los sucesores de carlomagno

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APUNTES DE HISTORIA DE LA IGLESIA MEDIEVAL ANEXO 3 Los sucesores de Carlomagno EL IMPERIO CAROLINGIO A su muerte, en el año 814, Carlomagno dejo a su hijo Luis el Piadoso una herencia fabulosa, un espacio geopolítico que llegaba desde los Pirineos hasta el río Elba y desde el canal de la Mancha hasta Roma. Junto a ello le legó también el título de emperador (nomen imperatoris), fundamentado sobre la realidad del “imperio cristiano” (Imperium Christianum) nacido en la célebre ceremonia de coronación que tuvo lugar en Roma la noche de Navidad del año 800. ¿Qué futuro esperaba a este nuevo Imperio tras la muerte de su fundador? Para entenderlo es preciso conocer a los protagonistas del periodo, sus intereses y sus deseos. La figura principal fue Luis el Piadoso, que ascendió al trono imperial cuando tenía 35 años. Era un hombre fuerte y amante de la actividad física, pero poseía un carácter débil e influenciable. Su gran bondad y religiosidad unida a su personalidad indecisa le ganaron ante la historia el apodo de “bonachón” (débonnaire). Thegan, un clérigo de su época que fue uno de sus más devotos biógrafos, le reprocho “haber sucumbido a una sola falta, la de ser demasiado clemente”. Su actuación política, en todo caso, fue inseparable de los conflictos familiares que vivió. Tuvo de Ermengarda, su primera esposa, tres hijos varones- Lotaro, Pipino y Luis-, entre los que repartió los territorios del Imperio para su administración; les correspondieron, respectivamente, Italia, Aquitania y Germania. Pero a los cuatro meses de enviudar contrajo nuevas nupcias con Judit, una princesa alemana de singular belleza, que en 823 le dio un nuevo hijo, Carlos el Calvo, quien sería causa de todas las discordias posteriores. Junto al emperador aparece la alta nobleza franca. En ella fueron perfilándose dos grupos: el ligado a la corte imperial, defensor de la indivisibilidad del Imperio, y el de la aristocracia territorial, que fue tomando parte cada vez más activa en el gobierno, pero que estaba más orientada hacia sus intereses particulares (mantener el control de sus territorios)que hacia las abstractas concepciones políticas del Imperio cristiano. El alto clero franco fue también un actor destacado del drama. Sus miembros constituían la única minoría culta y desempeñaban a la vez el papel de funcionarios de la política imperial y el de guías religiosos del pueblo cristiano. Les debemos casi todas la información detallada de los sucesos de la época, y fueron también ellos quienes elaboraron una ideología política de gran influencia en la época: el “agustinismo político”, basado en los escritos de san Agustín, en particular en su obra La ciudad de Dios. Esta concepción del poder fue norma de actuación para Carlomagno y para su hijo Luis, y se fundaba en la idea de que debía haber “un solo reino en el cielo y un solo jefe en la tierra”. Ahora bien, la aspiración a la unidad del Imperio chocaba con la concepción patrimonial germánica mantenida por los reyes francos, que permitía dividir el Estado entre los herederos como si se tratara de una propiedad familiar. La contradicción entre ambos planteamientos se hizo patente en el reinado de Luis el Piadoso. En realidad, Luis dio un gran giro a la concepción del Imperio elaborada por su padre. Si bajo Carlomagno la Iglesia estaba de tal forma incorporada al Estado que parecía un departamento suyo, bajo su sucesor fue el Estado el que amenazaba convertirse en una sección de la Iglesia. En 817 Luis promulgó una ley que marcaría todo su reinado: la Ordenación del Imperio (Ordinati Imperii). En su preámbulo se afirmaba la “imposibilidad de quebrantar la unidad imperial con un reparto”, pero en la práctica se establecía una primera división del dominio carolingio. Lotario, el primogénito de Luis, era 1

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Page 1: Los Sucesores de Carlomagno

APUNTES DE HISTORIA DE LA IGLESIA MEDIEVAL

ANEXO 3

Los sucesores de Carlomagno

EL IMPERIO CAROLINGIO

A su muerte, en el año 814, Carlomagno dejo a su hijo Luis el Piadoso una herencia fabulosa, un espacio geopolítico que llegaba desde los Pirineos hasta el río Elba y desde el canal de la Mancha hasta Roma. Junto a ello le legó también el título de emperador (nomen imperatoris), fundamentado sobre la realidad del “imperio cristiano” (Imperium Christianum) nacido en la célebre ceremonia de coronación que tuvo lugar en Roma la noche de Navidad del año 800. ¿Qué futuro esperaba a este nuevo Imperio tras la muerte de su fundador? Para entenderlo es preciso conocer a los protagonistas del periodo, sus intereses y sus deseos. La figura principal fue Luis el Piadoso, que ascendió al trono imperial cuando tenía 35 años. Era un hombre fuerte y amante de la actividad física, pero poseía un carácter débil e influenciable. Su gran bondad y religiosidad unida a su personalidad indecisa le ganaron ante la historia el apodo de “bonachón” (débonnaire). Thegan, un clérigo de su época que fue uno de sus más devotos biógrafos, le reprocho “haber sucumbido a una sola falta, la de ser demasiado clemente”. Su actuación política, en todo caso, fue inseparable de los conflictos familiares que vivió. Tuvo de Ermengarda, su primera esposa, tres hijos varones- Lotaro, Pipino y Luis-, entre los que repartió los territorios del Imperio para su administración; les correspondieron, respectivamente, Italia, Aquitania y Germania. Pero a los cuatro meses de enviudar contrajo nuevas nupcias con Judit, una princesa alemana de singular belleza, que en 823 le dio un nuevo hijo, Carlos el Calvo, quien sería causa de todas las discordias posteriores. Junto al emperador aparece la alta nobleza franca. En ella fueron perfilándose dos grupos: el ligado a la corte imperial, defensor de la indivisibilidad del Imperio, y el de la aristocracia territorial, que fue tomando parte cada vez más activa en el gobierno, pero que estaba más orientada hacia sus intereses particulares (mantener el control de sus territorios)que hacia las abstractas concepciones políticas del Imperio cristiano. El alto clero franco fue también un actor destacado del drama. Sus miembros constituían la única minoría culta y desempeñaban a la vez el papel de funcionarios de la política imperial y el de guías religiosos del pueblo cristiano. Les debemos casi todas la información detallada de los sucesos de la época, y fueron también ellos quienes elaboraron una ideología política de gran influencia en la época: el “agustinismo político”, basado en los escritos de san Agustín, en particular en su obra La ciudad de Dios. Esta concepción del poder fue norma de actuación para Carlomagno y para su hijo Luis, y se fundaba en la idea de que debía haber “un solo reino en el cielo y un solo jefe en la tierra”. Ahora bien, la aspiración a la unidad del Imperio chocaba con la concepción patrimonial germánica mantenida por los reyes francos, que permitía dividir el Estado entre los herederos como si se tratara de una propiedad familiar. La contradicción entre ambos planteamientos se hizo patente en el reinado de Luis el Piadoso. En realidad, Luis dio un gran giro a la concepción del Imperio elaborada por su padre. Si bajo Carlomagno la Iglesia estaba de tal forma incorporada al Estado que parecía un departamento suyo, bajo su sucesor fue el Estado el que amenazaba convertirse en una sección de la Iglesia. En 817 Luis promulgó una ley que marcaría todo su reinado: la Ordenación del Imperio (Ordinati Imperii). En su preámbulo se afirmaba la “imposibilidad de quebrantar la unidad imperial con un reparto”, pero en la práctica se establecía una primera división del dominio carolingio. Lotario, el primogénito de Luis, era

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proclamado único heredero del Imperio, mientras que sus hermanos Pipino y Luis heredaban los reinos de Aquitania y Baviera. Ambos serían independientes en sus Estados pero debían rendir pleitesía a su hermano mayor, coemperador junto a su padre, una vez al año.

LAS PRIMERAS REVUELTAS

Las reacciones no se hicieron esperar. Bernardo, hijo del segundo hijo de Carlomagno, Pipino, se sintió excluido y se levantó en armas en su reino de Italia. Luis atajó la rebelión sin dar la menor muestra de la misericordia de la que tenía fama: desposeyó de sus bienes a Bernardo y a sus colaboradores y los condenó a ser cegados. Bernardo murió de resultas de este brutal castigo. Pese a ello, en lo sucesivo la nobleza territorial no cejaría en sus impulsos particularistas, algo inevitable en un Imperio constituido por multitud de regiones con su propia historia, culturas y mentalidades. Además, el propio emperador debilitó su posición cuando en el año 822, presa de los remordimientos, decidió hacer penitencia pública por su actuación contra Bernardo: un primer acto de humillación que consagró su imagen de gobernante débil y timorato ante la nobleza franca. La estabilidad y el orden del Imperio se quebrarían definitivamente en el 829, a raíz de la decisión del emperador de crear un reino para su hijo Carlos, entonces un niño de seis años. El nuevo reino contravenía lo establecido en la Ordenación del Imperio de 817, en la que no se consideraba la posibilidad de que el emperador tuviera un nuevo hijo. En vez de reformar algunos artículos de la Ley, Luis decidió actuar por su cuenta y riesgo, sin consultar a la asamblea de magnates. Además, cada vez más dominado por su esposa Judit, Luis elevó a Bernardo de Septimania-según decía sus enemigos, amante de la emperatriz- al cargo de camarero imperial, convirtiéndolo en su hombre de confianza. Lotario, mientras tanto era alejado al reino de Italia.

DEPUESTO POR LOS HIJOS

La marginación del coemperador y heredero Lotario generó un importante descontento entre buena parte de la nobleza y el clero franco. Por ejemplo, Agobardo, arzobispo de Lyon, le reprochó al Piadoso: “Sin ninguna razón y sin previo consejo, al que elegiste con Dios [su hijo Lotario] lo has rechazado sin la intervención de Dios, cuya voluntad buscaste”. Lotario quiso capitalizar este malestar uniéndose a sus hermanos con la pretensión de forzar a su padre a abdicar. Pero fracasó en el empeño y apareció ante todos como el artífice principal de la sublevación. El Piadoso dispuso entonces un segundo reparto del Imperio entre sus tres hijos menores-Pipino, Luis y Carlos-, dejando a Lotario fuera. Sin embargo, este reparto no satisfizo ni a Pipino ni a Luis, despechados por la generosa porción otorgada a Carlos. De modo que en abril del año 833 se unieron de nuevo a Lotario contra su padre. Esta vez consiguieron atraer a su causa a gran parte de los principales personajes eclesiásticos francos y al papa Gregorio IV. Cuando los dos ejércitos se encontraron en Alsacia, el Papa reprendió a los seguidores del emperador recordándoles la doctrina sobre los dos poderes: “el gobierno de las almas, que es el pontificio, es mayor que el imperial, que es temporal”. Gregorio acudió a parlamentar con el emperador, al tiempo que Lotario y sus hermanos se ganaban con toda clase de promesas a los seguidores del Piadoso. El resultado fue que en una noche los partidarios de éste fueron desertando hasta el punto de que al amanecer la mayoría estaba de parte de Lotario. Esto ocurrió en Rotfeld (“campo rojizo”), que desde entonces pasó a llamarse Lügenfeld, campo de la Mentira. El Piadoso no tuvo más salida que entregarse a sus hijos, que lo hicieron deponer en una tumultuosa asamblea nobiliaria para a continuación repartirse el botín excluyendo de él al pequeño Carlos. Luis trasladado a Soissons, donde fue encerrado en el convento de San

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Medardo. Una asamblea eclesiástica confirmó su deposición y se le impuso una nueva ceremonia de penitencia pública por sus abusos en el gobierno. Los acontecimientos, sin embargo, dieron pronto un giro radical. Luis el Germánico y Pipino, ya fuera por remordimiento o por ambición, decidieron auxiliar a su padre, y en 834 éste fue repuesto en el trono imperial. Los posteriores intentos de reconciliación entre el Piadoso y su hijo Lotario fracasaron, lo que llevó al emperador, a fines del año 837, a celebrar en Aquisgrán una dieta imperial, a la que convocó a sus hijos Luis y Pipino. En la asamblea el Piadoso procedió a un nuevo reparto imperial, en el que Carlos recibió los mejores dominios y la soberanía efectiva sobre ellos. El disgusto de Luis fue inmenso y la venganza de su padre torpe, pues le privó de la mayor parte de sus estados y coronó rey de ellos a su hijo Carlos A la muerte de Pipino un año después, el emperador concedió a Carlos el reino de Aquitania, ignorando los derechos sucesorios de sus nietos, menores de edad, lo que provocó ya en el verano del año 838 la primera gran sublevación de Aquitania. Luis trató de llegar a un acuerdo con Lotario, pero murió, enfermo y agotado, el 20 de Junio de 840, en un islote del Rin, cuando marchaba contra su hijo Luis.

HACIA LA EUROPA DE LAS NACIONES Tras la muerte del anciano emperador, Lotario no vaciló en atribuirse la autoridad imperial sobre los territorios de sus hermanos. Carlos el Calvo y Luis el Germánico rechazaron de inmediato tal pretensión, lo que provocó el estallido de una nueva guerra civil. En junio del año 841 los hermanos se enfrentaron de nuevo en Fontenoy-en Puissaye. La matanza fraticida que tuvo lugar allí concluyo con la larrota de Lotario pero no resolvió el conflicto. Cuando, a comienzos de 842, Carlos y Luis reafirmaron solemnemente su alianza en los famosos Juramentos de Estrasburgo, a Lotario no le quedó más remedio que aceptar esta realidad. De este modo, a mediados del 843 inició unas negociaciones con sus hermanos que condujeron a un nuevo reparto del Imperio. La división acordada en Verdún concedía a Lotario el titulo imperial, a esta altura meramente honorífico, así como un corredor territorial que iba desde la desembocadura del Rin hasta el Tíber y que tomaría el nombre de Lotaringia precisamente a raíz de este reparto. Al este del Rin y de los Alpes se extendían los dominios de su hermano Luis, mientras que al oeste de los ríos Mosa y Escala y del Saona y el Ródano se situaba el reino de Carlos. Se consagraba de este modo, aunque aún de modo imperfecto, la separación entre dos grandes ámbitos culturales y nacionales de Europa: el francés y el germánico. Los contemporáneos que escribieron sobre estos sucesos vieron en Verdún un punto final, el de la muerte de un “imperio [que] perdió juntamente su nombre y su gloria”, como escribió el teólogo y poeta Floro de Lyon. El cronista Nitardo escribía asimismo en 844:”en tiempos de Carlomagno, de dichosa memoria, que murió hace ya cerca de treinta años, cuando el pueblo caminaba por una misma vía recta, la vía pública del Señor, la paz y la concordia reinaban en todas partes; pero ahora, al contrario, como cada cual sigue el sendero que le place, por todos lados se manifiestan las disensiones y las querellas”. Hoy, sin embargo, percibimos en ese acto el nacimiento de Europa Occidental y de su articulación en una pluralidad de naciones. Además, el recuerdo de la creación carolingia no se desvaneció totalmente, sino que como escribe el historiador Ángel Martín Duque, “sobrevivió como tradición unitaria siempre añorada de la civilización europea occidental”. HISTORIA NATIONAL GEOGRAPHICNúmero 57Los sucesores de Carlomagno (pag.76)Por B. GAZAPO ANDRADE (Profesor de la Universidad Europea de Madrid)

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