luis gonzalez-el oficio de historiar

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  • 7/30/2019 Luis Gonzalez-el Oficio de Historiar

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    EL OFICIO DE HISTORIAR

    Luis Gonzlez

    Estudios introductorios de: Guillermo Palacios

    Andrew Roth Seneff

    r

    El Colegio de Michoacn

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    907 Gonzlez y Gonzlez, LuisGon-o El Oficio de historiar / Luis Gonzlez. 2a. ed .- Zamora, Mich.: El Colegio

    de Michoacn, 1999.400 p.; 23 cin.ISBN 968-6959-58-0

    1. Historia - Estudio y enseanza2. Historia - HistoriografaL t.

    D.R. El Colegio de Michoacn, 1999Martnez de Navarrete 505Esquina Avenida del rbol59690 Zamora, Mich. publ ica@c olm ich .edu.mx

    Impreso y hecho en MxicoPrinted and made in Mexico

    ISBN-968-6959-58-0 segunda edicin, corregida y aumentada, 1999 (ISBN-968-7230-42-8 primera edicin, 1988)(ISBN-968-7230-42-8 primera reimpresin, diciembre de 1988)

    INDICE

    ESTUDIOS INTRODUCTORIOS

    EL CAPITULO FALTANTE DEEL OFICIO DE HISTORIAR Guillermo Palacios 11

    LA NOVELA VERIDICA EN MEXICOAndrew Roth Seneff 31

    SER HISTORIADOR Nombre propio, patria y oficioEl oficio de historiador en MxicoLa profesionalizacin de la historiaEnsanchamiento del mundo histrico

    Prctica metdicaEscribir, editar y vender

    EL QUEHACER HISTRICOLa invitacinDel historiador Las fuentes de CloLa realidad histricaLa reconstruccin del pasadoHistoriar para quin

    41414346485053

    57575961636568

    SOBRE LA INVENCION EN HISTORIALos maestros disputantesLos alumnos perplejosLa loca semiatada

    71717374

    EL RIGOR DOCUMENTAL EN LA HISTORIA DE MEXICO 7Los archivos de papeles viejos 77Memorias documentadas 80Historia erudita, documental 81Historia narrativa cultivada en tierra de archivo 84

    mailto:[email protected]:[email protected]
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    Historia didcticaHistoria acadmica

    EL REGRESO DE LA CRNICALa crnicaLos cronistas

    La meta y el contenido de la crnicaEl arte de la crnica

    LA HISTORIA ACADMICA Y EL REZONGO POPULAR

    PLAN DE OPERACIONES

    EL HISTORIADOR Los cien mil historiadoresCondicionamiento social privilegiadoPrctica de la verdad

    Simpata y patriotismoCultura general y experienciaRaciocinio, imaginacin y perseverancia

    LO HISTRICOLa tela de donde cortapocas y perodosConfiguraciones geogrficasFiguras antropomorfasSectores de la vida prcticaMentalidades, ideas y valores

    PREGUNTAS DEL HISTORIADOR A LO HISTRICOLa eleccin del campo de estudioSeleccin de temaStatus quaestionis Imagen interina del pasadoPlan de operaciones

    RESPUESTAS DE UNA MDIUM LLAMADA FUENTEInvestigador que escribe a base de fuentes

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    203205

    Ratones de bibliotecaRatas de archivoLa lectura y los apuntesCorpuso colecciones documentales

    PROCESO A LAS RESPUESTAS DE LA FUENTELas operaciones crticasCritica de erudicinCritica de credibilidadCrtica de interpretacinVerificacin de testimonios

    COMPRENDER, EXPLICAR Y JUZGAR Las razones y las causasLos motivos del loboChorizo o cadenetaComo tiestos de rosasFilosofa especulativa de la historiaJuicios de valor

    EL ARTE DE LA COMPOSICINLa arquitectnicaLa estructura de la monografaFormas investigante, narrativaLas formas estructural y dialcticaPlan polmico y en plan comparativoCitas y notasEl apndice documental, la bibliografa y los ndices

    MODOS DE ESCRIBIR Y DAR A LUZSentarse a escribir El estilo historiogrficoLa presentacin de originalesLa impresin multivoluminosaCaptura de lectores

    USO Y ABUSO DEL SABER HISTRICOLas salidas profesionales

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    217221

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    321323

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    Premios y recompensasLa popularidad y la crticaLa utilidad de las historias tradicionalesUtilidad de la historia cientfica

    325330333338

    EL CAPITULO FALTANTEDE EL OFICIO DE HISTORIAR

    BIBLIOGRAFIAFilosofa de la historiaTeora del saber histricoHistoria de la historiaMtodos y tcnicas de investigacin histricaDidctica de la historiaCiencias hermanas y auxiliares de la historia

    343346350357363369373

    Guillermo PalaciosEl Colegio de Mxico

    En los diez aos que median entre la primera edicin deEl oficio de historiar y esta edicin conmemorativa, el asunto del titulo del libde Luis Gonzlez -su referente, digamos- ha sufrido un verdadterremoto. Es un movimiento que, en los crculos ntimos del oficha venido haciendo sentir una creciente fuerza ya desde hace algudcadas; ms particularmente desde los aos sesenta, con las sacu

    das combinadas, aunque no coincidentes, que siguieron a la aparicde los trabajos sobre historia de la ciencia de Thom as Kuhn y su tedel modus operandide las revoluciones cientficas, y las amenazadoras reflexiones de Roland Barthes sobre la insustentable naturalcientfica de la historia, especialmente las contenidas en Le discourse de l 'histoire,con sus respectivas e intensas rplicas.

    Unos aos despus, articulando las ya superadas preocupacionde la filosofia del lenguaje de Danto, Mink y Gallie, con los avanrealizados por ciertos sectores de la crtica literaria anglosajo part icularmente Northrop Frye y su Anatomy o f Criticism,apareci en1973 la primera obra importante de Hayden White, Metahistory, dedicada (con cierta influencia oculta del Michelet de Barthesmostrar cmo la historiografa y la reflexin filosfica sobre la hiria de la poca clsica del oficio, esto es, el siglo xix, podan y debser analizadas, antes que nada -y, lo que era peor, prcticamenmejor que nada-, como construcciones literarias. Los templos sumos de la ortodoxia historiogrfca de los centros pensanhegemnicos, tanto los reunidos en tomo del club de los Amales en Francia, como sus encarnizados enemigos dePast and Present enInglaterra, se cimbraron en sus fundaciones. Estantes y anaque

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    archivos y bibliotecas se estremecieron con una fuerza telrica queno se haba sentido desde la publicacin, en 1962, de Histo ire et

    Dialectique,el captulo conclusivo de La Pense Sauvage,de Lvy-Strauss. Como se recordar, en ese texto, el Papa del e structuralismo,mostrando el camino que Barthes habra de seguir con su semiologa

    unos aos despus, haba declarado simplemente que la Historia,como disciplina y campo de conocimiento, no tena objeto.Un ao despus de la primera edicin deEl oficio de historiar esa

    corriente de perturbaciones subterrneas mostr que bien poda dar lugar a un cataclismo. Efectivamente, en 1989 afloraron a la superficieverdaderos volcanes en erupcin que arrojaron piedras, lava y otrosmateriales incandescentes y malolientes sobre el oficio y sus practicantes. Por un lado (que result ser el ms inofensivo y fcilmenterebatible), apareci el hasta hace poco clebre y ahora casi olvidadoartculo The End of History, de Francis Fukuyama (que poco des

    pus alargara y fortalecera su argumento en el libroThe End of History and the Las t Man);por el otro, se inici -m s devastador y deefectos que an perduran y que parecen no tener visos de term ina r- eldebate sobre historia y posmodemidad. Abierto para todos losefectos en el mbito general de las ciencias en 1979 por un francotirador, el ex miembro fundador de la disidencia marxistaSocialisme ou

    Barbarie, Franois Lyotard, autor de La condition postm oderne,eldebate parece haber llegado a un punto de relativa saturacin, por lomenos hasta nueva orden o nuevos desempeos, con la aparicin de lamagna obra neomarxista de Frederic Jameson,Postmodernism or the Cultural Logic o f Late Capitalism(Durham, 1991). Entre ambos,varias centenas de libros de todos los matices y tendencias, con nfasisen el campo de estudios feministas y en el deconstruccionismo deDerrida, as como rplicas de detractores de la pos, han enriquecido,o por lo menos aumentado, la polmica sobre el fin de la historia, elfin de la modernidad y el abismo nihilista al borde del cual, segnalgunos, nos encontramos. En aos recientes, las galeras de la versinoriginal deEl oficio de historiar se refundieron en una segundaedicin, publicada en 1995 por la Editorial Clo como parte de lasObras completasdel hombre de San Jos de Gracia, aumentada con

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    cinco trabajos posteriores a 1988 que podramos clasificar comEnsayos y conferencias, y una nueva reflexin intitulada Ser htoriador, que de alguna forma actualiza el primer captulo deedicin original. Mientras todo eso aconteca, una nueva amenazen la opinin de Lawrence Stone (la ltima, por el momento),

    cerna sobre el ya desestabilizado sismgrafo de los historiadoresllegada de los neohistoricistas, encabezada por Stephen GreenblaWalter Benn Michaels y otros, con sus radicales disoluciones de lfi-onteras entre las fuentes de la narrativa historiogrfica y los ingdientes de la literatura, esto es, entre historia verdadera y ficci

    Pero el terremoto ms reverberante ie sin duda el que, en lcortos y fulminantes diez aos que separan las dos ediciones deEl oficio de historiar publicadas por El Colegio de Michoacn, hizotabla rasa de la monumental, absoluta y aparentemente indestruc

    ble forta leza terico-metodolgica del marxismo -p or lo m enos ta

    como sta haba sido cimentada por los indadores, y reformada pGramsci y el llamado marxismo occidental. Es verdad que ya antesla fecha inicial las aplicaciones marxistas de la disciplina, y quienesellas se inspiraban, andaban con el alma en pena, buscando caminde renovacin que las sacaran de los callejones estrechos y miluminados a donde haban llegado de la mano de una teora mtamorfoseada en trinchera imbatible del historicismo teleolgicPero, hace diez aos, aun alguien tan poco marxista como LuGonzlez no tena empacho en reconocer: en tiempos que corren,materialismo histrico es la filosofia de la historia ms utilizada presolver de un plumazo el espinoso problema de la explicaci(p.l54). Ahora, diez aos despus, hay quien hable en derrota, quieconfe en los efectos transitorios del eclipse, quien busque la refudacin, y, por fin, quien ventile la diiminacin posmodemista.

    Pero la vida contina: diez aos atrs, Luis Gonzlez iniciaba estrabajo con una nota de agradable sorpresa ante el crecimiento de

    profesin y de sus practicantes: ms de cincuenta mil en el munentero contra menos de un millar a inicios del siglo. Al mismo tiempdel otro lado del Atlntico, donde las apariencias son siempre m

    brumosas y siniestras, F.R. Ankersmit adver ta que estbamos a pun

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    de llegar (retomar?) a la situacin denunciada por Nietzsche ms decien aos atrs: a la historia como una enfermedad, al crecimientodescontrolado de una disciplina que, formalmente dedicada a investigar el pasado, se converta de hecho en un obstculo insalvable para su

    percepcin. A la poca de la composicin deEl oficio de hisioriar,el

    Segundo Directorio de Historiadores,publicado por el Comit Mexicano de Ciencias Histricas, registraba setecientos sesenta y nuevenombres de presuntos practicantes; un nmero que Luis Gonzlez,despus de peinar a los colados y desenmascarar a los fingidos, redujoa cuatrocientos. ElQuinto Directorio de Historiadores,que est siendo distribuido mientras esto se escribe, registra, sin censura, ms demil profesionales que se dicen dedicados a la historia. Tambin diezaos atrs, Luis Gonzlez reflexionaba sobre la publicacin de obrasde historia y deca de los editores: Quiz pronto reciban disqueteselaborados por una computadora (p. 200).

    Es dificil, si no imposible, leer El oficio de historiar -ya se tratede una primera aproximacin o de una relectura- sin llevar en consideracin todas esas perturbaciones recientes en el campo de la historiay en otros campos relacionados. Incluso porque, como lo prueban lasintervenciones de Stone, del especialista en historia europea de lossiglosXVIy xvil Prez Zagorin (Universidad de Rochester, en los Estados Unidos), y de G.R. Elton en el debate (de ste ltimo, queostenta el intimidante ttuloq Imperial Professor o f History of England en la Universidad de Cambridge, ver en particular su furibundo Return to Essentials. Some Reflections on the Present State o f Historical Studies,Cambridge, 1991), ellas han sido tan fuertes como para llevar a los normalmente impertrritos historiadores, por lo general indiferentes a las agrias discusiones tericas que practicantes de otrosoficios, a falta de algo mejor que hacer, sostienen sobre la historia, susfinalidades y naturalezas, a dejar sus demandantes tareas para bajar alstano de la teora y defender la ortodoxia gremial. Y generalmente lohan hecho de la siguiente manera: cada vez que sienten que la especulacin terica, extraliistoriogrfica o no, ha ido demasiado lejos, al

    punto de colocar efectivamente en riesgo la cohesin epistemolgicade la profesin, salen de sus guaridas, exabruptan por un corto espacio

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    de tiempo, excomulgan y exorcizan, reafirman las realidades qusubyacen a los documentos o el hecho de que los documentos contienen de alguna manera -o permiten el acceso a- las realidades de laque hablan, y, una vez reconfimiados los fundamentos, vuelven a loque interesa.

    En este terreno, Luis Gonzlez ha sido, junto con su maestroOGorman y algunos pocos practicantes ms, una excepcin a laregla. Es decir, ha sido siempre un historiador de esa realidad -verdadera o inventada- del pasado que se postula como la justificacincentral e imprescindible del historiar, y lo ha sido de una manera quse ha convertido en ejemplo y escuela para generaciones de estudiantes de historia, pero sin dejar al mismo tiempo de mantener un ojo perspicaz y casi siem pre burln sobre las sofisticadas elucubracionetericas de ultramar o de allende la frontera. Al punto de miraradelantado, como en 1978, cuando escribi un artculo celebrando e

    retomo de la narrativa, precisamente un ao antes de que Stone, quse ha convertido en una especie de coordinador de cmzadas paradefender el santo oficio de historiar, publicara su ruidoso, y al fin dcuentas bastante insulso, ensayo sobre el mismo tema.

    Ledo contra el teln de fondo de lo que se ha convenido en llamarecientemente la crisis de la historia -es decir, la historia comomtodo y campo de conocimiento, la histrica de Droysen-,El oficio de historiar sorprende en varios sentidos. En primer lugar, porque esun libro inactual -no necesariamente intempestivo- pues ignora, nlos temas referidos, sino el sentido catastrfico en que se discuteactualmente. Pero es inactual principalmente porque en l aparececomo tendencias claramente definidas, y a punto de concretarse, catodos los nuevos campos de problemas que ahora, diez aos despuocupan y preocupan a los historiadores. Po r lo menos a aquellos qu piensan, como Luis Gonzlez, que la especulacin terica y el domnio de sus vericuetos son ingredientes necesarios del buen historiar yms que necesarios, vitales. As, es un libro que, adems del exhaustvo conocimiento que contiene sobre las operaciones del oficio, hace que se espera de todo terico historiador, y lo que tanto molestaba aviejo Popper; es decir, profetiza y muestra que la profeca se cumple

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    En ese sentido,El oficio de historiar es varios libros en uno. Es, en primer lugar, lo que el autor finge que es, nica y solam ente: unexhaustivo plan de vuelo para los aprendices del oficio, a quienesensea desde la cantidad de aceite que le han de poner a las turbinashasta la matem tica celeste y la estructura de los quanta, sin olvidarse

    de recomendar que limpien de vez en cuando el parabrisas, o que tengan cuidado con las resbalosas escaleras de acceso. Pero es tambinun libro que se convierte en una fiiente invaluable para la historia de lateora de la histora, tanto en Mxico como desde Mxico; es decir,en esta poca de globalizacin y de la hegemona de la mirada, es unlibro que contrbuye desde una perspectiva diferente a construir lo quees y ha sido la teora y el mtodo de investigar y escribir la historia.Una perspectiva, como que ria Manheim, necesaria para redondear losngulos de la verdad.

    Es tambin un libro que revisa, seriamente divertido, las avenidas

    de entrada, adaptacin y empleo en el ambiente mexicano de las teoras de la historia generadas en los centros intelectuales hegemnicos;y que las contrasta y pone a dialogar, ya sea comocorpus o comoestrategias particulares, con concepciones tericas y metodolgicassubalternas o perifricas (ambos trminos ya en desuso pero ansin reemplazos adecuados) por su localizacin geogrfica -Mxico,Espaa, Amrica Lat ina-, pero de calidad y originalidad por lo menostan dignas de atencin como las que se han convertido, merced a unared de relaciones de fuerza que van ms all de la cohesin intrnsecade sus molculas tercas, en el pan nuestro de cada da. En efecto, enla opinin de quien esto escribe, uno de los grandes mritos deEl oficio de historiar es, sin duda, el amplsimo panorama que ofi-ece deautores y obras de teoria y metodologa de lengua espaola. Lo que setraduce, entre otras cosas, en una reivindicacin implcita (comotantas cosas en Luis Gonzlez, a pesar de su insistencia en declararseun nulo objeto de interpretacin) de la capacidad, y ms que eso, delderecho -y de la obligacin, diria yo; l, nunca- que todos tenemos dehacer teora. De paso muestra que sta, como todo, tambin es unasunto de poder y, en particular -perogrul lada -, de ideologa. Es todo

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    humano, dice Luis Gonzlez, usando palabras no por conocidas menos ciertas, demasiado humano.

    Hay que insistir en que una de las rquezas deEl oficio de histo-riar es el estmulo que significa a la reflexin terica y, en particular,la forma en que lo hace; esto es, sin salirse de rbitas observables ni

    perderse en el reino del esp ritu, sino combinando gargantas profiin-das con cumbres nevadas, discusiones especulativas con exigencias

    prcticas, tan materiales como la redacc in de una nota de pie de pgina o los espacios, tabulaciones y mrgenes que deben usarse en laconfeccin del ndice de un manuscrito. Esto permite que ambasfiinciones del buen historiador establezcan una relacin orgnica quelas hace inseparables e interdependientes, dndole incluso a las mshumildes de las tareas del oficio, como el acto de tirar un borrador a la basura, el lugar de destaque que sin duda merecen. (En esto, LuisGonzlez, Dios me perdone, muestra la huella del Paris que le toc

    vivir -aunque lo castellanice con referencias a autores de escritaespaola: el oficio, de hecho, es una estructura, en la que cada accinest definida por su relacin con las otras y con el conjunto en sutotalidad). As se evita la fluctuacin terica en elipses completamentealejadas del material emprico con el que se trabaja, como era comnque aconteciera en la poca en que los marcos tericos tenan precedencia sobre las cuest iones que supuestamente los demandaban.

    Como la Historik de Droysen -tod as las proporciones fisicas y losentornos intelectuales de ambos tratados guardados-.El oficio de historiar es tambin una clave para entender la manera de operar de

    uno de los practicantes que la historia de la historiografia del siglo xxi,cualquiera que sea su nombre y funcin, seguramente habr de destacar en el panorama de captulo mexicano del oficio. Y ms all, puesPueblo en vilo,para citar apenas el ms conocido de sus libros y paraabundar en la redundancia de lo por todos conocido, se ha convertidoen modelo internacional de manufactura, interpretacin, explicacin,forma narrativa y,last but not least,concepcin mism a de la historia.Esto dicho, no deja de ser una de las ms deliciosas ironas el hecho deque Luis Gonzlez, el ms provinciano de nuestros historiadores, el

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    ms aferrado al terruo, el fervoroso proselitista de la matria, sea,al mismo tiempo, el ms cosmopolita y global de todos, el fundador deuna de las mayores y ms completas bibliotecas particulares de historia que se pueden encontrar en muchos pases del mundo, y que se prepara para ser el futuro centro humanista y cientfico de San Jos deGracia, Michoacn, Mxico. Una biblioteca que, por otro lado, tieneuna modesta parte de su catlogo publicada como bibliografa dems de 600 ttulos en las pginas postreras deEl oficio de historiar.

    En efecto, enEl oficio de historiar se encuentran las claves paradeconstruir el edificio historiogrfico de su autor. Esas claves se pueden buscar tanto en las referencias explcitas a las propuestas de losmodelos intelectuales que Luis Gonzlez ha adoptado a lo largo desu carrera para estructurar su obra, el rigor del propio Droysen, tanfrecuentemente citado, su hermenutica y la de Collingwood, la contemporaneidad de Croce, el estructuralismoavant la lettrede Huizinga,

    la sistematicidad de Marrou; pero tambin la aguda fenom enologa deGaos, el embate directo de Coso Villegas, la visin amplia de RamnIglesia, el mpetu intelectual de Jos Miranda, las tcnicas marinerasde OGorman, etctera. Pero las claves hay que buscarlas sobre todoen las delicadas operaciones de eleccin y seleccin que Luis Gonzlezefecta para propiciar la inclusin y, al mismo tiempo, la crtica sutily por lo general irnica de aquello que, aunque merecedor, no puedeser validado ms all de su simple mencin, ya se trate decollagistas, cronlogos,o de meros positivistas.

    Tal como la Historik de Droysen,El oficio de historiar es tambin

    un trabajo que juega con la sntesis que puede desagradar al especialista emplumado que se toma demasiado en serio, y con la erudicinque puede tirar un poco de balance al aprendiz que an no domina lastcnicas del vuelo. Sin embargo, a diferencia de Droysen, el texto deLuis est calculadamente equilibrado para que sean los nuevos, y nolos emplumados (hay una categora intermedia, en la que cabemostodos), los que disfruten, con mayor plenitud y voluptuosidad, de sucontenido. Es un libro que, aunque no elude casi ninguna de las com ple jidades implcitas en el acto de investigar y escribi r acerca de lahistoria, hace un voto definitivo por la simplicidad y por la desmi-

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    tificacin de la tarea del historiador. Ya se dijo en algn lugar conrelacin a la historia del arte -no s por qu, pero en fin-, y lo repitoaqu con relacin a Luis Gonzlez, mientras la envidia me carcomeal inicio y al final; slo mentes capaces de abarcar grandes complejidades tienen el don de la sencillez.

    A diferencia de muchos libros de teora y metodologa de la historia,El oficio de historiar es una obra que maneja esas materias desdela perspectiva de alguien que ha trabajado exhaustivamente en archivos de todo tamao y naturaleza, que a incursionado en casi todos loscampos de la historia, que se ha metido a escribir sobre una extensaamplitud de temas, y que, antes que nada, sabe de lo que est hablando. Esto se siente en la naturalidad con la que Luis Gonzlez destrinchacuestiones que slo un historiador emprico al tanto de su teora ymtodo, y no un terico-metodlogo que habla desde otra plataforma, puede perc ibir. Lo cual no quiere decir que tengamos en manos unaespecie de Biblia mexicana de la historia, pues nada ms lejos de laintencin de don Luis que pontificar sobre cualquier cosa -aunque elttulo del libro tenga un indisfrazable subtono sacramental. Pero es unlibro de teora y metodologa que tiene uno de sus ejes estructurantesen la concepcin de los lmites de la especulacin y de la tcnica, y delos peligros de que esos dos elementos, vitales para el trabajo delhistoriador, se sobrepongan a la realidad que se estudia, y a la imaginacin que la conforma. En las pginas deEl oficiotransita con

    particular ins istencia la advertenc ia contra los excesos de rigor metodolgico que con frecuencia acaban no slo por determinar laforma de abordar y tratar un asunto, sino que construyen de hecho la

    verdad que se busca, por medio de las condiciones, definiciones,constreimientos y moldes que impone a la investigacin. Algo queest en el meollo de las discusiones actuales -de hecho, lo est desdelas visiones posmodemas de Simniel- sobre, precisamente, la naturaleza de esa verdad que la historia como campo de conocimiento dice

    perseguir.Tenemos, entonces, una obra de conduccin que, sin embargo, no

    esconde sus preferencias ni oculta sus fobias, sino que las muestracomo lo que son en un marco amplio de opciones. En ese sentido.

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    clasificar a Luis Gonzlez dentro del panorama de las escuelas ytendencias historiogrficas que l mismo presenta no parece ser unamisin imposible. Es un hermeneuta y un historicista, que tiene aDroysen, Dilthey, Rickert, Croce y Collingwood como sus patronesintelectuales, y por eso incluye y recomienda a los actuales pontficesde la neohermenutica, Gadamer y Ricoeur. Sobre esa densa basedeclara; el historiador es el aspirante a ser resuscitador de las acciones humanas (p. 35). Pero aunque lejano en todos los sentidos,tampoco se olvida de lo que el marxismo (Marx se lleva el mayor nmero de puntos por citas en la obra), el neopositivismo hempeliano,el estructuralismo y su vertiente historiogrfica en la escuela braude-liana de lalong dure,y otras, han contribuido para constituir elcampo de problemas que forman la dinmica del estudio de la historia.En ese sentido, Luis Gonzlez pasea campechano, sin lienzo y sindocumento, como dice la cancin de Caetano Veloso, por un tranquilo eclecticismo que incluso le permite recomendar a los practicantes oaprendices, adoptar la actitud pasiva que reclamaban los sacerdotesdel positivismo, de recibir en su espritu el mundo exterior (p. 31).Pero, lado a lado con ese nulificarse ante los hechos, ese intento por someter el sujeto al objeto de su inters, lo que debe prevalecer en elhistoriador es un profundo conocimiento de s mismo, nica -y precaria, dira yo- garanta de que sabremos cules los ingredientes de losque estamos hechos y cmo ellos actan, conformando y deformando,nuestras percepciones. Aqu estamos ante el reconocimiento de lafalibilidad del juicio del historiador, de la historia como un humanismo que carga consigo, en su factura, la intervencin de todas las

    pasiones que consti tuyen la conciencia de los humanos. Otra muestraejemplar de la capacidad de don Luis para entender la razn del otro,sin necesariamente estar de acuerdo con su posicin, pero tampococontra (mucho por lo contrario); al preguntarse didcticamente dequ se ocupa la historia, responde con su tpica sonrisa juguetona;de lo irrepetible, como queran los clsicos del siglo xix, pero tambinde lo repetible, como piensan los positivistas-cuanttativistas.

    Hay modernidad, pero tambin, en muchos casos, la visin que lasupera en la obra de Luis Gonzlez. Es, y siempre fue, un convencido

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    diluidor de las fronteras entre lo que se ha convenido en llamar decampos del conocimiento, y, ms grave en el debate actual, entre artey ciencia, entre historia y literatura. A este escriba, por ejemplo, lehizo cometer un imperdonable ensayo sobre la funcin inspiradora deClo en la iniciante primavera de 1964, y aplaudi con una calificacin

    bas tante decente el que se le hubiera clas ificado sin ambigedadesentre las patronas de las artes. El nunca suficientemente citadoPueblo en viloes famoso, entre otras cosas, por el cuidado casi preeminentecon una cierta forma literarianaive llevada al lmite, y, con esaexperiencia, don Luis (a espaldas y a pesa r de Conacyt) se la receta alos microhistoriadores, a los que les viene de maravilla el moldetpico de los cuenteros locales . (Por cierto que sobrePueblo en viloysobre microhistoria habra mucho que hablar, pero el lugar no seraste, y s un parloteo propiciatorio de una nueva edicin. Porque eltrmino, tan indisolublemente vinculado con el diminuto, honrado y

    bravo San Jos de Gracia, ha cado en la vida. Y en esa cond icin se haconvertido en un conceptobest seller,llevado de la mano por estrellasde la historiografia de ultramar, como Cario Ginzburg y otros historiadores, sobre todo italianos, validado por antroplogos como CliffordGeertz y sudescripcin densa,legitimado con toda la pomposidadterminolgica necesaria a la solemnidad acadmica, y coronado aaos luz dePueblo en vilo.Se puede decir de Luis Gonzlez lo queLuis Gonzlez -creo que era l- deca de Jos Gaos; su desgracia fueescribir en espaol).

    Pero, qu esEl oficio de historiar?Bueno, antes que nada, es una

    respuesta a esa pregunta, hecha sin cursivas y en minsculas. Como yase dijo y repiti de diversas maneras, el libro de Luis Gonzlez esun meticuloso recorrido por todas las operaciones que constituyenla ocupacin profesional de los historiadores. Tiene, como libro, lamisma estructura que debe tener un libro de historia. Esto es, forma untestimonio de las formas como funciona el mtodo narrativo de explicacin, el favorito indiscutible y magnficamente cultivado de donLuis; el libro, en su concepcin y desarrollo, imita el proceso real aque se refiere (cmo escribir un libro, otro libro), de la misma maneraque la historia narrativa imita en el relato el contenido que narra.

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    Todas las cuestiones clsicas del m tier estn presentes, estructuradasen tomo de un eje central: a saber, el problema de la com prensin y dela explicacin en la historia, o, en otras palabras, el problema crucialdel conocimiento histrico -que, sin embargo, aunque central ycrucial, no es contrastado con las teoras que lo niegan o que lo ponenen duda. Antes de eso, se discuten la consistencia y apariencia delgremio de los historiadores (una seccin que, por cierto, apunta paraalgo que sera sumamente interesante: una historia profunda de lasfunciones del historiador en la cultura moderna); la naturaleza de loque constituye un tema para la historia; las preguntas que se le puedeny deben hacer al material que se investiga, las cuestiones centrales deltratamiento de las fuentes, los procesos de crtica heurstica; despus,del otro lado de la explicacin, los problemas prcticos de la elaboracin del manuscrito y algunas sugerencias finales para animar lacarrera del principiante, exhausto, pero feliz y confortado, despus de

    tan completo recorrido. Todo eso hilvanado por una sintaxis quesuprime los prrafos al interior de los captulos y convierte frasesaisladas en subttulos de secciones, con el simple recurso de separarlas de la lnea anterior. Esto puede ser un simple ejercicio estilstico;

    pero tambin puede tener la funcin p recipua de imi tar un flujo de lahistoria que se antoja siempre continuo, aunque Luis Gonzlez advierta sobre la necesidad de respetar los silencios del archivo.

    Quien quiera encontrar parentescos gonzalianos con las recientesteoras de la discontinuidad en la historia, debe tratar de asirse de estafrgil ramita, pues los silencios pueden en efecto ser entendidos

    como manifestaciones concretas de esa discontinuidad, aunque tam bin puedan entenderse (y con ms faci lidad en este caso) comofallas del registro demasiado humano; o puede, entonces, tratar dedescubrir si Luis Gonzlez comparte o no el menosprecio de losmarxistas, analistas y cliomtricos -que l identifica como las trescorrientes hegemnicas de segundo tercio del siglo xx -, por la historia gentica, aquella que sufre por llenar todos los espacios de lanarracin y construir una continuidad impecable. En sta, como enmuchas otras cuestiones, Luis Gonzlez plantea un juego de percepcin (sobre todo para el prologador) que consiste en tratar de descubrir

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    cules tendencias, escuelas o sectas -fuer a de las hechas explcitas por el propio auto r- merecen apoyo y empleo, y cules no.

    Pero es evidente, yEl oficio de historiar lo muestra con todanaturalidad (aunque tal vez no con toda la intencin que este deficiente lector le atribuye), que si la continuidad existe, no hay que buscarlade ninguna manera en la historia del mtodo o de la teora de lahistoria, ese campo del pensamiento que se ocupa, entre otras cosas, precisa y paradjicamente de eso: de la reflexin sobre la continuidad.Al contrario, la teora (y el mtodo, lado a lado) es un campo dondenada se acumula y nada se resuelve; antes bien, casi todo se repite,se reformula, se recupera con una mscara diferente, se recicla; all sesalta en todas las direcciones, y los antecedentes, los orgenes,tienen una importancia secundaria, casi anecdtica. Las leyes de lacausalidad no valen en la teora de la historia, por ms que el rgimende las causas sea uno de los principales problemas conjurados paradarle a esa teora densidad y espacio epistemolgico.

    En cada uno de los pasos descritos una de las preocupacionescentrales del libro de Luis Gonzlez es la de presentar el mayor nmero posible de propuestas y opciones que hayan tenido algunavigencia entre practicantes del oficio. En ese sentido.El oficio de historiar es un libro abierto y ecumnico, aunque el autor no confundanunca sus ideas con su tarea como inventariante de las ideas que hahabido sobre la concepcin de la historia, su investigacin y divulgacin. Estamos frente a una obra que reivindica para la ciencia de lahistoria un estatuto de consistencia ni suave ni dura, sino fluida(no en balde abundan en el estudio las metforas maritimas). Un libro

    que da la verdad (o las verdades) por descontado. Y aqu se podraadvertir que, pese a que seguramente ni Nietzsche ni Foucault figuranentre las lecturas favoritas de Luis Gonzlez, no obstante que el

    prim ero est presente en varios pasajes deEl oficio,algunos puntosde paradjica semejanza pueden ser establecidos entre la parejademonaca y el monstruo de San Jos de Gracia. Es el caso de unacierta insinuacin (esto es, una postura no explcita) de conceptode verdad como variable de un complejo utilitario, es decir, carentede un valor intrnseco, y pertinente slo al contexto en que se dice, a

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    quin la dice, y para qu. Discusiones como esta son tpicamenteilustradas por don Luis con lo ms terrenal que se puede encontrar; eneste caso, una falsa merced usada como verdad por los pueblos deCojumatln para defender sus tierras -y en ese contexto necesariamente ve rdadera para el investigador. La aprobacin de esa perspectiva de relativo pragmatismo le permite tambin reconocer que laimprevisibilidad de lo histrico est dada, no slo por lo contingentede las acciones humanas, sino porque cada generacin, cada poca,cambia sus criterios de seleccin, cambia su definicin de lo que esimportante e interesante en el pasado, es decir, cambia su concepcin de lo que es la historia -y al hacerlo, cambia la propia historia.Esto, que es un pilar del historicismo clsico (aunque tambin se

    puede rastrear en Nietzsche), y que se resume en la frase que afirmaque cada generacin -de historiadores- reescribe la historia desde el

    punto de vis ta de sus propias preocupaciones, significa , claro est, quela historia -y el pasado- slo existen en el presente, y ms especficamente, en la cabeza del historiador. Aun as -y en una actitudque puede parecer contradictoria pero que slo refleja la complejidad, por un lado, y la falta de consenso, por el otro, en la teora de lamateria E l oficioes un libro que confirma la existencia del pasadocomo de cualquier otra cosa y que afirma, sin ambigedades, la

    posibilidad de recuperado, a veces, de reconstrui rlo, otras, eincluso, de observarlo, por los ojos de cerradura que son losvestigios. Es un libro que llama a la historia, sin asomo de duda,conocimiento concreto de la vida pasada; a los libros de historia,novelas verdicas, al historiador, novelista de lo verdadero; que se

    refiere a s mismo como un manojo de consejos, una obra derecomendaciones a nefitos y aficionados.Pero El oficio de historiar no es un libro militante, al estilo de

    Lucien Febvre y Marc Bloch, ni de las diatribas delestablishment universitario norteamericano contra las amenazas de disolucin delcampo de la historia en el remolino de la posmodemidad (o, como

    prefiere Luis Gonzlez, tan consciente como el que ms de lo que senos viene encima, en los interrogantes subrayados de la edad de laduda que releva a la de la razn). Luis Gonzlez tiene suficiente

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    humor y sabidura acerca del comportamiento de su especie como para caer en ese tipo de actitudes. Sus inte rminables dilogos con losviejos josefinos en la plaza de su pueblo natal lo han protegido y le han permitido realizar lo que Collingwood recomendaba, y que l mismodescribe as; lo indispensable para ser buen historiador, aunque no

    slo requiera eso, es saber escuchar a los sem ejantes . Sin embargo,ese escuchar no es para el simple deleite, sino para aprender con l avivir como, esa frmula dilthey-coolingwoodiana de echarse clavados en el pasado para entenderlo y revivirlo all, en el banco de fierro

    pintado de verde y plata de la placita de San Jos de Gracia, una vitalalegora de la historia local, cuajada de estatuas de los bravos josefinoscristeros, tos, abuelos y bisabuelos de don Luis, que se levantaron enarmas contra los desmanes de la Revolucin. Esa pertenencia a lahistoria, tan fuerte y tan peculiar del autor deEl oficio de historiar, que la recibe de una tradicin que prcticamente lo mece y confortadesde la cuna de recin nacido, ha sido un ingrediente central en laconstruccin del historiador. En el caso de Luis Gonzlez se puedehablar de un historiador que ya naci as, escuchando, preguntando ycontando despus. Por qu no todos los josefinos son historiadores esun misterio insondable; o tal vez lo son, pero no lo divulgan. As, LuisGonzlez es un puente entre las dos culturas que lo constituyen, y aninguna de las cuales quiere renunciar. Es un puente y, adems, unestmulo poderoso para que rescatemos aquella mitad (ldica? irnica?) de nuestro entendimiento y de nuestros sentidos que las candilejas de la modernidad ofuscaron en la manera contempornea de

    pensar y de perc ibir el mundo.En ese meticuloso recorrido del acto de investigar materiales y

    escribir textos relacionados con la historia.El oficio de historiar establece un dilogo entre s mismo y lo que dice; en otras palabras,

    juega de tanto en tanto a montarse en un metalenguaje que permite alautor hacer una serie discreta de referencias irnicas a lo que estescribiendo, a s mismo y a otros, como a los historiadores de losfenmenos psicolgicos, comprensiblemente obsesionados, dice l,

    por la his toria de las mentalidades. O entonces, cuando en una de susmuchas referencias a la narracin y a la refriega que se establece entre

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    SU S partidarios y los neocientf icos positivistas , dispara: Sea la Historia de Mxico, de Jos Bravo ligarte. As pues, no es de extraar que en diversos momentos la lectura del libro provoque, como surgidas de sus propias entrelineas, preguntas sobre el dilogo -o latensin- entre el autor y lo que escribe. Es decir, al escribir El oficio

    de historiar, sigui Luis Gonzlez, con rigor, la receta de investigacin y de composicin que preconiza? A veces, ya se dijo, parececomo si el libro se fuera reflejando a s mismo, al menos en parte, en laestructura del libro de historia del que trata. Una especie de palimpsesto imaginario. Pero en otros pasajes pareciera que no, y elautor as (falsamente) lo conesa. Vase por ejemplo una de las referencias al aparato emdito: para ilustrar la forma correcta de elaborar una cita, don Luis citaCmo se hace una Tesis,de Umberto Eco, en el pasaje donde el famoso semilogo muest ra cmo citar una cita; perodon Luis temiina la seccin con una autocrtica, por no hacer, en lascitas de su libro, lo que Eco recomienda. Pero, eso s, practicantes,aprendices y curiosos, deben aprender a citar de esa manera.

    Sin embargo, por completo y exhaustivo que sea.El oficio de historiar tiene una gran falla que es de esperar que se corrija enediciones posteriores: Luis Gonzlez omiti las instrucciones necesarias para escribirle un prlogo. Algo que, como este texto lo muestra, puede tener consecuencias desastrosas. Al constatar la falla, busquapoyo y respuestas en Chartier, que ha escrito con similar maestrasobre la funcin cumplida habitualmente por este tipo de artculosintroductorios, nacidos en algn momento del siglo xviii. Eran, dicel, por lo general, tentativas de orientar la lectura del texto, deconducir su sentido en una direccin determinada, de construir unainterpretacin que evitara o dirigiera la del lector. Es obvio queChartier no estaba pensando enEl oficio de historiar,ni muchomenos en las insuperables dificultades de quien esto escribe. Convencido de que la historia no es la maes tra de la vida, volv, entonces, aloriginal. Cmo nos recomendara Luis Gonzlez proceder para confeccionar un prlogo? Qu nos aconsejara que dijramos? Cmonos recomendara decirlo? Probablemente sugerira, entre otras muchas y minuciosas cosas, que elogiramos al autor, haciendo resaltar

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    SU S aciertos, minimizando los desacuerdos, y apuntando con simpatay sutileza las divergencias con nuestro pensamiento; con certezaaconsejara, ay, seguir un orden lgico de exposicin y advertiracontra el peligro de olvidar la terminal intrascendencia del texto,destinado a servir meramente de aperitivo, en el mejor de los casos

    (y de relleno en el peor), para lo que realmente interesa. Tomado por esos tenebrosos pensamientos, trat, en largas noches de insomnio,

    provocado por mi temeridad de haber aceptado tan fcilm ente la tareaque me tendan los editores, de imaginarme ese captulo faltantede El oficio de historiar,y conseguir que mi imaginacin suplierala falta y me hiciera abordar las metforas luisgonzalianas para llegara buen puerto. Pero es obvio que naufragu, como no poda dejar deser. Y mientras me hunda, me vino por fin a la cabeza, con la cristalina lentitud que las burbujas producan, que esa falta de instrucciones no era accidental, sino que haba sido consciente y malvolamente

    dejada all, en las pginas mudas del libro, para defenderlo de ataques bucaneros.Un libro de (historia de la) teora de la historia es un libro de

    historia como cualquier otro. Representa, entre otras muchas cosas, elestado de la reflexin sobre el asunto en un momento dado. Suscualidades reposan en la capacidad de incluir perspectivas y abordajesdiferentes, y de entender lo que se incluye y de esa manera justificar yhacer una apologa de su presencia, para con ello enriquecer nuestravisin de la historia y, sobre todo, de sus problemas, que es lo que alfinal de cuentas importa. En este sentido.El oficio de historiar es unaobra ejemplar que (como hay que decirlo en los prlogos, pero queaqu se dice con toda la fuerza de la conviccin -que no es lo mismoque la verdad, pero es ms cierto) resulta imprescindible para losestudiantes/estudiosos interesados en la teora y metodologa de lahistoria, y, sobre todo, para los curiosos por ver y entender cmo esateora ha sido aplicada en Mxico.

    El ttulo del libro que est a punto de ser abierto dice que lo quehacemos los historiadores es un oficio. Es una prctica a la que, comoa todas, le gusta de vez en cuando refocilarse en su discurso y colocaren duda lo que hace, al punto de provocar en ocasiones enormes bolsas

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    de vaco que succionan a velocidades vertiginosas nuestra confianzay nimo, y las hacen rebotar estrepitosamente contra el centro de latierra de nuestra conciencia. Son mecanismos peridicos de verificacin y prueba. Son gajes del oficio.

    Hay una historia que se ha vuelto una piedra fimdamental, tal vez

    la piedra fiindamental, del imaginario popular que el estado ha construido en los ltimos cincuenta aos. Esa historia, dicha y repetida,machacada y reiterada en las clases de civismo, en los libros de textoy en las ceremonias destinadas al culto de los hroes que se sucedensin parar sobre el cemento de los pafios de las escuelas pblicas y

    privadas, se encuentra casi siempre a aos luz de la his toria que seva haciendo y deshaciendo, escribiendo y reescribiendo en los departamentos de historia de las universidades y de los centros de investigacin. Son de hecho dos tipos de historia: la primera simple ylineal, pero invariable, rgida, seria y adusta, montada sobre esencias,

    permanencias y rasgos trascendentale s, fiincionalmente ideolgica yen ltima instancia manipuladora del pensamiento popular; una historia casi insultante de la inteligencia del pueblo al que se le juzgaincapaz de una reflexin que no sea monoltica y ptrea. La otra,compleja, ambigua, inestable, incapaz muchas veces de mantener sus

    posiciones por mucho tiem po, expuesta siem pre al tiro fatal de la in-vestigacin ms reciente, pero menos ilusoria e ideal, y, por lo tanto,menos til para el poder.

    El oficio de historiar es una invitacin, debidamente acompaadadel mapa correspondiente, para que los nuevos historiadores aceptenel reto de practicar lo que, de hecho, es una aventura sin final previsi

    ble. Hay naves, velas , brjulas , diarios de navegacin, mantenim ientos de guerra y de boca, rutas conocidas y dragones que anuncian

    pel igros inminentes -m uchas veces simple producto de la imaginacin. Pero el viento, slo Dios sabe. Una historiografa natural, vitaly, sobre todo, de impecable calidad. De hecho, toda la vida/obra deLuis Gonzlez, en los diversos Colegios que han tenido el privilegiode contar con su presencia -el de Mxico, el de Michoacn, el Nacional -, pero tambin en San Jos de Gracia, en Zamora y en la ciudad deMxico, es una llamada y una gua en ese sentido. Una historiografa

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    que, producto del ocio creador, ni falte a la gravedad de sus laboratorios, ni se vuelva incomprensible para los no especialistas (esto es,dice El oficio,los que no viven de ella) por el uso de un lenguajehermtico y vano, destinado a simular, ms que a probar, la imposiblecientificidad de su conocimiento. (Algo que a quien esto escribe,

    como este escrito lo muestra, trabajo mucho le cuesta). Una historiaque se parezca a s misma y se reconozca en lo que representa, tantosi se la estudia y construye en archivos, congresos y seminarios de

    profesionales del oficio, como si se la d iscute y debate ,res pblica y propia, en las plazas, parques, cantinas, y ot ros centros de vida civil izada de la nacin. Una historia que busque, aunque nunca puedaencontrarla, la verdad. En Brasil, en Mxico, o en cualquier otra parte,don Luis, que as sea.

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    LA NOVELA VERDICA EN MXICO'

    Andrew Roth Seneff El Colegio de Michoacn

    Qu es una novela verdica? La antropologa, Ana Mara Alonso,nota que en la sociedad occidental, las historias se conciben comoversando sobre hechos y las novelas sobre ficciones.^ Si se aceptasu afirmacin, la idea de novela ve rdica o, por lo menos, el sentidode sus glosas, se presenta como hereja para la doxologa dominante de la historiografa occidental. Pero baste aqu notar que la nocinde novela verdadera, como la de ficcin verdica (o la de realismo mgico), no es una idea obvia o transparente.

    Por fortuna para nosotros.El oficio de historiar es un tratadoextenso sobre las novelas verdicas, los instrumentos de su confeccin, la extraccin de su sustancia (los hechos), y las prcticas eruditas, disciplinadas e imaginativas de los que logran fabricarlas. Eloficio aqu contemplado es entendido como una forma de produccincultural. Vale advertir de antemano que, en lugar de ofrecer recetassobre cmo historiar, el libro instruye al evocar en cada captulo elsentido de historiar como una necesidad creativa que se puede refmar,e inclusive sistematizar en operaciones crticas, pero que slo existecomo cuento o relato, como obra. Clo es, ante todo, una musa,inspiradora de obra; historiar es, ante todo, dar a luz a una historia. Elhistoriador tiene que crear una obra o frustrarse; como reina de lacolmena, lo que distingue el acto de historiar de cualquier otro oficio

    Gracias a Cristina Monzn, Nelly Sigaut, scar Mazin, y Marco Caldern tanto por corregir un bue n nm ero de eiTores en ver sion es ant erio res de esta intr odu cci n com o po r d iscu tir var ios delos puntos planteados.[...] in Western society, histories are conceived as being about 'facts and novels about fictions,Alonso, Ana Maria, The Effects of Truth: Re-presentations of the past and the Imagining of Comm unity, .loumal of Historical Sociology, vol. I, nm. 1, 1988, p. 34, (traduccin mia).

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    auxiliar o paralelo en la Repblica de Clo es el hecho de que loshistoriadores son quienes pueden y necesitan concebir, desarrollar, ydar a luz a una novela verdica.

    Fcil para algunos y compleja para otros, la pregunta sobre precisamente qu es una novela verdica podra constituir el secreto central de

    El oficio de historiar.O quiz no. Tal vez la idea no es tan paradjicay desafiante. Sin duda, hay lectores que la toman como un objetivoobvio y una condicin ineludible. El historiador es un autor que tra baja hechos del pasado (acontecimientos y eventos, fases y ciclos, per odos y pocas, cifras y censos) para relata r la verdad acerca denuestros muertos. Con este fin, necesita dominar una serie de habilidades especficas, destrezas de las que se pueden enum erar un sin finde ejemplos, (criptografia, cronologa, diplomtica, estadstica, filologa, genealoga, herldica, numismtica, papirologia, sigilografa,epigrafa, paleografa, onomstica, y otras ms), para luego conju

    garlos en operaciones (etiologa, arquitectnica, estilstica y medios,o heurstica, crtica, hermenutica, y sntesis), y todo esto como apoyoa un proceso de relato en el cual se evoca una imaginacin histrica.

    El acto de relatar las vivencias y las experiencias, las obras y loscomportamientos de otros es semejante a la redaccin de novelas, sloque el historiador no cuenta con la licencia potica o dramtica delautor de ficcin: el relato histrico tiene que ser verdico; tiene queacercarse tanto como sea posible a lo que realmente pas. sta es unade las posibles lecturas deEl oficio de historiar:la novela verdicarefiere a la tradicin narrativa de realismo histrico.

    Sin entrar en las relaciones entre realismo y verdad, podramosconsiderar otra lectura, una que se oponga al realismo histrico. Por ejemplo, Ana Mara Alonso nota paralelos importantes entre las obrasliterarias y la historiografia. Se pregunta si no es cierto que las obras deBalzac, por ejemplo, nos dan ms informacin sobre la sociedad francesa del sigloXIXque muchas historias. Argumenta que el paralelo entrenovela e historia es estrecho slo que los historiadores tienen diversas estrategias de relato para crear lo que Alonso llama efectos deverdad. Presentan sus relatos dentro de marcos ideolgicos que configuran un sentido de totalidad y as legitiman el relato como verdico.

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    L a n o v e l a v e r d i c a e n M x i c o

    En la lectura de Alonso, se postula una especie de trampa hermenutica: la novela verdadera es un efecto paradjico de estrategiasdiscursivas que apuntan hacia una totalidad implcita. Dentro de estatotalidad, siempre implcita, los hechos del relato y su congruencia sevuelven verdaderos: a pesar de que la realidad experimentada es

    siempre ms fragmentada, incoherente y catica que el todo postulado por implicacin, las est rategias discursivas producen efectos de verdad. En esta formulacin, la novela verdica es, ms bien, uno de losgneros de obras culturales que, como el cine o la pintura, contrbuyenal debate de los crticos sobre el pasado y su relacin con el presente.

    La posicin de Alonso es, obviamente, de inters para la revisinhistoricista de las obras histricas. Contrasta marcadamente con la posicin narrativa de real ismo histrico y nos advierte sobre la posiblecomplejidad en la contemplacin de la obra histrica como novelaverdica. En efecto, existen muchas lecturas posibles del sentido de lanovela verdica; algunas ya son bastante antiguas. Podramos seguir, por ejemplo, los pasos de Giambat tista Vico y considerar la meta de lanovela verdica en relacin con la propuesta de una C iencia Nueva. En1725, Vico propuso una c iencia que combinaba la filologa (el estudiode los resultados de la voluntad humana) con la filosofia (la indagacin de las verdades universales). En esta lectura, lo universal resultade los aspectos esenciales de la naturaleza humana. Una novela verdadera tendra que establecer estas esencias tanto en el relato de loshechos de la experiencia del pasado como en la imaginacin o fantasade los creadores de las obras culturales; es decir que tendramos quecomprender lo semejante y lo diferente, lo general y lo particular presentes en la potica y el drama de los actores, ya sea en su obraiconogrfica y escrita, o en el registro de sus costumbres y creenciascomo prcticas o como instituciones.

    Todas estas lecturas conducen en diferentes maneras al oficio dehistoriar. Son indiscutiblemente asuntos de Clo. No obstante, no creoque ninguna revele en su totalidad y especificidad el secreto gonza-liano de la novela verdica. Slo nos advierten sobre la complejidadde la obra histrica y sobre la posibilidad de que haya un secreto, unasabiduria velada, en las pginas deEl oficio de historiar.Frente al

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    E l o f i c io DF, HISTORIAR

    relativismo histrico, por un lado, y, por otro, los efectos de verdadque producen diferentes estrategias discursivas se puede preguntar qu es una novela verdica?

    A manera de introduccin se pone a consideracin del lector un planteamiento cls ico del prob lem a que gira en tom o a la relacin

    entre recepcin esttica y creatividad, por un lado, y, por otro, laconciencia histrica y las fuerzas materiales de cambio. Karl Marx,observa lo siguiente durante un momento de autocrtica en la introduccin delGrudrisse:

    En lo concerniente al arte, ya se sabe que ciertas pocas de florecimiento artstico no estn de ninguna manera en relacin con el desarrollo general de la sociedad, ni, por consiguiente, con la base material, con el esqueleto, por as decirlo, de su organizacin. Por ejemplo, los griegos comparados con los modernos, o tambin Shakespeare [...] Pero la dificultad no consiste en comprender que el arte griego y la epopeya estn ligados a ciertas formas del desarrollo social. La dificultad consiste en comprender que puedan an proporcionamos goces artsticos y valgan, en ciertos aspectos como una norma y un modelo inalcanzables.

    Cmo es posible que personas que ocupan lugares radicalmentediferentes en tiempo histrico y espacio social puedan tomar una actitud comiin frente a, por ejemplo, la obra de Shakespeare o a unatragedia griega? El problema planteado no se refiere al tema, tanlargamente debatido, de la creatividad como fenmeno individual ocolectivo. Por el contrario, el problema gira en tomo al relativismohistrico y sus condiciones. Cmo explicar el no relativismo de la

    experiencia de la obra de Shakespeare o de los griegos? Es decir, elhecho de que a travs de siglos y sociedades se puede compartir unareaccin comn frente a una obra artstica. Sin duda tales indicios deuna perspectiva comn (o por lo menos recprocamente referido) noresultan del hecho de que, en realidad, slo hay una recepcin esencialy dominante (un solo realismo histrico); la realidad siempre est

    3. Elementos Fundamentales Para a Critica de la Economa Poltica fGrundrisse) /857 I85S.SigloXXI, 12" edicin, 1982,pp. 31-33.

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    L a n o v e l a v e r d ic a e n M x i c o

    mediada por los actores y tanto ellos as como las formas mismas de lamediacin tienen sus historias.

    Por otro lado, se puede examinar cmo las obras producen susefectos estticos. En los principios de la Unin Sovitica, un gmpoo crculo de intelectuales rasos y bielorrusos tomaron esta posturafrente al problema que Marx plante.'* Examinaron la nocin detranscendencia literaria y su relacin con la mediacin simblica. Suargumento bsico era que una obra podra lograr un efecto esttico ocatrtico de transcendencia; las partes de la novela, por ejemplo, personajes y episodios, podran l legar a conjugar un todo novedoso a par tir del cual sus sent idos anteriores seran trascendidos y resig-nificados. Estractura, en esta postulacin, es un efecto histrico de procesos de transcendencia; las estructuras his tricas emergen en tales procesos de manera homloga con las est rac turas estticas que surgenen procesos de transcendencia artstica.

    No es mi intencin examinar las relaciones entre transcendencia yestractura histrica, ni explorar los problemas de la representacin detales relaciones en una obra verdica. Slo quiero proponer que dichasrelaciones constituyen temas importantes pa ra los lectores deEl oficio de historiar. Si historiar es escribir una novela verdica, quiz hayahomologas entre estracturas literarias emergentes y sus contraparteshistricas. Por lo menos podemos ilustrar la emergencia de estractura en un proceso de transcendencia literaria y esttica y, as, plasmar mejor una nocin de estrac tura relevante para los lectores interesadosen el secreto de la novela verdica. Tomemos a manera de ejemplo, partes de dos extensos prrafos de Las buenas concienciasde Carlos

    Fuentes;

    4. Esta introduccin no es el lugar para un desaiTollo extenso de las teoras mencionadas pero parael lector interesado hago referencia a los siguientes estudios (Vygotsky 1971,The Psychology o f

    Ar t, MIT, EUA; Voloshinov, V.N. \ 976 Fre iidia nism : A M arx ist C ritiq ue.Nueva York; Voloshinov,V.N. \97 3M arx ism o a nd the Ph ilos ph y o f Lan gua ge,Harvard, EUA) que tienen paralelos en TheSchool of Performance (vanse, por ejemplo. Palmer, Gary y William R. Jankowiak, 1996 Performance and Imagination: Toward an Anthropology of the Spectacular and the Mundane,Cultural

    An thro pol og y,11:2:225-258).

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    E l o f i c i o d e h i s t o r i a r

    Ese da es Do mingo de Pascua. Jaime, de regreso de la misa, sale al portn de la casa con una naranja en la mano y se sienta sobre la solera. Extiende los pies hacia las baldosas calientes. Chupa el jugo tibio de la fruta y ve pasar las personas y los oficios. [...] Seoritas de pelo lacio y senos nacientes que la transitan tomadas de la mano, cuchicheando, riendo, sonrojadas. Limosneros -casi todos viejos, algn ciego o baldado adolescente- de barba espinosa y sombrero de petate, que muestran el ojo opaco, la llaga encamada, la mutilacin nerviosa, [...] El desfile se encajona primero, se abre despus sobre la plazuela y el atrio: se detiene all un instante, se mueve en la anchura del escenario del da, y vuelve a perderse por la calleja angosta de los Cantaritos. No es una regin de densidad indgena. Los rostros mestizos, de cuero asoleado y profundos surcos faciales, se alumbran con ojos verdosos, grisceos, incrustados en la came de olivo. [...] Una india, de nalgas levantadas bajo la graesa falda, abre sus dientes de mazorca e instala el toldo sobre tres palos curtidos. Extiende, frente a la plazoleta y sobre los adoquines, coronas de pia y emblemas de sandia, membrillos perfumados, granadas abiertas, mameyes, pequeos limones, hostias de jicama, torres de naranja verde, [...] El aislado vendedor de fresas canta en rojo su mercanca. Largos cirios cuelgan su virilidad reposada desde los palos toscos del mismo vendedor de estampas y corazones de plata y veladoras rosa. Calle de flores, tambin, [...] El muchacho quiere tocar y apresar los colores; sonre cuando el gato de la casa sale rodando como una bola de estambre. El joven y el animal se acarician suavemente, antes de que los ojos amarillos del gatito se abran com o si el so l no existiese y vuelva a esconderse en las sombras de la casa. El afilador detiene su taller ambulante y hace brillar bajo la forja solar los cuchillos y tijeras y navajas. Una mua de lomos esponjados carga la caa de azcar que su amo ofrece a las puertas cortada en pequeos barrotes de verde, blanco y amarillo. Al frente de los caballos pintos trota un charro empinado sobre el albardn; un corcel mulero se encabrita al lado de la bestia cargada de caa y luego trata de montarse sobre la gmpa esponjada: desciende el charro y cintarca los flancos del mulero y vu elve a meterlo a la compaa de los pintos. Cuando una herradura destmye la torre

    de naranjas, la india las recoge sin hablar y los mendigos del templo se arrojan sobre las que ruedan como pequeos soles errantes por la cuneta de piedra y zacatn.

    Este primer prrafo es largo y el nfasis descriptivo es, quiz,tedioso. En trminos de contenido es casi un inventario del paisajefuera de la casa de una buena familia guanajuatense, un paisajeobservado pasivamente desde la solera de la casa por un nio comiendo una naranja despus de regresar de misa en la maana de pascua,da de la resurreccin. Pero la narracin del proceso de observacin

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    L a n o v e l a v e r d i c a e n M x i c o

    subraya el deseo dirigido al mundo fuera de la casa. En la narracinel primer esfuerzo de enunciar un deseo nuevo e inquietante, Elmuchacho quiere toca r y apresar los colores [...], es inmediatamenteinterrumpido por la descripcin de un encuentro entre el gato de lata Asuncin, animal con ojos amarillos que se abren como si el sol

    no existiese, y el muchacho, criatura tambin bajo el rgimen dom stico de la ta, slo que ahora ve al mundo fuera de la casa bajo unanueva luz.

    La descripcin de este prrafo se sintetiza y repite de una maneramucho ms econmica y selectiva en el que sigue:

    Jaime se rasca el pelo solitario que le ha nacido en la barbilla y ve alejarse, entre gritos roncos del jinete, los cascos hmedos de la caballada. Escupe las semillas de naranja y vuelve a entrar, tarareando, a la casa y a la vieja caballeriza transformada en desvn. Se limpia las manos pegajosas de fruta en los muslos y sube al puesto del cochero en la carroza desmantelada y polvorienta. All, suena la lengua con el paladar y agita un ltigo invisible sobre los c orceles de ese aire

    antiguo. Huele rancio el lugar, pero la nariz del muchacho est llena de olordesudores de caballo, de excremento de caballo, de calor de sexo de caballo cuando se acerca a la grupa quieta y al culo rojo de la mua. Sus ojos cerrados tambin sienten el bao de los colores de la calle, de las frutas y las flores, de los cuchillos blancos y de las llagas de los mendigos. Y las manos apretadas de Jaime, extendidas hacia los caballos imaginados que tiran de la carroza invlida, pueden tocar, con la respiracin llena y los ojos perdidos en e l tumulto de los colores, los muones de los baldados, la cera derretida de las veladoras, las nalgas levantadas de la placera, las tetas recin nacidas de las muchachas: el mundo que nace pronto, v ive pronto, muere pronto. Suelta las riendas, mete la mano por la bragueta y acaricia el vello que apareci hace unos das. No sabe decirlo, cuando tiembla, trepado en el asiento del cochero, con los ojos cerrados y las piernas abiertas y la humedad del lugar refrescndole el miembro

    jov en . N o sabe deci r cu nto lo ama todo . [...] Piensa s lo que todo se ha ido ya. Que los caballos han pasado. Que la india levantar el puesto de frutas. Que las flores pasaron apresuradas y esquivas a su tacto, co mo las muchachas que no le dirigieron la mirada. Y que l lo ama todo, lo quiere todo, para tocarlo y regarlo sobre su piel y mamar los zum os de cada cuerpo frutal. [...] l no se mov i del puesto sobre la solera; el mundo entero huy entre sus ojos y sus dedos. Qu

    5. Fuentes usar de manera ms macabra una interaccin con el mismo gato para marcar el fin de laadolescencia de Jaime,{ibidem,184-185).

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    est fijo?, parece preguntarse el joven. Qu cosa no se mueve nunca de su lugar? Qu cuerpo lo espera inmvil y amoroso? Brinca de la altura de la carroza y siente un dolor agudo en los testculos.^

    En este prrafo. Fuentes nos enfrenta con el deseo concreto y a lavez ambiguo del muchacho. Nos dice que el muchacho ya no es niosino un adolescente que se rasca el pelo solitario que le ha nacidoen la barbilla y acaricia el vello que apareci hace unos das. Yen efecto, fracasan los esfuerzos para revivir, en un juego inocentede imaginacin, las observaciones hechas desde el portn de la casa.La imaginacin ya obedece a otras necesidades y la larga descripcindel primer prrafo se sintetiza y repite en trminos del deseo nacientedel joven Jaime Ceballos.

    Sin duda, los sentimientos evocados con la descripcin de la escenade la plaza pueden diferir segn el lector, su inters y capacidad deapreciar imgenes y asociaciones -como, por ejemplo, el uso de levantar o el juego plaza, placer, placera en la descripcin de la india,vendedora de fhitas-. Pero el autor asegura que todos experimentamos un sentido bsico de esta descripcin cuando pone todo lo quesabemos o sentimos sobre una maana de pascua en el contexto de lasituacin de Jaime Ceballos. La informacin se presenta en trminosdel cambio en Jaime. Los sentimientos evocados en la descripcinoriginal son traducidos en nuevos sentidos que nos permiten comprender que Jaime est adoleciendo un cambio de vida. La descripcinmeticulosa, si no tediosa, de la escena de la plaza en el primer prrafo,se convierte en un efecto trascendente en el segundo prrafo. Ya todoes diferente para Jaime. El lector tambin alcanza un nuevo plano desentido e ntima relacin con la novela que efectivamente est en sumomento crtico de transicin.

    Surge una estructura novedosa en la reconfiguracin del sentido delas relaciones entre el joven Jaime Ceballos y su mundo representado

    por la escena de la plaza. La estructura novedosa emerge comoresultante del efecto esttico de la transcendencia. Carlos Fuentes ob

    6. Las b uena s co nc ien cia s, t. , \ 9S 9,p p.62-65.

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    L a n o v e l a v e r d i c a e n M x i c o

    viamente es el productor del efecto y autor de la estructura. Pero esobvio, tambin, que Fuentes est representando un proceso que es parte de la vida real. Simplificando dem asiado, tenemos, por un lado, elhecho de que todos experimentamos transiciones que son parteaguasen la vida durante los cuales hay resignifcaciones de identificacionese inclusive de los trminos bsicos de la referencia recproca. Por otrolado, hay escritores que alcanzan a evocar dichas transiciones en narraciones en las cuales la frontera entre lo imaginado y lo real, entreficcin y hechos, est abierta.

    Es probable que haya homologas estructurales entre todas las producciones cultura les (tanto en las obras literarias como en las histricas); precisamente en las relaciones entre la mediacin simblicay la transcendencia. Por un lado, los escritores de novelas imaginanuna trascendencia real. Como postula Pierre Bourdieu, ellos mantienen velada una estructura histrica, y cuanto ms velada y sugerente(no explcita y objetivada) sea la estructura, mayor ser el efectomediador y la transcendencia representada (quiz porque, segnFreud, representacin significa la ausencia del objeto de deseo). Por otro lado, en el acto de historiar, el historiador tiene que ubicar latranscendencia en los hechos de la vida real y relatar de tal manera quese vislumbren los procesos, igualmente fcticos, de mediacin ytranscendencia. Pueden revelar la estructura histrica pero no puedenlibrarse de las verdaderas condiciones de la transcendenc ia en la cualdichas estructuras emergen. Es curioso que en la medida en querevelan una estructura histrica con una obje tividad ms all de la delos actores histricos mismos, probablemente pierdan la posibilidadde captar, y de evocar por medio del relato, la trascendencia histricareal de la estructura emergente. La narrativa histrica comparte con lanovela la necesidad de representar la reconfiguracin de sentidoscomo un proceso real de trascendencia.

    Quiz sea por eso que los historiadores, como la reina de lacolmena, deben desarrollar una imaginacin fecunda mediante una

    7. Pierre Bou rdieu, Is the Structure of Sentimental Educationan Instance of Social Self-analysis,The Field o f Cultural Production.1994,p. 160.

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    dieta especial que los une con sus muertos, especialmente con susformas de ser y sentir. Y en cuanto existe un secreto de la novelaverdica, y en tanto ste est velado y revelado en las pginas quesiguen, hay que medir y mediar entre las posibilidades de objetivarlo, de asimilarlo y, por supuesto, gozarlo. Mucha suerte en este viaje

    mexicano por la Repblica de Clo.

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    SER HISTORIADOR

    N o m b r e p r o p io , p a t r ia y o f i c i o

    suelen ser en nuestro mundo las principales seas de identificacin delos individuos de la especie humana. Nuestros padres nos dotannormalmente la manera de ser llamados, nos escogen un nombre de pila y nos transmiten sus apel lidos. Si se quiere saber po r qu a lguienes conocido por la denominacin de Pedro Prez, que se lo pregunte asus progenitores. Por regla general, el sitio donde se nace otorga elgentilicio. Al nombre de Pedro Prez se aade el mote de espaol,cubano, argentino u otro similar. En cada nacin la escuela se encargade decirle a cada quien segn sea oriundo de Espaa, Cuba, Argentinau otro pas en qu consiste y qu obligaciones arrastra el ser gachupn,cubano o humilde argentino. En casi todos los casos no depende denosotros el onomstico y el gentilicio, pero generalmente s la calificacin de deportista, chofer, albail, abogado, mdico o historiador. Acada uno de nosotros nos toca damos cuenta del oficio que hemoselegido. Tambin tenemos la obligacin de transmitir a quienes aspi

    ran a practicar una profesin como la nuestra la naturaleza de nuestromodus operandi.Todo maestro en un oficio, sea servil, administrativoo intelectual, suele enfrentarse con aprendices u oficiales del oficio encuestin que esperan or del maestro en qu consiste ser albail,servidor pbhco, mdico o lo que sea. El maestro les comunica a los

    jvenes aspirantes a un determinado oficio lo que a l le ensearon ylo que l ha aprendido por experiencia. En este momento, m e propongo decirles lo que es ser historiador segn las enseanzas de mismaestros (los transterrados de Espaa a Mxico), de muchos libros deteora y mtodo de la historia, y de mi propia experiencia.

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    Segn la Organizacin Internacional del Trabajo, las personas quelos demgrafos consideran aptas para el quehacer productivo se re

    parten en diez mil ocupaciones, carreras, ofic ios o empleos. Los ms,de grado o por fuerza, asumen una ocupacin mecnica, manual oservil. Un nmero menor desempea un empleo que suele denomi

    narse empresarial, poltico o de mando. Slo una minora de la po blacin activa se compromete con un oficio inte lectual, de alta culturao libre. Sobre todo, en las naciones con menos recursos hay ms gentevigorosa; hay tambin abundancia de mandarines y son escasos loshombres de ideas. La Repblica mexicana tiene abundantes braceros para cubr ir demandas materiales internas y externas , muchos administradores muy bien dispuestos a ser guas de sus hermanos y un nmerocreciente y nada desdeable de cientficos y artistas. Nuestra plantaintelectual todava no es tan numerosa como la de otros pases del

    primer mundo, pero s empieza a pujar recio.Los intelectuales mexicanos no bajan ahora de quince mil. En esta

    canasta se incluyen tres mil fsicos, astrnomos y alquimistas que hanaceptado la funcin de investigar acerca de la imagen fsica de Mxicoy el mundo; otros tantos bilogos, mdicos y bioqumicos que dilucidan en revistas especializadas los misterios de la existencia de losseres orgnicos; los economistas y socilogos, que ya pasan de tresmil, y difunden lo que es necesario saber de la estructura y el funcionamiento de las mltiples sociedades mexicanas, y dos millares deartistas develadores de los aspectos emotivos de nuestro ser y decir.Incluyo tambin a filsofos que se empean en escribir sobre el todo yalgunas cosas ms y a seis centenares de historiadores que descubreny dan cuenta por escrito de la inestabilidad de la vida mexicana, de lasculturas de Mesoamrica que quedaron reducidas a sitios arqueolgicos y de los personajes y los episodios mayores de la vida neoespaolay mexicana.

    En la Nueva Espaa hubo pocos intelectuales, pero bien integradosa la lite de la nacin. Muy pocos trabajaban para obtener el pan suyoy de su familia. Casi todos eran eclesisticos que vivan en convento,en pobreza y en soledad. En el siglo xix se produjo la secularizacinde los intelectuales. Algunos se mantuvieron con los recursos propios

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    S e r h i s t o r i a d o r

    de su familia, pero los ms, que no eran oriundos de casa rica, sevolvieron poderosos o paniaguados del poder. Aunque se autonom- braban profesionistas liberales no era la libertad lo que principalmentelos caracterizaba. Entre azuly buenas noches pasaron las tormentasdel sigloXIX y prim er tercio del sigloxx . Tampoco fueron especial

    mente mimados en los perodos de pacfica dictadura.Los buenos aires para la intelectualidad mexicana son recientes.Aqu y ahora se celebra el cincuentenario de El Colegio Nacional, el primer templo mayor de la nueva cul tura mexicana. De poco tiempo para ac se han generalizado las sociedades cultas, los sueldos suficientes para asegurar la dedicacin exclusiva a las tareas intelectuales,los congresos y las mesas redondas para debatir sobre problemasde todo orden, los premios nacionales, los institutos universitarios deinvestigacin y organismos de ayuda para los picados por las araasde la bsqueda cientfica o de la creacin artstica. Sin compromisoshumillantes, sin restas a la libertad de expresin se est llegando a unnivel ideal, aunque no de cumbre. La gran mayora de los intelectualesmexicanos de ahora no son de la alta sociedad, pero a travs de becas, premios, salarios y otras prestaciones puede cumplir , sin cortapisas,con sus programas de accin. Los gobiernos de los ltimos cincuentaaos han dirigido fuertes sumas al fomento de la investigacin cientfica y del arte. Para la opinin pblica mexicana, el hombre de letras,el pintor, el msico valen menos que un poltico, un empresario, uncmico o un deportista, pero mucho ms que la mayora de los mexicanos.

    El o f ic i o d e h i s t o r i a d o r e n M x i co

    est, si no en la cspide de su gloria, s en un perodo de bienaventuranza, superior al limbo en que estuvo en la Nueva Espaa y al purgatorio de las revoluciones de independencia, de reforma liberal y de

    jus tic ia para los desposedos. Los cronistas de la poca espaola nose preocupaban por el pan, pero s tenan que limitarse a escribir unahistoria pragmtico-tica, a slo contar las virtudes de sus correligio-

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    nanos. Los historiadores humanistas de la poca independiente gozaron de altas dosis de independencia, pero no del tiempo necesario

    para investigar. Aunque eran muy pocos y de buenas familias no pod an costearse un tiempo completo para sus investigaciones. Fue rade muy pocos solteros de vida recoleta, tenan mujer e hijos y estaban

    acostumbrados al lujo y al prestigio social. Ninguno curs materiasespecficas para ser historiador, pues ninguna universidad las deparaba, pero casi todos posean un diploma de abogado, mdico oingeniero que los sacaba de apuros. De los que entonces lanzaronlibros de historia no se poda afirmar a ciencia cierta su carcter dehistoriadores. Casi todos figuraron como polticos, que en tiempos demala fortuna escriban historia. se fue el caso de los historiadores dela independencia (Alamn, Bustamante, Mora y Zavala) y de muchosde las pocas siguientes. Garca Icazbalceta, Del Paso y Troncoso y

    Nicols Len hicieron su obra al margen de la polt ica, pero VicenteRiva Palacio, Francisco Bulnes, Genaro Garca, Justo Sierra, JosVasconcelos y otros ms fueron altos administradores pblicos, miem bros del gabinete presidencial que gozaron buenas remuneraciones,mucha fama y gran poder.

    En el ltimo medio siglo las condiciones econmicas, de prestigioy de fuerza del historiador han cambiado notablemente. El nmero de personas empleadas en escribir textos histricos es muy superior alde cualquiera de las pocas anteriores. En este final de siglo estn enel frente mexicano alrededor de seiscientos devotos de Clo. Ms dealguno ha suspirado por el poder y ha conseguido chambas administrativas de medio pelo. La gran mayoria se da por bien servido sirecibe un saludo o una palmada presidencial.

    El historiador de ahora accede a muchas residencias prestigiosas:las universidades, la Academia Mexicana de la Historia y otrasasociaciones cultas; asiste a congresos de historia, antropologa ydems ciencias sociales. Obtiene recursos de su alma mter y de otrasalmas generosas. Recibe apapachos y premios de agencias pblicas yaun privadas.

    La mayor parte de los historiadores obtiene estmulos de todandole de la viejau n a m , de varias docenas de universidades reciente

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    S e r h i s t o r i a d o r

    mente abiertas en la metrpoli y en los estados, del clebre Colegio deMxico y de los colegios hechos a su imagen y semejanza enMichoacn, la frontera norte. Jalisco, Sonora y el Estado de Mxico;del Instituto Nacional de Antropologa e Historia, del Centro de Investigacin y Estudios Superiores en Antropologa Social, de la Facultad

    Latinoamericana de Ciencias Sociales, y de otras instituciones queseria largo y tedioso enumerar. Ninguno de los historiadores actuales puede repetir el dicho de

    Manuel Orozco y Berra: Cuando tengo tiempo de investigar y escri bir carezco de pan, y cuando dispongo de ste me hace falta eltiempo . Hoy los albergues de cultura superior reparten pan y tiemposimultneamente entre todos los investigadores de la historia nacional. En promedio, cada investigador se junta con mil dlares al mes proporcionados por el instituto en el que est inscrito. En la mitad delos casos a los mil ganados en casa, otros mil que les otorga el Sistema

    Nacional de Investigadores. Casi todos tienen ingresos por ctedras,regalas y trabajos especiales del mismo monto de los ya referidos.Las grandes fundaciones norteamericanas, la Ford y la Rockefeller,hacen donativos a instituciones y a proyectos en gran escala ms que a personas . Como quiera , los historiadores somos capaces de ganamosla vida haciendo lo que nos gusta hacer. Podemos vivir en nuestrasrespectivas nubes con los pies bien puestos en el piso.

    Ninguno de nuest ros clionautas ha recibido el premio Nobel, perocasi todos se han llevado algn galardn internacional. De los veinte

    premios nacionales de historia, ciencia s socia les y fi losofia otorgadosde 1960 a la fecha, diez han recado en historiadores. Los estmulos deesta clase aumentan da con da y rigorizan un oficio donde abundanlos vocados.

    No me cabe duda de que la vocacin histrica es universal. Deartista, de filsofo, de historiador y de loco todos tenemos un poco.Para evocar el pasado nicamente hace falta el sentimiento nostlgicotan comn en los bpedos implumes. Con todo, ahora, el ser historiador de fuste implica un aprendizaje previo al ejercicio de investigar el pasado y de escribir acerca de l.

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    La p r o f e s io n a l i z a c i n d e l a h i s t o r i a

    ha llegado en fecha reciente pero con el propsito de quedarse. Locomn era el clionauta improvisado. Lo importante era el ser dueode ricas experiencias. A Bemal Daz del Castillo le bastaron susintervenciones en aquella hazaa fundadora dirigida por Corts paraconvertirse en padre indisputado de la historia de Mxico. Los cronistas de las rdenes religiosas fueron sometidos a una amplia escolaridad, pero fuera de la teologa de la historia inventada por san Agustn,nada de lo aprendido por ellos les ayudaba en sus investigacionessobre el pasado. Ninguno de los grandes clionautas de nuestro sigloXIX tuvo el diploma que lo ac reditara historiador. Casi todos ostenta ban t tulos de abogado, mdico o ingeniero y ms de alguno anteponaa su nombre un grado militar o la P. de padre. Quiz ninguno fueinvestigador de tiempo completo. La mayora, aparte de investigacioneshistricas, haca poemas y ficciones literarias. Casi todos anduvieronmetidos en actividades polticas. De un tiempo para ac se les hacolgado el ttulo de historiadores humanistas para distinguirlos de losactuales que se enorgullecen de ser historiadores con estudiosad hoc,

    profesionis tas a carta cabal, que en vez de saber un poco de todas lasexperiencias humanas saben muchsimo de un punto concreto de latrayectoria del hombre, y en lugar de chile de todos los moles son ratasde biblioteca y archivo. De un tiempo a esta parte la cdula profesionalha suplantado al mero gusto por el chisme histrico. Ahora ser historiador exige ser profesional.

    En el decenio de los cuarenta, la historia se vuelve una profesin

    universitaria. Se abren escuelas hacedoras de antroplogos, historiadores y archivistas. Tuvo especial significacin la apertura, en 1941,del Centro de Estudios Histricos( c e h ) de El Colegio de Mxico. Lodirigi el doctor Silvio Zavala y ensearon en l intelectuales rojosde los que anduvieron en la trifulca espaola. En la vida acadmicaeran inofensivos, usaban anteojos y tenan una amplia educacin formal. Vinieron, en auxilio del grupo espaol, tres estadounidenses, dosfranceses, dos alemanes, un ingls y cinco mexicanos.

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    S e r h i s t o r i a d o r

    Tambin lau n a m abri entonces la carrera de historia, pero de losucedido en la universidad no puedo decir mucho. Me consta que enel Colmex nos profesionalizamos cosa de treinta historiadores en eldecenio de los cuarenta. La tercera parte vino de otros pases de lenguaespaola. De los diecinueve de ac, slo cuatro venamos de provincia. Cosa rara entonces: diez eran mujeres. Casi siempre, despusde mltiples asistencias a clase, de miles de lecturas y de la redaccinde dos o tres ensayos histricos publicables, despus de los cuatroaos de estudios formales, generalmente tras la presentacin de latesis, vena el toque de prestigio que deba conceder una universidadde los Estados Unidos o de Europa.

    Algo parecido a lo que nos sucedi a los colmexianos ha ocurridocon los centenares de historiadores que ostentan ahora en Mxico losgrados de licenciatura, maestra y doctorado en historia o cienciasafines. Actualmente se considera pecaminoso y punible el ejercer sinttulo el oficio de historiar. Todava ms: los doctores en historia sedan el lujo de despreciar a los que ejercen la profesin con slo eldiploma de licenciatura o de maestra. Ser doctor abre las puertas delos mximos institutos de la cultura y se ha vuelto requisito indis pensable para ser recibido en elSNi. Ser doctor con estudios en unauniversidad del primer mundo rompe muchas barreras y ser especialista en la cuantificacin de datos histricos, o en tal o cual punto delacontecer, asegura un trabajo de tiempo completo en las universidadesde punta. El profesionalismo y la especialidad hacen de cualquier historiador un cerebro robable, un invitado permanente a los institutosque pagan en dlares u otra moneda fuerte. Pero el ser historiador titulado y especialista tambin convierte a muchos en buenos historiadores. Ser sistem ticamente ducho en metas y mtodos de quienes nos precedie ron en el oficio, ayuda en la se leccin de asuntos y modos dehistoriar. El profesionalismo es la torre desde la que se divisan mejor los latiindios de Clo. Tambin es comparable a un telescopio quenos permite vislumbrar las lejanas, as como la especializacin cabecompararla con un microscopio que nos da acceso a lo invisible asimple vista.

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    El profesionalismo sin duda disminuye la creatividad espontnea,encadena a la loca de la casa, impide los desbordes de la imaginacin,

    pero nos conduce con mxima rapidez y seguridad al puerto buscado.Si la meta mayor de la historia contada es coincidir con la historiavivida lo ms posible, si el fin principal de nuestras investigaciones esla imposible conquista de lo que realmente sucedi, el entrenamiento

    profesional, que proporciona la experiencia codificada de los historiadores que en el mundo han sido, se vuelve indispensable para hacer dela historia un conocimiento acumulable y cada vez ms creble. Por lasvirtudes del profesionalismo y la especializacin se ha logrado el

    ENSANCHAMIENTO DEL MUNDO HISTRICO,

    el enorme imperio de una ciencia o sabidura tan necesaria en elremoto y en el inmediato vivir. Los filsofos de la historia hacan un buche con el mar histrico, encerraban en breves celdas el pasado, el presente , el futuro de la humanidad. Los historiadores responsablesrara vez se abrevian a navegar fuera de los mares conocidos delgobierno, la guerra y la religin. En el siglo xix, los temas frecuentados eran, en lo tocante a territorio, la capital de la Repblica, y por loque mira a tiempo, los aos de 1808 a 1821, en cuyo transcurso sedieron batallas sangrientas y dolorosas entre realistas e insurgentes, yel perodo de 1856 a 1867, en que se agarraron de la grea mochos,chinacas y franceses. En aqul entonces nicamente ten an acceso a lahistoria los milites con insignia de coronel o general, los presidentes

    de la Repblica, los gobernadores de los estados y algn buscapleitos.La poltica, la milicia y el derecho eran las conductas memorables,dignas de ser historiadas. En la primera mitad de este siglo se puso elojo en los personajes y las batallas de la revolucin, en las intrigas ylos genocidios posrevolucionarios.

    En el da de hoy todo lo acontecido al ser humano y a la naturalezase ha vuelto historiable siempre y cuando haya testimonios probatorios. La gran mayora de los acontecimientos no ha dejado indicios desu existencia y, por lo mismo, no son asuntos de los que pueda ocu

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    S e r h i s t o r i a d o r

    parse el historiador. A ste slo le son accesibles partculas de unaenorme masa de sucesos. De lo visible del pasado, el investigador recoge lo que le parece importante por su trascendencia, por su influjoo por su tipicidad. Los historiadores mexicanos se mantienen adictos ala historia de Mxico, pero no slo a la metropolitana, la reciente, la

    blica y la poltica, y en la que toman parte los hombres de cincoestrellas. Num erosos aspectos del acontecer desdeados por los historiado

    res de antes son ahora muy dignos de historiar. La produccin y elconsumo econmicos, la vida material, en suma, se han vuelto el temams socorrido por algunos historiadores de la nueva ola. Nunca nadiese haba puesto a contar los productos agrcolas y fabriles de campesinos y obreros de otra poca como lo hacen los historimetras denuestros das. Con mucha diligencia, multitud de hormigas exhumansin cesar cifras y relatos sobre la agricultura, la ganadera, la industria,los transportes, el comercio, la moneda, la banca, los gozos y losapuros materiales de nuestros antepasados.

    Tambin la vida social, en la que se incluyen las mudanzas de lafamilia, las rudas relaciones entre ricos y muertos de hambre en haci