-ja de semanas, incluso años, y se analizan y recrean formas vi-tales de virulencia insospechada o se producen materiales real-mente tóxicos (como en el Instituto Pasteur).

En el código elemental del escritor interesado en la cienciapodría leerse: “Para desencanto de los paranoides agentes ras-treadores de los archivos X, lo que uno se lleva de los labora-torios que visita no es un heraldo de muerte sino la idea clara,como en la literatura, de que los bárbaros no vienen para callarnuestra lengua sino para multiplicarla”. Tal vez porque la poe-sía se planea alrededor de lo tangible, en la oscuridad profun-da, a través de un universo que desvelamos y creamos, tal vezpor eso celebro los cien años del fotón.

ión

Circula desde unos meses una nuevaobra de este físico y fino divulgador: Física y metafísica del espacio y eltiempo. La filosofía en el laboratorio,del que hemos tomado este fragmento relacionado con los aporteseinsteinianos a la comprensión de la naturaleza del espacio y eltiempo. En su híbrido recorrido por la filosofía y la ciencia, el autor de obras como Cuando la ciencia nosalcance y Relatividad para principiantes,también publicadas por el FCE, explica en una nuez la idea central de la relatividad especial

Éstos son mis principios, y si no le gustan… bueno, tengo otros.

Groucho Marx

Nuestros conceptos de espacio y detiempo cambiaron radicalmente a partirde 1905. Ese año, Albert Einstein publi-có su famoso artículo “Sobre la electro-dinámica de los cuerpos en movimiento”que dio nacimiento a la teoría de la rela-tividad. El propósito original de Eins-tein era resolver la aparente contradic-ción entre el electromagnetismo deMaxwell y la relatividad de Galileo.

El principio de relatividad en la física

clásica fue planteado por Galileo para ex-plicar por qué la rotación de la Tierra ysu movimiento alrededor del Sol no sonperceptibles, si en verdad nuestro plane-ta no se encuentra inmóvil en el centrodel Universo. Galileo hizo notar correc-tamente que es imposible detectar el mo-vimiento uniforme: en un barco, carrua-je o cualquier vehículo que se mueva conla misma velocidad y en línea recta, lospasajeros no pueden percibir ningún mo-vimiento; de ello se percatan sólo cuandosu vehículo se frena, acelera o gira.

Un sistema de referencia puede ser tanválido como otro. De acuerdo con el“principio de relatividad de Galileo”, lasleyes de la física son las mismas en cual-quier sistema de referencia cuyo movi-miento sea uniforme; escoger el másapropiado es cuestión de conveniencia.Para la mayoría de nuestros fines prácti-cos, nos conviene utilizar a la Tierra co-mo sistema de referencia, aunque semueva por el espacio. En cambio, paradescribir el movimiento de los planetas esmás conveniente el Sol, ya que, con res-pecto a él, los planetas se comportan enforma regular; en cambio, con respecto ala Tierra tienen trayectorias complicadas.

Si un vehículo frena, acelera o gira,aparecen para sus pasajeros unas fuerzasque lo empujan hacia adelante, atrás o a

un lado del vehículo. Se trata de fuerzasficticias que se deben únicamente al he-cho de que los cuerpos dentro del vehí-culo tienden a seguir en movimiento rec-tilíneo y uniforme; tales fuerzas se lla-man inerciales. Un sistema de referenciaque se mueve en línea recta y sin cambiarsu velocidad se llama sistema inercial.

Con su teoría especial, Einstein ex-tendió el principio de relatividad de Ga-lileo a los fenómenos electromagnéticosy, en particular, al movimiento de la luz,cuya velocidad es la misma en cualquiersistema de referencia. Más adelante, conla relatividad general, amplió la teoríapara incluir sistemas no inerciales, rela-cionando los efectos inerciales con lagravitación. La idea básica, sin embargo,es siempre la misma: las leyes de la físicano deben depender del sistema de refe-rencia que se escoja.

Relatividad especial

Al expresar las leyes básicas de los fenó-menos eléctricos y magnéticos en formade ecuaciones, Maxwell logró sistemati-zar estos fenómenos en forma equiva-lente a como Newton lo hizo para lagravitación. Además, como un impor-tante corolario de su teoría, Maxwell de-mostró rigurosamente que la luz es una

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onda electromagnética que se propagaen el espacio.

El concepto de onda nos remitesiempre a un medio que vibra: el sonidoes una onda en el aire, las olas son ondasen el agua… ¿qué es lo que vibra paratransportar una onda electromagnética?En la época de Maxwell, los físicos no tu-vieron más remedio que recurrir —¡unavez más!— al famoso éter, esa sustanciainmaterial que llena todo el Universo.Ahora el éter habría de servir de susten-to, ya no a la fuerza de gravedad como sepensaba en tiempos de Newton, sino a laelectricidad y al magnetismo, y, en par-ticular, a la luz como onda electromag-nética.

La existencia hipotética del éter estárelacionada con un problema importan-te de la teoría de Maxwell: el hecho deque sus ecuaciones son incompatiblescon el principio de relatividad de Gali-leo. Al pasar de un sistema de referenciaa otro, resulta que las ecuaciones deMaxwell cambian de forma, lo cual im-plica que éstas sólo son válidas en un sis-tema de referencia particular y no encualquiera. Pero esta situación no in-quietó demasiado a los contemporáneosde Maxwell; después de todo, si se invo-ca al éter cósmico, éste define un sistemaprivilegiado por excelencia. En ciertaforma, es tranquilizante saber que existealgo inmutable en el Universo, un siste-ma absoluto al cual referir todos los fe-nómenos y las leyes matemáticas que losdescriben.

Por supuesto, todo lo anterior impli-caba la posibilidad de realizar experi-mentos físicos para determinar si la Tie-rra está en movimiento con respecto aese sistema absoluto. La manera mássimple de comprobarlo sería medir lavelocidad de la luz: si ésta tiene un cier-to valor con respecto al éter fijo, su ve-locidad debería ser distinta en otro siste-ma de referencia que se mueva con res-pecto a él. El famoso experimento delinterferómetro de Michelson y Morley,realizado en 1887, estaba diseñado justa-mente para detectar cambios en la velo-cidad de la luz debido al movimiento dela Tierra en su órbita alrededor del Sol.Sin entrar en los detalles de este experi-mento clásico, basta señalar que su es-quema consistía en comparar dos hacesde luz dirigidos en dos direcciones per-pendiculares y reflejados con un juegode espejos y prismas; una pequeña dife-rencia de velocidad se manifestaría en la

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interferencia entre las dos ondas lumi-nosas. Dado que la Tierra se mueve ensu órbita alrededor del Sol a una veloci-dad de unos 30 kilómetros por segundo,se esperaría una diferencia de ese ordenentre dos haces perpendiculares entre sí,lo cual era factible de medir con la pre-cisión del interferómetro. Como es biensabido, el resultado encontrado fue to-talmente negativo: la velocidad de la luzparecía ser la misma sin importar la di-rección de su movimiento, es decir, nose notaba la velocidad de la Tierra conrespecto al hipotético éter. […]

La teoría que Einstein presentó en 1905extendió el concepto de relatividad a laelectrodinámica misma. A diferencia dela relatividad de Galileo, que sólo inclu-ye cambios de coordenadas espaciales, lanueva teoría tomó en cuenta al tiempocomo una cuarta coordenada en un es-pacio de cuatro dimensiones. Su postu-lado básico es que todas las leyes de la fí-sica son invariantes al pasar de un sistemaa otro. La consecuencia más inmediatade este principio es que la velocidad dela luz debe ser la misma para cualquierobservador, independientemente de sumovimiento: después de todo, esto es loque indica el experimento de Michelsony Morley.

Lo anterior parece contradecir elconcepto de velocidad que aprendemosen la escuela; el sentido común nos diceque al correr detrás de una señal lumi-nosa, deberíamos verla con menor velo-cidad. Sin embargo, las velocidades no

se suman o restan en la teoría de la rela-tividad sino que obedecen una fórmulamás complicada, que toma en cuenta elhecho de que el tiempo se contrae al pa-sar de un sistema de referencia a otro, detal forma que la velocidad de la luz per-manece siempre la misma.

Ningún experimento permite privile-giar un sistema inercial sobre otros. Es-to incluye a los fenómenos electromag-néticos —en especial la luz— que, hastala aparición de la teoría de Einstein, pa-recían escapar a esta ley fundamental. Alno haber un sistema de referencia privi-legiado, el éter volvió a caer en el olvido.

En la teoría de la relatividad no exis-te un tiempo absoluto, sino lapsos detiempo que dependen de cada observa-dor. Einstein mostró que existe una co-nexión básica entre espacio y tiempo, demodo tal que un intervalo de tiempo ouna sección de espacio varían según elobservador, y la duración de los procesosdepende del sistema de referencia desdeel cual se observan. Así por ejemplo, eltiempo transcurrido en una nave espa-cial que viaje a una velocidad muy cerca-na a la de la luz sería notablemente me-nor que el medido por los que se quedanen la Tierra: los viajeros pueden regresary encontrarse a sus hijos o nietos másviejos que ellos mismos.

Es importante señalar, sin embargo,que el “tiempo propio” es un conceptoperfectamente bien definido en la teoríade la relatividad: es el tiempo medidopor un reloj en movimiento, sin impor-tar cómo se mueva. Cada sistema físico

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tiene su tiempo propio, el cual está rela-cionado con los fenómenos físicos quese producen en él. Lo relativo es la me-dición del tiempo en diferentes sistemasde referencia. En el ejemplo de la hipo-tética nave espacial, el tiempo que trans-curre para los tripulantes, el que mideny perciben, es su “tiempo propio”, tanreal como el “tiempo propio” transcu-rrido para los que se quedaron en la Tie-rra; la teoría de la relatividad implicaque los dos tiempos propios no soniguales entre sí, pero permite calcularexactamente la relación entre los dos.

El efecto de la contracción del tiem-po se ha comprobado perfectamente enforma experimental. Por ejemplo, partí-culas subatómicas que se generan en losgrandes aceleradores de partículas y semueven con velocidades cercanas a la

Envidia por la físiMartín Bonfil Olivera

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luminosa, se desintegran en billonési-mas de segundo —su tiempo propio—en sus propios sistemas de referencia,pero sobreviven muchísimo más en elsistema de referencia del laboratorio.Asimismo, la contracción del tiempo seha confirmado para velocidades másmundanas. Gracias a los instrumentosextremadamente precisos para medir eltiempo, los efectos relativistas se ponende manifiesto cada vez más claramente ymás allá de cualquier duda. Tan es asíque el Sistema de PosicionamientoGlobal, que determina la posición sobrela superficie terrestre midiendo el tiem-po que tarda una señal de radio en via-jar de un satélite a un emisor, requierede una precisión de pocos nanosegun-dos para establecer esa distancia; paraello se tiene que tomar en cuenta nece-

ca

sariamente los efectos de la contracciónrelativista del tiempo.

En síntesis, la teoría de la relatividadha revelado una estrecha relación entreespacio y tiempo. En principio, el con-cepto del tiempo como una cuarta di-mensión no debería ser nada extraordi-nario: después de todo, para describir unsuceso que ocurre en cierto lugar y encierto momento, necesitamos de trescoordenadas espaciales que nos indicanla posición espacial y, además, el tiempoen el que ocurre, el cual se puede inter-pretar como una cuarta coordenada. Enla física newtoniana, esta interpretacióndel tiempo no tiene mayores consecuen-cias porque las coordenadas espacialesnunca se mezclan con la temporal. Encambio, en la teoría de la relatividad es-tán unidas forzosamente.

En este 2005, Año Internacional de la Física por oportunadisposición de la Unesco, conviene aprovechar la inerciaprovocada por los festejos einsteinianos para hurgar en larelación que esa ciencia tiene con las demás disciplinascientíficas. En este ensayo se discute el carácter de modeloque durante décadas, y aun siglos, se le ha conferido a la física, menoscabando las peculiaridades de la biología, laquímica o la sociología, ciencias todas en que la complejainteracción de sus objetos de estudio tal vez no puedareducirse meramente al ámbito físico

La física, según piensan muchos —en especial los físicos—, esalgo así como la reina de las ciencias. No hay ciencia más avan-zada, precisa, ni que ofrezca resultados y aplicaciones más po-derosas que esta disciplina paradigmática.

Y no falta razón para pensar así. Algo debe tener de especialesta ciencia; después de todo, ha sido capaz de colocar navesespaciales con toda precisión en la superficie de mundos dis-tantes. El aterrizaje (o “erotizaje”) del satélite near de la nasasobre el asteroide Eros, a 195 millones de kilómetros de la Tie-rra y que mide tan sólo 33 kilómetros de largo por 13 de an-cho, en 2001, es un ejemplo extremo del control que puede lo-grar la moderna tecnología de telecomunicaciones aunada a lacomputación (ambas, por supuesto, derivadas del conocimien-to físico) y a la correcta aplicación de las leyes de Newton. Lafísica, a través de la espectroscopía, nos ha revelado la compo-sición química de estrellas a las que nunca podremos acercar-nos. Logró explicar la estructura íntima de la materia y contro-lar el comportamiento de las partículas subatómicas que la

constituyen, como los electrones que hoy trabajan para noso-tros en focos, televisores, computadoras, calentadores, teléfo-nos celulares… Se trata de una disciplina, en fin, que ha logra-do trastocar no sólo la forma en que vivimos cotidianamente,sino incluso nuestra concepción de lo que significan el espacioy el tiempo —conceptos “evidentes” si es que los hay.

La física frente a las otras ciencias

Tradicionalmente se había considerado a la filosofía como ma-dre y reina de todas las ciencias, que nacieron de ella y, luegode una etapa de “filosofía natural”, se fueron independizando.Hoy son quizá las matemáticas quienes pudieran disputarle a lafísica el título de reina. Aunque quizá sólo en opinión de losmatemáticos, pues el resto de los mortales las juzgan hastacierto punto carentes de sentido, a menos que puedan ser apli-cadas (por ejemplo, al servicio de la poderosa física). Similarsuerte ha corrido incluso la orgullosa filosofía, hoy con fre-cuencia —y muy injustamente— despreciada por físicos −y porotros científicos− como una especie de conjunto inútil de “sim-ples” divagaciones y conjeturas.

La idea de la superioridad de la física se percibe, por ejem-plo, en los escritos de muchos historiadores de la ciencia, quellegaron a utilizar frases reveladoras como que la física era la“primera” ciencia que llegó a madurar, en gran medida por ha-ber logrado matematizarse. Daban así a entender que, en algúnmomento, tanto la química como la biología, e incluso las cien-cias sociales (disciplinas todas ellas aún “inmaduras”, según es-ta concepción), deberían esforzarse por alcanzar este ideal.

Son varios los aspectos de la física que clásicamente se to-

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man —con toda razón— como muestra, y al mismo tiempocausa, de su gran éxito y poder. Entre los principales están sumétodo esencialmente cuantitativo y su uso de las matemáticaspara generar descripciones, concretamente mediante fórmulasmatemáticas, al grado de que se considera que son las ecuacio-nes, y no las engañosas palabras, las que representan con ma-yor precisión la realidad de los conceptos físicos.

La enorme exactitud con que los modelos matemáticos quegeneran los físicos logran predecir el comportamiento de lossistemas estudiados es asombrosa. (En este sentido, curiosa-mente, son las matemáticas las que han permitido la consolida-ción de la física como ciencia exitosa, no la física la que les hadado “sentido” a las matemáticas al hallarles aplicación.) Másrecientemente, la capacidad de los físicos para generar simula-ciones computarizadas les ha permitido realizar verdaderos“experimentos” sin necesidad de recurrir a la realidad más quecomo medio para confirmar lo que se descubre al estudiar es-tos mundos virtuales.

¿Qué sucede con otras ciencias? La química, por ejemplo, ya pesar de los grandes avances que logró al volverse cuantitati-va, con Lavoisier, al matematizarse con los grandes fisicoquí-micos del siglo xix y al utilizar, en las últimas décadas, podero-sas simulaciones en computadora, ha sido siempre una cienciaesencialmente constructiva. Como señala Roald Hoffmann ensu libro Química imaginada, la química se dedica a fabricar suspropios objetos de estudio (los cientos de miles de nuevoscompuestos que se inventan cada año), más que a estudiar unanaturaleza preexistente. Sobre todo en sus etapas más recien-tes, se trata de una ciencia mucho más sintética que analítica.Curiosamente, sus poderes de predicción son notoriamente li-mitados… lo que muestra que quizá no sea necesariamente lapredicción su principal objetivo.

La biología, por su parte, durante un largo periodo, en suetapa de “historia natural”, se dedicó fundamentalmente a des-cribir y clasificar, lo que hizo que fuera considerada por mu-chos como una “ciencia en vías de desarrollo”. Y quizá fueracierto, pero la llegada de dos teorías −la celular, consolidadapor Schleiden y Schwann alrededor de1837, que mostró la uni-dad esencial de todos los seres vivos, y la de la evolución pormedio de la selección natural, de Darwin y Wallace, que en1859 proporcionó la columna vertebralque organiza el conocimiento biológi-co− permitió a esta disciplina apuntalar-se finalmente como una ciencia por de-recho propio.

Nuevamente, se trata de una cienciano predictiva —mucho menos predicti-va incluso que la química−, sino funda-mentalmente explicativa. Filósofos de la biología como el re-cientemente fallecido —y centenario— Ernst Mayr se han es-forzado en argumentar (por ejemplo en The Growth ofBiological Thought) el carácter eminentemente histórico de suciencia. La biología muestra cómo son y cómo se comportanlos sistemas biológicos, al tiempo que explica cómo llegaron aser así. La evolución es un proceso histórico que por ello mis-mo resulta prácticamente imposible de predecir, excepto enlos términos más generales: a lo más que puede aspirarse es ajustificar, con base en la teoría, cómo fue posible que sucedie-ra lo que sucedió.

En las últimas décadas, el surgimiento de historiadores pro-

Todos estos modedesarrollaron tomacomo prototipo, y desarrollando nueque parten de las cparticulares de cad

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fesionales de la ciencia —en contraste con los historiadores afi-cionados provenientes de las propias disciplinas científicas—ha determinado un cambio en la forma en que se concibe laevolución de las disciplinas científicas. Las ideas de los positi-vistas, por ejemplo, que ponderaban la “madurez” e incluso la“cientificidad” de una ciencia con base en criterios como lasmediciones cuantitativas y la generación de modelos matemá-ticos, basados desde luego en el modelo de las ciencias físicas,comenzaron a ser rebatidas. Puede haber, se dijo, otros crite-rios más adecuados para juzgar a las distintas ciencias.

Incluso las ideas de Thomas S. Kuhn respecto al avance delas ciencias a través de revoluciones en las que un paradigmadado es sustituido por otro con el que es esencialmente incom-patible han sido cuestionadas al tratar de aplicarse a las cienciasquímicas o biológicas. Al parecer, todos estos modelos históri-cos se desarrollaron tomando a la física como prototipo, y hoyse están desarrollando nuevas concepciones que parten de lascaracterísticas particulares de cada ciencia.

El reduccionismo fisicalista

Otra de las ideas que han pasado a formar parte del “sentidocomún” de la imagen popular de la ciencia —compatida inclu-so por muchos investigadores—, y contra la que se han levan-tado ya numerosas objeciones, es la de que todas las otras cien-cias se pueden “reducir” a la física.

La física explica los componentes fundamentales del univer-so físico: materia, energía, espacio, tiempo. Como la química yla biología son ciencias naturales, con una visión naturalista desus objetos de estudio que excluye la participación de entidadessobrenaturales o paranormales, cualquier explicación de obje-tos o fenómenos químicos o biológicos debe partir de elemen-tos exclusivamente materiales. En última instancia, de los áto-mos y las partículas fundamentales que los conforman, los cua-les son hoy descritos por las leyes de la física; concretamentepor las ecuaciones de la mecánica cuántica (aunque la enormecomplejidad de los cálculos detallados hace que esta descrip-ción exista sólo “en principio”).

Se llega así a la idea de que, en última instancia, tanto quí-mica como biología, y estirando un poco la imaginación, inclu-

so la psicología y quizá la sociología, pu-dieran ser en principio totalmente expli-cadas con base en las propiedades de losátomos y las partículas fundamentalesque constituyen moléculas, células, or-ganismos y sociedades. “La biología,que es física disfrazada de química”, lle-gó a escribir —probablemente con iro-

nía— el destacado químico Peter W. Atkins.También con ironía, el escritor de ciencia ficción Isaac Asi-

mov planteó en su genial trilogía Fundación la idea de una cien-cia —la “psicohistoria”— capaz de predecir el comportamien-to futuro de las sociedades humanas, no como individuos par-ticulares, pero sí en masa, de la misma forma que la teoríacinética de los gases permite a los fisicoquímicos predecir contoda precisión el comportamiento estadístico del gran númerode partículas que conforman un gas.

Sin embargo, el filósofo Rudolph Carnap no estaba siendoirónico cuando describió esta postura, conocida como “fisica-lismo”, diciendo que “el lenguaje de la física es un lenguaje

os históricos sendo a la física hoy se están as concepcionesaracterísticas a ciencia

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universal, que comprende los contenidos de todos los otroslenguajes científicos… toda proposición de una rama del len-guaje científico equivale a algunas proposiciones del lenguajefisicalista y, por tanto, puede ser traducida a ella sin cambiar sucontenido”.

Por desgracia —o quizá afortunada-mente—, el mundo natural no es tansencillo. Si bien es cierto que en un sis-tema biológico —como puede ser un ce-rebro humano— no hay componentes“inmateriales” que sean responsables desus propiedades biológicas —estar vi-vo— o psicológicas —tener concien-cia—, tampoco tiene sentido pensar quela explicación de cómo surgen fenóme-nos como la vida o la conciencia puedanhallarse al estudiar el comportamientode átomos o partículas fundamentales.

Se trata de un problema de niveles: así como el comporta-miento de un programa de computadora, por ejemplo, no pue-de entenderse si se estudian los cables y microcircuitos que laforman, o el flujo de los electrones que circulan por ellos (losprogramas y su comportamiento no existen, ni son por tanto ob-servables, en esos niveles), tampoco tiene sentido aplicar un re-duccionismo extremo para estudiar a nivel físico los sistemasquímicos o biológicos.

La clave está en el concepto de fenómenos emergentes, resul-tado de la forma en que los componentes de un sistema com-plejo interactúan para dar origen a propiedades de un nivel su-perior de complejidad, que no podrían haber sido predichassólo estudiando los componentes por separado. Es la existen-cia de estos fenómenos emergentes lo que da al traste con laidea de que las explicaciones que dan las ciencias químicas obiológicas puedan ser “reducidas”, incluso en principio, a ex-plicaciones puramente físicas.

Física y biología moderna

Pero si bien la física no es entonces el modelo ideal al que de-ba aspirar cualquier otra ciencia, ni tampoco la explicaciónfundamental a la que puedan reducirse éstas, esto no quiere de-cir que haya un divorcio entre disciplinas.

La naturaleza es una, y las distintas ciencias —hay tambiénquien habla de una sola ciencia— son sólo manifestaciones delas formas en que el ser humano estudia los distintos aspectosdel mundo que lo rodea. La interdisciplina es hoy la norma, yasí como se habla de fisicoquímica, biofísica o bioquímica, es-tá claro también que la colaboración entre ciencias físicas, quí-micas y biológicas (por no mencionar, nuevamente, a las cien-cias sociales) ofrece los frutos más sustanciosos en cuanto a ge-neración de nuevos conocimientos se refiere.

Un ejemplo contundente fue el nacimiento de la biologíamolecular, ciencia paradigmática de la segunda mitad del siglopasado y protagonista fundamental del presente. El estudio delas bases moleculares de los sistemas vivos, y en particular de latransmisión de la información hereditaria, fue posible gracias alos fundamentos sentados por el botánico Mendel, quien con-cibió el concepto de gen en 1866; por el químico Miescher,descubridor en 1869 de la “nucleína” (posteriormente rebauti-zada como ácido desoxirribonucleico, adn), y por el zoólogo

Si bien es cierto qun sistema biológicomponentes “inmque sean responsapropiedades biológpsicológicas, tampsentido pensar quede cómo surgen fecomo la vida o la cpuedan hallarse al comportamiento dpartículas fundame

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Morgan, que localizó, alrededor de 1910 los genes en los cro-mosomas del núcleo celular. No obstante, los padres de la bio-logía molecular fueron principalmente físicos, y lograron suhazaña usando métodos fundamentalmente físicos.

Físicos eran los ingleses Bragg, padree hijo, quienes en 1915 dieron forma a latécnica de cristalografía por difracciónde rayos X, que permite observar la es-tructura atómica de las moléculas bioló-gicas. En 1923 Theodor Svedverg per-feccionó el método físico de la ultracen-trifugación, que utiliza la fuerzacentrífuga para separar y purificar loscomponentes subcelulares. En 1937 Ar-ne Tiselius desarrolló otro método físi-co, la electroforesis, que separa a las mo-léculas por sus tamaños y cargas eléctri-cas. Y aunque no era físico, sino

químico, Linus Pauling aplicó la física cuántica para estudiar laestructura de las moléculas; hacia 1939 lograría explicar aspec-tos fundamentales de la estructura de las proteínas.

En el mismo año, otro físico, Max Delbrück (alumno delgran Niels Böhr), se especializó en el cultivo de bacteriófagos(virus que infectan bacterias) como modelo de estudio para lanaciente biología molecular. Y en 1944 se publicó el libro ¿Quées la vida?, escrito por otro físico, Erwin Schrödinger, que ins-piraría al biólogo Watson y al físico Crick, entre muchos otros,a dedicarse al estudio de la naciente biología molecular. Esteproyecto culminaría su primera etapa con su descubrimientode la estructura en doble hélice del adn, lograda en 1953 gra-cias a la cristalografía de rayos X, y en la que participaron tam-bién el físico Maurice Wilkins y la fisicoquímica RosalindFranklin.

No es cuestión de marcar territorios y delimitar fronterasinfranqueables; sin la participación de la física, la más recienterevolución biológica simplemente habría sido imposible.

Un lugar para cada ciencia

Pocas ciencias tienen héroes tan notables como Isaac Newton,el hombre que explicó las leyes que mueven al cosmos, o Al-bert Einstein, revolucionario que cambió nuestra concepciónde la luz, el espacio y el tiempo. Ni siquiera el biólogo Darwin,creador de una de las teorías científicas más poderosas de lahistoria, posee una presencia tan importante en el imaginariosocial de la ciencia (los químicos, sobra decirlo, están total-mente ausentes del mismo).

El 2005, centenario del annus mirabilis de Einstein, ha sidoelegido como el año internacional de la física. No hubo una ce-lebración equivalente (¿año de la biología?) para el 2003, enque se cumplía medio siglo del logro de Watson y Crick (aun-que existe, eso sí, el Darwin’s Day, que se celebra anualmenteel 12 de febrero). Ni hablar de una celebración de la química,ciencia vista hoy como fuente de toda contaminación y de pe-ligros sin fin. La presencia pública de la física, y el respeto queel ciudadano tiene por ella, siguen siendo inigualadas.

Y sin embargo, no hay que olvidar que en ciencia, como encualquier otro campo, es la diversidad y no la dominancia de unavisión sobre las demás lo que asegura la mayor riqueza y ampli-tud de horizontes. 2005 es un buen año para recordarlo.

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Destapando la botella del genioLizbeth Sagols Sales

En coedición con la UNAM ycoordinado por Antonio VelázquezArellano, circula ya el apasionantevolumen Lo que somos y el genomahumano. Des-velando nuestra identidad,obra colectiva que se originó en los cursos de doctorado en cienciasbiomédicas que se estudia en esauniversidad. Presentamos aquí un fragmento en el que se discutenalgunas de las implicaciones quetendría la alteración genética en nociones fundamentales de lo humano, como la libertad, el carácter individual, el destino

A partir del descubrimiento, en 1970,del “genio del gen” o ingeniería genéti-ca,1 la ciencia de los genes y la biologíamolecular adquirieron el enorme poderde alterar la estructura de lo vivo, decrear nuevas especies vegetales, animalesy, al final, el poder de transformar al sermismo del hombre.2 Esta situación serefuerza con el Proyecto Genoma Hu-mano, investigación que pretende cono-cer la secuencia de los 3 mil millones debases del genoma humano y la cantidadde genes que conforman nuestra espe-cie, así como la posición que ocupa cadauno de ellos dentro de la cadena del dna

1En el discurso actual de la biología mo-lecular, el término “ingeniería genética” ce-de el paso ante el de “tecnología de dna re-combinante”, pues el primero estuvo íntima-mente ligado a la ideología eugenésica yracista de buena parte del siglo xx; sin em-bargo, no se trata de una denominación in-correcta, y por ello se sigue hablando de in-geniería genética en diversos discursos, co-mo el de la filosofía y el de la bioética, sinpor ello implicar, necesariamente, las conno-taciones ideológicas señaladas. Véase, porejemplo, F. Fukuyama, El fin del hombre. Con-secuencias de la revolución biotecnológica, Barce-lona, Ediciones B, 2002.

2 F. Fukuyama, op. cit. Para este filósofo,las principales consecuencias de la biotecno-logía se dan en el orden ético-político. No-sotros más bien nos concentramos en lasconsecuencias éticas en la concepción delcuerpo humano.

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para, más tarde, conocer la función detodos los genes. Por el momento, se halogrado el primero de estos objetivos yse trabaja para alcanzar los otros dos.

El problema que plantea la relaciónentre ética y el saber genético no es, des-de luego, el avance del conocimiento, si-no el posible uso que puede hacerse deél. La actividad cognoscitiva es inheren-te al hombre; gracias a ella el ser huma-no se realiza, pues conocer es un actoque surge de la libertad y que, además, laincrementa al darnos la capacidad de darrazón de lo real y no estar atados a pre-juicios y mitos simplificadores. En estamedida, todo conocimiento posee unacualidad ética indiscutible. La ética filo-sófica no consiste en establecer una tablarígida de valores, en clasificar lo real co-mo bueno o malo de forma tajante, sinoen aproximarnos a la realidad con con-ciencia de nosotros mismos y con unabúsqueda de sentido, de dirección y fi-nalidad de la existencia. A la ética filosó-fica le interesa sobre todo señalar dudasy problemas. Lo propio de la filosofía,desde la época griega hasta la actualidad,es propiciar el asombro (thauma), la crí-tica razonada, el cuestionamiento. Co-mo afirma Bertrand Russell, es caracte-rístico de la filosofía “guardar vivaznuestro sentido de la admiración, pre-sentando los objetos familiares en un as-pecto no familiar [a fin de] ampliar elpensamiento”.3 En otras palabras, la éti-ca filosófica busca hacer consciente alhombre de su libertad, para que, desdeella, distinga por sí mismo entre lo quevale más y lo que vale menos, para quepueda dar razones propias sobre lo queconviene hacer o lo que conviene evitar.Y para esto, la ética tiene que impulsar elafán cognoscitivo y alejar al ser humanode la ignorancia. Ética y conocimientose implican recíprocamente.4 […]

3B. Russell, Los problemas de la filosofía,traducción de Joaquín Xirau, Bogotá, Labor,1994.

4Véase E. Husserl, Crisis de las ciencias eu-ropeas, Barcelona, Crítica, 1991. Véase tam-bién J. González, “Valores éticos en la cien-

Algunos científicos que confían ple-namente en la ingeniería genética nodudan en hacer públicas, casi en tono depromesa, sus sueños o expectativas alrespecto.5 Silver Lee, biólogo de la Uni-versidad de Princeton y autor de uno delos libros más leídos sobre ingeniería ge-nética, Más allá del edén, afirma que estácercano el día en que, entre otras “mara-villas”, conquistemos las siguientes: la“eugenesia positiva”6 de acuerdo con elmodelo que los padres elijan y mediantela manipulación de la estructura genéti-ca del embrión; la curación de casi todaslas enfermedades, mediante la terapiagénica, o el cambio de características denuestra personalidad, como el tempera-mento ansioso o el irritable y violento,gracias también a la sustitución de ge-nes. De esta forma, evitaríamos las gue-rras, que han destruido civilizacionesenteras. Además, según Silver Lee, ya nosufriremos la pérdida de un ser querido,pues podremos reponerlo por medio dela reproducción por clonación, o inclusoalterar los genes que le causaron a esapersona la enfermedad mortal —si fuerael caso— y su nuevo ejemplar vivirá enmejores condiciones. En síntesis, ten-dremos la capacidad de crear individuossanos, felices, no agresivos y triunfado-res.7 […]

Lo decisivo es que, reales o imagina-rias, tales expectativas conforman nues-tro mundo: proponen un horizonte, unmarco general de ideas y valores que seinfiltra, queramos o no, en nuestro esti-lo de vida. Incluso, se reciben con entu-siasmo por parte de la sociedad, pues a

cia”, en El poder de eros, México, Paidós-unam,2000, pp. 227-247.

5Véase, por ejemplo, E. Grace, La biotec-nología al desnudo. Promesas y realidades, Bar-celona, Anagrama, 1998.

6Por “eugenesia positiva” se entiende lamanipulación genética del embrión a fin delograr su mejoramiento según un determina-do modelo. Existe, además, la “eugenesia ne-gativa”, que consiste en efectuar la manipu-lación genética del embrión para evitarle elriesgo de una enfermedad ya detectada.

7S. Lee, La vuelta al edén, Barcelona, Tau-rus, 2000, passim.

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lo largo de la historia hemos soñado convencer las limitaciones que nos impo-nen la fatalidad o el destino. En las op-ciones del “genio del gen” confluyen lasubjetividad del hombre común y la in-teligencia e investigación de algunoscientíficos y biotecnólogos. Por tanto,no podemos desconocer su importancia;más bien, es preciso advertir que nosimponen la pregunta sobre la direcciónque tomaría la vida humana con talestransformaciones. […]

El “genio del gen” y la dimensión material del cuerpo

En tanto el cuerpo tiene una dimensiónestrictamente material, el determinismofunciona en alguna medida pues, enprincipio —y al menos mientras no in-tervenga el azar—, la materia se rige porleyes de causa-efecto repetitivas. De he-cho, gracias a la biología molecular sa-bemos más del origen y comportamien-to de algunas enfermedades y podemosdiagnosticarlas con mayor precisión.También, muy probablemente, en el fu-turo se podrán disminuir o eliminar losefectos de ciertas enfermedades genéti-cas gracias a la medicina genómica.8 Lainvestigación biomédica incluso ha de-tectado algunas proteínas que intervie-nen en la depresión, la angustia y la irri-tabilidad, y permite a la biotecnologíadesarrollar fármacos que contribuyen,en muchos casos, a controlar estas per-turbaciones. Sin embargo, no todas lasenfermedades se originan sólo por fac-tores biológicos y genéticos, sino que in-tervienen además factores ambientales,

8Véase A. Velázquez, “Genoma y natu-raleza humana. Nuevos cauces para viejasaguas”, en Revista Universidad de México,México, unam, núm. 602-604, marzo-mayode 2001, pp. 39-44.

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sociales, culturales, psicológicos y, enocasiones, aspectos éticos (falta de cui-dado y responsabilidad hacia nosotrosmismos y hacia nuestro entorno).

No obstante, por lo que hemos dichohasta aquí, cabe advertir que —en gene-ral— los sueños de la ingeniería genéti-ca conllevan una idea del cuerpo huma-no como materia indiferente; éste se re-duce a sus elementos químicos y no se lecomprende como materia susceptible deser vivida y apropiada por un “yo”, en un

tiempo y un espacio determinados. El“genio del gen” no parece tomar encuenta la complejidad del organismoque proponen las últimas investigacio-nes genómicas ni la tensión que existe en-tre cuerpo y “libertad autónoma”. Enesta medida, tiende en muchas ocasionesa simplificar tanto la dimensión materialcomo la ético-cultural del cuerpo. Entanto se espera reproducir al hombrecon base en un diseño previsto, curar lamayoría de las enfermedades y liberarlode características personales como laagresividad destructiva, lleva implícita laidea de que el “trasmundooscuro” enque consiste cierta dimensión del cuerpoy que, según hemos dicho, realiza su tra-bajo más allá de la conciencia, es algocontrolable del todo por la intervencióntecnológica.

La ingeniería genética, al partir deldeterminismo, procede según el modelode un organismo altamente adaptadoque supuestamente funciona con todaregularidad y parece olvidar que lo vivoes producto de la evolución y que, porello mismo, lleva en sí el azar o la con-tingencia como factor estructurador.Como afirma François Jacob, la lógicade lo vivo consiste en una autoorganiza-ción permanente a partir de las múlti-ples contingencias del medio. Es una ló-gica que no corresponde al proceder de

un ingeniero, sino al de un bricoleur (ca-charrero) que “hace lo que puede” conlos elementos que se le presentan al azaren un momento determinado.9 Por su-puesto, estos elementos no son siemprelos más adecuados; más bien, el ser vivoaplica estrategias para adaptarse a ellos.Es cierto que en el proceso y esfuerzo deadaptación, el organismo adquiere cier-ta regularidad; sin embargo, la posibili-dad de fallar no deja de estar presente,pues el organismo “hace lo que puede” yno siempre puede lo mejor. […]

Las expectativas del “genio del gen” desde la dimensión ética del cuerpo

No obstante todo lo anterior, lo más sig-nificativo para evaluar las expectativasgeneradas por el “genio del gen” nos lorevela la dimensión ético-cultural delcuerpo humano. Según la biología mo-lecular, nuestros estados de ánimo y ca-racterísticas de personalidad respondena los genes, proteínas y ciertas sustanciasquímicas, lo cual es cierto en gran medi-da, y es innegable la contribución de lagenética y la neurofarmacología a esterespecto. Hay medicamentos que redu-cen el nivel de la angustia e incluso de ladepresión. Pero esta medicina no ve alhombre como un principio activo cuyavivencia y aprendizaje contribuye sus-tancialmente a la salud, la felicidad y laconquista de los valores, y por ende, noconcede importancia a la iniciativa y laresponsabilidad del individuo. […]

Desde el punto de vista ético, la en-fermedad y la violencia son algo muchomás complejo de enfrentar: exigen unadisposición ética del individuo en la que,por supuesto, interviene la idea de símismo, del cuerpo y del mundo. Encuanto a la enfermedad, cabe advertirque no hay una auténtica vía para la sa-lud somática y psíquica si, por un lado,no hay una actitud de lucha y sobreposi-ción a la enfermedad y si, por otro, no sesabe aceptar el límite: lo inevitable. Éti-camente, es tan importante ejercer la“libertad autodeterminada” como man-tener la conciencia del destino, recono-cerlo y aprender de él.

Es verdad que la ingeniería genéticanos permite rebelarnos ante lo impues-to, y en esta medida nos ofrece una libe-ración, pero, al mismo tiempo, nos crea

9F. Jacob, Le jeux des possibles, París, Fa-yard, 1981, pp. 63-69.

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la ilusión de que la mayoría de las adver-sidades se pueden rebasar y, por ende,nos deja indefensos e incluso debilitadosante lo inevitable. La libertad que nosofrece consiste en desprendernos de lasataduras impuestas por la suerte, es unalibertad que “dice no”, pero ésta es incomple-ta, carece de la fuerza promotora del apren-dizaje y la autoconstitución del “yo”. Por elcontrario, es en la interacción de la “li-bertad autónoma” y el destino como elser humano da sentido e intensidad a suvida. La enfermedad somática y psíquicapuede convertirse en fuente de creci-miento, si el individuo comprende queno hay imposición más importante paraél que ser libre conformándose un carác-ter y un horizonte de valores: un mundopropio.10

Por su parte, el problema del com-portamiento irritable y violento nosconduce, de manera especial, a conside-rar nuestra condición contradictoria.Como dijimos ya, en el hombre la auto-percepción exige la reciprocidad: el “yo”sabe de sí gracias al “tú”, y viceversa. Pe-ro la reciprocidad implica el conflicto.Según sabemos desde los griegos (en es-pecial Heráclito, Sócrates y Platón), elser humano es una interacción de con-trarios: asciende y desciende, avanza yretrocede, y está unido y separado res-pecto de los demás y del cosmos, es ar-monía y es conflicto, “luz” y “oscuri-dad”, de suerte que posee tanto la ten-dencia a unirse con sus semejantes comola tendencia a oponérseles. El “yo” y el“tú” son próximos y ajenos. La interac-ción de los contrarios es la que hace po-sible la libertad, la elección. Si sólo bus-cáramos el ascenso y la unión, no tendría-mos por qué elegir entre crecimiento ydecrecimiento; estaríamos totalmentedeterminados hacia lo primero. En con-secuencia, es indispensable aceptar que

10 Desde esta perspectiva, cobra tambiéngran importancia la responsabilidad de la so-ciedad y las instituciones de salud ante, porejemplo, las enfermedades contagiosas. Enrealidad, ningún tratamiento, por potente ypreciso que sea, puede combatir una epide-mia si la sociedad no transforma consciente-mente muchas de sus prácticas. Éticamente,salud y enfermedad no sólo son estados tran-sitorios, también se convierten en proyectosde vida individual y social: adquieren unacualificación o valoración esencial para la vi-da humana. Véase O. Paz, “La plaza y la al-coba”, en La llama doble, México, Seix Barral,1994, pp. 152-172.

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la posibilidad de ser violentos formaparte de nosotros. De hecho, en su evo-lución, el hombre ha tenido que ejercerviolencia sobre otros seres humanos yotros seres vivos para sobrevivir. Másaún, sólo porque la posibilidad de la vio-lencia forma parte de nosotros, aprecia-mos los momentos o las épocas de paz yentendimiento interhumano. Poseemosambos polos de la existencia.

Esto no significa que sea indiferenteconstruir o destruir, unirse u oponerse,ser pacífico o violento; significa que sóloen la medida en que asumimos nuestracontradicción podemos cualificar la vio-lencia, la destrucción y la agresividad,podemos distinguir sus diferentes moda-lidades y responsabilizarnos por ellas.Violencia y agresividad pueden darsepor afán de sobrevivir, como apertura decaminos hacia una vida más creativa ycomunicativa, o pueden darse de mane-ra ciega, mecánica, guiadas por el me-nosprecio del otro, por el único afán dedominio o por el placer de la crueldad,por una insensibilidad ante la unión in-terhumana y una extrapolación de las di-ferencias entre el “yo” y el “tú”. Éste esel exceso al que puede llegar el ser hu-mano y sobran ejemplos en la historia.Pero, en sí mismas, la oposición y laagresividad forman parte de nuestra in-determinación o libertad radical.

Desde esta perspectiva, la pretensiónde eliminar los comportamientos violen-tos e irritables mediante neurofármacos omediante manipulación genética priva alhombre de esta dualidad que lleva en supropio ser, lo priva de su indeterminaciónoriginaria, lo convierte en un ser sin dina-mismo propio y sin el poder de conocer-se, autodirigirse y calificar sus actos. Enotras palabras, desde una conciencia éticade las contradicciones humanas, com-prendemos que, para construirnos y serresponsables, requerimos experimentarnuestras fuerzas contradictorias y, desdeesta experiencia, realizar el esfuerzo porno caer en el exceso de la crueldad, el es-fuerzo por mantener en cierto equilibrio

Mientras todos los hombres y mujeres podemos decir “soy así, porque ‘así me tocó’”, el clon diría: “soy así porque cierta personaquiso que yo fuera de esta forma”.El clon sabrá que su existencia está en gran medida al servicio delas expectativas de otro

la cercanía y la extrañeza con los otros ycon lo vivo en general.

Por otra parte, suponiendo que elavance de la técnica permitiera lograr laeugenesia e invertir la lógica entre loimperfecto y lo perfecto, desde una mi-rada ética del cuerpo es dudoso que po-damos garantizar la felicidad y el éxitode un ser humano con tales característi-cas, pues se nos escaparían por comple-to las preferencias que desarrollaría a lolargo de su experiencia. Aunque pudié-ramos controlar el ambiente psicológicoy cultural de este sujeto, a fin de quecumpliera con el modelo con el que seconcebió, habría algo que se nos evadi-ría: la conformación particular del “yo”y su iniciativa. Inclusive cabe la posibili-dad de que dicha persona no ame el éxi-to ni el bienestar, pues no sabemos cómoconformaría su mundo ni si, en verdad,será capaz todavía de crear uno. […]

Mientras todos los hombres y mujerespodemos decir “soy así, porque ‘así metocó’”, el clon diría: “soy así porque cier-ta persona quiso que yo fuera de esta for-ma”. El clon sabrá que su existencia estáen gran medida al servicio de las expecta-tivas de otro, aunque sea sólo genética yfisiológicamente, pero esto lo coloca enuna situación originaria de subordina-ción. De este modo, habrá una desigual-dad básica entre él y el resto de los indi-viduos humanos, pues la conformacióngenética de éstos no se subordinó al de-seo de otros, sino que fue producto delazar. Como sugiere el filósofo alemánJürgen Habermas, por más que se le con-cedan derechos al clon, su existencia lle-vará el sello de la esclavitud y, por ende,su dignidad estará mermada.11 ¿Puededecirse que recuperaremos a un ser que-rido con la clonación si entre el clon ynosotros se interpondrá la brecha de estaesclavitud primaria?, ¿podremos estable-cer una auténtica interacción con el clon?

En síntesis, resultan innegables lasaportaciones cognoscitivas de la biologíamolecular y del saber sobre el genoma

11Véase J. Habermas, “¿Esclavitud gené-tica? Los límites morales de los avances de lamedicina reproductiva”, en La constelaciónposnacional, Barcelona, Paidós, 2000. Véasetambién L. Sagols, “Problemas éticos en laclonación humana”, en Contrastes, Málaga,Universidad Autónoma de Málaga, 2002, endonde se plantean con mayor amplitud losproblemas éticos de la reproducción humanapor clonación.

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humano. Asimismo, hay que reconoceralgunas aportaciones del “genio del gen”a la salud, como las posibilidades que abrela medicina genómica —aún en experi-mentación— para las enfermedades mo-nogénicas. Sin embargo, también resultaimprescindible advertir que ni la comple-jidad biológica ni la libertad humana seexplican por el reductivismo molecularen el que se basan los sueños de la inge-niería genética, y que por ende éstos setornan muy cuestionables. Tales sueñosimplican serios problemas en el orden

“Matamoscas” y “Martin Monestier

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biológico y sobre todo en el orden ético,pues no toman en cuenta que el cuerpohumano lleva en sí mismo la libertad quenos permite orientar la vida conforme avalores, crear un mundo y responsabilizar-nos por nuestra identidad y felicidad.

Conviene que, al ofrecer sus expecta-tivas a la sociedad, la ingeniería genéticatome en cuenta el conocimiento de lacomplejidad biológica que aportan la ge-nómica y la biología del desarrollo: la in-teracción entre múltiples genes, el desa-rrollo temporal del organismo, la com-

moscas que matan

pleja relación entre lo genético y lo epi-genético, y la presencia del azar en laconformación de lo vivo. Así, quizás, estaingeniería formule promesas más realis-tas. Y conviene también que quien quie-ra recibir los beneficios del “genio delgen” se apropie el cuerpo en tanto “liber-tad autónoma”, a fin de que no renuncieal mayor poder humano: construir un“yo” intersubjetivo que, a la vez quequiere plasmar su deseo, es capaz de diri-gir su propio ser contradictorio, enfren-tar el destino y dotarlo de sentido.

Una de las cosas que las voracesmoscas no le evocaron a AntonioMachado fue su capacidad destructiva,su milenaria y aún indefinida batallacon el género humano. En Las moscas. El peor enemigo del hombre,una inquietante pero divertidísimamonografía sobre el díptero másconocido del mundo, se mosquea allector con nutrida informaciónentomológica, histórica, médica, comola que presentamos aquí en aterradohomenaje a tan peligroso insecto

“El hombre no conoce más depredadorque a sí mismo.” Este aforismo es unafalsedad flagrante, un desafío al buenjuicio incluso para cualquier “moscólo-go”. El ser humano tiene su depredador,único, terrible, omnipresente e implaca-ble: la mosca. Desde los albores de lahistoria de la humanidad, las moscas hanmatado más seres humanos que todoslos conflictos entre naciones. Desde ha-ce 50 años, el enfrentamiento entre elser humano y este díptero ha adquiridouna envergadura mundial. Sin embargo,¡la batalla contra las moscas portadorasde gérmenes, chupadoras de sangre ycausantes de enfermedades mortalessiempre se pierde y se vuelve a empezar!

Hemos constatado que las moscas vana cualquier lugar, que ningún rincón delplaneta está a salvo de su presencia, cual-quiera que sea el clima, la región o la la-titud. Hace medio siglo que el paraíso

químico que prometía el ddt se perdiódefinitivamente. Desde hace 20 años, lasmoscas se han vuelto resistentes a los in-secticidas a la misma velocidad que el serhumano fabrica los nuevos. La lucha bio-lógica de la que esperábamos maravillasha resultado cada vez más cara y, sobretodo, mucho menos eficaz de lo previsto.

Si en la actualidad el ejército de mos-cas “retrocede” en algunos frentes, sabe-mos que estas retiradas no son más quevictorias efímeras y que volverán a ocu-par los territorios liberados, más fortale-cidos, más numerosos, más agresivos ymás decididos. Podría decirse que hoy lamitad de la humanidad se bate cuerpo acuerpo con las moscas, que resisten tanbien todos los esfuerzos de destrucciónque los estudiosos han dado en llamarlas“expertas en supervivencia”.

Un conflicto prehistórico

La presencia de los insectos en la Tierrase remonta a la era primaria y la de lasmoscas, por lo menos al Carbonífero, esdecir, alrededor de 40 millones de añosantes del nacimiento de los primeros an-cestros del hombre. Los sociobiólogos ylos sociólogos se preguntan si la imper-fección de la organización social humanase debe a nuestro retraso de varios millo-nes de años de experiencia en compara-ción con los insectos. O. W. Richards,uno de los investigadores más brillantes,no duda en señalar: “Son pocos los bió-logos que se atreverían a predecir dónde

estará nuestra especie cuando tenga 30millones de años.” Lo cierto es que en500 mil años el ser humano llegó a ser elanimal superior que conocemos ahora.Nos quedamos perplejos ante el descu-brimiento de representaciones de moscasen las grutas de Lascaux. Nada nos impi-de pensar que esta representación no en-cierra sino una relación estrecha entre elhombre y la mosca desde los inicios de lahumanidad. El interés constante que hahabido por las moscas durante muchosaños nos autoriza a desentrañar un signi-ficado probable de esta representaciónartística: ¡la guerra!

El ser humano y la mosca son dosenemigos irreductibles enfrascados enuna lucha ancestral e interminable. Sondos adversarios sumergidos en una gue-rra sin cuartel. Son dos genios de la gue-rra, enfrentados por todas las circunstan-cias, en los cinco continentes, en un con-flicto sin concesiones en el que el espaciovital está en juego. Por un lado, tenemosal ser humano, en cruzada perpetua des-de los orígenes para destruir a todas lasmoscas a la vista mediante los métodosmás radicales. Por el otro, está la mosca,adversaria que busca en todo momentola oportunidad de perjudicar la salud, losbienes y la propia felicidad de los sereshumanos; bebe su sangre, lo devora pordentro, diezma sus tropas y devasta sucultura. Hasta ahora, sólo los entomólo-gos han dado el peso justo a un adversa-rio temible, al añadir un calificativo alnombre de esta especie que no deja duda

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sobre su naturaleza de combatiente en-carnizada. Así, encontraremos una grancantidad de especies de moscas cuyosnombres científicos son: irritans, sepulch-ralis, mortuarum, morsitans, carneria, vo-mitaria, maculata, cadaveria, sarcopharga,sanguisorba, putridoria, sordida, barbarus,emasculator o también hominivorax, quesignifica “devoradora de hombres”. Noolvidemos a la mosca doméstica (Muscadomestica), a la que paradójicamente se ledio el nombre “de sierva” a pesar de quetambién es extremadamente peligrosapara la salud humana. […]

Un ejército de 800 mil especies

La lucha entre los seres humanos y lasmoscas es singular en todas las acepcio-nes de la palabra. No hay vanguardia, si-no miles de frentes que hacen que unaparte de la humanidad esté hoy en pie deguerra. Siguen al ser humano adonde-quiera que vaya, no dejan de hostigarloni siquiera en la estratosfera, pues llega-ron a abordar clandestinamente una naveespacial soviética.

Por el momento existe cierto equili-brio entre estas fuerzas. Gracias a su in-teligencia específica, los seres humanoshan creado y después “dominado” lasciencias, lo que les ha permitido hacersede materiales destructivos, armas quími-cas, fisiológicas, biológicas e incluso nu-cleares. Sin embargo, no han podidoacabar con las moscas. Soldados sin par,además de bien equipadas para sus ma-niobras, las moscas cuentan con la ven-taja de su pequeña talla, y su velocidadles permite infiltrarse en las filas enemi-gas para atacar. Poseen la capacidad decrear resistencia por mutación a losagentes químicos más destructivos. Y,sobre todo, tienen una facilidad asom-brosa para reemplazar en un tiempo mí-nimo a los “millones” de combatientesque caen a diario en la lucha. Su poderde multiplicación es el más rápido de to-dos los insectos. Pero su panoplia no essólo defensiva… Hábiles estrategas, sa-ben utilizar todas las modalidades de laguerra, desde el ataque, frontal y furio-so, a las guerras de posiciones, de des-gaste y de hostigamiento. Los científicoshan observado todos los matices posi-bles en su conducción de operaciones.Agresiones puntuales, invasiones masi-vas, razzias, destrucciones, saqueos detodo tipo, o matanzas, nada les resultaajeno. Excepto, tal vez, las “operaciones

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suicidas”, como las practicadas por losCamponotus kamikazes de las selvas deMalasia, himenópteros que, al verse ro-deados, estallan decididamente entre susenemigos, ¡rociándolos con la toxinamortal de la que están repletos!

No obstante, tienen una debilidad: elejército de las moscas no posee un man-do unificado. Los cientos de miles de mi-llones de moscas, distribuidas en el mun-do en más de 800 mil especies, comotantas otras divisiones o tropas no regu-lares, operan cada cual por su cuenta, sinuna visión de conjunto, aunque en oca-siones se dan alianzas circunstanciales.

Previsiones siniestras

Siempre es arriesgado hacer comparacio-nes muy antropomórficas, pero este acer-tijo, aunque no tiene nada de científico,puede ayudar a comprender un fenóme-no que rebasa el entendimiento ordina-rio. El biólogo alemán Josef Reichholfafirma: “La talla, el poder y la habilidadque tienen se juzgan tomando como basela escala humana. Pero si nos volviéra-mos insectos, saltaríamos 70 veces nues-tra altura, correríamos a cerca de 300 ki-lómetros por hora, amaríamos y nacería-mos en cuestión de horas o inclusotendríamos una existencia fetal de variossiglos para vivir unos cuantos meses.” […]

No debemos olvidar que en la actua-lidad las victorias y las derrotas se suce-den para uno y otro bando sin que eltriunfo final se incline de un lado u otro.El conflicto entablado desde hace siglosaún no se ha resuelto y nadie puede pre-ver el desenlace, salvo algunas mentesagudas que, con razón o sin ella, vislum-bran lo peor. En este sentido, el literatodel siglo xix Charles Nodier escribió:“El Creador se cansa del hombre, lo que

me parece muy sensato. Y, a menos queme equivoque profundamente, el insec-to triunfará.” Una cosa es cierta, el ven-cido no sobrevivirá a su derrota.

Hay un aspecto en particular que de-bería tener sumamente preocupada a to-da la humanidad: la aparente invulnera-bilidad ecológica de la mosca. Debido asus desconsideradas intervenciones en elecosistema, el ser humano pone en ries-go, en diversas partes del mundo, unequilibrio que existe desde hace millonesde años. En cuestión de unas cuantas dé-cadas, varios miles de especies de insectoshan sido eliminadas de la faz de la Tierra.De acuerdo con todos los especialistas enla materia, las “conquistas territoriales ylas conductas humanas” generan “crisisde extinción” que afectan de 2 mil a 3 milespecies al año. Este fenómeno, según losexpertos, no puede sino acelerarse antelas destrucciones masivas que sufre elmedio ambiente, en especial los bosquestropicales primarios, cuya superficie sereduce al ritmo “de un campo de fútbol”cada segundo. Sin embargo, parece queeste drama no inquieta a la mosca. Porsupuesto, algunas especies florales o pa-rásitas de otros animales son víctimas dehecatombes, pero la población de lasmoscas no deja de aumentar y las espe-cies más perjudiciales para el hombre, susbienes y su medio ambiente, tampoco de-jan de multiplicarse.

De hecho, cuanto más crecen las po-blaciones humanas y más extenso es elterritorio que habitan, en mayor medidase multiplican los desechos de todo tipoy las moscas encuentran condicionesmás propicias para su proliferación. Ac-tualmente, cerca de 80 por ciento de lapoblación mundial, es decir, varios milesde millones de individuos, vive en mediode sus deyecciones. Esto es motivo para

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que las moscas se tranquilicen en lo quese refiere a su descendencia. Incluso po-dríamos decir que les espera un futuroradiante, pues la mayoría de los 5 mil o6 mil millones de individuos adicionalesque habitarán el planeta en la siguientedécada nacerá en países en vías de desa-rrollo, donde las condiciones de higieneson muy precarias. Las moscas de ciudady de campo se multiplicarán de maneraexponencial, convirtiéndose en el vectormás activo y el más temible de los malesque desde siempre han diezmado a lahumanidad.

Así pues, podemos resumir las rela-ciones entre el ser humano y la mosca dela siguiente manera: mientras más nu-merosos son los seres humanos, másproliferan las moscas; mientras menoshigiene tienen los seres humanos, mejores la salud de las moscas; mientras máspobres son los seres humanos y más ca-rencias padecen, más agresivas son lasmoscas; mientras más ignorantes son losseres humanos, más letal es la acción delas moscas. En otras palabras, quizás elfuturo para la especie humana es incier-to. Por desgracia, ya sea por un senti-miento de superioridad, por ignorancia,incredulidad u optimismo, la mayoría delos seres humanos que vive en las conta-das zonas privilegiadas del planeta seniega a admitir que la mosca es el adver-sario más temible que jamás ha tenidoque enfrentar. No es consciente de quesu seguridad relativa se debe a una in-versión anual de varios miles de millonesde dólares, que muy pocos grupos hu-manos podrán seguir costeando. Hoy endía se libran grandes batallas que llevana la tumba a cientos de miles de sereshumanos. Y aun nos aguardan enfrenta-mientos mayores. Sin embargo, los in-crédulos no ven en las moscas más queun simple bicho despreciable e insignifi-cante. Otros, menos es cierto, se pre-guntan: ¿estará empezando el declive delreino del ser humano? Lanzan hipótesisdesastrosas que generalmente provocansonrisas, pero que, si lo pensamos bien,no carecen de fundamento. […]

Las moscas: ¿otra inteligencia?

Por último, para otros, el surgimientode cierta forma de inteligencia entre lasmoscas es perfectamente posible. Esterazonamiento no carece ni de seducciónni de fundamento científico. La natura-leza siempre ha asegurado su equilibrio,

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o su armonía, limitando el número deindividuos de cada especie mediante lacreación de una especie rival, por lo ge-neral depredadora. El ser humano, el“mono desnudo” como le gusta llamarloa Desmond Morris, domina a sus an-chas. Aunque no sea el ser más apto des-de el punto de vista biológico o fisioló-gico para desempeñar ese papel, ha sabi-do multiplicarse sin fin, conquistar yconservar una posición dominante sobrelas otras especies gracias a un “arma má-gica”: la inteligencia de la que es el úni-co “poseedor oficial” en la actualidad.

Sin embargo, el hecho de que otra“inteligencia” aparezca, se desarrolle yllegue a disputarle la supremacía puedevolver incierto su futuro como especiesuperior, incluso como especie viviente.Si retrocedemos, sin cruzar las fronterasde lo posible, no es absurdo prever quealgunas especies de insectos, sobre todolas moscas, después de millones de añosde inmovilidad biológica, empiecen aevolucionar para dotarse de armas queles permitan luchar contra su principaldepredador: el hombre, cuyo objetivoreconocido es erradicarlas. La lucha en-tre el ser humano y la mosca no seríamás que una reacción de una especie quesiente amenazada su existencia. En la se-gunda mitad del siglo xix, el mundocientífico observó que las moscas, enunas cuantas generaciones, se inmuniza-ban rápidamente contra los insecticidasde composiciones renovadas sin cesar,cada vez más avanzados y de uso cadavez más masivo. ¿Acaso es más absurdoprever que, en su gran designio impene-trable, la naturaleza arme una especieparticularmente amenazada dotándolaen un momento dado de algún tipo de

inteligencia? Podemos suponerlo por eltrabajo de genetistas franceses, suizos yestadounidenses que se quedaron pas-mados al descubrir, en la década de1990, que las moscas podían tener me-moria, característica indispensable parala reflexión y primer atributo de la inte-

El ser humano y la mosca son dos enemigos irreductiblesenfrascados en una lucha ancestral e interminable. Son dos genios de la guerra, enfrentados por todas lascircunstancias, en los cincocontinentes, en un conflicto sinconcesiones en el que el espacio vital está en juego

ligencia. En nuestros días, la mosca es elsegundo animal de laboratorio despuésdel ratón y el primero en el campo de lainvestigación genética, a causa de su ge-noma, uno de los más cercanos al de laespecie humana.

¿No estarán sufriendo las moscas unaviolenta mutación? ¿No estarán en con-diciones de avanzar en el camino de laevolución y, por primera vez en su histo-ria, el ser humano tendrá que lucharcontra otra inteligencia además de la su-ya? Esta posibilidad está presente desde1938 en la mente del escritor francésJacques Pitz. Su novela La Guerre desmouches nos hace vivir la guerra entredos imperios, el de los seres humanos yel de las moscas, que se disputan el uni-verso. Despojados gradualmente de to-das las zonas que consideraban suyasdesde tiempos inmemoriales, los sereshumanos pierden la guerra y son elimi-nados de la faz del planeta, salvo cuatrode ellos, conservados por los vencedorescomo una curiosidad zoológica.

De acuerdo con Bernard Eschasse-riau, su amigo cercano, “toda la imagi-nación de Pitz se basa en la lógica másabsurda de la maravilla científica”. Efec-tivamente, la gran fuerza de esta novelase debe a su realismo. Por otra parte, laidea germinó en la mente del autor trasla lectura de los trabajos del premio No-bel H. H. Muller, acerca de la mutaciónde las moscas bajo los efectos de los ra-yos X. Jacques Pitz elimina de su relatotodo elemento fantástico y se apega auna narración sensata y veraz. Como lasmoscas son tal como las conocemos, suvictoria resulta aún más terrible. Al finalde cada capítulo, el lector murmura: “Es perfectamente posible.”

¿Escribió Jacques Pitz un relato deciencia ficción, como él mismo lo defi-nió, o una novela de anticipación? ¿Lossucesos imaginarios que, por razones na-rrativas, encierra en un breve espacio-tiempo están en vías de hacerse realidad?¿Se ha iniciado el enfrentamiento finalentre los seres humanos y las moscas?Desde hace algunas décadas, se han pro-ducido verdaderos ataques de dípteros enel planeta, incluida Europa occidental. Sibien es cierto que se trata de ataques es-porádicos que en ocasiones se reducen aun mero choque, hay quienes piensanque están destinados a poner a prueba las“defensas humanas”.

Traducción de Virginia Aguirre.

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