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M ichel Fabre: lCuándo comienza su ca­rrera de escritor? O mejor, lcuándo comienza a escribir? len la escuela?

Chester Himes: En la cárcel. Era una especie de evasión, una manera de escapar de aquel mundo, y es uno de mis temas frecuen­tes, el de las calamidades de los presidiarios, su entorno cotidiano. En mis historias de cárcel suelen intervenir blancos, lo que ha facilitado la publicación de algunas en revistas de gran tirada como Esquire. En Estados Unidos, de la que yo comencé, en los primeros años treinta, no esta­ba bien visto que un escritor fuese negro. Du­rante mucho tiempo nadie se dio cuenta de que yo lo era. Mis personajes principales eran blan­cos, con problemas como presidiarios, indepen­dientemente de su color, y reaccionaban con la misma rabia, la misma violencia y a veces el mismo humor que los negros. Si me puse a es­cribir, lo hice para no terminar yo también ra­bioso y así - como después se ha reconocido­he descrito fielmente la atmósfera de las prisio­nes, subrayando los detalles que importan, apuntes visuales, psicológicos ...

M. F.: No sólo aparecen prisiones en sus no­velas ...

C. H.: Pero sólo después de haber recobradola libertad, tras siete años de cárcel, he descrito otros mundos ... En varias ocasiones me ocupé de la vida en los ghettos ... , sin el propósito de ocuparme únicamente de la vida de los negros. Poco después, la guerra supuso un enorme im­pacto psicológico además de una copiosa fuente de temas para novelas, ya directamente relacio­nadas con el combate, como Les deux soldats, o las protagonizadas por las mujeres que perma­necieron en el país mientras los hombres lucha­ban por tierras lejanas.

M. F.: En Les deux soldats triunfa la fraterni­dad entre un negro y un blanco en pleno infier­no de batalla.

C. H.: Me he dejado arrastrar por el ruido ypor la acción y debo admitir la torpeza de mis propósitos propagandísticos, pero prefiero la re­conciliación de los soldados, aunque sea dema­siado esquemática. La guerra ha provocado dra­mas psicológicos y tomas de conciencia terri­bles. A través de los interrogatorios de Roy Squires, en Son sourire était si doux, se plantea este problema de la fraternidad, la cuestión del papel jugado por el negro en la guerra. Allí se da cuenta de que su importancia es la misma del blanco. Puede que los europeos se hayan sor­prendido al ver a negros con uniformes estadou­nidenses, pero finalmente los han acogido, se han mostrado mucho más tolerantes que en América, donde todavía hoy se adiestran «pe­rros blancos» para cazar y despedazar a los ne­gros.

M. F.: lDecidió instalarse en Europa para es­capar de este ambiente racista?

C.H.: Quise salir de Estados Unidos a raiz deuna afrenta que tuve que soportar en 1947, en la

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presentación de mi novela Lonely crusade en Nueva York. Había concedido varias entrevistas de radio y en el último momento todo fue anu­lado. En la novela pretendía describir el miedo siempre presente en el ánimo de los negros que viven en Estados Unidos y los efectos del comu­nismo, de la industrialización, de la guerra, de las mujeres blancas y de los matrimonios entre negros. No evocaba ni un hecho que no hubiese efectivamente sucedido. Mis personajes eran auténticos, gente real en situaciones triviales. No fui indulgente con nadie. Así que mi libro no gustó a nadie. Fui a dar contra un muro de odio. Me tenían por apestado. No conseguí dejar Estados Unidos inmediatamente, pero en cuan­to pude reunir lo necesario -lo que me llevó seis años- embarqué para Europa. Fue en abril de 1953. Me parecía evadirme.

M. F.: lQué ocurrió en Europa?C. H.: Me permito remitirle a mi biografía ...

Llevé una vida itinerante los dos primeros años, sin dejar de trabajar en mi novela El primitivo (The end of a primitive). Regresé a Nueva York pero no me quedé, volví a París en 1956. En París comencé a escribir novelas policiacas: Por amor a Imabelle (The five cornered square) es de 1957. Mis siguientes novelas se publicaron en Francia antes que en Estados Unidos. Allá sólo había escrito novelas generalmente autobiográ­ficas, clasificadas por la crítica como «novelas de protesta». Salvo en relatos como Le business avant tout, aún no había entrado en los domi­nios del género policíaco.

M. F.: En sus novelas policíacas los persona­jes negros parecen ser muy poco conscientes de sus problemas políticos y raciales.

C. H.: Para mostrar Harlem, cómo transcurreallí la vida, en la mayor miseria moral, pero tam­bién con una indudable alegría de vivir cada ins­tante, un buen número de mis personajes son delincuentes, víctimas o criminales. Pero la mayoría sólo tiene una confusa conciencia de la opresión que sufre, de sus mecanismos y de las relaciones entre la explotación económica y el racismo. Todo eso forma parte de su vida coti­diana pero no piensan claramente en ello todos los días, están demasiado ocupados en sobrevi­vir, en vivir como todo el mundo, comer, beber, joder, pasarlo bien con los amigos, perseguir chicas... Son sobre todo humanos.

M. F.: En sus novelas policíacas apenas le in­teresan los problemas raciales. ¿y en sus otras novelas y relatos?

C. H.: Por supuesto, mis novelas policíacas nohablan explícitamente de racismo, salvo quizá Un ciego con una pistola (Blind man with a pis­to!). Estas novelas son historias casi matemáti­cas sobre el funcionamiento de las leyes en el ghetto o en donde las violen. Cada vez más per­sonajes terminan por situarse del lado de los cri­minales y de los detectives, Ed Cercueil o Fos­soyeur, y de la policía oficial. Todos estos com­parsas, los espectadores, los tipos de la calle,

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constituyen una especie de comedia humana, de comedia popular del ghetto y sus condiciones de vida. Estas condiciones -como muestro me­diante el mero retrato del medio y de sus tipos­están determinadas por las relaciones de clase y de raza en Estados Unidos. Son condiciones so­ciales que influyen tanto en los asesinatos y vio­laciones de la ley como en los personajes. En los relatos es a la vez más sencillo y más complica­do. Más complicado porque se extienden a lo largo de casi treinta años y porque la conciencia de las condiciones raciales y sociales cambian aun cuando dichas condiciones cambien más lentamente. Sus héroes son personajes muy di­ferentes: la pareja negra en un medio rural del Norte en Une nuit dans le New Jersey, o bien los delincuentes, y hasta asesinos, de relatos de cár­cel como Un taulard dingue o Le business avant tout. Cada cual con sus rasgos psicológicos, su historia, su pasado, sus problemas. Al mismo tiempo es más sencillo porque permiten con­centrar la acción y sus efectos en una conciencia protagonista.

La verosimilitud es psicológica; lo que impor­ta es el proceso de la crisis del personaje, a me­nudo violenta por no tener solución. Esta evolu­ción partiendo de un carácter, una educación, un pasado social, unas condiciones negativas, constituye el resorte del relato; luego se trata sobre todo de situarlo en un contexto preciso, como Chicago en los años 40 ó el Sur racista en los años de la Depresión. En novelas como lf he hollers /et him go o Lonely crusade desarrollo temas parecidos de forma más compleja y com­pleta.

M. F.: lHa conocido personalmente esos pro­blemas?

C. H.: Sí.M.F.: lVivir en Europa supuso muchos cam­

bios en su vida? C. H.: Claro; aquí el negro es alguien normal,

un encuentro entre un negro y un blanco no tie­ne nada de grotesco, no es ni chistoso ni sádico. No es ciertamente el caso de América, ni siquie­ra hoy que la situación ha evolucionado tanto. En América todos los negros están en guardia, saben cómo combatir el racismo. Para mí el ra­cismo supuso un grave problema cuando en 1940 me vi rechazando todos los empleos a los que podía tener acceso. Todas las formas de se­gregación -que no habían conseguido alcanzar­me hasta entonces- se pusieron en funciona­miento para mí. El racismo podía verse. Lo con­taminaba todo. Mi primera mujer era negra, muy bella, pero nunca pude darle todo lo que quería para ella, éramos negros. Nos separamos al cabo de catorce años.

M. F.: En sus relatos de esta época intervie­nen numerosos negros con problemas de iden­tidad.

C. H.: La sociedad blanca ha conseguido queel negro se sienta mal dentro de su piel. No hay

Chester Himes en la adolescencia.

A los 54 años después de su primera llegada a Europa.

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que extrañarse entonces de que cualquier negro de rasgos próximos a los de los blancos intente hacerse pasar por blanco, aun a riesgo de pulve­rizar su identidad, de desmantelarse psicológica­mente. Los negros viven constantemente en el miedo, sólo encuentran refugio en la bebida o en la droga.

M. F.: lHasta qué punto ha sido decisiva parasu carrera su estancia en Francia?

C. H.: Sólo en cierta medida. Era conocido enEstados Unidos antes de partir en 1953 y mi pri­mera novela, lf he hollers /et him go, se había vendido muy bien. Pero seguía siendo un escri­tor negro, es decir, alguien al margen de la con­sideración del lector, un escritor no muy respe­table por razones que no tenían nada que ver con la moral. Entre los negros solamente Ri­chard Wright disfrutaba por aquel entonces del título de escritor «americano». El era el recono­cido, no yo ni los demás. Después mis novelas policíacas se vendieron bien en Estados Unidos, pero se las consideró indignas del interés de los críticos.

M. F.: lNo cree que podría haber sido debidoal género? El policíaco ha conquistado sus títu­los de nobleza muy recientemente.

C. H.: Puede. Pero ser a la vez negro y escri­tor de novelas policíacas significaba soportar un doble handicap en América, en el momento en que comencé en el género, en los años sesenta. Mis relatos de cárcel de los años treinta no se in­tegran en ese género -no hay detectives ni su­ceden en Harlem- y por otra parte no creo que los lectores de Squire, la prestigiosa revista que me los publicaba, supiesen que era negro.

Ahora las cosas han cambiado. La novela ne­gra entra en la Universidad. Me alegro al ver, por ejemplo, al excelente crítico Edward Margo­líes analizar mi obra policíaca al lado de la de Raymond Chandler y Dashiell Hammett en Which way did he go ... Ne gros y blancos se en­s�e!"!.tr;!.tl ahora en igualdad de condiciones, co­mo la novela policíaca y la novela digamos clási­ca. Se puede hablar del crimen de muchas ma­neras, ya se sea Dostoievski o Agatha Christie.

M. F.: En sus novelas policíacas parece sentirpredilección por la violencia más desatada. No intervienen muchos ladrones, estafadores ni charlatanes en ellas.

C. H.: Sí, al contrario. Sobre todo cuando des­cribo detalladamente la vida en Harlem. Está lleno de macarras y chorizos que se aprovechan de los blancos ávidos de carne negra. Están en Algodón en Harlem (Back to Africa) y en Por amor a Imabelle. También me ocupo de las esta­fas que se perpetran en nombre de la religión, con todas esas falsas monjas y esos parados que se enrolan en los Black Muslims, o los adeptos de Father Divine o Daddy Grace. Es en la reli­gión donde vemos proliferar más charlatanes, o en los movimientos pseudopolíticos de «regreso a Africa» -que es, por otra parte, el título de

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una de mis novelas. Esta idea, tan legítima, del regreso a la tierra de los ancestros, sirve de pre­texto a estafas, igual que el deseo de paraíso después de la muerte.

M. F.: lHa vivido mucho tiempo en Harlem?C. H.: No mucho pero sí lo suficiente para im­

pregnarme de él. Aunque Harlem nunca deja de cambiar, sobre todo desde el punto de vista de la moda en el vestir, del argot, de la novedad que se lleve cada día. En ocasiones se me ha repro­chado insisir en ello, caer en un cierto pintores­quismo en la descripción, por ejemplo, de las sectas o de los maleantes. Basta con visitarlo pa­ra darse cuenta de que la realidad suele superar a la ficción. En cualquier caso jamás me interesó el exotismo.

Fue a mediados de los años cincuenta, cuan­do no tenía ni un céntimo en Nueva York, cuan­do me familiaricé verdaderamente con la geo­grafía de Harlem. Lo que vi entonces fue la mierda de vida que llevaba la burguesía negra - de ello hablo en Mamie Mason-y la compleji­dad de la fauna del ghetto, y su argot, y los ab­surdos de la vida cotidiana. Todo eso ha pasadoa mis novelas policíacas. Como también ese uni­verso de prostitutas que no consiguen desemba­razarse ni del racismo ni de la injusticia ni de ladesigualdad social. Seguramente porque tenía lacabeza repleta de todos estos problemas adorabasu compañía.

M. F.: lEscribió mucho durante ese tiempoen que vivió en Harlem?

C. H.: No. No lo recuerdo. Entonces vivía enel hotel Albert, en Greenwich Village.

M. F.: ¿y fuera de Estados Unidos?C. H.: Sí, claro. Escribía allá donde iba ya que

necesitaba publicar para vivir, tras dejar América en 1953. Así pues he escrito en Europa, en Fran­cia. El relato Le gin espagnol lo comencé en un pequeño puerto pesquero de Baleares, en Soller, en el que me encontraba por los años cincuenta. Bebía no poco en aquella época, lo que puede que explique la extraña locura de esta fantasía, terminada después en Nueva York. También he escrito en México, en otro pequeño puerto pes­quero en el que la gente vivía como hace tres si­glos y en el que trabajé en Algodón en Harlem. Hacía un calor tórrido, incluso al anochecer, y no se disfrutaba del menor confort, sólo un telé­fono y nada de automóvil. Aún así conservo buenos recuerdos.

M. F.: Me extraña oírle hablar de confort.C. H.: En este momento, a mis años, tengo

necesidad de un cierto confort o simplemente de lo que cada cual considera indispensable en Europa: calefacción, agua corriente, casa pro­pia ... Claro que no siempre he llevado una vida que podríamos calificar de burguesa.

M. F.: lHa puesto punto final a su carrera deescritor antes de la publicación del segundo vo­lumen de su autobiografía?

C. H.: Prácticamente, por culpa de mi mala

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salud. Sólo quedan algunos inéditos no conteni­dos en Le manteau de réve. Ese volumen es una especie de panorama de mi producción en el campo del relato, no es una recopilación ex­haustiva.

M. F.: lCuánto hay de realidad y cuánto deinvención en sus historias?

C. H.: Ya no lo sé ni yo. A veces, al evocarmis años de cárcel, soy incapaz de asegurar si tal o cual personaje ha existido realmente, o si hanacido en una de mis historias, tal vez en Cast thefirst stone. Lo que recuerdo son detalles, una atmófera, una reja, un pedazo de cielo a través de los barrotes de una ventana o el ruido de las llaves de los vigilantes. Todo se ha esfumado con el tiempo. La mayoría de las veces los per­sonajes se componen de rasgos que han perte­necido a un amigo o a alguien encontrado al azar y que me ha llamado la atención. La anéc­dota del negro que pasea un enorme afgano blanco como la nieve es cierta, como la del pin­tor que pinta toda su habitación de negro, in­cluido el techo.

M. F.: lSe trata del mismo deseo de dar rien­da suelta a su imaginación, el que anima sus no­velas policíacas y ese relato que se desarrolla en España, Le gin espagnol, y que resulta totalmen­te increíble?

C. H.: El origen de ese relato, de aspecto tanenloquecido, hay que ir a buscarlo a Pollensa, en Mallorca, una noche de 1955. Mi amiga y yo estábamos invitados por una pareja de homose­xuales un tanto exhibicionista, en su fabulosa villa, con terrazas a la playa. Bob procedía de una rica familia bostoniana y Mog era un ale­mán rubio y guapo, el típico «ario» que las pur­gas de Maccarthy habían expulsado de los servi­cios de la embajada americana en la que trabaja­ba, y que por entonces daba clases de literatura. Discutíamos de literatura, precisamente, y la conversación terminó avinagrándose. Salí un momento al baño y al volver me encuentro a Mog tumbado en el suelo. Bob le había pegado un puñetazo porque según él andaba cortejando a mi amiga. Hay que aclarar que la bebida la pre­feríamos seca, Tom Collins y ginebra sin vasos. Total que esa tarde terminé perdiendo el control muy temprano. Luego jugamos al Monopoly y por la noche, me recuerdo únicamente pendien­te del escote de una invitada ocupada en darle caviar a la gata siamesa de nuestros anfitriones, mientras Alva, mi amiga, me lanzaba miradas furiosas. Seguimos bebiendo, yo cada vez más fascinado por el escote.

Así estaban las cosas cuando Alva y yo nos fuimos a dar un paseo por la playa en el que en lugar de caminar por la arena terminamos zigza­gueando por el agua. Luego me puse a preparar, no sé cómo ni por qué, unos riñones en la coci­na cuando de repente oigo un tremendo ruido en el baño. Alva estaba en el suelo, con la clavícula dislocada. Al caer se había golpeado la

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cabeza contra la bañera. Más bien había tropeza­do con la ginebra al quitarse el vestido. Los re­negrones tardaron en desaparecer, ella conven­cida de que yo se los había hecho. Habíamos be­bido tanto, la locura estaba tan instalada que pa­ra escribir algo así de sarcástico me bastó con exagerar muy poco.

M. F.: ¿y sus historias de prisioneros?

C. H.: Para saber qué es lo que me encontréen la cárcel no hay más que abrir Cast the first stone. Después, cuando me dieron la libertad condicional, bajo la tutela de mi madre, en plena crisis económica, mi problema era la falta de tra­bajo. Pero en mis historias hablo más de los du­ros que conocí por entonces que de mí mismo.

M. F.: Parece haber vivido durante un buentiempo en el Sur, a juzgar por su fiel retrato en La serpent a sonnettes.

C. H.: Sí, pero este relato no transcurre en elSur. Como cuento en mi biografía, pasé varios meses con mi mujer en el rancho de mi cuñado, en California, en la frontera con Nevada. De aquélla trabajaba en Lonely crusade. La granja era muy rudimentaria y el lugar desértico. Pri­mero tuvimos que hacer frente a una invasión de ratas y después, hacia la primavera, aparecie­ron las serpientes. La primera la partí en dos de un tiro de fusil, de la que atravesaba el patio. Una vecina me dijo que había que quemarla pa­ra que la hembra no viniese a por su compañero. La quemé. Una noche apareció otra, deslizándo­se bajo las piernas de Jean, que tomaba el fresco en el porche trasero. Tumbado en una hamaca, no me atreví a hacer nada, ni a gritar siquiera. Tardó siglos en pasar. Se dirigió al almacén de herramientas y allí la golpeé, con una pala de mango largo. Se curvó en S, a mi altura, y mor­dió el mango con tantas ganas que le hizo una muesca y se cargó un colmillo. Me miró fija­mente, con la boca ensangrentada y silbando. Me quedé paralizado, vaciado de toda mi ener­gía, y luego la volví a golpear como loco, par­tiéndola en trozos que quemé cuidadosamente. Registramos la casa de arriba abajo, tapamos to­das las rendijas y nos encerramos, sin atrevernos a salir de la cama hasta el día siguiente. Después de eso llegué a matar una decena de ellas, a cin­co o seis metros, con una Savage 303 de repeti­ción. También se me escaparon varias. Cada vez que salíamos, aunque sólo fuese un momento, me veía obligado a registrar toda la casa a la vuelta, temiendo serpientes escondidas por los rincones.

M.F.: lHa llegado alguna vez la realidad a su­perar alguna de sus ficciones?

C. H.: Un triste ejemplo es el incendio de laprisión de la que hablábamos antes. En este ca­so partí de una realidad desmesurada para escri­bir Vers que/ enfer rouge. El único caso contrario que recuerdo es el de un personaje: En Le busi­ness avant tout el protagonista era un enorme guardaespaldas rubio, de origen sueco. Buscan-

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do un día trabajo, en 1948, fui a ver a Frank Bu­cino, un italiano menudo, pero siempre acompa­ñado por un enorme sueco rubio que parecía re­cién salido de mi relato. Bucino era un respeta­ble propietario de Hoboken, que había transfor­mado un campo de maniobras de la German­American Bund (una organización paramilitar prohibida durante la guerra) en colonia de vaca­ciones, con cabañas y caravanas. Mi mujer y yo conseguimos emplearnos allí como guardianes desde el otoño de 1948 al verano siguiente. Vi­víamos encima del bar, en compañía de tres pe­rros. El único vehículo era una desvencijada ca­mioneta contra incendios, que conducía a tum­ba abierta por la nieve. Una Mack. Une nuit dans le New Jersey es el relato de esos días.

M. F.: lQué personaje de los suyos prefiere?C. H.: Sin duda Jesse Jackson, el protagonista

de El primitivo. He puesto en él mucho de mí mismo, pero me supera evidentemente. Al final de una vida llena de amargura y sinsabores esca­pa de la derrota matando a su amante blanca. Es mi novela favorita porque probablemente he puesto en ella todo cuanto quería decir, desde un punto de vista ideológico. Además la estruc­tura del relato también cumple mis propósitos. Y es una novela por la que he luchado mucho. En 1954 y 1955 tuve que enfrentarme en varias ocasiones con mi editor americano. Encontra­ban la novela demasiado atrevida, ciertos frag­mentos les parecían demasiado surrealistas e in­verosímiles y pretendían cortarlos. Los han cor­tado, por otra parte, pero sin mi permiso. La tra­ducción francesa está más cerca del manuscrito original que la versión publicada en Nueva York.

M. F.: lQué es lo que verdaderamente queríamostrar en El primitivo?

C. H.: Se trata de un intento, que creo conse­guido, de pintar la suprema idiotez del siglo XX, la que resulta de las influencias represivas de nuestra época y de nuestra pretensión de conci­liar una religión cristiana comunitaria (no quie­ro decir comunista) y una ética capitalista. Nos agarramos a concepciones morales que no cua­dran con las circunstancias de nuestra existencia cotidiana. Así ha sido al menos en Francia. En mi opinión, en Nana Zola habla antes de las frustraciones sexuales, de la creciente impoten­cia y de la decadencia de la clase dirigente fran­cesa que de los estados de ánimo de una prosti­tuta. Nana trata de la idiotez nacional de su épo­ca. En El primitivo hay una americana blanca frustrada sexualmente y un americano negro frustrado racialmente. Abundan ambos en Esta­dos Unidos. En un espacio cerrado -un aparta­mento en Nueva York-, el tiempo necesario -un fin de semana-, los dejé navegar en unbuen bourbon y obtuve el resultado apetecido:una pesadilla de embriaguez, escatología y se­xualidad desenfrenadas, que termina en trage­dia. Pero lo que yo quería mostrar es que la cul­tura americana ha creado dos tipos de seres hu-

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manos totalmente nuevos: uno, el varón negro, no juega mucho papel, no es lo suficientemente numeroso. Actúa sobre todo de catalizador polí­tico, de micro-organismo sociológico y como cu­riosidad para sus contemporáneos. Puede que algún día la raza negra termine absorbida por la blanca en Estados Unidos, pero lo que ahora me interesa es sobre todo este papel de catalizador que desempeña. Por su parte la americana blan­ca, el otro tipo nuevo, llega a superar los sueños más vastos de la historia del hombre.

M. F.: lPor qué?C. H.: Porque tiene más de todo -más igual­

dad, educación, dinero; es más hermosa, más sana, más seductora, más lo que se quiera- que cualquier otra mujer en la historia. Y sin embar­go tampoco hubo otra más infeliz, incompleta e insatisfecha porque recibe menos atenciones y afecto que las demás.

Este es el nuevo tipo que muestro, algo cari­caturizado, en busca de lo que le falta y víctima

Chester Rimes en su estudio.

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de un peligroso error: el de creer que la gente de color es «primitiva». Porque el nuevo americano negro es fruto de un mestizaje psicológico en el que intervienen los más vulgares y depravados componentes de nuestra cultura. Así pues, la mujer ignora que es un tipo realmente peligro­so, aunque el lector está al corriente desde el principio.

M. F.: Jesse Jackson no puede evitar detestar­la en cuanto la conoce. lQué es lo que usted so­porta peor?

C. H.: Las variedades de racismo de las queacabo de hablar y que, en esta sociedad de mayoría blanca, han producido en mí la paranoi­ca impresión de haber sido creado exclusiva­mente para que puedan humillarme.

M. F.: lHa leído muchas obras de psicología,sociología y psicoanálisis?

C. H.: No. No utilizo ninguna obra científicasobre enfermedades mentales ni sobre las razo­nes psicológicas o sociológicas de los crímenes que pongo en escena puesto que los motivos de todos esos crímenes son muy simples: la necesi­dad de dinero, el miedo, el odio, los celos. Nin­gún problema en comprenderlos después de ha­berlos padecido.

M. F.: lSe siente atraído por el crimen?C. H.: Los crímenes reales me repugnan. Mi

máximo deseo es el castigo del culpable. M. F.: lPor qué no hay asesinas en sus nove­

las? C. H.: Nunca lo había pensado, seguramente

porque es otra la imagen que tengo de la mujer. O puede que no. Sé que hay muchas mujeres criminales en la vida corriente, pero no me gus­ta escribir sobre mujeres violentas. Hay sin em­bargo una mujer que mata en Por amor a Imabe­!le, es Billie. Y en varias de mis novelas no poli­cíacas hay mujeres como Criss muy dispuestas a liquidar a su pareja. Pero no son asesinas profe­sionales.

M. F.: lQué piensa de la violencia política?C. H.: He hablado varias veces de violencia

política. Me limito sobre todo a constatarla, no a predicarla. ¿y qué es lo que constato? Pues que en lugar de organizar un movimiento revolucio­nario clandestino, bien estructurado, potente y numeroso -es decir, eficaz..:... los Panteras negras de los que tanto se ha hablado en la prensa se han puesto a jugar a policías y ladrones. Y que la prensa americana, a la que nada le gusta tanto como animar a su público con historias de poli­cías y ladrones, ha explotado el tema. El negro que en principio mantenía una prudente espe­ranza de que el potencial revolucionario de los Panteras pudiese cambiar en algo su situación, se ha visto manipulado por la forma en que los oportunistas de ambas razas se han aprovechado de los Panteras. No sólo han sido reprimidos por la policía sino que además han perdido toda cre­dibilidad.

M. F.: lEs esto lo que quiso mostrar en Unciego con una pistola?

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C. H.: Ahí hablo sobre todo de organizacionesnacionalistas, del tipo de los musulmanes ne­gros. Comencé a escribir otra novela policíaca (Plan B) sobre una gran revuelta, dirigida por un movimiento subversivo negro, pero no la termi­né. El que armaba clandestinamente a los ne­gros terminaba desbordado por su falta de ma­durez política. En vez de esperar, de organizarse para el levantamiento en masa, cada cual se po­nía a disparar al blanco, a arreglar sus cuentas personales.

M. F.: lFalta de solidaridad?C. H.: Sí, de solidaridad entre negros, de con­

ciencia política. M. F.: lPor qué no la ha terminado?C. H.: No lo sé. No quería matar a mi pareja

de detectives y la novela me conducía a ello. En aquel momento terminó de distraer mi atención de Plan B el incidente que me llevó a escribir Un ciego con una pistola: Un ciego que dispara su pistola contra la multitud. iEra tan absurdo! Una especie de azar dictado por la ceguera. iQué in­creíble!

M. F.: Gallimard ha publicado esta novela

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fuera de su Série Noire. lLa considera usted po­licíaca?

C. H.: La etiqueta no tiene importancia. Nome extraña que se me tenga por escritor de no­velas policíacas, puesto que todo cuanto he es­crito trata del crimen, ya sean asesinatos indivi­duales o violencia social, y plantea cuestiones, o intenta resolver cuestiones relacionadas con lo que puede hacerse para combatir el crimen. Las etiquetas importan poco, ya digo. No hay que engañarse con quienes influencian la opinión, con la prensa y los media, ni con quienes defi­nen de alguna forma la literatura. Ellos te orde­nan en una u otra categoría. Y yo por mi parte no voy a esperar que los defensores del racismo consideren mi crítica, directa o velada, serena­mente. Esta puede ser una de las razones por las que en Estados Unidos no disfruto de la reputa­ción ni sobre todo de las ventas que razonable­mente podía esperar.

M. F.: lHa tenido altercados con la prensafrancesa?

C. H.: En varias ocasiones, artículos que mehabían dedicado y que estaban ya listos fueron

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descartados. Eso en París-Match. Y un artículo sobre Harlem que yo mismo había escrito para Lazareff fue rechazado. Se publicó en PrésenceAfricaine. Pero nada sistemático. Para Candide escribí unos folios en los que comparaba el ra­cismo de los franceses en Argelia con el de los blancos americanos. Se publicaron y mis amigos me hablaron de posibles represalias de la OAS. Tuve miedo pero finalmente no pasó nada.

M. F.: En su biografía, hablando de sus co­mienzos, dice lo siguiente: «Escribir se había convertido en mi razón de ser, algo de lo que ya no podía prescindir. Era ya un escritor». lCuál es para usted esta función particular de la escri­tura?

C. H.: El hecho de escribir en la cárcel, de in­ventar historias y mecanografiarlas entre rejas, me proporcionó un trato diferente. Los demás me respetaban. Escribir era también una manera de soñar, de evadirme. Y asimismo suponía un medio de comunicarme, al menos imaginaria­mente, y de acercarme a los autores que admira­ba, como Dashiell Hammett, al que leía con avi­dez. Admiraba a Dostoievski y me encontraba afinidades con Los hermanos Karamazov. For­maba así parte de una cofradía distinta de la de los presidiarios.

M. F.: lQué escritores admira más?C. H.: Entre los americanos primero está

Faulkner. Algunas de sus novelas, consideradas menores en ocasiones, mezclan un humor enlo­quecido y una verdad indignante. Pienso por ejemplo en The Reivers, que leí en un hospital en 1963. Ciertamente Faulkner es el más gran­de. También están los relatos de Hemingway. Admiro a los novelistas americanos de la prime­ra mitad del siglo; de los últimos apenas conoz­co a ninguno, salvo tal vez Ishmael Reed.

M. F.: Es un escritor negro. lConoce a mu­chos?

C. H.: A la mayoría, por supuesto. A RichartWright, Ralph Ellison, James Baldwin, que son de mi generación. Y a John A. Williams, cuya obra es muy poco conocida, sobre todo en Euro­pa. De estas amistades me ocupo en mi biogra­fía. Son menos mis maestros que mis compañe­ros; en cualquier caso, los más antiguos.

M. F.: lLe han influido algunos?C. H.: Citaría a la vez a autores de novelas po­

licíacas (y que son mucho más que eso) como Dashiell Hammett o Raymond Chandler, y a «clásicos» como Flaubert, Maupassant, Dos­toievski. Pienso también en Emile Zola, en LaTerre y Germinal. Conocí escritores franceses co­mo Jean Giono, Jean Cocteau, Jean Genet, e in­gleses, como Robert Graves, con quien estuve en Mallorca en los años cincuenta; pero fueron contactos menos literarios que amistosos ... Flaubert es diferente, es un raro que habla de la sociedad francesa del siglo XIX mejor que nin­gún otro, incluido Balzac y su Comédie humaine.Quizá lo que más me atrae de él es su fascina-

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ción por la política y por la violencia. No sólo su estilo, también su peculiar sensibilidad.

M. F.: lSe considera usted violento o sensi­ble?

C. H.: Lo uno y lo otro no suelen ir separados.A más sensibilidad, más riesgo de caer en la vio­lencia, de forma implícita o explícita.

M. F.: ¿y se considera con sentido del hu­mor?

C. H.: No soy yo quien debe responder a estapregunta. Mis lectores se encuentran con él en mi retrato de Harlern, y hasta en las escenas dra­máticas de El primitivo. El humor es la otra cara del absurdo. Hay que distinguir entre humor y caricatura, con la que no me identifico. Doy to­dos los detalles de una escena, de un personaje, y no pretendo exagerar tal o cual rasgo sin moti­vo. Al devolverle todos sus detalles a una escena se consigue un retrato más equilibrado. Exage­rando los rasgos se muestra una forma poco co­mún de la realidad, pero la caricatura hay que manejarla con prudencia.

M.F.: lDiría de sus novelas que son surrealis­tas?

C. H.: Conocí el término en Francia, en losaños cincuenta. Y tuvieron que explicármelo. No tengo ninguna relación con la escuela llama­da surrealista, ningún vínculo literario. Lo que sucede es que en la vida de los negros hay tantas situaciones absurdas, tantas situaciones que el racismo y los blancos han vuelto absurdas, que posee rasgos y elementos que podríamos califi­car de surrealistas. Para los negros la expresión más equivalente al surrealismo es el blues, de una inventiva asombrosa. Spirituals, blues, jazz, es la música de mi gente, la inmensa aportación de mi pueblo al arte del mundo entero.

M. F.: lSu gran afición al blues viene de muyatrás?

C. H.: A mi edad el gusto por la música esalgo que no se pierde, mientras quede algo de oído. En mi adolescencia no me perdía las co­medias musicales de negros, en el teatro de Co­lurnbus, en Ohio. Recuerdo a Ethel Waters en Running Wild y a solistas cuya voz conseguía ser más sensual, incluso más erótica, que el cuerpo de las bailarinas. Nunca he sido muy amante de la música clásica, pero con el jazz es otra cosa.

M. F.: lQuerría citar algunos nombres?C. H.: Montones. Pero muchos son hoy quizá

desconocidos, corno Budd Jenkins, mientras que otros se han convertido en mitos del calibre de Louis Arrnstrong. Fue él quien me hizo amar la trompeta. Y también Buck Clayton y Cootie Williarns, para quien Duke Ellington compuso un concierto espléndido, Concerto pour Cootie. Al saxo, mi dios fue siempre Lester Y oung, mi gran pasión, aunque también me vuelven loco Miles Davis, Roland Kirk y el inolvidable Col­trane. Aquellos a los que llegué a conocer perso­nalmente, de cerca o de lejos, me han causado siempre la impresión de personajes aparte, no

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monstruos sagrados sino artistas con algo de so­brehumano y maldito a la vez. La mayoría vícti­mas del alcohol y otras drogas, por la insensata vida que llevan. Quien batía todos los récords era Budd Powell, hasta estar casi todo el tiempo, cuando tocaba, completamente borracho.

M.F.: lQué grabaciones ha comprado recien­temente?

C. H.: Ninguna reciente. Archie Shepp y tam­bién Cecil Taylor. Y Pharaoh Sanders.

M. F. ¿ Y las cantantes?C. H.: Estaba Bessie, la gran Bessie. Y Lady

Day, que era una «reina». Terca corno una mu­la, indomable y terrible, pero con una clase fan­tástica. Además era una mujer espléndida.

M. F.: lNunca se sintió tentado por el mundodel espectáculo?

C. H.: En Ohio lo adoraba. Pero fue la litera­tura, la que se apoderó de mí durante los años en prisión, la que terminó seduciéndome el día en que leí El halcón maltés en una revista poli­cíaca, creo que en Black Mask. Harnrnett tenía una manera nada normal de contar historias, al poner al descubierto al mismo tiempo todo un medio y la corrupción de nuestra sociedad.

M.F.: A menudo habla de Faulkner corno deun maestro.

C. H.: Sí, fue uno de ellos, hasta su muerte.Pero no todo por igual. De él lo he leído todo muy pronto pero es quizá el Faulkner de los co­mienzos el que, con Harnrnett, más me ha in­fluido. El de Mosquitoes y Light in August. Sabe sondear corno nadie los resquicios del alma. Sus retratos de negros son obras maestras. Sus men­talidades -y también las blancas, siempre del Sur- están perfectamente reflejadas en sus obras. Cierto que ha tendido a repetirse, pero esos logros permanecen en todo su valor y vi­talidad ...

Mi libro favorito de Faulkner es Light in Au­gust porque muestra, entre otras cosas, lo absur­do del racismo, que no engendra más que con­fusión y sufrimiento.

M. F.: lQué escritores negros americanos legustaría citar?

C. H.: Hay que tener en cuenta que cualquiernegro americano con una mínima educación co­noce una tradición literaria al margen de la que se enseña en las escuelas blancas. O de la que se enseñaba hasta hace poco. Mi madre, una mujer muy culta, era negra y corno tal se empeñó en que conociésemos los poemas de Paul Lawrence Dunhar, que hasta recitábamos en clase. En el siglo pasado está el gran Frederick Douglass. Después hay que contar con Langston Hughes y sus poemas. Su autobiografía provoca deseos de viajar, de ir a Africa y Europa, de encontrarte con toda clase de gentes. No fueron grandes éxi­tos de venta. De los negros hablaban blancos co­rno Sinclair Lewis o Margaret Mitchell.

M. F.: lAdrnira mucho a Wright? A menudose le incluye en su «escuela».

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C. H.: Basta con escribir más o menos al mis­mo tiempo que un gran escritor, aunque sea al­go después, y tratar temas semejantes, para que se hable de «escuela». No hubo escuela ni círcu­lo, sino amistad. En Wright admiro mucho al es­critor. No siempre he estado de acuerdo con el hombre que frecuenté en Nueva York y París. Pero él abrió el camino. Contó las verdades co­mo nadie lo había hecho antes. En su novela The man who cried I am John A. Williams habla de Wright tal y como era en París, metido siem­pre en problemas complejos entre gente poco recomendable.

M. F.: lConoció a otros escritores negros enFrancia, además de Wright y Baldwin?

C. H.: A un joven que quería hacer cine y pa­ra lograrlo se metió a escritor: Melvin van Pee­bles, el autor de los textos del comic extraído de Por amor a Imabelle, ilustrado por Wolinski para Hara Kiri. Ha tenido éxito después, con sus obras de teatro y su película Sweet Sweetback.

M. F.: lCuáles son sus autobiografías favori­tas?

C. H.: Black boy, de Wright, y la de MalcolmX, que conocía mis novelas. También me ha gustado I know why the caged bird sing de Maya Angelou. Un libro repleto de talento, de vida, que considera al lenguaje como un ser vivo.

M. F.: ¿y la suya?C. H.: Regrets sans repentir, como título, no

tiene mucho que ver con los títulos originales de los dos volúmenes de mi autobiografía, The quality of hurt y My lije of absurdity. La he conce­bido menos como una obra de arte que como una crónica. Es un testimonio de una época, mi manera de ver las cosas.

M. F.: De ver lo absurdo y el sufrimiento.lCon el tiempo sigue siendo una manera tal vez pesimista?

C. H.: Las he visto de todos los colores, casihe trabajado en todos los oficios, probé la pri­sión, viví en unos cuantos países, conocí el do­lor y una vida a menudo absurda, pero también la alegría y el amor. Y también finalmente una cierta celebridad. Y la satisfacción de haber he­cho siempre a lo largo de mi vida lo que me ape­tecía hacer, pagando a veces cara esta libertad. La vejez y la enfermedad te hacen ver elas cosas a través de otro prisma. Es cuando lo esencial recobra toda su im­portancia.

(Traducción: Manuel González)

(*) Chester Himes dejó de conceder entrevistas cuando la enfermedad le impidio seguir escribiendo. Esta entrevista es un montaje de fragmentos inéditos procedentes de varias conversaciones entre Michel Fabre y Himes, entre 1970 y 1978, y de respuestas recogidas en 1982 por Lesley Himes, a preguntas de Fabre.