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Mario Vargas Llosa (1936- ) El héroe discreto (2013)

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Mario Vargas Llosa (1936- )

El héroe discreto (2013)

Mario Vargas Llosa (1936-)

Mario Vargas Llosa pasó su infancia entre Cochabamba (Bolivia) y las ciudades peruanas de

Piura y Lima. El divorcio y posterior reconciliación de sus padres se tradujo en frecuentes

cambios de domicilio y de colegio; entre los catorce y los dieciséis años estuvo interno en la

Academia Militar Leoncio Prado, escenario de su novela La ciudad y los perros. A los

dieciséis años inició su carrera literaria y periodística con el estreno del drama La huida del

Inca (1952), pieza de escaso éxito.

Poco después ingresó en la Universidad de San Marcos de Lima, donde cursó estudios de

literatura. Desempeñó múltiples trabajos para poder vivir sin abandonar sus estudios:

desde redactor de noticias en una emisora de radio hasta registrador en el Cementerio

General de Lima. En 1955, el escándalo que provocó al casarse clandestinamente con su tía

política Julia Urquidi (episodio que inspira la novela La tía Julia y el escribidor) agravó aún

más su situación, y hubo de recurrir a algunos amigos para aliviar su penosa situación

doméstica.

En la capital peruana fundó Cuadernos de Composición (1956-1957), junto con Luis Loayza y

Abelardo Oquendo, y luego la Revista de Literatura (1958-1959), erigiéndose en estas

publicaciones como abanderado de un grupo que reaccionaba contra la narrativa social y

documentalista de aquel entonces. A finales de los años 50 pudo finalmente viajar y

establecerse en Europa, donde empezó a trabajar en la Radio Televisión Francesa y fue

profesor en el Queen Mary College de Londres.

Publicó su primera obra, Los jefes (1959), con veintitrés años apenas, y con la novela La

ciudad y los perros (1963) se ganó ya un prestigio entre los escritores que por aquel

entonces gestaban el inminente «boom» literario iberoamericano. Vargas Llosa acabaría

figurando entre los autores esenciales de aquel fenómeno editorial, y se le situó por su

relevancia en primera línea, junto a narradores de la talla del colombiano Gabriel Garcia

Márquez, el mexicano Carlos Fuentes o el argentino Julio Cortázar.

El éxito de esta novela y el espaldarazo que supuso a su carrera literaria le permitió dejar

atrás una etapa de precariedad y bohemia. En el viejo continente, Vargas Llosa estableció

su residencia primero en París y luego en Londres (1967), de donde se trasladó a

Washington y a Puerto Rico.

La labor de Mario Vargas Llosa como crítico literario se refleja en ensayos comoGarcía

Márquez: historia de un deicidio (1971) y La orgía perpetua: Flaubert y Madame

Bovary (1975). En 1976, con José María Gutiérrez, codirigió la versión cinematográfica de

su novela Pantaleón y las visitadoras. En 1977 fue nombrado miembro de la Academia

Peruana de la Lengua y profesor de la cátedra Simón Bolívar en Cambridge.

Vargas Llosa en la campaña presidencial de 1990

En el terreno político, su ideario sufrió

con los años profundas mutaciones. El

rechazo visceral a toda dictadura y el

acercamiento a la democracia cristiana

caracterizaron su juventud; en los años

60 pasó de un explícito apoyo a la

Revolución cubana a un progresivo

distanciamiento del comunismo y a la

ruptura definitiva con el gobierno de

Fidel Castro (1971) a raíz del llamado

Caso Padilla.

Con el tiempo acabó convertido en un

firme defensor del liberalismo, aunque sin renunciar a los avances sociales conseguidos por

el progresismo, y en los 80 llegó a participar activamente en la política de su país. Impulsor

del partido Frente Democrático, cuyo programa combinaba el neoliberalismo con los

intereses de la oligarquía tradicional peruana, Mario Vargas Llosa se presentó como cabeza

de lista en las elecciones peruanas de 1990, en las que fue derrotado por Alberto Fujimori.

Decidió entonces trasladarse a Europa y dedicarse por completo a la literatura; publicó

artículos de opinión en periódicos como El País, La Nación, Le Monde,Caretas, The New

York Times y El Nacional. En 1993 obtuvo la nacionalidad española, y un año después fue

nombrado miembro de la Real Academia Española. Mario Vargas Llosa ha sido distinguido,

entre otros muchos galardones, con los premios Príncipe de Asturias de las Letras (1986),

Cervantes (1994) y Nobel de Literatura (2010). El máximo galardón de las letras universales

le llegó como reconocimiento a "su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces

imágenes sobre la resistencia, la revuelta y la derrota individual".

Mario Vargas Llosa presenta El héroe discreto, un

melodrama peruano

Por Jaime Pacios

Tarántula. Revista cultural, 25-09-2013

El héroe discreto se gestó prácticamente como todas las ficciones que he escrito, a partir

de algunas experiencias personales. En mi caso y creo que la imaginación no trabaja en

abstracto sino a partir de ciertas imágenes que la memoria ha conservado; imágenes que

proceden de experiencias vividas. Esto no quiere decir que todas las ficciones posean unas

autobiografías disimuladas sino que en muchos casos la imaginación necesita trabajar

sobre recuerdos, es decir, sobre lo vivido para lanzarse hacia la fantasía que es el corazón

de toda ficción.

El punto de partida de esta novela fue algo que había ocurrido en una ciudad al norte del

Perú: Trujillo una de las que más se ha desarrollado más en estos últimos años. Allí un

empresario transportista de origen muy humilde había hecho pública su decisión de no

pagar cupos a la mafia. Hizo saber que no aceptaría su chantaje y que estaba dispuesto a

correr todos los riesgos que ello implicase.

A mí la imagen de este hombre, un empresario humilde que con un enorme esfuerzo había

ido levantando esta empresa exitosa y que estaba dispuesto a enfrentarse a algo tan

peligroso como las mafias y la violencia que aquello implicaba, y que probablemente nadie

se lo iba a agradecer, me inspiró este personaje.

Al mismo tiempo el Perú ha vivido un proceso de desarrollo bastante notable. A partir del

año 2000 se inicia un proceso democrático pero, a diferencia de otros países, ha

continuado. Ha habido ya tres cambios de gobierno con tres elecciones más o menos

limpias.

En estos años ha habido unos consensos muy amplios para, de una parte, mantener

políticamente la democracia, las instituciones democráticas y por otra parte, y eso sí que es

una novedad en nuestra historia, una política económica de apertura, de estímulo a la

inversión, de defensa de la empresa privada que ha aportado un gran beneficio económico

al país. El Perú ha estado creciendo de una manera muy acelerada y ha sido uno de los

países punteros en América Latina. Una de las consecuencias de este proceso ha sido el

crecimiento de las clases medias, la aparición de empresarios de origen muy humilde,

algunos muy exitosos, dueños incluso de compañías transnacionales. Es el caso de una

familia muy conocida internacionalmente, de la familia Llanos, una familia muy modesta de

Ayacucho que empezó a producir gaseosas en la cocina de su casita y veinte años después

son dueños de una empresa que se ha extendido por tres continentes. Un caso de éxito

empresarial muy comentado y reconocido por periódicos como el Wall Street Journal. El

caso de esta familia no es único, hay otros tipos de empresarios que gracias a la apertura

han cambiado en gran manera la faz del Perú.

Éste es el contexto en el que transcurre la historia de este personaje, una novela que al

principio iba a ser una sola historia; pero como me ha ocurrido casi siempre en las novelas

que he escrito, apenas empecé a trabajar en ella, surgió la idea de enriquecer la historia,

complementarla con una especie de contraste anecdótico con dos familias, dos mundos,

dos sectores sociales y así es como reaparece una familia que ya ha sido protagonista de

otras novelas mías como la de don Rigoberto, Doña Lucrecia y el hijo de don Rigoberto:

Fonchito.

No sé por qué siempre que escribo una novela siento la necesidad de juntar varias

historias, tal vez porque es un género que se extiende mucho en el tiempo, o porque es un

género social que nunca cuenta la historia de un personaje, sino la de un personaje sumido

en un contexto. Creo que eso se manifiesta sobre todo en la existencia de historias

distintas. Historias que poco a poco van convirtiéndose en una sola novela.

Desde que escribí mi primera novela sentí esa posibilidad que tiene toda narración de

convertirse en un verdadero laberinto de historias, porque creo que si un escritor siguiera

todos los cabos de que consta una trama, no terminaría nunca de escribirlas. En toda

historia, las ramificaciones son infinitas, es una de las cosas maravillosas y fascinantes que

tiene una novela y cuando consigue capturar enteramente nuestra atención y hechizarnos;

esa novela nos hace sentir esa posibilidad del infinito de una historia que se vive en toda su

trayectoria porque no tiene ni principio ni final. Esto es algo que he sentido siempre que he

escrito y por eso es tan difícil terminarlas.

La mayoría de las veces los personajes y la peripecia de una novela no surgen de una

manera espontánea sino que cuecen en un caldo de cultivo propicio para que alguien

escriba su historia.

Felicito Yanaqué es un personaje inventado, pero es un personaje que no es insólito en el

Perú de hoy. Felicito es el hijo de un campesino que ha llegado a convertirse en un

pequeño empresario gracias a la apertura que ha vivido el Perú, que permite que gentes de

origen muy humilde pueda abrirse camino para ascender en la pirámide socio-económica

del país. Éste es un fenómeno que se vive en el Perú, Colombia, Chile, Brasil o México. No

quiero decir de ninguna manera que esto haya resuelto el problema de las desigualdades

económicas o de la pobreza… ni muchísimo menos; sino que esa situación es mucho menos

grave de lo que era cuando yo era joven. Es un fenómeno bastante nuevo que justifica, en

cierta forma, una esperanza.

Ésta es la impresión tengo cada vez que vuelvo al Perú cada cierto tiempo para pasar allí

una temporada corta. En todos estos años mi impresión es que el país está bien

enrumbado; aunque haya todavía enormes obstáculos que vencer, el país parece bien

orientado y en gran parte gracias a unos consensos que antes no existían. Consensos a

favor del sistema democrático, a favor de la apertura económica, o a favor de estimular la

inversión privada y extranjera. Todo esto ha ido teniendo unos resultados muy concretos

en el desarrollo y crecimiento de un país. Quizá sea esta la razón por la que América Latina

ha vivido mucho menos la crisis que Estados Unidos o que está viviendo aún buena parte

de Europa. Allí no voy a decir que no se haya sentido, pero lo ha hecho de una manera

mucho más tenue que en el resto del mundo.

El héroe discreto no es una novela política en el sentido estricto, es una historia que habla

de los problemas derivados de los llamados países emergentes , de la corrupción social y

política y de los héroes silenciosos que cambian el rumbo de las sociedades enfermas.

Uno de los temas de esta novela es la consecuencia negativa que conlleva el desarrollo. La

prosperidad atrae el florecimiento de la delincuencia urbana, la presencia de mafias que

aprovechan este crecimiento para constituir empresas que realizan chantajes; es decir,

establecen un orden paralelo al existente. Es el gran problema que tiene hoy en día

América Latina: la corrupción. Si hay algo que conspira contra las instituciones que están en

proceso de democratización, si hay algo que amenaza el desarrollo económico es la

corrupción. Es un cáncer que destruye solapadamente las instituciones, que propaga el

cinismo, la actitud despectiva frente a la legalidad, la idea profundamente destructiva de

que todo el mundo es corrupto, y que si todo el mundo lo es ¿por qué no serlo yo también?

Son problemas que tienen todas las sociedades modernas, pero en los países que están

luchando por alcanzar la modernidad crean problemas neurálgicos que si no se resuelven

pueden destruir ese proceso de modernización y crecimiento. Éste, y no otro, es el

problema que vive Felicito y es el resto de los protagonistas de El héroe discreto. Es un

fenómeno paralelo en todos los países de Latinoamérica. Son lugares muy ligados al

narcotráfico que es una industria enormemente poderosa en lo económico. El narcotráfico

crea unos recursos paralelos con unas posibilidades económicas superiores a los del

Esta

do. Pueden pagar mejores salarios, por lo tanto es una fuente terriblemente destructiva.

Éste es uno de los temas centrales que vive el personaje desde una perspectiva muy

personal. Felicito Yanaqué no es un hombre de pensamiento, no abstrae; él se reduce a

enfrentarse a un problema personal que afecta a su vida y a la de su familia. Es la expresión

de un problema muy general que comparte, aunque no sea muy consciente, con todos sus

compatriotas.

El problema que plantea la novela no es sólo el de la corrupción y el cinismo, sino el de la

decencia. A veces la situación negativa que vive una sociedad en un momento histórico nos

empuja al pesimismo y nos olvidamos de que en todas las sociedades hay gente decente.

Gente que tiene unas convicciones y unos principios y que se esfuerza por que su conducta

se ajuste a esos principios sin transgredirlos. La idea de que un pequeño empresario haga

pública su decisión de no aceptar el chantaje de la mafia es la actitud típica de una persona

decente, de una persona que no admite ser manipulada por delincuentes, ni convertirse él

mismo en uno de ellos. Cree que existe un código del honor y una dignidad que él no

puede sacrificar. Desde luego estos son héroes anónimos que jamás ocupan la cabecera de

los periódicos; son héroes cuyos sacrificios nunca son recompensados, pero son los que

hacen que una sociedad progrese, más que los héroes epónimos, sino esos héroes del

montón, los ciudadanos normales y corrientes que son los que realmente constituyen una

reserva moral para el futuro de un país. Cuando un país pierde esa reserva entra en

bancarrota, aunque las cifras económicas digan lo contrario.

Para Vargas Llosa uno de los peligros de la humanidad es la amenaza de los nacionalismos,

a ellos responsabiliza de las grandes tragedias de la historia en países, que siendo grandes

potencias, en algún momento de su trayectoria se han visto incapaces de vivir su propia

independencia y delegarla en la comunidad, es la teoría del llamado de la tribu de Karl

Popper.

El mundo vive hoy una situación fascinante que es la de la globalización. A mi juicio es lo

mejor que le ha pasado al mundo, ese lento desvanecimiento de las fronteras, la

integración de las distintas culturas, religiones, tradiciones o idiosincrasias… creo que esa

esa coexistencia, esa convivencia en la diversidad es algo extraordinario y va a disminuir

extraordinariamente la violencia, la gran protagonista de la historia hasta ahora.

Pero esta globalización

provoca ciertas reacciones

negativas que tienen que ver

con un fenómeno que

describió maravillosamente

Karl Popper que es el

del llamado de la tribu.

Popper explicaba que salir de

la tribu es el comienzo del

progreso y de la civilización.

Cuando el personaje se aparta de la tribu adquiere soberanía, quiere independencia, puede

elegir su vida de una manera distinta a los otros miembros de la tribu y es cuando la

civilización está en marcha y gracias a eso hay democracia, Derechos Humanos, soberanía

individual, coexistencia en la diversidad. Pero este llamado nunca desaparece, siempre está

ahí en el fondo de nuestra conciencia y, en ciertas circunstancias, es muy fuerte. El llamado

de la tribu es formar parte de una comunidad en la que la enorme responsabilidad de ser

un ser soberano desaparece y no tenemos que tomar decisiones por nosotros mismos sino

que las toma por nosotros la tribu.

El nacionalismo es eso, es ese regreso a la tribu. Es esa abdicación de la responsabilidad, de

la obligación de tener que elegir uno su propia vida, de decidir en función de uno mismo,

de sus convicciones, desde su sensibilidad. Por eso he combatido siempre el nacionalismo,

porque he visto los estragos atroces que causa el nacionalismo en los pueblos. Las guerras

mundiales con millones de muertos son productos del nacionalismo. Todas esas matanzas

espantosas en un mundo civilizado siegan y aniquilan comunidades enteras. Esto es lo que

ocurrió en el caso de Alemania, uno de los países más civilizados del mundo. Es lo que pasó

en Japón. Es una tara de la que es muy difícil librarse, pero si queremos que haya

civilización, si queremos desterrar la violencia de este mundo, tenemos que combatirla con

enorme energía y la cultura es uno de los grandes instrumentos para mostrar los estragos

que causan esas taras a la humanidad.

Plaza de armas y catedral de Lima, otro de los escenarios de El héroe discreto

Algunos de los personajes de sus novelas son caprichosos y recurrentes y siempre reclaman

su momento de gloria antes de desaparecer entre las nieblas del olvido.

Me pasa una cosa curiosa con mis propios personajes, algunos de ellos prácticamente

desaparecen de la memoria cuando termino las historias en las que ellos actúan. En cambio

otros, como Don Rigoberto, se quedan en la memoria y al empezar otra novela reaparecen

diciendo: “yo no fui suficientemente aprovechado- en esa historia, aquí estoy! corrige tu

error, aprovéchame de nuevo, saca todas las posibilidades que hay en mí”

Bromeo, pero algo de eso hay. Es la razón por la que algunos personajes vuelven. En el caso

de esta novela era normal que Lituma y los incontestables, son personajes que nacieron de

historias piuranas y es normal que reaparezcan.

Creo que en la literatura o en cualquier actividad creativa el ejercicio crea una voluntad que

conspira contra la seguridad. Yo me siento tan inseguro escribiendo una historia ahora

mismo como cuando empecé a escribirlas, o quizá más. Ahora soy más consciente de lo

difícil que es alcanzar el horizonte que uno se fija cuando escribe una novela. A

veces cuesta un enorme trabajo, aunque gozo enormemente escribiendo, es una

experiencia maravillosa de una intensidad formidable.

El verdadero leitmotiv de El héroe discreto es la corrupción y la falta de decencia de todas

las clases sociales, pero en especial de la política; sin embargo la novela es optimista

porque muestra que existen personajes dispuestos a asumir sus propios riesgos y aportar

su granito de arena en el restablecimiento moral de la sociedad.

Soy muy consciente de que en la clase política hay mucha corrupción, mucha mediocridad

y mucha ineptitud, pero la clase política no es solamente eso. Es una actitud muy peligrosa

la de condenar en bloque a la clase política de todos los países como si todos fueran

corruptos o ineptos. Eso no es verdad, la sociedad tiene la clase política que se merece. Hay

países en los que las mejores figuras, las más brillantes, las más decentes repudian la

política porque les inspira repugnancia o miedo. Saben que ser político significa recibir un

baño de mugre irremediablemente, no lo quieren y se apartan de ella. La política tiene muy

mala imagen hoy en día y creo que si queremos tener políticas brillantes, decentes,

creativas, necesitamos incitar a la gente más brillantes, más decentes y más creativas a

hacerlas.

Mario Vargas Llosa en una

entrevista con Jorge

Semprún.

Entre la clase política hay

gente muy valerosa y

correcta. En un libro muy

bonito sobre Jorge

Semprúm que acaban de

publicar en Francia se

dedica un capítulo con grandes elogios a George Orwell que había leído hace muchos años

y que me había impresionado. Ese ensayo que elogia Semprún se llama El oso y el

unicornio y es un tratado realmente maravilloso porque comienza diciendo

esto: “Inglaterra es un país de buena gente con los tipos equivocados en el control.”. Yo

creo que en todos los países hay buena gente, gente modesta que baraja mucho para salir

adelante, para darles a los hijos un futuro, y eso está en todas las sociedades; lo que ocurre

muchas veces es que esa gente extraordinaria no llega a dirigir el país, a ocupar los lugares

de mando, pero están ahí, ¿no es verdad? La prueba es que muchas sociedades han pasado

del horror al progreso y a la modernidad, a la decencia, a la legalidad y a la libertad… y

eso ha sido posible porque esas buenas gentes de alguna manera han tomado el

protagonismo.

Éste es, en definitiva, el tema de El héroe discreto. En el Perú hay muchas cosas que andan

mal, como las enormes diferencias sociales, las diferencias económicas o culturales y todo

eso no está resuelto de ninguna manera. Sin embargo las cosas han comenzado a cambiar

en la mayor parte de los países de América Latina. Hay gobiernos más bien de derechas,

hay gobiernos más bien de izquierdas y, no obstante, parecen caminar en la misma dirección.

Hay en esto una enorme distancia con el Perú de mi juventud en el que uno tenía la

sensación de que el futuro estaba bloqueado completamente y que no había salida. Creo

que la sensatez ha ido echando raíces en sociedades como la peruana. Un enorme sector

del país se ha resignado y otros han optado por el entusiasmo, por la democracia, por los

consensos, por ese progreso negociado entre los distintos sectores sociales con el

convencimiento de que ése es el camino adecuado y para eso es fundamental que haya

ciudadanos como Felicito Yanaqué, que haya muchos héroes discretos en una sociedad.

Bertolt Brecht dice en un poema: “Ay del país que necesite héroes…” Seguramente es

mejor que no existan esos héroes epónimos; pero los cotidianos, los anónimos, los que

representan verdaderamente la reserva moral; son indispensables para que un país conjure

los demonios que puedan destruirlo. Creo que Felicito Yanaqué es el que está detrás de ese

optimismo mesurado que tengo hoy en día respecto al futuro del Perú.

Mario Vargas Llosa ha tenido para esta novela multitud de referentes conocidos a la hora

de elaborar tramas y personajes. Uno de ellos es, sin duda, un amigo entrañable desde sus

primeros años de juventud, Javier Silva Ruete, de quien guarda un excelente recuerdo de

juventud y madurez.

Pensé mucho en Javier Silva Ruete que fue uno de mis mejores amigos. Siempre recuerdo

la primera vez que yo lo vi en Piura en el año 1946, cuando fui por primera vez allí había

una manifestación del Partido Aprista en la plaza de Armas. Mi abuelito era prefecto de

Piura y era muy atacado por ellos porque era pariente de Bustamante Rivero, presidente

del Perú en esa época. Yo fui a espiar esa manifestación y había allí un gordito con pantalón

corto, piernas rollizas y un cartel más grande que él que decía: “maestro, la juventud te

aclama” (era una pancarta a favor de Haya de la Torre). Ahí es donde conocí a Javier Silva

Ruete que fue uno de mis grandes amigos. Era un hombre muy generoso, representaba las

mejores características del piurano, alegre, extravertido y muy expansivo. Era tan

impresionante Javier que, cuando tenía 11 años, se gastaba sus propinas yendo a comer a

la calle. Tenía un apetito absolutamente voraz. Recuerdo que iba a su casa, estaba

terminando de almorzar, recogía su propina y me decía: vamos, te invito al Reina y allí

pedía un piqueo con el que remataba su almuerzo.

Creo que todas las etapas de mi vida han tenido algo de Javier Silva. Seguramente alguno

de los personajes piuranos está un poco inspirado en el su carácter. Para él la amistad era

algo fundamental, la cultivaba con verdadera pasión. Era un hombre muy querido por

muchísima gente con una lealtad extraordinaria. Me dio mucha pena su muerte.

Yo creo que he escrito mucho de la novela

pensando en Javier, recordando las experiencias

que vivimos juntos en Piura o en Lima. Creo que

uno uno inventa siempre a partir de ciertos

afectos o de ciertas imágenes, de cierta materia

que la memoria ha conservado de lo vivido.

Seguramente el recuerdo de esta amistad

entrañable ha estado muy presente.

Para mí la amistad es una de las cosas

maravillosas que tiene la vida. Yo creo que es una

especie de familia paralela donde uno encuentra

refugio, apoyo o estímulo, es algo

importantísimo. Javier ha sido un amigo muy

querido y en los momentos más difíciles siempre

estuvo allí, siempre fue un apoyo extraordinario. De alguna manera me ayudó mucho a

escribir esta novela.

Para algunos artistas la vejez no supone un momento de retiro, de pérdida de fuerzas o

ilusiones, lo peor que pueden hacer es dejar de emprender nuevos proyectos, literarios o

de cualquier otra índole, y seguir viviendo como si fueran inmortales.

Veo la vejez con cierta preocupación, seguro. Yo creo que lo importante es vivir como si

uno fuera inmortal, organizar su vida como si la muerte no existiera, como si uno fuese a

vivir siempre, es decir, no perder el entusiasmo, no perder las ilusiones, no perder esa

capacidad de proyectarnos en algunos anhelos o ideales; aunque secretamente sepamos

que no los vamos a llegar a realizar. Yo creo que eso le ayuda a uno muchísimo a vivir.

Para mí escribir significa abolir ese aspecto tan negativo de la temporalidad y embarcarme

en una historia o en un proyecto literario, me hace vivir muy intensamente y anula la

preocupación por la extinción o el final. Desde hace algunos años repito mucho eso de

que me gustaría morirme con la pluma en la mano, creo que sería lo ideal. Hay que vivir

hasta el final, no morirse en vida. El espectáculo más triste es que una persona se apague

en vida y se muera en vida, es decir, que deje de tener ideales, que deje de tener ilusiones,

que deje de sentir que la vida es esa cosa maravillosa que es. Si la vida es esa cosa

maravillosa es porque existe la muerte porque si no, ¡qué aburrida sería la vida si

estuviéramos condenados a vivir eternamente! La vida tiene esa intensidad maravillosa

porque en algún momento se nos acaba. La vida se tiene que vivir hasta el final lúcido e

ilusionado, vivir joven aunque se sea ya muy viejo.

El tercer héroe discreto

El País, Opinión, 22-12-2013

En tiempo de confusión de valores, Vargas Llosa propone una novela moral

El Vargas Llosa de sus brillantes inicios resucita siempre en el último de sus libros, como ocurre con El héroe discreto; todas sus marcas de fábrica están patentes, y algunos de sus personajes regresan para ocupar lugares que ellos mismos reclaman en el relato. Le he oído decir, en Panamá, y en Guadalajara más recientemente, en las presentaciones de El

héroe discreto, que esos personajes recurrentes, tal es el caso del sargento Lituma y los inconquistables, o el don Rigoberto, doña Lucrecia y Fonchito, se presentan delante de él cuando va a emprender una nueva escritura, para dejarse ver, como diciéndole al novelista: aquí estamos, míranos bien, no nos has aprovechado lo suficiente.

De modo que El héroe discreto es una novela hija de la maestría, y eso no quiere decir que no sea una novela juvenil, porque también La ciudad y los perros, la primera que escribió, es una novela maestra. Frescura juvenil y madurez reflexiva llegan a ser una fórmula clave en la escritura. Pero El héroe discreto es también lo que podría llamarse una novela moral, y no moralizadora, por supuesto. Una novela ejemplar, porque lo que busca mostrar son ejemplos de conducta.

Entre la confusión ética de los tiempos modernos, el novelista acude a casos extraídos del mundo cotidiano, para probar que el heroísmo no es solamente fruto de las grandes batallas o de los momentos estelares de la historia, sino que puede surgir de la conciencia: la resistencia frente al chantaje, o las convenciones sociales, ambos actos de valentía. Es lo que ocurre con Felícito Yanaqué, un modesto transportista de la ciudad de Piura, e Ismael Carrera, un empresario de seguros de Lima. El primero resiste la extorsión, floreciente negocio contemporáneo; y el segundo, miembro de la élite social limeña, decide casarse con su empleada doméstica.

Pero hay otro personaje en la novela que ha llamado mi atención, y es Edilberto Torres. A cualquier hora y en cualquier circunstancia comienza a presentarse en distintos sitios de Lima, a manera de una aparición, delante de Fonchito, el hijo de don Rigoberto, antes enamorado de doña Lucrecia, su madrastra, en Elogio de la madrastra. Cuando llegamos a creer que se trata de una encarnación del diablo, lo vemos sentarse al lado de Fonchito en una iglesia, sin ninguna aprehensión, y entonces puede ser también un ángel guardián, y hasta un espíritu burlón. Y ha llamado mi atención, además, por su nombre.Por la puerta del subconsciente entró en el libro Edelberto Torres, el biógrafo de Rubén Darío

Apenas cambiando una letra en su nombre de pila, se convierte en Edelberto Torres, quien de verdad existió, y era nicaragüense, igual que Norwin Sánchez de Conversación en la

catedral. Se lo he comentado a Mario en un aparte del tráfago de la Feria del Libro de Guadalajara, y me dice que claro que sí, Edelberto Torres, el gran biógrafo de Rubén Darío, lo recuerda bien, pero que a la hora de ponerle nombre a su personaje no pensó en él. Lo

tenías en las profundidades del subconsciente, le digo. Eso puede ser, me responde, el subconsciente es tan vasto y poderoso.

Y entonces le digo que don Edelberto, como lo llamábamos, viene a ser el tercer héroe discreto. Este hombre menudo y moreno, de andar nervioso y grandes suspiros cuando se acordaba de las calamidades de la dictadura de Somoza, eterno exiliado, fue despedido en los años cuarenta del siglo pasado del Ministerio de Educación por sus propuestas revolucionarias en cuanto a la enseñanza, que se fue a aplicar a Guatemala cuando triunfó la revolución democrática del doctor Juan José Arévalo.

Cuando triunfó en Costa Rica la otra revolución democrática de José Figueres en 1948, con el apoyo de la Legión del Caribe, que pretendía derrocar a las numerosas dictaduras de entonces, empezó a fungir como correo de aquella fraternidad caballeresca. Una vez viajaba entre Guatemala y San José en un vuelo sin escalas de la extinta Panamerican, cuando el avión bajó complacientemente en Managua solo para que sacaran por la fuerza a don Edelberto, que pasó encarcelado más de un año.

Al ser por fin liberado regresó a Guatemala, donde interpuso una demanda contra la Panamerican, y tras años de lucha, sin arredrarse, tal como don Felícito Yanaqué se enfrenta a la incógnita banda de la arañita, ganó el juicio, y la indemnización. El dinero se repartió entre los abogados y su causa revolucionaria, porque siguió siendo pobre. Había demostrado, como don Felícito, que no hay que dejarse pisotear.

Tal como Mario bien recuerda, escribió La dramática vida de Rubén Darío, una labor de muchos años en las que consumió sus ahorros, pues él mismo financiaba sus viajes de investigación a España, Argentina, Chile. Trata a Rubén como su propio hijo: se entristece con sus penurias, lo regaña por sus disipaciones alcohólicas, se hincha de orgullo cuando describe la ceremonia de su presentación de credenciales delante del rey Alfonso XIII, entre “testas coronadas”.

Este es entonces el tercer héroe discreto que por la puerta del subconsciente entró, con una vocal de su nombre alterada, en el espléndido universo de la novela de Mario Vargas Llosa.

La obra de Mario Vargas Llosa

Formado en el marco generacional del cincuenta (su primer libro es de 1959: la colección

de cuentos titulada Los jefes), Mario Vargas Llosa es uno de los novelistas

hispanoamericanos de mayor fama mundial, y acaso el que ha escrito el mayor número de

novelas de altísima calidad. Como narrador, Vargas Llosa maduró precozmente: La ciudad y

los perros (1963) es la primera novela peruana completamente "moderna" en recursos

expresivos. La Casa Verde (1966), Los cachorros (1967) y Conversación en La

Catedral (1969) lo ungieron como uno de los protagonistas del «boom» de la novela

hispanoamericana de los años sesenta y como el más característicamente neorrealista del

grupo, con un virtuosismo técnico de enorme influencia internacional.

Sus novelas posteriores, excepción hecha de la más ambiciosa de todas, La guerra del fin

del mundo (1981, agudo retrato de la heterogeneidad sociocultural de América Latina),

abandonaron el designio de labrar "novelas totales" que hasta entonces lo obsesionaba, y

optaron por la reelaboración (irónica o transgresora) de formas o géneros subliterarios o

extraliterarios, planteando con gran frecuencia una reflexión sobre los límites de la realidad

y la ficción que recrea aspectos de la literatura fantástica y el experimentalismo narrativo,

sin caer en ellos totalmente: la farsa, en Pantaleón y las visitadoras (1973); el melodrama,

en La tía Julia y el escribidor (1977); la política-ficción anticipatoria, en Historia de

Mayta (1984); el relato de crimen y misterio, en ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986)

y Lituma en los Andes (1993); la narrativa erótica, en Elogio de la madrastra (1988) y Los

cuadernos de don Rigoberto (1997); y la política, en La fiesta del chivo (2000).

Obra narrativa

No cabe duda de que la narrativa ocupa el lugar central de su abundante producción. Su

magistral destreza técnica, su capacidad para hacer de cada una de ellas un mundo sólido

capaz de autosostenerse y el hecho de otorgar una total autonomía al quehacer narrativo

son sus virtudes centrales. En todos sus libros, inclusive los que como Pantaleón y las

visitadoras o La tía Julia y el escribidor podrían ser considerados menores, la forma

adquiere el más alto grado de importancia.

Su producción narrativa se inició en 1959 con los cuentos de Los jefes y alcanzó resonancia

internacional con la novela La ciudad y los perros (1963, premio Biblioteca Breve de 1962),

reflejo y denuncia de la organización paramilitar del Colegio Leoncio Prado, donde el autor

había realizado sus estudios secundarios. El ambiente cerrado y opresivo de aquel colegio

militar de Lima parece compendiar toda la violencia y corrupción del mundo actual; los

"perros" del título son los alumnos del primer año, sometidos a crueles novatadas por

parte de los mayores.

Dejando a un lado su problemática social y ética, la novela muestra una asombrosa

madurez por el trazo ambiguo y mudable de los personajes, por la precisa descripción de

los ambientes urbanos, por su trama sinuosa y por el hábil tratamiento del tiempo

narrativo. Lejos de atenuar, el experimentalismo y la superposición de tiempos, personajes

y acciones intensifica su brutal e impactante realismo y el retrato de una violencia explícita

o subyacente.

Su consolidación literaria llegó con La casa verde (1966), verdadera exhibición de

virtuosismo literario cuya prosa integra abundantes elementos experimentales, tales como

la mezcla de diálogo y descripción y la combinación de acciones y tiempos diversos. El

relato, que transcurre principalmente en un burdel, presenta varias historias paralelas con

un montaje sumamente complejo, con yuxtaposición de planos temporales y cambios de

punto de vista.

Tales recursos se emplean también en parte en Los cachorros (1967), cuyo asunto, un

internado, nos remite en su fase inicial a la temática de La ciudad y los perros; y

en Conversación en La Catedral (1969), amplio retablo histórico-político del Perú (con

sugerencias de libelo contra el régimen del dictador peruano Manuel Odría) compuesto a

través de los diálogos sostenidos entre un periodista y el guardaespaldas negro de un

dictador. Tales diálogos tienen lugar en "La Catedral", nombre del modesto bar de Lima en

el que comparten sus vidas fracasadas.

En las dos novelas siguientes, Vargas Llosa pareció renunciar a los grandes temas para

abordar una vía más lúdica, en busca de nuevas posibilidades para su narrativa. Pantaleón

y las visitadoras (1973) es una sátira humorística de la burocracia militar que añade a su

siempre lúcida visión del poder un componente brutal y grotesco, emparentable con el

esperpento hispano. La tía Julia y el escribidor (1977), acaso influida por los relatos del

argentino Manuel Puig, desarrolla en contrapunto las vivencias sentimentales y el mundo

de los seriales radiofónicos.

La guerra del fin del mundo (1981), en cambio, pretende ser de nuevo una obra "total". En

ella abordó la problemática social y religiosa de Hispanoamérica a través del relato de una

revuelta de fondo mesiánico; la obra se inspira en un clásico del periodismo brasileño de

principios de siglo, el libro Os Sertões de Euclides da Cunha, a partir del cual reconstruye y

elabora la trama novelesca.

Escritor de oficio y trabajador infatigable, que ha sido galardonado con numerosos premios

a lo largo de su carrera, su prosa fue adquiriendo en sus posteriores novelas un tono medio

o periodístico, que tal vez suponga cierto descenso respecto a obras anteriores, pero que

ha incrementado su audiencia entre el público lector.

En esa dirección cabe destacar Historia de Mayta (1984), encuesta sobre un antiguo

compañero del colegio que, en 1958, protagonizó una sublevación en una localidad andina;

¿Quién mató a Palomino Molero? (1986), que es en sí mismo un proceso narrativo bajo

pretexto de una investigación policial; y El hablador (1987), sobre un contador de historias

entre las tribus primitivas de Latinoamérica. Esta última obra reveló su fascinación por la

tradición oral de la selva, región que siempre ha motivado su imaginación literaria; resulta

llamativa tal comunión con las raíces indígenas en un escritor normalmente tan

cosmopolita.

Su novela Lituma en los Andes (1993) mereció el Premio Planeta; un año después recopiló

sus colaboraciones periodísticas en Desafíos a la libertad (1994). En 1997 apareció su

novela erótica Los cuadernos de don Rigoberto, en la misma línea de su anterior Elogio de

la madrastra (1988). En la tradición de la novela de dictadores, Vargas Llosa publicaría

también una obra ambiciosa y total, La fiesta del chivo(2000), en la que reconstruye con

absoluta maestría la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana. Seis

años después dio a la imprenta Travesuras de la niña mala (2006), una historia entre lo

cómico y lo trágico en la que el amor se muestra dueño de mil caras. El héroe

discreto (2013) es por ahora su novela más reciente.

Ensayo y teatro

Aparte de su obra narrativa, Vargas Llosa ha desarrollado una sostenida labor crítica y es

autor de originales y profundos estudios sobre diversos autores y cuestiones literarias.

Entre ellos destacan García Márquez: historia de un deicidio (1971), dedicado a una

singular interpretación de la obra de Gabriel García Márquez; La orgía perpetua: Flaubert y

Madame Bovary (1975); La verdad de las mentiras (1990), una colección de ensayos sobre

veinticinco novelistas contemporáneos; La utopía arcaica: José María Arguedas y las

ficciones del indigenismo (1996), donde analiza la vida y obra José María Arguedas; Cartas a

un novelista (1997), una especie de propedéutica de la novela, dirigida especialmente a

escritores jóvenes, yEl viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti (2008), donde

analiza en profundidad la vida y la obra del escritor uruguayo.

Su incursión en el teatro, aunque menos exitosa, ha sido frecuente: La señorita de

Tacna (1981), Kathie y el hipopótamo (1983), La chunga (1986), El loco de los

balcones (1993), Ojos bonitos, cuadros feos (1996), Odiseo y Penélope (2007) y Al pie del

Támesis (2008) son las piezas dramáticas que ha publicado hasta hoy y en las que explora,

preferentemente, destinos individuales. Los tres volúmenes deContra viento y

marea (1983-1990) recogen una selección de sus crónicas, artículos y otros trabajos

periodísticos. En 1993 apareció El pez en el agua, libro de memorias en el que traza un

doble relato: las peripecias de su campaña presidencial en 1990 y un recuento desde su

infancia hasta el momento en que decide partir a Europa para consagrarse a la escritura.

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