calveiro - politica y-o violencia

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C~iveiro, Pil l i Po i i i i c~ y lo v i a l ~ n c i i - 1, cd. - Bucnor Airo-: 1

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Mesianismo autoiritico 27

Sepildas partes.. . 4 7 El poder desapareiedor 67

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Desde 1930, la historia política argentina estuvo mar-cada por una creciente presencia militar y por el usoconsistente de la violencia para imponer desde el poderdel Estado lo que no se podía consensuar desde la polí-tica. La incapacidad de los sectores económicamentedominantes para establecer una verdadera hegemonía,es decir, para constituirse como grupo dirigente, los lle-vó a apoyarse en la fuerza de las instituciones armadaspara imponer su dominio. Mediante la fuerza militar seexpulsó al radicalismo, se mantuvo el fraude “patrióti-co” de la Década Infame y se canceló cualquier gobier-no que resultara “amenazante” o inconveniente. El usode la violencia como instrumento político de los gru-pos de poder se profundizó a partir de 1955, con la ex-pulsión y proscripción del peronismo –populismo auto-ritario es cierto–, pero surgido de las urnas y sostenidopor un apoyo popular incuestionable. No obstante,las fuerzas “democráticas”, que lo acusaban de dema-gógico y dictatorial, rehusaron el veredicto electoral, ycifraron sus esperanzas en la intervención militar. El

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MESIANISMO AUTOCRÁTICO

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Cada golpe intentaba ensayar por la fuerza la propuestade alguna de las fracciones económicas que encontrabaeco en las Fuerzas Armadas. Sin embargo, el golpe deEstado de 1966 merece una atención especial porquefue en este período, durante la Revolución Argentina,cuando surgieron las organizaciones armadas que nosocupan en este trabajo.

El golpe de 1966 se realizó después de un largo ycuidadoso período de preparación que incluyó un vas-to programa de acción psicológica desplegada a travésde la prensa existente e incluso de medios periodísticoscreados especialmente para ese fin. Se proponía trans-formar profundamente la sociedad argentina y, por pri-mera vez, los militares no se planteaban un golpe querestituyera un poder civil afín a sus intereses, sino perma-necer largo tiempo en el gobierno. En esta oportunidad,las Fuerzas Armadas se hacían responsables de un pro-yecto político, económico y social. Pretendían “nor-malizar” al país, pero no para entregar la conducción alos partidos políticos, sino para constituirse, como ins-titución, en el núcleo mismo del Estado.

Desde el primer momento, se produjeron profun-dos cambios institucionales. “Estamos frente a unanueva concepción de la gran política nacional”, habíadicho al asumir el general Onganía.10 Se destituyó al

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golpe militar de 1955, instigado y aplaudido por todoslos partidos políticos (radicales, conservadores, comu-nistas y socialistas) con excepción del propio peronis-mo, recurrió a niveles de violencia sin precedentes yreforzó la “aceptabilidad” del recurso de la fuerza enla práctica política. El bombardeo de la Plaza de Mayo,repleta de civiles antes del golpe, y los fusilamientos deJosé León Suárez contra peronistas –que intentaban supropio golpe de Estado–, después, marcaron nuevosrangos de la violencia política. La proscripción delperonismo fue algo más que su exclusión electoral ycomprendió un verdadero proceso de desaparición: elsecuestro del cadáver de Evita, la prohibición de todamención al nombre de Perón, la exclusión de la simplepalabra “peronista”, que se estableció en octubre del mis-mo año del golpe, todo tendía a sugerir que el poderpodría desaparecer por decreto aquello que no podíacontrolar. El uso de una violencia inusitada y el desco-nocimiento liso y llano de un grupo ostensiblementemayoritario favorecieron una visión binaria, ya añeja,que se expresó ahora bajo la supuesta antinomia entreperonistas y antiperonistas.

Aun con la proscripción política y represiva delperonismo, los gobiernos civiles surgidos de procesoselectorales resultaron incapaces de organizar un pro-yecto que hegemonizara a la sociedad, de manera quelas presidencias radicales de Arturo Frondizi y ArturoIllia concluyeron en sendos golpes militares (1962 y 1966)después de numerosos planteos, presiones y amenazas.

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10 Juan Carlos Onganía, Mensaje del teniente general Onganíaal pueblo de la República con motivo de asumir la Presidencia de laNación, Buenos Aires, Presidencia de la Nación, 1966.

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con un esquema de participación basado en grupos depoder: organizaciones empresarias, Iglesia, sindica-tos, Fuerzas Armadas. De esta manera se soslayaba laconfrontación con el peronismo obviando la partici-pación electoral y reemplazándola por una vía menosdesestabilizadora: la consulta de esas “fuerzas vivas”.Cabe señalar que este procedimiento nunca llegó afuncionar realmente.

Las contradicciones políticas dentro de las FuerzasArmadas parecían inexistentes, se acallaron y se ubica-ran en compartimentos estancos, sin que entraran encolisión. Los tres comandantes en jefe, como divinatrinidad, designaron presidente al general Juan CarlosOnganía, quien, cual auténtico Mesías, recibió plenospoderes, con funciones tanto ejecutivas como legislativas.Se trataba de una verdadera autocracia, un poder de tipopersonal que garantizaba hacia abajo el respeto de todala línea de mando, es decir, el orden jerárquico insti-tucional. En caso de vacante del ejecutivo, las FuerzasArmadas designarían al sucesor, pero siempre bajo elmodelo de un mando personal e indiscutido, lo quepreservaría a la institución de la politización y el deli-beracionismo. Ésta fue otra de las formas que adoptóla desaparición de lo político.

Se reestructuró el Estado, formando tres sistemas ver-ticales: de planeamiento, de consulta y de decisión, conun Estado Mayor, a imagen y semejanza del Ejército.También se determinó que la Revolución tendría trestiempos sucesivos: el tiempo económico, el tiempo social

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presidente, al vicepresidente, a los gobernadores e inten-dentes, se clausuró el Congreso nacional y las legislatu-ras provinciales, se disolvieron los partidos políticos,se prohibió su actividad y se confiscaron sus bienes. Sesuprimió, “por decreto”, la política.

El documento fundacional del nuevo gobierno, elActa de la Revolución Argentina, justificaba las medidasen función de un supuesto “vacío de poder” del queresponsabilizaba a las “rígidas estructuras políticas yeconómicas anacrónicas”, que afectaban la “tradiciónoccidental y cristiana”. Las medidas implicaban la rup-tura de las instituciones democráticas argentinas, de-cretando su ineficiencia y agotamiento. Obsérvese quefueron los militares los primeros en decretar el agotamien-to democrático, reiterando el mecanismo de desaparecerlo inmanejable. Ante la imposibilidad de desapareceral peronismo, que reaparecía en las alianzas políticas yla lucha sindical, se optaba por desaparecer la democraciae incluso la política.

En palabras de los propios protagonistas, años mástarde el general Lanusse escribió, en tono de autocrítica:“Todos los responsables –Onganía y yo entre otros– nosupimos ver que la política existía y que nada sería máspeligroso que la soberbia de considerarla inexistente”.11

El “cambio de estructuras” que pregonaba el nuevogobierno consistía en ensayar un modelo desarrollista

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11 Alejandro Agustín Lanusse, Mi testimonio, Buenos Aires, La-serre, 1977, p. 130.

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En síntesis, había un alto consenso acerca del ago-tamiento de una democracia que no había tenido opor-tunidad de nacer siquiera y, por lo mismo, de la ne-cesidad del golpe, que cada grupo esperaba acomodara sus expectativas, no siempre compatibles entre sí. Ladiversidad de intereses de los distintos sectores socialese incluso militares, que participaban en la Revolución,hacía que existieran pocos objetivos verdaderamenteen común.

El diagnóstico de los militares integristas indicaba queen el país existía un desfasaje entre el desarrollo econó-mico y las conquistas sociales, consistente en una po-lítica de reparto prematura que no había garantizadopreviamente la acumulación necesaria. Según ellos, lademagogia populista había distribuido la acumulaciónde la posguerra de manera irresponsable y había pro-movido demandas y formas de organización desfasa-das, en relación con las posibilidades reales del país.Era necesario operar una regresión, en este último te-rreno, que permitiera la acumulación necesaria; era im-prescindible una mayor disciplina social. Como tantasveces en América Latina, el autoritarismo aparecíacomo condición de posibilidad para implantar el pro-yecto económico dominante, a veces corporativo, aveces liberal.

A partir de 1967 se puso en marcha el plan econó-mico que se asentaba sobre la burguesía industrial mo-nopólica, en particular el capital extranjero, y tendíaa deteriorar el poder económico de la gran burguesía

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y el tiempo político. Trinidades ordenadoras para con-trolar, con precisión y orden cuartelario, los tiempos y losespacios de una sociedad en constante fuga.

Amplios sectores apoyaron de inmediato al gobierno.Sólo se alzaron en su contra algunos partidos de izquier-da, aunque tímidamente, y la Universidad de BuenosAires que fue intervenida de inmediato, con bastona-zos aleccionadores para los estudiantes y académicosindisciplinados.

A escasos dos meses del golpe, en franca demostra-ción de apoyo, Augusto Vandor firmaba en la Casa deGobierno el nuevo contrato colectivo de trabajo de sugremio. El general Perón también propiciaba el apoyotáctico a la Revolución Argentina. Los partidos políti-cos que habían participado en la preparación del climagolpista, en especial el frondicismo, veían con alivio lainstalación de los militares en la Casa Rosada. La Con-federación General Económica, la Sociedad Rural Ar-gentina y la Unión Industrial Argentina apoyaron elmovimiento castrense desde el primer momento. Unospor su incapacidad para lograr la mayoría en una com-petencia democrática, y otros por menosprecio de lasinstituciones democráticas para restituir la voz delpueblo, coincidían en una salida de corte autoritario. LaIglesia dio su bendición, mientras monseñor Caggiano, elcardenal primado, exclamaba: “¡Es una aurora! ¡Nuestropaís, gracias a Dios, marcha hacia su grandeza!”.12

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12 En Alain Rouquié, Poder militar y sociedad política en laArgentina, Buenos Aires, Emecé, 1981, p. 256.

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el largo idóneo de cabellos y barbas, que si no corres-pondían a la norma eran rasurados por la autoridad; fi-jaron el tipo de ropa femenina que debía considerarsemoral o inmoral. Una ordenanza de la municipalidad deBuenos Aires, del 27 de julio de 1966, indicaba que en lossalones de baile: “La visibilidad deberá ser tal que entodo el ámbito del lugar y desde cualquier ángulo del lo-cal, se pueda apreciar con absoluta certeza la diferenciade sexo de los concurrentes”. Asimismo se condenaba “lafabricación, preparación, exhibición, venta o tenenciade sustancias, drogas o aparatos para usar con fines deplacer”. Se prohibió todo lo que incitara al sexo, deste-rrado formalmente del universo ascético-cuartelario.13

El general Onganía consideraba que la Revolucióninstauraría los principios de “orden, autoridad, respon-sabilidad y disciplina”, es decir, los valores de la vidamilitar dentro de la sociedad. “Autoridad, organización,grandeza nacional. La ideología de la Revolución Argen-tina significa la proyección sobre el Estado y la sociedadde los valores de la gran institución burocrática que es elejército profesional.”14

Por su parte, las propuestas económicas y políticasdel nuevo modelo tecnocrático resultaron demasiadoesquemáticas como para funcionar en una sociedadque no se caracterizaba precisamente por el orden. Si

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terrateniente pampeana. Se fijaron impuestos a la expor-tación de productos tradicionales y esas retenciones secanalizaron a la industria. Además se fijó un impuestoa la propiedad de la tierra. La Sociedad Rural compren-dió que el proyecto de Onganía no era su proyecto.

En cuanto a la industria, se reforzó el proceso deconcentración industrial y se promovió la operaciónde las empresas extranjeras y el desarrollo de las indus-trias básicas y de capital, eliminando a las “ineficien-tes” que, en general, eran las pequeñas. La industria“nacional” que esperaba beneficiarse con los militarescomprendió que éste tampoco era su proyecto.

Se redujo el salario y su participación en el PBI pasóde representar el 42 por ciento en 1967 al 39 por cientoen 1969. Se reprimió a la oposición sindical no contro-lada por los sindicatos participacionistas, para mantenerel orden social y frenar un movimiento obrero cuyasconquistas sociales limitaban las posibilidades de acu-mulación. Para el sindicalismo vandorista no resulta-ba sencillo mantener el apoyo al gobierno bajo estascircunstancias.

Como si fuera poco, los “arcángeles blindados”,como los llamó acertadamente Rouquié, se lanzaron ala defensa de la moralidad y censuraron todo aquelloque no correspondiera con su modelo autoritario e in-tegrista (jerarquía, organización, unidad eran sus valoresprincipales). Dispusieron el tipo de comportamientoque se podía permitir en las calles y, por ejemplo, pro-hibieron el beso entre hombres y mujeres; ordenaron

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13 Ricardo Rodríguez Molas, Historia de la tortura y el ordenrepresivo en la Argentina, Buenos Aires, Eudeba, 1985.

14 Alain Rouquié, op. cit., p. 266.

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Las gigantescas movilizaciones de protesta del Cor-dobazo, en mayo de 1969, reunieron la fuerza del sindi-calismo combativo con la del movimiento estudiantil.“Obreros y estudiantes, unidos y adelante”, la viejaconsigna de la izquierda se hacía realidad en las callesde Córdoba. Una verdadera insurrección popular, concombates que duraron dos días, marcó el fin del ongania-to, incapaz de dar otra respuesta que la simple represióny algunas reformas de tipo administrativo.

El Cordobazo, con ciertos “aires” del Mayo francés,tuvo una violencia inusitada. Como resultado murieronmás de treinta personas, pero quedaba claro que por lomenos una parte de la sociedad se resistía a convertirseen el cuartel disciplinado, obediente y silencioso, en el quesólo se escuchan las órdenes de mando. La política de-saparecida, cuya vida había subsistido sólo de manerasubterránea, reaparecía, a pedradas y a tiros. Reapare-cía, además, mutada en otras formas de politización yorganización.

La violencia militar comenzaba a reproducirse y aencontrar respuesta, también violenta, desde otros sec-tores de la sociedad. De esa fecha datan las primerasacciones de los grupos armados que luego conforma-ron la poderosa guerrilla. En 1968 se había detectado ydestruido un foco guerrillero en Taco Ralo, Tucumán,antecedente directo de las Fuerzas Armadas Peronistas(FAP). En junio de 1969 un grupo comando que no seidentificó asesinó a Vandor, el líder de los metalúrgicosque disputaba el poder de Perón. En 1970, exactamente

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bien la racionalización económica (que implicaba elcongelamiento de los salarios, la reducción de las in-demnizaciones por despido y la virtual prohibición dela huelga), unida al control de la inflación y del déficitpresupuestario, dio buenos resultados para cierta ex-pansión industrial, también tuvo otros efectos: favore-ció la desnacionalización de la economía y aumentó eldescontento social.

La resistencia sindical a las medidas económicas fuecausa de numerosas huelgas que se reprimieron violen-tamente, ante el silencio de los sindicatos colaboracionis-tas. Al abrigo de estas luchas, fue creciendo de maneraespectacular un sindicalismo combativo que en 1968 senucleó alrededor de Raimundo Ongaro, en la CGT delos Argentinos. Los sindicatos combativos libraban undoble enfrentamiento: por una parte, contra el gobier-no militar y, por otra, contra la burocracia sindical,aliada del gobierno. Disputaban, a la vez, mejores con-diciones de vida para los trabajadores y la conduccióndel movimiento sindical.

Ya entonces los militares acuñaron el término subver-sivo, con una connotación tan difusa como para atribuirel rasgo de enemigo a todo aquel que no fuera idéntico.Esta lógica, en principio dual, tiende finalmente a unaconcepción unicista. Dado que el conflicto se concibecomo guerra, el objetivo es destruir al enemigo, aniquilaral Otro, para que quede sólo Uno. Es el principio de lalógica totalitaria: Un pueblo, Un enemigo, Un poder, Unaverdad, presente ya en aquellos años.

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El estilo autocrático de Onganía, quien, además de sucortedad política, pretendía resolver la difícil situaciónmediante la represión y como si su poder no emanaraprecisamente de la institución militar, terminó por minarsu representatividad entre sus propios camaradas.

Sin embargo, antes de partir, el general adoptó unade las últimas medidas de su gobierno: la instalación dela pena de muerte, que entró en vigencia a partir del 2 dejunio de 1970. La ley afectaba los delitos de privaciónilegítima de la libertad (secuestros), atentados contra es-tablecimientos militares y el uso ilegítimo de insigniasy uniformes de las Fuerzas Armadas y de seguridad, esdecir, el accionar básico de la guerrilla. Aunque nuncase aplicó, el Estado asumía, por lo menos formalmente,el derecho soberano de vida y muerte.

El 8 de junio de 1970 la Junta de Comandantes re-levó al general Onganía y unos días después nombrócomo Presidente al también general Roberto MarceloLevingston. En esa oportunidad, se cuidó mucho de espe-cificar que las decisiones importantes serían tomadaspor la Junta.

La política económica se flexibilizó, y disminuyóconsiderablemente la presión sobre los trabajadores.También se limitó la penetración extranjera en la eco-nomía. Se buscaba una descompresión económica quepermitiera la posterior descompresión política (siempreen estos órdenes precisos e hipotéticos del pensamientomilitar), para evitar el estallido. No obstante, el gobier-no siguió siendo tan impopular como el anterior. Una

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un año después del Cordobazo, se produjo el secuestroy posterior asesinato del general Pedro Eugenio Aram-buru, uno de los responsables de los fusilamientos deperonistas en 1956. Ésa fue la primera acción militarreconocida por Montoneros y dos meses después apa-recieron públicamente las Fuerzas Armadas Revolucio-narias (FAR), con el copamiento armado de Garín, unalocalidad de la provincia de Buenos Aires, cercana a laCapital Federal. En 1969, todos los grupos guerrillerosestaban, de hecho, en su etapa de entrenamiento y equi-pamiento, a punto de entrar en acción.

El nacimiento de la guerrilla representaba la disputadel monopolio de la violencia, que ejercían las FuerzasArmadas, por parte de un sector de la sociedad civil.No en vano, los grupos se habían autodesignado comoFuerzas Armadas Peronistas, Fuerzas Armadas Revo-lucionarias, Ejército Revolucionario Popular. No envano, uno de sus blancos preferidos era el Ejército, co-lumna vertebral de las Fuerzas Armadas. Si hasta en-tonces había sido imposible el asentamiento de una he-gemonía política integral, ahora se disputaba al poderinstituido, incluso la posesión y uso de las armas. Las“expropiaciones”, los “ajusticiamientos”, los “juiciosrevolucionarios”, eran un intento de justicia y poderarmado paralelo al del Estado, que en el caso argentinoequivale a decir al de las Fuerzas Armadas.

El Cordobazo fue la más clara expresión del desbor-de social y político del régimen. Las diferencias entrelas Fuerzas Armadas y el gobierno se profundizaron.

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El grado de desgaste al que había llegado la Revolu-ción Argentina se hacía evidente en la enunciación deobjetivos del GAN, hecha por el propio general Lanusse:“Unir a los adversarios y aislar a los enemigos”, era unameta que no consideraba siquiera la posible existenciade amigos. No obstante, los militares se concebían a símismos tutelando un proceso de “convalecencia trasuna larga enfermedad”.15

La crisis económica, la gran movilización social queagitaba todo el país con un nivel creciente de violencia,la desaparición por decreto de la política que habíamantenido una subsistencia subterránea y ahora rea-parecía transmutada en sus formas más radicales y, enconsecuencia, el auge de una guerrilla activa y con unconsiderable apoyo en sectores populares y medios,dejó al gobierno militar sin más recurso que el uso pocointeligente de la represión.

La tortura, normalmente con picana, se convirtióen moneda común y corriente durante la RevoluciónArgentina. Por lo regular, de acuerdo con las denunciasde los afectados, se acompañaba de golpes, violacionesy vejaciones. Estas prácticas, aunque no tan extendidas,tenían antecedentes en el país. De hecho, la picana eléc-trica es un invento argentino que comenzó a usarseaproximadamente en 1934, durante la Década Infame,

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vez que el “bloque” del poder se mostró vulnerable,no homogéneo, los disparos sobre su estructura ya nocesaron, hasta derribarlo. Este mismo mecanismo operórepetidas veces en la Argentina.

En marzo de 1971, otro levantamiento popular tam-bién en Córdoba –el Viborazo–, que el Ejército se negóa reprimir, terminó con el gobierno de Levingston.

Por fin, el general Alejandro Agustín Lanusse, presi-dente de la Junta de Comandantes, asumió el Ejecutivonacional, buscando la salida política a una crisis bas-tante profunda que comenzaba a ser un dato “estable”en la realidad argentina. Ante el evidente fracaso delproyecto iniciado en 1966, llamó a elecciones generalesy comenzó a preparar la retirada de las Fuerzas Arma-das, una retirada que debía ser lo menos desgastanteposible. Pero dada la situación social de la Argentina,aun éste era un objetivo demasiado alto.

El llamado a elecciones quedó condicionado a laformación del Gran Acuerdo Nacional (GAN), que su-ponía un consenso entre los principales actores políti-cos para garantizar elecciones limpias pero impidiendoel “retorno al pasado”; es decir, los militares renuncia-rían a mantener el gobierno y permitirían la participa-ción del peronismo, y los peronistas desistirían de lacandidatura de Perón y pondrían en orden a la guerri-lla, para entonces muy activa. En suma, se acordabarealizar elecciones sin Lanusse y sin Perón, expresiónpor sí misma de la llamada antinomia peronismo-anti-peronismo.

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15 Declaraciones de Arturo Mor Roig, ministro del Interior, enDarío Cantón, Elecciones y partidos políticos en la Argentina, BuenosAires, Siglo XXI, 1973, p. 235.

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Rosendo Fraga, fiel representante del punto de vistamilitar, se practicó el “laboratorio de lo que sucedió enmateria de lucha contra la subversión en la segundamitad de la década del 70… [En los primeros años deesa década] el Ejército se ve obligado a participar en larepresión del accionar terrorista y de las movilizacionesde protesta social”,18 que se contaban por miles. Tam-bién justifica Fraga el uso de la tortura, aduciendo que “sehacía inevitable en términos operacionales y militaresel obligar a los prisioneros a brindar información”. Enotras palabras, estaban obligados a obligar, clásico ar-gumento del autoritarismo de todos los colores.

Cuanto más reprimía el régimen, más se radicalizabala movilización y, como parte de ella, un peronismo quepasaba a la ofensiva después de tantos años de proscrip-ción y que se encontraba revitalizado por la presenciade una nueva generación de militantes.

Desde el exilio, Perón agudizaba las contradiccionesy empujaba al gobierno militar al abismo. En julio habíadeclarado: “No hay peronismo y antiperonismo. La an-tinomia es entre la revolución y la contrarrevolución”,19

intentando asimilar en su política a sectores aun másvastos que el propio peronismo y enunciando una pos-tura radical afín con los sectores de la izquierda del

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y no descansó bajo ninguna administración. Pero lo queno tenía antecedentes era el fusilamiento de prisione-ros. El 22 de agosto de 1972, en una base de la Marina,ocurrieron los fusilamientos de Trelew. Después de lafuga de un grupo de prisioneros y bajo la excusa de unnuevo intento, se fusiló a mansalva a dieciséis presos,hombres y mujeres, todos militantes de diversas orga-nizaciones guerrilleras.

Durante los últimos años de la dictadura, también sepracticó la desaparición de personas como una técnicaque, sin llegar a ser generalizada, fue más allá de los ca-sos aislados que se habían producido con anterioridad.Entre 1970 y 1972 se produjeron una docena de desapari-ciones, de las cuales sólo uno de los cuerpos se encontrócon posterioridad.16

Detenciones injustificadas, tortura sistemática, desa-parición de personas y fusilamiento de prisioneros fue-ron algunas de las modalidades de este último períodode la Revolución Argentina, que no hicieron más que exa-cerbar el clima de violencia. Según estimaciones de Mon-toneros, entre 1966 y 1973 murieron alrededor de cienmilitantes y se encarceló a 500;17 a partir de 1976 la re-lación se invertiría y serían mucho más numerososlos muertos que los detenidos. Incluso en palabras de

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16 Eduardo Luis Duhalde, El Estado terrorista argentino, BuenosAires, El Caballito, 1983.

17 Richard Gillespie, Soldados de Perón, Buenos Aires, Grijalbo,1987, p. 148.

18 Rosendo Fraga, Ejército, del escarnio al poder, Buenos Aires,Planeta, 1988, pp. 17, 23.

19 Juan Domingo Perón, en Liliana De Riz, Retorno y derrum-be, México, Folios, 1981, p. 34.

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fijaba a los distintos sectores en una guerra de posicionescrecientemente militar. Como consecuencia inmediata, elEstado se confunde con las Fuerzas Armadas, la políticaaparece como guerra, los adversarios como enemigos.

Atacado desde distintos ángulos, presionado por unasociedad civil y política que anhelaba recuperar los es-pacios públicos, el gobierno no tuvo más alternativaque abrir un proceso electoral amplio, aunque vetó lacandidatura de Perón por requisitos formales (lugar deresidencia), e intentó fijar ciertos condicionamientos.La fogosidad de la campaña electoral peronista fue ex-traordinaria. Las grandes movilizaciones, organizadaspor la Juventud Peronista (JP), fueron a la vez una reivin-dicación del movimiento peronista, la prueba contun-dente del fracaso militar y la validación de la guerrilla.“Cámpora al gobierno, Perón al poder” fue la consignade la JP, prenunciando que las Fuerzas Armadas nopodrían controlar el proceso. El peronismo, que ha-bía logrado desarticular el GAN y convertir el proyec-to de alianza de las fuerzas democráticas en contra delperonismo en una alianza en contra de la dictadura,ganó las elecciones con el 49,5 por ciento de los votos.“Lanusse, Lanusse, hiciste un papelón. Habrá segundavuelta, la vuelta de Perón.”21

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movimiento, cuya movilización lo beneficiaba. Asi-mismo, convencido de su capacidad de controlarla ymanipularla, reconocía a la guerrilla peronista comoparte del movimiento, y avalaba la violencia: “La vio-lencia en manos del pueblo no es violencia; es justicia”,aseguraba en La hora de los hornos, película de grandifusión en los medios militantes, que circulaba de ma-nera clandestina.

Refiriéndose a su distancia del país, Perón la justifi-caba con una argumentación estrictamente militar, quemuestra esa lógica de reducción de lo político a lo militar,presente tanto en el pensamiento militar de la época co-mo en el del peronismo y la guerrilla. Decía Perón: “Hayun principio o una regla de la conducción [militar, debióagregar] que dice que el mando estratégico no debe estarjamás en el campo táctico de las operaciones”.20 Tambiénen 1973, bajo esta misma lógica guerrera, afirmaba: “Elenemigo es la dictadura militar”.

La agregación de lo político a lo militar, la concep-ción de lo político como extensión de lo militar –invir-tiendo el postulado de Clausewitz– parece haber sido unrasgo distintivo de esa época y no se puede independi-zar de la militarización del Estado y el desplazamiento desus funciones eminentemente políticas. La imposibilidadde definir la lucha entre los distintos sectores sociales yasentar relaciones estables de poder, la dificultad para al-canzar la hegemonía y delimitar el núcleo duro del poder,

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20 Ibídem, p. 35.

21 Consigna de la Juventud Peronista, que aludía a que las elec-ciones no requerían una segunda vuelta por el sistema de ballotagefrancés, que había implantado el gobierno militar para dificultar eltriunfo peronista.

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La asunción de Héctor J. Cámpora a la Presidenciase produjo en un clima de alta movilización, sobre to-do de la izquierda peronista, que el mismo 25 de mayologró la liberación de sus presos, gracias a la presiónpara obtener una amnistía general. El presidente Cám-pora declaraba frente a la Asamblea Legislativa: “…unajuventud maravillosa supo oponerse, con la decisión yel coraje de las más vibrantes epopeyas nacionales, a lapasión ciega y enfermiza de una oligarquía delirante.¿Cómo no va a pertenecer también a esa juventud estetriunfo si lo dio todo –familia, amigos, hacienda, hastala vida– por el ideal de una patria justicialista”. Esajuventud maravillosa no era otra que la guerrilla pe-ronista, reivindicada ahora en calidad de abanderadade la patria justicialista.

La izquierda peronista tuvo entonces acceso a nu-merosos puestos de gobierno y la ilusión de un poderque no logró consolidar. Menos de un mes fue necesa-rio para que se iniciara el avance de los sectores orto-doxos, con Perón a la cabeza.

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Sin embargo, el otro 50,5 por ciento, aunque no logróunificarse tras una propuesta y fue dividido a la votación,era decididamente antiperonista. El país estaba virtual-mente dividido en dos y, a la vez, falsamente divididode esa manera. La disputa en términos de peronismo yantiperonismo hacía perder de vista los innumerablesmatices de actores verdaderamente no homogéneos enambos “campos” de la contienda.

Cuando el 25 de mayo de 1973 Lanusse entregó laPresidencia al doctor Héctor J. Cámpora, la retirada ele-gante que había deseado se convirtió en una literal huidaentre insultos de una multitud enardecida. El desfile mi-litar se debió anular para evitar incidentes. “Los mani-festantes [quedaron] dueños de la Plaza de Mayo y susalrededores. Las tropas que estaban formadas fueronparticular blanco de ataques con insultos, proyectiles ypintadas sobre los uniformes y vehículos con toda clasede improperios… Los conscriptos del Regimiento de Pa-tricios, con sus uniformes históricos, tuvieron que blan-dir sus antiguas bayonetas del fusil en desuso, mientrasque los uniformes eran escupidos por manifestantes…En los vehículos blindados fueron pintadas leyendasofensivas con aerosol… Más de un oficial que integrabala formación sollozó en una mezcla de rabia e impoten-cia.”22 “Se van, se van y nunca volverán”, gritaban entusias-madas las columnas de la Juventud. Pero volvieron.

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22 Rosendo Fraga, op. cit., p. 39.

SEGUNDAS PARTES…

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al doctor Cámpora como candidato a la vicepresidencia,el Partido Peronista proclamó la fórmula Perón-Perón(Juan Domingo Perón e Isabel Perón). El avance de laderecha peronista había comenzado. Las relaciones defuerza se recomponían en beneficio de los núcleos du-ros del poder.

Así como la campaña de Cámpora había tenido eltono radicalizado de la Juventud, la de Perón recayóen la CGT. Los resultados electorales señalaron el ma-yor apoyo que nunca hubiera tenido Perón, con el 62por ciento de los sufragios.

El hecho de contar con un porcentaje tan significa-tivo alentó a Perón hacia una meta más pretenciosa queliderar el partido mayoritario. Intentó conformar unanueva alianza para la reconstrucción del país. Para elloproponía un pacto social que disciplinara los conflictosentre el capital y los trabajadores. En este sentido, tal co-mo lo señala certeramente Liliana De Riz, los objetivosde Perón coincidían con los que se había planteadoLanusse, aunque con distintos contenidos. En última ins-tancia, se orientaban a la reconstitución de un núcleo durodel poder, a partir de un gran acuerdo que restablecierala convivencia y el orden, hiciera innecesaria la violenciay permitiera la estabilidad de las instituciones.

En su mensaje del 2 de agosto de 1973, Perón asegu-raba, recurriendo a una de sus metáforas deportivas, gus-to que también compartía con Lanusse, que su tarea era“ir persuadiendo a todos los argentinos para que comen-cemos a patear todos para el mismo arco”. Se proponía

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El 20 de junio, el general regresó al país, en mediode una movilización sin precedentes, por el número y elfervor. Desde muy temprano, antes de que amaneciera,de las barriadas populares salieron columnas formadaspor hombres, mujeres y viejos, gente del pueblo que,dada la vigilancia para impedir el acceso al aeropuertointernacional de Ezeiza, atravesaron ríos y campos paradar la bienvenida a Perón. Grupos parapoliciales y de laderecha peronista dispararon sobre las columnas afinesa la JP, la Tendencia Revolucionaria, dejando un saldoque, aunque no hubo cifras oficiales, se estimó endoscientas víctimas. Al día siguiente Perón emitía undiscurso en el que, no sólo no condenaba a los res-ponsables, sino que avalaba implícitamente a la dere-cha, quitándole a la JP su arma más importante: la mo-vilización debía terminar. Era preciso “volver al ordenlegal y constitucional”.

El 11 de julio, el secretario general de la CGT, JoséRucci, declaró a la prensa: “Se acabó la joda”. En otrolenguaje pudo haber dicho: “Se acabó la diversión”. Enefecto, el 13 de julio renunciaban los doctores HéctorJ. Cámpora y Vicente Solano Lima, presidente y vice-presidente de la República. Raúl Lastiri, yerno de JoséLópez Rega, asumió la Presidencia. Representaba a losgrupos más reaccionarios del peronismo, que es muchodecir. Su ascenso significó el alejamiento del gobiernode ciertas figuras ligadas a la llamada Tendencia, comoel ministro del Interior, Esteban Righi. El 2 de agosto,en contra de las presiones de la Juventud que proponía

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de la comunidad organizada. Los puntos de apoyo dePerón no eran muy firmes.

Las Fuerzas Armadas, aunque tenían en su seno,sobre todo a nivel de mayores y oficiales subalternos,sectores nacionalistas y populistas, habían permanecidobajo la hegemonía del liberalismo antiperonista. Dehecho, en el momento de asumir Cámpora la Presi-dencia, el 63,2 por ciento de los altos mandos habíaparticipado en el golpe militar de 1955 o en el intento degolpe de 1951.23

El nuevo gobierno designó a Jorge Raúl Carcagnocomo comandante en jefe del Ejército. Carcagno, deposturas populistas, se proponía un “reencuentro entreel Ejército y el pueblo”, que producía malestar dentrodel arma, y tuvo algunas aproximaciones dudosas con laJuventud reprobadas por el propio Perón.

Lentamente, la represión comenzó a desatar sus hilos.A fines de 1973, así como existían en el ejército pequeñossectores asociados a la izquierda peronista y otros másnumerosos vinculados con el antiperonismo tradicional,había también “grupos nacionalistas ortodoxos quese habían ligado con elementos de la estructura sindicaly mantenían relaciones con sectores de la Fuerza Aérea[que] propiciaban una solución política a la chilena…con la eliminación violenta de todos los elementos deizquierda”.24

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una política de unificación nacional poco probable con-siderando el grado de conflicto no resuelto, que persistía,bastante abiertamente, en la sociedad. Mientras unossectores se proponían el control del movimiento pero-nista por medio de la burocracia, otorgando condicioneslaborales aceptables para garantizar el orden y la eficien-cia del aparato productivo, en el marco de un proyectomoderno de acumulación, los grupos más radicales pro-pugnaban un socialismo nacional que, aunque bastanteindefinido, presuponía cambios drásticos en la distri-bución y en el sistema de propiedad, así como la liqui-dación de la burocracia sindical, es decir, más agitacióny organización social.

La propuesta de Perón, mucho más amplia que laque había manejado durante sus gobiernos anteriores,comprendía la posibilidad de constituir lo que llama-ba una “comunidad organizada”, una “democraciaintegrada” capaz de modernizarse y establecer instan-cias de mediación con las poderosas corporaciones.Pero el mapa político del país se había transformado:los sindicatos ya no eran el hijo obediente del Estado,sino que habían desarrollado y probado un poderpropio a lo largo de dieciocho años de resistencia; lasFuerzas Armadas habían hecho otro tanto y, si nuncafueron una corporación dócil, ahora tenían una auto-nomía relativa y un poder institucional entrenado enel ejercicio del gobierno; la Juventud, aunque se pro-clamara hija del general, era una hija rebelde que no ce-jaría en la defensa de un proyecto político divergente

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23 Rosendo Fraga, op. cit., p. 28.24 Ibídem, p. 86.

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se enfrentaba con la competencia política de la izquier-da y de la Tendencia que, dentro de los mismos sindica-tos, intentaba disputar su conducción. Ese elementohacía que no fuera tan fácil negociar con ellos la reduc-ción del salario real. De hecho, durante el gobierno pe-ronista no se logró reducir los conflictos sindicales.

El control del sector obrero era vital para la consecu-ción del Pacto. En esto se basó gran parte del apoyode Perón a la burocracia sindical. La sanción de la ley deasociaciones profesionales en noviembre de 1973, conla oposición de la izquierda del peronismo, reforzó el po-der de los sindicalistas. Las charlas semanales que Perónofrecía en la CGT representaban, de igual manera, unverdadero aval a la burocracia. Por si no quedaba claropara alguien, el general afirmaba: “La CGT puede estarsegura con los dirigentes que tiene, aunque algunos (la JP)digan que son burócratas”.25

No obstante, continuaron los paros y las tomas defábrica. Estas acciones no implicaban necesariamenteun control paralelo de los sectores radicalizados, sinomás bien una pérdida de control, una fuga en el modelode concertación.

La renegociación del Pacto no satisfizo a nadie. Losempresarios recurrieron a la doble facturación, el aca-paramiento y el mercado negro para eludir el controlde precios. Los sindicatos negociaron otros salarios, enacuerdos por empresa que beneficiaban a los gremios

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Carcagno, cuyo perfil nacional y populista lo vincu-laba más a los sectores de la izquierda que al lopezre-guismo o al sindicalismo, descompensaba la política dePerón, de franco acercamiento a estos últimos. En di-ciembre de 1973 fue reemplazado por el general LeandroE. Anaya, perteneciente a una tradicional familia demilitares, que no tenía un pasado antiperonista ni la-nussista. Tampoco pertenecía a la Caballería, arma pri-vilegiada desde la Revolución Libertadora. Por estascaracterísticas, que compartía con los generales Videlay Viola, jefe de Estado Mayor y secretario general, res-pectivamente, Perón no lo consideraba peligroso.

Si Perón insistía en el orden era precisamente por-que se requería una fuerte disciplina social para man-tener el Pacto Social, clave de su política económica.Pero la disciplina se funda en el control, que precisa-mente Perón no tenía garantizado, a pesar del 62 porciento de los votos.

El Pacto Social se concebía como una especie de tre-gua por la cual se regularon ciertos salarios y precios,que debían permanecer inamovibles por el plazo de unaño. Pero los empresarios no estaban dispuestos a quese redujeran sus ganancias; tampoco querían ni podíanenfrentar al capital transnacional. Los dirigentes sindi-cales, a su vez, no querían resignar el poder adquisiti-vo del salario con el riesgo de perder el apoyo de susbases. En realidad, la burocracia sindical había estadodispuesta a negociar, durante todos esos años, sala-rios que no eran convenientes, pero en esa coyuntura

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25 Juan Domingo Perón, en Liliana De Riz, op. cit., p. 94.

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“revolucionarios”, fueran o no peronistas, con un enor-me nivel de vaguedad de sus “blancos” probables.

Si la disposición a la violencia crecía dentro del pero-nismo, donde aun los grupos más radicales reconocíancierto compromiso con el gobierno electo y su institu-cionalidad, en los sectores de la izquierda no peronistael abandono de las armas fue apenas un breve impasse.El Ejército Revolucionario del Pueblo, de orientacióntrotskista, no tardó en realizar una acción armada y re-conocer abiertamente su autoría. En enero de 1974 in-tentó copar una guarnición militar en la localidad deAzul; al día siguiente, Perón declaró: “…aniquilarcuanto antes a ese terrorismo criminal es una tarea quecompete a todos los que anhelamos una patria justa,libre y soberana”. El mensaje, con un destinatario sinnombre y apellido, un “terrorismo” genérico, se diri-gía a cualquiera a quien le cupiera dicho nombre, y al-canzaba sin duda a la guerrilla peronista, más allá de susupuesta buena fe.26

La Tendencia comenzó a perder posiciones rápida-mente. Los gobernadores de Córdoba y Buenos Airesfueron desplazados y se inició una ofensiva contra elde Mendoza; todos ellos cercanos a Montoneros. Seempezaron a producir ataques violentos contra los lo-cales de la JP y contra sus militantes, por parte de la de-recha del peronismo. La ruptura pública entre Perón y

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mejor organizados. Los acuerdos institucionales entre lasclases y fracciones de clase con el gobierno se fueronrompiendo uno a uno, de manera solapada, aunquemanteniendo la apariencia de que seguían vigentes.

La Tendencia no quería romper lanzas con Perón, yseguía reconociendo su liderazgo, pero sólo a nivel deldiscurso. Sin embargo, dado que el recurso de las ar-mas había resultado tan eficiente, nunca renunció de-finitivamente a él. De hecho, ya en septiembre de 1973,incluso antes de la asunción de Perón, había asesina-do al secretario general de la CGT, José Rucci, en unoperativo armado cuya autoría no reconoció pública-mente. Era, sin embargo, un recordatorio anónimodel poder de la violencia, una forma de acelerar la re-solución de la “contradicción ideológica” que Firme-nich reconocía tener con Perón. Para el general noquedaban dudas de que controlar aquella “juventudmaravillosa” sería difícil.

Desde el seno del gobierno también se aceitabanlas armas. A fines de 1973 se formó la Alianza Anti-comunista Argentina (AAA), organización parapoli-cial dirigida por el comisario general Alberto Villar,jefe de la Policía Federal entrenado en la Escuela dePanamá, y por José López Rega, ministro de Bienes-tar Social. Su personal se integró con oficiales de lasFuerzas Armadas y de la Policía, ya fuera en activi-dad o retirados, y con militantes de la derecha del pe-ronismo. Su objetivo: asesinar y desaparecer a mili-tantes, colaboradores o simpatizantes de los sectores

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26 Juan Domingo Perón, discurso del 21 de enero de 1974, enLiliana De Riz, op. cit., p. 107.

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su accionar armado, los grupos parapoliciales incre-mentaban los atentados y secuestros de militantes, cuyoscuerpos torturados y sin vida aparecían días más tarde.Las AAA y otras organizaciones similares cobrabanvíctimas en todo el país.

En agosto de 1974, a un mes de la muerte de Perón,el Ejército asesinó a dieciséis guerrilleros del ERP queintentaban copar un regimiento. El ERP lanzó una seriede operativos de represalia contra los miembros de lasFuerzas Armadas. En septiembre, Montoneros pasó ala clandestinidad y recrudeció su accionar armado con-tra personal de seguridad, especialmente policía. Haciafines de año los asesinatos se sucedían, afectando sobretodo a la militancia de izquierda. La revista El Caudillo,financiada por el gobierno, ostentaba como lema: “Elmejor enemigo es el enemigo muerto”. Ya entonces, lalógica amigo-enemigo planteaba no sólo la exclusióndel Otro sino su eliminación lisa y llana; la distinciónentre lo que debe vivir y lo que debe morir. La poten-cialidad asesina del autoritarismo se ponía en acción,protegida desde el Estado.

En pocos meses, el incremento de los ataques de laguerrilla a las guarniciones y al personal militar habíacontribuido a un cambio de posición en las FuerzasArmadas. De una postura prescindente con respecto ala represión, los militares pasaron a reivindicar la nece-sidad de su intervención en la lucha antisubversiva. Elataque real a las Fuerzas de Seguridad, sobredimensiona-do por los sectores más duros, aprovechó y multiplicó la

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los Montoneros se produjo el 1º de mayo, apenas dosmeses antes de la muerte del general, que ocurrió el 1ºde julio de ese mismo año.

Si en vida de Perón había sido imposible poner bajocontrol a los sindicatos, al empresariado y a la guerrilla,a su muerte los enfrentamientos sociales y políticosse agudizaron hasta niveles extraordinarios. La pugna sedesató sin intermediación posible.

A la lucha entre la derecha y la Tendencia, se agre-garon las diferencias entre el gobierno y los sindicatosque no estaban dispuestos a ceder su poder a una buro-cracia política en la que no se sentían representados. Enconsecuencia, el sindicalismo trabó vínculos con sec-tores de las Fuerzas Armadas que veían con malestar lapredominancia del grupo de López Rega. Sin embargo,todos coincidían en la necesidad de desbaratar la gue-rrilla. El Ejército comenzó a recuperar gradualmente supeso político tradicional.

La represión a la guerrilla fue razón para reprimirigualmente la protesta sindical de grupos opuestos a laburocracia. Las ocupaciones de fábricas quedaron pro-hibidas por la ley y se eliminó a los principales sindi-catos independientes, peronistas o no. Se reprimió yencarceló a sus dirigentes. La protesta obrera disminuyó.Comenzaba el orden que emana de la represión. El pro-grama nacional y popular había quedado atrás.

La violencia creció de manera inusitada. La derecha yla izquierda del peronismo peleaban a muerte sus espa-cios en el movimiento. Mientras la guerrilla multiplicaba

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aniquilar el accionar de los elementos subversivos queactúan en la provincia de Tucumán”.27

Con el Operativo Independencia se inició la prác-tica sistemática de una nueva modalidad represiva, conun conjunto de técnicas ad hoc que giran alrededorde una figura central: el campo de concentración y ladesaparición de personas como metodología de repre-sión. La experiencia que el Ejército realizó en Tucumánfue sin duda una experiencia piloto, que luego se desple-garía en Córdoba y, por último, a nivel nacional.

El testimonio de Juan Martín, sobreviviente de eseoperativo, citado por Duhalde en su libro, es por demásilustrativo: “…este operativo significó la militarizaciónde la totalidad de la vida tucumana… La lucha contrala guerrilla rural, pero también la represión contra lostrabajadores y otros sectores populares se fue perfilan-do: …secuestros, centros clandestinos de concentración deprisioneros, interrogatorios y torturas, retención ilegaly sin término de los detenidos, masificación de la re-presión… La llamada ‘Escuelita de Famaillá’ tiene elextraño privilegio de haber sido el primer campo clan-destino de concentración de prisioneros… Su modoprincipal de accionar es la reiteración impune de la me-todología secuestro-desaparición-tortura, y la reiteraciónde ese trágico ciclo”.28

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confrontación en un clima de “paranoia” preexistente.Los militares se sentían guerreros amenazados por unafuerza oscura y poderosísima que los civiles no eran ca-paces de controlar. Una vez más, debían salvar al país deun peligroso enemigo. Jamás consideraron su participa-ción en el incremento de esta espiral de violencia porquesu objetivo era acabar con lo que no podían controlar.Un año después de la muerte de Perón, la violencia ha-bía cobrado 503 víctimas fatales; de ellas 54 era policías,22 militares y las restantes 427, militantes. El “cincopor uno” con que había amenazado el peronismo enel gobierno se cumplía, pero al revés, cobrando másde cinco víctimas populares por cada una de las fuer-zas de seguridad. La cuantificación de las muertes im-porta porque, a la vez que señala la existencia de unaconfrontación violenta, muestra su dirección princi-pal. En cualquier confrontación, el que tiene mayorpoder militar es el que es capaz de generar más víctimasy el que, por lo mismo, es beneficiario y responsablede la violencia.

Ya en febrero de 1975, el Poder Ejecutivo habíaemitido un decreto para la represión del foco guerri-llero rural que había montado el ERP en la provinciade Tucumán. Por esa disposición, que no contó conla oposición de los partidos políticos, se daba inter-vención al Ejército en la represión de las actividadessubversivas y se instruía: “El Comando General delEjército procederá a ejecutar las operaciones milita-res que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o

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27 La Nación, 6 de febrero de 1975. El subrayado es mío.28 Juan Martín, testimonio ante CADHU, en Eduardo Luis Du-

halde, op. cit., pp. 49-50.

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distancia creciente del Ejército con el gobierno provocóel reemplazo del general Anaya, el 13 de mayo de 1975,por el general Alberto Numa Laplane, cercano al minis-tro de Bienestar Social y al gobierno.

Desde antes del relevo de Anaya, circulaba en elEjército un informe sobre las actividades de la AAA quedemostraba los vínculos del equipo de López Rega y deoficiales en actividad con 108 miembros de la organi-zación y con cinco de sus sedes. Esta información fuemanejada por los generales Videla y Viola como formade presión sobre el gobierno, ya que nunca trascendió ala opinión pública y mucho menos a la Justicia. El 28 dejunio se produjo un enfrentamiento público entre el al-mirante Massera y José López Rega, y desde entonces laArmada adoptó una postura coincidente con el sectorprofesionalista del Ejército, que tomaba paulatinamentedistancia de la lucha de poder dentro del peronismo.

Los sindicatos, desconformes con la predominanciay el poder creciente del grupo de López Rega dentrodel gobierno, entraron en colisión con la política eco-nómica, dispuestos a impedir que la izquierda ganaraterreno con su postura crítica, que las circunstanciasjustificaban ampliamente. “El ajuste salarial de junio de1973 había durado nueve meses. El de marzo de 1974, seismeses; el de octubre de 1974 rigió durante cuatro me-ses; el de febrero de 1975 se agotó en abril de 1975.”30

Toda concertación entre el Ministerio de Economía y

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El protagonismo del Ejército en la represión, nosólo en Tucumán, fue respaldado por la Armada, cuyorol político iba en ascenso. Las relaciones entre las dosarmas se incrementaron y se establecieron acuerdosque excluían a la Aeronáutica, poco confiable por suescasa participación en la lucha antisubversiva. Ya en-tonces surgió la idea de crear un “organismo coordi-nador para la lucha contra la subversión, el que debíaestar en manos de un oficial de las Fuerzas Armadas enactividad, así como la necesidad de que el personal mi-litar tuviera acceso a los archivos de la Policía Federal,lo que no estaba permitido entonces”.29 Es decir, unembrión de los que sería la Comunidad Informativadespués del golpe de 1976. Estos acuerdos no impe-dían que existieran suspicacias y pugnas entre las dosarmas. Dentro del Ejército las posiciones tampocoeran homogéneas y oscilaban entre el apoyo al gobier-no de Isabel Perón y el distanciamiento creciente dealgunos sectores o, en otros términos, hasta qué pun-to la institución debía involucrarse o no en las pugnasinternas del peronismo.

La desconfianza militar hacia el sector lopezreguistafue incrementándose y, en poco más de un año, las Fuer-zas Armadas pasaron de estar a la defensiva a ser un fac-tor de presión sobre el gobierno, y a realizar acuerdoscon los partidos políticos opositores, el sindicalismoperonista, ciertos grupos empresarios y la Iglesia. La

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29 Rosendo Fraga, op. cit., p. 150. 30 Liliana De Riz, op. cit., p. 128.

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así como la de los parapoliciales, proseguía en todo elpaís y los militares hacían énfasis en la incapacidad delgobierno peronista para controlarla.

La violencia se había multiplicado año a año, yafectaba a todo el territorio nacional. Más de la mitadde los actos de violencia se concentró en las grandesciudades (29,3 por ciento en Buenos Aires, 17,1 porciento en Córdoba y 12,5 por ciento en Santa Fe), peroel 41,1 por ciento de las acciones armadas se dio en elresto del país. Entre mayo de 1973 y abril de 1974 seprodujeron 1760 hechos armados; entre mayo de 1974y abril de 1975 fueron 2425, y entre mayo de 1975 y mar-zo de 1976 ascendieron a 4324. Para los mismos perío-dos, las muertes se distribuyeron como sigue: 754 el pri-mer año, 608 el segundo y 1612 el tercero, con fuertepredominancia de bajas de la izquierda y el peronismodisidente (68 por ciento). A medida que fue avanzan-do el período, se registró mayor proporción de muer-tos y menor de heridos. Si entre mayo y noviembre de1973 hubo 83,8 por ciento de heridos y 13,2 por cien-to de muertos, entre octubre de 1975 y marzo de 1976hubo 35 por ciento de heridos (entre los que predomi-naba el personal de seguridad) y 65 por ciento de muer-tos. Guerrillero capturado era guerrillero muerto,como parte de un derecho del poder, más allá de lalegislación vigente.31

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los sindicatos fue imposible. La CGT movilizó a sus basesy forzó las renuncias del ministro de Economía impues-to por López Rega y su grupo, en julio de 1975. LasFuerzas Armadas se negaron a reprimir a los sindicalis-tas, y se exigió el relevo de Alberto Numa Laplane comocomandante del Ejército. Roto el círculo de burócrataslopezreguistas que la rodeaba y su posible apoyo en lasFuerzas Armadas, Isabel Perón quedó en manos de ladirigencia sindical.

A partir del enfrentamiento de julio de 1975 con lossindicatos, y el posterior relevo de Laplane, quien re-presentaba el compromiso de un sector de las FuerzasArmadas con el gobierno, el general Jorge Rafael Videlaasumió la Comandancia en Jefe del Ejército. La des-titución de Laplane representó, dentro de las FuerzasArmadas, la preeminencia de la perspectiva institucionalcon respecto a la política externa; es decir, la recupera-ción de la autonomía de las Fuerzas Armadas como fac-tor de poder central, en lugar de girar en torno a otrossectores políticos nacionales. Desde ese momento estu-vo claro que las Fuerzas Armadas no se comprometeríancon ninguno de los sectores del gobierno y arreciaronlos rumores de golpe de Estado.

Para fines de 1975, a la crisis política e institucionalse sumaba la económica, que comprendía la caída delPBI, la reducción de las inversiones, el desabastecimien-to, la especulación y la caída del salario real. En diciem-bre se produjo un intento de golpe encabezado por laFuerza Aérea. La actividad de los grupos guerrilleros,

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31 Juan Carlos Marín, Acerca de la relación saber-poder, BuenosAires, Centro de Investigaciones Sociales, 1978.

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ansiedad parecía invadir los distintos ámbitos –contextopolítico, económico y social– y empujar irreversible-mente a las Fuerzas Armadas hacia la toma del poder”.34

En verdad, las Fuerzas Armadas no necesitaban a nadieque las empujara pero, también es cierto, nadie intentódetenerlas, ni siquiera la guerrilla que estimaba que, porfin, se daría la batalla final, de la que sin duda saldríavencedora. El desgaste se aceleró y en marzo caía, sinsorpresa de nadie, este gobierno que había contado conla mayoría más aplastante de la historia electoral del paísy durante el cual se habían producido 1600 muertes po-líticas, la mayor parte de ellas producto no de enfrenta-mientos sino de simples asesinatos.35

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El aparato de seguridad pasó a estar controlado porautoridades militares y las policías quedaron en situa-ción de dependencia operativa de las Fuerzas Armadas.A fines de noviembre, cuarenta y ocho oficiales de laAeronáutica y la Armada participaban en el OperativoIndependencia, en Tucumán. La Fuerza Aérea ganó laconfianza de las otras dos, participando con accionesde bombardeo en la zona de operaciones de Tucumán.Los comandantes de cada fuerza, los jefes de EstadoMayor y los secretarios generales se reunían semanal-mente y, más tarde, casi diariamente. Se formaron losEquipos de Compatibilización Interfuerzas. El apara-to se preparaba para alcanzar su mayor grado de co-hesión y eficiencia. En octubre, el general Videla de-claraba en Montevideo: “Si es preciso, en la Argentinadeberán morir todas las personas necesarias para lograrla paz del país”.32

En febrero de 1976, el dirigente radical Ricardo Bal-bín declaraba: “No sé si el gobierno está buscando elgolpe, pero está haciendo todo lo posible para que se loden”.33 Los partidos políticos y la sociedad civil dabancomo un hecho el desplazamiento del gobierno y, enrealidad, con declaraciones como ésta, lo alentaban. Díasantes del golpe, el general Viola se entrevistó con Balbíny con Lorenzo Miguel para anticiparles los sucesos.Desde la perspectiva de Rosendo Fraga: “Un clima de

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32 En Rosendo Fraga, op. cit., p. 237.33 Ricardo Balbín, en Rosendo Fraga, op. cit., p. 225.

34 Rosendo Fraga, op. cit., pp. 260-261.35 Juan Carlos Marín, op. cit.

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