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Novela crim�.nal EL MDO DE SMEY = Juan Antonio de Bias L ¿ Y ésta es una cárcel para espías? Es una cárcel para los que no son capaces de reco- nocer la realidad socialista, para los que creen que tienen derecho a errar. De «El espía que vino del frío» e Cé, uno de los mejores escres que han hecho del espionaje un género litera- rio, pertenece a la cosecha inglesa de 1931. Nacido en Dorset, su padre era un negociante y ejecutivo de la alta burguesía que acabó arruinado y en la cárcel como un personaje de Dickens, pero la sociedad aristocrática britá- nica suele tener buen sentido del olvido y así John Moore Cornwell, que es su nombre verdadero, pudo estudiar en su ciudad natal y como es natu- ral, para todo el que ha leído sus novelas, pasó a Oxrd, internado en el Lincoln College. Fruto clásico de esa clase media que estudia en escue- las que se llaman públicas y son privadas, Corn- well comenzó una carrera docente, enseñando li- � teratura, antes de ingresar en el Foreing Office, pasando al servicio diplomático exterior en Ale- mania. Empezó a escribir novelas de espionaje cuando llevaba un año de ncionario y ese tra- bajo le creó la necesidad de un seudónimo que cubriera su labor en la embajada, naciendo así el nombre de John Le Carré. Cornwell proesa en el servicio exterior y es nombrado segundo secretario de la Embajada Bri- tánica en Bonn cuando acaba de cumplir los treinta años. Más tarde será cónsul en Hamburgo. Su labor en los distintos departamentos le hará conocer a ndo el servicio secreto inglés en Ale- mania, del que es uno de los principales nciona- rios, ya que en esta época nuestra han quedado difuminadas las tenues líneas que separaban al diplomático del espía. Alguien afirmó que un em- bajador es un agente no muy secreto y con inmu- nidad y como vivimos en época de masas la defi- nición se hace extensible a todo el personal de las embajadas. Le Carré publica su primer libro en 1961 con el tulo de «Llamada pa el muerto». El mercado de su país está en ese momento copado por el éxito de las obras de Ian Fleming, otro espía-escri- tor, con su exagerado agente James Bond. Así no es de extrañar que pase desapercibida una obra que deja muy atrás, en calidad literaria e interés, a los relatos sensacionalistas del agente 007. La no- vela comienza con una breve biogría de George Smiley, con lo que ya desde la primera página está presente el personaje que mejor definirá el mundo del «Circus», el apelativo interno del servicio de inteligencia, que Le Carré retrata. El protagonista es un hombre de unos cincuenta años, bajo, gordo, apacible y miope. Desconocido en los ambientes del «todo Londres» es introdu- cido en ellos por su matrimonio, el año en que acaba la Segunda Guerra Mundial, con Lady Ann Sercromb que un par de años después le abandona por un coedor de rmula uno cubano. «Viajaba sin etiquetas en el rgón de equipajes del expreso social y no tardó en convertirse en una maleta perdida». Pero esa maleta perdida tenía un histo- rial. En la década de los veinte Smiley estudiaba en Oxrd, ese Oxford siempre presente en las novelas de Le Carré como un telón de ndo o procedencia. En 1938 su preceptor le introduce en el servicio secreto, rmula clásica de captación repetida desde el Kim de Kipling al coronel La- wrence de Arabia. Como agente exterior pasa a una universidad de provincias alemana donde da clases de inglés y aprovecha para captar a algunos de sus más brillantes alumnos para la inteligencia británica. Le Carré le define: «En sus juicios so- bre agentes potenciales, Smiley era de una inhu- manidad absoluta. Era el mercenario internacional -- -= -- ------ - de su prosión, amoral y sin ningún estímulo dis- tinto a su satiscción personal». O sea un buen prosional. Una noche del invierno de 1937, desde detrás de los vidrios de las ventanas de su habitación, el prosor Smiley observa una fiesta en el patio de la universidad. Cientos de estudian- tes alemanes arrojan libros a una hoguera mientras sonríen alees. Son libros de Thomas Mann, de Freud, de Ka... así se entera Smiley de quién es el definitivo enemigo. En 1939 su trabajo se desarrolla en Suecia, ac- ando de representante de un bricante de armas cortas, lo que le permite viajar por la zona norte de Europa. En 1943, a punto de ser detectado por el contraespionaje nazi, es obligado a regresar a Gran Bretaña. La patria añorada se convierte en una realidad vacía y a las seis semanas pretende volver de nuevo al continente. No se lo permiten y le encargan trabajos de prepación de nuevos agentes. Se declara a la secretaria de su jefe y se casan al final de la guerra.

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Page 1: l!!!!!P-) · Juan Antonio de Bias L ¿ Y ésta es una cárcel para espías? Es una ... muro de Berlín mientras Smiley le grita que salte. La misión perfecta ha sido cumplida y el

Novela crim�.nal

EL MUNDO DE

SMILEY

=

Juan Antonio de Bias

L

¿ Y ésta es una cárcel para espías? Es una cárcel para los que no son capaces de reco­nocer la realidad socialista, para los que creen que tienen derecho a errar.

De «El espía que vino del frío»

e Carré, uno de los mejores escritores quehan hecho del espionaje un género litera­rio, pertenece a la cosecha inglesa de1931. Nacido en Dorset, su padre era un

negociante y ejecutivo de la alta burguesía queacabó arruinado y en la cárcel como un personajede Dickens, pero la sociedad aristocrática britá­nica suele tener buen sentido del olvido y así JohnMoore Cornwell, que es su nombre verdadero,pudo estudiar en su ciudad natal y como es natu­ral, para todo el que ha leído sus novelas, pasó a Oxford, internado en el Lincoln College. Fruto clásico de esa clase media que estudia en escue­las que se llaman públicas y son privadas, Corn-

iiiiiiiíiiiwell comenzó una carrera docente, enseñando li­� teratura, antes de ingresar en el Foreing Office,pasando al servicio diplomático exterior en Ale­mania. Empezó a escribir novelas de espionajecuando llevaba un año de funcionario y ese tra­bajo le creó la necesidad de un seudónimo quecubriera su labor en la embajada, naciendo así elnombre de John Le Carré.

Cornwell progresa en el servicio exterior y esnombrado segundo secretario de la Embajada Bri­tánica en Bonn cuando acaba de cumplir lostreinta años. Más tarde será cónsul en Hamburgo.Su labor en los distintos departamentos le haráconocer a fondo el servicio secreto inglés en Ale­mania, del que es uno de los principales funciona­rios, ya que en esta época nuestra han quedadodifuminadas las tenues líneas que separaban aldiplomático del espía. Alguien afirmó que un em­bajador es un agente no muy secreto y con inmu­nidad y como vivimos en época de masas la defi­nición se hace extensible a todo el personal de lasembajadas.

Le Carré publica su primer libro en 1961 con eltítulo de «Llamada para el muerto». El mercadode su país está en ese momento copado por eléxito de las obras de Ian Fleming, otro espía-escri­tor, con su exagerado agente James Bond. Así noes de extrañar que pase desapercibida una obraque deja muy atrás, en calidad literaria e interés, alos relatos sensacionalistas del agente 007. La no­vela comienza con una breve biografía de George

Smiley, con lo que ya desde la primera página estápresente el personaje que mejor definirá el mundodel «Circus», el apelativo interno del servicio deinteligencia, que Le Carré retrata.

El protagonista es un hombre de unos cincuentaaños, bajo, gordo, apacible y miope. Desconocidoen los ambientes del «todo Londres» es introdu­cido en ellos por su matrimonio, el año en queacaba la Segunda Guerra Mundial, con Lady AnnSercromb que un par de años después le abandonapor un corredor de fórmula uno cubano. « Viajabasin etiquetas en el furgón de equipajes del expresosocial y no tardó en convertirse en una maletaperdida». Pero esa maleta perdida tenía un histo­rial. En la década de los veinte Smiley estudiabaen Oxford, ese Oxford siempre presente en lasnovelas de Le Carré como un telón de fondo oprocedencia. En 1938 su preceptor le introduce enel servicio secreto, fórmula clásica de captaciónrepetida desde el Kim de Kipling al coronel La­wrence de Arabia. Como agente exterior pasa auna universidad de provincias alemana donde daclases de inglés y aprovecha para captar a algunosde sus más brillantes alumnos para la inteligenciabritánica. Le Carré le define: «En sus juicios so­bre agentes potenciales, Smiley era de una inhu­manidad absoluta. Era el mercenario internacional

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de su profesión, amoral y sin ningún estímulo dis­tinto a su satisfacción personal». O sea un buenprofesional. Una noche del invierno de 1937,desde detrás de los vidrios de las ventanas de suhabitación, el profesor Smiley observa una fiestaen el patio de la universidad. Cientos de estudian­tes alemanes arrojan libros a una hoguera mientrassonríen alegres. Son libros de Thomas Mann, deFreud, de Kafka ... así se entera Smiley de quiénes el definitivo enemigo.

En 1939 su trabajo se desarrolla en Suecia, ac­tuando de representante de un fabricante de armascortas, lo que le permite viajar por la zona nortede Europa. En 1943, a punto de ser detectado porel contraespionaje nazi, es obligado a regresar aGran Bretaña. La patria añorada se convierte enuna realidad vacía y a las seis semanas pretendevolver de nuevo al continente. No se lo permiteny le encargan trabajos de preparación de nuevosagentes. Se declara a la secretaria de su jefe y secasan al final de la guerra.

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Dos años después el espionaje torna a ser un negocio de importancia y regresa al servicio, pero los tiempos han cambiado. «El inspirado dilettan­tismo de un puñado de hombres de grandes cuali­dades y poca paga, había dejado paso a la eficacia, la burocracia y la intriga de un amplio departa­mento gubernamental» que dirige Maston «al que los grandes conocían, con quien se sentían a gusto porque sabía reducir todos los colores al gris que ellos preferían y que además sabía moverse como ellos. Un hombre de capa y puñal, que lleva la capa ante sus amos y guarda el · puñal para sus siervos». El nuevo mundo de Smiley «pasillos bri­llantemente iluminados y jóvenes elegantes que le hicieron sentirse anticuado». Pero los viejos caba­llos de carreras no olvidan su estilo.

En una misión de comprobación, motivada por un anónimo, Smiley entrevista a un cargo de asun­tos exteriores, Fernnan, al que se acusa de ser comunista. El agente confirma que la acusación no tiene visos de realidad y se va. Se sorprenderá cuando su jefe Maston le llame, en plena noche, para decirle que Fernnan se ha suicidado, dejando una carta en la que acusa al servicio secreto de presionarle. Fernnan es un judío que fue en Ox­ford marxista, pero ese pasado es más una reco­mendación política que un motivo para suicidarse.

mal fondo para un crimen, se produce el duelo final entre Smiley y su ex-alumno. Dieter recuerda la amistad y a pesar de ir armado no dispara y el inglés sí lo hace. Después pronuncia su epitáfio: «Traidor a Alemania, no importaba que fuera la nazi, tenía que compensarlo. Era uno de esos edi­ficadores del futuro que no hacen más que des­truir». Las palabras de Smiley para el alemán puede que le describan como definición existen­cial. Al menos el marxismo es una idea a la que servir, pero ¿a quién sirve George Smiley?

La novela se transformó años más tarde en una buena película en la que James Mason interpre­taba el papel de Smiley con corrección. El film fue aún más cruel que la novela, ya que aquí Smiley asesinaba a su antiguo amigo no por deber profe­sional sino por haberse servido de su mujer para su trabajo. El agente inglés mata en «acto de ser­vicio» por celos, lo que le hace distanciarse del personaje literario pero quizá lo humanice un poco al dar una explicación más comprensible para sus actos. En la película destacaba una buena labor de la actriz Simone Signoret y la presencia, siempre estólida aunque sea gesticulante, de Maximilian Schell como Die ter.

En su momento de publicación «Llamada para el muerto» no tuvo apenas éxito y Le Carré dejó

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Algunos estudiantes ingleses sintieron de verdad la llamada de la solidaridad proletaria, como el poeta John Comford que se alistó en las Brigadas Internacionales para luchar en España y ya no regresó. Fernnan era de los otros, de los intelec­tuales «que se querían mucho unos a otros y creían amar a la humanidad, que se peleaban unos contra otros y creían pelear contra el mundo». Algunos merecían la pena, pero fueron pocos y entre ellos no estaba el judío marxista que acaba­ría haciendo carrera en la burocracia capitalista.

El agente inglés acude a la casa de Fernnan para suavizar el asunto y se encuentra con la viuda que es una amargada superviviente de los campos na­zis de concentración. Un telefonazo que atiende Smiley creyendo que es para él, le da la sorpresa de un recado de la central avisando de la hora tal como lo había solicitado el abonado el día ante­rior.

Los suicidas no suelen dejar aviso para que les llamen al día siguiente. Hay algo que no encaja en esa llamada para el muerto ...

De regreso al absurdo de meter una tragedia en un informe de tres folios Smiley comienza su an­dadura que le lleva a descifrar el caso en el que

· resucita un trozo de su pasado, en Die ter, uno delos agentes que reclutó en Alemania y que ahoratrabaja para el Este. Dieter es un judío socialista,lisiado y con tendencia a creerse Lord Byron enlucha por la libertad. Tras un asesinato durante larepresentación de «Ricardo III», lo que no es un

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el tema del espionaje para escribir «Asesinato de calidad», una novela estrictamente policial cen­trada en un crimen ... en un college de Oxford y protagonizada de nuevo por Smiley. El personaje creado en el primer relato es demasiado bueno para abandonarlo y de alguna forma estará siem­pre presente en el resto de su novelística.

En 1963 surge «El espía que vino del frío» que en España se tradujo como «El espía no vuelve». Con ella la editorial N oguer encabezó una colec­ción de obras policíacas y de espionaje de calidad apartando al público de la moda James Bond, que contaba entre sus incondicionales al presidente Kennedy.

«El espía que vino del frío» comienza en Berlín, en un punto de cruce del muro, mientras Alee Leamas, el responsable de la red local inglesa, espera el paso de uno de sus agentes. El agente es liquidado antes de llegar a la zona occidental. El responsable de la liquidación es Mundt, un perso­naje secundario de «Llamada para el muerto», con

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lo que Le Carré va estableciendo los lazos y nexos que harán de sus relatos un mundo familiar y reconocible a los seguidores de la saga.

«Cambridge Circus» ha cambiado. El anterior jefe Maston ha sido sustituido por Control, un profesional cortés, comedido y duro, extremada­mente duro. Lo que en Maston era astucia buro­crática es en Control peligroso maquiavelismo. Para el servicio secreto inglés el fracaso de Berlín es la constatación de que deben eliminar a Mundt, un hombre que empezó su carrera en las Juventu­des Hitlerianas y se ha convertido en un profesio­nal de la guerra fría al servicio de los comunistas. Para liquidarlo Control planea una operación que le desacredite ante el Partido con la ayuda del «oficialmente» retirado Smiley y el agente Gui­llam, un nombre a recordar ya que en el mundo de Smiley va a representar la lealtad incondicional. Leamas. el responsable de la red eliminada en Berlín acepta ser el cebo. Comienza un descenso a los infiernos para el espía que se degradará para cumplir una misión en la que nada es lo que apa­renta. Al final Leamas se hace matar en el mismo muro de Berlín mientras Smiley le grita que salte. La misión perfecta ha sido cumplida y el espía, peón de un ajedrez que otros juegan con él, se queda definitivamente en el frío. Jaque y mate.

del Este, al que se obliga a aceptar la misión. El protagonista luchará por llevar a cabo su labor lo que le costará la vida cuando ya los responsables se han dado cuenta del error. De nuevo el retrato de Le Carré está hecho sin concesiones y Smiley es más un personaje determinante que presente. Esta historia también se llevó al cine pero fue un fracaso sin paliativos. Estrenada en España du­rante el reinado del general Franco recuerdo la amarga carcajada que soltó el público al oír afir­mar al protagonista: «Nos iremos a España, el país del sol. Allí tendremos libertad».

En 1968 aparece « Una pequeña ciudad en Ale­mania», quizá su obra maestra. Hasta esa novela la longitud de los relatos de Le Carré era la «nor­mal» de unas doscientas páginas, pero desde ésta va aumentando la extensión lo que unido a su estilo reiterativo en la exposición y muy breve en la acción, algo parecido a lo que hacia Conrad, le convierten en un autor de difícil lectura y sin embargo sus seguidores se cuentan por millones. En « Una pequeña ciudad en Alemania» cuenta cómo un empleado germano del servicio diplomá­tico inglés se toma en serio el problema del na­zismo que vuelve y trata de eliminar a un político nazi-demócrata que camina irresistiblemente hacia la dictadura constitucional. La muerte será su

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La novela fue un extraordinario éxito de público y crítica. Le Carré se convierte en un autor de moda mundial y como es lógico en millonario. No tardó mucho en ser llevada al cine, esta vez de manos del director norteamericano Martín Ritt que retrató, en blanco y negro, la sórdida historia dándole un tono que se ajustaba al relato. El prin­cipal papel lo interpretó el actor británico Richard Burton al que acompañaba la actriz Claire Bloom. La película terminó de universalizar el nombre de Le Carré que a partir de entonces pudo imponer sus condiciones a editoriales y productoras de cine y televisión.

Dos años después de su multitudinario triunfo Le Carré publica su cuarta novela con el título de «El espejo de los espías». Ha dejado de ser di­plomático y se dedica exclusivamente a escribir. El antiguo profesor de Eton, especializado en lite­ratura alemana al igual que su personaje Smiley, pasa de enseñarla a realizarla. Su carrera de di­plomático-espía ha durado de 1960 al 64.

«El espejo de los espías» es una triste historia en la que se cuenta cómo la rutina y las costum­bres burocráticas pueden llevar al drama. Un agente británico muere atropellado y los micro­films que acababa de recoger se pierden en la nieve. Automáticamente en el Inteligent Service se piensa que ha sido un asesinato de la compe­tencia y les falta tiempo, para preparar una acción de respuesta. Esta vez el peón sacrificado sin nin­gún escrúpulo por los jefes será un pobre exilado .

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pago, ya que el antifascismo sólo es un recuerdo en los viejos agentes de la guerra secreta que ahora tienen que obedecer incondicionalmente a sus amos, para los que lo único importante es que los enemigos de ayer se transformen en los autori­tarios aliados de hoy frente a la amenaza comu­nista. Los años pasados por Le Carré en Bonn le permiten retratar con dureza la estupidez y la in­triga que reinan en esa ciudad provinciana conver­tida, sin esperarlo, en la capital de una Alemania económicamente fuerte, pero a la sombra protec­tora de los ejércitos aliados, que siguen estaciona­dos en territorio germano desde el final de la Se­gunda Guerra Mundial y no parecen dispuestos a marcharse. La novela es tan amarga que no ha encontrado productora para llevarla al cine a pe­sar de que Le Carré es una firma comercial sol­vente. Quizá porque a nadie le interesa el tema del retorno del fascismo que en realidad nunca se fue.

En 1971 Le Carré abandona el mundo del es­pionaje literario y escribe «El amante ingenuo y sentimental», una novela que pretende ser la des­cripción de las dudas de un burgués cuarentón y resulta ser una añoranza por el tiempo perdido. Durante tres años el escritor prepara su nueva obra con la que retorna al tema de los servicios secretos y que en Inglaterra se llamará «Calde­rero, sastre, soldado, espía» por la referencia al estribillo de una canción de corro de un juego infantil. Aquí fue publicada como «El topo».

Ha pasado el tiempo. Smiley ha vuelto a su

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retiro y hace un año que Control murió de un ataque cardíaco. Su última operación en Checos­lovaquia resultó un rotundo fracaso, con la cap­tura de un agente herido y más tarde canjeado. De la gente de Smiley sólo queda en activo Guillam que le informará de que en la dirección del « Cir­cus» hay un traidor, un «topo» preparado por Karla, el jefe de la competencia rusa y rival per­sonal de Smiley durante años. La posibilidad de un enfrentamiento con Karla hace que Smiley vuelva al trabajo, a espaldas del «Circus», en unión de su viejo equipo. Con Karla, Le Carré

introduce un personaje fascinante, que a pesar de ser una referencia toma consistencia de protago­nista como el otro yo de Smiley, más allá del espejo que supone la barrera política. Karla co­mienza su trabajo en la guerra civil española al lado de los franquistas (igual que el periodista Kim Philby) bajo la cobertura de ser un ruso blanco. Durante la Segunda Guerra Mundial forja su le­yenda al convertirse en uno de los mejores agen­tes soviéticos. Después, como a tantos otros, la recompensa a sus sacrificios será un campo de concentración en Siberia. Pero a pesar de Stalin, Karla sigue creyendo en el comunismo y vuelve al servicio después de la muerte del Zar Rojo. En el tiempo en el que se prepara una nueva purga Karla cae en manos de Smiley en la India. La entrevista entre ellos es una victoria para Karla que prefiere que le deporten y la posibilidad de una muerte entre los suyos a la vida que le ofrece el inglés si colabora con él.

A varios años de esa entrevista, convertida en permanente obsesión de Smiley, el asunto del «topo» la hace retornar y el inglés logra desen­mascarar al agente de Karla, que resulta ser el nuevo jef e del «circus» íntimo amigo de Smiley y uno de los múltiples amantes de su mujer. El

· personaje de Haydon, genial, pintor, jefe de inteli­gencia y traidor es un ente imaginario que se con­vertirá en realidad. Dos años después de la apari­ción de la novela Sir Anthony Blount, pintor de laReina y alto cargo en el servicio secreto británico,

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resulta ser un espía comunista. La ficción relatada por Le Carré ha resultado una premonición.

«El topo» fue convertido en un serial de T.V. por la B.B.C., cuya mejor baza radicaba en la interpretación de Smiley por Alee Guinness, uno de los escasos grandes intérpretes del teatro euro­peo y del cine mundial. Su papel fue tan brillante que para cualquiera de los lectores de Le Carré los rasgos de Smiley ya serán siempre los de Guinness. A pesar de la dificultad de convertir la serie en imágenes, por su lentitud y confusión, su pase por nuestra «caja tonta» constituyó un gran éxito de público que la siguió con entusiasmo du­rante varias semanas y aumentó las ventas de las anteriores novelas de Le Carré.

En 1977 escribe «El honorable colegial» reto­mando el final de «El topo» y abandonando los habituales escenarios europeos para centrar la ac­ción en el Sudeste Asiático. Principalmente en Hong-Kong, donde aún quedan hombres que si­guen soñando que el Imperio Británico existe, soldados de un tiempo pasado, conservadores sin nada que conservar, atrapados entre sus sueños de gloria marchita y la decepcionante realidad de su país, que ha pasado de protagonista mundial a espectador de segunda fila a pesar del rugido de las Malvinas.

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Tras la caída de Haydon, Smiley es el nuevo «amo» del «Circus» que se empeña en reorganizar el servicio partiendo de cero. Uno de los informes ocultados por el traidor señala hacia Hong-Kong. Con la gran tienda de Britania en liquidación por derribo, aún quedan algunas mercancías que res­guardar antes de venderlas a los primos norteame­ricanos y Smiley envía a uno de sus agentes, Wes­terby, un personaje secundario de la anterior no­vela, para que ponga orden en la red local frente a la frontera china. La misión principal consiste en neutralizar a un chino capitalista del que se sospe­cha que sea un agente comunista. La operación tiene éxito, pero en los hombres como Westerby que se forjaron leyendo a Kipling y acabaron por creer en el honor, siempre queda un poso de ro­manticismo. Ese romanticismo del colegial Wes­terby le hará pasar la barrera.

Hasta ahora los espías de Le Carré dudaban de sí mismos y de la causa a la que sirven pero deteniéndose siempre en la frontera del patrio­tismo. El honorable colegial pasa la raya y lo hace empuñando un arma contra sus mismos compañe­ros. Ha comprendido, o intuido, dónde estaba la dignidad. Y muere sin que su sacrificio sirva para arreglar nada.

Las cartas han sido de nuevo bien jugadas, pero Smiley tendrá que preguntarse para qué sirve la victoria.

En 1980 aparece «La gente de Smiley» final de

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la trilogia sobre el duelo personal que enfrenta a Smiley y a Karla, los dos principales protagonistas de la saga. Los viejos centuriones coloniales han caído en el polvo y hasta su recuerdo se ha per­dido. Los rusos han llegado a Kabul sin que nadie imponga multas a sus blindados por exceso de velocidad. En el desfiladero del Khyber ya no hacen guardia los Lanceros Bengalíes. Ignorando la realidad, Smiley, solitario y de nuevo jubilado, surge de las sombras para recuperar un tiempo perdido. Ha pasado el tiempo de Inglaterra, no hay colonias que conservar ni prestigios que man­tener pero queda gente como Smiley que guardan su lealtad para su propia gente, sin disfraces ideo­lógicos de coberturas económicas.

El asesinato de un exilado comunista, uno de los hombres de Smiley, le obliga a salir de su retiro para enfrentarse a Karla. El Karla atractivo de «El topo» se convierte aquí en un malísimo bolchevique, capaz de todas las atrocidades no para servir al Partido sino por ambición personal. Le Carré cae en el anticomunismo virulento pre­sagiando los ya muy cercanos tiempos de Reagan. Parece como si después de la muerte del honora­ble colegial haya tenido miedo de seguir por ese camino y el social-demócrata que hay en el ex-di­plomático influye en el novelista para que dé un

paso atrás. Después de las anteriores obras retro­cedemos a una historia de buenos y malos, en la que abundan los toques melodramáticos y los tó­picos difícilmente creíbles. Karla, el hombre ínte­gro que prefería la muerte a la traición, puede haber cambiado totalmente pero no resulta creí­ble. Sería más aceptable que Smiley dé un paso adelante que el ruso, que tiene la fe puesta en el «camino irreversible de la Historia», diese un paso atrás. Igualándose al espía comunista y utilizando sus mismas armas, Smiley consigue devolver a Karla la derrota. Al término del duelo el inglés ha triunfado, aunque el paisaje después de la batalla resulta desolador. Con el pasado impidiendo un futuro para volver con su mujer, con un retiro sellado por la ley de secretos oficiales, con Karla derrotado, Smiley no tiene ya ni el recurso del odio para seguir viviendo. Y encima ha de cargar con su autodesprecio, pues para vencer al ruso ha tenido que aceptar que todo es válido con tal de ganar.

Quizá no volvamos a encontrarle. El tiempo es definitivo y por tanto hay que prepararse para el adiós final: Ave atqua vale, Smiley ... Pero el «Circus» seguirá. El mundo libre no renuncia a defenderse y así lleva aguantando los últimos tres mil años. Veremos cuál es la reflexión-justifica­ción futura del Hyde-Jekyll que coexiste en un conservador ex-diplomático con-vertido en un casi radical novelista de espionaje.

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