los usos polÍticos de la memoria de pilar calveiro

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    * Profesora e Investigadorade la Benemrita Universidad Autnoma de Puebla, Mxico.

    Pilar Calveiro*

    Los usos polticos de la memoria

    LAS RECONFIGURACIONES DEL PODER en Amrica Latina se ins-criben en una reorganizacin de la hegemona mundial. Si bien estaafirmacin puede ser ampliamente validada como parte del sentidocomn de nuestro tiempo, al hablar de hegemona no necesariamentese hace referencia al mismo fenmeno. Quiero partir, por lo tanto,de una precisin de este concepto, de uso frecuente y de contenidosambiguos.

    Desde la Antigedad, la hegemona se vincul con un poder su-premo capaz de tomar decisiones polticas e imponerlas gracias a una

    superioridad econmica y militar, pero tambin gracias a la capacidadde establecer un modelo culturalmente vlido. La hegemona se consi-deraba, por lo tanto, un poder de hecho, que dentro delcontinuum in-flujo/dominio ocupa[ba] una posicin intermedia, que oscila[ba] unasveces hacia un polo y otras veces hacia el otro (Bobbio, 1981: 772).Se reconoca, pues, una doble dimensin de los procesos hegemni-cos que incorporaba la fuerza y el reconocimiento. Tiempo despus, lospensadores del Risorgimentono slo reconocan sino que resaltabanla legitimidad moral y civil de la hegemona por sobre la supremaca

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    poltico-militar. Por fin en el siglo XX, Antonio Gramsci rescat estaidea de la hegemona como un problema vinculado ciertamente a lafuerza pero sobre todo al consenso, a la adhesin social hacia un de-terminado sistema de valores y a una concepcin del mundo en que la

    ideologa desempea un papel fundamental. Desde su punto de vista,la clase dominante no slo dominaba por la fuerza sino porque ofrecauna concepcin del mundo creble y aceptable que presentaba su do-minio como natural, necesario y conveniente para el inters general.As, la hegemona se diferencia del simple dominio porque la direccineconmica y poltica de la sociedad se ampla como direccin moral eintelectual, haciendo viable el dominio. La hegemona organiza tantola coercin necesaria para mantener un poder como el consenso que lohace creble y culturalmente aceptable. En otros trminos, el dominio

    sin hegemona, la fuerza sin consenso y discurso legitimador, no seranviables; la hegemona garantiza esta conjuncin que conjuga la fuerza,el engao, la prescindencia, y los consensos pasivos o activos; no es slofuerza sino sobre todo legitimacin de esa fuerza, como ncleo del Es-tado, como hegemona revestida de coercin (Gramsci, 1975: 165).

    El concepto de hegemona que se utilizar en este trabajo no serefiere a la exclusiva capacidad de direccin basada en la influenciaeconmica o el poder de la fuerza sino a esta articulacin entre la ca-pacidad coercitiva y la posibilidad de establecer consensos, visiones del

    mundo aceptables, explicaciones vlidas, de manera que la hegemo-na no toca slo a las instancias organizadoras del poder social, comoel Estado, sino que penetra profundamente en las visiones del mundoaceptables y aceptadas por la sociedad en su conjunto o, por lo menos,por capas mayoritarias de la misma. As, hablar de reconfiguracioneshegemnicas no es hablar de movimientosen la cpula sino de trans-formaciones profundas en las percepciones y los imaginarios sociales;no involucra exclusivamente a los centros de poder sino a las socieda-des en las que estos se sustentan.

    La reorganizacin hegemnica en curso no es ajena a estas con-sideraciones. Estamos transitando de un modelo bipolar a otro global,ambos con un fuerte componente autoritario. Este trnsito involucraun uso extraordinario de la violencia pero que no ocurre de manera ais-lada sino que se articula con una construccin diferente de lo poltico,lo social y lo subjetivo. En consecuencia, las formas especficas que asu-me la violencia no son fortuitas sino que tienen correspondencia con laforma de organizacin del poder poltico, las representaciones socialesy los valores vigentes que la hacen aceptable. Por ello, al analizar lasformas de la violencia como estructuradoras de un sistema hegem-nico, se las considera como indicadores de las caractersticas de unaforma especfica de organizacin del poder, que permite hurgar en susrasgos ms visibles y tambin en los ms ntimos; y una prctica que,

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    realizndose desde los estados, sesostiene y normaliza en el seno de lasociedad, gracias a las distintas dimensiones de la hegemona.

    Como todo proceso histrico, la actual reconfiguracin hege-mnica reconoce rupturas con respecto al pasado ms o menos inme-

    diato, pero tambin continuidades, que es preciso establecer. En estetrnsito, la memoria juega un papel de puente ogozne,cargando tantoel pasado como el presente, contaminando uno con otro y atribuyn-doles significacionesextraas que dificultan la explicacin de ambos.Por lo tanto, tratar de esbozar las caractersticas principales de am-bos momentos siguiendo el hilo de la violencia estatal como parte deun complejo hegemnico y sus diferencias, para analizar cul es elpapel de la memoria y sus usos polticos en el trnsito de una configu-racin hegemnica a otra.

    BIPOLARIDAD

    El concepto de bipolaridad se utiliza para hacer referencia a un fe-nmeno especfico: la organizacin del mundo a partir de la segundaposguerra. No obstante, la idea de un mundo dividido en dos, antag-nicos y excluyentes, se fue gestando desde antes y estuvo presente enlos proyectos totalitarios previos a la Segunda Guerra. Incluso desde laPrimera, verdadero parteaguas en la historia de Europa, se hizo patentela voluntad de exterminio de los otros. Los pases que intervinieron en elconflicto se enfrentaron entre s en una guerra masiva, que ocasion lamuerte de 1,8 millones de soldados alemanes, 1,6 millones de franceses,800 mil britnicos y 116 mil americanos (Hobsbawm, 2001: 34), perosobre todo, de muchos millones de civiles, inaugurando as las grandesmatanzas del siglo XX, que afectaron sobre todo a poblacin indefensa.Tambin fue entonces (y no en la Segunda Guerra) cuando se inicila prctica del genocidio mxima expresin del pensamiento binariocomo voluntad de exterminar a un pueblo en tanto tal, como Otro so-brante e innecesario, con el asesinato de 1,5 millones de armenios porparte de los turcos.

    Ya en laSegunda Guerra, la proporcin de las bajas civiles conrespecto a las militares se increment notablemente produciendo entretres y cinco veces ms muertos que en la Primera, por lo cual se esti-ma que murieron 59 millones de personas. Es importante resaltar quela mayor parte de estas perteneca a los pases perdedores, ya que laspotencias ganadoras sufrieron menos bajas que en la Primera Guerra,lo que denota los principios de indiscriminacin pero, a la vez, de se-lectividad de la matanza. Se extermin a una vastsima poblacin, queinclua a los grupos considerados sobrantes en la sociedad europeaen particular judos y gitanos, mediante el desarrollo de tecnologasde exterminio masivas y eficientes, como medio de garantizarlo. Enzo

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    Traverso considera la guerra total como laboratorio del totalitarismo(Traverso, 2003), asociando de manera directa ambos fenmenos. Fueen ese contexto que se organizaron los campos de concentracin comomaquinarias de muerte serial y masiva. Auschwitz se constituy as en

    la figura paradigmtica de la exclusin de una parte de la humanidadconsiderada sobrante, para extraer de ella todo lo valioso y todo lo utili-zable, desechando luego los cuerpos como cascarones vacos, y hacin-dolos desaparecer sin dejar huella.

    Para los nazis, el Otro sobrante se identific racialmente, loque llev al asesinato de 5 millones de judos y 1,5 millones de gita-nos junto a otrosprescindibles-peligrosos como los homosexuales ylos comunistas.

    Para los estalinistas, en cambio, el Otro se construy poltica-

    mente como eldisidente, figura a la que se agregaron tambin una seriede otros, disfuncionales para el proyecto estatal. A las vctimas del Pri-mer Plan Quinquenal (1928-1933) estimadas entre nueve y doce millo-nes, es necesario aadir las vctimas de la Gran Purga se calcula quefueron ejecutadas tres millones de personas y detenidas y deportadasentre cinco y nueve millones (Arendt, 1981: 465).

    Esta forma de organizacin de lo represivo en torno al modeloconcentracionario pone de manifiesto el alma del totalitarismo, comoorganizacin binaria del mundo y la sociedad, entre un Uno Estatal y

    un Otro prescindible y peligroso quedeba y mereca ser destruido. Losrasgos especficos que acompaaron a lo que se podra designar comounpatrn totalitario fueron: a) la pretensin de dominio mundial, tantopor el nacionalsocialismo alemn como por el comunismo estalinista;b) la penetracin del Estado en todos los mbitos de la vida pblicay privada; c) la atomizacin y masificacin de la sociedad, que com-prendi una fuerte desorganizacin de la misma; d) el genocidio, comovoluntad estatal de destruccin de grupos completos de personas por suidentidad racial, religiosa o poltica; e) las masacres de masas que deno-tan la irrelevancia de las personas en relacin con los objetivos ltimosysuperiores; f) los campos de concentracin como institucin represivadel Estado; g) el terror como instrumento de dominio y control social;y h) la alta destructividad hacia los otros pueblos pero tambin haciadentro mismo de la sociedad totalitaria.

    El hecho que cierra la Segunda Guerra y abre a su vez el perodode la Guerra Fra, como conectorentre ambos momentos, fue el lan-zamiento de las bombas atmicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Si laPrimera Guerra marc a las sociedades europeas con una violencia des-conocida hasta entonces, y la Segunda las aterroriz con las experien-cias totalitarias, este fin de la Guerra y la entrada triunfal de EstadosUnidos como gran ganador de Occidente, abri paso a un nuevo terror:el terror nuclear.

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    El horror de Hiroshima no reside en sus 200 mil vctimas saldoterrible y, sin embargo, insignificante frente a la carnicera de la Segun-da Guerra sino en que abri la era de un nuevo terror: la posibilidaddel holocausto nuclear.

    Hiroshima seala la extensin de la lgica binaria a nivel plane-tario, con el inicio de un mundo bipolar y el ascenso de la hegemonanorteamericana en Occidente. Estados Unidos marc su dominio conuna violencia tambin desconocida hasta entonces, que era a la vez la de-mostracin de su superioridad militar y sobre todo de la decisin de uti-lizarla para asegurar su supremaca. De hecho ha sido, hasta el presente,el nico pas que hizo uso del armamento nuclear. Por su parte, el ataquesobre Hiroshima, siendo un hecho completamente novedoso, condensasimismo muchas de las caractersticas que haban estado presentes en

    las dos grandes guerras del siglo: la afectacin indiscriminada de la po-blacin civil, las masacres tecnolgicas, distantes fras e innecesarias y lapreservacin de la propia fuerza militar a cualquier costo del oponente.

    Sobre esta sucesin de terrores, que va de la Primera Guerra ala Segunda y ms tarde al inicio de la Guerra Fra, se estructur la lla-madaedad de oro del mundo occidental. No se puede considerar casualla expresin que se refiere alholocausto nuclearcomo acto de memoriaque vincula el intento de exterminio de un pueblo con la posibilidadde exterminio de la especie, terror vigente a lo largo de los aos del

    auge capitalista. La expresin recoge la memoria de una historia quese inscribe como memoria del miedo, como marca que permanece y sedespierta ante las nuevas amenazas.

    As, paralelamente al florecimiento de las economas de Occiden-te, la Guerra Fra supuso el manejo de un terror generalizado sobre lahumanidad en su conjunto. La divisin del mundo en dos bandos exclu-yentes, amenazantes y antagnicos, bajo el esquema amigo-enemigo,seala la persistencia y expansin de una lgica binaria y guerrera, dematriz claramente autoritaria1.

    1 Considero al autoritarismo como un fenmeno estrechamente ligado al totalitarismo,segn las caractersticas desarrolladas por Teodoro Adorno enLa personalidad autoritaria(1950). En ese trabajo, Adorno y sus colegas descomponen la matriz de relacin social enla que se forman los sujetos autoritarios. Esta matriz se caracteriza, precisamente, porla construccin de un universo binario, uno de cuyos polos expresa la norma inapelable,impuesta desde un principio de autoridad, supuestamente superior en trminos morales eincluso naturales; por su parte, el Otro es una agregacin de lo que no corresponde a dichanorma. Ese Otro se construye como despreciable y peligroso, lo que avalara la necesidadde destruirlo. As se pretende explicar la accin violenta en su contra como preventiva.Siendo en realidad objeto de la agresin, se invierte la situacin y se coloca al Otro en la

    posicin de agresor hipottico o potencial. Es evidente que la matriz autoritaria promue-ve las prcticas guerreras por su intolerancia hacia toda diferencia, que constantementeintenta eliminar. La violencia y la guerra, en todas sus manifestaciones, ocupan en ella unlugar privilegiado.

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    No se puede pensar el perodo de Guerra Fra como una pocade paz. Thomas Hobbes deca que la guerra no consiste solamente enbatallar, en el acto de luchar, sino que se da durante el lapso de tiempoen que la voluntad de luchar se manifiesta de modo suficiente (1992:

    102). Esta voluntad de luchar se expres, durante la Guerra Fra, no enun enfrentamiento entre las potencias, que las hubiera destruido por susituacin de empate relativo en el terreno del armamento blico, sinoen el traslado del enfrentamiento hacia el llamado Tercer Mundo. Elescenario de la confrontacin, as como su costo en vidas humanas, sedesplaz hacia los pases perifricos, donde las potencias mantuvieronsu situacin de guerra, disputando zonas de influencia, probando suarmamento y haciendo demostracin de la potencia relativa de cadabloque. Entre 1945 y 1983 se libraron ms de cien conflictos locales,

    con un costo de entre 19 y 20 millones de muertos (Hobsbawm, 2001:433), el doble de vctimas que dej la Primera Guerra, pero ahora sobrepoblacin de la periferia, finalmente prescindente. Entre estos conflic-tos, la guerra de Vietnam merece una mencin especial por el costo de2 millones de vidas, por el nmero de vctimas civiles y, sobre todo,por ser una intervencin extremadamente moderna: basada en una pla-nificacin racional con computadoras y un ejrcito de especialistas[que] moviliz un armamento sumamente sofisticado [...] la cantidadde bombas y explosivos utilizados en Vietnam fue superior a todo el

    arsenal empleado en la Segunda Guerra Mundial. Como en el caso deHiroshima la masacre no fue un fin en s mismo sino un medio poltico(Lwy, 2003: 45).

    La persistencia de un enfrentamiento sordo entre los bloquesy el desplazamiento de la guerra hacia la periferia no fueron los ni-cos signos de violencia de esta poca. Si bien las potencias de ambosbandos mantuvieron el monopolio nuclear, durante todo el perodose dedicaron tambin a la exportacin de armamento ligero y pesadocomo negocio rentable. Promovieron as la diseminacin de la violen-cia en todo el planeta. Uno y otro bando apoyaron gobiernos, movi-mientos insurgentes y toda clase de organizaciones que requirieran desu material blico dando impulso al complejo militar-industrial, comoactividad econmica altamente rentable y dinmica. As, ciertas or-ganizaciones terroristas, mafias y organizaciones delincuenciales dediverso tipo resultaronfuncionales a la acumulacin y la prosperidadeconmica de laedad de oro.

    A mediados de los aos setenta se produjo una oleada de revo-luciones y movimientos nacionales, ligados con la crisis de legitimidadde la hegemona norteamericana que acompa su derrota en Vietnam.Se trat de movimientos de caractersticas diversas, que oscilaron entreproyectos nacionales de corte democrtico hasta propuestas ms radi-cales de orientacin socialista, comunista o trotskista. Estos tuvieron

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    una expresin particularmente importante en Amrica Latina y se po-dran englobar, genricamente, en propuestas de corte nacional, popu-lar y socialista, opuestas al modelo que pretenda liderar EE.UU. en elcontinente. En todos los casos fueron objeto de una cruenta represin,

    desplegada por los grupos hegemnicos nacionales, pero alentada ypropiciada por EE.UU., para impedir su consecucin.

    Algunos de estos movimientos, inspirados en la Revolucin Cu-bana y en algn sentido a su cobijo, intentaron la va armada para acce-der al control del Estado. As se organizaron movimientos guerrilleros,tanto urbanos como rurales, en muchos pases de Amrica Latina, entreellos Argentina, Brasil, Colombia, Chile, El Salvador, Guatemala, Mxi-co, Nicaragua, Per, Uruguay, por mencionar algunos.

    El uso de las armas, en algunos de estos movimientos, fue desli-

    zndose hacia una prctica cada vez ms militar que poltica, fenme-no que se potenci por la represin brutal de la poca. Pero la prdidade la brjula poltica actu en contra de los propios movimientos y ma-logr la posibilidad de mantener y ampliar la alianza de vastos sectoressociales, interesados en ese momento en un proyecto alternativo.

    La represin sobre la izquierda en general y sobre los gruposms radicales en particular se produjo al abrigo de la llamada Doctrinade Seguridad Nacional, en virtud de la cual los conflictos nacionalesse lean a la luz de la gran confrontacin entre Occidente y el mundo

    socialista, en el contexto de la Guerra Fra. Poco importaba que lasluchas nacionales no se orientaran a constituir pases alineados con elbloque socialista, como era el caso evidente del peronismo argentino oel del moderadsimo socialismo chileno; el slo hecho de que no fueranincondicionales del imperio los haca potencialmente peligrosos.

    As, se abortaron proyectos tan diferentes como el socialistade Salvador Allende, la amplia alianza de la izquierda uruguaya o laRevolucin Sandinista, mediante la violencia y el terror, con polticasacordadas entre los grupos de poder latinoamericanos y propiciadaspor EE.UU. En el caso del Cono Sur, el Plan Cndor fue la expresinms clara de esta estrategia, que consisti en la creacin de una extraay gigantesca red, en la que se entrelazaron la DINA chilena, la OCOAuruguaya, la AAA argentina, los servicios paraguayos y brasileos, la P2italiana, la OAS francesa, grupos fascistas espaoles y grupos de cuba-nos anticastristas (Calloni, 2001).

    El Plan Cndor en el Cono Sur, as como los dems operativos re-presivos de la poca, fueron prcticas de Estado que utilizaron mtodosilegales, por lo que se conocieron, en los pases afectados, comoguerrassucias. Aunque bajo diferentes modalidades, su comn denominadorfue la desaparicin de personas. El genocidio tnico ocurrido en Guate-mala o el genocidio poltico perpetrado en Argentina, aunque menoresen nmeros absolutos y este es un hecho sin duda relevante ponen de

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    manifiesto lgicasresonantes con las experiencias totales del siglo XXy se utilizaron, de igual manera, para diseminar el terror y paralizar asociedades conflictivas y resistentes. Cabe sealar que no estuvieron au-sentes de la experiencia latinoamericana los campos de concentracin-

    exterminio de los que existe registro tanto en el caso argentino como enel paraguayo. En Amrica Latina, el Otro a eliminar se construy comootro poltico, caracterizado como subversivo. Bajo esta denominacinse asimil a una serie de otros: todos aquellos que representaran una al-ternativa para el proyecto hegemnico norteamericano. As se elimina una generacin de dirigentes polticos, sociales, sindicales, militaresnacionalistas, sacerdotes progresistas, intelectuales alternativos, des-cabezando, desarticulando, vaciando las sociedades que se intentabapenetrar y controlar.

    Las guerras sucias no fueron ms que unasguerras parciales den-tro de otra guerra ms amplia, la Guerra Fra. No es que unas fueranrealmente subsidiarias de la otra sino que EE.UU., para ganar su guerra,la guerra planetaria, deba asegurar el control hemisfrico desterrandocualquier proyecto poltico que no le asegurara el control total de suAmrica. Tanto la aplicacin del Plan Cndor en el Cono Sur como lasguerras de Centroamrica en los aos ochenta pueden entenderse eneste contexto, lo que hace pertinente hablar de derrota, o de una suce-sin de derrotas, de proyectos muy distintos entre s, pero todos ellos

    alternativos. Las circunstancias internas de cada uno fueron decisivaspero no se puede desconocer que todas formaron parte de algo ms ge-neral: guerras dentro de otra guerra de corte global; derrotas dentro deotra derrota, en el marco de una reorganizacin hegemnica que impli-c nuevos papeles para los pases de la regin, para sus elites dirigentese incluso para sus Fuerzas Armadas.

    La nueva fase de acumulacin capitalista requera liberar a laeconoma de las cargas del Estado social, que entr en franca crisisdurante los aos ochenta. Para ello era preciso ganar la Guerra Fra ydeshacerse de un modelo en competencia con la lgica de acumulacincapitalista que, para colmo, impona fronteras territoriales a la expan-sin de los mercados. Pero el primer paso en este combate deba ser uncontrol hemisfrico indiscutible. Si EE.UU. perda en este terreno nopodra liderar la nueva era global. Es por ello que eliminar cualquier al-ternativa a su hegemona continental se convirti en un hecho crucial.Ganar laguerra sucia fue una precondicin para tener posibilidad en lanueva fase de acumulacin. As fue que se invirtieron todos los recursosnecesarios para asegurar la derrota de cualquier proyecto alternativo enAmrica, una derrota que fue no slo militar sino tambin poltica.

    Se sell entonces el triunfo de una nueva forma de organizacinnacional, acorde con la reorganizacin hegemnica global, que pas porel vaciamiento de las economas con la implantacin del modelo neoli-

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    beral, el vaciamiento de la poltica con la implantacin de lademocraciavertical y autoritaria, producto de la eliminacin de todas las formas deorganizacin y liderazgo alternativos yel vaciamiento del sentido mismode la nacin y de la identidad latinoamericana con la implantacin de

    nuevas coordenadas de sentido individualistas y apolticas. Tal vez seapor esta situacin devictoria previa a la gran victoria que abrira defini-tivamente el proceso globalizador, que el neoliberalismo, como nuevomodelo de recambio econmico, se introdujo de manera tan tempranaen Amrica Latina (1973 en Chile, 1976 en Argentina).

    As pues, la Guerra Fra en el mbito internacional y la GuerraSucia en el hemisfrico, fueron procesos de mutua correspondencia.De ambas guerras resultaron ganadores y perdedores, pero es precisosealar que la derrota militar y poltica de los proyectos alternativos

    latinoamericanos se obtuvo en el contexto de polticas de terror quemarcaron profundamente las sociedades de nuestros pases para indu-cirlas a la inmovilidad y la obediencia. Se grab en ellas el miedo y laimpunidad del Estado como seal que permanece visible, que se puedereconocer y que convoca, simultneamente a la parlisis y, en ciertossectores, a la resistencia.

    Estosprocesos guerreros se asentaron y se convalidaron en socie-dades autoritarias, que los sostuvieron y padecieron a la vez. La lgicabinaria, como eje de un mundo bipolar, no fue exclusiva de los estados

    sino que penetr en los grupos opositores, en las sociedades y en lasmentes, estructurando buena parte de la poltica y las representacionesdel perodo. Se trata de una organizacin de la hegemona y la contra-hegemona basada en la estructuracin del mundo y la sociedad en dospartes excluyentes y antagnicas. De un lado el Estado, como instan-cia de homogeneizacin y aglutinamiento social; enfrente suyo y comoOtro construido por el propio Estado, la agregacin de los numerososotros discordantes y supuestamente amenazadores, que espreciso des-truir para salvaguardar la nacin. Segn este esquema se organiza lasociedad y la poltica desde la perspectiva de la necesidad de control yapropiacin del Estado asociado con la nacin y se estructura la lu-cha poltica bajo los ejes amigo-enemigo, donde cualquier conciliacines traicin, y donde ambos campos operan por su homogeneizacininterna y la eliminacin de la diferencia, entendida siempre como ame-naza. El objetivo es el acuerdo, el consenso y la unidad para eliminar eldisenso interno y vencer as al enemigo, que esten la vereda de enfren-te. Se puede tratar de una poltica de masas o de elites pero, en amboscasos, ya sea para reivindicar a la masa o para excluirla, comprende ala sociedad. Desde este punto de vista, vanguardia y elite pueden en-tenderse como conceptos simtricos aunque de sentidos inversos. Unapretende incorporar a la masa con su mediacin; la otra, excluirla porsu incompetencia, pero ambas reivindican para s mismas una misin

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    pedaggica sobre el conjunto social. En ltimo trmino, la visin bina-ria termina por ser unitaria porque tiende, primero, a unificar todas lasdiferencias en un otro genrico y amenazador, para luego destruirlo odesaparecerlo. Si bien esta lgica se presenta tanto en la elite como en

    la vanguardia, su foco de irradiacin es tanto histrica como social-mente el aparato de un Estado, a la vez, homogneo y homogeneizanteque, para alcanzar esa unificacin imposible debe recurrir de maneraconstante y creciente a la violencia y a la guerra.

    GLOBALIZACINYREORGANIZACINHEGEMNICA

    El derrumbe de la Unin Sovitica, al romper el mundo bipolar, sell lavictoria de Occidente y cre la ilusin del triunfo del bien inaugurandouna aparente hegemona unipolar, la de EE.UU., reforzada de mane-ra constante por su creciente despliegue militar. Sin embargo, hastaqu punto se puede hablar de dicha hegemona, considerando que ellapresupone indudablemente que se tienen en cuenta los intereses y lastendencias de los grupos sobre los cuales se [la] ejerce (Gramsci, 1975:55), y que debe ostentar un proyecto econmico, poltico y moral, capazde ser asumido como propio por las fuerzas que lidera.

    En el caso norteamericano, los economistas sealan una serie deluces rojas, como el dficit de su balanza comercial2, la retraccin dela actividad industrial y una economa basada en el consumo antes queen la produccin lo que, en este sentido, la hace dependiente. Sin em-bargo, el sobreconsumo norteamericano que succiona gran cantidadde los recursos mundiales es indispensable para mantener la econo-ma global. A su vez, EE.UU. sigue siendo el centro poltico del sistemaeconmico mundial, por la gran atraccin de capitales que ingresana sus mercados en busca de una seguridad que tambin es necesariosealarlo tiende a debilitarse.

    En trminos polticos, el deslizamiento de la democracia nor-

    teamericana hacia una oligarqua, controlada crecientemente por elcomplejo corporativo (militar-industrial-financiero-comunicacional),pervierte y dificulta sus propios mecanismos, como se hizo palpable enla crisis final del gobierno de Bill Clinton y en el dudoso proceso electo-ral que atribuy el triunfo a George W. Bush.

    Por su parte, en el terreno internacional, EE.UU.ha abandonadoel intento de construir una alianza mundial poderosa, capaz de conside-

    2 Entre 1990 y 2000 el dficit comercial estadounidense pas de 100 mil a 450 mil millo-

    nes de dlares, e involucra su intercambio con pases importantes como China, Japn,la Unin Europea en trminos globales, Rusia, Mxico e Israel, entre otros. Asimismo,otros indicadores sealan la creciente dependencia de la economa norteamericana(Todd, 2003: 18 y 61).

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    rar y agrupar otros intereses compatibles con los propios. En cambio,en su afn de control unipolar tiende a relacionarse con todos los pasesdel orbe, incluso con sus antiguos aliados europeos, como sbditos desegunda categora, lo que dificulta la posibilidad de articularlos poltica

    e ideolgicamente a su proyecto.La superioridad militar norteamericana y el uso unilateral de la

    fuerza a escala planetaria parece ser el mbito de su mayor ventaja re-lativa. La exhibicin de potencia militar, por ahora sobre pases dbiles,intenta hacer ostensible su voluntad de dominio planetario y la inexis-tencia de contrapeso alguno. Sin embargo, esta superioridad militar es,a la vez, absoluta y relativa. Ciertamente, EE.UU. es la mayor potencianuclear, lo que le da la posibilidad de destruir, si lo desea, a cualquiernacin. Pero tambin es cierto que no ostenta el monopolio del arma-

    mento atmico, por lo que puede, a su vez, ser destruido por los otrosestados que cuentan con tecnologa equivalente aunque en un gradomenor, colocndolo en una posicin de empate relativo.

    En trminos ms generales, podra decirse que, siendo EE.UU.la nacin que impuls los principios econmicos y polticos que dieronlugar a la fase global actual, este mismo proceso ha afectado profun-damente a la estructura interna de la nacin dominante, debilitando sueconoma y deformando su sociedad (Todd, 2003: 17). Por su parte, enlo internacional se evidencia ante el mundo como una nacin costosa,

    predadora, agresiva, que amenaza la supervivencia de la especie y dela vida misma. No parecen ser estas las condiciones de una hegemonaascendente o en consolidacin. Por qu, sin embargo, EE.UU. aparecehoy como el gran poder mundial?

    En realidad, la gran reorganizacin hegemnica del capitalismomoderno no es de carcter nacional, aunque utilice a los estados cen-trales para penetrar el mundo en su conjunto corroyendo parte de lasestructuras vigentes y reorganizndolas en torno a los nuevos princi-pios hegemnicos.

    Se trata de una nueva fase deacumulacin capitalista

    basada enel ya aejo desplazamiento de la actividad productiva por la provisindeservicios financieros , comerciales, comunicacionales ahora con la pri-maca de las grandes corporaciones transnacionales, hegemonizadas asu vez por las que operan en el sector financiero.

    Las empresas transnacionales son las redes y el tejido conectivode acuerdo con la expresin de Antonio Negri de un mercado cons-tituido realmente como nico, segn la antigua aspiracin del capita-lismo. Para el funcionamiento eficiente de esta red corporativa trans-nacional se requera una reorganizacin mundial que rompiera todaclase de barreras geogrficas, polticas, e incluso subjetivas. As comoen sus orgenes el capitalismo se centr en la actividad comercial, tam-bin ahora el trfico se ubica en el centro de la vida econmica, para

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    permitir circulaciones de todo tipo de productos y servicios: armas,drogas, personas, nios, rganos, semen; nada escapa a la condicinde mercanca-servicio.

    La conduccin de este proceso, en manos de las redes corpo-

    rativas transnacionales ha implicado una concentracin escandalosade los recursos, la riqueza, el poder y el conocimiento, que da lugara una polarizacin creciente a nivel global, cuya expresin no es es-trictamente nacional. Si bien existe una situacin de privilegio de lasllamadas economas centrales, dentro mismo de ellas crecen los gru-pos excluidos y marginales perifricos. De la misma manera, las elitesde la periferia, y en particular las de Amrica Latina, favorecen lapenetracin de la red corporativa transnacional asocindose o articu-lndose con ella, gracias a lo cual se profundizan las diferencias y se

    acrecienta la polarizacin, que termina favorecindolas y permitin-doles la creacin de microespacios de privilegio semejantes a los delas economas ms transnacionalizadas. En Amrica Latina, entre 1y 3% del total de la poblacin concentra la mayor parte de la riquezay el poder (Saxe Fernndez, 1999: 212) de la regin, lo que la colocaen estndares y estilos de vida propios del centro, o ms bien, de losactuales centros de poder global.

    Laprivatizacin de los bienes pblicos ha sido una parte esencialde este proceso, como verdadera reapropiacin privada [...] de lo que

    es comn (Hardt y Negri, 2002: 279). En realidad, no se trata slo de unmovimiento privatizador sino de un proceso general de reorganizacinde lo pblico y lo privado, con fuerte dominio de esta ltima esfera.

    Como parte de estas transformaciones, lasdemocracias formaleshan resultado altamente funcionales para la penetracin de las nacionesy los estados. Gestionadas por elites polticas que alcanzan el gobiernocon cierta legitimidad a travs de manejos de ingeniera electoral y unadespolitizacin creciente, se asocian y articulan con la red corporativay sus intereses econmicos, formando verdaderas oligarquas, entendi-das estas segn su acepcin ms clsica, es decir, como

    gobierno de losricos. Este proceso ocurre tanto en las naciones centrales como en laperiferia y, en el caso de Amrica Latina, guarda extraordinaria seme-janza con la dominacin oligrquica de fines del siglo XIX y principiosdel XX, como lo estudia detenidamente Eduardo Saxe Fernndez. As,la elite econmica y financierapenetra en la jurisdiccin y la autoridaddel Estado y controla los mecanismos de decisin, gracias a su alianzacon las elites polticas,abriendo el Estado y la nacin y dejndolos inde-fensos. Todo esto traiciona los principios bsicos de la democracia, enparticular los de representacin y participacin. De la misma manera,las relaciones entre las naciones, los organismos internacionales, lascorporaciones, el mercado, las comunicaciones se mueven por meca-nismos no democrticos sino fundamentalmente corporativos, es decir

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    cerrados: los centros del sistema se cierran, contrariamente al discursodominante que pregona las virtudes de una apertura sin lmites paralas periferias, por supuesto.

    Se desarrolla una especie deesquizofrenia entre un discurso que

    reconoce como nico principio de legitimacin a la democracia, frentea prcticas sociales y polticas que lo desmienten. En realidad, inclusoel discurso democrtico est lejos de proponer una democracia fuerte yparticipativa; por el contrario, justifica la imposicin dedemocracias pro-cedimentales, controladas por las elites y cuyos mecanismos garantizanlaapertura nacional, que da paso a la depredacin por parte de las redescorporativas transnacionales. Al mismo tiempo, su supuesta legitimidadle cierra el paso a otros modelos de cierre o proteccionistas, inacepta-bles para la globalizacin del mercado. Mientras los centros de poder se

    cierran, la democracia formal garantiza la apertura de las periferias (re-gionales, sociales, tnicas) para su penetracin. De ello se encargan laselites polticas que generan, desde dentro mismo del Estado nacional, sudebilitamiento y descrdito, as como el de sus instituciones

    As pues, elaparato del Estado no es irrelevante en el proceso desu propia corrosin, ni en los pases centrales ni en los perifricos. Losestados centrales controlan los organismos comerciales, financieros ypolticos que implantan, mediante diversos mecanismos de presin, li-neamientos para asegurar la expansin de las grandes corporaciones.

    Pero, sobre todo, manejan los aparatos represivos internos y las fuerzasmilitares que les permiten el control global y funcionan como verdade-ros garantes de la nueva forma de acumulacin, imponiendo opersua-diendo. Ciertamente, la influencia econmica reconoce un origen pol-tico y militar y he aqu el papel de centralidad, de gran poder mundial,del Estado norteamericano.

    La concentracin del armamento nuclearen unos pocos pasesestablece cierto equilibrio de respetos mutuos entre ellos, y hace quecualquier desafo a las potencias sea literalmente impensable para lasperiferias; en este nivel sigue siendo vigente el monopolio ya no del Es-tado sino de los estados nucleares, o bien las instancias estatales trans-nacionales articuladas a ellos y dirigidas por EE.UU. como gran poten-cia nuclear, en el uso de la fuerza militar decisiva de nuestro tiempo. Deall la importancia que reviste en la situacin actual la no proliferacinde armamento nuclear en regiones o estados que pudieran salir del con-trol centralizado y cuyo desarrollo los colocara en posicin deparidadrelativa, obligando al centro a establecer tratos ms equitativos.

    La violencia estatal tiene un papel central en el proceso de reconfi-guracin y se reorganiza principalmente bajo dos modalidades: a) la gue-rra antiterrorista que incluye la persistencia del modelo concentraciona-rio, aunque bajo una modalidad limitada por el momento; y b) la exten-sin del sistema carcelario y las nuevas prisiones de alta seguridad.

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    Con respecto a la guerra antiterrorista es importante detenernosun momento en el concepto mismo y en su aplicacin. El terrorismocomprende el uso de la violencia indiscriminada, por su intensidad ypor sus medios, ejercida principalmente sobre poblacin civil con el ob-

    jeto de controlarla a travs del terror. Como es evidente, el terrorismoms frecuente y feroz, tanto del mundo bipolar como del global, no esotro que el terrorismo de Estado. Sin embargo, son precisamente los es-tados y en particular el ms agresivo de ellos, EE.UU., los que declaranla guerra contra el terrorismo.

    Hay una cierta indefinicin del trmino terrorismo que permiteasimilar a esta categora cualquier resistencia armada, con la eviden-te finalidad de proteger el monopolio del Estado en el ejercicio de lafuerza. Adems de la falsedad de esta asociacin, la laxitud del trmino

    permite acomodar en l fenmenos muy diferentes, como: a) el terroris-mo global desplegado por los estados en sus guerraspreventivas, cuyasvctimas principales son civiles y cuyo objeto es el control planetariopor medio del miedo; b) el terrorismo igualmente global de grandesredes, como Al Qaeda, oscuramente vinculadas por sus orgenes y porsus intereses con grupos de poder de las grandes potencias y las re-des corporativas; c) las acciones terroristas de grupos nacionales, queson indiscriminadas pero solamente sobre la poblacin del pas queconsideran ocupante, y cuyas aspiraciones no son de orden global; por

    su parte, estos grupos suelen enfrentarse al terrorismo de los estadosocupantes como es el caso de Israel contra los grupos palestinos o deRusia contra los chechenos; y d) las acciones de grupos armados queno operan contra poblacin civil, no hacen un uso indiscriminado dela violencia ni tampoco intentan controlar a la poblacin por el miedopero que, sin recurrir a ninguna de las prcticas terroristas son tacha-dos de tales por el solo hecho de utilizar la violencia como parte de suprctica poltica. Esta asimilacin de violencia y terrorismo no es msque una manera de desautorizar cualquier forma de uso de la fuerzaque no provenga del Estado o sus

    asociados.

    A su vez, la definicin de peligrosidad extrema del terrorista esla justificacin para un tratamientopreventivo al margen de cualquierproteccin legal. As, un terrorista no es aquel que cometi un acto mso menos tipificable en esa direccin, sino cualquiera a quien se conside-re potencialmente capaz de cometerlo. El terrorista se construye comouna categora difusa, en la que puede incluirse a muchos Otros tnicos,polticos, raciales; en este sentido, se podra decir que encarna al Otroen el mundo global.

    Expresiones muy distintas de la violencia poltica, social, tnica,religiosa, mafiosa, se agregan bajo la categora de terrorismo y, en con-secuencia, se asimilan a un patrn delincuencial, como forma de garan-tizar una represin ilimitada de los mismos. As pues, la construccin de

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    esta figura favorece la suspensin de la legalidad y el estado de derecho anivel global propiciando y legitimando la detencin ilegal de miles desos-pechosos. Pero adems, y sobre todo, al presentarse al terrorismo comoelpeligro de nuestro tiempo e incluirlo como prioridad de la agenda inter-

    nacional, opera como elemento justificatorio de una guerra permanen-te, necesaria para la poltica de penetracin global. Al mismo tiempo, lalucha antiterrorista permite la diseminacin del terror estatal y crea unambiente de miedo generalizado en los centros y en las periferias que,como todo terror, acta paralizando y anonadando.

    Si la construccin del fenmeno terrorista permite las polti-cas de guerra permanente y operar sobre la disidencia por fuera decualquier dispositivo legal, las categoras de delito, delincuente y lacreciente obsesin por la seguridad que conjuga la lucha contra el

    terrorismo y la lucha contra la delincuencia organizada permiten elencierro de amplios sectores sociales de difcil integracin al actualmodelo econmico y social.

    El hecho se hace evidente por la extensin del fenmeno de aisla-miento de una poblacin cada vez mayor en las instituciones carcelarias.El crecimiento del sistema penitenciario es un fenmeno generalizadoque alcanza los niveles ms altos en EE.UU., pero que se presenta tam-bin en otros pases centrales, como Francia, o bien perifricos, comolos latinoamericanos. Sucede que es ms costoso un delincuente libre

    que en prisin, pero adems, un delincuente libre, si es un pobre, noproduce ganancias mientras que internado en una crcel privatizada,bajo la modalidad de una empresa moderna, es la materia prima quepermite su funcionamiento y genera ganancias.

    El despliegue de esta violencia estatal gigantesca, a travs de laguerra a nivel planetario y de grandes aparatos de encierro hacia dentrode las naciones, es fundamental para asegurar la penetracin global eintentar la desarticulacin de toda forma de organizacin o identidadresistente. Se trata del uso del terror, la fragmentacin y la parlisisviejos instrumentos de los poderes totales para imponer un podercorporativo, privado, fragmentador y diferenciador, cuya homogeneiza-cin reside en la reduccin de la vida al consumo. Siendo radicalmentedistinta, la reorganizacin global de la violencia estatal tiene resonan-cias atronadoras con los autoritarismos y los totalitarismos previos.

    ElEstado latinoamericano se ha disciplinado aceptando el con-trol de su territorio y entrando en la lgica de las polticas de seguridadglobal y nacional que se le imponen, tan uniformemente como las eco-nmicas. A la vez que garantiza las operaciones de las corporacionestransnacionales, en muchos casos tiende a desbaratar la nacionalidad,las instituciones pblicas y a desmantelarse a s mismo como instanciaautnoma. Podra decirse que, en un movimiento perverso, el Estadoy la burocracia se autodestruyen, ya que tienden a minar su propio

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    poder al favorecer la expansin de las redes transnacionales que loscorroen. Todo ello ha implicado un altsimo costo social que est am-pliamente documentado.

    En este contexto, la corrupcin no puede entenderse como una

    disfuncionalidad sino que es inherente al modelo. Por una parte se ligacon la inestabilidad o descomposicin de una hegemona para la rear-ticulacin de otra. Pero tambin se vincula con la proliferacin de lacriminalidad y las mafias, perfectamente funcionales a la globalizacindel mercado ya que lo expanden incluso a las reas prohibidas, comoel trfico de drogas, de personas, de rganos. Adems, son parte de lasredes de expansin del miedo social, con miras a lograr la desconfianza,el abandono de los espacios pblicos y el encierro de las personas y dela sociedad misma en los espacios seguros y privados, incentivando as

    la parlisis colectiva. Como si fuera poco, permiten el crecimiento delos cuerpos policacos que aseguran el control social y realimentan a lasmafias. Por fin, la creciente criminalidad y elamafiamiento de la econo-ma y la poltica son funcionales porque corrompen las sociedades y susestados, permiten su penetracin y hacen de los polticos y los empre-sarios, cmplices y socios menores de los centrales. En este sentido, lacorrupcin es piedra angular de la dominacin (Hardt y Negri, 2002:353), como instrumento de penetracin y desarticulacin del mercado,la poltica, la comunicacin y los sujetos.

    En este marco, las comunicaciones juegan un papel esencial. Elcomercio, la industria, la circulacin de capitales, el podero militar yla legitimidad poltica se fincan, cada vez ms, en el trabajo inmaterialy en las comunicaciones. La nueva organizacin del poder, en el sentidode la produccin y reproduccin material y subjetiva, remite a unpodercomunicacional.

    Lo comunicacional estructura a tal punto los procesos que laredse convierte en modelo de organizacin universal, tanto del poder con-cebido como red que atrapa o rizoma que se expande como de las resis-tencias, incapaces de salirse, fugar del esquema de la red y romperla.

    La dominacin se ejerce a travs de redes comunicativas que pe-netran en todos los mbitos: el productivo, el represivo, el educativo, elrecreativo. De hecho, no hay lugar al que estas no lleguen, precisamenteporque no estn sujetas a un territorio y porque, a su vez, favorecen losprocesos de desterritorializacin y globalizacin en curso. Pero no setrata en verdad de comunicacin, sino de un proceso principalmenteunidireccional, ms ligado con la forma: informacin, formacin deopinin y formateo del sujeto. Se estructura desde puntos concentradosde emisin, buscando unapenetracin comunicativa multidireccional;como el poder mismo, estcerrado en su centro y permaneceabierto enla periferia receptiva. Estacomunicacin no deja espacio vaco, ni silen-cio; llena de ruido para poder simultneamente extraer y vaciar. Para

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    succionar toda vida y toda potencia, rellena con sus productos hasta lasterminaciones capilares del sistema.

    El poder comunicacional es parte sustantiva de la nueva organi-zacin hegemnica. Si toda hegemona comprende coercin y consen-

    so, lo comunicativo, sin ser ajeno a lo coercitivo e incluso apoyndolocomo en los nuevos sistemas carcelarios, corresponde principalmen-te a la dimensin consensual del poder, a la penetracin del sujeto paralograr la legitimacin o la anuencia. Esta accin se logra por una con-centracin que tiende a ser monoplica y que acta como extensin dela red corporativa (de la que forma parte) y de los aparatos estatalescentrales. As como las comunicaciones se organizan en corporacionesque tienden al monopolio, otro tanto ocurre con las armas de destruc-cin masiva (como ya se seal), la tecnologa, los recursos naturales y

    los flujos financieros, como lo adelant Samir Amin desde hace aos.Por ltimo, si todo poder moderno, desde la construccin de lassoberanas estatales, se pretendi dueo de la vida y la muerte, hoy estadimensin alcanza su mxima expresin. Nunca como en el presente,dado el desarrollo de la tecnologa nuclear, el Estado tuvo la posibilidadde acabar masiva y selectivamente con la vida humana, o bien de arras-trarla a una posible extincin. Otro tanto ocurre con la posibilidad deun desastre ecosocial de dimensiones fatales. Pero lacapacidad de darvida, mucho ms ilusoria hasta ahora, parece realizarse hoy en las m-

    quinas hacedoras de materias primas, de naturaleza. Procesos tcnicoscomo la clonacin o la creacin de transgnicos remiten directamenteal control y la creacin de vida biolgica, as como lo comunicacionalcrea vida poltica, social y simblica. Todos ellos, a su vez, as comodan vida, administran inseparablemente la muerte por cncer, degra-dacin del medio, exceso de vulos fecundados, aislamiento y rupturadel vnculo social. Pero lo decisivo es que tanto la capacidad letal comola vital se sujetan a la lgica del mercado global; la totalidad del mundoen el que las fronteras entre la naturaleza, el ser humano y la mquina se

    desdibujan, pasa a ser parte del capital, y su lgica de competencia, re-

    produccin, ganancia, exclusin y concentracin crecientes.No se puede sealar un lugar fijo del poder en la actual reconfi-

    guracin hegemnica. Ms que de una desterritorializacin en sentidoestricto, se puede hablar dedistintos focos de poder, que organizan entorno suyo crculos concntricos mltiples, que no corresponden ensentido estricto a las fronteras nacionales. Dentro de cada nacin, seacual sea, se encuentran desde los que pertenecen a la esfera de mayorconcentracin hasta los que ocupan una posicin ms marginal, y cier-tamente se pueden identificar, a nivel global, distintoscentros conecta-dos y reticulados entre s.

    En realidad ocurre una articulacin de lo internacional, lonacional y lo local formando redes o centros de poder de penetracin

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    unidireccional. Se podra decir que el mecanismo predominante con-siste en abrir, penetrar, desarticular, vaciar en una sola direccin: delcentro a la periferia. Se trata de un proceso devaciamiento sistemtico de las riquezas naturales, la infraestructura, el potencial humano, la

    poltica, el sentido y la vida misma, que requiere de la apertura en laperiferia y el cierre del centro. Por su parte, la resistencia, que operatambin por aperturas y cierres, lo hace en los sentidos opuestos. Deall que toda forma de cierre de la periferia sea desautorizada de in-mediato por el centro.

    El discurso de la sociedad global reivindica siempre esta apertu-ra unidireccional. Supuestamente, contra lasoposiciones binarias de lamodernidad, el discurso actual se abre a la diferencia, la circulacin, lafluidez y la hibridacin pero slo en la medida en que facilita la pene-

    tracin de las periferias por el centro. Simultneamente, y como si nohubiera contradiccin alguna, se verifican las prcticas de cierre, con-trol de los flujos y preservacin de la pureza en los centros (geopoltico,social, econmico), replicando la doble lgica del mercado: apertura ycompetencia en coexistencia y tensin con el cierre y el monopolio conque opera el capital global.

    La hegemona global corresponde a unpatrn multicntrico, perono por ello menos concentrado ni excluyente. De hecho, la concentra-cin se incrementa y, bajo la modalidad de la red, expande su alcance

    y su penetracin.Desplaza la importancia del Estado y lo pblico comoreferentes de la lucha poltica, privatizando todos estos espacios, es de-cir hacindolos dciles a intereses particulares, opacos e inaccesibles.Como consecuencia, enfatiza y exalta los aspectos privados de la vida,presentndolos alpblico como foco central de inters.No se estructuraen campos enfrentados sino en redes flexibles que proliferan y penetranespacios antes separados. Se organiza corporativamente, lo que implicala toma de decisin por organismos cerrados y jerrquicos, a la vez quereivindica la apertura de la periferia para la penetracin de las redesglobales. As

    los mecanismos de apertura y cierre operan a la manera delos sistemas autopoiticos descriptos por Luhmann, siempre desde lasnecesidades del sistema y no del entorno. Promuevedemocracias forma-les y una organizacin poltica tolerante, con rechazo de toda forma deviolencia no estatal. Por el contrario, promueve la tolerancia cero y el usode toda la fuerza del Estado para las conductas ilegales que, por reglageneral, se criminalizan. La gestin democrtica, as como las demsfunciones de produccin y reproduccin hegemnicas, se fincan en laorganizacin y vigilancia de la comunicacin social mediante redes infor-

    mativas corporativas. El discurso que predomina es, por lo tanto, el deapertura, tolerancia, flexibilidad, comunicabilidad, pluralidad, cosmo-politismo que tan bien nossuena porque aparece como contraparte delpensamiento binario, pero en el que secontrabandea una reorganizacin

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    hegemnica que, en verdad, no es ms abierta, ms comunicativa ni msplural. Por el contrario, sus componentes violentos, excluyentes, frag-mentadores parecen sealar la profundizacin de los rasgos ms autori-tarios de una modernidad, en que lo global sera a la vez traicin y snte-

    sis, perversin y consumacin, ruptura y reapertura de lo moderno.

    MEMORIAS

    Toda reorganizacin hegemnica pretende instaurar un corte radicalcon aquella que la precedi pero, en realidad, los procesos histricos ysociales no operan de esta manera sino que permanentemente inaugu-ran lo novedoso a la vez que establecen nexos y continuidades con loya vivido. La memoria opera como puente que, articulando dos orillasdiferentes, sin embargo las conecta. Al hacerlo nos permite, como actocentral, recordar aquello que se borra del pasado, o bien se confina enl, precisamente por sus incmodas resonancias con el presente.

    Las sociedades guardan memoria de lo que ha acontecido, dedistintas maneras. Puede haber memorias acalladas y que sin embar-go permanecen e irrumpen de maneras imprevisibles, indirectas. Perotambin hay actos abiertos de memoria como ejercicio intencional,buscado, que se orienta por el deseo bsico de comprensin, o bien porun ansia de justicia; se trata, en estos casos de una decisin conscientede no olvidar, como demanda tica y como resistencia a los relatos c-modos. En este sentido, la memoria es sobre todo acto, ejercicio, prcti-ca colectiva, que se conecta casi invariablemente con la escritura.

    Sin embargo, puede haber muchas formas de entender la memo-ria y de practicarla, que estn a su vez vinculadas con los usos polticosque se le dan a la misma porque, ciertamente, no existen las memoriasneutrales sino formas diferentes de articular lo vivido con el presente.Y es en esta articulacin precisa, y no en una u otra lectura del pasado,que reside lacarga poltica que se le asigna a la memoria.

    Sera conveniente partir de una primeradistincin entre el relatohistrico y la memoria. La diferencia entre uno y otra no es tajante nireside en la supuestaobjetividad de la historia, siempre imposible. Sinembargo, esta tiene la necesidad de construir a partir de documentos yfuentes una versin que, aunque recoja distintas voces es, finalmente,una construccin cuya estructura y cuya lgica son nicas y correspon-den al historiador en su dilogo con los hechos y con los procesos queestudia. En este sentido, ya sea como historia del poder o de la resisten-cia procede principalmente bajo la modalidad del archivo.

    La memoria, en cambio, parte de la experiencia, de lo vivido, dela marca inscripta de manera directa sobre el cuerpo individual o colec-tivo. Sin embargo, en lugar de quedarfijada en la marca, la cualidad dela memoria reside en que es capaz de trascenderla, de asignarle uno o

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    varios sentidos para hacer as de una experiencia nica e intransferiblealgo transmisible, comunicable, que se puede compartir ypasar.

    Por partir de la experiencia directa, la memoria es mltiple comolo son las vivencias mismas. Por ello, parece ms adecuado hablar de

    las memorias, en plural, que de una memoria nica. La multiplicidadde experiencias da lugar a muchosrelatos distintos, contradictorios, am-bivalentes que el ejercicio de memoria no trata de estructurar, ordenarni desbrozar para hacerlos homogneos o congruentes. Por el contrario,su riqueza reside en permitir que conviva lo contrapuesto para dejar queemerja la complejidad de los fenmenos, pero tambin para abrir pasoa diferentes relatos. De esta forma, la memoria no arma como un rom-pecabezas, en donde cada pieza entra en un nico lugar, para construirsiempre la misma imagen; sino que opera a la manera de un lego, dando

    la posibilidad de colocar las mismas piezas en distintas posiciones, paraarmar con ellas no una misma figura sino representaciones diferentescada vez. Es por ello que, en esta clase de construccin, no puede haberun relato nico ni mucho menosdueos de la memoria.

    Adems de la diversidad de las historias, de acuerdo con las dife-rentes experiencias, tambin existe una reconstruccin de las mismasa lo largo del tiempo, de manera que la memoria de un mismo aconte-cimiento difiere segn los momentos en que se lo recuerda. Se podradecir que consiste en un mecanismo de hacer y deshacer permanente-

    mente el relato, una especie deactividad virsica que corrompe, carco-me, reorganiza una y otra vez los archivos. Esta cualidad no se puedeentender como unafalla de la memoria ni como una falta de fidelidadde la misma, sino como algo inherente a ella. Pero entonces, en quconsistira la fidelidad de la memoria?

    En realidad, la memoria no es un acto que arranca del pasadosino que se disparadesde el presente, lanzndose hacia el pasado. En pa-labras de Walter Benjamin, se trata de aduearse de un recuerdo tal ycomo relumbra en el instante de un peligro (Benjamin, 1994: 178). Enefecto, son los peligros del presente los que convocan a la memoria, entanto una forma de traerel pasado como relmpago, como iluminacinfugaz al instante del peligro actual. Pero las urgencias del presente con-vocan a evocar el pasado como una forma, a su vez, de abrir el futuro,el proyecto, lo por-venir. En este sentido, la fidelidad de la memoria noreside jams en la reproduccin idntica de una misma historia, comose supone que alguna vez fue, porque la repeticin constante seca elrelato quitndole vida, a la vez queseca los odos que lo escuchan obs-truyendo elpasaje; en suma, es inadecuada. La transmisin reiterativa,punto por punto, una y otra vez, slo es apropiada para aquello que setiene que repetir como las tcnicas y los rituales, pero no para aquelloque es materia de aprendizaje por medio de la experiencia. Para abrirel pasado, y con l, el presente y el futuro, hay que hacerlo encontrando

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    lascoordenadas de sentido de ese pasado y, al mismo tiempo, los senti-dos que el mismo adquiere a la luz de las necesidades del presente.

    La fidelidad de la memoria reclama, pues, un doble movimiento:recuperar los sentidos que el pasado tuvo para sus protagonistas y, al

    mismo tiempo, descubrir los sentidos que esa memoria puede tenerpara el presente. Se trata, por lo tanto, de una conexin de sentidos quepermita reconocer y vincular los procesos como tales, con sus continui-dades y sus rupturas, antes que la rememoracin de acontecimientos,entendidos como sucesos extraordinarios y aislados.

    En este sentido, la memoria es un gozne que articula pasado,presente y futuro, pero no necesariamente constituye una prctica re-sistente. En realidad, segn cmo se acople la memoria del pasado a losdesafos del presente, se estar construyendo un relato que puede ser

    resistente o funcional al poder.Si toda memoria tiene la doble dificultad de reconocer los sen-tidos del pasado para conectarlos con los del presente, en el caso quenos ocupa el trnsito del modelo bipolar al global, la dificultad semultiplica, precisamente porque lo que marca la diferencia entre uno yotro es una reconfiguracin hegemnica que implica, como se seal alprincipio, una reorganizacin econmica, social, poltica, pero tambinuna reorganizacin de los sistemas de valores y de lo que podramos lla-mar lasconstelaciones de sentido. Un momento y el otro tienen distintas

    lgicas y construcciones de sentido.La organizacin bipolarreivindicaba lo estatal, lo pblico y lopoltico como posibles principios de universalidad. Admita la lucha,la confrontacin y la revolucin, como formas vlidas de la prcticapoltica. Guardaba las fronteras nacionales, ideolgicas, de gnerocomo principio de convivencia. Tenda a pensar la realidad segn es-quemas binarios explotados y explotadores, justo e injusto, correctoe incorrecto. Reivindicaba la disciplina, la razn y el esfuerzo comovirtudes deseables en los individuos. Por supuesto, estos rasgos con-vivan con sus contrarios y con toda la gama de matices que jams sepueden expulsar de la realidad, pero se podra decir que, tendencial-mente, organizaban la visin del mundo predominante y aceptada porelsentido comn de la poca.

    La reorganizacin global a la que asistimos ha construido unaconstelacin del todo diferente, basada en la valorizacin de la sociedadcivil y lo privado, por oposicin al Estado y al sistema poltico. Reivin-dica la concertacin y condena toda forma de violencia abierta. Tiendea la ruptura o desdibujamiento de las fronteras geogrficas, tnicas, re-ligiosas, de gnero. Exalta las diversidades y la organizacin de tipo re-ticular. Los sujetos reivindican la personalizacin, la individualizacin,el sentimiento y el disfrute. Estos valores, que esconden un potencialautoritario tan poderoso como los anteriores aunque se exprese de

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    manera diferente, se presentan prcticamente como incuestionablesen el mundo actual, precisamente porque son parte de la reconfigu-racin de los imaginarios y los sujetos. Como en el caso anterior, noimpiden la aparicin de sus contrarios pero, por lo regular, losexpulsan

    de la representacin y del discurso.Aunque en principio tan distantes, el modelo bipolar y el global

    guardan relaciones significativas entre s. Las lgicas de la red comuni-cativa, la democracia, la apertura y la tolerancia parecen ubicar el mun-do actual en las antpodas del mundo bipolar, pero sin embargo existenconexiones subterrneas entre ambos; permanecen marcas y memoriasen las estructuras de poder y en las sociedades que actualizan los anti-guos rasgos autoritarios e incluso totales.

    Hoy tambin se trata de establecer un dominio que abarque

    la totalidad espacial, sin lmites, creando un poder mundial supra-nacional. Se intenta la construccin de un nuevo orden que abarcatodo lo considerado por l como civilizacin, un espacio universal,ilimitado [que] presenta su orden como permanente, eterno y nece-sario (Hardt y Negri, 2002: 27), a la vez que se hunde en las profun-didades de las conciencias y los cuerpos, que penetra en la totalidadde las relaciones sociales (Hardt y Negri, 2002: 27 y 39). El poderglobal tiene el deseode lo ilimitado, como posibilidad de totalizacin,afn con lo totalitario, y en todo opuesta a la idea de infinito, que da

    cuenta de lo inconmensurable.Asimismo, en el terreno internacional, tras la bandera de la lu-cha antiterrorista, se crea unEstado de excepcin permanente, en quela insuficiencia del derecho se suple con el despliegue de la fuerzapolicial y militar.

    A nivel de las naciones se promueve la evaporacin de la esferapblica, la despolitizacin de la sociedad y se tiende a la fragmentacin ydestruccin de toda forma de organizacin colectiva.

    Se mantienen algunas expresiones de lo binario, como la nor-

    malizacin de las formas ms radicales de exclusin y exterminiode la

    poblacin consideradasobrante para el modelo. Esto ocurre por mediode la guerra, las enfermedades y el hambre, aunque bajo nuevas moda-lidades y con otras representaciones.

    Los procesos econmicos, polticos, militares potencian la des-tructividad del sistema que se despliega contra la naturaleza, la socie-dad y el ser humano, alimentando el mecanismo del miedo. Se generaunasociedad atemorizada, en la queel miedo es el mecanismo primario,difundido y ampliado por el aparato comunicacional bajo distintas ca-ras: como temor al desempleo, al delincuente, al terrorista encubiertoen el vecino, a la bomba y a la guerra.

    Existiendo estas conexiones, sin embargo, el mundo de haceveinte o treinta aos nos parece extraordinariamente distante. En efec-

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    to, las transformaciones hegemnicas han cambiado las relaciones depoder y con ellas, como ya se seal, las representaciones que nos ha-cemos del mundo. Es por eso que he tratado de esbozar, en la primeraparte de este trabajo, las diferencias entre un modelo y otro. Tratar de

    mirar los procesos de Amrica Latina de los aos setenta y ochenta, ascomo a sus protagonistas, atravesados entonces por una lgica bipolar,guerrera y confrontativa que era parte de la organizacin de la hege-mona vigente con los actuales lentes democrticos,plurales,abiertosno slo es imposible sino que comporta una extraordinaria distorsinde sentido. Es como salirse del universo que se pretende explicar paraobservarlo con parmetros extraos a l, que hacen incomprensible laprctica de los actores involucrados. Esto incrementa la ajenidad quese verifica en muchos de los actos de memoria, y la sensacin de locura,

    de prdida de sentido o del sentido al tratar de comprender, con losreferentes de sentido actuales carentes por otra parte de un ejerciciode deconstruccin y crtica prcticas sociales y polticas que se estruc-turaron con base en otros principios, acordes a una construccin hege-mnica diferente.

    Por ello es importante sealar las conexiones como conexionesde sentido, pero siempre en el contexto de constelaciones diferentes. Encaso contrario resulta imposible conectar pasado y presente para sumutua iluminacin. Se hace de este o bien una rplica deformada y

    caricaturesca del pasado, que impide reconocer sus peculiaridades, obien se trata de analizar el pasado a la luz de las categoras del presen-te, con prescindencia del sentido que tuvo para los protagonistas deentonces. En ambos casos, el supuesto ejercicio de la memoria termi-na por traicionarla.

    Esto no supone renunciar a la crtica del pasado ni del presente.Por el contrario, es necesario historizar los procesos y recuperar las me-morias, comprenderlos en sus conexiones y sentidos ms profundos a laluz de las urgencias del presente, para pasar, efectivamente,a otra cosa.

    Comprender pasado y presente desde su propio sentido y desde all rastrearlas mutaciones y las rplicas porque los antiguos peligros resuenan enlos del presente como semejanza pero tambin como diferencia.

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    Este libro se termin de imprimir en eltaller de Grficas y Servicios SRL

    Santa Mara del Buen Aire 347

    en el mes de julio de 2006Primera impresin, 2.000 ejemplares

    Impreso en Argentina