los transgénicos en uruguay son un tema silenciado
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Entrevista realizada por el semanario Brecha de Uruguay, a Claudio Martínez Debat, doctor en biología molecular y celular y docente en la sección bioquímica del Instituto de Biología de la Facultad de Ciencias.TRANSCRIPT
LOS TRANSGÉNICOS EN URUGUAY SON UN TEMA SILENCIADO
08 septiembre, 2014
http://www.lahoraverde.com/2014/09/los-transgenicos-en-uruguay-son-un-tema.html
El de los transgénicos es un tema silenciado en la sociedad, dijo a Brecha Claudio Martínez Debat, doctor en biología molecular y celular y docente en la sección bioquímica del Instituto de Biología de la Facultad de Ciencias. No hablan de él los medios de comunicación, ni las instancias de regulación ni la comunidad científica. Y no está en la agenda de ningún gran partido a pesar de ser un asunto de primera importancia que tiene que ver con algo tan esencial como los alimentos que consumimos.
Transgénicos, agrotóxicos, bioseguridad
—¿Por qué el silencio?
—Lo que pasa es que los organismos genéticamente
modificados forman parte de un modelo que se aplica mejor si
no hay discusión.
Es un asunto con muchas aristas. La que cito siempre en
primer lugar es la económico-política, que tiene una base
geopolítica: a cada lugar del mundo se le ha asignado desde
los centros de poder un papel, una función en materia de
producción de insumos, de commodities. Y a nosotros nos ha
tocado ser parte de la república sojera del Sur.
Está luego la arista científica. De ahí surge el modelo, de las
investigaciones científicas, pero en realidad es un nivel sin
poder real de decisión. Quienes toman las decisiones son las
grandes empresas biotecnológicas, a las cuales no les interesa
discutir sobre la seguridad de los productos que generan, como
tampoco les interesa hacerlo a los científicos que trabajan para
ellas. Las otras aristas son la de la salud, la cultural, la
medioambiental, la bioética…
—¿Hay gente trabajando en el tema en Uruguay?
—No mucha. Y menos aun desde un punto de vista
independiente. Aquí en la Facultad de Ciencias hay dos
grupos. Puede haber otro en Agronomía, y en el inia, pero en
este caso no se trata de científicos independientes sino de
gente que cree en el modelo. Tal vez no crean tanto en las
compañías trasnacionales, pero ahí tendrán un problema,
porque cuando logren un producto patentable, ¿quién les va a
comprar la patente? ¿Hasta dónde uno es independiente al
desarrollar un transgénico, vistas las enormes presiones que
reciben de las grandes empresas?
Después estamos los científicos que abordamos el tema desde
otra óptica. En mi caso particular lo abordo desde dos
aspectos: uno es el de la materia prima y el otro el de la
alimentación. En ambos casos lo he hecho a partir de
demandas de la sociedad civil, de asociaciones que se nos
acercaron con preocupaciones. Yo estaba trabajando en otro
tema, cuando tomé contacto por primera vez con éste y
encontré oportunidad de desarrollar experiencias en
laboratorio. Fue cuando un grupo de productores orgánicos de
maíz llegó a la facultad preocupado por saber si sus cultivos
estaban siendo contaminados por el maíz transgénico. Las
empresas semilleras les decían que no, les aseguraban que es
perfectamente posible la coexistencia entre las dos
producciones, la orgánica y la modificada genéticamente, y
nosotros terminamos demostrando que no es así. Uruguay es
un país muy ventoso, lo que facilita la difusión de las semillas
trans por todos lados, pero en realidad el modelo de
coexistencia regulada está en crisis en el conjunto del planeta.
Y obviamente a las grandes compañías semilleras no les
interesa en lo más mínimo si se da o no contaminación. ¿Por
qué les interesaría? Paralelamente, los organismos estatales
de regulación, a los que el tema debería sí importarles, se ven
desbordados y reaccionan haciendo la del avestruz o pura y
simplemente con inopia. El resultado de todo esto es que no
hay herramientas para impedir la contaminación de la
producción orgánica por la transgénica: se ha encontrado maíz
modificado hasta en la Quebrada de los Cuervos, por
intercambio de semillas. Y eso sucede también porque las
empresas venden las semillas transgénicas sin etiquetado
claro, lo que hace que un productor del Uruguay profundo no
sepa con seguridad si la semilla que compró está o no
genéticamente modificada: le pueden llegar a decir que no lo
es, y sí lo es.
—Decías que en tu laboratorio trabajaban también sobre los alimentos.
—Sí, y es el aspecto en el que estamos actualmente más
concentrados.
En 2008 vinieron a la facultad un grupo de asociaciones
interesadas en saber si la polenta consumida en Uruguay tenía
componentes transgénicos. Nos contactamos entonces con la
división Salud de la Intendencia de Montevideo, que nos
entregó un muestreo de 20 polentas, todas codificadas, sin que
aparecieran las marcas. Cuando las analizamos en laboratorio,
vimos que todas (pudimos extraerle el adn a 18) tenían
componentes transgénicos. A partir de ahí empezamos a
buscar transgénicos en otros alimentos, como quesos de cabra,
hamburguesas de carne, snacks, cereales para el desayuno.
En los quesos de cabra encontramos que el almidón de maíz
es Bt, en los panchos y hamburguesas aparecieron adiciones
con pasta de soja RR. También encontramos maíz transgénico
Bt en los snacks y en los cereales.
Una cosa interesante: estas experiencias nos permitieron ir
desarrollando recursos humanos de grado y de posgrado y
afianzando infraestructura en esta materia, algo a lo que yo le
doy especial prioridad. Y lo hicimos en colaboración estrecha
con la división Salud de la Intendencia de Montevideo, que el
año pasado concretó una fuerte inversión en aparatos de última
generación para analizar la presencia de transgénicos en
alimentos (véase recuadro).
—¿Notás una mayor sensibilidad respecto al tema en los últimos años en la Universidad?
—Sí. Una evolución positiva de los últimos años es que en la
Udelar se ha ido extendiendo la preocupación por generar un
debate. A nivel de rectorado y de pro rectorados (investigación,
extensión, enseñanza) hay gente sensible al tema y hemos
recibido apoyo. El problema es que la Universidad carece de
recursos económicos suficientes.
Por otro lado, hemos ido generando un núcleo interdisciplinario
interesado en los temas de transgénicos y bioseguridad. Allí
hay gente de diversas facultades (Medicina, Química, Ciencias,
Agronomía, Nutrición, Derecho), del Clemente Estable y de la
sociedad civil.
Los científicos que estamos en este núcleo damos la cara, en
el sentido de que nos interesa que haya un debate. Las
compañías y algunos organismos reguladores, el poder político
también en muchos casos, sostienen que los transgénicos son
seguros desde el punto de vista sanitario y nosotros
preguntamos de dónde sacan eso. La mayoría de las veces lo
sacan de los estudios realizados por los científicos que trabajan
para las propias compañías. Y resulta que hay otros
experimentos, sobre animales, que van en sentido contrario.
Los transgénicos, además, no vienen solos, vienen con un
paquete asociado de productos agrotóxicos que nos preocupan
sobremanera: sabemos de muchísimos casos de
contaminación por fumigaciones con esos productos y
sabemos igualmente que una parte de esos agrotóxicos
quedan en el grano.
Este es un tema muy polarizado en el que muchos prefieren no
intervenir. Los que están a favor no se pronuncian o lo hacen a
través del gobierno.
Organizan debates, pero invitan a gente que tiene apoyos en
las grandes compañías del sector, y el contenido de sus cursos
está basado en una ciencia perimida, en la que se respaldan
las propias trasnacionales para sacar sus productos.
—¿A qué te referís cuando decís que se basan en una “ciencia perimida”?
—La biología ha avanzado enormemente en los últimos años,
al punto que las grandes verdades que dábamos en el salón de
clases ya no las podemos sostener. Vos no podés aplicar un
modelo como éste sin tener en cuenta que opera con
interacciones complejas, en un contexto en el que cada
componente incide en el otro. A mí no me pueden venir con un
discurso del tipo: “introduje un gen en una planta y lo único
distinto en la planta es ese gen y el resto es igual”. Es una
mentira enorme. Las técnicas modernas consideran a la planta
como un todo y la relacionan con el entorno en el que se
desarrolla. En este caso no se la puede analizar sin tener en
cuenta que vive en un entorno sometido a una alta presión de
pesticidas, en el que sufre un cambio mucho mayor que la
mera introducción de un segmento de adn. Cómo impacta ese
cambio en la salud del consumidor es lo que no se sabe aún
porque no hay demasiados estudios al respecto.
—¿La Universidad participa en alguna instancia de evaluación estatal de los productos
transgénicos?
—Durante tres-cuatro años intervino en el Comité de
Articulación Interinstitucional (cai), junto al msp, el latu, la
Dinase, el Clemente Estable, entre otros. Pero hace dos años
nos retiramos porque nuestro malestar era creciente respecto a
su forma de funcionamiento. El cai no es vinculante, se puede
opinar pero nada más. Reclamamos que la opinión de la
Universidad fuera pública, cosa que no lo era. También que el
Estado apoyara el trabajo en estos temas, y el trabajo sigue
siendo honorario, lleva mucho tiempo y es como jugar con la
cancha flechada, con el aditivo de que desde el punto de vista
personal y profesional es muy frustrante.
Nuestra estrategia actual es fortalecer dentro de la Udelar un
equipo interdisciplinario sobre bioseguridad, transgénicos y
paquete asociado para luego eventualmente volver al cai bajo
otras reglas del juego.
El sistema de evaluación, además, tiene una debilidad
fundamental: se nos pedía que analizáramos la planta
transgénica aislada del paquete tecnológico. Y al paquete
tecnológico se lo dejaba de lado.
Lo que nosotros queremos es que se hable, que no se maneje
el tema con la ley del silencio. A nivel científico, Uruguay tiene
la oportunidad de generar toda la estructura necesaria
alrededor del tema. Podemos ser referentes en la región
montando laboratorios para analizar transgénicos en alimentos,
en las semillas, cómo se comportan en el campo. Cuando se va
a aprobar un transgénico y las compañías nos ofrecen un
dossier deberíamos ser capaces de replicar esas pruebas: ¿es
realmente como dicen las empresas? En Estados Unidos no
hacen esos estudios y en otros lugares dicen: “como se aprobó
en tal lado, también acá”. Tenemos una enorme oportunidad de
distinguirnos y ya contamos con los recursos humanos
necesarios.
—Cuando hablabas de investigaciones preocupantes sobre transgénicos, ¿te referías por ejemplo a las que llevó a cabo el francés Gilles Seralini?1
—Sí, a las de Seralini y a las del argentino Andrés Carrasco,2
entre otras. A Seralini se lo puede criticar por la
espectacularidad mediática con que se movió, por el hecho de
ser muy personalista, tal vez por alguna de sus conclusiones,
pero el suyo fue un trabajo serio, llevado a cabo con los
mismos protocolos que emplean los laboratorios de las grandes
compañías, y fue el primero desarrollado a largo plazo. De su
investigación se desprende que el consumo de transgénicos
produce en las ratas envejecimiento acelerado prematuro, con
lo cual los tumores que él ve aparecen más prontamente
porque el glifosato, el herbicida asociado al transgénico, es un
veneno potente. Se nos hizo pensar durante años que el
glifosato era inocuo –yo mismo me tragué la pastilla–, hasta
que Andrés Carrasco nos abrió los ojos con sus
investigaciones. No sólo el glifosato, sino también los
coadyuvantes que hacen que el glifosato entre a la planta y los
productos de degradación del glifosato. Todos son
recontratóxicos.
La campaña de desprestigio a la que fueron sometidos tanto
Seralini como Carrasco por parte de las empresas fue
tremenda.
Las denuncias sobre las presiones a científicos independientes
que han llegado a conclusiones cuestionadoras del modelo han
aparecido hasta en publicaciones académicas muy poco
sospechosas de estar contra los modelos de gran producción.
Es terrible lo que les ha sucedido: en Estados Unidos en su
gran mayoría han sido obligados a cambiar de tema o a
abandonar la ciencia.
Carrasco decía que estamos en un momento en que los
científicos nos vemos obligados a demostrar la realidad en el
laboratorio, cuando la realidad está ahí pero nadie la quiere
ver.
—¿Y acá qué sucede? Sería raro que no hubiera presiones…
—No las conozco a un nivel tan grande. Estamos esperando el
marronazo, sobre todo de parte de las empresas.
1. Véase Brecha, 28-IX-12.
2. Véase Brecha, 16-V-14.
El gran paso adelante
Martínez Debat contó a Brecha que uno de los principales
avances que se han producido hasta ahora en materia de
bioseguridad en Uruguay se dio a nivel municipal, en la capital.
Tiempo atrás, dijo, el núcleo interdisciplinario formado en torno
a científicos de la Udelar y del Clemente Estable y
organizaciones sociales presentó a la Comisión de Salud del
Parlamento un proyecto de ley tendiente fundamentalmente a
estipular el etiquetado obligatorio de los productos con
contenido transgénico. “Quedó encajonado, pero
aprovechamos la bolada y lo llevamos a la Intendencia, que ya
había comenzado a aplicar su plan de alimentación saludable.
La División Salud recogió el guante y aprobó una resolución
realmente muy importante por la cual a partir del 1 de enero de
2015 los alimentos que contengan más de 1 por ciento de
transgénicos y se comercialicen en Montevideo deberán estar
etiquetados. Es una resolución de alcance municipal, pero
como la Intendencia de Montevideo es la referente a nivel
bromatológico en el conjunto del país es probable que al
menos algunas intendencias del Interior la adopten.”
Seminario en cancillería
“Como parte de la movida del grupo interdisciplinario tratamos
de encontrar oportunidades de crecer académicamente. Yo
tengo una buena relación con la unam de México en análisis de
cultivos y alimentos, y a partir de esa colaboración nos pusimos
en contacto con académicos noruegos que a su vez tienen una
pata de cooperación con Brasil, donde biólogos uruguayos
hemos ido a formarnos en bioseguridad. Gracias a la acción
pertinaz de cancillería, que en estos temas nos ha dado un
apoyo irrestricto, logramos que esta vez el curso se haga en
Montevideo, con presencia de un equipo de seis noruegos, que
son de primer nivel y abordan el tema desde una mirada
holística. Será una buena oportunidad para formar a la gente
que está en gestión de riesgos en bioseguridad con una visión
distinta a la que se les pretende ofrecer siempre.” n
(El seminario se desarrollará hasta hoy viernes en cancillería.
Habrá otro, organizado por Slow Food, y sobre etiquetado de
alimentos transgénicos, el viernes 12, en el Centro Cultural de
España.)
Principio de precaución
“En lo personal prefiero no comer transgénicos, aun cuando sé
que los estoy comiendo de todas maneras. La principal razón
es que no se ha demostrado que sean seguros, y hay motivos
serios para dudar de que lo sean. Las plantas trans vienen,
para peor, con el herbicida asociado, al cual también me lo
estoy comiendo y no tengo por qué hacerlo. Sólo un dato: cada
vez hay más enfermedades crónicas no trasmisibles, y esa
expansión coincide con la aparición de transgénicos en la dieta.
Por otra parte es una tremenda mentira que los transgénicos
solucionen el hambre en el mundo, cuando éste, básicamente,
es un problema de distribución. Si se hiciera una distribución
racional de la tierra, con un plan de manejo sustentable, la
realidad sería muy otra y la ingeniería genética bien podría
colaborar con esto. Quienes defienden la producción
transgénica por su mayor rendimiento que la tradicional, no
sólo no tienen en cuenta que eso es verdad solamente a corto
plazo sino sus costos asociados, ambientales y sociales. Y el
modelo transgénico es como una topadora que arrasa con
todo, de la mano de las grandes empresas, que son las únicas
capaces de patentar un desarrollo biotecnológico por el dinero
que se requiere para ello. Hoy los estados compran el paquete